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BASES ANTROPOLOGICAS.
Hna. María de la Luz Maqueda Fernández.
Misionera Eucarística Franciscana.
Introducción. Somos cuerpo, mente y espíritu. Nuestras células son el USB de nuestra persona,
contienen información de la historia personal, biológica, cultural, Divina. Como mujeres y hombres
portamos la esencia Divina y como creyentes, gratuitamente se nos ha confiado el don de la
libertad para la toma de decisiones, las que tienen consecuencias y bien generan vida o muerte. La
decisión de emitir los votos implica libertad, implica resultados, respuestas.
ONTOGÉNESIS.- Concepto biológico. La ontogénesis se refiere a los procesos que sufren los seres
vivos desde la fecundación hasta su plenitud y madurez.
La OMS: un varón fértil debe tener, por lo menos, 15 millones de espermatozoides por mililitro de
semen. Unos 250 millones de espermatozoides que son liberados durante la eyaculación, sólo uno
logrará su cometido.
Una mujer tiene al nacer 750.000 óvulos. El número de óvulos va a ir modificándose de acuerdo
con la edad y las condiciones de la mujer. En la pubertad serán alrededor de 300.000 y de estos
tan sólo 300 a 400 pueden llegar a ser ovulados durante su vida reproductiva.
El cerebro se forma en la 5ª semana de gestación. Pesa 1,400 gr, nacemos con 100 mil millones de
neuronas1. Los varones tardan más en madurar su cerebro y en tener nuevas conexiones
neuronales.
EL CEREBRO ESPIRITUAL.
Dr. Francisco J. Rubia.
Diálogo "Cerebro, espiritualidad y trascendencia", del Dr. Francisco José Rubia, catedrático
emérito de la Facultad de Medicina de la Complutense y autor del libro "El cerebro espiritual".
Presenta: La Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas, 23 de
septiembre de 2015.
https://www.youtube.com/watch?v=LwuX-KESZUw
EL SENTIDO DE LA LIBERTAD.
Ricardo Yepes Stork, profesor de Filosofía.
Reflexionar sobre la libertad es siempre bueno porque es uno de los dones más grandes que tiene
la persona. Es importante aclarar conceptos porque de la libertad se habla en varios sentidos y no
sólo en el lenguaje filosófico, sino también en la calle; produce ambigüedad y confusión sobre cuál
es el verdadero sentido de la libertad humana.
Este artículo aporta luz sobre el valor y el sentido de la libertad. Fue escrito por un filósofo
apasionado por la verdad y la libertad, que falleció en un accidente de montaña, en el Pirineo, el
día 26 de diciembre de 1996.
Pocas palabras tienen hoy tanto prestigio como libertad. Los europeos, desde hace más de
doscientos años, han hecho de ella uno de los valores más importantes de la vida humana. La
historia de este empeño es rica e instructiva, y nos pone ante el valor intrínseco que la libertad
realmente tiene, que es grande y decisivo.
Tras una experiencia de varios siglos, junto a importantísimos avances en el logro de una libertad
real para todos, se han hecho también evidentes algunas consecuencias negativas del uso de la
libertad característico de la sociedad moderna. Precisamente por eso, hoy en día comienza a
imponerse un clima de opinión que toma la libertad de una manera más profunda y verdadera de
lo que muchas veces se ha hecho en el pasado. Por ejemplo, en el mundo moderno con cierta
frecuencia se ha sólido identificar la libertad con la mera ausencia de impedimentos exteriores, lo
cual, en el fondo, es reducir su verdadero alcance y empobrecerla. Es éste un concepto de libertad
insuficiente y reduccionista. Para alcanzar una visión más completa de la verdadera naturaleza de
la libertad, es preciso entender primero ese reduccionismo tan frecuente.
1 •CALIXTO Eduardo, Un clavado a tu cerebro, Aguilar, México, 9ª edición, 2019, 301 pp.
UNA NOCIÓN INSUFICIENTE DE LA LIBERTAD
Hoy en día se enseña poco a querer. Quizá por eso hay cierta crisis en los proyectos vitales, y
abunda una felicidad bastante gris, ceñida al cómodo bienestar del fin de semana, a las
vacaciones, a la siempre provisional ausencia de dolores y molestias. La causa de la pequeñez de
los deseos suele deberse, entre otras cosas, a dos factores: la importancia excesiva que se da a lo
que uno tiene, y no a lo que uno es, y el equivocado concepto de libertad al que antes nos
referíamos.
La libertad, en efecto, se identifica muchas veces con poder hacer todo lo que uno quiera, siempre
que no se perjudique a los demás. Este modo de entender qué significa ser libre concede primacía
a la toma de decisiones en presente, promueve elegir lo que yo quiera cuando yo quiera, y sólo
toma la precaución de no perjudicar a los demás para evitar ser molestado o interrumpido en
aquello que quiero hacer. Se parte del supuesto de que lo que elijo es bueno por el mero hecho de
que lo elijo libremente; los demás deben limitarse a respetar mis decisiones, no porque sean
buenas o malas, sino porque son las mías, y no las suyas. Entonces respetar la libertad ajena
consiste en no inmiscuirse en las decisiones de los otros, aunque sean demenciales o erróneas.
Cuando se entiende así la libertad, se postula que cada uno debe poder hacer lo que quiera, sin
que los demás se lo impidan. Todas las relaciones entre los hombres serían entonces fruto de sus
decisiones libres, y del mismo modo en que se establecen vínculos y relaciones voluntarias entre
ellos, del mismo modo esos vínculos y relaciones se disuelven cuando la libre voluntad de las
partes así lo establece. No habría entonces ninguna relación ni vínculo entre personas humanas
que tuviera carácter irrevocable: todo puede y debe ser cambiado cuando la libre decisión de los
afectados así lo decida. No hay nada sustraído al omnímodo poder humano de decisión.
Y así, nadie estaría obligado a mantener un vínculo proveniente del pasado si en el presente no
desea mantenerlo. Libertad significa entonces ausencia de vínculos permanentes y estables: debo
poder hacer lo que quiera siempre y en todo momento, sin que yo quede obligado por mis propias
promesas o decisiones anteriores puesto que puedo cambiar de opinión, de gustos, de
circunstancias y de situación, y en tales casos mi libertad debe poder seguir ejerciéndose. Por eso
no puedo ni quiero atarme: dejaría de ser libre.
En efecto, del pasado recibo una herencia, una situación, una educación, unas circunstancias
determinadas que me condicionan para cualquier decisión que quiera tomar. Decir que cabe una
libertad completa e independiente de todo es sencillamente una fantasía, y denota falta de
realismo, puesto que ninguno puede prescindir de las condiciones en las que vivimos ahora
mismo, y ellas son, por así decir, el campo de juego dentro del cual nuestra libertad puede
ejercerse. Si yo soy italiano y mido un metro setenta, esas circunstancias condicionan mi libertad,
me guste o no. Por eso ni mi libertad ni la de nadie es absoluta: yo no puedo decidir siempre todo
lo que quiera, sencillamente porque muchas cosas son imposibles para mí, por ejemplo haber
nacido hace cuatrocientos años.
La libertad del hombre no es por tanto ilimitada. Su primer límite es la propia situación en la que
uno vive y está: es contando con ella y a partir de ella como puedo ejercerla. Una libertad que no
dependiera de nada ni de nadie, una libertad total, sencillamente sería inhumana, irreal e
imposible. En la medida en que vivo en una situación histórica, real y concreta, en una familia,
ciudad y época determinadas, en esa misma medida dependo y soy según ellas, y ejerzo mi
libertad dentro del marco que ellas me proporcionan.
En segundo lugar, la vida humana se hace siempre contando con el futuro, y la libertad se ejerce
también mirando hacia adelante. Si se pone el acento en que lo importante de la libertad es el
presente, y se identifica con poder elegir lo que yo quiera en cada momento, entonces se olvida la
pregunta ¿libertad, para qué? Si no hay un puerto hacia el que dirigirse, si no hay una tarea que
valga la pena, un ideal atractivo cuya consecución merezca sacrificios, si no hay unos valores de
fondo que inspiren la conducta y den a la vida un rumbo constante y coherente, entonces la
libertad se convierte en un juego, en el capricho de elegir wiskhy o ginebra sin preocuparse del
largo plazo.
Por eso se suele decir que la grandeza de un hombre se mide por la calidad de sus vínculos, que es
tanto como decir, por la calidad y altura de las metas e ideales que se ha propuesto alcanzar. Es
importante insistir en que la grandeza de la libertad se mide por la categoría de la realidad a la que
apunta, esa realidad que ella misma ha elegido. Si todo lo que puedo elegir es whisky o ginebra, mi
libertad no pasa de ser un capricho, una trivialidad.
Dicho de una manera resumida: la libertad no es sólo libertad de elección, sino también libertad
moral, es decir, el proceso de desarrollo ético y humano de la persona. No basta sólo con elegir
esto o aquello; hay que elegir bien, hay que elegir aquello que contribuya a nuestro mejor
desarrollo como hombres y como personas. No basta elegir para ser libre, hay que elegir bien, hay
que elegir lo mejor. La libertad no es tanto elegir como elegir bien, es decir, dirigir mis pasos hacia
una meta, organizar mi vida, mi tiempo futuro, en torno a una tarea, a un ideal que valga la pena.
La libertad, y esto es importante, no es autosuficiente, no se basta a sí misma necesita el bien para
poder realizarse. Si elige mal, se equivoca; aunque se equivoque libremente, es mejor para ella
acertar libremente. Y el acierto de la libertad está en elegir lo mejor para la persona.
Así pues, no se puede aislar la idea de la libertad de la idea del bien. El bien es el para qué de la
libertad. Es un bien libremente elegido. Por eso la elección del bien es la realización de la libertad.
Elegir mal, equivocarse, es un uso de la libertad que daña a la persona porque las decisiones de la
libertad son acumulativas, es decir, si se elige una vez bien, la siguiente es más fácil volver a elegir
bien, mientras que elegir mal prepara el camino para volver a equivocarse. Por eso suele decirse
que la elección habitual del bien se llama virtud (un hábito bueno, positivo, enriquecedor),
mientras que la elección habitual del mal se llama vicio (un hábito degradante para la persona).
Hoy en día este planteamiento individualista aparece ya como insuficiente, por insolidario y poco
realista: la sociedad no es una suma de espacios autónomos de individuos libres y emancipados,
sino un entramado donde se comparten los bienes comunes que sustentan y hacen posible la
sociedad. Uno de esos bienes compartidos y mutuamente otorgados es la libertad: sin la ayuda de
los otros yo no puedo alcanzar mi madurez y mi emancipación, ni puedo mantener mi libertad.
Que yo pueda ser libre depende de que los demás me reconozcan como tal y, por tanto, mi
libertad se constituye desde la libertad de los demás, y no aisladamente.
La sociedad es un ámbito de bienes comunes y compartidos dentro del cual los hombres se
reconocen unos a otros como seres libres y responsables, pues todas las decisiones que yo tome
respecto de mi propia persona acaban repercutiendo en los demás, pues ellos quedan afectados,
aunque yo no quiera, por lo que suceda conmigo, y por ello son y se sienten responsables de lo
que yo haga: es algo que antes o después les afecta. Por eso mis elecciones libres, además de
quedar medidas por la realidad a la que apuntan, se miden también por la conformidad o
disconformidad que tengan con los valores comunes de la sociedad en la que vivo.
En toda sociedad hay una tabla de valores compartidos, recibidos muchas veces de la propia
tradición cultural, científica, moral y religiosa. Son esos valores los que marcan los cauces a través
de los cuales se desarrolla y crece la libertad de cada uno de los miembros de esa sociedad. La
manera más enriquecedora de ejercerla es asumir la tarea de realizar esos valores de una manera
personal y creativa.
Así se vuelve a ver que la libertad sola no basta, no es un valor absoluto. Junto a ella hay que
poner otros valores que la comunidad a la que pertenecemos pone en nuestras manos y para cuya
aceptación y realización se precisa la intervención de la libertad, pues con ella esos valores se
convierten en ideales, convicciones y tareas de la persona, una persona que no es un individuo
aislado, autónomo e independiente, sino un miembro activo de una comunidad donde su vida y su
libertad continuamente se integran y se encuentran con la libertad y la vida de los demás.
El origen de la libertad está en el cerebro y esta capacidad no es otra cosa que la posibilidad de
elegir entre distintas acciones o formas de lenguaje. Los seres humanos tenemos autonomía para
hacer una cosa u otra y para suprimir lo que no se desea. En ambos casos se trata de una elección
dentro de la cual se incluye la opción de no hacer nada.
La capacidad de decidir está, sobre todo, en la corteza cerebral, un área del cerebro que nos ajusta
al medio y tiene un desarrollo tardío en las personas. En realidad, no se adquiere la completa
madurez hasta acercarnos a la tercera década de la vida, cuando finaliza el proceso madurativo de
la corteza cerebral. A esa edad logramos postergar la gratificación, algo que no puede hacer un
niño que lo quiere todo aquí y ahora. Por esta razón, la corteza prefrontal es la que nos abre a la
libertad y a la creatividad.
Quizás pocos logren darse cuenta de que a la hora de tomar decisiones el peor obstáculo o
enemigo a sortear es la propia mente, ya que buena parte de nuestros comportamientos son
inconscientes. Estas conductas casi automáticas se denominan rutinas “heurísticas” y tienen como
finalidad ayudar a la persona en las elecciones que cotidianamente debe llevar a cabo. En otras
palabras, son procesos internos que automatizan elecciones y permiten elegir alternativas de
manera expeditiva y económica en términos de consumo de energía.
Las decisiones están hechas a partir de la intuición, un concepto que no es más que un
razonamiento inconsciente, mucho más sabio de lo que frecuentemente se piensa. De hecho, la
mayor parte de la percepción del mundo es completamente inconsciente, ya que sólo le
prestamos atención a cosas que son distintas o sorprendentes: lo demás lo ignoramos y, en eso,
tiene mucho que ver la corteza prefrontal.
Sucede que se activan ciertas zonas de la corteza que son afines a lo que se ha percibido o se
piensa hacer, aunque esta estimulación no llega al nivel de la consciencia, una especie de “anclaje”
o vínculo con estereotipos o experiencias pasadas.
No somos conscientes de qué hacemos ni por qué, pero actuamos, y, muchas veces, la intuición es
repentina ―lo que se llama "corazonada"―: se hacen cosas sin saber por qué, aunque cuando se
analizan los motivos se encuentran razones lógicas para justificar un comportamiento.
También el “conocimiento” es un sesgo que puede alterar sustancialmente cualquier decisión. En
ese terreno, Dan Ariely, psicólogo especialista en economía conductual, demostró a través de un
experimento publicado en Psychological Science cómo el conocimiento puede influir y alterar la
percepción de los sentidos.
Así mismo esto se ha comprobado en una prueba ciega que llevó a cabo la compañía Pepsi Cola.
En ella se presentaban dos vasos de bebida cola siendo uno de ellos de Pepsi y el otro, de Coca
Cola. El ganador fue el primero, pero cuando se le informaba al participante rápidamente la
elección recaía en el segundo. Evidentemente, el conocimiento de la marca tiene un efecto
trascendente en la elección de un producto.
Sin dudas, otro sesgo sustancial en cualquier decisión es la “obediencia”, ya que durante toda la
niñez, e incluso en el sistema laboral, se enseña sobre la importancia de acatar órdenes y
mandatos. Por consiguiente, la tendencia a cumplir con la disposición recibida se mantiene aun
cuando no se es consciente de ello, y de allí el “compre ya” de algunos avisos. Todo está muy
ligado a la autoridad, y se puede observar la capacidad de influencia de los grupos de referencia en
donde la necesidad de pertenencia produce que lo decidido sea una norma casi imposible de no
ser llevada a cabo.
Por lo tanto, la “dominancia fáctica” resulta interesante en las decisiones, sobre todo por la
tendencia a aferrarse a la primera acción sin considerar todas las potencialmente posibles y de allí
la propensión a optar por los primeros platos de un menú o las primeras prendas expuesta en un
local.
Ahora bien, ¿cómo decide el cerebro a qué respuestas hacer caso? ¿Cómo ignora uno de los
procesos por el otro? ¿Qué determina que gane el miedo o el deseo? Todos estos temas aún no
están resueltos definitivamente dada la gran variedad de factores que interceden e influyen en un
procesamiento tan complejo.
Por último, la corteza prefrontal permite evaluar y controlar los deseos instintivos basándose en la
experiencia y el contexto específico. De esa manera puede manejar la activación de la amígdala,
modular la respuesta emocional y, además, evaluar la activación del núcleo accumbens
ponderando el peso de la ganancia. Concomitantemente inhibe la conducta impulsiva por ser la
encargada del razonamiento, o sea, de sopesar el peligro real de la situación, las consecuencias a
corto y largo plazo, los beneficios potenciales, etc.
Antes de tomar una decisión importa analizar las condiciones que la rodean como contexto o
circunstancias, y luego, el cerebro, de manera previa a la elección, ha de procesar esa información
para luego ser capaz de optar correctamente.
Con cada decisión creamos nuestra vida, ya que somos la suma de lo que hemos decidido.
Desarrollar la habilidad de tomar resoluciones es crucial para configurar la vida que queremos ya
que las decisiones son el motor que mueven nuestras acciones e influyen en el presente y
contribuyen a crear el futuro.
Sin embargo, no siempre se nos hace simple decidir. A veces lo hacemos automáticamente y casi
sin darnos cuenta, pero hay otras situaciones que nos paralizan y quedamos estancados sin saber
qué hacer. Y es precisamente esta incapacidad la que condiciona conflictos en la vida social,
personal y laboral.
Tomar una decisión es asumir una pérdida y a nadie le gusta perder. Decidir es descartar, y al
elegir una manera de proceder estamos omitiendo todas las demás. Por eso, muchas veces se
posterga la acción.
Sin embargo, para avanzar hay que ser capaces de decidir. Decir: “Este es mi camino, lo elijo”. No
obstante, es válido comprender algo fundamental: no decidir es también una forma de decidir; es
dejar que las circunstancias o los demás elijan por uno.
En otras palabras, según los datos obtenidos por el equipo de William T. Newsome, las decisiones
se tomarían por un único grupo de neuronal situado en el lóbulo frontal, que integraría la
información para luego tomar una única elección, siempre evaluando las diversas alternativas.
Por eso es aconsejable pensar no sólo en la decisión en sí misma, sino sopesar las consecuencias y
los efectos que ésta tendrá. No hay que asustarse frente a las dudas, porque son parte del proceso
de decisión. Por lo tanto, una vez evaluadas las alternativas y sus consecuencias hay que pasar a la
acción, y es bueno recordar la frase de Antoine de Saint-Exupéry: "El mundo entero se aparta
cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va".
Bibliografía:
Bechara A, Damasio H, Damasio AR. Emotion, Decision Making and the Orbitofrontal Cortex.
Cereb. Cortex (2000) 10 (3): 295-307.
En nuestra sociedad actual responder a la pregunta ¿quién soy? Supone un gran desafío al auto
conocimiento y el reconocimiento por parte de las personas que nos rodean pues según algunos
de los autores que abordan este tema "La gente vive en un vacío existencial que se manifiesta
sobre todo en el aburrimiento (…), dado que la gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia
de objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y de propósito". El vacío existencial es un
elemento central en la pérdida del sentido de vida, las persona cada vez se definen a sí mismas en
relación a lo que tienen, a donde pertenecen, a lo que hacen o lo que pueden conseguir, mas no se
definen por lo que realmente son, por su propio ser y existir.
LA CLAVE DE LA DECISIÓN
Decidir es una acción que aterriza el contexto de la existencia humana y el sentido de vida.
Quien no puede decidir o no quiere arriesgarse a hacerlo, sufre de un gran vacío existencial, el
cual se llena con productos, tecnologías, dinero, bienes materiales y actividades sociales basadas
en el consumo. Las personas que no pueden decidir pierden la capacidad de ser autónomas y sus
decisiones son tomadas por otros desde el afuera, desde la conveniencia ajena, mientras tanto las
personas que no quieren tomar decisiones padecen un apetito insaciable por quererlo todo, pues
entender que decidir también es renunciar a lo que se elige, es intolerable, entonces buscan
tenerlo todo alimentando una falsa sensación de capacidad de elección que no es más que la
necesidad imperante de llenar el vacío que deja la incapacidad e decidir. Saber decidir implica dar
valor a lo que se es y lo que se quiere para el propio bienestar. Las personas con grandes
inseguridades a nivel emocional y psicológico, presentan fuertes dificultades para tomar
decisiones así como para renunciar a las alternativas que se le presenten, de ahí que no puedan
satisfacer sus necesidades de bienestar y realización como personas. La mejor decisión que se
puede tomar para dar sentido a nuestra vida es aquella que se toma desde la convicción de que el
bienestar personal es posible, que la renuncia a las demás alternativas de elección es sano para
que la persona pueda enfocar sus objetivos y metas sin distracción, desvío o saturación y que
finalmente el entendimiento de la toma de decisiones es un proceso continuo de abrir nuevas
posibilidades y alternativas, es decir, con cada decisión tomada se abren las puertas para tomar
nuevas decisiones y elegir mayores y mejores alternativas.
LA CLAVE DE LA LIBERTAD
Cuando las personas no pueden decidir sobre sí mismas ni sobre sus vidas pierden libertad, se
vuelven esclavas de otras personas o bien de sí mismas, de sus propias pasiones, deseos, adiciones
y manías. Las personas libres por el contrario son aquellas que pueden tomar decisiones, lo hacen
de una manera constructiva para sus vidas y lo hacen basadas en alternativas y posibilidades
reales. Muchas veces el vacío existencial de las personas actúa como una aspiradora de elementos
elegidos sin sentido, que envuelve a las personas en un círculo interminable de incapacidad para
elegir libremente. Los medios masivos de publicidad y mercadeo explotan ese vació que hay en la
vida de las personas y lo convierten en un foco de venta de necesidades creadas e irreales, que
hacen que las personas compren, consuman y vivan solo con la orientación del sentido que da el
mercado, los medios y las organizaciones de poder. El efecto que esto crea en las personas va más
allá de su comportamiento, por que las personas comienzan a experimentar angustias a nivel
emocional y mental, valoran solo su ser en referencia a sus cadenas de consumo y no frente la
capacidad de buscar la propia satisfacción. La libertad solo es posible si se puede decidir y escoger,
solo se puede decidir y escoger, si hay oportunidades, alternativas y posibilidades, las
oportunidades, alternativas y posibilidades solo se crean a través del sentido que le damos a
nuestra existencia, solo le podemos dar sentido a nuestra existencia y vida, si tenemos la
posibilidad de decidir, escoger y elegir libremente.
Lo primero que se busca es definir la propia existencia, reconocernos como humanos y personas
que se debaten entre lo que es común a toda la humanidad y lo que nos hace particulares dentro
de la misma, luego se pasa a definir lo que se es en términos de lo que es necesario hacer, obtener
y crear para que generar satisfacciones suficientes que permitan una personalidad auto aceptada,
una mentalidad sana y una experiencia subjetiva de la calidad de vida, si bien el placer que esto
genera es un motivante para seguir en el camino del sentido, muchos otros aspectos de la realidad
humana pueden aparecer como placeres que obstaculizan o bloquean el encuentro con el sentido
de vida, de ahí la importancia de sobreponer la voluntad sobre el placer, no todo lo placentero da
sentido a la vida, pero todo lo que se hace con voluntad genera placer y sentido.
Reconocer el sentido de la propia existencia y poner la voluntad sobre el placer genera bienestar,
se podría decir en un sentido más extenso, se genera "bien-estar, bien-ser y bien-vivir". Esto
también es alcanzar la madurez mental para orientar la vida hacia objetivos de bien para la
persona, más allá de necesidades impuestas por el consumo y la búsqueda desaforada de placeres
que limitan la libertad y esclavizan la voluntad. Es por esto que no se deben confundir los medios
con el sentido, tener cosas, poder adquirir cosas, tener capacidad económica, tener un trabajo,
tener estatus social, son solo medios que permiten alcanzar el sentido de vida, si la persona no
renuncia a su libertad, si no deteriora su salud mental y emocional, y si no pierde la noción
fundamental de su existencia, es decir si no permite que los medios le generen un vacío
existencial.
Fundamentos Sociológicos.
La toma de decisiones simplemente es el acto de elegir entre alternativas posibles sobre las cuales
existe incertidumbre. La toma de decisiones conjunta facilita lograr el objetivo y se encuentra con
limitaciones cuando el entorno no es adecuado. Nuestra decisión de consagración afecta a un
conjunto, primero a la comunidad-Congregación-Iglesia-sociedad, la propuesta de construir el
Reino.
Otra cara de la moneda, cuando las cosas no empiezan a salir como el líder lo espera, debido a que
las decisiones que se están tomando están ocasionando problemas en la organización, no están
planteando la mejor alternativa posible, están tomando las decisiones a la ligera, sin argumentos,
sin un adecuado estudio, sin planear, sin producir los resultados adecuados y en ocasiones hasta
evadiendo responsabilidades que les corresponde asumir debido a sus constantes equivocaciones.
Posibles consecuencias que nos puede causar una mala toma de decisiones:
La importancia de tomar decisiones radica básicamente en la forma en que se realice dicha toma,
porque las cosas pueden salir bien o mal después de haber tomado la decisión, pero si los
responsables de tomar decisiones dentro de una organización no lo hacen con un procedimiento
adecuado y conscientes de que tendrá consecuencias favorables o desfavorables para el logro de
los objetivos, seguramente no tendrían que ocupar una posición gerencial debido a que una de las
características que distingue a los líderes es la de convertir la toma de decisiones en éxitos para su
equipo y para la organización.
Las decisiones que toman los demás influyen en nuestras decisiones, generalmente sin que nos
demos cuenta, ha comprobado un estudio que ha combinado las matemáticas con la psicología
cognitiva. Ya se sabía que nuestros comportamientos tienden a alinearse con los de los demás,
pero ahora sabemos que nuestras decisiones, también.
Las personas aprenden a evaluar el nivel de prudencia, de paciencia o de pereza que muestran los
demás después de observarlos, y lo que es más importante, eso influye sobre sus propias
decisiones, incluso sin que se den cuenta. Este descubrimiento, realizado por científicos franceses,
puede tener consecuencias en las neurociencias, porque se desprende de sus conclusiones que las
decisiones que toman los vecinos influyen en nuestras decisiones.
Con este experimento, los investigadores pretendían comprender cómo tomamos las decisiones
cotidianas, y determinar si es una cuestión de personalidad registrada en nuestros genes, de un
proceso educativo o resultado de las interacciones sociales.
Para averiguarlo, los investigadores estudiaron las tres características que guían la mayoría de
nuestras decisiones: la prudencia, la paciencia o el esfuerzo, o si se mira desde otro punto de vista,
el riesgo, la impaciencia o la pereza.
Para ello combinaron las matemáticas con la psicología cognitiva. “A menudo se le reprocha a la
psicología social que es una ciencia demasiado empírica cuyos resultados no se pueden reproducir.
Para evitar este problema, hemos recurrido a la modelización matemática”, explica Jean
Daunizeau, responsable de esta investigación.
En la práctica, lo que han hecho es reclutar voluntarios y someterlos a test decisionales. Un
ordenador les proponía diferentes opciones que implicaban diversos grados de paciencia, de
esfuerzo o de prudencia. Por ejemplo, debían elegir entre ganar dos euros inmediatamente o días
más tarde, entre presionar con mayor o menor fuerza un dispositivo para ganar más o menos
dinero, u optar por una lotería que ofrece muchas posibilidades de ganar poco dinero, o por otra
que ofrece menos posibilidades de que te toque el gordo.
Los participantes respondían a unas cuarenta cuestiones de este tipo, permitiendo así a los
investigadores crear un algoritmo representativo de su personalidad.