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El duelo humano se define como una reacción adaptativa natural, normal y esperable
ante la pérdida de un ser querido. El duelo no es una enfermedad, aunque resulta ser un
acontecimiento vital estresante de primera magnitud, que tarde o temprano hemos de
afrontar, casi todos, los seres humanos. La muerte del hijo/a y la del cónyuge, son
consideradas las situaciones más estresantes por las que puede pasar una persona
Para conocer la magnitud del problema puede servirnos de referencia un cálculo hecho
en nuestro entorno del País Vasco. Considerando un tamaño familiar medio de 2,76
miembros en 2001 una tasa bruta de mortalidad de 8,9 por mil en 2004 y una duración
del proceso de duelo de 3 años resulta una prevalencia del 4,91%; es decir, en una
consulta con 1800 usuarios habrá unas 88 personas en duelo “activo”.
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frecuente que se repitan frases del estilo «no puede ser cierto» o «seguro que está en
algún hospital».
Para continuar el proceso normal de duelo es conveniente que los allegados hablen de la
persona desaparecida, que compartan recuerdos y que participen en los rituales de
enterramiento y despedida.
La culpabilidad es uno de los elementos centrales del choque que produce la muerte de
un ser querido. Está presente desde el principio y es uno de los más complicados de
resolver.
En general las etapas se suceden, pero como en todo lo que tiene que ver con las
emociones no hay reglas fijas y es posible que en ocasiones se superpongan. Tras la
aceptación surge la rabia, la cólera fruto de la frustración y de la impotencia y como
compañera la eterna pregunta: ¿por qué? En esta fase, es habitual experimentar
trastornos del sueño y tener la sensación de «perder la cabeza».
Es frecuente que los dolientes traten de evitar el dolor diciéndose que «es ley de vida» o
que «todo debe continuar». Sin embargo, esa forma de consuelo encierra una trampa y
es que se produce un bloqueo emocional que alimenta aún más el sentimiento de
culpabilidad porque no se puede llorar la pérdida.
Los especialistas consideran la tercera etapa del duelo como la más delicada porque sus
características son muy similares a las de una depresión patológica y si no se supera
adecuadamente puede desembocar en un trastorno mental real. Se caracteriza por la
tendencia al aislamiento social porque la culpabilidad vuelve con toda su fuerza y
empuja a la persona a cuestionar su comportamiento. Su escala de valores y su
actuación tanto con el ser perdido como con el resto del entorno se enfrentan a un juicio
severo marcado por el sentimiento de indignidad y de autoacusación.
Nada vuelve a ser como antes, pero llegado este punto el dolor se ha convertido en un
motor de cambio. El doliente adapta su visión de la realidad y su comportamiento en
función del impacto emocional de la pérdida y comienza una nueva vida.
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PREDICTORES DE RIESGO DE MALA EVOLUCIÓN DEL DUELO
La muerte siempre va asociada a unas circunstancias que se pueden desglosar en: causa
de la muerte; quién era el fallecido para el doliente y tipo de relación entre ellos;
personalidad y recursos psicoemocionales del doliente; y finalmente la situación
familiar, social, laboral, cultural, etc. que está viviendo el doliente en esos momentos.
Este conjunto puede ser considerado normal, en el sentido de que no añade por sí mismo
dificultades a las ya propias del duelo, o por el contrario puede complicarlo
enormemente.
Criterios diagnósticos del "Trastorno por Duelo Prolongado" propuestos para el DSM-
V.
1. Pensamientos intrusivos -que entran en la mente sin control- acerca del fallecido.
2. “Punzadas” de dolor incontrolable por la separación.
3. Añorar -recordar su ausencia con una enorme y profunda tristeza- intensamente
al fallecido.
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6. Sentirse mal por seguir adelante con su vida (p. Ej. hacer nuevas amistades o
interesarse por cosas nuevas).
7. Sentirse frío e insensible -emocionalmente plano- desde el fallecimiento.
8. Sentirse frustrado en la vida, que sin el fallecido su vida está vacía y no tiene
sentido.
9. Sentirse como “atontado”, aturdido o conmocionado.
COGNITIVAS
Incredulidad/irrealidad
Confusión
Alucinaciones visuales y/o auditivas fugaces y breves
Dificultades de atención, concentración y memoria
Preocupación, rumiaciones, pensamientos e imágenes recurrentes
Obsesión por recuperar la pérdida o evitar recuerdos
Distorsiones cognitivas
AFECTIVAS
Impotencia/indefensión
Insensibilidad
Anhelo
Tristeza, apatía, abatimiento, angustia
Ira, frustración y enfado
Culpa y auto reproche
Soledad, abandono, emancipación y/o alivio
Extrañeza con respecto a sí mismo o ante el mundo habitual
FISIOLÓGICAS
Aumento de la morbimortalidad
Vacío en el estómago y/o boca seca
Opresión tórax/garganta, falta de aire y/o palpitaciones
Dolor de cabeza
Falta de energía/debilidad
Alteraciones del sueño y/o la alimentación
CONDUCTUALES
Conducta distraída
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Aislamiento social
Llorar y/o suspirar
Llevar o atesorar objetos
Visitar lugares que frecuentaba el fallecido
Llamar y/o hablar del difunto o con él
Hiper-hipo actividad
Descontrol u olvidos en las actividades de la vida diaria