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MATERIAL PARA NOVICIADO II – 2022

BASES ANTROPOLOGICAS.
Hna. María de la Luz Maqueda Fernández.
Misionera Eucarística Franciscana.

Introducción. Somos cuerpo, mente y espíritu. Nuestras células son el USB de nuestra persona,
contienen información de la historia personal, biológica, cultural, Divina. Como mujeres y hombres
portamos la esencia Divina y como creyentes, gratuitamente se nos ha confiado el don de la
libertad para la toma de decisiones, las que tienen consecuencias y bien generan vida o muerte. La
decisión de emitir los votos implica libertad, implica resultados, respuestas.

La palabra antropología pasa al español a través del latín científico anthropologia.


El origen etimológico del vocablo antropología, se remonta a la voz griega ἀνθρωπολόγος
(anthrōpológos).
El término antropólogos, a su vez, se compone de las raíces griegas ἄνθρωπος (ánthrōpos), que
significa ‘hombre’, y λόγος (logos), que podemos traducir como ‘conocimiento’, ‘tratado’ o
‘estudio’. Lo que vendría a traducir, en suma, ‘estudio del hombre’, del ser humano para incluirnos
las mujeres.
Así, pues, la antropología es una ciencia social que se dedica al estudio integral del ser humano, lo
que incluye tanto sus aspectos biológicos como sociales y culturales.
La palabra antropología, al igual que el término que designa otras disciplinas científicas como la
biología, la ecología, la arqueología, la meteorología, la geología, la fisiología o la zoología, se
forma con el sufijo -logía, que indica que se trata de una ciencia o estudio.

A continuación, algunos elementos que ayuden a nuestra experiencia de la teología de la vida


consagrada y votos:

ONTOGÉNESIS.- Concepto biológico. La ontogénesis se refiere a los procesos que sufren los seres
vivos desde la fecundación hasta su plenitud y madurez.

FILOGÉNESIS, que se ocupa de los cambios y evolución de las especies.

La OMS: un varón fértil debe tener, por lo menos, 15 millones de espermatozoides por mililitro de
semen. Unos 250 millones de espermatozoides que son liberados durante la eyaculación, sólo uno
logrará su cometido.

Una mujer tiene al nacer 750.000 óvulos. El número de óvulos va a ir modificándose de acuerdo
con la edad y las condiciones de la mujer. En la pubertad serán alrededor de 300.000 y de estos
tan sólo 300 a 400 pueden llegar a ser ovulados durante su vida reproductiva.

La madre siempre aporta el cromosoma sexual X (es el mas resistente)


El cromosoma sexual X o Y (es el más rápido) es transmitido por el padre.
23 aportados por el espermatozoide y 23 aportados por el óvulo.

El cerebro se forma en la 5ª semana de gestación. Pesa 1,400 gr, nacemos con 100 mil millones de
neuronas1. Los varones tardan más en madurar su cerebro y en tener nuevas conexiones
neuronales.

El cerebro de las mujeres tenemos:


 Un mejor cerebro para adaptarnos
 Estructuras cerebrales más grandes, relacionadas con la cognición, memoria asociativa y
lógica.
 Mayor conexión entre ambos hemisferios
 Desarrollamos más rápido la corteza prefrontal
 Extraordinaria relación entre neuronas y hormonas.

EL CEREBRO ESPIRITUAL.
Dr. Francisco J. Rubia.

Diálogo "Cerebro, espiritualidad y trascendencia", del Dr. Francisco José Rubia, catedrático
emérito de la Facultad de Medicina de la Complutense y autor del libro "El cerebro espiritual".
Presenta: La Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas, 23 de
septiembre de 2015.
https://www.youtube.com/watch?v=LwuX-KESZUw

EL SENTIDO DE LA LIBERTAD.
Ricardo Yepes Stork, profesor de Filosofía.

Reflexionar sobre la libertad es siempre bueno porque es uno de los dones más grandes que tiene
la persona. Es importante aclarar conceptos porque de la libertad se habla en varios sentidos y no
sólo en el lenguaje filosófico, sino también en la calle; produce ambigüedad y confusión sobre cuál
es el verdadero sentido de la libertad humana.

Este artículo aporta luz sobre el valor y el sentido de la libertad. Fue escrito por un filósofo
apasionado por la verdad y la libertad, que falleció en un accidente de montaña, en el Pirineo, el
día 26 de diciembre de 1996.

Pocas palabras tienen hoy tanto prestigio como libertad. Los europeos, desde hace más de
doscientos años, han hecho de ella uno de los valores más importantes de la vida humana. La
historia de este empeño es rica e instructiva, y nos pone ante el valor intrínseco que la libertad
realmente tiene, que es grande y decisivo.

Tras una experiencia de varios siglos, junto a importantísimos avances en el logro de una libertad
real para todos, se han hecho también evidentes algunas consecuencias negativas del uso de la
libertad característico de la sociedad moderna. Precisamente por eso, hoy en día comienza a
imponerse un clima de opinión que toma la libertad de una manera más profunda y verdadera de
lo que muchas veces se ha hecho en el pasado. Por ejemplo, en el mundo moderno con cierta
frecuencia se ha sólido identificar la libertad con la mera ausencia de impedimentos exteriores, lo
cual, en el fondo, es reducir su verdadero alcance y empobrecerla. Es éste un concepto de libertad
insuficiente y reduccionista. Para alcanzar una visión más completa de la verdadera naturaleza de
la libertad, es preciso entender primero ese reduccionismo tan frecuente.

1 •CALIXTO Eduardo, Un clavado a tu cerebro, Aguilar, México, 9ª edición, 2019, 301 pp.
UNA NOCIÓN INSUFICIENTE DE LA LIBERTAD
Hoy en día se enseña poco a querer. Quizá por eso hay cierta crisis en los proyectos vitales, y
abunda una felicidad bastante gris, ceñida al cómodo bienestar del fin de semana, a las
vacaciones, a la siempre provisional ausencia de dolores y molestias. La causa de la pequeñez de
los deseos suele deberse, entre otras cosas, a dos factores: la importancia excesiva que se da a lo
que uno tiene, y no a lo que uno es, y el equivocado concepto de libertad al que antes nos
referíamos.

La libertad, en efecto, se identifica muchas veces con poder hacer todo lo que uno quiera, siempre
que no se perjudique a los demás. Este modo de entender qué significa ser libre concede primacía
a la toma de decisiones en presente, promueve elegir lo que yo quiera cuando yo quiera, y sólo
toma la precaución de no perjudicar a los demás para evitar ser molestado o interrumpido en
aquello que quiero hacer. Se parte del supuesto de que lo que elijo es bueno por el mero hecho de
que lo elijo libremente; los demás deben limitarse a respetar mis decisiones, no porque sean
buenas o malas, sino porque son las mías, y no las suyas. Entonces respetar la libertad ajena
consiste en no inmiscuirse en las decisiones de los otros, aunque sean demenciales o erróneas.

Cuando se entiende así la libertad, se postula que cada uno debe poder hacer lo que quiera, sin
que los demás se lo impidan. Todas las relaciones entre los hombres serían entonces fruto de sus
decisiones libres, y del mismo modo en que se establecen vínculos y relaciones voluntarias entre
ellos, del mismo modo esos vínculos y relaciones se disuelven cuando la libre voluntad de las
partes así lo establece. No habría entonces ninguna relación ni vínculo entre personas humanas
que tuviera carácter irrevocable: todo puede y debe ser cambiado cuando la libre decisión de los
afectados así lo decida. No hay nada sustraído al omnímodo poder humano de decisión.

Esta mentalidad entiende que libertad y compromiso se oponen en la medida en que no me


comprometo ni me obligo, mi libertad queda a salvo, pues no estoy atado, ni dependo de otros;
puedo seguir decidiendo lo que quiera. Cuanto menos incluyo mi futuro en mis decisiones
presentes, más libre estoy en el futuro para hacer lo que en ese momento me apetezca, menos
condicionado me encuentro. Según este modo de pensar, libertad significa independencia,
emancipación, no estar sujeto ni atado a nada ni a nadie.

Y así, nadie estaría obligado a mantener un vínculo proveniente del pasado si en el presente no
desea mantenerlo. Libertad significa entonces ausencia de vínculos permanentes y estables: debo
poder hacer lo que quiera siempre y en todo momento, sin que yo quede obligado por mis propias
promesas o decisiones anteriores puesto que puedo cambiar de opinión, de gustos, de
circunstancias y de situación, y en tales casos mi libertad debe poder seguir ejerciéndose. Por eso
no puedo ni quiero atarme: dejaría de ser libre.

LA LIBERTAD COMO DESARROLLO DE LA PERSONA.


Este modo de concebir la libertad tiene muchas dificultades intrínsecas. La más evidente es que se
trata de una libertad que no se hace cargo de una realidad sencilla: vivir no es sólo presente, sino
también pasado y futuro.

En efecto, del pasado recibo una herencia, una situación, una educación, unas circunstancias
determinadas que me condicionan para cualquier decisión que quiera tomar. Decir que cabe una
libertad completa e independiente de todo es sencillamente una fantasía, y denota falta de
realismo, puesto que ninguno puede prescindir de las condiciones en las que vivimos ahora
mismo, y ellas son, por así decir, el campo de juego dentro del cual nuestra libertad puede
ejercerse. Si yo soy italiano y mido un metro setenta, esas circunstancias condicionan mi libertad,
me guste o no. Por eso ni mi libertad ni la de nadie es absoluta: yo no puedo decidir siempre todo
lo que quiera, sencillamente porque muchas cosas son imposibles para mí, por ejemplo haber
nacido hace cuatrocientos años.

La libertad del hombre no es por tanto ilimitada. Su primer límite es la propia situación en la que
uno vive y está: es contando con ella y a partir de ella como puedo ejercerla. Una libertad que no
dependiera de nada ni de nadie, una libertad total, sencillamente sería inhumana, irreal e
imposible. En la medida en que vivo en una situación histórica, real y concreta, en una familia,
ciudad y época determinadas, en esa misma medida dependo y soy según ellas, y ejerzo mi
libertad dentro del marco que ellas me proporcionan.

En segundo lugar, la vida humana se hace siempre contando con el futuro, y la libertad se ejerce
también mirando hacia adelante. Si se pone el acento en que lo importante de la libertad es el
presente, y se identifica con poder elegir lo que yo quiera en cada momento, entonces se olvida la
pregunta ¿libertad, para qué? Si no hay un puerto hacia el que dirigirse, si no hay una tarea que
valga la pena, un ideal atractivo cuya consecución merezca sacrificios, si no hay unos valores de
fondo que inspiren la conducta y den a la vida un rumbo constante y coherente, entonces la
libertad se convierte en un juego, en el capricho de elegir wiskhy o ginebra sin preocuparse del
largo plazo.

La libertad se pone interesante desde el momento en que asume tareas importantes y


comprometidas. Basta pensar en qué es la vida profesional para darse cuenta de que ser libre
exige llenar la vida de contenido, tener un tajo cotidiano, un lugar que ocupar en la sociedad. Si
no, carecemos de identidad. El hombre, al cabo del tiempo, termina siendo aquello que pone en
práctica. Si no hay tarea que realizar, uno no es nada ni nadie: viene el vacío, la pérdida de sentido
de la vida, la sensación de inutilidad, e incluso la frustración. De todo esto se infiere que cuando la
libertad asume tareas y riesgos, se compromete, apuesta por un proyecto, por un ideal o por una
persona. Y por eso la libertad se vincula a ellos, pasa a estar a su servicio, por decirlo así. La
libertad adquiere sentido cuando tiene un para qué, cuando está al servicio de una causa, cuando
se compromete por ella y en ella.

Por eso se suele decir que la grandeza de un hombre se mide por la calidad de sus vínculos, que es
tanto como decir, por la calidad y altura de las metas e ideales que se ha propuesto alcanzar. Es
importante insistir en que la grandeza de la libertad se mide por la categoría de la realidad a la que
apunta, esa realidad que ella misma ha elegido. Si todo lo que puedo elegir es whisky o ginebra, mi
libertad no pasa de ser un capricho, una trivialidad.

Dicho de una manera resumida: la libertad no es sólo libertad de elección, sino también libertad
moral, es decir, el proceso de desarrollo ético y humano de la persona. No basta sólo con elegir
esto o aquello; hay que elegir bien, hay que elegir aquello que contribuya a nuestro mejor
desarrollo como hombres y como personas. No basta elegir para ser libre, hay que elegir bien, hay
que elegir lo mejor. La libertad no es tanto elegir como elegir bien, es decir, dirigir mis pasos hacia
una meta, organizar mi vida, mi tiempo futuro, en torno a una tarea, a un ideal que valga la pena.
La libertad, y esto es importante, no es autosuficiente, no se basta a sí misma necesita el bien para
poder realizarse. Si elige mal, se equivoca; aunque se equivoque libremente, es mejor para ella
acertar libremente. Y el acierto de la libertad está en elegir lo mejor para la persona.

Así pues, no se puede aislar la idea de la libertad de la idea del bien. El bien es el para qué de la
libertad. Es un bien libremente elegido. Por eso la elección del bien es la realización de la libertad.
Elegir mal, equivocarse, es un uso de la libertad que daña a la persona porque las decisiones de la
libertad son acumulativas, es decir, si se elige una vez bien, la siguiente es más fácil volver a elegir
bien, mientras que elegir mal prepara el camino para volver a equivocarse. Por eso suele decirse
que la elección habitual del bien se llama virtud (un hábito bueno, positivo, enriquecedor),
mientras que la elección habitual del mal se llama vicio (un hábito degradante para la persona).

LA LIBERTAD DE LOS OTROS


Decir que mi libertad acaba donde empieza la de los demás es una manera de poner de relieve
otro de los límites de ella. Pero esto no debe entenderse en un sentido puramente negativo, como
si se tratara de hacer lo que yo quisiera sin otro criterio que abstenerme de perjudicar a los
demás. Si lo entendemos así, volvemos al planteamiento reduccionista que vimos anteriormente,
según el cual ser libre consiste ante todo y sobre todo en elegir lo que yo quiera, sin coacción
alguna.

Debajo de esa idea reduccionista subyace un planteamiento individualista de la sociedad, según el


cual cada hombre vive dentro de una esfera y de un espacio propio y aislado, en los que él sólo es
soberano y donde nadie puede entrar. Esta idea de que el hombre es un individuo soberano
dentro de su propio territorio, en el cual los demás son unos extraños, ha sido muy común en
ciertas tradiciones políticas y morales europeas, por ejemplo el liberalismo.

Hoy en día este planteamiento individualista aparece ya como insuficiente, por insolidario y poco
realista: la sociedad no es una suma de espacios autónomos de individuos libres y emancipados,
sino un entramado donde se comparten los bienes comunes que sustentan y hacen posible la
sociedad. Uno de esos bienes compartidos y mutuamente otorgados es la libertad: sin la ayuda de
los otros yo no puedo alcanzar mi madurez y mi emancipación, ni puedo mantener mi libertad.
Que yo pueda ser libre depende de que los demás me reconozcan como tal y, por tanto, mi
libertad se constituye desde la libertad de los demás, y no aisladamente.

La sociedad es un ámbito de bienes comunes y compartidos dentro del cual los hombres se
reconocen unos a otros como seres libres y responsables, pues todas las decisiones que yo tome
respecto de mi propia persona acaban repercutiendo en los demás, pues ellos quedan afectados,
aunque yo no quiera, por lo que suceda conmigo, y por ello son y se sienten responsables de lo
que yo haga: es algo que antes o después les afecta. Por eso mis elecciones libres, además de
quedar medidas por la realidad a la que apuntan, se miden también por la conformidad o
disconformidad que tengan con los valores comunes de la sociedad en la que vivo.

En toda sociedad hay una tabla de valores compartidos, recibidos muchas veces de la propia
tradición cultural, científica, moral y religiosa. Son esos valores los que marcan los cauces a través
de los cuales se desarrolla y crece la libertad de cada uno de los miembros de esa sociedad. La
manera más enriquecedora de ejercerla es asumir la tarea de realizar esos valores de una manera
personal y creativa.
Así se vuelve a ver que la libertad sola no basta, no es un valor absoluto. Junto a ella hay que
poner otros valores que la comunidad a la que pertenecemos pone en nuestras manos y para cuya
aceptación y realización se precisa la intervención de la libertad, pues con ella esos valores se
convierten en ideales, convicciones y tareas de la persona, una persona que no es un individuo
aislado, autónomo e independiente, sino un miembro activo de una comunidad donde su vida y su
libertad continuamente se integran y se encuentran con la libertad y la vida de los demás.

El cerebro y las decisiones.

El origen de la libertad está en el cerebro y esta capacidad no es otra cosa que la posibilidad de
elegir entre distintas acciones o formas de lenguaje. Los seres humanos tenemos autonomía para
hacer una cosa u otra y para suprimir lo que no se desea. En ambos casos se trata de una elección
dentro de la cual se incluye la opción de no hacer nada.

La capacidad de decidir está, sobre todo, en la corteza cerebral, un área del cerebro que nos ajusta
al medio y tiene un desarrollo tardío en las personas. En realidad, no se adquiere la completa
madurez hasta acercarnos a la tercera década de la vida, cuando finaliza el proceso madurativo de
la corteza cerebral. A esa edad logramos postergar la gratificación, algo que no puede hacer un
niño que lo quiere todo aquí y ahora. Por esta razón, la corteza prefrontal es la que nos abre a la
libertad y a la creatividad.

Quizás pocos logren darse cuenta de que a la hora de tomar decisiones el peor obstáculo o
enemigo a sortear es la propia mente, ya que buena parte de nuestros comportamientos son
inconscientes. Estas conductas casi automáticas se denominan rutinas “heurísticas” y tienen como
finalidad ayudar a la persona en las elecciones que cotidianamente debe llevar a cabo. En otras
palabras, son procesos internos que automatizan elecciones y permiten elegir alternativas de
manera expeditiva y económica en términos de consumo de energía.

Las decisiones están hechas a partir de la intuición, un concepto que no es más que un
razonamiento inconsciente, mucho más sabio de lo que frecuentemente se piensa. De hecho, la
mayor parte de la percepción del mundo es completamente inconsciente, ya que sólo le
prestamos atención a cosas que son distintas o sorprendentes: lo demás lo ignoramos y, en eso,
tiene mucho que ver la corteza prefrontal.

Sucede que se activan ciertas zonas de la corteza que son afines a lo que se ha percibido o se
piensa hacer, aunque esta estimulación no llega al nivel de la consciencia, una especie de “anclaje”
o vínculo con estereotipos o experiencias pasadas.

No somos conscientes de qué hacemos ni por qué, pero actuamos, y, muchas veces, la intuición es
repentina ―lo que se llama "corazonada"―: se hacen cosas sin saber por qué, aunque cuando se
analizan los motivos se encuentran razones lógicas para justificar un comportamiento.
También el “conocimiento” es un sesgo que puede alterar sustancialmente cualquier decisión. En
ese terreno, Dan Ariely, psicólogo especialista en economía conductual, demostró a través de un
experimento publicado en Psychological Science cómo el conocimiento puede influir y alterar la
percepción de los sentidos.

En su investigación, Ariely distribuyó gratuitamente muestras de dos tipos de cervezas: una


Budweiser y otra alterada con unas gotitas de vinagre balsámico. En la prueba a ciegas (sin
anticipar nada) se mostró que la mayoría de los participantes prefirió la bebida modificada. A otro
grupo, sin embargo, se le explicó la situación con anterioridad a la degustación y todos prefirieron
la cerveza sin alterar. Incluso si probaban la adulterada daban por confirmado su mal sabor.
Sucede que las expectativas generadas por el conocimiento no deben afectar la experiencia real
de los sentidos, pero, decididamente, sí lo hacen con respecto a la percepción y esto condiciona la
elección. La expectativa desarrollada a partir del conocimiento cambia la experiencia vivida.

Así mismo esto se ha comprobado en una prueba ciega que llevó a cabo la compañía Pepsi Cola.
En ella se presentaban dos vasos de bebida cola siendo uno de ellos de Pepsi y el otro, de Coca
Cola. El ganador fue el primero, pero cuando se le informaba al participante rápidamente la
elección recaía en el segundo. Evidentemente, el conocimiento de la marca tiene un efecto
trascendente en la elección de un producto.

Sin dudas, otro sesgo sustancial en cualquier decisión es la “obediencia”, ya que durante toda la
niñez, e incluso en el sistema laboral, se enseña sobre la importancia de acatar órdenes y
mandatos. Por consiguiente, la tendencia a cumplir con la disposición recibida se mantiene aun
cuando no se es consciente de ello, y de allí el “compre ya” de algunos avisos. Todo está muy
ligado a la autoridad, y se puede observar la capacidad de influencia de los grupos de referencia en
donde la necesidad de pertenencia produce que lo decidido sea una norma casi imposible de no
ser llevada a cabo.

Por lo tanto, la “dominancia fáctica” resulta interesante en las decisiones, sobre todo por la
tendencia a aferrarse a la primera acción sin considerar todas las potencialmente posibles y de allí
la propensión a optar por los primeros platos de un menú o las primeras prendas expuesta en un
local.

Ahora bien, ¿cómo decide el cerebro a qué respuestas hacer caso? ¿Cómo ignora uno de los
procesos por el otro? ¿Qué determina que gane el miedo o el deseo? Todos estos temas aún no
están resueltos definitivamente dada la gran variedad de factores que interceden e influyen en un
procesamiento tan complejo.

La amígdala cerebral se encarga del reconocimiento y de la respuesta rápida ante estímulos


amenazantes o peligrosos. Paralelamente, se estimula el núcleo accumbens, que es el sistema de
recompensa del cerebro y lleva a buscar actividades placenteras, tales como contestaciones
inmediatas.

Por último, la corteza prefrontal permite evaluar y controlar los deseos instintivos basándose en la
experiencia y el contexto específico. De esa manera puede manejar la activación de la amígdala,
modular la respuesta emocional y, además, evaluar la activación del núcleo accumbens
ponderando el peso de la ganancia. Concomitantemente inhibe la conducta impulsiva por ser la
encargada del razonamiento, o sea, de sopesar el peligro real de la situación, las consecuencias a
corto y largo plazo, los beneficios potenciales, etc.

El neurocientífico William T. Newsome, de la Universidad de Stanford, midió la actividad de las


neuronas durante la toma de decisiones con electrodos implantados en el cerebro de monos y
pudo observar cómo las variables influían en la activación de las diferentes áreas.
Su trabajo, publicado en Neuron, encontró la activación de cientos de miles de neuronas en la
corteza prefrontal, y reveló que a medida que la activación celular aumenta, en algún momento, el
patrón de unas neuronas ganará sobre el de otras y la decisión será tomada.
En los seres humanos las emociones son más complejas y el procesamiento también, llegando las
emociones a poder controlar y saturar la corteza prefrontal e impidiendo su correcto
funcionamiento. Es más, el valor que tenga un miedo determinado o se le asigne a un refuerzo
concreto variará de una persona a otra. Esto es postulado por algunos como un factor
perteneciente a la personalidad (que puede deberse a variaciones en la conectividad entre las
regiones cerebrales).

Antes de tomar una decisión importa analizar las condiciones que la rodean como contexto o
circunstancias, y luego, el cerebro, de manera previa a la elección, ha de procesar esa información
para luego ser capaz de optar correctamente.

Con cada decisión creamos nuestra vida, ya que somos la suma de lo que hemos decidido.
Desarrollar la habilidad de tomar resoluciones es crucial para configurar la vida que queremos ya
que las decisiones son el motor que mueven nuestras acciones e influyen en el presente y
contribuyen a crear el futuro.

Sin embargo, no siempre se nos hace simple decidir. A veces lo hacemos automáticamente y casi
sin darnos cuenta, pero hay otras situaciones que nos paralizan y quedamos estancados sin saber
qué hacer. Y es precisamente esta incapacidad la que condiciona conflictos en la vida social,
personal y laboral.

Tomar una decisión es asumir una pérdida y a nadie le gusta perder. Decidir es descartar, y al
elegir una manera de proceder estamos omitiendo todas las demás. Por eso, muchas veces se
posterga la acción.

Sin embargo, para avanzar hay que ser capaces de decidir. Decir: “Este es mi camino, lo elijo”. No
obstante, es válido comprender algo fundamental: no decidir es también una forma de decidir; es
dejar que las circunstancias o los demás elijan por uno.
En otras palabras, según los datos obtenidos por el equipo de William T. Newsome, las decisiones
se tomarían por un único grupo de neuronal situado en el lóbulo frontal, que integraría la
información para luego tomar una única elección, siempre evaluando las diversas alternativas.

Por eso es aconsejable pensar no sólo en la decisión en sí misma, sino sopesar las consecuencias y
los efectos que ésta tendrá. No hay que asustarse frente a las dudas, porque son parte del proceso
de decisión. Por lo tanto, una vez evaluadas las alternativas y sus consecuencias hay que pasar a la
acción, y es bueno recordar la frase de Antoine de Saint-Exupéry: "El mundo entero se aparta
cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va".

Bibliografía:
Bechara A, Damasio H, Damasio AR. Emotion, Decision Making and the Orbitofrontal Cortex.
Cereb. Cortex (2000) 10 (3): 295-307.

TOMA DE DESICIONES PARA EL SENTIDO DE LA VIDA. Propuesta Psicológica.


Por JOHAN ORLANDO CORREA RESTREPO.
Las personas recolectan la información a nivel cognitivo y emocional para tomar sus decisiones de
vida, sin embargo, este proceso no siempre es realizado de manera funcional y completa.
Preguntas como: ¿Qué quiero estudiar?, ¿quién soy para los demás?, ¿cambio o no de trabajo?...
pueden parecer de mayor o menor valor para las personas, sin embargo, son preguntas que hacen
parte de la cotidianidad de todo ser humano y que ponen en juego la toma de decisiones vitales
para las personas, pues hacen parte de un sinfín de situaciones y vivencias que orientan el darle
sentido a la propia vida. Desde la perspectiva psicológica del sentido de vida se habla de los
conceptos de decisión, libertad y elección como dimensiones humanas que orientan a la persona
hacia su bienestar, cada una de ellas vividas particular e integradamente en la experiencia de vida
de las personas.

LA PERSPECTIVA DEL CONTEXTO


No es posible pensar los conceptos de decisión, libertad y elección sin tener un contexto que les
dé forma y los moldee a los momentos de experiencia de las personas. En el momento actual la
existencia humana se encuentra atravesada y abordada por múltiples concepciones del
conocimiento científico (psicológicas, filosóficas, antropológicas y sociológicas, entre otras), todas
ellas buscan dar respuestas sobre el sentido que le dan las personas a sus vidas, así como describir
cual es el camino a recorrer para encontrar la respuesta frente a la existencia y el sentido de vida.

En nuestra sociedad actual responder a la pregunta ¿quién soy? Supone un gran desafío al auto
conocimiento y el reconocimiento por parte de las personas que nos rodean pues según algunos
de los autores que abordan este tema "La gente vive en un vacío existencial que se manifiesta
sobre todo en el aburrimiento (…), dado que la gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia
de objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y de propósito". El vacío existencial es un
elemento central en la pérdida del sentido de vida, las persona cada vez se definen a sí mismas en
relación a lo que tienen, a donde pertenecen, a lo que hacen o lo que pueden conseguir, mas no se
definen por lo que realmente son, por su propio ser y existir.

LA CLAVE DE LA DECISIÓN
Decidir es una acción que aterriza el contexto de la existencia humana y el sentido de vida.

Quien no puede decidir o no quiere arriesgarse a hacerlo, sufre de un gran vacío existencial, el
cual se llena con productos, tecnologías, dinero, bienes materiales y actividades sociales basadas
en el consumo. Las personas que no pueden decidir pierden la capacidad de ser autónomas y sus
decisiones son tomadas por otros desde el afuera, desde la conveniencia ajena, mientras tanto las
personas que no quieren tomar decisiones padecen un apetito insaciable por quererlo todo, pues
entender que decidir también es renunciar a lo que se elige, es intolerable, entonces buscan
tenerlo todo alimentando una falsa sensación de capacidad de elección que no es más que la
necesidad imperante de llenar el vacío que deja la incapacidad e decidir. Saber decidir implica dar
valor a lo que se es y lo que se quiere para el propio bienestar. Las personas con grandes
inseguridades a nivel emocional y psicológico, presentan fuertes dificultades para tomar
decisiones así como para renunciar a las alternativas que se le presenten, de ahí que no puedan
satisfacer sus necesidades de bienestar y realización como personas. La mejor decisión que se
puede tomar para dar sentido a nuestra vida es aquella que se toma desde la convicción de que el
bienestar personal es posible, que la renuncia a las demás alternativas de elección es sano para
que la persona pueda enfocar sus objetivos y metas sin distracción, desvío o saturación y que
finalmente el entendimiento de la toma de decisiones es un proceso continuo de abrir nuevas
posibilidades y alternativas, es decir, con cada decisión tomada se abren las puertas para tomar
nuevas decisiones y elegir mayores y mejores alternativas.
LA CLAVE DE LA LIBERTAD
Cuando las personas no pueden decidir sobre sí mismas ni sobre sus vidas pierden libertad, se
vuelven esclavas de otras personas o bien de sí mismas, de sus propias pasiones, deseos, adiciones
y manías. Las personas libres por el contrario son aquellas que pueden tomar decisiones, lo hacen
de una manera constructiva para sus vidas y lo hacen basadas en alternativas y posibilidades
reales. Muchas veces el vacío existencial de las personas actúa como una aspiradora de elementos
elegidos sin sentido, que envuelve a las personas en un círculo interminable de incapacidad para
elegir libremente. Los medios masivos de publicidad y mercadeo explotan ese vació que hay en la
vida de las personas y lo convierten en un foco de venta de necesidades creadas e irreales, que
hacen que las personas compren, consuman y vivan solo con la orientación del sentido que da el
mercado, los medios y las organizaciones de poder. El efecto que esto crea en las personas va más
allá de su comportamiento, por que las personas comienzan a experimentar angustias a nivel
emocional y mental, valoran solo su ser en referencia a sus cadenas de consumo y no frente la
capacidad de buscar la propia satisfacción. La libertad solo es posible si se puede decidir y escoger,
solo se puede decidir y escoger, si hay oportunidades, alternativas y posibilidades, las
oportunidades, alternativas y posibilidades solo se crean a través del sentido que le damos a
nuestra existencia, solo le podemos dar sentido a nuestra existencia y vida, si tenemos la
posibilidad de decidir, escoger y elegir libremente.

LA CLAVE DEL SENTIDO


Si alguien tiene opciones de vida y es libre para elegir entre ellas, entonces pude orientar esas
decisiones y su libertad hacia objetivos que lo lleven a darle sentido a su vida. Pero como todo en
la realidad humana, dar sentido a lo que se hace, se vive y se es, hace parte de un proceso que
atraviesa etapas, cada una indispensable para llegar al final del ciclo y renovarlo en una nueva
espiral.
A continuación, se presentan los elementos fundamentales para lograr atravesar o realizar el
proceso de lograr el sentido de vida:

Lo primero que se busca es definir la propia existencia, reconocernos como humanos y personas
que se debaten entre lo que es común a toda la humanidad y lo que nos hace particulares dentro
de la misma, luego se pasa a definir lo que se es en términos de lo que es necesario hacer, obtener
y crear para que generar satisfacciones suficientes que permitan una personalidad auto aceptada,
una mentalidad sana y una experiencia subjetiva de la calidad de vida, si bien el placer que esto
genera es un motivante para seguir en el camino del sentido, muchos otros aspectos de la realidad
humana pueden aparecer como placeres que obstaculizan o bloquean el encuentro con el sentido
de vida, de ahí la importancia de sobreponer la voluntad sobre el placer, no todo lo placentero da
sentido a la vida, pero todo lo que se hace con voluntad genera placer y sentido.
Reconocer el sentido de la propia existencia y poner la voluntad sobre el placer genera bienestar,
se podría decir en un sentido más extenso, se genera "bien-estar, bien-ser y bien-vivir". Esto
también es alcanzar la madurez mental para orientar la vida hacia objetivos de bien para la
persona, más allá de necesidades impuestas por el consumo y la búsqueda desaforada de placeres
que limitan la libertad y esclavizan la voluntad. Es por esto que no se deben confundir los medios
con el sentido, tener cosas, poder adquirir cosas, tener capacidad económica, tener un trabajo,
tener estatus social, son solo medios que permiten alcanzar el sentido de vida, si la persona no
renuncia a su libertad, si no deteriora su salud mental y emocional, y si no pierde la noción
fundamental de su existencia, es decir si no permite que los medios le generen un vacío
existencial.

Fundamentos Sociológicos.
La toma de decisiones simplemente es el acto de elegir entre alternativas posibles sobre las cuales
existe incertidumbre. La toma de decisiones conjunta facilita lograr el objetivo y se encuentra con
limitaciones cuando el entorno no es adecuado. Nuestra decisión de consagración afecta a un
conjunto, primero a la comunidad-Congregación-Iglesia-sociedad, la propuesta de construir el
Reino.

Otra cara de la moneda, cuando las cosas no empiezan a salir como el líder lo espera, debido a que
las decisiones que se están tomando están ocasionando problemas en la organización, no están
planteando la mejor alternativa posible, están tomando las decisiones a la ligera, sin argumentos,
sin un adecuado estudio, sin planear, sin producir los resultados adecuados y en ocasiones hasta
evadiendo responsabilidades que les corresponde asumir debido a sus constantes equivocaciones.
Posibles consecuencias que nos puede causar una mala toma de decisiones:

Generan desconfianza vs confianza


Quienes están en puestos gerenciales, deben tener muy claro que una mala decisión podría traer
consecuencias devastadoras, tanto en los niveles jerárquicos superiores, como en su propio
equipo, porque dependerá de que tan feo hayamos regado el tepache, para que los miembros del
equipo empiecen a sospechar o a creer que su líder no está analizando adecuadamente la mejor
alternativa posible para resolver la situación que se haya presentado, por el contrario, pensarán
que su líder toma las decisiones a la ligera, con el corazón, con las entrañas y por eso las cosas
salen mal y todo mundo deja de confiar en su criterio para la toma decisiones, genera
desconfianza en el equipo y al mismo tiempo empieza a perder confianza en sí mismo, lo cual se
traducirá en una cadena de errores que terminen en una posible salida de la organización.
Incrementan el riesgo vs seguridad
La gente que está involucrada de manera frecuente con toma de decisiones sabe perfectamente
que existe un riesgo, sin embargo, la diferencia es que saben cómo medir el riesgo bajo esa toma
de decisión, es un riesgo calculado, pero cuando alguien toma malas decisiones el riesgo se
incrementa exponencialmente y definitivamente puede ser la causa del desastre absoluto.
Parten al equipo vs unidad de equipo
Si a la hora de tomar decisiones, no tenemos un criterio bien definido con nuestro equipo de
trabajo, somos incongruentes, nos comportamos de una manera egoísta y anteponemos los
intereses personales a los intereses del equipo, seguramente vamos a tener a un equipo dividido,
que no se siente involucrado porque no se les pide opinión para nada. Sobre todo hay que tener
cuidado cuando las decisiones están directamente relacionadas con cambios al interior del equipo
porque una mala decisión puede convertir un buen ambiente laboral en un infierno.
Dejan de apreciar al líder vs aceptación del liderazgo
Una de las cualidades de los buenos tomadores de decisiones es la de inspirar al equipo, pero si
empiezan a fallar al momento de decidir y los objetivos no se consiguen, lo más seguro es que el
equipo deje de apreciarlo como líder, le dará la espalda y buscarán la oportunidad más cercana
que se presente para poder evidenciarlo por su falta de capacidad y provocar un cambio de mando
en el timón para que otro salve el barco.
Fomentan la irresponsabilidad vs responsabilidad
Si alguien que se considera líder y se equivoca con frecuencia porque no encuentra la manera de
tomar buenas decisiones y además no hay medidas en su contra para que logre cambiar su
manera de actuar, lo único que producirá es que la gente se comporte de manera irresponsable y
les valga un comino los objetivos institucionales al saber que no habrá nadie que los invite a ser
más cuidadosos, pero sobre todo que no hay represalias por su mala forma de tomar decisiones.

La importancia de tomar decisiones radica básicamente en la forma en que se realice dicha toma,
porque las cosas pueden salir bien o mal después de haber tomado la decisión, pero si los
responsables de tomar decisiones dentro de una organización no lo hacen con un procedimiento
adecuado y conscientes de que tendrá consecuencias favorables o desfavorables para el logro de
los objetivos, seguramente no tendrían que ocupar una posición gerencial debido a que una de las
características que distingue a los líderes es la de convertir la toma de decisiones en éxitos para su
equipo y para la organización.

LAS DECISIONES DE LOS DEMÁS INFLUYEN EN LAS NUESTRAS


Lo ha comprobado un estudio que combina las matemáticas con la psicología cognitiva

Las decisiones que toman los demás influyen en nuestras decisiones, generalmente sin que nos
demos cuenta, ha comprobado un estudio que ha combinado las matemáticas con la psicología
cognitiva. Ya se sabía que nuestros comportamientos tienden a alinearse con los de los demás,
pero ahora sabemos que nuestras decisiones, también.

Las personas aprenden a evaluar el nivel de prudencia, de paciencia o de pereza que muestran los
demás después de observarlos, y lo que es más importante, eso influye sobre sus propias
decisiones, incluso sin que se den cuenta. Este descubrimiento, realizado por científicos franceses,
puede tener consecuencias en las neurociencias, porque se desprende de sus conclusiones que las
decisiones que toman los vecinos influyen en nuestras decisiones.

Los científicos estudiaron el comportamiento de un grupo de personas que debían tomar


decisiones que implicaban bien la prudencia, bien la paciencia o bien un esfuerzo. Y descubrieron
que, después de observar lo que hacían los demás, los participantes en el experimento imitaban su
comportamiento, incluso sin darse cuenta.

Con este experimento, los investigadores pretendían comprender cómo tomamos las decisiones
cotidianas, y determinar si es una cuestión de personalidad registrada en nuestros genes, de un
proceso educativo o resultado de las interacciones sociales.

Para averiguarlo, los investigadores estudiaron las tres características que guían la mayoría de
nuestras decisiones: la prudencia, la paciencia o el esfuerzo, o si se mira desde otro punto de vista,
el riesgo, la impaciencia o la pereza.

Para ello combinaron las matemáticas con la psicología cognitiva. “A menudo se le reprocha a la
psicología social que es una ciencia demasiado empírica cuyos resultados no se pueden reproducir.
Para evitar este problema, hemos recurrido a la modelización matemática”, explica Jean
Daunizeau, responsable de esta investigación.
En la práctica, lo que han hecho es reclutar voluntarios y someterlos a test decisionales. Un
ordenador les proponía diferentes opciones que implicaban diversos grados de paciencia, de
esfuerzo o de prudencia. Por ejemplo, debían elegir entre ganar dos euros inmediatamente o días
más tarde, entre presionar con mayor o menor fuerza un dispositivo para ganar más o menos
dinero, u optar por una lotería que ofrece muchas posibilidades de ganar poco dinero, o por otra
que ofrece menos posibilidades de que te toque el gordo.

Los participantes respondían a unas cuarenta cuestiones de este tipo, permitiendo así a los
investigadores crear un algoritmo representativo de su personalidad.

Segunda y tercera fase.


En una segunda fase del experimento, los voluntarios debían predecir la decisión de un personaje
ficticio inventado a partir del algoritmo de su personalidad, y que reflejaba la prudencia, la pereza
o la paciencia de cada sujeto, y también todo lo contrario.
Espontáneamente, todos los voluntarios se imaginaban que el personaje ficticio tomaría las
mismas decisiones que ellos, cualquiera que fuera su comportamiento. Sin embargo, después de
varios errores y un período de adaptación, terminaban por predecir cada vez con mayor precisión
las respuestas del algoritmo.
Todo ocurría como si las personas suponen que los otros piensan y actúan como ellas mismas, lo
que se llama sesgo de falso consenso. En psicología, el efecto del falso consenso es un sesgo
cognitivo por el que muchas personas tienden a sobreestimar el grado de acuerdo que los demás
tienen con ellos.
Daunizeau explica al respecto: “este fenómeno ya ha sido descrito en otros contextos, tanto para
decisiones éticas como morales. Estipula que las personas creen que su opinión es compartida por
la mayoría, y esto incluye sus opciones por la paciencia, el esfuerzo o la prudencia”.
Pero este sesgo de falso consenso se compensa progresivamente por el aprendizaje, descubrieron
los investigadores: después de observar el comportamiento del personaje ficticio, los voluntarios
predijeron correctamente el 85% de sus decisiones. Por lo general, las personas son capaces de
interpretar adecuadamente las actitudes de los demás, explican los investigadores.
Por último, los investigadores sometieron a los voluntarios a una serie de test y constataron que
sus decisiones evolucionaban, asemejándose a las del personaje ficticio. Para los investigadores,
este tipo de mimetismo es relativamente inconsciente: cuando se les planteó la cuestión, los
voluntarios no se habían dado cuenta de que sus decisiones habían evolucionado, ya sea con la
prueba de la paciencia o de la prudencia.
Este fenómeno, dicen los investigadores, se conoce como sesgo de contagio social, y significa que
nuestra actitud tiende a alinearse con la de los demás. Se le conocía asociado a ciertos
comportamientos, pero este estudio lo ha descubierto también asociado a los procesos de toma
de decisión.
Esta mejor comprensión de la influencia de los demás en la forma en que las personas tomamos
las decisiones puede tener consecuencias médicas. Un mimetismo fuerte se aprecia en individuos
sanos, pero ¿qué ocurre con las personas aquejadas de patologías psiquiátricas que afectan a las
relaciones sociales, como el autismo o la esquizofrenia?
Esto es lo que los investigadores querían comprobar, si existen diferencias a estos niveles. Y
señalan que la ausencia de mimetismo podría ser un síntoma que ayude a un diagnóstico. Por eso
podría tener una utilidad médica, concluye el equipo de investigadores.

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