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Para descubrir la especificidad del ser humano resulta útil empezar comparándolo con los animales
y determinar las semejanzas y las diferencias entre ellos.
Partiendo de que el ser humano pertenece al conjunto de los organismos vivientes podemos
encontrar un conjunto de características que comparte con el mundo animal. Como todo organismo
viviente constituye un sistema estructurado de actividades que tiende a mantener su dinamismo. Esta
posibilidad está condicionada por la relación que mantiene con el medio en que vive, informándose
sobre él y actuando, en función de la información recibida, para satisfacer las necesidades que genera
su propio mantenimiento y el de la especie. La diferencia radicaría en que en los animales el
repertorio de acciones viene determinado por su constitución biológica, existe una adecuación entre
su organismo y el entorno, entre el modo en que perciben y las reacciones con las que responden de
forma ajustada a las situaciones vitalmente importantes.
El animal tiende a vivir plácidamente en su medio, ajustado a él; y cuando este plácido gustar es
perturbado por algún peligro o alguna carencia, el animal se orienta por las inclinaciones instintivas
propias de su especie. El animal rige su conducta por leyes física o biológicas, en cambio el hombre
no está completamente determinado por estas leyes, por eso se lo puede considerar como un ser no
determinado.
En este sentido se ha podido afirmar (E. Cassirer) que el hombre ha descubierto un nuevo método
para adaptarse a su ambiente. Esta nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana.
Comparado con los demás animales, el hombre no sólo vive en una realidad más amplia, sino, por
decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad, no vive solamente en un universo físico, sino en
un universo simbólico, de tal modo que ya no puede enfrentarse a la realidad directamente, sino a
través de la red constituida a lo largo de la historia de sus propias creaciones
DIFERENCIAS DE COMPORTAMIENTO:
Respecto al comportamiento, el ser humano tiene los rasgos propios de la vida animal, que son la
independencia respecto del medio y el control específico sobre él, pero además goza delos siguientes
rasgos distintivos:
La capacidad de simbolización: Lo propio del ser humano es la comunicación mediante símbolos,
mientras que el animal se comunica solo mediante signos naturales, por ejemplo, el ladrido del perro
y el canto del ruiseñor. Por eso, filósofos como Cassirer han calificado al ser humano como “animal
simbólico”.
La vida en la realidad: Nuestra inteligencia nos permite captar las cosas como realidades, es decir,
como algo distinto a nosotros pero en relación con nosotros, mientras que los animales captan lo que
los rodea como estímulos a los que han de responder. De ahí que Zubiri haya caracterizado al
hombre como un “animal de realidades”, abierto a la realidad del mundo y a su propia realidad por
la inteligencia. Sólo el ser humano percibe la realidad, la representa o la conoce, y además a la vez,
es consciente de que la percibe, la representa o la conoce. Incluso se percibe a sí mismo, a su
interior, dentro de su mente. Es decir, que el ser humano es autoconsciente. El ser humano posee
autoconciencia.
El sentimiento de su propio cuerpo: Para cobrar un cabal conocimiento de la realidad humana es
necesario conocer el cuerpo. Pero no solo desde afuera, es decir, las características anatómicas, sino
también desde dentro, de donde obtengo noticias de mi existencia, mi situación, mis impulsos, mis
pretensiones, mis limitaciones y mi poder. Este conocimiento lleva consigo un sentimiento, una toma
de conciencia.
La apertura al mundo: Por su inteligencia es capaz de entender cosas que están más allá de la
situación en la que se encuentra en el espacio y en el tiempo, y por su voluntad es capaz de quererlas.
LA VIDA CULTURAL
Junto al comportamiento, la vida cultural es el rasgo diferencial más llamativo del ser humano.
Mientras la vida biológica está basada en la transmisión de la información genética (ADN) , como el
resto de los animales, la cultura es posible por un conjunto de capacidades que no tienen los demás
El animal cultural: El ser humano es un animal particular, cuya naturaleza biológica se abre al orden
cultural: al lenguaje, la técnica, la moral, el derecho, el arte, la ciencia y la religión. Es por
consiguiente un animal cultural.
La cultura introduce un modo de adaptación eficaz que aporta mecanismos como el lenguaje simbólico
y la técnica, que permiten orientarse en el mundo, reducir la complejidad de la experiencia y lograr
cierta seguridad y confianza ante los peligros.
Por lo tanto, el mundo de la cultura, creado por la capacidad humana de invención y anticipación,
sirve para disminuir el miedo a lo casual e imprevisto, para reducir la incertidumbre.
La técnica: la nueva adaptación al mundo: Al poder ensimismarse, el ser humano es capaz de
transformar las cosas y crear a su alrededor un margen de seguridad. Esta creación específicamente
humana es la técnica.
El ser humano es un “animal técnico”, porque puede fraguar planes desde su mundo interior para
modificar el entorno según su convivencia. Desde su sí mismo se siente protagonista e impone su
voluntad y sus designios, interviniendo y transformando la realidad. La técnica es un producto de la
inteligencia humana, en el que se muestra no solo la capacidad de innovación creativa, sino también
el poder sobre la realidad.
El lenguaje simbólico: apertura a un mundo compartido: El lenguaje humano es, en principio, un
sistema de comunicación interpersonal que, según la ya clásica teoría Bühler, ejerce tres funciones
básicas:
Representativa: los signos lingüísticos son símbolos que sirven para representar estado de cosas.
Expresiva: Los signos lingüísticos son síntomas que manifiestan los estados interiores del hablante.
Apelativa: Gracias a esta triple función del lenguaje es posible la comunicación humana y, desde ella,
la creación de un mundo compartido.
La especie humana se compone de individuos que conviven formando sociedades, las cuales son
herederas de sociedades anteriores y germen de las futuras de las futuras. Puede decirse, pues, que el
ser humano tiene tres dimensiones: individuales, social e histórica.
Dimensión Individual: las personas somos en principio individuos, es decir, seres que dentro de la
especie gozamos de independencia. Pero, en nuestro caso, cada individuo no es simplemente un
“uno” sino un “quién” único e irrepetible.
-La de las relaciones impersonales, propias de las instituciones, la economía, el Estado o la burocracia.
Aquí las personas no se conocen como tales, sino que se trata como individuos perfectamente
intercambiables por otros.
Aunque las dos dimensiones son inseparables, para vivir, la creciente desaparición de las primeras
sociedades complejas está dando lugar a un mundo de individuos anónimos, mutuamente
desinteresados.
Dimensión Histórica: las personas no solo son diversas y conviven, sino que esta diversidad y
convivencia tiene carácter histórico.
Transmisión y tradición:
Cuando nacemos recibimos de las generaciones anteriores, no solo la vida biológica, sino también un
cierto modo de estar en la realidad, de interpretar lo que los rodea para desenvolvernos. Y como esto
ocurre de unas generaciones a otras, se han ido creando poco a poco las tradiciones. En este proceso
histórico las generaciones anteriores van entregando las posteriores también poder, posibilidades.
Las personas estamos abiertas a realizar múltiples posibilidades, de forma que en nuestra vida nos
vamos apropiando de unas y renunciando a otras. La tradición es una forma de autoridad que en
ocasiones parece que nos limita y condiciona, hasta el punto de que ha llegado a considerar como la
contrapartida de la libre autodeterminación y, por tanto, opuesta a la razón y al progreso, hemos de
reconocer que siempre somos libres de aceptarla o rechazarla. Pero las tradiciones se mantienen si
son aceptadas, reafirmadas y cultivadas, si no las conservamos desaparecen.
Así, por ejemplo, podemos optar por distintos modelos de hombre, característicos de determinados
momentos históricos y de diversos modos de vida. Tradicionalmente se ha ido entendiendo al ser
humano como homo faber, capaz de producir, de fabricar, o como homo ludens, que juega y jugando
crea, o como homo sapiens, reflexivo e investigador. Hoy se habla también del homo videns, que da
primicia a la imagen. De estos modelos podemos elegir libremente entre ellos, podemos potenciar
uno u otro según el que mejor responda a nuestras aspiraciones, deseos y posibilidades.
De ahí que para saber lo que realmente es el ser humano sea preciso conocer los vaivenes históricos
hasta de sus impulsos y pasiones básicas, como el deseo de dinero y posesiones, el deseo de poder y
el deseo sexual, y también descubrir la posible transformación cultural de los mismos.
VIVIR MORALMENTE
A diferencias de los animales los seres humanos son conscientes, inteligentes y libres. Pero, por reunir
estas características, en primer lugar son capaces de apercibirse tanto de su propia realidad personal
como de la realidad que lo rodea.; en segundo lugar, pueden esforzarse por comprender ambas
realidades, y, en tercer lugar, deben asumir la responsabilidad de ordenar y dirigir su propia
conducta.
Así pues, los hombres y las mujeres, por ser conscientes, inteligentes y libres, son dueños de sus
actos y de su propio destino. Es así que se encuentra en la coyuntura moral de tener que decidir lo
que debe hacer y no es suficiente tomar cualquier decisión sino que ésta ha de ser siempre justificada
racionalmente.
Los seres humanos por ser libres vamos formando nuestro carácter (es decir la manera habitual de ser
y obrar) mediante nuestros actos; ahora bien, la formación del carácter humano presenta una doble
dimensión, a saber: en primer lugar, con cada acto elegimos una entre varias posibilidades; por
ejemplo, en este momento puedo elegir continuar estudiando o emplear mi tiempo en otra actividad;
y en segundo lugar, con cada acto vamos configurando la conducta habitual: quien roba
reiteradamente, se hace ladrón, quien estudia, se hace estudiante.. Si obramos mal, adquirimos
hábitos negativos (vicios) y nos hacemos personas viciosas; obrando bien, adquirimos hábitos
positivos (virtudes) y nos hacemos personas virtuosas.
De este modo, nuestras realidades morales (los actos, los hábitos, el carácter) configuran una
estructura circular: nuestros actos engendran nuestros hábitos, el conjunto de los cuales, a su vez,
contribuyen a formar nuestra manera de ser o carácter.
Es decir, nuestro carácter, por una parte es fruto de nuestra manera de obrar, pero, por otra parte,
nuestros actos y nuestros hábitos no son otra cosa que manifestaciones de nuestro carácter, esto es,
casi siempre actuamos de acuerdo con lo que somos.
LA CONCIENCIA MORAL
Primer estadio: Moral de Presión Adulta: De los dos a los seis años los niños son capaces de
representar las cosas y las acciones por medio del lenguaje, esto les permite recordar sus acciones y
relatar sus intenciones para el futuro. Sin embargo, no pueden aún realizar razonamientos abstractos,
por lo que no pueden comprender el significado de las normas generales. Esto hace que las vean
como cosas concretas imposibles de variar que se han de cumplir en su sentido literal. Estas normas
son, además, exteriores a los niños, impuestas por los adultos, por lo tanto la moral se caracteriza en
esta fase de desarrollo por la heteronomía.
Segundo estadio: Moral de solidaridad entre iguales: De los siete a los once años, los
niños adquieren la capacidad de realizar operaciones mentales con los objetos que tienen delante. No
pueden aún hacer generalizaciones abstractas pero se dan cuenta de la reversibilidad de algunos
cambios físicos y de las posibilidades del pensamiento para detectar relaciones entre las cosas. Las
normas dejan de ser vistas como cosas reales que tienen su origen en una autoridad absoluta y
exterior -los adultos- y comienzan a basarse en el respeto mutuo entre los compañeros de juego, los
iguales. De aquí surge la noción de la convencionalidad de las normas o reglas de los juegos, que son
vistas como productos de acuerdos entre los jugadores. Surgen sentimientos morales como la
honestidad -necesaria para que los juegos funcionen- y la justicia. El respeto a las normas se deriva
del respeto al grupo y la necesidad de un cierto orden en el mismo para el mantenimiento del juego,
sin embargo, la aplicación de estas normas y de los conceptos y sentimientos morales es poco flexible.
Las normas no son ya cosas, pero siguen estando ligadas a las cosas y situaciones concretas,
probablemente porque la capacidad intelectual de los niños no ha llegado aún al desarrollo del
pensamiento abstracto y de la generalización.
Tercer estadio: Moral Equidad: De los doce años en adelante los niños sufren cambios
biológicos y psicológicos radicales. Se produce la maduración sexual, pero también una maduración
biológica general que potencia el desarrollo intelectual y moral. Los niños, en esta etapa, se
convierten en adolescentes y sus estructuras de conocimiento permiten ya las generalizaciones y la
realización de operaciones mentales abstractas. Los conceptos se integran en sistemas de