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Resumenes-literatura.

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EvAUde14

Lengua Castellana y Literatura II

1º Prueba de Acceso a la Universidad

EvAU Comunidad de Madrid

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Modernismo y la generación del 98
A finales del siglo XIX, España se encuentra en un periodo marcado por una inestabilidad política causada
por una reciente alternancia de poderes, exacerbada por el Desastre del 98 que afectó en particular a las
clases más bajas. Asimismo, el país se encuentra retrasado respecto a Europa lo que genera una postura
crítica especialmente entre los literatos. Impulsados por Francisco Giner de los Ríos, deciden crear la
Institución libre de Enseñanza, dispuestos a intentar regenerar España renunciando a la política. Estos
comienzos de transición desembocan en dos movimientos ideológicos contemporáneos similares: el
modernismo y noventayochismo. Ambos dan comienzo a la llamada Edad de Plata.
El modernismo, surge en torno al año 1885, aunque es traído por Rubén Darío de Hispanoamérica. Esta
corriente está marcada por un escepticismo que utilizan los autores para evadirse temporal y
espacialmente de la sociedad, con la intención de buscar lo exótico y camuflar la realidad mediante sus
intimismos amorosos. Se genera un interés generalizado por la cultura extranjera, que acabará siendo
muy influyente con el parnasianismo y el simbolismo. Los autores tratan de superar lo nacional con un
enfoque sentimental, y prevalece el enriquecimiento léxico que, con figuras retóricas y cultismos, le
atribuye sonoridad al discurso modernista. Entre los autores de este movimiento destacan figuras como
la de Rubén Darío, al que se reconoce como el precursor con la publicación de su obra Azul, en la que a
través de una perspectiva erótica juvenil reúne la mayoría de características modernistas que mantuvo
también en obras posteriores como Prosas Profanas. No obstante, en libros de poemas como Cantos de
Vida y Esperanza presenta una reflexión y preocupación social más noventayochista. Más tarde, Valle-
Inclán escribe las Sonatas de Estío, Otoño, Primavera e Invierno en las que mezcla la elegancia y
amoralidad con la decadencia nostálgica. Antonio Machado también se adhiere a la estética modernista
con su obra Soledades en la que trata el paso del tiempo (“tempus fugit”) y la devoción religiosa. Del
mismo modo, su hermano Manuel Machado con una combinación sonora de influencias francesas y
colorismo andaluz realiza una poesía intimista, simbolista y sensual en sus obras Alma y Caprichos. Por
último, Juan Ramón Jiménez también siguió la corriente modernista con sus obras: Almas de violeta y
Ninfeas.
Contemporánea al modernismo, es la generación del 98, formada por un grupo de intelectuales que
coincidieron en Madrid y compartieron posturas en cuanto a la preocupación por España. Ellos renuncian
al escapismo modernista y reflejan la realidad sin distorsionar, enfocando su preocupación en el alma
española, simbolizada en la tierra de Castilla. Asimismo, rechazan el preciosismo literario y la complejidad
léxica, que sustituyen por una lengua válida para todos. Algunos de los autores modernistas se desligaron
de su movimiento, formando así el grupo de la generación del 98 o los también llamados
noventayochistas. Es el caso de Valle-Inclán que reconduce su obra hacia una postura más crítica como
podemos ver en Luces de Bohemia, a la que clasifica como esperpento por la mezcla de lo trágico y lo
cómico burlesco. Unamuno, sin embargo, aparece por primera vez en la generación del 98 convirtiéndose
en el líder espiritual de esta. Utiliza un lenguaje sobrio centrado en el contenido de su poesía. Destacó la
creación del género narrativo nivola (Niebla), y algunos ensayos (Vida de Don Quijote y Sancho). Por otro
lado, Pío Baroja es el novelista por excelencia de la generación con sus trilogías: La raza, La lucha por la
vida y Tierra Vasca, en las que aparece la dualidad de la abulia y ataraxia que el mismo sintió durante su
vida. Antonio Machado evolucionó hacia una literatura más intimista y nostálgica de su infancia,
manteniendo la simbología religiosa en especial en Campos de Castilla, donde refleja su preocupación por
España mediante el paisaje castellano que es el máximo protagonista. Para finalizar, Azorín, autor que dio
nombre al grupo, reflexiona sobre el paso del tiempo desde un tono impresionista que destaca en sus
obras: La voluntad, Doña Inés y Castilla. Siendo la última uno de las ensayos más importantes de la
generación del 98, en el cual culmina su percepción del tiempo y analiza los graves problemas de la
realidad española.

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Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Novecentismo y vanguardias
A principios del siglo XX, España se encuentra en un periodo marcado por la decadencia monárquica que
culmina con el golpe de estado de Primo de Rivera en 1923 y la influencia de la Primera Guerra Mundial.
Aunque el gobierno se convierte pronto en una dictadura, se trata de una etapa bastante tranquila y en
general aceptada por los intelectuales. Con la evolución de los autores más jóvenes del momento y la
llegada de los ismos internacionales a España, se desarrolla en literatura el novecentismo y las

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vanguardias.
El novecentismo surge en torno al año 1910, coincidiendo con la fundación del Centro de Estudios
Históricos y la Residencia de Estudiantes. La estética novecentista presenta una gran variedad de rasgos
estéticos y estilísticos innovadores. Destaca la observación serena y distanciadora de la realidad, además
del rechazo y superación de los presupuestos del 98. El arte se concibe como un valor en sí mismo, por lo
que debe ser puro y deshumanizado, de modo que fue representado por los autores desde una postura
antirrealista y antirromántica. Este cambio estético radical, se dirige a una minoría selecta por su estilo
cuidado y pulcro como una fuente de goce intelectual. Aunque se incline hacia una minoría, su intención
final es educar a una mayoría. El autor más importante de la generación del 14 o novecentismo, Ortega y
Gasset, postulaba que para llegar a la mayoría se debía descender a la prensa. Escribió obras como
Meditaciones del Quijote o Ideas sobre la novela en las que anima a experimentar nuevas formas de
novelar, y el conocido ensayo La deshumanización del arte en el que expone el nuevo concepto de arte.
Ramón Pérez de Ayala se identifica mucho con el novecentismo y usa variedad de géneros (A.M.D.G o La
paz del sendero). Ramón Gómez de la Serna no se encasilla tanto, pero todas sus obras presentan un rasgo
común, el humorismo que en ocasiones combina con metáforas (greguerismo). Destacan sus obras:
Azorín y El doctor inverosímil. Por último, Juan Ramón Jiménez, de enigmática personalidad, también
forma parte de este movimiento. Aunque comienza su larga etapa literaria en el modernismo con su
época sensitiva (Ninfeas o Almas de Violeta) y la finaliza en una época verdadera cercana a la generación
del 27 (Dios deseado y deseante o Animal de fondo), también escribe obras novecentistas durante una
periodo intermedio, la época intelectual, como: Estío, El Diario de un poeta recién casado o Eternidades.
La producción de las vanguardias se desarrolla durante los años 20, al final de los cuales la literatura se
comienza a humanizar de nuevo. Se rechazan las normas y el arte se vuelve autónoma, además, de forma
radical la poesía se convierte en el género literario principal. Los autores buscan la impopularidad,
evitando los temas eternos (amor, vida, muerte) y centrándose en lo inexplorado que se divulga mediante
diversos ismos. El futurismo reivindica las realidades modernas y es impulsado por Filipo de T. Marinetti,
el cubismo descompone la realidad para luego recomponerla (G. Apollinaire), el dadaísmo regresa a lo
ilógico de la infancia (Tristan Tzara) y el surrealismo supera la realidad mediante el sueño y el
subconsciente con su mayor teórico, A. Breton. También se desarrollaron en menor medida el
expresionismo y existencialismo. Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y Ortega y Gasset
participan en la consolidación de estos ismos y las vanguardias españolas. La vanguardia española
evoluciona hacia una subjetividad grotesca y absurda, renunciando a la depuración y deshumanización.
Sin embargo, la vanguardia hispana combina varios ismos con una tendencia clasicista, predominando los
elementos futuristas, cubistas y dadaístas. Destacaron las obras con enfoque ultraísta como Imagen de
Gerardo Diego. En general, el género vanguardista más predominante es la poesía (Poeta en Nueva York,
Lorca o Sobre los ángeles, Alberti), aunque también aparecen más tarde novelas importantes y obras
teatrales como El público y Así que pasen cinco años de Federico García Lorca las cuales no tuvieron
demasiado éxito en España.

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Lengua Castellana y Literatu...
Banco de apuntes de la
Generación del 27
La Generación del 27 surgió en un periodo de relativa tranquilidad durante un gobierno dictatorial que
había acabado con la decadencia monárquica de principios de siglo. Esta década permitió experimentar
con nuevas formas artísticas y el desarrollo de la vida cultural, que perduró hasta la alternancia de poderes
a principios de los años 30 que desembocaron en una dramática guerra civil.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
El grupo literario de autores de esa época se denominó Generación del 27, haciendo referencia al
homenaje en el que participaron por el tercer centenario de la muerte de Góngora, poeta andaluz al que
tenían gran admiración entre otros autores clásicos como Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset o Ramón
Gómez de la Serna. Estas influencias cercanas ayudaron a reunir varias características comunes entre los
literatos, las características principales son: la vuelta a la estrofa como signo de modernidad, la pureza en
la poesía, el rechazo teórico al sentimentalismo o la distinción entre la realidad poética y objetiva. Las
corrientes más significativas de este periodo fueron: el neopopularismo, la poesía pura y el surrealismo.
Los autores neopopularistas elaboraron una poesía popular actualizada siendo los más destacados: Lorca,
el cual se centró en lo grave y hondo del alma andaluza con obras como Poema del centro jondo o
Romancero Gitano, y Alberti, que con cierta nostalgia compone obras como Marinero en tierra. La línea
de poesía pura, inaugurada por Juan Ramón Jiménez, fue continuada por algunos autores con un
trasfondo sentimental idealizado como Jorge Guillén (Cántico) o Pedro Salinas (La voz a ti debida y Razón
de amor). Por último, la tendencia surrealista reúne autores de tendencias previas y emergentes figuras.
Lorca, cansado del neopopularismo, escribe el poema elegíaco Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y Poeta
en Nueva York; Alberti escribe Sobre los ángeles durante una profunda crisis personal; Vicente Aleixandre
desarrolla su vertiente surrealista en Sombra del paraíso y Luis Cernuda, durante su etapa surrealista,
escribe Los placeres prohibidos y Un río.
Asimismo, otros autores fueron partícipes de la generación del 27 como: Gerardo Diego (Manual de
espumas), Emilio Prados (Tiempo), Manuel Altolaguirre (Ejemplo) o Miguel Hernández, que trató también
diversos temas y vertientes en obras como El hombre acecha. La llegada de la guerra civil y Segunda
Guerra Mundial, provocaron una indignación y dolor generalizados que se reflejan en Clamor de J. Guillén
y en Hijos de la ira de Dámaso Alonso.

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Teatro hasta 1939
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, el teatro progresivamente se convierte en la disciplina artística
que mejor refleja la sociedad del momento, al ser el género más condicionado por el contexto de la época.
Un periodo extenso marcado por una inestabilidad política inicial que genera una postura crítica entre la
sociedad, desembocando en una etapa bastante tranquila a principios de siglo que permite desarrollar
una gran variedad de obras teatrales hasta la llegada de la guerra civil.
En España se distinguen dos corrientes teatrales significativas: con un estilo más conservador, el apodado
Teatro triunfante, y con un estilo más rompedor, el Teatro innovador. En primer lugar, el Teatro triunfante
optó por mantener factores más costumbristas como se puede apreciar en la alta comedia burguesa de
Benavente, que destacó con obras como Los intereses creados o La malquerida, en las cuales aparece una
sutil crítica social. En la primera década del siglo XX surge el teatro poético que pretende crear una
conciencia nacional, aunque sin mucho éxito. Predomina el drama histórico en verso como La Lola se va
a los puertos de los hermanos Machado. Asimismo, aparece el teatro popular de carácter costumbrista,
en el cual Carlos Arniches recupera el tradicional sainete en el que se niega que exista un problema social,
y mezcla lo cómico, lo sentimental y lo popular de ambiente madrileño en una estructura común (El santo
de la Isidra). Los hermanos Quintero también estilizan el sainete andaluz evitando lo grotesco, y Pedro
Muñoz Seca cultiva la comedia de costumbres sentimental como en La venganza de don Mendo. De forma
paralela a esta primera corriente, se empezó a desarrollar el Teatro innovador, aunque este fue más
minoritario ya que la mayoría de estas obras se estrenaron después de su época. Esta segunda tendencia
se divide en dos momentos diferentes: los dramaturgos del 98, los cuales no lucharon por estrenar y los
dramaturgos del 27, que buscan crear una nueva actitud del público. Unamuno y Valle-Inclán fueron los
referentes principales del teatro del 98, optando el primero por un estilo más clásico y tratando temas
trágicos como la muerte o la inmortalidad (El otro) y evolucionando el segundo en tres etapas distintas:
modernista (El Marqués de Bradomín), transición y esperpento, en el cual desde un registro elevado
deforma la realidad (Luces de Bohemia o Martes de Carnaval). El teatro del 27 supone la renovación del
teatro cómico y depuración del teatro poético, y tiene como propósito acercar el teatro al pueblo. El
mayor impulsor fue F. García Lorca que al igual que Valle-Inclán atraviesa varias etapas dejando desde
obras modernistas (Mariana Pineda) a surrealistas (El público). Finalmente, autores como Jacinto Grau o
Max Aub trasladaron movimientos novecentistas al género teatral político social (El burlador que no se
burla).

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Novela española de 1939 hasta 1974
La novela española a partir de los años 40 se vio directamente influida por las consecuencias de la guerra
civil. El país quedó dividido en dos: los vencedores y los vencidos, teniendo la mayoría de los segundos
que exiliarse, incluyendo conocidos intelectuales. La nueva España fue un país de aislamiento
internacional hasta los años 50, y la cultura literaria durante el régimen estuvo marcada por una estricta
censura que solo comenzó a suavizarse en torno a la década de los sesenta.

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En la década de los cuarenta, el novelista parte de cero al ignorar a la mayoría de precedentes excepto
Baroja, el cual permite que un grupo de escritores conecten con el Realismo del siglo XIX. El testimonio
se enfoca desde la esfera personal, que se traspone a lo social debido a la censura. Entre los restauradores
destacan la obra de Ignacio Agustí (La ceniza fue árbol), la de J. A. Zunzunegui (La vida como es) y la trilogía
sobre la guerra y postguerra de J. Ma Gironella. De forma paralela, da comienzo una nueva tendencia
renovadora, que se caracteriza por obras que tratan de hombres en situaciones extremas. La familia de
Pascual Duarte de C. José Cela es considerada la novela más importante de este periodo al iniciar una
corriente tremendista que incluía los aspectos más sórdidos de la vida. Carmen Laforet escribe su obra
Nada y Miguel Delibes publica La sombra del ciprés es alargada. A comienzos de los años 50, la temática
se centra en el conflicto de la colectividad y evoluciona de lo personal a lo social. Conviven la Generación
del 36 con figuras emergentes, apodados como la generación de medio siglo, liderada por R. Sánchez
Ferlosio, Ana Ma Matute y Carmen Martín Gaite con su exitosa obra Entre visillos. Durante esta década,
predomina el Realismo o novela social, que se caracteriza por su brevedad y sencillez. C. José Cela
consiguió plasmarlo en la obra La colmena, aunque los autores posteriores se orientaron hacia dos
vertientes distintas. El objetivismo optó por evitar la intervención del autor mediante una manifestación
externa sin valoración , como reflejó R. Sánchez Ferlosio en El Jarama. Por otra parte, se publicaron
novelas con mayor intervencionismo de los autores que utilizaron sus obras como vehículo de denuncia
social, destacando la novela de Juan Goytisolo (Duelo en el paraíso) y El camino de Delibes. En la década
de los sesenta, la obra Tiempo de silencio de Luis Martín Santos supuso un punto de inflexión, ya que el
autor no abandona el compromiso, pero realiza un enfoque psicológico lleno de novedades técnicas. Tras
esta obra, termina la tendencia realista y una mayor permisividad en la censura permitió las influencias
extranjeras. Destacan en esta década: Cinco horas con Mario de Delibes, Señas de identidad de Goytisolo
y Volverás a Región de J. Benet.
A partir de 1975 domina la pluralidad de tendencias, condicionadas por un periodo de transición en el
que surgen novelas realistas, y se mantienen las recientes obras experimentales. En los setenta destaca
La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza.

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Teatro del 39 hasta la actualidad
El teatro español a partir de los años 40 se vio directamente influida por las consecuencias de la guerra
civil. El país quedó dividido en dos: los vencedores y los vencidos, teniendo la mayoría de los segundos
que exiliarse, incluyendo conocidos intelectuales. La nueva España fue un país de aislamiento
internacional hasta los años 50, y la cultura literaria durante el régimen estuvo marcada por una estricta
censura que solo comenzó a suavizarse en torno a la década de los sesenta.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
El teatro fue el género más vigilado por la censura al ser el más condicionado por el contexto de la época.
Durante este periodo de guerra se desarrolló el teatro de urgencia revolucionario, comprometido con el
bando republicano. Por otro lado, el teatro burgués sustentaba las ideologías nacionalistas. Ambas
vertientes teatrales prosperaron tanto fuera del país, con autores exiliados como Max Aub (Cara y Cruz)
o Rafael Alberti (Noche de Guerra en el Museo del Prado), como en España, restringidos por la Ley de
Unidad Sindical. Los autores españoles comenzaron a camuflar la crítica mediante la comedia.
Consecuencia de estos cambios y del intento de entretener sin preocupar, fue la creación del Teatro
convencional. En esta corriente evoluciona la comedia burguesa que incrementa sutilmente la crítica
social, en la que J. M.ª Pemán escribe una gran variedad de obras evasivas como Los tres etcéteras de Don
Simón. De forma paralela surge el teatro de humor en el que destacan E. Jardiel Poncela con obras con
elementos inverosímiles como Eloísa está debajo de un almendro o Agua, aceite y gasolina, y Miguel
Mihura con obras con poco éxito como Ninette o Tres sombreros de copa. El teatro español vira
drásticamente con la publicación de Historia de una escalera de Buero Vallejo, en la que mediante un
posibilismo social retrata problemas de la sociedad evitando la censura. De igual manera, A. Sastre utiliza
sus obras como vehículo de transformación social (Escuadra hacia la muerte). En los años 60 el éxito de
la comedia burguesa y de evasión es continuado por Alfonso Paso con obras poético-humorísticas como
Vamos a contar mentiras y el realismo social derivó en distintas tendencias con denuncias inconformistas
como La Fundación de Buero Vallejo o La sangre y la ceniza de A. Sastre. Durante los años 70, surge un
grupo de autores con los mismos objetivos que los realistas, y que plasman su disconformidad con el
sistema político de forma indirecta. Desde la transición, se abandona el realismo y predomina la pluralidad
de tendencias. El teatro de vanguardia con F. Nieve, las muy distas producciones de Fernando Arrabal
(Pic-nic, Oye Patria mi aflicción) y el teatro independiente con grupos teatrales como Els Comediants
fueron los más representativos. A finales del siglo XX y comienzos del XXI destacan autores como:
Sinisterra (¡Ay, Carmela!), Alonso de Santos (Bajarse al moro), Fermín Cabal (¡Vade, retro!) o Fernando
Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano). Asimismo, autores como Bezerra o Juan Mayorga han
intentado conectar con el público joven estas últimas décadas con estilos más conversacionales en obras
como El chico de la última fila del primero y Alberto Conejero del segundo.

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Poesía del 39 hasta la actualidad
La poesía española a partir de los años 40 se vio directamente influida por las consecuencias de la guerra
civil. El país quedó dividido en dos: los vencedores y los vencidos, teniendo la mayoría de los segundos
que exiliarse, incluyendo conocidos intelectuales. La nueva España fue un país de aislamiento
internacional hasta los años 50, y la cultura literaria durante el régimen estuvo marcada por una estricta
censura que solo comenzó a suavizarse en torno a la década de los sesenta.
La poesía a partir de los años 30 había comenzado un proceso de rehumanización, que continua en
distintas direcciones a través de dos corrientes significativas: la poesía arraigada y la poesía desarraigada,
como acuñó D. Alonso. La poesía arraigada la desarrollaron los autores conocidos como garcilasistas,
denominados así por ser su cauce habitual la revista Garcilaso y por tener como referente estético a este
autor clásico. Estos poetas se caracterizaban por su serenidad y coherencia, aspectos que trasladaban a
una poesía de evasión objetiva que contrastaba con la dura realidad española del momento. Destacaron
los autores optimistas como Leopoldo Panero (Escrito a cada instante) o Luis Rosales (Abril). Por otra
parte, surge la poesía desarraigada que se opone al esteticismo arraigado, y desde una perspectiva más
religiosa presenta un enfoque más trágico. Se funda la revista Espadaña, que acoge a algunos
antecedentes como D. Alonso (Hijos de la ira) o V. Aleixandre (Sombra del paraíso), y a poetas más jóvenes
que escriben célebres obras tales como: Nuevos cantos de vida y esperanza (Crémer), Contemplación del
tiempo (Eugenio de Nora), Tierra sin nosotros (José Hierro) o Ángel fieramente humano (Blas de Otero).
Asimismo, las revistas Postismo y Cántico junto al poeta E. de Ory enlazan con tendencias vanguardistas
y recogen corrientes innovadoras. En los años 50, un cierto aperturismo del régimen permite plantear
problemas sociales y abandonar el tono existencial. Durante esta década, cobran protagonismo figuras
como G. Celaya (Cantos íberos), Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), Gloria Fuertes (Antología y
poemas del suburbio) o Ángela Figuera (Belleza cruel). En los años 60, se renueva la poesía social con la
preocupación por la forma y los autores tienden más hacia la subjetividad, entre los que destacan J. Á.
Valente (Poemas a Lázaro), Á. González (Sin esperanza, con convencimiento), Jaime Gil de Biedma
(Moralidades) y Claudio Rodríguez (Conjuros). La publicación de la antología Nueve novísimos poetas
españoles de J. M. Castellet da comienzo a una pluralidad de tendencias y variedad estilística que marcan
la poesía de final del siglo XX y comienzos del siglo XXI. En estas décadas se tratan temas más cotidianos
e intimistas, aunque se mantiene la metapoesía y experimental de mediados de siglo. Las tendencias más
destacadas son la poesía de la experiencia que presenta como rasgo común el tono coloquial, con L. G.
Montero (El jardín extranjero) y Manuel Vilas (Resurrección), y el nuevo erotismo representado por Ana
Rosetti (Llenar tu nombre). Esta última etapa se caracterizó a su vez por la gran participación de
emergentes poetisas como Blanca Andreu, Amparo Amorós y Clara Janés, que junto a Luis Alberto de
Cuenca (Cuaderno de vacaciones) combinaron diversas tendencias. Finalmente, en el nuevo siglo
aparecen curiosos nombre como la Generación Nocilla con Agustín F. Mallo y su obra Carne de píxel.

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Novela española del 75 hasta la actualidad
La novela española a partir del año 1975 cambio de forma drástica can la caída del régimen franquista, ya
que el fin de este periodo supuso la desaparición de la censura, la recuperación de obras expurgadas o
inéditas y un mayor conocimiento de la narrativa extranjera. Desde este momento, el género novelístico
se convirtió en un producto privilegiado de consumo literario rodeado por un amplio mercado y conocidos
galardones o ferias.

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La novela posmoderna, en la que domina un cierto existencialismo, reúne muchos de los recursos
novelísticos del siglo XX. En general, ha tendido a alejarse de lo experimental y el compromiso político, y
mediante la primera o tercera persona los autores han expresado cada uno su visión de la realidad desde
un tono individualista. Asimismo, ha prevalecido el orden lineal y la abundancia de personajes solitarios y
desolados, las cuales tratan una gran variedad de temas como: la guerra civil, la tecnología o el mundo
rural. Respecto a les autores, confluyen cuatro generaciones en este periodo: la Generación del 36, la de
los 50, lo del 68 y la del 75, aunque también surgen nuevas voces. Pertenecientes a estas generaciones
destacan figuras: destacan figuras como: E. Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta, Miguel Espinosa
con la crítica social Escuela de mandarines, Manuel Rivas que escribe obras ambientadas en la guerra civil
como La lengua de las mariposas, Javier Marías que presenta personajes complejos en Todas las almas o
A. M. Molina con sus obras como Beatus ille. Aparecen nuevos autores también como J. Llamazares (La
lluvia amarilla) o Luis Landero (Una historia ridícula). En el nuevo siglo se practica la novela conceptual (A.
F. Mallo), destacan novelas neorruralistas como Intemperie de Jesús Carrasco y Lorenzo Silva desarrolla
las novelas negras y policiacas (El alquimista impaciente). En la última década ha tenido bastante éxito la
novela intimista con algunas obras de Sara Mesa (Un amor) y el relato breve que han impulsado algunos
autores como J. Cercas (Soldados de Salamina) con influencia de autores hispanoamericanos. Finalmente,
han continuado publicando figuras como Almudena Grandes (La madre de Frankenstein) o J. J. Millás (Que
nadie duerma).

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