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El hombre qeshwa o aimara del techo del mundo ha
sido, y es siempre, un forjador sobre todas las miserias,
pasadas y presentes, es el inventor de sus dioses, el que ha
hecho su historia poco a poco, el que ha logrado libertad
de su espíritu, de su hambre, crónica para vencer su
propio medio. Nada hay que lo hiciera retroceder, nada
que pudiera abatir sus banderas, ni siquiera la muerte.
Allí está enhiesto como una roca, hosco, silencioso,
como un cántaro de barro que guardara dentro todas
las resonancias del mundo y las devolviera en color, en
dinámica, en melodía, en inspiración, en sueños.
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Antes de conocer Puno, provincia por provincia,
pueblo por pueblo, fue importante penetrar en ella como
en un territorio sagrado, gracias a la obra del profesor
José Portugal Catacora. Muy pocos maestros como él se
han acercado a una comunidad, para informarse sobre
ella, con afán, con amor y comprensión, descubriendo
los tesoros culturales guardados siglo tras siglo, como
la única herencia que se puede dejar a los hijos en un
medio ríspido, pobre en recursos. Habría que preguntar
qué tiene el hombre a 4000 metros o más sobre el nivel
del mar, y la respuesta la dan ellos mismos: solo el aire, la
paja brava y nada más. Entonces el legado cultural es un
mayor bien, un patrimonio que vimos desaparecer con
preocupación ahora que el transistor ha integrado en su
existencia para modificarla, dañando su espiritualidad.
El uso de la bicicleta, otro aparato moderno, les permite
desplazarse rápidamente, pero no hemos tenido tiempo
para entender primero nosotros cuán importante es la
cultura y después para hacérselo comprender, hoy que
la inferencia de los modos occidentales es más fuerte
y agresiva que nunca. Los jóvenes y los niños, que son
más susceptibles a las influencias, han comenzado a
menospreciar lo que fue preservado desde la llegada del
blanco a América. Esto, tan precioso, que viene a ser la
imagen que nos identifica entre el resto de las naciones
del planeta.
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Imaginamos al profesor Portugal Catacora caminando
por los escabrosos senderos de la cordillera para
acercarse a los thultumachu y escuchar su vieja palabra;
desplazándose por las estepas qollas para recoger el
gastado recuerdo de los roqtomachu, que ya no pueden
ver ni oír, pero que siguen repitiendo los mitos, las
leyendas, los pasajes más saltantes de su historia, cómo
lo recibieron de sus padres y estos de sus abuelos y así por
ciento de generaciones, y quedamos en muchos días y
noches para compartir con él su pan y el techo de todos,
sus problemas; su transición brusca entre dos mundos,
aquel en el que les tocó vivir como creadores y este que
infortunadamente no es mejor, porque desvitaliza al
hombre en su personalidad.
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más antiguas como un salto adelante en la prehistoria; el
romance imposible de los hijos de dos kurakas enemigos
que prefieren sacrificarlos, olvidar sus odios, y de otra
parte, el símbolo de su amor atormentado en la flor del
qantu y en el árbol de la qewña; y así ese punto mágico,
alucinante, contrapuesto sobre el paisaje, donde espera
agazapado en las sombras del qarisiri antropófago y
vuela las Kate Kate impulsando sus cabezas sobre el lago,
y la mekalla, mujer vampiro, que espera a sus víctimas,
y el chancho toma distintas formas para apoderarse de
ellas, y el lulli fabuloso, radiante pájaro con los colores
del arcoíris que aparece para llevar a anunciar la paz, y el
equeqo que propicia el amor, la riqueza y la abundancia,
y hasta las sirenas occidentales se mimetizan con el alba
escarcha de los puqyus para lucir colas de cristal.
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como miembro útil de las distintas actividades de la
región, a su búsqueda del amor para realizarse, a su lucha
infatigable por la justicia, la equidad y por un mejor
sentido para su vida y la de los suyos, y a su vez es vital
porque esa es una ley natural, pero dentro de un marco
de dignidad y reciedumbre admirables. Si es fatalista, lo
es en la medida de la opresión sufrida durante cuatro
siglos y de la ruptura de las técnicas precolombinas,
que fueron sustituidas por las extranjeras y muchas de
ellas olvidadas definitivamente. Veamos nomás cómo
sus tratamientos terapéuticos, que incluyeron la alta
cirugía del cerebro, retrocedieron hasta volver a la etapa
de curación de tipo mágico, estacionándose en ella, sin
capacidad para continuar investigando porque antes
tenía que esforzarse para sobrevivir y la ciencia no puede
florecer en un pueblo en emergencia por centurias.
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porque solo llegan a serlo entre ellos quienes son dignos
en verdad del cargo; la ternura con que se recibe el
yoqallito, aunque no sea más que el retoño de la lluvia
un hijo de la fiesta, porque además de colmar el corazón
son nuevos brazos para labrar la tierra; el respeto a los
lazos espirituales que se generan del compadrazgo y se
cumplen estrictamente; las costumbres que son base de
la economía familiar como la chijma, que es la asignación
de ganado y de productos que hacen los padres al recién
nacido, el segundo aporte o cheqa o ala para volar que
entrega el padrino y el rutuchi, que es la contribución
de la comunidad durante el primer corte de pelo; la
primera cuna de tierra, que es un sencillo hoyo abierto
en el suelo donde el niño juega y aprende a levantarse
y a dar sus primeros pasos y otros; y nos causan guste a
la escasa preparación de los curanderos, sin la sabiduría
de sus antepasados ni el conocimiento de las atenciones
sanitarias más elementales, así como la extrema pobreza
derivada en primer término de la hostilidad del clima y
de la altura.
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mientras ellas languidecían de necesidad o su muerte
por asfixia; apenas asomaban a los umbrales de la vida,
cuando descubrieron que sus pezones estaban secos y que
no había ni siquiera la posibilidad de hacer las infusiones
de coca para distraer su hambre.
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Por los niños campesinos
de cero a seis años de edad.
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Donde ella pasaba el hato de ovejas en un pajonal
de dorada chilligua, en un qamaña, cerco semicircular
levantado sobre un montículo de la pampa tapizada de
tupida grama y trébol, fragantes. Hilaba fina lana de
alpaca para tejerse un phullo, manta pequeña con que se
cubren las mujeres la espalda en el campo.
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Al oír las notas románticas del charango que parecía
llorar y cantar al mismo tiempo, ella sintió que el corazón
le daba vuelcos.
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Mientras el mozo hablaba, ella trazaba con el dedo
grueso del pie derecho un semicírculo en el suelo
terroso, silenciosamente; era la señal de que el hualaycho
había entrado en el corazón de la linlicha. Y un idilio de
entrañable ternura nacía ese instante, en aquel inmenso
escenario solitario y silente, donde los hombres blancos
creen que los «indios» viven como bestias.
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El ensayo de la Cullahua
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Los huaynas y las tahuaqos, jóvenes hombres y
mujeres, fueron llegando jadeantes desde el fondo de
la quebrada, cuando se hubo puesto el sol detrás del
cerro que la circundaba. Venía a ensayar la danza de la
Cullahua que el ayllu presentaría en las próximas fiestas
patronales del pueblo.
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Mientras se desenvolvía la ejercitación, la luna avanzó
rápidamente como si persiguiera el sol y se proyectaron
sobre el paraje las sombras de caprichosos perfiles del
Picacho que la protegía.
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—¿Por qué habrías de gritar, mi linda culcutaya
(palomita)? Si la noche está tibia y todos los jóvenes
están haciendo lo que nosotros —explicó él.
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La madre de Sisquita se despertó al sentir la llegada
de su hija.
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Después de la puesta del sol
—¡Juancho!
—¡Juanacha!
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—Me desesperaba en la ciudad. No me gustaba —dijo
él.
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—Tú no te dejarías, ¿no?
—¿Qué te dijo?
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con ternura salvaje, al amparo de las sombras y el silencio
de la noche.
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—¿Así, no? ¿A qué hora fue? —interrogó un tanto
excitado el tata Manuel.
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Tomasa está «chicho»
—¿Cómo lo sabes?
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algunas hojas, y prosiguió—. Ahora tú ve lo que hay que
hacer; que no coma lo que no debe comer y que no haga
lo que no debe hacer.
—Sí, mamá.
—Sí, mamá.
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—Sí, mamá —respondió Tomasa, humildemente; y
pensó dentro de sí: «Felizmente ya no me está gustando
la carne. Me da asco».
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Sirvinacuy
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parece ser costumbre hecha a propósito para iniciar
idilios.
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—Venimos a pedir su consentimiento para que
nuestros hijos, Candicha y Sisquito, entren en sirvinacuy.
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primero. Durará hasta dos años, dentro de cuyo plazo
se unirán definitivamente en matrimonio, si no surge
ninguna incompatibilidad. Y el ayllu incrementará su
volumen demográfico con una nueva familia.
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El fruto de Sirvinacuy
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de apaciguarlos, aconsejándoles que volvieran a la
armonía. Silvico aceptó perdonarla, pero Jesusa se negó
rotundamente y exigió la separación.
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—Así es, mujer; tal vez esté mejor así, aunque Jesusa
pierde mucho porque los padres de Silvicu tienen
terrenos y ganaditos. En cambio, Marianito es huérfano
y no tiene nada.
—Así será.
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comparezcan ante él, es él quien va en busca de ellos,
llevando su palabra, que es la justicia en el ayllu.
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Luego mascaron unas hojas de coca que los padres
de Silvicu invitaron y la reunión se deshizo igual que el
sirvinacuy, sin odios ni rencores, pacíficamente.
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Chiti-imilla
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los Andes, los cóndores, apenas si les provocaba levantar
la cabeza.
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«Tal vez me habrá entrado una culebra, como mi
abuela contaba que estos animales entran en el vientre de
las pastoras», se dijo.
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ver que ambas partes sangraban, arrancó el qaito, que
ese día hilaba y amarró una y otra punta. Mientras esto
hacía, en el vértigo de un nuevo pujo, arrojó la placenta.
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caminar pesadamente, las tres generaciones —abuelo,
hija y nieto— arribaron a su chujlla, junto al ganado sin
novedad...
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El hijo de la fiesta
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Bien pronto transcurrió el año. Juan Laquiticona
preparó la danza con la ayuda de los jóvenes como
danzarines, de las mujeres que preparaban comestibles
y de los hombres que contribuyeron con bebidas. De
su lejana comarca llegaron al pueblo en las vísperas de
la fiesta y se instalaron en el tambo que su comunidad
poseía desde tiempos inmemoriales. Y el día de la fiesta,
desde muy de madrugada, iniciaron la tarea laboriosa de
disfrazarse.
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Por fin al amanecer cesó la bulla. Pero el alcohol había
encendido los instintos y la bacanal se trocó en lenocinio.
Viejos y jóvenes, mujeres casadas y solteras se dedicaron
a copular sin discriminación, bajo la acción del alcohol
que incitó actos inconscientes.
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—Luisa, ¿quién es el padre del hijo que vas a tener?
—le preguntó la madre un día.
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—Es, pues, hijo de la fiesta. El tata San Pedro será,
pues, el padre…
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El parto de la Antuca
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por distintos caminos a los que vinieron; es signo de buen
augurio no seguir la misma senda después de casados.
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Cuando requirieron su atención, se aprestó con
diligencia y partió sin hacerse repetir.
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su atención a la enferma. Y apenas hubo arrojado la
placenta, esta fue enterrada en el lado izquierdo de la
puerta por ser varón el recién nacido, en un hoyo que
cavó el padre con pico y pala. Enseguida volvió a fajar a la
parturienta por la cintura, según ella, para que el vientre
vuelva a su volumen normal. Al final, dispuso que tomara
el caldo de gallina, mientras ella aprovechaba las presas
de carne con muy buen apetito.
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Qué cruel es este mundo, pensaría el bebé; pero no
tuvo más remedio que empezar a adaptarse a él, ya que el
destino le deparará cuántos dolores más, como a toda su
estirpe que sufría siglos de esclavitud.
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Un solo cuero para dormir
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Se comentaba que por una predestinación de los
antiguos pobladores de Tunuhuaya, las mujeres de esta
comunidad nacieron qarahumas o cabezas peladas y que
esa era la causa de que las familias tuvieran pocos hijos y
algunas, ninguno.
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mesa, una libra de coca, llamppu o sebo crudo de llama,
qea o planta recinosa, caramelos de diversas clases y
tamaños, una botella de alcohol, una de vino tinto, una
de cola y papel plateado y blanco, varios pliegos.
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La estratagema dio los resultados deseados por
Afaraya; pues, en veinte años de casados tuvieron once
hijos. Y todos vivieron.
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La chijma
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primerizas traen suerte al matrimonio, porque significan
«casa llena».
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comúnmente, la cual es un candelero de dos pisos en
forma de pocillos, hecho de barro en el que se pone una
mecha de trapo de algodón que se alimenta con trozos
de sebo. Se colocó a la huahua sobre un cuero de oveja
con la lana lavada que le servía de cuna por esa noche.
Y junto a la huahua se pusieron cantidades pequeñas
de semillas de papas, quinua, cañagua, habas y cebada,
más un corderito y un cerdito recién nacidos, como ella;
ambos animalitos con los hocicos amarrados para que
no griten y así evitar que la huahua se asuste.
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primer obsequio de sus padres, que servirá de cimiento
de la economía de su vida.
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El «Anchancho»
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A pesar de todo, fue remitido a la capital departamental
donde, por desgracia para su prometida, fue calificado
apto para el servicio porque, además, no tenía certificado
de nacimiento. Había nacido en una comunidad de la
frontera y se bautizó en una parroquia boliviana, debido
a que, por diferencia del valor monetario, el bautizarse en
Bolivia resultaba más barato.
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Un año más tarde nació un hijo varón. Se alegraron
mucho y proyectaron casarse.
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y escasa estatura, cuyos ojos se convirtieron en dos llagas
incurables que se iban extendiendo por todo el rostro sin
poderse evitar.
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El ala para volar
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—Sí, pero tú proponías al gobernador. Los
gobernadores no entienden nada de nuestras costumbres;
peor padrino de mi hijo hubiera sido, porque ni siquiera
hubiéramos podido explicarle lo que le pasa al yoqalla.
En cambio, a don Joaquín sí, porque su señora viene al
ayllu a vender pan, coca, alcohol, chancaca, alfeñique y
otras cosas. Es fácil hablarles.
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—No, no es viruela. La huahua se cae mucho y se
enferma a cada rato. Parece que esta vez se ha volteado el
corazón. Estamos curándolo.
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Cuando llegó a su cabaña, lo primero que hicieron
fue probarle la camisa a Quilquito para ver si le caía
bien. Pero, ¡oh, sorpresa!, la camisa era muy grande. Le
resultaba como un hábito, hasta los talones.
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El niño «ojeado»
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—Y ahora, ¿qué hacemos? —interrogó la madre,
angustiada.
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El huevo se hundió hasta el fondo en el vaso de agua,
tomando una coloración obscura la yema, y grisácea la
clara. Mostró esto a los presentes, comentando:
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El «rutuchi»
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El yocalla ya está crecido y sus cabellos se han
apelmazado tanto, formando grandes qoltis. Debemos
hacerle el rutuchi.
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aunque era lícito que, tratándose de la donación de
animales, no se presentara en el mismo acto, bastando la
promesa que debe cumplirse después.
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tragos de alcohol terciado con agua gaseosa en templas
o copitas de plata, que se usan solo en casos especiales.
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—¡Una vaquilla!
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La máscara
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Doña Petrona se fue a donde Luciano Huanca, que
solía bailar durante la fiesta de la Natividad en la comparsa
de la diablada, y le pidió que le prestara la máscara para
el fin que la necesitaba. Don Luciano comprendió el caso
y, encargando que la cuidara mucho, se la prestó.
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—No tiene nada. Simplemente está qariche porque le
has quitado la leche. La qollparemos y va a mejorar.
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avisaran los resultados, agregando que, si seguía mal,
debía repetir el tratamiento.
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La cuna de tierra
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las comunidades son únicamente de una habitación que
hace de cocina, comedor, dormitorio y todos los demás
servicios, a excepción de unas pocas que constan de dos
y tres habitaciones, cuando sus dueños son familias muy
favorecidas por la suerte. El hoyo lo ubicó junto al lugar
donde Petita suele instalar su telar para tejer frazadas,
llicllas e incuñas, y cerca a la puerta de la cocina.
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creían que así aprendían a trabajar, lo cual era indicio útil.
Los niños que aprenden a trabajar desde muy temprana
edad serán buenos trabajadores en el ayni o trabajo
colectivo, se dice constantemente en la comunidad.
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Aquel hoyo ahuecado en el seno de la madre tierra era
para el niño lo que la cuna para los niños de la cultura
occidental.
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El niño «catjata»
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condiciones es fácil confundir la cabeza con los pies y
mucho más en estado soñoliento.
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Para dormirlo rezó unas oraciones en lengua nativa
y el niño, inesperadamente, pescó el sueño, mientras
el curandero hojeaba la coca y vaticinaba lo que debía
ocurrir.
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El chupiqhatu
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Ella es viuda. Su marido no volvió de los valles de
Moquegua, a donde fue a trabajar y ganarse algo; el chujcho
o terciana lo mató. Y la vida le señaló el magro destino de
chupendera en el poblacho próximo a su comunidad para
ganarse el sustento de sus hijos huérfanos.
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El primero, a pesar de encontrarse encerrada ya más
de ocho meses en el estrecho mundo convexo del seno
materno, se sentía como en el paraíso de la leyenda
bíblica, protegido por la suavidad inefable de las tibias
entrañas de su madre y el calor delicioso de su naturaleza,
alimentándose sin esfuerzo alguno con la propia sangre
maternal.
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a sortear por propia experiencia los trances de la vida
cotidiana desde muy temprana edad.
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El corazón volteado
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había caído de una peña y rodaba varios metros cuesta
abajo.
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espacio de tiempo, hizo masajes en el pecho del niño,
como si en realidad estuviera colocando el corazón
movido de su sitio en su correspondiente y natural lugar.
Luego le fajó, cruzando las vueltas de la faja, sobre los
hombros, el pecho y la espalda, como para asegurar de
este modo la posición del corazón y evitar que se volviese
a mover de su sitio. Finalmente, lo acostó de espaldas en
su cama y recomendó que durmiera sin moverse y que
esto vigilaran los padres con toda atención.
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En el caso de Cirilo no fue necesario que vuelva el
qolliri. Desde el día siguiente empezó a mejorar, y en tres
días más estuvo perfectamente sano, con mucho apetito
para comer y gran inquietud para jugar.
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El hijo de la cocinera
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del lago rebasaron su nivel y el río salió de su cauce,
anegando viviendas, chacras y pastizales. Murieron
muchos animales y las gentes huyeron hacia los pueblos
vecinos. Algunos hombres perecieron por salvar a sus
hijos; uno de ellos, el esposo de Bartola, se ahogó con su
hijo de pocos meses; pues, ambos fueron arrastrados por
el torrente del río. Y ella logró sobrevivir solamente con
su hijo mayor de algo más de cinco años.
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sin que lo advirtieran los patrones que felizmente solían
dormir hasta tarde.
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Las horas transcurrieron lenta y pesadamente. El
frío castigaba el cuerpecito débil del niño y la madre
se desesperaba de angustia, sin saber qué hacer. Las
primeras heladas son muy fuertes en los Andes, y a veces
las intensas lluvias alternan con heladas.
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El mudito
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—Has regresado de la ciudad con tantas malas ideas
—reprochaba la mujer.
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podía imaginar cómo lograba atraerlos. La verdad es que
los chicos lo buscaban y hacían lo que él les mandaba a
hacer, mediante señas de las más originales.
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El cocacho mortal
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Su mujer, doña Tiburcia, tenía siete hijos, de algo
más de un año el menor y de quince el mayor. Los
niños permanecieron sin comer algunos días. Estaban
hambrientos. Apenas llegó el marido, apresuradamente
cocinó en la olla más grande mazamorra de harina de
maíz, que el marido molió en la qhona o moledora de
piedra.
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Y doña Tiburcia volvió a prender el fuego y empezó
a cocinar.
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La viruela
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Después de algunas semanas, los hombres más viejos
de las pocas familias que quedaron se reunieron un día y
parlamentaron sobre lo que podía hacerse:
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—Yo creo que podemos hacer entonces dos cosas.
Primero pagaremos a la tierra, a los achachilas, y luego
iremos a la ciudad a ver si podemos conseguir esas
vacunas que dice Qahuana —terció Condori.
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Cerca de medianoche, después de una nueva consulta
en las hojas de la coca, procedió el yatiri. Los mayores de
los presentes la sostenían por las cuatro patas. Extrajo
las vísceras y las observó con mística atención, luego
declaró:
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Y los connotados sobrevivientes volvieron henchidos
de esperanza con la noticia a su ayllu; pero el vacunador
y el sanitario llegaron tarde.
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La tos de la costa
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Su mujer siguió la prescripción. Le suministraba
los mates, le preparaba sendas ollas de mazamorra y se
prestó una burra con cría para ordeñar la leche, pero el
enfermo apenas comía, no tenía apetito.
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—Paquito, ahora, como el más grandecito, tú vas a ser
el padre de la casa. Vamos a trabajar duro las chacritas
para tener cosechas y vivir de algún modo —le dijo la
madre al hijo mayor que apenas tenía seis años de edad.
—Sí, mamá.
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La loca
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como no podía quedarse plantado, decidió pasar, confiado
en la fortaleza del animal que montaba. Entró lentamente
y en un momento dado, como si la mula perdiera piso,
se hundió completamente. Las aguas habían horadado el
lecho del río, y Qahuana no pudo contenerse, sintió que
todo daba vueltas en torno suyo y fue tumbado por la
corriente. Estaba solo, no había nadie que lo auxiliara,
y ambos, jinete y mula, fueron irremediablemente
arrastrados. Unos metros más abajo del camino, la mula
logró salir, pero Qahuana desapareció.
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Una mañana otro khipo se encargó de recoger a los
niños y, sin dar mayor explicación que cumplía una
orden del patrón, se los llevó. Los niños partieron como
animalitos domesticados, dos a pie, detrás del khipo, y
uno en la grupa del caballo.
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La soga
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—¡Pero si estaba botada en el suelo, mamita! —dijo
el niño.
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El niño obedeció a su madre, puso la soga en el sitio,
incluso en la misma forma como la encontró. Y mirando
a su madre, insistió tímidamente.
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El «daño»
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El «daño» era un tributo personal que la municipalidad
del distrito había establecido para incrementar sus
exiguos ingresos, ya que el centralismo limeño absorbía
los fondos de los pueblos, dejando estos abandonados a
su propia suerte, sin renta alguna. Pero resultaba oneroso
muy especialmente para la gente campesina, pues
consistía en que todos los habitantes de la jurisdicción
distrital debían pagar a la municipalidad dos soles
anualmente, por el supuesto daño que causaban sus
ganados, los tuvieran o no.
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—No hay dos soles, señor; mi marido se ha llevado
toda la plata para defender su pleito —explicó la mujer,
suplicante.
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La chita era como su hermana, ya que no tenía
hermanos. Con ella había lactado de los mismos pezones
de su tía, que con la leche de sus senos le ayudó a criar a
la chita. La quería entrañablemente.
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El niño quedó mirando en silencio, lleno de rabia con
los labios apretados la pérdida. Un sentimiento de odio
brotó desde lo más hondo de su ancestro, sufrido durante
siglos de esclavismo, y concibió la idea de vengarse algún
día... en un levantamiento.
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La qantuta
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—A mí también me contaba mi abuela. Decía que una
chica bonita como tú, hija de nuestros antepasados, fue
raptada por el zorro, convertido en un huayna, guapo y
fuerte, que se la llevó a su guarida. Los padres se quejaron
al cóndor. Y este voló a rescatarla. Pero llegó tarde porque
el zorro ya la había devorado. El cóndor logró arrebatar al
zorro los restos del cuerpo aún sangrante de la pequeña.
La llevó a su casa en rápido vuelo y se posó en un árbol
como este, sobre cuyas ramas salpicó la sangre de la niña,
transformándose en lindas flores. Por eso estos árboles
tienen bellas flores rojas como las que estás mirando.
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—¿Por eso bajará del cerro a comerse las ovejas,
abuela?
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El achachila
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—Nos hizo nuestro dios que es el sol. Cuentan
que mezcló el siguayro, el llampu y la qoa; las grasas
procedentes de minerales, animales y plantas, las amasó
y las calentó con fuego, hasta que las grasas despidieron
blancas y densas espirales de humo que se esfumaron. El
humo se convirtió en piedra al enfriarse, y tomó la forma
del hombre. El sol le besó con sus rayos y le dio vida. Ese
fue el primer hombre. Nosotros somos sus descendientes.
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parecen dioses momificados en actitud hierática,
eterna. Y también comprendió que la mayoría de edad
es condición de autoridad a quien hay que respetar y
obedecer. Así lo hará él, así lo hacen todos, hombres y
mujeres en la comunidad y así lo hicieron siempre desde
tiempos inmemoriales.
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Mara anata
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Petita, la madre, vestía a Malica con sus primeras
polleras de mujer, hechas de bayeta roja y verde y su jubón
negro orillado con grecas de colores. Y don Mariano
hacía lo mismo con su hijo, poniéndole los primeros
pantalones y su chamarra de jerga negra. Hasta entonces,
ambos niños habían vestido solo con faldellines y camisa.
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Terminada esta tarea, Petita vació en una gran incuña
el abundante fiambre que había preparado de chuño y
papas con vértebras de lomo de cordero y se lo cargó en
su lliclla de colores.
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Voces nativas
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19. Chajchar. Masticar coca (quechua).
20. Chhega. Ala.
21. Chilligua. Paja.
22. Chiti imilla. Niña enana.
23. Chijma. Cabecera.
24. Chijchipa. Hierba que sirve de condimento.
25. Chojjchi. Caballo farruto.
26. Chullu. Gorro.
27. Chujlla. Cabaña.
28. Chua. Plato.
29. Chuspa. Talego.
30. Chupiqhatu. Venta de chupe.
31. Chuco. Manta con que se cubre la mujer.
32. Chujchu. Terciana.
33. Chupendera. La vendedora de chupe.
34. Chupe. Comida típica indígena.
35. Chuño phuti. Chuño sancochado.
36. Hualaycho. Joven bohemio.
37. Huayna. Joven.
38. Huahua. Criatura.
39. Huaycha. Hierba que se usa como condimento.
40. Huatacay. Hierba que se usa como condimento.
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41. Huahuita. Criaturita.
42. Huayaqa. Talego para llevar el fiambre al campo.
43. Imilla. Niña.
44. Isttalla. Pequeña servilleta para llevar coca.
45. Incuña. Servilleta.
46. Jacha uta. Cuarto grande.
47. Jalagata. Caído.
48. Jarilla. Hierba medicinal para la tos.
49. Jilaqata. Autoridad mayor.
50. Kintu. Hojas de coca para pagar a la ticrra.
51. Khipu. Hombre que hace papel de postillón.
52. Lari. Consuegra.
53. Linlicha. Joven graciosa.
54. Llamppu. Sebo de llama.
55. Llijlla. Manta para cargar (quechua).
56. Llujta. Preparado de ceniza de tallo de quinua para
mascar con coca.
57. Machamara. Año de malas cosechas.
58. Mechachua. Candelero.
59. Misti. Mestizo.
60. Pachamama. Madre Tierra.
61. Paqo. Adivino.
140
62. Patati. Poyo para dormir.
63. Pa qala. Dos piedras.
64. Peqaña. Moledora de piedra.
65. Ppia. Agujero.
66. Phistuna. Faldellín de mujer (quechua).
67. Pinco-pinco. Hierba para males del aparato urinario.
68. Pijcho. Coca masticada (quechua).
69. Phiscunta. Sobar.
70. Pongo. Servicio doméstico de las fincas.
71. Puquial. De puquio o pozo, castellanizado.
72. Phullu. Manta para cubrir la espalda de la mujer.
73. Qamaña. Cerco semicircular donde se ubican los
pastores.
74. Qantuta. Árbol con bellas flores rojas en campanilla.
75. Qatati. Arrastrar.
76. Qaito. Hilo de lana.
77. Qara-qara. Cuero pelado.
78. Qara-uma. Cabeza pelada (quechua).
79. Qariche. Niño engreído.
80. Qatahui api. Mazamorra de quinua.
81. Qenqo. Lugar a donde se supone salieron Manco
Cápac y Mama Ocllo.
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82. Qepi. Atado.
83. Quirquincho. Charango con caja de armadillo.
84. Qolli. Árbol típico de los Andes.
85. Qoa. Planta recinosa.
86. Qolti. Cabellos apelmazados.
87. Qollpa. Salitre.
88. Qolliri. Curandero.
89. Qota Pampa. Pampa del Lago.
90. Qhona. Moledora de piedra de dos piezas.
91. Sallihua. Hierba con flores amarillas.
92. Sajra. Diablo.
93. Sirvinacuy. Prueba prematrimonial (quechua).
94. Sisquito. Francisquito.
95. Sutuma. Hierba medicinal para las vías urinarias.
96. Tahuaqo. Mujer joven.
97. Tata. Padre.
98. Thalanta. Sacudir.
99. Templa. Copita de pisco.
100. Ttojjo. Ventana.
101. Ttola. Hierba leñosa y resinosa.
102. Tunuhuaya. Lugar.
103. Tunuhuiri. Lugar.
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104. Yatiri. Sabio.
105. Yagallito. Niñito.
106. Yoqalla. Niño.
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Índice
Presentación 04
Prólogo09
Idilio pastoril 17
El ensayo de la Cullahua 21
Sirvinacuy34
El fruto de sirvinacuy 38
Chiti-imilla43
El hijo de la fiesta 48
El parto de la Antuca 53
La chijma 62
El «Anchancho»66
El ala para volar 70
El niño «ojeado» 74
El «rutuchi»77
La máscara 82
La cuna de tierra 86
El niño «catjata» 90
El chupiqhatu93
El corazón volteado 97
El mudito 105
La viruela 111
La loca 119
La soga 122
El «daño» 125
La qantuta130
El achachila133
En el año 2021 se cumplieron 110 años del nacimiento del maestro y escritor del altiplano
José Portugal Catacora (13/02/1911-21/03/1998). Descendiente de una familia aymara de
larga tradición en el pueblo de Acora, Puno, el autor formó parte de las primeras promociones
de la Escuela Normal de Puno, desplegando, junto con los maestros de su generación, una
notable actividad educativa, cultural e institucional en un período de singular desarrollo de
la educación en Puno, luego de que las movilizaciones campesinas en demanda de educación
obligaron al Estado a instalar escuelas en el campo.
Inició su vida profesional en Ayaviri, Melgar, donde fundó la revista El Educador Andino
(1932) y promovió la organización del Sindicato de Maestros (1933). Posteriormente, enseñó
en el Colegio San Carlos de Puno. Participó en la creación de los Núcleos Rurales Campesinos,
experiencia educativa peruano boliviana establecida en la Conferencia de Huarisata (1945), a
la que asistió como parte de la delegación peruana, y se encargó luego de la capacitación de
maestros de ambos países.
Sus primeros libros para y sobre niños lo ubican entre los fundadores de la literatura infantil
en el Perú, con Niños del Kollao (1937) y otros textos. Recuperó las leyendas y mitos andinos
como medio para hacer una literatura orientada a fortalecer la identidad nacional y regional.
Así, contribuyó al conocimiento del mundo y el niño andino con libros como Puno tierra
de leyenda (1952), El cuento puneño (1955), Danzas y bailes del altiplano (1981), Niños del
altiplano (1976) y El niño indígena (1988).