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C P Harris - Cosas Malas y Equivocadas
C P Harris - Cosas Malas y Equivocadas
Harris
Equivocadas
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invierten en sus historias. Incentivamos a la compra legal del material para
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Una promesa.
Un verano para llevarla a cabo.
Un amor explosivo alimentado por una obsesión mutua.
El día en que Clint se despide de su hijo Joey cuando este se va al
entrenamiento básico militar, el chico al que le dedicó toda su vida le
extrae una promesa: pasar el verano haciendo algo egoísta, para variar.
La solicitud parece bastante inofensiva hasta que Joey pone a cargo a
su mejor amigo, Raven, para llevarla a cabo.
Raven haría cualquier cosa por las personas que lo acogieron cuando
era un adolescente y, cuando se trata de Clint, todo carece de límites.
Cuando el alentar a Clint a explorar su lado más egoísta, revela el amor
de Raven hacia el hombre, Raven se sorprende al descubrir que sus
sentimientos podrían ser correspondidos. No solo son devueltos, sino
que, además, todos sus deseos más oscuros y ocultos finalmente
parecen haber encontrado a su igual.
La posesividad de Clint alimenta todos los antojos que Raven ha
conocido. La franqueza de Raven le brinda a Clint la libertad que
anhelaba para tomar lo que quiera, y pronto los límites abandonan las
puertas del dormitorio. Mientras la promesa del verano se convierte en
invierno, y la amenaza del inminente regreso de Joey se cierne sobre
sus cabezas, Clint y Raven se aman más rápido y con más fuerza.
Cuando la desaprobación de Joey termina siendo la menor de sus
preocupaciones, Raven y Clint llegan a extremos desesperados para
permanecer cerca del otro, porque algo pequeño es mejor que nada.
Enfrentándose a un futuro incierto, ambos hombres se preguntan si
yendo demasiado lejos o arriesgando tanto, de todas formas puedan
salir ilesos al final.
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Se suponía que los funerales traían consigo un cierre, pero estar de pie
junto al ataúd de mi madre me dejó abierto y en carne viva, lo opuesto
a sentir que había cerrado un ciclo. Claro que tenía poco que ver con
ella y todo que ver con el hombre que me observaba fijamente desde el
banco de la primera fila de la iglesia con ojos de color acero
embrujados.
Hice lo mejor que pude para ignorarlo, pero, en lugar de observar las
manos frías y cruzadas de mi madre, cedía al impulso de mirarlo por
encima del hombro. Una y otra vez.
Se acercó al borde de su asiento, dudando, dividido entre ponerse de
pie y hacer toda una escena o tratar de hablar conmigo más tarde. La
vieja madera crujió bajo su peso, desconcertando a los espectadores
sentados junto a él. Las cosas no estaban construidas para hombres
como él, teniendo en cuenta su volumen.
—Hizo lo que pudo —La mujer que apestaba a alcohol en la fila de
atrás arrastraba sus palabras, era una de las amigas de mi madre desde
hacía mucho tiempo. La iglesia estaba inundada de ellos.
—No, no lo hizo —dije sin malicia y libre de amargura. Había
hecho las paces con el destino de mi madre hacía años. Me di la vuelta y
tomé el asiento en el lado opuesto del pasillo en donde él se
encontraba, con los ojos clavados al frente mientras que el sacerdote
culminaba el servicio.
Después del entierro tenía toda la intención de tomar un taxi hasta mi
hotel y posteriormente tomar el primer vuelo a casa; sin embargo, la
expresión endurecida de la mandíbula de Clint decía que no estaba por
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Tour o giras militares.
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—¿Qué?
—Se fue poco después que tú lo hicieras, Raven —El “te fuiste
para nada” quedó colgado en el aire. El denso dolor en sus ojos grises
cortó mi siguiente aliento. Me giré, dándole la espalda, los tacones de
mis zapatos de vestir chirriaron en el suelo de linóleo. Había
desaparecido para salvarlos. Para salvar a todos los involucrados, pero
incluso cuando intenté hacer lo correcto, destruí sus vidas.
El pánico se apoderó de mis extremidades, tensándolas con fuerza ante
el sonido de la tela que crujía detrás de mí. Destellos de ropa
desgarrada y dedos aferrándose a mi garganta golpearon mi visión, y la
necesidad de arrancar las manos fantasmas de mi cuello, o sostenerlas
contra mí, se convirtió en algo real. El olor a sudor y cosas terribles
obstruyó mis fosas nasales, activando en mi interior al hombre
malvado después de haber trabajado tan duro para ser alguien mejor.
En mi periferia, Clint se acercó al fregadero subiéndose las mangas por
sus antebrazos musculosos, no tenía la corbata ni la chaqueta. Liberé
mi respiración contenida.
Rechacé su oferta por un vaso de agua y canalicé mi concentración
hacia la fuerza de gravedad para evitar flotar hacia él.
Su cabello y su barba, antes rubios, ahora eran del color de las nubes
grises y la luz de la luna. Llenó su vaso y su ancha garganta se movió
mientras bebía el contenido. Clint hacia que simplemente tragar se
viera sexy, y ya sabía cómo iba a terminar todo esto si no me iba.
Volviéndose para enjuagar el vaso, su mano se detuvo en el grifo.
Por favor, no…
—Sigues siendo hermoso —susurró sobre el fregadero.
Maldito sea... —No —Apreté aún más mis labios sellados.
“Pelo del color de las alas de un cuervo y ojos con el tono de los
glaciares”, me había dicho más de una vez, acariciando mi pico de
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viuda2 con una mano mientras que me hacía el amor como si yo fuera
su posesión, porque sí lo era. Reflexionando al respecto, lo que
habíamos hecho no podía calificarse como hacer el amor. Clint y yo
éramos como agua caliente besándose con el aceite. Gasolina torciendo
su dedo en medio de una llama abierta. Nos juntábamos como
animales en celo, marcando nuestro territorio. Y el amor tenía todo y a
la vez nada que ver con eso.
No siempre fuimos así. Clint era el hombre más amable que jamás
había conocido, alguna vez lo fue. Al final, ninguno de los dos podía
soportar nuestro propio reflejo, y después de todos estos años estaba
allí con la confianza de saber que el peor error que había cometido era
también la mejor decisión de mi vida. Necesito salir de aquí.
—¿A dónde crees que vas? —Su voz resonó a través de la cocina.
Me estremecí, ignorando su pregunta mientras alcanzaba mi abrigo. Mi
mano fría se envolvió firmemente alrededor de la perilla de latón de la
puerta trasera mientras que pasos golpeaban detrás de mí. Una palma
resuelta cerró la puerta de golpe, haciendo llorar las bisagras
envejecidas, y un fuerte jadeo en mi oído revivió recuerdos que había
trabajado duro en olvidar, golpeando mis paredes como si fueran un
mazo.
—No hagas esto, Raven. No otra vez.
—Ya sabes cómo terminará, Clint.
—Entonces deja que termine de esa manera, maldita sea —Se
apretó contra mí—. No soy el mismo hombre que dejaste atrás, Raven.
Te prometo que no lo soy. Pero tendrás que tirarme al suelo primero si
planeas dejarme otra vez de esa forma.
De esa forma. Sin darle oportunidad de explicarse o luchar. Sin la
oportunidad de limpiar lo último de la fealdad que había derramado
sobre mí.
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En inglés, se denomina pico de viuda (Widow's peak) a cierta disposición del nacimiento del cabello humano,
cuando en la frente forma un triángulo invertido.
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Tampoco podía hacer eso. Mis uñas romas abrieron la piel de sus
antebrazos mientras su gordo glande rozaba mi dispuesto agujero,
entrando en mi cuerpo antes de que estuviera listo para él. La punta
lisa y desnuda se calentaba contra ese lugar que había estado frío
durante demasiado tiempo.
Sin condón. Nunca usaba condón. Me quemaba sin fin que él asumiera
que todavía poseía ese privilegio. A la mierda con él por estar tan
seguro de que nadie más había estado recibiendo el placer de tener su
polla desnuda dentro de mí. Sus suposiciones eran acertadas, y eso era
lo que más me dolía. La idea de detenerlo se sentía como esforzarse
contra la gravedad, el viejo hábito de fingir que no lo deseaba era como
ponerme mi par de jeans viejos favoritos.
Palmeé su rostro, empujándolo, y él estranguló mis muñecas entre una
de sus manos grandes e impías, presionándolas contra mi pecho
mientras continuaba abriéndome hasta quedar asentado
profundamente hasta las pelotas. ¿Alguna vez alguien creería que una
vez fui yo el agresor? ¿Qué fui yo quien moldeó a Clint en esta cosa que
me tomaba sin una maldita preocupación acerca de las consecuencias?
Clint derribaba mis paredes para hacerse espacio y mis piernas
temblaban ante la llenura. Había olvidado cómo se sentía ser ensartado
por algo tan inmenso, y la parte débil de mí mismo devoraba la
expresión de orgullo en Clint porque yo lo hubiera tomado por
completo. Sí, todavía puedo tomarte, Clint, expresaron mis ojos con
aire de suficiencia, permitiendo que mi debilidad hablara.
Mi corazón martillaba contra mi esternón, su hilo colgando y
balanceándose para conectarse con el suyo. Él gimió con su cuerpo
tenso e inmóvil, absorbiendo la sensación de su polla retornando a
casa. Su pene se retorcía por la emoción, acariciando mis barreras,
prometiéndome que nunca se iría. Mi interior se cerraba a su
alrededor, dándole la bienvenida con la intención de que cumpliera sus
palabras.
Me encendía, haciéndome gotear contra mi ombligo, pero sin anular
por completo mi ira. Me incliné fuera de la cama, aventurándome y
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parte buena y la parte no tan buena de Mansfield, así que tenía que
soportar a estos imbéciles inseguros y remilgados que pensaban que
meterse conmigo era la mejor forma de pasar el tiempo.
—Quítame las malditas manos de encima. ¡Déjame ir! —Me
estaban arrastrando, casi ahogándome con el cuello de mi camisa
mientras colgaba en el aire de la mano de una persona desconocida,
como si yo fuera el abrigo colgado en un gancho.
—Cálmate, chico —dijo una voz profunda y amable, e
instantáneamente me desinflé, colgando inerte hasta que me pusieron
de pie cerca de la patrulla de policía del oficial Clint Miller—. ¿Y qué te
he dicho sobre esa boca tan sucia que tienes?
—Estoy trabajando en ello —dije con petulancia, abrazándome los
codos.
Envió a su compañero a ver a Kurt y dispersar a la multitud. Luego se
puso de rodillas y se quitó las gafas. —Muy bien, esta es la segunda
pelea de la que te saco esta semana. ¿Quieres decirme lo que está
sucediendo?
Me caía bien el oficial Miller, aunque no entendía muy bien por qué se
molestaba conmigo. Nadie más lo hacía. Patrullaba nuestro vecindario
y tenía la habilidad de aparecer durante mis momentos menos
estelares. Como Superman, excepto que su cabello era rubio y sus ojos
eran del color de la ceniza al final del cigarrillo encendido de mamá. El
oficial Miller nunca asumía que yo era el del problema, y siempre me
pedía primero mi versión de los hechos.
—Estaba tratando de tirar al aro, pero él seguía cantando “Raven
es un perdedor, Raven es un perdedor" —canté nasalmente, imitando
los hombros y las caderas girando de Kurt. El oficial Miller apoyó el
dorso de la palma de su mano en su boca, sofocando su sonrisa—. Le
dije que su camisa le quedaba demasiado apretada, así que él era el
perdedor. Las chicas se rieron y luego él me derribó.
—¡Eres un mentiroso! —Kurt gritó cuando el oficial Bobby lo
condujo por sus hombros fornidos.
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Una telecomedia, comedia de situación, comedia de situaciones o simplemente comedia, conocida en inglés
como sitcom (acrónimo de situation comedy), es un tipo de serie televisiva cuyos episodios se desarrollan
regularmente en los mismos lugares y con los mismos personajes, y donde en ocasiones se incluyen risas
enlatadas o en vivo. Un ejemplo de Sitcom es la serie Friends o Big bang theory.
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The Young Marines es un programa juvenil militar en los Estados Unidos y Japón abierto a todos los jóvenes
entre las edades de 8 a 18 años o finalización de la escuela secundaria.
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Francis "Frank" Castle, conocido como El Castigador (The Punisher, en inglés), es un personaje ficticio y
antihéroe que aparece en los cómics estadounidenses publicados por Marvel Comics.
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G.I. Joe (Government Issue, Joe: En referencia a la representación del Gobierno estadounidense en sus
soldados, apodados durante la Segunda Guerra Mundial "JOE") es el nombre de una línea de figuras de acción
concebida por Stanley Weston, quien en 1963 tuvo la idea de crear unos muñecos militares enfocados a los
niños, que pretendían emular el éxito de Barbie entre las niñas.
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The Punisher, por el comic que a Joey le gustaba de pequeño.
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la tinta, era el momento de soñar con algo más grande que hacer una
fortuna para alguien más. En lugar de renovar el contrato de
arrendamiento del apartamento que me dejaba a pan y mantequilla
después de pagar el alquiler todos los meses, Clint había accedido a que
me mudara de nuevo para que pudiera ahorrar para poner en marcha
mi propio salón de tatuajes. Al contrario de lo que decía Clint, yo tenía
toda la intención de contribuir a los gastos de la casa. Parte de mi
misión en la vida había sido que Clint dejara de verme como el niño
pobre que acogía y trataba como si fuera suyo. Quería ganarme su
respeto, y no podía hacerlo sin cargar con mi propio peso aquí.
Volver a la casa de Clint me costaría acostumbrarme. Había pasado
años evitando activamente este lugar y a Clint, solo mostrando mi cara
cuando no lo hacía desencadenaba sus sospechas. Por suerte para mí,
Clint trabajaba mucho, así que mis visitas a él habían sido
excusablemente mínimas. Sin embargo, Joey y yo estábamos unidos
por la cadera. Eso no había cambiado.
Al salir del baño, ralenticé mis pasos. Joey estaba sentado en la silla de
mi escritorio, vestido con traje de faena, mirando fijamente las paredes
rojas, sumido en sus pensamientos. Me pasé la toalla por el pelo antes
de tirarla al cesto y coger un par de calzoncillos del cajón superior de
mi cómoda.
—¿Tienes tiempo para desayunar? —Le miré con atención. El olor
a bacon y a las galletas caseras de Clint se colaba por debajo de la
puerta cerrada del dormitorio. Parte del cumpleaños, parte de la fiesta
de despedida para nosotros dos. El estado de ánimo de Joey había
cambiado tan drásticamente en los pocos minutos que habíamos estado
separados, que pensé que tal vez su reclutador le había llamado para
que viniera antes.
—Sí —suspiró, mordiéndose el labio inferior con los dientes. Joey
era un tipo alegre y despreocupado. Era bueno con todos los que
conocía, pero en su interior se libraba una batalla. Una que solo yo
conocía los detalles. Una que tenía que ganar por sí mismo. De vez en
cuando, la presión de lo que quería de la vida y las partes de sí mismo
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Programa de verano donde se hace una especie de introducción a lo que es la vida en el ejército.
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—Puedo... Si necesitas...
—No seré yo quien te quite la virginidad del culo, Joey. Me
gustaría que ese momento significara más para ti. No tienes que
sentirte mal —Incliné la cabeza—. ¿Incluso tocar fondo sería algo que
querrías9?
—Quién sabe. No sé nada de esto —Se rio maniáticamente, la
mirada se posó en todo menos en mí—. No me atraen los chicos. No los
miro y digo 'quiero su polla'. Sin embargo, cuando estoy así de excitado,
la suavidad de Trish no es lo que quiero. Quiero algo que pueda golpear
una y otra vez y que siga en pie.
—No tienes que tenerlo todo resuelto ahora. Te entiendo —Me
incliné sobre él, presionando nuestras frentes.
—Parece que te estoy utilizando —susurró.
—No es así. Además —me encogí de hombros—, me gusta que me
utilicen.
—Eres una puta —Se rió, arrancándome una sonrisa. Mi Joey
había vuelto. Hundí mis dedos en sus costillas, haciéndole cosquillas
como cuando éramos niños. Tendíamos a sacar el niño que había en el
otro. Se volcó en el suelo, llevándome con él, y la silla cayó encima de
nosotros—. Ew, tu semen me está manchando —dijo con una nota de
histeria femenina. Resulta cómico si tenemos en cuenta que su tamaño
rivaliza con el de un camión Mack.
Nos convulsionamos en un ataque de risa, terminando conmigo en una
llave de cabeza. Mi pie dio una patada, sacudiendo el escritorio, mi
lámpara de porcelana barata se inclinó hacia un lado y se hizo añicos
con fuerza sobre la madera. Nos quedamos paralizados, girando la
cabeza hacia la puerta.
—Papá nos va a matar —dijo, y efectivamente, Clint gritó desde el
rellano inferior para que creciéramos y bajáramos a desayunar—. Oye
—dijo Joey, poniéndose en pie—. Si alguna vez quieres parar, solo
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Se refiere a que si querría ser el pasivo durante el sexo.
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tienes que decirlo. Sin hacer preguntas. Nuestra amistad está por
encima de esto —Sus dientes superiores volvieron a morder su labio
inferior.
—Te lo haré saber —prometí.
Me recompuse, fumé un cigarrillo con la cabeza metida en la ventana
antes de coger el lápiz y el cuaderno de dibujo de la cama y salir
corriendo hacia las escaleras de atrás. Estaba trabajando en un nuevo
diseño. Un Arcángel con la apariencia de Clint que planeaba tatuarme
en el costado izquierdo y la caja torácica.
Me detuve en el último escalón. Una mujer de pelo largo y arenoso
estaba sentada en el rincón del desayuno sirviéndose los huevos y el
bacon. No podía tener más de veinticinco años. Evidentemente, a Clint
no le importaba meterse en la piscina de su edad, y eso debería
haberme hecho sentir esperanzado, pero no podía dejar de sentirme
asesino.
El repentino tirón de los omóplatos de Joey indicó que sabía que yo
estaba allí, y su brazo trabajó mientras se metía la comida en la boca,
esforzándose por no mirarme por encima del hombro.
—¡Oh, hola! —dijo mi enemiga, toda sonriente y entusiasta. Qué
perra. Mordió una tira de tocino y me dieron ganas de arrancársela de
su mano de manicura rosa. Clint podría hacerlo mucho mejor—. Tú
debes ser Raven.
—¿Y tú eres? —Me deslicé en el banco junto a Joey, que seguía
inflando sus mejillas con cucharadas de avena mientras evitaba mi
inspección sobre él.
—Soy Jillian. Amiga de Clint.
—Conozco a todos los amigos de Clint —dije, con la cara seria—.
Nunca ha mencionado a una Sally antes.
—Es Jillian, y tal vez amiga es una palabra fuerte-
—Estoy de acuerdo. Una aventura de una noche es más
apropiada. Clint parece ser un fanático de eso —dije antes de pedirle
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Aquella tarde llegué a casa antes que Clint y me puse a jugar con mi
moto en la entrada, lavándola y sacándole brillo mientras Bohemian
Rhapsody sonaba en el altavoz a través de la puerta abierta del garaje.
Al terminar, me quité la gorra de béisbol, me limpié la frente sudorosa
con el dorso de la mano y miré el cielo crepuscular. El rugido del coche
de Clint se hizo más agudo cuando se dirigió al final de nuestra calle sin
salida. Lo esperé en el borde del camino, pensando mejor en el impulso
de meterme un chicle en la boca para matar el olor de la cerveza
obligatoria de cumpleaños que había tomado con los chicos en el salón
de tatuajes. Tenía veintitrés años y casi cincuenta la mayoría de los
días. No fumar ni beber delante de Clint nunca se había tratado de
ocultarlo, sino de mantener un cierto nivel de respeto hacia él. En
realidad, solo servía para tender un puente más grande entre yo y mi
objetivo. Si quería que me trataran como a un adulto, tenía que
comportarme como tal. Y eso empezaba por ser transparente sobre
quién era yo en todo momento. Nada de persianas.
—¿Estás preparado para esta paliza? —me preguntó, aparcando
en el césped porque mi bicicleta y mis artículos de limpieza estaban
desparramados por el camino de entrada.
—En tus sueños —Me reí, pasando un pulgar por encima de mi
hombro—. Deja que me cambie.
—Sí, yo también —La puerta del conductor se cerró de golpe.
Clint me dirigió una mirada que no pude descifrar, como si estuviera
guardando este momento y a mí en la memoria. Su palma callosa me
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Éramos los únicos maníacos que seguían en el parque a esa hora, pero
teníamos a las cigarras para hacernos compañía. Sudoroso y sin
camiseta, con las manos en las rodillas, me incliné sobre el cuerpo
tendido de Clint, que se desparramaba resollando sobre el asfalto de la
pista.
—He ganado. Otra vez —La palabra queso era la que mejor
resumía mi sonrisa10. Le había dado cuatro revanchas, y las había
ganado todas.
—¿Has estado practicando a mis espaldas? —preguntó, con la
pelota metida bajo el brazo.
—No, solo estoy más decidido a ganar el premio —Extendí una
palma, ayudándole a ponerse en pie.
—Hablar de esto con cualquiera podría llevarte de cinco a diez
años en la cárcel. Y estoy hablando de un tiempo duro —Empezó a
regatear mientras nos dirigíamos a su Tahoe en un silencio pensativo.
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En Estados Unidos, la palabra “cheese” (queso) es utilizada al momento de hacer fotografías, ya que
al decirla de forma exagerada, hace que la persona parezca que está sonriendo.
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El trato que habíamos hecho era grande, más grande de lo que ninguno
de nosotros había comprendido hasta que llegó el momento de pagar.
Clint se apoyó en el capó de la camioneta y yo me subí, apoyando los
pies en el parachoques delantero. Un coche pasó por la desolada calle,
provocando nuestra atención, y aceptamos de buen grado la
distracción, alargándola hasta que las luces traseras se desvanecieron
en la distancia. Había un millón de cosas que podría haber dicho allí
sentado bajo las estrellas de la noche, pero Clint tenía que ir primero.
Necesitaba saber dónde tenía la cabeza. Respiró exageradamente,
absorbiendo el sudor de su cara con el dobladillo de su camisa,
bendiciéndome con la vista de sus abdominales—. ¿Por qué parece que
algo ha muerto entre nosotros esta noche?
—No es así. Te lo prometo, Clint.
Gruñó.
—Solías llamarme papá. Tardaste un tiempo, y no le di
importancia cuando lo dijiste por primera vez porque no quería que te
retractaras, pero maldita sea, me dolió de la mejor manera —Me miró
de reojo—. Y entonces un día dejaste de hacerlo. De la nada. Y eso
también dolió, pero de la peor manera.
Recordé el año, el mes, el día y el segundo al que se refería Clint. La
noche en que disparé mi semen por toda la puerta de su habitación,
marcando mi territorio, manifestando el futuro. Ya no era el pseudo
padre que había llegado a conocer. Era más. Y llamarle papá después
de eso me ponía nervioso.
—Nunca dijiste nada.
—No. No tenía derecho a hacerlo. Y mi amor por ti no dependía
del nombre con el que te dirigías a mí. Todavía no lo hace. Quería que
estuvieras a salvo, calentito, alimentado, e hice todo lo posible para que
así fuera. Aparte del respeto, no me debías nada.
Volvimos a mirar las estrellas y abrí el bolsillo lateral, sacando mi
paquete de Marlboro y mi Zippo.
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En el original: Flipping houses (es un término que viene directamente desde Estados Unidos para
referirse a la compra de una vivienda con el objetivo de renovarla y venderla rápidamente a un precio
superior y, así, obtener ganancias.)
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Los martes por la noche no había mucha gente en O'Neills, así que
podíamos elegir cualquier sitio en el bar. Bobby le hizo señas al
camarero y empezó a hablarle.
—Ahora escúchame, eres guapo, eres apuesto y estás jodidamente
caliente —Ella marcó cada uno de ellos en sus dedos.
—Estoy segura de que todo eso significa lo mismo...
—El punto es que estás desperdiciando todo esto —Ella metió una
mano en la zona del pecho—. Es doloroso de ver.
Siempre podía contar con Bobby para una buena risa.
—Pensé que tu esposa era la reina del drama.
—Eh, se me está pegando —Se estremeció—. Todavía eres joven,
Clint. La vida recién comienza para ti —Bobby pidió lo mejor que
tenían de barril, y luego comenzó a escudriñar la escasa oferta con los
ojos entrecerrados.
—Me siento viejo.
—Eres inexperto, hay una diferencia —Me abrió los botones
superiores de la camisa—. Aflójate y déjame hacer mi trabajo.
Una hora y varias copas más tarde, los trabajadores empezaron a
acumularse. Todavía quedaban algunos taburetes vacíos a ambos lados
de nosotros. La mayoría de la gente prefiere reunirse cerca de la
máquina de discos o de la mesa de billar del fondo.
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Mierda. Lo había dicho en voz alta. Tal vez su respuesta significaba que
no me había escuchado.
—Nada.
—¿Qué revista? —Sus ojos se rieron de mí.
Con toda la indiferencia que pude fingir, dije: —Eh, tal vez algo
orientado a los viejos —Y como mi boca tenía mente propia—. Tienes
vibras de DILF12 —Éramos amigos. No hay nada malo en hacerle saber
a un amigo que es sexy, ¿verdad?
Sus ojos formaron un signo de interrogación. Clint hizo de la
ignorancia la nueva belleza. Lo que no sabía era tan fascinante como la
plétora de cosas que sí sabía, quizá más porque cualquier persona así
de guapa debería saberlo.
—Dad-I’d-like-to-fuck —dije, soltando un remo para hacer un
gesto despectivo con la mano, como si el hecho de que fuera un padre al
que todo el mundo quisiera follar no fuera gran cosa. Me voy a ir al
infierno.
—¿Papá al que te gustaría follar? —preguntó, confundido y no
indignado como debería haber estado. Eso es lo mucho que confiaba en
mí. Primero asumía que tenía algo mal antes de creer que lo tenía todo
bien.
—Sí. ¡No! —Razón 101 por la que necesitaba mantenerme lejos de
Clint. Tenía la costumbre de decir lo que quería sin pensarlo primero.
La peor discapacidad que se puede tener cuando se esconde una
obsesión—. Eres sexy —Por el amor de Dios—. Es una expresión, Clint
—Palpé con ansiedad mis bolsillos delanteros en busca de mis
cigarrillos.
—Veo que mi diversión al sol ha terminado —dijo, el humor
jugando en las esquinas de sus labios—. La tensión de llevarnos a
nuestro destino te ha comido el cerebro. Deja que te enseñe cómo se
12
Acrónimo para “Dad I’d like to fuck” (Papá al que me gustaría follar), término usado para los
hombres mayores que están rikolinos :v
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hace —Agarró los remos, y era sujetarse a los bordes de la canoa o caer
por la borda. Se reía y yo no podía dejar de participar porque, además
de ser muy contagiosa, la felicidad de Clint era simplemente divertida.
Tras llegar a nuestro destino y asegurar la canoa, contemplamos la
puesta de sol sentados uno al lado del otro en una roca en el más sexy
momento de silencio. El tipo de silencio en el que crecías, tanto por
separado como en conjunto. El tipo de silencio que te obliga a respirar
profundamente después y a mirar a la persona con la que estás para
confirmar que también ha sentido la conexión con algo más grande.
Compartimos una tímida sonrisa de gratitud por no haber tenido que
vivir el momento solos, sabiendo que en ese breve lapso de tiempo
ambos nos habíamos convertido en algo diferente, en algo más
intrépido. Y sin decir una palabra, supimos que volveríamos, que se
había convertido en nuestro lugar. El poder de una puesta de sol.
—¿Estás soltero? —preguntó de repente.
Lo último que quedaba del sol se sumergió en el horizonte, llevándose
consigo mi excusa para ver cómo se desvanecía. A regañadientes, le
presté a Clint toda mi atención.
—Mucho —dije, luchando por escuchar los sonidos de la
naturaleza que nos rodeaba por encima del caótico latido de mi
corazón—. ¿Por qué?
—No lo sé. Nunca has traído a nadie a la casa. He escuchado a
Joey hablarte de... ah... ciertas cosas... —Se encogió de hombros,
pareciendo incómodo con el tema de mi vida sexual—. Tengo
curiosidad, supongo.
Todavía no había oscurecido del todo, estábamos en ese punto
intermedio, y yo quería hacer un trueque con el tiempo, hacer que se
detuviera porque pronto sus ojos grises se fundirían con el manto
negro de la noche, y tendríamos que abandonar este lugar. Nuestro
lugar.
—No creo que una relación esté en las cartas para mí, Clint.
—¿Por qué no?
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13
La pesca con mosca es una modalidad de pesca que utiliza una caña y señuelo artificial llamado
mosca. La pesca con mosca se practica usualmente en lagos, ríos y en el mar. También es conocida
como pesca con cola de rata.
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Nos dimos las buenas noches, pero el sueño no sería fácil para mí, no
cuando mi cama no era la que quería mantener caliente.
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mientras éste hacía ojitos a la cámara. Sus padres los miraban con
cariño.
—Mi padre y yo éramos hombres grandes, así que los muebles
también solían ser grandes. Él era una cosa diminuta, como mi madre.
Lo ponía sobre mis hombros para que pudiera soplar las velas, lo que le
hacía reír histéricamente. Se animaba con las cosas más sencillas —dice
con cariño—. Al principio, mis padres se asustaban porque la cera de
las velas se derretía sobre la tarta mientras nosotros hacíamos el tonto.
A menudo me metía en problemas por influir en sus locuras. Pero era
al revés. Él sacaba el niño que había en mí.
—Como Joey lo hace conmigo.
Clint sonrió con orgullo. Él medía el éxito por el carácter de cada uno.
Joey y yo podíamos fregar retretes el resto de nuestras vidas y Clint se
sentiría realizado siempre que fuéramos grandes hombres.
—Al final se dieron cuenta de que el pastel no haría el recuerdo,
sino el amor —Volvió a introducir la foto con cuidado, pasando la
página y sacando otra antes de pasármela. Brandon estaba
visiblemente molesto en la foto, con los brazos cruzados y los ojos
mirando hacia otro lado—. Eso fue el día después de su décimo
cumpleaños. La última vez que los vi a él y a mi padre con vida. El
último recuerdo que tengo de mi vivaz hermanito es que era infeliz, y
yo lo había puesto así. Había matado su chispa y nunca tuve la
oportunidad de hacerla volver.
—Murieron en un accidente de coche —dije, repitiendo lo que
Joey me había susurrado un día. Nunca había sido lo suficientemente
valiente como para preguntarle a Clint sobre eso. Todos los años, ese
día, se encerraba en sí mismo, su tristeza era un abismo negro que te
absorbía con las manos si te acercabas lo suficiente. Lo había olvidado
porque hoy no era como las demás veces. Hoy se permitía vivir cuando
en el pasado una parte de él tendía a morir.
—Debería haber sido yo, no él.
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—¿Por qué dices eso? —No quería imaginar un mundo sin Clint.
Yo no existía si él no lo hacía. De una forma u otra habría muerto en ese
remolque, o habría muerto por las malas circunstancias en las que me
habría encontrado después de escapar.
Clint dejó el álbum a un lado y se puso de cara a mí, con la pierna
doblada y apoyada en el sofá. Su atención exclusiva acabaría con mi
vida.
—Mi padre se ganaba la vida restaurando coches clásicos. Sus
habilidades le valieron lucrativos contratos con algunos de los grandes
actores del negocio del automóvil. Me encantaba verle hacer su magia.
Y aún más me gustaba aprender de él. Acabé por trasladarme a un
instituto de formación profesional porque ayudar a papá los fines de
semana no era suficiente para mí, y pronto la restauración me
consumió. Todos los años, no hacía falta decir que yo sería el hijo que
acompañaría a papá a la Exposición de Automóviles de la Rue de
Grant. A Brandon le gustaban las artes. Heredó ese gen de mi madre.
Era un evento de un fin de semana fuera del estado, así que lo
convertimos en unas pequeñas vacaciones en lugar de hacer el viaje de
cuatro horas de ida y vuelta cada día. Este año en particular, no quería
ir. Tenía diecisiete años y los padres de la persona con la que me había
estado enrollando en secreto iban a salir de la ciudad ese fin de
semana. Habíamos tenido sexo en ese momento, nada más que
momentos robados en el bosque o detrás de un contenedor de basura
en algún lugar, sin embargo. Yo estaba lleno de testosterona. No iba a
dejar pasar la oportunidad de un maratón de sexo en una cama. Así que
soborné a Brandon para que ocupara mi lugar con papá —Señaló el
mohín de Brandon en la foto—. No quería ir, y nunca llegaron a casa.
—No fue tu culpa.
Clint hizo el mismo gesto que yo ofrecía cuando me decía que la
adicción de mi madre no era porque no me quisiera. El asentimiento de
gracias-por-intentar-pero-nunca-me-convencerás-de-otra-cosa.
Entendía bien ese asentimiento. Lo había inventado. Nada de lo que
pudiera decir le haría cambiar de opinión, así que seguí adelante.
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rodeé mis rodillas con los brazos y observé hasta que sus miembros
dejaron de traquetear. Una pequeña burbuja de risa se me agolpó en la
garganta, seguida de la aparición del pánico, porque si mi madre moría,
¿qué pasaría conmigo? ¿Quién cuidaría de mí? ¿Quién me querría? —
La adicción había convertido a mi madre en una cáscara, pero también
era todo lo que había tenido, y en aquel entonces no sabía pensar en
grande por mí mismo—. Desperté a su novio, Ricky, y él se dedicó a
tomarle el pulso mientras gritaba por teléfono al 911. Ricky y yo
trabajamos para librar el lugar de cualquier cosa que pudiera llevarla a
la cárcel. Después me encerró en el armario y dijo que no quería que
me llevaran cuando llegaran los paramédicos. Se trataba más de salvar
su propio pellejo que de protegerme, pero me quedé allí durante días
hasta que se acordó de volver a por mí.
Clint me apartó la mata de pelo de ébano que me caía siempre sobre los
ojos. La acción no fue compasiva ni paternal y, por primera vez, no me
hizo erizarme a la defensiva.
—Salvar a mi madre fue lo más egoísta que hice en mi vida. Ni
una sola parte fue por ella. Fue por mis miedos, mis traumas, mi
necesidad de tener algo —por muy malo que fuera —que no tener nada.
—Eras un niño.
—Ya no soy una niño, Clint. Y te digo que fue por puro interés
personal. Hizo que fuera más fácil aceptar toda la mierda que pasó
después porque me había asegurado de que ahora me lo merecía.
—Nunca me dijiste esto antes.
—No quería que pensaras mal de mí —dije.
—¿Y ahora?
—Has derramado tu dolor por mí, y ahora pienso más de ti. Y
apuesto a que compartir mi peor error hace que tú también pienses
más de mí.
—Lo hace —susurró—. Ven aquí.
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Clint me abrazó a él, piel desnuda con piel desnuda, pero era nuestro
dolor el que nos conectaba, no nuestra carne caliente. Latido a latido,
ambos acelerando como si trataran de llegar primero a la meta. Me
retiré lentamente, poniéndome de pie y apartándome para ocultar la
evidencia de mi encaprichamiento con él.
—¿Qué quieres, Clint? —Le devolví la pregunta de nuestra noche
en el lago—. Cuando termine el verano, ¿qué pasa entonces? —Le lancé
una mirada por encima del hombro.
—Yo... yo... —dijo él, nervioso—. ¿No eres tú el que dijo que había
que vivir el momento?
—Puedes tener un deseo para tu futuro y luego pasar tus
momentos dando pasos que te acerquen a él.
—Me encantaría volver a meter la mano en la restauración de
coches —Lo había lanzado sin pensar, pero la pelota dio en la pared y se
quedó pegada. Un fuego involuntario se encendió tras la ceniza y el
humo de sus ojos—. ¿Podría hacer eso?
—Puedes hacer cualquier cosa —dije—. Buenas noches, Clint —
Elegí las escaleras cercanas a su dormitorio, escalándolas con un
cansancio que nada tenía que ver con la necesidad de dormir. Mis pies
alcanzaron el último escalón cuando sus palabras susurradas me
golpearon como un toque físico.
—Buenas noches, Raven —Habían subido desde el rellano
inferior. ¿Se había parado allí y me había visto ascender? Decidí que
tener la respuesta a eso haría más daño que bien, así que me obligué a
mantener la cabeza hacia adelante y forcé a mis piernas a llevarme a mi
habitación.
Cogí el teléfono de la cama y saqué el número de Link.
Raven: ¿Despierto?
Terminé borrando el mensaje sin enviarlo. Link entendía lo que
significaba el sexo sin ataduras, conocía las reglas, y nos usábamos
mutuamente para ello de vez en cuando. Sin embargo, esta noche
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—No.
Desinfectó sus materiales mientras yo esperaba una respuesta que no
llegaba. Link tenía una manera de decirme o darme lo que necesitaba
sin meterse en mis asuntos. Nos convirtió en amigos instantáneos y en
compañeros para follar a veces. Me di la vuelta para irme.
—Algunos de los chicos van a venir más tarde a jugar al billar y a
tomar unas copas. Ven antes de medianoche si quieres pasar el rato.
Ven después de medianoche si no quieres.
Asentí con la cabeza y cerré la puerta tras de mí.
Clint estaba sentado en mi puesto de trabajo hojeando mis cuadernos
de bocetos. Por suerte, el que contenía el nuevo tatuaje que llevaba
estaba guardado en el cajón de mi escritorio en casa.
—¿Ves algo que te guste?
Clint se giró en mi silla y me sorprendió con una cara bien afeitada y
una sonrisa de infarto. Mi excitación de hace un segundo me dio una
patada en las pelotas, recordándome que no me había ocupado de ella.
—En realidad, sí —Se volvió hacia el libro, y yo me paré sobre su
hombro, impresionado por su elección. Un reloj antiguo agrietado por
la mitad. Los números estaban en números romanos.
—¿Por qué ese?
—Lo vi y al instante pensé en la ilusión del tiempo. Creo que la
insistencia de alguien en que el presente es lo único que tenemos por
fin me está afectando.
A lo largo de los años, había adquirido la costumbre de soltarle eso a
Clint cada vez que se metía demasiado en su cabeza. Normalmente,
durante alguna de sus charlas. Había tenido que desempolvar el viejo
dicho en las últimas semanas cuando su alter-ego -el policía de la
diversión- intentaba arruinar nuestros buenos momentos.
—Excelente elección. Pero, ¿por qué tatuarse después de todos
estos años?
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Actor estadounidense quien interpretó a Negan Smith en la serie The Walking Dead.
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que había estado aquí durante veinte minutos y no había notado nada
fuera de mí. Demándame. O reza por mí.
—Tal vez puedas ayudarme a convencer a este tipo para que se
asocie conmigo. Le estoy ofreciendo la mitad del negocio y sigue
insistiendo en rechazarme —Law se agarró el corazón herido.
—Eres insoportable —le dije.
—Raven tiene claro lo que quiere —dijo Clint—. Y ahora mismo,
quiere lo suyo. No seré el tonto que intente cambiar eso.
Se pusieron al día brevemente antes de que Law fuera llamado.
—¿Estás bien? —preguntó Clint, y me pateé mentalmente por
haber sido sorprendido mirándolo abiertamente.
—Gracias —dije.
—¿Por qué?
—Por apoyarme, pero sobre todo, por ahora. Por cómo me tratas
ahora, Clint —Aunque nunca llegara a tener a Clint de la manera que yo
quería, tenerlo como amigo sería la mejor decisión a la que le había
obligado. Aparecería siempre que lo necesitara, me animaría desde el
frente de cualquier multitud. Me confiaría sus secretos, y yo le daría de
buena gana todos los míos. Todos menos uno—. ¿Pero y si...? —
murmuré, con los ojos muy abiertos cuando la sonrisa de Clint reveló
que había dicho las palabras en voz alta. Por suerte, parecía que él
pensaba que yo tenía dudas sobre la posibilidad de emprender mi
propio camino.
Entró en mi espacio aéreo, sus poderosos hombros redondeados
bloqueando la luz, envolviéndonos en su sombra, y con las intenciones
inocentes de un amigo, se inclinó, susurrando mis propias palabras al
oído.
—Y-si no puede coexistir con el ahora, Raven.
Esas palabras volverían a perseguirnos a ambos.
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—Lo hice —gritó antes de ponerse en pie y alisar una mano sobre
el coche en señal de agradecimiento—. Lo hice.
Me acerqué, metiendo las manos en los bolsillos traseros para no tocar
sus líneas de risa. ¿Cómo era posible que, con todo lo que la vida le
había deparado, Clint aún tuviera la capacidad de mirar el mundo con
asombro? Si yo tenía un papel en eso, lo aceptaría con gusto. Me
ayudaría a superar las malas rachas de quererlo pero no tenerlo. Me
mantendría hasta la próxima vez que necesitara algo para superarlo.
Habría muchas más veces mientras no fuera su dueño.
—Lo has conseguido, joder.
Exhaló, sus ojos bailando sobre mí.
—Nunca he tenido éxito en deshacerme de tu boca sucia. Y lo
hicimos —Se abalanzó sobre mí con exuberancia, poniéndose en
cuclillas como si se preparara para rodear mis piernas con sus brazos y
lanzarme.
Salté hacia atrás.
—No me levantes —le advertí con las manos extendidas—. No, a
menos que planees follarme contra la pared.
La aguda toma de aire de Clint dijo todo lo que necesitaba. Lo había
expresado en voz alta. Lo había hecho de nuevo. Joder.
Pensando rápidamente en mis pies, me encogí de hombros, dejando
que mis brazos colgaran sueltos y despreocupados a mis lados.
—¿Qué? ¿Los heterosexuales no bromean así con sus amigos?
Clint negó lentamente con la cabeza, desconcertado.
—No lo sé. Jesús, tómatelo con calma, ¿quieres?
—Trabajaré en mi filtro —dije con falsa tranquilidad.
Cargamos las herramientas hasta el garaje, pedimos comida para llevar
y acordamos ducharnos y reunirnos de nuevo en la cocina.
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opuestos del sofá, leyendo en voz alta las partes que estaban bien para
compartir y prometiendo llevarnos a la tumba las partes que no
podíamos. Nos reímos, Clint lloró -aunque juró que se le había metido
algo en el ojo- y luego escribimos nuestras respuestas, las sellamos y las
echamos al buzón para enviarlas antes de ver -más bien de quedarnos
dormidos- una película ñoña.
Me apresuré a escribir mi carta y esperé a que Clint diera una segunda
vuelta a la suya antes de preguntarle si se animaba a responder esta
noche.
—No podré dormir si no lo hago —dijo.
—Voy a por el material de papelería —le dije, que consistía en el
bloc de notas con el logotipo de Western Union y mis lápices de dibujo,
porque, al parecer, los hombres no tenían cosas como papel de escribir
y bolígrafos de calidad. Clint se rió de la elegante redacción que le había
robado, porque sí, los de mi generación no eran gente de papel y
bolígrafo.
—¿Debo contarle la vez que te pusiste violentamente enfermo
yendo de copiloto en mi moto? —pregunté con el lápiz entre los dientes.
Clint ya estaba acostumbrado a la Harley. Esa primera vez, sin
embargo, seguiría siendo memorable.
—Solo si puedo decirle que te entró el pánico y volcaste nuestra
canoa por una rana toro —Clint sonrió diabólicamente. Eso ocurrió el
fin de semana que fuimos a pescar con mosca. Pescamos en ropa
interior mientras nuestra ropa se secaba en la roca bajo el sol. No había
pescado nada porque cuando Clint dijo que el truco era mantener los
ojos en dirección al premio, mi mirada se fijó en él.
—Algunas cosas es mejor no decirlas —dije, y Clint estuvo de
acuerdo, volviendo a su carta—. Definitivamente, le diré lo malote que
te has portado.
—Y me aseguraré de decirle lo mucho que has crecido —dijo
mientras garabateaba en el bloc.
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—Eres el único que no lo sabía ya, Clint —Sí, tendría que trabajar
en ese filtro pronto porque el conflicto que mi comentario despertó en
los ojos de Clint me hizo desear no haber dicho nada. Parecía a la vez
arrepentido por no haberse dado cuenta, y arrepentido por saberlo
ahora. Quería agarrarlo por el cuello de la camisa y obligarlo a creer
que no había perdido nada con el cambio en nuestra relación, y que
podía ganarme todo si se permitía desearlo.
Un ritual no sería un ritual a menos que hicieras exactamente lo mismo
cada vez, y así terminamos la noche en la oscuridad con palomitas de
maíz y The Notebook15.
En algún momento, me había quedado dormido. Allie y Noah paseando
en canoa como idiotas en una tormenta era lo último que recordaba. La
sensación de los suaves labios de Clint en la coronilla de mi cabeza me
despertó. No me había visto abrir los ojos, y los cerré rápidamente
mientras me salía vapor de los dedos de los pies, enfadado por lo que
creía que era su forma solapada de tratarme como a un niño mientras
dormía. Excepto que él no se retiró. Este se prolongó durante más de
tres respiraciones, dejándome mareado mientras me sostenía. Me
cubrió con la misma manta de la repisa del sofá, y yo luché
secretamente para que mi corazón poco sutil se sometiera. Esperé a que
rodeara la escalera y entrara en su dormitorio, esperando aún a que la
puerta se cerrara con un suave clic antes de tirar la manta con
irritación. Olía a él. El momento había pasado, y así de rápido, me
había convencido a mí mismo de que era más de lo que era, porque
¿cómo podía serlo?
Conocer así a Clint hacía todo lo contrario de las maravillas para mi
salud. Pensaba que su superpoder era la capacidad de cuidar de sus
seres queridos. Estaba aprendiendo que había pocas cosas más sexys
que verle cuidar de sí mismo. Me atraía la inocencia y la vulnerabilidad
de que probara viejas aguas y descubriera que no se habían enfriado
con él. Estaban esperando, cálidas y acogedoras, y me invitó a entrar
con él. El indomable regocijo que desprendía tras demostrar que una
15
Traducida bajo el nombre de “Diario de una pasión”/“El diario de Noa”, es una película de romance
basada en la novela homónima de Nicholas Sparks.
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16
Es un rating de películas utilizado oficialmente en los EE. UU. para referirse a una película que no se
considera adecuada para que la vean niños menores de 17 años porque contiene escenas de sexo o violencia.
17
En español: El Ala del Cuervo.
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Juego Perverso. Es una canción interpretada por Chris Isaak, y forma parte de la banda sonora de Wild At
Heart.
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19
Corazón salvaje o Salvaje de corazón (Wild at Heart en inglés) es una película estadounidense de 1990 escrita
y dirigida por David Lynch basada en la novela homónima de Barry Gifford sobre la historia de dos forajidos.
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Miré por encima de nuestro balcón a los otros asistentes a la fiesta, mis
antebrazos se clavaron en la barandilla. Las caras eran difíciles de
distinguir con la iluminación mínima del local, la mayor parte estaba
restringida al área del bar. Las cabinas hechas para dos personas en la
docena o más de huecos a lo largo del perímetro estaban iluminadas
con velas. Una camarera dejó comida en una de las cabinas, y le grité
por encima del hombro a Link para que hiciera un pedido para
nosotros, a lo que tomó una bocanada de su narguile20 sin responder.
Me reí entre dientes, dirigiendo mi mirada hacia la pista de baile
iluminada con luz estroboscópica que dominaba una gran parte de los
metros cuadrados del club. —¿Por qué acepté esto? —Me pregunté a mí
mismo. Si tuviera que proporcionar una imagen para explicar que cosa
no era mi ambiente, este lugar serviría. A la mierda, donde sea…
—Hey, Link —Me di la vuelta, dándole a la multitud atareada de
abajo una vista de mi trasero y mi espalda—. ¿Quieres bailar? —Hice un
gesto con mi cabeza en dirección a la pista de baile.
—Yo no bailo —dijo, sin apartar los ojos de Law, que estaba de pie
hablándole con dulzura a nuestra anfitriona. Había estado observando
a su padre como un halcón desde que llegamos y parecía contento de
hacerlo en el futuro previsible. No podía quedarme allí con mis
pensamientos por más tiempo, así que volví a mirar a la multitud de
abajo, retorciendo mis manos sobre la barandilla, en busca de una
presa fácil. Necesitaba terminar esta noche borracho y jodido, hasta
pensar que era algo que tenía que buscar en el diccionario para poder
entender.
—Bingo —La respuesta a mis problemas se sostenía cerca de la
salida de emergencia, cuidando su bebida mientras contemplaba la
multitud de cuerpos dándolo todo bajo la bola de discoteca. Al menos
metro ochenta y al menos doce centímetros más alto desde mi posición,
tal vez incluso más. Estaba construido delgado, no era típicamente lo
que buscaba, pero una definición de músculos asomaba en las mangas
de su blusa ajustada. Con suerte, lo suficiente como para hacerme
sentir controlado. Observaba el trasero en movimiento de un jovencito,
20
El narguile o narguilé, más conocido como shisha, au shisha o también hookah, huka, pipa de agua, pipa
oriental o cachimba, es un dispositivo que se emplea para fumar tabaco de distintos sabores.
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y todas las dudas que tenía sobre para que equipo bateaba, se
desvanecieron.
Yo tenía mis ojos delineados en negro, lo hice para Halloween una vez,
y causó un alboroto. Joey dijo que hacía que el azul de mis ojos
pareciera translúcido. La barra rubí en mi pezón se asomaba a través
del ancho brazo de mi camiseta sin mangas, brillando bajo las luces
intermitentes a juego.
Saqué una botella de vodka de la hielera que había sobre la mesa,
preparé seis tragos y me los bebí antes de bajar al otro lado del club.
Era una multitud mixta esa noche, y alguien entre ella gritó que me
veía obscenamente follable.
Me acerqué al tipo que me serviría desde la dirección que atraía su
atención, cortando una franja en la pista de baile para que me notara
llegar. La multitud de cuerpos se separó como el Mar Rojo, y él se
enderezó, notándome y ensuciándome con sus ojos verdes. Parecía
tener poco más de treinta años, lo que estaba más que bien. Me
gustaban mis hombres mayores. —Él no te dará lo que quieres —grité
por encima de la música, inclinando la cabeza hacia el trasero que
burbujeaba en el par de jeans rosados que había estado desnudando
visualmente.
—¿Y eso es? —preguntó, inclinándose para ser escuchado.
Lo escaneé, notando una barba del día anterior que no se había
molestado en afeitar y un par de manos callosas. —Has tenido una
semana difícil. Y querrías a alguien con quien no tengas que tomarte las
cosas con calma.
—¿Ah sí? —Sonrió—. ¿Cuál es tu nombre?
—Raven —No me molesté en pedir el suyo.
—¿Te gustaría bailar, Raven?
Guie el camino.
Tres canciones y estábamos compartiendo sudor. El vodka hizo su
trabajo mientras me frotaba contra su muslo y él me presionaba más
cerca con una mano en mi espalda baja, su otra mano exponía mi
Subí los escalones del porche en piloto automático, una vez dentro
cerré la puerta y golpeé mi cabeza contra la madera. Link había sido mi
transporte hasta el club, y sin decirle nada a nadie, tomé un taxi a casa.
No sabía en qué pensar primero. El hecho de que el claro disgusto de
Clint por mi exhibición dejaba de lado lo que realmente sentía acerca
de mi orientación sexual. O el hecho de que él estaba en algún lugar, en
este momento, con la polla hasta el fondo en otra persona.
Toda la predicación constante que había hecho acerca de ser uno
mismo y nunca esconderse de nadie, y cuando llegó el momento de
poner su dinero donde estaba su boca, eligió la salida cobarde. Todo
cobra sentido ahora. La forma en que había titubeado al preguntarme
acerca de mi vida amorosa.
—Escuché a Joey bromear contigo sobre… ah… ciertas cosas…
Ni siquiera pudo decirlo. Y la tarde que Link vino a hacer ejercicio.
Clint no estaba enojado porque estaba celoso.
—Lincoln hace tus tatuajes, ¿verdad?
—Sí.
—Y cuando te excitas, ¿siempre desaparece después, como me
pasó a mí?
Supuso que Link y yo estábamos follando y vernos juntos lo
incomodaba.
Me había estado balanceando de dolor, ira y celos en el largo viaje a
casa en taxi después de derramar el contenido de mi estómago en la
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acera del club. Él fingió ser algo con lo que no podía estar a la altura, y
le di el poder necesario para hacerme daño. Verlo con esa chica me hizo
retroceder seis años a esa noche frente a la puerta de su habitación.
Entonces mi cabeza giró hacia la escalera, su habitación al otro lado de
ella, y mis piernas se doblaron.
Él no se atrevería.
No esta noche. No traería a alguien aquí sabiendo lo devastado que me
había dejado. Porque si podía sentir el dolor clavándose en mi rostro
como una navaja mientras que él me condenaba con su aversión, eso
quería decir que él podía verlo.
Yo me hice esto a mí mismo. Él no me pidió que me enamorara de él.
No me pidió que pisoteara la línea entre nosotros. Lo hice todo por mi
cuenta, sabiendo cuál sería el resultado. ¿Por qué regresé aquí? ¿Por
qué me había apuntado voluntariamente a más dolor?
Necesitaba un plan para llevar mi cuerpo y mi maltrecho corazón a mi
habitación, porque no podía moverme a través del entumecimiento.
Las escaleras también estaban más cerca de su dormitorio. No podía
acercarme a ellas. No sabía si él estaba ahí dentro. No sabía si estaba
solo.
Empujé en silencio la puerta de la cocina y me encontré cara a cara con
el orquestador de mi corazón roto. Estar entumecido era una buena
noticia, pero temía que Clint tuviera el poder de hacerme sentir, incluso
entonces, y esas serían malas noticias. Diminutos pinchazos invadían
mis extremidades. La sensación helada antes de que todas las
sensaciones regresaran. Tuve que recordarle mentalmente a mis
pulmones que necesitaba respirar.
Estaba encorvado en la mesa como el dios que tantas veces tomaba en
vano, las mangas de la camisa arremangadas en sus antebrazos
musculosos, los botones delanteros desabrochados, revelando una
camisilla blanca estirada a su máxima potencia. Bebió el líquido
marrón que había estado agitando en su vaso, y me mantuve firme
cuando su mirada volátil se posó en la mía.
—¿Te lo follaste? —preguntó con una mueca de desdén. La
grosería inesperada me derribó. Los vapores de su whisky escocés
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
Con una maldición, Clint se alejó de mí, presionando sus palmas contra
la encimera y bajando la cabeza. Esperé una respuesta. Una disculpa.
Cualquier cosa. El reloj que hacía tictac sobre el fregadero ayudó a
medir cuánto tiempo había pasado desde que se había quedado en
silencio. Diez segundos. Demasiado.
—Di algo, Clint —No dejes que este sea el último de nosotros—.
No permitas que me vaya de aquí creyendo que eras una mentira.
Creyendo que te había imaginado —Que imaginé tu grandeza. Apreté
mi labio inferior contra mi superior para evitar temblar. Irme esta
misma noche habría requerido la habilidad para moverme, pero ya me
veía por la mañana, empacando y yéndome—. ¿Cómo pude haber
estado tan jodidamente equivocado acerca de ti? —Susurré. Clint no
dijo nada. Se empujó de la encimera y pasó a mi lado, la puerta de la
cocina girando sobre sus bisagras.
Obligándome a superar mi parálisis, corrí escaleras arriba, sacando mi
maleta de debajo de la cama y lanzándola sobre el colchón. Tomé un
montón de ropa de la barra del armario y la tiré en el equipaje, con
perchas y todo. Di la vuelta para despejar el estante superior a
continuación, pero me atraganté con un nudo en la garganta cuando los
ojos de Clint me devolvieron la mirada. Caí de rodillas dentro del
armario, bebiendo del mural de mi arcángel. Quería correr al garaje y
cubrirlo de pintura roja, pero mis piernas no obedecieron mi orden.
Además, ¿de qué serviría eso cuando la réplica vivía escondida en la
piel debajo de mi camisa? Recorrí la piel tensa de mi caja torácica, el
tatuaje quemaba y dolía y se burlaba de mí.
Traté de calmar mis pensamientos acelerados, respirando y
parpadeando para deshacerme de la humedad. Algo no se sentía bien
acerca de cómo se había desenvuelto la noche, las cuentas no
cuadraban. Tal vez Clint tenía razón acerca de que era mejor esperar
hasta la mañana para hablar. Hasta que estuviera sobrio. Después de
todo lo que había hecho por mí, ¿no le debía una conversación con la
cabeza despejada? ¿Podría darle la vuelta a esto?. —¿Por qué, Clint?
¿Qué diablos te pasa?
Continué empacando lo esencial porque una palabra equivocada y lo
convertiría en un fantasma a él y a este lugar.
suficiente para que pudiera leer el nombre, sin tener que abandonar su
posición en la puerta.
Me esforcé por leer la letra pequeña, porque de ninguna manera me
acercaría más a él. El sello del tribunal del condado adornaba un sobre
dirigido a Raven Miller. Yo se lo arrebaté como si eso fuera suficiente
para que lo olvidara. —No es nada —Me puse en cuclillas y metí la carta
en el bolsillo lateral de mi bolso de lona.
—Estás recibiendo documentos legales con mi apellido. Claro que
es algo.
Estaba destinado a ser una sorpresa. Había obtenido la aprobación de
Joey antes de cambiar mi apellido por el de ellos. El tiempo nunca
había sido mi aliado. Clint dirigió una sonrisa fracturada hacía mí, sin
duda sumando dos más dos. Habría sido tan fácil olvidarme de la
noche anterior, con él mirándome con abierta aprobación. —Voy a
deshacerlo. Entonces, como te he dicho, no es nada.
—Raven… —Su voz es derrota, dulzura agria, arrepentimiento y
amor. Todo transmitido en un pequeño susurro. Una vez más, tuve que
preguntarme qué le había pasado la noche anterior—. ¿Qué fue lo que
te hizo hacerlo? —Se dejó caer contra la puerta que había estado
protegiendo. Su rendición amenazaba con estimular la mía. Me mordí
la mejilla para mantener el dolor al frente y al centro, porque temía que
se me escapara entre mis manos olvidadizas.
—Parecía lo correcto. Un cimentado permanente, una forma de
decir que ahora soy tuyo —Esa última admisión había sido demasiado,
pero pensar antes de hablar era un trabajo para el que nunca había
calificado. No cuando se trataban de asuntos del corazón, razón por la
cual durante años había permanecido mayoritariamente alejado.
—Siempre has sido mío —dijo.
—No… no me vengas con una mierda así —Lo apuñalé con un
dedo. Porque no significa lo mismo para ti que para mí. Cogí mi bolso
del suelo—. Ya hemos terminado.
—Lo lamento, Raven.
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Yo no…
—¡Esfuérzate un poco más!
—¡Porque incluso antes de decirlo, ya sabía que un lo siento no
sería suficiente! Y porque nunca pensé que podría sentir un dolor más
aplastante que perderte, hasta que te lastimé. No quiero que te vayas
creyendo que alguna vez podría avergonzarme de ti, Raven. O que no
te acepto. Esa no es la verdad —Deslizó un mechón de cabello suelto
sobre mi hombro hasta mi cabeza, y quise enfurecerme por la injusticia
de lo opuesto de nuestros sentimientos por el otro. Quería tirar de él
hacia mi cuerpo, y decirle que podía descargar cualquier culpa
persistente en mí. Quería convencerlo de que Joey estaría bien con
nosotros, incluso si no lo estuviera, porque sería capaz de enfrentarme
a lo que sea con tal de tenerlo. Quería rogarle que lo intentara, que me
viera como algo diferente. Que me viera como una posibilidad porque
yo lo veía a él como la única opción. ¿Era lo suficientemente valiente
como para hacerlo? ¿Para mostrarle mi mano?
—¿Estamos bien?
—Lo estaremos —dije. Porque el daño ya se había asentado en
mis huesos, y sacudirlo no sería algo instantáneo.
—¿Te quedarás? —Se paró cerca de mí, demasiado cerca. Me
privaba de la capacidad de pensar.
Me tapé la boca con las manos, manteniendo a raya cualquier promesa
impulsiva, y retrocedí varios pasos. Con algo de espacio entre nosotros,
tenía aire de nuevo al que respirar, y ya no era él quién lo suministraba.
—No puedo estar de acuerdo con eso en estos momentos —
Porque, quedarme podría resultar perjudicial para mi bienestar. Sin
embargo, algo no estaba bien. Había logrado convencerme de que mi
sexualidad no era un problema. Pero algo más estaba en juego. ¿De qué
me estoy perdiendo?—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo, Clint? —
Seguí el movimiento del nudo en el centro de su garganta.
—Ya te lo he dicho todo —Mentir nunca había sido algo fácil para
él.
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—¿No? ¿No estás bien? —Dijo Bobby, alarmada, y con mis codos
clavándose en mis rodillas, incliné mi rostro hacia mis palmas abiertas.
Busqué un lugar feliz en mi mente mientras ella zumbaba desde el lado
opuesto de la puerta de roble. La letra de "Wicked Game" sonaba de
música de fondo con las voces balbuceantes de mi cerebro, y le subí el
volumen. Mis dedos se estremecieron al recordar la sensación sedosa
de la piel tatuada de Raven debajo de ellos. Al final de la canción,
aprobaba de todo corazón no enamorarme nunca, porque tenía miedo
de descubrir lo que el deseo podría llevar a hacer a un hombre tonto
como yo.
Cosas egoístas, probablemente. Cosas que le costarían a todos los
involucrados, igual que antes. Juré que nunca volvería a hacer eso, y no
existía un estatuto de limitaciones cuando se trataba de una promesa.
Continué con la canción, y luego algo hizo clic. La sensación de que me
apretaba en medio del espacio reducido, como el agarre de un oso.
Rápidamente pronuncié la letra grabada en mi cerebro antes de
mirarme al espejo. Mirándome fijamente estaba la desgastada
respuesta a la pregunta que me atormentaba desde el momento en que
supe el origen del tatuaje de Raven.
Yo era la persona que no lo amaba de vuelta.
último minuto. No fue una sorpresa que solo hubiera empacado una
tienda de campaña.
Estar aquí afuera, lejos del mundo y de las objeciones a las que nos
enfrentábamos, me facilitaba resignarme a lo que el destino tenía
planeado para mí en los próximos días. Allí, bajo las estrellas y siendo
uno solo con la naturaleza, me di el visto bueno para considerar las
posibilidades. Y no solo las malas.
Aunque era verano, un frío molesto susurraba en el aire al caer la
noche, y el denso follaje de los árboles era el más afectado. Establecer
un campamento cerca del arroyo no ayudaba mucho, pero no pudimos
resistirnos a quedarnos dormidos con el sonido del agua corriendo.
Avivé el fuego, alentando las llamas mientras que Raven se dejaba caer
frente a mí, con su saco de dormir abierto y envuelto alrededor de sus
hombros curvos. La luz del fuego hacía cosas peligrosas con el tono azul
de sus ojos, mientras que su cabello negro como la tinta caía en ondas
tras haber sido secado por el aire. —Eres la peor pesadilla de un adicto
—le dije, y el borde de su boca rosada y regordeta se elevó.
—Eso depende de la adicción —Se acercó poco a poco al borde del
tronco en el que estaba sentado. El fuego nos mantenía separado, pero
habría caminado a través del fuego con tal de llegar a él en ese mismo
momento—. ¿A qué eres adicto, Clint?
—A la autodestrucción, aparentemente —dije irónicamente,
cargando la trucha limpia en la sartén de hierro fundido antes de
colocarla en la parrilla sobre el fuego. Raven se echó hacia atrás. No
había sido mi intención alterar el estado de ánimo, pero habíamos
venido hasta aquí para pensar con la mente despejada, no para ignorar
el elefante obeso que nos había acompañado.
—Háblame de Adam.
Hice una pausa en medio de pinchar el pescado. —¿Qué quieres saber?
—Edad, fecha de nacimiento, dirección, lugar de trabajo,
medicamentos a los que es alérgico —Se encogió de hombros—.
Cualquier cosa que me ayude a localizarlo.
Mi risa se deslizó a través de la noche, asustando a un pájaro de su
rama y disminuyendo a medida que la expresión severa de Raven se
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—Porque han pasado seis años. Son setenta y dos meses, ciento
noventa y dos horas, cuarenta y tres minutos y veintiocho segundos, y
todavía no he sido capaz de convencerme de no hacerlo. Me rindo.
Dime que también tirarás la toalla.
Bajé a su boca, con la intención de darle un beso casto, pero Raven
tenía otros planes, y en poco tiempo estábamos los dos con los labios
resbaladizos y jadeantes. Alejándome de él, me reí entre dientes cuando
persiguió mi boca, con los ojos cerrados. —Tranquilo, cariño.
Dejó caer la cabeza hacia atrás en el lado acolchado del saco de dormir,
y dijo sin aliento: —Nunca antes me habían besado.
Retrocedí, con ojos llenos de sorpresa. —¿Qué?
Entrelazó sus manos debajo de su cabeza, usándolas como una
almohada. —La boca y el corazón están conectados. Por eso las
palabras duelen tanto. Nunca se la daría a nadie más que a ti.
Ese lado dulce me caló profundo. —Sigue mi ejemplo —Recuperé su
boca, demasiado temeroso de responderle con palabras por temor a
que fueran las equivocadas. Pero quería hacerlo bien, quería decirle a
través de nuestra intimidad que su paciencia valdría la pena.
Durante horas se lo mostré, y luego apagamos el fuego y nos dirigimos
a la tienda, en donde volví a explorar cada grieta de su boca con mi
lengua, chupando sus labios magullados, arrancándole gemidos de
placer. Mi mano se movió con control posesivo sobre su garganta, su
caja torácica y más allá, tomando posesión de todas sus partes,
especialmente las partes entintadas con un mapa de su amor por mí.
Nuestras erecciones estaban aplastadas bajo mi peso, pero ninguno de
los dos presionó por más.
La línea del cabello cerca de sus orejas estaba húmeda, y no era capaz
de decir si se debía al sudor o a las lágrimas. Suyas o mías.
Nunca lo habían besado, y yo nunca había besado así antes. Nunca
había tenido a alguien que me hiciera sentir que detenerme sería como
robarles la vida.
Raven era flexible bajo mi toque. Era algo nuevo, pero reconfortante de
todos modos. Y me deleitaba en ser el primero. Me deleitaba en ese
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—Estoy seguro de que las puertas por las que pasaré serán
cualquier cosa menos perladas —bromeó.
Ajustamos nuestras cosas sobre nuestras espaldas y retomamos el
sendero que conducía al estacionamiento. Caminé detrás de él,
cambiando las cañas de pescar a una sola mano para poder darle una
palmada a una parte de su trasero. Ahora que no tenía que resistir lo
irresistible, mis manos tenían planes de estar sobre él todo el tiempo.
—¿Ahora nos estamos tomando libertades? —Sonrió por encima
del hombro, pero no me detuvo.
—Maldita sea, lo hacemos.
Llegamos al Tahoe de Clint en un santiamén y habíamos terminado de
apilar nuestras cosas para el momento en que se detuvo con las manos
sobre la puerta levantada del maletero. Miraba dentro hacia nuestras
pertenencias como si tal vez hubiéramos olvidado algo. No lo habíamos
hecho, y me quedé suspendido, anticipando ser catapultado desde lo
alto.
—Raven…
—No vayas a retractarte. No hagas parecer que nunca sucedió —
Con una palma en su mejilla, hice girar su cara y su cuerpo obedeció.
Clint era un tonto por mis ojos. Me había dicho en más de una ocasión
que tenían el poder de sacarme del mismo infierno. Me habían liberado
de un regaño de él más de una vez, y no estaba por encima de usarlos
ahora para mantenerlo atado a mí.
—Son una ventana sin persianas —Me había dicho la noche
anterior mientras me mataba a besos—. Puedo verlo todo, ahora que
me has dejado.
Le estaba mostrando todo ahora, nunca me detendría.
Batí mis pestañas, y él se movió inquieto sobre sus pies, gimiendo
cómicamente antes de ceder. —Nos mantendremos pegados a nuestro
acuerdo. No avanzaremos más hasta que Joey regrese a la escuela de
infantería.
—Entiendo. Pero tenemos una semana antes de su graduación, y
planeo recordarte que vale la pena exprimir el jugo —Nunca me
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Equivocadas
Clint: sí.
con cada sonrisa compartida que bailaba en nuestros labios, con cada
carcajada que se derramaba entre nosotros y con cada cálido abrazo,
Clint se escapaba más. Y mientras más tiempo Joey se quedara, tendría
que hacer un control de daños mayor una vez que se fuera.
Con Joey forcejeando en mi agarre, riendo e inconsciente de lo que
pasaba, me giré hacia Clint, entrecerrando mi mirada hasta que era tan
delgada como una ramita, advirtiéndole sin palabras que era mejor que
no cambiara de opinión.
21
“Jolly Green Giant” es la mascota de la marca Green Giant (marca internacional de verduras y
hortalizas en conserva, productos congelados y ensaladas, propiedad de la multinacional B&G
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Foods.) y que es representada como un hombre de gran tamaño y piel verde que está vestido con
un traje de hojas y botas.
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“To go hard or go home” es un modismo que significa "si uno no se esfuerza, mejor que deje de
intentarlo".
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—S-sí —dije.
Se arrodilló y me abrió las piernas, haciendo una mueca de dolor
cuando el movimiento obligó a mis mejillas y a mi agujero a apretarse
alrededor de él. Mi mano serpenteó hasta mi polla, bombeando la larga
y férrea vara con agresividad desde su cabeza hasta la raíz. Clint se
lamió los labios y los dientes, utilizando un hombro para recoger sus
babas. Su mirada se fijó en el lugar donde su polla me emboscaba
mientras los sonidos de aplastamiento se elevaban por encima de
nuestras respiraciones agitadas y nuestras sucias palabras.
El sudor fluía sobre los montículos de su pecho, sobre los rígidos surcos
de sus abdominales y a través de su rosado ombligo para ser absorbido
por su rubio y recortado vello púbico. Y echó la cabeza hacia un lado
para despejar los mechones húmedos de su frente.
—Quiero montarte, Clint —Mis palabras temblaron por la cogida.
—¿Crees que puedes manejarme así? —Su boca se torció en una
sonrisa arrogante, la mirada siniestra cuando se combinaba con su
neblina de lujuria—. No te lo pondré fácil —dijo distraído, demasiado
consumido por su polla en mi culo y mi culo recibiendo su polla.
—Pruébame.
Rodó sobre su espalda, llevándome con él, y yo caí hacia delante
mientras el torrente de sangre corría rápidamente por mis miembros
entumecidos. Clint no me dio tregua ni misericordia. Me manejó hasta
que aseguró mi cintura entre sus manos, plantó sus pies en la cama, y
luego me folló hasta el cansancio.
—Maldita sea... —grité antes de que un gemido me destrozara la
garganta, y enrosqué mis manos húmedas alrededor de la barandilla
del cabecero. Una gota de sudor se desprendió de mi barbilla,
aterrizando y rodando como una bola de bolos sobre el tenso cuello de
Clint—. Tócame —le supliqué, y Clint despegó una palma del tamaño de
un guante de mi cadera para golpear con maestría mi dolorida
longitud.
—¿Repítelo nuevamente?
nariz confirmó que no lo había registrado. —Me estoy acostando con él,
por el amor de Dios, Bobby. Y no me refiero a que estemos en la misma
cama, aunque eso también pasa. Somos amantes —Exhalé, pasándome
una mano por la boca.
—Ajá.
Me moví sobre mis pies y me reí. Era eso o estrangularla. —Maldita sea,
Bárbara-Jean.
—Lo criaste.
—¿Lo es?
Desvié la mirada.
—Estás jodido.
—¿Qué? —Se quejó, con las manos en las caderas cuando volví—.
Incluso yo puedo admitir que es el sexo personificado.
Oh, Dios mío, dijo mi nombre, dijo con sus labios como una groupie,
con los ojos cruzados.
—Eso ha sido cursi, pero está bien, tú ganas —Sus ojos estaban
llenos de risa y sus protestas se estancaron, y se hundió en su posición
favorita en lo profundo de mi pecho, poniendo una oreja sobre mi
corazón.
Me reí, adorando que me conociera bien. Nuestro vecino del otro lado
de la calle sin salida había estado mirando el arce muerto en su patio
Raven sacó la baraja del bolsillo lateral, cruzando las piernas y luciendo
una sonrisa llena de secretos. —He aprendido del mejor.
—Tengo planes para ese dedo cuando gané —Me incliné para
susurrar—. Entonces, ¿cuántas manos?
—Lo recuerdo todo de ti, Clint —Podía ser tan intenso a veces.
Asustaba.
—No entendí por qué querías los detalles escabrosos. Estaba claro
que estabas celoso. Me excitaba dártelos una vez que empecé. No sé de
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—¿Qué tiene esto que ver con el juego? —preguntó, jugando con
el pequeño charco lechoso de su raja.
—Clint…
—¿No?
—Dije que no —Su cabeza hizo un gesto de no, pero sus ojos de
“fóllame” me animaron a ir a por ello.
—Para —dijo.
luchaba con los dientes, las manos, los talones y las caderas para
llevarme a lo más profundo de él, menos cedía.
Sus golpes flaquearon al darse cuenta. —Así no, Clint. Mierda, me estás
torturando —Eso no impidió que su líquido preseminal cayera entre
nuestros pechos que se frotaban.
—Odio que otros hayan estado aquí —dije—. Que allá fuera, ahora
mismo, alguien esté recordando que fuiste el mejor polvo de su vida.
—Tu-tuyo, Clint.
—Nadie.
—¡Nadie!
Encajábamos.
—Por eso vas a contratar a los mejores. Gente que te haga quedar
bien, cuyas fortalezas complementen tus debilidades. Law ha estado
entintando pieles más tiempo del que yo me he estado poniendo
cachondo y todavía tiene que lanzarme clientes porque hay mierda que
no puede hacer. A mí me pasa lo mismo. Si alguien quiere que le tatúen
la cara de su madre muerta, le indico cómo llegar a la silla de Link.
Clint soltó una risita por encima del hombro hacia mí.
—Necesito un log…
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Haces que ir por lo que quiero suene tan fácil. Me haces creer
que puede ser así de fácil —Cruzó mis manos alrededor de su frente,
obligándome a abrazarlo—. También tengo que conseguir algo de
dinero inicial. La casa está casi pagada, lo que significa más fondos
para desviar a otros lugares, y tengo algunos ahorros para mantenerme
hasta que el negocio repunte.
—Puedo ayudar.
—¿Te gusta?
Me reí, y Clint me miró con una ceja alta. Le encantaba que le subieran
el ego, dentro y fuera de la cama. Clint, el hombre, y Clint, el amante,
eran polos opuestos, y ahora que éramos amantes, rara vez veía al
hombre. —¿No se supone que los cuarentones tienen que estar
evolucionados, seguros y toda esa mierda que conlleva el saber quién
eres?
—Es toda una mierda. También queremos que nos digan que
nuestras pollas son grandes.
—Siempre.
—El lunes —dije, con curiosidad por saber por qué había
esperado cinco días para decírmelo, y por qué decírmelo ahora se
sentía como una combinación de disculpa y confesión. Podía admitir
que habíamos tomado la costumbre de olvidar que había un mundo
fuera del nuestro. Los meses de invierno lo hacían más fácil al estar
todos ocupados con la hibernación. Dicho esto, nunca le había dado a
Clint la impresión de que no pudiera tener una vida social, sólo que
prefería que no la tuviera. Parte de querer que fuera mío era no querer
que fuera de nadie más. O lo menos posible de cualquier otra persona.
—Estoy celoso.
—De rodillas. Entre mis muslos —Lo envié allí con una palma en
su cabeza. Su mano y su boca rodearon mi polla como una correa,
tirando de mi orgasmo como uno, también. Me corrí en pocos minutos.
—Cómetelo —Le susurré, acercando su cara a mi corto nido de pubis,
haciendo círculos con mis caderas y haciendo correr mi semen en sus
entrañas.
—No.
—Sí.
—¿Por qué?
—Sí.
Y yo te veo a ti.
Todo el trabajo duro y las largas horas de follar que Clint había
realizado la noche anterior a la boda no significaban nada el día de la
misma. Había prometido asistir, y así lo haría. No tenía que gustarme.
Tampoco tenía que ser maduro al respecto, por lo que esa noche llegué
a casa más tarde que él y me encerré en mi habitación en lugar de
meterme en su cama.
—Lo sé. Que no te levante a menos que sea para cogerte contra la
pared —Nos hizo pasar por delante de la puerta estropeada y se dirigió
hacia las escaleras—. Estoy a punto de rectificar eso ahora mismo.
—No estás solo, Clint. Recuerda que yo estuve aquí primero —Yo
te amé primero. Te quise primero. Me volví loco primero. —Sé
exactamente cómo te sientes —Deslicé una mano entre nosotros para
separar una mejilla del culo, y él captó el mensaje, posicionando su
suave polla en mi centro—. Le pedí un favor que me debía el dueño del
club. Desde la intimidad de su oficina, te vigilé a través del espejo de
dos vías. Ahí es donde estuve esta noche. Maneje moto por un rato
después de ello, ignorando tus llamadas, para hacerte pagar.
cosas. Para dejar claro que eras mío. Quería obligarte a sacarme de allí
escupiendo y gritando. Me habrías cogido a solas, y mi “no” habría
significado “no” esa vez porque habría estado tan jodidamente
enfadado. Y tú me habrías follado igualmente. Sabiendo que esta vez no
era lo mismo. Sabiendo que esta vez, lo decía en serio —Joder, se me
estaba poniendo duro pensando en ello.
23
Chevrolet Tahoe
—Cree que soy el mejor padre que ha pisado la tierra —Hizo una
mueca, sujetando con fuerza los extremos de la carta como si las
páginas pudieran salir volando. —Debe haber estado borracho —dijo
autocríticamente—. También está triste. Solo.
—No —dijo en voz baja. —Está en lo que no dijo. O tal vez estoy
proyectándome. Lo extraño —Clint se quitó las gafas, dejando la carta a
un lado para recorrer con la mirada la destrucción de su camión.
Nuestra ropa de exterior y las prendas termales colgaban del espejo
retrovisor, el volante, la palanca de cambios y el reposacabezas del lado
del conductor llevaban mis bóxers como un sombrero—. El sexo en mi
camión es nuevo. Nunca los he dejado si quiera comer aquí.
—Y ahora mira quién está comiendo aquí —Abrí mis piernas para
mostrarle mi agujero limpio. —Siempre tan hambriento —dije con
maldad, y las comisuras de Clint se levantaron ante eso.
—Dijiste que era algo que siempre habías querido hacer —Apreté
mi cigarrillo sin encender entre dos dedos. Me gustaba sentir su peso
allí.
—¿Y ahora?
—Te ves ridículo con eso —Me rasqué la mejilla para disimular mi
sonrisa—. Había planeado que estuviéramos fuera todo el día, pero no
aquí todo el día. Podemos ir a la ciudad más tarde, si quieres.
—¿Qué?
—¿La llamaste?
podemos vivir todos juntos, pero dudo que quiera oírte follando
conmigo hasta que se rompa la cama. El negocio estará en auge. Al final
se nos quedará pequeño el espacio en el que estamos y tendremos que
construir algo más grande, abrir más locales, quizás. Y tú tienda estará
al lado de la mía. Así podremos entrar para decir “te amo”, o para que
puedas inclinarme sobre la mesa de tu oficina en mitad del día
porque... porque me seguirás necesitando tanto —Toda herida deja su
cicatriz, y esa era la mía.
24
Sip-and-paint. Son eventos donde hay un instructor o artista que te enseña a pintar algo en específico,
suelen hacerse en pubs o lugares donde se sirva alcohol. No es necesario consumir alcohol, pero es la clave
de venta.
¿Dónde estás ahora mismo, Clint? Dímelo para que pueda matar la
mierda que sea necesaria y rescatarte de allí.
Nos quedamos todo el tiempo que pudimos. Hasta que las funciones
corporales y los estómagos carcomidos nos llevaron a casa.
Los Dioses de la Tinta solían cerrar los días festivos importantes, pero
como tenía que esperar a que terminara el turno de Clint de todos
modos, accedí a reservar para uno de mis clientes habituales.
—¿Hola?
Me dejó sin aliento mientras dormía. De niño era más fácil creer que lo
había imaginado todo. Me sentaba junto a ella en el suelo, la veía
dormir y fantaseaba con todas las cosas divertidas que haríamos
cuando se despertara. Luego soñaba con que volviera a dormirse para
poder fingir de nuevo que la vida podía ser buena.
con ganas de algo que no fuera yo. Algo que la hiciera sentir lo
suficientemente bien como para olvidar que estaba mal.
—¿Raven?
—Me alegro de que hayas podido venir. Despertarse con una cara
conocida ayuda. Alguien allí para ofrecer apoyo, tal vez incluso
animarla a buscar tratamiento.
—Lo siento.
—¿Cómo me encontraste?
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—¿Pero?
—Te amo, Raven. Pedirle ayuda fue una de las cosas más fáciles
que he tenido que hacer.
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Equivocadas
Clint hizo una llamada para que recogieran mi Harley, porque una vez
que me había tomado en sus brazos ya no podían separarme. Mis
manos habían permanecido pegadas a él durante todo el trayecto.
Amasando su pecho y acariciando sus musculosos muslos. Saqué su
polla y la deslicé por mi garganta mientras él me pedía que parara
mientras me palmeaba la cabeza y se empujaba en su asiento. Para
cuando llegó al césped delantero y apagó el motor, me había inundado
la boca con gruesos hilos de su salado semen. Mis mejillas rebosaban
de él, el exceso brotaba de las comisuras de mis labios. Se abalanzó
sobre la consola central, me golpeó contra la puerta del acompañante y
me besó como si quisiera recuperar cada gota, con su lengua
metiéndose hasta lo imposible para conseguir un lametazo.
Lo amaría indefinidamente.
Pateé los cobertores y me encontré con un frío que calaba hasta los
huesos. Manteníamos la calefacción apagada durante la noche porque
nuestros cuerpos generaban el suficiente calor para mantenernos
cálidos. Dormíamos pegados.
25
La etapa del sueño más profunda.
—Te dije que quería estar solo —había dicho él, su reprimenda
engullida por mi camiseta.
—Tu nariz está roja, dulzura. Y tienes mis labios todos azules —
dije yo, deteniéndome en frente de él, bloqueando el viento y tocando
dichos labios. Besó la yema de mi pulgar para alivianar la punzada al él
alejarse de él. Dio otra larga calada, soplando en forma de Os y
sellándonos en una nube de humo.
—Me voy a quedar con la ropa interior —dijo él, haciendo sus
deseos claros, retraje mis pulgares de la cinturilla. Nunca habíamos
pasado una noche sin sexo. Si lo usaba muy duro la noche anterior,
tornándolo muy irritado para tomar mi polla, nos ajustábamos a ello.
Nos hacíamos correr mutuamente con nuestras bocas, frotándonos,
masturbándonos en el otro y limpiándonos mutuamente, o tomaba un
par de mis dedos. Raven se refugiaba en el sexo para todo. Estrés,
cólera, tristeza, regocijo… y si de repente tenía una epifanía, decidiendo
que esa no era la manera, entonces estaba bien. Quería escuchar todo
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
de ello. Yo estaba abordo de lo que sea que el creyera que era lo mejor
para él. Raven superaba el sexo. El sexo era solo la guinda.
—¿Pero cuando fue la última vez que ella dio el primer paso?
Despegué los labios del chupetón que le prometí hace meses que no
dejaría que desapareciera. Raven era una criatura del tacto. Cuanto
más posesivo, mejor. En ese momento, necesitaba que alguien lo
reclamara por todos los años que su madre no lo había hecho. —¿Con
Joey? Ella da el primer paso todo el tiempo. ¿Conmigo? Sinceramente,
no podría decirlo. Somos dos personas diferentes.
Lo apreté entre mis piernas, y esposé mis brazos sobre su torso. Una
promesa de nunca dejar ir.
—No quiero saber más, Clint —Su voz lleva de convicción. Años
atrás, yo era el contacto de emergencia de su madre. Yo sería el que
corría al hospital, rezando que no tuviera que decirle a Raven que había
muerto. Nunca lo deje ciego respecto a nada de ello. No le había dado
su número a ella para una noche como esta en mente, pero en vez de
una llamada diciendo que ella lo quería devuelta, recibió alertas de sus
experiencias cercanas a la muerte en su lugar. —Debo ser algún tipo
especial de perverso el que no me importe una mierda que una parte de
mi se esté muriendo allá afuera en el mundo.
doblar las piernas, situar las suyas por fuera de las mías y clavar los
respaldos de mis pies en el sofá. Lo acribillé con golpes rápidos y
bruscos, el sonido de su polla mojada azotando su vientre me excitó. —
Esto va a ser rápido. Tu culo me está apretando demasiado bien, bebé
—Lo felicité. Hizo otro intento inútil de liberar sus brazos, sus bíceps se
esforzaban en mi agarre. —Oh, Dios —Me levanté en el aire, con los
músculos del culo tensos, mientras eyaculaba caliente y fuerte en su
canal. Me apreté contra él, manteniéndolo pegado a mí, con mi agarre
en su cintura. —No te preocupes —jadeé, bombeando dos veces más,
sacando todo de mis pelotas, —me haré cargo de ti —Nos levanté del
sofá, lo puse de rodillas y le di un empujón para que se mantuviera allí
mientras usaba mi pie para arrastrar mi bata. Arranqué el fajín de rizo
de los lazos y se lo até a las muñecas antes de subir por su espalda baja
y asegurar los extremos a una pata de la mesa de café. Le quité los
calzoncillos empapados de saliva de la boca, con cuidado de evitar sus
dientes mordedores.
—Desátame —ordenó.
Yo equivalía a Raven con una droga, una sola dosis nunca era
suficiente. Tenía una manera de amarme que obligaba al sonido de
fondo derretirse y desaparecer. De hacerme sentir que nada más que
nosotros importábamos, como si nos estuviéramos quedando sin
tiempo, de una buena manera, y necesitáramos tomar todos nuestros
bocados de felicidad ahora. Habría renunciado a mi trabajo y pasado
mis días y noches consumido por él, si mi cuenta de banco lo hubiera
permitido. En un mundo perfecto él se mantendría pegado a mi
colchón y a mi polla veinticuatro/siete. Le pondrías clavos a las puertas
y ventanas, encerrándonos a los dos adentro y manteniendo a todas las
distracciones afuera. —Uno más y necesitaré una carta del doctor.
—Nos fuimos temprano una vez, seis veces como máximo. Nos
tomamos tres días por enfermedad, y tú no querías ir a esa beneficencia
con Bobby más de lo que querías que yo fuera al bar con Link.
Era el diablo sobre mi hombro, y sin nadie que nos detuviera, caer en la
tentación era un hecho.
Deslicé un dedo corazón y otro índice entre sus labios para calmarlo,
mi polla se estremeció mientras chupaba de forma desastrosa. —¿Qué
te parece un entrenamiento rápido, un desayuno con todos los aderezos
después, y la promesa de hacerte cosas sucias sin permiso más tarde?
Entonces, ¿sacarás tu cola de mi cama y te pondrás a trabajar?
—Oh. Eh, está bien —Se encogió de hombros—. Más vale que lo
que tengas planeado para mí más tarde sea bueno.
Debería haberlo besado por más tiempo, más fuerte. Debería haberle
hecho el amor como es debido. No debería haberme levantado de la
cama. Debería haber tratado ese momento como si fuera el último.
Porque después de esa mañana, todo cambió.
—¿Por qué tanta prisa por hacer esto hoy? —Se quejó,
desenrollando las luces del árbol de su anillo—. ¿Por qué no un día de
descanso? Me estás poniendo nerviosa con todo el tiempo que pasas
mirando y saltando de un lado a otro. ¿Y por qué no puedes conseguir
uno de esos árboles artificiales que vienen con las luces en las ramas
como el resto de los malditos perezosos?
Ocho horas más tarde, la salsa para la pasta se cocinaba a fuego lento,
el pan de ajo fresco estaba en el horno, Papá Noel y sus renos
deslumbraban en el césped y las luces de Navidad iluminaban todos los
rincones del salón.
Sin nada más que hacer que esperar, me quité el delantal rojo con las
palabras Dirty Devil cosidas en el centro. Otro regalo de Raven. Le
había hecho el amor en la mesa del comedor mientras lo llevaba puesto
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
Me dejé caer en el banco del rincón del desayuno y jugué con la pila de
correo que había allí, tentado de abrir mi carta de Joey antes de que
Raven llegara a casa. Habíamos acordado romper la costumbre esta
vez, ya que estábamos ansiosos por saber si su permiso había sido
aprobado, o si tendría que volar a Hawái para estrangular a un oficial al
mando. Supuse que esperaría de todos modos, pero la necesidad de
saber me superó. —Al diablo —murmuré, rompiendo el sobre.
Parpadeo.
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
Destello.
Parpadeo.
Destello.
Parpadeo
Destello.
Parpadeo.
—Clint, yo…
—No.
Tener que apagar ese rayo de luz tras sus ojos de hormigón era algo
mucho peor que insoportable. —...Sí —admití, la palabra arrancada de
mi garganta, dejándola palpitar y arder. —Pero… —Apreté mi pelota,
mi balsa salvavidas.
—¿Pero qué?
—No —Negué con la cabeza con firmeza—. Los amo a los dos. Eso
nunca ha sido una mentira. Pero estoy enamorado de ti.
26
Es un programa del servicio militar que te asiste a través de tus estudios universitarios a cambio de que
prestes tu servicio después de tu graduación.
—¿Cómo lleva todo eso a...? —No pudo decirlo. Se balanceó sobre
sus pies, y sólo pude asumir que era por una combinación de
intoxicación, pérdida de sangre y un corazón partido por la mitad. Las
gotas de color carmesí formaban un charco insignificante en el suelo
mientras empapaban y goteaban a través de la gasa que le rodeaba los
nudillos. Un ofrecimiento para ayudar a contenerla no sería apreciado,
así que ignoré esa herida a cambio del dolor que sangraba de sus ojos
apenados.
—Como si no me conocieras.
—No sabía que significaba algo para él. Pensé que nuestro único
obstáculo sería conseguir que aprobara que estuviéramos juntos. Sé
que parece algo imposible de hacer ahora, pero por favor, créeme en
mi—Me estaba rompiendo, mi corazón temblaba en lugar de latir.
—No he mentido…
—Puedes…
—Escúchame…
Me acerqué a él. —Pero mi amor por ti es más. Más que todas las putas
estrellas del cielo. Por favor —Le pedí, con las manos en la barbilla
temblorosa. —Lucha por esto. Podemos superar cualquier cosa —
Estaba lo suficientemente cerca como para erizar los pelos de su pecho
con mi respiración agitada.
27
Ala del Cuervo.
arco iris coloreando las puntas de sus plumas. Clint debería haber
estado aquí conmigo ahora. Debería haberlo hecho prometerlo.
necesarios para olvidar? ¿Olvidar que la vida podía seguir sin mí, pero
que él no quería?
A través del reflejo del cristal, noté la caída de los hombros de Ben. La
molestia en su sonrisa profesional. Probablemente estaba tratando de
ganar algo de dinero extra para las vacaciones con esta comisión, y yo
le había hecho perder el tiempo. No lo culpo. Podía haber tenido algo
seguro al explorar el lugar principal. —Si va en serio —dijo—, puedo
darle un par de días. Es lo mejor que puedo hacer.
Joey. Qué desastre. Decía mucho que antes de poder contemplar cómo
reparar su corazón roto, primero tuviera que averiguar la mejor manera
de romperlo. Estaba resentido con él. Un hecho inevitable. La lógica y
la racionalidad solían estar ausentes ante la desesperación, y yo,
irracionalmente, quería distribuir parte de la culpa sobre él.
—¿Cómo es eso?
—Debe haber sido un reto para el idiota ayudar con tan poco para
trabajar —dije en simpatía por el idiota.
—¿Hacer qué?
—La cagué, Clint. Lo sé. Eso no borra lo que hemos tenido todos
estos meses. No puedes dejar de preocuparte sólo porque la mierda se
haya complicado.
—Yo no…
—No —dijo, con los ojos grises desorbitados por el pánico—. Deja
todo como está. No quiero olvidar.
—Dímelo.
Lo último que quería era ponerle los pelos de punta justo cuando uno
de sus guardias había tropezado y bajado, pero el crepitar bajo mi piel
había alcanzado un máximo histórico, y no quería explotar solo. Pasé
los dedos por la red de pliegues de su frente, aliviando brevemente la
tensión allí antes de que recordara que no debía tocarlo.
—Si le… —Me apuntó con un dedo, con los labios aplastados.
—Jódete, Clint.
Ouch.
Lo ansiaba.
Me obsesioné.
Lloré.
Jodidamente sangré.
Yo no era del tipo que abandona. Odiaba los deportes, pero me volví
bueno en ellos porque ese día en el patio Kurt pensó que debía
quedarme en mi carril artístico. Recuperaría a Clint, pero ¿cuánto
estaba dispuesto a sufrir para tenerlo? Porque Clint no era un hombre
fácil cuando se enfrentaba a las consecuencias de su egoísmo. Habría
más dolor antes de que comenzara la parte de la curación. Tendríamos
que perdernos en el barro para florecer en algo más fuerte, algo más
hermoso. Sería paciente y persistente, aunque significara enviar mi
corazón a una misión suicida. Aunque todo lo que sintiera fuera dolor.
Aunque tuviera que hacer de la angustia mi hogar.
Quería destrozar algo con mis propias manos, pero ya no había nada que
romper. Clint ya había roto todo lo que valía la pena y lo había esparcido
en pedazos. Incluso mi corazón.
—Al bar —Luego a un hotel. Quizá con alguien del bar. La bilis
quemó ese pensamiento imprudente.
—Oh, no, no lo harás —Se detuvo frente a mí, con su mano como
una señal de alto en mi pecho. —No estás en condiciones de estar en
público, a menos que quieras que la suspensión se convierta en algo
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—¿Señor?
Tenía que amar a mi hijo, aunque en mis momentos más débiles los
hechos se desdibujaban y él se transformaba en el obstáculo que me
alejaba de Raven. De mi oxígeno. En un mal día, Joey era el hombre al
que tenía que mirar un día a los ojos y saber que había tenido lo que me
pertenecía.
No hace falta decir que tenía mis celos que afrontar. Mi soledad a la que
hacer frente, y una adicción a la que dar una patada. Porque Raven no
sólo se aseguró de que me enamorara de él, sino que hizo que fuera
imposible respirar sin él.
Estar con él era una segunda naturaleza, como saber respirar sin que te
enseñaran. Ser cuidada por él hacía que todas las décadas que me había
descuidado valieran la pena. Y estar entre sus piernas era lo más cerca
que había estado de la verdadera redención. Raven amaba con todo su
ser. Estaba claro por qué había hecho lo que hizo por Joey. No había
nada que no hiciera por él. —Es lo que más amo de ti —susurré en el
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Cualquier cosa que quiera hacerte daño tendrá que pasar por
mí primero.
Joey sólo podía hacer llamadas los fines de semana, e incluso entonces,
era con moderación debido a la diferencia horaria. La mayoría de las
veces nos escribíamos, y nuestras cartas tardaban en llegarle. Su
confesión lo tenía nervioso, y ardía escuchar la preocupación en su voz.
—Oh.
Hicieron falta dos intentos para que mis labios se movieran. —¿Estás
seguro? Esto parece repentino. Tal vez necesites más tiempo,
experiencia —Hice un trabajo de mierda de actuar sorprendido, o
alentador. O tal vez no. No podía confiar en mi conciencia, no cuando
la culpa se había apoderado de ella.
Amor.
Odio.
Asco.
Dolor.
Ira.
Rectitud.
Lástima.
Repugnancia.
Este dolor era demasiado, y con él aquí ahora, me recordaba que era su
culpa, que debería ser él quien llevara el peso de esto. Que él debía ser
el que más sufriera. Quería que se fuera, quería que estuviera debajo de
mí, quería que se sintiera odiado, quería que no valiera nada. Como yo.
Se inclinó hacia atrás, cayendo sin gracia desde sus ancas hasta su
trasero. —No lo dices en serio. No lo dices jodidamente en serio —Se
puso en pie, a duras penas y se cernió sobre mí.
—Todavía hay algo ahí. Por eso esto duele tanto, Clint. No ha
terminado. No se siente como si hubiera terminado.
—Eres un puto cobarde —dijo, con la voz fina, los ojos luchando
por ver más allá de la humedad que había, pero se debatía con el labio
entre los dientes. ¿Quería nada o algo? Cualquier cosa. No importaba
lo feo que fuera ese algo. Porque hay cosas de las que no se puede
volver.
—Salte, entonces.
Raven salió disparado hacia la puerta, optando por evitar más caos. Se
detuvo con un pie fuera antes de regresarse y pararse frente a mí. —Te
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
Horas más tarde, yacía en posición fetal, sin sábanas y con frío,
acechando los minutos en el reloj. La medianoche. Navidad.
Decidiendo que quería aniquilarme por completo, me di la vuelta y la
botella de alcohol que había estado agarrando como un balón de fútbol
cayó al suelo.
28
Restauración de Carros con una Segundad Oportunidad.
Para cuando las plantas de mis pies rozaron el escalón inferior, había
perdido la noción del tiempo y la razón. No lo haría. No podría. No
puedo.
No lo haría.
No podría.
No puedo...
Dejé caer la mano y probé el pomo. Había dejado la puerta sin cerrar.
El ritmo pasó de ser un paseo a un trote y a una corrida, hasta que los
instrumentos se convirtieron en una fuerte mezcla de sonido.
—Clint…
Creí que podría morir por las arcadas de mis propias lágrimas o por
ahogarme en las suyas. Sus lágrimas caían sobre mi cuerpo como
océanos en miniatura, y sus olas hacían poco por limpiarme de nuestra
suciedad.
—No lo hagas —Me aparté. —Es demasiado tarde para eso —Por
la rabia que me producía su cruel piedad, clavé mis dientes en su
hombro, sacudiendo la cabeza como un perro rabioso. Clint se dejó caer
en la cama, y yo le seguí, sin renunciar a mi mordisco.
Sin falta, casi chocábamos el uno con el otro cuando yo iba en su busca
mientras él me buscaba a mí. Entonces me burlaba de él, lanzando todo
tipo de insultos destinados a mutilarlo, y lo hacían, y sus ojos se ponían
en blanco como si estuvieran en el cielo, como si mis palabras hicieran
su magia, endureciendo su corazón un poco más cada vez.
El interior de mis muslos estaba rozado por todo el tiempo que Clint
pasó con su cabeza forzada entre ellos. También la hendidura de mi
culo. Se corría en la alfombra del dormitorio mientras me comía el
culo, maldiciendo mi agujero de puta para que se abriera más para él,
con su cara ahogada en semen y saliva. Y si me alejaba, me seguía con
las manos y las rodillas.
uno de los suyos. Esa habría sido la única manera de sacar a Clint de
mí. La única manera de sacarme de su cama en llamas.
—¿Puedo entrar?
—Raven... Yo…
—Estaba dispuesto.
Clint no era cruel con sus palabras cuando las ofrecía, aunque fueran
pocas. Eran sus silencios, que lo consumían todo, los que me
carcomían.
—No hagas esto más difícil de lo que ya es, Raven —Esa noche
no volvió a casa.
Todo era para poder tener algo de él, porque para entonces no podía
descifrar qué era peor, pasar desapercibido o no ser reconocido por él.
Todo se sentía mal.
Encontrar mis neumáticos pinchados una noche hizo que algo dentro
de mí ronroneara. Todo lo contrario de lo que sentí cuando al rebuscar
en su teléfono encontré un mensaje sin leer de Bobby. Lo había
invitado a un evento familiar que se celebraba esa noche para que se
olvidara de “las cosas”. Me había reducido a una puta cosa.
Ninguno de los dos tenía ya claro por qué luchábamos o contra qué
luchábamos. El caos se había comido las razones. ¿Eran mis mentiras,
las blancas o las tácitas? ¿Su exasperante creencia de que, de alguna
manera, había fracasado como padre y como ser humano? ¿O porque
tuvo que renunciar a mí en un intento erróneo de salvarnos?
¿Estábamos en guerra por su obsesión? ¿Por la mía? ¿Por la nuestra? O
tal vez estábamos condenados a este tipo de resultado desde el
momento en que me sentí insatisfecho con cualquier cosa que no fuera
su consumo total de mí.
Clint cogió el vaso que no había visto y se lo llevó a los labios. —Me
hecho verdadero desastre de las cosas, ¿cierto?
Miré hacia el rincón del desayuno en busca de una silla, pero todas
estaban desplomadas de lado, sin partes vitales. Me apoyé en el marco
de la puerta.
—No diré que nunca debí tocarte porque, con la información que
tenía, estaba en mi derecho. Éramos adultos con consentimiento.
Nuestra relación era apropiada con seguridad —Su mirada permanecía
fija en la ventana. Eso, junto con la iluminación, su tono comedido y el
alcohol, despertó un ambiente siniestro. Encontrarlo aquí no fue una
coincidencia, una cuestión de sincronización perfecta. Me había estado
esperando. Se había preparado para esto.
—¿Y nosotros qué, Clint? ¿Qué pasa con nosotros? —Me acerqué
a él.
—No —Di pasos medidos hacia atrás, tirando de él por su eje. Nos
llevé a mi dormitorio porque el de Clint tenía demasiados recuerdos no
deseados.
—Yo estaba loco esa noche. Había tenido una llamada con Joey
que no manejé bien. Me habían suspendido del trabajo. Entonces tu
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Para.
Se inclinó más cerca, con la piel caliente como el fuego. —Dime que no.
—No —susurré.
—¿Papá?
“Quítate de encima.”
“Para.”
—Joey…
—¿Puede esperar esto hasta que sepamos que está bien? —Tuve
que hacer acrobacias mentales para asegurarme de no parecer
demasiado descarado o frívolo. No le envidiaría su furia y su dolor. No
sabía lo que era tener un padre o ser un buen hijo para uno. Ambos
privilegios me fueron negados por una madre que sólo era madre de
nombre. Pero entendí, a un nivel visceral, lo que era amar a Clint. Joey
era un muerto andante. Ambos lo éramos.
Mi falta de respuesta lo dijo todo. —¿Por qué, Joey? ¿Por qué lo hiciste?
—Al igual que él, tenía que saberlo ahora.
Joey retrocedió. —¿Crees que sabía que era él? —Sopesó mi expresión
de duda. —¿Has visto ese lugar? La puerta trasera estaba sin cerrar. Los
muebles destrozados. Los platos en el suelo. Un rastro de sangre
formaba un jodido mapa hasta la puerta de tu habitación, pateada… —
Avanzó a pasos agigantados. —Quítate de encima —dijo en tono de
burla. —¡Para! —Imitó el tono de mi voz, mi falsa pero convincente
protesta.
Los signos vitales de Clint eran buenos, y era joven y fuerte, dijo el
cirujano. Lo vigilarían de cerca durante los próximos días, que serían
los más críticos, pero no veían ninguna razón para que no se recuperara
del todo. —Alguien los llevará hasta él una vez que salga de
recuperación y esté en una habitación —Asintió y se marchó.
—Trata de nuevo.
Joey se apartó para pasarse una manga por las mejillas mientras Bobby
descendía por el pasillo.
—¿Señor? ¿Señor?
Joey no había regresado desde la noche del tiroteo, pero había estado
llamando a la estación de enfermería con regularidad para obtener
actualizaciones sobre Clint, así que eso era algo.
Raven: Me voy.
—¿Te quedarás? —Dije con una voz tan pequeña que era un
milagro que llegara a sus oídos.
—Lo intentaré.
Asentí.
—¿Adónde irás?
—¿Sí?
—Me dolía, Raven. Estaba en una bifurcación sin tener una visión
aérea de dónde terminarían los caminos, y me equivoqué de camino.
Tomé la decisión equivocada. Debería haberlo sabido.
Aunque pueda parecer una tontería para un oído ajeno, para Clint era
real. —No puedo vivir sin ti no es un puto cliché —dije, secando sus
lágrimas mientras sus párpados caían y su agarre a mi chaqueta se
aflojaba—. Pero voy a hacerlo, de todos modos.
—Esto no es amor, Clint —Lloré por los tres, llorando sobre él—.
Ya no.
—¿Entonces qué es? —dijo con la boca más que con la voz.
Raven Miller
45 East Port Ln
Portland, OR 11278
29
Es un chiste, en USA se suele recibir una llamada muy particular donde supuestamente se te vence la
garantía del carro, es siempre la misma grabación y es un método para tratar de timarte.
—Para eso están los amigos, Clint. Y como amiga, te digo que
tienes que ponerte al día. Es una orden. Y vamos a empezar por sacarte
de esta sala de investigación. Melanie quiere prepararte la cena. Esta
noche.
—¿Quién?
—¡He dicho quién, maldita sea! Así es, tú —dijo antes de que
tuviera la oportunidad de hacerlo.
—¿Y quién subió esos escalones del tribunal para dar testimonio
de la santa unión de Melanie y yo?
—Bueno, bueno. Supongo que todas las respuestas van a ser yo.
Me despierto con una brusca toma de aire, con los ojos clavados en el
sol que brilla a través de las persianas mientras me acuesto de lado en
una cama que no es mía. ¿Dónde carajo estoy?
Gemí, sofocando una almohada sobre mi cara. ¿Tenías que decir eso,
Raven? ¿Tenías que darle tanto? El hombre que dijo esas palabras no
me resultaba familiar. Hacía años que no era ese hombre. Lo echaba de
menos. Me echaba de menos. Y por eso había cedido a ello.
Inevitablemente.
~Najwa Zebian
Esperaba deleitarme con los buenos recuerdos que guardaba esta casa,
pero sorprendentemente, incluso los no tan buenos me inspiraban un
agradable dolor. Eran una parte importante de lo que yo era.
Reflexioné sobre el libro de la habitación de Clint.
“El verdadero perdón es cuando puedes dar las gracias por esa
experiencia.”
—¿Tu tío?
—¿Funcionó?
—Sí. Ella, ah, también me dijo que ella podría haber sido
responsable de mi comienzo, pero que yo estaba a cargo de mi final.
Eso es todo, un número de teléfono y una frase de despedida
asombrosamente coherente que, curiosamente, llegó muy lejos.
Por otra parte, el Clint que tenía delante era más ligero que el que había
dejado atrás.
—¿Qué pasa?
30
Se refiere a un hombre atractivo maduro ya con canas.
—¿Se hablan?
—¿Cómo lo hiciste?
—Pareces aliviado.
—¿Tienes un perro?
—Fui al funeral por respeto a ti. Verte caminar por ese pasillo...
Cristo, pensé que eras un producto de mi imaginación. No miraste
hacia mí, y luego, cuando terminó, habías planeado levantarte y
desaparecer de nuevo. Estabas tan cerrado, y me entró el pánico.
Estaba molesto contigo…
—¿Y qué con Joey? Porque parece que nada ha cambiado en ese
frente. ¿Qué le dirás si vuelve a casa? ¿Quién será sacrificado?
—No más sacrificios. Lucho por los dos. Lucharé por todos
nosotros, Raven.
Esas eran las palabras que había querido escuchar durante años. Se
había estremecido ante ellas en ese entonces. Ahora se mantenía
impenetrable. —¿Cómo es que puedes desmantelar, en un día, lo que he
trabajado ocho años para construir? —¿Había estado evolucionando o
escondiéndome todo este tiempo? Podía sentir que me desmoronaba de
adentro hacia afuera.
—Nuestro amor…
Todo el mundo, desde los clientes hasta los empleados, venía y se iba
cambiado para mejor después de haber experimentado a Clint.
Repartía “buen trabajo” y palmaditas en la espalda como si fueran
infinitas, y todos los días se sacaba un nombre del tambor de la rifa del
almuerzo para el ganador. Me costó todo lo que pude no avergonzarme
saltando a sus brazos y gritando: —¡Lo hiciste, carajo!
Miré más allá de la lluvia que golpeaba la ventana, hacia nuestra tienda
de baguettes favorita al otro lado de la calle. Llevaba ocho años en
Montreal y sólo podía traducir el cartel porque sabía lo que decía, no
porque lo entendiera. Tenía mi tienda, las pocas personas que
trabajaban allí y mis tíos. Prefería una noche en casa acurrucado sobre
mi bloc de dibujo a una noche que olvidaría rodeado de gente que no
recordaría. No mucho había cambiado en mi en ese aspecto, lo cual
estaba bien. Sólo había sido bueno para ser yo.
Había cortado todos los lazos con mi madre de una vez por todas antes
de dejar Nueva York y me había negado a pasar un momento
lamentándolo. Mi tío había tardado días en armarse de valor para
decirme que había sufrido una sobredosis por última vez, sin saber si la
noticia me haría más daño que bien. No hizo ninguno de los dos, y
—Sostenme debajo...
Puede que me haya pasado delineando sus palmas. Eran más grandes
que las mejillas de mi culo, pero así de pequeño me sentía bajo su
cuidado mientras me sentía como un gigante bajo el peso de su amor.
Pasa la página.
Pasa la página.
documentar su viaje hacia su sueño, para que pudiera volver a ver sus
pasos una vez que llegara a su destino, sin olvidar nunca el viaje hasta
allí. Así, los días en que dudara de sí mismo y yo no estuviera cerca
para recordarle su capacidad, tendría una prueba fotográfica de lo lejos
que había llegado desde el principio. Había hecho su primera incursión
en las selfies con esa foto íntima de nosotros.
Pasa la página.
Pasa la página.
Pasa la página.
Pasa la página.
Para.
Esas palabras eran todo menos ciertas ahora. Por extraño que parezca,
me encantaba la idea de que él me mostrara el camino esta vez. De ser
ahora el inspirado para encontrar el valor.
—Por supuesto que no, Poncho. No nos llevaremos esa cosa con
nosotros.
Lo dejé mirando tras de mí, con nostalgia, con sus ojos atormentados
que me quemaban la espalda mientras me adentraba en la terminal.
Dejé a un lado el café frío que había estado tomando y cogí el regalo de
Clint. Poncho se desperezó bajo mi taburete, agitando la cola. Hice un
seguimiento del borde del papel de regalo, tratando de adivinar el
misterio que contenía. —¿Cuándo te volviste tan insolente, Raven? —
Me reprendí a mí mismo. Extrañaba esa parte malote de mí.
Me abroché una camisa, no sin antes tocar el tatuaje de Clint, y bajé las
escaleras.
pintado allí con sus coloridas alas. Rex y los demás chicos también
estaban allí, aunque era su día libre.
—En todos lados se les había acabado el 3 —dijo ella, con las
mejillas sonrosadas a juego con su pelo, —así que hoy tienes veintidós.
Luces así de todos modos —defendió.
—Ah… —ella hojeó el libro de citas. —Tienes todo el día libre, jefe
—Volvió a sus tareas de recepcionista.
Joseph Miller.
Raven,
Lo siento mucho. Por todo el tiempo perdido. Por todos los chistes
perdidos.
Hice una pausa para respirar, reír y llorar al techo. Para permitir que la
felicidad volviera a entrar. Chistes. Mis labios se curvaron hacia arriba.
Joey hizo que estuviera bien ser un niño, y yo necesitaba esa ligereza en
mi vida. Alisé su carta sobre la encimera.
Podría haber sido un vecino. ¿Tal vez había una fuga de gas? ¿Un robo?
Esa mañana había salido sin el celular, lo que explicaba por qué la
llamada había llegado al taller.
contenerse. Lloré con más fuerza, dejando salir el dolor, haciendo sitio
a los sueños que se hacían realidad delante de mí.
Gracias, dije con mis labios, con la voz demasiado agitada como para
ofrecer un sonido. Asintió con fuerza y bajó los ojos hacia la mano que
le tendía. Se lo pensó dos veces antes de acercarse y dejar que los
envolviera a los dos en mis brazos.
—Sí, David —Sonrió. —Tuvo que coger un vuelo más tarde. Cosas
del trabajo. —Cubrió mi mano con la suya, mirándome fijamente,
transmitiendo lo mucho que entendía ahora con una mirada. —
Hablaremos más —susurró. Me moría de ganas.
Joey nos observó con una sonrisa de oreja a oreja. —Tomaré un carro
de alquiler en el aeropuerto antes de volver aquí —dijo.
—¿Y el trabajo?
La mirada en sus ojos decía que le dolía, sin embargo. Tendría que
encontrar una solución para su dilema antes de revelar que la Road
King era suya.
Conduje hasta nuestro lago, nuestra roca, tomando el camino más largo
porque una vez que nos detuviéramos, sus manos no tendrían razón
para estar sobre mí. Su aliento ya no calentaría los pelos de mi nuca, y
los latidos de su corazón dejarían de acelerarse a mi espalda.
bien eso—. No soy una flor muerta. Estoy bien. La vida ha sido
diferente, pero no ha sido dura. Al menos no todo el tiempo.
Podía ver cómo para él podría sentirse como si hubiera perdido alguna
parte vital de sí mismo, pero había ganado mucho más. Era
encantador.
—Me lo merezco.
—Y eso. ¿Y tú?
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Aterrador, ¿no?
—De acuerdo.
—¿Qué haremos con todo ese tiempo? —Se recostó en las palmas
de las manos, sonriendo de forma simpática, con los ojos pálidos
albergando el sol.
Asentí, dándonos tiempo a los dos para digerir eso, sin querer
precipitarnos más allá de lo que sentíamos en ese momento. —¿Y crees
que eso tiene algo de malo? ¿Con disfrutar de ello?
—Yo sí. Tuve mucho tiempo para pensar, y tenías razón. Nuestra
vida sexual era nuestra, y no teníamos que juzgarla. Tu confianza en
esos momentos, tu seguridad de que sabes lo que necesito y que eres él
único que puede dármelo... Ahí también hay inseguridad. Miedo. Todo
ello influye en tu ferocidad —Sus ojos estaban fundidos, derritiendo
cada parte de mí con la que entraban en contacto. —Convierte mi
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Sí podemos —Yo también tenía miedo, pero tenía que ser fuerte
por nosotros.
—Lo que le pasó a Brandon fue trágico —Me tragué el llanto que
nunca faltaba al hablar de mi hermanito. —Pero no fue culpa mía.
Durante mucho tiempo, me creí la mentira. Que no era más que un
buen padre. Nada más que un asesino egoísta. Un espacio
desperdiciado —Sostuve su amplia mirada, le robé la valentía al “no”
que me dijo. —Sucedió de una manera que fue más allá de mí, pero
siempre apreciaré el tiempo que tuve con él. Si no hubiera sido por ese
accidente, no tendría a Joey. Y que me enamorara de ti no me convirtió
en un mal padre o persona. Era mi derecho a amarte. Un privilegio, y
debería haberte honrado mejor —Había esperado años para decirle eso,
y de la misma manera que nuestros corazones gravitaron el uno hacia
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Cosas Malas y C. P. Harris
Equivocadas
—Pero no lo fue…
—Y lo tienes.
—Clint…
—¿Sí?
—Gracias.
—De nada.
—Esta genial —dijo Sonia, recorriendo sus ojos sobre ella con
cariño. —Mejor que la que vendiste —Ella también tenía afinidad por
las Harley. Rex caminó alrededor de ella, silbando.
—Tienes una hora antes de tu primera cita —dijo ella con aire de
negocios, mientras le pasaba Poncho a Rex.
—¿Quién eres y qué has hecho con nuestro Yogi? —Ella se subió,
ululando mientras yo aceleraba mi regalo y salía a toda velocidad.
—¿Y ahora qué? —preguntó Rex, moviendo los ojos con fingida
molestia, mordiendo su burrito. Esperé a que se tranquilizara y
contestara.
Pasé alrededor de ella y estiré el cuello para mirar por la puerta. Clint
esperaba cerca de la entrada, al otro lado de la mesa de Sonia,
comprobando el lugar. La cara recién afeitada, la camisa gris a juego
con sus ojos y las mechas de su pelo engominado. Me agaché antes de
que me viera. —Está buenísimo —coincidí en tono conspirador. —Me
pregunto para qué equipo batea. Apuesto a que puedo convencerlo de
que se pase a mi lado. Tal vez podría convertirlo en mi perra.
Clint se balanceó sobre sus talones, con las manos en los bolsillos
delanteros, pareciendo tímido mientras me acercaba. —Hola...
—¿Qué tal? —dijo Rex, con un gesto de cabeza, y Sonia soltó una
risita. Los presenté a todos y luego les informé de que me llevaría el
almuerzo arriba. Perdí los veinte de Rex al salir.
—Y fuiste recompensado.
Sus ojos se abrieron de par en par hacia los gigantescos ventanales con
el sofá blanco de felpa adosado que podría confundirse con una cama.
Se integraba perfectamente en el ángulo hexagonal dentado de la pared
bajo la ventana. —Apuesto a que esto fue lo que te convenció de
comprarlo —dijo—. Y apuesto que aquí es donde haces la mayoría de
tus bocetos. Y también pensamientos.
—¿Fue un movimiento?
—¿Y qué premio sería ese? —Me limpié el sudor de la frente con
el dorso de la palma de la mano. Clint se lamió los labios como si
pudiera saborearlo allí.
—Me mudaré.
—¿Y el taller?
—No me importa.
Luchar era inútil. No sólo habría sido inútil, sino que habría sido una
mentira. Ya habíamos perdido demasiado. Se había perdonado a sí
mismo, me había perdonado a mí, y Joey nos había perdonado a todos.
Nada nos detenía. Ocho años. Ocho años. No, no pasaríamos ni un día
más separados. No mental o emocionalmente, al menos.
—¿Me amas?
—Dios, te amo.
Apreté los puños en torno a los mechones de mi pelo, tirando, con las
caderas agitadas, los ojos puestos en él. —¿Vas a bañarme con tu
semen, Clint?
Tanto dolor.
—Raven...
Tanto amor.
tenía que hacerlo. Amaría a este hombre para siempre, hasta el final y
más allá. Hasta la tumba.
Tuvimos tres noches juntos hasta que tuvo que regresar para la visita
prolongada de Joey. Tres noches de hacer el amor en el ojo de la
tormenta en mi mirador. Tres noches de hacer infinitas promesas que
seríamos lo suficientemente hombres para cumplir. Tres noches
haciendo nuestras propias reglas y follando según ellas.
—Reviví esa noche todos los días durante mucho tiempo —había
dicho con tensión.
El verano siguiente
Joey acabó pasando más de una semana con Clint el verano pasado.
Volvieron a conectar, curaron las heridas abiertas y presentaron una
oferta por la casa de al lado, porque el día en que Joey debía marcharse,
sorprendió a Clint haciéndole saber que su periodo había terminado y
que no volvería a enlistarse. No se iría a ningún lado.
No habíamos pasado por todo lo que teníamos para luego pasar más
tiempo miserables y separados. Así que me puse en plan Joey, visité a
Clint durante un par de semanas en torno a su cumpleaños y, durante
nuestro festival de sexo de despedida, le dije que estaba estancado
conmigo.
—No —respiré.
—No.
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Grité e hice bola el material que tenía debajo. —Mierda, Clint —Intenté
seguir actuando, pero ahora con cuatro dedos follándome como si no
les importara, mis objeciones se convirtieron en maldiciones de
frustración—. Fóllame, Clint. Ahora.
Me ignoró, follándome más rápido y más fuerte con su mano, los ojos
observando el proceso con envidia y hambre. Su polla lloró lágrimas
lechosas al buscar algo cálido, y yo me puse de codos y retrocedí. Clint
me calmó con una mano en la garganta, tomando mi agujero con un
golpe de castigo.
Por alguna razón, el aire no estaba encendido en casa de Clint, o tal vez
simplemente no podía penetrar en el capullo de su cuerpo cálido y
desnudo envolviéndome como un mono mientras dormía.
Su risa silenciosa vibró a través de mí. —Es una frase, no una metáfora,
dulzura.
La mano de Clint se detuvo cuando no fui más allá. —¿He dicho algo
malo? —Todavía nos estábamos adaptando a estar juntos después de
haber estado separados durante tanto tiempo. Todavía estábamos
aprendiendo los matices de las personas que éramos ahora. Lo que nos
hacía funcionar, lo que aún funcionaba y lo que ya no era aceptable en
nuestra nueva piel.
—¿Fue regresar lo más difícil que has tenido que hacer? ¿Más
difícil que irte?
—Porque sabía que las cosas serían igual porque yo era igual.
Necesitaba ser diferente. Necesitaba amarme lo suficiente para que tú
no tuvieras que amarme lo suficiente por los dos. El hombre que
condujo a toda velocidad hasta la frontera con las lágrimas nublando su
visión sólo quería una cosa. Que me hicieras sentir como algo porque
yo me sentía como nada. Como nadie.
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—No me iré hasta que hayamos visto todas las fotos. Hasta que
hayas escuchado todas las historias sobre ella. Hasta que sepas quién
y de dónde vienes. Hasta que sepas quién eres, Raven.
Era la primera señal de miedo que veía en él desde que nos habíamos
reunido. Como si la idea no sólo se le hubiera ocurrido, sino que
también le hubiera aterrorizado. Apoyé mi frente contra la suya,
apretando su nuca. —No lo sé. Tal vez. ¿Y si hubieras seguido adelante?
¿Y si fuéramos tan diferentes que ya no funcionáramos? ¿Y si
funcionáramos mejor separados? —Hice una pausa, pero él leyó mi
último pensamiento fuerte y jodidamente claro.
—¿Y si todo lo que hubiera hecho falta era un toque mío para
demostrar que nada había cambiado para bien? Que habíamos estado
interpretando un papel durante ocho años, que seguíamos siendo las
mismas personas rotas sólo capaces de romper al otro y a todo lo que
nos rodeaba.
—Joder, sí —siseé.
una noche, que justo antes de que estuvieran a punto de follarme los
sesos. —Espera —me puso un dedo en la boca, cortando mi respuesta.
Cogió el bote de lubricante y se puso detrás de mí para lubricarse a sí
mismo y a mi agujero—. Necesito estar dentro de ti para esto.
—Dime —exigió.
Fingí que estaba demasiado sin aliento para responder, lo que avivó su
impaciencia y su vigor. Sus movimientos se volvieron violentos, sus
empujones perfectamente dirigidos a ese punto dulce dentro de mí que
nunca fallaba en activar mis falsas súplicas. —C-cálmate, Clint. Joder.
—Dios no —dijo.
—¿Él o ella?
—Inténtalo.
—¿Cómo qué?
—Necesito saber que eres feliz. Que te sientes realizado —Su voz
se volvió ronca por la emoción—. Cualquier cosa que te haga feliz recibe
un sí de mi parte.
Fin.