Está en la página 1de 9

FIGURA DE LA VIRGEN MARÍA

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO:
ESTER:
Isidoro de Sevilla se refiere a Judit y
Ester como figuras de María, pues casti-
gan a los enemigos de la fe y libran del
exterminio al pueblo de Dios.
El libro de Ester –otra de las heroínas
de Israel– contiene una de las más emo-
cionantes escenas de la Historia Sagra-
da.
Son tres los personajes de esta historia
en los que debemos fijar nuestra aten-
ción: la reina Ester, el rey Asuero y su
ministro Amán. Ester es figura de María,
Asuero representa a Dios y Amán como
figura del malvado.
Con esta “clave” veamos algunos de
los principales pasajes de este libro.
El rey Asuero “que reinó en ciento
veintisiete provincias desde la India has-
ta Etiopía” habiendo repudiado a la
reina Vasti, escogió a la judía Ester por
esposa y reina de Persia: “El rey amó a
Ester más que a todas las mujeres, y ella
halló gracia y favor ante él más que to-
das las jóvenes” (2, 17).
Aunque, prudentemente, Ester “mu-
chacha guapa y hermosa... nada dijo de
su pueblo ni de su patria” judía.
Ahora entra en acción Amán que era el
primer ministro del reino. Odiaba a los
judíos, por eso “buscó cómo exterminar
a este pueblo, [y] a todos los judíos que
hubiese en el reino de Asuero” y obtuvo
el beneplácito del rey. Y se publicó, en
todo el reino, un decreto de exterminio.
“Los judíos de todos los lugares en los
que se hacía público el contenido del es-
crito prorrumpían en llanto y se lamen-
taban” e “invocaban al Dios de sus pa-
dres... hacían un gran duelo, ayunaban,
lloraban y se lamentaban”.
Fue entonces que el judío Mardoqueo,
el padre adoptivo de Ester, le hizo llegar
un mensaje a la reina para que se pre-
sentase ante el rey y pidiese clemencia,
y le dijo: “¿quién sabe si precisamente
has alcanzado la dignidad real para una
ocasión como ésta?”.
Ester le respondió: “Todos saben que
hay una disposición que manda dar
muerte a todo hombre o mujer que se
presente ante el rey... sin haber sido lla-
mado, a no ser que el rey le tienda el ce-
tro de oro para que viva. Y yo desde ha-
ce treinta días no he sido llamada para
comparecer ante el rey”. Sin embargo
añadió: “... reúne a todos los judíos... y
ayunad por mí. No comáis ni bebáis du-
rante tres días y sus noches, que también
yo y mis muchachas ayunaremos así.
Después me presentaré al rey haciendo
caso omiso de las disposiciones”.
Y dirigiéndose a Dios manifiesta su
gran humildad y la pureza de su alma
inmaculada: “Tú conoces todas las co-
sas, y sabes que aborrezco la gloria de
los inicuos y detesto el lecho de los in-
circuncisos y de todo extranjero. Tú co-
noces... que abomino el soberbio distin-
tivo de mi gloria que llevo sobre mi ca-
beza en los días de mi lucimiento”.
“Al tercer día Ester se vistió con sus
galas reales... Iba reluciente en la pleni-
tud de su belleza, con el rostro alegre
como el de una enamorada, aunque su
corazón estaba abrumado por el temor
[Dios había dicho a Moisés: “No puedes
ver mi rostro; porque nadie puede ver-
me, y vivir”]. Franqueadas todas las
puertas, se encontró en presencia del rey.
Éste se hallaba sentado en el trono
real..., fastuoso, con oro y piedras pre-
ciosas; ciertamente presentaba un aspec-
to majestuoso [en extremo]... Alzó su
solemne rostro, la miró como un toro
enfurecido, y gritó: ‘¿Quién se ha atre-
vido a entrar en la sala sin haber sido
llamado?’ La reina sintió que se desva-
necía, se demudó su semblante y se
apoyó... sobre la doncella que la acom-
pañaba. Pero... el ánimo del rey se mudó
en dulzura, [y] preocupado descendió
del trono, la tomó entre sus brazos, y
mientras se reponía la animaba con pa-
labras afectuosas”: “Ester, ¿qué te suce-
de, hermana mía y consorte del reino?
Yo soy tu hermano, no tengas miedo. No
morirás, porque esta ley no va contigo
sino que es sólo para la gente vulgar.
Acércate. Alzó el cetro de oro, lo puso
sobre el cuello de Ester, la besó y le dijo.
Háblame. Ella contestó. Te he visto, se-
ñor, como un ángel de Dios y mi cora-
zón se ha turbado ante el espanto de tu
gloria. Eres maravilloso, señor, y tu ros-
tro está lleno de encanto”.
“El rey le dijo. ¿Qué quieres, reina Es-
ter? ¿Qué pides? Aunque pidas la mitad
de mi reino se te entregará”.
Ester rogó clemencia para su pueblo
diciendo al rey: “... mi pueblo y yo he-
mos sido vendidos al exterminio, a la
muerte y a la eliminación”; y añadió: “Si
le parece bien al rey y si he encontrado
gracia en tu presencia, si al rey este
asunto le parece justo y yo buena a sus
ojos, que se ordene la derogación de los
documentos que urdió Amán”.
“... El adversario y enemigo es este
perverso Amán. Este (allí presente) se
quedó aterrado delante del rey y de la
reina”. El final de Amán (figura del ma-
ligno) fue terrible.
***
Así la reina Ester es figura de María
Reina que intercede delante del trono de
Dios.
La gloria y poder de Dios son magní-
ficamente descriptos en la figura del rey
Asuero; también vemos el tierno amor
que el Rey tiene a la Reina.
María es como Ester: mujer que se ca-
racteriza por su fe, valentía, preocupa-
ción por los demás, prudencia, autodo-
minio, sabiduría y determinación. Ella
es leal y obediente a su padre adoptivo
Mardoqueo, y se presta a cumplir su de-
ber de representar al pueblo judío y al-
canzar la salvación. Es instrumento ele-
gido por Dios para evitar la destrucción
del pueblo, para proteger y garantizar la
paz.
María, glorificada en el cielo, introdu-
cida como Ester en el palacio del Rey,
no se olvida de su pueblo amenazado,
sino que intercede por él hasta que el
enemigo sea totalmente aniquilado. Ella
es el signo de la esperanza. En Ester que
su intercesión ante Asuero salva a su
pueblo, hallamos la imagen de María
“abogada” nuestra.
Bien podemos decir de María Santísi-
ma lo que dice el libro sagrado: “Ester
[María], a quien el rey hizo esposa y
reina. A través de ella el Señor ha salva-
do a su pueblo, nos ha librado de todos
los males y ha obrado signos y prodigios
como nunca los hubo en los demás pue-
blos” (c. 10; texto griego).

También podría gustarte