Descartes sostuvo: “cogito ergo sum”. A partir de ese
momento la duda fue un elemento que se sistematizó en el campo del pensamiento. Durante siglos, incluso aún, los sistemas filosóficos anticartesianos, jamás pudieron soslayar, este eje transversal del occidente todo. Sentado en su habitación, en donde solo se escuchaba el crepitar de los leños, dejó la pluma a un lado, se alisó el bigote y repitió por segunda vez: “puedo dudar de todo, menos de que dudo”…El ave de Minerva levantaba impetuoso vuelo, dibujando un recorrido, inmenso como la modernidad misma. Nuestro filósofo conoció la dicha y la desdicha. La amistad franca, sincera y las del poder .Esto es, los vaivenes de toda vida adulta, pero en este caso, claro esta, no de cualquier vida .Eso sí, jamás se olvidó de la niñez, especialmente de su madre. Hay algo que latía ahí, como el soplo de una suave brisa. Por momentos, se asemejaba a un susurro, que invadía sus oídos, pero que era incapaz de descifrar. Así, pasó el tiempo y meses antes de morir tuvo una visión. En ella, su madre lo llamaba insistentemente y le decía: “Rene, no hagas eso que te vas a lastimar”..Cuando despertó, se dio cuenta, que por fin había logrado desentrañar el enigma, que tanto lo había desvelado en más de una oportunidad. En ese momento, lo embargó un sentimiento ambivalente de angustia y felicidad, empujado a su vez por una intensa desesperación. No era para menos, tenía que modificar un aspecto central de su castillo filosófico. Luego de rumiar varias semanas por este delicado precipicio, por fin afirmó con mucha seguridad: “Puedo dudar de todo, menos de mi madre. De esa profunda marca que en los primeros años de vida, constituye a todo sujeto. Esa sabiduría elemental y arcana, que en su dedicación y amor, hizo florecer en mi, la semilla de la futura duda”. Es que Descartes, se da cuenta en ese momento, que otrora, había aniquilado al pequeño Rene. Por eso, la Razón, cubrió con su gran manto al afecto materno y sobre su velo se montó la duda. Es que su teoría, en el futuro devenir, había cercenado al Alma Mater, indivisible en su esencia. Al concientizar esta situación, se sintió como Arquímedes y una ancha sonrisa se dibujo en todo su rostro. Es ahí cuando exclamó: “He aquí el origen de lo que llamaré, Nuevos principios para la dirección del alma. Suecia y toda Europa se verán conmovidas en sus cimientos”, repetía, mientras sus ojos brillosos, reflejaban la pasión, de la nueva filosofía en su aurora. Entonces tomó la pluma y empezó a escribir: “Después de mas de 15 años, me he dado cuenta que hay algo mas importante que la duda: el sentimiento materno. El sello que todo hombre lleva grabado en sí, hasta el final de su existencia. Y que hace posible que todo sea, hasta la duda misma”…Aquí detuvo su trazo, porque a los pocos días murió. Dejó parte de su obra inconclusa e inédita. Después sus discípulos, se encargaron de difundirla y darle una cierta forma definitiva. Sin embargo, se consideró que el fragmento antes citado, era apócrifo; al igual que las otras reflexiones, que si bien dispersas, anticipaban lo porvenir y que se encontraron en dos cartas póstumas. Algunos creen (yo me incluyo en esa pequeña cofradía) que en verdad es la forma mas astuta (por no decir mal intencionada) de no aceptar, una idea, prácticamente un axioma, que hubiera cambiado la historia de la filosofía occidental en otra dirección.