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¿Que es la beneficiencia?

Beneficiencia es la virtud de hacer el bien.


La palabra beneficencia y la invocación del principio de beneficencia son
frecuentes en ética aplicada, sobre todo en bioética. Tanto la palabra como el
principio están marcados por unas connotaciones asistencialistas y paternalistas
que han sido o son más propias propias de las actividades y profesiones de
ayuda. Beneficencia pudo ser una palabra apropiada para hablar de profesiones
sanitarias o de política social.

No parece igualmente apropiado hablar del principio de beneficencia en


profesiones como las de arquitecto, juez, fontanero o bibliotecario El principio de
beneficencia suele ser el primero que se nom bra en bioética y en general en las
éticas aplicadas.

Otras veces se trata de este principio para hablar del carácter obligatorio o
voluntario de las acciones benéficas que cabe llevar a cabo en determinadas
situaciones, lo que sitúa el principio de beneficencia en las inmediaciones del
principio de justicia. A veces se integra el principio de beneficencia y el de no
maleficencia en el principio de utilidad que establece la necesidad de sopesar y
compensar los beneficios y perjuicios que se siguen de determinados cursos de
acción. En este horizonte del hacer bien determinadas actividades en orden a
alcanzar y proporcionar los bienes propios de dichas actividades es posible situar
en un segundo momento los beneficios y daños que puedan generarse, por
ejemplo, de la investigación con sujetos humanos, tanto para los sujetos
investigados, como para terceros.

Lo que Aristóteles dice de la eudaimonía (que todos están de acuerdo en decir


que ella es el fin supremo por el que todo es buscado, pero que no hay acuerdo
acerca de en qué deba consistir) eso mismo cabe afirmarlo de todo aquello que
puede ser considerado como bien constitutivo de una vida digna y plena: salud,
libertad, justicia, amistad, seguridad, solidaridad, amor... Esa consustancial
indeterminación del bien, que sólo la expe-rencia va dilucidando, lleva mediante la
tipificación y habituación de situaciones, acciones y valoraciones a una
sedimentación de la experiencia en costumbres, hábitos, reglas, normas y princi-
pios. Las reglas y normas suelen conectar determinados tipos de actuaciones
llevadas a cabo en determinado tipo de situaciones con determinado tipo de
valoraciones y resultados. Aquí proponemos relacionar e integrar los imperativos
técnicos y las consideraciones prudenciales en el marco de una sabiduría moral
práctica que no se reduce al cumplimiento de normas y deberes sino que plantea
tanto sus propuestas optativas como sus exigencias imperativas en el horizonte de
la aspiración a una vida humana digna y plena. La habituación y tipificación de
situaciones, actuaciones y valoraciones tiene lugar dentro del marco de la
interacción social; eso ayuda a evitar tener que aprenderlo todo de primera mano.

Al final, los criterios para la articulación de los bienes se toman -provisionalmente y


siempre sujetos a revisión y modificación por una parte de la cultura moral
sedimentada en las costumbres e instituciones (Sittlichkeit, las llamaba Hegel,
palabra que algunos traducen por "eticidad") y por otro y sobre todo por esa
acumulación de sabiduría, experiencia y buen hacer moral de los hombres
virtuosos.
Para la ética profesional esto es importante pues obliga a superar el "dentrismo"
del que hemos hablado más arriba que no consiste en otra cosa que en
promocionar el ejercicio de la propia profesión, la visión interna de lo que ella hace
y sus intereses a costa de otros bienes igualmente necesarios y buenos para el
vivir humano.

Tanto los bienes intrínsecos como los extrínsecos son buenos y necesarios, pero
los segundos pueden corromper a los primeros cuando se invierte la jerarquía
entre ellos. Empiezo jugando al ajedrez porque me gusta; jugar al ajedrez por el
placer de jugar con otro que también juega bien, es un ejemplo de bien intrínseco:
sólo se puede conseguir jugando bien al ajedrez. Pensemos que somos varios los
que disfrutamos jugando al ajedrez. Compraremos más tableros de ajedrez,
fijaremos horarios, organizaremos torneos; con el tiempo si aumenta el número de
los aficionados al ajedrez necesitaremos locales y tal vez fundemos un club de
ajedrez. En ese club, entre partida y partida, nos tomaremos una copa, nos
sentaremos a charlar unos con otros, en algún momento nuestros contactos nos
servirán para pedir recomendaciones o hacer algún tipo de negocio.

No hay que tener un concepto demoníaco ni del dinero, ni del poder, del prestigio
o del status. No son malos, son ambiguos...
Sólo son demoníacos ("perversos") cuando pervierten el orden jerárquico y ponen
los bienes intrínsecos como pretexto para alcanzar bienes extrínsecos; llegaremos
a un punto en el que en el lugar donde acostumbran a reunirnos sea lo de menos;
es un lugar social de encuentro de personas de determinado nivel económico,
social y cultural para gestionar sus contactos, su status, para estar entre sí y tejer
relaciones y traficar con influencias. Se exigirá, por ejemplo, una cuota muy alta
para que no vengan quienes no puedan o quieran pagarla.
Aquí está la raíz última, no sólo de las chapuzas y de la corrupción, sino también
del corporativismo profesional.

Las profesiones entran en escena para estar al servicio de unos determinados


bienes intrínsecos que sólo pueden conseguirse practicándolas debidamente. El
servicio permanente de esos bienes requiere y proporciona recursos económicos,
institucionales, de poder, de status, de imagen.
Existe continuamente el peligro de buscar atajos para obtener o acumular bienes
extrínsecos, sin ponerlos al servicio de los bienes intrínsecos. Los intereses y la
imagen corporativa de la profesión, por ejemplo, se pone por encima del bien
intrínseco que se supone que es el que constitutivamente se trata de realizar y
proporcionar. El bien intrínseco se pierde, se corrompe cuando se hacen trampas.
Es posible conseguir bienes extrínsecos sin participar en determinadas

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