la Inmaculada Concepción nos presenta a María Santísima bajo una luz, una prerro- gativa, que nunca terminaremos de medi- tar y contemplar. Se permanece encandi- lado por el modo en que la santa Liturgia, es decir la doctrina, nuestra fe, nos pre- senta el misterio de la Inmaculada Con- cepción: con una sobrenatural, sublime belleza que despierta en nosotros un de- seo enorme de alcanzar una meta tan ex- celente. 1) “Encandilados” -dice San Paolo VI- sorprendidos, admirados, por el modo en que Dios redimió a su Santa Madre. No- sotros “reposamos” gozosos al contem- plar este bello y gran misterio de “la mu- jer sin pecado”. Ni San Agustín, “doctor de la gracia”, ni Santo Tomás, “doctor Angélico”, ni el “doctore melifluo” san Bernardo, con su ardiente amor a María Virgen, llegaron a comprender “como la afirmación de un total ausencia de pecado al momento de la concepción pudiese conciliarse con la doctrina de la universalidad del pecado original y de la necesidad de la redención para todos los descendientes de Adán” (JP II). Podemos imaginar a San Bernardo, San Agustín, Santo Tomás que desde el cielo contemplaban con admiración y gozo veían como el beato Pio IX declaraba (en la bula Ineffabilis Deus: «... declaramos, afirmamos y definimos que ha sido reve- lada por Dios, y de consiguiente..., la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por sin- gular gracia y privilegio de Dios omnipo- tente, en atención a los méritos de Jesu- cristo, salvador del género humano... (Pio IX)». Pio XII: «La Iglesia católica entera reci- bió con alborozo la sentencia del Pontí- fice, que desde hacía tiempo esperaba con ansia …». JPII: “¡La Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad!” Tal vez a nosotros no nos sorprende tanto este don admirable hecho a María. Pero es necesario recordar con cuanto trabajo se ha llegado a la definición de este dogma que pone de manifiesto el po- der, la sabiduría y la bondad sin límites de nuestro Padre Dios. Debemos maravi- llarnos y agradecer. 2) En segundo lugar, -enseña San Pablo VI- el haber considerado este inefable don de Dios en María nos reanima e pro- clama que la perfección es posible; que también nosotros debemos reconstruir el pensamiento que Dios tuvo cuando nos creó: para ser buenos, virtuosos, santos”. Reflexionemos un momento sobre es- tas palabras del Santo Padre: Dios, desde la eternidad tenía (y tiene) un proyecto para cada uno de nosotros... pero noso- tros debemos cooperar con Él para con- cretarlo. No hay un “amor a primera vista”; el amor es la realización de un deseo, el cumplimiento de un sueño... El corazón humano hospeda a un diminuto arqui- tecto que trabaja en su interior, y, a partir del modelo de las personas que ve, y los libros que lee, sus esperanzas y sus profundos deseos, dibuja bocetos de amor ideal, con el deseo ardiente y apa- sionado de que sus ojos puedan un día ver este ideal y con su mano poder tocarlo. …También Dios lleva dentro de sí mismo el modelo de todo lo que Él ama en el universo. Como el arquitecto tiene en su mente el plano de una casa, antes que sea edifi- cada, así Dios tiene en su mente una idea arquetípica de cada flor, cada pájaro, cada árbol, cada melodía primaveral. …Todas las criaturas, por debajo del hombre, corresponden a un modelo que Dios tiene en mente. Un árbol es verdaderamente un árbol; porque corresponde a la idea de que Dios tiene del árbol. Una rosa es una rosa, por- que es la idea que Dios tiene de una rosa. Con las personas, sin embargo, no ocurre lo mismo. Dios debe poseer en sí mismo dos imágenes de nosotros: lo que somos y lo que deberíamos ser. Él es po- seedor del modelo y su ejecución; el plano y el edificio; la partitura de la pieza musical y cómo es esa se ejecuta. Dios debe tener esas dos imágenes de nosotros, porque en cada uno de noso- tros, entre el proyecto original y la forma en que personalmente lo llevamos a tér- mino, hay una desproporción inmensa. La imagen es oscura, la impresión está descolorida; nuestros actos libres no co- rresponden a la ley de nuestro ser; hemos fallado en lo que Dios quiso que fuéra- mos. Si bien Dios tiene dos imágenes de no- sotros, sin embargo, existe una persona entre todos los seres humanos, de la cual Él tiene una sola imagen y en esta persona reina una perfecta conformidad entre lo que Él quiso que ella fuese y lo que Ella verdaderamente es: esta persona es Su Santísima Madre. Muchos de nosotros somos un signo “menos”, ya que no hemos respondido plenamente a las esperanzas que nuestro Padre Celestial ha depositado en noso- tros; pero María es el signo "igual". Ella es, en carne y hueso, el ideal que Dios hizo de Ella. El modelo y la realiza- ción son perfectos; Ella es todo lo que fue planeado, imaginado, soñado. La melo- día de tu vida es la perfecta ejecución de la partitura original. Por eso, a lo largo de los siglos, la litur- gia cristiana le ha atribuido las palabras del Libro de los Proverbios. Ella es la rea- lización de todo lo que Dios quisiera que nosotros fuésemos. Ella es como la reproducción fotográfica de la idea exis- tente en la mente del Señor. …Cuanto más uno se acerca al fuego, más fuerte se hace el calor; cuanto más uno se aproxima a Dios, mayor es la pu- reza; pero, como nadie estuvo más cerca de Dios que la mujer, cuyas puertas Él atravesó para entrar en el mundo, así na- die puede ser más puro que Ella. A esta pureza la llamaremos la Inmacu- lada Concepción. … Aunque, a pesar de la Inmaculada Concepción, María también tuvo que ser redimida del pecado. ¡Ella también! María es el primer caso de redención, ya que fue preservada del pecado en el momento en que fue concebida, mientras que nosotros lo somos, en menor medida, después del nacimiento. nació. … María es el ideal y el amor, imágenes de lo que es posible, Ella es el ideal del amor, que Dios ama incluso an- tes de crear el mundo; Ella es la Virgen Inmaculada, Madre de Dios. Hoy le pedimos a Nuestra Señora, nuestra Madre, que corresponda a las es- peranzas que el Padre celestial ha depo- sitado en nosotros