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es - Taller de relato
En este tema:
El diálogo
Tres beneficios irreemplazables del diálogo
Muchos son los cuentos que el escritor que empieza redacta sin atreverse a dar el paso
de lanzarse al diálogo entre los personajes. En vez de eso, resume estos diálogos con
frases como “ella le explicó lo que ocurría y él se mostró de acuerdo con ella...”. Es una
actitud, hasta cierto punto, natural, ya que el diálogo es uno de los recursos más
difíciles de la literatura en prosa. Pero su dificultad está directamente relacionada con
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las ventajas que proporciona, con lo que añade al cuento, y de ahí la importancia de
sumergirnos en su estudio.
Incluir el diálogo real y concreto entre dos (o más) personajes aligera el “peso” del
texto, relaja la vista del lector de los párrafos largos. Pero esto es sólo una ventaja
circunstancial. El diálogo, el buen diálogo, tiene que servirnos para dos fines concretos:
hacer avanzar la acción y describir a los personajes.
Debemos tener en cuenta que, como continuamos en el género del relato, cada diálogo
(como cada frase en este breve género) debe estar ahí porque es necesario. En este
sentido, es imprescindible que los diálogos que introducimos sirvan para algo, en
concreto, para hacer avanzar la acción. Para que el lector se entere de cosas que no
sabía (un personaje proporciona nuevos datos) o para que ocurran cosas nuevas (el
protagonista rompe con su pareja, el detective detiene al ladrón, etc.
Este diálogo sólo tendría sentido si el dolor de cabeza de Luis es importante para la
acción. Y aunque el ejemplo parezca exagerado, aparecen muchas veces diálogos como
éste en multitud de relatos.
Además, el buen diálogo, debe servir también para ayudar a describir al personaje, y
también la relación que existe entre dos personajes. Un personaje apocado tardará en
decir lo que quiere expresar, un personaje brusco lo dirá sin paciencia, un personaje
tímido dudará al hablar, y un largo etcétera. Imaginemos que un Luis apocado e
inseguro quiere romper con Eva:
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Luis:
(...)
- Yo, tenía algo que decirte.
- Pues tú dirás, pero rápido que tengo que irme dentro de diez minutos, he
quedado con Marisa y tengo que...
- Si, bueno, es respecto a, ya sabes, a lo que hablamos el otro día.
- ¿El otro día?
- Sí, ya sabes, cuando estuvimos viendo la película de Richard Gere y tú dijiste...
- ... que era muy guapo. Sí, lo dije, Luis, ¿y qué? Eso no significa nada. Yo estoy
contigo, ¿sabes?
- Sí, bueno, yo me refería a lo que comentaste después.
- ¿Después? Luis, cielo, me tengo que ir, de verdad. Luego hablamos, ¿vale?
- Yo...
- Hasta luego.
- Yo, bueno, luego hablamos.
(...)
También este diálogo nos muestra cómo es la relación de pareja: Luis se deja llevar por
Eva, ya que toma las decisiones mucho más rápido y da por sentado lo que él piensa sin
pararse a escucharle.
¿Cómo debería ser entonces un buen diálogo? En primer lugar y, posiblemente más
importante, debe sonar natural a nuestros oidos mentales de lector, que parezca
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(aunque en el fondo no lo sea) un diálogo de verdad, de los que puede oir por la calle o
decir él mismo.
Esta naturalidad se consigue:
La forma en la que escribimos los diálogos es, también, algo a tener en cuenta. ¿Cómo
acotamos el diálogo? Dice Umberto Eco que, cuando se puso a escribir El nombre de la
rosa: "las conversaciones me planteaban muchas dificultades. [...] Hay un tema muy
poco tratado en las teorías de la narrativa: [...] los artificios de los que se vale el
narrador para ceder la palabra al personaje" . Como no hay nada mejor que un ejemplo
véase el siguiente, Como veremos enseguida, hay muchas formas en las que puede ser
presentada una conversación, y no todas son iguales:
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A: -¿Cómo estás?
-No me quejo, ¿y tú?
D: Dijo Juan:
-¿Cómo estás?
-No me quejo -respondió Pedro con voz
neutra. Luego, con una sonrisa
indefinible-: ¿Y tú?
Pero eso sí: las acotaciones nos pueden servir para dos cosas imprescindibles:
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Marcan pausas entre los diálogos. Sin las acotaciones, parece que los
personajes hablan en cuanto termina de hablar el otro. Y a veces van a
necesitar un tiempo para pensar qué decir.
Describen los gestos, expresiones de los personajes: muchas veces, el
cuerpo habla más alto que las palabras. Imaginemos una pareja.
En “El dios de las pequeñas cosas” llega un momento en el que uno de los
protagonistas Chacko, se re-encuentra con su ex mujer y a su hija después de nueve
años. Así nos introduce la autora en esa escena:
Tenemos que tener muy claro que a nuestros personajes, como a nosotros,
muchas veces les cuesta decir las cosas. Por timidez, por indecisión, por
miedo, por no saber cómo decirlo. Especialmente las cosas importantes,
cruciales para su vida. Son muchos los relatos en los que el protagonista
declara su amor a una mujer en términos como:
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El primer fallo de este diálogo es que el personaje no es natural, parece estar recitando un papel,
tiene frases muy preparadas (“el aroma”). El segundo fallo es que se hace un auto-psicoanálisis
demasiado profesional (“por eso hice...”), cuando muchas veces ni nosotros mismos sabemos
porqué hacemos las cosas, o, al menos, no estamos seguros.
Pero el fallo más importante es que las grandes cosas (los “te quiero”, los “te odio”, los “voy a
dejarte”, “tengo que matarte”, “estoy muy enfermo”, “he descubierto que estás robando a la
empresa”...) cuesta decirlas. Y en nuestros personajes eso se tiene que notar. Se debe notar la
tensión, el intento por decirlo, la indecisión, las cosas que muchas veces las personas entendemos
(por una mirada, un gesto, un regalo de algo que significó mucho para nosotros en el pasado) y
que, simplemente, no se dicen en voz alta.
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Hay algo que llama enseguida la atención del diálogo, al primer vistazo: el diálogo
agiliza la narración. Porque sin él los párrafos se acumulan, lentos y perezosos, uno
tras otro. Y la página queda saturada de letras, casi sin espacios en blanco. Varias
páginas sin diálogo incluso pueden comenzar a ser pesadas de leer, simplemente por
una mera cuestión gráfica.
Aunque es cierto que cada cual tiene su estilo, sin embargo, aún así el diálogo es
necesario para dar realismo a nuestra historia. Porque en esas páginas y páginas
están sucediendo cosas: los personajes se mueven, viajan, descubren, deducen,
actúan…e interactúan. Es poco probable que en tu historia no esté pasando nada entre
varios personajes durante mucho tiempo. Y no incluir las palabras de esos
personajes le quita verosimilitud, supone negar al lector una parte fundamental de la
historia.
Y os pongo un ejemplo para que veáis lo que quiero decir en el siguiente punto:
Esta es una de las razones por las que el diálogo es absolutamente esencial… y,
paradójicamente, por la que muchas personas suelen evitarlo. Porque claro, tener que
pensar en el personaje en concreto, en cómo es, en qué desea, en qué oculta y en qué
deja ver, significa dedicarle algo de tiempo.
“Paco le exigió a su mujer una explicación y Lola le dijo que había estado visitando a su
hermana, pero él no la creyó”
Muy bien, le suelo decir yo. Pero, ¿cómo es Paco, cómo es Lola? ¿Qué palabras exactas
dice cada uno de ellos? Porque esas palabras nos va a decir muchísimo no sólo
sobre los personajes, sino sobre la situación en sí. Imaginad estos ejemplos:
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Ejemplo 1:
Bien, ahí tenemos a un posible Paco y a una posible Lola, y una posible situación.
“-Hola, cariño-Paco besó a su mujer, que estaba escribiendo en el portátil-¿Dónde estuviste esta
tarde? Se suponía que íbamos a vernos para comprar el regalo de mis padres.
-Ay, cielo, lo olvidé. Me fui a casa de mi hermana y ya sabes, se nos pasó la tarde charlando de
esto y de lo otro.
-¿A casa de tu hermana?-Paco se sentó junto a ella en el sofá- Pero si ella trabaja los jueves,
¿no? ¿No habrás estado mirando pisos otra vez, verdad? Te conozco, brujilla…”
Y he aquí otro posible Paco, otra posible Lola y otra posible situación completamente
distinta, definida sencillamente por los diálogos. Y lo gracioso es que la frase primera,
la que no tiene diálogos, ¡es válida para los dos ejemplos! Y para miles más.
Y todo eso depende, única y exclusivamente, de las palabras que usen. Sin ellas,
estamos perdidos: no vemos a los personajes, vemos una sombra chinesca del
personaje. Una forma que recuerda a él, y a miles como él, haciendo algo que han hecho
miles de personajes antes. Lo que les hace únicos es su personalidad y esa la
demostramos con sus acciones y con sus palabras.
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Por cierto, el el diálogo nos ayuda también a definir las relaciones que hay entre
los diferentes personajes (relaciones de poder, de amistad, de amor). No es lo mismo
tener una conversación sobre fútbol entre dos amigos que si se trata de jefe y
empleado, ¿verdad? La relación de superioridad de uno sobre otro se notaría en la
forma en la que se dirigen, en lo que dicen y en cómo lo dicen.
3. El diálogo atrae la atención del lector como un imán, porque sucede “aquí y
ahora”
¿Os acordáis de cuando érais pequeños/as y leíais un libro? Tal vez alguno de “El club
de los 5” o “Harry Potter” o “La historia Interminable”… ¿no os saltábais a veces
párrafos e íbais directos a donde estaban los diálogos? No, no es que fuéramos
ignorantes, muy al contrario: éramos perfectamente conscientes de que, si había
diálogo, ahí estaba ocurriendo algo importante.
Y eso es así porque los diálogos son siempre escenas. Siempre nos muestran
segundo a segundo lo que ocurre en la historia. Lo vemos delante de nuestras ojos,
como una película, como la vida.
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con horror, cómo los capítulos avanzaban uno tras otro sin diálogo ninguno. Las
primeras 160 páginas sólo contenían cuatro líneas de diálogo.
La lectura era agotadora. No sólo porque faltaba el frescor de escuchar las voces de los
personajes, o por lo largo de los párrafos, sino porque continuamente tenía la
sensación de que estaba esperando que la historia comenzara.
Sin diálogos, -sin escenas, por tanto- la novela parece el resumen de otra historia.
¿Has visto hace poco alguna película que te dejara maravillado, hipnotizado, que te
emocionara? Seguro que sí. Y tal vez intentaste contársela a algún amigo o amiga.
Empezarías a decirle “mira, la película va de esto y hay un personaje que hace esto y
luego dice esto otro”. ¿Y qué pasó? ¿Se le puso a tu amigo/a la piel de gallina? ¿Se
emocionó como tú en el cine o en tu casa cuando la viste?
Una historia resumida, sin ver delante de ti lo que ocurre, segundo a segundo, sin oír
a los personajes, sin ver sus gestos y sus reacciones, se disfruta muchísimo menos. Y
cuando introducimos un diálogo es eso lo que -en parte- estamos haciendo: mostramos
al lector lo que está ocurriendo instante a instante, y el lector está hipnotizado,
esperando la siguiente línea de diálogo, la siguiente acción. El diálogo es una de las
características de la escena, trae a tu historia al aquí y ahora, y por eso el lector no
puede dejar de mirar.
¿No tienes claro cómo señalar los diálogos en tu relato o novela? ¿No estás seguro/a
de cuándo se deben utilizar los guiones o las comillas? No te preocupes, que en cinco
cómodos pasos te explico todo lo que debes saber para señalar correctamente los
diálogos de tus personajes.
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Las reglas que te describo a continuación son las que usan todos los escritores/as para
que el lector note enseguida cuándo un personaje está hablando en voz alta y
cuándo ha dejado de hacerlo, sin confusión posible.
En cambio, si ve algo entre comillas, normalmente va a intuir que lo que está entre las
comillas es un pensamiento del personaje, es decir, algo que no ha dicho en voz alta.
Es decir, así:
La noche que su mujer le dejó, Edward llegó del trabajo como cualquier otro
jueves.
–Ya estoy en casa –dijo Edward, cerrando la puerta al entrar.
La noche que su mujer le dejó, Edward llegó del trabajo como cualquier otro
jueves. –Ya estoy en casa–dijo Edward, cerrando la puerta al entrar.
Como veis, si el diálogo sigue a la frase anterior (en lugar de ir a párrafo aparte) el
resultado es mucho más confuso para el lector. Y justo lo que queremos es todo lo
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contrario, que se dé cuenta enseguida y que, así, pueda disfrutar plenamente de nuestra
historia y emocionarse con ella sin interrupciones.
Muy sencillo: Introducimos otro guión largo y el lector ya sabe que, cuando el primer
guión se cierra con un segundo, ya se ha terminado el parlamento del personaje.
Es decir, así:
Nunca escribiremos nuestra frase de narración seguida tras el punto del diálogo,
porque entonces el lector pensará que también lo ha dicho el mismo personaje:
Si queremos que el personaje siga hablando después de haber indicado que era él quien
había hablado, podemos hacerlo con un nuevo guión largo (tercero), que cerraremos ya
con un punto y aparte.
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–Ya estoy en casa –dijo Edward, cerrando la puerta al entrar–. He traído unos
regalos.
Sencillo, ¿verdad? Cada guión largo nos indica que el personaje habla, y cuando se
cierra con otro guión largo, quien habla es la voz del narrador (o sea, nosotros, el
autor). Si la acotación termina con un punto, este se indica tras el guión.
En las acotaciones se puede aprovechar para mostrar también los gestos que los
personajes hacen al hablar. En este artículo mío explico por qué son tan importantes
los gestos en los diálogos.
Nunca el diálogo del segundo personaje aparece seguido, pues eso crearía confusión en
el lector, que, al ver un nuevo guión tras el nombre de Elena, pensaría que sigue
hablando ella. Es decir, así NO:
–Creo que estás equivocado, el tren es a las diez–dijo Elena. –No, mira el
horario–Pedro le mostró el folleto–Aquí dice a las diez y media.
Por último, un apunte que nunca está de más: cuando un personaje se dirige a otro, su
nombre (o apelativo) siempre va entre comas. Así:
–Creo que estás equivocada, Elena, el tren es a las diez –dijo Pedro.
–No, cariño, mira el horario. –Elena le mostró el folleto–. Aquí dice a las diez y
media.
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