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Apoteosis marrón y remordimientos en blanco y negro

Sobre Hueso húmedo de La porkería mala

Por Nancy Rojas

Hace varios años, conocí de forma muy tímida la obra de La Porkería Mala. Por lejanía o por el
orden divino de la contra-jerarquía, no he sabido mucho más de ella hasta estos días, cuando por
azar la ví asociada a un ciclo expositivo que vincula el borde con la performatividad y la
impulsividad sensorial. Algo que recuerda al underground.
Sigo imaginando, como en aquellos años de mi acercamiento fugaz y afectuoso, que La Porkería
Mala yace recostada y sudando vehementemente el impulso de todo lo que en el arte se oferta
como residual. Pero su aparición siempre vaporosa me recuerda a los destellos de la mayor de las
inteligencias, la de la semejanza, la de la forma inadmisible o segregada. Absuelta de delicadeza y
cada vez más cerca del mundo ordinario.
Huseo húmedo es la propuesta curatorial de NN, donde se toma como base una serie de pinturas
y dibujos de esta artista. Un relato creado en principio, para despegar los pies del suelo, de la
estabilidad, de las insignias de una pretensión y más cercana de las pieles sudorosas. Las
imágenes de la porkería son imágenes que recuerdan la llamada estética de lo monstruoso. Una
estética que sitúa uno de sus repertorios más prominentes durante el auge del feudalismo. En
este tiempo, un sector reducido y poderoso de la humanidad se apresuró en configurar una suerte
de inventario capaz de escaparse de las manos de su institución gestora, la Iglesia católica. Un
repertorio cautivante que se popularizó a tal punto que se diversificó, dando lugar a distintas
concepciones de la forma: irregular, deforme, informe, grotesca, fantástica, anómala, sobrenatural,
excesiva. Quizás, como estrato fundamental de la genealogía de la cultura basura, determinante
del “descenso a las cavernas” del gusto moderno, la estética de lo monstruoso también puede
leerse inicialmente como “una forma que toma la cultura popular” cuando “entra en una fase
postheroica y postidentitaria de la aventura humana”.
Las formas de la porkería Mala son las del barro, las de la marronidad, las de una experiencia
racializada del mundo que está en decadencia. Son indicio de mundo subculturales, de espacios
pictóricos que más que lamer el moho líquido de los 80 prefiere ahondar en la trama submundana
de la humedad.
Sus formas, como las de Goya o como las de Nantes son menguantes, orbitan hacia el júbilo de la
desfachatez, de la deformidad, la hibridez, el exceso y la exuberancia.
La Porkería Mala descubre los desastres de la guerra del tiempo a destiempo, de la fatalidad de la
exclusión, de la perpetuidad de la hegemonía, de la normatividad, de los cuerpos hegemónicos.
Sus imágenes son las del recorrido que prefieren jugar con la la nocturnidad, con el destello de
ironía, donde las imágenes vuelven para contar relatos, abyectos, anormales, marrones,
desfachatados, relatos de la nada y de todo lo que podamos imaginar en los actos menores de
una sociedad en quiebra. Relatos en la urgencia de una humedad que roza con el deseo de
historiografía, con la idea de que el cuerpo, sea como sea, manda, putrefacto o en
descomposición, manda. Manda al igual que manda la bruja, la rival de pelo suelto, los antiguos y
supervivientes lingotes pop, las mandíbulas apretadas y a punto de parir las palabras más
delirantes, el delirio drag, que remata en la la pintura de culminación subterránea.

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