Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ar/cruda-realidad/plata-dulce-tercera-parte
Esta reedición de la dominancia financiera impulsada desde el Estado forma parte del
proceso de restauración del neoliberalismo en América Latina. Uno de sus rasgos más
alarmantes, además de hipotecar el futuro, es el involucramiento de las instituciones top de
las finanzas mundiales oficiales y privadas, entre las que se destacan el Tesoro de Estados
Unidos, cuyo titular visitó oficialmente al país en septiembre de 2016; el Instituto de
Finanzas Internacionales (IIF), poderosa asociación de financistas con sede en Washington,
que celebró su cumbre regional en Buenos Aires en abril de este año sin mucha cobertura
mediática; y el FMI, que no se cansa de elogiar el giro hacia políticas pro mercado, aunque
por las dudas sus proyecciones no derrochan optimismo, y que envió dos altos funcionarios
a la reunión del IIF. Estos datos sugieren que el programa en curso no surge de una
estudiantina trasnochada sino de compromisos en el corazón del poder global estratégico y
corporativo.
La evidencia más notoria del sesgo financiero del modelo económico es la combinación de
deuda creciente, dólar quieto, tasas de interés altas y desregulación de los capitales, que
abren oportunidades de ganancias desde el carry-trade o bicicleta, hasta las ingenierías más
sofisticadas en el arte de hacer dinero con dinero sin arriesgar en el ámbito mercantil. De
eso justamente se trata la financiarización.
Metas de inflación
Establecer la prioridad del objetivo antiinflacionario por encima del crecimiento y del
empleo constituye la base de la política de financiarización, sobre todo si se adopta el
régimen de metas de inflación, como en Argentina, asumiendo por lo tanto que la causa
principal de los aumentos de precios es monetaria. Por ejemplo, el Banco Central (BCRA)
calculó que en 2017 la inflación debe rondar el 12%-17%. Si fuera mayor, como viene
ocurriendo, aumenta la tasa de interés y retira pesos del mercado.
Estas operaciones, realizadas semana tras semana, involucran montos enormes, que escapan
al circuito productivo y van a la especulación remunerada por el Estado a tasas de interés
cada vez mayores a las de los plazos fijos, que si estuvieran en los bancos se podrían
prestar. Para dimensionar el problema, en marzo de 2017 esta deuda del BCRA equivalía a
10 puntos porcentuales del PBI; entre diciembre de 2015 y marzo de este año su monto
creció 160 por ciento, y ya supera la base monetaria y las reservas internacionales.
Esta obsesión de secar el mercado con Lebacs es una fuente de aumento del déficit público,
en este caso cuasifiscal (así se llama el rojo del Banco Central), de deterioro patrimonial de
la entidad y de preocupación sobre qué pasaría si el público avistara una devaluación y
decidiera no renovarlas. En ese caso el modelo pasaría a otra etapa, que por ahora es una
incógnita. El BCRA puede argumentar que esto no le preocupa porque sus reservas
internacionales son altas y tiene poder de fuego para enfrentar una salida súbita de
capitales. Pero las reservas pueden bajar muy rápidamente por una amenaza de devaluación
o de inestabilidad del sistema. Así ocurrió en los gobiernos de Arturo Frondizi, Juan Carlos
Onganía, en la última dictadura y en el tramo final de la gestión de Fernando de la Rúa.
Tras alcanzar picos de acumulación de reservas en 1960, 1968, 1979 y 1999 por ingresos de
capitales para una mezcla de inversión, especulación y deuda, diferente en cada gobierno,
las dudas sobre la capacidad de seguir manteniendo el dólar estático las minaron en poco
tiempo.
La bomba de la deuda
Pagar el mínimo
La caída del salario real y el aumento de las deudas de los hogares, que luchan por llegar a
fin de mes con la tarjeta y comprimiendo el consumo, es otra cara de la financiarización. El
salario real perdió entre 8 y 10 puntos porcentuales en 2016 y continúa declinando, porque
las paritarias cierran por debajo de la inflación en la mayoría de los gremios.
Esto aumenta la deuda de las familias, a tasas de interés altas y ahora desreguladas, como
las de las tarjetas de crédito y los préstamos personales, que oscilaron en 42-45% nominal
anual en 2016 y bajaron este año apenas uno o dos puntos. De hecho, en 2016 la cartera de
consumo aumentó 2,2 puntos porcentuales de participación en el sistema financiero (de
40,5 a 42,7 entre diciembre de 2015 y 2016), al tiempo que aumentaban las dificultades
para pagar estas deudas: la cartera irregular pasó de 2,30 a 2,66% en igual lapso.
El mismo criterio cauteloso aplica para los créditos hipotecarios indexados por inflación. El
atractivo de su largo plazo (hasta 30 años) y la posibilidad de extenderlo si la inflación sube
demasiado la cuota empalidecen en este escenario de compresión salarial y tipo de cambio
contenido, que puede saltar de a poco o no, acelerando la inflación y recortando aun más el
salario, mientras que las tarifas del gas, la electricidad y otros servicios continuarán
aumentando. La idea de desarrollar un mercado de hipotecas securitizadas cuando el crédito
hipotecario alcance cierto desarrollo rememora los mecanismos que llevaron a la crisis de
las subprime en Estados Unidos y países avanzados.
Por cierto, Argentina necesita encontrar soluciones a la falta de viviendas, el déficit es muy
grande, pero estas condiciones son demasiado riesgosas para los compradores de ingresos
medios a los que están destinados los préstamos ajustados por UVA. El proyecto parece
una faceta más de la financiarización que una medida orientada a mejorar el bienestar de la
población. Entre fines de 2015 y 2016 el monto de los préstamos hipotecarios del sistema
financiero aumentó solo 12%, es decir que cayó en términos reales, acorde a la caída de la
construcción residencial.
Lo que sigue
Es difícil imaginar que las mejores cabezas económicas oficiales, con tantas reuniones y
cumbres internacionales, no tengan planes ambiciosos para el futuro. Y también es de
esperar que no se limiten a repetir lo conocido sino que aparezcan algunas innovaciones.
Así ocurrió en los dos ciclos anteriores de financiarización: la dictadura, que sustituyó el
desarrollo basado en la industria y el mercado interno por un modelo rentístico financiero
que produjo una fenomenal concentración de la riqueza; y la convertibilidad, que lanzó al
país a la globalización sin anestesia y agudizó la exclusión social. Argentina fue cobayo del
poder hegemónico en la transición del paradigma keynesiano al neoclásico en los años 70 y
el mejor alumno de las reformas estructurales en los 1990.
Sin embargo, a diferencia de los ciclos anteriores, hoy una parte de la sociedad mira con
preocupación el proceso actual de endeudamiento y especulación financiera porque conoce
cuáles son sus costos y sobre qué sectores recaen, y teme a la violencia económica de la
vida reducida a la supervivencia. Ojalá esta vez sea distinto.