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PSICOLOGÍA SOCIAL – TEMA 3

TEMA 3: COGNICIÓN SOCIAL

INTRODUCCIÓN:
La Cognición Social puede entenderse en dos sentidos: como una corriente o perspectiva
dentro de la Psicología Social y también como un conjunto de procesos psicológicos que tienen
ligar en la mente de las personas. La perspectiva de la Cognición Social se basa en el supuesto
de que la conducta social está mediada cognitivamente Es decir, sostiene que nuestra
interacción con los demás está determinada por lo que pensamos de nosotros mismos, de las
demás personas, de los contextos en los que nos encontramos con esas personas y de las
conductas que tienen lugar en esas situaciones. Por otra parte, los psicólogos sociales emplean
también el término cognición social para referirse al conjunto de procesos mediante los cuales
interpretamos, analizamos, recordamos y empleamos la información sobre el mundo social
(Fiske y Taylor, 2013).

COGNICIÓN SOCIAL Y COGNICIÓN “NO SOCIAL”


A la hora de abordar su objeto de estudio, la Cognición Social aplica los métodos y teorías de la
Psicología Cognitiva a la Psicología Social. La investigación en Cognición Social analiza
estructuras y procesos cognitivos (atención, percepción, memoria, inferencia…), pero
aplicándolos a personas en lugar de objetos o conceptos abstractos. Esta es la razón por la que
algunos autores han sostenido que, siendo las estructuras y los procesos implicados en ambos
casos semejantes, no cabe una distinción entre cognición social y cognición no social. Sin
embargo, Fiske y Taylor señalan algunas de estas diferencias

 Las personas influyen en su entorno (en los demás) de forma intencionada, e intentan
controlarlo de acuerdo con sus propósitos. Los objetos, no.
 Las personas son al mismo tiempo percibidas y perceptoras. Los objetos, no.
 Las personas se parecen más entre sí que a cualquier objeto. Esto implica que los
demás pueden proporcionarnos más información sobre nosotros mismos que los
objetos.
 Las personas pueden cambiar cuando son objeto de cognición. Los objetos, no.
 Es más difícil comprobar la precisión de la cognición sobre otras personas que sobre
objetos, puesto que muchas de sus características importantes no son directamente
observables, sino que deben ser inferidas. Además, a diferencia de lo que suele ocurrir
con los objetos, la mayoría de estas características son dinámicas, no estables.
 Para estudiar la cognición social es necesario simplificar la realidad, debido a la gran
complejidad que caracteriza al ser humano. Esto también ocurre en la investigación
sobre cognición no social, pero en este caso no implica tanta distorsión como en la
cognición sobre estímulos sociales, para cuyo análisis hay que eliminar gran parte de la
riqueza de información que proporcionan.

Algunos psicólogos sociales, fundamentalmente europeos, van más allá de esta distinción y
señalan que, en realidad, toda la cognición tiene un origen social, puesto que el conocimiento
de la realidad, y la forma en que la procesamos, surge y se desarrolla a través de la interacción
social, sobre todo durante el periodo de socialización del niño.

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Además, y en relación con su origen social, la cognición es socialmente compartida entre los
miembros de un grupo, sociedad o cultura. Precisamente por eso ha evolucionado, porque, al
ser compartida, resultaba útil para la coordinación entre las personas.

Por otra parte, desde la investigación en Neurociencia Social se ha encontrado evidencia que
sugiere la posibilidad de que la cognición social sea la actividad por defecto de nuestro cerebro
cuando está en reposo.

EL ESTUDIO DE LA COGNICIÓN EN PSICOLOGÍA SOCIAL


La influencia que las personas ejercen en los pensamientos, emociones y conductas de otras
personas es siempre a través de la cognición.

En este sentido, la Psicología Social ha sido diferente de la Psicología general, que estuvo
durante décadas dominada por la doctrina conductista y centrada exclusivamente en el
análisis del comportamiento observable, rechazando, por considerarlo poco científico, el
estudio de lo que ocurre “dentro de la cabeza” de los individuos.

Lo que ocurrió en los años 70 fue que el tradicional interés de los psicólogos sociales por los
procesos mentales cristalizó en una nueva perspectiva que promovió el desarrollo de
numerosas teorías y métodos que permitían la observación directa e indirecta de esos
procesos mentales de una manera científica. Fiske y Taylor lo asocian con la aparición, dentro
de la Psicología Social, de dos modelos de ser humano “pensante”. Según el primero de ellos,
las personas somos como “científicos ingenuos”, seres esencialmente racionales, que
buscamos las causas de la conducta con un enfoque cuasi-científico. Este modelo tenía un
carácter normativo o prescriptivo, es decir, señalaba cómo deberían pensar lógicamente las
personas para encontrar las causas del comportamiento de los demás, y todo lo que se
apartara de la norma se consideraba un error, que se atribuía a la interferencia de procesos
mentales “no racionales”, como la motivación o la emoción.

La abrumadora evidencia de lo que las personas en su vida diaria no siguen unos métodos tan
sistemáticos y racionales para buscar explicaciones sobre el mundo social que les rodea acabó
dando lugar a un nuevo modelo de ser humano, que Shelley Taylor denominó “indigente
cognitivo”. Según esta nueva concepción, las personas no estamos tan perocupadas por la
búsqueda científica de la verdad, sino que, dado que nuestra mente tiene un capacidad
limitada para procesar la información, escatimamos esfuerzos y buscamos atajos para
simplificar todo lo posible las cosas y encontrar soluciones rápidas para salir del paso.

Tras un periodo de veinte años, esta “cognición fría”, ajena a todo lo que no fuera puro
razonamiento, dio paso, en la década de os 90, a la “cognición caliente”, e la que se tiene en
cuenta la influencia de factores emocionales y motivacionales en los procesos cognitivos. Esta
relación se explica por as conexiones neuronales entre el sistema límbico y la corteza cerebral.
A partir de ese momento surge un tercer modelo de ser humano, al que se empieza a
considerar como un “estratega motivado”. Desde esta perspectiva, las personas necesitamos
dar sentido al mundo social que nos rodea y manejar una ingente cantidad de información,
para lo cual recurrimos a diferentes estrategias, cuya elección depende muchas veces de
factores no cognitivos, como las metas que perseguimos o nuestro estado afectivo en ese
momento concreto. Nuestro sistema cognitivo es flexible, y según cambian nuestros objetivos,
o nuestro estado de ánimo, adoptamos estilos de pensamiento diferentes.

ESTRATEGIAS PARA MANEJAR LA INFORMACIÓN SOCIAL Y ELABORAR JUICIOS

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¿Cómo se enfrentan las personas a la gran cantidad de información que reciben del medio?
Rodríguez y Betancor (2007), en su excelente revisión del tema, las agrupan en tres categorías:

1. Estrategias mediante las cuales reducimos la información que tenemos que procesar.
2. Estrategias mediante las cuales reducimos la cantidad de procesamiento necesaria,
organizando la información y recurriendo a conocimientos que ya tenemos
almacenados.
3. Estrategias mediante las cuales reducimos o simplificamos los procedimientos
cognitivos necesarios para procesar la información y elaborar juicios.

Atención selectiva
Un de las formas de reducir la información que hay que procesar es la atención selectiva,
estrategia que consiste en fijarnos sólo en aquellos estímulos que nos resulten “salientes” o
distintivos por alguna razón.

Categorías, esquemas y ejemplares


Contamos ya con cierta información que nos ayuda a interpretar lo que vemos y a saber lo que
debemos esperar de las personas y las situaciones que nos encontramos. Ese conocimiento
previo está almacenado y organizado en una especie de estructuras cognitivas, que son
representaciones mentales sobre conceptos o categorías de estímulos y que nos sirven para
interpretarlos y para tener expectativas sobre ellos.

Las categorías
El término categoría se refiere a un conjunto de estímulos que consideramos que tienen algo
de común. Las categorías que estudia la Psicología Social incluyen personas, grupos, roles u
ocupaciones, conductas, interacciones, situaciones y, en definitiva, cualquier tipo de estímulos
que sean relevantes para la forma en que pensamos, sentimos y nos comportamos en relación
con los demás.

El proceso de categorización es automático, se produce nada más percibir el estímulo, y facilta


el procesamiento de la información al agruparla en función de su semejanza. En dicho proceso
se produce el llamado “principio de acentuación”, que consiste en resaltar las semejanzas
percibidas entre los miembros de una misma categoría (aumento de las semejanzas
intracategoriales) y las diferencias entre categorías distintas (aumento de las diferencias
intercategoriales).

Los esquemas sociales


Un esquema es una estructura cognitiva independiente que representa el conocimiento
abstracto que tenemos acerca de un objeto, una persona, una situación o una categoría, y que
incluye las creencias sobre las características de esas estímulos y las relaciones que se
establecen entre dichas características (Fiske y Taylor, 2013).

Los esquemas sociales son abstracciones mentales almacenadas en la memoria que


representan un conocimiento global, no de ejemplos particulares. Gracias a la información
almacenada que contienen sobre distintos estímulos sociales o categorías de estímulos, nos
ayudan a interpretar la información social que recibimos y guían nuestro procesamiento de esa
información.

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Aunque el número de esquemas puede ser ilimitado, en Psicología Social se han estudiado
algunos tipos de esquema de forma especial:

Esquemas de personas: es el conocimiento global y abstracto que tenemos almacenado acerca


de individuos concretos, de tipos de individuo o grupos, de cómo son esas personas y cómo se
comportan. Aquí se incluirían las llamadas teorías implícitas de la personalidad. Los individuos
que muestran ese conjunto de rasgos o esa serie de comportamientos representan un cierto
tipo o categoría de persona que lleva asociado el esquema correspondiente.

Esquema de roles: estos esquemas contienen información sobre cómo son y cómo se
comportan las personas que ocupan un determinado rol en el grupo o en la sociedad. Esto nos
perite comprender y tener expectativas sobre las metas y acciones de esos individuos y saber
cómo debemos interactuar con ellos. En las culturas colectivistas, la información sobre los
roles que desempeñan las personas es mucho más importante para definirlas que en las
culturas individualistas, que basan esa definición sobre todo en rasgos o características
personales.

Esquemas de situaciones (sctripts o guiones de acción): en este caso, se trata de información


sobre secuencias típicas de acciones en situaciones concretas. Indican lo que se espera que
ocurra en un determinado lugar o situación. Gracias a este tipo de esquemas podemos
orientarnos en diferentes situaciones y comportarnos de forma apropiada en ellas.

Esquemas del yo: este tipo de esquemas incluye las ideas más distintivas y centrales que
tenemos de nosotros mismos. Cada persona posee múltiples autoesquemas, uno por cada
faceta de su autoconcepto. Los esquemas del yo (o autoesquemas) son, tanto, mucho más
complejos que los esquemas de personas (aunque funcionan de manera muy similar).

Los esquemas se pueden adquirir a través de los demás o por la propia experiencia con
estímulos pertenecientes a las distintas categorías.

Los esquemas se activan de forma espontánea cuando nos encontramos con un estímulo
perteneciente a la categoría a la que se refieren. Una vez activado un esquema, éste dirige
nuestra atención hacia la información relevante, nos ayuda a interpretarla y guía la
recuperación de dicha información cuando queremos recordarla. Además, permite eliminar la
información redundante, completar información que falta en lo que percibimos con el
conocimiento que ya tenemos y resolver pequeñas confusiones o ambigüedades que
aparezcan. Los esquemas funcionan como un filtro, de forma que percibe y se recuerda
fundamentalmente la infrmación que es consistente con nuestros esquemas, mientras que se
ignora aquella que no es relevante. Y todo ello puede suceder de forma automática y a nivel
preconsciente, por lo que no nos damos cuenta de su influencia y creemos que lo que
percibimos o lo que recordamos es lo que ocurrió realmente.

Por eso, cuando nos encontramos con información claramente inconsistente con nuestros
esquemas, el proceso deja de ser tan automático, ya que tenemos que dedicarle más atención
y tardamos más tiempo en procesarla. En estos casos la persona tiene tres posibles
alternativas

1. Resolver la discrepancia confirmando el esquema que ya tenía bien desarrollado y


rechazando la información inconsciente.
2. Abandonar el esquema previo juzgándolo inadecuado.

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3. Incluir la inconsistencia en el esquema considerándola una excepción (esto se conoce


como creación de subtipos dentro de la categoría).

Los esquemas también guían nuestra interacción social con los demás. Un claro ejemplo de
ello lo encontramos en las llamadas profecías autocumplidas. Los esquemas que tenemos
sobre otras personas nos hacen generar unas expectativas concretas sobre cómo se
comportan esas personas. A su vez, esas expectativas nos hacen comportarnos con ellas de
una manera determinada, con lo que las influimos para que se ajusten a lo que esperamos de
ellas o les impedimos que actúen de otra forma, provocando así que la expectativa se cumpla y
el esquema se mantenga. Este fenómeno, también es conocido como “efecto Pigmalión”.

Los ejemplares
El conocimiento previo sobre el mundo también puede estar almacenado como ejemplares, es
decir, como estímulos o experiencias concretas, no sólo como generalizaciones abstractas
(Smith, 1998). Esos ejemplares pueden ser personas, o aspectos de una persona, como rasgos
de personalidad o conductas concretas, o también elementos concretos de una situación.
Cuando utilizamos la información almacenada en ejemplares, no pensamos en un grupo
específico a partir de esquemas abstractos, sino que recurrimos a ejemplos concretos de este
grupo, que hemos obtenido a partir de nuestra experiencia previa directa o indirecta.

Una ventaja que ofrece el uso de ejemplares es que aporta mucha flexibilidad a las
representaciones mentales, en el sentido de que se puede activar diversos ejemplares e incluir
otros nuevos a medida que encontramos información que no encaja con la que tenemos
almacenada. Los esquemas, en cambio, se activan completos, no por partes. Además, los
ejemplares representan información sobre la variabilidad dentro de una categoría, algo que el
conocimiento general de los esquemas no permite.

El proceso de inferencia y el empleo de heurísticos


El proceso de inferencia es fundamental en cognición social, y está en la base de muchos de los
fenómenos que estudian los psicólogos sociales. Cuando tratamos de buscar la causa del
comportamiento de otra persona, realizamos inferencias a partir de lo que vemos, o nos dicen,
que esa persona hace (a este tipo de inferencias, las llamamos causales). También, cuando
queremos formarnos una primera impresión de él o ella, inferimos sus intenciones sólo con
captar la conducta no verbal.

Los psicólogos sociales han planteado el estudio del proceso de inferencia desde dos
perspectivas distintas: una centrada en los pasos que deben seguirse para realizar una
inferencia correcta (científico ingenuo), y la otra interesada en cómo las personas hacen
realmente las inferencas (la perspectiva estratégica e intuitiva del indigente cognitivo y, más
tarde, del estratega motivado). Veamos cómo entiende este proceso cada una.

a) Reunir información, lo que implica decidir cuál es relevante para el juicio que tenemos
que hacer y cuál no. Cuanto más abundante y detallada sea la información de la que
partimos, más correcta será la inferencia.
b) Seleccionar, entre todos los datos que hemos unido, los que más se adecuen al
objetivo. Los datos seleccionados no deben ser casos atípicos, sino representativos, es
decir, extraídos de una muestra lo suficientemente grande y no sesgada, y no ser
ejemplos extremos dentro de la muestra.

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c) Integrar los datos seleccionados y combinarlos para hacer un juicio. Para que la
inferencia sea correcta es necesario aplicar una regla de decisión adecuada, teniendo
en cuenta todos los elementos de información seleccionados en el paso anterior,
dando a cada uno el peso que le corresponde y combinando toda esa información para
extraer un juicio.

Esto es lo que lógicamente deberíamos hacer y es lo que haría un ordenador, pero las personas
no somos normalmente tan sistemáticas. Las demandas de la vida cotidiana nos obligan a
funcionar mentalmente de otra manera, a menudo incurriendo en sesgos.

¿Por qué hay tanta diferencia entre lo que deberíamos hacer y lo que realmente hacemos? La
respuesta la propone la perspectiva intuitiva del indigente cognitivo. Ya hemos mencionado
que nuestro sistema cognitivo tiene sus limitaciones, que afectan a la memoria a corto plazo
que se necesita para procesar la información en el momento; en cabio, nuestra capacidad de
memoria a largo plazo es mucho mayor.

Aparte de las limitaciones de nuestro sistema cognitivo, la mayoría de las ocasiones en las que
tenemos que hacer un juicio en nuestra vida diaria no tenemos ni el tiempo ni la motivación
siguientes para llevar a cabo todas las operaciones que exige el modelo normativo. En lugar de
eso, lo que realmente hacemos es sacrificar la exactitud a cambio de la eficiencia en función de
nuestras metas en cada situación (tal como propone la perspectiva del estratega motivado).

Los herurísticos
Los heurísticos son atajos mentales que utilizamos para simplificar la solución de problemas
cognitivos complejos, transformándolos en operaciones más sencillas. Las personas utilizamos
innumerables reglas de este tipo casi constantemente.

Heurístico de representatividad. Empleamos este heurístico para hacer inferencias sobre la


probabilidad de que un estímulo (persona, acción, suceso, etc.) pertenezca a una determinada
categoría, es decir que sus características sean relevantes (representativas) o encajen en esa
categoría, basándonos en su semejanza con otros elementos típicos de dicha categoría y
pasando por alto otro tipo de información.

Los juicios e inferencias realizados empleando el heurístico de representatividad suelen ser


correctos, puesto que pertenecer a ciertos grupos efectivamente se relaciona con el estilo del
comportamiento, sin embargo “identificar a las personas como miembros de categorías, o
asignar significados a las acciones, es fundamental para toda inferencia social. La pregunta
“¿qué es?” debe contestarse antes de emprender cualquier otra tarea cognitiva”.

Heurístico de accesibilidad o disponibilidad. Este heurístico se utiliza para estimar la


probabilidad de un suceso, la frecuencia de una categoría o la asociación entre dos
fenómenos. La estimación se basa en la facilidad o rapidez con la que vienen a nuestra mente
ejemplos específicos de ese suceso, categoría o asociación, es decir, en si accesibilidad: si se
nos ocurren muchos casos de ese suceso o categoría, será porque es muy frecuente o muy
probable.

Sin embargo, hay otras razones que explican la mayor accesibilidad de cierto tipo de
información, como el hecho de que la hayamos procesado más recientemente, que se trate de
sucesos que conocemos por propia experiencia más que porque nos los han descrito otros, o
que nos haya impresionado de forma especial. Además, muchos de los contenidos y

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estructuras cognitivas utilizados con mayor facilidad a la hora de hacer inferencias son aquellos
relacionados con nuestro yo o identidad.

Heurístico de anclaje y ajuste. Cuando tenemos que hacer juicios es situaciones de


incertidumbre, podemos utilizar este heurístico para reducir la ambigüedad, tomando como
referencia un punto de partida –“ancla”–que después ajustamos para llegar a la conclusión
final. Probablemente, el “ancla” más clara de la que partimos para estimar o juzgar la conducta
social de los demás somos nosotros mismos y nuestro ambiente social. Así se explica, por
ejemplo, el efecto del falso consenso, al que nos referíamos al hablar del heurístico de
disponibilidad (no se trata de una contradicción; el mismo efecto puede explicarse por más de
un mecanismo cognitivo). En ese caso, el error reside en que la persona no ajusta su
estimación teniendo en cuenta otra información relevante que no esté relacionada con ella
misma.

El heurístico de anclaje y ajuste se utiliza con mucha frecuencia en situaciones sociales,


funcionando a modo de hipótesis de trabajo para comprender la realidad, probablemente
porque la conducta social es a menudo ambigua y genera incertidumbre. Cuando podemos,
nos usamos a nosotros mismos como ancla pero, si esto no sirve, nos basamos en la conducta
o las características de otras personas o, incluso, en detalles irrelevantes de la situación (como
ocurre cuando incurrimos en el error fundamental de la atribución).

Heurístico de simulación: es la tendencia de las personas a estimar la probabilidad de que un


suceso ocurra en el fututo o haya ocurrido en el pasado basándose en la facilidad con que
pueden imaginarlo (“simularlo” mentalmente). Aunque está muy relacionado con el heurístico
de accesibilidad, la diferencia es que en este último la estimación de la frecuencia o
probabilidad de un suceso se basa en la facilidad con que nos vienen a la mente ejemplos de
dicho suceso, mientras que el heurístico de simulación se basa en la facilidad con la que
podemos imaginar o reproducir mentalmente un suceso que no necesariamente ha tenido
lugar. Este heurístico se utiliza para predecir hechos fututos y también para inferir la causa de
un suceso que ya ha ocurrido.

PROCESOS COGNITIVOS AUTOMÁTICOS Y CONTROLADOS


Hasta ahora nos hemos referido a estrategias que ayudan a nuestro sistema cognitivo a
seleccionar y manejar la gran cantidad de información procedente del medio social y a
utilizarla para hacer inferencias. Una de las principales razones de su utilidad es que se pueden
emplear de forma automática cuando las circunstancias o nuestras metas en cada situación lo
exigen.

En nuestra vida cotidiana realizamos numerosas actividades y reaccionamos ante diversas


situaciones de forma automática y sin ser conscientes de ello, lo cual es enormemente
adaptativo para desenvolverse en los contextos habituales.

En principio se consideró que los procesos automáticos y los controlados eran opuestos e
incompatibles entre sí, y que se diferenciaban en cuatro aspectos fundamentales, que Bargh
(1994) llama, “los cuatro jinetes de la automaticidad”:

 La consciencia,
 la intencionalidad,
 el control y
 la eficacia.

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En primer lugar, los procesos automáticos se producen sin que las personas sean conscientes
de ello, En segundo lugar, y por la misma razón, no son intencionados. En tercer lugar, no
están sujetos a un control deliberado, por lo que puede resultar difícil o imposible evitar o
interrumpir ciertos procesos una vez activados. Finalmente, son muy eficaces en términos de
coste-beneficio, en tanto que requieren pocos recursos cognitivos (los heurísticos son un
ejemplo), no implican ningún esfuerzo, puesto que se basan en estructuras de conocimiento
que ya están almacenadas en la memoria (como los esquemas), y pueden ocurrir
simultáneamente con otros procesos. Frente a los procesos automáticos, los procesos
controlados se producen con consciencia y requieren mayor esfuerzo cognitivo. Por tanto, se
trata de un procesamiento bastante más lento que el automático.

Procesos preconscientes
En el punto más extremo de la aromaticidad se sitúan los procesos preconscientes, que tienen
lugar totalmente fuera de la consciencia pero afectan no obstante a la elaboración de juicios y
a la conducta. Un ejemplo de proceso preconsciente es la percepción subliminal, es decir, la
que ocurre cuando la información llega por debajo del umbral de la conciencia, y, aunque la
procesamos, ni siquiera recordamos haberla visto.

La influencia de la percepción subliminal de información en nuestros juicios y en nuestra


conducta no sólo ocurre en el laboratorio, sino también en la vida real y en nuestra interacción
con los demás. Las personas pensamos y nos comportamos de forma preconsciente hacia
otros continuamente, juzgándolos en términos de rasgos, o de estereotipos, o simplemente
reaccionando de forma instintiva nada más verlos.

Procesos postconscientes
En el siguiente grado de automaticidad lo proporcionan los pensamientos postconscientes. En
este caso, se tiene conciencia de que se ha percibido y procesado la información, pero no se es
consciente de su influencia en juicios y respuestas posteriores.

Procesamiento dependiente de metas


Si nos seguimos moviendo a lo largo del continuo en dirección a los procesos más controlados, no s
encontramos con el procesamiento dependiente de metas. Este tipo de automaticidad no es plenamente
automático en la medida en que requiere un control intencionado inicial en función de las metas y
motivaciones. Sin embargo, una vez iniciado, las personas pierden el control sobre el proceso. Hay
innumerables formas en las que la existencia de este automatismo se hace evidente en el pensamiento
humano, pero aquí nos centraremos en tres de ellas a modo de ilustración: las inferencias que hacemos
espontáneamente sobre los rasgos de los demás, la dificultad para suprimir los pensamientos no
deseados, y las ruminaciones.

El primer ejemplo de este tipo de automatismo (procesamiento dependiente de metas), son las
inferencias espontáneas sobre rasgos de personalidad. Las personas tendemos a inferir rasgos de
personalidad en los demás a partir de la observación de su comportamiento.

En todo este proceso hay aspectos controlados, motivados por nuestras metas, y aspecto automáticos,
que escapan a nuestro control, y en los que intervienen estructuras y procesos que ya hemos revisado
en este capítulo (esquemas y heurísticos). Esta inferencia automática de rasgos puede tener otras
implicaciones sociales, como el mantenimiento del prejuicio hacia ciertos grupos.

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Otro proceso cognitivo relacionado con las inferencias de rasgos de personalidad, es la información de
impresiones. En este caso, también el proceso depende de las metas del perceptor, pero se desarrolla
de forma bastante automática.

Los dos procesos que vamos a ver a continuación también están ligados a las metas, pero son
contradictorios o inconscientes con ellas, es decir, nos hacen pensar en lo que no queremos. La
supresión de pensamientos se refiere a los esfuerzos por mantener ciertos pensamientos lejos de
nuestra consciencia. Cuando las personas tratamos de controlar no pensar en algo, curiosamente se
produce el efecto contrario: pensamos mucho más. Esto se explica por un proceso automático de
vigilancia, que busca muestras de los pensamientos no deseados. Cuando se están buscando esas
muestras de pensamientos no deseados, estas se activan y se hacen más accesibles en el sistema
cognitivo, de forma que aparecen con más fuerza. Aparte de la búsqueda automática, también se pone
en funcionamiento un proceso operativo más consciente y controlado, que trata de suprimir esos
pensamientos no deseados, a veces sustituyéndolos por imágenes mentales alternativas. Si el sistema
cognitivo no está sobrecargado de información, el esfuerzo de sustitución puede culminar con éxito. En
cambio, en situaciones de sobrecarga, o cuando nos relajamos, mientras el proceso automático de
vigilancia continúa activo identificando los pensamientos no deseados, el sistema operativo carece de
los recursos necesarios (o deja de utilizar los que tiene) para alejar esos pensamientos de la conciencia
por medio de la distracción. De esta forma, se produce un efecto rebote, en el que los pensamientos que
pretendemos evitar aparecer incluso con más fuerza que cuando comenzaron los intentos por
suprimirlos.

Las rumiaciones son pensamientos conscientes que las personas dirigimos a un objeto dado (un suceso,
una idea, otra persona) durante un periodo prolongado como resultado de alguna meta frustrada.

Cuando no se puede conseguir algo que se desea, esa frustración pude llevar a un nuevo intento de
lograr la meta, a pensar constantemente en formas alternativas de conseguir el objetivo sin poder
evitarlo. Las rumiaciones suelen ser contraproducentes porque no facilitan la solución del problema y
pueden acabar provocando depresión par la incapacidad para obtener la meta deseada u ara controlar
los pensamientos recurrentes.

Procesos controlados
En el extremo opuesto a los procesos puramente automáticos se encuentran los procesos
controlados, caracterizados por ser plenamente conscientes e intencionados, por ser
susceptibles de control de principio a fin por parte de la persona y por requerir más tiempo y
más esfuerzo cognitivo. Son los procesos que ponemos en marcha cuando tenemos que tomar
alguna decisión importante o hacer una elección difícil entre dos o más opciones, pero
también cuando estudiamos y cuando buscamos la solución a algún problema complejo.

Antes de poner en práctica una decisión, por ejemplo, son necesarios dos procesos: uno
deliberativo, en el que la persona considera las opciones que tiene y sopesa toda la
información a favor y en contra de cada una; y otro entrado en la implementación de la
decisión tomada (Gollwitzer, Heckhausen y Seller, 1990). No siempre se dan los dos procesos,
sin embargo, a veces nos quedamos en la primer fase y no pasamos de ahí, como cuando nos
haceos propósitos que luego no cumplimos. Es más probable que llevemos a cabo nuestros
propósitos e intenciones cuando elaboramos un plan de implementación específico y no
abstracto, por ejemplo, proponiéndonos objetivos concretos.

LA RELACIÓN ENTRE EL ESTADO DE ÁNIMO Y LA COGNICIÓN


De alguna forma, la manera en que nos sentimos molda y contribuye a conformar cómo
pensamos, aunque la influencia se da también en sentido contrario. El estudio de todos estos
aspectos, iniciado en los años 90 del siglo pasado, es lo que se conoce como “cognición

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caliente”. En este apartado vamos a referirnos a la relación que se establece entre el estado
afectivo –lo que sentimos o el estado de ánimo que tenemos– y la cognición –la forma en la
que procesamos la información social–.

La influencia del estado de ánimo sobre la cognición


El estado de ánimo influye ánimo influye en los juicios sociales que se hagan sobe uno mismo y
sobre los demás, de forma que se van a elaborar juicios positivos cuando se tiene un estado de
ánimo positivo y juicios negativos cuando ese estado de ánimo es negativo. Recordamos que
los juicios (inferencias, impresiones) se elaboran a partir de la información que percibimos en
el momento y recurriendo a conocimientos ya almacenados. Pues bien, nuestro estado de
ánimo influye tanto en la forma en la que percibimos e interpretamos los distintos estímulos
como en la forma en la que recordamos hechos pasados y, por supuesto, en los sesgos que
comentamos en cada uno de esos procesos. Es lo que se denomina efecto de congruencia con
el estado de ánimo.

Según el modelo de infusión del afecto propuesto por Forgas (1995), el estado emocional
influye en los procesos cognitivos a través de dos mecanismos:

 Afectando a la atención y a la codificación de la información procedente del medio (se


entiende y se codifica mejor la información congruente con el estado de ánimo), y
también a la activación de categorías y esquemas (evocando asociaciones y
conocimientos congruentes con ese estado).
 Sirviendo de pista informativa para inferir nuestro juicio sobre un determinado
estímulo (si estamos de buen humor inferiremos que el estímulo nos agrada, y si
estamos de mal humor inferiremos lo contrario, aunque nuestro estado de ánimo en
ese momento no tenga nada que ver con ese estímulo).

Estos dos mecanismos actúan en situaciones diferentes. El primero se pone en marcha cuando
percibimos información del medio y necesitamos interpretarla recurriendo al conocimiento
que tenemos almacenado, mientas que el segundo lo hace cuando empleamos heurísticos
para hacer inferencias.

El estado de ánimo no sólo influye en la forma en la que procesamos la información y


elaboramos juicios, sino también en el contenido de la información que se procesa y se
recuerda. En concreto, la información congruente se da entre el estado emocional que se tiene
en el momento de recuperar la información y la valencia (positiva o negativa) de información
que se recuerda. Es decir, la tendencia es recordad información positiva cuando tenemos un
estado de ánimo positivo, y negativa cuando tenemos un estado de ánimo negativo. Los
efectos del estado de ánimo positivo son más fuertes que los negativos excepto en personas
con depresión crónica.

La influencia de la cognición sobre el estado afectivo


Para finalizar, vamos a referirnos al proceso contrario, es decir, al impacto de la cognición
sobre el afecto. Se han señalado algunos mecanismos por los que las cogniciones influyen en la
forma en que sentimos. Ya en 1964, Schachter sugería, en teoría de los dos factores de la
emoción, que en ocasiones nos resulta difícil identificar nuestras emociones, por lo que vamos
a inferir su naturaleza a partir de las situaciones en las que experimentamos la activación.

Las estructuras cognitivas también tienen impacto en las emociones. Los esquemas basados en
experiencias anteriores pueden incluir una etiqueta emocional (Fiske, 1982). Cuando se activa

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un esquema (de personas o de situaciones), no sólo se aplica el conocimiento almacenado en


él, sino también ese componente afectivo, que puede influir en la forma en que nos sentimos
hacia el estímulo que ha activado el esquema. Ocurre lo mismo con los esquemas de
situaciones: si hemos tenido una mala experiencia en una situación concreta, el esquema que
tendremos sobre ese tipo de situaciones tendrá una carga emocional negativa, y cada vez que
nos encontremos en una situación simular, experimentaremos esa emoción negativa.

Otro ejemplo lo constituye el pensamiento retrospectivo, con el que la gente trata de disminuir
el impacto de sucesos negativos o frustrantes a través de cogniciones. La estrategia consiste en
reducir las probabilidades de éxito convenciéndonos de que, en realidad, dadas las
circunstancias, era imposible que aquello saliera bien. Este tipo de pensamientos puede hacer
que los resultados negativos parezcan inevitables y menos estresantes.

EL PAPEL DE LA MOTIVACIÓN EN LA COGNICIÓN SOCIAL


Es difícil concebir una actividad cognitiva que esté libre de base motivacional, de ahí que desde
el enfoque de la “cognición caliente” se considere al ser humano como un “estratega
motivado”. Puesto que nuestros recursos atencionales son limitados, debemos elegir a qué
atendemos, y esa elección es característicamente motivacional) depende de los intereses o las
metas que tengamos en cada momento). Además, centrar la atención en algo requiere
esfuerzo mental, y esto también es una actividad típicamente motivacional. Pero la motivación
no sólo afecta procesos de atención; como ha puesto de manifiesto la investigación sobre
razonamiento motivado, está presente en todas las fases del procesamiento cognitivo
(codificación, almacenamiento y recuperación de información en la memoria, e integración de
esa información y formación de juicios), y en este capítulo hemos tenido ocasión de ver unos
cuantos ejemplos.

Las preguntas que se plantean ahora los investigadores se refieren al “cómo” de esa influencia.
En relación con esta cuestión, la evidencia empírica permite hacer dos afirmaciones: la
primera, que la motivación puede ejercer sus efectos tanto en la dirección como en la
intensidad el procesamiento; la segunda, que esos efectos están sin embargo, limitados por
nuestra capacidad para justificarlos de acuerdo con nuestra comprensión de la realidad.
Veamos qué quiere decir esto.

Un concepto fundamental para entender la influencia de la motivación en los procesos


cognitivos es el de metas. Las metas influyen en qué creencias y reglas aplicamos al hacer
juicios y también en cuánto tiempo y esfuerzo dedicamos a hacerlas. Como resultado personas
con diferentes metas pueden llegar a hacer juicios muy distintos, y una misma persona puede
sacar conclusiones diferentes de la misma información según cambian sus metas. Kruglanski
(1980) propone una clasificación de las metas según su efecto en la cognición, distinguiendo
entre metas de precisión y metas de dirección. Las primeras nos motivan para llegar a la
conclusión más acertada posible, sea la que sea, páralo cual invertimos mayor esfuerzo al
hacer los juicios, nuestro razonamiento se vuelve más complejo y elaborado, y nos
preocupamos más por buscar las mejores estrategias. Este tipo de razonamiento está
motivado por el deseo o la necesidad de evitar cometer errores, y es el que seguimos, por
ejemplo, cuando tenemos que tomar alguna decisión importante (lo que en un apartado
anterior denominábamos proceso deliberativo).

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PSICOLOGÍA SOCIAL – TEMA 3

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