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2.1.1.1 Conceptos.
Inicialmente, tengamos presente el criterio del profesor Alejandro Vergara Blanco, el cual
precisa ciertos elementos a tiempo de estructurar el conocimiento del Derecho
Administrativo, a decir, un núcleo dogmático que identifica la materia como tal:
De allí, quizás lo explique mejor más tarde, que siempre el núcleo dogmático de la
disciplina del Derecho Administrativo ha de contener esos tres aspectos
esenciales (Administración, actividad administrativa y administrado); y si no
somos capaces de unificar en grandes capítulos esos tres temas, se dificulta
mucho más la enseñanza. (Vergara Blanco, 2016, p. 5)
Para Bielsa (1965) citado en Morales, Morocho y Silva (2015) el Derecho Administrativo
es un complejo de principios y normas de Derecho público interno que regula: la
organización y comportamiento de la administración pública, directa e indirectamente;
las relaciones de la administración pública con los administrados; con los distintos
órganos entre sí de la administración pública; con el fin de satisfacer y lograr las
finalidades del interés público hacia la que debe tender la Administración (p. 13).
Para Darío y Martin (1994) el Derecho Administrativo es aquel que regula las relaciones
de los órganos públicos, entidades autárquicas o descentralizadas y empresas del
Estado, respecto los habitantes o administrados (Morales et al, 2015, p. 13).
Cita teórica que enuncia la racionalización del ejercicio del poder público en beneficio de
la colectividad, pues poco ha de superarse la vieja concepción de acentuar al Derecho
Administrativo como una disciplina netamente centrada en los intereses de la
administración, pues bajo un enfoque moderno debe asignársele una esencia que intente
modular el interés del administrado con el Estado, aspecto sumamente importante a
tiempo de abordar el presente trabajo, pues se busca superar el estado de pasividad de
la administración pública a momento de dar respuesta a una solicitud determinada del
administrado, aspecto que compatibiliza y resguarda el interés del ciudadano frente a las
potestades de la administración.
Reglamenta las relaciones con otras ramas del Derecho y con las que no pertenecen al
Derecho (Morales et al, 2015, p. 14).
En el idioma español, el verbo administrar proviene del latín ad, traducible como
hacía, en sentido de movimiento, y ministrare, compuesto de manus (mano) y
trahere (traer), por tanto, ad manus trahere puede interpretarse como servir, ofrecer
algo a otro o servirle alguna cosa. Administración, según Isaac Guzmán Valdivia
(1961) “Es la dirección eficaz de las actividades y la colaboración de otras personas
para obtener de- terminados resultados”.
La administración, en su aspecto dinámico, se puede explicar cómo la serie de
etapas concatenadas y sucesivas dirigidas a obtener metas y objetivos
predeterminados de un conjunto social, mediante el aprovechamiento racional de sus
elementos disponibles. Lourdes Münch Galindo y José García Martínez (1995)
proponen la siguiente definición integral de la administración: “Proceso cuyo objeto
es la coordinación eficaz y eficiente de los recursos de un grupo social para lograr
sus objetivos con la máxima productividad”.
Igualmente, la administración se puede considerar también como un arte, por tratarse
de una virtud, disposición o habilidad de servir bien; también se le entiende como una
técnica, habida cuenta que implica el empleo y aplicación de un acervo de
procedimientos y recursos; y desde luego, también, es una ciencia porque es un
conjunto sistematizado de conocimientos relativos a la organización y funcionamiento
de los servicios (Fernández, 2016, p. 90)
Con frecuencia se ha dicho que la administración pública es parte del Poder ejecutivo
y se ve regulada por el Derecho administrativo, tanto en su organización o estructura
como en su actividad (Fernández, 2016, p. 92).
Uno de los grandes administrativistas españoles del siglo XX, Femando Garrido
Falla, entendió a la administración pública, en sentido objetivo, como el área de la
actividad desarrollada por el Poder ejecutivo; y en sentido subjetivo, la interpretó
como un ente orgánico de gran complejidad integrado en el poder ejecutivo; además
hizo notar la no equivalencia en dimensión de los términos poder ejecutivo y
administración pública, dada la mayor extensión del primero respecto de la segunda,
lo cual implica que la administración es una parte del Poder ejecutivo (Fernández,
2016, p. 93)
Sin embargo, ante la exigencia moral de que todo monarca sea virtuoso, el trato
condescendiente, piadoso y misericordioso con sus súbditos hizo que la atención de
las peticiones constituyera una práctica de la realeza que distinguía la calidad de la
relación del monarca con los súbditos; pero no era discutible su potestad suprema de
atender o no la petición.
Durante dicha época los individuos, las corporaciones y los estamentos eran los que
formulaban peticiones.
Como puede notarse, el Derecho de Petición no fue creado por la Revolución Liberal.
Por el contrario, los postulados esenciales de ella, que consagraron como principio
absoluto la soberanía indivisible cuyo origen único es la Nación y es ejercido por una
asamblea de representantes, no admitía que ningún cuerpo intermedio ni que el
individuo ejerza autoridad por sí mismos. Rousseau, en "El Contrato Social", señala
que”... para poder fijar el enunciado de la voluntad general (es necesario que) no
haya ninguna sociedad parcial del Estado y que cada ciudadano opine
exclusivamente según él mismo".
Es probablemente ésta una importante razón por la que el Derecho de Petición no
fue recogido en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789.
Debe tenerse en cuenta que el Derecho de Petición está en la base del surgimiento
de otros Derechos como el de libertad de expresión, de asociación, de información,
entre otros vinculados a la relación entre la persona y la autoridad pública; lo cual
nos permite sostener que, en proyección al futuro, el Derecho de Petición muy
probablemente siga constituyendo la base del surgimiento de otros Derechos; lo cual,
lejos de configurarlo como Derecho meramente residual y debilitado - como sostiene
un sector de la doctrina - nos lleva a considerarlo como un Derecho de múltiples
manifestaciones y que incoa el ejercicio de todas las funciones del poder,
indistintamente; algo así como un elemento integrante del telas del ordenamiento
jurídico, lo suficientemente fuerte y básico como para impulsar contenidos nuevos a
la relación entre las personas y la autoridad, así como para apoyar o complementar
el ejercicio de otros Derechos de las personas en sus relaciones con la autoridad.
(Salazar, 2014, p. 192)
La conducta omisiva de los funcionarios y entidades que forman parte del conjunto
organizacional conocido como administración pública, ante la que muchas veces el
ciudadano se encuentra inerme, es uno de los principales vicios que la caracterizan.
(…) Nos (…) referirnos al silencio administrativo como una técnica garantizadora de
los Derechos de los particulares frente a una Administración que omita dictar un Acto
Administrativo expreso dentro de un procedimiento en violación de la obligación legal
de resolver las pretensiones que se le formulen (Danos, 2016, p. 225)
Por su origen, el silencio administrativo ya sea negativo o positivo nace con un fuerte
sello «pro administrado» para evitar los perjuicios que podrían ocasionarle la
inactividad formal de la administración.
Hay, empero, unos supuestos que pueden servir de denominador común a cualquier
tipo de silencio administrativo. Son:
1. Que alguien (Administración o administrado) debe o puede hacer o decidir algo en
un plazo determinado. Así, la Administración, que ha de resolver un expediente
dentro de un plazo legal prescrito, o contestar a una petición, o aprobar un acto
municipal; o el particular, que puede aportar unos documentos, o ser oído en un
expediente durante el plazo que se la ha concedido.
Pues bien, lo que debe aclararse es que los principios aplicables a cada caso (por
tanto, lo que ocurre cuando el plazo ha transcurrido sin que se actúe o hable) no son
siempre los mismos.
Como un hecho: María Diez sostiene que: “El Silencio Administrativo constituye un
hecho jurídico, un hecho al cual el Derecho puede otorgar consecuencias jurídicas”.
“El Silencio es un hecho y no constituye una declaración de voluntad”. “El silencio
debe entenderse pura y simplemente como una presunción legal, presunción que
está motivada por exigencias procesales” (Sánchez, 2016, p. 20).
Por lo tanto, según el referido autor, el Silencio Administrativo es un acto tácito; sin
embargo, el mismo tratadista al pronunciarse sobre los actos tácitos señala: “Habrá
declaración “tácita” o “implícita” de la voluntad cuando tal declaración permite deducir
inequívocamente, por vía de “interpretación” el sentido o alcance de la voluntad de la
Administración Pública. Generalmente, esta forma “tácita” está representada o
constituida por la actividad material de la administración, por comportamiento de
ésta, por hechos, según Marienhoff (1960) citado por Cordero (2009, p.44).
Vemos que no existe una interpretación que nos lleve a deducir el alcance o sentido
de la voluntad de la administración pública, cuando la misma nada dice respecto de
una petición planteada, es la Ley la que determina ese contenido o sentido.
Como acto presunto: Cuesta (1995), señala por su parte: “Decimos que, en el
supuesto del Silencio Administrativo, el ordenamiento jurídico presume la existencia
de un acto. Nos encontramos, pues: 1° Ante un verdadero Acto Administrativo, que
posee la misma trascendencia jurídica que los actos expresos, mediante los que
normalmente se pronuncia la administración (…). 2° Pero acto presunto, por lo que, a
diferencia de los actos tácitos, está cerrada la puerta a toda labor hermenéutica
acerca del valor que quepa atribuir a la conducta de la administración. Dicho valor
será siempre el que dispone el Derecho positivo. (Cordero, 2009, p.45).
“La situación del particular que ha formulado una solicitud para que se dicte en su
favor un Acto Administrativo, o que ha interpuesto un recurso administrativo contra
un acto que lo afecta, quedaría al arbitrio de las autoridades si éstas se abstuvieran
de resolver las instancias que les fueran dirigidas, pues como el particular no puede
recurrir administrativa o judicialmente mientras no haya un acto que niegue
expresamente lo solicitado, prolongando la abstención se nulificarían prácticamente
los Derechos que las leyes otorgan (Valdivieso, 2011, p. 28).
Todos los inconvenientes que se han puesto de manifiesto, obligan a una necesaria
revisión del sistema en vigencia y reincorporar a nuestro sistema jurídico el silencio
administrativo negativo. Pero con ello no decimos que se trate de eliminar por
completo al silencio administrativo positivo, sino de lograr un equilibrio que nazca de
una auténtica prudencia legislativa que sopese las situaciones en las cuales dicha
figura pueda ser aplicable con aquel criterio de Justicia y Bien Común que debe guiar
al ordenamiento jurídico.
2.6.6.1 Chile.
2.6.6.2 Argentina.
2.6.6.3 Guatemala.
Por su parte los artículos 69 y 127 del Estatuto del Régimen Jurídico de la Función
Ejecutiva establecen que el plazo máximo para resolver las peticiones y
procedimientos sometidos a las entidades sujetas al Estatuto será de 60 días, luego
de lo cual la petición se entenderá aceptada.
2.7.1. La responsabilidad.
En el Estado de Derecho Constitucional el desempeño de toda función pública
conlleva la consiguiente responsabilidad, la misma que es propia del sistema
democrático-representativo de gobierno en virtud de que siendo el pueblo titular de la
soberanía delega su ejercicio a los órganos del poder público (art. 7 CPE.)
RESPONSABILIDAD ADMINISTRATIVA.
El Artículo 29 de la Ley Nº 1178 SAFCO, establece que la responsabilidad es
administrativa, cuando la acción u omisión contraviene el ordenamiento jurídico
administrativo y las normas que regulan la conducta funcionaria.
Por su parte los arts. 16 y 37 del D.S. No. 23318-A, de 3 de noviembre de 1.992, que
reglamenta la Ley SAFCO, disponen que las responsabilidades administrativa y
ejecutiva prescriben a los dos años de cometida la contravención, tanto para
servidores y ex servidores públicos, en el primer caso, y de concluida la gestión del
máximo ejecutivo, en el segundo caso (Dermisaky, 2012, p. 14)