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2.1. FUNDAMENTOS TEÓRICOS.

Antes de entrar en concreto al tema objeto de investigación, desarrollaremos la rama


del Derecho de la cual se desprende:

2.1.1. El Derecho Administrativo.

2.1.1.1 Conceptos.

Inicialmente, tengamos presente el criterio del profesor Alejandro Vergara Blanco, el cual
precisa ciertos elementos a tiempo de estructurar el conocimiento del Derecho
Administrativo, a decir, un núcleo dogmático que identifica la materia como tal:

De allí, quizás lo explique mejor más tarde, que siempre el núcleo dogmático de la
disciplina del Derecho Administrativo ha de contener esos tres aspectos
esenciales (Administración, actividad administrativa y administrado); y si no
somos capaces de unificar en grandes capítulos esos tres temas, se dificulta
mucho más la enseñanza. (Vergara Blanco, 2016, p. 5)

Lo expuesto denota la importancia de identificar al Derecho Administrativo a traves de un


nucleo dogmatico, es decir, un conjunto de componentes ineludibles que pregonen las
caracterizticas centrales de una disciplina, pues de ese modo su entendimiento resulta
mas adecuado, consiguientemente, estableciendo una relacion entre administracion,
acto administrativo y administrado, podremos tener un panorama mas claro de la
presente tematica, pues no olvidemos que el problema de investigacion centra su
atencion en la administracion, cuya funcion genera mora procesal a tiempo de dar
respuesta a una solicitud fincada por el administrado, de ese modo, podemos ir
concantenando los distintos conceptos esbozados por los diferentes autores
especialistas en la materia.

Para Bielsa (1965) citado en Morales, Morocho y Silva (2015) el Derecho Administrativo
es un complejo de principios y normas de Derecho público interno que regula: la
organización y comportamiento de la administración pública, directa e indirectamente;
las relaciones de la administración pública con los administrados; con los distintos
órganos entre sí de la administración pública; con el fin de satisfacer y lograr las
finalidades del interés público hacia la que debe tender la Administración (p. 13).

Para Villegas (2006) citado en Morales et al (2015) el Derecho Administrativo es un


complejo de normas y de principios de Derecho Público interno que regulan las
relaciones entre los entes públicos y los particulares o entre aquéllos entre sí, para la
satisfacción concreta, directa o inmediata de las necesidades colectivas, bajo el orden
jurídico estatal (p. 13).

Para Darío y Martin (1994) el Derecho Administrativo es aquel que regula las relaciones
de los órganos públicos, entidades autárquicas o descentralizadas y empresas del
Estado, respecto los habitantes o administrados (Morales et al, 2015, p. 13).

Martínez (1991) expresa: “El Derecho Administrativo es el conjunto de reglas jurídicas


relativas a la acción administrativa del Estado, la estructura de los entes del poder
ejecutivo y sus relaciones” (Morales et al, 2015, p. 13).

Fernández (2009), da la siguiente definición: El Derecho Administrativo es el conjunto de


normas y principios del Derecho público que rigen la estructura, organización, y
funcionamientos de las diversas áreas de la administración pública de las relaciones de
éstas entre sí, así como de sus relaciones con las demás instituciones del Estado y con
los particulares (Morales et al, 2015, p. 13).

Rafael de Pina (1958) expresa: El Derecho Administrativo es la totalidad de las normas


positivas destinadas a regular la actividad del Estado y de los demás órganos públicos,
en cuanto se refiere al establecimiento y realización de los servicios de esta naturaleza,
así como a regir las relaciones entre la administración y los particulares y de las
entidades administrativas entre sí (Morales et al, 2015, p. 13).

Lo expuesto, centra el análisis de la presente temática en las orbitas del Derecho


Administrativo, cuya conceptualización aglutina un conjunto de normas que rigen la
organización, estructura y funcionamiento de la administración pública, como también la
relación con los administrados.

2.1.1.2 El Derecho administrativo en su esencia.

Habiéndose concebido el concepto del Derecho Administrativo, la esencia del mismo


radica en la defensa de los Derechos de los ciudadanos en sus relaciones con la
Administración, con mayor argumento, el profesor Agustín Gordillo refiere:

Uno de los pilares esenciales de la temática del derecho administrativo es así la


protección del particular contra el ejercicio irregular o abusivo de la función
administrativa; si relegáramos este problema a ser uno de los aspectos
secundarios de la disciplina, estaríamos quitándole a ésta una de sus notas
características en el Estado de Derecho y por lo tanto su diferenciación con las
normas administrativas totalitarias. (GORDILLO, 2003, p. 120)

Cita teórica que enuncia la racionalización del ejercicio del poder público en beneficio de
la colectividad, pues poco ha de superarse la vieja concepción de acentuar al Derecho
Administrativo como una disciplina netamente centrada en los intereses de la
administración, pues bajo un enfoque moderno debe asignársele una esencia que intente
modular el interés del administrado con el Estado, aspecto sumamente importante a
tiempo de abordar el presente trabajo, pues se busca superar el estado de pasividad de
la administración pública a momento de dar respuesta a una solicitud determinada del
administrado, aspecto que compatibiliza y resguarda el interés del ciudadano frente a las
potestades de la administración.

2.1.1.3 Objeto del Derecho administrativo.

El objeto es el funcionamiento de la administración pública y el ejercicio de la función


administrativa.

2.1.1.4 Funciones del Derecho administrativo.


El Derecho Administrativo tiene las siguientes funciones: Regular la relación entre
administrados y la Administración.

Estructura la organización interna de la Administración.

Reglamenta las relaciones con otras ramas del Derecho y con las que no pertenecen al
Derecho (Morales et al, 2015, p. 14).

2.1.2. La administración pública.

Se advierten en la administración pública dos aspectos distintos, uno dinámico y otro


estático; conforme al primero, se explica como la acción del sector público en
ejercicio de la función pública administrativa, en cuya virtud, dicta y aplica las
disposiciones destinadas al cumplimiento y observancia de las leyes en aras del
interés público. En su aspecto estático, la administración pública viene a ser la
estructura integrada por las instituciones depositarias de la función pública
administrativa.

Esa estructura de la administración pública está compuesta por áreas distribuidas en


los tres poderes tradicionales: legislativo, ejecutivo y judicial, así como en los
órganos no adscritos por la constitución a los mencionados poderes; empero,
tradicionalmente se alude a la administración pública para referirse exclusivamente a
su área inserta en el poder ejecutivo, que es, con mucho, la mayor, lo que no impide
la existencia de un área de administración pública, tanto en el órgano legislativo
como en el órgano judicial y en las instituciones públicas autónomas que no están
adscritas a ninguno de los tradicionales órganos depositarios de las funciones del
poder público (Fernández, 2016, p. 89).

2.2.1 Concepto de Administración.

En el idioma español, el verbo administrar proviene del latín ad, traducible como
hacía, en sentido de movimiento, y ministrare, compuesto de manus (mano) y
trahere (traer), por tanto, ad manus trahere puede interpretarse como servir, ofrecer
algo a otro o servirle alguna cosa. Administración, según Isaac Guzmán Valdivia
(1961) “Es la dirección eficaz de las actividades y la colaboración de otras personas
para obtener de- terminados resultados”.
La administración, en su aspecto dinámico, se puede explicar cómo la serie de
etapas concatenadas y sucesivas dirigidas a obtener metas y objetivos
predeterminados de un conjunto social, mediante el aprovechamiento racional de sus
elementos disponibles. Lourdes Münch Galindo y José García Martínez (1995)
proponen la siguiente definición integral de la administración: “Proceso cuyo objeto
es la coordinación eficaz y eficiente de los recursos de un grupo social para lograr
sus objetivos con la máxima productividad”.
Igualmente, la administración se puede considerar también como un arte, por tratarse
de una virtud, disposición o habilidad de servir bien; también se le entiende como una
técnica, habida cuenta que implica el empleo y aplicación de un acervo de
procedimientos y recursos; y desde luego, también, es una ciencia porque es un
conjunto sistematizado de conocimientos relativos a la organización y funcionamiento
de los servicios (Fernández, 2016, p. 90)

2.2.2 Concepto de Administración Pública.

Con frecuencia se ha dicho que la administración pública es parte del Poder ejecutivo
y se ve regulada por el Derecho administrativo, tanto en su organización o estructura
como en su actividad (Fernández, 2016, p. 92).

Uno de los grandes administrativistas españoles del siglo XX, Femando Garrido
Falla, entendió a la administración pública, en sentido objetivo, como el área de la
actividad desarrollada por el Poder ejecutivo; y en sentido subjetivo, la interpretó
como un ente orgánico de gran complejidad integrado en el poder ejecutivo; además
hizo notar la no equivalencia en dimensión de los términos poder ejecutivo y
administración pública, dada la mayor extensión del primero respecto de la segunda,
lo cual implica que la administración es una parte del Poder ejecutivo (Fernández,
2016, p. 93)

En la doctrina administrativista predomina la idea de que la administración pública


rebasa con mucho la órbita del órgano conocido como Poder ejecutivo, así lo
reconoce, por ejemplo, Marshall Dimock, al afirmar: “la administración pública tiene
relación con los problemas del gobierno, si la administración pública tiene relación
con los problemas del gobierno, es que está interesada en conseguir los fines y los
objetivos del estado. La administración pública es el estado en acción, el estado
como constructor” (Fernández, 2016, p. 94)

2.3 Derecho de Petición.

El Silencio Administrativo, tiene como antecedente y sustento a uno de los Derechos


fundamentales consagrados en nuestra Constitución, establecido como Derechos de
Libertad de las Personas: el Derecho de Petición, el mismo que surge como una
respuesta al autoritarismo y absolutismo (Sánchez, 2016, p. 11)

2.3.1 Breve Referencia Histórica.

El Derecho de Petición tiene su origen remoto en la posibilidad que tenían los


súbditos de pedir gracias al monarca; bajo el entendido que, siendo el Rey la
instancia suprema de decisión, podía considerar la petición formulada, aunque sin
estar, en principio, obligado a hacerlo ni a dar respuesta.

Se partía del criterio de que, en principio, el súbdito no tenía Derecho subjetivo


alguno ni interés legítimo en el cual sustentar su petición; siendo ésta únicamente
equiparable a la súplica con la finalidad de obtener una gracia del monarca.

Sin embargo, ante la exigencia moral de que todo monarca sea virtuoso, el trato
condescendiente, piadoso y misericordioso con sus súbditos hizo que la atención de
las peticiones constituyera una práctica de la realeza que distinguía la calidad de la
relación del monarca con los súbditos; pero no era discutible su potestad suprema de
atender o no la petición.

En contraposición a la posibilidad de atender la petición, formulación que finalmente


ha llegado a tener la expresión del Derecho de Petición, se infiere que históricamente
se han presentado casos en que el monarca castigó al súbdito por la formulación de
petición, probablemente bajo el criterio de que significaba un cuestionamiento a su
poder o al orden establecido por él.

Los primeros pasos hacia la configuración de la petición como un Derecho se


produjeron al aprobarse la Carta Magna que los barones ingleses impusieron al Rey
Juan Sin Tierra en 1215, así como el reconocimiento de libertades públicas de los
ingleses que se estableció en el Bill of Rights de 1628.

El hito más claro en la consagración del Derecho de Petición lo constituye el Bill of


Rights cuyo artículo 5 establece "que es Derecho de los súbditos dirigir peticiones al
Rey, y todo encarcelamiento y procesamiento basado en tal petición es ilegal".

Durante dicha época los individuos, las corporaciones y los estamentos eran los que
formulaban peticiones.

Como puede notarse, el Derecho de Petición no fue creado por la Revolución Liberal.
Por el contrario, los postulados esenciales de ella, que consagraron como principio
absoluto la soberanía indivisible cuyo origen único es la Nación y es ejercido por una
asamblea de representantes, no admitía que ningún cuerpo intermedio ni que el
individuo ejerza autoridad por sí mismos. Rousseau, en "El Contrato Social", señala
que”... para poder fijar el enunciado de la voluntad general (es necesario que) no
haya ninguna sociedad parcial del Estado y que cada ciudadano opine
exclusivamente según él mismo".
Es probablemente ésta una importante razón por la que el Derecho de Petición no
fue recogido en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789.

A los pocos años, en 1791, la Constitución Francesa lo incluyó como un Derecho


natural y civil, abierto tanto a los hombres que gozaban de Derechos políticos, como
los que no gozaban de ellos. Sin embargo, en realidad implicaba para los ciudadanos
activos un medio correctivo al gobierno representativo que permitía recordar a sus
representantes sus deseos y sus proyectos, mientras que para los ciudadanos no
activos significaba una especie de medio sustituto al Derecho de sufragio político del
cual no gozaban. Al tener consagrado el Derecho de Petición, los ciudadanos no
activos estaban colocados en una situación en virtud de la cual no podían cuestionar
o desobedecer las leyes, pues podían pedir la reforma o mejora de las mismas.

Configurado así el Derecho de Petición, se constituyó en un instrumento de


legitimidad democrática expresada como "la libertad de dirigir a las autoridades
constituidas peticiones firmadas individualmente"; lo cual se extendió en las
constituciones europeas.

La consagración del Derecho en instrumentos normativos trascendentes fue


irregular. Así, tenemos que la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano
de 1793 recoge el Derecho, pero no figura en la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre de 1948, ni en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de 1966, ni en el Convenio Europeo para Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades de 1950. Pero sí es recogido en la Declaración
Interamericana de Derechos y Deberes del Hombre de 1948.

Históricamente, el Derecho de Petición, conforme fue evolucionando, influyó


notablemente en la configuración de otros Derechos, entre los que destacan el
Derecho de reunión, asociación, de manifestación y de imprenta; a tal punto que, a
decir de Ruiz Del Castillo!, "el Derecho de Petición se incorpora, como alma, a otros
varios Derechos individuales, en los que palpita el anhelo o la moción de reformas o
de nuevos establecimientos legales: tales son los Derechos de reunión o de
manifestación y, en general, los que constituyen cauces de expresión del
pensamiento". Como dato, al respecto cabe mencionar que, en la primera enmienda
a la Constitución de los Estados Unidos de América, conjuntamente con el Derecho
de Petición, se reconocieron los Derechos a la libertad de prensa y el Derecho de
reunión (Salazar, 2014, p. 190)

2.3.2 Concepto del Derecho de Petición.

Una definición comprehensiva del Derecho de Petición lleva a considerarlo como el


Derecho de toda persona que no es titular de Derechos subjetivos o de intereses
legítimos, de dirigir peticiones a los organismos, órganos y personas-órgano que
ejercen las funciones del Poder, sobre materias de competencia de éstos (Salazar,
2014, p. 191)

2.3.3 Naturaleza jurídica del Derecho de Petición.

En la doctrina se discute sobre la naturaleza jurídica del Derecho de Petición. Las


diferencias se deben, al parecer, a factores como la época (por ejemplo, el punto de
partida es diferente en tiempo de la Monarquía que en el tiempo de los Estados
Democráticos), la doctrina (la misma que, a su vez, se sustenta en fuentes reales del
Derecho, como son la ideología imperante, los fenómenos políticos y el estado de la
Ciencia) y la regulación normativa positiva (que, en tanto tal, implica que el legislador
nacional de cada país ha optado por alguna corriente de pensamiento).

No obstante, en términos generales se pueden distinguir corrientes de opinión sobre


el tema. Así, el primer aspecto en discusión es determinar si estamos propiamente
ante un Derecho o no. Al respecto, consideramos que ambas posiciones
corresponden a la diferente ubicación temporal de la petición de que parten.
En efecto, si ubicamos a la petición en el período histórico en que se originó -
identificado con los regímenes que podemos calificar genéricamente como
monárquicos - la petición efectuada por el súbdito no se sustenta ni en un Derecho
para formular la petición, ni en un Derecho subjetivo material que sustente el pedido;
siendo por tanto una actitud equiparable a un ruego o invocación únicamente. En
cambio, desde los momentos históricos como el establecimiento del Bill of Rights, la
petición se transforma en un Derecho.

Durante este período, si la autoridad no tiene la obligación de acogerla, contestarla o


rechazarla, en realidad la petición muestra una naturaleza de libertad de la persona;
pero, en los casos en que existe la obligación de la autoridad de contestarla o de
acoger la petición, ésta, sin dejar de mostrar elementos esenciales de libertad de la
persona, incorpora a su naturaleza la característica de Derecho.

Como hecho subsiguiente, la historia registra que, al nacer los Estados


Democráticos, inicialmente el Derecho de Petición fue considerado excluyente del rol
asignado a las Cámaras Legislativas. Sin embargo, en tiempo relativamente breve
fue incorporado como Derecho de todas las personas (sean o no ciudadanos
propiamente), pues constituía un mecanismo de legitimidad del sistema político.

Debe tenerse en cuenta que el Derecho de Petición está en la base del surgimiento
de otros Derechos como el de libertad de expresión, de asociación, de información,
entre otros vinculados a la relación entre la persona y la autoridad pública; lo cual
nos permite sostener que, en proyección al futuro, el Derecho de Petición muy
probablemente siga constituyendo la base del surgimiento de otros Derechos; lo cual,
lejos de configurarlo como Derecho meramente residual y debilitado - como sostiene
un sector de la doctrina - nos lleva a considerarlo como un Derecho de múltiples
manifestaciones y que incoa el ejercicio de todas las funciones del poder,
indistintamente; algo así como un elemento integrante del telas del ordenamiento
jurídico, lo suficientemente fuerte y básico como para impulsar contenidos nuevos a
la relación entre las personas y la autoridad, así como para apoyar o complementar
el ejercicio de otros Derechos de las personas en sus relaciones con la autoridad.
(Salazar, 2014, p. 192)

2.1.4 La inactividad de la administración.

La conducta omisiva de los funcionarios y entidades que forman parte del conjunto
organizacional conocido como administración pública, ante la que muchas veces el
ciudadano se encuentra inerme, es uno de los principales vicios que la caracterizan.

Para contrarrestar dicha inercia nuestro ordenamiento ha establecido mecanismos


procesales para que los afectados puedan combatir las distintas formas de
inactividad en que pueda incurrir la administración.

La clasificación más aceptada distingue entre inactividad formal e inactividad material


de la administración. La inactividad formal se refiere a la pasividad de la
administración dentro de un procedimiento, es la simple no contestación a una
petición o recurso de los particulares, es decir se traduce en el incumplimiento de
resolver expresamente las cuestiones que hubiesen sido planteadas por los
particulares. En cambio, la inactividad material es un simple no hacer al margen de
un procedimiento, supone una conducta omisiva en cuanto a sus resultados
materiales

Para corregir el incumplimiento formal de la Administración de resolver las peticiones


o recursos que se le formulen se ha creado la técnica del silencio administrativo en
sus variantes negativa y positiva.

(…) Nos (…) referirnos al silencio administrativo como una técnica garantizadora de
los Derechos de los particulares frente a una Administración que omita dictar un Acto
Administrativo expreso dentro de un procedimiento en violación de la obligación legal
de resolver las pretensiones que se le formulen (Danos, 2016, p. 225)

El silencio administrativo es una figura nacida en el Derecho Administrativo francés.


El silencio administrativo nace con una finalidad muy concreta: abrir al particular la
posibilidad de enjuiciar la conducta de la Administración, aunque no existiese un Acto
Administrativo que impugnar, es decir, superar la inactividad formal que obstaculiza
el acceso de los particulares a los mecanismos de protección jurisdiccional.

(…) una de las garantías esenciales de un Estado de Derecho lo constituye el control


judicial sin reservas de la Administración Pública, de modo que los particulares
afectados por decisiones administrativas tienen el derecho constitucionalmente
garantizado de demandar la tutela judicial para la revisión de actos administrativos
que considere ilegales o atentatorios de sus Derechos.

En ese aspecto, la Administración cuenta con un privilegio jurídico que consiste en la


exigencia a los particulares de agotar previamente la vía administrativa de
controversia mediante la interposición de los recursos impugnativos que la ley
franquea como requisito indispensable para el inicio del proceso contencioso
administrativo ante el Poder Judicial.

Como quiera que el derecho de los particulares a cuestionar judicialmente las


decisiones de la Administración que los afecten está condicionado a que previamente
planteen sus pretensiones ante la propia Administración, el silencio administrativo
opera como una técnica destinada a garantizar que el particular no quede
desprotegido o privado de toda garantía judicial frente a la Administración muchas
veces renuente a pronunciarse precisamente para evitar el control de sus decisiones.

En tal sentido el silencio administrativo negativo es un mecanismo de garantía


procesal de los particulares, tiene por objetivo evitar que la Administración eluda el
control jurisdiccional mediante el simple expediente de permanecer inactiva sin
resolver el procedimiento iniciado por el particular.

Por su origen, el silencio administrativo ya sea negativo o positivo nace con un fuerte
sello «pro administrado» para evitar los perjuicios que podrían ocasionarle la
inactividad formal de la administración.

En singular el silencio de carácter negativo constituye una simple ficción legal de


efectos meramente procesales, establecido en beneficio del particular para permitirle
el acceso a la impugnación de las decisiones administrativas.
El silencio negativo combate la omisión, el retardo o la demora de la Administración
en cumplir su deber de resolver, lo que constituye una infracción a las normas que
establecen la obligación legal de la Administración de pronunciarse sobre las
peticiones y recursos que planteen los particulares.

El silencio administrativo de carácter negativo no es equiparable a un Acto


Administrativo presunto, no se trata de un acto de sentido desestimatorio, es más
bien un hecho al cual la ley le asigna efectos jurídicos que no expresa voluntad
alguna de la Administración, por ello se dice que dicho silencio negativo carece de
sentido por sí mismo, si no es para ser impugnado por decisión del interesado.
(Danos, 2016, p. 226)

2.1.5 El Acto Administrativo tácito.

La aceptación tácita, por silencio administrativo, a solicitudes o reclamos de


particulares presentadas a conocimiento de la administración pública, es un arma
para hacer efectivo el Derecho constitucional de petición y contra la negligencia,
desidia, inoperancia y corrupción que, desgraciadamente, todavía no se logra
imponer por la tenaz resistencia de directivos y servidores públicos (Valdivieso, 2011,
p. 31)

2.5.1 Concepto y Definición.

Jaramillo (2012) citado en Valdivieso (2011) la define como “Acto Administrativo la


decisión general o especial que, en ejercicio de sus funciones, toma la autoridad
administrativa, y que afecta a Derechos, deberes e intereses de particulares o de
entidades públicas” (p. 31).

2.5.2 Los actos administrativos según la manifestación de


voluntad: actos administrativos expresos y tácitos.
La manifestación de voluntad que produce el Acto Administrativo, debe ser expresa y
formal, conteniendo el acto una serie de requisitos que deben manifestarse por
escrito. Sin embargo, la Ley admite la figura de la manifestación de voluntad tácita de
la Administración, derivada del silencio administrativo, cuando se prevé que en los
casos en los cuales un órgano de la Administración Pública no resolviera un asunto o
un recurso dentro de los lapsos que prevé la misma Ley, y que están consagrados
para los asuntos o peticiones y en materia de recursos administrativos, se considera
que ha resuelto negativamente pudiendo el interesado intentar el recurso inmediato
siguiente. “Por tanto, consagra el Acto Administrativo tácito de contenido negativo,
derivado del transcurso del tiempo, es decir, del silencio administrativo, según Arroyo
(2002) citado en (Valdivieso, 2011, p. 35)

“El silencio administrativo no es un acto tácito, pues lo tácito implica un


comportamiento que revele, por vía indirecta, una voluntad distinta de la que se
exterioriza de modo expreso. Además, en el acto tácito hay un acto a través del cual
se induce la voluntad, mientras que en la situación del silencio ante el Derecho, lo
que se da es una inactividad compleja, en sí y por sí indiferente y equívoca.

No se trata de interpretar presuntivamente el silencio de la administración, sino de


sustituir la declaración de voluntad que la administración debió producir y no produjo,
por el criterio de resolución que para tal hipótesis expresamente preestablece la ley”
según Santamaría (2004) citado en (Valdivieso, 2011, p. 36)

2.6 El silencio administrativo.

2.6.1 Concepto de silencio administrativo.

El vocablo silencio etimológicamente se deriva de la expresión latina silentium que


significa no decir nada; en consecuencia, el Silencio Administrativo hace referencia a
que la administración no dijo nada, siempre y cuando tenga el deber de pronunciarse
(Sánchez, 2016, p. 19)
Para dar un concepto general de lo que debemos entender por Silencio
Administrativo, algunos tratadistas del Derecho Awqedministrativo reflejan diversos
puntos de vista entre ellos:

García y Fernández (2011) citado en Sánchez (2016) sostienen que, en ocasiones,


ante la ausencia de una voluntad administrativa expresa, la Ley sustituye por sí
misma esa voluntad inexistente presumiendo que, a ciertos efectos dicha voluntad se
ha producido con un contenido bien negativo o desestimatorio, o bien positivo o
afirmativo.

Cuesta (1995) citado en Cordero (2009) conceptualiza al Silencio Administrativo


expresando que: Sólo puede hablarse de Silencio Administrativo cuando el
ordenamiento jurídico ante la falta, dentro del pazo para ello establecido, de un
pronunciamiento que la administración tiene el deber de efectuar, presume -
automáticamente o previa denuncia de la mora- la existencia de un acto -
generalmente negativo y excepcionalmente positivo- como medio para salvaguardar
los Derechos de los intereses de quienes formularon las peticiones, reclamaciones o
recursos no resueltos, o en aras de la celeridad y eficacia administrativa. (p.48).

Con fundamento en los conceptos expuestos, se podría concluir que el Silencio


Administrativo es una manifestación de voluntad presunta de autoridad pública en
ejercicio de potestades administrativas y que, como tal constituye un Acto
Administrativo -declaración unilateral de voluntad realizada en ejercicio de la función
administrativa, que produce efectos jurídicos individuales en forma inmediata-, que
ante la ausencia de pronunciamiento expreso de la misma, dentro del tiempo
legalmente fijado para el efecto, debe ser entendido en el sentido que la Ley lo
establezca, según Cordero (2009) citado en Sánchez (2016, p. 19)

Desde la perspectiva doctrinal se interpreta al silencio administrativo como la


prolongada abstención del órgano administrativo de manifestar su voluntad, pese a
ser requerido para tal efecto por un particular, y a estar obligado a contestarle. En
opinión de Acevedo (1934), “Este silencio consiste en una abstención de la autoridad
administrativa para dictar un acto previsto por la ley, y tiene como nota esencial la de
su ambigüedad, que no autoriza a pensar que dicha autoridad ha adoptado una
actitud afirmativa ni una negativa” (Fernández, 2015, p. 150)

De acuerdo con la consecuencia negativa del silencio administrativo, se supone que


la instancia o petición formulada por el particular al órgano administrativo ha sido
resuelta en sentido negativo, es decir, en forma adversa al interés del solicitante por
negar lo solicitado; por lo que a dicha consecuencia se le conoce como negativa
ficta. (Fernández, 2015, p. 151)

Cordero (2009) en su obra el Silencio Administrativo, hace un análisis que es


importante destacar, sostiene que la falta de pronunciamiento sobre las peticiones
que los administrados formulan a la Administración Pública constituye una omisión
ilegítima, esto es, un comportamiento ilícito de la autoridad, que viola el derecho del
ciudadano y que se trata de corregir con la técnica del Silencio Administrativo y que
por lo tanto acarrea responsabilidades en contra del funcionario que incurrió en tal
omisión. Como una forma de evitar la arbitrariedad, que desgraciadamente se sigue
presentando dentro de la administración pública, perjudicando así los intereses de
los administrados y violentando garantías fundamentales relacionadas con el debido
proceso, es así que surge el Silencio administrativo, que tiene como objetivo principal
limitar este autoritarismo o arbitrariedad en que pueda incurrir la administración
pública (Sánchez, 2016, p. 13)

Haciendo referencia al fundamento, o razón de ser del Silencio Administrativo,


Cuesta (1995), sostiene: Históricamente, la doctrina del Silencio Administrativo surge
como consecuencia de la necesidad de salvaguardar los Derechos e intereses de los
administrados ante la administración. Resulta, en efecto, que ésta disfruta del
privilegio denominado de acto previo, en cuya virtud, para interponer un recurso en
vía administrativa (…) o contenciosa (...) deberá existir un acto que sea objeto de
impugnación. En consecuencia, si se formula una petición ante la administración y
esta no la resuelve, los Derechos e intereses del peticionario resultarán burlados
ante la ausencia de un acto susceptible de ulterior revisión; a menos que el Derecho
presuma, como correctivo del privilegio del acto previo la existencia de un acto contra
el que accionar. (Cordero, 2009, p.41).

En definitiva, la doctrina coincide de forma clara que el fundamento del Silencio


Administrativo radica en la necesidad de proteger los derechos de los administrados,
y se concreta en el ejercicio efectivo del Derecho de Petición, el cual se efectiviza,
única y exclusivamente cuando frente al pedido del administrado, existe respuesta de
la administración, donde en caso de que la administración no dé respuesta a las
peticiones formuladas, se hace necesario un mecanismo de protección que esté
fijado por la Ley, es decir, que exista un período de tiempo dentro del cual deba
darse una respuesta, y sobre todo para el caso de que ello no se produzca dentro de
dicho período, se determine el sentido, alcance y significado que a ese silencio debe
concederse (Sánchez, 2016, p. 14).

2.6.2 La llamada doctrina del silencio administrativo.

Dos observaciones preliminares deben preceder a las consideraciones que se siguen


acerca de la llamada teoría del silencio administrativo: es la primera que, frente a lo
que la denominación unitaria parece indicar, no nos enfrentamos con una única
institución jurídico-administrativa; la segunda, que, y ello también pese a la
denominación admitida, no estamos en presencia de una doctrina invocable como tal
ante los Tribunales y aceptada por éstos en su jurisprudencia (Garrido, 2003, p. 86).

A) No nos encontramos, en efecto, en presencia de una institución única del silencio


administrativo. El silencio administrativo es un hecho jurídico; un hecho al cual el
Derecho concede consecuencias jurídicas. Pero no siempre las mismas. Esta falla de
unidad de régimen jurídico se debe, de una parte, a que el silencio puede ser de la
Administración o del administrado; de otra, a que las consecuencias jurídicas que se
aparejan al silencio han de estar necesariamente en función del tipo de deber que
puede incumplirse y de la naturaleza del plazo dentro del cual hay que cumplirlo.

Hay, empero, unos supuestos que pueden servir de denominador común a cualquier
tipo de silencio administrativo. Son:
1. Que alguien (Administración o administrado) debe o puede hacer o decidir algo en
un plazo determinado. Así, la Administración, que ha de resolver un expediente
dentro de un plazo legal prescrito, o contestar a una petición, o aprobar un acto
municipal; o el particular, que puede aportar unos documentos, o ser oído en un
expediente durante el plazo que se la ha concedido.

2. Que el plazo transcurra sin que se pronuncie actúe o se exprese.

Pues bien, lo que debe aclararse es que los principios aplicables a cada caso (por
tanto, lo que ocurre cuando el plazo ha transcurrido sin que se actúe o hable) no son
siempre los mismos.

B) Para que haya silencio administrativo, es decir, para que la inactividad de la


Administración en resolver una cuestión de su competencia produzca efectos
jurídicos, es necesario que un precepto legal así lo establezca. (Garrido, 2003, p.88)

2.6.3 Naturaleza Jurídica.

Para unos el Silencio Administrativo es considerado como un hecho, otros sostienen


que es un acto tácito de la administración y unos terceros lo consideran como un
acto presunto.

Como un hecho: María Diez sostiene que: “El Silencio Administrativo constituye un
hecho jurídico, un hecho al cual el Derecho puede otorgar consecuencias jurídicas”.
“El Silencio es un hecho y no constituye una declaración de voluntad”. “El silencio
debe entenderse pura y simplemente como una presunción legal, presunción que
está motivada por exigencias procesales” (Sánchez, 2016, p. 20).

El Silencio Administrativo no es un Acto Administrativo por cuanto no contiene uno de


sus elementos fundamentales que lo configuran como tal, esto es la voluntad; es por
ello que lo considera como un hecho, puesto que es la Ley la que se encarga de
darle un contenido con fines procesales; esto es que el administrado pueda recurrir
en sede contencioso-administrativa para impugnar tal contenido, cuando la Ley ha
dispuesto que se lo entienda como negativo (Sánchez, 2016, p. 20).
Como acto tácito: Marienhoff (1960) sostiene: “el silencio únicamente valdrá como
expresión “tácita” de la voluntad administrativa —sea ello en sentido favorable o
contrario a la petición del administrado— si la norma aplicable le reconoce o atribuye
tales efectos. El mero “silencio”, por sí solo, no permite deducir o establecer el
sentido de la voluntad de la administración. Cuando la norma le atribuya un sentido o
significado al silencio de la administración, dicho silencio equivale a la respectiva
manifestación tácita de voluntad, porque, en tal supuesto, la autoridad que calla sabe
con anticipación cuál es el significado que el Derecho le asigna a su comportamiento.
(Cordero, 2009, p.44).

Por lo tanto, según el referido autor, el Silencio Administrativo es un acto tácito; sin
embargo, el mismo tratadista al pronunciarse sobre los actos tácitos señala: “Habrá
declaración “tácita” o “implícita” de la voluntad cuando tal declaración permite deducir
inequívocamente, por vía de “interpretación” el sentido o alcance de la voluntad de la
Administración Pública. Generalmente, esta forma “tácita” está representada o
constituida por la actividad material de la administración, por comportamiento de
ésta, por hechos, según Marienhoff (1960) citado por Cordero (2009, p.44).

Vemos que no existe una interpretación que nos lleve a deducir el alcance o sentido
de la voluntad de la administración pública, cuando la misma nada dice respecto de
una petición planteada, es la Ley la que determina ese contenido o sentido.

Como acto presunto: Cuesta (1995), señala por su parte: “Decimos que, en el
supuesto del Silencio Administrativo, el ordenamiento jurídico presume la existencia
de un acto. Nos encontramos, pues: 1° Ante un verdadero Acto Administrativo, que
posee la misma trascendencia jurídica que los actos expresos, mediante los que
normalmente se pronuncia la administración (…). 2° Pero acto presunto, por lo que, a
diferencia de los actos tácitos, está cerrada la puerta a toda labor hermenéutica
acerca del valor que quepa atribuir a la conducta de la administración. Dicho valor
será siempre el que dispone el Derecho positivo. (Cordero, 2009, p.45).

De acuerdo con este criterio, al constituir el Silencio Administrativo como un Acto


Administrativo presunto, el mismo se encuentra rodeado, por su naturaleza, de todos
los privilegios que gozan los actos, tales como presunción de legitimidad,
ejecutoriedad, y cuando sus efectos se encuentran definidos previamente por la Ley,
sin lugar a dudas constituye un Acto Administrativo, que puede ser de contenido
favorable o desfavorable para el administrado, pero siempre según lo que al respecto
determine la Ley. Si el contenido del silencio es negativo y la autoridad conoce cuál
es el sentido que la Ley le otorga este no pronunciamiento oportuno, al no
pronunciarse, sabe cuáles son las consecuencias de su inactividad y por lo tanto
sabe que al callar está pronunciándose, es decir, está manifestando su voluntad, en
este caso se está negando la solicitud presentada. Por lo expuesto, si no existe o no
se da un Acto Administrativo, no podría el administrado interponer un recurso o poder
ejercer una acción contencioso administrativa. Ahora, si el contenido del silencio es
positivo, es decir, los efectos que la Ley le atribuye al silencio de la administración
son que él mismo configura un acto de contenido favorable al administrado, de
manera que acepta su petición, pues en este caso no existe dudas al respecto de
que aquí si se configura un Acto Administrativo. (Sánchez, 2016, p. 21)

2.6.4 Fundamentos del silencio administrativo.

El fundamento del silencio administrativo es lograr que en los casos en que la


administración pública no se pronuncie en dictar una resolución, o esta no se
encuentre a al servicio de los administrados; o bien no se pronuncie en el dictamen
de una resolución dentro de los plazos máximos que establece la ley, ese silencio o
inactividad será valorada como una decisión (cuyo resultado puede ser positivo o
negativo, dependiendo de cuál sea la forma del silencio administrativo opere), este
mecanismo legal se considera para evitar así el quiebre del sistema jurídico-
administrativo. Es decir, su fundamento es lograr que aun en inactividad la
administración esta cumpla con su deber de poner fin a los procedimientos
administrativos para lograr así el acto terminal o conseguir de ella una respuesta
(Valdivieso, 2011, p. 6)

En este caso se entregan dos conceptos de silencio administrativo, estableciendo


discrepancias entre uno y otro, ya que uno dice que el silencio administrativo es un
hecho jurídico y el otro concepto establece que el hecho jurídico no es el silencio
administrativo si no la falta de actividad de la administración; partiendo de la base
que en la inactividad debido a que no hay voluntad (que es uno de los elementos de
los actos administrativos) por parte de la administración estaríamos frente a un hecho
jurídico.

Los elementos del Acto Administrativo son:

Es una ficción legal, ya que es una creación de la ley.

Es una forma extraordinaria de poner fin a un procedimiento administrativo cuando:

La Administración no resuelva dentro de los plazos máximos que establece la ley. O


bien cuando la Administración no actúe (Valdivieso, 2011, p. 7)

2.6.5 Silencio Negativo.

El Profesor Gabino Fraga nos enseña:

“La situación del particular que ha formulado una solicitud para que se dicte en su
favor un Acto Administrativo, o que ha interpuesto un recurso administrativo contra
un acto que lo afecta, quedaría al arbitrio de las autoridades si éstas se abstuvieran
de resolver las instancias que les fueran dirigidas, pues como el particular no puede
recurrir administrativa o judicialmente mientras no haya un acto que niegue
expresamente lo solicitado, prolongando la abstención se nulificarían prácticamente
los Derechos que las leyes otorgan (Valdivieso, 2011, p. 28).

Para evitar ese resultado, la doctrina se ha inclinado preponderantemente a la


solución de que sí en el término señalado en la ley la Administración permanece en
silencio debe, a falta de disposición expresa, presumirse que hay una resolución
negativa y se ha considerado que ésta es la única solución razonable puesto que
con ella queda a salvo el principio de que sólo la Administración administra, de tal
manera que no viniendo el acto positivo sólo resta interpretar el silencio como una
negativa. De otra manera tendría que ser el particular o los Tribunales los que se
sustituyeran a la Administración, presumiendo una resolución favorable, con la
consecuencia de que el particular subordinará a sus intereses privados los intereses
públicos, o que los Tribunales se convertirían en administradores con violación
flagrante del principio de separación de los Poderes”, según Fraga (1980) citado en
Valdivieso (2011, p. 29)

Todos los inconvenientes que se han puesto de manifiesto, obligan a una necesaria
revisión del sistema en vigencia y reincorporar a nuestro sistema jurídico el silencio
administrativo negativo. Pero con ello no decimos que se trate de eliminar por
completo al silencio administrativo positivo, sino de lograr un equilibrio que nazca de
una auténtica prudencia legislativa que sopese las situaciones en las cuales dicha
figura pueda ser aplicable con aquel criterio de Justicia y Bien Común que debe guiar
al ordenamiento jurídico.

El Derecho de Petición, es una garantía constitucional que le permite a los


ciudadanos formular solicitudes respetuosas a las autoridades y obtener
consecuentemente una respuesta pronta, oportuna y completa sobre el particular, la
cual debe necesariamente “ser llevada al conocimiento del solicitante”, para que se
garantice eficazmente este Derecho (Valdivieso, 2011, p. 29).

2.6.6 El silencio administrativo en el Derecho comparado.

2.6.6.1 Chile.

El silencio administrativo se encuentra regulado en la ley Nº 19880 la cual establece


las bases de los procedimientos administrativos que rigen los actos de los órganos
de la administración del estado, capítulo v "disposiciones finales", en los artículos 64
al 66 se exige la certificación del acto presunto para que se produzcan los efectos del
silencio, atribuyéndose a los actos presuntos "los mismos efectos que a aquellos que
culminaren con una resolución expresa de la administración, desde la fecha de la
certificación respectiva" (artículo 66) dicha petición de certificación es una potestad
del interesado (artículos 64 y 65, párrafos tercero y segundo, respectivamente), por
lo que si lo estima conveniente podrá esperar y no provocar lo que se traduciría en
una terminación del procedimiento sin conocer los motivos de la decisión . Se
diferencia el silencio positivo (artículo 64 del negativo (artículo 65 estableciéndose
respecto de éste que desde la fecha en que se ha expedido el certificado "empiezan
a correr los plazos para interponer los recursos que procedan", lo que significa que la
expedición de la certificación de actos presuntos estimatorios no determina la
iniciación del plazo para interponer recursos por terceros cuyos intereses resulten
lesionados, encontrándose habilitados para interponer los recursos admisibles
cuando tomen conocimiento de la producción del acto (Flores, 2016, p. 6).

2.6.6.2 Argentina.

La Ley 19.549, Ley Nacional de Procedimientos Administrativos regula en el artículo


10 el silencio en la Administración, estableciendo como regla general que dicho
silencio se debe interpretar como negativo y que sólo mediando disposición expresa
se le pueda otorgar sentido positivo. En tal sentido, para que el silencio tenga
alcance positivo debe estar determinado por la ley. En caso contrario se entenderá
que ha mediado denegación tácita por parte de la Administración ya que respecto de
la operatividad de dicho silencio es principio general la denegación de lo pretendido
por el peticionante y excepcional y subordinado a la existencia de una norma jurídica
que concretamente lo contempla, la Admisión de lo solicitado por el administrado.
Ahora bien, tratándose del silencio en vía de petición se requiere, además de la
demora del transcurso del plazo para resolver, la denuncia de la mora administrativa
y el transcurso de un segundo período de inactividad administrativa (30 días, artículo
10), plazo último que varía en el caso del silencio en vía de reclamo (45 días, artículo
31). Una situación distinta ocurre cuando se articula un recurso administrativo o un
recurso jerárquico pues, una vez transcurrido el plazo para resolver, el silencio opera
en forma automática, reputándose denegado tácitamente, sin necesidad de "requerir
pronto despacho" (Decreto 1759/72 –T.O por Decreto 1883/91–Reglamento de
Procedimientos Administrativos, artículos 87º y 91º). (Flores, 2016, p. 7)

2.6.6.3 Guatemala.

Los órganos administrativos por mandato constitucional, (Artículo 28 de la


Constitución Política de la República de Guatemala), tienen el derecho de petición,
como un derecho general y especial de los particulares, en los que individual o
colectivamente tienen ese derecho y por otro lado existe una obligación también por
mandato constitucional de resolver y notificar a los particulares en el término de
treinta días. Por otro lado existe otro derecho de los administrados, como lo es el
derecho de impugnación, en el cual la autoridad administrativa queda obligada a
revisar un acto emitido por ésta y resolver posteriormente, sobre la impugnación
planteada.
El derecho de petición es el género y el derecho de impugnación es la especie,
ambos son de la misma naturaleza y por consecuencia, reguladas por la Constitución
Política de la República y aplicable el artículo 28 de la misma. El silencio
administrativo, es la falta de resolución o de actividad por parte de la administración
pública, ante el planteamiento de peticiones por los habitantes de la República,
actuando colectiva o individualmente. Para que se produzca la figura jurídica del
silencio administrativo con efectos legales, es necesario que se den las condiciones
siguientes: a) Que la administración pública deba legalmente hacer o resolver algo,
es decir que es legalmente competente para tomar una decisión; y b) Que se
encuentre un plazo fijado en la ley o reglamento y que el mismo transcurra sin que la
administración se pronuncie o actúe, independientemente que exista o no un
procedimiento establecido. (Garrido, F., Pág. 41). Hay que tomar en cuenta, que
dentro de la legislación guatemalteca, en cuanto no se tenga un plazo plenamente
establecido es necesario, recurrir en primer lugar al artículo 28 de la Constitución
Política de la República, que establece los treinta días para resolver y notificar, así
como aplicar el artículo 10, inciso "f)" de la Ley de Amparo, Exhibición Personal y de
Constitucionalidad, el que establece que es procedente el Amparo, en los casos que
las peticiones y trámites no sean resueltos en el término que la ley establece y de no
haber tal término en el de treinta días una vez agotado el procedimiento
correspondiente.
2.6.6.4 Ecuador.
El derecho de petición se encuentra en el artículo 66, numeral 23 de la Carta Magna
Ecuatoriana, el cual se hace efectivo a través de un pedido o solicitud que un
particular, persona natural o jurídica, presenta a determinado funcionario público que
tenga competencia para resolver lo requerido. A esta solicitud se le debe dar el
trámite legal correspondiente, ya sea mediante su aceptación o su rechazo.

El silencio administrativo positivo fue introducido en Ley de Modernización del


Estado, Privatizaciones y Prestación de Servicios Públicos por la Iniciativa Privada,
en diciembre de 1993, con esta ley se produjo la inclusión del silencio administrativo
positivo como una nueva institución jurídica administrativa, hasta esa fecha
inexistente en Ecuador. El Silencio Administrativo se configura al haber transcurrido
15 días término (días hábiles), sin que se haya resuelto la petición realizada a las
instituciones del sector público, sin embargo, deja abierta la posibilidad de que las
leyes de diferentes materias, puedan determinar un tiempo diferente. Así el Art. 28 de
la Ley de Modernización, referente al derecho de petición, establece un término de
15 días para recibir una respuesta de la Administración, caso contrario, se entenderá
que la solicitud, pedido o reclamo ha sido aprobado.

Por su parte los artículos 69 y 127 del Estatuto del Régimen Jurídico de la Función
Ejecutiva establecen que el plazo máximo para resolver las peticiones y
procedimientos sometidos a las entidades sujetas al Estatuto será de 60 días, luego
de lo cual la petición se entenderá aceptada.

2.7 La responsabilidad por la función pública.

2.7.1. La responsabilidad.
En el Estado de Derecho Constitucional el desempeño de toda función pública
conlleva la consiguiente responsabilidad, la misma que es propia del sistema
democrático-representativo de gobierno en virtud de que siendo el pueblo titular de la
soberanía delega su ejercicio a los órganos del poder público (art. 7 CPE.)

En el orden jurídico de la monarquía el monarca era irresponsable (legibus solutus)


porque era el titular de la soberanía y concentraba en su persona todos los poderes
(“El Estado soy yo”, Luis XIV de Francia). El Estado de Derecho liberal-burgués que
advino con la Revolución Francesa (1789) opone límites al poder del Estado
mediante la ley que es “expresión de la voluntad general” (art. 6 DDHC.), y por
primera vez se exige cuenta de sus actos a los funcionarios públicos
(responsabilidad) según la clásica advertencia del art. 16 de la DDHC.

La responsabilidad es un concepto legal y moral. Es una obligación inseparable del


ejercicio de toda función pública y privada. Hay tres clases de responsabilidad: civil,
penal y administrativa. La primera deriva del principio general de Derecho de que
todo aquel que causa un daño a otro está obligado a repararlo. La responsabilidad
penal es consecuencia de la comisión de delitos tipificados en el Código Penal, y se
manifiesta en la aplicación de las sanciones previstas en el mismo Código y en leyes
conexas. La responsabilidad administrativa sobreviene por faltas cometidas en el
desempeño del trabajo según las leyes y reglamentos respectivos (Dermisaky, 2012,
p. 12)

2.7.1.1 RESPONSABILIDAD POR LA FUNCIÓN PÚBLICA

La Ley Nº 1178 de los Sistemas de Administración, Fiscalización y Control,


Gubernamentales (SAFCO), establece cuatro tipos de responsabilidades para los
servidores públicos por el ejercicio de la función pública en Bolivia.

 RESPONSABILIDAD ADMINISTRATIVA.
El Artículo 29 de la Ley Nº 1178 SAFCO, establece que la responsabilidad es
administrativa, cuando la acción u omisión contraviene el ordenamiento jurídico
administrativo y las normas que regulan la conducta funcionaria.

A su vez el Artículo 14 del Decreto Supremo Nº 23318-A de 3 de noviembre de 1992


Reglamento de la Responsabilidad por la Función Pública, modificado por el Artículo
1 del Decreto Supremo Nº 26237, de 29 de junio de 2001, señala que el
ordenamiento jurídico administrativo a que se refiere el Artículo 29 de la Ley Nº 1178,
está constituido por las disposiciones legales atinentes a la Administración Pública y
vigentes en el país al momento en que se realizó el acto u omisión. Respecto de las
normas que regulan la conducta funcionaria, señala que son aquellas generales
establecidas en el Estatuto del Funcionario Público y otras leyes, las que dicte el
órgano rector competente o las entidades cabezas de sector, las del ejercicio
profesional en el sector público, así como los códigos o reglamentos de ética
profesional, y las normas específicas emitidas por cada entidad (Martínez, 2010,
p.127).

Son sujetos de esta responsabilidad los servidores y ex-servidores públicos, y la


acción para atribuirla, prescribe a los dos (2) años de cometida la contravención.

Es facultad del Controlador General del Estado, emitir el dictamen de responsabilidad


administrativa en base a los informes de auditoría interna o externa, y se determina
por un proceso interno de la entidad.

Según la gravedad de la falta, se aplican las sanciones de: multa, suspensión


temporal o destitución. En el caso de los ex-servidores públicos se aplica a efectos
de dejar constancia y registro de la responsabilidad en la Contraloría General.
(Martínez, 2010, p.128).

2.8 Deberes y obligaciones de los servidores públicos.


En la Constitución Política del Estado la responsabilidad de los servidores públicos
emerge de sus deberes y obligaciones, entre los que sobresalen los derivados de los
principios de legalidad, compromiso e interés social, ética, honestidad (art. 232),
rendición de cuentas, protección de los bienes del Estado (art. 235), etc. Los delitos
cometidos contra el patrimonio del Estado y que causen grave daño económico no
prescriben y no admiten inmunidad (art. 112). El art. 123 dispone que la ley no es
retroactiva, excepto en materias laboral, penal y contra la corrupción (Dermisaky,
2012, p. 13)

El Estatuto del Funcionario Público (Ley No. 2027 de 27 de octubre de 1.999)


consigna en su art. 8 los deberes de los servidores públicos, entre los cuales
menciona la eficiencia y probidad con que deben ejercer sus funciones, atendiendo a
los principios de integridad, probidad, responsabilidad y eficiencia (art. 12). El art. 16
prescribe que todo servidor público “asume plena responsabilidad por sus acciones y
omisiones”, debiendo “rendir cuenta ante la autoridad o instancia correspondiente”.

La Ley No. 1178 de Administración y Control Gubernamentales (llamada Ley


SAFCO) dispone en su art. 28 que “todo servidor público responderá de los
resultados emergentes del desempeño de las funciones, deberes y atribuciones
asignados a su cargo”, y divide esa responsabilidad en administrativa, ejecutiva, civil
y penal. Agrega que “se presume la licitud de las operaciones y actividades
realizadas por todo servidor público, mientras no se demuestre lo contrario”
(presunción de inocencia) (Dermisaky, 2012, p. 14)

Por su parte los arts. 16 y 37 del D.S. No. 23318-A, de 3 de noviembre de 1.992, que
reglamenta la Ley SAFCO, disponen que las responsabilidades administrativa y
ejecutiva prescriben a los dos años de cometida la contravención, tanto para
servidores y ex servidores públicos, en el primer caso, y de concluida la gestión del
máximo ejecutivo, en el segundo caso (Dermisaky, 2012, p. 14)

2.9. Derechos de los servidores públicos.


Así como los servidores públicos tienen deberes y obligaciones que conllevan
responsabilidades, tienen también Derechos, como toda persona, que son
universales, inviolables y progresivos. Los Derechos políticos les facultan “a
participar libremente en la formación, ejercicio y control del poder político”, como
electores y elegibles (art. 26 CPE., concordante con arts. 3 y 4 de Ley del Régimen
Electoral, art. 21 de la DUDH. y 23 de la CADH.) (Dermisaky, 2012, p. 15)

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