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Historia de la cultura peruana La cultura peruana en el siglo XIX Nelson Manrique extincién del tributo que habia colocado a los indios en calidad de vasallos, y la abolicién de la esclavitud que por siglos habia estig- matizado a negros, zambos y mulatos. Los oftecimientos del dis- curso de la independencia para estos sectores sociales recién vinie~ ron a cumplirse treinta afios después. El paso del proyecto escrito a su aplicacién real habia tardado casi medio siglo. ter de la cultura peruana durante el siglo XIX debiera definirse con una palabra el caracter de la cultura peruana te el siglo XIX, esta palabra seria fragmentacién. En efecto, mas ‘que wna cultura peruana, a lo largo de la centuria coexistieron diver- ‘$08 complejos culturales, no sélo distintos sino enfrentados entre si. Por otra parte, la fragmentacién de la cultura peruana a lo largo del siglo XIX fue el resultado de la propia fragmentacién de la so- ciedad peruana. Una profunda fractura social cuyo punto de par- tida fue la escisién entre los criollos fundadores de la Repiiblica y a poblacién indigena, que constituia la inmensa mayoria del pais. La razén de esta escisién originaria fue agudamente sefialada por el historiador briténico Benedict Anderson, en su clisico estudio acerca de la constitucién de la idea nacional y el nacionalismo. El problema se planted ya en la propia guerra de la independencia la- tinoamericana: los criollos que encabezaron la gesta emancipadora eran mucho mis parecidos a los espafioles peninsulares con quie- nes iban a romper que a los indigenas que constituian la inmensa mayoria de la poblacién de aquellos paises donde se proponian construir los flamantes estados nacionales. En efecto, los criollos se sentian identificados culturalmente con Es- pafia (la “Madre Patria”) desde la definicién de su propia identidad: 370 an Historia de la cultura peruana espafioles americanos. No es accidental que Juan Pablo Vizcardo y Guzman, el ideslogo que sentaria las bases sobre las que se construi- ria la emergente identidad criolla, titulara a su célebre epistola “Car- ta a los espafioles americanos”. El término criollo era originalmente peyorativo, y sdlo a través de un complejo proceso de depuracién terminaria convirtiéndose en una sefa de identidad orgullosamente autoasumida’. Nada separaba ni étnica, ni racial, ni culturalmente a un criollo de un espafiol peninsular. En efecto: comian, vestian y se divertian de la misma manera. Compartian el mismo idioma y las mismas creen- cias religiosas. Leian a los mismos autores y ética y estéticamente sus opciones eran semejantes. Por algo los criollos eran, finalmente, hijos de los espafioles peninsulares. En cambio, un abismo separaba a los criollos de los pobladores originarios de América. Muy poco podia encontrarse en comin, mas allé de habitar el mismo territo- rio, entre un criollo limefio y un indio del altiplano collavino, un ayacuchano 0 un cuzquefio: hablaban diferentes lenguas, vestian distinta vestimenta, tenian otras costumbres, alimentos, diversiones, creencias religiosas y, més profundamente, distintas cosmovisiones. Pero era con estos ores, diferentes, con quienes los criollos naciona- listas debian constituir una nacién, rompiendo en el camino con aquellos de quienes descendian biolégica y culturalmente. La proximidad cultural de los criollos con los miembros de la so- ciedad colonial con la que debian romper y el insalvable abismo que los separaba de la poblacién indigena con 1a que pretendian constituir las nuevas replicas los colocaba en una posicién ambi- gua y ambivalente, que fue planteada descarnadamente por Simén Bolivar en la fundacional Carta de Jamaica (1815): TActualmente sucede algo similar con el término cholo, que, de un uso inicialmente peyorativo, va convirtiéndose en una sefia de identidad que quizis luego serd reivin- dicado. 372 NELSON MANRIQUE “No somos [los criollos] indios ni europeos, sino una especie ‘media entre los legitimos propietarios del pais y los usurpadores esparioles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimien- 10, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar és- tos a los del pais y que mantenernos en él contra la invasion de los invasores; asi, nos hallamos en caso mas extraordinario y complicado”. Muchos de los criollos que encabezaron la guerra de la indepen- dencia habian intentado, antes de optar por la rebelién, ganarse un. Tugar en la corte de Madrid y obtener un reconocimiento social que se les negaba por la simple y desgraciada circunstancia de no haber nacido en la peninsula ibérica. Lo hicieron Bolivar y San ‘Martin, y este iltimo llegé inclusive a combatir bajo las banderas del rey, antes de convertirse en uno de los dirigentes méximos de la insurreccién independentista. El sentido comin racista Si ésta era la posicién de los lideres de la rebelién contra Espaiia, la de los criollos peruanos, y peor atin la de los del comin, era in- cluso mas tradicional. Para ellos la dominacién que pretendian organizar reposaba sobre la misma fuente de legitimidad que aquella invocada por los espafioles peninsulares a lo largo del pe- iodo colonial: la ideologia racista antiindigena’. No se trataba de reivindicar simplemente la superioridad cultural de los descen- dientes de los conquistadores sobre los conquistados, como fuen- te de la legitimidad de su dominacién. Lo decisivo era la cons- ciencia de la existencia de una desigualdad biolégica entre ambos, que hacia a los primeros superiores a los segundos. Este horizon- te mental presidiria la lucha por la independencia, al margen de las transformaciones que la realidad impuso a los alineamientos politicos en los cuales los criollos se inscribian, Nuevamente, la Para una explicacién de los origenes de esta ideologia, véase Manrique 1993, 373 Historia de ta cultura peruana “Carta de Jamaica” de Bolivar puede ilustrar 1a imagen que los criollos tenian del indi “el indio es de un cardcter tan apacible que sélo desea el reposo -y la soledad: no aspira ni aun a acaudillar su tribu, mucho me- ‘nos a dominar las extraitas:felizmente esta especie de hombres es la que menos reclama la preponderancia; aunque su mimero exceda a la suma de los otros habitantes. Esta parte de la po- blacién americana es una especie de barrera para contener a los otros partidos”. E] indio es reducido por Bolivar al estado de naturaleza. Hay en él una vision més bien paternalista ¢ idealizada, que, por cierto, no ve al indio como un igual con quien compartir un proyecto politi- co conjunto. Se trata mas bien de un ser precivilizado, que, en las visiones més benévolas, espera ser redimido de su condicién bar- bara o salvaje, mientras que para las mas radicales no tiene reden- cion posible y debe ser erradicado, ya sea a través del exterminio puro y simple’, o a través del mestizaje biologico que, al “mejorar la raza”, climine las “taras congénitas” que esta desgraciada raza trae como fatal patrimonio. Esta seria la posicion mas popular a lo largo del siglo XIX. El racismo construye al objeto de la exclusion racial. El “indio” es el producto de un largo y contradictorio proceso de decantacion de las ideas en torno a la naturaleza de la nacién que se debia construir, y de construccién de las imégenes que las expresarian. Pasaron dos décadas y media desde el temprano discurso de escri- tores como Mariano Melgar, José Joaquin de Olmedo o Faustino Sanchez Carrién, que en la época de la independencia imaginaban sta es una posicién que pocos reivindicarian abiertamente, pero que hasta hace muy poco gozaba de un amplio predicamento en vastos sectores de la sociedad criolla y ‘mestiza, aunque siempre se la enunciaba en privado. amt ee ee eee NELSON MANRIQUE luna nacién que incluyera a los “descendientes de los incas”, hasta Ja formulacién del proyecto que impuso la hegemonia limefia, cuya Mejor exposicién fue el sermén del sacerdote Bartolomé Herrera, ‘del 28 de julio de 1846, por el 25 aniversario de la Independencia. Herrera, el mas liicido exponente de las ideas conservadoras en Pert decimonénico, planted que la expulsién de los espaftoles de- ‘considerarse un paréntesis impuesto por Dios en la obra de unit Ja nacién bajo el catolicismo y la monarquia. Los criollos debian ¢ontinuar la obra de reconstruccién de la identidad nacional, respe- tando su legado hispinico, catélico y monarquico, con un gobierno fuerte asentado en Lima, investido por Dios (es decir, bendecido por la iglesia), con el derecho soberano de dictar leyes para todos, €omo una aristocracia del conocimiento por natura creada. El su- fragio selectivo debia apartar a los indios del voto, puesto que su “incapacidad natural” los hacia inelegibles como ciudadanos', Pero la contestacién de los intelectuales del interior planteaba ob- jeciones que debian rebatirse. La grandeza del imperio de los in- as, que capturé la imaginacién del mundo gracias, entre otras co- sas, a la enorme influencia de los Comentarios Reales del Inca Gar- cilaso de la Vega, planteaba serios interrogantes en torno a la “na- tural incapacidad” de sus descendientes. Se construyeron entonces discursos que conciliaran esa contradiccién manifiesta. Uno afir- mé que los incas eran una raza diferente de la de los indios. Tal fue la explicacién brindada por Sebastian Lorente, un espafiol afinca- do en el Perit, educador y autor de la primera Historia de! Peri, quien estaba convencido, ademas, de que la potencia genésica de la poblacién europea terminaria por “blanquear” definitivamente al Pera, asi que se difundiese el mestizaje biolégico*. SPOOLE, Deborah: Vision, race, and modernity. visual economy of the Andean Image World, Princeton, 1997, pp. 147-149. S MENDEZ, Cecilia: Incas Si, indios No: Apuntes para el estudio del nacionalismo criollo en el Peri, Lima, 1993, 375 Historia de la cultura peruana Esta vision planteaba un problema decisivo, derivado del enorme peso demogrifico de la fraccién de la poblacién definida como “india” en el Perit a lo largo del siglo XIX: todavia a fines del si- glo XIX Manuel Gonzalez Prada consideraba que los indios cons- tituian mas del 90% de la poblacién: un pais formado por tres mi- llones de indios que habitaban al otro lado de 1a cordillera, enfren- tados a doscientos mil “encastados” (es decir, blancos y mestizos), habitantes de la franja litoral. Pero era esa pequefia minoria, que no Hegaba a la décima parte de la poblacién, la que se arrogaba la condicién de ciudadanos, con derecho de integrar a los demés: a esos indios que, a pesar de representar mas de las nueve décimas partes de la poblacién, no formaban parte de ella, y que debian ser “integrados” a ella por la minoria que se sentia la encarnacién misma de la nacién. Las ideologias racistas permearon, pues, los diversos proyectos de construccién de la nacién elaborados en el siglo XIX. En sus ras- 08 esenciales, los intelectuales orgénicos de la oligarquia veian al Peri como un “pais vacio”, puesto que no se consideraba peruana a la poblacién nativa. Aun a fines del siglo XIX, “desarrollo nacio- nal” era sinénimo de inmigracién, y ésta de importacién de pobla- cién europea, como lo consigna la Ley de Inmigracién de 1893 en su articulo primero. Para los mas progresistas entre los idedlogos criollos, en fin, se trataba de redimir al indio por medio de la edu- cacién, entendida directamente como Ia desindigenizacién: la re- dencién del indio —como diria el antropélogo mexicano Guiller- mo Bonfil Batalla— a través de su climinacién’. Este sentido co- min mantendria una enorme fuerza aun durante el siglo siguien- te y alcanzé una de sus mas descarnadas formulaciones en un es- © MANRIQUE, Nelson: Mercado interno y regiin. La sierra central 1820-1930, Lima, 1987, p. 240. ‘7BONFIL BATALLA, Guillermo: México profinda, Una civilizacion negada, México DF, 1989. 376. NELSON MANRIQUE erito de Alejandro O. Deustua, uno de los prohombres creadores dlel sistema educativo peruano: “E] Pera debe su desgracia a esa ra- a indigena, que ha llegado, en su disolucién psiquica, a obtener la idez bioldgica de los seres que han cerrado definitivamente su lo de evolucién y que no han podido transmitir al mestizaje las ides propias de razas en el periodo de su progreso [...]. El in- no es ni puede ser sino una maquina”’. herencia colonial Los criollos herederos del poder de la declinante potencia hispa- a consideraban parte de esta “herencia” las estructuras de poder que encuadraban a las poblaciones indigenas y aseguraban la ex- plotacin del excedente ccondmico que ellas generaban, Para el comin de los criollos la cuestién se planteaba en términos no de desmontar los mecanismos de poder antes usufructuados por la corona espafiola y la burocracia colonial sino de cémo apropiar- se de ellos. Una transferencia del poder sin modificar las estruc- turas coloniales vigentes en el interior. Una revolucién politica sin revolucién social. “los revolucionarios —escribe Tulio Halperin Donghi— no se sionten rebeldes, sino herederos de un poder caido, probable- ‘mente para siempre: no hay razén alguna para que marquen disidencias frente a ese patrimonio politico administrativo que ahora consideran suyo y al que entienden hacer servi para sus fines” (Halperin Donghi 1970: 90). No es, por eso, extraiio que la posicién de los criollos comprometidos en la lucha por la independencia fuera profundamente ambivalente. Riva Agiicro, el primer presidente peruano, fue declarado traidor por Bolivar y casi fusilado por el entonces sargento mayor Ramén Casti- Ila, cuando se le descubrié buscando un arreglo negociado con las SDEUSTUA, Alejandro O.: La eultura nacional, Lima, 1937, a Historia de la cultura peruana fuerzas coloniales a espaldas del comando patriota, y el segundo pre- sidente, Torre Tagle, terminé refugiado en la fortaleza del Real Feli- pe, acogido por las ultimas fuerzas realistas: “yo, convencido de la ca- nalla que constituye la patria —anoté en un papel destinado a la ela- boracién de un manifiesto que propiciaba la unién de peruanos y es- pafioles contra Bolivar— he resuelto en mi corazén ser tan espaiiol como [el rey] D. Fernando”. Como Basadre ha anotado certeramen- te, los espaiioles no eran vistos por los criollos peruanos como los ad- versarios irremediables en una guerra internacional sino como un bando en una guerra civil, en la que podian tomar uno u otro parti- do (Basadre I, 1983: 52-53). La herencia colonial no era, pues, slo ‘una cuestién de persistencia de las estructuras coloniales de encua- dramiento de la poblacién indigena. Mas profundamente suponia la ‘existencia de un sujeto social que encarnaba esa persistencia: los es- pajioles americanos, que se sentian la encarnacién de la nacién y eran profundamente ajenos a la inmensa mayoria del pais. Asi, culturalmente, el pais, escindido entre una cultura dominante, que continuaba las pautas heredadas de la “Madre Patria”, no sélo se sentia ajeno a Jas culturas originarias sino simple y Hanamente les negaba la condicién de “cultura”. Lo indigena era la no-cultura, el estado de barbaric, que debia superarse por la via de la “civiliza- cin”. “Elevar” al indigena de su triste condicién de precivilizado era la misién esencial por cumplir. La politica cultural del estado, ante todo, debia ser una accion eminentemente civilizadora. Las mujeres y el nacimiento de la novela peruana Dentro de un panorama cultural caracterizado por lo que José Carlos Mariétegui definié —refiriéndose a la literatura peruana— como un cardcter colonial, el indigenismo literario constituye un ca- 30 excepcional, Su creadora, Clorinda Matto de Turner, pertenece a un periodo extraordinario de florecimiento de una literatura creada por mujeres, las forjadoras de la novelistica peruana. 378 NELSON MANRIQUE La sociedad limefia de la segunda mitad del siglo XIX habia crea- do, en alguna medida, las condiciones que hacian esto posible. Por ‘tina parte, existia una activa vida intelectual en la Lima finisecular, mada por veladas literarias que con éxito habianse convertido, sde una década atras, en centros de discusién de las nuevas » de estimulo para los creadores, tanto los noveles cuanto los agrados, de presentacién de las nuevas obras y de circulacién ‘de las novedades ideol6gicas importadas de allende los mares. En visperas de la guerra con Chile, la tertulia literaria de Juana Manuela Gorriti, una vigorosa escritora argentina radicada en el Pera, cumplia un papel decisivo de animacién cultural en la capi- tal. Alli recibié Clorinda Matto su coronacién literaria, durante un ‘corto viaje realizado con su esposo a Lima, en febrero de 1877, con Japresencia de lo mas graneado de la intelectualidad capitalina: Ri cardo Palma, Mercedes Cabello de Carbonera, Acisclo Villarin, Abelardo Gamarra, la citada J. M. Gorriti, para slo nombrar a los mis conocidos. Luego de su definitivo traslado a Lima, en 1886, Clorinda Matto se incorporé al Ateneo de Lima, y entre las dos asociaciones rivales en las que estaban divididos los literatos en la posguerra —el Club Li- terario y el Circulo Literario— opté por este iiltimo, al que también estaba afiliada Mercedes Cabello de Carbonera, la otra gran funda- dora de la novelistica peruana, y que presidia Manuel Gonzalez Prada, quien habia fijado a su institucién la meta de “convertirse en l partido radical de nuestra literatura”. Un afi después, siendo una figura literaria plenamente reconocida, Clorinda Matto organi- 26 también un saldn literario en su casa. Para entonces todas las re- vistas literarias acogian su produccién, y fue nombrada directora de Ja revista El Peni Mustrado, “la més alta tribuna literaria de Lima” 8 SANCHEZ, Luis Alberto: La literatura peruana. Derrotero para una historia cultural del ‘Pens tI, Ediciones de Ediventas S. A., Lima, 1965, p. 1, 108, 379 Historia de la cultura peruana No se registra en nuestra historia literaria —ha escrito Luis Alberto Sinchez— caso de tan répido triunfo de una escritora provinciana hasta que aparece Clorinda Matto”. Pero el ambiente intelectual limeiio no era importante sélo por la presencia de revistas, asociaciones y animados circulos de debate literario. La debacle de la guerra con Chile provocé la primera reaccién de critica orgénica contra el orden social sobre el que se habia fundado la Republica; la obra de Manuel Gonzilez Prada, su célebre discurso del Teatro Politeama, que terminaba con la la~ pidaria sentencia “jLos viejos a la tumba y los jévenes a la obra!”, data de 1888. En el mismo discurso se encuentra una crucial pro- posicién, que fundaria una perspectiva radicalmente nueva en el planteamiento de la cuestién nacional en el Pert: “no forman el verdadero Perit las agrupaciones de criollos y extranjeros que ha- bitan la faja de tierra situada entre el Pacifico y los Andes; la na- cién esta formada por la muchedumbre de indios diseminados en la banda oriental de la cordillera”"!. Aunque en este texto !a alter- nativa de “redencién” de la raza indigena esta formulada en térmi- nos de su salvacién via la educacién (perspectiva que suscribe también la novela de Clorinda Matto), en el ensayo “Nuestros in- dios”, incluido en la segunda edicién de Horas de lucha, de 1904, que es seftalado, con justicia, como el punto de partida para el de- finitivo replanteamiento de la cuestién en su acepcién moderna, se sefialara certeramente la naturaleza socio-politica del problema. Como Mariatcgui lo evidenciard, 1a obra de Gonzalez Prada mar- caria el inicio de una nueva etapa en la historia de la literatura pe- ruana: su periodo cosmopolita. Hay consenso entre los criticos res- pecto de la honda influencia que tuvo Gonzélez Prada sobre la produccién literaria de Clorinda Matto. WTbidem, MGONZALES PRADA, Manuel: Pajinas Libres, Ediciones PEISA, Lima, Vf, p. 65. 380 rrr NELSON MANRIQUE No basta, sin embargo, con el fermento de nuevas ideas para que luna literatura florezca; se necesitan, también, lectores. Existia un dinamico mercado para los nuevos libros en Lima. Ello explica a Aves sin nido siguieran después otras dos novelas de Clorin- Matto: indole (1890) y Herencia (1895), asi como una abundan- produccién ensayistica, en la que la escritora se aventuré por los inios de la biografia histérica, las tradiciones en la linea de Palma —quien fue su padrino literario en el género y que genero- ‘samente la consideraba “su mejor discipula”—, apuntes de viaje € incluso 1a creacién de una obra teatral: Himace Stomac. Pero atin més extraordinario es que, por la misma época, el grue- $0 de la produccién novelistica peruana fuera obra de mujeres, cu- ‘a gravitacién intelectual era grande. Mercedes Cabello de Carbo- nera, por ejemplo, de produccién contempornea a la de Clorinda ‘Matto, ha sido sefialada por Luis Alberto Sénchez como la funda- dora de la novela realista peruana; en su obra abordé dominante- __ mente temas urbanos y politicos. Ella publicé cinco novelas entre 1886 y 1892. La Lima de la iiltima década del XIX era una sociedad extrata y apasionante: una capital profundamente traumatizada por la derro- ta en la guerra con Chile y la ulterior ocupacién de la capital por las fuerzas invasoras durante tres afios; hundida por la crisis econémi- cay el colapso de las finanzas publicas, derivado del conflicto inter- nacional y la guerra civil que le siguié, donde los derechos civiles eran continuamente conculcados por el Segundo Militarismo —el de Andrés Avelino Caceres y los hombres de La Brefia—, y donde las mujeres no tenian derechos reconocides, salvo el de cuidar del hogar —“su dominio natural”—, donde debian ejercer su santa mision, la de velar por la crianza de los hijos y la honra y el bienes- tar del marido. Pero también una sociedad donde algunas mujeres excepcionales legaron a alcanzar tan determinante influencia in- 381 Historia de la cultura peruana telectual, que se proyectara més alld de Lima: en 1892 se publicé, en Arequipa, Jorge o el hijo del pueblo, novela de Maria Nieves Bus- tamante, inspirada en el levantamiento de Arequipa de 1856-58 contra Castilla, y un aio después Margarita Praxedes Mutioz publi- caria en Santiago la “novela sociolégica” La evolucion de Paulina, una exposicién razonada de la doctrina comtiana" Sin embargo, el precio que las precursoras literarias debieron pa- gar fue muy elevado: Clorinda Matto la excomunién y el final exi- lio, mientras que la sistematica persecucién y los ataques que su- fri Mercedes Cabello jugaron un papel determinante en el desa- rrollo de su progresiva locura y el triste abandono en que terminé sus dias, confinada en un manicomio. La cultura nacional, una tarea por realizar &n qué medida se puede hablar de una cultura nacional peruana en el siglo XIX? Antonio Gramsci plantea una reflexién importante en torno a la constitucién de las culturas nacionales, que es muy pertinente para abordar el tema propuesto. Segin Gramsci, una cultura nacional est formada por dos com- ponentes bisicos: 1) una amplia base de culturas populares, a las que se conoce también como saberes populares 0, por los elitistas, como conocimiento vulgar. Se trata de ese vasto caudal de conoci- mientos conocidos como mitos, leyendas, cosmovisiones, saberes empiricos, misica folclérica, artesania, etc., elaborados por pro- ductores materiales que, adicionalmente, son productores de cul- tura; 2) Las elaboraciones de los especialistas de la cultura, aque- las personas que, dentro de la divisién social del trabajo, se de- dican a producir cultura: los intelectuales, en su acepcién mas la- ta, Ells se encargan de elaborar a partir de los productos que les TBASADRE, Jorge: Historia de la Repiilica del Per t. VIL, Universitaria. Lima, 1983, p. 267. NELSON MANRIQUE brinda la cultura popular saberes especializados: ciencia, arte, {ecnologia, filosofia, etc. una cultura nacional sélida, la elaboracién erudita, que se pro- partiendo de los productos de la cultura popular, vuelve a su sobre ésta, convertidos en sentido comin, y la enriquece. De manera, existe un movimiento de retroalimentacién gracias al Jos saberes especializados tienen un profundo enraizamiento Ja cultura popular, y ésta, a su vez, es enriquecida por los pro- fos de la cultura erudita. Tal cosa no sucedia en el Perit del si- lo XIX, donde existia un abismo entre los mundos occidental y ino, y las culturas populares andinas no tenian manera de ela~ ¢ como “alta cultura”, debido a la ausencia de especialistas de Ta cultura, intelectuales orginicos andinos. Por otra parte, la cultu- ‘ra de los especialistas de la cultura era ajena a estas culturas popu- Jares, y para existir tenian que “importar” sus temas, géneros y he- tamientas de reflexion. De alli el cardcter alienado, mimético ¢ inauténtico de la cultura peruana, que Augusto Salazar denuncié ico ensayo “La cultura de la dependencia” La creacién de una cultura nacional supone, pues, ante todo, el reconocimiento de la diversidad cultural de nuestra patria. En la medida en que sea posible reconocer que existe igual dignidad en a produccién cultural de los hijos de Occidente y los creadores que aportan la continuidad a nuestras raices culturales origina- tias, podremos contribuir a la integracién nacional, una tarea por realizar.

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