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Tarea I Parcial
Catedrático (a):
Irazema Ramos
Asignatura:
1500-PSICOL.DE LOS GRUPOS
Trabajo:
Resumen
Educando:
Katherine Rodríguez 20182031374
En una palabra, «la gente tiende a incluirse en grupos que mantienen opiniones que
coinciden con las suyas y cuyas habilidades están cerca de las suyas. Y al mismo
tiempo tienden a evitar a aquellos grupos que son incapaces de satisfacer su impulso
de autoevaluación» .
hay una primacía motivacional por el self individual más que por el self colectivo. La
gente reacciona con más fuerza a las amenazas al yo individual que a las amenazas al
yo colectivo, algo que es independiente de la identificación con el grupo, sea este
mínimo o máximo (Gaertner, et al., 2002, p 587). Ello implica, en consonancia con la
teoría que defiende una relación entre comparación y autoevaluación (esa relación
nunca se ha puesto en tela de juicio) una tendencia a la comparación interpersonal más
que a la comparación intergrupal propiamente dicha. Ése es el tono que mantiene John
Darley, un reconocido psicólogo social.
LA CATEGORIZACIÓN SOCIAL
La perspectiva psicosocial
La perspectiva es fácil de explicar a grandes rasgos. Consiste en el punto de vista de
que la Psicología social puede y debe incluir, entre sus preocupaciones teóricas y en
relación con la investigación, un interés directo por las relaciones entre el
funcionamiento psicológico humano y los procesos y acontecimientos sociales a gran
escala que moldean este funcionamiento y son modelados por él. Por muy obvia que
pueda parecer esta afirmación […] este interés por la sociedad en general ha estado,
en el mejor de los casos, en las áreas marginales de los desarrollos de la corriente
principal, a partir de la II Guerra Mundial».
La Psicología social de corte más tradicional, paralizada por el individualismo
mecanicista, se ha visto incapaz de trazar el puente entre los individuos que interactúan
y el marco en el que tiene lugar dicha interacción. Se trata de una Psicología que no
confía en lo supraindividual no ya como variable explicativa, sino ni siquiera como
unidad de análisis, y siempre ha mostrado un cierto desdén teórico por lo macrosocial,
algo que en el contexto del comportamiento grupal no deja de entrañar un alto riesgo.
¿Sobreestimar magnitudes o acentuar diferencias?
La teoría de la categorización social debe ser considerada no sólo como una de las
propuestas teóricas más solventes en el terreno del comportamiento grupal, sino como
la verdadera responsable de un recuperado interés por los fenómenos grupales a partir
de la década de los ochenta.
cuanto mayor es el valor social de un objeto, reza la primera de sus tres hipótesis, más
susceptible será a la influencia de determinantes conductuales.
e a veces los determinantes de la organización perceptiva no son los factores
estimulares propiamente dichos (el estímulo en sí), sino determinantes motivacionales,
valorativos o ideológicos que acompañan al estímulo y provocan una distorsión de sus
dimensiones físicas, bien sea el tamaño, el peso, la longitud, la brillantez, o el color.
Al valor como variable que opera en la distorsión de la magnitud y que agudiza las
diferencias entre el estímulo real y el estímulo percibido hay que añadir su pertenencia
a una determinada categoría. ¿Cabría la posibilidad, entonces, de que nuestros juicios,
apreciaciones y opiniones sobre las dimensiones físicas pudieran quedar afectadas
también cuando los objetos carecieran de connotaciones emocionales, motivacionales
o valorativas? Ésa es la pregunta que late en el fondo de una compleja serie de
experimentos sobre juicios de longitud, que pasamos a describir con cierto detalle
porque en ellos se encuentra el meollo de la teoría de la categorización social.
Las conclusiones de los experimentos las resume el propio Tajfel (1984, p. 129) en los
siguientes términos: cuando los estímulos están clasificados como pertenecientes a
grupos distintos, se produce un incremento en las diferencias aparentes entre los
estímulos cuando pasamos de una clase a otra. Sin embargo, no hay pruebas de que
dicha clasificación afecte a la percepción de semejanza que existe entre estímulos
pertenecientes a la misma clase.
A la hipótesis de la sobreestimación perceptiva cabe oponer la tendencia a acentuar las
diferencias entre estímulos que están ordenados y aquellos que no lo están. Hay que
volver a interpretar los resultados de Bruner y Goodman: la sobreestimación sería una
consecuencia de la tendencia generalizada a exagerar las diferencias entre estímulos
cuando éstos están ordenados en serie. De otra manera, la sobreestimación podría
quedar perdida en el vacío.
La tercera dimension
La idea con la que operamos es la necesidad de ampliar el rango de características
que poseen las cosas, los objetos y los eventos que nos rodean. No hay duda de que
las monedas poseen valor y tienen, además, dimensiones físicas distintas. Tajfel nunca
la tuvo, pero creyó en la necesidad de introducir una tercera dimensión: la de su
pertenencia a una determinada clase. Resulta entonces que el mundo que nos rodea
posee un conjunto de atributos que giran en torno a tres dimensiones: físicas (tamaño,
por ejemplo), simbólicas (los valores) y categoriales (su pertenencia a una clase).
La razón que esgrime Tajfel en el caso de la percepción de los objetos físicos es
idéntica a la que maneja cuando habla de la percepción de los objetos sociales: los
juicios sobre las cosas y los objetos difícilmente pueden hacerse en un vacío de
afirmaciones absolutas en que tan sólo se tenga en cuenta la dimensión física de los
objetos y el valor que les atribuimos. A estos dos atributos es necesario añadir un
tercero: la clasificación, su pertenencia conjunta y diferencial a una clase, a una
categoría de objetos que, como acabamos de ver, también está atravesada de valores.
Las primeras aproximaciones a Tajfel nos facultan para hacer algunas predicciones
coherentes con su teoría: tenemos ya la más que fundada sospecha de que si
clasificamos los objetos con ayuda de sus dimensiones físicas (ponemos los más
grandes juntos y los más pequeños juntos) facilitaremos una acentuación en la
percepción de las diferencias. Es decir, si recluimos a los inmigrantes en unas clases y
a los españoles en otras, si separamos a los niños de las niñas, a los blancos de los
negros, a los altos de los bajos, a los que tienen buenas notas de los que obtienen
pobres calificaciones, debemos saber que con ello estamos favoreciendo que las
diferencias que ya existen se disparen.
Tajfel quiere poner de manifiesto es el papel central que juega la categorización en el
funcionamiento humano: la categorización de la información que recibimos del entorno,
dice textualmente en algún momento (Tajfel y Forgas, 1981, p. 114), constituye una
característica humana básica.
Ésta es una hipótesis central en la sólida y meditada propuesta teórica de Tajfel: la
diferenciación es una necesidad social y es una necesidad psicológica de primer orden.
La capacidad para diferenciar los elementos que percibimos a nuestro alrededor y de
responder con pertinencia a cada uno de ellos, es «un arma eficaz en la lucha de las
especies por la supervivencia» que ayuda al individuo a estructurar su entorno social,
llega a decir Willem Doise (1979, p. 154).
Percibimos «cosas», y sobre todo, percibimos «significados». Por encima de todo el ser
humano está capacitado para algo sublime: para percibir la mente de las otras
personas.
La categorización social
El proceso de categorización no sólo permite al individuo organizar su experiencia
subjetiva del entorno social, sino que, al mismo tiempo, y quizás ante todo, es un
proceso por el que la interacción social estructura, diferencia y modela a los individuos.
Esto resulta posible porque la categorización no se refiere sólo a los niveles sociales de
la percepción, del juicio o de la evaluación. Se refiere también al campo de la
interacción social. De acuerdo con los principios de la categorización se producen unos
comportamientos diferenciadores que dan cuenta de las transformaciones sociales.
Este proceso designa, por tanto, una manera de articulación de las conductas
colectivas que transforman la realidad. Tales transformaciones consisten, sobre todo,
en diferenciaciones entre grupos o categorías sociales.
Percibimos y analizamos el entorno que nos rodea con la ayuda de una herramienta a
la que llamamos categorización; ésta nos ayuda a colocar a la gente dentro de
espacios simbólicos, de espacios de significado compartidos por un conjunto de
personas que acaban por mostrarse con un «parecido de familia». De ahí que una de
las más importantes funciones que cumple la categorización tenga que ver con su
inestimable e imprescindible ayuda en la definición del lugar que cada uno ocupa
dentro del ambiente social. La categorización no sólo afecta a funciones periféricas,
más o menos relevantes, en la vida y situación de las personas; su influencia penetra
también en la interioridad del sujeto: la categorización cumple una función identitaria,
que es una derivada de la acentuación de las diferencias, una función de la
comparación, y de paso nos remite a una de las hipótesis más queridas de Tajfel: la del
nexo entre lo macrosocial y lo psicológico-individual. Así es como la categorización se
convierte en uno de los elementos de articulación entre lo individual y lo social, un
proceso que vincula al individuo con la realidad social.
El proceso de categorización no es ajeno a los valores, sino todo lo contrario: con
mucha frecuencia, la categorización opera y actúa desde y con la inestimable ayuda del
sistema de valores del sujeto. De hecho, y en no pocas ocasiones, la categorización lo
que hace es reflejar y poner en marcha valores.
la categorización refleja y cumple una función normativa: con no poca frecuencia este
proceso está sujeto a presiones y distorsiones emanadas del propio grupo y a
inevitables influencias culturales.