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¿Qué entendemos, desde FORUM INFANCIAS, por

"patologización" y "medicalización"?

Hablamos de PATOLOGIZACIÓN cuando los problemas cotidianos de los chicos y jóvenes de hoy son
demasiado fácilmente considerados como producto de una patología psiquiátrica y los niños pasan a ser
“trastornos” y portadores de un “déficit”. Suelen ser problemas y dificultades incómodas para los adultos
(padres y maestros) que velan por ellos y que se sienten impotentes frente a estas manifestaciones del
sufrimiento infantil.
Esto lleva muchas veces a la necesidad de ubicar lo que ocurre en una especie de casillero fijo. Así, se definen
como permanentes y determinadas por lo biológico dificultades que suelen ser transitorias si se los escucha y
se los acompaña. Ejemplos de estos síntomas y dificultades son la inquietud y la desatención que suelen
encuadrarse como Trastornos de Atención con Hiperactividad, los cambios del humor y la irritabilidad que se
agrupan como Trastorno Bipolar (T.B.I.), el repliegue y desapego por personas y actividades propias de los
chicos que cae en exceso bajo el manto de los Trastornos del Espectro Autista (T.E.A.), las múltiples dificultades
de acceso a la lectura y la escritura durante la escolarización que se etiquetan como Dislexia (o D.E.A.) y las
reacciones de rebeldía y oposicionismo que suelen encuadrase como Trastorno Oposicionista Desafiante (T.O.
D.).
Todas estas problemáticas pasan a engrosar la lista de cuadros psiquiátricos que solamente las describen y no
profundizan en todos los determinantes del niño, la familia y el contexto actual que favorecen su aparición. Es
por eso que a este tipo de clasificaciones las consideramos “rótulos” o “etiquetas”, no verdaderos
diagnósticos.
La MEDICALIZACIÓN es el paso siguiente, que ubica como causa únicamente biológica a los correlatos físicos
y/o comportamentales que son concomitantes y no probadamente causales, lo que deriva en una estrategia
que prioriza la medicación como abordaje principal. Entendemos que en cuestiones ligadas a la salud mental,
la medicación no debería ser el primer recurso y mucho menos el único. Las intervenciones deben ser
construcciones elaboradas para cada situación, respetando la singularidad de los niños, niñas y adolescentes
y la particularidad de sus familias.
Desde el FORUM INFANCIAS sostenemos que es fundamental pensar las dificultades infantiles como expresión
de malestares que pueden tener múltiples causas y que los niños tienen que ser escuchados en su sufrimiento.
Y que en tanto son sujetos en crecimiento y transformación permanente no pueden quedar fijados a ningún
“rótulo” de por vida.
Los invitamos a adherir a estos puntos como contribución a nuestra lucha por infancias y adolescencias libres
de etiquetas:
1. Los niños, niñas y adolescentes son personas en proceso de crecimiento
2. El etiquetamiento temprano lleva a una representación invalidante de sí mismo.
3. Nadie debe ser reducido a un sello. En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz.
4. Todos somos sujetos históricos y culturales que constituimos nuestra subjetividad en procesos históricos y
culturales.
5. No todos los niños y niñas tienen el mismo ritmo en la adquisición de habilidades. Las diferencias respecto
de un patrón de normalidad no suponen sin más una patología.
6. Todos los niños y niñas sea cual sea su dificultad tienen que ser escuchados en su singularidad y por los
medios en los que puedan expresar su sufrimiento.
7. Todo niño, niña y adolescente por su sola condición ciudadana, sin necesidad de ningún tipo de certificado
o diagnóstico invalidante, debe tener garantizado el acceso a la atención integral (médica, psicológica,
fonoaudiológica, psicopedagógica, etc.) de calidad, sin restricciones.
8. Todos los niños, niñas y adolescentes por el hecho de serlo, tienen el derecho de recibir las ayudas que
necesitan por sus padecimientos psíquicos.
9. Ante problemáticas complejas las intervenciones tienen que tener el mismo nivel de complejidad.
10. En cuestiones ligadas a la salud mental, la medicación no debería ser el primer recurso y mucho menos el
único. Las intervenciones son construcciones para cada situación en las que tendría que prevalecer el abordaje
interdisciplinario.
Escuchemos a los niños: No etiquetemos ni silenciemos con pastillas el sufrimiento infantil.
Aquí pueden registrar su firma en apoyo a que no se siga patologizando la
infancia: https://drive.google.com/open…
-FORUMINFANCIAS
10º aniversario -
Campaña Internacional por el Derecho a Infancias y Adolescencias Libres de
Etiquetas: www.foruminfancias.com.ar/campania
LOS NIÑOS Y LA MEDICALIZACION DE LA INFANCIA. Exposición realizada en la mesa redonda organizada por la
revista Topía: “Una batalla cultural en el campo de la salud Mental. La psiquiatrización de la subjetividad.”
Participaron Alicia Stolkiner, Beatriz Janin, Alberto Sava y Enrique Carpintero

Venimos observando en los diez últimos años un avance de la psiquiatrización de la infancia, que trae
diferentes consecuencias. ¿Qué implica medicar a un niño por molestar en clase, no copiar lo que se escribe
en el pizarrón o estar distraido? ¿Qué le transmitimos cuando le planteamos que toma tal pastilla para
quedarse quieto, atender al docente, hacer tareas que no le gustan? Los niños traducen: “tomo una pastilla
para portarme bien”. Lógica que se podría replicar después, durante la adolescencia, en: “tomo una pastilla
para poder bailar durante 10 horas seguidas o para adelgazar”. Idea de un cuerpo-máquina que debe recurrir
a un estimulante externo para mantener un funcionamiento “adecuado” a lo socialmente esperable. Se
resuelve un problema a través de la ingesta de algo, sin cuestionamientos.
Esto ocurre en un momento en que se suele utilizar, como novedoso, el viejo esquema: lesión orgánica, cuadro
psicopatológico, tratamiento. La respuesta terapéutica suele ser la medicación, en tanto el problema se
considera desde el vamos, de origen orgánico.
Se refleja así la idea del ser humano como una mónada cerrada que se liga a otras mónadas cerradas, idea
opuesta a una concepción del sujeto como constituido en una historia, en vínculos con otros y desplegándose
en un entorno familiar y social.
Todo niño se desarrolla en un contexto, en el que las primeras vivencias van dejando marcas. Marcas de
placeres y dolores que se van complejizando a lo largo de su crecimiento y que pueden ser reorganizadas por
experiencias posteriores.
Los malestares psíquicos son un resultado complejo de múltiples factores, entre los cuales las condiciones
socio-culturales, la historia de cada sujeto, las vicisitudes de cada familia y los avatares del momento actual se
combinan dando lugar a un resultado particular.
Y la tolerancia de una sociedad al funcionamiento de los niños se funda sobre criterios educativos variables y
sobre una representación de la infancia que depende de ese momento histórico y de la imagen que tiene de
sí mismo ese grupo social.
Por consiguiente, pensar la psicopatología infantil lleva ineludiblemente a reflexionar sobre las condiciones
socio-culturales en las que se gesta dicha patología y también sobre qué es considerado patológico en cada
época.
Los niños que no responden a las exigencias del momento son diagnosticados como deficitarios, medicados,
expulsados de las escuelas. Ya no se “portan mal” sino que tienen un déficit, no es que son inquietos, sino que
sufren de un trastorno, no se distraen, sino que tienen una enfermedad…
La mirada sobre la infancia se ha transformado, en gran medida, en una búsqueda permanente de desvíos de
un modelo considerado universal, sin tomar en cuenta tiempo y lugar.
La medicación ha pasado a ser incorporada como algo que resuelve problemas de conducta y de aprendizaje,
como lo que soluciona en forma rápida las dificultades que un niño puede tener en su adaptación al ritmo
escolar.
En Brasil se llegó a la conclusión de que el 17,1% de los niños de una escuela elemental tenían ADHD
(Vasconcelos M.M., Werner J. Jr, Malheiros A.F., Lima D.F., Santos I.S., Barbosa J.B. (2003): “Attention
deficit/hyperactivity disorder prevalence in an inner city elementary school”; Arquivos de Neuro-Psiquiatria,
São Paulo, vol.61, nº1: 67-73). De 403 alumnos, 108 dieron resultados positivos.
Y en una escuela de Bogotá, los maestros ubicaron al 31% de los niños como teniendo problemas de atención
(Talero Gutíerrez, C., Espinosa Bode, A., Vélez Van Meerbeeke, A.(2005): “Trastorno de Atención en las
Escuelas Públicas de una localidad de Bogotá: percepción de los maestros”; Rev. Fac. Med., Bogota, Vol 53,
nº4:212-218).
Esto muestra cómo la idea de hiperactividad se confunde con la de infancia y cómo la mirada de los adultos
puede catalogar a los niños de hoy como ADHD. Pero también habla de las pautas culturales, de los modos de
educar y criar que hacen que los niños tengan diferentes comportamientos en diferentes grupos sociales.
También, evidencia la incidencia de la escuela misma en la desatención e hiperactividad de los niños (no es
casual que en algunas escuelas el porcentaje sea mucho más alto que en otras).
Entonces, si nadie tiene una vida aislada del contexto, es fundamental pensar en los niños y en sus avatares
como efecto de un entramado en el que van a estar en juego sus propias posibilidades de elaboración, sus
defensas, los funcionamientos psíquicos de madre y padre (y de otros significativos como hermanos y abuelos)
y aquello que se ha ido transmitiendo a través de las generaciones, todo en un marco social determinado.
Por eso, pensar las conflictivas infantiles abre un camino de descubrimientos que no va a implicar nunca una
respuesta rápida.
Así, hablar de que un niño tiene dificultades para tolerar el ritmo escolar, o para acatar normas o para
completar la tarea, no supone saber qué es lo que le pasa. Cuando decimos: “Daniel no puede quedarse
quieto” o “Juan desafía todo el tiempo” o “Martín no presta atención a lo que se le dice”, lo único que hacemos
es describir una conducta, conducta que tiene seguramente ciertos matices. Por ejemplo, cuando decimos
que “Martín no presta atención”, ¿qué pasa cuando la maestra se dirige directamente a él? ¿o cuando lo mira
mientras le habla?. ¿Hay alguien a quien sí preste atención? ¿Está atento, por ejemplo, a los otros chicos y de
ellos sí escucha lo que le dicen? ¿O puede seguir los ritmos en la clase de música y se lo ve allí totalmente
concentrado? Y cuando decimos que Juan desafía, ¿siempre? ¿a todos?. Es decir, cada niño tiene sus
peculiaridades, está dentro de un grupo con características específicas y el vínculo que ha establecido con los
docentes es particular.
Y todo eso puede sufrir transformaciones… en la medida en que comprendamos qué es lo que le está pasando
(o qué pasa en ese aula, en esa familia o en ese sujeto que se está estructurando), quiénes están involucrados
en lo que le sucede y cuánto pueden ayudarlo la escuela, la familia y los profesionales.
Últimamente, se considera que los niños rebeldes, a los que se denomina oposicionistas, pueden ser tratados
con psicofármacos. De este modo, no se cuestiona cómo se transmiten las normas en la actualidad, ni cuál es
el lugar de los adultos frente a los niños. Podríamos pensar, por ejemplo, que la inseguridad de los adultos en
relación a su lugar en el mundo los deja tambaleantes a la hora de dictar reglas en el ámbito familiar. O que
los niños han obtenido un falso poder que los deja desamparados, frente a la ausencia de normas claras.
Pero si la pastilla modifica la conducta, toda pregunta queda obturada. Se supone que se ha encontrado la
solución del problema y, tal como lo dicta la época, se lo ha hecho de un modo rápido y eficaz, sin dar lugar a
cuestionamientos.
Esta misma forma de operar es la que da lugar a algunas de las características que se toman como patológicas
en los niños, como la dificultad para pensar antes de actuar o la de no poder esperar y exigir que todo se
resuelva con urgencia.
Podemos afirmar que cuando los adultos están desbordados y sobreexigidos y no pueden sostener ni contener
a otros, se torna más difícil para un niño la representación de la propia existencia. Esto lleva a sensaciones de
vacío, tanto en relación a los sentimientos como a la capacidad de pensar.
Los niños intentan llenar el vacío con cosas (en una sociedad en la que el "tener" ciertos objetos ha pasado a
ser fundamental y en que la competencia se ha desplazado de las habilidades a las posesiones), o con
desbordes motrices (hiperactividad, gritos).
Y si el intento es fallido y el vacío lo inunda todo, nos encontramos con niños abúlicos, apáticos,
profundamente aburridos, que muestran la contracara de la imagen de la niñez como vitalidad y creación. Y
la abulia y la apatía es otra de las caras de los niños “desatentos” de hoy.
La influencia de los laboratorios, que propagandizan la medicación “anti-ADD” como píldoras milagrosas que
hacen que un niño sea buen alumno y responda a las normas escolares, debe ser tomada en cuenta. La
exigencia de nuestra época, en la que todo niño tiene que rendir del mismo modo y aprender cantidad de
conocimientos en el menor tiempo posible, también incide en este auge de la medicación. Si a esto sumamos
la idea de la urgencia en la resolución de los problemas, tenemos como resultado “la pastilla milagrosa”. (Así,
en la propaganda de un laboratorio sobre la medicación para el ADHD, se dice que “Los pacientes no tratados
corren mayor riesgo de abuso de sustancias”, que las niñas a las que se considera tímidas y soñadoras pueden
ser una variante ADD y que aunque no tengan impulsividad e hiperactividad requieren el mismo tratamiento,
que “el bajo rendimiento académico y las dificultades en el aprendizaje pueden ser mejoradas con el
tratamiento adecuado” (aunque no esté comprobado que haya mejoría en el aprendizaje).
Niños tristes, que están en proceso de duelo, niños inquietos, niños que han sido violentados, niños que
necesitan más espacios de juego, niños que se retraen, niños que no respetan las normas… todos ellos son
ubicados como si fueran idénticos.
En este contexto, los niños son diagnosticados luego como portadores de un supuesto síndrome de causa
genética. Diagnósticos que se realizan generalmente sin escuchar a los niños, en base a cuestionarios o a
observaciones regidas por una normalidad atemporal, desconociendo la incidencia del contexto y de los
vínculos tempranos.
Sin bucear en la historia de ese niño, sin hablar con él, se atribuyen a causas orgánicas sus comportamientos.
Es decir, el modo mismo del diagnóstico implica una operación desubjetivante, en la que el niño queda
"borrado" como alguien que puede decir acerca de lo que le pasa.
Así, los niños quedan sujetos a una doble violencia: se promueven conductas defensivas, de alerta o de
ensimismamiento y luego se redobla la violencia diagnosticándolos como “deficitarios” y medicándolos.
Quedan así como únicos portadores de una “discapacidad”.
En un trabajo publicado en el Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, en agosto
de 2000, se afirma que en una comunidad de Carolina del Norte, más de la mitad de los niños que recibían
medicación no reunían los criterios diagnósticos básicos. Los autores concluyen que los padres suponen que
la medicación mejorará el rendimiento escolar de sus hijos y por eso se la administran[1].
Así, se rotula, reduciendo la complejidad de la vida psíquica infantil a un paradigma simplificador. En lugar de
un psiquismo en estructuración, en crecimiento continuo, en el que el conflicto es fundante y en el que todo
efecto es complejo, se supone, exclusivamente, un "déficit" neurológico
Pero reducir toda conducta a causas neurológicas borra tanto a la sociedad como productora de subjetividades
como a cada sujeto como tal.
Hay dos supuestos:
El niño fue así desde siempre (Esta idea supone el borramiento de la historia y de las determinaciones
intersubjetivas, tanto sociales como familiares)
Será así siempre (Esta idea implica el borramiento del niño como sujeto en transformación y con un futuro
abierto)
Y esto es crucial: si alguien fue así desde siempre (es decir, sus modos de hacer y de decir no se constituyeron
en una historia) y va a ser así toda la vida... sólo queda paliar un déficit.
Es decir, el modo mismo en que se diagnostica implica una operación desubjetivante, en la que el niño queda
anulado como alguien que puede decir acerca de lo que le pasa.
La niñez es un momento de la vida en la que un sujeto se va constituyendo como tal. Es una época de
transformación y cambio, de apertura de caminos y también de armado de repeticiones. Las identificaciones,
los deseos, las normas y prohibiciones internas y los modelos se van constituyendo en esta etapa. Pero esa
estructuración se da en relación a otros, que son los que libidinizan, otorgan modelos identificatorios,
transmiten normas e ideales. Y son los que le devuelven al niño, como un espejo, una imagen de sí. Esta imagen
constituye un soporte fundamental frente a los avatares de la vida. La posibilidad de quererse a uno mismo,
de valorarse, tiene como fuente esa representación de nosotros mismos que nos fue legada durante los
primeros años.
Esto hace entonces mucho más necesario plantearse la responsabilidad que tenemos todos los que
trabajamos con niños. Responsabilidad que se acrecienta cuando somos los que diagnosticamos….porque
¿cómo constituir el narcisismo si nos han puesto un sello invalidante?, ¿cómo sentirse valioso si de entrada se
es rotulado, clasificado y ubicado como portador de un síndrome? ¿Cómo investir libidinalmente el mundo y
a sí mismo desde ese lugar de “menos”? ¿Cómo podrán los padres mirar a ese niño si lo que les devuelven es
que es un “Déficit de…” o un “Trastorno generalizado” o algún otro “trastorno”? En lugar de la esperanza, en
lugar de ser alguien que va desplegando potencialidades, se es deficitario de entrada.
Quiero insistir en que es fundamental que se consulte tempranamente cuando un niño presenta dificultades,
porque el trabajo en los primeros años de la vida puede impedir años de sufrimiento. Pero también aquel que
es consultado por un niño pequeño deberá tener en cuenta que los niños cambian, crecen, que un niño es un
sujeto en constitución, marcado por el contexto. Y que posibilitar modificaciones en el niño y en el entorno
puede abrir caminos novedosos.
Por eso, una cuestión preocupante es la fijeza de los diagnósticos, que arrasan con la idea de movimiento y
transformación.
En una época en la que la tendencia es a clasificar todo, se suele utilizar para nominar el padecimiento psíquico
una especie de catálogo pseudo científico, en que se olvidan las determinaciones históricas y sociales, intra e
intersubjetivas del sufrimiento psíquico. Por el contrario, pienso que es fundamental tener en cuenta la
complejidad de la vida psíquica para poder diagnosticar, a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto
dice, de sus producciones y de su historia. Y ahí el diagnóstico es algo muy diferente a poner un nombre; es
algo que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones (porque todos vamos
sufriendo transformaciones).
En relación a los niños y a los adolescentes, esto cobra muchísima importancia. Es central tener en cuenta las
vicisitudes de la constitución subjetiva y el tránsito complicado que supone siempre la infancia y la
adolescencia así como la incidencia del contexto. Hay así estructuraciones y reestructuraciones sucesivas que
van determinando un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se
van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico.
Un problema grave es que al considerar que la descripción de síntomas o de actitudes implica un diagnóstico,
se obtura toda posiblidad de preguntar, por lo que se pierde el sujeto. Si nosotros ya sabemos lo que le ocurre
a un sujeto, a partir de la pura observación, y es claro ahí el sostén teórico que rige el DSM, que es el
conductismo, no hay nadie que esté diciendo algo diferente a aquello que es observable. Todo se juega en un
saber que ya está dado.
Consideramos que este modo de clasificar no es ingenuo, que responde a intereses ideológicos y económicos
y que su aparente falta de teoría no hace otra cosa que ocultar la ideología que subyace a este tipo de
pensamiento, que es la concepción de un ser humano máquina, robotizado, al servicio de los intereses de la
sociedad neo-liberal.
Esto también se expresa a través de los tratamientos que suelen recomendarse en función de ese modo de
diagnosticar: medicación y tratamiento conductual, desconociendo nuevamente la incidencia del contexto y
el modo complejo de inscribir, procesar y elaborar que tiene el ser humano.
En relación a la medicación, lo que está predominando es la medicalización de niños y adolescentes, en que
se suele tapar con una pastilla conflictivas que muchas veces los exceden y quedan sepultados pedidos de
auxilio.
Entonces, en lugar de rotular, consideramos que debemos pensar qué es lo que se pone en juego en cada uno
de los síntomas que los niños y adolescentes presentan, teniendo en cuenta la singularidad de cada consulta
y ubicando ese padecer en el contexto familiar y social en el que ese niño está inmerso.
Quiero agregar algo: me parece que utilizar estos manuales clasificatorios y los otros instrumentos que lo
acompañan, como el cuestionario de Conners (en el caso del ADHD), deja también a los profesionales
empobrecidos y con pocas posibilidades de pensar. Es un arrasamiento de la clínica y de todas las preguntas
que ésta abre. Es decir, no sólo queda desubjetivado el paciente sino también el terapeuta. Terapeuta y
paciente al servicio de intereses que les son extraños.
Retomar la idea de que diagnosticar es algo muy diferente a poner sellos y que un niño es un sujeto en
crecimiento, me parece fundamental para recobrar la clínica como lugar de creatividad.
Devolver la idea de crecimiento como potencia, como esperanza, puede facilitar que el niño se lance a la
aventura del aprendizaje, a los laberintos de los vínculos con los otros, que pueda construir y construirse y que
sostenga deseos.

[1] National Institutes of Health Consensus Development Conference Statement, “Diagnosis and Treatment
of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder (ADHD)”, en Journal of the American Academy of Child and
Adolescent Psychiatry, nº39, 2000, pp. 182-193.

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