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El principio de legalidad.
Las Administraciones Públicas poseen privilegios (posiciones prevalentes que no poseen los
particulares), que le son atribuidos por la Ley. La razón de ser de esos privilegios es una razón
pragmática, se trata de facilitar la eficacia a la que constitucionalmente está destinada la
Administración (art. 103 CE).
Son privilegios-función cuyo uso está reglamentado y controlado por los tribunales de la
jurisdicción contencioso-administrativa.
Puede decirse que las dos Leyes generales más importantes del Derecho Administrativo son la
legislación del procedimiento y las de la jurisdicción contencioso-administrativa.
Las potestades administrativas, incluida la autotutela, las otorgan las Leyes. Sin atribución legal
no hay potestad y sin potestad no hay posibilidades de acción. Este planteamiento deriva del
propio Ordenamiento Jurídico positivo cuando, por ejemplo, el art. 34.1 Ley 39/2015 afirma
que el contenido de los actos se ajustará a lo dispuesto por el OJ o cuando la Ley Jurisdiccional
dice que la Sentencia que se dicte anulará el acto si éste incurre en cualquier infracción y no es
conforme al Ordenamiento (art. 70 LJCA). La Ley es la que posibilita la acción de la
Administración porque sin ella no hay posibilidades de actuar.
La Ley otorga potestades a la Administración para que cumpla su función servicial de interés
general, pero esas potestades no son ilimitadas. Son potestades-función, esto es, dirigidas a un
fin concreto previsto por la Ley y son potestades tasadas en extensión e intensidad. Tienen
como límite la Constitución y la idea de libertad que de ella se deriva en sus arts. 14 a 30.
Es la Ley la que atribuye las posibilidades de acción (las potestades) y estas potestades son
limitadas.
Al atribuir las potestades administrativas la Ley lo puede hacer de 2 maneras básicas: fijando
todos y cada uno de los presupuestos de la acción pública de manera que la Administración se
limita a verificar que esas circunstancias, a su juicio se dan o no en la realidad (POTESTADES
REGLADAS) o bien fijando los presupuestos de la acción pública pero dejando un margen de
apreciación a la Administración a la hora de aplicar las previsiones legales en cada caso
concreto (POTESTADES DISCRECIONALES).
La lucha contra las inmunidades del poder consiste en el control de la actividad discrecional.
Durante mucho tiempo las potestades discrecionales no podían ser objeto de control porque la
Ley Jurisdiccional de 1988, la primera Ley de lo contencioso, pivotaba sobre las potestades
regladas. De modo que sólo podían ser recurridos los actos derivados de las potestades
regladas.
-Controlar el fin: todo acto tiene una finalidad prevista en la Ley. El fin es un elemento reglado
al que debe dirigirse la actividad, de modo que la utilización de potestades administrativas
para fines distintos de los previstos por el Ordenamiento es un vicio que hace anulable el acto
(desviación de poder art. 70.2 LJCA). La desviación de poder es un vicio del fin que conlleva la
anulabilidad del acto de que se trate (art. 48.1 Ley 39/2015).
La desviación de poder no es un vicio de moralidad sino de legalidad, de modo que para que
exista basta que se trate de un fin distinto aunque sea también público y bienintencionado.
-Hechos determinantes: toda potestad parte de presupuestos fácticos. Probar que hubo o no
infracción, que existían o no presupuestos para dictar el acto de que se trate es una manera
indirecta de controlar el ejercicio de la potestad discrecional.
-Principios generales del Derecho, gran parte de los cuales tienen hoy plasmación
constitucional. De modo que el criterio de la igualdad o el principio de proporcionalidad
pueden servir para verificar la corrección de una determinada decisión que se muestra
desproporcionada o irrazonable, sin justificación expresa. La falta de justificación puede hacer
derivar lo que es el ejercicio de la discrecionalidad prevista en la Ley a la arbitrariedad
prohibida.
-Potestad reglada: cuando estamos ante un supuesto de hecho la consecuencia jurídica solo es
una, no hay posibilidad de decidir. Ejemplo: para aprobar el examen se necesitan 15 aciertos.
-Conceptos jurídicos indeterminados: son conceptos que existen pero son indeterminados
porque no son concretos. No se pueden controlar sino que tenemos que utilizar mecanismos
fácticos para poder llegar a concretarlos. Admiten diversas situaciones y solo cabe una,
debemos ir concretando desde las máximas de experiencia (vivencias de anteriores supuestos
que nos sirven para resolver nuevos supuestos, jurisprudencia).
Ejemplo: ¿qué hemos de entender por las 8 de la tarde? Las 8 de la tarde puede ser por el día
(agosto) o por la noche (diciembre), luego para contestar a la pregunta necesita utilizar
conceptos jurídicos y a través de ahí concretar lo indeterminado.
Son conflictos que existen porque los poderes de la Administración (la autotutela) pueden
entrar en colisión con los poderes del juez (normalmente contra el juez civil, aunque caben
conflictos con los jueces de lo penal o lo social). La solución a este problema la proporciona la
Ley orgánica 2/1987, de 18 de mayo.
Se prevé que un órgano externo ajeno a los dos “el Tribunal de Conflictos” (regulado en el art.
38 LOPJ) decida a quién le corresponde la competencia, pero sin entrar en el fondo de la
cuestión controvertida porque eso corresponderá a quien se le atribuya la competencia en el
conflicto.