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INMACULADA CONCEPCIÓN 2021

San Paolo VI: «La fiesta tan querida de


la Inmaculada Concepción nos presenta a
María Santísima bajo una luz, una prerro-
gativa, que nunca terminaremos de medi-
tar y contemplar. Se permanece encandi-
lado por el modo en que la santa Liturgia,
es decir la doctrina, nuestra fe, nos pre-
senta el misterio de la Inmaculada Con-
cepción: con una sobrenatural, sublime
belleza que despierta en nosotros un de-
seo enorme de alcanzar una meta tan ex-
celente.
1) “Encandilados” -dice San Paolo VI-
sorprendidos, admirados, por el modo en
que Dios redimió a su Santa Madre. No-
sotros “reposamos” gozosos al contem-
plar este bello y gran misterio de “la mu-
jer sin pecado”.
Ni San Agustín, “doctor de la gracia”, ni
Santo Tomás, “doctor Angélico”, ni el
“doctore melifluo” san Bernardo, con su
ardiente amor a María Virgen, llegaron a
comprender “como la afirmación de un
total ausencia de pecado al momento de
la concepción pudiese conciliarse con la
doctrina de la universalidad del pecado
original y de la necesidad de la redención
para todos los descendientes de Adán”
(JP II).
Podemos imaginar a San Bernardo, San
Agustín, Santo Tomás que desde el cielo
contemplaban con admiración y gozo
veían como el beato Pio IX declaraba (en
la bula Ineffabilis Deus: «... declaramos,
afirmamos y definimos que ha sido reve-
lada por Dios, y de consiguiente..., la
doctrina que sostiene que la santísima
Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de culpa original, en el
primer instante de su concepción, por sin-
gular gracia y privilegio de Dios omnipo-
tente, en atención a los méritos de Jesu-
cristo, salvador del género humano...
(Pio IX)».
Pio XII: «La Iglesia católica entera reci-
bió con alborozo la sentencia del Pontí-
fice, que desde hacía tiempo esperaba
con ansia …».
JPII: “¡La Inmaculada Concepción de la
Madre del Redentor es obra sublime de la
santísima Trinidad!”
Tal vez a nosotros no nos sorprende
tanto este don admirable hecho a María.
Pero es necesario recordar con cuanto
trabajo se ha llegado a la definición de
este dogma que pone de manifiesto el po-
der, la sabiduría y la bondad sin límites
de nuestro Padre Dios. Debemos maravi-
llarnos y agradecer.
2) En segundo lugar, -enseña San Pablo
VI- el haber considerado este inefable
don de Dios en María nos reanima e pro-
clama que la perfección es posible; que
también nosotros debemos reconstruir el
pensamiento que Dios tuvo cuando nos
creó: para ser buenos, virtuosos, santos”.
Reflexionemos un momento sobre es-
tas palabras del Santo Padre: Dios, desde
la eternidad tenía (y tiene) un proyecto
para cada uno de nosotros... pero noso-
tros debemos cooperar con Él para con-
cretarlo.
No hay un “amor a primera vista”; el
amor es la realización de un deseo, el
cumplimiento de un sueño... El corazón
humano hospeda a un diminuto arqui-
tecto que trabaja en su interior, y, a partir
del modelo de las personas que ve, y los
libros que lee, sus esperanzas y sus
profundos deseos, dibuja bocetos de
amor ideal, con el deseo ardiente y apa-
sionado de que sus ojos puedan un día ver
este ideal y con su mano poder tocarlo.
…También Dios lleva dentro de sí
mismo el modelo de todo lo que Él ama
en el universo.
Como el arquitecto tiene en su mente el
plano de una casa, antes que sea edifi-
cada, así Dios tiene en su mente una idea
arquetípica de cada flor, cada pájaro,
cada árbol, cada melodía primaveral.
…Todas las criaturas, por debajo del
hombre, corresponden a un modelo que
Dios tiene en mente.
Un árbol es verdaderamente un árbol;
porque corresponde a la idea de que Dios
tiene del árbol. Una rosa es una rosa, por-
que es la idea que Dios tiene de una rosa.
Con las personas, sin embargo, no
ocurre lo mismo. Dios debe poseer en sí
mismo dos imágenes de nosotros: lo que
somos y lo que deberíamos ser. Él es po-
seedor del modelo y su ejecución; el
plano y el edificio; la partitura de la pieza
musical y cómo es esa se ejecuta.
Dios debe tener esas dos imágenes de
nosotros, porque en cada uno de noso-
tros, entre el proyecto original y la forma
en que personalmente lo llevamos a tér-
mino, hay una desproporción inmensa.
La imagen es oscura, la impresión está
descolorida; nuestros actos libres no co-
rresponden a la ley de nuestro ser; hemos
fallado en lo que Dios quiso que fuéra-
mos.
Si bien Dios tiene dos imágenes de no-
sotros, sin embargo, existe una persona
entre todos los seres humanos, de la cual
Él tiene una sola imagen y en esta
persona reina una perfecta conformidad
entre lo que Él quiso que ella fuese y lo
que Ella verdaderamente es: esta persona
es Su Santísima Madre.
Muchos de nosotros somos un signo
“menos”, ya que no hemos respondido
plenamente a las esperanzas que nuestro
Padre Celestial ha depositado en noso-
tros; pero María es el signo "igual".
Ella es, en carne y hueso, el ideal que
Dios hizo de Ella. El modelo y la realiza-
ción son perfectos; Ella es todo lo que fue
planeado, imaginado, soñado. La melo-
día de tu vida es la perfecta ejecución de
la partitura original.
Por eso, a lo largo de los siglos, la litur-
gia cristiana le ha atribuido las palabras
del Libro de los Proverbios. Ella es la rea-
lización de todo lo que Dios quisiera que
nosotros fuésemos. Ella es como la
reproducción fotográfica de la idea exis-
tente en la mente del Señor.
…Cuanto más uno se acerca al fuego,
más fuerte se hace el calor; cuanto más
uno se aproxima a Dios, mayor es la pu-
reza; pero, como nadie estuvo más cerca
de Dios que la mujer, cuyas puertas Él
atravesó para entrar en el mundo, así na-
die puede ser más puro que Ella.
A esta pureza la llamaremos la Inmacu-
lada Concepción.
… Aunque, a pesar de la Inmaculada
Concepción, María también tuvo que ser
redimida del pecado. ¡Ella también!
María es el primer caso de redención,
ya que fue preservada del pecado en el
momento en que fue concebida, mientras
que nosotros lo somos, en menor medida,
después del nacimiento. nació.
… María es el ideal y el amor,
imágenes de lo que es posible, Ella es el
ideal del amor, que Dios ama incluso an-
tes de crear el mundo; Ella es la Virgen
Inmaculada, Madre de Dios.
Hoy le pedimos a Nuestra Señora,
nuestra Madre, que corresponda a las es-
peranzas que el Padre celestial ha depo-
sitado en nosotros

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