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Antología Ética

Ética

Antología Educativa

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Antología Ética

Instituto de Educación Digital del Estado de Puebla

La presente antología es fruto de una labor conjunta de la Dirección General,

Dirección Académica y Docentes.

Es para uso educativo y no comercial, la totalidad o parte de esta publicación

puede ser reproducida con la condición de que sean también copiadas las indicaciones de

derecho de autor y las fuentes.


Antología Ética|1

Unidad 2. Consideraciones éticas en la ciencia y la tecnología

Objetivo:

Asumir una actitud dirigente y respetuosa en la toma de decisiones ante los retos

actuales que ofrece la ciencia y la tecnología, que le permita interactuar con la sociedad de

manera proactiva.
Antología Ética|2

2.1 Las implicaciones de la ética y la ciencia

2.1.1 ¿Qué es la ciencia?

Mario Bunge en su obra denominada “La ciencia, su método y su filosofía” define

a la “ciencia", como el conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por

consiguiente falible. Por medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una

reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta. La

ciencia es útil en más de una manera: constituye el fundamento de la tecnología, se la

emplea en la edificación de concepciones del mundo que concuerdan con los hechos y

también contribuye a crear el hábito de adoptar una actitud de libre y valiente examen para

que la gente ponga a prueba sus afirmaciones y argumente correctamente. No menor es la

utilidad que presta la ciencia como fuente de apasionantes rompecabezas filosóficos y

como modelo de la investigación filosófica.

La ciencia es valiosa como herramienta para domar la naturaleza y remodelar la

sociedad; es valiosa en sí misma, como clave para la inteligencia del mundo y del yo y es

eficaz en el enriquecimiento, la disciplina y la liberación de nuestra mente. La ciencia es

ciertamente comunicable; si un cuerpo de conocimiento no es comunicable, entonces por

definición no es científico, pero esto se refiere a los resultados de la investigación, antes

que a las maneras en que éstos se obtienen. La comunicabilidad no implica que el método

científico y las técnicas de las diversas ciencias especiales puedan aprenderse en los libros:

los procedimientos de la investigación se dominan investigando y los meta-científicos

debieran por ello practicarlos antes de emprender su análisis. No se sabe de obra maestra

alguna de la ciencia que no haya sido engendrada por la aplicación consciente y

escrupulosa de las reglas conocidas del método científico; la investigación científica es

practicada en gran parte como un arte, no tanto porque carezca de reglas cuanto porque
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algunas de ellas se dan por sabidas y tampoco porque requiera una intuición innata, sino

porque exige una gran variedad de disposiciones intelectuales.

Como toda otra experiencia, la investigación puede ser comprendida por otros,

pero no es íntegramente transferible; hay que pagar por ella el precio de un gran número

de errores y, por cierto, al contado. Por consiguiente, los escritos sobre el método científico

pueden iluminar el camino de la ciencia, pero no pueden exhibir toda su riqueza y sobre

todo, no son un sustituto de la investigación misma, del mismo modo que ninguna biblioteca

sobre botánica puede reemplazar a la contemplación de la naturaleza, aunque hace posible

que la contemplación sea más provechosa.

2.1.2 El método científico1

Un método es un procedimiento para tratar un conjunto de problemas. Cada clase

de problemas requiere un conjunto de métodos o técnicas especiales. Los problemas del

conocimiento, a diferencia de los del lenguaje o los de la acción, requieren la invención o la

aplicación de procedimientos especiales adecuados para los varios estadios del tratamiento

de los problemas, desde el mero enunciado de éstos hasta el control de las soluciones

propuestas; ejemplos de tales métodos o técnicas especiales de la ciencia son la

triangulación -para la medición de grandes distancias- o el registro y análisis de radiaciones

cerebrales -para la objetivación de estados del cerebro-.

Los pasos principales de la aplicación del método científico

Distinguimos, efectivamente, la siguiente serie ordenada de operaciones:

1. Enunciar preguntas bien formuladas y verosímilmente fecundas.

1 Este subtema se retoma de Bunge (2017) [Nota del editor].


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2. Arbitrar conjeturas, fundadas y contrastables con la experiencia, para contestar

a las preguntas.

3. Derivar consecuencias lógicas de las conjeturas.

4. Arbitrar técnicas para someter las conjeturas a contrastación.

5. Someter a su vez a contrastación estas técnicas para comprobar su relevancia

y la fe que merecen.

6. Llevar a cabo la contrastación e interpretar sus resultados.

7. Estimar la pretensión de verdad de las conjeturas y la fidelidad de las técnicas.

8. Determinar los dominios en los cuales valen las conjeturas y las técnicas y

formular los nuevos problemas originados por la investigación.

El método científico y la finalidad a la cual se aplica -conocimiento objetivo del

mundo- constituyen la entera diferencia que existe entre la ciencia y la no-ciencia. Además,

tanto el método como el objetivo son de interés filosófico; por tanto, resulta injustificable el

pasarlos por alto. Con esto no se trata de ignorar que una metodología tácita pero sana, es

mejor que una metodología explícita y mala. Hay que subrayar esto en unos tiempos como

los nuestros, en los que las revistas de psicología y de sociología dedican muchísimo

espacio a discusiones metodológicas que en el fondo se proponen hallar el mejor

procedimiento para realizar la investigación prohibiendo el uso de conceptos que no se

apliquen directamente a rasgos observables. Frente a prescripciones metodológicas tan

dogmáticas y estériles -además de teoréticamente injustificadas-, lo mejor es tener presente

la que acaso sea la única regla de oro del trabajo del científico: audacia en el conjeturar y

rigurosa prudencia en el someter a contrastación las conjeturas.

Resumiendo, el método científico es un rasgo característico de la ciencia, tanto de

la pura como de la aplicada. Donde no hay método científico no hay ciencia, pero no es ni
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infalible ni autosuficiente. El método científico es falible: puede perfeccionarse mediante la

estimación de los resultados a los que lleva y mediante el análisis directo. Por otro lado, el

método científico tampoco es autosuficiente: no puede operar en un vacío de conocimiento,

sino que requiere algún conocimiento previo que pueda luego reajustarse y elaborarse, y

tiene que complementarse mediante conocimientos especiales adaptados a las

peculiaridades de cada tema.

2.1.3 El valor de la ética en la ciencia2

En la obra “Los valores de la ciencia y el papel de la ética en la ciencia”, Hugh

Lacey sostiene que es muy importante vincular las cuestiones acerca del papel de la ética

en la ciencia, con las cuestiones de los valores incorporados en las prácticas científicas.

Es evidente que la reflexión sobre la ciencia, en cuanto fenómeno social, debe

abordar el hecho de que las aplicaciones del conocimiento científico tienen efectos

colaterales no pretendidos y frecuentemente no anticipados, cuyas consecuencias pueden

ser profundas. Esto suscita una pregunta importante: ¿cuáles deben ser las prioridades de

la investigación científica?

Alguien puede proponer el punto de vista ético, según el cual sería irresponsable

emprender investigaciones capaces de dar pie a aplicaciones tecnológicas (por ejemplo, en

biología molecular), a menos que al mismo tiempo también se emprendan investigaciones

sistemáticas y rigurosas acerca de a) las consecuencias y riesgos ecológicos y sociales de

la implementación de dichas aplicaciones en el largo plazo, y b) acerca de las condiciones

socioeconómicas de dicha implementación. Tal propuesta representaría un punto de vista

ético sobre cómo debe conducirse en la investigación científica y cuáles son sus

2 Se retoma para este subtema el trabajo de Lacey (2008) [Nota del editor].
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prioridades; un punto de vista, por tanto, que no limita la reflexión ética sobre la ciencia, de

acuerdo con la tendencia común a los siguientes tres asuntos:

1. Cuestiones de ética de la investigación que involucran experimentos que utilizan

sujetos humanos y animales y, más generalmente, cuestiones de derechos

humanos que pudieran surgir a partir de las prácticas experimentales.

2. Cuestiones acerca de los beneficios y riesgos de las aplicaciones del

conocimiento científico a corto plazo y sin consideración de su contexto

socioeconómico.

3. Elaboración del ‘ethos científico’, esto es, identificación de las virtudes morales:

honestidad, solidaridad, etc., que supuestamente necesitan cultivarse para

asegurar la integridad de la ciencia.

La ética debe tener influencia en el proceso total de investigación científica. La

propuesta más conocida de la participación de la ética en la ciencia recomienda que en la

misma se respete el Principio de Precaución (PP).

El principio de precaución (PP)

Es obligatorio practicar la precaución respecto de las nuevas aplicaciones

tecnocientíficas en vista de sus riesgos potenciales y permitir un plazo razonable para

realizar y avalar estudios ecológicos, sociales y otros que se muestren pertinentes, antes

de implementar sus aplicaciones; de esta forma, el PP recomienda:

 Cautela de cara a la aplicación tecnológica de resultados científicos bien

confirmados.

 Tomar conciencia de la importancia de emprender la investigación en áreas que

no pueden investigarse adecuadamente utilizando sólo las metodologías de


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investigación que producen el conocimiento que da forma a las innovaciones

tecnocientíficas.

El PP encuentra mucha oposición en las investigaciones científicas

predominantes, precisamente porque admite un papel para la ética en la ciencia que se

extiende más allá de los tres puntos enunciados anteriormente. Se dice frecuentemente que

la adhesión al PP pone límites a la autonomía de la investigación científica, porque

subordina los objetivos o prioridades científicas a los imperativos éticos y, así, debilita la

autonomía conquistada tras la larga lucha que comenzó en el siglo XVII con el conflicto

entre Galileo y la Iglesia.

Esta objeción presupone correctamente que las prácticas de la investigación

científica incorporan ciertos valores; de acuerdo con una larga tradición científica, uno de

esos valores es la autonomía.

Autonomía. Las prácticas científicas son autónomas. Los problemas de

metodología científica y los criterios para avalar el conocimiento científico se encuentran

fuera de la esfera de cualquier perspectiva ética (religiosa, política, social y los valores de

la ciencia y el papel de la ética en la ciencia económica) y no dependen de preferencias

personales. Las prioridades de la investigación, para el emprendimiento científico tomado

como un todo, no deben moldearse por ninguna perspectiva valorativa en particular y las

instituciones científicas deben constituirse de forma que resistan las interferencias externas

(no científicas).

Objetividad. El conocimiento científico es objetivo. Una hipótesis se acepta como

conocimiento científico o una teoría se acepta como bien confirmada, en el momento en

que se juzga que se encuentra bien apoyada por la evidencia empírica disponible, a la luz

de criterios estrictamente cognitivos; por ejemplo, una adecuación empírica, explicación o


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predicción, que no refleje valores sociales y éticos particulares, que ha sido puesta a prueba

en el transcurso de un programa apropiado y riguroso de investigación empírica o

experimental.

Neutralidad. El conocimiento científico y las teorías científicas son neutras. Los

resultados científicos, considerados como un todo, no favorecen a algunas perspectivas

éticas en desmedro de otras, ya sea a través de sus implicaciones lógicas o a través de las

consecuencias concomitantes de sus aplicaciones. En el contexto de la aplicación

tecnológica, la totalidad de las teorías bien establecidas, en principio, pueden servir

equitativamente a los intereses promovidos por un amplio abanico de perspectivas éticas,

esto implica que los resultados científicos pueden usarse al servicio de fines ‘buenos’ o

‘malos’.

La neutralidad robustece la base de la idea de que los resultados científicos

representan un patrimonio de la humanidad y los tres valores en su conjunto constituyen la

base racional del ‘ethos científico’.

2.1.4 Las virtudes del científico3

De acuerdo con el argentino Bernardo Houssay -premio Nobel de medicina-

algunas de las responsabilidades que tiene un investigador son:

1. “Tiene el deber de dedicarse a la ciencia para hallar nuevos conocimientos,

hacerlos adelantar y perfeccionarse.

2. Tiene el deber de dedicarse a la ciencia en su propio país, para elevar su nivel

intelectual y cultural y para lograr el bienestar, la riqueza y la cultura a través de

las tecnologías.

3 El contenido de este subtema se extrae de Schulz (2005) [Nota del editor].


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3. Contribuirá a formar investigadores o técnicos para que prosigan a su vez las

tareas de investigación.

4. Ese adelanto científico básico y aplicado deberá beneficiar a su institución, su

ciudad o provincia y a su país.

5. Ayudará al desarrollo científico de los países menos desarrollados.

6. Debe instruirse, mejorarse, progresar y buscar una posición donde pueda

trabajar bien.

7. Tiene deberes para con los suyos: discípulos, amigos y colegas. Debe

contribuir, aún con sacrificio, al adelanto de su propio país.

8. Debe estrechar las buenas relaciones con los que cultivan la ciencia, y en

especial su propia rama, en su país, las naciones hermanas y en todo el mundo.

Esta estrecha confraternidad sin reticencias entre los científicos, debe ser un

modelo para estrechar la confraternidad y la paz entre todos los hombres.”

Estas palabras muestran una guía de conducta que deberían tener en cuenta los

científicos en su relación con la sociedad.

2.2 Las implicaciones de la ética y la tecnología. La ética y los valores

humanos en el desarrollo tecnocientífico4

Aunque el siglo veinte se inició con una fe casi incondicional en la probidad moral

de la tecnología, la última parte del siglo fue testigo de la emergencia, incluso dentro de la

comunidad tecnocientífica, de una serie de preguntas dirigidas al humanismo tecnológico.

4 El texto de esta subunidad se retoma de Mitcham (2005) [Nota del editor].


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Un poderoso argumento de esta crítica sostenía que el cambio tecnológico

fomentaba una forma de deshumanización, en la medida en que separaba a los seres

humanos de la naturaleza y la tradición, y subordinaba la rica variedad de la experiencia

humana a los cálculos del racionalismo instrumental. Una articulación heredada del siglo

XIX, y especialmente influyente de la tecnología como deshumanizante, se concentraba en

la cuestión de la alienación en la manufactura. Para Karl Marx, la alienación se definía

limitadamente en términos de la pérdida de control por parte de las y los trabajadores sobre

los procesos y los productos de su trabajo, pérdida respaldada por las divisiones

racionalistas del trabajo y la industrialización en gran escala.

La división del trabajo, sin embargo, es sólo un caso especial de la alineación

provocada por los fenómenos de la tecnología desarraigada o arrancada de la cultura.

Antes del período moderno, las técnicas estaban insertas en un mundo de la vida humana,

esto es, plagado de instituciones basadas en convenciones y contraconvenciones. Antes

del siglo XX, el principal sector de empleo era la agricultura; así, la matanza de animales y

el consumo de alimentos estaban insertos en el mundo, es decir, eran parte de antiquísimos

rituales y tabúes religiosos y culturales.

No es correcto, siquiera, describir la relación tradicional como la de fines culturales

que orientan los medios técnicos, pues la distinción entre medios y fines estaba

manifiestamente ausente en la trama de la vida premoderna; cada actividad humana estaba

plegada sobre o implicada en otras, no obstante, con la producción industrial la trama se

destejió, de manera que las distinciones entre medios y fines fueron puestas en cuestión, y

la tecnología como medio, fue separada de cualquier fin particular con el objeto de que

avanzara y se desarrollara por su propia cuenta en un grado sin precedentes. El resultado

es lo que el sociólogo William Fielding Ogburn (1922) denominó “desfase cultural” (cultual

lag), que es aquello que tiene lugar cuando los modos de vida avanzan para ponerse al día
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con la irrupción de nuevos productos y procesos que se introducen en la experiencia

humana. Esta “pérdida de control” del ser humano sobre la naturaleza - como a menudo se

la siente-, es una expresión adicional de este desarraigo y del impulso básico que llama a

la reflexión ética acerca de los nuevos medios puestos a disposición de una plétora de

intenciones y deseos humanos liberados de las restricciones tradicionales.

La crítica ética de tan masivas dislocaciones culturales permaneció en una

posición más o menos marginal hasta que la invención de las armas nucleares encendió la

vaga inquietud característica de los intelectuales conservadores y situó la ética de una

tecnología específica a la vanguardia del discurso público. Luego de Hiroshima y Nagasaki,

muchos científicos e ingenieros encontraron sus intuiciones viscerales expresadas en la

voz de J. Robert Oppenheimer -el ingeniero en jefe del programa de armas atómicas-

cuando dijo que “en alguna clase de crudo sentido que ninguna vulgaridad, ningún humor,

ninguna exageración puede extinguir del todo, los físicos han conocido el pecado”5. Albert

Einstein resumió esta situación en palabras menos religiosas, pero ciertamente igual de

dramáticas: “la bomba y otros descubrimientos nos sitúan ante un problema no de física,

sino de ética”.

La Segunda Guerra Mundial, asimismo, confrontó a la comunidad humana con

casos en los que las tecnociencias más humanitarias, asociadas con la medicina y su ethos

profesional de atención, habían sido deformadas y corrompidas por una subordinación

irreflexiva a las agendas políticas de fondo. Los médicos alemanes y japoneses investigaron

en medicina con pacientes hasta el punto de ejercer formas de tortura, al tiempo que

desarrollaban armas químicas y biológicas con el fin de utilizarlas contra no combatientes

5Por supuesto, otras personas del campo de la física reclamaron violentamente que Oppenheimer
no tenía el derecho de golpearse públicamente el pecho por todo el gremio.
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y combatientes por igual. Como resultado, el Tribunal de Crímenes de Guerra de

Nuremberg buscó establecer pautas nuevas y más estrictas para la realización de

experimentos médicos con sujetos humanos, de modo que el consentimiento libre e

informado fuera un requisito fundamental y se aplicara el principio de la justicia distributiva

para los beneficios que surgieran de tales investigaciones. Estudios posteriores revelaron

experimentos médicos inmorales no sólo entre los enemigos de la democracia, sino también

dentro de los propios regímenes democráticos: he ahí el caso de los experimentos de

Tuskegee (con afroamericanos afectados de sífilis), el de los casos de soldados y

ciudadanía expuesta a dosis nocivas de radiación -tal y como ocurrió con las pruebas

nucleares en Nevada y el Pacífico Sur- o de los tratamientos médicos reservados sólo para

las minorías, todos ellos en el nombre de la producción de conocimiento tecnocientífico y/o

la defensa nacional.

En efecto, en las cinco décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se puede

identificar una serie de discusiones éticas, a menudo iniciadas por tecnocientíficos, que

intentaban crear culturas de contención adecuadas para los nuevos poderes tecnológicos.

En la década de los cincuenta, el debate ético sobre pruebas con armas nucleares

dio lugar al Tratado de Limitación de Pruebas Nucleares (1963) y abrió las puertas a

discusiones posteriores acerca de la ética de las políticas de disuasión nuclear.

En los años cincuenta y sesenta, los desarrollos en materia de informática

generaron preguntas acerca de la singularidad del pensamiento humano y la inteligencia

artificial se comenzó a usar como modelo de la cognición humana, lo cual dio origen a

cuestiones no sólo ontológicas, sino también éticas.

En la década de los sesenta, la obra “Silent Spring” (1962) de la bióloga Rachel

Carson, mostró claramente la capacidad destructora del uso excesivo de pesticidas, lo que

condujo al establecimiento en Estados Unidos de la Environmental Protection Agency


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(1970), la cual se convertiría en un organismo gubernamental con influencia internacional.

Posteriormente, argumentos a favor de renovar la valoración del mundo natural, basados

tanto en motivos antropocéntricos como no antropocéntricos, inspiraron todo un nuevo

discurso disciplinario acerca de la ética ambiental, que finalmente se materializó en la Carta

Mundial de la Naturaleza (1984).

Durante la década del setenta, los temas de salud ambiental se sumaron a

cuestiones acerca de cómo asignar equitativamente tratamientos médicos costosos y

aparatos de alta tecnología para crear, en un diálogo entre profesionales biomédicos y

especialistas en ética, el campo de la ética biomédica o bioética. En la misma línea, las

cuestiones relativas a la seguridad de los primeros organismos genéticamente modificados

provocaron que los ingenieros genéticos adoptaran, a comienzos de la década, una

moratoria voluntaria y mundial sobre esta tecnología, a fin de establecer protocolos

adecuados para su desarrollo seguro.

Los años ochenta vieron en Estados Unidos un enérgico debate acerca de la

confiabilidad de las tecnologías propuestas para crear una defensa misil nacional, así como

la emergencia de preocupaciones referidas a la seguridad y la privacidad en lo que hace a

la informática y las tecnologías de la información.

La década de los noventa cobraron auge ético tópicos tales como la pérdida de la

biodiversidad, el cambio climático global y la clonación reproductiva.

Resulta justo describir el siglo XXI como aquel que ha comenzado con una nueva

idea de la relación entre tecnología y ética, relación que dota a esta última de mayor

importancia de la que se le concedía a inicios del siglo previo. El entusiasmo característico

del siglo veinte por la tecnología entendida como algo virtualmente bueno bajo toda

circunstancia, se ha visto modificado por una fe más matizada y por los diversos esfuerzos

para avanzar un tipo de reflexión ética crítica, dirigida tanto a las opciones como a las
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amenazas asociadas al periodo de cambio tecnológico más rápido y más extendido en la

historia de la humanidad.

Son al menos tres las áreas en las que se pueden encontrar señales de esta nueva

receptividad hacia los temas de ética y tecnología, a saber: la filosofía, los estudios

de ciencia y tecnología, y el ámbito de la política de ciencia y tecnología. En filosofía,

actualmente es para resaltar el interés en la ética. Uno de los motivos de tal interés radica

en el origen de la ética aplicada, a menudo interesada en cuestiones vinculadas con la

ciencia y la tecnología -si bien en la actualidad sus objetivos son mucho más generales-,

hasta el punto de retomar cuestiones de teoría ética básica, en muchas de cuyas áreas se

puede detectar la sombra de la tecnología. Por citar un ejemplo particularmente obvio, el

estudio de Onora O’Neill (2002) “Autonomy and Trust in Bioethics” consiste en clarificar el

carácter autónomo de la ética, en general, y en analizar la confianza que en ella podemos

depositar, alrededor del estudio de diversas experiencias con la tecnología en el ámbito de

la biomedicina.

En los estudios de ciencia y tecnología, los enfoques más estrictamente

descriptivos y próximos a la construcción social de la tecnología han comenzado a tener

cabida entre los nuevos planteamientos preocupados por cuestiones normativas. Aquí se

pueden mencionar como casos los trabajos de Bruno Latour y de Sheila Jasanoff, dos

figuras líderes de lo que se ha denominado el enfoque socioconstructivista. Latour describe

sus “Politiques de la nature” (1999) como una “filosofía política de la naturaleza” que busca

una forma nueva de gobierno, típica del mundo tecnológico, para el colectivo de humanos

y no-humanos. Por su parte, Jasanoff (2005), mediante la ampliación de sus estudios sobre

la construcción mutua de ciencia y ley (1995), también argumenta ahora en pro de nuevas

formas de participación ciudadana en la gobernanza de la ciencia a través del desarrollo de

lo que ella llama “tecnologías de la humildad”.


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Por último, cabe resaltar que el trabajo de Jasanoff también supone una

interesante aportación a los estudios sobre política de ciencia y tecnología, especialmente

en la medida en que impulsa a la ética a tratar sobre cuestiones de tecnología. En este

campo se puede hacer referencia a aportaciones tan diversas como la de Francis

Fukuyama o la de Daniel Callahan. Desde una perspectiva filosófico-política conservadora,

Fukuyama (2002) defiende que se reconsideren las necesidades y oportunidades de la

regulación de la biotecnología. Sin embargo, desde un punto de vista filosófico-político más

liberal, las propuestas de Callahan (2003) constituyen sin duda un desafío a lo que

denomina el “imperativo de la investigación”, que parecería justificar una política

expansionista de la ciencia y la tecnología. Por supuesto, la medida en que ambas se vayan

a tener en cuenta en ámbitos políticos más extensos es algo que está por decidir.

El trasfondo de todo esto es que, a pesar de las arremetidas de la globalización y

del avance continuo en la ideología de la tecnología, existen movimientos a lo largo y ancho

del espectro político y, más cohesivamente aún, en el mundo académico, que trabajan

conjuntamente para situar la tecnología bajo perspectivas más y mejor analizadas. Como

resultado de ello, el siglo XXI nos ofrece la oportunidad de buscar una visión ética que nos

conduzca por el camino entre la Escila del positivismo natural y la Caribdis6 de la hybris

tecnológica. Esto sin duda animará a los académicos de la filosofía, a los estudiosos de la

ciencia y la tecnología, y a los expertos en política científica, a asistir a la ciudadanía en la

búsqueda del bien común en ésta, nuestra nueva condición histórica.

6
Escila y Caribdis son dos monstruos marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas de
un estrecho canal de agua, tan cerca que los marineros intentando evitar a Caribdis terminarían por
pasar muy cerca de Escila y viceversa. Así, la frase «entre Escila y Caribdis» ha llegado a significar
el estado donde uno está entre dos peligros y alejarse de uno te haría estar en peligro por el otro.
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Referencias

Bunge, M. A. (2017). El planteamiento científico. Revista Cubana de Salud Pública, 43 (3).

Recuperado

de http://www.revsaludpublica.sld.cu/index.php/spu/article/view/1001/906

Lacey, H. (2017). Los valores de la ciencia y el papel de la ética en la ciencia. Realidad:

Revista De Ciencias Sociales Y Humanidades, (116), 241-246.

https://doi.org/10.5377/realidad.v0i116.3377

Mitcham, C. (2005). De la tecnología a la ética: experiencias del siglo veinte, posibilidades

del siglo veintiuno. Revista CTS, 2(5), 167-176. Recuperado de

https://www.redalyc.org/pdf/924/92420511.pdf

Schulz, P. (2005). La ética en la ciencia. Revista Iberoamericana de Polímeros, 6 (2).

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