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El ritual de la escritura

El humo del café se disuelve en la atmósfera en forma de volutas danzantes. Encima del
escritorio hay un plato con tostadas embadurnadas en mermelada, una manzana con la
marca de un mordisco y migas salpicadas entre la ruma de libros que acompañan mi
ritual de escritura. Hay una lámpara rociando su luz blanca sobre mis cosas y la luz de la
pantalla de mi computador empieza a agotar mi vista. He tratado de mantener en orden
mi espacio de trabajo, pero de rato en rato la desesperación y el cansancio llegan como
un temporal implacable.
Después de las doce de la noche, el tiempo pasó a convertirse en una masa indistinta de
horas y minutos. Por momentos, el sueño aparece como un enemigo de mi
concentración, como un intruso que busca desaparecer las ideas y conclusiones que he
logrado obtener para mi ensayo. Porque lo que escribo ahora, con la urgencia de alguien
que tiene el tiempo justo, es un ensayo académico final para mi curso de Literatura
Peruana. El trabajo fue anunciado a inicios del curso; se mencionó como un territorio
lejano e ignoto durante las primeras clases; retomó su nitidez a mitad del semestre; y
surgió con toda imponencia cuando el curso mostraba sus primeros indicios de agonía.
Tuve cerca de cinco meses para elegir un tema —uno que estuviera entre mis
preocupaciones desde hacía meses o que haya surgido desde los debates y clases
impartidas—. Cinco meses para pensar en tesis, objetivos, argumentos o notas. Cinco
meses para seleccionar una lista bibliográfica, consultar libros, teorías, críticas y hasta
consultar con profesores que ya habían recorrido ese camino y lo conocían de memoria.
Pero la desidia, la procrastinación y la indisciplina —fantasmas que acosan el alma de
todo estudiante universitario— surtieron su efecto en mí y me obligaron a convertir esos
cincos meses en dos semanas, orillándome a recurrir a la madrugada y el desvelo como
últimos refugios.
Decido ir al baño. Necesito lavarme la cara y dispersar las manchas de sueño que han
empezado a posicionarse allí. Un par de ojeras aureolan mi mirada. Mis lentes aparecen
sucios y hay migajas de pan atrapadas en mi barba sin afeitar. Mis cabellos se
desordenan en un corte que hace muchas semanas dejó de tener una forma establecida.
Mi cuerpo entero muestras las consecuencias de haber dejado todo a última hora.
Escogí el tema del neoindigenismo. Hay mucha información académica sobre este. La
tradición andina, sus costumbres, sus mitologías y los males que rodean su existencia
han despertado la curiosidad de un puñado de escritores e investigadores, y no tanto del
Gobierno o los presidentes de turno.

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