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INTRODUCCIÓN:
La Cognición Social puede entenderse en dos sentidos: como una corriente o perspectiva
dentro de la Psicología Social y también como un conjunto de procesos psicológicos que tienen
ligar en la mente de las personas. La perspectiva de la Cognición Social se basa en el supuesto
de que la conducta social está mediada cognitivamente Es decir, sostiene que nuestra
interacción con los demás está determinada por lo que pensamos de nosotros mismos, de las
demás personas, de los contextos en los que nos encontramos con esas personas y de las
conductas que tienen lugar en esas situaciones. Por otra parte, los psicólogos sociales emplean
también el término cognición social para referirse al conjunto de procesos mediante los cuales
interpretamos, analizamos, recordamos y empleamos la información sobre el mundo social
(Fiske y Taylor, 2013).
Las personas influyen en su entorno (en los demás) de forma intencionada, e intentan
controlarlo de acuerdo con sus propósitos. Los objetos, no.
Las personas son al mismo tiempo percibidas y perceptoras. Los objetos, no.
Las personas se parecen más entre sí que a cualquier objeto. Esto implica que los
demás pueden proporcionarnos más información sobre nosotros mismos que los
objetos.
Las personas pueden cambiar cuando son objeto de cognición. Los objetos, no.
Es más difícil comprobar la precisión de la cognición sobre otras personas que sobre
objetos, puesto que muchas de sus características importantes no son directamente
observables, sino que deben ser inferidas. Además, a diferencia de lo que suele ocurrir
con los objetos, la mayoría de estas características son dinámicas, no estables.
Para estudiar la cognición social es necesario simplificar la realidad, debido a la gran
complejidad que caracteriza al ser humano. Esto también ocurre en la investigación
sobre cognición no social, pero en este caso no implica tanta distorsión como en la
cognición sobre estímulos sociales, para cuyo análisis hay que eliminar gran parte de la
riqueza de información que proporcionan.
Algunos psicólogos sociales, fundamentalmente europeos, van más allá de esta distinción y
señalan que, en realidad, toda la cognición tiene un origen social, puesto que el conocimiento
de la realidad, y la forma en que la procesamos, surge y se desarrolla a través de la interacción
social, sobre todo durante el periodo de socialización del niño.
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Además, y en relación con su origen social, la cognición es socialmente compartida entre los
miembros de un grupo, sociedad o cultura. Precisamente por eso ha evolucionado, porque, al
ser compartida, resultaba útil para la coordinación entre las personas.
Por otra parte, desde la investigación en Neurociencia Social se ha encontrado evidencia que
sugiere la posibilidad de que la cognición social sea la actividad por defecto de nuestro cerebro
cuando está en reposo.
En este sentido, la Psicología Social ha sido diferente de la Psicología general, que estuvo
durante décadas dominada por la doctrina conductista y centrada exclusivamente en el
análisis del comportamiento observable, rechazando, por considerarlo poco científico, el
estudio de lo que ocurre “dentro de la cabeza” de los individuos.
Lo que ocurrió en los años 70 fue que el tradicional interés de los psicólogos sociales por los
procesos mentales cristalizó en una nueva perspectiva que promovió el desarrollo de
numerosas teorías y métodos que permitían la observación directa e indirecta de esos
procesos mentales de una manera científica. Fiske y Taylor lo asocian con la aparición, dentro
de la Psicología Social, de dos modelos de ser humano “pensante”. Según el primero de ellos,
las personas somos como “científicos ingenuos”, seres esencialmente racionales, que
buscamos las causas de la conducta con un enfoque cuasi-científico. Este modelo tenía un
carácter normativo o prescriptivo, es decir, señalaba cómo deberían pensar lógicamente las
personas para encontrar las causas del comportamiento de los demás, y todo lo que se
apartara de la norma se consideraba un error, que se atribuía a la interferencia de procesos
mentales “no racionales”, como la motivación o la emoción.
La abrumadora evidencia de lo que las personas en su vida diaria no siguen unos métodos tan
sistemáticos y racionales para buscar explicaciones sobre el mundo social que les rodea acabó
dando lugar a un nuevo modelo de ser humano, que Shelley Taylor denominó “indigente
cognitivo”. Según esta nueva concepción, las personas no estamos tan perocupadas por la
búsqueda científica de la verdad, sino que, dado que nuestra mente tiene un capacidad
limitada para procesar la información, escatimamos esfuerzos y buscamos atajos para
simplificar todo lo posible las cosas y encontrar soluciones rápidas para salir del paso.
Tras un periodo de veinte años, esta “cognición fría”, ajena a todo lo que no fuera puro
razonamiento, dio paso, en la década de os 90, a la “cognición caliente”, e la que se tiene en
cuenta la influencia de factores emocionales y motivacionales en los procesos cognitivos. Esta
relación se explica por as conexiones neuronales entre el sistema límbico y la corteza cerebral.
A partir de ese momento surge un tercer modelo de ser humano, al que se empieza a
considerar como un “estratega motivado”. Desde esta perspectiva, las personas necesitamos
dar sentido al mundo social que nos rodea y manejar una ingente cantidad de información,
para lo cual recurrimos a diferentes estrategias, cuya elección depende muchas veces de
factores no cognitivos, como las metas que perseguimos o nuestro estado afectivo en ese
momento concreto. Nuestro sistema cognitivo es flexible, y según cambian nuestros objetivos,
o nuestro estado de ánimo, adoptamos estilos de pensamiento diferentes.
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¿Cómo se enfrentan las personas a la gran cantidad de información que reciben del medio?
Rodríguez y Betancor (2007), en su excelente revisión del tema, las agrupan en tres categorías:
1. Estrategias mediante las cuales reducimos la información que tenemos que procesar.
2. Estrategias mediante las cuales reducimos la cantidad de procesamiento necesaria,
organizando la información y recurriendo a conocimientos que ya tenemos
almacenados.
3. Estrategias mediante las cuales reducimos o simplificamos los procedimientos
cognitivos necesarios para procesar la información y elaborar juicios.
Atención selectiva
Un de las formas de reducir la información que hay que procesar es la atención selectiva,
estrategia que consiste en fijarnos sólo en aquellos estímulos que nos resulten “salientes” o
distintivos por alguna razón.
Las categorías
El término categoría se refiere a un conjunto de estímulos que consideramos que tienen algo
de común. Las categorías que estudia la Psicología Social incluyen personas, grupos, roles u
ocupaciones, conductas, interacciones, situaciones y, en definitiva, cualquier tipo de estímulos
que sean relevantes para la forma en que pensamos, sentimos y nos comportamos en relación
con los demás.
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Aunque el número de esquemas puede ser ilimitado, en Psicología Social se han estudiado
algunos tipos de esquema de forma especial:
Esquema de roles: estos esquemas contienen información sobre cómo son y cómo se
comportan las personas que ocupan un determinado rol en el grupo o en la sociedad. Esto nos
perite comprender y tener expectativas sobre las metas y acciones de esos individuos y saber
cómo debemos interactuar con ellos. En las culturas colectivistas, la información sobre los
roles que desempeñan las personas es mucho más importante para definirlas que en las
culturas individualistas, que basan esa definición sobre todo en rasgos o características
personales.
Esquemas del yo: este tipo de esquemas incluye las ideas más distintivas y centrales que
tenemos de nosotros mismos. Cada persona posee múltiples autoesquemas, uno por cada
faceta de su autoconcepto. Los esquemas del yo (o autoesquemas) son, tanto, mucho más
complejos que los esquemas de personas (aunque funcionan de manera muy similar).
Los esquemas se pueden adquirir a través de los demás o por la propia experiencia con
estímulos pertenecientes a las distintas categorías.
Los esquemas se activan de forma espontánea cuando nos encontramos con un estímulo
perteneciente a la categoría a la que se refieren. Una vez activado un esquema, éste dirige
nuestra atención hacia la información relevante, nos ayuda a interpretarla y guía la
recuperación de dicha información cuando queremos recordarla. Además, permite eliminar la
información redundante, completar información que falta en lo que percibimos con el
conocimiento que ya tenemos y resolver pequeñas confusiones o ambigüedades que
aparezcan. Los esquemas funcionan como un filtro, de forma que percibe y se recuerda
fundamentalmente la infrmación que es consistente con nuestros esquemas, mientras que se
ignora aquella que no es relevante. Y todo ello puede suceder de forma automática y a nivel
preconsciente, por lo que no nos damos cuenta de su influencia y creemos que lo que
percibimos o lo que recordamos es lo que ocurrió realmente.
Por eso, cuando nos encontramos con información claramente inconsistente con nuestros
esquemas, el proceso deja de ser tan automático, ya que tenemos que dedicarle más atención
y tardamos más tiempo en procesarla. En estos casos la persona tiene tres posibles
alternativas
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Los esquemas también guían nuestra interacción social con los demás. Un claro ejemplo de
ello lo encontramos en las llamadas profecías autocumplidas. Los esquemas que tenemos
sobre otras personas nos hacen generar unas expectativas concretas sobre cómo se
comportan esas personas. A su vez, esas expectativas nos hacen comportarnos con ellas de
una manera determinada, con lo que las influimos para que se ajusten a lo que esperamos de
ellas o les impedimos que actúen de otra forma, provocando así que la expectativa se cumpla y
el esquema se mantenga. Este fenómeno, también es conocido como “efecto Pigmalión”.
Los ejemplares
El conocimiento previo sobre el mundo también puede estar almacenado como ejemplares, es
decir, como estímulos o experiencias concretas, no sólo como generalizaciones abstractas
(Smith, 1998). Esos ejemplares pueden ser personas, o aspectos de una persona, como rasgos
de personalidad o conductas concretas, o también elementos concretos de una situación.
Cuando utilizamos la información almacenada en ejemplares, no pensamos en un grupo
específico a partir de esquemas abstractos, sino que recurrimos a ejemplos concretos de este
grupo, que hemos obtenido a partir de nuestra experiencia previa directa o indirecta.
Una ventaja que ofrece el uso de ejemplares es que aporta mucha flexibilidad a las
representaciones mentales, en el sentido de que se puede activar diversos ejemplares e incluir
otros nuevos a medida que encontramos información que no encaja con la que tenemos
almacenada. Los esquemas, en cambio, se activan completos, no por partes. Además, los
ejemplares representan información sobre la variabilidad dentro de una categoría, algo que el
conocimiento general de los esquemas no permite.
Los psicólogos sociales han planteado el estudio del proceso de inferencia desde dos
perspectivas distintas: una centrada en los pasos que deben seguirse para realizar una
inferencia correcta (científico ingenuo), y la otra interesada en cómo las personas hacen
realmente las inferencas (la perspectiva estratégica e intuitiva del indigente cognitivo y, más
tarde, del estratega motivado). Veamos cómo entiende este proceso cada una.
a) Reunir información, lo que implica decidir cuál es relevante para el juicio que tenemos
que hacer y cuál no. Cuanto más abundante y detallada sea la información de la que
partimos, más correcta será la inferencia.
b) Seleccionar, entre todos los datos que hemos unido, los que más se adecuen al
objetivo. Los datos seleccionados no deben ser casos atípicos, sino representativos, es
decir, extraídos de una muestra lo suficientemente grande y no sesgada, y no ser
ejemplos extremos dentro de la muestra.
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c) Integrar los datos seleccionados y combinarlos para hacer un juicio. Para que la
inferencia sea correcta es necesario aplicar una regla de decisión adecuada, teniendo
en cuenta todos los elementos de información seleccionados en el paso anterior,
dando a cada uno el peso que le corresponde y combinando toda esa información para
extraer un juicio.
Esto es lo que lógicamente deberíamos hacer y es lo que haría un ordenador, pero las personas
no somos normalmente tan sistemáticas. Las demandas de la vida cotidiana nos obligan a
funcionar mentalmente de otra manera, a menudo incurriendo en sesgos.
¿Por qué hay tanta diferencia entre lo que deberíamos hacer y lo que realmente hacemos? La
respuesta la propone la perspectiva intuitiva del indigente cognitivo. Ya hemos mencionado
que nuestro sistema cognitivo tiene sus limitaciones, que afectan a la memoria a corto plazo
que se necesita para procesar la información en el momento; en cabio, nuestra capacidad de
memoria a largo plazo es mucho mayor.
Aparte de las limitaciones de nuestro sistema cognitivo, la mayoría de las ocasiones en las que
tenemos que hacer un juicio en nuestra vida diaria no tenemos ni el tiempo ni la motivación
siguientes para llevar a cabo todas las operaciones que exige el modelo normativo. En lugar de
eso, lo que realmente hacemos es sacrificar la exactitud a cambio de la eficiencia en función de
nuestras metas en cada situación (tal como propone la perspectiva del estratega motivado).
Los herurísticos
Los heurísticos son atajos mentales que utilizamos para simplificar la solución de problemas
cognitivos complejos, transformándolos en operaciones más sencillas. Las personas utilizamos
innumerables reglas de este tipo casi constantemente.
Sin embargo, hay otras razones que explican la mayor accesibilidad de cierto tipo de
información, como el hecho de que la hayamos procesado más recientemente, que se trate de
sucesos que conocemos por propia experiencia más que porque nos los han descrito otros, o
que nos haya impresionado de forma especial. Además, muchos de los contenidos y
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estructuras cognitivas utilizados con mayor facilidad a la hora de hacer inferencias son aquellos
relacionados con nuestro yo o identidad.
En principio se consideró que los procesos automáticos y los controlados eran opuestos e
incompatibles entre sí, y que se diferenciaban en cuatro aspectos fundamentales, que Bargh
(1994) llama, “los cuatro jinetes de la automaticidad”:
La consciencia,
la intencionalidad,
el control y
la eficacia.
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En primer lugar, los procesos automáticos se producen sin que las personas sean conscientes
de ello, En segundo lugar, y por la misma razón, no son intencionados. En tercer lugar, no
están sujetos a un control deliberado, por lo que puede resultar difícil o imposible evitar o
interrumpir ciertos procesos una vez activados. Finalmente, son muy eficaces en términos de
coste-beneficio, en tanto que requieren pocos recursos cognitivos (los heurísticos son un
ejemplo), no implican ningún esfuerzo, puesto que se basan en estructuras de conocimiento
que ya están almacenadas en la memoria (como los esquemas), y pueden ocurrir
simultáneamente con otros procesos. Frente a los procesos automáticos, los procesos
controlados se producen con consciencia y requieren mayor esfuerzo cognitivo. Por tanto, se
trata de un procesamiento bastante más lento que el automático.
Procesos preconscientes
En el punto más extremo de la aromaticidad se sitúan los procesos preconscientes, que tienen
lugar totalmente fuera de la consciencia pero afectan no obstante a la elaboración de juicios y
a la conducta. Un ejemplo de proceso preconsciente es la percepción subliminal, es decir, la
que ocurre cuando la información llega por debajo del umbral de la conciencia, y, aunque la
procesamos, ni siquiera recordamos haberla visto.
Procesos postconscientes
En el siguiente grado de automaticidad lo proporcionan los pensamientos postconscientes. En
este caso, se tiene conciencia de que se ha percibido y procesado la información, pero no se es
consciente de su influencia en juicios y respuestas posteriores.
El primer ejemplo de este tipo de automatismo (procesamiento dependiente de metas), son las
inferencias espontáneas sobre rasgos de personalidad. Las personas tendemos a inferir rasgos de
personalidad en los demás a partir de la observación de su comportamiento.
En todo este proceso hay aspectos controlados, motivados por nuestras metas, y aspecto automáticos,
que escapan a nuestro control, y en los que intervienen estructuras y procesos que ya hemos revisado
en este capítulo (esquemas y heurísticos). Esta inferencia automática de rasgos puede tener otras
implicaciones sociales, como el mantenimiento del prejuicio hacia ciertos grupos.
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Otro proceso cognitivo relacionado con las inferencias de rasgos de personalidad, es la información de
impresiones. En este caso, también el proceso depende de las metas del perceptor, pero se desarrolla
de forma bastante automática.
Los dos procesos que vamos a ver a continuación también están ligados a las metas, pero son
contradictorios o inconscientes con ellas, es decir, nos hacen pensar en lo que no queremos. La
supresión de pensamientos se refiere a los esfuerzos por mantener ciertos pensamientos lejos de
nuestra consciencia. Cuando las personas tratamos de controlar no pensar en algo, curiosamente se
produce el efecto contrario: pensamos mucho más. Esto se explica por un proceso automático de
vigilancia, que busca muestras de los pensamientos no deseados. Cuando se están buscando esas
muestras de pensamientos no deseados, estas se activan y se hacen más accesibles en el sistema
cognitivo, de forma que aparecen con más fuerza. Aparte de la búsqueda automática, también se pone
en funcionamiento un proceso operativo más consciente y controlado, que trata de suprimir esos
pensamientos no deseados, a veces sustituyéndolos por imágenes mentales alternativas. Si el sistema
cognitivo no está sobrecargado de información, el esfuerzo de sustitución puede culminar con éxito. En
cambio, en situaciones de sobrecarga, o cuando nos relajamos, mientras el proceso automático de
vigilancia continúa activo identificando los pensamientos no deseados, el sistema operativo carece de
los recursos necesarios (o deja de utilizar los que tiene) para alejar esos pensamientos de la conciencia
por medio de la distracción. De esta forma, se produce un efecto rebote, en el que los pensamientos que
pretendemos evitar aparecer incluso con más fuerza que cuando comenzaron los intentos por
suprimirlos.
Las rumiaciones son pensamientos conscientes que las personas dirigimos a un objeto dado (un suceso,
una idea, otra persona) durante un periodo prolongado como resultado de alguna meta frustrada.
Cuando no se puede conseguir algo que se desea, esa frustración pude llevar a un nuevo intento de
lograr la meta, a pensar constantemente en formas alternativas de conseguir el objetivo sin poder
evitarlo. Las rumiaciones suelen ser contraproducentes porque no facilitan la solución del problema y
pueden acabar provocando depresión par la incapacidad para obtener la meta deseada u ara controlar
los pensamientos recurrentes.
Procesos controlados
En el extremo opuesto a los procesos puramente automáticos se encuentran los procesos
controlados, caracterizados por ser plenamente conscientes e intencionados, por ser
susceptibles de control de principio a fin por parte de la persona y por requerir más tiempo y
más esfuerzo cognitivo. Son los procesos que ponemos en marcha cuando tenemos que tomar
alguna decisión importante o hacer una elección difícil entre dos o más opciones, pero
también cuando estudiamos y cuando buscamos la solución a algún problema complejo.
Antes de poner en práctica una decisión, por ejemplo, son necesarios dos procesos: uno
deliberativo, en el que la persona considera las opciones que tiene y sopesa toda la
información a favor y en contra de cada una; y otro entrado en la implementación de la
decisión tomada (Gollwitzer, Heckhausen y Seller, 1990). No siempre se dan los dos procesos,
sin embargo, a veces nos quedamos en la primer fase y no pasamos de ahí, como cuando nos
haceos propósitos que luego no cumplimos. Es más probable que llevemos a cabo nuestros
propósitos e intenciones cuando elaboramos un plan de implementación específico y no
abstracto, por ejemplo, proponiéndonos objetivos concretos.
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caliente”. En este apartado vamos a referirnos a la relación que se establece entre el estado
afectivo –lo que sentimos o el estado de ánimo que tenemos– y la cognición –la forma en la
que procesamos la información social–.
Según el modelo de infusión del afecto propuesto por Forgas (1995), el estado emocional
influye en los procesos cognitivos a través de dos mecanismos:
Estos dos mecanismos actúan en situaciones diferentes. El primero se pone en marcha cuando
percibimos información del medio y necesitamos interpretarla recurriendo al conocimiento
que tenemos almacenado, mientas que el segundo lo hace cuando empleamos heurísticos
para hacer inferencias.
Las estructuras cognitivas también tienen impacto en las emociones. Los esquemas basados en
experiencias anteriores pueden incluir una etiqueta emocional (Fiske, 1982). Cuando se activa
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Otro ejemplo lo constituye el pensamiento retrospectivo, con el que la gente trata de disminuir
el impacto de sucesos negativos o frustrantes a través de cogniciones. La estrategia consiste en
reducir las probabilidades de éxito convenciéndonos de que, en realidad, dadas las
circunstancias, era imposible que aquello saliera bien. Este tipo de pensamientos puede hacer
que los resultados negativos parezcan inevitables y menos estresantes.
Las preguntas que se plantean ahora los investigadores se refieren al “cómo” de esa influencia.
En relación con esta cuestión, la evidencia empírica permite hacer dos afirmaciones: la
primera, que la motivación puede ejercer sus efectos tanto en la dirección como en la
intensidad el procesamiento; la segunda, que esos efectos están sin embargo, limitados por
nuestra capacidad para justificarlos de acuerdo con nuestra comprensión de la realidad.
Veamos qué quiere decir esto.
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