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EL MALESTAR DEL POSCONFLICTO
APORTES DE LA CRÍTICA LITERARIA Y CULTURAL

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EL MALESTAR DEL
POSCONFLICTO
APORTES DE LA CRÍTICA
LITERARIA Y CULTURAL
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Editores

Instituto Caro y Cuervo Universidad de Antioquia

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El malestar del posconflicto: aportes de la crítica literaria y cultural / Editores Luis Fernando
Restrepo, Violeta Lorenzo Feliciano, Sophie von Werder. -- Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, Universidad de
Antioquia, 2018.
276 p. ; 24 cm

Incluye bibliografía p. 257-272

ISBN: 978-958-611-375-5

1. Acuerdo de Paz - Colombia. 2. Posconflicto - Colombia. 3. Paz y literatura. I. Restrepo, Luis Fernando,
ed. II. Lorenzo Feliciano, Violeta, ed. III. Werder, Sophie von, ed. IV. Hoyer, Jennifer M. V. Karmy Bolton,
Rodrigo. VI. Avelar, Idelber. VII. Almenara, Érika. VIII. Nolasco-Schultheiss, Rosario. IX. Martínez, Judith. X.
Osorio Soto, María E. XI. Carvajal Córdoba, Edwin. XII. Caro Meléndez, Eduardo A. XIII. Villegas Restrepo,
Juan E. XIV. Contreras Suárez, Ricardo. XV. Villalobos Ruminott, Sergio.

SCDD 303.6 21ª ed.


CO-BoICC

Edición gestionada en colaboración con la Universidad de Arkansas

© Instituto Caro y Cuervo


© Universidad de Antioquia. Grupo de Estudios Literarios
© Luis Fernando Restrepo, Violeta Lorenzo Feliciano, Sophie von Werder /Editores
© Jennifer M. Hoyer, Rodrigo Karmy Bolton, Idelber Avelar, Érika Almenara,
Rosario Nolasco-Schultheiss, Judith Martínez, María E. Osorio Soto,
Edwin Carvajal Córdoba, Eduardo A. Caro Meléndez, Juan Esteban Villegas Restrepo,
Ricardo Contreras Suárez, Sergio Villalobos Ruminott /Autores

Ilustración de carátula: La toma, 2016, Nadín Ospina

isbn 978–958–611–375–5

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida


ni en su todo ni en sus partes sin el permiso previo de la editorial.

Universidad de Antioquia
Calle 67 53-108
Ciudad universitaria
Medellín

Instituto Caro y Cuervo


sede Casa de Cuervo
Calle 10 4–69, Bogotá

Imprenta Patriótica
Sede Yerbabuena
Autopista Norte, km 9, 300 m

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11 Introducción
l u i s f e r na n d o r e s t r e p o
v i o l e ta l o r e n z o f e l i c i a n o
s o p h i e vo n w e r d e r

PRI MERA PARTE


PERSPECT I VAS GLOBALES

19 Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser.


Preservando la ruptura y la ruina en alemán
j e n n i f e r m . h oy e r

33 La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista


ro d r i g o k a r m y b o lt o n

SEG U NDA PARTE


EXPERI ENC I AS LAT INOAMERI CANAS

67 Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las


revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
i d e l b e r av e la r

87 Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la


reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
v i o l e ta l o r e n z o f e l i c i a n o

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105 Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de
Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
é r i k a a l m e na r a

123 Y así nos renace la conciencia y se extiende


el ancestral centro: el legado ecológico
posconflicto de Rigoberta Menchú
ro s a r i o n o la s c o - s c h u lt h e i s s

139 «Perra brava» y la transformación de la


violencia en un Estado adulterado
j u d i t h m a rt í n e z

TERC ERA PARTE


EL CASO C OLOMB I ANO

155 Reconstrucciones geopoéticas de los espacios


del horror: la ciudad de Medellín
maría e. osorio soto
e d w i n c a rva ja l c ó r d o b a

179 «Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano:


¿síntomas del cine del (pos)conflicto?
e d ua r d o a . c a ro m e l é n d e z

203 Ecología, medio ambiente y literatura


en la Colombia del posacuerdo
j ua n e s t e b a n v i l l e ga s r e s t r e p o

225 La relación de literatura e historia en «El resto es


silencio» (1993), de Carlos Perozzo: del esperpento
valleinclaniano a una estética de lo atroz
ricardo contreras suárez

PO ST SC RÍ PTUM

249 Pensar el desastre


s e rg i o v i l la l o b o s ru m i n o t t

257 Referencias

273 Editores

274 Participantes

{8}

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EL MALESTAR DEL POSCONFLICTO
APORTES DE LA CRÍTICA LITERARIA Y CULTURAL

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Introducción

Luis Fernando Restrepo


Violeta Lorenzo Feliciano
Sophie von Werder

Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir.


Los hijos de los días, Eduardo Galeano

l o s p ro l o n ga d o s y t o rt u o s o s d i á l o g o s q u e l l e va ro n
al reciente acuerdo de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC ) y el Estado colombiano en el 2016, al igual que
los asuntos y las tensiones que quedan por resolver evidencian que los
conflictos armados, así como los regímenes represivos, abren brechas
que no se cierran con la firma de acuerdos o con los gestos públicos
de perdón y las campañas de reconciliación. Los informes de las comi-
siones de la verdad en Argentina (1986), Brasil (1985 y 2012), Chile
(1991 y 2005), El Salvador (1993), Perú (1993) y Guatemala (1998)
intentan dar cuenta de los daños en un proceso que no se puede reducir
a cifras. La búsqueda de la verdad, con la penosa cuenta de los muertos,
las víctimas, el paradero de los desaparecidos, se suma a las demandas
de justicia, en las que se sopesan la culpa y el castigo o la reparación
y la reconciliación. Entender qué ocurrió tomará décadas, pues el pa-
sado nunca queda atrás completamente. El hecho es que los aspectos
jurídicos, políticos y económicos de estos eventos traumáticos tienen
dimensiones humanas y culturales que no se alcanzan a discernir en
los estudios sociales y legales tradicionales, como lo planteó Elizabeth {11}

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{12} Jelin en Los trabajos de la memoria (2002) al empezar a mirar el entrama-
do psíquico y las dimensiones semióticas de la memoria y el olvido. Al
prestar atención a las formas discursivas que dotan de sentido al mun-
do, incluso destacando la imposibilidad de dar cuenta en el lenguaje del
horror y el sufrimiento causado, la crítica literaria y la crítica cultural
tienen mucho que aportar para pensar los malestares que enfrentan las
sociedades tras conflictos armados y otros eventos catastróficos. No
se trata de ofrecer fórmulas que ayuden a explicar esquemáticamente
lo social, sino de brindar acercamientos que ponen de relieve asuntos
que definen nuestra compleja humanidad, tales como la búsqueda de la
justicia, la posibilidad o imposibilidad del perdón, y la capacidad para
la crueldad y el odio o la esperanza y la solidaridad.
El malestar del posconflicto tiene múltiples facetas. De esos esce-
narios infortunados, surge un acervo de narrativas del horror que
requieren una labor crítica que nos permita ir más allá de la simple
recreación de la herida traumática. Esa es la tarea que se asume en el
presente libro. Algunos de los temas que se tratan en esta colección de
ensayos son los siguientes:
El registro del horror. Una de las preguntas fundamentales que se
hace Susan Sontag en Regarding the Pain of Others (2004) es cómo leer
responsablemente las imágenes del sufrimiento de otros que nos ofre-
cen los medios a diario. Sin duda, es preciso analizar los elementos
Luis Fernando Restrepo / Violeta Lorenzo Feliciano / Sophie von Werder

estéticos y retóricos de las narrativas e imágenes de la violencia en los


testimonios del horror, así como los límites del lenguaje y su capacidad
para dar cuenta del dolor del otro. Es necesario prestar atención a las
políticas de la reproducción y el consumo de estos textos.
La memoria y el trauma. Desde la aparición del ensayo de Freud
“Duelo y melancolía” (1917), entendemos que la memoria es un pro-
ceso activo. Esto es lo que destaca Pierre Nora en su estudio de los
lugares de la memoria francesa, llamado Les lieux de mémoire. Aunque
su sentido se condensa en lugares, eventos e hitos culturales, la memo-
ria no es un objeto fijo ni un hecho desligado del presente. Requiere
una interpretación a partir de las trazas del pasado. La memoria tie-
ne su propio lenguaje, condensando, proyectando y sustituyendo para
construir la verdad de cómo se vivió la experiencia. Superar el pasado
traumático es un proceso activo que requiere la labor del duelo en el
cual se llega a términos con la pérdida.
La responsabilidad. En su estudio sobre la memoria y el olvido
Memory, History, Forgetting (2003), Paul Ricoeur nos plantea algunas

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preguntas fundamentales: ¿cuáles son los límites de la responsabilidad {13}
por los daños y la destrucción? ¿Qué hacer con las ofensas del pasa-
do, ¿hay crímenes imprescriptibles? ¿Quién es culpable por los daños
cometidos por los Estados?, ¿los soldados, los dirigentes, todos sus
ciudadanos? ¿La responsabilidad tiene jurisdicciones limitadas o es
universal?
La reconciliación y el perdón. Las sociedades posconflicto enfrentan
la imposible tarea de olvidar las injurias y la pérdida de los seres que-
ridos, pero es preciso pactar la paz para detener la cadena de ofensas.
Como bien lo plantea Jacques Derrida en su ensayo “On Forgivenes”
(On Cosmopolitanism 2010), es preciso preguntarse quién puede perdo-
nar las ofensas cometidas y qué tan universal es el sentido del perdón,
al igual que si hay hechos imperdonables y es posible la restitución.
En el presente libro, se recogen varios ensayos sobre estos temas
escritos por profesores reconocidos y por jóvenes investigadores. El
punto de partida fue el coloquio internacional “Literatura y poscon-
flicto”, celebrado en la Universidad de Arkansas en abril del 2016, en
colaboración con el Grupo de Estudios Literarios (GEL ) de la Uni-
versidad de Antioquia. Tras el encuentro, en el cual se planteó de
qué modos las artes, la literatura y la crítica cultural aportaban a
los esfuerzos de la paz y la reconciliación, los autores incluidos en
esta obra escribieron ensayos en los que abordaron situaciones que
ilustran la compleja y tortuosa labor que enfrentan las sociedades
posconflicto.
Esta colección de textos consta de tres partes que abarcan con-
flictos globales, latinoamericanos y colombianos. La primera parte
contiene dos ensayos sobre conflictos históricos que proveen una pers-
pectiva global al tema en cuestión: el primero es sobre la Alemania
posterior al Holocausto y el segundo es sobre Palestina, una disputa
que continúa hasta la fecha. Estos dos casos son paradigmáticos de
conflictos contemporáneos, pues nos permiten ver los logros y los lími-
tes de los esfuerzos por establecer los marcos legales para la protección
de la vida y la dignidad humana, por lo cual su inclusión no es fortuita.
Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948
hasta el establecimiento de la Corte Penal Internacional en 1998, se
han creado figuras jurídicas como el “genocidio” y los “crímenes de
Introducción

lesa humanidad” que permiten confrontar agresiones a la soberanía


nacional tanto como los crímenes de los regímenes represivos contra
sus propias poblaciones.

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{14} Sin embargo, los retos no se limitan al Derecho Internacional
Humanitario (DIH ), como lo vemos en los ensayos incluidos en esta
colección. En el primer ensayo, Jennifer Hoyer se enfoca en la dis-
cusión alemana tras el Holocausto. Poetas como Nelly Sachs y Paul
Celan, en particular, rechazaron los llamados a la reconciliación por
considerarlos una traición y buscaron fórmulas para escribir sobre el
horror y restaurar la dignidad de las víctimas. Rodrigo Karmy, en cam-
bio, en su ensayo “La paz colonial” plantea que en el caso del conflicto
Israel-Palestina no se puede hablar ni de paz ni de guerra, porque lo
que se observa es una situación de un colonialismo continuo. El pos-
conflicto, en esta perspectiva, se convertiría en un imposible.
En la segunda parte del libro, se recogen ensayos sobre las
experiencias posdictadura y de guerras civiles latinoamericanas en el
Cono Sur, los Andes, Centroamérica, México y el Caribe, los cuales
abarcan conflictos que van desde la Guerra Fría hasta la violencia de
los estados neoliberales contemporáneos. Como lo muestra Jean Fran-
co en Cruel Modernity (2013), las formas de la violencia y la represión
de los regímenes latinoamericanos son tan brutales que parecen no
tener explicación, pero son impensables sin considerar las formas de
opresión, desde el machismo hasta la institucionalización de la violen-
cia mediante el entrenamiento para la tortura y la represión.
En el primer ensayo de esta sección, Idelber Avelar examina
Luis Fernando Restrepo / Violeta Lorenzo Feliciano / Sophie von Werder

cómo los científicos sociales no lograron captar la complejidad de las


protestas populares brasileñas –la llamada rebelión de junio del 2011,
en la que una amplia gama de sectores sociales se enfrentaron al
establecimiento político con propuestas innovadoras–. El registro dis-
cursivo de los conflictos, las rupturas y sus continuidades es un aspecto
que no puede trazarse en un continuo temporal acrítico, sino que es
preciso entender las figuras retóricas, las causalidades y las aporías en
el registro del devenir histórico. El siguiente ensayo nos remonta al
Caribe.
Violeta Lorenzo Feliciano, en “Un entorno hecho charamicos:
los doce años de Balaguer y la reescritura del Bildungsroman de Ángela
Hernández”, presenta un ejemplo dominicano de cómo la reescritura
de la novela de formación sirve para cuestionar y problematizar nocio-
nes de progreso, desarrollo y modernidad en contextos poscoloniales
y de posconflicto. Érika Almenara aborda, en “Neoliberalismo y biopo-
lítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado
interno peruano”, la violencia experimentada por el país andino en

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la década de los ochenta, en la cual se da una estrecha relación entre {15}
biopolítica y neoliberalismo, entre el conflicto armado y los objetivos
económicos.
A su vez, Rosario Nolasco-Schultheiss, en “Y así nos renace
la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico
posconflicto de Rigoberta Menchú”, reflexiona acerca del posconflicto
desde una perspectiva indigenista, feminista y ecocrítica. Judith Mar-
tínez observa en la novela Perra brava (2010), de Orfa Alarcón, que la
violencia se torna en un elemento estructural de los países neoliberales
(México, en este caso), donde el narcotráfico no es la anomalía, sino
más bien el modus operandi de un Estado que excede los marcos legales
en el ejercicio del poder. Se plantea la pregunta del lugar y la función
de la literatura en el contexto latinoamericano neoliberal.
La tercera y última parte de esta colección se concentra en el caso
colombiano. A partir de La violencia en Colombia (1962), de Orlando
Fals Borda, Germán Guzmán Campos y Eduardo Umaña Luna, son
múltiples los aportes de las ciencias sociales que tratan de dar cuenta
de las especificidades del conflicto colombiano, desde el Bogotazo y
la Violencia hasta las masacres de los paramilitares a principios del
siglo XXI . No obstante, si tenemos en cuenta los agitados debates en
torno a la implementación de la justicia tras los acuerdos de paz, se
hace evidente que la sociedad colombiana tiene aún muchos asuntos
por resolver. Esta aproximación al conflicto como un proceso abierto
es precisamente lo que se propone en el reporte ¡Basta ya! Colombia:
memorias de guerra y dignidad, realizado en el 2013 por la Comisión Na-
cional de Reparación y Reconciliación de Colombia, en el que se ofrece
un panorama del conflicto armado durante los últimos cincuenta años.
Como se destaca en el reporte:
Lejos de pretender erigirse en un corpus de verdades cerra-
das, quiere ser elemento de reflexión para un debate social y político
abierto. El país está pendiente de construir una memoria legítima, en la
cual se incorporen explícitamente las diferencias, los contradictores, sus
posturas y sus responsabilidades, y, además, se reconozca a las víctimas
(20-21).

Siguiendo esta aproximación a los conflictos mundiales y latinoa-


Introducción

mericanos, nos acercamos al conflicto colombiano a través de la crítica


literaria y cultural. Como lo demuestra María Elena Rueda en La vio-
lencia y sus huellas: una mirada desde la narrativa colombiana (2011), hay

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{16} un amplio corpus de textos que requiere atención crítica para com-
prender mejor las múltiples dimensiones del conflicto de este país. El
primer ensayo de esta sección, dedicada al caso colombiano, se titula
“Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de
Medellín”. En este, María E. Osorio Soto y Edwin Carvajal Córdoba
examinan las diferentes expresiones del conflicto en el Museo Casa de
la Memoria de Medellín, varias colecciones de relatos sobre la violen-
cia urbana y expresiones de la violencia en la música popular. Luego,
Eduardo Caro Meléndez se enfoca en las representaciones fílmicas del
conflicto armado en su ensayo “‘Nuevas’ voces e imágenes en el cine
colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto?”, en el cual contras-
tan Los colores de la montaña y Pequeñas voces, dos recientes puestas en
escena del conflicto armado desde la perspectiva de los niños. En el
siguiente ensayo, titulado “Ecología, medio ambiente y literatura en la
Colombia del posacuerdo”, Juan Esteban Villegas Restrepo relaciona la
historia del país, el tema social y la violencia con la ecología y la eco-
crítica, y plantea la necesidad de una ecocrítica propia, colombiana. En
su ensayo, Ricardo Contreras Suárez se enfoca en la novela histórica
El resto es silencio (1993), de Carlos Perozzo, en la cual se relatan tres
grandes conflictos en la historia de la región: la conquista, la república
en la época de Bolívar y el Bogotazo, hacia mediados del siglo XX .
En un post scríptum al final del libro, Sergio Villalobos Ruminott
Luis Fernando Restrepo / Violeta Lorenzo Feliciano / Sophie von Werder

ofrece reflexiones sobre los aportes de la colección y traza los retos


para abordar «el malestar del posconflicto».

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P R I M E R A PA R T E

PERSPECTIVAS GLOBALES

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Marchando hacia el lenguaje con nuestro
propio ser. Preservando la ruptura y la ruina
en alemán

Jennifer M. Hoyer
U N I V E R S I DAD D E AR K AN S AS

en el subtítulo para el coloquio del 2016 realizado en la


Universidad de Arkansas, «La literatura y las sociedades posconflicto»,
se cuestionaba si la literatura y el arte podían arraigar la reconciliación
y crear esperanza. Esta pregunta evoca una cuestión notoriamente
difícil en el contexto de la poesía del Holocausto. Luego del trauma
infligido por el régimen nazi, los alemanes no miraron a la literatu-
ra para encontrar una identidad perdida, para encontrar el camino de
retorno a un tiempo más inocente. Stephen Brockman resume la re-
lación alemana de posguerra a la legendaria reputación de Alemania
como nación de pensadores y poetas: «Añadido a su función tradicio-
nal como colmadora de inasequible poder político, la cultura Alemana
también ahora sirvió como función expiatoria: para muchos alemanes,
la Kulturnation (cultura nacional), como se representa en sus mayores
logros, fue proveer de un contrapeso cultural a los pesados pecados
morales y políticos» (Brockman 120).
Tal giro hacia el pasado rápidamente provocó una difícil y elevada
crítica desde muchos ángulos: escribir literatura que intentaba regresar

Traducido del inglés por Hugo Montoya. {19}

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{20} a una era de preguerra o a las convenciones prebélicas ignoraba el daño
hecho no solo por el régimen nazi al panorama de Europa, sino también
a sus propias tradiciones estéticas, en especial a la lengua alemana. La
poesía en particular no podía seguir siendo lo que convencionalmen-
te había sido: un bálsamo sanador o una visión ideal de la realidad en
que vivimos. En verdad, si la poesía significa idealizar y sanar, ¿qué
lugar podría tener en un mundo que había permitido Auschwitz, So-
bibor, Treblinka, Chelmno, Belzec y Maidanek, y los miles de campos
de concentración y trabajo forzado? Mientras que había algunos que
cuestionaban el propio derecho de la poesía a existir, había otros, en
particular los poetas –que discutiré aquí–, que reconocieron que la poe-
sía era, paradójicamente, el género más apropiado para confrontar la
crisis epistemológica de la realidad pos-Auschwitz. El teórico Theodor
Adorno (1903-1969) argumentó, en su ensayo de 1951 Kulturkritik und
Gesellschaft (La crítica cultural y la sociedad), que los campos de concen-
tración representaban un colapso de la cultura occidental –edificada
sobre la oposición dialéctica entre la civilización y la barbarie–, la cual
requería un repensamiento radical de nuestros valores y las bases del
arte; la poesía tendría que evolucionar para sobrepasar el daño causa-
do por ese tipo de humanidad. Nelly Sachs (1871-1970) y Paul Celan
(1920-1970), hoy muy conocidos como los «poetas del Holocausto», no
escribieron para alimentar reconciliación o crear esperanza; tales tér-
minos fueron obsoletos para ellos. En su lugar, escribieron poemas que
responsabilizaban al ser humano y su uso de la lengua por lo que había
ocurrido, a fin de contrarrestar el muy seductor mandato político de los
años cuarenta de seguir adelante y sanar para mirar hacia el futuro –lo
que conllevaba el riesgo de que se olvidara lo sucedido y sus causas–.
La cita referenciada en mi título es de uno de los dos discursos
sobre la poesía dados por Paul Celan que han marcado las pautas de
lectura para la poesía tras la Segunda Guerra Mundial. En 1958, Celan
fue galardonado con el Premio de Literatura de la Libre Ciudad Han-
seática de Bremen, y quizá conectando sus pensamientos sobre poesía
lírica con la relevancia de la ciudad portuaria, él plantea que el poema
es como «un mensaje en una botella, enviada en la –no siempre muy
esperanzadora– creencia que en alguna parte y en algún tiempo podría
Jennifer M. Hoyer

ser arrojada a tierra, quizás a la tierra firme» (Felstiner 395-396). La


poesía lírica, como el poeta lírico mismo, siempre está en movimiento
hacia algo, un cambio en la conciencia poética que no es, argumenta
Celan, defendida solamente por él:

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Y creo asimismo que ideas como estas acompañan no solo mis {21}
propios esfuerzos, sino también los de aquellos otros poetas de la ge-
neración más joven. Son los esfuerzos que constituyen la obra de los
hombres, de aquel que, sobrevolado de estrellas, sin resguardo aun en
este sentido hasta ahora inimaginado y con ello en lo más aterrador, a la
intemperie, avanza con su existencia hacia el lenguaje, herido de reali-
dad y buscando la realidad (Celan, «Discurso de Bremen» 360).

La afirmación de Celan de que él como poeta y como ser humano va


hacia el lenguaje con su propio ser es, para mí, su argumento más sus-
cinto para ejercer el papel vital y radical del poeta lírico y la poesía
lírica en el despertar de la atrocidad nazi, especialmente en Alemania,
aunque no solo en Alemania. Enraizada en el proceso del pensamiento
de Celan está la noción de que percibimos y formamos nuestra realidad
a través de nuestro lenguaje individual. De esta forma, en la poesía
lírica, por naturaleza, se requiere una subjetividad radical, una esencial
e insistente posición del «Yo», que fue el propio elemento que la propa-
ganda nazi más buscó erradicar (Klemperer).

Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser. Preservando la ruptura y la ruina en alemán
La retórica nazi apuntaba principalmente a remplazar la iden-
tidad individual –la subjetividad– con el Estado o una categoría de
«indeseable». Ellos hicieron esto primero y al crear un nuevo len-
guaje, hicieron una propaganda simplificada ahora denominada
«nazi-alemán» (nazi-germano) (Michael y Doerr). Tan pronto como
el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda tomó control de
la palabra impresa en 1933, como el sobreviviente Victor Klemperer
escribió en 1946, se dio «la uniformidad absoluta en el lenguaje es-
crito» traducido a «la homogeneidad del lenguaje hablado» (12). El
lenguaje repetitivo y ahuecado del régimen nazi «siempre dio expre-
sión solamente a un lado de la existencia humana» (Klemperer 22),
invocando solo la identidad impuesta por el Estado, en lugar de pro-
veer al individuo de herramientas expresivas. Klemperer lo explica:
«Una de sus banderas sostiene que ‘Usted no es nada, su pueblo lo es
todo’. Lo que significa que Usted no está solo consigo mismo, nunca
solo con su más cercano y más querido, Usted está siempre observado
por su propio pueblo» (23). La retórica nazi enterró la posición del su-
jeto en un paso colectivo encerrado, lo cual es precisamente el porqué
la poesía no solo tenía un lugar en el mundo de posguerra, sino que
además fue un género constituido únicamente para enfrentar la raíz

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{22} de la atrocidad: la poesía lírica contraviene a la supresión demagógica
de la subjetividad.
El nazismo-alemán también llevó de hecho a la bancarrota a
numerosos símbolos y metáforas tradicionales alemanes, lo que sig-
nificaba que los poetas líricos de la Alemania de posguerra tenían un
montón de tareas urgentes. Los poetas reconocían que no podían y no
querían resucitar la poética convencional, ni intentar impulsar un «yo»
no traumatizado que reclamaba la nostálgica Alemania de preguerra.
Nelly Sachs escribió en una carta de 1948 a su amigo Gudrun Dahnert:
«Nuestro tiempo es tan malo como deben ser todos los tiempos del pa-
sado para encontrar su expresión en el arte; esto tiene que intentarse
con todos los nuevos métodos, porque los viejos no son suficientes»
(Hoyer, The Space of Words 98). Más bien, estaban decididos a impedir
al lenguaje o a la subjetividad caer víctimas del legado de la Alemania
nazi y del saneamiento de las nuevas políticas futuristas que lo rempla-
zaron. Su poesía preserva la ruptura y la ruina del «yo», así como en
general del mundo, causado sin embargo, pasiva o activamente, por las
mentes y las manos de los seres humanos.
Como lo he señalado en otro lugar (Hoyer, «Flowerless Garde-
ners»), es significativo que Sachs y Celan, ambos nacidos y criados en
casas de judíos de habla germana, a pesar de que escaparon a otros países
y aprendieron (o ya sabían) otros idiomas, tomaron la decisión cons-
ciente de continuar escribiendo poesía en alemán, sobre todo para las
audiencias de habla germana. Otros judíos refugiados de habla alemana
no necesariamente lo hicieron. Los ejemplos más prominentes son Ye-
huda Amichai (1924-2000) y Dan Pagis (1930-1986), quienes huyeron
a (la entonces) Palestina y se convirtieron en los poetas fundacionales
de la moderna literatura israelí hebrea. Mientras que ninguno de estos
poetas escribió exclusivamente acerca del Holocausto, sí escribieron
poemas específicos sobre el Holocausto y continuaron explorando en
otros poemas el papel del lenguaje y los modos de pensamiento, en la
prolongada e interminable historia de la irreconciliable inhumanidad.
Antes de reflexionar sobre la poesía de Nelly Sachs y Paul Celan, quie-
ro establecer un pensamiento fundacional a través de un poema de Dan
Pagis que sin prejuicios especifica los retos de la reconciliación o la
Jennifer M. Hoyer

esperanza: «Borrador de un Acuerdo de Reparaciones».


Pagis escribió el poema en respuesta a las discusiones sobre los
acuerdos referidos a las reparaciones entre Israel y Alemania Occiden-
tal, a comienzos de los años cincuenta. En principio, estos acuerdos

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estaban orientados a contrarrestar las pérdidas materiales y los re- {23}
tos encontrados por la reubicación de los judíos refugiados, aunque
algunos rehusaron aceptar dinero alemán y muchos señalaron que las
pérdidas iban más allá de lo material. Ningún monto de la propiedad
perdida o compensación monetaria podía reparar los daños en salud
mental y física, los familiares perdidos o la destrucción de los ambien-
tes familiares, las viviendas, los barrios, los países o las relaciones entre
sí. El Holocausto no podía deshacerse, como Pagis socarronamente lo
describe en su «Ensayo»:
Todo será retornado a su lugar,
párrafo tras párrafo.
El grito de regreso a la garganta.
El oro de los dientes de nuevo a la encías.
El Terror.
El humo de regreso a la chimenea y más allá adentro,
el regreso a la médula de los huesos
y de antemano serás cubierto con la piel y tendones y tú
vivirás,
mira, ustedes recuperarán sus vidas,

Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser. Preservando la ruptura y la ruina en alemán
se sentarán en la sala, leerán el periódico de la tarde.

«Escribiendo, ‘párrafo tras párrafo’, no restaurarás nada de lo que se


ha perdido, no se reparará nada ni nadie que ha sido afectado. Reparar
lo dañado requeriría retornar el muerto a la vida, devolver sus huesos,
sus tendones, su piel, colocando el terror en donde vino». Por un lado,
Pagis comenta la imposiblidad concreta de reconstruir lo muerto, me-
nos aún de captar el terror que ellos experimentaron; por otro lado,
el poema de Pagis cuestiona el origen y los actuales paraderos del
terror. A diferencia de los muertos, el terror no está perdido, sino que
persiste. No se le puede dar descanso, menos aún retornar los muertos
a la vida.
Quizás hubo conflictos militares previos, en los que los acuerdos
sobre las reparaciones tenían algún sentido o al menos una compen-
sación aceptada, pero las pérdidas físicas, mentales, espirituales y
verdaderamente sociológicas –como lo señala Francesco Paolo Ador-
no en su ensayo– de este conflicto particular fueron tan graves y de tal
amplitud, y tan planeadas y mecanizadas, que muestran un «acuerdo
de reparaciones» por lo que es: un gesto superficial y justificador. Esta

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{24} actitud dio surgimiento, especialmente en Europa, a las acusaciones
de cinismo y pesimismo; pero tal como ha mostrado la literatura y la
filosofía desde el final de la Segunda Guerra Mundial, todavía tenemos
que encontrar una forma aceptable de «marchar hacia adelante» en la
que no haya riesgo de que se perdonen los crímenes, para los cuales no
hay perdón justificable.
Un problema similar está en el centro del trabajo dramático me-
jor conocido de Nelly Sachs: Eli: ein Mystgerienspiel vom Leiden Israels
(Eli: un drama de misterio sobre el sufrimiento de Israel), que ella comenzó
a escribir durante la guerra y fue editado por primera vez en 1951.
Debido a que el drama finaliza con la desintegración del perpetrador,
bajo el escrutinio de uno de los 36 tzaddikim (los 36 hombres justos
de Hidden) del folclor místico judío, Eli ha sido considerado como re-
presentación de la justicia divina, pero también como una narrativa
de venganza. Visto más de cerca, no es ninguno de los dos. El drama
simplemente finaliza luego de que ambos, el perpetrador y el tzaddik,
desaparecen sin resolución ni comentario, y no es claro si alguna vez
es concedido el mensaje de reconciliación. La justicia por un asesinato
difícilmente significa justicia para todos y no es del todo claro que con
la muerte de un perpetrador verdaderamente se logre algo.
En su lugar, en el drama los judíos –que se están preparando para
los Grandes Días Festivos– pierden su tiempo tratando de reconstruir
su vida, mientras son constantemente acechados por los muertos, la
culpa del sobreviviente y la pregunta constante del antisemitismo; por
su parte, los alemanes en el drama también son perseguidos por los
muertos y confundidos por el arbitrario cambio político.
El drama se extiende ampliamente sobre lo absurdo del azar y la
suerte individual. Nadie se mueve hacia adelante, nadie experimenta
ninguna sanación; nadie sabe qué hacer ahora, después de la guerra.
Ellos simplemente continúan existiendo, indecisos entre el presente y el
pasado. Este estado de desesperación y confusión es un tema frecuente
en la obra de posguerra de Sachs, incluso es el título de su tercer
volumen de poesía de posguerra, de 1957, Und Niemand weiss weiter
(Y nadie sabe qué más hacer). Mucho antes de que Sachs lo articulara en
esos términos, el problema de cómo continuar, especialmente respecto
Jennifer M. Hoyer

al arte, domina su primer volumen poético, In den Wohnungen des Todes


(En las moradas de la muerte), de 1947.
In den Wohnungen des Todes está compuesto de cuatro ciclos,
cada uno girando en torno a cuestiones sobre cómo confrontar la era

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de la posguerra. El primero se titula «Dein Leib im Rauch durch die {25}
Luft» («Tu cuerpo en humo a través del aire»), y contiene el poema
más reconocido de Sachs: «O die Schornsteine» («Oh, las chimeneas»)
(Chimneys 2-3). «Oh, las chimeneas», especialmente cuando se lee en el
contexto del ciclo integral del cual forma parte, representa la ruina del
pacto poético. Desde su primera difícil vocativa «O», el poema narra a
través de la lucha del poeta que intenta componer un poema de lamentos
y encuentra que las convenciones de las eras pasadas hoy están fuera de
lugar. Allí donde una elegía podía haber honrado la muerte de un indivi-
duo, o un grupo valorizado, aquí solo yace «Israels Leib» («El cuerpo de
Israel»), un cuerpo singular, compuesto de muchos cuerpos sin nombres
en cenizas en el aire. Allí donde el poeta podía haber llamado, por encima
de la vida o la muerte, a algún gran e inefable poder, aquí lo inefable está
contenido en la chimenea de «In den Wohnungen des Todes» («En los
recintos de la muerte»), los campos donde la muerte asumió residencia.
En la tradición romántica, hay poemas en los que los individuos
anhelan la muerte, como en «Hymnen an die Nacht», de Novalis, o
en los que cavan su propia tumba y se rebelan al escoger su momento
de muerte, quizá de un corazón roto o luchando por una noble causa,

Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser. Preservando la ruptura y la ruina en alemán
como en «Der Trostlose», de Tieck, o en «Der Gärtner», de Eichen-
dorff; aquí no hay individuo, ni celebración, ni causa noble. En su lugar,
las víctimas de los campos eran también los trabajadores forzados
que construyeron tales campos de concentración, una escalofríante
adaptación del romático cavador de tumbas. Finalmente, el pasaje de
Job 19:26 habla de ver a Dios en la muerte. Pero en este poema no hay
indicio de Dios, solo «Leib im Rauch durch die Luft» («El cuerpo en
humo a través del aire»). A través del resto del ciclo, el lector encontra-
rá que los muertos están en cada bocanada de aire que respiramos, bajo
cada pisada, en las piedras con las cuales reconstruimos y miramos el
pasar de la vida, a medida que ellos la viven, preguntando por qué no
hicieron nada.
El ciclo finaliza con un llamamiento a los «Nachtigallen in allen
Wäldern der Erde» («ruiseñores de todos los bosques de la Tierra; es
decir a los poetas») para «schluchzet es aus», («que lloren») «Der Kehle
schreckliches Schweigen vor dem Tod» («el terrible silencio de la garganta
antes de la muerte») (Sachs, Seeker 18-19). El trabajo del poeta, anta-
ño un poema convencional, tiene que ser remplazado por un ahogado
sollozo en silencio, por ejemplo mediante una evocativa «Oh» agotada
que da inicio a todo el ciclo.

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{26} La cultura alemana es puesta más directamente bajo escrutinio
en el poema más famoso de Celan, «Todesfuge» («Fuga de la muer-
te») (Felstiner 30-33), del volumen Mohn und Gedächtnis (Amapola y
memoria), publicado en 1952. Como lo indica el título de la colección,
muchos de los poemas en el volumen enfrentan problemas de la me-
moria y el olvido, tras la estela del genocidio Nazi. «Todesfuge» ha
adquirido el estatus del poema paradigmático que atestigua la expe-
riencia de los campos de concentración. Su impactante imaginería, en
especial el verso «Schwarze Milch der Frühe» («leche negra a la salida
del sol»), se dice que describe las realidades de la vida en los campos
de concentración, directa en lugar de figurativamente, y evocando un
desesperado rítmico tren que permea los muchos temas y variaciones
del poema, todo lo cual aborda el trabajo forzado y los hornos cre-
matorios.
En el cuarto verso del poema, el «nosotros» lírico entona: «wir
schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng» («nosotros cava-
mos una tumba en el aire, donde no yacerás demasiado apretado»), que
luego hace la transición de varias líneas a una escena que involucra a
un guardia del campo: «er pfeift seine Juden hervor lässt schaufeln ein Grab
in der Erde» («él ordena en filas a sus judíos con un silbato, poniendo a
cavar en la tierra una tumba»). Los movimientos rítmicos de las palea-
das que el guardia dirige aluden burlonamente al uso de kioscos para
bandas en Auschwitz.
El legado de la cultura sobre el cual Brockmann escribió está en-
trelazado en muchos aspectos del poema. Primero, está modelado en
la forma musical de la fuga, famosamente asociada con el barroco ale-
mán del compositor Johan Sebastian Bach (1685-1750). El coro «Der
Tod ist ein Meister aus Deutschland» («La muerte maestra de Alemania»)
evoca la noción de la maestría cultural asociada con Alemania, como la
«Land der Dichter und Denker»1 («La tierra de poetas y pensadores»);
aquí podemos, como sugirió Omer Bartov, evocar de nuevo el ensayo
de Adorno, específicamente la noción de que los campos significan un
colapso de los dos presuntos opuestos de la civilización (orden y razón)
y la barbarie (asesinatos en masa) que representan la dialéctica funda-
mental de Occidente para entenderse a sí misma (129).
Jennifer M. Hoyer

1. Este concepto proviene del libro De l’Allemagne (1813), de madame


Anne-Louise-Germaine de Staël, sobre la literatura alemana, en el cual ella
promulga el florecimiento intelectual en Alemania en comparación
con otras naciones europeas.

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«O die Schornsteine» («Oh, las chimeneas») y, antes de él, «To- {27}
desfuge» («Fuga de la muerte») sugieren que los campos son un modo
ingenioso de terror, perfeccionado y profundamente irónico en su uso
del orden y la cultura para destruir seres humanos. La otra importante
oposición dialéctica está incluida en las variaciones sobre «dein goldenes
Haar Margarete» y «dein aschenes Haar Sulamith» («tu cabello dorado
Margarete» y «tu pelo gris Shulamith»). Margarete es a menudo in-
terpretada como Grete de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)
de su icónico drama «Fausto I» (1808), mientras que Shulamith evoca
a la novia de la antigua «Canción de Salomón». Es difícil imaginar que
el cabello dorado de Margarete permanezca sin manchas por la ceniza
del cabello quemado de la judía Shulamith. ¿Cómo puede ser superada
esa violenta lectura de la tradición cultural? Para los poetas aquí en
discusión, no es posible.
Sachs y Celan no solo exploraron las ruinas de las convenciones,
también produjeron poemas que abordaron los más pequeños incre-
mentos de la gramática y la semántica del alemán, mostrando qué tan
honda es la ruptura. Sachs por ejemplo, continúa explorando el ma-
lestar de lo innombrable en otro ciclo de «Grabschriften in die Luft

Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser. Preservando la ruptura y la ruina en alemán
geschrieben» («Inscripciones lapidiarias acuñadas en el aire»), en el
cual cada poema representa una persona solo conocida por iniciales y
una descripción. Nunca conocemos sus nombres. Y uno de los poemas,
«Die Malerin [M.Z.]» («La Pintora, [M.Z.]») (Werke I 30), enfrenta la
lucha del artista para capturar por completo la naturaleza de la persona
en una forma artística, en la que con cada toque del pincel, la persona
real desaparece. Con la escritura, como con la pintura, no se puede
restaurar lo que se ha perdido, y en realidad de cierta manera incluso
pueden contribuir a borrar un individuo. El arte solo puede preservar
el trauma de la pérdida. Las iniciales, los mismos fragmentos, son un
sorprendente recuerdo de lo poco que podemos saber algún día, de los
individuos que perecieron a manos del régimen nazi.
Uno de los pocos poemas de Sachs que abordan un tipo de espe-
ranza en el futuro se titula «Auf dass die Verfolgten nicht Verfolger
werden» («Que los perseguidos no se convieran en perseguidores»)
(Chimneys 54-55), del volumen de 1949 Sternverdunkelung (Eclipse de
las estrellas). Sachs estuvo preocupada por los crecientes conflictos en
Medio Oriente, alrededor de la fundación del Estado de Israel, y por
los reportes de violentos judíos extremistas. Por ejemplo, el asesinato
de Folke Bernadotte, un mediador de paz de la Organización de las

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{28} Naciones Unidas (ONU ), en 1948. Tales reportes son como un impulso
para «Auf dass die Verfolgten nicht Verfolger werden», que invoca el
frecuente refrán de Sachs: «Urzeitspiel von Henker und Opfer, / Verfolger
und Verfolgten, / Jäger und Gejagt» («Juegos de viejos el verdugo y su
víctima, / perseguidor y perseguido, / cazador y cazado»). Mientras
que ella no apoyó ningún tipo de reconciliación, Sachs estuvo preo-
cupada porque los judíos desposeídos y terrorizados podrían retaliar
mediante un nacionalismo militante.
Esta preocupación estuvo vinculada además a la idea de que aun-
que los asesinatos masivos nazis fueron un hito, fueron también solo un
ejemplo extremo de un antagonismo que los humanos han perpetrado
desde sus primeros días. Esto no era una visión anormal a finales de
los años cuarenta, como anota Stephen Brockmann: «En el periodo in-
mediato de posguerra, lo que ahora se denomina Holocausto era visto
como una parte particularmente horrenda de un desfile de horrores, no
un acontecimiento único e incomparable» (8). Sin duda, Omer Bartov
especifica que eso fue lo que sucedió luego del Holocausto, cuando los
sobrevivientes reconocieron que Auschwitz no había sido el horror que
acababa con los horrores, sino que únicamente señalaba el comienzo de
un ciclo al parecer sin final o similar de horrores (a lo cual la humani-
dad se estaba adaptando a sí misma, con una notable velocidad), lo cual
les causaba tan insondable desolación (126).
Lo que parece haber preocupado a Sachs, así como a Celan, es
el papel que el lenguaje figurativo siempre ha desempeñado en este
«viejo juego». En el poema «Völker de Erde» («Pueblos de la tierra»)
(Chimneys 92-93), también de la era del Sternverdunkelung, Sachs abordó
la tendencia humana a tratar el lenguaje como si existiese separado de
ellos, en lugar de reconocer que los humanos lo crean y lo (mal) usan.
Finalmente, el poema invita a los lectores a no tomar la palabra por
su valor inmediato, a no aceptar la palabra solo como el inocente –aun
figurativo– lenguaje literario, a la luz del eufemismo y la cooptación
nazi del lenguaje poético. Ceder nuestra voluntad a una autoridad asig-
nándole el poder de las palabras destruye el pensamiento individual.
Sachs concebía el lenguaje como el espacio en el que existen los
lectores y el escritor. Este espacio a menudo es entendido como cierto
Jennifer M. Hoyer

tipo de refugio, como si el lenguaje alemán existiese como substituto


del perdido y anhelado país nativo. Pero, como lo he sustentado en otra
parte (Hoyer, The Space of Words), su trabajo realmente hace más por
asegurar que el lector caiga lentamente en cuenta que las palabras no

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son como ellas parecían en un principio. Uno se encuentra desorien- {29}
tado en un espacio supuestamente seguro y familiar, sin esperanza de
resolución o cierre. Esta es la preservación de ese «yo» fragmentado
en incesante búsqueda.
Similar a «Völker der Erde» («Los pueblos de la tierra»), que hace
seguimiento a la violencia en el lenguaje, es el poema de Paul Celan
«Die Silbe Schmerz» («El dolor de la sílaba») (Felstiner 200-203), de
su colección poética de 1963 Die Niemandsrose (La rosa de nadie), la cual
explora la creación del «Yo» y el «Tú» a través de la evolución del uni-
verso de las palabras. El poema comienza: Es gab sich Dir in die Hand: /
ein Du, todlos, / an dem alles Ich zu sich kam (Ella se dio a sí misma en tus
manos: / un Tú, inmortal / sobre el cual todo Yo vino a sí mismo). Uno ve
aquí la raíz dialógica del trabajo de Celan: el camino hacia la realidad
marchando hacia el lenguaje con su propio ser. Estas primeras líneas
ponen en movimiento un universo, primero, a través de un «Tú» en
respuesta al cual todo «Yo» se percibe a sí mismo. El ser comienza sin
forma, wortfreie Stimmen («palabras libres/voces»), y con cada línea
crea una realidad. Mientras más precisas se hagan las palabras, más
dividido e inflexible se torna el asunto, hasta que la letra y la palabra

Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser. Preservando la ruptura y la ruina en alemán
se convierten en una violenta estocada que puede dar significado o que
hace imposible la comprensión.
Las dos últimas líneas son de titubeante precisión: «buch-, buch-,
buch- / stabierte, stabierte». Estas dos líneas rompen en pedazos el
verbo buchstabieren («destructor de libros») para deletrear palabras en
sus raíces: buch («libro») y stabieren, que aislado no tiene significado,
pero proviene del nombre Stab («puñal»), un palo, bastón, vara o barra.
En la última línea del poema, Celan ha revelado un nuevo verbo que
en esencia representa, fijando o enterrando algo en su lugar, revelando
la fuerza inherente en la letra, el Buchstabe. Partiendo en pedazos esta
palabra (quizás un ejemplo del «dolor de la sílaba»), la convierte con-
vencionalmente en un sinsentido, pero en realidad también condensa
sus raíces. Esta preocupación acerca de la división y el significado es
perceptible a través de gran parte del trabajo de Celan, el cual si uno
retoma la cita anterior, es un ejercicio de búsqueda –sin mucha espe-
ranza– del diálogo.
Dos de los poemas mejor conocidos de Celan que exploran
esta frustración son «Salmo» (Felstiner 156-157), también de Die
Niemandsrose (La rosa de nadie), y «Sprachgitter» («La reja del lengua-
je») (Felstiner 106-107), de la colección de 1959 del mismo nombre.

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{30} «Salmo» reconstruye aquellos textos bíblicos en los que los seres
humanos son creados, y en los que ellos crean arte para aclamar o
agradecer a su creador. En este «Salmo», mucho de lo que fue es ne-
gado: Niemand knetet uns wieder aus Erde und Lehm, / niemand bespricht
unsern Staub. / Niemand (Nadie nos moldea de nuevo fuera de la tierra y
el barro, / ninguno enciende nuestro polvo. Nadie). Es como si la creación
hubiese sido destruida, y sin embargo persiste en un sincontexto, en
un universo sin rumbo; «Nadie» nos creará «de nuevo», como una vez
él lo hizo, y sin embargo hay un «nosotros» que parece constituirse
a sí mismo. En el segundo verso, el yo lírico reconoce el «tú» que es
«el nadie», pero luego declara: Dir zulieb wollen / wir blühn. / Dir /
entgegen (Por ti / queremos florecer / hacia / ti). En este poema, hay un
reconocimiento de una relación dialógica que se ha degradado y que
es fútil. Al contrastar el «Salmo» con «Die Silbe Schmerz», uno ve el
«yo que se reconoce a sí mismo» rechazando y siendo rechazado por el
«tú» y luego prometiendo crearse a sí mismo de nuevo, «a pesar suyo».
Esto todavía es dialéctico, puesto que el yo está respondiendo al no yo,
pero el diálogo ha cesado; este salmo es un monólogo en búsqueda de
un «tú» que nunca será alcanzado.
«Sprachgitter» está más enfocado en el fracaso del diálogo en-
tre la gente tratando de comunicarse. Comienza evocando una imagen
que induce a la etimología del Buchstabe: Augenrund zwischen den Stäben
(Ojos abiertos entre los barrotes). La línea recuerda «La pantera», de Rilke,
en el cual se encuentran los ojos que se observan entre sí en cada lado
de la jaula del zoológico; pero estas «rejas» son Sprachgitter: rejas de
lenguaje, que enfatizan la palabra Stäbe, el plural de Stab. Las siguien-
tes estrofas sugieren ojos explorando los barrotes, buscando alguna
conexión con el «tú» del otro lado. En la penúltima línea, el yo lírico
enfatiza en que aunque yo y tú podemos estar juntos, experimentar
algo juntos, Wir sind Fremde (Somos extraños). El poema se cierra con
zwei / Mundvoll Schweigen (dos / bocas llenas de silencio) y concluye
que en todo lo que los ojos toman tras las barras (rejas) del lenguaje, el
yo lírico percibe silencio. Los límites del lenguaje son lo que separa el
yo y el tú, en lugar de conectarlos en la comunicación. Todos perma-
neceremos extraños.
Jennifer M. Hoyer

Aunque ninguno de estos poemas estén directa o indirectamen-


te relacionados con el Holocausto, vemos en ellos la noción de poesía
de Celan como un intento de dialogar que parece improbable, aunque
necesario, para constituir el «ser». Sachs presume al lector indagando

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desorientado en un escenario de palabras; Celan presume al lector pre- {31}
guntándose en un silencio frustrado. Ellos escriben la experiencia del
yo de la posguerra: ruptura, ruina, pérdida, pero incluso allí todavía
buscando una reflexión de sí mismo. Ambos poetas requieren un gran
esfuerzo del lector; ellos reescriben las palabras y los conceptos; crean
nuevas palabras, las desglosan y juegan con las sutilezas de la lengua
gramática alemana –una respuesta directa a la demagogia sobresimpli-
ficada del alemán nazi–. Ambos poetas enfatizan en una ruptura en el
lenguaje, así como en el desmantelamiento semántico y gramatical de
las bien desgastadas convenciones, que no permiten al lector escapar
de la alienación contenida en las letras y en las palabras, que de otra
manera sería muy fácil ignorar. Ellas van hacia el lenguaje con todo su
ser: golpeadas por la realidad que buscan.

Marchando hacia el lenguaje con nuestro propio ser. Preservando la ruptura y la ruina en alemán

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La paz colonial. Palestina y el colonialismo
sionista

Rodrigo Karmy Bolton


U N I V E R S I DAD D E C H I L E

Paz

1
«Proceso de paz» es el sintagma que vemos repetirse una y otra vez.
Los medios, los políticos, las grandes conferencias, discursos en la
Asamblea de las Naciones Unidas; todos parecen repetir «proceso de
paz» en relación con la situación de Palestina, sin detenerse en el modo
en que Palestina constituye un acontecimiento que parece llevar a los
términos políticos clásicos a su implosión. «Guerra» y «paz», térmi-
nos legados del otrora Ius Publicum Europeaum configurado con base
en un nomos estatal-nacional, encuentran su punto cero en la situación
de Palestina. Ante todo, porque: ¿de qué conflicto se trata?, ¿remite a
una «guerra» en el sentido estatal-nacional cuya legislación gozaría de
tal precisión que orientaría a las entidades estatales a la búsqueda de
la «paz»?
Palestina es un desgarro filosófico, el atávico nombre de un
presente, el trueno cuyo estruendo disloca a las categorías para en-
mudecernos. ¿Qué es Palestina y qué es lo que el término «paz» puede
ofrecerle? ¿No hay un equívoco abismal cuando ciertas categorías que {33}

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{34} intentan asir una situación en realidad la obnubilan y la dejan des-
cansar en su catástrofe? ¿Aplicar términos heredados de la filosofía
moderna que suponen desde ya la existencia del Estado a una situación
que no está en otras dimensiones, variables, que traza una intensidad
imposible de asir por tal pensamiento?
Se trata sin duda del problema del Estado y, por tanto, de la cap-
tura soberana de la tierra, su nomos. Ni religioso ni étnico, el conflicto
mal llamado «palestino» –ya nos referiremos a los nombres que se dis-
putan en la caracterización del conflicto– se presenta como una de las
últimas formas de colonización de nuestro tiempo. En la época posco-
lonial, Palestina permanece como una realidad colonial: la colonización
israelí sobre Palestina insertada en el nuevo horizonte de inteligibili-
dad de corte poscolonial (Massad 13-14).
A esta luz, el término «paz» da a entender la existencia de una
«guerra». Pero «guerra» es el término técnico definido por el marco
del Ius Publicum Europeaum para designar el conflicto bélico entre dos
estados, no para referir el proceso de colonización desplegado clásica-
mente entre un Estado y la comunidad de nativos. Porque Palestina no
es la situación de una «guerra» en el sentido clásico, sino de una des-
piadada forma de colonización operada desde el ideologema sionista y
desplegada desde hace 67 años sobre el territorio palestino.

2
El término «colonización» no indica cualquier cosa. Es un proceso por el
cual un Estado extranjero se apropia de un territorio sobre el cual habita
una población estableciendo una división territorial precisa y una for-
ma singular de acumulación de capital. Pero, sobre todo, «colonización»
designa el ejercicio de una tecnología política que el teórico Achille
Mbembe calificó en su momento de «necropolítica» y que remite, estric-
tamente, a los contornos del poder colonial. Subrayando la insuficiencia
de la noción de «biopolítica» acuñada por Michel Foucault para com-
prender las formas en que se desenvuelve el poder colonial, Mbembe
pone atención no en la lógica promotora, incitadora del «hacer vivir»
que definía el biopoder definido por Foucault, sino en su resto mortal
Rodrigo Karmy Bolton

que, remitiéndolo a la antigua patria potestas romana, el propio Foucault


había caracterizado en la lógica del «hacer morir» que, según Mbembe,
irriga enteramente la dinámica colonial en la forma del «necropoder»:
Por todas las razones anteriormente mencionadas, el derecho
de matar no está sometido a ninguna regla en las colonias. El soberano

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puede matar en cualquier momento, de todas las maneras. La guerra {35}
colonial no está sometida a reglas legales e institucionales, no es una
actividad legalmente codificada […] De hecho –termina Mbembe–, la
distinción entre guerra y paz no resulta pertinente. Las guerras colonia-
les se conciben como la expresión de una hostilidad absoluta, que coloca
al conquistador frente a un enemigo absoluto (Mbembe 40-41).

Para Mbembe, el poder colonial gira en torno a la puesta en juego de


un estado de excepción permanente desde el cual el soberano es capaz
de matar «en cualquier momento, de todas las maneras» posibles, pues-
to que dicho conflicto colonial no se rige por ninguna regla ni «legal ni
institucional», sino por la suspensión de toda regla y el ejercicio fáctico
del poder. Pero, por cuanto la escena colonial está comandada por el
estado de excepción hecho regla, la distinción clásica entre guerra y
paz simplemente «no resulta pertinente».
¿Cómo distinguir la «paz» de la «guerra» cuando la excepción
se ha vuelto permanente, cuando el poder de muerte puede ejercerse
de manera impune con intensidades variables y modulaciones preci-
sas por todo el espectro social? ¿No será, entonces, la «paz» impuesta
por el colonizador, la «guerra» permanente contra los colonizados?
La indistinción colonial entre guerra y paz muestra que las «guerras
coloniales» expresan una «hostilidad absoluta» en la que el «conquis-
tador» se presenta frente a un «enemigo» igualmente absoluto. Pero el
adjetivo «absoluto» que usa aquí Mbembe no puede ser casualidad: el
enemigo que está en juego aquí no es aquel que pertenece a un nomos
estatal-nacional, no es un sujeto jurídico, no es en ningún caso persona.
Más bien, el «enemigo» es aquí «absoluto» en cuanto abyección
completa de un cuerpo frente al orden colonial, un resto que no cabe
en la instancia institucional del cosmos colonial, lo inhumano que La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
permanece en los bordes de lo humano. El término «absoluto» indi-
ca precisamente que carece de todo estatuto jurídico y moral y que,
como tal, puede ser asesinado impunemente, en cualquier momento y
de cualquier modo. En este sentido, el propio Mbembe muestra la im-
bricación interna en la que se despliega el necropoder como ejercicio
del poder de muerte y la otrora figura de la esclavitud: «Todo relato
histórico sobre la emergencia del terror moderno debe tener en cuenta
la esclavitud, que puede como una de las primeras manifestaciones de
la experimentación biopolítica» (Mbembe 31). Si la necropolítica en-
cuentra su raíz paradigmática en la esclavitud, si toda la necropolítica

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{36} moderna encuentra su origen no en las ciudades, sino en las planta-
ciones, es porque en esa figura se juega el peso de lo que Mbembe
denomina una «triple pérdida»: pérdida de un hogar, pérdida de los de-
rechos sobre su cuerpo y pérdida de su estatuto político. El esclavo no
es persona sino cosa, según la antigua distinción romana que atraviesa la
historia colonial occidental. De este modo, el «enemigo» debe ser «ab-
soluto» porque encuentra su figura última en el esclavo antes que en el
soldado, en la cosa y no en la persona a pesar de que, como ha mostrado
Esposito, persona y cosa hacen sistema (Esposito, Tercera persona).
Si hay un caso que para Mbembe constituye una suerte de pa-
radigma sobre el cual pensar el despliegue contemporáneo de la
necropolítica, es sin duda el caso palestino: «La forma más redonda
del necropoder es la ocupación colonial de Palestina» (Mbembe 46).
En él, el proceso de colonización adquiere múltiples formas en las que,
según Mbembe, se imbrican los poderes «disciplinar», «biopolítico» y
«necropolítico». Tal imbricación permite el despliegue total del poder
colonial sobre los nativos. No se considera ya la distinción entre guerra
y paz, entre excepción y regla, entre enemigo y amigo.
Resulta clave la consideración mbembeniana en torno a la imbri-
cación entre estas tres formas del poder, porque el poder colonial no
será un ejercicio homogéneo del poder sino enteramente variable, de
intensidades múltiples, en el que el campo social estará colonizado de
formas diversas de ejercicio del poder:
Los pueblos y ciudades sitiados se ven cercados y amputados
del mundo. Se militariza la vida cotidiana. Se otorga a los comandan-
tes militares locales libertad de matar a quien les parezca y donde les
parezca. Los desplazamientos entre distintas células territoriales requie-
ren permisos oficiales. Las instituciones civiles locales son destruidas
sistemáticamente. La población sitiada se ve privada de sus fuentes de
ingresos. A las ejecuciones a cielo abierto se añaden las matanzas invi-
sibles (Mbembe 53).

Palestina pone en juego un poder colonial y, con ello, modos de ejer-


cicio del poder orientados a «amputar de mundo» a los pueblos. En
Rodrigo Karmy Bolton

otras palabras, el poder colonial orienta su fuerza a transformar a los


pueblos en verdaderas poblaciones que, como tal, están cada vez a
merced del poder de muerte, ya sea que este se ejerza a «cielo abier-
to» con los constantes bombardeos ejecutados por Israel sobre Gaza
o bien a partir de una «invisible» tecnología policial que: asedia con

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el poder inmobiliario para desplegar los asentamientos, encarcela por {37}
«detención automática» a mujeres, niños y adultos, establece políticas
de apartheid, y asesina sistemática y selectivamente todos los días.

3
Ahora bien, es clave situar las reflexiones de Mbembe en torno a la
tríada «estado de excepción-enemigo absoluto-necropoder» no solo en
relación con las investigaciones de Foucault en torno al biopoder, sino
también en vinculación a los trabajos que desarrolló el jurista Carl
Schmitt en Teoría del partisano al plantear el modo en que la figura
histórica y política del «partisano» ingresa al sistema internacional
desafiando, en parte, al clásico Ius Publicum Europeaum. Por cuanto el
partisano define una guerra propiamente «irregular» (la guerra de
guerrillas, la guerra civil, etc.), esta necesariamente ha de cambiar lo
que clásicamente se definía como «enemigo» pasando del «verdadero
enemigo» al «enemigo absoluto»: «Nadie sospechó lo que significa-
ba el desencadenamiento de la guerra irregular. Nadie se ha parado a
pensar qué consecuencias tendría la victoria del civil sobre el soldado,
si un día el ciudadano viste uniforme, mientras el partisano se lo quita
para seguir luchando sin uniforme» (Schmitt, Teoría del partisano 109).
La nostalgia de Schmitt por el nomos estatal-nacional estructura-
do a partir del Ius Publicum Europeaum, donde la «enemistad» estaba
supuestamente «humanizada» puesto que asumía el estatuto «público»
(jurídico y moral) del «enemigo», es más que evidente. Aquel que se
presentaba a sí mismo como el «último profesor» del Ius Pulicum Eu-
ropeaum ve cómo la figura del partisano y su guerra irregular signa
los tiempos con una mutación radical de las categorías políticas. Y no
obstante Schmitt acusa recibo del acontecimiento sobrevenido por el
partisanismo, limita su análisis exclusivamente a la experiencia de la La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
construcción imperial del nomos estatal-nacional europeo. La cuestión
colonial redunda secundaria, apenas perceptible, referible en el contex-
to de la forma del nomos de la tierra y solo problemática desde los años
cincuenta, cuando surge la figura del partisano.
En los últimos años, ha sido muy contundente la búsqueda por
parte de las lecturas de la izquierda filosófica de un Schmitt que
permita sortear la expansión incondicionada del liberalismo y su
despolitización global. Sin embargo, al traer a la escena filosófica a
un Schmitt como antídoto contra el liberalismo global desencadena-
do después de la caída del muro de Berlín, obliteró indagar en torno

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{38} a las limitaciones «eurocéntricas» del análisis nomístico schmittiano
y, con ello, invisibilizó el efecto desestructurante que la figura del
partisano introduce en el esquema schmittiano. Si bien el mentado
«pensamiento económico» (marxismo y liberalismo) motiva a gran
parte del desarrollo schmittiano a una respuesta articulada desde el
decisionismo jurídico, será la figura del partisano y la consecuente
mutación del sistema del Ius Publicum Europeaum que este sintomatiza
las que muestran el tránsito epocal en el que vivimos, el limbo en el
que las categorías modernas parecen seguir vigentes pero vacías de
significado. En otras palabras, el partisano emerge en Schmitt como el
reducto de una historia –o de una contrahistoria– del Ius Publicum Eu-
ropeaum que concierne directamente a la realidad colonial. La victoria
del civil sobre el soldado, de la guerra irregular sobre la regular, del
movimiento sobre el Estado son problemas que remiten a la mutación
nomística y a la que Schmitt ofrece, a la vez, una visibilidad y una invi-
sibilidad: le da visibilidad como síntoma de la mutación epocal, pero al
concebirlo como tal, invisibiliza el hecho de que el partisano responde
a la puesta en juego de una realidad propiamente colonial. Schmitt es
astuto al advertir las transformaciones referidas, pero es ciego al afe-
rrarse sine qua non a un formalismo jurídico que le impide abrazar el
acontecimiento, dejarse llevar por él, abrir la intensidad colonial que
el partisano lleva consigo.
La deshumanización del conflicto sería para Schmitt un proceso
que descansa en una suerte de decadencia del Ius Publicum Europeaum
producido por el proceso de secularización que encuentra su consu-
mación en el cinismo norteamericano que dice luchar a favor de la
«humanidad» deshumanizando al «enemigo» y convirtiéndolo en «ab-
soluto». Pero lo que para Schmitt es un momento que transita desde el
Ius Publicum Europeaum como ideal hasta el partisano como real, para
Mbembe el problema colonial fue constitutivo de ese mismo «ideal» al
que Schmitt apela, el precio que tuvo que pagar el «resto» del mundo en
la querella de las grandes potencias aferradas en una realidad interes-
tatal expresada en el Ius Publicum Europeaum. Mbembe va a contrapelo
de Schmitt, en tanto que la realidad colonial hace de la excepción la re-
Rodrigo Karmy Bolton

gla, se nutre de la indistinción entre amigo y enemigo y hace proliferar


su ejercicio de muerte irrigando el campo social de manera diferencia-
da y, sin embargo, orientado a mantener su dominación. Si el partisano
desarregla el edificio de Schmitt apareciendo como una excepción a la
historia estatal-nacional, Mbembe nos muestra que el partisano es la

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figura visible de todo un sistema que permaneció por años invisible: {39}
la realidad colonial con el necropoder como su tecnología política de-
cisiva. A esta luz, Mbembe señala que lo que las potencias coloniales
llaman «paz» no es más que el ejercicio necropolítico sobre los pueblos
colonizados. Paz y guerra, amigo y enemigo, dejan de ser categorías
pertinentes para el análisis de la realidad colonial y, en particular, para
la reflexión en torno a las condiciones y formas en que se desarrolla el
colonialismo israelí sobre Palestina.
La clave para este texto es subrayar que la situación en Palestina
no puede concebirse como si fuera una guerra en el sentido clásico en que
lo determinaba el Ius Publicum Europeaum. Por esa misma razón, tam-
poco puede esgrimirse la «paz» sin referirnos al modo en que dicho
término funciona para una realidad colonial como el caso de Palestina.
Ni guerra ni paz: colonialismo. Todo esto implica desactivar la idea
de que en Palestina se asiste a una «guerra» y, menos aún, la de se-
guir sosteniendo que la naturaleza de dicha guerra sería de carácter
religioso o étnico. El término «paz colonial» que aquí ponemos en el
título refiere justamente a que el binomio clásico de «guerra y paz»
debe ser problematizado en la realidad palestina precisamente en vir-
tud del reconocimiento de la colonización sionista operada desde 1948
hasta la fecha. Palestina es el excedente categorial, lo que no cabe en la
representación del Ius Publicum Europeaum, la violencia indomable que
resiste a dicho sistema denunciando, con la fuerza de su abyección, su
carácter eminentemente colonial.

4
Una «guerra» en términos clásicos implica suponer la equivalencia de
fuerzas en conflicto, dado que ambas se anudan desde la instancia esta-
tal-nacional. Y frente a dicho conflicto, la «paz» solo puede concebirse La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
como ausencia de guerra en la que dos o más instancias estatales nego-
cian puesto que se reconocen mutuamente como interlocutores válidos.
Pero ¿qué ocurre en la realidad colonial donde la indistinción entre la
guerra y la paz abre un campo necropolítico cuyo poder consiste, pre-
cisamente, en producir las condiciones para que no haya interlocutor
posible, para que no se dé jamás la situación de equivalencia que re-
quiere el sistema del Ius Publicum Europeaum? El colonialismo consiste
en la afirmación de una jerarquía que, como bien decía Mbembe con
referencia a la esclavitud, priva a los sujetos de ser sujetos. El colo-
nialismo es tal porque no existe interlocutor con el que sea posible

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{40} «negociar», dado que los términos de tal negociación pertenecen al
léxico de la «civilización» de la que el colonizado está privado:
Todo pueblo colonizado, es decir, todo pueblo en cuyo seno ha
nacido un complejo de inferioridad debido al entierro de la originalidad
cultural local, se posiciona frente al lenguaje de la nación civilizadora,
es decir, de la cultura metropolitana. El colonizado habrá escapado de
su sabana en la medida en que haya hecho suyos los valores culturales
de la metrópoli. Será más blanco en la medida en que haya rechazado su
negrura, su sabana (Fanon 50).

La reflexión fanoniana resulta clave aquí: solo con una «máscara blan-
ca» aquel de «piel negra» podrá ingresar a una cierta comunidad de
los hablantes en donde el lenguaje usado es siempre el de la hegemonía
colonial. Los términos «máscara blanca» y «piel negra» no son más
que posiciones sociales que aceitan y estructuran al dispositivo colo-
nial. Ello implica que la diferencia en el color de piel desde la que se
funda el racismo es una invención de dicho dispositivo antes que un
dato puramente biológico. Así, la lengua proferida desde un cuerpo
con «piel negra» queda obliterada a favor de la lengua blanca.1Y ello,
considerando los diversos eslabones intermedios que existen entre
el «piel negra» –que en este caso identifica al palestino– y el «blan-
co» –que en este caso identifica al israelí–. Eslabones intermedios que,
como veremos, establecerán una jerarquía propiamente racial entre el
judío europeo de corte askhenazi, el judío árabe (mizrahi),2 el palestino

1. Sobre la noción de la «comunidad de los hablantes» remito a: Karmy, Rodrigo.


«Palestina o la inquietud de los hablantes». Escritos bárbaros. Ensayos sobre razón
imperial y mundo árabe contemporáneo. Santiago de Chile: Lom, 2016, pp. 89-122.
2. Puede causar sorpresa la designación «judío árabe»; sin embargo, antes de la
colonización sionista de Palestina hubo, y todavía hay, múltiples comunidades
judías diseminadas por los diferentes países árabes. Comunidades que gozan
de nacionalidad árabe y que constituyen parte de una herencia de convivencia
presente desde los primeros tiempos del Imperio islámico hasta la época del
Imperio turco-otomano y sus políticas de los millets. Al contrario, la creación del
Estado sionista implicó no solo una jerarquización racial respecto a los «judíos
europeos» askhenazi respecto a los palestinos, sino también en relación con
los propios judíos árabes o norafricanos que extienden y extendían su dominio
Rodrigo Karmy Bolton

desde Marruecos hasta Iraq. A esos judíos, el sionismo les dio el nombre de
mizrahi, lo que los situó en una relación colonial compleja en la que gozaban de
una ciudadanía de segunda clase. Judíos árabes y judíos árabes negros fueron los
mizrahi respecto a los cuales los sionistas, en la reivindicacion de su identidad
europea, siempre trataron como «nativos», hasta el punto de que en los años
sesenta, y en paralelo al movimiento de los Black Panthers surgido en Estados
Unidos, que impugnaba el apartheid de dicho país, también en Israel hubo un

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de ciudadanía israelí, el palestino sin ciudadanía israelí pero con docu- {41}
mentos palestinos, y el palestino de Gaza. Juego de máscaras blancas
y pieles negras que circulan en un sistema que hace de la jerarquía
racial su pivote decisivo. Y si a mayor proximidad a Gaza, más «negra»
resultará ser la «piel», a mayor cercanía de Tel Aviv, más «blanca» se
configurará.
Pero a la dinámica jerárquica y racial impuesta por todo poder
colonial es preciso agregar el problema abierta por el orientalismo, cuya
arqueología desarrolló, en parte, el trabajo de Edward Said:
Si tomamos como punto de partida aproximado el final del
siglo XVIII , el orientalismo se puede describir y analizar como una
institución colectiva que se relaciona con Oriente, relación que con-
siste en hacer declaraciones sobre él, adoptar posturas con respecto a
él, describirlo, enseñarlo, colonizarlo y decidir sobre él; en resumen, el
orientalismo es un estilo occidental que pretende dominar, reestructurar
y tener autoridad sobre Oriente (21).

Siguiendo de cerca los trabajos de Foucault, Said –quien al año si-


guiente de la publicación de Orientalismo publicó La cuestión palestina,
obra en la que indaga sobre las formas orientalistas con las que ope-
ra la colonización sionista– instala la articulación del saber-poder en
el horizonte del discurso orientalista desde el siglo XVIII como un
sistema de representación estructurado con base en el binomio Orien-
te-Occidente. La clave de la reflexión saideana reside en asumir que
«Oriente» y, por tanto, «Occidente» no constituyen categorías de tipo
sustancial, sino de corte estrictamente estratégico. Oriente y Occi-
dente «no están simplemente allí», sino que son efectos de relaciones
de poder, polos de un mismo campo de fuerzas sobre el cual opera la
máquina imperial. La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
El orientalismo será un modo de producción del «otro» y del «sí
mismo» de Oriente y de Occidente, toda vez que ambos términos no
existen en sí mismos, sino solo en virtud de un complejo mecanismo de
saber-poder que les da lugar. Y su producción se plantea siempre a par-
tir de un binomio: Oriente es salvaje, Occidente es civilizado; Oriente es
agresivo, Occidente es pacífico; Oriente es autoritario, Occidente será
democrático. En suma, la producción bipolar del orientalismo funciona

movimiento de Black Power de judíos árabes y negros a los que el sionismo no


les reconocía derechos igualitarios. Véase el libro The persistence of the palestinian
question. Essays on zionism and the Palestinians, de Joseph Massad.

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{42} antropogenéticamente situando a Oriente como el terreno de lo animal
y a Occidente como el lugar de lo humano (Agamben, Lo abierto). La
producción orientalista no ocurre solo gracias a cierta literatura acadé-
mica desarrollada clásicamente en las universidades europeas desde el
siglo XVIII , sino también –en la actualidad– por numerosas instancias
que, a decir de Hamid Dabashi, han venido a sustituir a la vieja matriz
universitaria y que reposa en saberes «dispensables» articulados des-
de los think tanks, los medios, las organizaciones no gubernamentales
(ONG ) y otras instancias articuladas en una red de relaciones a escala
global (Dabashi). De ahí que el ensamble del discurso orientalista ha su-
frido grandes modificaciones desde el siglo XVIII hasta la fecha, pero
ha mantenido el carácter bipolar de su forma de operar. Sin esta cons-
titutiva bipolaridad producida por las nuevas formas de orientalismo no
sería posible dar sentido y proyectar imaginariamente a la nueva em-
presa colonial norteamericana-atlántica. Como heredero directo de esta
empresa, el ejercicio colonial israelí implicó la producción del «otro»
identificándolo en la figura del árabe en general y del palestino en par-
ticular: «si alguna vez se le presta atención al árabe es siempre como
valor negativo. Se le considera un elemento perturbador de la existencia
de Israel y de Occidente o, desde otra perspectiva, un obstáculo insalva-
ble para la creación del Estado de Israel en 1948» (Said 337).
El árabe en general y el palestino en particular serán vistos
con base en un «valor negativo» para el orientalismo europeo, desde
el cual el sionismo constituirá una de sus derivas más mortíferas. En
la actual asonada «neosionista» articulada desde finales de los años
noventa y, con mayor fuerza, después de los atentados a las Torres Ge-
melas del 2001, el árabe y el palestino serán investidos de la figura del
«musulmán» que, como un potencial fundamentalista, se identificará
inmediatamente con la figura del «terrorismo» (Pappé).
En estas condiciones, el palestino no solo es considerado un
«otro», sino también un «enemigo absoluto» que deberá vestir de una
«máscara blanca» si no quiere sucumbir a los embates de la necropo-
lítica colonial. Como plantea Pappé, tal condición habría funcionado
desde las primeras décadas de la colonización sionista en Palestina
Rodrigo Karmy Bolton

produciendo la figura de un cuerpo no adaptable a los marcos colo-


niales israelíes y que debía ser considerado extraño a la tierra que,
sin embargo, esos mismos cuerpos habitaban: «Para estos colonos
los palestinos, estuvieran o no, aparecían como extranjeros que no
deberían haber estado ahí», escribe Pappé refiriéndose a los colonos

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sionistas que llegaron durante las primeras décadas del siglo XX a {43}
Palestina (28).
El núcleo del discurso sionista es que los judíos israelíes de la ac-
tualidad son los mismos que habitaron durante la antigüedad de Roma
y que, por tanto, existiría una solución de continuidad entre el pueblo
judío antiguo y el pueblo israelí moderno (Pappé 259). El orientalismo
sionista, dice Pappé –y particularmente su radicalización «neosionis-
ta» emergida desde los años noventa–, estará fuertemente influenciado
por los registros de los primeros colonos que, como buenos europeos
que habían migrado a Palestina, reproducían el mismo discurso colo-
nial. La «idea de Israel» –afirma Pappé– es aquella que produce a los
palestinos como «extranjeros», como el «otro» que no debería estar
donde estaban, y que el proceso de colonización desplegado desde 1947
hasta la fecha pondrá claramente de manifiesto que el palestino es un
«piel negra» que deberá someterse a la jerarquía colonial israelí y que,
por tanto, vivirá permanentemente los embates del poder colonial y
su necropolítica. No hay guerra ni paz, ni amigo-enemigo, tan solo
un circuito en continua expansión de intensidad variable en el que las
tecnologías disciplinarias, biopolíticas y necropolíticas se articulan en
una misma máquina colonial.

5
Hemos visto que Palestina es el caso de una colonización poscolonial.
No hay guerra ni paz, no se trata de dos fuerzas estatal-nacionales que,
en algún momento, puedan alcanzar un estatuto jurídicamente equiva-
lente. Se trata de un proceso de colonización desplegado y profundizado
por años. Y, por tanto, hemos visto que la exigencia por la «paz» pue-
de pronunciarse solo desde una posición colonial: Israel quiere la paz,
¿quién lo dudaría? Pero «paz» significa en su discurso consumación de La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
la colonización. Por eso siempre el discurso israelí puede decir que se
reanudan los «procesos de paz», sabiendo que estos parecen funcionar
siempre como una profundización más de la colonización.
En efecto, desde 1948 se viene hablando de un «proceso de
paz» y de que la colonización sionista no ha dejado de despojar a los
palestinos de su tierra. La aparente paradoja entre la obsesión histórica
por «alcanzar la paz» y la profundización de la apropiación, división
y explotación del territorio palestino por parte de la colonización
sionista se disuelve si entendemos que «paz» es precisamente el
término utilizado por el opresor; el concepto por el cual el colono

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{44} imagina su territorio despojado de la insurrección nativa, excluido de
su amenaza o, al menos, al confiar en su educación colonial, espera
ver algún día a los nativos de «pieles negras» con verdaderas «pieles
blancas»: palestinos cantando el himno nacional israelí, celebrando sus
fiestas, aclamando su Declaración de Independencia y olvidando así la
memoria de la nakba (catástrofe palestina).
«Paz» no será, entonces, un término adecuado para concebir el
conflicto que se juega aquí, puesto que «paz» remite a la constelación
del Ius Publicum Europeaum que la colonización sionista en Palestina se
ha encargado de vaciar: ¿quién dudaría que los israelíes hoy viven en
«paz», que solo podría ser turbada por un misil lanzado por Hamas?
¿No es la paz, entonces, el statu quo de una colonización que se profun-
diza cada día, su normalidad diaria? ¿Acaso no es el término «paz» el
que moviliza todos los esfuerzos hacia una perpetuación y una norma-
lización del conflicto colonial?

Historia de la «paz»

1
En 1917, Gran Bretaña emitió la Declaración Balfour, en la que respal-
dó la creación de un hogar nacional «judío» en Palestina. Esta fecha no
puede pasar desapercibida, pues en plena Primera Guerra Mundial los
tiempos anunciaban el desplome definitivo del Imperio turco-otomano
(que tuvo lugar en 1920 cuando Turquía pasó a convertirse en repú-
blica), mientras las dos grandes potencias occidentales del momento,
Gran Bretaña y Francia –en conjunto con Rusia–, habían acordado el
año anterior un pacto secreto firmado por los plenipotenciarios Mark
Sykes y François Picot en el que se repartían el mashreq a través del
dispositivo de «mandato». Fue a propósito de la división resultante de
dichos acuerdos que la demanda palestina por un Estado territorial
y soberano tuvo lugar y fue expresada por su movimiento nacional
(Hilal 33-64).
¿Cómo el movimiento sionista alcanza tanta influencia en la cú-
Rodrigo Karmy Bolton

pula británica? Ante todo, si bien este movimiento había surgido hacia
finales del siglo XIX bajo la pluma de Theodor Herzl, quien detalló
el proyecto sionista en El Estado judío, publicado en 1895, en 1897
la celebración del Congreso Sionista en Basilea apoyó resueltamente
la idea, ya anunciada por Herzl en su libro, de que los judíos debían

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volver a Palestina. La fuerza de dicho proyecto llegó a la cúpula bri- {45}
tánica por intermedio del prosionista Jaim Weizmann, quien impulsó
que Londres hiciera pública tal declaración en 1917 (Campanini). Pero
¿qué ganaba Londres con ello? Es clave entender que para los inte-
reses imperiales europeos, el movimiento sionista podía considerarse
una «avanzadilla» de Occidente en contra del posible avance de la
«barbarie» de Asia, según escribió el propio Herzl en El Estado ju-
dío.3 De hecho, Herzl plantea en su célebre texto que la emergencia
del antisemitismo desde la segunda mitad del siglo XIX marcó una
alianza estratégica entre el novedoso movimiento sionista y las élites
de los estados europeos. Como lo señala Herzl, la alianza respondía
a la siguiente fórmula: ayudamos al movimiento sionista a llevar a
los judíos a Palestina y así resolvemos la mentada «cuestión judía»:
«No creo que hayamos de esforzarnos en demasía para impulsar al
movimiento. Los antisemitas ya lo hacen por nosotros. No tienen más
que obrar como hasta el presente y el deseo de emigrar nacerá en los
judíos que todavía no lo quieren y se intensificará en los que ya existe»
(Herzl 29).
La convergencia entre las élites europeas y el movimiento sionis-
ta fue clara: el antisemitismo ayuda al sionismo puesto que promueve
la emigración de judíos a Palestina. Esta fue, por lo demás, la singular
convergencia que existió entre el movimiento sionista y el nacionalso-
cialismo alemán. Convergencia que solo en apariencia puede ser vista
como extraña, porque si advertimos el carácter colonialista de ambos
proyectos que se resumía en la vocación nazi de «purificar» Europa y
en el impulso sionista por fomentar la migración judía hacia Palestina,
entonces tal ensamble resulta algo más que verosímil:
La Alemania nazi consideró la voluntad del Führer como
quien tenía la fuerza de ley, cuando él pronunció una manifiesta polí- La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
tica prosionista a desarrollar. También, en octubre Hans Frank, en ese
entonces el ministro bávaro de Justicia, luego gobernador general de
Polonia, relató al parteitag de Nuremberg que la mejor solución a la

3. Como bien ha indicado Schlomo Sand, el sionismo no fue privativo del


movimiento liderado por Herzl, sino que había surgido años antes en un proceso
por el cual un cierto protestantismo comenzó a leer el texto bíblico en clave
histórica y no religiosa, política y no espiritual, estatal y no comunitaria: la
«tierra» dejó de ser una categoría religiosa y pasó a convertirse en una categoría
estatal-nacional. Sand muestra cómo es que el movimiento sionista se adhiere
a una idea ya presente en los círculos protestantes presentes en la diplomacia
británica de la época.

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{46} cuestión judía, para judíos y gentiles por igual, era el hogar nacional
palestino (Brenner 83).

Si –según Brenner– la Alemania nazi fue prosionista, fue precisamen-


te porque fue antijudía: dado que a los judíos había que expulsarlos
enteramente de Europa –y el nazismo constituía un programa «higié-
nico» de corte biopolítico que iba en dicha dirección–, los intereses del
movimiento sionista convergían perfectamente con el programa nacio-
nalsocialista y, más aún, con su vinculación a la élite británica, que en
pocos años alcanzó una proyección internacional clave: «El sionismo,
todavía una fuerza marginal dentro de la comunidad judía mundial,
había progresado desde pedir la legitimidad diplomática a alcanzarla a
gran escala. Por su parte, Gran Bretaña pasó a percibirse como el cus-
todio preferido del destino judío a comienzos del siglo XX » (Sand 168).
Gran Bretaña era la gran potencia occidental en Medio Orien-
te que resguardaba a Palestina para el movimiento sionista, se erigía
en el «custodio» que se mantiene hasta la actualidad en el relevo que
significó desde 1967 la presencia de Estados Unidos, lo que situó al
Estado de Israel como un verdadero katechon orientado a la contención
colonial de las fuerzas «orientales» provenientes de Asia: «Para Eu-
ropa formaríamos un baluarte contra Asia, estaríamos al servicio de
los puestos de avanzada contra la barbarie. En cuanto Estado neutral,
mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar
nuestra existencia» (Herzl 29).
La importancia de esta cita es doble: por un lado, el Estado de
Israel es situado como parte de un proyecto colonial que, como buen
discurso orientalista, divide el mundo entre «civilización y barbarie» e
identifica a la «civilización» con Occidente y a la «barbarie» con Orien-
te. En esta escena, el Estado judío es visto como aquel que lleva consigo
una fuerza de contención contra la «barbarie asiática»; por otro lado,
en esa labor katechontica, el Estado de Israel es planteado en función de
una negociación fundamental: Israel cumple el servicio de contención a
Europa y esta última promueve su existencia. El «Estado judío» se rea-
liza solo en la medida en que es capaz de «trabajar» para los europeos
Rodrigo Karmy Bolton

configurando los contornos de la nueva geopolítica de Medio Oriente,


cuya realización tiene lugar después de la Segunda Guerra Mundial. El
«judío» sionista nace al precio de seguir «explotado» por los amos de
siempre: los cristianos europeos. Él les sirve a los cristianos y estos lo
apoyan para que cumpla su función katechontica de contención.

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El «judío» sionista es aquel que trabaja para el «cristiano» eu- {47}
ropeo y que, por esta razón, no puede desactivar el antisemitismo que
redunda constitutivo en esa singular relación de poder entre el judío
sionista y el cristiano europeo, entre el Estado judío y los estados eu-
ropeos. ¿No se muestra aquí una de las paradojas más impresionantes
del Estado de Israel y, acaso, la raíz de su talante necropolítico? ¿No
es el archivo Herzl el punto en que se exhibe al Estado de Israel como
la figura antisemita por excelencia, toda vez que realiza el sueño de la
expulsión judía de Europa y, más aún, hace de esa expulsión (que el
sionismo cataloga de «retorno») un servicio a las grandes potencias
occidentales, las mismas que la desataron? El oprimido, el expulsado
termina trabajando para quienes le oprimieron y expulsaron, erigién-
dose cual katechon contra la supuesta «barbarie» de Asia.
Como vieron Said y Massad, ¿conserva el Estado de Israel un an-
tisemitismo constitutivo que ya no se dirige contra el judío, sino que se
desplaza sintomáticamente hacia el árabe en general y el palestino en
particular? ¿No es el Estado de Israel la forma en la que el judío sigue
trabajando para el cristiano, desplazando su antisemitismo al modo de
la islamofobia? ¿Es casual que el gobierno de Netanyahu encuentre
en un gabinete explícitamente antisemita como el que rodea a Donald
Trump una complicidad estratégica más fundamental que la que tenía
durante la administración Obama y que le permitió profundizar más
aún la política de asentamientos?

2
En su momento, la promulgación de los acuerdos de Sykes-Picot y la
de la Declaración Balfour fueron vistas desde los pueblos árabes como
una «traición», toda vez que atentaba contra las palabras promulgadas
por el propio comisionado británico en El Cairo, Henry McMahon, La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
quien había prometido la independencia nacional para los árabes una
vez el Imperio turco-otomano fuera derrumbado: «Gran Bretaña hizo
la vaga promesa de una independencia política árabe en todas las re-
giones que lo poblaban […] Los británicos no solo no tuvieron ningún
problema en romper estas promesas, sino que también menospreciaron
por completo las señales del despertar de un nacionalismo árabe […]»
(Sand 172).
Desde este acontecimiento, la historia árabe moderna será vista
como una historia de la «traición» por parte de las potencias occiden-
tales en contra de la demanda árabe de independencia nacional. Pero,

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{48} siguiendo a Sand, diremos que la Declaración Balfour fue promulgada no
solo por las relaciones de Weizmann con el Gobierno británico, ni solo
por la convergencia «sionista» desde el protestantismo y el movimiento
de Herzl, sino también por una razón geopolítica: los británicos aspira-
ban a asegurar su dominio sobre el canal de Suez precisamente mediante
su presencia en Palestina, cuestión que Gran Bretaña no pretendía por
motivo alguno compartir con los franceses (las guerras contra Napoleón
durante el siglo pasado habían dejado en claro aquello). Sand sostie-
ne que la Declaración Balfour surgió con el objetivo de neutralizar los
acuerdos de Sykes-Picot con los franceses y asentar, vía el movimiento
sionista, la neutralización francesa y el dominio «británico» de Palestina
a través de la fundación del Estado de Israel.
Sea cual sea la explicación, para un imperio abiertamente «marí-
timo» resultaba imprescindible dominar los accesos entre el Medite-
rráneo y el golfo Pérsico (donde el canal de Suez constituía una pieza
clave) para, desde ahí, reforzar la conexión británica con India (Schmitt,
Tierra y mar): Palestina era el puente de dicho circuito. En el entretanto
en que las tropas británicas conquistaron Palestina (entre el 26 de marzo
y el 9 de diciembre de 1917), Balfour envió a Rothschild la mentada car-
ta para su conocimiento público. Dicho acto explicita el apoyo británico
al movimiento sionista y tiene un enorme efecto para los palestinos, que
ven cómo la construcción de un Estado palestino independiente queda
relegada a favor de los colonos sionistas. En 1948, por efecto de la fuer-
za de los movimientos nacionalistas palestinos que colmaban las calles,
la arremetida paramilitar de los colonos sionistas (con su consecuente
«limpieza étnica» desatada en 1947-1957) y la pérdida de peso mundial
del Imperio británico que trae como consecuencia el abandono de India
debido a la proclamación de su independencia en 1947, Gran Bretaña
abandona tierras palestinas y releva su dominio al movimiento sionista
que, desde 1948, se transformará en el actual Estado de Israel.
En este registro, es fundamental comprender que los propios
palestinos –así como hicieron los sirios más tarde respecto a los fran-
ceses– abogaban por un Estado democrático y laico que pudiera incluir
a las diferentes comunidades étnicas y religiosas que habían hecho de
Rodrigo Karmy Bolton

Palestina su tierra. Por esta razón, el movimiento nacional palestino


vio en la Declaración Balfour una amenaza contra sus demandas, ex-
cluyendo la posibilidad de una partición del territorio nacional: «por
considerarla, acertadamente, una injusta violación de sus derechos»
(Hilal 33). Sobre todo, considerando que el modelo que el movimiento

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nacional palestino ofrecía era el de un Estado democrático y laico para {49}
todos (judíos y palestinos), la posibilidad de la partición del territorio
parecía, a ojos palestinos, enteramente injusta.
En este contexto, el movimiento sionista, articulado localmente
a partir del Irgún, la Stern y la Haganá como ramificaciones para-
militares y apoyado internacionalmente por Gran Bretaña, inició un
proceso de continuo asedio a las comunidades palestinas, frente a lo
cual su movimiento nacional no pudo responder, debido a su deficiente
organización y a la poca fuerza que tenían los demás estados árabes
subsumidos aún ante las políticas coloniales impuestas por la forma
de «mandato», en la que Palestina constituía una zona de incidencia
«directa» (Campanini).
Las grandes potencias, lideradas por Gran Bretaña, promovieron
en 1947 que la Asamblea General de las Naciones Unidas apoyara la
creación del Estado de Israel con base en un plan de partición que
contemplaba el 51 % para los colonos sionistas y solo el 48 % para
el pueblo palestino. ¿Por qué el movimiento nacional palestino de-
bía aceptar dicho plan, más aún si fue tan solo una declaración de la
Asamblea General de las Naciones Unidas que, como se sabe, carece de
cualquier peso vinculante? Así mismo, ¿por qué debía aceptarlo si los
propios británicos se habían comprometido a la independencia nacio-
nal de los árabes antes de «traicionarles» con la firma de los acuerdos
de Sykes-Picot?
Más allá de este episodio, el juego decisivo se dio en el campo
armado: como ha señalado Ilán Pappé, una vez que Gran Bretaña aban-
donó su posición colonial en 1947-1948 por efecto de la pérdida de
India, se dio curso al proceso de «limpieza étnica de Palestina» sobre el
cual se fundó el Estado de Israel en 1948. Pero, más importante aún: el
acuerdo de partición promulgado por la Asamblea General de las Na- La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
ciones Unidas tampoco fue respetado por el movimiento sionista: más
de 700 000 familias palestinas fueron expulsadas y más de 400 hogares
fueron ocupados por las fuerzas sionistas: «Cuando Israel se apropió de
casi el 80 % de Palestina, en 1948, lo hizo a través de la colonización y
la limpieza étnica de la población palestina original» (Pappé 107).
El efecto inmediato de este proceso concluyó en la Declaración de
Independencia del Estado de Israel por parte del movimiento sionista
en 1948 y en la transformación de sus fuerzas paramilitares en el actual
Ejército israelí. El movimiento sionista se había apropiado del 80 %
del territorio dejando a los palestinos con el 22 % administrado bajo

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{50} soberanía egipcia (Gaza) y jordana (Cisjordania), específicamente. Fue
cuando se dio lugar a lo que la historiografía y la memoria palestinas
conocen como la nakba o «catástrofe» como signo ininterrumpido de
su historia moderna, como devastación de su movimiento nacional que
solo logró articularse en los años sesenta bajo el mando del joven Yas-
ser Arafat y en orden a una nueva institucionalidad de corte federal
como la Organización para la Liberación de Palestina (OLP ).
Surgida hacia finales de los años sesenta como respuesta a la
guerra de los Seis Días acontecida en junio de 1967, la OLP restituyó
la idea del antiguo movimiento nacional palestino de un Estado laico
y democrático de corte multiétnico y confesional que, sin embargo,
había sido rechazado por las potencias coloniales del momento y sería
también rechazado por el relevo colonial signado por la presencia de
Estados Unidos e Israel.
Después de 1973, la OLP apuesta por una estrategia de cons-
trucción del Estado palestino en dos fases: en la primera, se acepta la
existencia de un Estado palestino que colinde con el Estado de Israel;
en la segunda, se propone un Estado que concierna a toda la Palestina
histórica en un Estado plenamente democrático y laico. Pero dadas las
condiciones impuestas por la colonización israelí, la coyuntura histó-
rica no ofrece alternativa política para esta segunda fase, puesto que
aquello que para la OLP constituía un medio, para las potencias occi-
dentales e Israel se convierte exclusivamente en un fin (Hilal 36).
La célebre solución por los «dos estados» ha sido siempre la pro-
puesta de las potencias occidentales e Israel, dado que es la única que
permite salvaguardar el carácter propiamente racial de la «etnode-
mocracia» israelí: el ser un Estado «judío». Tal como lo estipulaba
la Declaración Balfour en 1917, Israel no pretende renunciar a ser el
«hogar nacional judío» y, por tanto, la única posible solución por la que
apuestan las potencias occidentales, en su convergencia estratégica con
Israel, ha sido siempre la de la bipartición e institucionalización de dos
estados.
Sin embargo, tal como ocurrió con la promulgación de las Nacio-
nes Unidas acerca del programa de bipartición que el Estado de Israel
Rodrigo Karmy Bolton

no respetó, tampoco este último ha estado a favor de la solución de


dos estados y la profundización del proceso colonial en Palestina no
ha hecho más que volver fácticamente imposible dicha solución: la co-
lonización sionista horadó el territorio; se apropió de las vías, cercenó
pueblos entre sí, erigiendo el muro en el 2003; hubo miles de check–

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points, legislaciones discriminatorias contra los palestinos, bloqueos {51}
económicos, expropiación de aldeas enteras a favor de la extensión
de asentamientos ilegales e incursiones permanentes del Ejército; las
fuerzas navales o aéreas israelíes incursionaron en territorio palestino;
y también en connivencia con Egipto y los demás estados árabes; se dio
la transformación de Gaza como un verdadero campo de concentración
a tajo abierto que, por serlo, resulta estar enteramente desconectado
de los demás territorios palestinos. Por estas razones, la solución de
«dos estados» parece estar cada vez más lejos. Repito, más allá de las
buenas intenciones de las Naciones Unidas o del cinismo de la «comu-
nidad internacional» que, recientemente y bajo el alero de Francia, ha
celebrado una Conferencia de París sin la presencia de Netanyahu ni
de Abbas, donde se ha reivindicado la solución de dos estados sin ha-
cerse cargo de la realidad colonial de Palestina y del modo en que su
profundización necropolítica por parte de Israel ha hecho enteramente
imposible cualquier apuesta en este sentido.4
El año de 1993 marca un momento político clave: se firman los
Acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP en los que se define a Gaza y a
Cisjordania como territorios palestinos (incluido Jerusalén Oriental),
aceptando el 22 % del territorio de la Palestina histórica, a pesar de
que Israel considera a dichas zonas en «litigio» (que fueron ocupadas
en 1967), por lo cual, en su política de expansión colonial, Israel ha
aplicado sistemáticamente una política de anexión vía asentamientos.
Así, de hecho, la reivindicación palestina del 22 % del territorio fue de
facto rechazada permanentemente por Israel y apoyada políticamente
por Estados Unidos. ¿Cuál ha sido el efecto político de los Acuerdos de
Oslo?
Ante todo, es preciso recordar que estos acuerdos se dan en un
contexto de derrumbe del bloque soviético sobre el cual se apoyó en La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
parte la OLP y de un debilitamiento de la posición internacional de
dicha organización, debido al apoyo que había dado en 1991 a Saddam
Hussein mientras el resto de los países árabes más importantes (Egip-
to, Siria, etc.) se aliaban sin pudor a la coalición internacional liderada
por Estados Unidos. Pero el punto clave de estos acuerdos fue intentar
ganar interlocución internacional a cambio de reconocer a Israel su
«derecho» a existir como «Estado judío»: aunque ha sido siempre a los
palestinos a quienes se les han exigido hacer concesiones.

4. Al respecto véase: http://www.haaretz.com/israel-news/1.765207.

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{52} Oslo muestra, una vez más, que todo «proceso de paz» que se ha
impulsado en la región no ha sido otra cosa que una nueva estrategia
de colonización sionista: «Una de las consecuencias de los Acuerdos
de Oslo fue la paralización de las instituciones y las asociaciones na-
cionales de la OLP para dotar de poder a la nueva AP » (Hilal 38). El
desplazamiento desde la lógica político-estatal hacia la económico-ges-
tional se ve reflejado en la sustitución, efecto de los Acuerdos de Oslo,
de la OLP como entidad política del movimiento nacional palestino por
la Autoridad Nacional Palestina (AP ) como una institución de «poderes
limitados» que, prontamente, comenzará a ser vista por la propia po-
blación palestina como una institución vicaria de los intereses israelíes
(financiada –y, por tanto, cooptada en su margen de maniobra– por la
Unión Europea y Estados Unidos).
Más aún: la sustitución de la OLP por la AP implicó aplastar el ca-
rácter federal que organizaba a la OLP y que permitía la participación
de la diáspora palestina en la toma de decisiones. La AP ha sido, hasta
el día de hoy, una organización económico-gestional cuyo poder está
subordinado enteramente a los designios israelíes. Es en este plano
que en el instante de la firma de dichos acuerdos, Edward Said –quien
había asesorado a la cúpula del presidente Yasser Arafat para las ne-
gociaciones que se desarrollaban en Oslo– expresó su desolación al
escribir que, desde ese día, Palestina había quedado como un verdadero
«pueblo huérfano».

3
A partir de los Acuerdos de Oslo, la colonización sionista se ha profun-
dizado. Pero tal profundización ha implicado un cambio sustantivo en
la razón colonial israelí que, como hemos visto, parece estar impulsa-
da cada vez más por un registro geoeconómico antes que geopolítico.
Para ver esta transformación, es preciso atender en qué medida el pro-
ceso de colonización sionista ha conjugado al menos tres estrategias
que remiten, cada una, a un acontecimiento específico en la historia
colonial: en mayo de 1948 se da la expulsión de 700 000 palestinos de
sus hogares (frente a lo cual los palestinos han exigido el «derecho al
Rodrigo Karmy Bolton

retorno»); en 1967 tiene lugar la «guerra de los Seis Días», en la que


acontece la ocupación de gran parte del territorio palestino (incluido
Jerusalén Oriental); desde el 2003 la expulsión y ocupación se superpo-
nen a la consumación de políticas de segregación con la construcción
del muro del apartheid, considerado por el Tribunal de La Haya como

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«ilegal» (Coconi). La trama de expulsión-ocupación-segregación no la {53}
concibo desde una hipótesis secuencial en la que cada etapa se diluya
en la otra, sino más bien desde una hipótesis de la yuxtaposición entre
las tres formas de gestionar la colonización.
Cada una de estas tres formas ha tenido un momento históri-
co muy preciso, pero se ha anudado a las siguientes manteniendo el
peso de su fuerza. Una suerte de aufhebung,5 si se quiere, entre las tres
formas de gestión colonial cuyo ensamble permite consolidar el domi-
nio israelí y «amputar de mundo» a la totalidad de la vida palestina.
Ahora bien, ¿cómo nombrar a Palestina? ¿«Conflicto árabe-israelí»,
«conflicto palestino-israelí» o «conflicto israelí contra el terrorismo
islámico»? Los nombres con los que se ha designado el conflicto han
sido efecto de la guerra política de nombres que tiene lugar en todo
conflicto y que, si bien le brinda una cierta inteligibilidad histórica,
posiciona desde ya un «orden del discurso» que introducirá marcos de
visibilidad. Nombrar no es un ejercicio neutro, menos aún en la com-
plejidad de este escenario.
En efecto, el ensamble expulsión-ocupación-segregación que confi-
gura a la nakba es correlativo a los nombres que ha tenido el conflicto:
de 1948 a 1967 podríamos decir que el conflicto se nombra como
«árabe-israelí», dado que –tal como ocurrió en 1948 y en la guerra
de 1967– existía una solidaridad política árabe importante con la cau-
sa palestina. Ya desde la derrota panárabe en 1967, y en 1973 en la
guerra entre Egipto e Israel que se acabará con los acuerdos de paz
de 1979, el conflicto árabe-israelí comienza a atomizarse en el nombre
«palestino-israelí». No se trata más de una lucha panárabe que podía
comprometer a los diferentes países árabes o incluso a todos aquellos
países pertenecientes al movimiento de los «no alineados», sino de una
lucha restringida estrictamente al ámbito nacional. La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
Una vez que Egipto obedece los mandatos de Washington des-
pués de los acuerdos de paz que celebra con Israel, Palestina queda más
aislada en el concierto regional y el nombre del conflicto se restringe
exclusivamente a sus cada vez más precarias fronteras. Y, finalmente,
desde los Acuerdos de Oslo en adelante –pero sobre todo desde el aten-
tado a las Torres Gemelas en el 2001– la nomenclatura ha cambiado

5. Término filosófico propuesto por la filosofía de Hegel que indica, al mismo


tiempo, supresión y conservación de lo suprimido en la nueva realidad. También
se le traduce como «superación». La clave del término reside en que lo que es
negado es, a la vez, conservado en un nuevo horizonte de inteligibilidad.

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{54} una vez más: con una AP vicaria a los intereses israelíes, el problema
no se alojará en los «palestinos» en general, sino en «Hamas» y en
el mentado «fundamentalismo islámico» en particular. No es que el
significante «palestino» no siga operando, pero lo hace en función de
una identificación con el «fundamentalismo islámico» que permitirá
a Israel calificar cualquier forma de resistencia como «terrorismo».
La identificación que hace el discurso sionista de los palestinos con el
terrorismo no es algo nuevo (en la época de Ariel Sharon se acusó a
Arafat de «terrorista»), pero sí lo es su articulación con el «fundamen-
talismo islámico» como nuevo horizonte de inteligibilidad en el que
tiene lugar la infinita guerra «contra el terrorismo» inaugurada en
el 2001 por George W. Bush (Pappé). Nuevo registro discursivo para
gestionar un conflicto que no cesa de profundizarse. Si bien el nombre
«Israel-fundamentalismo islámico» se cataliza desde el 2001, encuen-
tra su consolidación cuando Hamas gana las elecciones parlamentarias
del 2006 y se convierte en una fuerza política legítima.
Más aún cuando una vez que Hamas hubo alcanzado el triunfo
electoral, las potencias occidentales –en conjunto con Israel– que ha-
bían apoyado la celebración electoral cerraron sus puertas e intentaron
invalidar el proceso. Así, condenaron a Hamas a constituirse solo como
una fuerza nacional en cuanto reivindicaba el discurso de liberación
nacional que pasaba por no reconocer a Israel como «Estado judío»,
pero no lo legitimaron para convertirse en interlocutor con la mentada
«comunidad internacional». De esta forma, Al Fatah quedaba como
una fuerza política con graves problemas de legitimidad interna, pero
autorizada externamente a ser el interlocutor internacional, y Hamas
quedaba con una legitimidad política interna que no podía traducirse
en la interlocución ni con Israel ni con las potencias occidentales. Fatah
adquiría legitimidad exterior pero no interior; Hamas, legitimidad in-
terior pero no exterior. La fractura del poder político palestino no hizo
más que agudizarse, al punto de lindar en el conflicto civil del 2009.6
Resulta clave atender al efecto político de la atomización de las fuerzas
de resistencia palestinas a partir del nombre «Israel-fundamentalismo
islámico»: se trata de dividir a las fuerzas palestinas para debilitar aún
Rodrigo Karmy Bolton

6. Eso fue lo que impulsó a los jóvenes palestinos durante las revueltas del 2011 a
protestar contra sus autoridades, tanto aquellas pertenecientes a Al Fatah como
a Hamas, para exigirles una sola respuesta frente a la colonización sionista. El
resultado de Oslo ha sido la fragmentación del movimiento político palestino y
los choques permanentes entre las dos grandes agrupaciones políticas.

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más su respuesta frente a la colonización sionista. Los nombres –como {55}
suele suceder en tantos otros escenarios– son parte del conflicto: su
«guerrilla política» que instala discursos para determinar lo visible
y lo invisible de un determinado conflicto. Este último nombre hace
«visible» al mentado «fundamentalismo islámico» y vuelve «invisible»
la legitimidad de Hamas como fuerza política electoral (que lo es, se-
gún las propias normas coloniales ofrecidas por la Unión Europea y
Estados Unidos en el momento de las elecciones palestinas del 2006).

Colonización
1
Mbembe da una pista fundamental para reflexionar en torno al modo
como funciona la colonización sionista en Palestina. Esta última, dirá
Mbembe, imbrica dispositivos disciplinarios, biopolíticos y necropolí-
ticos en un mismo espacio, articulando formas diferenciadas de gestión
del poder. Decisivo para nuestra indagación será insistir en el carácter
gestional de toda forma de colonización moderna, pero sobre todo de la
colonización sionista en particular. Colonizar implica administrar po-
blaciones nativas «amputándolas de mundo», es decir, destruyendo sus
modos de vida en función de la imposición de jerarquías raciales cuyas
formas de gradación se dispersan por la totalidad del campo social.
No solo los palestinos han sufrido los embates del sionismo, también
los judíos árabes que han vivido hace siglos en la región (mizrahi).7
En los años setenta, los mizrahi articularon un movimiento de Black
Panthers análogo al que tenía lugar en Estados Unidos para impugnar
el racismo sionista que asumía un tipo antropológico de «judío» ex-
clusivamente en la forma del judío europeo de ascendencia askenazhi
(Pappé). La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
La fundación del Estado de Israel en 1948 implicó no solo el
despliegue colonial sobre territorio palestino, sino también una con-
moción radical en la propia identidad judía en la que, como plantea
Pappé, el judío presente en el proyecto sionista pasaba a definirse como
«no árabe» (188): «Hacia el final del siglo XX , el 90 % de los israelíes
askenazíes eran de clase alta, mientras que el 60 % de la proveniencia de
clase baja era mizrahi» (195). La observación de Pappé no es anodina:
como sucede en tantos países de Latinoamérica donde la población de

7. Véase nota 2.

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{56} ascendencia indígena proviene de clases más bajas que la población de
ascendencia europea, también en Israel, y por efecto del tipo antropo-
lógico construido por el discurso sionista (que concibe al judío como
un «europeo» y «blanco»), los mizrahi provienen en su mayoría de las
clases más pobres precisamente porque constituyen la población judía
de ascendencia «árabe» y no «europea». Con ello, la colonización sio-
nista también colonizó al judaísmo transformando su identidad que
ahora será definida como «no árabe».
Así, las formas disciplinarias pueden seguir operando en deter-
minados chekpoints que Israel introduce para los palestinos o para su
población mizrahi que, si bien asume un grado «mayor» en la jerarquía
racial respecto al palestino a secas, la emergencia de un Black Power
en los años setenta muestra la presencia de una forma de apartheid en
el interior de la propia población judía; pero también los dispositivos
biopolíticos que introducen la vida en los cálculos explícitos del poder
para «hacerla vivir» permean gran parte de la sociedad israelí (que
sería el equivalente al «primer mundo» en Medio Oriente) que, sin
embargo, podríamos decir que coexistirá con su reverso necropolítico
orientado hacia la población mizrahi, y de la palestina-israelí (aquellos
palestinos que gozan de una ciudadanía israelí de segunda clase), la pa-
lestina-política (aquellos palestinos que viven en territorios palestinos
bajo la Autoridad Palestina) y la palestina-gazatí, que se ha transfor-
mado en el último reducto de vida del jerárquico esquema racial israelí.
Como dos polos de una misma máquina colonial, pervive la con-
flictiva coexistencia del primer mundo con el tercer mundo, la del
israelí de ascendencia europea askenazi con la del palestino gazatí, la
del biopoder que «hace vivir» a toda costa y la del necropoder que,
siendo el «envés» del anterior, «hace morir». Dos modalidades de
una misma razón colonial que no deja de profundizarse por los es-
pacios más íntimos y cotidianos. Porque la máquina colonial solo
puede desplegarse si domina esos microespacios. En este registro, si la
colonización es la premisa para cualquier discusión en torno al «pos-
conflicto» en Palestina y, por tanto, ello redunda en la imposibilidad de
utilizar los términos «guerra» y «paz» según la tradición filosófica y
Rodrigo Karmy Bolton

jurídica del Ius Publicum Europeaum, ¿cómo tendríamos que entender la


colonización sionista en Palestina?, ¿cuál sería su modelo? Ante todo,
deberíamos indicar que los dos grandes paradigmas de la colonización
fueron establecidos por Francia y Gran Bretaña: el primero implicó un
paradigma de la «asimilación» de las poblaciones a las prerrogativas

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de la «civilización»; el segundo planteó un paradigma orientado a la {57}
«segregación» de las poblaciones por etnia o confesión particular. El
modelo francés pareciera ser más centrípeto y el inglés más centrífugo,
aunque, por cierto, jamás se dio un modelo «puro» en una situación
determinada.
Nuestra tesis es que, a diferencia del proyecto colonial franco-bri-
tánico en el que, a pesar de las diferencias entre la «asimilación» y la
«segregación» existía un proyecto «civilizatorio» específico en el que
las poblaciones debían ser integradas y educadas según los cánones de
la metrópoli, diremos que el paradigma colonial sionista carece de dicha
vocación civilizatoria y no pretende más que una sola cosa: funcionar
como un colonialismo inverso. «Inverso» porque no pretende «incluir»
a las poblaciones en los marcos de la metrópolis, sino «excluirlas» a
toda costa de ella. El sintagma «Estado judío» es literalmente eso: para
incluir al judío israelí es necesario excluir al palestino, la operación
biopolítica de promoción, desarrollo e inclusión porta su reverso ne-
cropolítico de destrucción, parálisis y exclusión.
Por esta razón, el Estado israelí puede ser una «democracia» solo
al precio de su colonialismo; en otros términos, el discurso sionista se
proyecta como un discurso «humanista» solo al precio de su constitu-
tivo «racismo», incluye a lo humano en la medida en que excluye a lo
inhumano de él. Así, el Estado israelí es una verdadera «etnodemocra-
cia», sostenida ideológicamente en el orientalismo racista y propia del
sionismo y su singular tipo antropológico: el judío europeo askenazi
y, por tanto, «no árabe». Un colonialismo inverso consiste, entonces, en
producir políticas orientadas a la permanente exclusión de las pobla-
ciones palestinas: «vaciar el territorio palestino –nos comenta Gilles
Deleuze siguiendo la tesis de Elias Sanbar–. Aún más, hacer como si
el territorio palestino estuviera vacío, destinado desde siempre a los La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
sionistas. Se trataba de una colonización, pero no en el sentido del siglo
XIX : no se quería explotar a los nativos, se les quería expulsar» («La
grandeza de Yasser Arafat» 220).
El colonialismo sionista es inverso precisamente porque no inten-
ta explotar a los nativos, sino solo jugar a su expulsión; no pretende
integrarlos siquiera como mano de obra barata, sino hacerlos desapa-
recer de la faz de la tierra. No puede haber inversión en infraestructura
para los «nativos», sino solo políticas que aceleren en cierto grado las
formas sistemáticas de expulsión. En otras palabras, un colonialismo
inverso tiene por objetivo lo que siempre ha declarado el sionismo: Eretz

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{58} Ysrael (el «gran israel»), esto es, la conquista completa del territorio
palestino con la consecuente expulsión de la población nativa y el es-
tablecimiento de fronteras flexibles en permanente «litigio». Solo así,
Israel garantiza su propia expansión:
Recuperación, colonización y estatalización de la tierra han
sido los temas permanentes del sionismo moderno […] Aunque el
término «Eretz Yisrael» (expresión que en hebreo significa «tierra de
Israel») constituyó siempre un concepto vago en lo que concierne a las
fronteras exactas del territorio, para los sionistas quiere decir claramen-
te «propiedad» (Masalha 12).

La expansión permanente de las fronteras implica la «apropiación»


de la tierra, en el sentido schmittiano del término, y con ello, la per-
manente exclusión de las poblaciones (o bien su despojo económico
y político, que es otra forma de exclusión, por cierto). El colonialismo
inverso es el modo necropolítico en el que no deja de operar la coloni-
zación sionista en Palestina: «En todos los casos se trata de hacer no
solamente como si el pueblo palestino no debiera existir, sino que no
hubiera existido nunca» (Deleuze, «La grandeza de Yasser Arafat»
219). El colonialismo inverso con el que opera la colonización sionista
en Palestina no será más que la lógica del exterminio convertida en
empresa colonial. Como en la física, el único objetivo de dicha empresa
será la producción del vacío, el hacer «como si» ningún pueblo habi-
tara esta tierra.

2
Pero el proceso de colonización no ha sido jamás homogéneo. La trama
expulsión-ocupación-segregación configura la presencia de diversas racio-
nalidades que, tal como indicaba Mbembe, se imbrican en una misma
situación. Podríamos decir que la última de estas etapas, la de la «se-
gregación» que concierne al intento de «normalizar» las políticas del
apartheid, introduce a la expansión colonial en el interior de una razón
propiamente geoeconómica: «Si el muro es imagen de soberanía, es tam-
bién un monstruoso tributo a la viabilidad menguante de los estados
Rodrigo Karmy Bolton

nación soberanos» (Brown 50). El trabajo de Brown resulta decisivo


para la formulación de la segunda de nuestras tesis: que en la actualidad
la colonización sionista en Palestina asume una forma geoeconómica que
subsume –pero no remplaza– a toda mirada geopolítica, y donde la mons-
truosa figura del muro construido en el 2003 constituye su paradigma

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más acabado. La tesis de Brown se puede formular así: la construcción {59}
del muro es signo del «declive» de la soberanía estatal-nacional y no de
su consolidación. En otras palabras, el muro nace cuando dispositivos de
tipo económico-gestional comienzan a comandar la gestión de las pobla-
ciones. Según esgrime el discurso sionista, el muro fue construido para
impedir el ingreso del «terrorismo» palestino a los territorios israelíes.
Pero si nos fijamos con mayor atención, advertimos que su trazado no
coincide necesariamente con el trazado puramente fronterizo para con
los territorios palestinos.
Su edificación mide 700 km y el largo del territorio es de 350 km,
aproximadamente. ¿Por qué el trazado del muro mide el doble que el
territorio que supuestamente debe dividir? Porque el muro no tiene
un objetivo «geopolítico» de dividir fronteras, sino «geoeconómico»
de apropiarse y administrar los recursos naturales (el agua) y el aisla-
miento de pueblos y ciudades palestinas completas para «dejar morir»
a sus poblaciones «amputándolas de mundo». El muro se erige, enton-
ces, como una suerte de prótesis del Estado y ahí donde este último
parece encontrar su soberanía en «declive», el muro viene a fortalecer
una función soberana a partir de su metonimia «securitaria». Filtro,
cercenamiento completo, escisión de las poblaciones, el muro del apar-
theid no fue otra cosa que una modulación específica de la colonización
sionista que hizo de la razón geoeconómica su raison d’etre:
Al igual que sus predecesores construidos en las fronteras de
Israel y Egipto con Gaza, el muro es parte de un proceso específico que
se ha producido en el contexto de la ocupación de Palestina a lo largo
de 45 años, un proceso que se caracteriza, en términos generales, como
el paso de la dominación colonial, ejercida por administración y control
de los palestinos, a la dominación conseguida mediante la separación y
la desposesión de esta población (Brown 41). La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista

El carácter geoeconómico del muro consolida al colonialismo inverso que


caracteriza al proyecto sionista: si la dominación colonial «clásica» ba-
saba su poder en el control sobre la población palestina, la modulación
geoeconómica introducida por el muro consolidó el efecto contrario: la
«separación y desposesión de esta población». El paso desde una razón
soberana hacia una razón económica que comanda a la anterior se inau-
gura con la creación del muro del apartheid, que no hace otra cosa que
explicitar que el problema de la colonización fue siempre una materia
de «gestión» de las poblaciones.

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{60} Como bien ha mostrado Pappé, no es posible pensar la creación
del muro como un hecho aislado, sino como una reconfiguración del
sionismo en un «neosionismo» que resulta ser más «duro» que el
anterior y que hace de los colonos de los asentamientos ilegales su
«vanguardia» propiamente política. La ley nakba formulada en el 2009
en Israel planteaba que cualquiera que conmemore el «Día de la Inde-
pendencia» como un recuerdo de dolor y pesar será arrestado. Si bien
la presión internacional cambió dicha ley, solo la sanción del «arresto»
fue modificada por la de bloquear a toda entidad que financie dicha
actividad. Como bien plantea Pappé: «desde el 2000, las prácticas dis-
criminatorias y políticas informales se han ido legalizando gracias al
Knesset y esto está teniendo lugar».
Existen prácticas de discriminación convertidas en ley, sin con-
tar el enorme lobby sionista –una red que opera a niveles mediáticos,
políticos y económicos– presente tanto en Estados Unidos (Aipac)
como en Europa y que, entre otras cosas, presiona para promover po-
líticas a favor de Israel: en el ámbito económico, instalando acuerdos
comerciales de diversos productos; en el ámbito mediático, instalando
al «antisemitismo» como dispositivo de propaganda, siguiendo el ya
conocido chantaje ideológico promovido por Israel de que toda crítica
al Estado sionista constituiría un acto antisemita; o en el ámbito políti-
co, promoviendo una posición del respectivo país a escala internacional
a favor de Israel o bien impulsando sanciones contra el actual movi-
miento civil BDS (Boycott, Disinvestment and Sanctions), en los diferentes
ámbitos con los que este opera: económico, promoviendo el boicot de
productos israelíes; cultural, boicoteando toda instancia cultural fi-
nanciada por el Estado sionista; o político, protestando contra alguna
política promovida por algún Estado en apoyo a la entidad sionista.8
Su grado de influencia –tal como fue la llegada del movimiento sionista
a Gran Bretaña a principios del siglo XX – en las oligarquías globales
opera con diversos grupos y penetra en varias instituciones de un país.

3
Nada más que facticidad de una red de su poder que extiende la «colo-
Rodrigo Karmy Bolton

nización» sionista no solo hacia territorio palestino, sino también hacia


diversos puntos del planeta, prohibiendo la crítica pública en las redes

8. Al respecto, véase The Lobby, el documental en cuatro capítulos de Al Jazeera


que aborda el modo en que dicho lobby opera en el Reino Unido en los últimos
tiempos. Tomado de https://www.youtube.com/watch?v=Vuk1EhkEctE.

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sociales, en las universidades y en los espacios públicos en general a {61}
partir de la acusación, tan vacía como frecuente, de «antisemitismo»
que funciona como un verdadero chantaje ideológico: cualquiera que
critique a Israel se convierte inmediatamente en «antisemita». Con
ello, el discurso sionista hace del término «antisemitismo» el equi-
valente a lo que en la clásica teoría política designaba la noción de
«enemigo». Pero, como nos indica Mbembe, tal «enemigo» se convier-
te ahora en «absoluto».
El término «antisemita» (que va desde la figura del islamista, el
palestino, el árabe, hasta todo aquel que tenga una posición crítica con-
tra las políticas coloniales del Estado sionista) constituye un operador
de excepción, el dispositivo a partir del cual Israel está autorizado por
sí mismo a movilizar toda su industria bélica estableciendo una parti-
ción entre los «judíos israelíes» y los «antisemitas».
Todo no judío puede ser potencialmente un «antisemita» y, por
esa razón, resulta fundamental propiciar un trabajo «preventivo» cuyo
katechon siempre esté jugando a contener su posible llegada. Hoy, el
término «antisemita» fue configurado por el discurso israelí como el
equivalente a «terrorismo», por cuanto este último designa al «ene-
migo de la humanidad», al inhumano por excelencia al que se le puede
infringir todo tipo de castigo, todo tipo de sanciones, todo tipo de tor-
turas y apremios puesto que no es más que un «enemigo absoluto»,
exento de toda investidura moral y jurídica.
Como «enemigo de la humanidad», el «antisemita» opera como
el último eslabón del humanismo sionista, el lugar donde este se des-
envuelve en la forma de un reverso especular y que, por este motivo, le
es absolutamente constitutivo: el racismo. Los procesos de inclusión y
producción de la humanidad (el judío europeo askhenazi) en los que se
juega el humanismo sionista van a contrapelo de los procesos de exclu- La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
sión y producción de la inhumanidad (el palestino, el árabe, el mizrahi),
en los que se juega su reverso racista.
En esta perspectiva, el racismo sionista no es una anomalía a su
estructura, sino el dispositivo necropolítico desde el cual se ejerce la
exclusión operada por el poder colonial. Al no ser una anomalía, el
racismo sionista puede ser visto como lo que Foucault llamaba el «ra-
cismo de Estado»:
La raza, el racismo son la condición que hace aceptable dar
muerte en una sociedad de normalización. Donde hay una sociedad de
normalización, donde existe un poder que es, al menos en toda su su-

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{62} perficie y en primera instancia, en primera línea, un biopoder, pues bien,
el racismo es indispensable como condición para poder dar muerte a
alguien, para poder dar muerte a los otros. En la medida en que el Es-
tado funciona en la modalidad del biopoder, su función mortífera solo
puede ser asegurada por el racismo (Defender 231).

La hipótesis de Foucault es que el racismo sería el dispositivo a partir


del cual el Estado moderno desplegado a la luz del biopoder (y que
por tanto ha visto desplazado, pero no remplazado, su clásico poder de
muerte) puede ejercer su poder de muerte, su necropoder. El racismo
sería el dispositivo que hace posible el corte del flujo de la vida y que
permite promover la vida de un pueblo al precio de matar otra. Así, en
la época «poscolonial» o «biopolítica» existe el ejercicio «colonial» o
«necropolítico» no como una anomalía, sino como parte constitutiva
de la máquina estatal. Por tal razón, lo que está en juego en la colo-
nización sionista es un «racismo de Estado», el ejercicio de un poder
que para «hacer vivir» y ejercer su biopoder debe «hacer morir» e im-
poner un necropoder. Como «enemigo absoluto», el «antisemita» se
convierte así en el objeto necropolítico de la idea sionista y su empresa
colonial, en una silenciosa, sistemática y permanente estrategia de ex-
terminio.

Común
Si la colonización sionista constituye la premisa para pensar la
cuestión del posconflicto, es porque en este caso estamos frente a una
situación que no es la de la guerra a secas y tampoco la de la colo-
nización en sus formas clásicas. Palestina interroga nuestro presente,
implosiona nuestras categorías y constituye el umbral filosófico que
abre un campo decisivo en la reflexión política contemporánea.
¿Cómo ir más allá de la colonización inversa promovida por Israel
durante toda su existencia? ¿Cómo ir más allá si, más allá de las inten-
ciones humanitarias de Europa, la supuesta solución de los dos estados
parece estar fácticamente terminada? Al respecto, ha sido la movilización
Rodrigo Karmy Bolton

popular palestina con la intifada y la producción poética la que, quizá,


ha abierto el nudo del asunto que se condensa en un solo término que
será necesario trabajar: lo común. En efecto, durante el 2003 el poeta pa-
lestino Mahmud Darwish escribió el poema «Estado de sitio». En él se
relata el periplo del poeta que va viajando por Palestina, una tierra que

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es, a su vez, el propio poema. Es ahí donde el poeta se va encontrando {63}
con diversos personajes, entre ellos el «asesino» a quien dice:
A otro asesino: Si le dieras al feto
treinta días, cambiarían los pronósticos:
acabaría la ocupación y ese bebé
no recordaría el tiempo del sitio,
crecería sano y sería un muchacho
que iría al instituto con una de tus hijas
y estudiarían la historia de Asia antigua,
y juntos caerían en las redes del amor
y engendrarían una niña (que sería judía de nacimiento).
Así que dime: ¿qué estás haciendo?
¿Convirtiendo a tu hija en viuda
y a tu nieta en huérfana?
¿Qué ha sido de tu familia errante
y cómo te has cargado tres pájaros de un tiro?
(Darwish 21)

El poeta impugna al «asesino» identificado en un soldado israelí. Le


interpela sobre la violencia que ejerce en la colonización: «¿qué estás
haciendo?». Matar significa, para Darwish, matar una esperanza. Ma-
tar significa matar una historia posible en la que «juntos caerían en las
redes del amor» y en la que judíos y palestinos habitarían una vida co-
mún. Por eso, cuando el soldado mata, expulsa, exilia, convierte a «tu
hija en viuda» y a «tu nieta en huérfana» cargando a «tres pájaros de un
tiro»: al muchacho (palestinos), a «una de tus hijas» (judíos) y al futuro
común expresado en la figura del «feto». Para Darwish, la colonización
sionista impuesta con base en un «estado de sitio» permanente es el
signo de la catástrofe y de la devastación de la «tierra». Pero el término La paz colonial. Palestina y el colonialismo sionista
«tierra» no indica aquí el «territorio» colonizado por el sionismo, sino
que refiere a la potencia en que las identidades políticas se disuelven
en una vida común. Judíos y palestinos pueden convivir solo si asumen
la radicalidad de la «tierra» y prescinden de todo identitarismo. El
mensaje de Darwish implica una desionización de Israel y una reivin-
dicación de lo común antes que de lo estatal.
Si la colonización sionista ha vuelto imposible un escenario de
posconflicto, la literatura palestina y su imbricación interna con las
históricas luchas de su movimiento nacional han abierto una puerta
capaz de detener la maquinaria de destrucción, posible de interrum-

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{64} pir la necropolítica israelí y sus diversas modulaciones geoeconómicas.
Darwish restituye lo común como poema haciendo del poema la potencia
de lo común. Un escenario de posconflicto solo será posible en virtud
de una desionización de Israel con base en cuyas ruinas pueda pulsar
lo común que sea capaz de propiciar el único gesto que Darwish nos ha
legado al presente: sitiar el estado de sitio.
Rodrigo Karmy Bolton

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SEGUNDA PARTE

EXPERIENCIAS LATINOAMERICANAS

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Sobre el antagonismo, la contradicción y el
oxímoron: las revueltas de junio del 2013
y el ocaso del lulismo

Idelber Avelar
U N I V E R S I DAD D E T U L AN E

la reciente crisis política por la que atraviesa el estado


brasileño, con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff en medio
de un masivo escándalo de corrupción en el gigante nacional Petrobrás,
ha traído de nuevo a Brasil al centro de las miradas. Los intentos de
explicar los eventos recientes generalmente escogen como punto de
partida las gigantescas revueltas de junio del 20131 y terminan en la
destitución definitiva de Rousseff, el 31 de agosto del 2016.
Sería exagerado decir que todos los análisis han sugerido que lo
primero fue la causa de lo segundo, pero este ha sido el caso en la mayo-
ría de análisis provenientes de las ciencias sociales, así como en la mayor
parte de las declaraciones hechas por los dirigentes y apoyadores de la

Agradezco a Aline Passos por la cortesía de leer una versión


previa de este manuscrito, así como por el acceso a Paulo Arantes.

1 Desde entonces han sido llamadas «junio» en Brasil. Aunque tales eventos se
dieron a conocer por el nombre del mes en comenzaron, no debe olvidarse que se
desarrollaron hasta febrero del 2014, con la heroica huelga de los recolectores de
basura de Río de Janeiro. En este artículo, junio señala tanto los propios eventos
como el legado que dejan, algo que es hoy fuertemente disputado en Brasil, como
lo mostrarán las páginas siguientes. {67}

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{68} administración depuesta. Junio llevó al golpe, nos dicen Jessé Souza
(2016) y muchos otros científicos sociales. Mientras que es verdad que
existe cierta conexión entre junio del 2013 y agosto del 2016, propon-
go que esa conexión se entiende mejor a través de un análisis de la
incapacidad de Rousseff para responder, de forma mínimamente articu-
lada, al mayor levantamiento de la historia de Brasil, una revuelta que
no estaba dirigida contra de ella como blanco principal. Aun cuando
tal vínculo entre las protestas de Junio y el derrocamiento de Rousseff
no se establece causalmente, los análisis han tendido a privilegiar un
vector de cierta unidireccionalidad, como si el impeachment fuera el eje
central de la historia brasileña contemporánea. En otras palabras, el
problema con «vamos a contar la historia desde los levantamientos
hasta el golpe» es que la narrativa toma un acontecimiento en verdad
revolucionario y único y lo lee retrospectivamente a la luz de otro, mu-
cho menos importante, un ajuste menor en el palacio presidencial y en
las reglas de juego, farsas muy estandarizadas en la historia de Brasil.
Esta es la razón por la cual propongo un punto de partida dife-
rente, es decir, las narrativas fundacionales del lulismo ancladas en la
grandiosidad de Brasil y su presunto logro de la estatura internacio-
nal que siempre ha merecido. Para construir esa narrativa, el lulismo
moduló una retórica que combinó antagonismos, contradicciones y
oxímoron. Este capítulo intenta desarrollar un análisis del lulismo en
cuanto discurso tanto como argumentar que la esencia de Junio es su
potencia como acontecimiento insurreccional, es decir, su irreductibi-
lidad a todo análisis.
Si uno tuviera que señalar un día clave de la metáfora del Gran
Brasil, un buen candidato sería la portada del The Economist de noviem-
bre del 2009 («Brazil takes off») resaltando la estatua del Cristo de Río
de Janeiro con el título Brasil despega. Aquellos eran años en los cuales
Lula gozaba de un abrumador 85 % de aprobación y los brasileños que
supuestamente habían llegado a la clase media se contaban en docenas
de millones. El país acababa de ganar las batallas de relaciones públicas
necesarias para ser el anfitrión del Mundial de Fútbol 2014 y de los
Juegos Olímpicos 2016. La crisis de las hipotecas subprime en el 2008
prácticamente no afectó al país, debido a los intensos programas key-
nesianos que fortalecieron el mercado interno y lo sustentaron con
Idelber Avelar

el suministro de crédito público. Parecía que la estabilidad macroeco-


nómica heredada de los años de Fernando Henrique Cardoso había sido
exitosamente combinada con la sensibilidad social que fue la marca

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registrada de las administraciones de Lula, con lo que se generaba un {69}
país que al mismo tiempo estaba manteniendo la estabilidad, mitigan-
do la desigualdad y preservando las instituciones democráticas. Por
un rato, Brasil parecía combinar los sueños socialistas con los sueños
liberales sin contradicción alguna. The Economist, el 12 de noviembre
del 2009, resumía la singularidad de Brasil en el bloque de los llama-
dos Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), con una secuencia
de elogios: «A diferencia de China, es una democracia. A diferencia de
India, no tiene insurgentes, ni conflictos étnicos o religiosos, ni vecinos
hostiles. A diferencia de Rusia, exporta más que petróleo y armas, ade-
más de tratar a los inversionistas extranjeros con respeto».
En resumen, a los ojos de los más respetados bastiones del pe-
riodismo liberal, así como en los movimientos sociales izquierdistas
de Brasil, el lulismo parecía tener la clave para una integración pacífi-
ca de las potencias emergentes en el panteón de naciones capitalistas,
pero socialmente justas. Lo curioso de esta imagen, analizada a la luz
del 2017, es que los argumentos de The Economist para justificar el

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
efímero éxito de Brasil continúan siendo completamente verdaderos.
Brasil es un país tan democrático ahora como lo era en el 2009, sigue
estando libre de insurgencias étnicas, vecinos hostiles y conflictos re-
ligiosos (al menos aquellos más típicos de la geopolítica internacional
de hoy), y sigue tratando a los inversionistas extranjeros «con respe-
to». Sin embargo, todo el edificio se ha desmoronado. El país está en
recesión desde hace tres años y ha perdido el 10 % del PIB . Ha caído en
un masivo endeudamiento público, ha generado más de doce millones
de ciudadanos desempleados (como se sabe, en este dato no se incluyen
aquellos que ya no están buscando empleo), y es testigo de un gigan-
tesco escándalo de corrupción que saqueó su compañía pública más
grande no de docenas sino de cientos de billones de dólares.
Tal evento fue seguido por un espiral de bancarrotas tanto en
los sectores públicos como privados. Ningún economista serio espera
que el país vuelva a crecer a ritmo estable o vuelva a mitigar la des-
igualdad a corto plazo. Luego de nuevas investigaciones, las docenas
de millones de ciudadanos salidos de la pobreza resultaron ser menos
de lo que se pensaba durante los últimos años de Rousseff o no estar
tan sólidamente protegidos al fin y al cabo, ya que muchos han vuelto a
vivir por debajo de la línea de pobreza internacional (Veras Mota 12).
En la arena política, un gran número de políticos han sido enviados a
la cárcel, mientras que otros continúan bajo investigación. Se coronó

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 69 10/22/18 11:35 AM


{70} un proceso de impeachment con aires de farsa, derribando a un Gobier-
no que acababa de lograr la reelección a través de reiteradas mentiras
sobre cuál era el rumbo del país y hacia dónde intentaba llevarlo la
coalición gobernante. El 2009 fue el punto en que el ascenso llegó a
su pico. En el 2017 se siente que ha ocurrido un colapso, pero muchos
observadores creen que el país aún no ha llegado al fondo del pozo.
La caída de Rousseff no fue tan repentina –como aparece a los ojos
de la mayoría de la izquierda brasileña y de buena parte de los científicos
políticos–. Leonardo Avritzer la llama «el hecho más importante desde
la Constitución de 1988» (Labaki). Luiz Felipe Miguel la llama «un
golpe parlamentario» (Labaki), al igual que Fabiano Santos y Fernando
Guarnieri (485). Santos va más allá al decir que «ningún diagnósti-
co del 2015 predijo que las élites políticas se atreverían arriesgar en
un proceso de esta naturaleza» (Labaki); una afirmación debatible, ya
que a lo largo del 2015 las protestas anti-Rousseff sacudieron al país y
para diciembre la tasa de aprobación de la presidenta había caído a un
inédito 9 %. Como la mayoría de los científicos políticos han tendido a
racionalizar el sistema político podrido del país, ellos no han sido capa-
ces de percibir las continuidades entre los periodos antes y después del
impeachment. Muchos han tendido a ver la caída de Rousseff como una
aberración (un «golpe») que debió haberse impedido o como un produc-
to de acciones moralmente reprochables realizadas por actores sociales.
La mayor parte de la izquierda, presa del control afectivo que ha tenido
el lulismo sobre los movimientos sociales, ha visto en el derrocamiento
de Rousseff un punto de ruptura de la democracia. Este prestigio era
real y se derivaba de la considerable hegemonía del partido sobre tales
movimientos, del carisma de su líder y de algunos de los formidables e
innegables logros de su administración. Entonces, buena parte de los
científicos sociales también han coincidido en entender la reciente caída
de Rousseff como una gran ruptura de la democracia. Por supuesto, la
escena no ha sido unánime en estos grupos, en la medida en que cien-
tíficos políticos como Marcos Nobre (un filósofo de formación, pero
alguien que escribe sobre el sistema político del país) han presentado
versiones más agudas sobre el escenario contemporáneo, que creo que
se debe entender a partir del eje de los levantamientos de Junio.
Desde un punto de vista mínimamente ecuánime y no racionaliza-
Idelber Avelar

dor del sistema de representación política de Brasil, para mí es bastante


obvio que el verdadero acontecimiento trascendental fue Junio, no el
impeachment de Rousseff.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 70 10/22/18 11:35 AM


Marcos Nobre ha propuesto un modelo que escapa a los lamentos {71}
de la ciencia política brasileña: abordar de forma descriptiva lo que
es más propio del sistema político del país, específicamente lo que él
ha llamado el pemedebismo (Nobre 9-27). El concepto describe la na-
turaleza de la vida política del país a través de una metáfora creada a
partir del acrónimo del Partido del Movimiento Democrático Brasile-
ño (PMDB ), el partido más grande de Brasil, en realidad una federación
de jefes oligarcas locales que están siempre en el poder sin importar
quién gane las elecciones. El mérito de la teoría de Nobre proviene
de la originalidad del sistema partidario de Brasil, bastante único en
Latinoamérica. En Colombia y en Centroamérica, los enfrentamientos
políticos se han desarrollado en el interior de una estructura binaria,
que opone a liberales y conservadores. En Chile, el sistema triádico
compuesto por la derecha, la Democracia Cristiana y la izquierda so-
cialista y comunista se ha mantenido razonablemente estable durante
décadas, descontando el intervalo dictatorial. En Argentina, un gran
partido político con base social real ha ocupado el centro del escena-

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
rio y ha organizado el campo político a su alrededor desde comienzos
del siglo XX , con los radicales de la clase media, y luego en los años
cuarenta, con el peronismo. En Brasil, la norma ha sido la salvaje pro-
liferación de acrónimos de partidos que no son más que marcas de
intercambio de sobornos y maniobras del presupuesto, en coaliciones
partidarias con más de veinte agremiaciones. El pemedebismo sería en-
tonces, para Nobre, un acuerdo estructural, aunque informal, que hace
funcionar este colosal sistema político (14).
Según Nobre, el pemedebismo posee cinco características funda-
mentales: a) el oficialismo (la coalición de los jefes oligarcas siempre
es parte del Gobierno, no importa quién gane las elecciones); b) la
producción de supermayorías legislativas; c) un sistema jerárquico de
vetos; d) un bloqueo contra la entrada de nuevos miembros (de manera
que la coalición pueda preservar su poder de negociación), y c) el des-
plazamiento de todos los antagonismos a los cuartos de atrás, de modo
que los antagonismos nunca florecen en el escenario político. Los re-
sultados prácticos del reino del pemedebismo en la estructura partidista
han sido visibles en Brasil durante 23 años.
Desde la conformación del bloque de gobierno de Fernando Hen-
rique Cardoso en 1994, pasando por el recurso de Lula al PMDB para
solidificar su base de apoyo en el 2005, la coalición oligárquica ha esta-
do en el poder de manera ininterrumpida. Para Nobre, este ha sido el

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 71 10/22/18 11:35 AM


{72} resultado de la herencia autoritaria irresuelta de la dictadura, que ha
impedido que el proceso de modernización del país se tradujera tras-
ladado al sistema político. Luego de la caída del presidente Collor de
Melo en 1992, con Brasil todavía revolviéndose en la hiperinflación
de los años ochenta, el plan de estabilización monetaria que creó la
actual moneda –el real– fue exitoso en parte por haberse presenta-
do como un pacto «que no se enfrentaba frontalmente con la lógica
política pemedebista de Brasil, sino que propuso su acomodamiento en
ella» (Nobre 62). El pacto se ancló en el control de la deuda pública,
el monitoreo de la inflación y la acomodación a la lógica del mercado.
El pemedebismo, por tanto, se podría definir como la faz de la
democracia brasileña en tiempos posdictatoriales después de la des-
titución de Collor de Mello en 1992. Este es un arreglo en el cual los
antagonismos ideológicos son enmascarados en favor de los acuerdos
y vetos a puertas cerradas y de la creación de supermayorías median-
te el chantaje. En Brasil, ningún presidente se elige con una mayoría
partidaria automática, ni la oposición es jamás ideológicamente in-
mune a la seducción de adherir al gobierno. La norma ha sido la
constitución de una base oficialista enorme, fluctuante y amorfa en
el Congreso, que oscila de acuerdo con el apoyo popular al ejecutivo,
el poder de negociación del presidente y las condiciones económicas
y políticas del ubicuo chantaje. El objetivo perpetuo de esta base par-
lamentaria es negociar el apoyo a cualquier gobierno a cambio de:
ementas parlamentarias de fondos públicos, suministrar prebendas
en el aparato del Estado, garantizar el apoyo político en las elecciones
siguientes (en las cuales los partidos reciben el apetecido tiempo libre
de TV ) y, como el país ha descubierto asombrado, acumular montañas
inimaginables de dinero. El pemedebismo sería entonces un arreglo oli-
gárquico que permitió al sistema recomponerse después de la pérdida
de apoyo político y la caída de Collor de Melo. En aquel momento,
empieza la alternación en el poder de dos bloques opuestos: uno de
centro-izquierda dirigido por el Partido de los Trabajadores (PT ) y
otro de centro-derecha dirigido por el Partido de la Social Democra-
cia Brasileña (PSDB ). Sin embargo, ambos sucumbieron al chantaje
del pemedebismo y cortejaron las coaliciones oligárquicas aglutinadas
en torno al PMDB y sus partidos satélites, igualmente huérfanos de
Idelber Avelar

orientaciones ideológicas. El lulismo entonces no sería un antagonista


del pemedebismo, sino solo un acomodamiento centro-izquierdista en
su seno.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 72 10/22/18 11:35 AM


Observada desde el punto de vista de la larga duración del pemede- {73}
bismo, la destitución de Rousseff se convierte en un ajuste menor que
ni siquiera alteró mucho el ministerio y seguramente no tocó, ni para
empeorar ni para mejorar, las estructuras del régimen político pemede-
bista. El impeachment de Rousseff debe verse, entonces, como análogo
a las negociaciones exitosas de Fernando Henrique Cardoso (algunos
dirían compra de votos) para pasar la enmienda constitucional que le
permitió reelegirse en 1998, o bien como análogo a las tratativas de
José Sarney, presidente entre 1985 y 1990, para imponer un mandato
de cinco años para sí mismo en lugar del periodo de cuatro años que
había sido originalmente acordado.
En dichas ocasiones, así como durante el derrocamiento de Co-
llor, el sistema político cambió sus reglas mientras el juego estaba en
marcha, en todos los casos con algún nivel de hipocresía para acomo-
dar el pacto pemedebista. La constante reescritura retrospectiva de las
reglas ha sido el funcionamiento normal, el modus operandi mismo de
la democracia de Brasil. No ha habido una entidad cuya existencia

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
real pueda identificarse como una «democracia brasileña» rota o in-
terrumpida por las maniobras de Cardoso y Sarney para permanecer
más años en el poder, o bien por los impeachments de Collor (1992) y
Rousseff (2016). En todas estas situaciones, el sistema político hizo
los ajustes necesarios para facilitar el despliegue del pacto oligárquico
que ha operado por décadas según su funcionamiento normal, permi-
tiendo borrones y reinterpretaciones de la ley, con el fin de producir
un efecto conveniente para las élites políticas. Desde el punto de vista
de su estructura más constitutiva, el sistema político brasileño no ha
sido retado ni quebrado por ninguna de las maniobras relacionadas
con las políticas electorales o parlamentarias recientes. Sin embargo,
ha sufrido fuertes sacudidas desde afuera por multitudinarias revueltas
e insurrecciones populares, conocidas en portugués simplemente como
Junho (Junio).
Por fuera de los juegos palacianos o parlamentarios, en Brasil la
estructura política pemedebista sin duda ha sido recientemente retada,
pero no por alguna fuerza en el interior del sistema partidario. Encen-
didas por una mera demanda que exigía detener un alza en las tarifas
de los autobuses, las protestas de junio del 2013 terminaron desnudan-
do los mecanismos mediante los cuales el sistema político se protege.
También descubrió todo el edificio de contradicciones del lulismo. Para
empezar, deben tenerse en cuenta dos características entre los muchos

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{74} atributos que se pueden asignar a Junio: las protestas del 2013 fueron
sin duda alguna una insurrección y una insurrección múltiple. Insertadas
en los movimientos autónomos mundiales del 2011, las protestas de
Junio asumieron la forma de la multiplicidad de los levantamientos.2
Resaltar su naturaleza múltiple es un gesto a la vez obvio y pro-
fundo. Mientras científicos políticos como Fabiano Santos y Fernando
Guarnieri han interpretado los levantamientos de Junio como el punto
de partida de una degeneración institucional que culminó con el de-
rrocamiento de Rousseff, los académicos y los activistas que hemos
acompañado de cerca las insurrecciones hemos llegado a diferentes con-
clusiones, como que Junio fue antes que nada una sublevación múltiple.
Junio no fue el comienzo de un presunto «golpe,» ni se le debe culpar
por los fracasos subsiguientes del sistema político brasileño, ni fue una
protesta ambigua y amorfa luego tomada por los «fascistas», como al-
gunos han señalado de manera asombrosa (Santos y Guarnieri 487).
Entre otras cosas, Junio fue una revuelta contra un sistema corrupto de
representación política. En este sentido, Marcos Nobre no se aleja de la
verdad al proponer que Junio fue una insurrección contra el pemedebis-
mo y, por consiguiente, fue un grito de revuelta contra todo el sistema
político (142-157). Junio marcó el fin del periodo de una década en el
cual el lulismo fue capaz de administrar calles silenciosas y movimien-
tos sociales dóciles, cooptados por la atracción de colaborar con una
administración progresista.
El lulismo es una modulación compleja de una sinfonía de anta-
gonismos, contradicciones y oxímoron. Cada una de estas categorías
retóricas describen un aspecto de la experiencia lulista. Como lo señala
André Singer en el libro más reconocido escrito sobre el fenómeno, el
lulismo se estableció alrededor del 2005 cuando en medio del escándalo
de corrupción en la compra de votos en el parlamento, conocido como
Mensalão, Lula reaccionó llevando a los movimientos sociales a aglu-
tinarse alrededor de su figura. Tras iniciar con su reacción contra el
Mensalão, Lula comenzó a alternar entre la imagen hasta entonces om-
nipresente del presidente de todos los ciudadanos y el gran conciliador,

2 La naturaleza insurreccional de Junio es un punto de debate, ya que las


insubordinaciones realmente nunca intentaron tomar el poder del Estado.
Idelber Avelar

Sin embargo, indudablemente fueron rebeliones. Para una discusión sobre


la insurgencia, enfocada en la precedencia de tácticas contrainsurgentes del
Estado brasileño, años antes de que cualquier semblanza de insurgencia pudiera
observarse en el cuerpo político, ver «Depois de junho a paz será total», de Paulo
Arantes.

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que había escrito la «Carta a los Brasileños» para calmar los merca- {75}
dos, y el muy contrastante personaje del líder inflamado de los pobres,
quien siempre necesitó un antagonista en su discurso. Ese lugar del
antagonista fue definido alternativamente en los discursos de Lula
como los medios de comunicación golpistas, la oposición de derecha,
los ambientalistas que obstaculizaban el crecimiento del país o bien las
clases medias con «complejo de perro callejero» (expresión brasileña
que designa la propensión a preferir lo extranjero), un blanco frecuente
de los ataques del lulismo.
El motor de tales antagonismos era una profunda contradicción
entre los diferentes momentos del discurso y la práctica del lulismo:
los del Lula conciliador y los del Lula del discurso fiero y líder popular.
Alguna discrepancia entre la conciliación y la vociferación se espera
de todos los políticos, pero el lulismo moduló esta contradicción a un
grado elevadísimo, produciendo una sinfonía de discursos que se ne-
gaban parcialmente el uno al otro, oscilando entre las conversaciones
conciliadoras con empresarios en la mañana y una inflamada retórica

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
de lucha de clases entre los pobres o los sindicalistas de la clase media
baja por la tarde. Pese a estar en permanente ofensiva contra la prensa,
Lula siempre fue amigo y generoso en sus relaciones con los oligopo-
lios de las comunicaciones en Brasil, en particular con el conglomerado
dominante, las organizaciones Globo.
Ya fuera a través de la distribución del dinero para la propagan-
da o a través de su presencia en el nombramiento de los ministros de
Comunicaciones, las organizaciones Globo y su imperio fueron par-
te integral del pacto lulista. La administración de Lula nunca intentó
implementar el artículo constitucional que exige la ruptura de los
monopolios en comunicaciones. En cualquier grado, la relación con
la prensa es una entre muchas otras instancias en las cuales el lulis-
mo hizo uso de la contradicción entre los diferentes momentos de su
discurso y de la práctica como instrumento que le permitió modular y
regular su sistema de antagonismos.
La defensa discursiva del lulismo cuando era atacado desde los
lados del espectro político fue singularmente contradictoria. Cuando
era criticado por la derecha algo paranoica del sureste del país, que
lo veía como un peligroso primo del chavismo socialista, el lulismo
reaccionaba en términos moderados, señalando correctamente que
el empresariado nunca había ganado tanto como en su gobierno, de
sólidos fundamentos macroeconómicos y políticas amigables con el

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{76} mercado. Cuando era criticado por ambientalistas como Marina Silva
o por políticos independientes de la centro-izquierda como Cristó-
vam Buarque o Fernando Gabeira,3 el lulismo adoptaba un discurso
cuasibolchevique con el que repetidamente describía a sus oponentes
ambientalistas o de centro-izquierda como una ultraderecha dedicada
a traicionar los avances sociales. Esta movida retórica acompañaba su
autopresentación como movimiento revolucionario y verdaderamente
popular, aunque pacifista en la toma del poder. Sobre todo durante las
campañas electorales, la línea lulista de atacar a los ambientalistas y
moderados representaba una radicalización visible hacia la izquierda,
en clara contradicción con el carácter amigable a los mercados y a los
oligopolios que caracterizaron sus propias administraciones.4
La constante necesidad de un antagonista, acoplada a contradic-
ciones como las señaladas antes, terminaron haciendo del oxímoron el
tropo lulista por excelencia. A diferencia del antagonismo, un choque
en el cual los polos ocupan lugares opuestos de la dicotomía, y a diferen-
cia de la contradicción, en la cual el sujeto mantiene dos tesis opuestas
en diferentes lugares y tiempos, en el oxímoron los dos opuestos ocupan el
mismo espacio y tiempo. De ahí la naturaleza agonística del oxímoron:
una expresión como «un círculo cuadrado» lleva el lenguaje al punto
del colapso, un lugar imposible marcado por una cohabitación que in-
terrumpe el orden discursivo. En el antagonismo y la contradicción,
sentimos que el sujeto está recurriendo a una figura argumentativa;
en el oxímoron, tendemos a sentir que el sujeto ha sido tragado por una
figura retórica.
El lulismo mantuvo su vocación oximorónica a lo largo de su his-
toria: al mismo tiempo antagonizó y reconcilió, denunció y construyó
consensos, enardeció y calmó. Estas prácticas fueron reiteradas en la
década pasada; eran simultáneas y moduladas juntas, y observables en
los discursos, las entrevistas y los actos públicos de Lula. La tensión
acumulada por esa estructura retórica colapsó con las insurrecciones de
Junio, bajo el peso de la cooptación lulista de los movimientos sociales.

3 Digo esto conociendo bastante bien que la mayoría, si no todos quienes apoyan
al PT, no reconocerían a Buarque o a Gabeira como políticos de centro-izquierda,
pero sus posiciones así los califican en cualquier parlamento de Europa o
Latinoamérica (en Estados Unidos serían calificados de pura izquierda). La
Idelber Avelar

discrepancia en nombrarse a sí mismos hace parte de la estrategia que describe


el pasaje anterior.
4 Estoy en deuda con Moysés Pinto Neto por tan penetrante visión y por sus
escritos sobre la coyuntura de Brasil.

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Para el lulismo, el oxímoron era una estrategia de maestría retórica, {77}
pero Junio se resistía a ser domada; los verdaderos acontecimientos,
como Junio, no se dejan domesticar tan fácilmente. En este sentido, por
tanto, los que lamentan que Junio causó el ocaso del lulismo no están
totalmente errados, pero ellos deberían ir más allá de su melancolía,
hacer el duelo que corresponde y comenzar a pensar de nuevo.
Desde la primera protesta popular contra el alza del pasaje de los
autobuses en São Paulo a principios de junio del 2013, pasando por la
brutal represión policial que puso en movimiento las revueltas, hasta
el último respiro de la huelga de los recolectores de basura de Río de
Janeiro en febrero del 2014, el acontecimiento de Junio permaneció fiel
a su singularidad e imprevisibilidad.
Este es el atributo que se menciona con más frecuencia –y sin em-
bargo extrañamente también es el que más se olvida– de las protestas
de Junio. Los levantamientos estaban en invención permanente, siem-
pre resultaban ser algo distinto a lo que los participantes pensaban
cuando se integraban a ellos, constituían verdaderas multiplicidades y

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
como tales fueron un acontecimiento en el sentido estricto del término.
Si uno regresa a las reflexiones más agudas sobre la naturaleza del
acontecimiento, en particular a La lógica del sentido, de Gilles Deleuze
(The logic of sense), uno ve un grupo de tesis relacionadas a la singu-
laridad, multiplicidad e impersonalidad del acontecimiento. Entre las
muchas cosas que no es un acontecimiento uno puede señalar: a) nunca
es conectable como «causa» o «consecuencia» de otro acontecimiento;
b) su significado nunca se da por adelantado, antes de la experiencia
misma, y c) no es atribuido o reducible a un sujeto, individual o colecti-
vo, que presumiblemente pueda contener su significado. Es curioso que
estas sean las tres claves con las cuales la mayor parte de los científicos
sociales han intentado explicar las revueltas de Junio: presentándolas
como anticipación del «golpe» contra Rousseff, como manifestaciones
de sentido unívoco y controladas por un sujeto que después se revelaría
fascista o reaccionario. En este sentido, hablan con la misma voz del
oficialismo lulista al proyectar una caricatura que solo importa mien-
tras explica como origen causal algún malfuncionamiento del sistema
político que estaría en la raíz del impeachment de Rousseff.
En esa narrativa, uno tiene que «retornar a Junio» solo para desatar
el hilo que liga las revueltas a la destitución de Rousseff, con base en la
naturaleza de las protestas («desorganizadas,» «primitivas,» «incapaces de
acceso a representación») y en su composición («lumpemproletariado»,

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{78} «anarquistas black blocs», «clase media» y a veces, increíblemente, «fas-
cistas»). En tales críticas, muchos de los atributos más importantes de
Junio han sido olvidados: su autonomía, su ética «hágalo usted mismo»
a la moda punk, su naturaleza contingente y múltiple. En la exhaustiva
bibliografía sobre las revueltas de Junio, dos nombres han trascendido
los lamentos de la izquierda y de la ciencia política sobre el asunto, y
le han hecho justicia a la autonomía y a la horizontalidad del aconteci-
miento. Me refiero a Paulo Arantes y Bruno Cava.5
En el bellamente titulado «Después de Junio la paz será total»,
Arantes entiende las revueltas de Junio a partir del telón de fondo de la
razón pacificadora que ya se había manifestado tanto en la ocupación mi-
litar de las favelas (como la favela de Maré, en Río de Janeiro, a donde
Lula y Rousseff enviaron el Ejército para una verdadera ocupación ur-
bana), como en los programas de habitación implantados por el lulismo
a través de alianzas entre constructores y asociaciones de la sociedad
civil. No escapa a la atención de Arantes la coexistencia de la lógica del
Estado de bienestar (welfare) y la lógica de la guerra (warfare) en las
operaciones de pacificación realizadas por el lulismo.
En una meticulosa genealogía que analiza un enorme grupo de
tecnologías de gobernabilidad que «desmoviliza mediante la moviliza-
ción» (Arantes 430), la cooptación estatal de los movimientos sociales,
sus relaciones clientelistas con los sindicatos y todo lo demás, Arantes
plantea el acontecimiento de Junio en su contexto apropiado, señalan-
do por ejemplo que la propia Secretaría de Seguridad de Río dejó claro
que las Unidades de Policía Pacificadora (Policía altamente elogiada en
la época por la izquierda y la derecha y que ocupó las favelas de Río en
el 2008) ocupaban áreas diseñadas según la trayectoria de los megae-
ventos deportivos internacionales. La lógica de ocupación de territorio
era clara. La ironía curiosa, anota Arantes, es que el procedimiento de

5 Recurro a Cava en La multitud se fue al desierto y en A terra treme, así como a


Arantes en «Depois de junho a paz será total», ya que estos escritos han sido
inspiradores para este capítulo, pero una buena porción de la bibliografía sobre
Junio es valiosa, sobre todo los artículos escritos por autores diferentes a los
científicos sociales tradicionales o por quienes han sido críticos de sus disciplinas
en las ciencias sociales. Ver los textos de Oiara Bonilla y Artionka Capiberibe
sobre el movimiento indígena, los de Pablo Ortellado en el «Movimiento del
Paso Libre» (MPL), y los de Rodrigo Nunes en la continuación de Junio, todos
Idelber Avelar

los cuales se publicaron en la edición especial dedicada al evento: Los Tiempos


Modernos: Brasil 2013, el año que no se acaba. Para un análisis de la destitución de
Rousseff a la luz de las revueltas de Junio, ver mi artículo «Ascensión y caída del
lulismo».

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contrainsurgencia estuvo vigente antes de que cualquier insurgente {79}
estuviera en la escena: «los tiempos estaban invertidos, así como la
llegada de los personajes a la escena» (364). En este sentido, la llegada
de los «vándalos» de Junio sirvió de justificación retrospectiva para
ejecutar un procedimiento que ya había sido desplegado. El espacio
de las metrópolis brasileñas ya había sido rediseñado según un plan
basado en la ocupación territorial, la lógica misma de la pacificación.
Las revueltas de Junio transformaron las calles brasileñas, de territorio
militarmente ocupado, en territorio contestado y en pugna. En ciertos
momentos, sobre todo en Río de Janeiro, parecía que los agentes esta-
tales armados serían barridos por la multitud.
Varias fuentes estiman que entre diez y quince millones de manifes-
tantes se lanzaron a las calles en más de quinientas ciudades brasileñas
durante junio del 2013. El paso de una importante pero aún modesta
protesta contra el alza de las tarifas de los autobuses a un torrente de
multitudes por todo el país ocurrió cuando la Policía del estado de São
Paulo, apoyada por los editoriales tanto de Folha como de Estado de São

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
Paulo –los dos periódicos locales más grandes–, perpetró verdaderas
masacres en el centro de la ciudad, invadieron bares y restaurantes para
lanzar bombas de gas lacrimógeno, golpearon a los peatones, cazaron
a los indignados mucho después de la dispersión y establecieron una
verdadera táctica de combate en territorio enemigo. El autor de este
capítulo, quien había estado presente en una muestra representativa de
las mayores protestas urbanas de Brasil desde 1982, estuvo en las calles
centrales de São Paulo en la noche del 13 de junio, y ciertamente nunca
había visto una exhibición tan prolongada y cruel de brutalidad policial.
El papel de esos dos periódicos fue realmente irónico, ya que
ambos ayudaron a poner en marcha el infernal remolino y después cla-
ramente fueron sorprendidos por la extensión de la masacre. Una bala
de caucho dejó sin un ojo a una periodista de Folha de São Paulo, el mis-
mo periódico que había llamado a las fuerzas policíacas «a retomar» la
avenida Paulista. En todo caso, una vez que la multitud decidió reaccio-
nar a la sangrienta noche del 13 de junio, no había nada que pudieran
hacer los periódicos, la televisión o cualquier poder instituido, incluso
el Gobierno.
El 17 de junio, la multitud se levantaba ya no contra el alza de las
tarifas de los autobuses, sino para afirmar su derecho a insubordinarse.
Anestesiados por dos décadas de calles tranquilas, todos los poderes
instituidos se equivocaron al estimar el efecto de la masacre de la

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{80} Policía de São Paulo el 13 de junio. En tiempos de desmovilización,
es normal que los poderes instituidos (el Gobierno y sus diferentes
ramas, incluyendo las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación
y el judicial) cuenten con una ola de silencio tras una masacre po-
licial. Cuando los movimientos sociales están operando en estrecha
colaboración con el Estado, este es el resultado más esperado. Pero la
expectativa no funcionó en Junio: el 17, centenares de miles se toma-
ron las calles «contra todo», como lo titularía Folha de São Paulo al día
siguiente. La intensidad y energía creativa que atravesaba la multitud
había ido demasiado lejos para ser reversible. Escribiendo en el calor
de los acontecimientos, Bruno Cava señaló que las consignas plantea-
das en las calles iban desde el transporte, hasta la seguridad pública,
la movilidad urbana en general, la vivienda, la salud, la educación y la
producción cultural. Se cuestionaban los gastos relacionados con los
megaeventos deportivos y la narrativa oficial de un Brasil donde el
futuro está llegando (Cava, La multitud se fue al desierto 32).
La multitud de banderas levantadas en Junio pudieron verse solo
en su completa multiplicidad por quienes estaban en la calle o por quie-
nes estaban en sintonía con ellas. Ninguna lucha fue verdaderamente
dominante durante mucho tiempo, pero esta multiplicidad no siempre
quedó clara para los poderes institucionales. Vistas desde afuera, las
protestas comenzaron a ser representadas con énfasis en ciertos temas
y no en otros, dependiendo de quién las representaba. La mayor parte
de los medios de comunicación se agarró del tema de la anticorrupción
y lo privilegió, pero las protestas del 2013 fueron algunas de las más
múltiples de la historia moderna de Brasil.
De hecho, la marcha a menudo tenía múltiples caras, como la
del 22 de junio en Belo Horizonte que tuvo lugar durante un partido
de la Copa de Confederaciones. El comienzo de la marcha, reunido en
el centro de la ciudad, estaba compuesto en gran medida por ciudada-
nos del estrato superior de la clase media y enfocados en la corrupción.
Mientras avanzaba hacia el estadio, un influjo de ciudadanos de los
barrios populares como Aparecida y Lagoinha le cambiaron el rostro
a la protesta: las principales consignas eran la desmilitarización de la
Policía y contra el Mundial de Fútbol. A diferencia del lulismo, Junio
no domesticó su multiplicidad en contradicciones. Sus diferentes ex-
Idelber Avelar

presiones tomaron la forma de una mulplicidad intensa y afirmativa,


aunque –o porque– opiniones antagónicas se enfrentaban en el interior
de la misma marcha.

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En Río, el 17 de junio, «los palacios fueron garabateados, las {81}
ventanas rotas, un carro fue volcado y quemado, gran parte de la pu-
blicidad fue ridiculizada, los bancos fueron reducidos a polvo. Una
guardia fue organizada en torno al fuego. La gente se reía en medio del
caos. La manifestación no podía ser detenida» (Cava, «O 18 Brumário
brasileiro» 50). En Brasilia, la multitud ocupó el Congreso Nacional,
por primera vez tomándose con furia y protesta los edificios famosos,
imponentes y modernistas de Óscar Niemeyer. Para el 20 de junio, los
alcaldes de São Paulo y Río, que habían hablado de la imposibilidad
de congelar las tarifas de los autobuses, se retractaron en el alza pro-
puesta. Pero ya era tarde. «No es solo por los 20 centavos», coreaban
los gritos de las muchedumbres. Los titulares de O Globo y Folha de
São Paulo anunciaron que la multitud había derrotado las alzas de las
tarifas. En Río, el 20 de junio también marcó el momento en que las
muchedumbres superaron los temores hacia la Policía. Eran tan gran-
des y feroces que las fuerzas policiales tuvieron que retirarse al Palacio
de la Asamblea Legislativa de Río, ya que eran el blanco de las piedras,

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
palos y bombas caseras lanzadas desde afuera. Sin embargo, la totali-
dad de las protestas en Río y en el resto del país estaba compuesta por
múltiples facetas, incluyendo en la mayor parte del tiempo –antes de
la intervención policial– la concentración sorprendentemente pacífica
de las mayores multitudes urbanas registradas en la historia de Brasil.
El 21 de junio, el énfasis en todos los periódicos era la «violencia»
y el «caos». Privilegiando las fotografías de las hogueras encendidas
en los últimos momentos de las protestas o la acción de los activistas
black blocs rompiendo vidrios, en lugar de la masiva y pacífica reunión
que los precedió, los medios reportaron el «vandalismo» sin dedicar
mayor atención al indisputable hecho de que las fuerzas policiales fue-
ron el primer responsable de la violencia en todas las instancias. Los
black blocs, es decir, jóvenes enmascarados que asumen las primeras lí-
neas en defensa de la multitud, comenzaron a ser presentados como
los peligrosos y violentos vándalos responsables del «caos» que se
veía hacia el final de las protestas. De hecho, la táctica de los black
blocs se convirtió en un mecanismo clave en la autodefensa de los ma-
nifestantes, quienes podían dispersarse mientras los activistas black
blocs distraían a la Policía con hogueras y ataques a la propiedad, sobre
todo a los bancos. En la televisión, la radio y los periódicos, así como
en los comentarios de buena parte de la izquierda oficialista, los black
blocs eran descritos como peligrosos vándalos que «infiltraban» las

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{82} manifestaciones. En aquel momento, las protestas ya habían estado su-
cediendo por dos semanas, millones de brasileños se habían tomado las
calles y la presidenta Rousseff permanecía callada. Fuentes de Brasilia
describían el clima en el gobierno como de «estupefacción».
Por primera vez en treinta años, enormes multitudes salían a las
calles sin la presencia del PT en su organización. Desde la campaña por
las elecciones directas para presidente (1984), pasando por la moviliza-
ción popular que llevó a la destitución de Collor (1992), hasta las varias
ocupaciones llevadas a cabo por el Movimiento de los Trabajadores Sin
Tierra (MST ) en los años noventa (sus ocupaciones declinaron severa-
mente durante los años dos mil, no tanto porque la Reforma Agraria
se hubiese logrado, sino porque el gobierno federal y el movimiento
ahora eran aliados), el PT había sido siempre el eje central de la mo-
vilización popular en el país. En la Dirección del partido, la reacción
inicial a las protestas de Junio puede resumirse en una frase imaginaria:
«¿Cómo se atreven a salir sin nuestro permiso?». Entre las numerosas
respuestas del PT , de los senadores, los diputados, el presidente Rui
Falcão y de la misma base organizada del partido, uno puede discernir
al menos tres reacciones que se contradecían entre sí:
a) mientras las protestas se limitaban a ser una pequeña lucha
contra el alza de las tarifas de los autobuses en São Paulo, la posición
del PT era considerarlas imposible de satisfacer –ya que las demandas
se dirigían a un alcalde del PT , Fernando Haddad–, pero a la vez con-
denar la represión, ya que era conducida por una fuerza policial que se
reportaba a un estado gobernado por un partido de oposición, el PSDB ;
b) cuando la lucha tomó la forma de una multitud contra el siste-
ma político de representación, la reacción de pánico de los dirigentes
del partido y de la base los llevó a descalificarlos como una «pequeña
burguesía» infiltrada de «vándalos» –en aquel momento todavía con
la esperanza de que se calmarían y se restablecería el pacto político
lulista–;
c) cuando quedó claro que la multitud no retrocedería, el partido
cambió su posición 180 grados y decidió «unirse» a las marchas y «apo-
yarlas», con llamadas explícitas –algunas de ellas más tarde retiradas
en un verdadero espectáculo de confusión– a que los miembros del
PT se juntaran a las protestas, trajeran sus banderas y se presentaran
Idelber Avelar

vestidos de rojo. Fue entonces, y solo entonces, que se produjeron epi-


sodios de violencia en contra de militantes afiliados al partido. Allí se
consolidaba el divorcio radical entre el PT y las calles. El matrimonio

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no volvería a restaurarse. El partido había perdido el pulso de las calles {83}
en la tormenta desatada por Junio.
Junio fue una «profanación llevada a cabo por gente sin nom-
bre, quienes no pedían salir y ya no aceptaban los golpes de la vida»
(Arantes 400). Fue tan simple como esta aguda frase sugerida por
Paulo Arantes, pero ni la izquierda establecida, ni los medios de co-
municación lo lograron captar. Los dos periódicos de São Paulo fueron
instrumentales en el desenlace de la terrible represión policial que
desató la nacionalización de las protestas el 13 de junio del 2013. Se
produjeron algunos buenos reportajes sobre las marchas, pero tan-
to las organizaciones Globo como los tres principales periódicos del
país, obstinados, enfatizaron la violencia contra los bancos como una
estrategia para criminalizarlas y apaciguarlas. Cuando eso se volvió
imposible, el enfoque cambió y los medios, sobre todo Globo, trataron
fuertemente de elevar y privilegiar los sectores «verde-amarillos» de
las protestas, es decir, los segmentos más identificados con las consig-
nas anticorrupción de la clase media.

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
Ese enfoque persistió durante algún tiempo en flagrante con-
tradicción con la multiplicidad de las revueltas, las cuales si bien
incluyeron a los manifestantes verde-amarillos contra la corrupción
(la mayor parte apuntando a la corrupción de todos los partidos), también
puso en la escena varios temas relacionados con los derechos LGBT ,
el feminismo, la lucha indígena, la descriminalización de las drogas,
la desmilitarización de la Policía y la movilidad urbana, para mencio-
nar solo algunas de las consignas que coexistieron con el tema de la
anticorrupción. El enfoque parcial de los medios en un único tema
terminó exacerbando la incapacidad de la izquierda de responder ade-
cuadamente al problema de la corrupción. La izquierda y parte de las
ciencias políticas en Brasil han adoptado tradicionalmente el discurso
según el cual la crítica a la corrupción «despolitiza» las cosas. Cuando
más, la izquierda y las ciencias sociales han recurrido automáticamente
a la «reforma política» como solución para la corrupción: «De ahí el
hecho de que el reflejo pavloviano de la Reforma Política suena como
farsa grotesca cada vez que replica la campana de ‘usted no me repre-
senta, llame de nuevo’» (Arantes 424).
De esta manera, la izquierda lulista cayó fácilmente en el mol-
deo de los medios de comunicación y, para entonces, sobre todo en el
caso de Globo en la influencia de Junio como una jornada de las pro-
testas anticorrupción, en detrimento de todas las otras facetas de la

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{84} insubordinación. En resumen, y para concluir con una fórmula algo
caricaturesca (pero esencialmente verdadera), Globo estaba diciendo
ahora que Junio fue bueno porque fue anticorrupción. El lulismo decía
que Junio fue malo, o por lo menos ingenuo, porque fue anticorrupción.
La izquierda oficialista ayudó a apretar la cuerda con la cual más tarde
sería colgada.
Sin embargo, el espíritu de Junio fue algo diferente. En un país
en donde «el único verdaderamente ingobernable es el indígena, quien
hoy [2013-2014] es absorbido por el desarrollismo como una solución
final» (Arantes 404), las multitudes de Junio se atrevieron, primero y
finalmente, a afirmarse a sí mismas, a no querer ser gobernadas como
antes. «Junio fue, por encima de todo esto: cómo hemos gobernado,
cómo nos gobernamos y cómo no queremos más de eso» (Arantes 453).
Sin duda endeudados con los movimientos del 2011-2012 como la Pri-
mavera Árabe, Occupy Wall Street o los indignados españoles, Junio fue
único frente a todos ellos. A diferencia de la Primavera Árabe, no fue
impuesto por un dictador destronador; a diferencia de los indignados, se
llevó a cabo en un país que estaba creciendo, reduciendo el desempleo y
generando una movilidad hacia arriba para los pobres; a diferencia de
Occupy Wall Street, verdaderamente conmocionó al establecimiento
político a tal punto que muchos pensaron que se derrumbaría.
El ocaso del lulismo fue acelerado por la respuesta tardía e inefec-
tiva de Rousseff a Junio, pues propuso como panacea y contestación a
los activistas una «Asamblea Constitucional Parcial» para llevar a cabo
una reforma política (la que demanda un suicidio político para la mayo-
ría de los oficiales elegidos), un Frankenstein legal que ella anunció en
la televisión, sin consultar a nadie, ni siquiera a su leal vicepresidente,
un constitucionalista que fue su puente en el Congreso. Naturalmente,
la propuesta murió en menos de 48 horas. Junio, por tanto, no fue un le-
vantamiento contra la administración de Rousseff, pero su inhabilidad
para responderle (a Junio) ayudó a poner en movimiento la pérdida de
capital político que la llevaría a su destitución, aunque en el intermedio
ella fue capaz de ganar una reelección altamente rivalizada.
Entre otras consecuencias, Junio establecerá el terreno para la
mayor investigación sobre corrupción en la historia nacional, que ha
hecho presa de los dilemas y las parcialidades estructurales de to-
Idelber Avelar

das las operaciones de la Policía, pero que ha develado el robo del


patrimonio público, hasta hoy de inimaginables proporciones, perpe-
trado por todos los principales partidos políticos, de izquierda y de

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derecha, partidarios y opositores, de la administración depuesta. Junio {85}
no fue dirigido contra el lulismo por sí mismo, pero puso en movi-
miento su inevitable declive e hizo evidente su divorcio con la calle; el
mismo Lula puede regresar, dependiendo de los resultados de la inves-
tigación en su contra, pero a pesar del resultado, solo puede regresar
como un candidato oligarca entre otros, un jefe político rodeado de
operativos pagados.
La historia política reciente de Brasil se entiende mejor cuando
situamos a Junio como la fuerza originaria que echa a andar esta histo-
ria en varios movimientos contradictorios. Muchos han errado al ver
la destitución de Rousseff como una suerte de consecuencia final –el
comienzo del fin o la ruptura de la democracia– desatada por Junio.
En la academia, la explicación unilateral, basada en la lógica mecánica
causa-efecto, ha tomado la forma de una racionalización del podrido
sistema político del país, como si los manifestantes que gritaban «us-
tedes no me representan» fueran de algún modo alienados, tontos o,
peor, «fascistas» por rechazar los mecanismos establecidos de la repre-

Sobre el antagonismo, la contradicción y el oxímoron: las revueltas de junio del 2013 y el ocaso del lulismo
sentación política, como han sugerido algunos politólogos.6 Entonces,
la verdadera oposición en el debate político brasileño toma lugar en
torno al legado de Junio, no alrededor del pacto oligárquico más cir-
cunstancial que llevó a la destitución de Rousseff y a la ruptura de la
coalición PT -PMBD . Al fin y al cabo, ambos lados de la coalición que
rompió en el 2016 estuvieron unidos en la represión de Junio y en el
estado de Río de Janeiro, y gobernaba junto con el PT , responsable por
el desalojo de las poblaciones relacionadas con la Copa Mundial de
Fútbol. Lo que realmente separa las lecturas políticas en las dos princi-
pales posiciones (que por supuesto pueden tomarse con varios matices
de distinción) no es la diferencia entre la izquierda y la derecha, sino
que quienes denunciaron a Junio como culpable por el impeachment (la
mayoría de la izquierda oficialista) y quienes apoyaron su represión
como si fuera un movimiento de vándalos (la derecha) ocupaban el mis-
mo lado de esta frontera.
Por último, hay varios de nosotros que reclamamos el legado de
Junio, que insistimos en su naturaleza de acontecimiento al mismo
tiempo singular y múltiple, inconfundible y polifónico, y que vemos

6 Esta afirmación fue hecha por Fabiano Santos y Fernando Guarnieri, quienes
hablaron de «pancartas que decían cosas como ‘Dictadura Ya’. ‘Ustedes No Me
Representan’ y similares» (487), como si hubiera alguna similitud entre las dos
pancartas y como si la anterior hubiera sido 1 % tan representativa como la
posterior en Junio.

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{86} en él el reclamo de un pasado benjaminiano derrotado, en búsqueda
de redención. Para simplificar el asunto, por un lado, hay quienes quie-
ren olvidar y enterrar a Junio y, por otro, están aquellos a quienes les
gustaría que se le hiciera justicia. Estas son dos lecturas diferentes en
profundidad del Brasil contemporáneo y representan, en mi opinión, el
antagonismo político que verdaderamente importa hoy en el país.
Idelber Avelar

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Un entorno hecho charamicos: los doce
años de Balaguer y la reescritura del
«Bildungsroman» de Ángela Hernández

Violeta Lorenzo Feliciano


U N I V E R S I DAD D E AR K AN S AS

al pensar en la historia contemporánea de la república


Dominicana, la figura del dictador Rafael Leónidas Trujillo (1891-
1961) resurge de inmediato. Su antihaitianismo y las torturas, las
desapariciones y los asesinatos cometidos durante su régimen impi-
dieron la creación de una república moderna tras la ocupación militar
estadounidense de 1916. Después del asesinato del dictador, hubo un
dejo de esperanza ya que distintos grupos que habían sido perseguidos
resurgieron para trabajar en el proceso de democratización del país.
No obstante, la transición democrática no cuajó por culpa de golpes de
Estado, una guerra civil, otra intervención militar de Estados Unidos
en suelo quisqueyano y la vuelta al poder por un periodo de doce años
(1966-1978) de Joaquín Balaguer.1
En 1960, Balaguer se convirtió en el sucesor de Trujillo y por
momentos estuvo involucrado en los diversos procedimientos guber-
namentales que intentaron establecer un sistema democrático. Sin
embargo, su golpe al Consejo de Estado en 1962, la persecución que

1 Joaquín Balaguer (1906-2002) fue ensayista, poeta, abogado, vicepresidente


y asesor político del régimen trujillista. Cabe recalcar que tras sus doce años
de presidencia (1966-1978), Balaguer volvió a estar en el poder desde 1986
hasta 1996. {87}

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{88} llevó a cabo en contra de sus opositores durante su campaña electoral
de 1966 y la influencia de Estados Unidos en la política local contri-
buyeron a la continuación de un gobierno autoritario de derecha en la
República Dominicana, cuyo objetivo era modernizar al país y defen-
derlo del comunismo en el contexto de la Guerra Fría y de la acogida
en Cuba –y en otras partes de Latinoamérica– de ideas marxistas.2
Ester Gimbernat González ha demostrado lúcidamente la falta
de «facts in history books that refer to the 12 years of Balaguer and the
repression against the UASD university» (201). Ante esta ausencia de in-
formación, la literatura se ha convertido en uno de los espacios en los
cuales «se complican positivamente procesos históricos» en un país
donde «grandes segmentos de la población no logran reconciliarse con
un pasado de dictadura, democracia, guerra civil, invasión y retorno
del totalitarismo» (Rodríguez 121). Con esto en mente, este análisis se
enfocará en Charamicos (2003), de Ángela Hernández, al ser esta novela
una de las pocas que se centra en la violencia perpetrada y perpetuada
por Balaguer y sus grupos paramilitares.3

2 A fuerza de la presión internacional que recibió el gobierno de Trujillo por su


atentado contra el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, Balaguer –enton-
ces vicepresidente– asumió la presidencia de la República Dominicana en 1960.
Después del asesinato de Trujillo en 1961 y de la expulsión del país de la familia
del dictador en 1962, Balaguer creó un Consejo de Estado que luego trató de de-
rrocar. Eventualmente, tuvo que irse al exilio luego de intentar usurpar el poder
para establecer un gobierno militar. En 1963, se celebraron las primeras elecciones
presidenciales en 33 años y Juan Bosch (1909-2001) fue electo presidente de la Re-
pública. Siete meses después de haber asumido la presidencia, Bosch tuvo que irse
al exilio a causa de un golpe de Estado. En 1965, se desató una guerra civil entre
los constitucionalistas que anhelaban que Bosch –el presidente electo democrática-
mente– concluyera su término presidencial y los que se oponían a su retorno. Ante
el temor de «otra Cuba», Estados Unidos intervino militarmente en República Do-
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

minicana dado que Bosch tenía ideas socialistas. En 1966, se convocaron elecciones.
Balaguer y Bosch regresaron al país y se postularon a la Presidencia. Balaguer
«ganó» las contiendas electorales de 1966, 1970 y 1974 mediante campañas sucias.
Para más información sobre este contexto histórico, ver los capítulos 38-40 y 43
del Manual de historia dominicana, de Frank Moya Pons, y la introducción al segun-
do capítulo de Masculinity After Trujillo, de Maja Horn.
3 El grueso de la producción literaria que remite a la violencia del siglo XX en la
República Dominicana gira en torno al trujillato. Esto en parte se ha debido a
la necesidad de romper con treinta años de loas hacia el supuesto «benefactor
de la patria», con el fin de incorporar discursos críticos sobre ese periodo
(Horn 56). No obstante, entre los pocos textos literarios que aluden a Balaguer
se encuentran Los que falsificaron la firma de Dios (1992), de Viriato Sención, y La
fiesta del chivo (2000), de Mario Vargas Llosa (Rodríguez 121). Cabe mencionar
que de modo sutil y sarcástico las novelas La estrategia de Chochueca (2003) y Papi
(2005), de Rita Indiana Hernández, critican el legado de Balaguer aunque ese no
es el tema principal de dichos textos.

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Charamicos dialoga con la supuesta modernización y transición {89}
democrática del país.4 La trama muestra un cuadro preciso del acoso
político de entonces. La violencia del texto no se refiere solamente a las
persecuciones y torturas perpetradas durante el gobierno de Balaguer,
sino también a la violencia que surge al imponer narrativas oficiales
tanto de derecha como de izquierda que «ordenen los hechos de ese pe-
riodo y excluyan o eliminen de dichos relatos lo que no […] conviene
recordar» (Lorenzo). Puesto que el papel que desempeña esta novela
en la historiografía dominicana ha sido estudiado por Gimbernat Gon-
zález, mi enfoque radica en cómo este Bildungsroman difiere del modelo
clásico de las novelas de formación que presentan «allegories of indi-
vidual and social progress […] of national and personal formation»
(Esty, Virgins 259, 267) al no demostrar el aprendizaje teleológico y
la inclusión social de la joven protagonista con el fin de subrayar los

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
fallos del discurso de progreso, de desarrollo y del establecimiento de
un Estado nación moderno.5
Según Bakhtin, la novela de formación concibe el desarro-
llo humano «en una relación indisoluble con el devenir histórico. La
transformación […] se realiza dentro del tiempo histórico real, con su
carácter de necesidad. [El personaje] se transforma junto con el mun-
do [y] refleja en sí el desarrollo histórico del mundo» (214). Premisas
como la de Bakhtin apuntan a la función de una estructura teleológi-
ca en este tipo de narración que, vista de forma alegórica, representa
la formación y el desarrollo no solo del protagonista, sino también
de proyectos que están estrechamente vinculados a los de la nación.
Es decir, el Bildungsroman es un género novelístico vinculado en su
forma clásica a la modernidad y al desarrollo de proyectos nacionales

4 «Charamicos» es un dominicanismo que, en el contexto de la novela que nos


ocupa, se refiere a ramas secas que sirven para hacer o empezar un fuego pero no
para mantenerlo ardiendo.
5 Como han mencionado Lorenzo, Gelpí y Fernández Vázquez, si se toma en
cuenta la relación entre el desarrollo del personaje principal y el de su entorno
con la modernidad, no es sorprendente que muchos Bildungsromane sean también
novelas históricas. Gimbernat González aclara que Charamicos es un texto que
puede clasificarse de distintas maneras y que presenta una lectura vis a vis
con la historia, la memoria histórica y la novela histórica. Por su parte, en su
estudio «Charamicos: Bildungsroman femenino o aprendizaje político a través
de la memoria histórica», Montás remite a un proceso de Bildung que lleva a la
memoria histórica, aunque no explica las particularidades de cómo esta novela
de formación subvierte los parámetros del género novelístico al cual pertenece ni
alude a los proyectos de modernización en su análisis.

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{90} mediante el tropo de la juventud (Moretti 5).6 Sin embargo, aunque en
Charamicos la protagonista atraviesa por un proceso de formación, este
no es lineal y ocurre en medio de la deformación del entorno nacional
debido a la violencia estatal y ciudadana. Por lo tanto, el final del texto
es abierto y no concluye con la obvia integración social del personaje
principal. De este modo, Charamicos da al traste con la teleología aso-
ciada con el Bildungsroman, dado que es una novela que «structurally
both install and subvert the teleology, closure, and casuality of narra-
tive, both historical and fictive» (Hutcheon, Politics 60).
Charamicos es un ejemplo útil de cómo los géneros literarios
cambian en el transcurso de la historia (Fernández Vázquez 25; Esty,
Unseasonable 208) y de cómo este tipo de reescritura de la novela de
formación sirve para cuestionar y problematizar nociones de progreso,
desarrollo y modernidad en contextos poscoloniales y de posconflicto.
Esto último se debe a que, como ha explicado Joseph Slaughter, existe
un vínculo entre el discurso de los derechos humanos y el discurso del
Bildungsroman en su forma clásica (84-85). Por ende, ciertas reescritu-
ras del género –como la de Hernández– permiten reflejar:
the political and social distortion of democratic norms. Thus,
even as there is a discontinuity in the generic conventions of the Bildungs-
roman, continuity remains in its social function as a human rights claim;
the corruption of the literary form represents a corruption of the legal
norms of human rights and acts as a formal indictment of the antidemo-
cratic state and a rejection of its authoritarian claims (Slaughter 150).7

Así pues, el análisis de Charamicos sirve de punta de lanza para estudiar


Bildungsromane dominicanos publicados desde el 2000 como Nombres y
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

animales (2013), Papi (2005) y La estrategia de Chochueca (2003), de Rita


Indiana Hernández; Palomos (2010), de Pedro Antonio Valdez, y otras
novelas de Ángela Hernández en las cuales no se proponen proyectos
de identidad nacional, sino que se cuestiona la idea del país como un

6 Esto que menciono ha sido expresado por Lorenzo en su artículo «Del campo a
la ciudad: migración, modernidad fallida y aprendizaje transgresor en Mudanza
de los sentidos, de Ángela Hernández».
7 El estudio de Slaughter contiene ejemplos de Bildungsromane de distintos
contextos nacionales, regionales y políticos. Aunque menciona algunas novelas
de formación latinoamericanas, el texto de esa región que Slaughter analiza
minuciosamente es En estado de memoria (1990), de Tununa Mercado, relacionado
con la dictadura militar en Argentina (1976-1983). Para más información, ver el
tercer capítulo de Human Rights, Inc., de Slaughter.

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cuerpo político normalizado y lo que implica crecer o ser un ciudadano {91}
en un contexto de conflictos políticos, socioeconómicos y étnicos.8
En Charamicos, se hace énfasis en la formación universitaria y pro-
fesional de Trinidad, la protagonista, cuando abandona el campo para
estudiar en la capital. Trinidad no solo aprende lo que se imparte en
los cursos porque su formación va más allá de lo académico. De ser
una campesina enajenada de las costumbres universitarias, termina in-
volucrándose con los movimientos estudiantiles y ocupando puestos
en comités políticos. Para sufragar sus gastos, toma un empleo como
maestra de escuela y, por ende, atraviesa un proceso de formación pro-
fesional en el cual aprende de errores como llevar a los niños a ver a los
pacientes en la sala de quemados del hospital: «Luego, a mí misma la
experiencia me pareció excesiva […] Mis pequeños alumnos, estupe-
factos, hacían conciencia de que estaban a expensas de un puñetazo del

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
azar» (Hernández, Charamicos 141).
Trinidad, quien se caracteriza por ser tímida, aprende a manejar
su timidez. Al principio, le costaba hablar en público y a pesar de ser
un personaje con facilidad para las matemáticas, se ponía tan nerviosa
que apenas podía contar boletas en una asamblea. Constantemente, era
objeto de bromas y burlas de los estudiantes con más experiencia (Her-
nández, Charamicos 10).9 Sin embargo, ella logra superar ese obstáculo
y termina dirigiendo reuniones y dando discursos breves. Su formación
también implica cuidarse de los peligros de la ciudad, pero, más que
nada, saber cuidarse de los que delatan a los estudiantes que se oponen
al gobierno de Balaguer.
Recordemos que una vez que Balaguer se establece en la Presiden-
cia, se usan mecanismos para reprimir a la izquierda con el propósito
de afianzar el poder del mandatario y cumplir con las exigencias de la
cia, ya que dicha agencia estuvo involucrada en materias de «seguridad
pública» en la República Dominicana (Moya Pons 534-535, 543). Es de

8 Ángela Hernández ha publicado otras novelas de formación que remiten a otros


contextos de la historia dominicana. De hecho, su novela más reciente, titulada
Leona o la fiera vida (2013), es un Bildungsroman que se centra en la Guerra Civil
de 1965. Para más información, ver la introducción del artículo «Del campo a la
ciudad: migración, modernidad fallida y aprendizaje transgresor en Mudanza de
los sentidos, de Ángela Hernández», de Violeta Lorenzo.
9 Trinidad sería lo que se conoce como «estudiante de primera generación». Ser
de origen campesino también influye en la manera como otros estudiantes tratan
a Trinidad. Para más información sobre el contexto rural en Charamicos y cómo
este influye en la formación de la Bildungsheld, ver: «Charamicos: la derrota de la
modernidad revolucionaria dominicana», de Magdalena López.

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{92} esta persecución que Trinidad debe aprender a cuidarse, puesto que no
puede confiar en todos los que la rodean, más aún cuando su nombre
ha sido fichado. Al ver cómo algunos de sus amigos desaparecieron
sin dejar rastro, Trinidad se percata de que «a los ojos del mandata-
rio, éramos llagas que había que extirpar de la sociedad» (Hernández,
Charamicos 327). Esta expresión de Trinidad no es aleatoria. En un
ensayo de Balaguer de 1961, vemos su postura sobre el comunismo.
Este dato es significativo si se considera que en otros ensayos Balaguer
recalca que hay que lidiar con una serie de peligros que supuestamen-
te azotan a la nación dominicana. Balaguer, así como hicieron varios
letrados latinoamericanos de los siglos XIX y XX , incorporó en su dis-
curso referencias sobre el cuerpo y una posible infección para aludir
al país.10 En el caso que nos ocupa, la postura de Balaguer –que se
viene imponiendo desde la época de Trujillo y pervive hoy en el dis-
curso nacional dominicano– asume que los haitianos constituyen uno
de los males que atentan contra la nación.11 A esto se le puede añadir
la influencia del comunismo, que Balaguer definió como un virus que
amenaza a la República Dominicana:
El comunismo, digan lo que digan los nuevos profetas de la
civilidad, se ha infiltrado en sectores apreciables de las masas naciona-
les. Su virus circula por las venas de una parte de la juventud, y está vivo en
la mentalidad de un sector creciente de las masas obreras. Y ¡ay! si no se le
detiene a tiempo. ¡Ay! si lo que aún subsiste en el país como factor de mo-
deración, como elemento de orden y como fuerza de resistencia contra
la descomposición de la nacionalidad, no se asocia para detener esa ola
destructora que terminaría por invadir la nación y por quebrantar las bases
de la familia dominicana (Balaguer 36, énfasis añadido).
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

10 Este discurso de raíz decimonónica puede encontrarse en varios contextos


latinoamericanos como, por ejemplo, los ensayos del escritor boliviano Alcides
Arguedas y los del escritor venezolano César Zumeta, debido a que «the drive
to isolate and classify the organically and socially ill was part of a greater project to
rationalize, modernize, and industrialize the nation. Fulfilling this need, the function
of the discourse of degeneration was to determine which groups and practices constituted
biological and cultural obstacles to modernity, to diagnose the illnesses afflicting these
groups and to develop treatments or solutions» (Aronna 14). Ver el libro de Michael
Aronna ‘Pueblos enfermos’: The Discourse of Illness in the Turn-of the-Century
Spanish and Latin American Essay para más información sobre este enfoque
biologicista en la ensayística iberoamericana.
11 Balaguer expuso estas ideas antihaitianas en La realidad dominicana (1947) y en
La isla al revés (1983). De hecho, ambos ensayos son casi idénticos.

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Esta cita demuestra el uso de la metáfora del país como un cuerpo {93}
enfermo y cómo todo lo que no encaja con la ideología hegemónica
se considera un mal o una enfermedad que hay que combatir.12 La
enfermedad –que alude específicamente a los jóvenes– se conecta con
la expresión de Trinidad en la cual los jóvenes son «llagas» que hay
que extirpar.
En la novela, el Gobierno emite una ley de captura para todo el
que participe en actividades comunistas: «No sabía si era mayor la mo-
dorra […] o el miedo […] [de ir a] prisión por intentar violar la ley 6,
que prohíbe las actividades comunistas […] Joaquín Balaguer decía en
rueda de prensa que en el país había una guerra no declarada entre
subversivos y su gobierno, las fuerzas del orden público ‘actuarán sin
contemplaciones’» (Hernández, Charamicos 216, 262). En Charamicos,
el énfasis en las leyes gubernamentales que prohibían el comunismo

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
no es fortuito, puesto que –como he explicado previamente– Balaguer
había expresado su sentir acerca de las actividades comunistas, toda
vez que desde 1961 había dado avisos de lo que les esperaba a los que
participaran en ellas: «En cumplimiento de la ley que prohíbe en el país
las actividades comunistas, se procederá en las próximas horas a la ex-
pulsión de varias células del comunismo internacional que han operado
en el país durante los últimos meses contra los supremos intereses de
la Nación» (Balaguer 25).
Las referencias legales tanto en Charamicos como en los ensayos
de Balaguer remiten a lo que ha comentado Slavoj Žižek sobre la re-
lación entre la ley, los regímenes totalitarios y cómo estos usan la ley.
Según la premisa de Žižek, un régimen totalitario solo puede llegar
al mando legalizando los crímenes y atropellos que usó para llegar
al poder: «Every positive law is in a way already its own mocking
imitation, a violent overthrow of a previous ‘unwritten’ law; a crime
turned into law […] In other words, there is no ‘original’ law not
based upon crime» (208-209). El gobierno de Balaguer se estableció
mediante fraudes, asesinatos, desapariciones y otras acciones terribles
(Moya Pons 536-539, 541). Como bien resume Silvio Torres-Saillant,
Balaguer «encubrió el crimen y se mofó de la ley en numerosas oca-
siones. Rompió promesas y traicionó aliados. Ese comportamiento, sin

12 Esta metáfora de la nación dominicana como cuerpo enfermo se viene


desarrollando desde la ensayística de Manuel Arturo Peña Batlle. Ver Escrituras
de desencuentro en la República Dominicana, de Néstor E. Rodríguez, para una
crítica de ese discurso nacional.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 93 10/22/18 11:35 AM


{94} embargo, le ayudó a sostener el mando absoluto por varias décadas»
(342). Una vez que consolidó su poder, Balaguer usó la ley para prohi-
birles a otros las mismas prácticas que usó para llegar a obtenerlo ante
el temor de ser derrocado.
Visto que «a regular tactic of a totalitarian party in power is that
opposition must be invented, since the party needs external and inter-
nal enemies so that, in the name of this danger, it can maintain the state
of emergency and total unity» (Žižek 252), el gobierno balaguerista se
convierte en criminal al usar la ley para cometer los atropellos que
prohíbe y justificar que todo el que se le oponga pueda ser arrestado,
torturado y asesinado con tal de mantener una supuesta unidad nacio-
nal. Balaguer y los de su gobierno presentaban una visión homogénea
de los llamados grupos de izquierda cuando lo cierto es que había algu-
nos de estos que no eran comunistas sino antiimperialistas. Esa técnica
de homogeneizar para luego atacar y encarcelar implica la necesidad
de crear un «otro» o una oposición, como menciona Žižek. En el caso
que nos ocupa, dicha homogeneización llevó a perseguir a los partidos
de oposición, independientemente de si eran o no de izquierda (Moya
Pons 538) y de si apoyaban o no la lucha armada para derrocar a Bala-
guer (Moya Pons 537). De hecho, en una parte de Charamicos, Trinidad
es secuestrada por unos mercenarios que intentan matarla. Por suerte,
unas personas pasan por el cañaveral donde ella se encuentra cuando
los malhechores van a cometer su crimen y logra escapar (Hernández,
Charamicos 295-299).13
En resumidas cuentas, en el contexto de la presidencia de Bala-
guer que se inició en 1966, la formación de Trinidad no solo implica
adquirir conocimientos académicos, sino también aprender a cuidarse
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

de delatores y dejar a un lado la ingenuidad de sus primeros meses en


la universidad. Vemos pues que un proceso de Bildung en este entorno
represivo pone en tela de juicio lo que implica integrarse socialmente,
dado que la Bildungsheld es considerada una llaga que hay que extirpar.
Ahora bien, un aspecto interesante es que Trinidad no apoya el sistema
de Balaguer pero tampoco acata todo lo de la izquierda. Esto, entre
otros asuntos, permite que se perciba el desfase entre el «yo narrado»

13 Este incidente remite al Frente Democrático Anticomunista y Antiterrorista,


un grupo paramilitar conocido popularmente como «La Banda Colorá» que
fue pagado «con fondos de los organismos de inteligencia militar» para que se
encargara de atacar a la oposición (Moya Pons 538). Ver el estudio de Gimbernat
González citado en este trabajo para más información al respecto.

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y el «yo narrador», en el cual el adulto reflexiona sobre su proceso de {95}
aprendizaje en su juventud dando paso a un «distanciamiento irónico
entre la perspectiva del narrador y la del protagonista» (Fernández
Vázquez 56). Trinidad toma lo que le parece apropiado sobre las teorías
marxistas que está estudiando y es aquí donde el texto exhibe una di-
versidad de ideologías que «admite la posibilidad de ejercer resistencia
frente al discurso dominante» (Fernández Vázquez 45). Esta mezcla
de discursos en un texto de formación, o Bildungsroman, es crucial a
causa de que es mediante la pluralidad de voces o discursos que ocurre
la formación de subjetividades gracias a que
It happens more frequently that an individual’s becoming, an
ideological process, is characterized precisely by a sharp gap between
the authoritative word (religious, political, moral; the word of a father,
of adults, and of teachers, etc.) […] [and] the internally persuasive

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
word that is denied all privilege, backed up by no authority at all, and is
frequently not acknowledged in society (Bakhtin 342).

En Charamicos, la palabra autoritaria no solo proviene de Balaguer,


sino también de algunos líderes de la izquierda que incorporan dis-
cursos autoritarios. Concuerdo con Magdalena López cuando sostiene
que la izquierda dominicana no estaba exenta de problemas a causa de:
a) una «razón civilizatoria moderna que replicó, sin quererlo, en un
verticalismo», y b) un «sentido teleológico de la historia tendiente a la
exclusión de sujetos tradicionalmente marginados» (181-182).
Hernández incluyó en Charamicos una variedad de discursos que
enriquecen el estudio de los doce años al evitar representaciones ma-
niqueas de las distintas vertientes opositoras y la defensa absoluta de
algún grupo de izquierda. Esto explica por qué la autora ha expre-
sado que su novela «alerta contra los peligros de las polarizaciones
ideológicas» (Hernández, citada en Quiroz). Trinidad duda de lo que
ha aprendido de los grupos de izquierda a tal punto que se le insta a
darse de baja de sus funciones político-estudiantiles por un tiempo:
«Si los camaradas se enteran de mis pensamientos […] pero hay que
perdonarme pues yo deseo poseer convencimiento. Busco confirma-
ciones en textos políticos y científicos que nadie lee y que me resultan
inextricables, o desprovistos de enlaces» (Hernández, Charamicos 135).
Como ejemplo de la manera en la que Trinidad se distancia de algunos
aspectos de la doxa marxista, es preciso reparar en unos personajes
importantes dentro de la tradición del Bildungsroman: los mentores.

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{96} Los personajes Fernando y Ercira fungen de mentores de Trini-
dad en el texto que nos ocupa. No obstante, hay aspectos que deben
ser puntualizados. Fernando no sigue los parámetros del mentor de
la narrativa de formación clásica, porque su intención no era ayudar
a Trinidad a que siguiera una formación a la par con el statu quo (por
ejemplo, el gobierno de Balaguer), sino una que fuera discrepante. Aun-
que esto último es algo positivo, Fernando no dejaba espacio para que
los talentos innatos de la Bildungsheld se desarrollaran. La imposición
de su criterio no solo es un aspecto que va en contra de los parámetros
del supuesto libre albedrío del Bildungsroman dieciochesco, sino que
además es indicio del machismo y de la rigidez ideológica que caracte-
rizaban a muchos líderes del momento (López 194, 196). Es también
por culpa de Fernando que Trinidad resulta herida en un accidente
automovilístico, incidente que le da al mentor un aire de irresponsabi-
lidad que no va a tono con su función.
Eventualmente, Fernando abandona el país y cambia su forma
de pensar. De ser un militante comprometido, llega a considerar las
ventajas de trabajar para la embajada dominicana en Francia, lo cual
implica que estaría trabajando para el gobierno balaguerista (Her-
nández, Charamicos 251). Entiendo que las cartas que un vacilante
Fernando le envía a Trinidad desde Europa forman parte de esas con-
tradicciones dentro de las ideologías izquierdistas. Si bien la actitud
inicial de Trinidad es de reproche hacia quien fue su mentor, al final del
relato ella ha podido entender la situación de Fernando y no lo juzga.
Por lo tanto, parte de su proceso de formación implica entender –a
diferencia de ciertos líderes de izquierda– a compañeros con otras pos-
turas y aprender sobre distintos discursos con el fin de determinar qué
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

seguir o creer.
Ercira vendría siendo otro personaje que, hasta cierto punto, tam-
bién es mentora de Trinidad. No obstante, la relación entre ellas dos
es distinta a la existente entre Trinidad y Fernando, pues Trinidad
eventualmente considera a Ercira una amiga y hermana: «Rememoro el
abrazo que [Ercira] me dio en la ocasión de la derrota […] De haber-
me dejado, hubiera querido a Ercira como a una hermana» (Hernández,
Charamicos 205). Ahora bien, llega un momento en que Ercira se aleja de
Trinidad y esta se entristece al no saber los pormenores del distancia-
miento. Ercira se ha unido al grupo más reaccionario de estudiantes y
debe mantener sus acciones en secreto. Sin embargo, uno de los puntos
más impactantes de la novela tiene que ver con la captura y tortura de

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Ercira. Si bien en esta parte se subrayan una vez más las atrocidades del {97}
Gobierno –que ha decretado leyes para que eliminen a la oposición–,
aquí se manifiesta la pericia de Trinidad para evadir a las autoridades si
consideramos que va a la cárcel a visitar a Ercira sin que su verdadera
identidad sea descubierta y sin permiso de sus superiores.14 Trinidad se
hace pasar por evangélica para burlar la seguridad de la cárcel y darle
apoyo y mensajes a Ercira. Este incidente no solo demuestra que Tri-
nidad ha logrado superar su timidez, sino que también señala cierta
inversión en la relación de mentora-protégé: «Ercira me tenía aprecio:
había mucho en común entre nosotras. Debía tomar en cuenta que sabría
agradecer lo que yo estaba haciendo por ella, aunque jamás lo verbali-
zara […] Me parece que sin proponérselo, se ha dirigido a mí como lo
haría una hermana mayor» (Hernández, Charamicos 307, 309). Con todo
y que la hermandad ha servido en otros contextos para aludir a relacio-

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
nes no jerárquicas en el Bildungsroman (Gelpí 126), en Charamicos el caso
es más complejo debido a que Ercira reproduce «lo heroico revoluciona-
rio […] dentro de un marco verticalista y ascético […] que replicaría
de forma diferente, la represión del ‘cuerpo político’ de la modernidad
tecnocrática balaguerista que se pretendía combatir» (López 197). Por
lo tanto, su afán por reprimir sus sentimientos le impide comunicar –en-
tre otros asuntos– su agradecimiento.15
La habilidad de navegar críticamente por los distintos discursos
es lo que le permite a Trinidad un proceso de Bildung distinto a los
de la rigidez ideológica que, al menos inicialmente, tuvieron Ercira,
Fernando y otros líderes cuyas premisas ella llega a cuestionar. En uno
de los instantes en los que el «yo narrador» parece anteponerse al «yo
narrado» para reflexionar de modo irónico sobre la validez de algu-
nos planteamientos, vemos que Trinidad analiza con acuidad la falta
de comprensión entre la izquierda: «Si la izquierda hubiera tomado el
control, en lugar de Balaguer, estaríamos en un caos, porque encima de
su incapacidad para dirimir conflictos, ni siquiera los mismos izquier-
distas se entienden, carecían de experiencia en asuntos empresariales y
de Estado» (Hernández, Charamicos 293).

14 Estas habilidades surgen de las experiencias de Trinidad en el campo. Ver


«Charamicos: la derrota de la modernidad revolucionaria dominicana», de López,
para más información sobre este tema.
15 En Charamicos, hay otros ejemplos de cómo Ercira reprime sus sentimientos.
Uno de los más significativos es la manera en que Ercira no grita ni llora al ser
agredida físicamente por su padre. Ver «Charamicos: la derrota de la modernidad
revolucionaria dominicana», de López, para un análisis de este y otros ejemplos.

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{98} En resumidas cuentas, la formación de Trinidad no es lineal a
pesar de a) algunas vertientes de la oposición marxista que se caracte-
rizan por su enfoque teleológico, y de b) la idea de que un sistema como
el de Balaguer llevaría a que la nación se desarrollara positivamente
y progresara. La falta de un Bildung o aprendizaje teleológico en el
plano personal se puede atar a la estructura de la novela. Trinidad
no habla de su vida de manera cronológica. Sus retrospecciones no
la llevan a narrar su niñez para luego seguir, en orden, hasta el pre-
sente: «Los hechos que voy a referir son responsables de trastocar mi
mirada y mi manera de ser» (Hernández, Charamicos 7). Así mismo,
hay partes –como en las que se menciona la niñez de Ercira– que no
sabemos con exactitud quién las narra.16 Esto rompe con el modelo
tradicional de este tipo de narrativas si se considera que dos factores
importantes son el uso de un solo narrador y «el carácter lineal de la
evolución del héroe, que da lugar a una estructura teleológica» (Fer-
nández Vázquez 68).
Debido a la conexión que suele haber en el Bildungsroman en-
tre el protagonista, su entorno y sus respectivas transformaciones
en el contexto de la modernidad (Bakhtin 214; Moretti 5), también
es necesario reparar en el progreso o desarrollo del país. En Chara-
micos, el aprendizaje no lineal de la protagonista puede equipararse
con la fallida transición democrática y con los proyectos fallidos de
modernidad que no culminaron con un desarrollo político-económico
eficiente. Entre 1966 y 1971 hubo una oleada de modernización en la
República Dominicana que contó con la inversión de mil millones de
dólares (Moya Pons 545). Como explica Jesse Hoffnung-Garskof, el
remozamiento de la capital fue una forma de llevar a cabo propaganda
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

política: dicho proyecto le permitió a Balaguer negociar «his relations-


hip to various sectors of Dominican society, including eventually the urban
poor» (36-37).
Charamicos remite a esta oleada de modernización mediante el an-
sia del Gobierno por mejorar la infraestructura ante la inminente visita
del papa al país. Sin embargo, a pesar de que hubo mejorías, esa oleada
es ineficaz pues se menciona cómo ante la imposibilidad de lidiar con
los cinturones de pobreza que circundan la ciudad, se construyeron
muros para taparlos con el fin de que el sumo pontífice no los viera:

16 Ver los respectivos estudios de Gimbernat González y de López para un análisis


de esta voz narrativa y su conexión con lo histórico o lo épico.

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«Esto lo hizo Balaguer» –inscripción en ostentosa placa dora- {99}
da […] Había otras prioridades, como por ejemplo, el drenaje en Cristo
Rey. Veinte niños enfermaron y murieron por los mortíferos efluvios de
una cloaca […] Los innumerables cuerpos, víctimas del hambre perma-
nente, se los come la tierra. Sobre la visita del papa […] el presidente
Balaguer había mandado a levantar un largo muro, tras el cual queda-
ran ocultas a la vista las misérrimas barriadas […] de manera que esa
imagen no fuera a ser ofensiva para el padre de la Iglesia católica (Her-
nández, Charamicos 258, 275).17

En la novela, la visita del papa y los arreglos ante su llegada remiten


a lo fútil de esta oleada de modernización, ya que dichos proyectos
aumentaron la segregación entre los barrios según la clase social a la
que pertenecía la mayoría de sus habitantes (Hoffnung-Garskof 37-38).

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
Otro ejemplo en Charamicos que apunta a este proyecto de moder-
nidad fallida vendría siendo el de la situación agrícola o campestre en el
país. En los discursos y ensayos de Balaguer, se pueden apreciar algunas
de sus creencias sobre los problemas que enfrentan las áreas rurales.
Para 1964 Balaguer entendía que era menester hacer algo con los cam-
pesinos, dado que los que son demasiado pobres terminan emigrando y
adoptando ideas que contaminan al país y atentan contra la «unidad del
pueblo cristiano» que «caracteriza» a la República Dominicana:
Todavía hay zonas del país en que un colector de café solo
percibe un salario de dos pesos […] esa es una de las causas de uno
de los fenómenos característicos del proceso económico nacional de los
últimos tiempos, el del éxodo campesino, con su secuela inevitable: la
concentración urbana. En el ánimo de las clases desposeídas del país
se está incubando un sentimiento de odio contra las clases adineradas
(Balaguer 243).18

A pesar de las preocupaciones que expresó Balaguer antes de su


presidencia de doce años, al llegar al poder su administración no

17 La referencia en Charamicos a «esto lo hizo Balaguer» remite al eslogan


«solo Balaguer puede hacerlo» que el mandatario usó en su carrera política
(Torres-Saillant 64).
18 Nótese el uso de «incubar», término que implica una enfermedad. Esto va a
tono con lo explicado antes acerca del uso de términos médicos y biológicos
para referirse al país. En este caso, lo que se incuba es un «odio contra las
clases adineradas», que en la ideología balaguerista se conecta con el «virus del
comunismo» que «amenaza» a la República Dominicana.

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{100} hizo nada para aminorar los problemas del campo, sino que continuó
los «Trujillo-era land colonization programs [and] rural policies
designed to boost production […] not to meet the needs of the rural
poor» (Hoffnung-Garskof 38).
En Charamicos, los problemas socioeconómicos en el campo si-
guen siendo los mismos desde que Ercira y Trinidad eran niñas. Al
ir a ayudar a unos niños que han quedado huérfanos, Trinidad se da
cuenta de que la situación en algunos contextos rurales ha empeorado
(Hernández, Charamicos 228-230). En otro momento, Ercira desafía a
unos líderes estudiantiles y explica los graves problemas que ha tenido
el sur, región a la que ella pertenece, por el abuso de los terratenientes
y la forma en que sustraen el agua para su propio uso, dejando al resto
de la población del lugar sin el preciado líquido. En resumen, si en la
ciudad los arreglos y mejoras se limitan a ciertas áreas, la situación
en el campo es mucho peor. Por lo tanto, el texto subraya la doble
moral del Gobierno, cuyas políticas no ayudaron a los campesinos, y
también la enajenación de los líderes de algunos grupos de izquier-
da que no entendieron las particularidades del campo (Hernández,
Charamicos 68-72; López 192).
En resumidas cuentas, esta novela de formación remite a las
oleadas de modernización y de medidas gubernamentales para «de-
fender» al país de «ideas peligrosas» y establecer un Estado nación
moderno, pero la posibilidad de desarrollo es puesta en jaque dado
que tales «transformaciones» prolongan el sistema trujillista bajo
Balaguer. Esto se evidencia en los momentos en que la voz narrativa
que relata la vida de Ercira menciona a su padre, Agramonte, quien
es alcohólico y tiene pesadillas recurrentes. Según Freud, este tipo de
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

pesadillas tienen «the characteristic of repeatedly bringing the pa-


tient back into the situation of his accident, a situation from which he
wakes up in another fright» (Beyond the Pleasure Principle 7). Si bien
el sujeto tiene que enfrentarse constantemente al evento traumático,
esta repetición pesadillesca ocurre porque «the experiences of war
and other traumas do not belong in past time. They continue to in-
trude against the present, blocking the experience of the here and
now» (Shepherdson 107). El lector se entera luego de que Agramon-
te fue un capataz que durante el trujillato se dedicó a defender en el
campo los intereses de los inversionistas de Trujillo. En ese ínterin,
Agramonte parece haber matado personas. Son estas las pesadillas
que lo asaltan en las noches. De tal modo, en la novela se alude al

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legado trujillista, a las torturas y a los abusos que cometieron per- {101}
sonas como Agramonte, que fueron interpeladas para que siguieran
las órdenes al pie de la letra. En suma, este tipo de repetición oní-
rica demuestra que el país no se ha podido deshacer del lastre de
la dictadura, toda vez que la violencia de los doce años subraya la
continuidad del trujillato.
Al final de la novela, hay un epílogo en el que se resalta aún más la
diferencia entre la Trinidad en su proceso de formación y la Trinidad
que se ha formado y ahora puede narrar dicho proceso: «Nada de lo vi-
vido me pasma hoy día; salvo el tiempo, la irresolución fatal del tiempo
[…] Llegué con diecisiete años no cumplidos, edad que se apresura
hacia el vivir. Todo el ser se encuentra imantado por la esperanza. Pero
¡de qué manera puede adensarse y luego modificarse este espíritu!»
(Hernández, Charamicos 349). Al analizar el epílogo y lo narrado a lo

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
largo del texto, vemos que Trinidad se ha formado intelectual, profe-
sional, personal y políticamente. En este aspecto, se podría decir que
este Bildungsroman tiene un final positivo. Cabe comentar que Trini-
dad también establece una relación amorosa de su agrado y por tanto
hay una similitud con el Bildungsroman clásico, puesto que las primeras
experiencias amorosas de ella fueron erradas.19 En otras palabras, en
textos como Wilhelm Meister, de Goethe, el Bildungsheld tiene una ex-
periencia amorosa que fracasa y que lo prepara para cuando llegue el
personaje con quien se casará y establecerá una familia. En Charamicos,
Andrickson, un chico militante por quien Trinidad se sentía atraída,
desapareció por un tiempo y eventualmente fue asesinado en una ma-
nifestación. Fernando, quien demostró cierto interés en Trinidad más
allá del que un mentor siente por su protégé, no era realmente del agra-
do de ella. Así mismo, Peñaló, con quien Trinidad sí tuvo una relación
más seria, pretendía que ella siguiera al pie de la letra sus creencias
políticas. Se puede decir que Trinidad tuvo experiencias amorosas fa-
llidas que la ayudaron a formarse en el plano sentimental, hasta que al
final logra salir con el hombre que quiere.
La tortuosa formación de Trinidad, que va desde lo académico
hasta lo amoroso, parecería apuntar al final feliz del Bildungsroman

19 A pesar de que no todos los Bildungsromane son iguales, en términos generales


la novela de formación clásica que fue común en Europa durante los siglos XVIII
y XIX suele tener un final feliz. Para más información sobre el Bildungsroman
clásico o dieciochesco, ver The Way of the World, de Franco Moretti, y La novela
de formación, de José Santiago Fernández Vázquez.

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{102} clásico. No obstante, el texto termina de modo irónico. Si bien Tri-
nidad se «forma», no es posible integrarse del todo en un entorno
deformado. Integrarse a una sociedad donde los proyectos democráti-
cos se malograron bajo el gobierno de Balaguer, y cuyo supuesto plan
de adelantos no tuvo cambios significativos, resultaría problemático.
Descartar la ironía del relato implicaría darle una lectura utópica que
enfatiza precisamente el apoyo del establishment, independientemente
de si es de derecha o de izquierda. Como ha demostrado Lagos, en
ciertos casos para que el texto de formación –en especial el femenino–
sea verosímil o presente algún tipo de crítica, no puede tener un final
«color de rosa» (Tono mayor 120-121).
Aunque Trinidad ha adquirido conocimientos que le permiten na-
vegar un entorno represivo y desigual, parte de la ironía radica en que
Ercira, la mentora de Trinidad, ha sido acallada por la represión y su
esposo, Aridio Hormelo, ha sido asesinado. Tras su liberación, Ercira
sigue participando junto a su suegra en algunas actividades políticas e
incluso, en una genial parodia de los discursos balagueristas, se men-
ciona una alabanza a Ercira que no es más que un intento del Gobierno
de quedarse como si no hubiera pasado nada y hacer caso omiso a los
reclamos locales e internacionales por la violación de los derechos hu-
manos.20 El típico matrimonio en varios Bildungsromane clásicos se da
pero no entre el Bildungsheld y su amado/a, sino entre la mentora del
Bildungsheld y un revolucionario, solo para que ella quede viuda de una
vez y que el matrimonio nunca llegue a consumarse. Al final de la no-
vela, la izquierda queda hecha charamicos no solo por la persecución de
Balaguer, sino también por la acogida en ciertos grupos de izquierda
de enfoques que no distaban mucho de los de la derecha y cuyos líderes
Violeta Lorenzo FelicianoUniversidad de arkansas

no fueron capaces de evaluar. A diferencia de ellos, Trinidad sí pro-


blematiza a un grupo estudiantil al explicar que era una organización
que «resultaba más maligna para los auténticos aspirantes a un orden
social justo que las entidades derechistas. Su naturaleza inquisitorial
era reminiscencia del Santo Oficio, el fanatismo y el trujillismo» (Her-
nández, Charamicos 23).
Los proyectos de modernidad que –según las premisas de Mo-
retti y Bakhtin– forman parte del trasfondo de este tipo de narrativas

20 Balaguer logró apaciguar las contiendas disolviendo a la izquierda mediante la


legalización del partido comunista y la otorgación de puestos claves a algunos
de sus dirigentes (Moya Pons 542). Ver el capítulo 40 en el Manual de historia
dominicana, de Frank Moya Pons, para más datos sobre este asunto.

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fracasan, puesto que no se alcanza esa modernidad en términos {103}
económicos y de infraestructura, y mucho menos en el plano demo-
crático. Si bien hay una serie de cambios en el espacio donde ocurren
los hechos y se puede decir que este se transforma (Bakhtin 214), dicha
mutación no es positiva porque, como mencioné antes, la modernidad
no se sostiene y se forma un entorno represivo. A diferencia de otros
personajes –de derecha y de izquierda– que quedan insertos en el plano
social e histórico y tienen un camino delineado en su entorno –ya sea
como políticos (Balaguer), como mártires (Aridio Hormelo) o como
activistas (Ercira y su suegra)–, Trinidad apunta a esa «futile force of
resistance [whose] questioning involves an energizing rethinking of margins
and edges, of what does not fit in the humanly constructed notion of center»
(Hutcheon, Poetics 41-42). Por esta razón, Trinidad expresa: «Ercira
se confundirá con la historia […] Yo no soy histórica. Lo que, en sí,

Un entorno hecho charamicos: los doce años de Balaguer y la reescritura del «Bildungsroman» de Ángela Hernández
no es una dicha, tampoco una fatalidad. Todo el resto debo irlo sa-
biendo, mientras vivo […] en el ahora» (Hernández, Charamicos 350).21
Por ende, el texto permite cuestionar el discurso nacionalista domini-
cano de Balaguer y las propuestas excluyentes de algunos grupos de
izquierda. Este cuestionamiento, así como el aprendizaje que hace que
Trinidad problematice la izquierda sin apartarse de ella, lleva a una
crítica que permite pensar en nuevos modos de acercarse a lo político
en la historia del Santo Domingo moderno, como se espera que suce-
derá con Arelis, la niña campesina que Trinidad adopta y a quien le
enseñará a debatir el discurso celebratorio de proyectos desarrollistas
y nacionalistas de corte autoritario que socavan los derechos humanos
en aras de alcanzar progreso y seguridad en el país.

21 Este asunto de la integración de Ercira y Aridio Hormelo es complejo y puede


analizarse de distintas maneras. Para López, dicha integración –que está
relacionada con las posturas exclusivistas y privilegiadas de la izquierda– tiene
que ver con lo histórico y con lo épico de los héroes de izquierda. Esto en
cierto modo se conecta con la función histórica de Charamicos, que ha destacado
Gimbernat González, y con la posibilidad de vincular al personaje de Ercira
con Sagrario Ercira Díaz, una estudiante asesinada durante los doce años
de Balaguer, y al personaje de Aridio Hormelo con Amaury Germán Aristy,
un joven que fue emboscado y asesinado por la Policía y el Ejército. Ver sus
respectivos estudios para un análisis más profundo de estos temas.

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Neoliberalismo y biopolítica durante los
gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto
armado interno peruano

Érika Almenara
U N I V E R S I DAD D E AR K AN S AS

Era preciso ver de cerca aquellas desheredadas criatu-


ras, y escuchar de sus labios, en su expresivo idioma,
el relato de su actualidad, para explicarse la simpatía
que brota sin sentirlo en los corazones nobles, y cómo
llega a ser parte en el dolor, aun cuando solo el interés
del estudio motive la observación de costumbres que
la mayoría de los peruanos ignoran y que lamenta un
reducido número de personas.
Clorinda Matto de Turner, Aves sin nido

cuando alberto fujimori asumió la presidencia del perú


en 1990, el país vivía las consecuencias del gobierno de Alan García.
El Perú atravesaba por una aguda crisis política, económica y social,
con 65 provincias y un distrito en estado de emergencia, resultado de
la lucha contra el terrorismo del PCP -Sendero Luminoso.1 Con pocos

1 Con el primer gobierno de Alan García, que le siguió al de Fernando Belaúnde


Terry, el Perú tuvo una superinflación nunca antes vista, a lo cual se le sumó la
expansión de la subversión, la violación a los derechos humanos por parte de las
fuerzas del Estado, la delincuencia urbana y la corrupción (Degregori, La década
de la antipolítica 305). {105}

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{106} lemas que consignaban las máximas de «honradez, tecnología y traba-
jo» y con las nociones de autoridad, orden y estabilidad para el «Perú,
país con futuro» como horizontes de su gobierno, Fujimori dirigió la
nación peruana practicando formas de violencia política contra la po-
blación indígena quechuahablante que condujeron a su detrimento. Las
intervenciones forzadas de anticoncepción quirúrgica, tanto como la
desaparición y el sistemático maltrato sexual y físico perpetrado por
los representantes del Estado peruano en el marco de la lucha contra
Sendero Luminoso, específicamente, contra las mujeres indígenas que-
chuahablantes, manifiestan que esa violencia política representaba un
peligro para la sociedad moderna y ese futuro vislumbrado por Fuji-
mori para el Perú.
A partir de esa voluntad por regular y exterminar a la población
indígena quechuahablante, considerada por el gobierno de Fuji-
mori como un obstáculo para la modernización del país, es que este
ensayo propone que el mandatario peruano practicó una lógica biopo-
lítica. Para ello, considero que las medidas tomadas por el gobierno
de Fujimori buscaban proteger y prolongar la vida de las poblaciones
conformadas por sujetos distintos a los indígenas quechuahablantes, en
particular la población blanca, criolla y mestiza. Así mismo, el ensayo
señala bajo este mismo marco la relación entre biopolítica y neolibe-
ralismo, instaurado este último en el Perú durante los gobiernos de
Alberto Fujimori.
El 5 de abril de 1992, con la ayuda de las Fuerzas Armadas y
con la aprobación de más del 70 % de la población, Alberto Fujimori
llevó a cabo un autogolpe de Estado con el cual disolvió el Congre-
so de la República y reorganizó completamente el poder judicial, el
Tribunal de Garantías Constitucionales, la Contraloría General de la
República y el Jurado Nacional de Elecciones. Por medio de esta rup-
tura institucional, Fujimori se hizo con un poder que utilizó –junto a
su asesor Vladimiro Montesinos– para acelerar una serie de reformas
neoliberales a través del control de aquellos opositores de las medidas
del Gobierno o simplemente a través de su corrupción. Esta es quizá
la muestra más palpable de cómo los gobiernos de Fujimori fueron
autoritarios y transgresores del Estado de derecho, puesto que se prac-
Érika Almenara

ticaron una serie de fraudes, irregularidades y abusos que incluyen: la


ampliación de la jurisdicción militar a los civiles acusados de terroris-
mo, el establecimiento de leyes de amnistía para militares involucrados
en matanzas extrajudiciales, la represión y amenaza a los periodistas

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críticos de su gobierno y activistas de derechos humanos, así como {107}
el encarcelamiento indefinido a sospechosos sin acusaciones ni sen-
tencias. Así mismo, durante los gobiernos de Fujimori se instauraron
procedimientos de eliminación selectiva y otras formas de violación a
los derechos humanos (Comisión de la Verdad y Reconciliación 313).2
Estas irregularidades fueron invisibilizadas y ocultadas a través
de la relación que Fujimori estableció con los ciudadanos peruanos, en
la que construía un vínculo personal, en especial con los sectores más
populares. Este estilo ha sido reconocido como neopopulista (Grompo-
ne, Roberts, Weyland, Rousseau) y lo vemos aplicado, particularmente,
en situaciones como la disolución del Congreso de la República y la
adaptación de medidas extremas y represivas contra la presencia y
acción de grupos insurgentes y terroristas. Como sostiene Stephanie
Rousseau, Fujimori utilizó el intenso contexto de insatisfacción políti-
ca para presentarse como la única solución posible para satisfacer las
necesidades de la gente (144). Este contexto, pues, habría maximizado

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
el carisma de Fujimori debido a la situación de inestabilidad que vivía
el Perú de entonces y que hacía que ante los peruanos Fujimori se per-
cibiera como un individuo altamente calificado al que debía seguírsele
con lealtad (Grompone 13).
Si bien el sistema de gobierno de Fujimori ha sido caracteriza-
do principalmente como neoliberal,3 Kurt Weyland y Kenneth Roberts
consideran que, al igual que el de los gobiernos de Carlos Menem en
Argentina y Fernando Collor de Melo en Brasil, el de Fujimori albergó
una política neopopulista y una economía neoliberal a la vez (Weyland,
«Unexpected Affinities» 375).4 El neoliberalismo es una corriente polí-
tica inspirada en el liberalismo, el cual insistía en la predominancia del
mercado como principal mecanismo para la distribución de recursos.

2 Tal es el caso conocido como «La Cantuta». El 18 de julio de 1992, se produjo


una incursión militar en la residencia estudiantil de la Universidad La Cantuta
que terminó con el secuestro y la desaparición de nueve alumnos y un profesor.
Esta operación fue llevada a cabo por el escuadrón denominado Grupo Colina,
que antes del autogolpe de Fujimori había perpetrado una matanza en el Centro
de Lima, en Barrios Altos (Comisión de la Verdad y Reconciliación 319-320).
3 Durante la campaña electoral, Alberto Fujimori rechazó la propuesta neoliberal
de su principal contrincante, Mario Vargas Llosa, pero la adoptó una vez que
ascendió a la Presidencia del Perú. De acuerdo con Weyland, Fujimori utilizó un
discurso populista para imponer un liberalismo económico, y a su vez utilizó el
liberalismo económico para fortalecer su liderazgo populista («Neopopulism and
Neoliberalism in Latin America: Unexpected Affinities» 9).
4 Para otros textos que se aproximan a la posibilidad de combinar una economía

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{108} En el caso del neoliberalismo, a pesar de que procura revertir la enorme
capacidad intervencionista del Estado, lo posiciona como el principal
agente para recrear el sistema de libre mercado. En The Birth of Biopoli-
tics,5 como parte de su estudio del liberalismo y el neoliberalismo como
formas de gobierno y no como ideologías políticas o formas de Estado,
Michel Foucault señala que si bien el neoliberalismo propone un mer-
cado libre, lo hace tomando en cuenta que el mercado sea la fuente a
través de la cual el Estado se enriquezca, crezca y obtenga más poder
(102). Así, el liberalismo debe ser entendido como una intensificación o
refinamiento interno del Estado, en tanto que el neoliberalismo busca
mantenerlo, desarrollarlo y perfeccionarlo.
En el caso del neoliberalismo latinoamericano especialmente, los
neoliberalistas asignan un rol poderoso y decisivo al Estado; como ha
señalado, por ejemplo, el neoliberalista Mario Vargas Llosa, «el esta-
blecer una economía libre no debilita a los estados, por el contrario,
los fortalece» (citado en Weyland, «Unexpected Affinities» 16). Kurt
Weyland, en un estudio sobre neopopulismo y neoliberalismo en La-
tinoamérica, agrega al respecto que a pesar de que los neoliberalistas
son reacios a un Estado fuerte, paradójicamente necesitan de ese Es-
tado fuerte durante la promulgación de la reforma en el mercado para
así controlar la resistencia a la transformación radical que promue-
ven (Weyland, «How Much Affinity?» 1107). Kenneth Roberts, por su
parte, nos recuerda que el neoliberalismo es una consecuencia y una
causa del debilitamiento y la fragmentación de los actores colectivos
populares, de ahí que el encuentro entre estos dos proyectos no resulte
sorpresivo y existan regímenes, en este caso el de Fujimori, que alber-
gan estas dos formas de gobierno (407).
A su vez, Romeo Grompone sostiene que el neopopulismo de Fu-
jimori fue posible en el Perú dado que en la relación entre el líder y el
pueblo se estableció un discurso desde el poder en el cual se recurría
a un antielitismo cuyo blanco de ataque eran los políticos tradiciona-
les. Así, Grompone y Weyland coinciden en señalar que neoliberales y
neopopulistas se dirigen a una población pobre desorganizada pertene-

neoliberal y una política (neo)populista, revisar los trabajos «Neopopulist


Solutions to Neoliberal Problems: Mexico’s National Solidarity Program»,
Érika Almenara

de Denise Dresser, y «Back to Populism: Latin America’s Alternative


to Democracy», de Julián Castro Rea, así como los trabajos de Graciela
Ducatenzeiler y Philippe Faucher, entre otros.
5 Texto que recoge la cátedra que el filósofo francés impartió en el College de
France entre 1978 y 1979.

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ciente al sector informal que toma distancia de los grupos organizados {109}
de la sociedad civil y que manifiesta un rechazo a la clase política es-
tablecida, a la cual pone, además, como principal enemigo. Ambos,
neoliberales y neopopulistas, amplían la acción del Estado como lugar
del poder con el propósito de llevar a cabo reformas económicas y
sociales fortaleciendo el liderazgo personal. Así mismo, los estilos
neoliberales y neopopulistas coinciden en sus criterios de distribución
de costos y beneficios que afectarán a los grupos con niveles altos de
institucionalización, como los trabajadores urbanos y las clases me-
dias, pero también se dirigen al sector informal y a los pobres rurales
(Weyland, «Unexpected Affinities» 10). Más adelante en la sección
volveremos al encuentro de estas dos formas de gobierno.
Así, Fujimori se ubicaba discursivamente como parte del pueblo,
cuestionando el poder y el privilegio de los partidos políticos y las
élites que habían producido, según él, la crisis por la cual atravesaba
el país al momento de su primer gobierno. De igual manera, aprove-

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
chó su carisma con los varones peruanos al acompañarse, siempre, de
bailarinas semidesnudas en sus mítines políticos y también durante
sus visitas a barrios marginales y poblados rurales, en las cuales esta-
ba acompañado de los medios de comunicación (Grompone 20). Este
mismo carisma, sin embargo, lo utilizó para informar a los peruanos
acerca de la «mano dura» con la cual su gobierno combatía a Sendero
Luminoso, y le permitía ejercer una de las máximas populistas al eri-
girse como líder prioritario para que el país sobreviviera a la amenaza
permanente de este «enemigo» que había que eliminar.6
Junto con otros autores (Dajes, Manrique, Méndez, Silva San-
tisteban), considero que el conflicto armado interno entre Sendero
Luminoso y el Estado peruano podría ser considerado como la ex-
plosión de aquello que estaba debajo de la superficie de un proyecto
nacional que fue fundado sobre la base de la exclusión, el rechazo y el
racismo contra los indios. La historiadora Cecilia Méndez argumenta
que el Estado que se impuso en el Perú se sustentó ideológicamente
en el proyecto de una «república sin indios». Si la independencia ha-

6 Así mismo, cuando Fujimori lanzó su campaña para la reelección del 2000, la
organizó alrededor de un núcleo claramente populista que buscaba apelar a los
gustos populares. Además de la creación de la canción que presentaba en sus
mitines, El ritmo del chino, producida por un conocido grupo de tecnocumbia,
Fujimori distribuía canastas de alimentos y útiles escolares y hacía campañas
de desprestigio a la oposición con la colaboración de los medios a través de
programas populares como el talk show de Laura Bozzo.

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{110} bía permitido a los criollos afirmarse como grupo social dominante
sobre una población mayoritariamente indígena, el proyecto republi-
cano que emergió tras la guerra de independencia (1820-1826) en
el siglo XIX no alivió la discriminación y la marginalización sufri-
das por los indios durante los tres siglos de colonización española
(Méndez 206-207). De esta manera, la República peruana estableció
una identidad nacional que excluyó y dejó de lado a una cantidad ma-
siva de ciudadanos, los indios, aquellos a los que, según se estipulaba,
se les había extendido una promesa de igualdad bajo la categoría de
«peruanos».7 La noción de que los indígenas peruanos no han sido
considerados tan humanos como otros peruanos ha sido mantenida
y reproducida a través de todos los periodos de la historia peruana y
de los diversos proyectos políticos e identitarios que los han acom-
pañado. Tal es el caso de La República Aristocrática (1895-1919), los
regímenes de Nicolás de Piérola, Manuel Pardo, Fernando Belaún-
de-Terry y Alberto Fujimori, entre otros. Así, con el historiador y
sociólogo peruano Nelson Manrique, considero que la violencia de-
vastadora producto del conflicto armado interno fue consecuencia de
un Estado profundamente exclusionista y segregacionista que adoptó
y heredó un discurso colonial racista y antiindígena, el cual percibía
a la sociedad peruana como dividida en castas y consideraba a los
blancos superiores y a los indios inferiores por razones biológicas
(Manrique 45-57).
Frente a una élite nacional, principalmente urbana y masculina,
procedente de los partidos tradicionales, emerge Sendero Luminoso
como una contraélite principalmente mestiza y provinciana, que visi-
biliza a sus líderes mujeres y que no cree en las elecciones (Henríquez
Ayin 19). Sendero Luminoso, entonces, proponía cincuenta años de
lucha armada para tomar el poder e instaurar la dictadura del prole-
tariado, con lo que invertía la lógica de este paradigma hegemónico
nacional, reformulando los términos del proyecto republicano a partir
de un marco ultrarradical. En «Somos los iniciadores», de Abimael
Guzmán, líder de Sendero Luminoso, se expresa:

7 En el Perú, la literatura ha funcionado como espacio desde el cual se ha influido


en la formación de lo nacional, pero también de lo que podríamos denominar
Érika Almenara

la identidad nacional peruana colectiva o la «peruanidad». Con estas se


entiende un concepto que agrupa a todos los peruanos bajo una unidad única y
homogénea, en la que desaparecen las rupturas y los conflictos históricos, los
grupos de interés, las luchas de poder y la represión de colectivos marginales y
minoritarios.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 110 10/22/18 11:35 AM


Siglos han transcurrido de explotación dura, las masas han {111}
sido doblegadas; las han explotado, sojuzgado; las han oprimido impla-
cablemente, pero a lo largo de los tiempos las masas explotadas siempre
han combatido, pues no tienen otro sentido que la lucha de clases. Sin
embargo, en la historia esas masas estaban huérfanas, no tenían direc-
ción, sus palabras, sus protestas, sus acciones, sus rebeliones terminaban
en el fracaso y aplastamiento; pero no perdían nunca la esperanza, la
clase nunca la pierde. Las masas son la luz misma del mundo que va
surgiendo, con sus manos transforman, crean herramientas; ellas son
la fibra misma, el latido inagotable de la historia. Así van generando el
pensamiento, la ciencia, lo más alto (Guzmán 6).

Este fragmento evidencia la rectificación que planteaba Sendero Lumi-


noso para la población indígena y el cumplimiento de las promesas de
integración y unidad nacional del proyecto decimonónico. De hecho,
muchos sujetos marginalizados hallaron en su adhesión a Sendero Lu-

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
minoso, y en la participación en las acciones organizadas por el partido,
un espacio de visibilidad que les abría el acceso a lo político, a ellos
para quienes lo político les había sido negado por factores identitarios,
culturales y socioeconómicos.
Como ha sido ampliamente documentado, en los gobiernos de
Fujimori y su manejo del conflicto armado interno el Estado y sus
representantes perpetraron atrocidades en especial contra las pobla-
ciones indígenas quechuahablantes. En el Perú de estos años, comenzó
a ser común argumentar que la pendiente demográfica indígena y
de las familias de menos recursos obstaculizaba el progreso nacio-
nal (Ewig 54). Así, la población quechuahablante no solo fue tomada
como peligrosa, no asimilable, sino también como un obstáculo para
el desarrollo y la modernidad del país. Esta población que, cabe resal-
tar, constituye un porcentaje sustancial de la nación peruana, desde
épocas de la Conquista ha sido tomada por improductiva y barbárica.
Lo sucedido durante el conflicto armado interno constituye así una
reproducción de hábitos y actitudes de la Conquista en los que el in-
dígena quechuahablante no es considerado tan humano como otros
peruanos, sino más bien es catalogado como incivilizado, como aquel
que se oponía a la modernidad y al progreso.
Un ejemplo de esta concepción sobre las poblaciones indígenas
quechuahablantes lo encontramos en el reporte que Mario Vargas
Llosa redactara tras la investigación que hizo junto con otros intelec-

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 111 10/22/18 11:35 AM


{112} tuales sobre la «masacre de Uchuraccay», en la que ocho periodistas
procedentes de Lima fueron ejecutados el 26 de enero de 1983 en el
poblado que lleva el mismo nombre. El informe, redactado luego de
pocas horas de entrevistar a los pobladores de la comunidad, concluyó
que la matanza había sido consecuencia de un malentendido, dado que
los comuneros habían confundido a los periodistas con senderistas. En
su informe, así como en otros documentos suyos, Vargas Llosa describe
a los pobladores de Uchuraccay como primitivos, destacando las condi-
ciones de pobreza en la que viven y la violencia con la que reaccionan
cuando se sienten amenazados; violencia que, cabe recalcar, Vargas Llo-
sa percibe como una anomalía en nuestras vidas cotidianas (las de los
modernos), a diferencia de los pobladores de Uchuraccay que viven en
una atmósfera de violencia constante (50). Así mismo, en los variados
escritos en torno a su experiencia, Vargas Llosa reconoce la presencia
de rituales mágico-religiosos en la masacre de los periodistas debido
a ciertas heridas en los cuerpos. Por ejemplo, los tobillos de los pe-
riodistas habían sido destruidos para que no regresaran a vengarse de
sus asesinos. Estos rituales mágico-religiosos son también percibidos
por Vargas Llosa en la figura de una de las mujeres de la comunidad,
quien antes de la partida de él y los demás investigadores entonara y
bailara una canción en un idioma ininteligible para ellos. Vargas Llosa
la describe como una «mujercita» que no usaba zapatos, tan pequeña
como una niña pero de rostro arrugado que vestía una colorida falda,
un sombrero con lazos de colores y que golpeaba a los miembros de
la comisión investigadora en las piernas con un racimo de plantas. El
autor se pregunta si la «mujercita» los despedía a través de un viejo
ritual o si los estaba maldiciendo por pertenecer a un mundo extraño al
de ella, puesto que, como él mismo señala, esta «mujercita» provenía de
un Perú muy distinto al que él habitaba, un viejo y arcaico Perú (50-51).
Con este ejemplo, caemos en cuenta de cómo ciertas áreas del
Perú consideran a las poblaciones indígenas quechuahablantes como
arcaicas, violentas, ajenas al Perú, sospechosas y, por tanto, como un
obstáculo para la modernización del país. De ahí que no sorprenda
que el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
señale que el 75 % de muertos y desaparecidos durante el conflicto
Érika Almenara

armado interno tenía como idioma materno el quechua o alguna otra


lengua nativa. Por esta razón, observamos que «existió una evidente
relación entre exclusión social e intensidad de la violencia» (Comi-
sión de la Verdad y Reconciliación 22) cuando se trataba de estas

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 112 10/22/18 11:35 AM


poblaciones identificadas por el Estado (blanco o mestizo, costeño e {113}
hispanohablante) como otredad, y que este «en vez de proteger a la
población […] del senderismo que la sojuzgaba, actuó como si pre-
tendiera proteger al Perú de esa población» (Comisión de la Verdad
y Reconciliación 44).
El Estado fujimorista, pues, consideraba la heterogeneidad racial
y lingüística como amenaza, heterogeneidad de la que se valió, además,
como punto de partida para la construcción del estereotipo del terro-
rista, del subversivo o –más popularmente– del senderista. La imagen
que se ha difundido en el imaginario de las clases sociales altas y me-
dias urbanas y de algunos sectores de las clases populares en torno al
senderista es la del «cholo resentido»: migrante campesino que baja a
las ciudades buscando nuevas formas de ganarse la vida y estudia pero
no puede surgir, y por tanto destila su frustración contra la «gente
decente» (Silva Santisteban, Factor asco 82).8 Así, el informe final de
la Comisión de la Verdad y Reconciliación señala que los miembros

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
de las Fuerzas Armadas peruanas seleccionaban a los posibles sospe-
chosos según un «prototipo del senderista». En el testimonio de un
detenido por sospecha incluido en dicho informe se destaca este pro-
totipo: «los policías me dijeron que mis antecedentes eran ideales para
ser miembro de Sendero Luminoso: era hijo de padres ayacuchanos,
hablaba más o menos quechua, estudiaba en la UNMSM [Universi-
dad de San Marcos] y vivía en el Callao» (Comisión de la Verdad y
Reconciliación 57). Con esto, podemos señalar entonces que el indí-
gena quechuahablante, vinculado a las sierras alejadas, era/es el Otro
sospechoso, rechazado y perseguido. Aquel que había que vigilar por
su potencial adherencia al senderismo que amenazaba la supervivencia
de la nación peruana.
De igual manera, Fujimori empleó la heterogeneidad racial y lin-
güística para manipular y potenciar el miedo y la inseguridad que se
vivía en el Perú de los años noventa, con el propósito de respaldar y

8 El gobierno de Fernando Belaúnde Terry (1980-1985) adoptó el término


«terrorista» para referirse a los miembros del PCP-Sendero Luminoso por
medio del Decreto Legislativo 046 de 1981, de manera que se refiere tanto a
acciones armadas como al apoyo o apología de cualquiera que «con propósito de
provocar o mantener un estado de zozobra, alarma o terror en la población o un
sector de ella, cometiera actos que pudieren crear peligro para la vida, la salud
o el patrimonio de las personas». Debido a su carácter general, esta definición
permitió la persecución de cualquiera que se opusiera al statu quo con el pretexto
de la violencia senderista.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 113 10/22/18 11:35 AM


{114} perpetuar su régimen autoritario y corrupto, poniéndola siempre como
sospechosa. Cabe mencionar que este tratamiento de la heterogeneidad
proviene de la forma de gobierno neoliberal de Fujimori, en la que se
considera que el sospechoso –cualquier indígena quechuahablante pue-
de ser un potencial terrorista– resulta más peligroso que el enemigo.
En un libro de ensayos dedicado al estudio del neoliberalismo y
la biopolítica en el trabajo de Foucault, Frédéric Gros sostiene que
bajo un gobierno neoliberal el sospechoso resulta más peligroso que
el enemigo, dado que este, por definición, no es localizable y es im-
predecible (27), así como ocurre con la «mujercita» y los comuneros
de Uchuraccay que describiera Vargas Llosa en su informe. De ahí
que las medidas de vigilancia y seguimiento del gobierno fujimorista
se recrudecieran hacia estos sujetos, en tanto su calidad de amenazas
al dominio fujimorista.
Al respecto, Jo-Marie Burt señala que el miedo fue el principal
conductor para llevar a cabo la manipulación de la sociedad peruana.
La autora menciona que mientras realizaba entrevistas en distintos ba-
rrios marginalizados de Lima, una entrevistada expresó que ella y las
demás personas de su comunidad no protestaban contra del gobierno
de Fujimori y sus atropellos porque se sabía que: «Quien habla es te-
rrorista» (Burt, «Quien habla es terrorista» 34). De ahí que el miedo
guiara hacia la sospecha del Otro, especialmente en el caso peruano, en
el que existe, como hemos visto, una aguda segmentación social por
clase y raza. Esta utilización del miedo y la inseguridad por parte del
fujimorismo representa también una condición esencial y un elemento
positivo del neoliberalismo, pues este permite que el Gobierno ofrezca
seguridad y protección a la sociedad que gobierna, como sucedió en el
caso de Fujimori, quien se jactaba constantemente de la «mano dura»
con la que combatía la lacra terrorista.9
En dos gobiernos que intensificaban una cultura del miedo, que
hacían ver a la heterogeneidad racial y lingüística como sospechosa y
que prometían hacer retornar la paz y el orden al Perú combatiendo

9 Cabe mencionar que, en el caso peruano, esta creación de la cultura del miedo
fue difícil de desestabilizar, dado que solo cuando Fujimori iniciaba su tercer
mandato como presidente del Perú en el 2000 –mandato que fue posible
Érika Almenara

debido a las leyes que manipularon Fujimori y sus aliados– se produjeron


movilizaciones sociales en contra del Gobierno. Con esto, observamos, Fujimori
hizo uso del poder del Estado para que la sociedad peruana se mantuviera
desorganizada y no articulara una política de oposición efectiva (Burt, «Quien
habla es terrorista» 33).

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«con mano dura» a Sendero Luminoso, Fujimori libró una campaña {115}
sostenida de terrorismo de Estado en la que se violentaron los de-
rechos humanos contra aquellos ciudadanos cuyos orígenes sociales,
raciales, lingüísticos y económicos limitaban sus posibilidades de ser
escuchados. Un ejemplo particular de las atrocidades cometidas en los
gobiernos de Fujimori durante el conflicto armado interno es la violen-
cia sexual y física que los miembros de las Fuerzas Armadas Peruanas,
en nombre de la seguridad del Estado,10 ejercieron contra presuntas
terroristas y mujeres inocentes que se encontraban en las poblaciones
indígenas quechuahablantes. A pesar de que esta situación tuvo lugar
a lo largo del país, siendo responsables todos los agentes participantes
del conflicto armado (agentes del Estado, Sendero Luminoso, Comités
de Autodefensa, etc.), el 83 % de los casos de violencia sexual son atri-
buidos a agentes del Estado peruano (Henríquez Ayin 84).
Como sostiene Rocío Silva Santisteban, antigua secretaria ejecu-
tiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, investigadora

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
y crítica cultural, el uso de la violencia física y sexual por parte de los
miembros de las fuerzas de seguridad del Estado era una violencia ra-
cializada, por cuanto estos tratos no fueron contra mujeres «blancas»,
como es el caso de la bailarina Maritza Garrido Lecca quien fuera cap-
turada junto con Abimael Guzmán (Silva Santisteban, Factor asco 71).
Al respecto, Carlos Iván Degregori ha mencionado que las presun-
tas terroristas, cuando eran maltratadas, torturadas o violadas, «junto
con el maltrato o la violación, iba el insulto racista: chola asquerosa,
chola de mierda, india bruta» (Wiese, video); con esto nos muestra
que los representantes del Estado intensificaron su violencia cuando
se trataba de mujeres indígenas quechuahablantes, es decir, aquellas
que pertenecían a etnias, regiones, economías y culturas distintas a lo

10 De acuerdo con el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación,


los miembros de Sendero Luminoso secuestraron a muchas mujeres para
convertirlas en esclavas sexuales (cap. VI, sección cuarta, «Los crímenes y
violaciones de derechos humanos», acápite 1.5, «Violencia sexual contra
la mujer»). También practicaron otras formas de violencia sexual como la
mutilación, tanto en hombres como en mujeres. Además, debemos destacar
el significado que para mujeres y hombres pueden tener actos como el corte
de pelo. En el caso de las mujeres andinas, por ejemplo, cortarles el cabello
significaba una ofensa a su dignidad como mujeres. Para las mujeres asháninkas,
el hecho de que miembros de Sendero Luminoso las hubieran hecho salir de
su casa durante el periodo de la menstruación representaba una humillación,
debido a que para ellas la costumbre es quedarse sentadas los días de sangrado
(Henríquez Ayin 89-90).

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 115 10/22/18 11:35 AM


{116} hegemónico; además constituidas por el gobierno de Fujimori como
sospechosas y peligrosas.
Un análisis de las violaciones físicas y sexuales inflingidas a las
mujeres indígenas quechuahablantes nos permite visibilizar la lógica
biopolítica del gobierno de Fujimori, vinculada al neoliberalismo ca-
racterístico. Foucault, a partir del análisis que realizó con respecto a la
sexualidad, desarrolló el concepto de biopolítica definiéndolo como la
administración de poblaciones y el control de sus cuerpos. En su estu-
dio, Foucault destaca el vínculo entre racismo y biopolítica: la segunda
implica un ejercicio de poder sobre el cuerpo de los miembros de ciertas
poblaciones y el primero es la condición ante la cual se hace aceptable
dicho ejercicio de poder; pero también la acción de matar a otro ser
humano, como veremos a continuación, sucedió en el caso peruano.
Foucault considera que el racismo permite llevar a cabo divisiones en-
tre las personas, entre la vida de uno y la muerte del otro según la
diferencia biológica. La muerte de la raza inferior es, de acuerdo con el
racismo, lo que permite una vida más sana y pura (Foucault 338). Esta
lógica explica las medidas del Estado peruano durante el gobierno de
Fujimori puesto que, como ya hemos mencionado, la población indíge-
na quechuahablante era considerada peligrosa y sospechosa, además de
representar un obstáculo para el desarrollo y la modernidad del país,
por lo que amenazaba la supervivencia de la nación.
Considero, junto con otras autoras (Franco, Tamayo, Theidon y
Silva Santisteban), que las violaciones físicas y sexuales perpetradas
contra estas mujeres implicaron una voluntad por exterminar a la po-
blación indígena quechuahablante, sobre todo si tomamos en cuenta
que, como explican Bulent Diken y Carsten B. Laustsen, en el caso
del abuso sexual en tiempos de guerra el soldado ataca a una perso-
na civil, no a otro combatiente, a una mujer, no otro soldado varón,
para generar un trauma y destruir con ello los vínculos familiares y
la solidaridad colectiva dentro del campo enemigo (111). Lo sugerido
por Diken y Laustsen nos lleva a pensar que estas violencias contra las
mujeres indígenas quechuahablantes buscaba dañar y destruir lazos,
vínculos y solidaridades que sostenían a sus comunidades, en tan-
to convertían a las mujeres en sujetos abyectos. Silva Santisteban se
Érika Almenara

refiere a este proceso como «basurización simbólica», pues dentro de


las comunidades estas mujeres pasan a ser «seres humanos sobrantes,
que atoran la fluidez de un sistema simbólico y que, por lo tanto, debe
ser resignificada fuera de él» (El factor asco 71). Las mujeres abusa-

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das sexualmente, pues, se convierten en mujeres inadecuadas para el {117}
matrimonio o la maternidad, afectando su reproducción y la perpe-
tuación de las comunidades. Cabe recalcar que para las personas de
los Andes el honor está relacionado con la integridad de la familia y
de la comunidad (Franco 89), por lo que al violentar sexualmente a
estas mujeres se dañaba también el honor de su familiay el de toda la
comunidad. Además, en muchos casos, estas violaciones tuvieron como
consecuencia la destrucción física de la posibilidad de que estas muje-
res se reprodujeran, lo que afectó la tasa de natalidad de la población
indígena quechuahablante.11
La voluntad del Estado peruano de exterminar a la población
indígena quechuahablante se percibe en las otras formas de violencia
sexual (Boesten, Theidon) practicadas por el gobierno de Fujimori
en nombre del desarrollo y el progreso del país. Con esto me refie-
ro a las intervenciones forzadas de anticoncepción quirúrgica bajo el
Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
(PNSRPF 1996-2000), que implicaron la alteración permanente del
cuerpo de 270 000 mujeres indígenas quechuahablantes una vez con-
cluido en conflicto armado interno (Theidon 16).12
Durante su primer mandato, el discurso de Fujimori se caracte-

11 Cabe mencionar que muchas de estas mujeres, miembros de Sendero Luminoso


o no, amenazaban la normatividad que dotaba de un rol pasivo a las mujeres
peruanas en general, pero más aún a las indígenas quechuahablantes. En el
contexto del conflicto armado interno, las mujeres no solo «trabajaron como
hombres», sino que también se «hicieron macho» en el esfuerzo físico y en el
arreglo de conflictos cotidianos. El «hacerse macho» implicaba hacer vigilancia
con armas (Henríquez Ayin 63), acción que las alejaba del ser mujer normativo
en el Perú. Sin embargo, fueron las mujeres asociadas con Sendero Luminoso
las que amenazaron de manera más aguda esta normatividad, pues dentro
del movimiento la mujer tuvo una presencia protagónica. Como sostiene una
militante de Sendero Luminoso, el movimiento les permitía romper con las
explotaciones del hombre, del Estado y de la Iglesia, razón por la cual considera
que se les hizo ver especialmente como monstruos (Henríquez Ayin 24). Contra
esto también iba la violencia y la búsqueda de destrucción por parte de los
representantes del Estado peruano en especial contra la población indígena
quechuahablante femenina.
12 Estas fueron ejecutadas bajo engaño manifiesto, coacción o amenaza hacia
la persona a ser intervenida o hacia su pareja. Hubo casos en los que las
esterilizaciones se efectuaban con intimidaciones y con amenazas de que la
Policía llegaría; las mujeres que impidieran los procedimientos perderían los
servicios de salud gratuitos e incluso se les amenazaba con la privación de
libertad (Tamayo 41). De igual manera, a algunas mujeres se les dijo que de no
permitir el procedimiento de esterilización perderían los subsidios alimenticios
proporcionados por el Gobierno (Burt, «Sterelization and its Discontents»
1). Muchas de las esterilizaciones fueron realizadas en el contexto de otra

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{118} rizó por ser progresivo. Por ejemplo, cuando participó como el único
jefe de Estado masculino que habló en la IV Conferencia Mundial de la
Mujer de las Naciones Unidas en Pekín –el 15 de septiembre de 1995–,
defendió agudamente el derecho de la mujer a la información sobre
los métodos anticonceptivos, tanto como su derecho a tener acceso a
estos, y declaró que «como parte de su política de desarrollo social y
lucha contra la pobreza, su gobierno había decidido llevar a cabo una
estrategia integral de planificación familiar para enfrentar abiertamen-
te, por primera vez en la historia de nuestro país, la grave carencia
de información y de servicios sobre la materia». Con ello, Fujimori
parecía anunciar que durante su primer gobierno existiría un ambiente
favorable para la salud sexual y reproductiva de la mujer en el Perú. Al
respecto, en 1995, al inicio de su segundo mandato, Fujimori declaró
que las mujeres «serían dueñas de su destino», puesto que el Estado
orquestaría una democratización de los servicios de planificación fami-
liar con el fin de que la población más pobre del Perú tuviera acceso a
estos (Tamayo 15). Sin embargo, como lo consigna el estudio de Giulia
Tamayo, abogada e investigadora en derechos humanos durante los
gobiernos de Fujimori, con el propósito de disminuir dramáticamente
la tasa de nacimiento en las áreas indígenas quechuahablantes más em-
pobrecidas del Perú, se organizaron intervenciones de anticoncepción
quirúrgica; con ello, atentaron contra el derecho a decidir y a la salud
reproductiva de los más pobres.
Así, en 1996 varias organizaciones locales de mujeres y de dere-
chos humanos informaron sobre estos abusos y en 1997 se presentaron
las primeras denuncias a la Defensoría del Pueblo. Estas dieron cuenta
de las presiones que se le venían imponiendo por entonces al personal
de salud para que cumplieran cuotas de captación de usuarias de anti-

intervención como posparto, posaborto y otras atenciones en salud reproductiva.


De igual manera, estas intervenciones las efectuaron sin consentimiento de
las mujeres, pero con el consentimiento de sus parejas o fueron efectuadas a
pesar de que estas mujeres, antes de la intervención quirúrgica, expresaron
no consentirlas. Así mismo, muchas de las esterilizaciones se efectuaron bajo
condiciones de engaño sobre su carácter irreversible (Tamayo 42). El testimonio
de la exparlamentaria andina Hilaria Supa, por ejemplo, da cuenta de cómo fue
esterilizada en una clínica rural cuando asistió porque tenía un resfriado que
Érika Almenara

quería tratarse. En su visita, Supa recibió anestesia y fue llevada a una sala de
operaciones en donde se le realizó la esterilización sin su consentimiento (citada
en Henríquez Ayin 28). Para mayor información sobre Supa, revisar el texto
Threads of my Life: The Story of Hilaria Supa Huamán, a Rural Quechua Woman
(2008).

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concepción quirúrgica en distintas localidades, urbanas y rurales, del {119}
Perú; de esta manera, se evidenció la existencia de metas numéricas
establecidas por la autoridad político-administrativa de la salud con
respecto a dichos procedimientos (Tamayo 16). El reclutamiento de
mujeres era incentivado con dinero. El personal que captaba mujeres
a las cuales se les procuraría un proceso de anticoncepción quirúrgica
recibía entre diez y trece soles (cinco o seis dólares) por cada una de
ellas (Tamayo 57).
De acuerdo con Jo-Marie Burt, estos procesos de anticoncep-
ción quirúrgica tienen como fuente de origen un informe escrito por
un selecto grupo de militares, durante los años ochenta, denominado
«Coup Plan», en el que se establecía que el problema más grave del Perú
radicaba en que sus tendencias demográficas desde la Segunda Guerra
Mundial habían alcanzado proporciones epidémicas. De ahí que el infor-
me sugiriera la disminución inmediata del aumento de la población. El
informe terminaba por recomendar como método más conveniente para

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano
resolver este problema el uso generalizado de la esterilización en los
grupos cultural y económicamente subdesarrollados y empobrecidos,
que en el Perú coinciden con el indígena quechuahablante (Burt, «Stere-
lization and its Discontents» 2). Observamos que ante un problema de
exceso de la población total del Perú, se sugiere disminuir la población
que se considera menos productiva, dado que es racial, lingüística y eco-
nómicamente inferior al resto; población a la que también se le asocia
con desorden social, criminalidad y, como hemos visto, terrorismo.
Así, las intervenciones forzadas de anticoncepción quirúrgica
y las violaciones sexuales a las mujeres indígenas quechuahablantes
durante el conflicto armado interno manifiestan una discriminación
por género, condición socioeconómica, origen y condición racial o étni-
co-lingüística. Si tomamos en cuenta que las poblaciones consideradas
deficientes e inferiores por el gobierno de Fujimori eran las que debían
pasar por estos procesos, vemos que estos funcionaban como medidas
para proteger y prolongar la vida de las poblaciones blancas, mestizas
y económicamente pudientes, con lo que se señala la lógica biopolíti-
ca del gobierno de Fujimori. Para Foucault, la biopolítica tiene como
rol principal garantizar, prolongar y multiplicar la vida; esta sería una
suerte de gobierno de la vida, un poder sobre la vida (338), que en
el caso de los procesos de anticoncepción quirúrgica y las violaciones
sexuales a las mujeres indígenas quechuahablantes se manifestaría en
la eliminación de las poblaciones subdesarrolladas y empobrecidas con

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el propósito de hacer la vida más sana y pura. Es decir, para asegurar,
proteger y prolongar la vida de la población criolla y mestiza peruana,
puesto que la reproducción de las poblaciones consideradas deficientes
implicaba, en cierta medida, el debilitamiento del cuerpo de esta misma
población.
Como ya se ha mencionado, en The Birth of Biopolitics Michel Fou-
cault estudia el liberalismo y el neoliberalismo, a los cuales reconoce
como artes de gobierno de la vida que emergieron a partir el siglo VIII
y que después fueron desarrollándose y tomando distintas formas en
Alemania, Francia y Estados Unidos. En este texto, Foucault señala
que la utilidad individual y colectiva es uno de los criterios que rigen
el funcionamiento del sistema de gobierno neoliberalista (Foucault 44).
Estas poblaciones no eran productivas ni generaban utilidad alguna
de manera individual; y de manera colectiva suponían, más bien, un
obstáculo para la población peruana, pues su empobrecimiento cultural
y económico las hacía necesitar más cuidados y subsidios del gobier-
no, que se traducían en un descuido de la población peruana criolla
y mestiza o en una mala inversión, ya que estas poblaciones seguían
reproduciendo su pobreza cultural y económica. De ahí que el recorte
de sus mujeres y su potencial reproductivo fuera la solución más lógica
para el gobierno neoliberalista de Fujimori.
Así, como señala Francesco Paolo Adorno en un artículo dedicado
a los temas del poder sobre la vida y las políticas de la muerte, en el con-
texto de una biopolítica neoliberal mientras se tenga que garantizar la
vida de ciertas poblaciones, será necesario sacrificar grupos de indivi-
duos para permitir que estas puedan seguir viviendo (Adorno 105). Lo
expresado por Adorno nos ayuda a reconocer que durante los procesos
de anticoncepción quirúrgica y la violencia sexual inflingida contra las
mujeres indígenas quechuahablantes, las poblaciones racial, lingüística
y económicamente subdesarrolladas y empobrecidas fueron tomadas
como partes enfermas del cuerpo de la gran población peruana cuyo
crecimiento debía regularse, por cuanto ponía en peligro la salud de
dicho cuerpo. Adorno agrega, además, que en el sistema neoliberal
biopolítico la medicina y la política van de la mano. Ambas, entonces,
producen técnicas de higiene social que tienen el propósito de elimi-
nar o restringir los efectos dañinos de las enfermedades, de una mala
nutrición, pero que estas pueden, sin embargo, cooperar en el extermi-
nio de una parte de la población que biológicamente pone en peligro
{120} la existencia de la sociedad (Adorno 105). De ahí que las poblaciones

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indígenas quechuahablantes fueran tomadas por entes amenazantes de {121}
la estabilidad, el orden, el progreso y el desarrollo de país.
Con esto observamos claramente que ciertas especies vivas de la
sociedad peruana ingresaron en el cálculo de la racionalidad política
del gobierno de Fujimori; una sociedad que con él comenzó a estar
regulada por el mercado; una sociedad en la que los mecanismos de la
competencia constituyeron su principio regulador, en la medida en que
el neoliberalismo intenta utilizar la economía de mercado y sus respec-
tivos análisis típicos para decodificar relaciones que no son propias del
mercado y los fenómenos sociales. De esta manera, se generaliza un
estilo empresarial en el tejido social, tomando la vida de los individuos
por empresas (Foucault 241). Así pues, vemos cómo el programa de
población del gobierno de Fujimori y las acciones de terror del con-
flicto armado fueron ejecutadas con objetivos económicos, poniendo el
desarrollo económico nacional por encima de los derechos humanos.

Neoliberalismo y biopolítica durante los gobiernos de Alberto Fujimori y el conflicto armado interno peruano

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Y así nos renace la conciencia y se extiende
el ancestral centro: el legado ecológico
posconflicto de Rigoberta Menchú

Rosario Nolasco-Schultheiss
U N I V E R S I DAD D E AR K AN S AS E N F O R T S M I T H

Nuestra población maya tiene una identidad propia y


una manera de hacer las cosas. Hay un sistema de enfo-
que muy diferente entre el sistema de vida ancestral con
el actual. Cuando los contratos de entidades privadas se
juntan con el Estado, tenemos problemas.
Rigoberta Menchú1

No luchamos. Defendemos. Defendemos el río, los bos-


ques, y el aire puro que respiramos. Eso es todo lo que
queremos tierra, aire y agua que no se contaminen por
las presas. Estamos perseguidos y amenazados por esto,
pero lo hacemos por el futuro de nuestros hijos. No sa-
bemos qué más nos va a pasar, pero estamos dispuestos
y listos para defender lo que tenemos.
Ana Mirian Romero2

1 Ver el artículo «La voz inspiradora de Evo y Rigoberta», de Marta Gómez


Rondulfo.
2 Ver el artículo «La activista hondureña Ana Mirian Romero recibe el Premio
Front Line Defenders», de Estefanía de Antonio. {123}

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{124} Introducción
Cuando Rigoberta Menchú narra y publica su testimonio Me lla-
mo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, no preveía el camino
que abría hacia al centro académico –y yo también diría: hacia el norte
geográfico– desde su «identidad periférica» en asuntos de derechos hu-
manos y de derechos biosféricos (Arias, «Después de la guerra» 505).
Y aunque este camino se bifurcó en direcciones varias, algunas injurio-
sas como el debate Menchú-Stoll, que giró sobre todo hacia cómo la
«verdad» tenía diferentes niveles o estándares, siendo estos mayores o
más estrictos para el sujeto subalterno indígena (Arias, Taking Their
Word 102), Rigoberta Menchú no solo se ha convertido en una figura
poderosa para su comunidad; también su esfera de influencia se ha ex-
tendido a otras agrupaciones indígenas y no indígenas en los ámbitos
local, regional y global, tras haber acumulado éxitos y ya dedicada
por completo a su activismo. Su mayor éxito reside en la creación y
re-creación de una textualidad que influye en el imaginario colectivo
internacional, el cual fomenta una solidaridad e identificación política
horizontal, por las mismas causas, con una líder-representante laurea-
da, reconocida, respetada y con acceso a instituciones internacionales
poderosas como las Naciones Unidas. Aún más, su influencia después
de la controversia Menchú/Stoll ha problematizado y desafiado el
balance de poder entre centro y periferia en el área académica, lo que
puede señalar un cambio significativo a futuro en el área de derechos
humanos y biosféricos:
El aguante, fortaleza y vigor de Menchú, sus propios éxitos
políticos después de la publicación del libro de Stoll y de la emergen-
cia en general de la comunidad maya como un actor colectivo en la
política mesoamericana, sugiere que la torre jerárquica construida por
académicos occidentales modernos está efectivamente construida en
las arenas movedizas de dislocación cultural, indeterminismo y traduc-
ciones erróneas. Nuestro reconocimiento de la dinámica poder/verdad
de todos los textos, cualquiera que sea su género, arrasa esa estructura
Rosario Nolasco-Schultheiss

vertical originalmente interpretada por el canon occidental, poniendo


en un plano horizontal la naturaleza heterogénea de toda textualidad
(Arias, Taking Their Word 102, traducción propia).3

3 «The resilience of Menchú herself, her own political achievements after Stoll’s
book, and the overall emergence of the Maya community as a collective actor
in Mesoamerican politics suggest that the hierarchical tower constructed by
modern Western academics may indeed be built on the shifting sands of cultural

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Aun cuando la dominación cultural de la metrópolis académica {125}
continúa emanando desde su centro occidental, ya se ve –ya se sien-
te– cómo el canto popular prefigura el crecimiento en la influencia y
el grado de centralidad, o de centrarse, en la sabiduría ancestral de
los pueblos originarios del mundo tanto espiritual como políticamente,
pues en términos ambientales y de derechos humanos los dos van uni-
dos. El ejemplo más público y más reciente es el efecto político positivo
de la unión de fuerzas panindígenas en la lucha contra el oleoducto en
Dakota del Norte (DAPL , Dakota Access Pipeline). La resistencia al
oleoducto contó y cuenta con el apoyo, y en numerosos casos con la
presencia, de multitud de grupos indígenas de norte, sur y centro. De
Mesoamérica acudieron representantes de mujeres indígenas mayas y
aunque Rigoberta Menchú no asistió, firmó carta suscrita también por
un grupo de diez ganadores del Nobel de Paz y otros líderes influyen-
tes, como el expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, pidiendo

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú
«en una carta abierta al presidente Obama que no aprobara su cons-
trucción» (Sparrow).

Antecedentes epistemológicos
La destrucción del medio ambiente encuentra en gran parte cau-
sa y origen epistemológico en la separación jerárquica sujeto-objeto,
humano-naturaleza, resultado de antropocéntricas, masculinas, inflexi-
bles y dominantes interpretaciones de textos hegemónicos religiosos
de Occidente (McFague 7). Se deriva también de conceptos occidenta-
les de dualismo hasta ahora prevalentes, la «construcción de una esfera
de otredad devaluada y patentemente demarcada» (Plumwood 41, tra-
ducción propia)4 que se extiende o tiene puntos de intersección con
asuntos de género y de etnia, ambos de gran relevancia e interés para
Rigoberta Menchú y su trabajo constante en pro de la comunidad
maya, de la mujer e inherentemente en pro del todo ecológico. Aun-
que la ganadora del Nobel de Paz no fue laureada en principio por su
trabajo en pro del medio ambiente, es su herencia, una cosmovisión
maya ecológica igualitaria, la que la ha hecho vocera de estas a escalas

displacement, indeterminacy, and mistranslation. Our recognition of the power/


truth dynamic of all texts, regardless of their genre, razes that vertical structure
originally construed by Western canonicity, placing on a horizontal plane the
heterogeneous nature of all textuality».
4 «the construction of a devalued and sharply demarcated sphere of otherness».

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{126} local y global, un verdadero «ícono virtual (pero también una fuerza
viva) de la resistencia subalterna en un mundo ‘posrevolucionario’»
(Zimmerman 499). Es también en este periodo –que algunos ecocríti-
cos llaman preapocalíptico– que han adquirido más fuerza organizativa
y voz política los grupos indígenas a escala mundial, y en Mesoamérica
sobre todo las mujeres, que dentro de esta nueva resistencia y activis-
mo «posrevolucionario» han desafiado tanto a instituciones poderosas
coloniales –la Iglesia católica– como a poderosas corporaciones –la
Chevron y los «daños irreparables» que causaron en el territorio y
subterritorio del área de Sucumbíos (Ecuador) (Menchú, «Menchú res-
palda a Ecuador»)–.

La ecocrítica en Latinoamérica, el ecofeminismo y el saber ancestral


Sin entrar en el problema del acceso, la producción sobre y des-
de Hispanoamérica en cuanto a estudios publicados en el área de la
ecocrítica es menor en relación con los centros académicos europeos
y norteamericanos (Rivero 5). El excelente compendio de Enrique Ye-
pes, «Derroteros de la ecocrítica en tierras americanas» acompañado
por un análisis particular al área específica, responde en cierta manera
a las razones por la desigualdad en producción. Aunque el investigador
presenta textos importantes de contenido creativo y teórico claramen-
te «ecologistas», se enfatiza cuáles textos en general necesariamente
tienen punto de intersección con el medio ambiente (245), y por ende,
ya sea por omisión o comisión, el número que puede ser puesto bajo
el filtro de la ecocrítica es infinito. Yepes insiste en que este modo de
estudio que él llama «propuesta ecocrítica» debe ocuparse no solo de lo
urgente, enfocado en lecturas claramente ecologistas o en aquellas que
apoyan el activismo global (245). No, para Yepes esta área
es además un modo de leer que plantea nuevas preguntas para
el campo de los estudios culturales en cada geografía y momento históri-
co. Y es también el espacio a través del cual dichos estudios participan de
Rosario Nolasco-Schultheiss

los saberes medioambientales y su dinámica interdisciplinaria, haciendo


aportes claves al cruce que vienen experimentando dichos saberes con
problemáticas de género, clase, raza, etnicidad, sexualidad, teoría posco-
lonial y relaciones de poder en general (Yepes 245).

De acuerdo. El dominio interhumano en sistemas patriarcales, así como


el dominio de la naturaleza, ha incluido, por extensión, al dominio

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de la mujer y esto, como Yepes afirma, debe ser problematizado de {127}
manera interdisciplinaria. Como propone la ecofeminista británica Val
Plumwood: «la crítica feminista de formas dominantes racionalistas
puede ser extendida para integrar teorías de género, raza y opresión
de clase con aquella de la dominación de la naturaleza» (traducción
propia).5
Tanto en términos de clase, como de etnia, como de situación
ambiental, la condición de la mujer indígena en Mesoamérica, y en
Latinoamérica en general, es vulnerable. También lo es la tenencia y
la condición de la tierra en la que habitan, una tierra que ha sido y
continúa siendo arrebatada y que es clave para la población indígena,
como elocuentemente lo explicó Mariátegui a principios del siglo XX
y como lo dijo el subcomandante Marcos a finales del mismo siglo:
«Nos quieren quitar la tierra para que no tenga suelo nuestro paso»
(Kohn y McBride 98).6 En el específico de este estudio, mujeres indí-

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú
genas –incluso aquellas mayormente invisibles hasta ahora, como es el
caso de la activista hondureña Ana Mirian Romero– han comenzado
un activismo y resistencia que es observado, notado y premiado a es-
cala internacional, con lo que han obtenido un foro de expresión y una
avenida política que cabe dentro de parámetros ecofeministas.
Además de las lecturas que insertan a Rigoberta Menchú y su
producción literaria dentro de su lucha por los derechos humanos,
como testigo del genocidio en contra de su gente, más lecturas e
interpretaciones son necesarias para incluir –como ya lo han hecho
los medios oficiales y sociales– su constante activismo en pro del
medio ambiente. Su posición y activismo ambiental necesariamente
son resultado de su contexto histórico, heredero de una cosmovisión
maya de respeto a la naturaleza. Es necesario también entender que
el trabajo de Menchú es un activismo que repercute más allá de los
reconocimientos o las participaciones internacionales que son opor-
tunidades para photo ops. Sin embargo, el trabajo pro medio ambiente
de Menchú encuentra varios puntos importantes que intersectan
con áreas políticas: su relación intercultural con las muchas y varia-
das etnias dentro de su mismo país, con muchos y variados grupos

5 «the feminist critique of dominant forms of rationality can be extended


to integrate theories of gender, race and class oppression with that of the
domination of nature».
6 «They want to take our land so that our feet have nothing to stand on»
Subcomandante insurgente Marcos.

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{128} indígenas de Mesoamérica y con grupos originarios del mundo en
general.
Como reconoce Ben Powless, los movimientos indígenas a escala
internacional son poseedores inherentes de una «epistemología y na-
rrativas discursivas únicas» (411, traducción propia).7 En el caso de
Menchú (y de las mujeres indígenas de América a las que ella se suma),
hay que considerar el hecho de que al reunirse y enunciar sus priori-
dades, hay un deseo inherente soberano de solidificar y afirmar una
identidad diferente a la impuesta por instituciones gubernamentales y
coloniales. El movimiento indígena internacional –al que pertenecen
algunas representantes de este grupo y sin duda Rigoberta Menchú–
enfatiza la profunda conexión entre el dolor por la pérdida humana y,
por su sujeto igual, la tierra, el medio ambiente y por los procesos his-
tóricos aunados a la visión dominante mundial de ver a la naturaleza
como mina de explotación:
Este movimiento climático emergente, basado en la identidad
[énfasis añadido] refleja, y hasta cierto punto ha crecido de la participa-
ción indígena en otras áreas de asuntos internacionales, especialmente la
protección de los derechos humanos y sus entidades gubernamentales.
Existe un paralelo entre los dos, en efecto, pues los pueblos indígenas
habían estado inicialmente ausentes –y excluidos– de las dos arenas de
negociaciones de tratados internacionales antes de convertirse en una
voz formidable (Powless 412, traducción propia).8

Como lo demuestran las actas de las mujeres indígenas mesoame-


ricanas, el esfuerzo por perseguir una meta común global muchas
veces se mezcla o está interpuesto con asuntos de gran importancia
para estos sujetos, como el de esclarecer y dar primacía a sus creen-
cias y tradiciones nativas y no a las instituciones coloniales que se
niegan a dialogar y que encima las tratan como dependientes, sin
subjetividad.
Las mujeres indígenas de América, incluyendo como líder princi-
pal a Rigoberta Menchú, reconocen dicha situación en enunciaciones
Rosario Nolasco-Schultheiss

7 «of the unique discourses and epistemology» (Powless 411).


8 «This emergent, identity-based climate movement mirrors, and to some extent
has grown out of, Indigenous engagement in other international issue areas,
especially human rights protections and their governance entities. A parallel
exists between the two, indeed, as Indigenous Peoples had been initially
absent –and excluded– from both arenas of international treaty negotiations
before becoming a formidable voice» (Powless 412).

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que revelan este continuo dominio tanto en el ámbito indígena, como {129}
en la sociedad ladina o mestiza en general. Una lectura de las actas
bosquejadas en su Primera Reunión Cumbre de Mujeres Indígenas,
llevada a cabo en las Naciones Unidas en el 2002, revela la ambivalen-
cia o desarticulación teoría/práctica entre las creencias ancestrales y
la influencia de instituciones occidentales en cuanto a relaciones de gé-
nero. El concepto de dualidad equitativa basada en un equilibrio móvil
o fluido y adaptado a las necesidades del momento, crucial en el enten-
dimiento de la espiritualidad indígena, es parte de esta incertidumbre
o interrogativa para estas mujeres:
La Dualidad hoy en día es cuestionante, es un signo de interro-
gación grandísimo, porque como teoría existe en nuestra cosmovisión y
en nuestras costumbres, como teoría, pero en la práctica se ven muchas
situaciones donde solamente el hombre decide. […] Los medios de co-
municación, la escuela y muchos otros elementos han influido para que

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú
ese principio de la Dualidad esté un poquito tambaleante» (Memoria 7).

El hecho de que estas mujeres ya reconozcan lo superlativo de este


«signo de interrogación» o concepto cosmovisionario, y que estén en
conjunto discutiendo y asentando estas preocupaciones para el futuro,
ya es indicativo de su deseo no solo de poner el concepto ancestral
vehicular en reversa (la dualidad equitativa), sino también de encon-
trar ese balance equilibrado que evite el «tambaleo», en su mayoría la
influencia de otras filosofías o visiones ajenas o impuestas. En adición,
los planes prioritarios de protección a la tierra, al medio ambiente,
basados en un respeto equitativo ancestral, serán mejor articulados
políticamente cuando se hayan restablecido, y respetado, las condi-
ciones ancestrales particulares de cada grupo o comunidad. Como lo
afirma Enrique Yepes en cuanto a problemas de desarticulación «tam-
baleante» de género y de especie, y de la interacción entre estos, «para
entender esos problemas y encontrar soluciones duraderas hay que si-
tuarlos histórica, social y culturalmente. Las prácticas políticas y los
asuntos medioambientales están inevitablemente encaballados» (245).

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{130} Lajan, lajan aytik9
De esta manera, las mujeres indígenas mesoamericanas no solo
han reconocido e identificado sus problemas y desafíos. Ellas también
han determinado qué prácticas culturales ancestrales desean rescatar
de las condiciones históricas de colonización en las que hoy se ven
situadas para poder articular mejor su visión cultural/política, que
incluya, como prioridad número uno, el rescate de una espiritualidad
ancestral, exclusiva y separada de la religión occidental, una «espiri-
tualidad de colectividad y de interconexión con todas las criaturas»
(Marcos 43). Como la Comandanta Esther del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional lo dijo al dirigirse al Congreso de México el 28
de marzo del 2001, que cuando se habla de lo femenino y lo masculi-
no en la espiritualidad indígena, y en su complementariedad (dualidad
equilibradora y fluida), este concepto «se extiende y abraza o incluye a
todo en la naturaleza» (Marcos 44, traducción propia). La Comandanta
Esther explicó, para que quedara más claro, que «queremos que sea re-
conocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar,
de rezar, de curar, nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar
la tierra y de entender la vida, que es la naturaleza que somos parte de ella»
(«Discurso de la Comandanta Esther», énfasis añadido).
Plumwood sugiere que el sistema prevalente de dualismos (no
confundir con dualidad equilibradora indígena) en Occidente tiene mu-
cho que ver con el problema ambiental. Ella conecta este problema,
entre otros, a «las teorías políticas contemporáneas con su problemá-
tica dominante entre individualidad y racionalidad» (Plumwood 6,
traducción propia). Esta problemática ha sido discutida junto a nue-
vos parámetros sugeridos para una teoría política de descolonización
que incluya el medio ambiente. El asunto principal manifestado por
las investigadoras en politología Margaret Kohn y Keally McBride en
cuanto al campo emergente en los estudios de teoría política descolo-
niales, es el problema con las fundaciones u orígenes epistemológicos.
Los grupos indígenas se dan cuenta de que tratar de confrontar siste-
Rosario Nolasco-Schultheiss

mas políticos fundados en epistemes occidentales es una causa perdida,


ya que «el control de la tierra fue/era una meta básica y un meca-
nismo del colonialismo» (Kohn y McBride 99, traducción propia). Así
pues, recapturar, manifestar y exigir el derecho a la tierra mientras se

9 «Esta frase del lenguaje tojolabal de Chiapas significa literalmente ‘estamos


parejos’, pero debe entenderse como ‘todos somos sujetos’» (Marcos 44).

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enfatiza el respeto inherente y el buen tratamiento de la tierra –tal y {131}
como lo enfatizó la Comandanta Esther frente al Congreso mexica-
no– es la meta principal para los grupos indígenas hoy en día, y ya se
puede vislumbrar su efecto positivo, como lo prueba la reciente, aunque
parcial, victoria sobre el oleoducto de Dakota del Norte:
El reclamo a la tierra, de esta manera, proporciona una manera
de combinar tanto las exigencias políticas como las económicas. Esto
es particularmente valioso ya que las estructuras legales liberales eva-
lúan los derechos políticos separadamente del estatus económico, y las
críticas marxistas de subordinación económica ponen muy poco énfasis
en la importancia de la soberanía política. Este modelo de resistencia
fundacional sintetiza elementos de ambas tradiciones y ofrece un nue-
vo modelo para evaluar la autodeterminación en el siglo XXI (Kohn y
McBride 118, traducción propia).10
Mi análisis va un paso más allá en el sentido de que además del

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú
reclamo de la tierra desde una posición política y económica, la resis-
tencia, el plan ambiental de protección puesto en acción por grupos
indígenas, añade un nuevo elemento a esta combinación: el del derecho
inherente a la tierra habitado por sus ancestros y el respeto inherente
en su cosmovisión, y en el entendimiento de que el uso de la tierra
está en clara oposición al concepto occidental racionalista de la teoría
política contemporánea (Plumwood 6), específicamente la justificación
colonial para asentar, popular y colonizar terra nullis:
La justificación de la conquista fue, y todavía es, justificada bajo
el principio de que el territorio se encontraba inhabitado, o, para ser más
precisos, no usado [énfasis añadido]. La apelación de grupos indígenas a
su estatus como pueblos originarios está diseñada a repudiar postulados
europeos que hacían presunción de que tierras pobladas por indígenas era
tierra vacante. El reclamo y la protesta indígena de ocupación previa de la
tierra por sus pueblos es una manera de contraponer o contradecir el pen-
samiento político Europeo (Kohn y McBride 103, traducción propia).11

10 «Claims to the land provide a way of combining economic and political claims.
Tis is particularly valuable since liberal, legalistic frameworks evaluate political
rights as separate from economic status, and Marxist critiques of economic
subordination place too little emphasis upon the importance of political
sovereignty. This model of grounding resistance synthesizes elements of both
traditions and offers a new model for evaluating self-determination in the
twenty-first century» (Kohn y McBride 118).
11 «The justification for conquest was, and still is, explained by the principle that
the territory was uninhabited, or, more accurately, unused. Claims of indigenous

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{132} Los grupos originarios que hoy se organizan a un nivel panindíge-
na, para evitar políticas nacionales y obstáculos y así maximizar sus
esfuerzos globales, buscan soberanía y poder político al nivel epis-
temológico, no de manera política como se entiende en términos
occidentales. Al reclamar su derecho a la tierra y su entendimiento de
que la tierra es del que la ocupa y respeta, y no del que la explota, no
buscan representar un pasado grandioso mítico, sino una revolución
posmoderna que combine capturar a través de la memoria y confiando
en sus ancianos para así imaginar un mundo descolonizado donde ellos
tengan también poder político y soberanía. Menchú hace uso de esta
manera diferente de hacer política a fin de «coordinar un compromiso
político intenso, aun a niveles nacionales o internacionales, con una
defensa de la diferencia» (Sommer, «Sin secretos» 141).
Así, estas mujeres indígenas americanas que se reúnen y se orga-
nizan con regularidad insisten en recapturar su espiritualidad ancestral
ya no de forma sincrética, disfrazando o acomodando ritos antiguos
nativos con el catolicismo impuesto, sino total y soberanamente sepa-
radas de esta colonial institución. Esta decisión va mano a mano con
su trabajo por la justicia social y ambiental. Las dos son inseparables.
¿Cómo ser un sujeto o agente de cambio por mejoras sociales si la más
básica decisión de autonomía espiritual o religiosa es cuestionada y
paternalistamente desafiada? Durante la reunión en las Naciones Uni-
das ya mencionada, las discusiones y las actas que ellas llamaron muy
adecuadamente «Memoria» fueron dirigidas y diseñadas por represen-
tantes indígenas de las diferentes comunidades (Marcos 27-28).
Ya con esto aclarado, vuelvo a mi preocupación inicial: la de la
espiritualidad indígena. En esta reunión, se discutieron varias áreas de
interés, siendo la espiritualidad el número uno en la agenda (Marcos 27).
Esta razón se debe a que para estos grupos «la espiritualidad indígena
es origen y motor para la recreación de colectividades y para la emer-
gencia de nuevos sujetos colectivos» (28) que conjuntamente pueden
revalorar y restablecer sus relaciones con poderosas instituciones co-
loniales en sus propios términos.
Rosario Nolasco-Schultheiss

El desacuerdo entre la jerarquía católica y las mujeres indígenas


mesoamericanas se originó cuando la comisión episcopal de indíge-
nas de la Iglesia católica envió un comunicado firmado por varios

groups to their status as first nations are designed to repudiate the assumptions
of vacancy. Asserting previous occupancy is a way of countering the justificatory
claims of European political thought» (Kohn y McBride 103).

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obispos y arzobispos a las mujeres reunidas en esta primera cumbre. {133}
Este comunicado refleja el nivel de paternalismo demostrado por es-
tos representantes de la Iglesia, en su amonestación y advertencia de
contemplar o incluso discutir entre ellas una espiritualidad «desde una
perspectiva completamente alejada de la realidad cultural y espiritual
[la católica] de las diferentes etnias que forman nuestros pueblos» (ci-
tado en Marcos 32). El uso del posesivo «nuestros» es incorrecto en
más de una forma, pues los obispos no son indígenas ni los pueblos
indígenas son de su pertenencia.
La respuesta de las mujeres, que titularon «Mensaje de las
mujeres indígenas a los monseñores de la Comisión Episcopal de Indí-
genas», fue diplomática pero firme (advierto aquí que su prosa refleja
el uso dialectal del español que se nota en el fraseo y en inconsistencias
gramaticales):
Ciertamente hoy podemos manifestar más plenamente nuestra

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú
espiritualidad, lo que no pudieron hacer nuestros antepasados porque lo
hicieron a escondidas […] Para nadie es oculto de la imposición de la
evangelización y que sobre la espiritualidad y centros ceremoniales se
fundaron las iglesias en nuestros pueblos.

Las mujeres indígenas somos mayores de edad y tomamos


nuestras decisiones para ejercer libremente nuestra espiritualidad que
es diferente a una religión […] nos sentimos con derecho a ejercer […]
nuestra religiosidad como pueblos indígenas (citado en Marcos 33).

Así, estas mujeres afirman su subjetividad, su agencia y su habilidad


de «hablar», enunciando así una narrativa global panindígena, en el
entendido de que la globalización, como lo confirma Zimmerman, «es
en sí misma una macronarrativa que, aun cuando es fragmentaria y de-
constructivista, afecta y amenaza, pero que también, a veces, genera y
disemina las micronarrativas que pueden impactar y hasta transformar
la macronarrativa» (500). De tal modo, estos esfuerzos micro pueden,
como lo sugería antes, extenderse concéntricamente a un nivel no solo
panindígena, sino también global o universal.

Menchú, los tribunales y las leyes internacionales sobre el ecocidio


Rigoberta Menchú ha trabajado mucho y ha salido victoriosa en
juicios significativos para ella y para su pueblo, como lo había prometido,

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{134} sobre todo en los juicios en tribunales españoles por la muerte de su
padre en la embajada de España y por el genocidio ordenado por el
general Efraín Ríos Montt (Menchú, «Le prometí a Guatemala»). En
el área ambiental, ha expresado su apoyo a la litigación del Gobierno
de Ecuador en contra de Chevron (Menchú, «Menchú respalda a Ecua-
dor»). Aunque la ley del ecocidio no ha sido ratificada –como se explica
a continuación–, el término «ecocidio» ya se usa para determinar el
daño causado por corporaciones al medio ambiente y es ciertamente
usado cuando se habla de los daños causados por Chevron en Ecuador
o por la British Petroleum en el golfo de México.
Ya existen procedimientos para insertar como sujeto al medio am-
biente y al ecocidio como crimen en las leyes internacionales. Esta ley
no solo busca castigar el daño ya hecho, sino también busca dar opor-
tunidad a las grandes corporaciones de un cambio paradigmático que
busca crear un «círculo restaurativo de justicia» (Blackie 56, traducción
propia), en el sentido de ofrecer a las corporaciones la oportunidad de
reformular las maneras de operar que causan daño al medio ambien-
te en otras que sean benignas, o incluso restauradoras o sanadoras
(Blackie 56-57, traducción propia). La ley del ecocidio, sometida por
la «abogada que ama a la tierra» Polly Higgins (Blackie 50, traducción
propia), propone conceder «jurisprudencia a la tierra y a la historia de
una propuesta por la cual el ‘ecocidio’ sea reconocido internacional-
mente como crimen» (Higgins, Short y South 251, traducción propia).
Aunque el ecocidio ya es considerado un crimen, este es solo aplicable
durante tiempos de guerra según el Estatuto de Roma, en el que se
estableció la Corte Internacional Criminal que tiene jurisdicción sobre
genocidios, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y críme-
nes de agresión. Ninguno de estos se refiere a crímenes contra el medio
ambiente (Tekayak 7). Higgins ha sido líder en los esfuerzos por revi-
talizar y expandir la criminalidad del ecocidio y presentó en el 2010:
una propuesta a la Comisión de las Leyes Internacionales de
las Naciones Unidas para enmendar el Estatuto de Roma para que re-
Rosario Nolasco-Schultheiss

conozca el daño y la destrucción masiva del medio ambiente como un


crimen internacional y un crimen de estricta responsabilidad cometido
por personas legales o naturales (Tekayak 7, traducción propia).12

12 «a proposal to the International Law Commission of the United Nations


for the amendment of the Rome Statute, advocating the recognition of mass
environmental destruction and damage as an international crime and a crime of
strict liability committed by legal or natural persons» (Tekayak 7).

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Estos esfuerzos son cruciales y la viabilidad de que se confirmen y se {135}
ejecuten tiene más posibilidades si son apoyados por una conjunción
de movimientos internacionales pro medio ambiente, apoyados e infor-
mados por la investigación y por publicaciones científicas recientes que
más y más confirman el daño ambiental y climático, con una cada vez
más sólida cohesión y cooperación de grupos indígenas, que por inte-
rés y valores inherentes e históricos han estado involucrados durante
siglos en estas luchas por defender su medio ambiente en los ámbitos
local e internacional. No solo estos grupos indígenas han sido los que
menos han dañado el medio ambiente, sino que además son, de hecho,
los más vulnerables y afectados en el pasado (piénsese en la evicción de
los cherokee de sus tierras en el siglo XIX , por ejemplo, y en la conquis-
ta y colonización de las tierras ahora conocidas como Latinoamérica),
y en el presente, como lo demuestran los hechos en el caso de la cons-
trucción de la presa de Belo Monte en Brasil y el daño causado por la

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú
expropiación petrolera en Sucumbíos (Ecuador), para dar solo un par
de ejemplos (Tekayak 8).
Las religiones mayoritarias, los movimientos seculares no ofi-
ciales en pro del medio ambiente, las leyes, el llamado activismo
ambiental global y en general la participación colectiva de sociedades
internacionales tienen la posibilidad de crear un frente que horizon-
tal y equitativamente unido confronte la actividad corporativa global
que, de acuerdo con muchos, es causante de la destrucción del medio
ambiente y del cambio climático. ¿Cómo pasar la ley ecocida que sea
ratificada por una mayoría de países? Es aquí donde la investigado-
ra sugiere que las figuras íconos de nuestro tiempo, como Rigoberta
Menchú, Vandana Shiva o Wangari Maathai, organicen grupos locales
y regionales que se conecten a escala internacional en términos de la
búsqueda y adquisición de las mismas metas, lo que a fin de cuentas
traerá la ratificación de los países involucrados. Esta enunciación mía,
elaborada a través de este ensayo, coincide con las conclusiones de la
investigadora Deniz Tekayak:
Las metas de los movimientos climáticos y ambientales indí-
genas coinciden con lo que la propuesta de ley internacional sobre el
ecocidio trata de obtener. Si el ecocidio se convierte en el quinto cri-
men en contra de la paz, los derechos de los pueblos indígenas a una
vida cultural de bienestar de los ecosistemas en los que viven estarían
protegidos por leyes jurídicamente vinculantes de legislación interna-
cional. Más aún, paralelo a las exigencias de los pueblos indígenas al

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{136} reconocimiento de los derechos de la Tierra, la ley del ecocidio reconoce
y busca proteger los derechos a la vida de entidades no humanas, los
derechos de la naturaleza y los derechos de las generaciones futuras (10,
traducción propia).13

De esta manera, como argumentaba antes, el sur/centro geográfico


y cultural se reúne con el norte/centro geográfico dominante. Si la
ley del ecocidio es ratificada, los beneficiados no serán solamente los
grupos indígenas y sus ecosistemas a los cuales tienen derecho. Los
beneficiados seremos todos, incluyendo las futuras generaciones. y así
podremos con firmeza decir: Lajan, lajan aytik.

Conclusiones
El ímpetu urgente que guio esta investigación viene sin duda de
la preocupación global por la actual situación biosférica mundial, en
especial por el cambio climático y sus graves repercusiones. Se intro-
dujeron algunas razones epistemológicas que han sido parte y causa
del deterioro del medio ambiente y se incluyó también un repaso mí-
nimo de la necesidad, no solo de expandir en volumen y abarcamiento
el canon ecocrítico en la literatura y los estudios ecológicos teóricos
en Latinoamérica, sino también de insistir en la importancia clave de
la participación indígena cuya cosmovisión inherente es una de res-
peto igualitario a la tierra y todos sus constituyentes. Se señaló cómo
estos grupos a escala global ya han visto éxito, aun con grandes sacri-
ficios, y ya han tenido efectos políticos positivos, como el de detener la
construcción del oleoducto en Dakota del Norte. El objeto de análisis
principal, sin embargo, fue la importancia del legado posconflicto de
la figura ya icónica de Rigoberta Menchú en la literatura testimonial
por ella producida como declarante viviente del genocidio étnico de su
pueblo quiché durante la guerra civil de Guatemala y cómo este legado
testimonial después se bifurcó, orgánica e inherentemente, a la tierra
Rosario Nolasco-Schultheiss

13 «The goals of indigenous climate movements and environmental movements


coincide with what the proposed international law of ecocide strives to achieve.
If ecocide becomes a fifth crime against peace, indigenous peoples’ right to
cultural life and the well-being of the ecosystems they live in would protected
by legally binding, international generation. Moreover, parallel to indigenous
peoples’ demands for the recognition of Earth rights, ecocide law acknowledges
and aims to protect non-human right to life, rights of nature, and the rights of
future generations» (Tekayak 10).

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y a su trabajo en favor del medio ambiente. Así, se reportó la partici- {137}
pación de Menchú en litigios importantes relacionados con el medio
ambiente y, para añadir un contexto legal global, se investigó la situa-
ción legislativa actual de la protección a la tierra, la ley del ecocidio y
cuán importante será la contribución de organizaciones indígenas a
escala global para lograr la ratificación de este magno y trascenden-
tal documento. De igual manera, se presentó aquí cómo el legado de
Menchú ha repercutido positivamente en la organización de grupos de
mujeres indígenas de las Américas que ya han producido, y continúan
produciendo –a pesar de las limitaciones de organización, movilidad,
lenguaje y desafíos paternalistas por instituciones coloniales– la litera-
tura de determinación autónoma que hemos analizado aquí y que han
titulado adecuadamente «Memoria», un título que honra y venera su
motivación: la de rescatar y tomar cuerpo, literalmente, en las tradicio-
nes de sus ancestros: el saber ancestral indígena.

Y así nos renace la conciencia y se extiende el ancestral centro: el legado ecológico posconflicto de Rigoberta Menchú

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«Perra brava» y la transformación de la
violencia en un Estado adulterado

Judith Martínez
U N I V E R S I DAD D E M I S S O U R I

Introducción
La novela de Orfa Alarcón se desarrolla en Monterrey, ciudad
ubicada en el norte de México, a dos horas de la frontera con Estados
Unidos. La obra presenta las repentinas olas de violencia que comienzan
a sufrir la ciudad y sus habitantes en la última década, principalmente
desde el periodo gobernado por el presidente Felipe Calderón Hinojosa
(Partido Acción Nacional, PAN ).
Este ensayo se centra en el análisis de los tipos de metamorfo-
sis de la violencia que la autora nos dibuja mediante sus personajes,
quienes enfrentan la destrucción de su comunidad. Los personajes
de la obra habitan al margen de la ley, ya sea por la falta de protec-
ción de sus garantías individuales o debido al uso de su fuerza o poder
que ejercen fuera del margen legal. La novela nos sitúa en un México
que enfrenta la crisis del contrato social, un Estado adulterado con
su soberanía fracturada a causa de la corrupción del sistema que ha {139}

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{140} permitido la infiltración de fuerzas externas e ilícitas en el Gobierno,
ya sea por políticas económicas o por el narcotráfico y el crimen or-
ganizado. Esta situación ha generado un «Estado adulterado», como
lo llama Rita Laura Segato, o un «Estado paralelo», como lo designa
José Manuel Valenzuela entendiendo que «existe complicidad de las
instancias gubernamentales con el crimen organizado permitiendo im-
punidad y continuidad» (181, traducción propia). En estas condiciones,
los habitantes no alcanzan a comprender los límites jurídicos que les
permitirían llevar una vida apegada al marco la ley, ya que no existe
coherencia en la definición teórica y práctica del derecho. La transfor-
mación de los modos de producción que han tenido lugar en el país con
las políticas neoliberales adoptadas y solidificadas a principios de los
años noventa no ha dejado exento al narcotráfico. David Harvey define
el neoliberalismo como:
la teoría política económica cuyas prácticas proponen que el
bienestar de humano avanza más liberando la iniciativa privada empre-
sarial y sus habilidades, dentro de un marco institucional caracterizado
por el fortalecimiento de los derechos de la propiedad privada, el merca-
do y tratado libre (2, traducción propia).

Por lo tanto, nos encontramos frente a la profesionalización del crimen


organizado en complicidad con el Gobierno en sus diferentes niveles,
como parte de la transformación de la violencia. En este sentido, la
obra nos permite visualizar la violencia como un personaje y como
herramienta para la supervivencia. Es precisamente esta cuestión la
que nos ocupa para reflexionar el papel (compromiso) que juega la lite-
ratura en un momento crítico del conflicto y de la ambigüedad jurídica
en este escenario.

Formas de violencia neoliberal


La novela Perra brava se enfoca en la vida de una joven puebleri-
na víctima de la violencia. La vida de Fernanda Salas ejemplifica los
procesos inherentes a la modernización compulsiva. Saskia Sassen los
describe como los efectos de transición del sistema keynesiano al sis-
Judith Martínez

tema global, a la era de privatizaciones, de reducción de intervención


estatal y de apertura de fronteras para algunos, dinámica que ha re-
sultado en la expulsión de grupos de personas (211), generalmente
subalternos.

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Al principio de la novela, Fernanda –la protagonista– encarna el {141}
lienzo en el que se inscribe la violencia, sin duda representando una
alegoría de la comunidad como cuerpo en el que se reinscribe el con-
trato social en crisis del país. Ella es el espacio principal en el que se
inscriben las formas de represión alineándose a la teoría biopolítica
propuesta por Michel Foucault, según la cual el cuerpo humano es el
lugar en el que se registran dichas formas de represión. Giorgio Agam-
ben afirma que en un gobierno biopolítico el cuerpo se convierte en el
nuevo sujeto de la política (124). Fernanda representa este cuerpo en
el que se inscriben diferentes formas de violencia, primero la violencia
intrafamiliar ejercida por su padre y luego cuando es víctima de Julio
Cortés, su novio y jefe de un poderoso cartel del norte. Las precarias
condiciones obligan a su familia a emigrar a la zona urbana, ya que se
trata de una familia que carece de los medios para sobrevivir en el área
rural. Al llegar a la ciudad, Fernanda se involucra con Julio y es bajo la
influencia de este entorno, de hombres poderosos, matones y sicarios
que viven al margen de la ley, en la que su personaje se desarrolla.
La autora nos dibuja los procesos de «expulsión» del sistema,
como explica la teoría de Sassen. Entendemos con Fernanda y su fami-
lia la transformación de la definición de pobreza. El término «pobre»
no se refiere a tener un poco de tierra y algunos animales, sino a no
tener nada más que el cuerpo mismo y su mano de obra para subsis-
tir (Sassen 147). Las olas de migración desmedidas definen no solo el

«Perra brava» y la transformación de la violencia en un Estado adulterado


cambio de residencia de los migrantes, sino también el cambio de su
entendimiento de la pobreza y de su cuerpo mismo, además de su sen-
tido de vulnerabilidad.
Fernanda se presenta no solo como una simple víctima más del
sistema, o como una vida desechable, sino también como una alegoría
misma de la «metamorfosis»1 de la violencia en un gobierno biopo-
lítico. La autora utiliza a la protagonista para enfatizar la violencia
como única forma de supervivencia y, al mismo tiempo, la necesidad
de complicidad con el sistema opresor para subsistir. Por lo tanto, se
retorna al precepto de violencia definido por Walter Benjamin según el
cual «toda violencia es, como medio, poder que establece y mantiene el
derecho» («Para la crítica de la violencia» 15). Así que es solo mediante
los mismos medios de violencia que Fernanda o la comunidad pueden

1 Con el término «metamorfosis de la violencia», hago referencia a la teoría de


Sergio Villalobos Ruminott explicada en el ensayo Modernidad compulsiva y
metamorfosis de la violencia (2013).

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{142} encontrar la posibilidad de sobrevivir o escapar a la vida desnuda a la
que han sido predestinadas en el sistema neoliberal.
Para situarnos en el contexto político-económico de México,
resulta clave señalar –parafraseando a David Harvey– la radiografía
histórica de la transición económica del país de Estado liberal a Estado
neoliberal. Se pueden resaltar en este proceso tres momentos esencia-
les que abrieron paso a la conversión de México en Estado neoliberal:
primero, la vulnerabilidad en la que entró el país con la deuda externa;
segundo, la entrada de las empresas transnacionales, y tercero, la lle-
gada del Partido Acción Nacional al Gobierno, que consolidó estas
políticas económicas y dio amplia cabida al desarrollo del Estado adul-
terado y –como consecuencia– a la profesionalización del narcotráfico,
que como cualquier otro negocio se adaptó a los procesos de produc-
ción neoliberales y dio paso a su comercialización.
La decepción que trajo el sexenio de Vicente Fox (2000-2006) cul-
minó en una elección cerrada en la que su sucesor, Felipe Calderón,
tuvo margen mayoritario de 0,05 %, lo cual generó descontento en el
electorado y creó en el presidente electo la necesidad de legitimarse.
Por lo tanto, al comenzar su periodo en el poder, Felipe Calderón de-
clara la guerra contra el narcotráfico utilizando la militarización del
Estado como una supuesta estrategia necesaria para la pacificación del
país. Foucault explica este tipo de fenómenos como un estado de ex-
cepción, ya que no es necesario actuar al amparo del modelo legal, sino
bajo la propia racionalización o discreción del Estado (Discipline and
Punish 339). Este precepto encuentra su justificación en México con la
reforma de 1938, en la que se puede apelar al estado de excepción en
caso de cualquier perturbación en el espacio público o cualquier cosa
que pueda poner en riesgo a la sociedad (Williams 27). Así que con la
militarización del Estado tras la llegada de Felipe Calderón y su lucha
contra las drogas, se hace uso del derecho del Estado a implementar el
estado de excepción.
Este es el contexto en el que viven Fernanda, su familia y la so-
ciedad mexicana. La familia de Fernanda, como tantas incontables
familias de las áreas rurales en México, se convierte en parte de las
estadísticas que representan a los expulsados del sistema, sometidos
Judith Martínez

al destierro de su lugar de origen y forzados a emigrar a las ciudades


más cercanas (en este caso de Linares, ciudad agrícola, a Monterrey,
ciudad representativa de la industria y el trabajo en el país). Así, coin-
cidiendo con las teorías de Giorgio Agamben, la política en este caso

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se constituye mediante la exclusión de parte de la comunidad, la cual {143}
simultáneamente da lugar a la inclusión de la vida desnuda (7).
La joven protagonista de Perra brava llega a una ciudad que, como
muchas ciudades fronterizas, no ha tenido la estructura para una ur-
banización inesperada y se convierte en cuna del crimen (González
Rodríguez 8-9). En estas áreas, coexisten mundos diferentes donde
la modernización del primer mundo y sus procesos compulsivos dan
lugar a la producción y perpetuación de un tercer mundo (Jameson,
Postmodernism 159). El escenario que se escoge para el desarrollo de la
novela reitera el contexto geopolítico que enfrenta el país. En el norte
mexicano fue donde se instalaron las primeras transnacionales y es allí
donde se visualiza de manera física la crisis de la soberanía que atra-
viesa México. Charles Bowden escribe que todo el norte del país se ha
convertido en campos de muerte (18).
Como muchos otros migrantes, la familia de Fernanda se instala a
las orillas de la ciudad (Sassen 82). La novela hace referencia a la colo-
nia Moderna, conocida como una zona relegada por el Gobierno en la
que el crimen es una constante, la Policía entra poco y la pobreza es una
característica común. Así que la violencia que enfrenta el país es una
violencia neoliberal; en palabras de Villalobos Ruminott, «las formas
históricas estandarizadas de violencia […] no han desaparecido del
todo, sino que se han reacomodado a un cambio general de la sociedad
relacionado con el proceso de globalización» (Modernidad compulsiva 3).

«Perra brava» y la transformación de la violencia en un Estado adulterado


Fernanda y su familia son personajes que dibujan las vidas aban-
donadas por la ley, que conforman los desechos de la otra cara de la
modernización y que fungen como lienzos de las formas contemporá-
neas de violencia, de la violencia neoliberal.

La novela como alegoría del México contemporáneo


La obra presenta una ciudad que se hace repentinamente vul-
nerable a las olas de violencia que impactan la vida privada y la
cotidianidad de sus habitantes. Los personajes se encuentran con un
mundo fragmentado en todos los sentidos y en el cual los límites le-
gales permanecen ambiguos. Agamben lo explica como una zona en la
que es imposible distinguir entre la ley y la vida (State 59). La inter-
vención de fuerzas internacionales –como la presión para el pago de la
deuda externa y el poder de decisión de las empresas transnacionales–
ha fomentado la ruptura de la soberanía del Estado mexicano, la misma

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{144} que ha perpetuado la vulnerabilidad de los ciudadanos. Esta situación
«está íntimamente ligada con un proceso de descomposición en Méxi-
co donde hay dos constantes: la corrupción y la ambición desmedida de
dinero y poder» (Hernández, Señores del Narco 116-123). Este fenóme-
no contribuye al fin del sentido de comunidad previamente conocido.
Perra brava se convierte así en un medio de reflexión crítica acer-
ca del tema de las políticas neoliberales y los procesos de modernidad
compulsiva, pero no para señalarlos como causales de la violencia, sino
para pensar la violencia como parte inherente del neoliberalismo. Una
violencia sistemática que experimentan los personajes, que transforma la
dinámica del funcionamiento y entendimiento de su entorno. La autora
problematiza el impacto directo e indirecto en la vida privada y pública de
los habitantes dentro de un sistema neoliberal, así como las implicaciones
de las políticas laissez faire2 a favor de las empresas transnacionales. Esta
falta de injerencia del Estado se extiende a la protección legal y consti-
tucional de sus ciudadanos, quienes quedan desprotegidos jurídicamente.
Los personajes son dejados en una vulnerabilidad extrema cuya dispari-
dad es su único medio de unión con la comunidad (Derrida, Rogues 31), ya
que son incapaces de participar en el ámbito económico.
Con este relato, la autora pone en escena el otro lado del capita-
lismo, las consecuencias de una modernidad compulsiva para aquellos
que no pueden ser parte del flujo económico y que se convierten en
vidas desechables en una sociedad (Bauman, Wasted Lives). Los per-
sonajes como Fernanda no solo viven al margen de la ciudad, sino
también habitan al margen de la ley –sin una protección jurídica–,y
en el caso de la mujer, oprimida de manera múltiple, víctima también
de un orden patriarcal que la mantiene sometida y amedrentada. Estas
mujeres sufren la doble discriminación: por los hombres y por el capi-
talismo (Moufle 139-143).
Si bien estos personifican el estereotipo misógino dentro de un
sistema patriarcal y enfatizan el concepto de macho mexicano, pueden
ser también arquetipos de un soberano, del Estado soberano en sí, con
el poder de dar y quitar vida. Julio encarna al Estado soberano, que
tiene la potestad de dar la vida y de quitarla; es la autoridad que actúa
Judith Martínez

2 «State interventions in markets (once created) must be kept to a bare minimum


because […] the state cannot possibly possess enough information to second-
guess market signals (prices) and because powerful interest groups will
inevitable distorts and bias state intervention (particularly in democracies) for
their own benefit» (Harvey 2).

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al margen de la ley y a su vez –dentro del contexto político de un Es- {145}
tado adulterado como México– actúa en complicidad con los investidos
o representantes de la ley, que son alegorías de un gobierno paternal
y autoritario que combina las estructuras sociales para potencializar
las formas de opresión, ya sean económicas o culturales. Fernanda se
refiere a Julio con la siguiente frase: «Sobre mí estaba Julio y sobre
Julio no había ley» (Alarcón 88). Esta declaración expone el contexto
del México contemporáneo que actúa en complicidad con el crimen
organizado para mantener el poder en determinados círculos. Así que
personajes como Julio, el soberano, comprueban la teoría de Agamben:
«la autoridad comprueba que no se necesita la ley para crear una ley
[…]» (Homo 17, traducción propia), así que basta con la autoridad de
Julio para preservar el poder.
Las circunstancias de Fernanda y de su hermana reflejan la situa-
ción de vulnerabilidad en la que se encuentran esas vidas abandonadas
por la ley y la polaridad de sus opciones para sobrevivir. Roberto
Esposito escribe que la única inclusión de estas vidas en la sociedad
recae precisamente en su exclusión misma, con lo que contribuyen a
la perpetuación del sistema en el capitalismo tardío. Las vidas de las
hermanas simbolizan la reducción de la vida a una más precaria, inhe-
rente al sistema que se alimenta de ellas para prevalecer. El proceso
de migración del pueblo a la ciudad, del tener poco a no tener nada
más que el cuerpo, las orilla a vivir en una zona invisible ante la ley y

«Perra brava» y la transformación de la violencia en un Estado adulterado


comprueba las formas de vida en un gobierno biopolítico, un «régimen
que potencia los modos de producción capitalistas con el principio de
la autolimitación del Estado» (Williams 10). Esta autolimitación del
Estado abandona la tutela de los derechos de algunos de sus habitan-
tes y promueve la proliferación de las vidas precarias que no pueden
subsistir en el sistema neoliberal, pero que son necesarias para perpe-
tuarlo. En este punto, se vuelve pertinente el concepto de Homo sacer,
ya que las víctimas del sistema pueden ser asesinadas sin consecuencia
alguna (Agamben, Homo 8). Esta figura del Homo sacer, atribuida al
derecho romano, es aplicable en sociedades contemporáneas como Mé-
xico, puesto que las vidas expulsadas se vuelven blanco de violencia.
Sin embargo, en una sociedad en la que la violencia es sistemática, no
se encuentra culpable al cual perseguir o a quien se le impute el delito
para resarcir el daño.
La vulnerabilidad en la que se sumergen estos cuerpos y sus pe-
simistas destinos expuestos en la novela nos permiten pensar de una

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{146} manera crítica el otro lado del capitalismo en la era transnacional y en
la incongruencia de los discursos de la modernización. Es necesario
seguir cuestionando el discurso de la estabilidad económica y política,
especialmente después del Tratado de Libre Comercio, en este con-
texto de violencia sin referente en el país. Las mujeres, víctimas de la
violencia que enfrentan la mayoría de las ciudades fronterizas y otras
ciudades, son casos que muestran la descomposición del cuerpo de la
comunidad en un gobierno biopolítico, en el cual la crisis del contrato
social se exhibe en los cuerpos de sus habitantes.
La violencia y su transformación se encarnan en el desarrollo
del personaje de Fernanda. La evolución de los personajes –el ascenso
de Fernanda al poder, el estancamiento de su hermana o la pérdida
gradual del poder de Julio– recae en su capacidad de ejercer y recibir
violencia en una sociedad violenta, patriarcal y adulterada. El proceso
de naturalización al que Fernanda está expuesta la empuja a respon-
der con violencia de manera «natural». Reacciona con violencia para
adquirir y mantener el poder de acuerdo con lo que Esposito describe
desde el punto de vista jurídico acerca de la constitución de la violen-
cia como derecho: «la violencia constituye al derecho […] en última
instancia el derecho consiste en esto: en violencia a la violencia por el
control de la violencia» (Immunitas 46).
En un contexto patriarcal, Fernanda adquiere atributos mascu-
linos para llegar al poder por lo menos de manera estereotípica, para
convertirse en otro Julio, en el líder en un Estado adulterado, quien a su
vez merma su poder al alimentar sus sentimientos por Fernanda. Esta
correlación nos permite argumentar la necesidad de la masculinización
del personaje como requisito para obtener poder, sobre todo en una so-
ciedad meramente patriarcal, y la debilidad que implican los elementos
estereotípicos de la mujer –como la demostración de sentimientos–. Por
lo tanto, es evidente la reproducción de los patrones misóginos dentro
de la comunidad femenina (Halbertsman 360). Entendemos entonces
que solo bajo estas circunstancias, y cumpliendo estos requerimientos,
una mujer de escasos recursos, migrante y sin preparación puede ac-
ceder al liderazgo de un cartel y a las esferas de poder –como lo hacía
Julio–. Fernanda llega a la ciudad con un futuro predestinado, como
Judith Martínez

el de su hermana, pero se resiste a convertirse en una «chica proleta-


ria»3 y a tener la vida de su hermana, «una vida sagrada» (Homo sacer),

3 En referencia a Osvaldo Lamborghini.

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excluida de la sociedad cuya única inclusión sería precisamente su capa- {147}
cidad de ser desechada, una vida negada (Agamben).
La llegada de la era transnacional con las políticas de un laissez
faire protege a los que menos necesitan protección, y la reducción de
la intervención gubernamental no solo propicia hacia el exterior una
soberanía fracturada que vuelve vulnerable al Estado en su autonomía
de impartición de derecho y justicia. La autora, mediante el escenario
en el que habitan los personajes de la obra, permite pensar en una zona
anomia y en un Estado neoliberal donde la palabra liberal se degene-
ra en libertades para los que menos necesitan y se desprotege a los
más vulnerables desencadenando rupturas dentro del tejido social de
la comunidad.4 Las metas fundamentales del neoliberalismo consisten
entonces en facilitar las condiciones de acumulación de capital para
las corporaciones (Harvey 7 y 19). Estas rupturas en la soberanía dan
lugar, en parte, a un Estado adulterado como el que se presenta en la
novela. La intrusión del narcotráfico en las esferas de poder y viceversa
se hace jurídicamente posible, ya que en el estado de excepción perma-
nente la ley queda suspendida permitiendo lo ilegal con la justificación
jurídica de salvaguardar la paz. Cualquiera puede ser narcotraficante,
señala Bowden, y no existe una línea que marque la diferencia entre los
criminales y los servidores públicos, sino que ambos pueden ser, como
les llama Anabel Hernández, «los señores del narco».
Actualmente, como lo ejemplifica Hernández, los narcotrafican-

«Perra brava» y la transformación de la violencia en un Estado adulterado


tes y líderes del crimen organizado no se encuentran solo en anuncios
de la Policía, sino también en artículos y revistas sociales como parte
de la élite económica del país (Señores del Narco 123-130). Así pues, la
crisis del contrato social que se refleja en el incremento de la violencia
da cabida a la percepción de la necesidad de orden. Y es con esta excusa
que el gobierno del 2006, con el entonces presidente Felipe Calderón,
lleva a cabo la militarización del país. Esta codependencia del soberano,
del Estado, con el Estado paralelo y viceversa lo hace vulnerable, pues
se crea una fisura en la soberanía. La crisis del soberano es represen-
tada en la novela que predice su caída, ya que Julio está en constante

4 «As Karl Polanyi states, the word free degenerates also into the freedom for the
factories only and people who need no more power or security. This, according
to Polanyi, will then ‘[…] the fullness of freedom for those whose income,
leisure and security need no enhancing, and a mere pittance of liberty for the
people, who may in vain attempt to make use of their democratic rights to gain
shelter from the power of the owners of the property […]’» (257).

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 147 10/22/18 11:35 AM


{148} crisis de poder. Sin embargo, termina destituido por su víctima, Fer-
nanda.

El lugar de la literatura y la cultura en las sociedades neoliberales


La situación actual que vive México en cuanto al Estado adultera-
do dirigido por señores del narco en el poder es tema de innumerables
novelas contemporáneas. Sin embargo, estos textos nos invitan a cues-
tionar la eficacia de la literatura y la cultura para resistir al statu quo
que el Estado promueve. El tema principal de la novela está fundado
en el desarrollo de la vida de los narcos; en consecuencia, Perra brava
podría considerase parte del subgénero de narconovelas o narcona-
rrativas. Este es uno de los puntos para mantener el debate del papel
de la literatura en una sociedad neoliberal, ya que se hace evidente
la complicidad de la narrativa con el sistema político-económico que
convierte el tema de los narcos en un bien material. Si bien es cierto
que la novela ofrece una interrupción al mensaje de «manos limpias»
que Felipe Calderón promovió en su candidatura y en su gobierno,
también ofrece una fascinación por la vida misteriosa de los narcos y
de la narcocultura.
La novela Perra brava se transforma en una ventana al mundo del
narcotráfico, que ahora se encuentra en la vida diaria de los ciudada-
nos. En otras palabras, la novela también funciona como un aparato
hegemónico cómplice del sistema, dado que actúa con el precepto al-
thusseriano de «alusión-ilusión», aludiendo a la realidad y proveyendo
una ilusión de lo que podría ser (Althusser 304). Así pues, Alarcón
nos invita a entablar el diálogo sobre la relación del arte y la política
y a repensar el lugar y la postura ambigua de la literatura dentro de
este sistema neoliberal. En dicho contexto, el capitalismo demuestra
su capacidad de reproducirse a sí mismo e incorporar dentro de sí las
fuerzas de resistencia y oposición (Fiske 116).
El sistema capitalista es capaz de succionar cualquier medio
subversivo a su favor. La reflexión que nos ocupa es cuestionarnos la
transición de la literatura como cómplice o forma de resistencia ante
el sistema. La literatura se ha convertido en parte en un bien mate-
Judith Martínez

rial como todo lo demás en este contexto económico; sin embargo, es


también importante rescatar su permanencia como lugar de resistencia
o, en todo caso, su cumplimiento con ambas funciones. Considerando,
por ejemplo, la presentación de la comunidad en la novela, vemos que

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Perra brava construye una comunidad que sufre una violencia neolibe- {149}
ral, que incluye en sus páginas los cadáveres que permiten visualizar
una ruptura que interfiere con la narrativa de estabilidad del Estado y
sus aparatos ideológicos, específicamente en las últimas tres décadas.
Por otra parte, en estas mismas líneas se puede argumentar la propa-
gación de la espectacularización y naturalización de la violencia que
hace la obra.
Irónicamente, Fernanda es estudiante de la Facultad de Filosofía
y Letras, una estudiante más en México, donde según José Manuel
Valenzuela los jóvenes que egresan de la universidad con un título no
tendrán acceso a un trabajo que corresponda a su carrera profesio-
nal (131), así que deberán incorporarse a las filas del ejército laboral
fuera de su área; pero además esto pone en escena la imposibilidad
de las letras para alcanzar a entender la realidad que sobrepasa todo
razonamiento. Mediante la evolución del personaje, se percibe la po-
sibilidad de entender la violencia como único elemento y medio para
llegar al poder y permanecer en él. Hasta este punto, el lector puede
predecir el futuro inescapable de la joven, así como el de su hermana
o el de cualquier otro joven de escasos recursos migrante a la zona
urbana:
Sería la más común. Eso. Eso sería. Tendría papá, mamá, sería
hija, una casita clase media, universidad pública, mucho esfuerzo, mu-
cho empeño para lograr ser alguien, conocer al futuro marido, escogerlo

«Perra brava» y la transformación de la violencia en un Estado adulterado


bien, muy bien, no muy pobre pero sí muy honesto y muy trabajador, al
recibir la casita Infonavit esperar al primer bebé, escuela pública y vuel-
ta a empezar (Alarcón 141).

Así mismo, Fernanda personifica la crisis de la literatura, puesto que


para escapar de su papel de víctima y de su supervivencia es indispen-
sable convertirse en cómplice del sistema. Por lo tanto, mediante su
personaje se sobreentiende la doble función de la novela; por un lado,
abre la puerta al debate de la narrativa del Estado de la lucha contra
el crimen; y por otro lado, hace evidente la necesidad de contribuir al
sistema como única forma de vida.
Aunque la recepción de este tipo de textos y su información es
impredecible, hay que prestar atención a su doble función. Por un
lado, es la asimilación de la cultura y la violencia mediante su natu-
ralización, que implica y subsana la necesidad de una narrativa para
entender o creer entender lo inentendible. Estas narrativas funcionan,

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{150} como Claude Lévi-Strauss indica, igual que un mito, que es capaz de
resolver las cosas que no se podrían resolver en la vida real (Hall 16).
Por otro lado, lo que mantiene el trabajo político que juega la literatura
es la puesta en escena de la inscripción de nuevas formas de violencia
para pensarlas como parte constitutiva de un sistema neoliberal. En
palabras de Rancière, se abre la pregunta de la «utopía estética», o sea,
el cuestionamiento de la posibilidad de un cambio radical de la comuni-
dad y sus condiciones de vida por medio del arte (14), ya que se expone
lo que no debe verse.
La autora retrata en diferentes escenas los momentos de su trans-
formación, los cuales son transferibles a los mecanismos de defensa
que la comunidad utiliza para sobrevivir en una cultura de narcotrá-
fico, violencia y muerte constante. Son evidentes la naturalización y
la espectacularización de la violencia que enfrenta la sociedad, en la
que participan los aparatos ideológicos, principalmente los medios de
comunicación. Fernanda describe su desayuno mientras está frente al
televisor viendo las noticias: «amanecía y la ciudad desayunaba tenien-
do enfrente huevos estrellados, salsa cátsup y unas cavidades vacías
de ojos mirándolas fijamente» (Alarcón 86). El horror de la violencia
que vive la comunidad se incorpora cada vez más a una forma de vida
natural y espectacular.
Los efectos de la influencia de los medios de comunicación ame-
nazan con sobrepasar el espectáculo mismo, borrando los límites de
lo real y lo falso (Anderson 123), ya que las formas de violencia que
antaño parecían impensables ahora son parte de la cultura de la socie-
dad. El sistema mismo tiene la capacidad y los recursos de convertir la
violencia en moda; los ejemplos pertinentes en este caso son las narco-
telenovelas o la comercialización de la narcocultura.
La llegada de Fernanda al poder como jefa del cartel, mediante
la masculinización de su personaje, su profesionalización en el mundo
del narcotráfico y el empleo de la violencia para conseguirlo y man-
tenerlo, deja en primera instancia la conclusión de la metamorfosis de
la violencia y su personificación en la obra, junto con el proceso de su
naturalización. Sin embargo, se nos invita a cuestionar y a repensar
nuevamente el trabajo político de la obra –y en sí de la literatura–, re-
Judith Martínez

tomando el debate del papel que cumple la literatura como parte de la


complicidad del sistema, o su contribución a la naturalización, o si aún
forma parte de la resistencia que –creando un cierto ruido– interrum-
pe con la narrativa del discurso eufórico de solidaridad del Tratado

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de Libre Comercio y de las políticas neoliberales de las últimas tres {151}
décadas.
Se puede afirmar en este contexto que Perra brava cumple su fun-
ción política, y es aquí donde se encuentra la esperanza de cambio o
la apertura a una perspectiva integral diferente a la propuesta por el
Estado o los aparatos ideológicos mediante la literatura. Esta propues-
ta política de la novela es congruente con la definición de Rancière de
«hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados
de la palabra a aquellos que no eran considerados más que como ani-
males ruidosos» (15), pues retoma el temade las experiencias de las
vidas y cuerpos desechables, así como la violencia como personaje en
la narrativa y como forma de vida. Podemos integrar el debate de la
competencia de la literatura (Villalobos Ruminott) y de la relación del
cuerpo, de estos cuerpos representados en los personajes, como «terre-
no más inmediato para la relación entre política y vida porque solo en
aquel está la última» (Esposito, Immunitas 26).
En conclusión, la novela Perra brava desempeña diferentes tareas:
ejerce su papel simbólico y ofrece la posibilidad de restaurar una ex-
periencia gratificante en un mundo que no la tiene (Jameson, Political
Unconscious 63), puesto que en la novela se derroca al soberano opre-
sor. Si bien es cierto que la novela utiliza los temas de violencia y abre
la posibilidad a su naturalización, también plantea un trabajo político
mostrando una contradicción al discurso elaborado por el Estado y

«Perra brava» y la transformación de la violencia en un Estado adulterado


permite concientizar el problema de las nuevas formas de violencia. La
novela mantiene el debate de la crisis del soberano y de la literatura, así
como el de la complicidad actual de ambas partes, que nos invita a se-
guir creando espacios de resistencia genuina que promuevan cambios
radicales por medio del arte.

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T E R C E R A PA R T E

EL CASO COLOMBIANO

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Reconstrucciones geopoéticas de los espacios
del horror: la ciudad de Medellín

María E. Osorio Soto


U N I V E R S I DAD D E AN T I O Q U I A

Edwin Carvajal Córdoba


U N I V E R S I DAD D E AN T I O Q U I A

¿Por qué se escribe? Por tantas razones: por amor,


por miedo, como protesta, para distraerse ante la
imposibilidad de vivir, para exorcizar un vacío, para
buscarle un sentido a la vida. A veces para establecer
un orden, otras para deshacer un orden preestablecido;
para defender a alguien, para agredir a alguien. Para
luchar contra el olvido, con el deseo –tal vez patético
pero grande y apasionado– de proteger, de salvar las
cosas y sobre todos los rostros amados, de la abrasión
del tiempo, de la muerte...
Claudio Magris

Introducción
Han sido muchas las iniciativas culturales que se han enfocado en
la comprensión y la denuncia del conflicto sociopolítico que se ha vi-
vido en las últimas décadas en Colombia, específicamente en la ciudad
de Medellín, donde dicha violencia ha incidido de forma más cruda en

Capítulo derivado de la investigación «Alteridad y globalización: diálogos


transatlánticos. Segunda etapa», realizada con apoyo del Centro de Investigaciones
de la Facultad de Comunicaciones y el Comité para el Desarrollo de la Investigación
(CODI) de la Universidad de Antioquia, y con la colaboración del Programa de
Estrategia para la Sostenibilidad del Grupo de Estudios Literarios (GEL) 2014-2015,
otorgado por la Vicerrectoría de Investigación de la misma universidad. {155}

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{156}
los habitantes de las comunas del nororiente y noroccidente. Inherente
al propósito de dar a conocer el conflicto, y de construir la paz, se han
hecho los esfuerzos para recuperar la memoria mediante procesos de
concientización con las víctimas directas de la violencia y mediante la
creación de espacios simbólicos promovidos por organizaciones civiles
y de derechos humanos y entidades del Gobierno. En este último senti-
do, el Museo Casa de la Memoria de la ciudad de Medellín ha sido uno
de esos logros por cuanto se concibe como un espacio para aportar a la
comprensión del conflicto, incitar al restablecimiento de los derechos
de las víctimas y abogar por el reconocimiento de su dignidad, inci-
diendo en la trasformación cultural para aportar a la solución pacífica
y el respeto a la vida (Museo Casa de la Memoria). En otras palabras,
el Museo, desde su fundación en el 2013, se ha convertido en un re-
ferente espacial e histórico donde además de rescatar y registrar las
cifras del conflicto, se trabaja para mantener viva la memoria sobre las
consecuencias de la guerra, pero no solo visibilizando a las víctimas,
sino también actuando para que la consigna del ¡Basta ya! se convierta
en un arma efectiva contra la guerra.
Aunque no es nuestra intención detenernos en el significado
geoespacial del Museo Casa de la Memoria, es interesante destacar
algunos aspectos de su diseño, pues además de ubicarse en una posi-
ción fronteriza –en la periferia del centro de la ciudad, pero en el límite
con un sector popular–, se convierte en una especie de frontera que
no divide lo uno de lo otro, sino que integra las realidades y vivencias
de aquellos que han experimentado directamente diferentes formas de
violencia con las de los asistentes (ver fotografía 1).
Antes de entrar al Museo, en la zona del jardín, encontramos el
«memorial de víctimas,1 el cual opera a manera de camposanto que al-
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

berga simbólicamente a un grupo de víctimas cuyos nombres podemos


leer en unas pequeñas placas –lápidas– donde también se inscribe el
referente del suceso violento del que cada una fue objeto (fotografías 2
y 3). Este memorial, además de ser un testimonio de los muertos y
desaparecidos que ha dejado la violencia, funciona como mecanismo de
interpelación con el espectador, de forma que lo induce a traer a la me-
moria su propia experiencia del conflicto y a ponerla en conexión con
la historia reciente de la ciudad y del país. Con este jardín-camposanto,

1 En total son casi mil placas elaboradas por los participantes de los programas de
la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV ).

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{157}

Fotografía 1
Fachada del Museo Casa
de la Memoria

abigarrado con las placas marcadas, se abre entonces un espacio hacia


la reconstrucción de la memoria y, en un sentido simbólico, lo hace sub-
virtiendo el silencio, esto es, esa fosa común en la que los episodios de
violencia tienden a caer ya sea por el miedo a las instancias del poder o
por la necesidad íntima de procesar las experiencias del horror. Así, la
inscripción de los nombres en las mencionadas lápidas es una iniciativa
que insta a sacar a las víctimas del anonimato. (ver fotografías 2-3).

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


En esa misma dirección, se han desarrollado actividades para
afianzar las relaciones de convivencia, promoviendo estrategias cul-
turales y artísticas como talleres de música, danza, teatro y escritura,
cuyos resultados han sido efectivos y han incidido en la transformación
urbanística y espacial de las comunas afectadas por el conflicto. Los
ejercicios con la palabra escrita han sido uno de los medios más efecti-
vos para catalizar las experiencias traumáticas, dado que en esta lógica
de reivindicación verbal la narración de la experiencia, en palabras de
Beatriz Sarlo, une el cuerpo y la voz a una presencia real del suje-
to en la escena del pasado (29); de ahí que no puede haber narración
o testimonio sin una experiencia previa que lo motive, pero tampoco
«hay experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de la ex-
periencia, la redime de su inmediatez o de su olvido y la convierte en
lo comunicable, es decir, lo común. La narración, entonces, inscribe la
experiencia en una temporalidad que no es la de su acontecer sino la
de su recuerdo» (29).

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{158}

Fotografías 2 y 3
Antejardín del Museo Casa de la Memoria

Así las cosas, en este capítulo nos interesa hacer un análisis desde
la geopoética, para lo cual tendremos en cuenta las ideas de Fernando
Aínsa pero utilizándolas para indagar sobre procesos que hemos opta-
do por llamar «reconstrucción geopoética de los espacios de horror en
la ciudad de Medellín». Se trata de pensar algunas de las manifestacio-
nes artísticas y testimoniales que surgen como respuestas/propuestas
en el interior de los grupos que más han sufrido el conflicto armado,
y a la luz de dos concepciones fundamentales en los estudios literarios
contemporáneos –la poética del espacio y el discurso testimonial–, es-
tudiarlas como concepciones que están presentes en la configuración
de estos espacios de la ciudad y en la memoria colectiva de quienes las
reconstruyen desde la evocación geopoética.
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

Escribir y nunca olvidar


Ahora bien, teniendo en cuenta que el objetivo de las acciones y
producciones culturales y artísticas orientadas a recuperar la memoria
del conflicto es testimonial y cumple un compromiso ético con las víc-
timas y con la historia de la ciudad y del país, habría que pensar dichas
propuestas en los términos que propone Javier Mardones cuando es-
cribe: «Una ética desde las víctimas exige ampliar la racionalidad que
no desdeña el relato del testigo ni la fuerza poética de lo que apresa
el argumento pero sugiere la metáfora y el símbolo» (8). Así, escribir
la vida, narrar la historia de una experiencia del horror, ha sido una
de las iniciativas del trabajo con las víctimas, lo cual se ha llevado a

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cabo mediante talleres de escritura en los que se incita a recuperar {159}
sistemáticamente los discursos de la memoria, y que han dejado como
resultado diarios, cartas y otras formas de testimonio.
Entonces, al recurrir al compromiso ético de la escritura, se alude
a la función que ha cumplido la literatura testimonial en el desarrollo
de las letras en Latinoamérica, ya que su objetivo ha sido el mismo,
pues a pesar de que esta práctica discursiva se ha transformado des-
de los primeros discursos de resistencia en la Colonia, tanto en lo
relacionado con los agentes testimoniantes como con los contenidos,
conserva un sentido esencial que es el que Miguel Barnet plantearía
en 1970 cuando argumentaba que había que desenterrar historias
reprimidas por la historia dominante para permitir que los testimonia-
listas hablaran por cuenta propia, recreando el habla oral y coloquial de
los narradores-informantes y colaborando así con la articulación de la
memoria colectiva (Yúdice 207). De igual manera, se ha mantenido la
relación de otredad de los sujetos testimoniantes con respecto al poder;
de ahí que los contenidos del testimonio moderno provengan de his-
torias contadas por voces «vivas», por actores sociales, muchas veces
investidos de liderazgo o protagonismo en la lucha por la liberación de
un grupo sometido o, en el caso de Medellín, de sujetos acosados por
la violencia.
No es gratuito entonces que muchos de los participantes en los
talleres de escritura elijan escribir testimonios a manera de cartas cu-

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


yos destinatarios suelen ser familiares o amigos víctimas de asesinato
o desaparición. Así lo vemos en una de las iniciativas implementadas
en Medellín por el Centro Nacional de Memoria Histórica, que deno-
minaron «Una carta para Bojayá» y con la que en el 2016 se invitaba
a la comunidad a enviarles mensajes de apoyo al grupo de mujeres
cantadoras de Pogue-Bojayá, quienes han cantado «Alabaos por la paz
para Colombia y el mundo». Ellas con sus cantos han tejido, junto a las
comunidades negras e indígenas de la región, sus aportes al proceso de
paz y han dado una respuesta artística a décadas de conflicto y exclu-
sión (Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación).
La escritura de las epístolas es un ejercicio que, debido a las carac-
terísticas del género –tránsito entre presencia/ausencia/evocación–,
posibilita al emisor un espacio de libertad poética para narrar el vacío
que dejan tras de sí los muertos y los desaparecidos, con lo que se cons-
tituye una poética de la ausencia. Mediante este trabajo, los participantes
recuperan un lugar de la enunciación, lo que deja en evidencia sus

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{160} propias verdades y la falsedad de los discursos dominantes,2 y nos re-
cuerda el carácter democrático de las narraciones testimoniales, como
bien lo subraya John Beverley:
Testimonio is a fundamentally democratic and egalitarian form
of narrative in the sense that it implies that any life so narrated can have
a kind of representational value. Each individual testimonio evokes an
absent polyphony of other voices, other possible lives and experiences.
Thus, one common formal variation on the classic first-person singular
testimonio is the polyphonic testimonio made up of accounts by differ-
ent participants in the same event (28).

Para retomar el tema de las posibilidades que brinda el género


epistolar en los procesos de recuperación de la memoria y de denuncia
de las acciones de violencia en el contexto de la ciudad de Medellín,
destacamos dos textos que tienen por motivo una carta; en el prime-
ro hablaremos de un metatestimonio, una canción que lleva por título
Desde la trinchera, de Salomón Dorado Castillo, en la que se invoca «una
carta perdida en el camino»:
Me encontré una carta en el camino
. . . . . . . . . . . . . . . . .
Esa carta decía:
Adiós amor mío
Ya más nunca te volveré a ver
esta guerra está cruel y estoy herido
Y en la selva lentamente moriré
. . . . . . . . . . . . . . . . .
Quisiera saber quién la habrá escrito
Un soldado, un subversivo, no lo sé
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

Pero sea quien sea da lo mismo,


Es nuestro hermano y nos tiene que doler.

Una misiva es el recurso utilizado en un testimonio que encontramos


en «Carta a mis nietos», de María Helena Cadavid, incluida en el libro
Historias no oficiales de guerra y paz (2006), de Luis Fernando Barón.
Allí se narra la desgracia familiar a causa del carrobomba que estalló

2 La importancia de las narraciones de estos sujetos testimoniantes equivaldrían


a lo que León-Portilla llama la voz del vencido, pero que hoy referimos como voz
del subalterno, la cual obedece a una manifestación de lo contemporáneo (Osorio,
«Discurso-testimonio»).

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el 16 de febrero de 1991 al lado de la Plaza de Toros La Macarena, {161}
cuya autoría se atribuye a Pablo Escobar, por entonces jefe del cartel
de Medellín. La víctima escribe a sus nietos dejando el testimonio de
esos años de horror:
no salíamos tranquilos a las calles pues tiraban bombas para
asesinar a los policías, para destruir instituciones bancarias. Los sica-
rios, que eran muchachos que aprendían a matar; asesinaban a la gente.
El capo de ese tiempo era Pablo Escobar, temido por unos y amado por
otros, ya que le ayudaba a los pobres (eso dicen), nos hizo mucho daño
(Cadavid 37).

En el ejemplo anterior encontramos, además, otra de las características


del texto testimonial, relacionada con el yo hablante que aparece como
«yo colectivo», es decir, que el sujeto habla en nombre de una comu-
nidad afectada por un mismo problema. La mencionada especificidad
incide en la línea divisoria que suele trazarse entre el texto testimo-
nial y la narrativa autobiográfica –cuyo pionero es san Agustín, pero
que se hace popular durante el Renacimiento y la Reforma–. Mientras
el autor de la biografía está convencido de su «singularidad» y pue-
de contagiar a su lector de su engrandecimiento, el yo testimonial no
presume ni nos invita a identificarnos con él (Sommer, «Sin secretos»
142). Hugo Achugar se aventuró a plantear que el testimonio era una
especie de biografía del iletrado o de aquel que no controla los espacios

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


de la historiografía y de la comunicación (56). Achugar sostenía que
mientras la autobiografía es un discurso de la vida íntima o interior, el
testimonio es un discurso de la vida pública, del «yo en la esfera públi-
ca», de allí que se le haya llamado «autobiografía despersonalizada» y
estas características se las daría ese posicionamiento del yo que escribe
a nombre de un colectivo (Osorio, «Discurso-testimonio»).

El texto-testimonio: catalizador de traumas y generador de esperanzas


Una iniciativa sociocultural para la reconciliación nacional frente
al conflicto está referenciada en Historias no oficiales de guerra y paz,
cuyo objetivo último, en palabras del autor, es: «Reconstruir y conocer
las memorias y narrativas sobre las violencias y la paz es primordial
en Colombia, como insumo indispensable para redefinir sus proyec-
tos de nación, confrontar fantasmas, sanar heridas y poder olvidar»
(Barón 190). En dicho texto, se recogen testimonios de las víctimas de

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{162} la violencia en Colombia que aunque son narrados de forma amplia y
dolorosa, también son catárticos pues dan cuenta del estado actual de
sus actores. Entre los temas recurrentes está la esperanza en el pre-
sente, y si bien se reivindica la justicia divina, plantea el reto a los
victimarios para que respondan por tanta crueldad. Otro de los elemen-
tos esperanzadores que se desvelan en los testimonios allí recogidos es
la insistencia en el pasado idílico y feliz del campo en comparación con
el fatídico presente en las comunas de Medellín, que son mostradas
como el germen de la violencia. Igualmente, en Historias no oficiales de
guerra y paz se saca a flote el recuerdo del pasado y se deja constancia
a la opinión pública de la violencia ocurrida, interpelando al verdugo
para exigirle su compromiso con la paz y la reconciliación; sin em-
bargo, los testimonios insisten, por ejemplo, en describir la desgracia
sufrida por algunas víctimas narrando el antes, el durante y el después de
haber pisado una mina antipersonal.
Otra iniciativa para la reconciliación y la sanación de las víctimas
tuvo lugar con el programa «Víctimas del Conflicto Armado» de la Se-
cretaría de Gobierno de la Alcaldía de Medellín, a través de talleres de
escritura y sensibilización dirigidos por la periodista y profesora uni-
versitaria Patricia Nieto. Como resultado de esta importante iniciativa,
surgieron los libros de relatos Jamás olvidaré tu nombre (2006) y El cielo
no me abandona (2007), escritos por las víctimas del conflicto armado de
la ciudad y el país. El objetivo de estos libros, según su compiladora y
directora del proyecto, es «introducir en el conjunto de los relatos del
conflicto armado colombiano las historias de quienes han sido víctimas
y, en consecuencia, excluidos del ámbito de la palabra en público. Esto
para contribuir a la construcción social de un proceso de reconciliación
que implica el reconocimiento de la verdad sobre lo acontecido en Co-
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

lombia» (Nieto, Cielo 14).


En las dos compilaciones encontramos testimonios que registran
actos violentos ocurridos sin distinción de raza, religión, sexo o estrato
social, pues todos sus protagonistas han sido víctimas de los actores de
la guerra que batallan en el escenario de violencia nacional. Las his-
torias aquí contadas insisten en describir la marginación, la ausencia
del Estado, la desigualdad y la pobreza como causantes del conflicto
armado y de la violencia. De igual forma, son recurrentes los silencios
y los olvidos, así como la desesperanza y la crispación ante los sucesos
violentos. Por ejemplo, en el breve relato «El fusilado», de Jaime Jara-
millo Panesso, se increpa al victimario, que en este caso es el Frente 47

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de las FARC . El texto da cuenta de los acontecimientos en torno al {163}
fusilamiento de su hijo Fidel, así como de las nefastas coincidencias
que hicieron que el joven estuviera en el lugar y la hora equivocados en
aquella fecha infame en el oriente antioqueño. Al final de este testimo-
nio, en forma de lamento, el padre de la víctima expresa lo siguiente:
Pasados los mismos años, la comandante del Frente 47 de las
FARC , que ostenta el alias Karina, sigue disparando y aterra a la po-
blación civil. A ella le increpo de nuevo: ya puse mi cuota de guerra,
un plante de vida descuajado en sangre. ¿Cuándo van a poner usted y
sus conmilitones la cuota de paz, aportando su plante de vida para con
los civiles, para con los inocentes, para con las ciudadanas y ciudadanos
desarmados? (Nieto, Cielo 50).

En este tipo de testimonios, según podemos observar, se exhorta a los


victimarios a finalizar sus actos de violencia y a adquirir un compro-
miso verdadero con los procesos de paz. Así, el objetivo de utilizar la
palabra escrita no deja espacio para el olvido o el silencio; de manera
que, como bien lo plantea Barón, ni el olvido ni el silencio son formas
de negar las violencias y la guerra, sino que son el resultado de la
construcción de códigos de interpretación y comportamiento de una
historia y de una situación percibida como turbia y cruel (191-192).
Barón insiste en que «olvidar, callar y pasar desapercibido son formas
adoptadas para sobrevivir, individual y colectivamente. Son maneras

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


de proteger y salvaguardar la vida y el bienestar (191-192). De modo
que se hacen necesarios los proyectos de memoria nacional, aunque
también señala que estos no pueden ser completamente totales ni ho-
mogéneos.
En otra dinámica, se presentan las narraciones que afectan a los
sujetos pertenecientes a los estratos sociales altos. En las compilacio-
nes de relatos realizada por Nieto, se narran las historias de algunas
víctimas que pertenecen a la clase alta, quienes dan cuenta del mismo
dolor y de las secuelas de la barbarie humana, dejando en evidencia
que las formas de la violencia en Colombia afectan de múltiples mane-
ras a los diferentes grupos sociales. Sobre este aspecto, Luis Fernando
Duque insiste en que no hay patrones comunes de víctimas por es-
tratos económicos y sociales. Sin embargo, subraya que así como los
pertenecientes a estratos bajos tienen mayor probabilidad de padecer
amenazas, agresiones físicas sin arma y violación sexual, los que perte-
necen a los estratos medio y alto son más víctimas de engaños, estafas,

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{164} agresiones armadas y amenazas leves o graves. En ese orden de ideas,
el desplazamiento forzado se presenta con mayor probabilidad en los
estratos bajos y altos (Duque 26). En suma, según lo planteado en el
estudio de Duque, no hay estrato social en Medellín o en Colombia que
no haya sido víctima de la guerra, pues los contornos de barbarie ser-
pentean por los espacios menos esperados, desde la montaña, el valle,
el llano, las calles empinadas de las laderas o las avenidas y los sende-
ros verdosos e iluminados de sectores exclusivos de la ciudad.
Varios de los textos que pueden leerse en El cielo no me abandona
relatan experiencias dolorosas de la violencia, y en uno de ellos, titu-
lado «Hay un ángel», el dolor de una madre toma protagonismo con
el testimonio de Carmen Nelly Orozco, que describe la desaparición
de su hijo por causas no esclarecidas y su posterior hallazgo sin vida.
Orozco cuenta los pormenores de las 1460 noches de espera, en medio
del dolor y de la angustia, que transcurren hasta la recuperación de
los restos. Aquí, igualmente, narra su impotencia ante la adversidad
acaecida y la indiferencia frente a su tragedia.
Como se observa, los testimonios de los secuestrados también
aportan al tema de reflexión que nos interesa, la geopoética, ya que las
narraciones sobre el desplazamiento por regiones selváticas pueden
oscilar en un tono evocador del campo, que se va transformando en
territorio de miedo y que conspira para la maldad. En este sentido,
en El cielo no me abandona se presenta otra narración en la que el des-
plazamiento opera en un sentido inverso a como suele mostrarse y en
relación con un secuestro cuya víctima es llevado de la ciudad al cam-
po. El testimonio «Lo mío fue un milagro» narra el secuestro de un
empresario de Medellín a su regreso de un viaje por las carreteras de
Antioquia. Con el título del testimonio se desvirtúa la carga negativa
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

del secuestro, sobreponiendo el poder divino como salvación de su tra-


gedia, pues el autor expresa en la primera línea que «Lo mío no fue un
secuestro. Fue un milagro» (Nieto, Cielo 51). En este relato, sobresale
la inquebrantable voluntad de la víctima ante la tragedia y la descrip-
ción minuciosa del espacio de cautiverio, compuesto de montañas, ríos,
cañadas, cantinas, chozas, matorrales y pantanales que acompañan su
desplazamiento durante cinco días. El paisaje que se describe podría
evocarnos una imagen paradisíaca de la naturaleza, pero que al con-
vertirse en escenario del cautiverio, se va transformando en un lugar
angustiante y claustrofóbico. La experiencia del cautiverio, narrada a
manera de testimonio, informa pero también denuncia:

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Diez de la mañana. Volvimos montaña arriba. Cuatro de la tar- {165}
de. Regresamos donde estuvimos el día 4 de abril, río Cocorná. Pasamos
la montaña del otro lado. Dos de la mañana. Llegamos por fin a una es-
cuela rural. Allí había más o menos unos 70 guerrilleros. Se encontraban
en una fiesta. Me dieron como habitación un rancho donde había unas
doce cuerdas de alambre de púas. Allí llovió más o menos hasta las diez
de la mañana del día 8 de abril (Nieto, Cielo 55) .

El testimonio anterior es interesante porque nos obliga a reactualizar


algunos de los rasgos que le hemos atribuido al discurso testimonial,
pues si bien conserva el yo colectivo, hay un intercambio con el yo indi-
vidual relacionado con la situación que se denuncia: un secuestro cuya
narración nos obligaría a discernir entre las acciones ejecutadas por
el grupo perpetrador (desplazamientos) y las que denuncia la víctima
(encierro). Por otra parte, el sujeto testimoniante en las narraciones
de los secuestrados también responde a rasgos diferentes a los que se
reconocen en los testimonios tradicionales, puesto que, en general, se
trata de sujetos con ciertos privilegios sociales, políticos o económicos
que disentirían del grupo iletrado y subalterno que los testimonios
han representado. Situaciones como estas son las que nos llevarían a
ampliar los límites del género mismo, de modo que las narraciones
de injusticia y violencia a través de fenómenos como el secuestro, tan
inherentes a la sociedad colombiana, hacen necesario reactualizar la

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


definición del género testimonial, puesto que la voz del secuestrado es
la de un yo individual y su experiencia no se puede generalizar.
Otro tipo de relatos entra en esta configuración discursiva en
torno a los fenómenos de violencia que habitan la ciudad y el país. Se
trata de aquellas narrativas que dan testimonio de la violencia causada
por uno de los artefactos más devastadores de la guerra: las minas
antipersonales. En «El secreto», Carlos Alberto Correa narra su pro-
pia desgracia desde el momento en que pisó una mina que le produjo
heridas graves y la pérdida de una de sus piernas, desgracia que pudo
diezmar con el rezo milagroso que invocó para detener la hemorragia
de sangre en el momento del accidente, y con lo cual pudo evitar una
muerte segura. En este texto, la condición campesina del autor devela
una desgracia de fondo, pues desde ese instante el personaje pierde su
trabajo, su familia, su casa y todos aquellos referentes de su proyecto de
vida para verse forzado a vivir en la ciudad, desempleado e implorando
la caridad de sus vecinos y del Estado para que lo favorezca con una

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{166} casa para vivir: «Mi sueño, después de todas estas tragedias, es que un
gobierno, una ONG u otra entidad se conmueva de mi historia y me dé
una casita. Ahí podría yo dormir tranquilo. Ya nadie me diría ‘váyase
hoy’. Espero que algún día Dios me haga el milagrito» (Nieto 27).
Para Fernando Aínsa, la experiencia del hombre está siempre vin-
culada a la experiencia del espacio (Del topos al logos 20); en este sentido,
el espacio rural en el país ha sido infectado por minas antipersonales
que imponen límites y fronteras en el paisaje y en las libertades del
campesino para sus desplazamientos cotidianos. Nuevas limitaciones
se le imponen en su experiencia y vínculo con la tierra, con lo cual se
crean nuevas relaciones con la naturaleza que, desde esta perspectiva,
aparece ya distorsionada y como generadora de miedos y tragedias
pues, siguiendo con Aínsa, «la imagen del espacio se filtra y se dis-
torsiona a través de mecanismos que transforman toda percepción
exterior en experiencia psíquica y hacen de todo espacio un espacio
experimental» (Del topos al logos 21). Aquí el campo para el campesino
ya no representa esperanza o bienestar, sino miedo y limitación, puesto
que hay una distorsión y cambios de referentes de lo que antaño fuera
la imagen idílica del campo colombiano.
Otra historia sobre víctimas de las minas antipersonales tiene el
mismo telón de fondo: condición campesina del personaje, trabajo de
la tierra para sobrevivir y pocos recursos económicos para el sosteni-
miento familiar. La tragedia, que lleva por título «Adiós a dos amores»
y es contada por Gladis Marulanda, la esposa de la víctima, se centra
en un episodio sobre su dolor tras perder a su hijo y a su esposo cuando
ellos pisaron una mina antipersonal:
Entonces yo me entré a cuidar a Álvaro, a Maryori y a Alexis,
y me fui para la poceta a lavar la ropita. En esas escuché un ruido muy
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

fuerte y salí a ver qué pasaba. No vi nada y me volví a salir. Él me es-


taba gritando y yo fui rapidito a buscarlo. Él venía arrastrándose en el
estómago, porque se quedó con el pie mocho, entonces no podía caminar.
Gritaba de dolor y estaba consciente (Nieto 39).

El lugar de trabajo del campesino y su hijo se transforma, y como pro-


ducto de la guerra, se convierte en un escenario de ella. Los victimarios
asumen el control de la zona y de las ventajas frente a las posibles
persecuciones de las Fuerzas Armadas del Estado. Por tales razones,
el campo es conquistado por las fuerzas insurgentes y por la violencia,
cuya consecuencia más inmediata es el desprendimiento forzado del

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campesino, obligándolo a dejar su idílico espacio rural; esto en pala- {167}
bras de Aínsa lo podríamos nombrar como el desplazamiento de «ese
espacio sensible, íntimo, espacio vivencial, espacio vivido, espacio que
se tiene, espacio que se es» (Del topos al logos 21).

Música para la remembranza idílica


En otro sentido, volviendo a los ejemplos de la carta como
metatestimonio y como testimonio, podríamos destacar que en las pro-
ducciones sobre el conflicto armado en Colombia es común encontrar
una fisura entre un antes y un ahora; un antes que si bien no es comple-
tamente armónico, sí está marcado por la ruptura íntima que produce
una acción violenta: el asesinato de un ser próximo, una masacre o
los desastres ocasionados por la explosión de una mina antipersonal.
Dadas las características de nuestro país, esto es, de nuestra geogra-
fía, así como del tipo de violencia que nos acosa, es recurrente que
ese antes los constituya la vida armónica en el campo, en las fincas o
incluso en el barrio. El después se corresponde con las narraciones de
la nostalgia de la pérdida, relacionada con la tierra, pero también con
las ausencias que impone la violencia. En esta misma línea de sentido,
observamos que los testimonios sobre la violencia en el campo aluden
a espacios (topos) que son evocados (logos) como lugares de abundante
generosidad de la tierra, y a donde los afectados por la violencia quie-

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


ren regresar. Se trata, en otras palabras, de remembranzas de paraísos
perdidos, de la nostalgia de los sujetos expulsados por la violencia y
del deseo de regresar a la tierra. Así lo escuchamos en dos canciones
interpretadas por músicos de la región de Urabá, una de las zonas más
afectadas por el desplazamiento interno en Colombia. En ellas se evo-
ca la región y el campo (topos) y se denuncian (logos) los efectos de la
guerra. La primera es Yo me quiero devolver, cantada por el Grupo de
Bullerengue Tradicional de San Juan de Urabá, y dice así:
¡Ay, ay, ayyyy, ay!
esta guerra ya no es mía
¡Que se vayan!
Mar es tierra, la piel mía
Sangraaaa
yo me quiero devolver
sueño con la tierra mía.

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{168} Ese lamento que se escucha en la canción, esto es, la nostalgia de la
tierra, nos lleva a relacionar la noción de tierra con la de lugar, que es
uno de los elementos fundamentales de la identidad, pues los lugares
que habitamos en nuestra realidad inmediata adquieren un significado
personalizado (Aínsa, «Del espacio mítico» 32). De ahí que el senti-
miento de desarraigo y exclusión, tan recurrente en las narraciones de
la violencia, tenga en muchos casos el referente de lugar del que fueron
desplazados. La otra canción que aludimos se titula Quiero regresar y es
interpretada por Urabá Conexión, una agrupación que fusiona ritmos
tradicionales de la Costa Atlántica, como el bullerengue, con el hip hop.
En esta se canta así:
Yo nací en el campo
. . . . . . . . . .
Pero con las armas de la violencia de unos paisanos que
ya no piensan,
Salí corriendo de mi región
. . . . . . . . . . . . .
Quiero regresar a mi tierra linda
. . . . . . . . . . . . . . .
Porque es que allá yo sí sé qué hacer.
Extraño mi hamaca, mi tierra, el calor, la pesca en el río,
besar a mi vieja con mucho amor
Extraño la brisa que me acarició, cuando desde niño yo
cultivaba allá en mi región.

En esta cita, volvemos a encontrar la idea del lugar en los términos que
expusimos antes, pero también la noción de territorio; pese a que pue-
de aparecer como sinónimo de lugar, se suele señalar que el territorio,
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

como lo destaca Javier Álvarez (18), alude a una soberanía que se ejerce
sobre sus límites, de manera que compromete el ejercicio del poder
para restringir o permitir el acceso a determinados lugares o regiones.
En íntima correspondencia con el sentimiento del lugar o la alusión al
territorio, tenemos el antes idílico y el después marcado por la tragedia y
que se suele poetizar como nostalgia del paraíso perdido. En suma, en-
contramos en los textos de las canciones que a la vez que se denuncian
los efectos del desarraigo del lugar de origen, se denuncia el efecto de
las fuerzas políticas o militares que actúan sobre el territorio. Paralelo
a lo anterior, también se desvelan las penurias que implica el desplaza-
miento hacia los centros urbanos y el vivir como «desplazados». Estos

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lamentos son los que escuchamos en la canción De mi tierra no me quiero {169}
ir, interpretada por el grupo musical Etnia and Company, de Tagachí
(Chocó), el cual surge como iniciativa de los desplazados de Bojayá,3
Tagachí4 y otras comunidades del Atrato que fueron víctimas de una
cruda violencia. La canción dice:
Hablé con mi padre llorando decía:
Que él en el campo aunque pescao boliao comía
Y ahora en la ciudad pasa penitencia,
La gente lo mira como una triste telera
Y si va por la calle le dicen: «allá va el desplazao».

Este texto es interesante para nuestro propósito, puesto que el con-


traste entre el antes y el después está asociado a dos topos: el campo y
la ciudad, y esta última se convierte en el lugar existencial, en el doble
sentido de la palabra, del desplazado. Así, la ciudad representada en los
textos musicales se aleja de la concebida por los organismos de planea-
ción urbana, de manera que también se distancia de esta como centro
letrado, pero se resignifica en correspondencia con las dinámicas so-
ciales y con la forma como la habita el sujeto. En el ejemplo citado,
acudimos a una representación de la ciudad a través de los ojos de un
desplazado que no encuentra su lugar en ella, de modo que como ex-
cluido del campo deviene en sujeto marginalizado en la ciudad: el que
no tiene lugar. A nuestro planteamiento sería inherente la siguiente

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


pregunta: ¿qué ciudad habita el desplazado? Nos queda por señalar
que, a pesar de la exclusión y quizá con la experiencia de esta, el suje-
to desplazado vive la ciudad a su manera, en tanto que la transita y la
sufre. Javier Álvarez, apoyándose en Michel de Certeau, destaca que
la ciudad como espacio vivido se transforma en territorio, ya que el
individuo se la apropia en su devenir cotidiano y la experimenta a su
modo (22-23).

3 El municipio de Bojayá está ubicado en el departamento de Chocó. Este pequeño


municipio ha pasado a la historia por haber sido el escenario de una de las
acciones más violentas perpetradas por las FARC y que hoy se conoce como
«masacre de Bojayá». En ella murieron más de setenta civiles. Un informe
detallado sobre este ataque se encuentra en Bojayá: la guerra sin límites (2010),
realizado por el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación.
4 Tagachí es un corregimiento de Quibdó, capital de Chocó, que ha sido un
territorio en disputa.

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{170} El barrio: lugar y territorio de nuevas expresiones artísticas
Hemos destacado que el intercambio geográfico representado en
las narraciones sobre la violencia opera en un doble sentido, pues por
razones distintas se puede dar del campo a la ciudad, pero también de
la ciudad al campo. Lo que nos interesa, no obstante, es señalar que
estos dos topos funcionan de forma interdependiente, dado que hay
fenómenos urbanos que repercuten en el campo, pero asimismo suce-
de el caso contrario. Una expresión de esto último la tenemos en los
asentamientos y en la proliferación de los barrios periféricos que han
surgido a causa de la violencia en el campo y del desplazamiento de
los campesinos, entre los que contamos algunos de los 20 barrios que
conforman la Comuna 13 en Medellín.5
El barrio y la comuna son el lugar y el territorio, por cuanto son
espacios cuyo sentido se ha connotado para dar cuenta de las marcas
individuales, sociales o políticas que adquieren. Así las cosas, el barrio
toma connotaciones específicas en los textos de los jóvenes raperos
de las comunas que aunque narran sus problemáticas concretas, se
distancian de la manera como los discursos oficiales suelen retratar-
los, esto es, como nidos de violencia, pobreza y marginalización. Al
respecto, Álvarez, cuya tesis doctoral se orienta justo a mostrar que
la prensa y los discursos oficiales inciden en la imagen y la opinión
que los ciudadanos tenemos de la Comuna 13, destaca que los proce-
sos de «guetificación» obedecen a fuerzas socioeconómicas y que las
favelas y las villas de miseria hacen parte de un fenómeno global, que
son producto de la concentración de la riqueza y de la falta de me-
didas globales que combatan la desigualdad (90). En relación con la
Comuna 13, específicamente, señala que a partir del 2002 se empieza a
crear y a difundir la idea del sector como un espacio de guerra, resul-
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

tado de las confrontaciones entre los diferentes grupos insurgentes,


sobre todo las llamadas milicias populares, y las fuerzas del Estado.
No obstante lo anterior, Álvarez (99) aclara que los grupos mili-
cianos de la Comuna 13 integraron otras bandas delincuenciales que ya
existían allí y mantuvieron cierto proyecto político. Quizá por esta razón,

5 La Comuna 13 está ubicada en la parte occidental de Medellín y la conforman 20


barrios de características distintas, pero muchos de ellos han surgido como
producto de la invasión y al margen de las normas legales de planeación.
Más detalles sobre el proceso de poblamiento y de integración de estos
sectores campestres al espacio urbano, pero también sobre la conformación
socioeconómica de los habitantes actuales, se encuentra en Álvarez (93-95).

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las organizaciones de jóvenes conservaron un espacio propio en la co- {171}
muna, lo que se ve reflejado en la participación juvenil en la redefinición
del barrio y en las imágenes que se proyectan de él. Así, el movimiento
rapero participa en la re-definición, pues en sus textos es recurrente que
el topos urbano se reivindique como un espacio para la convivencia pací-
fica de sus habitantes, es decir, un lugar susceptible de ser recuperado y
convertido en un territorio de paz. Entonces, los jóvenes raperos de la
Comuna 13 estuvieron entre los primeros en posicionarse con esta forma
de protesta en Medellín, de ahí que la misma Comuna 13 aparezca como
protagonista en las canciones, con las que también se intenta restablecer
una imagen perdida del barrio (topos) y de sus habitantes. Así lo escu-
chamos en «Aquí estoy bien», del grupo musical Esk-lones, canción en
la que se reclama el elemental derecho a vivir tranquilo en el barrio sin
tener que abandonarlo por causa de las amenazas:
Pero si aquí estoy bien
En la calle yo me siento relajao
¿Por qué me tengo que marcharme?

En la canción «Esta es la 13», se reivindica el barrio desde una geopoé-


tica inherente a él cuando se lo describe diciendo que es «el mejor
refugio que ha encontrado este poeta». Sin embargo, en toda la can-
ción se percibe una tensión entre un logos poético versus un espacio
de horror: poéticas son las imágenes gratas que se dan del barrio y

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


el horror emerge como testimonio que denuncia. Así, esta reivindica-
ción geopoética posibilita cambiar la imagen negativa que se difunde
del barrio en la prensa y otros medios. Mediante un «yo testimonial»,
que funciona como la voz del colectivo, los habitantes denuncian pero
también dan cuenta del deseo de transformar esa realidad. En suma,
los textos de las canciones traen a cuenta actos de violencia tan ate-
rradores como los causados por la llamada operación Orión, a la que
aludiremos más adelante. Veamos dos estrofas:
Hablar sobre mi barrio no me costará trabajo
vivo en una parte alta del nivel social más bajo
donde las paredes hablan las cortinas no están quietas
es el mejor refugio que ha encontrado este poeta
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El barrio cambió su nombre por operación Orión
que recuerdan de la 13 plomo de arriba pa bajo
no recuerdan a su gente ni el dolor que eso les trajo.

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{172} Es evidente entonces que estas representaciones del barrio aluden a
una poética (logos) que no tiene relación con la imagen turística con la
que se suele promover a Medellín y que todos conocemos: la Ciudad de
la Eterna Primavera y, más recientemente, la Ciudad Innovadora. Al
barrio se le canta con la añoranza de convertirlo en un lugar en el que
los jóvenes puedan vivir en paz. Sus habitantes se niegan a ser señala-
dos por el solo hecho de vivir en dichas comunas, lo cual –como bien
sabemos– se refleja en la pérdida de oportunidades laborales, dado que
es evidente que la frontera entre la ciudad trazada y la ciudad planeada,
con los barrios improvisados en los que reina el caos urbanístico, marca
una línea divisoria con los individuos habitantes de las comunas. Este
último aspecto constituye otro elemento de denuncia en varias cancio-
nes y es el tema principal en Mejores días llegarán, en la que se destaca la
violencia que la Policía ejerce contra los jóvenes, pero a la vez se llama
a vivir en paz:
Ayer pasé cerca de un polizón
Me requisó y me preguntó
Si usted es artista por qué anda a pie
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Muchos homicidios, demasiados funerales
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
mejores días llegarán
Tanta guerra ya
necesitamos la paz.

La Comuna 13 es también la protagonista en el libro del 2005 Comuna 13:


crónica de una guerra urbana, del periodista Ricardo Aricapa, producto
de un proceso de investigación de gran aliento. Si bien es el propio
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

Aricapa quien guía la narración de las historias, también hay lugar para
la presentación de testimonios de viva voz de las víctimas de las con-
frontaciones. En este sentido, por ejemplo, hay relatos que cuentan el
surgimiento y los modus operandi de las milicias urbanas para controlar
los cordones periféricos de la ciudad, surgimiento que, según Aricapa,
se vio favorecido por «la topografía laberíntica y por la ausencia casi
total de la fuerza pública» (27). En uno de los testimonios, se cuenta la
experiencia traumática que tuvo una integrante del taller literario de la
Comuna 13, quien por accidente se vio en medio de un tiroteo:
Nos contó que había visto matar al señor de la tienda don-
de nosotros íbamos a mecatear cuando salíamos del colegio. Ella, como

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nosotras, también se había escondido, detrás de un murito, desde donde {173}
le tocó ver la muerte del tendero, a una distancia de tres metros. Era la
más niña del taller, y nunca había visto semejante cosa. ¿Se imagina cuál
puede ser el valor de la vida para esa niña después de haber visto eso?
Es que antes los milicianos no mataban a la gente así, en pleno día y a
la vista del que estuviera. Eso lo empezaron hacer cuando entraron los
paracos. Se volvieron paranoicos» (Aricapa 114).

Historias como esta formaron parte de la cotidianidad de los habitantes


de la Comuna 13 durante muchos años. Pero ante esas circunstancias,
también tenemos que los medios más efectivos para recuperar la me-
moria han sido las creaciones literarias y artístico-musicales, cuyos
productores, jóvenes en su mayoría, se asumen como agentes polí-
ticos para participar en los procesos de cambio, dando a conocer la
imagen de barrio como espacio de conflicto y violencia, pero también
manifestando la esperanza de un cambio. El arte propicia entonces las
herramientas para responder de forma efectiva a los procesos de re-
cuperación de la memoria que, a su vez, son determinantes para el
entendimiento de los conflictos y la búsqueda de alternativas esperan-
zadoras, esto es, como esperanza en el presente mismo, como añoranza
del pasado idílico y feliz en comparación con el fatídico presente urba-
no, como interpelación al verdugo para exigirle su compromiso con la
paz y la reconciliación, entre otras formas de manifestación.

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


En otro sentido, es de destacar que tanto las producciones testi-
moniales como los textos musicales resultan muy significativos para
los cambios en la percepción del paisaje y de la ciudad, puesto que,
como hemos visto, en ellos se denuncian los espacios de horror, pero
también hay una reinvención poética que alude a topos como la esperan-
za. La conquista del espacio público (topos) se convierte en la aspiración
más deseada por los actores activos del conflicto armado en algunas
comunas de Medellín, espacio que, en este caso, es privilegiado por su
topografía y ubicación estratégica en la ciudad. Frente a la apropiación
que hacemos del espacio y sus significados en nuestra existencia, Fer-
nando Aínsa (Del topos al logos) señala:
el espacio no es nunca neutro. Inscripciones sociales asig-
nan, identifican y clasifican todo asentamiento. Relaciones de poder
y presiones sociales se ejercen sobre todo espacio configurado. El te-
rritorio se mide, divide y delimita para mejor controlarlo a partir de
nociones como horizonte, límite, frontera o confín, y el espacio vital

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{174} se abre a nuevas relaciones de dominio o de transgresión, y a formas
más de diferenciación espacial que pueden ser tanto naturales y espon-
táneas como artificiales o de dominación. Zonas fronterizas, recintos
sagrados, territorios míticos, fronteras políticas, «fronteras vivas»,
«procesos expansivos», reductos inaccesibles o prohibidos, tierra pro-
metida, prácticas fundacionales territoriales; todos ellos surgen de este
proceso de división y fragmentación del espacio y de la idea, tan difícil
de erradicar del espíritu humano, de «la necesidad de la existencia de
límites» (27).

La cita anterior nos remite nuevamente al tema de las fronteras, pues


estas, como escribe Aínsa (Del topos al logos 219), ayudan a proteger los
espacios donde operan y se desarrollan las dinámicas culturales de una
sociedad, por lo que también se definen como zonas de tensión en cuyo
interior se perfilan formas de vida e identidades sociales, pero tam-
bién individuales. La frontera, continúa Aínsa (Del topos al logos 223),
establece una línea de demarcación entre lo que es uno y la «otredad»
del resto del mundo. En este pensamiento de Aínsa, encontramos ele-
mentos para analizar otro fenómeno que también es un efecto de la
violencia: las llamadas fronteras invisibles, las cuales delimitan sectores
en el interior de los barrios marginales y, aunque invisibles, separan de
forma radical a los vecinos entre sí. Se trata, en otras palabras, de ex-
presiones de poderes en acción cuyo límite fronterizo marca y controla
el alcance de la autoridad que decide, pero esencialmente son el reflejo
de otras formas de violencia (Del topos al logos 224).
Entonces, lo anterior hace más complejo el análisis de la situación
en las comunas, puesto que las fronteras invisibles han llegado a ser
tantas y tan reales como los grupos que hacen resistencias y contrarre-
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

sistencias. Tendríamos, en suma, que en dichos sectores cohabitan las


fronteras impuestas por la represión militar, es decir, las oficiales, ade-
más de las definidas por otros grupos armados: paramilitares, milicias
y bandas. Dicha coexistencia no está exenta de conflictos ya que cada
territorio demarcado se concibe como el centro desde donde se traza
la periferia, y por la manera como se definen, funcionan como espacios
de opresión y violencia pero también de libertad: opresión para los
que están por fuera, libertad, relativa para los habitantes del territorio
definido (Aínsa, Del topos al logos 224).
Así, en la Comuna 13 ha sido recurrente el fenómeno que venimos
refiriendo, pero además existe un espacio que bien podría denominarse

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el confín,6 que emerge como un topos de horror cuyos únicos habitantes {175}
son los muertos que dejó la violencia en ese mismo barrio. Nos referimos
a La Escombrera, un sitio que, como indica su nombre, alude a un depósito
de escombros donde se sospecha que han sido enterrados clandestina-
mente cientos de hombres, mujeres, pobladores de la zona, asesinados
por los actores del conflicto. La imagen de esta ladera, cuya topografía
es inhóspita de por sí, además de poder ser vista como el confín de la
Comuna, nos pone ante el dilema planteado por Primo Levi sobre su
experiencia del Lager, cuando escribe que allí los «condenados ya no
pueden hablar y ese silencio impuesto por el asesinato vuelve incompleto
el testimonio de los ‘salvados’» (Sarlo 43-44). La Escombrera aparece
entonces como un espacio en el que se desechan los restos humanos que,
según Zygmunt Bauman, serían una consecuencia de un «diseño de la
modernidad», en el que los disidentes son los indeseados socialmente y,
por tanto, son los desestabilizadores del modelo dictatorial, pues:
Allí donde hay diseños hay residuos. Una casa no está realmen-
te acabada hasta que se han barrido por completo los restos no deseados
de la obra. […] Cuando se trata de diseñar las formas de convivencia
humana, los residuos son seres humanos. Ciertos seres humanos que ni
encajan ni se les pueden encajar en la forma diseñada (Bauman, Vidas
desperdiciadas 46).

La Escombrera, como parte de ese diseño de la modernidad, alberga

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


entonces los residuos humanos que dejaron los dos violentos operati-
vos militares efectuados en los años 2001 y 2002: Mariscal7 y Orión,8
cuyo objetivo, según el discurso oficial, era la restitución del orden.
Dichas operaciones fueron comandadas por el Ejército, que actuaba
bajo el lema de limpieza social, y se efectuaron mediante desapariciones,
asesinatos y torturas.

6 El confín, escribe Aínsa, es un lugar «de misteriosa fascinación, espacio de


alteridad por antonomasia […] el confín es el punto más lejano de lo conocido»
(Del logos al topos 228).
7 La operación Mariscal tuvo lugar el 21 de mayo del 2002, empezó a las 3:00 a.m.
y finalizó a las 3:00 p.m. Se estima que en ella participaron mil efectivos de la
Policía, el Ejército y otros organismos del Estado.
8 La operación Orión se inició a la medianoche del 16 de octubre del 2002 y se
extendió hasta comienzos de diciembre de ese mismo año. En ella participaron
más de mil hombres al servicio del Estado y se utilizaron helicópteros artillados
del Ejército (Álvarez 62). Su ejecución fue ordenada por el expresidente Álvaro
Uribe Vélez. Orión fue la operación militar más dramática y violenta de las
diecisiete que se necesitaron para «domar» la Comuna 13.

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{176} En este contexto de miedo y desesperanza aparecen protestas al-
ternativas entre las cuales el hip hop y el grafiti son representativas.
Dichas manifestaciones, al surgir en el interior de los grupos margi-
nados entre aquellos que no tienen acceso a los canales oficiales para
denunciar esas situaciones de violencia, operan como una conciencia po-
pular contestataria. Así lo vemos en las imágenes pintadas en el barrio,
pero también lo leemos en los textos de las canciones. En el citado traba-
jo de Javier Álvarez, se presenta con detalle la importancia que ha tenido
el movimiento del hip hop en la reescritura del barrio y en la denuncia de
los hechos violentos que han acosado a los moradores de la Comuna 13
en Medellín. En cuanto a los grafitis, habría que verlos como una especie
de respuestas-propuestas ante un periodo de violencia.

Conclusiones
Como dijimos inicialmente, así como la Comuna 13 se mostró
como un laboratorio de guerra, también se ha ido convirtiendo en un
espacio de resistencia, donde las manifestaciones artísticas alternati-
vas son determinantes. En ese sentido, las pinturas murales o grafitis
conforman un laboratorio de geopoética en la medida en que presen-
tan la versión no oficial de los hechos, contribuyendo así a re-definir
la comuna. Se trata, en otras palabras, de propuestas que permiten
re-personalizar la ciudad a partir de experiencias creativas que, en
última instancia, propugnarían a una apropiación positiva de identi-
ficación con el barrio pues, como anotaba Aínsa, el espacio urbano no
es neutro, en él se configuran relaciones de poder y presiones sociales
de distinta naturaleza. Así las cosas, las pinturas insinúan una solida-
ridad con las comunidades afrodescendientes, pero incluso evocan al
María E. Osorio Soto • Edwin Carvajal Córdoba

restablecimiento de los lazos trasatlánticos (ver fotografía 4). En los


murales, se destaca un predominio de las representaciones afro y no
es gratuito, ya que justo son las comunidades afro del Pacífico las que
han sufrido más el castigo de la violencia y del desplazamiento forzado
(ver fotografía 4).
Insistimos entonces en que un recorrido por algunos de los barrios
de la Comuna 13 hoy en día sigue dando cuenta de la marginalidad,
el desplazamiento, la violencia, pero hoy también habla de propues-
tas de recuperación e incorporación de los espacios de la ciudad. Las
propuestas artísticas y culturales se han integrado a las urbanísticas,
de tal forma que en la Comuna 13 se han ejecutado vías de acceso

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{177}

Fotografía 4
Grafiti en la Comuna 13
de Medellín

alternativas como las escaleras eléctricas, en cinco tramos. Estas, ade-


más de actuar como espacio de conexión entre la ciudad y el barrio,
también lo son entre los distintos sectores del barrio. Lo interesante
es que la conexión espacial implica sociabilidad y, a un nivel simbólico,
es el medio por el que los visitantes externos al barrio también parti-
cipan e interactúan con el entorno, y lo hacen a través del paisaje que
evidentemente cambia entre estación y estación, pero en especial por
los grafitis y las pinturas murales que acompañan el trayecto, cuyo
carácter es inminentemente político y denunciatorio.

Reconstrucciones geopoéticas de los espacios del horror: la ciudad de Medellín


Por último, estas narrativas y representaciones sociales y cultu-
rales de la violencia de la ciudad constituyen un intento de resistencia
ante la cruda realidad de las víctimas, intentos que en los últimos años
se han concentrado en la creciente movilización por la memoria, la
justicia y la reparación. El logos se afianza en estas expresiones como
factor explícito de denuncia y afirmación de diferencias. Es una res-
puesta militante a la cotidianidad de la guerra y al silencio que se quiso
imponer sobre las víctimas sin distinción de raza, religión, sexo o estra-
to social. Este componente de denuncia y afirmación se ve reflejado en
los incontables relatos que pueblan el topos violento de Medellín (tes-
timonios, canciones, grafitis, performance), y que cada vez más buscan
espacios visibles para su reconocimiento en los ámbitos social, cultural
y político del país, con el propósito de reclamar el esclarecimiento de
lo ocurrido, visibilizar las voces silenciadas, al tiempo que para hallar
un poco de calma mediante este ejercicio de la palabra y el arte como
entes liberadores.

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«Nuevas» voces e imágenes en el cine
colombiano: ¿síntomas del cine del
(pos)conflicto?

Eduardo A. Caro Meléndez


U N I V E R S I D A D E S TATA L D E A R I Z O N A

A dónde van las huellas que atrás quedaron


A dónde van las voces que oigo en mi sueño
Qué me oculta aquel que las silenció
Qué mordaza negra las apagó
A dónde van las pisadas perseguidas por el dolor
A dónde van las lágrimas derramadas por el rencor
A dónde van las sonrisas de los niños.
Apartes de la canción «¿A dónde van?» de María
Mulata, presente en Retratos en un mar de mentiras

Preparando la escena: notas introductorias


Hablar de (pos)conflicto implica hablar de la violencia. La pro-
ducción cultural colombiana ha estado (in)directamente marcada por
las violencias que han azotado al país desde hace unas siete décadas
(no cinco como se suele decir quizá de manera amnésica). En este sen-
tido, durante ese transcurrir sociohistórico de unos catorce lustros,
hemos leído, escuchado, visto e incluso palpado productos culturales
que, de una u otra manera, se han enfocado en diversas (re)presen-
taciones, manifestaciones, ramificaciones e impactos de las violencias
colombianas. Así, en el terreno literario existe un corpus poético que
se ha denominado «poesía de la violencia» (Polen y escopetas: la poesía
de la violencia en Colombia, de Juan Carlos Galeano, es solo un ejemplo
crítico). En el género del cuento, se ha producido un corpus que ha sido
llamado «cuento de la violencia»: el volumen El cuento de la violencia en {179}

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{180} Colombia, editado por Luis Bedoya y Augusto Escobar, constituye un
buen ejemplo. Del mismo modo, en el terreno del teatro y la performan-
ce hemos leído teatro y visto representaciones teatrales que, con varias
perspectivas, han abordado temáticas diferentes a las enraizadas vio-
lencias colombianas, lo cual ha sido llamado «teatro de la violencia»;
un notorio ejemplo lo constituye el texto crítico Teatro y violencia en dos
siglos de historia de Colombia, de Carlos José Reyes.
Por supuesto, la novela no se ha quedado atrás: se ha escrito y
publicado un rico y considerable corpus de novelas y análisis cuyos
autores han dejado plasmados experiencias, testimonios y ficciones re-
sultantes de una variedad de formas, impactos y traumas de violencias,
los cuales han sido cobijados bajo el rótulo de «novela de la violencia»;
un ejemplo sobresaliente, entre muchos otros, de análisis en torno a este
corpus es el trabajo de Manuel Arango titulado Gabriel García Márquez
y la novela de la violencia en Colombia. Sin duda, la expresión cinemática
no ha sido la excepción. Han sido muchos los filmes, de diversa índo-
le, que han captado diferentes representaciones e impactos –añejos y
recientes– de las violencias colombianas; algunos recientes incluyen:
La primera noche (Luis Alberto Restrepo, 2003), Sumas y restas (Víctor
Gaviria, 2004) y Violencia (Jorge Forero, 2015). Muchos de estos filmes,
que podríamos agrupar como «cine crudo de la violencia», tienen en
común el hecho de que sus historias están enmarcadas por muestras de
violencia explícita centradas en espacios urbanos como Bogotá, Mede-
llín y Cali.
Sin embargo, para una exploración del cine y el (pos)conflicto,
en este trabajo nos enfocamos en dos filmes que tienen varios puntos
de contacto y divergencia: algo innovador es que vemos el (pos)con-
flicto desde las miradas de los niños que, como bien se sabe, en gran
medida habían sido alejados e ignorados en el discurrir sociofílmico
colombiano y, precisamente, sería en ellos donde se vería el gran im-
pacto del (pos)conflicto. Además, cada uno trae al centro (ya no en la
periferia) y pone de manifiesto voces, espacios y lenguajes (meta)die-
géticos que filmes anteriores habían pasado por alto. Por otra parte,
Eduardo A. Caro Meléndez

difieren en el sentido de que uno es un filme en el sentido tradicional


de la palabra y el otro es un documental animado. Así, proponemos
que este «nuevo» cine del (pos)conflicto tiene como características,
entre otras, el distanciamiento de la violencia explícita y la inclusión
de «nuevas» voces.

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Sutilezas, fútbol infantil y paisajes exquisitos {181}
Los colores de la montaña (2010) es la opera prima del director co-
lombiano Carlos César Arbeláez y se enmarca dentro de «la nueva ola»
del cine colombiano, la cual podría leerse y explicarse de diferentes
maneras. Por un lado, en la Ley de Cine o Fondo para el Desarrollo
Cinematográfico (Ley 814 de julio del 2003) está el aspecto de una
producción fílmica más constante; en otras palabras, en la actualidad
se están produciendo más filmes por año (aproximadamente unos 16)
que en el pasado, por ejemplo en la era de Focine (Compañía de Fomen-
to Cinematográfico) cuando la producción era más bien escasa. Esta
productividad en aumento ha llevado a creer que, por fin, se puede
empezar a pensar y a hablar de una verdadera industria fílmica co-
lombiana. Seamos optimistas. No obstante, la pregunta sigue: ¿hasta
qué punto esta nueva ola de producción va a significar una mejoría de
distribución no solo al mercado nacional, sino además a la audiencia
internacional? Otro punto de esta «novedad» tiene que ver con la alta
calidad de los aspectos técnicos de los filmes recientes –incluyendo los
aquí estudiados– en particular desde esta última década, lo cual parecía
estar ausente en la producción fílmica precedente. De principio a fin,
Los colores de la montaña, al igual que otros filmes como La pasión de
Gabriel (Luis Alberto Restrepo, 2008), Paraíso Travel (Simon Brand,

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
2008) y Los viajes del viento (Ciro Guerra, 2009), está llena de acertados
efectos especiales –tanto sonoros como visuales– los cuales sin duda –al
igual que el uso espléndido del humor muy a pesar del serio compo-
nente social representado y la diégesis bien escrita y llevada– ayudan a
mantener a los cinevidentes bien enfocados, esperando y deseando ver
cada vez más; es decir, han sabido involucrar a la audiencia. Esta nove-
dad (meta)fílmica, proponemos, sería un signo del cine (pos)conflicto.
Un tercer aspecto que vale la pena resaltar tiene que ver con el
tema central y cómo este se desarrolla a través de toda la compleja
secuencia narrativa. Por un lado, usando como pretexto «inocentes»
situaciones cotidianas y llenas de humor entre los niños de una zona
rural, Arbeláez se las ingenia para mantenernos atentos a lo que está
ocurriendo; a medida que la historia se desarrolla y los eventos se van
destapando, queremos recibir más para juntar las piezas del turbulen-
to rompecabezas. En apariencia, al final, la historia parece ser simple:
Manuel (Hernán Mauricio Ocampo), un muchachito de nueve años,
sueña con llegar a ser un gran futbolista –un arquero para ser más
exactos– y parece estar contento con la pelota vieja que usa para jugar

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{182} con sus amigos más cercanos: Julián (Luis Norberto Sánchez) y Poca-
luz (Genaro Alfonso Aristizábal) –así lo llaman porque no puede ver
muy bien sin sus gruesas gafas–. Todo esto ocurre en el campo, en una
vereda llamada La Pradera, donde Manuel vive en una humilde casa
con su madre Myriam (Carmen Torres), su padre Ernesto (Hernán
Méndez) y su hermanito.
Sin embargo, la tensión aparece cuando Ernesto le regala una
nueva pelota a Manuel. Cierto día, Manuel juega fútbol con sus amigos
cuando su «gran tesoro» cae en una zona que había sido plantada con
explosivos, al parecer por fuerzas paramilitares. Los chicos se prome-
ten entre ellos que no se lo contarán a nadie hasta que encuentren una
forma de rescatar el balón de la zona minada. Con variadas tácticas
y aproximaciones, los amigos tratan de recuperar la pelota y ante lo
peligroso de la situación, Arbeláez usa esta parte de la diégesis (como
si fuera una historia dentro de otra) para mantener el suspenso y la
tensión, ante lo cual el uso del humor en las interacciones de los chi-
cos como elemento «suavizante» funciona como una gran estrategia
(meta)fílmica. Los cinevidentes mantenemos los dedos cruzados con la
esperanza de que los menores no se acerquen a la peligrosa zona o que
tengan éxito en sus intentos de recuperar el invaluable tesoro. Es decir,
es como si las iniciales salpicadas de humor sirvieran para prepararnos
para la parte fuerte a la que, gradualmente, nos vamos a enfrentar.
De hecho, la crítica cinemática ha analizado el papel del humor en los
trabajos fílmicos en general y en las representaciones de la violencia
en particular. Por ejemplo, Alison Young, en la sección «Judging the
affect of cinematic violence» de su reciente The Scene of Violence, ha co-
mentado: «Finding humor in the exchange works both to interpellate
the spectator into the event [and] to evacuate any anxiety about the
violence that is about to ensue. In particular, the momentary humor
[positions] the spectator as the subject who knows the truth» (25-26).
Otro componente de gran tensión es la ambigua presencia de las
«fuerzas armadas» (guerrilla y paramilitares) en La Pradera, elemento
Arbeláez logra insertar en forma progresiva alrededor de la historia
Eduardo A. Caro Meléndez

«inocente» de los niños. Esta inserción se nos muestra con Ernesto y


su familia; al parecer la guerrilla quiere que Ernesto se les una, líderes
guerrilleros lo buscan y, con frecuencia, van a su casa para preguntar
por él y dejarle razones. Ernesto los evade a toda costa e incluso es-
condiéndose en la casa. Myriam, por su parte, tiene que soportar la
situación y miente acerca del paradero de su marido. En una ocasión,

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uno de los hombres «armados» va a invitarlo a una reunión, ella le {183}

miente diciéndole que no está allí y el guerrillero le responde: «Dígale


que no me falte». La gran preocupación de Ernesto se nos muestra con
su expresión facial, lo que Arbeláez resalta con marcados close-ups. En
otro momento diegético, Myriam menciona «Esto es una zozobra; no
me puedo quedar sola aquí»; y en otro momento de nervios exclama
«Esta es una zozobra en la que vivimos». Tales declaraciones ejem-
plifican la preocupación de la familia en particular y la del pueblo en
general ante la inminente violencia, ya sea discursiva o física, de los
que por estos días en Colombia se les llama «actores armados al mar-
gen de la ley «o «actores del (pos)conflicto armado».
De modo similar, a medida que la historia diegética avanza, en va-
rias instancias de grandes tensiones Arbeláez nos abre uno de los lados
problemáticos de esta caja de Pandora: como resultado de un discurso
injurioso (injurious speech en alusión a Judith Butler)1 y de amenazas
impuestas por fuerzas ilegales, somos testigos de cómo familias cam-
pesinas tienen que huir de sus hogares, salir de los predios donde han
vivido y trabajado por muchos años, y donde las generaciones más jó-
venes han nacido –lo que las pone en clara desventaja pues no conocen
otra realidad aparte a la de las áreas rurales–. Además, a través del uso
de la relación intertextual radio-cine, muy hábilmente se inserta otra

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
consecuencia, otra prueba, de la dura violencia en la que viven estos
ciudadanos del campo. Es decir, aparte de los placeres visuales (visual
pleasures, término usado por Laura Mulvey en su icónica investigación
fílmica)2 y exquisitos intercambios lingüísticos, somos testigos visua-
les y auditivos de las noticias de radio que reportan que hay grupos de
personas «desaparecidas», es decir, grupos familiares que han desapa-
recido «misteriosamente» y parece que nadie en La Pradera ni en sus
alrededores sabe de su paradero.
A manera de lo que llamaríamos intertextualidad audiovisual,
como parte de su narración fílmica, Arbeláez comparte su poder de
difundir y compartir la información con otros medios masivos de co-

1 En su icónico texto Excitable Speech: A Politics of the Performative (1997), Butler


nos habla in extenso de las características y el impacto de lo que ella denomina
injurious speech, concepto que es de vital importancia para un análisis de la
violencia en general y de las violencias en el contexto colombiano en particular.
2 Me refiero aquí al concepto de visual pleasure tratado por Laura Mulvey en
su artículo «Visual Pleasure and Narrative Cinema», en el cual se remite a
aproximaciones psicoanalíticas para explicar las implicaciones de la mirada
masculina versus la mirada femenina en el cine narrativo.

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{184} municación como la radio; esto es, lo que él, con el poder de su cámara,
no muestra, nosotros la audiencia lo podemos escuchar, con lo que se
logra un entramado de acercamientos sonoros y visuales que, de una
u otra manera, involucran al cinevidente. Este tipo de intertextualidad
audiovisual, proponemos, está presente de diversas formas en ese nue-
vo corpus de filmes (pos)conflicto que toman distancia de la muestra
explícita de violencia, tal como ocurre en Los viajes del viento. En este
sentido, es de singular importancia lo expuesto por Young cuando ana-
liza «The crime image» en alusión a Deleuze:
Deleuze’s philosophy of film, with its emphasis on assemblages
(where heterogeneous things come together), attends to the fullness and
complexity of the cinematic image –an image that exists not just on a visual
plane, but also in sound, time, movement, memory, and affect. Whereas
much of cultural legal studies and cultural criminology has privileged
the visual when investigating the cinematic image, Deleuze’s rhizomatic
thought seeks to evade the hierarchy that would separate and make su-
perior the visual from cinema’s other dimensions. [Seeing] is only one
dimension of the spectator’s relationship to the image: just as important
are hearing, feeling, remembering (11, énfasis añadido).

La evidente destreza de Arbeláez para develar ante nuestra mirada


una serie de otros elementos (extra)diegéticos para mantenernos in-
mersos en su narración, sin duda, es sostenida a través de su narrativa
audiovisual. Hay ciertas piezas de todo este entretejido que la cámara,
con una mirada más bien rápida, parece registrar como sin impor-
tancia; sin embargo, contrario a las apariencias, estas son sin duda de
vital importancia y sirven para conectar varios nudos diegéticos. Otro
ejemplo de esta estrategia que da fe de la violencia (in)visible se nos
presenta mediante algunas claves o guiños visuales: por un lado, en una
de las paredes de una casa del pueblo hay un grafiti que dice «Muerte
a los sapos». En efecto, como se sabrá, la lexía «sapo» ha adquirido un
significado muy especial en el español coloquial colombiano: denota
a alguien («sapo» forma masculina, «sapa» forma femenina) que se
Eduardo A. Caro Meléndez

mete en la conversación ajena (como «metiche») o que comparte con


otro(s) información que se supone que es secreta o compartida solo
por cierto grupo. Es decir, este término con este significado específico
es parte de todo ese léxico (recuérdense términos como coleto, pana,
bartolo, parcero, agüevao, parche, gonorrea y traqueto, entre muchos
otros) que el español colombiano ha heredado de la violencia sociopo-

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lítica, primero en las áreas rurales y luego en las grandes urbes como {185}
Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, fenómeno tal que fácilmente
podríamos denominar «el lenguaje de las violencias».
De modo que no es producto del azar que ese vocablo («sapo»),
al igual que otros de corte similar, haya estado presente –como parte
de ese gran personaje que es el lenguaje mismo– en filmes como La
vendedora de rosas, Rodrigo D no futuro, La virgen de los sicarios, Rosario
Tijeras y Sumas y restas, propuestas fílmicas que, cada una a su manera,
han mostrado los impactos de las violencias en el tejido social colom-
biano, particularmente en el contexto urbano de Medellín (llamada de
manera eufemística «Metrallo» o «Medallo»), la Ciudad de la Eterna
Primavera. Así mismo, en otra pared cerca al colegio a donde asisten
Manuel y sus camaradas de fútbol hay otro grafiti que dice «Guerri-
llero, ponte el camuflado o muere de civil», una frase de intimidación
y amenaza que indica que la expectativa o la sospecha es que todos en
la vereda sean miembros de la guerrilla y que, además, se espera que
lleven el camuflado en lugar de estar vestidos y morir de civiles. En
otras palabras, este aviso funcionaría como una sentencia tanto literal
como figurativamente; es una amenaza de muerte para los verederos
que hablen o actúen de manera contraria. Es decir, esta «nueva» vio-
lencia ahora se siente, se huele; no se ve.

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
Además de lo anterior, otras dos escenas muy diferentes, pero
complementarias, que se añaden a todo el aspecto de la sutileza de la
violencia representada, ocurren en la yuxtaposición de imágenes cuan-
do un helicóptero sobrevuela la vereda –lo cual nos da otra pista del
poder y control que las fuerzas ilegales tienen sobre el pueblo– y la
bebé de Ernesto y Myriam está llorando. Parecería como si el llanto de
la niña y la poderosa presencia del helicóptero estuvieran anunciando,
actuando a modo de relación metonímica, lo que hacia el final del dis-
curso cinemático les ocurre a Ernesto y a su familia.
Ahora, reenfoquémonos en la presencia de los niños en el contex-
to de la escuela y Carmen (Natalia Cuéllar Giraldo), la tan abnegada
profesora, quien, a propósito, está recién llegada al pueblo. Desde su
llegada, la «profe» se da cuenta de las condiciones de pobreza de la
escuela, de sus estudiantes y de sus familias y, ya sea implícita o explíci-
tamente, adopta una postura crítica ante la situación. Es precisamente
a través de sus actos de habla y de su mirada, a veces en close-up, que
leemos el abandono y la gama de problemas de sus pupilos. En una
ocasión, por ejemplo, la escuchamos decir «Solo tenemos cuatro tici-

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{186} tas»; al enunciar que no solo cuentan con cuatro sino que, además,
son «ticitas», el uso del diminutivo le añade significación a la escasez;
es decir, de modo casi paradójico el diminutivo agranda la escasez. A
pesar de (y en medio de) estas dificultades, uno se da cuenta de que la
profesora realmente quiere su trabajo, quiere a sus estudiantes y está
decidida a cambiarles tanto la vida como el entorno. Uno de los cambios
audaces que ella (siguiendo su idea de que «la escuela merece respeto,
¿sí o no?») introduce en la escuela es sustituir aquel grafiti –«Guerri-
llero, ponte el camuflado»– por llamativos y coloridos cuadros que los
mismos estudiantes elaboran bajo su guía. Esta sustitución del amena-
zante e intimidante grafiti por los inocentes dibujos infantiles podría
leerse, por un lado, como un gesto subversivo, un desafío de la profeso-
ra a esas fuerzas «ocultas» de poder, como si quisiera decirles «el arte
vale más que sus mensajes violentos». Por otro lado, lo podemos leer
como un intento valiente, audaz y transgresor de la profesora –con
un alcance tanto intra como extradiegético– de decirles a los grupos
ilegales, al pueblo, a sus estudiantes y a nosotros los cinevidentes, que
el arte y las expresiones artísticas y culturales tienen el poder de no
solo transgredir y deconstruir los arbitrarios y violentos constructos
sociales, sino que además tienen el potencial de cambiar toda una so-
ciedad. De esta manera, en el interior de las diégesis, proponemos que
el cine del (pos)conflicto busca remplazar esas imágenes explícitas de
violencia por imágenes edificantes o, por lo menos, que no denoten
conflicto en forma directa.
La profe, asimismo, se convierte en un personaje clave cuando se
trata de develar la «desaparición» de las familias en la vereda; cada día
en clase, al llamar lista, uno se va dando cuenta de que hay más ausen-
cia de estudiantes, y con el pasar de los días la clase se va quedando
con menos estudiantes a causa de los desplazamientos forzados de las
familias en La Pradera. Arbeláez capta este «mínimo detalle» al hacer
un close-up a la lista en que la profesora marca o registra con una equis
la ausencia de sus estudiantes. En otras palabras, este detalle forma
parte de todo ese sutil (meta)lenguaje visual que Arbeláez emplea para
Eduardo A. Caro Meléndez

abrirnos los ojos ante semejante realidad, lo cual sin duda se añade a los
efectos del affect –al que alude Young anteriormente–, y que a su vez,
nuestra lectura propone, se añadiría a otro ejemplo de un guiño del cine
del (pos)conflicto. Es decir, nos hace pensar en cómo –en los nuevos
filmes del (pos)conflicto– las violencias se minimizan y se dejan de lado,
o se enfatizan y se reafirman a través de los (meta)lenguajes fílmicos.

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Conectado al pensamiento de cuadros coloridos está el segmento {187}
en que la profe se da cuenta de la pobreza en la que viven Manuel y su
familia; un ejemplo de su situación socioeconómica se evidencia cuando
el niño no tiene para comprar una caja de lápices de colores para hacer
un trabajo escolar, por lo cual la profe decide regalarle una. Entonces
Manuel, con mucha emoción, exclama «¡Qué bueno, para pintar la mon-
taña!». Ciertamente, con su gran imaginación y su nueva «arma» de caja
de colores, Manuel hace un lindo dibujo de la montaña y alrededores de
La Pradera; no obstante, este dibujo representa la visión inocente e idea-
lista de Manuel: una pradera llena de paz, de felicidad, rodeada de árboles
y animales, con un cielo claro; es decir, un espacio casi subliminal, libre
de violencia, totalmente diferente a la dura realidad de constante ame-
naza. Todo el título de este universo diegético (Los colores de la montaña)
viene de este revelador momento. Sin duda, este es también un claro
ejemplo de cómo los grupos sociales en la base de la pirámide social (en
este caso, los campesinos desplazados) son mantenidos en la periferia,
lo cual al mismo tiempo nos señala otro de los impactos de la violencia
sociopolítica, fenómeno que nos remite al estudio de Matthew Flisfeder:
«Class struggle and displacement: Slavoj Žižek and Film Theory». Flis-
feder analiza la relevancia del concepto –propuesto por Žižek– de «the
Real of society» (lo Real de la sociedad) como (o en) la lucha de clases e

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
ideología (class struggle and ideology) en los estudios fílmicos.3 En este
sentido, básicamente, Flisfeder nos propone:
[Žižek’s] work presents a wholly new mode of criticism of
class struggle in cinema. Class struggle, according to Žižek, represents
the social Real… [Therefore] when dealing with the critique of ideolo-
gy in film, we must be careful not to focus on simple representations (of
race, class, gender, sexuality, etc., as a chain of equivalence in identity
politics). Rather, we should be more thorough and investigate how these
representations condense and conceal, i.e., displace, the structuring ele-
ment of class struggle (299, 318).

Por su parte, con las escenas de la agitada discusión entre Ernesto y su


mujer, Arbeláez nos ofrece un ejemplo de cómo funcionan las relaciones
de género en el interior de la familia. Hay un momento de gran tensión

3 Esta referencia alude al ensayo «Class Struggle and Displacement: Slavoj Žižek
and Film Theory», de Matthew Flisfeder, en el cual retoma propuestas de
teorías psicoanalíticas (Lacan, por ejemplo) y las revalúa y resemantiza en torno
a los postulados de lucha de clases e ideologías argüidos por el crítico Žižek.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 187 10/22/18 11:35 AM


{188} cuando Manuel fue reprendido por su madre porque no le estaba yendo
bien en la escuela como resultado de su entrega al fútbol; ella le dice
«No me vaya a perder el estudio por estar jugando fútbol». Pese a los
ruegos del niño, su madre no lo deja ir a jugar con sus amigos; Manuel
se enoja y se lo dice a su papá. Esta aparente trivialidad ocasiona que
Ernesto y Myriam se enciendan en una acalorada discusión y el prime-
ro le dice a la segunda cómo debería tratar a su hijo. Una de las cosas
que Ernesto le grita es «Myriam, usted no me le pega al niño». Ellos
se enojan de tal modo que Ernesto la golpea; es decir, usa la violencia
física para controlar a su mujer, para demostrarle que él es el macho
y que a ella no le queda de otra que escucharlo y obedecerlo. Es inte-
resante que al igual que ocurre en aquella inolvidable escena en La
vendedora de rosas cuando la madre golpea a su pequeña hija, la cámara
de Arbeláez decide no mostrar estos golpes. En una elipsis, la lente
de Arbeláez «decide» no registrar tal violencia física, lo cual nos hace
pensar: ¿qué es más violento: la muestra explícita o la construcción
mental de la violencia que cada cinevidente pudiera imaginar? Mien-
tras esta violencia física y discursiva ocurre, paralelamente, la cámara
registra un close-up de Manuel en su cama, con un intenso pavor, a tal
punto que se orina en la cama. En efecto, Manuel –como muchos otros
niños testigos de violencia desde la niñez– ha presenciado tal violencia
tanto física como lingüística, que esto podría marcarlo para siempre,
además de que podría reproducir tal comportamiento en su juventud
o en su vida adulta. Esto se convierte en una forma de reproducir y
perpetuar las violencias intrafamiliares y sociales, punto que nos invita
a una reflexión de lo que podría implicar el impacto del (pos)conflicto
en los niños y jóvenes y sus familias presentes y futuras.
Más aún, hay otra área problemática que la cámara capta con cier-
ta dosis de humor y que está entrelazada con la construcción de género
desde temprana edad. En un momento de la secuencia fílmica, los niños
deciden ir a ver algunos conejos (al parecer, ellos saben de antemano
que los animales han de estar copulando) y un grupo de niñas (ami-
gas de ellos) quiere unírseles; no obstante, los chicos objetan que ellas
Eduardo A. Caro Meléndez

vayan y les dicen «Váyanse a la cocina; esto no es para mujeres». La


parte de humor –quizá para contrarrestar o balancear la parte seria– se
da cuando la cámara capta el momento en que los conejos están copu-
lando. Sin embargo, hay una lectura más seria y profunda al respecto:
la sugerencia sería que desde la infancia la construcción y los roles de
género parecerían estar rígidamente marcados; los chicos saben qué

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se espera de ellos (tanto en términos discursivos como en términos {189}
comportamentales) y, de igual modo, lo saben las chicas. Uno se pre-
gunta si esta aparente interacción «inocente» entre niños es parte de
una construcción social más generalizada de inclusión y exclusión; una
manera de mirar y construir al «otro» desde temprana edad, lo cual
generaría cierto tipo de violencia.
De hecho, esta rígida construcción y práctica divisoria de género
está ejemplificada en forma constante y abundante en la producción
fílmica colombiana en general y en los «clásicos» filmes de las vio-
lencias en particular, algunos de los cuales ya hemos mencionado. Por
fortuna, hay algunos casos transgresores que son de gran interés, pues
cuestionan tal construcción social de género, como La mansión de Arau-
caima (Carlos Mayolo, 1986), Ilona llega con la lluvia (Sergio Cabrera,
1996) y La virgen de los sicarios (Barbet Schroeder, 2000), filmes que
darían base para otro estudio: una propuesta queer del cine colombiano.
En la misma línea de ideas, en conexión con la presencia de los
niños en el contexto del (pos)conflicto, Arbeláez nos abre otro seg-
mento muy diciente cuando el grupo de amigos está hablando de los
tipos de balas. Julián, el mayor, tiene una colección variada de balas,
que al parecer se las regaló su hermano mayor (la suposición es que él
es un guerrillero). Resulta interesante que Julián, a tan temprana edad,

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
parece ser un gran conocedor de balas; él instruye a sus amigos sobre
el uso y el tipo de armas que van con cada bala y demás. Con pronun-
ciados close-ups de las balas y las reacciones de los muy concentrados
aprendices, hábilmente la lente fílmica de Arbeláez pasa revista de ta-
les momentos de intriga y de «entretenimiento» juvenil.
Y estos sugerentes close-ups nos llevan a otro punto diegético de
singular interés: el final mismo. Hemos mencionado cómo, a través del
espacio y el tiempo fílmicos, muchas familias habían estado huyendo
de La Pradera (convirtiéndose en entes desterritorializados) y cómo
Ernesto había sido coaccionado por fuerzas ilegales. Igualmente, a
través de la mirada de la profesora y el uso de efectos especiales visuales
y sonoros, hemos sido testigos de cómo –solo por el noble deseo de
instruir a sus estudiantes, por su postura crítica y su deseo de facilitar
cierto cambio social– la profe fue acosada y amenazada y no le quedó de
otra que huir despavorida de la vereda. Algo similar le ocurrió al padre
de Julián: fue acusado de «sapo, hijueputa, guerrillero» por grupos
paramilitares y fue arrebatado del núcleo familiar. En cuanto a Ernesto,
hacia el final del tejido diegético, escuchamos disparos y después no

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{190} lo vemos: ¿fue asesinado? ¿O fue secuestrado por las mismas fuerzas
ilegales que se llevaron al papá de Julián? Consistente con la naturaleza
de la cruda y aterradora realidad representada, Arbeláez –así como lo
han hecho otros directores en filmes recientes– decide dejar el final
abierto, como una herida que continúa abierta al igual que la realidad
del (pos)conflicto y el desplazamiento forzado. Esta horrenda situación
persiste hasta el día de hoy: campesinos, indígenas, afrocolombianos
continúan siendo amenazados y forzados a huir de sus tierras, de las
zonas rurales donde siempre han vivido, trabajado y producido para
el país. El estudio más reciente de Acnur (Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados) nos lo ha mostrado: en Colombia
ya suman cuatro millones los desplazados por la violencia sociopolítica,
de los cuales aproximadamente hay un millón de niños.
A modo de cierre, por su contenido, por los temas tratados y por
las novedades (meta)diegéticas, Los colores de la montaña es un inter-
texto que, semejante a otros ejemplos recientes, se inserta en lo que se
podría llamar «cine del (pos)conflicto». Los temas y subtemas de las
violencias siguen presentes; sin embargo, como anotamos, ya no nos
encontramos frente a ese despliegue de violencia explícita como ocu-
rría en los años noventa y dos mil (Rodrigo D no futuro, Rosario Tijeras,
La virgen de los sicarios, Sumas y restas). Ahora, en este nuevo cine del
(pos)conflicto, la «nueva» preocupación, tanto estética como temática,
parece ser eludir esa violencia explícita e involucrar más al espectador
a través de sutilidades, nuevos lenguajes y «otras» técnicas (meta)die-
gáticas e intertextualidades audiovisuales, como las arriba anotadas.
Parecería, entonces, como si fuera un asunto de continuidad y ruptura.
Así, siguiendo con la mirada de los niños, resulta interesante explorar
cómo Pequeñas voces continúa con Los colores de la montaña o discrepa
de esta.

Desplazamiento y (pos)conflicto:
el caso de «Pequeñas voces»
Eduardo A. Caro Meléndez

Recently, [we’ve] been faced with animated films that


claim documentary validity. How is this possible? May-
be we need to rethink our assumptions about what
documentary is.
David Bordwell

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Es probable que para ningún colombiano (ni para ningún extranje- {191}
ro estudioso de Colombia), dentro y fuera del país, el desplazamiento
forzado sea algo nuevo. De hecho, esta aterradora realidad data de los
orígenes de las violencias nacionales: las guerras civiles del siglo XIX
tenían un fuerte componente de expropiación mediante el reclutamien-
to forzado de los peones y aparceros. Ya en los años cincuenta, los
campesinos eran expulsados de sus tierras y empujados forzosamen-
te hacia las ciudades. A pesar de semejantes atrocidades, por diversas
razones el cine colombiano las había ignorado. Sin embargo, para
visibilizarlas y así darles voces a estas desterradas víctimas, solo has-
ta tiempos recientes, en aires del (pos)conflicto, han surgido algunas
propuestas fílmicas de gran interés como Retratos en un mar de mentiras
(Carlos Gaviria, 2009) y La Playa DC (Juan Andrés Arango García,
2012).
Antes, en filmes del desplazamiento, habíamos presenciado y
escuchado tales barbaries desde la perspectiva de los adultos. No obs-
tante, llama la atención que los niños y jóvenes, cada vez más, pasan de
tener papeles pasivos a roles y presencia activos. Es decir, se alejan de
la periferia para posicionarse al centro, por lo menos en cuanto a los fil-
mes, lo cual parece ser una nueva tendencia en el cine latinoamericano
en general. Algunos ejemplos pertinentes incluyen: La Sirga (William

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
Vega, 2012), Cidade de Deus (Fermando Meirelles, Katia Lund, 2002) y
El polaquito (Juan Carlos Desanzo, 2003).4 En este sentido, con un to-
que de continuidad y ruptura, Jairo Eduardo Carrillo y Óscar Andrade,
con propuesta nueva y técnicas innovadoras, se han unido a la causa
de develar estas voces silenciadas y nos traen Pequeñas voces (2010).
Lo novedoso de este proyecto radica en el hecho de que la diégesis del
forzoso y cruel desplazamiento está narrada a manera de documental
animado, a través de los dibujos hechos por los mismos niños protago-
nistas y de sus propias voces testimoniales; sin duda, algo novedoso en
el panorama fílmico colombiano. Mediante una aproximación interdis-
ciplinaria, exploramos aquí las implicaciones socioculturales de estas
«pequeñas» voces.
En efecto, Pequeñas voces es el primer filme colombiano del gé-
nero documental animado en 3D , con el cual Carrillo y Andrade
subvierten lo que llamaríamos «la gramática formal conservadora» del

4 Para un estudio más a fondo sobre la presencia e importancia de los niños en


el cine latinoamericano, consultar el libro Screening Minors in Latin American
Cinema (2014), editado por Carolina Rocha y Georgia Seminet.

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{192} documental en Latinoamérica en general y en Colombia en particular.
De hecho, aunque hay estudios teóricos sobre el género documental
prácticamente desde los mismos orígenes del cine, lo que se ha inves-
tigado en/sobre Latinoamérica es muy escaso; sin embargo, algunos
trabajos que sobresalen incluyen The Social Documentary in Latin Ame-
rica (1990), editado por Julianne Burton; Cine documental en América
Latina (2003), editado por Paulo Antonio Paranaguá y José Carlos
Avellar, y Latin American Documentary Filmmaking: Major Works (2013),
de David William Foster. Más escaso aún, por no decir nada, es lo que
se ha producido o teorizado en cuanto al documental animado. Sobre
esta escasez, en general, Javad Khajavi nos comenta:
Although animated documentary as a mode of representation
has been around for about a century, academic studies began to consider
various aspects of this increasingly popular medium almost a decade ago.
Indeed, during the last few years, we can see an increase of scholarly
interest of this subject. [This] paucity of research has several reasons: a
first reason might be because animated documentaries are very diverse
in forms and styles, and therefore it is difficult to analyze such diversity.
It might also be rooted in that animated documentary, in its most radical
form, tries to call ordinary ways of representing reality into question,
and therefore it can be considered as an exceptional way of representing
reality. Finally, and more importantly, the lack of a practical model for
analyzing represented reality in animated documentary might be a fur-
ther reason for scarcity of research in this area (énfasis añadido).

Adentrémonos en el tema: con sus pequeñas voces, los directores han


construido un entramado de voces de niños y jóvenes campesinos de
diferentes edades que han sido víctimas del violento y forzoso desplaza-
miento sufrido, además, por sus parientes. Una parte muy interesante de
este trabajo radica en que los personajes principales son tanto los dibu-
jos animados como las voces reales (testimonios en audio) de los niños
implicados, quienes, a su vez, son los autores de las creaciones artísticas
desplegadas en el documental animado. En este sentido, los niños son
Eduardo A. Caro Meléndez

los personajes principales, se posicionan en el centro por partida doble.


Es decir, contrario a documentales y largometrajes anteriores, por pri-
mera vez Carrillo y Andrade intentan captar o aprehender –algo de por
sí tremendamente difícil– las implicaciones del impacto de las violen-
cias del desplazamiento forzado desde la perspectiva y la visión de los
niños y jóvenes, no desde la perspectiva de los adultos; por tal razón, los

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adultos pasan a un nivel secundario periférico, mientras que los niños, {193}
con dibujos animados, cobran relevancia a un nivel céntrico.
De entrada, al inicio de su narración diegética, Carrillo y Andrade
nos dan una pista visual de lo complicado y escabroso del tema que
hay que tratar; se escucha una multiplicidad de voces infantiles y, con
un trasfondo azul (emulando el cielo), una multiplicidad de líneas que
van en diferentes direcciones y que a la vez se entrecruzan y yuxta-
ponen, como si fuera un laberinto donde no hay principio ni fin. Este
detalle nos remite, por un lado, al postulado de Foucault, quien en su
Archaeology of Knowledge afirma, «history is not continuous, but rather
a process of breaks, mutations and transformations» (6, énfasis añadido)
y, por otro lado, a Annabelle Honess Roe, quien en su artículo «Abs-
cence, Excess and Epistemological Expansion: Towards a Framework
for the Study of Animated Documentary», comenta «[the] precedent
for contemporary documentaries must be mapped as a network of both
interweaving and independent threads» (218, énfasis añadido).
En otras palabras, en el contexto de Pequeñas voces –siguiendo
a Foucault– hay que pensar que para entender bien la propuesta de
Carrillo y Andrade, debemos tener presente que la historia testimo-
nial «animada» y narrada por los niños no es ni lineal ni unilateral ni
unidimensional, sino compleja y producto de rupturas, de mutaciones

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
y transformaciones, tal como lo es la historia extradiegética repre-
sentada; son historias que –aunque comparten ciertas similitudes– se
mueven en diferentes direcciones. De manera similar, aludiendo a Ho-
ness Roe y pensando tanto en los puntos de contacto como en los de
divergencia de las historias «infantiles» narradas, se hace imperativo
que aceptemos e interiorizaremos el hecho de que, en conjunto, ellas
(las historias) constituyen una red de hilos que son tanto indepen-
dientes como entretejidos; es decir, cada historia testimonial es única
y tiene sus propias características, orígenes y complejidades, pero a
su vez se entretejen, se complementan, son coherentes y cohesivas
entre sí.
A la vez, con un guiño extradiegético, a modo de preámbulo de
la narración testimonial audiovisual, se nos confirma que, según datos
de la Unicef, «en Colombia hay más de un millón de niños desplaza-
dos por la violencia», dato que hace resonancia con el reciente artículo
«Los desplazados en Colombia aumentan pese al proceso de paz con
las FARC », publicado en el periódico El Heraldo el 31 de mayo del 2013,
en el que se comenta que la:

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{194} cifra de desplazados en Colombia por efecto de la violen-
cia desde 1985 asciende a 5.701.996 personas. El conflicto interno en
Colombia forzó al desplazamiento a 256.590 personas el año pasado,
pese al proceso de paz del Gobierno con las FARC y a la aplicación de la
Ley de Víctimas. [De] hecho, el 36,1 % de los desplazamientos forzados
en Colombia en 2012 ocurrieron en los departamentos del Cauca, Nari-
ño, Valle del Cauca y Chocó, los que constituyen el corredor del Pacífico.
En esta zona, los desplazamientos aumentaron en un 21,9 % respecto a 2011,
agrega el informe. «El corredor del Pacífico no está muy pacífico», dijo
Moreno, [director de Codhes], quien pidió al Ejecutivo que estudie de
forma más detallada los casos de los ciudadanos afrocolombianos e indí-
genas, principales afectados en ese territorio. Moreno denunció que de los
desplazados el año pasado, entre 80 000 y 90 000 son afrocolombianos,
[además] constató la «paradoja» de que ni la Ley de Víctimas y Restitución
de Tierras, ni el inicio de las conversaciones de paz del Gobierno con las Fuer-
zas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC ), hayan logrado frenar la
dinámica del desplazamiento. «Mientras saldamos las deudas del pasado,
se siguen produciendo víctimas de manera masiva», dijo Moreno (énfa-
sis añadido).

Carrillo y Andrade, como ocurre en otros filmes del desplazamiento,


inician su narración audiovisual en Bogotá y nos muestran una ciu-
dad lluviosa, atiborrada de tráfico, caótica y con una incontable masa
humana. La primera voz testimonial es la de una niña jugando en un
columpio del parque de su barrio y dice que en su casa están contentos,
pero no en el barrio porque hay señores que matan a los muchachos,
lo cual confirma la violencia, aún en tiempos de (pos)conflicto, que se
puede presentar en ciertas zonas «de cuidado» de la urbe capitalina.
A la vez que vamos viendo sus dibujos animados, escuchamos la voz
de un niño quien testifica «quedamos en la calle» y, además, comenta
las dificultades de su papá para encontrar trabajo al punto de que a
veces no tienen ni para comer. De manera extradiegética, conocemos
las tremendas dificultades (de toda índole) de los campesinos desplaza-
Eduardo A. Caro Meléndez

dos que llegan a las ciudades, sean estas capitales o no, y que les toca
negociar y adaptarse a nuevas formas socioculturales, tal como nos lo
explica Juan Camilo Acevedo:
La imagen lacónica y nostálgica del pequeño grupo familiar
que huye con lo poco que puede no podrá reflejar jamás la inmensa carga
de dolor y rabia que también acompaña el diminuto apero del desplazado

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 194 10/22/18 11:35 AM


forzado. [Aquel] pequeño terruño que siempre fue su mundo, [tam- {195}
bién] fue el universo en el que conoció la vida y todas aquellas fantasías
que se le pudieran asociar. Ese inmenso universo, huérfano de semá-
foros, congestión vehicular y peatonal, insoportable ruido, agresividad
sin límites, ajeno a la solidaridad y a cualquier concepto de comunidad,
de un momento a otro se convierte en un infierno y solo queda huir
intentando dejar tras de sí el espanto y la atrocidad. [Atrás], ojalá cada
vez más atrás, perdido en el tiempo, debe quedar sepultado el horror de
quienes quedaron sembrados en el surco con la mirada atónita de quien
no pudo huir. Y no decimos de quien no tuvo suerte de huir, porque otro
drama, tal vez más brutal y aniquilador, le espera en la gran ciudad a quien
logró salir con vida (64, énfasis añadido).

Con estas «pequeñas» voces instaladas ya en territorio urbano, la


cámara hace un viaje en reversa y nos empieza a desglosar los porme-
nores de las vidas de estos niños y sus familias en su reciente pasado
en el campo. Con los dibujos infantiles y apoyados en los efectos espe-
ciales sonoros y visuales, Carrillo y Andrade demarcan claramente las
diferencias entre el convulsionado presente capitalino y el paisaje na-
tural tranquilo (casi bucólico) del pasado en el que vivían estas familias
campesinas. Como parte de él, vemos y escuchamos vacas, abundancia

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
de árboles, ríos, pájaros y sobre todo tranquilidad; a la vez que escu-
chamos la voz de una de las niñas narradoras quien dice que su papá
se levantaba a las 5:00 a.m. y ordeñaba las vacas y su mamá servía el
desayuno; con voz nostálgica, escuchamos a la niña decir que antes de
que llegaran los violentos invasores sí vivían felices. En otra secuencia
audiovisual, vemos el dibujo animado del padre conduciendo un ca-
rro en el que, con sus pequeñas hijas ayudándolo, transportaban café
para venderlo en el pueblo. En el camino, son detenidos y cuestiona-
dos por varios uniformados que se presume que pertenecen a grupos
guerrilleros; un detalle curioso es que la cámara, con su narración
visual y con efectos del lenguaje fílmico (por ejemplo, el toque de tam-
bores), capta el terror que sienten las niñas ante semejante situación;
los dibujos de las niñas tiemblan despavoridos. Una vez más, como en
Los colores de la montaña, el terror de la violencia en el cine del (pos)
conflicto continúa presente, pero no lo vemos; lo sentimos.
Otro testimonio tanto auditivo como visual es el de «la mona
linda», una niña llamada así por los guerrilleros. Ella comenta que
en su pueblo había juegos de billar donde mataban gente; además,

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 195 10/22/18 11:35 AM


{196} había guerrilleros que le ponían una boina y le decían que con uni-
forme (de guerrillera) se vería mucho más bonita. Ella testimonia que
los guerrilleros la acosaban e intimidaban para que se uniera a ellos,
pero nunca les demostró miedo. El continuum narrativo sigue con los
dibujos y la voz de otro niño, quien era el hijo mayor de su familia;
él dice que sus padres tenían la finca y nunca les faltó nada; era una
familia de cinco: su padre, su madre, un hermanito de ocho años y el
que venía en camino ya que su mamá estaba embarazada; rememora
los momentos felices que vivían en el pueblo, pero a la vez el momen-
to cruel cuando tuvieron que huir. Con lujo de detalles, vemos los
pormenores a la vez que escuchamos su voz decir que, cierto día, su
abuelito, su tío y él estaban sembrando cuando llegó la guerrilla y, por
segunda vez, les dijeron que se fueran de ahí, que tenían que empacar
todo e irse; nos comenta que tuvieron que irse para Bogotá y le tocó
dejar atrás a sus dos mejores amigos: dos perritos con los que había
convivido por varios años, ante lo cual no pudo evitar sentir un vacío
tremendo ya que eran lo que él más quería. Innegablemente, más allá
del tema plasmado (o paralelamente a este), Carrillo y Andrade, con
los poderes del discurso audiovisual, buscan llegar a la audiencia e
incentivar preguntas, sugerir respuestas, cuestionarla y, de un modo
u otro, buscan impactarla; crear un efecto en nosotros, lo cual entraría
a formar parte del terreno teórico de effect y affect en el que se han
interesado algunos críticos, como es el caso de Laura Podalsky en su
texto The Politics of Affect and Emotion in Contemporary Latin American
Cinema y de Alison Young, quien sobre este particular, en The Scene
of Violence: Cinema, Crime, Affect, aludiendo a Gilles Deleuze y a Tony
Bennett, afirma:
Following the Deleuzan frame adopted in Bennett’s theoriza-
tion of affect in the context of viewing artworks, it can be proposed that
a cinematic image is an «encountered sign»: a sign that is felt, rather than
recognized or perceived through cognition, in which we find the body
of the spectator registering sensations relating to what she is seeing without
undergoing or having undergone what is depicted, and seeing sensation be-
Eduardo A. Caro Meléndez

comes sense (meaning) (9, énfasis añadido).

De modo similar, hay una secuencia de singular importancia y es


el momento en que los niños están en la escuela, la cual ejemplifica
otro guiño intertextual con Los colores de la montaña y la escena en
que la profesora pasaba lista y, cada día, se daba cuenta de que había

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menos estudiantes debido al desplazamiento. Esta «desaparición» re- {197}
pentina de los jóvenes del entorno familiar es evidenciada también
en Pequeñas voces. Uno de los jóvenes menciona que los guerrilleros
le daban dinero (y muestra un billete de 50 000 pesos) para que se
fuera y se enfilara con ellos porque allí viviría mucho mejor. Efecti-
vamente, Carrillo y Andrade ponen de manifiesto cuando un grupo
de jóvenes sucumbe ante las «maravillosas» promesas guerrilleras;
se ponen de acuerdo para encontrarse en un lugar apartado donde
son recogidos («éramos como unos 35 de entre diez a quince años»,
dice la voz testimonial del niño) en un auto por uno de los líderes del
grupo ilegal y son llevados a su campamento de acción. Aunque son
recibidos con «bombos y platillos» y con buena comida, después les
toca enfrentar la dura realidad del entrenamiento para ser «fuertes»
y disparar al enemigo, lo cual conllevaba maltrato tanto físico, como
verbal y psicológico. Otra movida intertextual con Los colores de la
montaña se inserta con la escena en la que muchos helicópteros cir-
cundaban el pueblo y atemorizaban a sus habitantes; un día, comenta
la voz testmonial de un niño, llegaron al pueblo unas cinco brigadas
del Ejército que, con uniforme verde, simulaban un extenso terreno
de vegetación. Esta invasión en el pueblo provocó un enfrentamiento
«cruzado» de Ejército-guerrilla, lo cual desembocó en un pánico ge-

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
neralizado, sobre todo entre la población infantil: así nos lo describen
los niños con sus dibujos y voces: «es tremendo el terror; uno no halla
qué hacer», nos comenta el niño narrador y agrega: «terror por las
Fuerzas Armadas, guerrilla, FARC , autodefensas […] hasta el Ejér-
cito, paramilitares; todas las fuerzas que tengan un arma siembran
terror». Después de esto, damos paso a otro ciclo de dibujos y a otra
voz narrativa: la de un niño que comenta que una noche pasaron avio-
nes de Estados Unidos («de esos que mandan para Colombia», dice);
los dibujos animados, guiados por la voz del niño, muestran aviones
lanzando bombas; «se veían como chispitas», es el símil descrito por
la voz narradora.
Después del enfrentamiento y de la incursión de las «chispitas»,
a la mañana siguiente las tres niñas, su papá y su mamá se despiertan
solo para encontrar un paisaje desolador: todo en el pueblo ha sido des-
truido; todo está quebrado, desordenado y tirado alrededor del pueblo.
Esto se entrelaza con la voz de una niña, que explica que cierto día
estaba en su casa con su papá, su mamá y sus hermanitas, y llegaron
unos hombres con pistolas y la boca tapada, los intimidaron y se lle-

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{198} varon a su papá, ante lo cual su mamá y ellas se quedaron impávidas,
temblando de miedo. Las detalladas descripciones de los niños están
armoniosamente conectadas con la gama de pormenores visuales de
sus creaciones artísticas, acentuadas por el poder audiovisual de Carri-
llo y Andrade, como queriéndonos decir que el alcance minimalista de
los niños es superior al de los adultos, que ellos pueden ir más allá y ver
cosas que los adultos no ven.
Esta idea la entrelazamos con el imaginario tradicional y genera-
lizado que se pudiera tener del documental (como algo «serio», creíble,
portador de la «verdad») y de los dibujos animados (como algo trivial,
como «un juego de/para niños»). No obstante, es en este punto donde,
precisamente, radica uno de los gestos de desconstrucción de Pequeñas
voces. En tal sentido, sobre el aparente divorcio entre el documental y
los dibujos animados (o la «nueva» simbiosis: documental animado) y
con cierto sabor a los postulados teóricos de effect y affect, Honess Roe
arguye:
[While] animation may at first seem to threaten the documen-
tary project by destabilizing its claim on the real, the opposite is the case.
Rather than questioning the epistemological viability of documentary,
[I] propose that animation broadens and deepens the range of what we
can learn from documentaries. One way it does this is by showing us as-
pects of life that are impossible to film in live action. Ancient history, distant
planets and forgotten memories are just some of the unseeable aspects of
reality that animation manifests for the documentary viewer. However,
animation goes beyond just visualizing unfilmable events. It invites us
to imagine, to put something of ourselves into what we see on screen,
to make connections between non-realist images and reality. Animation
enriches documentary and our experience of viewing it. Animation is,
quite simply, doing something that the conventional live action material
of documentary cannot (217, énfasis añadido).

Otra escena de terror continúa el despliegue artístico de las voces in-


fantiles cuando el joven (el mayor de las voces narradoras), que –como
Eduardo A. Caro Meléndez

sucede en Los colores de la montaña– jugaba fútbol con sus amigos, nos
narra la vez en que el pueblo fue víctima de una explosión y le impac-
tó a él directamente. Ese día, su madre, con tres meses de embarazo,
salió corriendo a ver qué había pasado y se dio cuenta de que su hijo
había perdido la mano derecha. «Fue un totazo fuerte; sentía mi cuerpo
encalambrado […] un infierno; no puedo describir la agonía de ese

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 198 10/22/18 11:35 AM


momento; casi me muero», dice el joven narrador. A esta imagen y na- {199}
rración aterradoras, se yuxtapone otra con un tono algo más alentador:
es la escena en la que se ven pasajeros (niños y adultos de varias eda-
des) en un colectivo llegando a Bogotá; uno de los niños va sentado
en la ventana y queda maravillado ante lo que va viendo en el paisaje
urbano; comenta que entraron por Sibaté (una zona de la capital) y lo
llevaron a donde una tía; añade que, pasados los días, su abuelita se
devolvió a la finca porque no tenía donde quedarse.
Entonces, por intermedio de su animado y animador documen-
tal, Carrillo y Andrade ponen un entretejido de imágenes: una triste y
aterradora yuxtapuesta a otra más «feliz» y «prometedora», estrategia
que proponemos que intenta mantener un balance de emociones, al
igual que ocurre en otras narrativas que abordan el mismo tema, tales
como La primera noche y Los colores de la montaña. Paralelamente, re-
gresamos al joven del «totazo» y nos enteramos de que tuvieron que
amputarle el brazo y la pierna derechos. Escena seguida, presenciamos
y escuchamos el relato, desde Bogotá, de la niña que presenció el ase-
sinato de un muchacho cierta noche cuando regresaba de sus clases;
a la vez que, acordándose de su papá, comenta «no sé si mi papá está
muerto o vivo». Inmediatamente, vuelve a escena el joven discapacita-
do y nos revela que había vivido en un barrio capitalino por dos meses;

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto
con voz y aliento optimistas, relata que sin saberlo fue llevado a «la
fundación» y su corazón parece desbordarse de alegría cuando se per-
cata de que es firme candidato para recibir mano y pierna ortopédicas.
De inmediato, Carrillo y Andrade nos regresan a la voz y a las ayudas
visuales del joven que recuenta sus traumáticas experiencias cuando
desertó de las filas guerrilleras; este comenta: «Si te escapas, lo buscan
a uno pa matarlo; mi primo me sacó; no alcancé a izar bandera». Con
dibujo y voz seguidos, vemos el momento en que regresa a casa y se
reencuentra con su mamá.
De aquí ya empezamos a vislumbrar el final: a las niñas, huérfa-
nas de padre, las vemos contentas reunidas con su madre; el chico con
mano y pie ortopédicos sigue jugando fútbol, una de sus pasiones. La
escena final es altamente significativa: vemos a este joven muy alegre,
jugando de arquero, y muy hábilmente termina evitando que le me-
tan un gol; la escena queda congelada, con el joven arquero en el aire
con una tremenda sonrisa y con los brazos hacia arriba diciendo «hay
que darle duro, mirar y seguir pa’lante», como queriéndonos decir que
en medio de tanta violencia, tanto caos y desmadre, hay que tener fe

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{200} porque, como versa la frase popular, «la esperanza es lo último que se
pierde»; esto parece encuadrar con la postura extradiegética de mu-
chos ciudadanos ante las posibilidades socioculturales y sociopolíticas
que se abren en momentos de (pos)conflicto.
Contrario a lo que ocurre con otras propuestas con este tema y si-
guiendo la generalizada lógica de la mentalidad infantil, Pequeñas voces
nos deja con un final feliz y optimista. Otra diferencia metadiegética
tiene que ver con la estrategia que usan Carrillo y Andrade –a través
de su discurrir fílmico– de entrelazar cada vez más los dibujos y las
historias de una manera más continua; en otras palabras, a medida que
nos acercamos al final diegético, se pasa de una viñeta a otra de un
modo más rápido, como in crescendo, simulando un reloj de arena o
un cono de lo ancho a lo angosto, yendo de lo general y grande a lo
específico y pequeño, como las mismas «pequeñas» voces que hemos
visto y escuchado. Con un gesto de continuidad y ruptura, se nos deja
sugerido que en el universo cinemático tanto forma como contenido
son importantes y van (o deben ir) de la mano, como ayuda a ilustrarlo
Yovanny Quintero en su comentario:
El valor de los planos está muy bien pensado, la planimetría
cinematográfica bien estructurada, [el] ritmo visual dentro del cuadro
como en el montaje general de las secuencias, todos estos aspectos que
conforman la obra nos atornillan a las salas de proyección; aunque los tra-
zos son infantiles nunca nos desconectamos de la narración realista, nos llevan
a un mundo particular lleno de colores y texturas, con movimientos de
cámara muy interesantes llenos del lenguaje del cómic y el manga, que
son afianzados por el impecable manejo de la música y los sonidos inci-
dentales, el manejo alternado de los testimonios y la jeringonza con las
puestas en escena y los relatos de los niños, es innovador e interesante;
[podría] marcar una tendencia narrativa en nuestra forma de hacer documen-
tal y el abordaje de estos temas; [no] hay nada más cercano a la visión actual,
a la realidad infantil de esta nación (énfasis añadido).

Por otro lado, Carrillo y Andrade nos recuerdan que, en medio de tan
Eduardo A. Caro Meléndez

magno y tortuoso (pos)conflicto, ya es hora de enfocarse en los «pe-


queños» detalles, de escuchar las «pequeñas» voces de secuelas de las
enraizadas y persistentes violencias colombianas; que ya es hora de
centralizar a los niños y jóvenes quienes, de manera continua y con-
sistente, habían sido ignorados, invisibilizados y puestos en la periferia
social y fílmica al margen del (pos)conflicto. Por todas las razones aquí

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expuestas, entre otras, queda plasmado que, sin duda, tanto por su qué {201}
como por su cómo, estas Pequeñas voces subvierten el panorama fílmico
colombiano en general y el género documental en particular. Sin duda,
este «pequeño» gesto audiovisual ya ha sido visto y escuchado en el
universo fílmico nacional e internacional: en el 2011 se alzó con el pre-
mio a mejor película documental en el Festival Internacional de Cine
de Cartagena y recibió mención de honor en el XIII Festival de Cine de
Derechos Humanos de Buenos Aires, Argentina, entre otros premios.
En efecto: amén de lo ya plasmado y logrado, al cine del (pos)conflicto
le quedan todavía muchas imágenes por filmar y mucho camino por
recorrer.

«Nuevas» voces e imágenes en el cine colombiano: ¿síntomas del cine del (pos)conflicto

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Ecología, medio ambiente y literatura en la
Colombia del posacuerdo

Juan Esteban Villegas Restrepo


U N I V E R S I DAD D E AN T I O Q U I A

Introducción
En julio del 2015, durante el lanzamiento de la Alianza Nacional
por la Educación Ambiental llevada a cabo en Bogotá, el ambientalista
colombiano Julio Carrizosa Umaña (1935-) dedicó gran parte de su po-
nencia a enfatizar cómo el conflicto armado nuestro, en sus casi sesenta
años de gradual recrudecimiento, había logrado trastocar negativamen-
te nuestra relación con la naturaleza y el medio ambiente. A ojos de este
miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Na-
turales, dicha dislocación se ha visto traducida en términos de un total
desconocimiento de los daños que dicho conflicto le ha causado a nues-
tras muchas y diversas ecologías nacionales, pero también de los daños
a las comunidades ancestrales, campesinas, negras, afrocolombianas y {203}

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{204} palenqueras que habitan en ellas. Lo que equivale a decir que los colom-
bianos, sobre todo aquellos que vivimos en las grandes urbes del país,
quizá no hemos sido capaces de arribar a una comprensión de nuestra
violencia que supere los límites del simple pero siempre escabroso es-
pectáculo de la sangre. De allí la importancia, según Carrizosa, de que
en un escenario de posacuerdo como en el que hoy nos hallamos, tan-
to las políticas educativas públicas y privadas, como las iniciativas de
los movimientos campesinos y obreros de cuño cívico-populares, estén
orientadas a la construcción de una verdadera conciencia ecológica in-
tegral en el país. Una que, apoyándose en el conocimiento de nuestra
geografía y nuestra historia política y social, abogue por la construc-
ción de un diálogo más intersubjetivo, horizontal, y por ende ético con
aquellos sujetos tanto humanos como no humanos que han hecho de
estos lugares su hogar, su centro. En síntesis, una conciencia ecológi-
ca que, hoy más que nunca, se torna inaplazable e imperativa, sobre
todo si tenemos en cuenta que gran parte de los puntos que figuran en
el segundo/nuevo acuerdo final para la terminación del conflicto y la
construcción de una paz estable y duradera, firmado entre las FARC y el
Gobierno nacional, están directamente relacionados con el tema ecoló-
gico y medioambiental del país.1
En lo que refiere al campo de las humanidades, este diálogo entre
ecología, medio ambiente, violencia y sociedad que propone Carrizosa
Umaña ha ido cobrando una mayor relevancia epistemológica desde
los años noventa. En parte –pero solo en parte–, ello se ha dado gra-
cias a los aportes críticos y metodológicos ofrecidos por los estudios
culturales y, más concretamente, por los de la llamada «ecocrítica’. En-
tendida aquí como el campo de estudios que, según Cheryll Glotfelty y
Harold Fromm, aboga por un estudio «of the relationship between lite-
rature and the physical environment» (viii), la ecocrítica tiene como fin
reflexionar sobre los posibles vasos comunicantes tanto éticos como
estéticos que una producción cultural cualquiera podría llegar a enta-
blar con el problema ecológico-ambiental de un barrio, una ciudad, una
Juan Esteban Villegas Restrepo

vereda, una reserva, un cabildo, un departamento o un país cualquiera.

1 Algunos de estos puntos están orientados hacia: 1) la concreción de un proyecto


serio y comprometido de reordenamiento territorial con miras a la restitución de
tierras; 2) un fortalecimiento de la producción alimentaria;
3) la clara delimitación entre la frontera agrícola y la protección de zonas de
reserva, y 4) una reconfiguración total del territorio nacional en aras de una
erradicación de cultivos de uso ilícito (Oficina del Alto Comisionado para la
Paz 107, 184, 207).

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La ecocrítica en Latinoamérica {205}
No obstante, y dejando de lado cualquier juicio de valor crítico
o metodológico que pueda esgrimirse en torno a ella, sorprende, al
menos a primera vista, el carácter euroanglocéntrico de la ecocrítica.
Dicho euroanglocentrismo puede constatarse de dos maneras: por un
lado, en la procedencia de sus mayores expositores críticos (Jonathan
Bate, Greg Garrard, Lawrence Buell, Trish Glazebrook, Ursula K.
Heise y la ya citada Glotfelty, entre otros); por otro lado, en el tipo
de producción cultural, sobre todo la literaria, que esta –en mayor o
menor medida– ha abordado desde su inicio. Nos referimos más espe-
cíficamente a la producción literaria del romanticismo británico, visto
a través de autores claves como William Wordsworth (1770-1850),
John Keats (1795-1821) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), pero
también a la del estadounidense, visto a través de figuras como Hen-
ry David Thoreau (1817-1862), Walt Whitman (1819-1892) y Louisa
May Alcott (1832-1888), entre otros. Sea cual sea el caso, y como bien
señalan Elizabeth DeLoughrey y George B. Handley en la introduc-
ción a su libro Postcolonial Ecologies: Literatures of the Environment, lo
cierto es que:
Most of the recent scholarship theorizing the development of
ecocriticism and environmentalism has positioned Europe and the Uni-
ted States as the epistemological centers, while the rest of the world
has, for material or ideological reasons, been thought to have arrived
belatedly, or with less focused commitment, to an ecologically sustaina-
ble future (8).

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


Ante una asimetría geoepistemológica como esta, habría que pre-
guntarse lo siguiente: ¿y qué sucede con la ecocrítica latinoamericana?,
¿existe acaso? Según nuestra lectura del panorama actual, pues sí y no.
«Sí» porque, de 1998 en adelante, críticos latinoamericanos como Jorge
Marcone, Carlos Alonso, Gisella Heffes, Mauricio Ostria, Laura Bar-
bas-Rhoden y Roberto Forns Broggi, entre otros, han hecho sólidos e
invaluables aportes a este campo de estudio a partir de una relectura
de nuestras muchas producciones literarias. Y «no» porque hasta bien
entrada la década de los noventa, la crítica ecologista latinoamericana,
como bien sugiere Ostria, estuvo aunada al reclamo sociopolítico (14),
lo cual condujo a que, en términos teóricos y metodológicos, esta se
haya visto obligada a apelar, en sus inicios, a las categorías y los mé-
todos que Europa y Estados Unidos se habían ideado para pensar sus

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{206} respectivas realidades ecológicas y medioambientales. Realidades que,
como bien sabemos, distan mucho de las nuestras.
Aunado a esto, habría que subrayar, de la mano de Adrian Taylor
Kane, cómo hasta hace poco la mayoría de los estudios ecocríticos pro-
ducidos desde o sobre Latinoamérica estuvieron enfocados en la novela
regionalista de los años veinte y treinta, y sus derivados, la novela telú-
rica o de la selva (1-2). Hecho que, en su momento, llevó al olvido, hoy
felizmente superado, de otros periodos, autores o géneros literarios en
los que el problema ecológico se perfiló siempre como un eje estético y
político fundamental, y por extensión, de las muchas otras transiciones
metahistóricas que el continente ha vivenciado a lo largo de sus más de
quinientos años de debacle ecológica y ambiental (Conquista, Colonia,
luchas independentistas, etc.). El reto, como bien sugiere Enrique Ye-
pes, no es solamente el de
examinar cómo se acerca una literatura local a temas medioam-
bientales según han sido teorizados por la crítica anglosajona o europea,
sino además investigar cómo las formas literarias producidas desde loca-
lidades específicas [y nosotros agregaríamos también temporalidades]
arrojan otra luz sobre los asuntos medioambientales y demandan una
teorización diferente (245).

La ecocrítica en Colombia
En Colombia, sin embargo, el balance no es tan positivo. Sin contar
tres o cuatro artículos que se han limitado a ofrecer un somero recuento
de los preceptos básicos de la ecocrítica angloamericana y anglosajona,
poca ha sido la atención suscitada por esta disciplina en el país. En par-
te, esto de pronto se deba a la ausencia de traducciones al español de
sus textos fundacionales,2 pues de haber contado con ellos, nos hubie-
ran servido para advertir los alcances y las limitaciones de una visión
ecocrítica netamente angloamericana o anglosajona al momento en que
esta entrara en contacto con nuestra convulsa realidad sociopolítica y
Juan Esteban Villegas Restrepo

medioambiental. Pero a su vez, y de manera colateral, esta aparente dis-


plicencia puede que también se deba a la monodisciplinariedad producto
del rezagado provincialismo que, hasta bien entrada la década de los

2 Me refiero a Romantic Ecology: Wordsworth and the Environmental Tradition (1991)


y The Song of the Earth (2000), de Jonathan Bate; The Environmental Imagination
(1995), de Lawrence Buell, y al ya citado The Ecocriticism Reader (1996), editado
por Cheryll Glotfelty y Harold Fromm.

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setenta, pareció caracterizar a la gran mayoría de programas de litera- {207}
tura en el país, casi siempre adscritos a una vocación filológica que se
agotaba en sí misma. Un fenómeno que, sin embargo, vendría a cambiar
de forma gradual y positiva con el dinamismo y la óptica interdisci-
plinaria, y en algunos casos trasatlántica, que estudiosos como Rafael
Gutiérrez Girardot, Augusto Ángel Maya, Álvaro Camacho Guizado,
Arturo Escobar, François Correa Rubio, entre otros, e iniciativas como la
Asociación de Colombianistas (1984) y el intercambio académico entre
universidades nacionales y extranjeras, le han estado infundiendo al
estudio de nuestras numerosas literaturas y realidades nacionales.
Quizás el único estudio que se ha dedicado a analizar nuestra
literatura desde dicho enfoque de manera seria, sistemática y cohe-
rente, ha sido el libro de Germán Bula y Ronald Bermúdez, Alteridad
y pertenencia: lectura ecocrítica de María y La vorágine (2009), mezcla de
reflexión teórica y análisis textual. Este libro, como su título bien lo
indica, indaga sobre cómo las novelas de Jorge Isaacs y José Eustasio
Rivera, en cuanto novelas histórica y estéticamente transitivas de un
Estado premoderno a uno moderno, apelan a la construcción de una
«naturaleza colombiana» fuertemente marcada por las preocupaciones
ideológicas, identitarias y literarias de la época.
A partir de estos antecedentes, no cabe duda de que la ecocrítica,
como bien comentan John Tallmadge y Henry Harrington, «remains
open, flexible, capacious and […] capable of supporting the most diver-
se and sophisticated researches without spinning off into obscurantism
or idiosyncracy» (citados en Opperman 4). Pero tampoco cabe duda

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


de que en el escenario de posacuerdo en el que hoy nos encontramos,
la ausencia en nuestros círculos académicos de una ecocrítica propia,
autónoma, consciente pero no dependiente de la óptica euroanglocén-
trica estaría negándoles a los estudiantes, docentes e investigadores
literarios del país la oportunidad de pensar nuestras muchas otras lite-
raturas nacionales, y no solo las de los años veinte y treinta, desde una
perspectiva ecológica o medioambiental. Esto es, desde una perspecti-
va en la que el acto de hablar o escribir sobre nuestras literaturas sea
más que un simple ejercicio crítico-intelectual, y se convierta en una
férrea y juiciosa actitud política, consciente de la coyuntura histórica,
política, social y cultural actual.
Con todo, sería también injusto aducir que la crítica literaria co-
lombiana de los últimos años no ha hecho esfuerzos loables por pensar
nuestra enquistada violencia desde las estribaciones de lo ecológico o

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{208} lo ambiental. Sin apelar directamente a los lineamientos teóricos de
la ecocrítica –y esto quizá sea lo más loable–, el país cuenta hoy por
hoy con un par de estudios que, con tozudez metodológica y lucidez
analítica, han dejado entrever lo recurrentes que han sido en nuestras
letras nacionales los arquetipos fecundativos y los conceptos de «natu-
raleza» o «tierra» al momento de representar la barbarie. Tal es el caso
de Polen y escopetas: la poesía de la violencia en Colombia (1997), de Juan
Carlos Galeano, y Komuya uai: Poética ancestral contemporánea (2015), de
Selnich Vivas Hurtado.
En el primero de estos estudios, Galeano, profesor de la Uni-
versidad Estatal de la Florida y poeta de gran trayectoria estética
adscrita al ámbito de lo ecológico, muestra cómo la magnitud de la
violencia bipartidista de la década de los cincuenta terminó forjando
en los ciudadanos un espíritu de derrota tal que, de un momento a
otro, las letras nacionales (tanto las «populares’ como las «cultas’) se
vieron llenas de «metáforas vitalistas, [de] imágenes de siembra del
suelo con la sangre y los cuerpos, tendientes a asegurar la continuidad
de la vida» (40). Visto desde las orillas de la llamada «literatura de la
violencia», y más concretamente de la «poesía de la violencia», lo que
un estudio como el de Galeano deja al descubierto es que esta fórmula
de representación estética –con todo y lo apta que resultó ser en su
momento para poetas como Carlos Castro Saavedra (1924-1989) y En-
rique Buenaventura (1925-2003), al igual que para otras tradiciones
de raigambre más «popular»– prontamente acabó convirtiéndose en
un lugar común de nuestras letras. En un simple conejo sacado de la
chistera.3 Esto sin contar que, fenomenológica y epistemológicamen-
te hablando, dicha estrategia llevó también al fortalecimiento de una
especie de antropocentrismo poético. Uno que hizo que la naturaleza,
lejos de ser vista como el escenario aquel donde se podrían dimensio-
nar los múltiples alcances de la guerra, terminó operando –muy a la
usanza de la tradición poética neoclasicista nuestra– como una simple
tarima ideológica y estética, en vulgar lienzo para que los rampantes
Juan Esteban Villegas Restrepo

maniqueísmos ideológicos de la época fuesen articulados.

3 El paralelismo con la producción narrativa de la época salta inmediatamente a


la vista. El mismo Gabriel García Márquez, en un ensayo publicado en la revista
La Calle en octubre de 1959, titulado «Dos o tres cosas sobre ‘La novela de la
violencia’», se va lanza en ristre contra ese tipo de novelas que, para él, no hacen
otra cosa más que regocijarse en el inventario de sesos, entrañas y charcos de
sangre ocasionados por el conflicto (648-649).

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Y eso no es todo. En algunos otros casos, dicha fórmula condujo {209}
igualmente a lo que aquí hemos decidido llamar una «bucolización ra-
dical de la violencia», es decir, a un cierto enaltecimiento de la vida de
campo, de sus ecologías, de su entorno pastoril e idílico como respuesta
a la violencia, pero a expensas de una casi absoluta elisión del devenir
sociohistórico tanto del sujeto-víctima-humano como del sujeto-víc-
tima-no humano (léase, la naturaleza). En resumidas cuentas, de la
elisión de las causas y los efectos que la llamada época de la Violencia
llegó a imprimir en niños, mujeres y hombres, pero también en ríos,
páramos quebradas, valles y especies de nuestro país.
En el segundo estudio, Vivas Hurtado, novelista, poeta y profesor
de Literatura Alemana y de Literaturas Indígenas de la Universidad
de Antioquia, plantea la necesidad de volver a las poéticas ancestrales.
Volver a ellas para regocijarnos en sus potencialidades estéticas, pero
también para que a través de dicho sumergimiento podamos «leer la
poesía europea moderna [y por ende la de nuestro canon poético na-
cional] desde los presupuestos de una tradición no occidental» (Vivas
Hurtado 159). Ello como manera eficaz de atomizar esa jerarquización
estética y ontológica que ha existido siempre entre unas literaturas y
otras. Y en relación con un posible escenario de posacuerdo, volver a
las poéticas ancestrales para que a través de ellas podamos darle una
lectura a Colombia en la que las lenguas y las visiones de vida, cultu-
ra, naturaleza y sociedad propias de los pueblos ancestrales puedan
participar activamente en la construcción de una nueva nación (Vivas
Hurtado 21). De una nación devenida en naciones, consciente de su

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


propia pluralidad geográfica, lingüística, cultural, política y, desde lue-
go, biótica y abiótica.
Vistos de manera conjunta, estos dos trabajos críticos, quizá sin
saberlo, podrían estar sentando las bases para la posible teorización de
un verdadero aparato ecocrítico colombiano. Uno que, por el simple
hecho de haber teorizado desde y no para los textos, esté abriendo las
puertas para la disputa, el cuestionamiento y la atomización de gran
parte del bagaje teórico ecocrítico que se ha producido en y para Esta-
dos Unidos y Europa. A través de las experiencias sociopolíticas y las
manifestaciones literarias que abordan (en el caso de Galeano, la poe-
sía de la época de la Violencia, y en el de Vivas, la poesía de la cultura
minika del río Igaraparaná, en la Amazonia colombiana), ambos textos
permiten que nosotros, los críticos literarios interesados en abordar la
tríada literatura/ecología/violencia en el país, seamos conscientes de

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{210} los retos geoepistemológicos y semióticos a los que podríamos vernos
enfrentados al momento de analizar aquellas producciones literarias
que –estamos seguros– habrán de volcar su mirada a ese nuevo relato
histórico nuestro, a esa especie de punto cero de nuestra historia que
es hoy el posacuerdo.

Lecciones del ayer: ecología y medio ambiente


en la poesía de la violencia (1948-1958)
Sin desconocer que las temporalidades, las modalidades y los efec-
tos de la llamada época de la Violencia (1948-1958) difieren mucho de
los del conflicto armado reciente, vendría bien pensar hasta qué punto
las representaciones que el discurso literario y –más concretamente– el
poético hacen de los efectos ecológicos y medioambientales causados
por la primera no podrían servirnos acaso para desentrañar los peligros
críticos y teóricos a los que podríamos enfrentarnos al momento de
estudiar las representaciones literarias que giran en torno al segundo.
En el contexto de dichas discusiones, habría que decir que la ex-
cesiva –aunque a veces entendible– atención que la crítica literaria y
los antólogos de poesía de los años sesenta en adelante les han dado
a generaciones como Mito y el nadaísmo ha llevado también al eclipse
de muchos otros poetas nacionales contemporáneos a estas. Ya sea por
la renuencia de ellos al momento de formar parte de colectivos o por
el carácter estéticamente inclasificable de sus obras, lo cierto es que
por debajo de esos grandes y llamativos rótulos historiográficos, yacen
también «poetas-islas» de los más variados temas y vertientes.
Dos de esos libros que parecen ser conscientes de las múltiples
fisuras que se esconden por debajo de dichos monolitismos son Manual
de literatura colombiana (1984), de Fernando Ayala Poveda, y Momentos y
opciones de la poesía colombiana, 1890-1978 (1979), de Jaime Mejía Duque.
En el primer estudio, el crítico, narrador y ensayista boyacense
agrupa a muchos de estos poetas bajo la etiqueta de «insularistas»
Juan Esteban Villegas Restrepo

(178), rótulo en el que figuran autores como Néstor Madrid-Ma-


lo (1918-1989), Emilia Ayarza (1919-1966), Édgar Poe Restrepo
(1919-1942), Helcías Martán Góngora (1920-1984), Maruja Vieira
(1922-), Dora Castellanos (1924-), Fanny Osorio (1926-1988), Hugo
Salazar Valdés (1926-) y otros no tan desconocidos, pero sí inclasifi-
cables o estéticamente transitivos o rupturistas como Aurelio Arturo
(1906-1974) y Jorge Artel (1909-1994).

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En el segundo estudio, el crítico caldense lo hace bajo el rótulo de {211}
«independientes» (Mejía Duque 147), inscripción dentro de la cual
se hallan poetas ligeramente posteriores a los primeros, como David
Mejía Velilla (1935-2002), José Pubén (1936-1997) y Jorge Ernesto
Leiva (1936-2008). Dos poetas que bien podrían ocupar un lugar en
este variado grupo son Matilde Espinosa (1910-2008) y Carlos Castro
Saavedra (1924-1989), quienes además son poetas que, como algunos
de Mito y del nadaísmo, hicieron de la violencia política uno de sus
temas poéticos más recurrentes.
Fuertemente influenciada por Paul Éluard, san Juan de la Cruz
y Gabriela Mistral, la «poetisa» Matilde Espinosa4 –como ella misma
gustaba llamarse– es una autora que, a pesar de contar con varios estu-
dios críticos importantes, de los cuales hablaremos más adelante, y de
ser la impulsora de tertulias literarias que, en su momento, llegaron a
ser frecuentadas por poetas y narradores de la talla de León de Greiff
(1895-1976), Jorge Zalamea (1905-1969), Mario Rivero (1935-2009) y
el cubano Nicolás Guillén (1902-1989), también ha sido –de una mane-
ra u otra– víctima del olvido y la displicencia de una crítica insuflada
quizá por el latente falocentrismo y centralismo del establecimiento li-
terario nacional de la época en la que ella da a conocer su obra.5 Con
todo, rescatamos juicios como los de Gabriela Castellanos Lagos, crítica
cubana y catedrática de la Universidad del Valle en Cali y gran estudio-
sa de su obra, quien considera que «la gran originalidad de la poesía de
Espinosa ha sido la combinación de lo político con el sentir más íntimo
[…] pues ella parte de una identificación con el duelo de cada adulto

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


y adulta, de cada niño y niña que sufre pobreza o despojo, o abandono»
(104).

4 Matilde Espinosa nació el 10 de mayo de 1910 en el Cauca, departamento


ubicado en el suroccidente del país y hoy por hoy uno de los más afectados por
la violencia, la corrupción y el narcotráfico. Gran conocedora de la lengua y la
literatura francesa, país en el que vivió a mediados de los años cincuenta, escribió
más de media docena de libros de poesía. Entre ellos destacamos Los ríos han
crecido (1955), Por todos los silencios (1958), Afuera las estrellas (1961), El mundo es
una calle larga (1976), Memoria del viento (1987), Estación desconocida (1990), Los
héroes perdidos (1994) y Señales en la sombra (1996).
5 En 1955, Cecilia Fonseca de Ibáñez, quizás intuyendo los cambios generacionales
que se comenzaban a avizorar en el país (recordemos que el sufragio femenino se
instauró en 1957), se atrevió a denunciar cómo «la poesía de las mujeres en nuestro
país ha sido –en ocasiones con justicia– prontamente olvidada. En otras –también
con justicia–, defendida y celebrada. Pero jamás se han publicado reparos o
alabanzas conscientes, ni se les ha dicho a las autoras cuáles son sus fallas, los
aciertos, la manera de corregir sus defectos y encarecer sus virtudes» (7).

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{212} Considerado por muchos como el poeta mayor de la Violencia en
Colombia –y quizá por ello fue absurdamente incluido por el crítico An-
drés Holguín en su Antología crítica de la poesía colombiana, 1874-1974,
como parte de la generación Mito–, Carlos Castro Saavedra (1924-1989)6
es también uno de esos autores hoy por hoy relativamente olvidados
por la crítica literaria nacional y foránea. No obstante, y dejando a un
lado los limitados, aunque importantes, esfuerzos por estudiar o tradu-
cir su obra a otras lenguas, Castro Saavedra ha sido merecedor también
de grandes elogios. Por ejemplo, después de que el poeta medellinense
publicara su poemario Música en la calle (1952), Gabriel García Márquez
se refirió a él como «el más grande poeta de Colombia [capaz de] caber
cómodamente entre los buenos de América» (citado en Echavarría 120),
mientras que Pablo Neruda, en el prólogo a su libro Los ríos navegados
(1961), asegura que su poesía es capaz de «restañar los dolores y encen-
der su fulgor en la paz de su patria» (10).
En el ya mentado estudio que Juan Carlos Galeano nos ofrece
sobre la poesía de la violencia, una de las cosas que más se enfatizan
es la importancia de pensar la violencia bipartidista de la Colombia de
mediados de siglo XX no como «una violencia fundadora, como po-
dría pensarse de esta en el sentido nietzscheano» (40),7 sino como una
guerra cuyas masacres, cuyas destrucciones, traen consigo «una falta
de esperanza [que, tal y como los poetas la ven] solo puede ser exorci-
zad[a] mediante una mitología optimista» (40). De ahí que, como bien
observábamos antes, los poetas se vean tentados a construir poemas
llenos de «metáforas vitalistas, [de] imágenes de siembra del suelo

6 Carlos Castro Saavedra nació el 11 de agosto de 1924 en Medellín. En 1951, año


en el que obtuvo el Primer Premio del Concurso abierto por el Comité de la Paz
en Colombia con su poema «Plegaria desde América», ocupó el cargo de director
de Extensión Cultural de la Universidad Libre en Bogotá. En 1953, durante la
dictadura de Rojas Pinilla, viajó a Chile en calidad de exiliado, país donde entabló
una amistad entrañable con Pablo Neruda, prologuista de algunos de sus libros.
Alrededor de 1974, fue otra vez designado director de Extensión Cultural, esta
vez en la Universidad de Antioquia. Publicó alrededor de 37 obras, 22 de ellas
Juan Esteban Villegas Restrepo

dedicadas al género lírico. Algunas de ellas son Fusiles y luceros (1946), Camino
de la patria (1951), Despierta joven América (1953), Escrito en el infierno (1953),
Canciones infantiles (1969) y Las jaulas abiertas (1982).
7 Según Galeano, esta violencia debe entenderse «en el sentido creador
nietzscheano, que se justifica dentro del cambio incesante de las fuerzas del
universo. Esta, al traer sufrimiento y tribulaciones, crea valores positivos. En
contraste, la Violencia colombiana se fundaba en mediocres reivindicaciones
partidistas. Muchas veces el resentimiento y las venganzas personales eran las
motivaciones y el fin de los crímenes violentos, y estos nada tenían que ver con
la violencia fundadora propuesta por el filósofo alemán» (40).

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con la sangre y los cuerpos, tendientes a asegurar la continuidad de la {213}
vida, que nos recuerdan las prácticas agrarias en el mundo antiguo y
los pueblos precolombinos» (40).
Y es justamente ahí, en el manejo que le dan a dicho arquetipo
fecundativo de la tierra, donde Espinosa y Castro Saavedra parecen
diferir el uno del otro. En el caso de Espinosa, estamos hablando de
una poeta sabedora de que la violencia colombiana de mediados del
siglo XX , para ser medianamente dimensionada, debe pensarse a par-
tir de una lógica incluyente en la que las diversas ecologías, y no solo
el hombre, sean concebidas como víctimas y testigos de ese trauma
histórico nuestro. De ahí que la poeta caucana apele a estrategias que
problematizan por completo el arquetipo de la fecundación vitalista
de la tierra a partir del cuerpo y la sangre de la víctima, consciente de
que dicha fecundación, en el fondo, lo que hace es ensamblar toda una
lógica deshistorizante del conflicto armado no solo para con el sujeto
víctima humano, sino también para con ese otro sujeto víctima, en este
caso no humano, que es la naturaleza, y que aquí se pretende enaltecer
a través de dicha fecundación.8
Por su parte, Castro Saavedra, sin dejar de reconocer la altura
estética de algunos de sus versos, como también la enjundia social y
reivindicativa que les guía, es un poeta fuertemente caracterizado por
su tendencia reiterativa a querer hablar de la violencia a partir de unas
ciertas fórmulas casi siempre totalizantes de representación. Unas que,
dado su énfasis en el arquetipo vitalista de la fecundación de la tierra
a partir de las víctimas, de la total supravaloración natural que dicho

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


arquetipo supone, termina paradójicamente borrando el componente
tanto natural/ecológico como humano/social de estos procesos de his-
torización de la guerra que buscan articularse por medio del lenguaje
poético. Detengámonos por un momento en ambas aproximaciones.

8 Críticos como Nicolás Suescún han atisbado, pero solo atisbado, esa lectura
socioecológica que aquí proponemos. Dice el crítico, poeta, artista plástico y
traductor colombiano: «Dos temas de su poesía, la condena de la injusticia
social y la naturaleza, a través de la cual expresa esa actitud crítica y rebelde,
la constituyen en un caso absolutamente único en la poesía femenina del siglo
XX en Colombia, y en la solitaria abanderada femenina de la vanguardia social
[…] Con frecuencia encontramos en su poesía un contraste terrible entre un
estado interior de limpia inocencia, y otro, el nuestro, asolado por la violencia
y degradado por la injusticia. La naturaleza será el vehículo para expresar su
solidaridad con los humillados y ofendidos de la tierra» (69, 70).

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{214} Carlos Castro Saavedra
Valiéndose de herramientas metodológicas provenientes de la
estadística, el crítico Iván Vieira Arango ha analizado la frecuen-
cia figurativa con que el vocablo «tierra» aparece en el libro Los ríos
navegados (1961) con fines meramente fecundativos. Dentro de este pa-
norama, Vieira Arango aborda también las propiedades discursivas y
funciones ideológicas que dicha «palabra-tema» (348), como él mismo
la llama, cumple en su poesía. Propiedades y funciones que, además
de servir como ejes centrales de su visión positiva, optimista o espe-
ranzadora de las muertes causadas por la violencia rural bipartidista,
sirven también, según nuestra lectura, para constatar la visión antro-
pocéntrica de un autor que se muestra un tanto incapaz de concebir la
naturaleza como el escenario aquel en el que se podrían dimensionar
también los múltiples alcances de la guerra. Esto es, la visión de un
autor cuyo discurso poético no logra asir la complejidad social y la
complejidad ambiental de una guerra en la que tanto hombre como
naturaleza se ven afectados.
En el poema «Los labriegos ocultos», del libro ya mentado, Castro
Saavedra, quizá sin darse cuenta, apela entonces a eso que anterior-
mente llamábamos la «bucolización radical de la violencia», es decir, a
un enaltecimiento de la vida de campo, de sus ecologías, de su entorno
pastoril como respuesta a la violencia, pero a expensas de una casi que
absoluta elisión del devenir sociohistórico del sujeto-víctima, de las
causas y los efectos de la violencia que este experimenta, y más para-
dójico todavía, de la violencia que la naturaleza misma experimenta:
Los muertos trabajan en silencio
desde hace muchas lunas y muchos soles.
Trabajan sin afán, pacientemente,
y nunca se envanecen de su obra.
Son ocultos y humildes. Tan humildes,
que duermen en dos metros de barro solamente
y allí mismo fabrican la hermosura del trigo.
Juan Esteban Villegas Restrepo

(Los ríos 29)

Ya desde el comienzo, el poema yuxtapone, o mejor aún, supedita «la


hermosura del trigo» al estado de oscurantismo, desarraigo y paté-
tica humildad exhibida por un labriego que, aunque fallecido, sigue
cultivando la tierra. Dicha supeditación es lo que hace que las muer-
tes de los campesinos, una vez articuladas dentro de este andamiaje

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arquetípico de la fecundación de la tierra, terminen siendo naturaliza- {215}
das, descontextualizadas sociohistóricamente. Todo ello con el fin de
que la potencialidad fecundante de las muertes pueda verse reflejada
de manera positiva y esperanzadora en la naturaleza. El poema, para
decirlo de otro modo, aboga por una postura ecológicamente radical o
profunda9 que, en su intento por valorar/representar positivamente la
naturaleza, termina no solo subestimando, infravalorando o peor aún,
elidiendo la dimensión humana del conflicto, sino también narcotizan-
do los efectos que dicho conflicto, paradójicamente, tiene sobre ese
mundo natural que busca ser ensalzado a través del discurso poético.
Infravaloración o supresión del drama humano que, al estar aunadas a
una sobrevaloración y exaltación de lo natural, terminan por conducir-
nos a una cierta aclimatación con respecto a la guerra, sus causas y sus
efectos. El poema lo declara sin rodeos:
A los muertos se les debe todo lo que florece,
todo lo que madura en los sembrados,
todo lo que cosechan las manos sembradoras.
Ellos son los que tejen las amapolas
con hilos de su propia sangre.
Ellos son los que doran la piel de los racimos
con el poco de fuego
que aún conservan de la vida.
Ellos son los que crecen,
cerca de las aldeas,
convertidos en rubias plantaciones de espigas.

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


(Los ríos 29)

Mientras que gran parte de la poesía sobre la guerra «attempts to


rewrite the concept of war as civilization, and tries to endorse the view
that in technological modern wars […] the victims are often both
humanity and the environment» (Reis 330), la poética castrosaavedria-

9 Con respecto al movimiento de «ecología profunda» (Deep Ecology), Heffes


comenta que «es más tajante, y se basa en la propuesta del poeta Gary Snyder
y la ‘gurú filosófica’ Arne Naess, quienes de los ocho puntos fundamentales
que conforman la plataforma de este movimiento, abogan, tan solo en los dos
primeros, por otorgarle a la vida humana y no humana en la tierra un valor
intrínseco, independiente de la utilización del mundo no humano para fines
humanos, y, en segundo lugar, por una reducción demográfica inaplazable, ya
que, en sus términos, el crecimiento de la vida y cultura humanas es compatible
con una población sustancialmente menor, y el florecimiento de lo no humano
requiere una población humana más pequeña» (39).

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{216} na, en un gesto de evidente ingenuidad y nocivo optimismo, termina
creando todo un sistema asimétrico de representación que desdibuja
por completo la complejidad de la guerra y las dinámicas socionaturales
a través de las cuales esta se manifiesta y se reproduce. Por eso, «when
the land is conceptualised as the source and also the end of the soldier
[en este caso campesino], war itself, paradoxical though it may appear,
is naturalised as the provider of life, preventing potential destruction
that threatens the human life» (Reis 330). De ahí que sea entendible
que en este poema la atención esté casi toda centrada en el efecto que la
vitalidad orgánica del cuerpo y la sangre del hombre fallecido tienen en
la tierra, cosa perfectamente plausible si no fuera porque dicha atención
justamente termina ocultando el devenir sociohistórico, y no solo natu-
ral, de dichas muertes.
No tan adscrito a este sendero de la ecocrítica, pero igual de
importante para nuestro análisis sería notar cómo en ocasiones la fe-
cundación optimista de la tierra no se da solamente desde el cuerpo y la
sangre del campesino muerto, sino también del que está vivo todavía,
es decir, del campesino que, aun estando en medio del fragor de las
balas y el zumbido del machete, se las ingenia para seguir viviendo. En
un poema como «Carta a un campesino colombiano», de su libro Ca-
mino de la patria (1951), el sujeto poético, sabiéndose burgués citadino,
dependiente de la economía política proveniente del campo, medita con
algo de conveniencia en torno a la función monetariamente fecundante
del hombre rural con respecto a la urbe:
No abandones tu campo, campesino,
no vengas, campesino, a las ciudades;
quédate en medio de tus verdes hijos,
en medio de tus hijos, de tus árboles
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
y con tus muertos, tus jugosos muertos,
brotados de legumbres y de flores rurales
(Castro Saavedra, Camino de la patria 35)
Juan Esteban Villegas Restrepo

Es importante aclarar que, para Galeano, «este simbolismo de los mi-


tos de la fertilidad […] ofrece al participante [en este caso, tanto el
lector como el autor de los poemas de la Violencia] un cierto consuelo
frente a la muerte», buscando preservar, «mediante la verdad poética
fundada en este arquetipo de la sangre y los cuerpos fecundantes, la
permanencia de la comunidad» (41). Aunque parcialmente cierto, aquí

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sin embargo habría que condenar un poco la ingenuidad de Galeano al {217}
momento de dar lectura a algunas de estas dinámicas fecundantes. Y
decimos ingenuidad puesto en un poema como este, «la verdad poética
fundada en este arquetipo», es sin duda una verdad poética que asegura
la permanencia no de la comunidad rural como tal, sino de la urbana. Y
si no, que lo digan estos versos:
Quédate, campesino, campesino, no vengas
que tú eres de sustancia, de alimento, de trigo,
y te necesitamos, óyeme, más que nunca,
en tu hermosa trinchera de surcos y de bueyes
(Camino 36)

Nótese cómo la inmovilidad del campesino, de su permanencia en el


surco, de su constante interacción con el buey, de su defensa de los
«secretos más hondos de la tierra», esto es, de su total exclusión de
las dinámicas urbanas, parece que dependiera de la continuidad de la
hegemonía no solo simbólica, sino también económica y política, de la
ciudad, de los sujetos que en ella habitan, de la máquina bipartidista y
la guerra que esta produce y de la cual se beneficia. De hecho, en 1952,
un año después de la publicación de este poema, Aurelio Arturo, en su
ensayo «Del arado al tractor», así lo habría de intuir. Escribe el poeta
nariñense: «las guerras y revoluciones, las transformaciones culturales
son cosa de los centros urbanos. El campesino no ha tenido otro papel en
el decurso de la historia, que el de nutrir a los ciudadanos que dan origen y

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


les ponen fin a las civilizaciones» (Arturo 250, énfasis añadido). Solo así
puede explicarse entonces que el poema finalice con una exhortación
tan persuasivamente condenatoria como la siguiente:
A ti te pertenece también la lucha y debes
comandar la milicia rubia de las espigas,
defender los secretos más hondos de la tierra,
y esperar que los días eternos se levanten
encima de los montes, con su eterna candela
(Camino 36)

Matilde Espinosa
Consciente de los peligros que dicha bucolización radical de la
guerra puede significar para la guerra y para la naturaleza misma

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{218} en términos representacionales –como también de que esta fecunda-
ción de la tierra, fuera de estar ligada a ciertas dinámicas arquetípica
y económicamente hegemónicas, lo está también a ciertas dinámicas
puramente orgánicas–10, una poeta como Espinosa aboga más bien por
una especie de fecundación negativa de la tierra. Dicho de otro modo,
una estrategia representacional de la guerra a partir de la fecundación
de la tierra que, sin renunciar al cuerpo y a la sangre de la víctima, es
todavía consciente de sus propios límites. Una fecundación negativa de
la tierra en el sentido de que evita caer en la idealización del mundo
natural, pues es consciente de que dicha idealización lleva no solo a la
elisión del componente humano y su experiencia del dolor o la muerte,
sino también a la elisión de ese mismo mundo natural que busca ser
reparado. Fecundación negativa que, en síntesis, opera con base en el
convencimiento de que todo acto de violencia contra el hombre repre-
sentado a partir de la tierra debe abordarse desde un contexto más que
natural y más que humano, pero siempre ateniéndose a los límites que
dichos contextos traen consigo. Todo ello precisamente con el fin de
historizar la guerra no solo a través de la experiencia humana, sino
también de las múltiples ecologías del país, como testigos silentes que
han sido también de nuestro drama.
En el marco de dichas representaciones, Espinosa, tres años antes
de que Castro Saavedra apelara al tropo del río heraclitano y la tran-
sitoriedad de la existencia humana, publica Los ríos han crecido (1955).
Un libro que desde el título deja entrever el tacto de una poeta que no
se siente con derecho alguno a afirmar la capacidad del hombre para
hablar o «navegar» dichos ríos, sino solamente para constatar su exis-
tencia. El poema homónimo así lo confirma:

10 Para Robert Pogue Harrison, dichas metáforas vitalistas, más allá de su origen
arquetípico, tienen asidero también en el mundo de lo orgánico, de lo biótico,
de lo natural. Bien lo dice: «Through the action of fire the corpse gives itself
Juan Esteban Villegas Restrepo

up to air; through inhumation or simple putrefaction it returns its composite


substance to the earth; through the force of gravity it sinks into the sea’s
underworlds. Whatever biomass it receives after the extinction of life becomes
part of the planet’s receiving matter –matter from which life, its imponderable
origins, in turn emerges. Because the earth has reabsorbed the dead into its
elements for so many millions upon millions of years, who can any longer
tell the difference between receptacle and contents? Take away the millennial
residues that consecrate them, human or otherwise, and our waters, forests,
deserts, mountains, and clouds would lose the spirit that moves in and across
their visible natures» (1-2).

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¡Los ríos han crecido! {219}
su torrentera insomne
desdibuja los rostros
de párpados abiertos,
en su delirio de piedras y raíces
(Espinosa 25)

Nada más ingenuo que pensar que la función que cumplen los fenóme-
nos naturales en la poesía de Espinosa sea simplemente, como comenta
Nogueira Dobarro, dar cuenta de los estados anímicos de la autora (204).
O que, en sus versos, como se ha atrevido a señalar Betty Osorio, «la
violencia contra el ser humano despiert[e] las fuerzas naturales» (75).
Todo lo contrario. En su poema, la autora propone una lectura que se
aleja de la noción aquella de la naturaleza como simple tarima ideológica
o afectiva, y opta más bien por una lectura multidireccional, rizomática
si se quiere, de la violencia. Esto es, una lectura que parte de la premisa
de que «poetizar el crimen es una redundancia, si se tiene en cuenta que
el acto poético nace de una voluntad de cambio radical que implica la
muerte, la supresión de algo dado, para renacer en pájaro, en piedra, en
montaña, en río» (Espinosa 71). Parte, para decirlo más llanamente, del
convencimiento de que todo acto de barbarie cometido contra el hombre
termina por tener efectos devastadores en la naturaleza, y viceversa.
De ahí que en este poema un fenómeno natural como el desborde
de un río, lejos de fungir como simple proyección de la congoja y la
angustia de la autora, oficie más bien como punto de mutua convergen-

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


cia de la complejidad tanto ambiental como humana que todo acto de
guerra/violencia trae consigo. Obsérvese incluso que el poema, desde
su primera estrofa, busca poner en relieve los efectos que toda violencia
contra el hombre tiene en los ríos del país. En este sentido, la cronolo-
gía ofrecida por la primera estrofa da pie a conjeturar que los cuerpos,
metonímicamente presentados al lector en forma de «rostros / de pár-
pados abiertos», son los causantes de esa «torrentera insomne» llena
ya de podredumbre. Y es justamente dicha torrentera lo que, a su vez,
termina violentándolos, hasta el punto de que ellos, los rostros-cuerpos,
en el esquema propuesto por el poema, terminan desdibujándose, des-
componiéndose más todavía. La simultaneidad de este entramado tan
sociohistórico como natural se hace más evidente en la segunda estrofa:
Crecen sobre las olas
los cuerpos arrancados

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{220} de la noche, sin luceros ni orillas,
sin el aire caliente
que hincharon las palabras,
las últimas palabras
(Espinosa 25)

Fecundación negativa de la tierra: son tantos los muertos, tantas las


víctimas de esta guerra fratricida, que los ríos, dado el gran número de
cuerpos ya descompuestos, faltos de gases y densidad que le adornan
de manera macabra, terminan alebrestándose, terminan viendo cómo
el normal transcurrir de sus aguas no tiene opción alguna más que
alterarse. Unos cuerpos que, vale la pena destacar también, no resultan
siendo víctimas del fetiche grotesco tan común en la poética castro-
saavedriana, sino simple, bella y desgarradoramente «arrancados de
la noche». Unos cuerpos que además que perder densidad, que además
que perder ácido sulfhídrico, amoníaco, pentano y demás gases propios
de todo cuerpo inerte, han perdido también estatus ontológico, «aire
caliente»: ese aire cálido que, como bien dicen los últimos versos de la
estrofa, solía ser el encargado de hinchar, de dar vida, volumen, peso fí-
sico, histórico y ontológico a esas últimas palabras, siempre indecibles,
pronunciadas antes de la masacre. Por ende, lo significativa que resulta
ser la alusión al cementerio cuando de referirse al río se trata:
En su vientre, los ríos
levantan cementerios
y la muerte se cierra
en círculos morados
que sacuden los peces
y devoran la sangre
(Espinosa 25)

Así las cosas, lo que vemos en la poética espinosista no es una rese-


mantización, sino más bien una doble semantización del tropo del río:
Juan Esteban Villegas Restrepo

partiendo de la semantización que el discurso heraclitano ha hecho de


la figura, es decir, reconociendo el río como metáfora más que perfecta
sobre el «transcurso irreversible del tiempo» (Pérez-Rioja 367), esta
poética opta, además, por hablar del carácter violento que en Colombia
dicho transcurrir trae consigo. En suma, el transcurrir violento del
hombre, pero también del río, de sus peces sacudidos por esos «círculos
morados». Por ende, el énfasis está en la espuma verde, producto del

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daño ambiental causado por la presencia de los muchos cadáveres de {221}
niños y jóvenes que, como víctimas de la violencia, terminan siendo
arrojados primero a los ríos y después a los océanos:
En cada espuma verde
viajan los niños muertos,
y en cada brazo de agua
se preguntan las madres:
¿dónde sus nidos tiernos?
¿dónde su arteria rota
clamorosa de arrullos?

¡Los ríos han crecido!


un bosque humano lanza
sus yemas al océano
35. y las venas desatan
palpitantes cordajes
donde se estrella el viento
y ensancha el corazón
(Espinosa 25-26)

Y lo que a primera instancia podría ser visto como fecundación opti-


mista y vitalista de la tierra/naturaleza no es más que la constatación
del carácter eternamente cíclico de la violencia en Colombia:
Volverán de los ríos,
crecidos por la sangre

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


y los hondos suspiros,
en madurez violenta
de secreta victoria
para que sea más cierta
la pureza del agua
(Espinosa 26)

Hordas de cadáveres de niños y jóvenes hinchados de sangre, cargados


de hondos y esperanzadores suspiros, ansiosos ya no de aquella simple
y llana edad madura que les fue negada a causa del odio, sino de una
madurez «violenta». Es decir, de una madurez violenta absolutamente
convencida –como en su momento lo estuvieron los primeros partida-
rios de la guerra– de la «secreta victoria». Triunfo que, sin embargo,
dado su carácter violento, dada la estela de sangre y dolor sobre la cual

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{222} habrá de estar cimentado, no hará más que corroborar la armonía que
existía antes de la guerra, que hacer «más cierta / la pureza […]» que
tenía el agua antes de que comenzara el horror.

Conclusiones
Tal como se ha intentado mostrar, más que un reto intelectual,
la teorización de una ecocrítica colombiana constituye una obligación
ética que nosotros, como investigadores y docentes de literatura co-
lombiana, tenemos con nuestros estudiantes, con nuestras muchas
literaturas y, más importante aún, con nuestro propio devenir histórico
como nación. No hacerlo equivaldría a seguir alimentando una visión
de patria en la que la violencia, sea esta colonial, republicana, bipar-
tidista, paramilitar, guerrillera o estatal, ha sido nombrada siempre
desde y para el hombre, pero nunca desde y para la naturaleza.
Y digo esto porque nuestras tradiciones orales y literarias así lo
reclaman: bastaría con echarles un vistazo a cosmogonías indígenas y
afros del Pacífico, la Amazonia o la costa caribeña –hoy presentes, por
ejemplo, en la poesía de un Alfredo Vanín (1950-), un Fredy Chican-
gana (1964-) o un Vito Apüshana (1965-)– para evidenciar cómo estas
han pensado y cantado siempre sobre y para una naturaleza vulgar-
mente avasallada por el llamado progreso.
O la manera en que durante el Nuevo Reino de Granada la poesía
de un Juan de Castellanos (1522-1607) ofrece indicios de una tran-
sición identitaria que va de una conciencia americanista de clima
tropical a una de clima templado, resquebrajando así el carácter racial
y biológicamente totalizante, determinista y por ende homogéneo, tan
defendido por el criollismo novogranadino. O cómo durante el virreina-
to y los albores de las guerras independentistas los tratados botánicos
y diarios de viaje de Francisco José de Caldas (1768-1816) y Francisco
Antonio Zea (1766-1822), respectivamente, constatan la presencia de
una cierta postura sentipensante, reminiscente de un posible William
Juan Esteban Villegas Restrepo

Wordsworth (1770-1850), frente al mundo natural. O la forma en que


los escritos de Joaquín Antonio Uribe (1858-1935) y Ricardo Lleras
Codazzi (1869-1941), por citar solo un par, parecía que hubieran con-
tribuido a la concreción de una imaginación geonaturalista que, en
los brazos de nuestra poesía romántica, parnasiana y modernista de
finales del siglo XIX y comienzos del XX , habría de devenir en un pro-
blemático –pero no por eso menos interesante– bucolismo. O cómo la

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poesía de los años veinte y treinta de un León de Greiff (1895-1976), {223}
un Germán Pardo García (1902-1991) o un Aurelio Arturo (1906-
1974) nos pone de cara a un sujeto poético que, motivado tanto por
el mito fundacional histórico del proyecto modernizador de comien-
zos del siglo XX , como por el mito fundacional estético de una muy
peculiar vanguardia colombiana, intenta domesticar nuestra fauna y
nuestra flora, al mismo tiempo que toma conciencia de dicha aliena-
ción. O la manera en que la poesía de mediados del siglo XX de una
Matilde Espinosa de Pérez (1910-2008), un Jorge Artel (1909-2004)
o un Eduardo Cote Lamus (1928-1964) ha convertido los ríos, mares
y desiertos del país en signos y locus de una violencia política que ha
trascendido el ámbito de lo físico para instalarse también en el ámbi-
to de lo afectivo o lo simbólico. O cómo la narrativa más reciente de
un Tomás González (1950-), un Héctor Abad Faciolince (1958-), un
Jorge Franco (1964-) o un Ignacio Piedrahíta (1973-), en cuanto mani-
festaciones literarias posmodernas y hasta cierto punto posnacionales,
han sido exitosas –por un lado– en mostrar cómo hoy más que nunca
las esferas de la cultura y la naturaleza se hallan imbricadas en el ima-
ginario político, social y cultural contemporáneo nuestro, y –por otro
lado– en mostrar cuán topográfica, ecológica y estéticamente sinto-
máticas podrían ser ellas de las crisis ambientales que muchas de las
grandes urbes colombianas, como el caso de Medellín, atraviesan en
la actualidad.
Una lectura panorámica como esta confirma cuán recurrente ha
sido la dimensión medioambientalista en nuestras letras. Lo curioso

Ecología, medio ambiente y literatura en la Colombia del posacuerdo


y triste de todo esto es que dichas manifestaciones orales y escri-
tas –aun con la lectura ecológica que con tanto ahínco reclaman, y
con lo valiosas que podrían ser, por ende, para pensarnos ya sea como
país humanamente desecologizado o como país ecológicamente deshu-
manizado– o bien pasan inadvertidas, o se ignoran, o no se enseñan o
leen desde dicha perspectiva. Y no precisamente porque en Colombia
la ecocrítica no haya resonado aún en los corredores de los colegios o
universidades, sino porque nosotros, como docentes e investigadores
literarios que somos, quizá no hemos podido –o no hemos querido–
aceptar cuán urgente es acercarnos a la literatura desde una postura
crítica no necesariamente poshumanista, pero sí capaz de entablar nue-
vas redes de asociaciones que, a su vez, sean capaces de problematizar
el constructo binario «cultura’ versus «naturaleza’, heredado de los
discursos cartesianos e iluministas.

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{224} Solo así creemos que sea posible llevar a cabo la ampliación del
espectro epistemológico de lo que hoy por hoy entendemos por «vio-
lencia», «conflicto armado», «víctima», «victimario», «sobreviviente»,
«trauma», «reparación» y demás términos aunados en torno a esta
destrucción, este dolor y esta sevicia que hoy se busca dejar atrás. Lo
que, de paso, permitiría entonces inscribir la noción de «violencia eco-
lógica integral’ en el amplio espectro de violencias sucesivas que ha
sufrido el territorio colombiano desde el siglo XVI . Una «violencia
ecológica integral» que, precisamente por la miopía del Estado y los
demás actores del conflicto armado, pero también la nuestra –en tanto
críticos literarios–, ha pasado inadvertida, llegando, por ende, a ser el
doble de violenta.
Juan Esteban Villegas Restrepo

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La relación de literatura e historia en «El resto
es silencio» (1993), de Carlos Perozzo:
del esperpento valleinclaniano a una estética
de lo atroz

Ricardo Contreras Suárez


U N I V E R S I DAD D E AN T I O Q U I A

Introducción: los infiernos estéticos


del esperpento
En la introducción a su obra Estética de lo feo, Karl Rosenkranz
afirma que «[el] infierno no es solo ético y religioso, es también esté-
tico» (53). Con ello, el filósofo alemán nos recuerda que muchas obras
de arte contienen dentro de sí un averno que no es menor que el que
promete la religión o la ética, sino que es distinto: es el producto de
un ejercicio de creación, propio de quienes han «profundizado en los
horrorosos abismos del mal y han descrito las espantosas figuras que
les han venido al encuentro en esa (sic) su noche» (53). Así, la «estética
del esperpento», fundada por Ramón María del Valle-Inclán (1866-

Este texto forma parte del trabajo presentado como tesis de grado para optar al título
de magíster en Literatura Colombiana de la Universidad de Antioquia, realizado
con apoyo del Centro de Investigaciones de la Facultad de Comunicaciones de la
Universidad de Antioquia y de la Estrategia de Sostenibilidad del Grupo de Estudios
(GEL 11-12) {225}

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{226} 1936), forma parte de esas creaciones que ofrecen un infierno estético
que finalmente va a ser, o se propone ser, el reflejo de lo absurdo y lo
grotesco de la vida misma.
No obstante, está claro que la propuesta del esperpento dista de
ser rigurosamente objetiva, pues fue escrita no en forma de texto críti-
co, sino que fue apareciendo dentro de sus obras literarias y el mismo
Valle-Inclán le introducía cambios a medida que publicaba otra de sus
obras. Este hecho, contrario a lo que se podría pensar, no empobrece
la propuesta, sino que da en su seno la posibilidad de la interpretación.
En palabras de Buero Vallejo (1973), todo pensamiento que define sim-
plifica, y por supuesto, el Valle-Inclán que teoriza es mucho menos
complejo que la realidad que pretende teorizar, es decir, la realidad
literaria siempre es mucho más rica y plurivalente que la teoría. Ahora
bien, a pesar de esa propensión de Valle-Inclán a ir transformando con
el tiempo su teoría del esperpento y de llegar incluso a contradecirse
en algunos momentos, quedan cuando menos tres características de
la estética del esperpento planteadas con claridad por el autor: a) la
deformación como norma predominante en el texto; b) el interés por
relacionar lo grotesco de la historia con lo grotesco en la literatura; y
c) la angustia del hombre frente a su existencia.1 Estos tres aspectos
son presentados como complementarios el uno del otro y dan como
resultado el esperpento.2
De estas tres características, la que me interesa abordar en este
espacio es aquella (quizá la menos explorada en la estética del esper-

1 Estas tres características son expuestas con un carácter sistemático por Cardona
y Zahareas, quienes al respecto afirman que en primer lugar, el esperpento es
una estética que tiende a una visión grotesca y carnavalesca de la vida, es decir,
propende a un estilo que «deforma en caricatura grotesca lo humano y lo ibérico
[y que] surge de una circunstancia histórica» (33). En segundo lugar, si bien el
esperpento es un estilo que deforma en caricatura grotesca la realidad, «más que
una mera técnica […] [es también] una nueva forma grotesca de dar forma a la
realidad» (34). En otras palabras, hay una correspondencia entre lo grotesco de
la realidad histórica y lo grotesco literario. En tercer lugar, el esperpento como
elaboración estética plantea temas relacionados con la angustia del hombre por
su existencia. En este sentido, el esperpento valleinclaniano guarda relación con
Ricardo Contreras Suárez

movimientos artísticos como el existencialismo, el expresionismo y el teatro del


absurdo.
2 Estos tres elementos se encuentran en El resto es silencio, de Carlos Perozzo. El
desarrollo de solo uno de estos elementos (historia y literatura) en este ensayo
obedece estrictamente a aspectos de espacio. Como se podrá observar, tanto en la
obra de Valle-Inclán como en la del escritor cucuteño, la relación entre literatura
e historia es compleja, rica, necesaria y de fuerte presencia en la obra literaria, y
a su vez, es una de las menos exploradas en cada uno de ellos.

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pento) relacionada con hacer literatura de la historia a partir de la {227}
deformación. En este sentido, para Valle-Inclán la literatura no debe
proponerse reflejar los hechos históricos tal como ocurrieron, sino
recrear y deformar lo que se escribe para que aquello que queda de-
formado, en otras palabras la obra literaria, corresponda con mayor
«exactitud» a lo grotesco3 de la historia.
Es así como en Luces de bohemia se puede leer que Max Estre-
lla, el poeta ciego protagonista de la obra, afirma que «la deformación
deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética
actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas
clásicas», y luego añade «deformemos la expresión en el mismo espejo
que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España» (Va-
lle-Inclán 163). De esta manera, en el esperpento la posición del autor
frente a la historia no es la del que desea reproducir sistemáticamente
lo que sucedió. Para eso está la historia misma, así como sus métodos
de recolección y registro de hechos y sucesos; a la literatura le compe-
te, respecto a la historia, deformar lo estético para lograr dar forma,
rostro y nombre a los monstruos que el sueño de la razón trae consigo,
a lo grotesco que ha sido el desarrollo de la historia de los pueblos (el
de España, en su caso).
Por esto la concepción de los personajes y de la historia misma

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


3 Hay que tener en cuenta que existen por lo menos dos concepciones teóricas
sobre lo grotesco dentro del esperpento. La primera corresponde a la estudiada
por el teórico ruso Mijaíl Bajtín (1895-1975) en su obra La cultura popular en
la Edad Media y en el Renacimiento, quien escribe su propuesta de lo grotesco
mirando el final del Medioevo y los inicios del Renacimiento, y asume lo
grotesco como una derivación de lo carnavalesco presente en la obra de
François Rabelais. Es así como a través del carnaval el mundo se presenta al
revés y se puede superar la dualidad entre lo oficial y lo popular. Todo esto se
logra mediante la búsqueda de la libertad, la inversión de códigos oficiales y
la transgresión de normas que propicia la carnavalización (Bajtín, La cultura).
Ahora bien, esta mirada de Bajtín está enfocada en los problemas sociales
planteados a partir de la fusión del formalismo con la crítica marxista (Polák 53).
La segunda concepción teórica es la de Wolfgang Kayser (1906-1960) en su libro
Lo grotesco. Esta obra, publicada después de la Segunda Guerra Mundial, llega
con las preocupaciones existenciales propias de varios de los teóricos y artistas
de posguerra. De allí se entiende que para este autor lo grotesco está relacionado
con «el mundo distanciado». En Kayser, hay un desarrollo de lo grotesco a
partir de lo monstruoso, y se resalta lo grotesco como una categoría estética que
destaca lo siniestro y lo demoniaco. Por ello no extraña que al definir lo grotesco
Kayser afirme que: «En el caso de lo grotesco no se trata del miedo a la muerte
sino de la angustia ante la vida» (225). Debido a esto, la propuesta del teórico
alemán se emparenta más con aquellas que están próximas a las inquietudes de la
existencia.

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{228} resultan grotescos cuando se miran desde la estética del esperpento.
Hay en esta propuesta de Valle-Inclán una necesidad de expresar, a
través de la sensibilidad, una inconformidad con la situación históri-
ca del momento, partiendo de la decadencia moral producida por la
ruptura espiritual experimentada por las generaciones del siglo XIX y
principios del XX . Este tratamiento particular de la historia, donde se
deforma en lo literario para dar cuenta de lo histórico, está presente en
El resto es silencio.
En razón de lo anterior, el propósito que plantearemos a continua-
ción es estudiar la propuesta del esperpento para tomar sus postulados
principales y ver si a través de ellos logramos una mejor comprensión
del hecho estético en El resto es silencio. Como podrá observarse, está
claro que la estética del esperpento nos permite comprender mejor la
deformación en la novela de Perozzo como una estrategia para vincular
la historia con la literatura. Sin embargo, proponemos asimismo que,
por el carácter fuerte de las imágenes que detonan y delatan la barbarie
de la historia de Colombia como una sucesión de hechos violentos que
han generado «el gusto por el aniquilamiento del otro y el regusto por
la masacre» (166), El resto es silencio va de una estética del esperpento a
una estética de lo atroz.4

El resto es silencio: estructura y trama


Publicada en 1993 El resto es silencio es una novela que, según su

4 Entendemos por «estética de lo atroz» la narración de una serie de prácticas


violentas que delatan un regusto por el aniquilamiento del otro. En este sentido,
la definición está tomada de Estética de lo atroz (2011), de Édgar Barrero Cuéllar,
quien afirma: «Desde la invasión de nuestros territorios por parte del imperio
español, Colombia ha vivido en guerras y conflictos armados longitudinales
[…] Parálisis terrorífica, inmisericorde que puede ser lo mismo que impunidad
y entrega pasiva de la voluntad. [Estos] son tres símbolos de nuestra memoria
colectiva esculpida para la sumisión desde aquellos tiempos de la invasión» (29).
Más adelante, añade: «Esta imagen del destrozo placentero del otro distinto
atraviesa desde entonces nuestra geografía existencial. Es una imagen cargada
Ricardo Contreras Suárez

de horror pero banalizada al mismo tiempo. Todo sistema de terror lleva


consigo un sistema de banalización de la crueldad. Por ello es que la memoria se
desorienta tan fácilmente y se entrega al silencio, a la mentira y al olvido. Desde
esa imagen de la destrucción placentera de la diferencia nuestras élites han
construido sus referentes cognitivos, emocionales y morales» (30). De tal modo,
lo que entendemos en esta investigación por estética de lo atroz está relacionado
con el gusto por la desaparición del otro, en este caso, por las narraciones que
dan cuenta de lo atroz de la historia colombiana.

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autor, Carlos Perozzo, es su obra mejor lograda.5 En ella se cuenta la {229}
historia de Jorge Eliécer Altuve Plata, maestro de Literatura de un
colegio de la provincia de Puerto La Antigua. Altuve es testigo en su
juventud de la militarización de la ciudad y de la consecuente oleada
de violencia que se tomará a la otrora tranquila población, producto
del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el disturbio bipartidista que se
intensifica por su deceso. En medio de un romance que lleva a Altuve
a sufrir de celos, y a ser culpado de un crimen que jamás cometió, es
enviado a una cárcel de Bogotá, donde vivirá veinte años en medio de
un abandono absoluto.
Es así como el relato empieza con la salida de Jorge Eliécer Al-
tuve de la cárcel y la consecuente decadencia que vive el personaje al
tener que enfrentar la vida de habitante de la calle, con lo que pier-
de paulatinamente su fe y sus convicciones, hasta convertirse en un
despiadado asesino que, influido por el narrador de la historia que lo
presiona, vuelve a su pueblo natal a vengarse de aquella enamorada que
lo traicionó para que, de este modo, el narrador pueda por fin terminar
su novela.
La obra, dividida en dos partes de diez capítulos cada una, pre-
senta como características más relevantes la hondura psicológica de
los personajes y los inusitados momentos cargados de poesía, filosofía,

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


humor negro e ironía. Aunque la historia que se narra transcurre en un
periodo que podíamos delimitar desde mediados del siglo XX hasta sus
postrimerías, en la novela hay una revisión de la historia de Colombia
en tres grandes momentos: el siglo XV con la llegada de los españoles
a América; el siglo XIX con la figura de Simón Bolívar y la conforma-
ción de la república; y el siglo XX con el Bogotazo como escenario de la
radicalización de la violencia y su herencia para los sucesos históricos
posteriores y los procesos de modernización del país. Lo interesante
en esta temporización de la historia colombiana es que, como veremos
a continuación, El resto es silencio acude a la deformación y lo grotesco
en lo literario para así dar cuenta de lo grotesco de la historia nacional.
Esta estrategia, planteada desde la teoría y la práctica por Valle-Inclán,
va a dar como resultado lo esperpéntico, que es la deformación y su
relación con historia oficial, con lo que ella revela y oculta a la vez.

5 Afirmación de Carlos Perozzo consignada en la entrevista hecha por Paula


Marín Colorado en su libro: Acercamiento a la novela colombiana de los setenta: Los
parientes de Ester, de Luis Fayad, y Juegos de mentes, de Carlos Perozzo. Aproximación
sociocrítica.

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{230} El descubrimiento de América:
la apertura de la caja de Pandora
En El resto es silencio, se cuestiona la versión que ha prevalecido
sobre el descubrimiento y la conquista de América. Visto desde la no-
vela, tal evento es el inicio de una estela de violencia y muerte que es
apenas el preludio de una tragedia aún mayor: los años de la violencia.
De esta forma, la novela conecta las distintas violencias que se vivie-
ron en la historia de Colombia con un solo tronco común, una caja de
Pandora, la llegada de los españoles a las tierras americanas, es decir,
el inicio de procesos de globalización y de colonización como eventos
fatales para la historia nacional. Para ello, se vale de la estrategia de la
deformación para conseguir dar una imagen grotesca de la llegada de
los colonizadores a América. Así, se puede leer que:
más de trece mazmorras fueron desocupadas. Sí, tantas como
fueron necesarias.
Rompieron los grilletes de los presos y armándolos de remos y
de arcabuces los hicieron marineros.
Cambiaron las rocas húmedas de los calabozos por la prisión
del mar donde los tiburones y la inmensidad fueron su sal.
Tres galeras flotaron ese 1492, tres desgracias a la vela, des-
trozaron la distancia sagrada.
Fueron las tres primeras cárceles tripuladas por bellacos, para
quienes una muerte salobre hubiera sido más noble que ahogarse entre
sus propios orines.
Tres concubinas se mecieron sobre las espumas de las aguas
hasta tropezar con un inmenso y futuro yerro.
Descorrieron para la historia tenebrosa del planeta el preludio
de un continente.
Tres presidios anclaron aquel día en sus costas, con sobrecupo
de bandoleros, ladrones, esclavistas, frailes, etcétera…
(Perozzo 11, subrayado en el texto)

En este texto –que corresponde al prólogo–, se contradice a aque-


Ricardo Contreras Suárez

llos discursos que relacionan la llegada de los españoles con los


imaginarios de la ciencia y el progreso.6 Este cuestionamiento, que

6 Bastaría para ello recordar las palabras de Miguel Antonio Caro en


la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América:
«Consagremos con especial recuerdo a las dos Hesperias, cuyos hijos vinieron
juntos en las osadas carabelas, y homenaje de respeto al Padre común de los

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se remonta a las discusiones que se dieron alrededor del término {231}
«descubrimiento» en el siglo XX a partir de la década de los cin-
cuenta,7 viene acompañado además de una crítica al olvido en el que
han quedado las culturas precolombinas y africanas y sus aportes
a la formación de cada una de las naciones americanas. Esta parece
ser una de las inquietudes más problemáticas que han sostenido los
historiadores en las últimas décadas. Bastará para ello recordar que
en 1988 una delegación mexicana, formada por el antropólogo e his-
toriador Miguel León Portilla, el historiador, escritor y museógrafo
José María Muriá y el historiador Alberto Lozoya, propuso no hablar
del «descubrimiento de América», sino del «encuentro de dos mun-
dos». Con ello no se pretendía una simple sustitución de términos,
sino una transformación del contenido ideológico que se encuentra
implicado en el uso de este vocablo.
Para el historiador mexicano Edmundo O’Gorman, la «preci-
pitada propuesta» resultaba superficial, puesto que no calaba en el
verdadero sentido del suceso, al que se veía como una «especie de
confrontación y choque entre dos entidades que se resuelve en una
fusión de toma y daca», y no como lo que fue: «Una entrañable asi-
milación ontológica de la realidad americana a la realidad universal»
(192-213). Por su parte, el mexicano Silvio Zavala consideró que la

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


idea de denominarlo como el encuentro entre dos mundos contenía
un error, ya que esto sería ignorar los aportes de África y Asia, conti-
nentes e islas alcanzados por las rutas oceánicas de las navegaciones
ibéricas. Leopoldo Zea, por su parte, propuso que «no nos pregunte-
mos ya ¿quinientos años... de qué?, sino ¿quinientos años... para qué?»
(11-13).8

fieles, que en la lucha secular con la barbarie, en las cruzadas contra la invasión
musulmana, en la evangelización de América, y hoy mismo en la redención de
los esclavos africanos, aparece siempre bendiciendo e impulsando las grandes
empresas que honran a la humanidad y determinan su progreso» (Caro 79).
7 Estas mismas razones han llevado a algunos estudiosos de la historia de
Latinoamérica a plantear nuevos conceptos para designar este evento histórico.
En tal sentido, la novela propone repensar, a través de la deformación
esperpéntica, el mal denominado «descubrimiento de América». En palabras del
historiador Leopoldo Zea, este debate es necesario para propiciar una «reflexión
creativa que nos permita planear un futuro común, el propio de pueblos
ineludiblemente ligados por una historia que, quiérase o no, es común» (131).
8 Los datos son tomados de un apartado de la revista Cuadernos Americanos Nueva
Época, digitalizado en la página web de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM).

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{232} Volviendo ahora a la novela objeto de estudio, queda claro que
la mirada crítica frente a lo ocurrido con la llegada de los españoles a
América tiene un nombre propio: la Iglesia católica. Del posible legado
de este encuentro de culturas no se salvará ni el idioma que celebrara
Neruda en su poema de las palabras.9 En el encuentro se impuso, por
parte de los españoles, una vocación de exterminio, saqueo y esclavis-
mo. De acuerdo con esta dinámica, las culturas y civilizaciones que
estaban arraigadas al continente fueron eliminadas, o cuando menos
mermadas, por la imposición del catolicismo y de la lengua castellana
como principio de «civilización»: «En ese momento le parecía que esa
mezcla había viajado en tres naos desde el otro lado del mar para ser
moldeada por casi cinco siglos de mentiras católicas y gracias por el
idioma (como si aquí no se hablara nada) el gusto por el aniquilamiento
del otro y el regusto por la masacre» (Perozzo 166).
Así, civilización y barbarie no se presentan en la novela como una
contradicción, sino como un mismo hecho o al menos la barbarie se
presume hija de ese ideal de civilización europeo. Como se sabe, el di-
lema de «civilización y barbarie» ha sido un principio constitutivo de
la tradición novelística latinoamericana.10 En la novela, los verdaderos
rasgos de civilización se encontraban en las comunidades indígenas,
en la paz que se vivía en las aldeas donde los indígenas habitaban.
Así lo representa la novela, aunque no hay muchas alusiones a las
poblaciones prehispánicas, pero cuando estas aparecen, son revesti-
das de características de pacifismo y autonomía: «Altuve imaginaba
a la nación indígena, adicta como era al brebaje telúrico, celebrando
una monumental borrachera11 en medio de una inmensa paz con un

9 Dice Pablo Neruda en Confieso que he vivido: […] Qué buen idioma el mío, qué
buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por
las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras,
frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca
más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus,
idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban
quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas,
de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí
Ricardo Contreras Suárez

resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron


el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las
palabras (75–76, cursiva en el texto).
10 Pensar en el Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo.
11 El término borrachera, como lo explica Adriana María Alzate Echeverri, fue
usado como remplazo de una serie de prácticas precolombinas mucho más
ricas y complejas que terminaron siendo reducidas en su polivalencia bajo un
concepto que se conserva hasta nuestros días. Así lo explica la investigadora:

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silencio de árboles y un trepidar de alas de mariposa, que quizá fuera {233}
la única que conociera esta desventurada sabana, cuna de sicópatas
sanguinolentos después del mestizaje» (Perozzo 227).
Con esto, en El resto es silencio no solo se reconoce qué hubo
en las comunidades indígenas que habitaron estos territorios bajo
un concepto de nación, sino que además se acude al elemento de la
chicha, bebida ancestral en varias culturas prehispánicas, para resal-
tar su carácter ritual, festivo y religioso. Es así como la novela hace
hincapié en su crítica a lo que se considera civilizado y salvaje. La
chicha, bebida que desde los inicios de la vida colonial, y con mayor
fuerza a finales del siglo XVIII , fue censurada en términos de salud
pública y moral –e incluso algunos sectores la usaron como sinónimo
de barbarie y enfermedad–, aquí funciona para recordar el carácter
pacifista de las comunidades indígenas y se refuerza la historia cas-
tigadora y vigilante de los españoles frente a las tradiciones de los
pueblos aborígenes. En este sentido, el uso de la chicha no es inge-
nuo, sino que nos recuerda, en palabras de Adriana María Alzate
Echeverry, que:
Si hay un lugar en la Nueva Granada de fines del siglo XVIII
que condense todo un universo de reprobación y condena en términos
de salud pública y moral, aunque también de economía y gobierno, es

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


sin duda la chichería. Pero no solo este espacio era objeto de crítica, la
chicha igualmente fue blanco de censuras y de múltiples medidas que
pretendían impedir o controlar su elaboración y su consumo ante las
funestas consecuencias que generaba su utilización excesiva, desde el
punto de vista de la salud, la moral y el «orden público» (162).

De esta forma, la chicha le sirve al autor para crear un punto de

«En las culturas indígenas andinas existieron varios términos para nombrar
las diferentes maneras de beber, los diversos grados de ebriedad y los distintos
tipos de bebida, según el grado de alcohol de cada una. Esta diversidad de
términos presente en el vocabulario quechua y aymará por ejemplo, desaparece
por completo en los textos y las crónicas de los funcionarios evangelizadores
españoles. En sus documentos, el termino castellano borrachera será empleado
para calificar todas las conductas autóctonas de embriaguez, bien fuesen rituales
o realizadas en ocasiones ceremoniales, con fines chamánicos, etc. Así, esa
pluralidad y riqueza semiológica se reduce a un solo término, lo que revela de
alguna manera una suerte de incomprensión y desprecio hacia ‘el Otro’. Así
mismo se nombraron con el término chicha todas las bebidas que los indígenas
del Nuevo Mundo consumían para embriagarse» (Alzate 163–164. Cursiva en el
texto).

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{234} encuentro entre dos culturas, distantes histórica pero no geográfica-
mente. Por un lado, tenemos la imagen de Altuve, habitante de la calle,
marginado, explotado, ignorado y reducido a ser un «desechable» por
la sociedad, y por el otro, tenemos una comunidad que bebiendo el
mismo líquido que Altuve sostiene en sus manos, convive en paz y
armonía. En este sentido, queda claro que la imagen desarrolla una
crítica a dos procesos de colonización distintos: para los indígenas, la
llegada de los españoles a América, y todo el proceso de modernización
del país que trajo consigo el neoliberalismo12 y el mercado como nueva
religión. Ambos procesos se presentan como funestos y unidos irreme-
diablemente el uno al otro.
Quisiéramos insistir aquí en el carácter de la deformación que ad-
quiere la novela según la mirada de la estética del esperpento y cómo,
visto a través de los espejos cóncavos de los que nos hablara Valle-In-
clán, tal deformación permite hacer visible el rostro de la tragedia que
ha sido la historia, en este caso la de Colombia. Podemos encontrar
que, por ejemplo, al referirse a uno de los próceres de la patria, español
además, fundador de Puerto La Antigua, el narrador lo despoja de todo
heroísmo y lo retrata como un simple criminal violento que se había
dedicado a exterminar a los indios motilones. Así describe a don Felipe
Cueca (don Feli Pecueca):
[c]arpetovetónico que había remontado el gran río y al lle-
gar al valle de los calores, se había dedicado a exterminar a los indios
motilones. Hasta que estos le tendieron una trampa y se lo comieron a
pedacitos asados, ensartados en sus flechas.
– Habían inventado los pinchos –remató
(Perozzo 135)

12 Esta crítica al neoliberalismo en la novela está claramente planteada en párrafos


que mencionan, en falso tono científico, el papel fatal que ha cumplido el
Fondo Monetario Internacional y el sistema bancario en el desarrollo de las
naciones latinoamericanas. Este aspecto lo estudié en mi tesis de grado y no está
incluido en este ensayo, por aspectos de espacio. Sin embargo, las críticas que
menciono son más o menos presentadas como esta que relaciono a continuación:
«Entre 1980 y 1985, el bienestar de la población de América Latina descendió
Ricardo Contreras Suárez

un 16,8 % aumentando así del 33 al 39 %, esto es unos 160 millones de personas.


En 1988 los países de esta área pagaron en concepto de intereses de su deuda externa,
29.800 millones de dólares o lo que es lo mismo el equivalente de unos 312.456.768.4
56.234.654.873.678.- 675.789.953.578.946.34 millones de arepas» (40, cursiva en
el texto). Más adelante concluye: «De donde se deduce que el niño que acaba de
aparecer, ya debe por concepto de haber nacido en esta parte del glóbulo, unos 14
mil dólares, esto es, unas doscientas cincuenta mil arepas, según el precio de la
divisa, hoy» (Contreras Suárez 40).

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Así mismo, al referirse a Teresa Mier13 de Toro (Teresa Mierda {235}
de Toro), una de las mujeres más populares de su pueblo, nos relata que
se trata de una «descendiente de don Ambrosio Alfinger, un asesino
sin piedad, que había pasado por allí sembrando polvos y arbitrarie-
dades» (Perozzo 134). La ironía con que finaliza la primera cita –en
contraste con nombres de la historiografía nacional como el español
Ambrosio Alfinger,14 explorador y conquistador alemán que aparece
en la segunda– hace chocar la burla con lo serio. De esta manera, se
acentúan los contrastes que –sumados a la ridiculización a la que son
sometidos los nombres de los personajes (don Feli Pecueca y Teresa
Mierda de Toro)– consiguen conformar una imagen que oscila entre la
denuncia y lo grotesco para presentarnos una valoración de la historia
oficial a partir de una incapacidad de ser representada en su verdadera
dimensión, es decir, en la «colosal tragedia» que ha sido la llegada de
los españoles a América.
De este modo, la deformación de los nombres entra en la catego-
ría de lo esperpéntico al cumplir una de las premisas más importantes
de la estética valleinclaniana: hacer de los personajes simples títeres o

13 El apellido Mier forma parte de una dinastía de españoles que llegaron a


América como colonizadores y exploradores. Entre ellos se puede destacar a

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


José Fernando de Mier y Guerra, quien habría participado exitosamente en la
represión de los arhuacos y koguis del sureste de la Sierra Nevada y a quien
como premio por su labor, por merced del Cabildo de Santa Marta, se le dieron
las estancias de Curucatá, Pantano y Tenso, cerca de San Sebastián de Rábago,
en las que utilizó a los indios sometidos y concertados.
14 Ambrosio Alfinger es recordado por las innumerables crueldades que su
empresa de exploración trajo consigo. Soledad Acosta de Samper lo describe
así: «Alfinger comandaba una tropa compuesta de ciento sesenta Españoles
de infantería y cuarenta de á caballo, y acompañábales una turba de indios
cargueros que llevaban los pertrechos, armas, comestibles, ropas y cuanto
pudiera necesitar la Expedición en un largo viaje. Aunque la fragosidad de
los caminos era tal que los caballos iban casi siempre vacíos, jamás se procuró
aliviar un tanto á los míseros indígenas cargando los caballos con algo de lo que
ellos llevaban. Alfinger pensaba que los naturales no eran dignos de la menor
señal de compasión; llevábales, para que no se le huyesen, ensartados en dos
cadenas (como lo hacían en España para trasladar los galeotes de una parte á
otra) y atados de manera que pudiesen pasar las cabezas por los anillos, é iban
todos unos en pos de otros, como las cuentas de un rosario. Se jactaba aquél de
su invención, por ser sumamente económica, puesto que dos guardas, uno al
principio y otro al fin de la cadena. bastaban para custodiar los esclavos. […]
Cada vez que la Expedición de Alfinger entraba en un caserío indígena, no se
tomaba la pena de pedir lo que necesitaba, sino que se apoderaba de cuanto
encontraba, mandaba matar á los desgraciados que procuraban huir, y antes de
dejar el lugar lo incendiaba, y talaba las sementeras qué no estaban en sazón»
(81, 82).

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{236} marionetas que deben ser manipulados al libre albedrío del narrador. Si
poseer un nombre es un rasgo de identidad personal, familiar y social,
al otorgar uno que lo ridiculiza, se le resta la dignidad que la persona
merece, se hace de ella un fantoche cuya existencia, iniciando por su
nombre, es motivo de burla. Así, en esta parte de la ridiculización de los
nombres en la novela, Perozzo coincide con la premisa de caracterizar
«personajes reducidos física y moralmente» (Polák 23), tan presente en
la estética del esperpento.
Así las cosas, la novela plantea un contraste entre las comunida-
des indígenas, pacíficas moradoras de las tierras, y los conquistadores,
sanguinarios y despiadados que no merecen siquiera un nombre que les
otorgue dignidad alguna. Por lo tanto, podemos concluir en esta pri-
mera parte que en El resto es silencio hay una valoración de los procesos
de conquista y colonización a través de la deformación y lo grotesco,
es decir, de lo esperpéntico. El resultado de ello es una crítica feroz a
la colonización, la cual se ve como el principio de todos los males de
Colombia, así como un reclamo por el olvido en el que han caído las
culturas indígenas, pues se suelen desconocer sus aportes en la confor-
mación de la nación, así como la tragedia vivida por ellos en los últimos
siglos en los que se los ha tenido al margen del imaginario de nación.
En este orden de ideas, si la llegada de los españoles a América es la
caja de Pandora de los males y la violencia del país, vamos a ver cómo
en la novela el fracaso del proyecto bolivariano representa la derrota
definitiva de la fuerza sobre la inteligencia, la cultura y el humanismo.

Siglo XIX: Simón Bolívar, el fundador de un desbarajuste colosal


El segundo momento histórico que trata la novela El resto es si-
lencio es el siglo XIX , mediante la figura tal vez más representativa de
esta época en materia de consolidación de nación e historia: Simón José
Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, más conocido
como Simón Bolívar. Como corresponde a la estética del esperpento,
la imagen que la novela nos devuelve del prócer está tocada por la
Ricardo Contreras Suárez

deformación y lo grotesco. Tenemos entonces que después de varios


días de trasegar entre botes de basura buscando comida, y tras el ha-
llazgo de una botella de aguardiente que su perro Adelante hurtara del
bolsillo de un borracho, Altuve tiene un momento de alucinación pro-
ducto del alcohol. Entonces, el protagonista se dirige al monumento
que se levanta en la plaza de Bolívar, en el capitolio de la capital de la

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república. Allí podrá conversar con el fantasma etílico del Libertador, {237}
que bien puede ser la conciencia del personaje –recordemos que fue
profesor de Literatura en su pueblo natal– o puede ser la estrategia
que asume el autor para dar testimonio de la derrota y la vergüenza
que siente Bolívar ante su proyecto libertario. Así, el narrador encuen-
tra al Libertador «con la mirada severa pero colosal del que se sabe
culpable de haber fundado el más colosal desbarajuste que los siglos
hayan contemplado» (115). Más adelante, ante los insistentes reclamos
de Altuve por su condición de ser marginal, de habitante de la calle,
Bolívar responde:
Y eso no es nada Altuve, […] Lo peor no son las miserias
del cuerpo, aunque con ellas ya tendríamos bastante, ya. Lo peor es la
falta de dignidad, la prédica humillación con que se les obliga a todos
los ciudadanos de este desventurado subcontinente a ser enemigos de sí
mismos, la dialéctica de las metrallas que emplean para que se arrodillen
ante los dueños del mundo y una vez convertidos a esa fe, venderlos
como sirvientes malpagados o definitivamente como esclavos […]
Nunca imaginé que esta espada abriría la trocha donde se asentaría el
reinado del absoluto que colecciona cadáveres
(Perozzo 116)

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


El hecho transcurre en el Capitolio, sede del Congreso Nacional,
máximo órgano legislativo de la República de Colombia. La crítica al
aparato democrático queda evidente. De este modo, el fantasma del
general caraqueño reconoce el fracaso que ha sido su proyecto de li-
beración y unión de las tierras americanas. Mediante esta figura, la
imagen de Bolívar encarna una especie de conciencia continental que
pone de manifiesto el desastre del proyecto bolivariano, cuyos países
finalmente quedaron en manos de los «dueños del mundo» que han
hecho de este continente una tierra de esclavos. Aunque no se pone
de manifiesto, podemos entender que en la obra los dueños del mun-
do son precisamente el sistema bancario, las empresas multinacionales
o transnacionales, el sistema capitalista. La esclavitud, en este senti-
do, es entendida como la imposibilidad de escapar de este sistema, de
adoptarlo como único estilo de vida posible en el que son muchos los
«malpagados» que se someten a esta dinámica que los hace enemigos
entre sí, que propicia la discordia y el enfrentamiento.
En ese orden de ideas, la crítica de la novela se enfila hacia la
carrera armamentística que han asumido los países y el temor que ge-

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 237 10/22/18 11:35 AM


{238} neró en aquel momento el desmesurado aumento en el presupuesto
que se invertía en este campo. Este aspecto es visto en la novela en
contraposición a principios como la libertad, la cultura y el humanismo,
y afecta de manera profunda lo que podemos entender como inteligen-
cia, ya que el uso de armas solo nos puede traer sumisión y terror:
Desde esta plaza he visto cómo disparan contra todo lo que
signifique inteligencia, contra los instrumentos de la verdadera libertad,
contra todo lo que signifique verdad, cultura, humanismo. Y nadie sabe
mejor que yo. Todo lo que vuela y todo lo que canta está en la mira de los
misiles y de los engendros electrónicos con que los eurekas del horror
contribuyen a la sumisión universal. No descansarán hasta que convier-
tan al último de los humanos en un idiota (Perozzo 116).

De tal modo, la novela construye una imagen de Bolívar que, si


bien se nos presenta derrotado y afectado por el fracaso que fue su
sueño libertario, también encarna una suerte de conciencia moral que
determina desde una sapiencia casi inmaculada los antivalores que
rigen en la actualidad para contraponerlos con lo que podríamos con-
siderar sus principios. Por supuesto, hay en ello una sobrevaloración
de la figura de Bolívar al dotarlo de tal conciencia, aunque esta no deja
de ser, a su vez, un gesto grotesco, pues en verdad es la ilusión de un
personaje ebrio que conversa con una estatua del prócer.
Como ya lo hemos mencionado, la necesidad de un narrador que
como demiurgo haga de sus personajes verdaderos fantoches, títeres y
marionetas es una de las características más importantes de la estética
del esperpento. Y el personaje de Bolívar no se escapa de esto. En la
novela, la imagen de un Bolívar consciente de su fracaso y presentado
como una entelequia contrasta con lo que simboliza en la realidad na-
cional: un prócer. La literatura colombiana que versa sobre Bolívar es
amplia, y en ella hay una idealización de su figura, aun cuando se habla
de la derrota de su proyecto. Así lo manifiesta Pablo Montoya: «Al leer
las novelas colombianas sobre el militar caraqueño, es fácil concluir
que este se yergue como símbolo no solo de la derrota política de una
Ricardo Contreras Suárez

nación sino de su inexorable derrota humana. Derrota, que no obstan-


te, está atravesada por la idealización del héroe» (3).
Así ocurre en la novela, en la que Bolívar es consciente de que su
nombre sirve para justificar cualquier posición política: «Yo les sirvo
para justificar sus improvisaciones y pretextos» (Perozzo 116), acep-
tando el carácter demagógico y oportunista que ha tenido su nombre

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a favor de cualquier causa. Ahora bien, aunque el Bolívar que aparece {239}
en la novela no está exento de algunos valores que se identifican con
sus señalamientos y observaciones, también es cierta la presentación
de su ser como una «cosa», es decir, como una estatua. La negación a
una corporalidad, y por tanto a una realidad, somete al personaje a la
deshumanización. En consecuencia, Bolívar es una conciencia tanto
como un juego de la imaginación y la embrigauez de Altuve; es la
imagen de unos valores tanto como la certeza de la derrota de su
proyecto.
En suma, estas dos imágenes –la de la llegada de los españoles a
América como una recua de bandoleros y criminales que sembrarían el
germen de la violencia y exterminarían a las comunidades indígenas,
y la de un Bolívar producto de la alucinación etílica de un habitante de
la calle– son apenas el preludio de una violencia aún mayor que cono-
cería su esplendor en la juventud de Altuve y que marcaría de allí en
adelante su peligroso descenso a la búsqueda del crimen como única
posibilidad de ser.

Siglo XX: la culminación de un proyecto de país fracasado


En El resto es silencio, hay una revisión del siglo XX a partir de

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


dos sucesos: el Bogotazo, que es a lo que el libro dedica mayor espacio,
puesto que forma parte de la historia central, y la entrada de la moder-
nidad, vista desde los procesos de cambio de lo rural a lo urbano y la
cárcel como metáfora del crecimiento desmedido de las ciudades.

El Bogotazo y los años de la Violencia en Colombia


Una gran parte de la revisión histórica presente en esta obra está
dedicada a las tensiones entre liberales y conservadores y al Bogotazo
como punto de fuga de una violencia que transformaría radicalmente
al país. En los tres últimos capítulos de la primera parte (capítulos 8,
9 y 10), titulados de forma que recuerdan la Divina Comedia de Dante
Alighieri15 –Puerto La Antigua I -Paradiso, Puerto La Antigua II -La
Geometría Fatal y Puerto La Antigua III -Infierno–, Jorge Eliécer Al-
tuve Plata, que se debate entre la vida y la muerte después de haber

15 En la obra del italiano aparecen Infierno, Purgatorio y Paraíso. Aquí el orden


podría verse invertido.

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 239 10/22/18 11:35 AM


{240} recibido una paliza de unos pandilleros, agoniza en una calle en medio
de la fiebre y el estado de trance propio de su condición de moribundo.
Esta circunstancia le permitirá ir recordando su juventud en Puerto La
Antigua, lugar donde transcurren los hechos históricos que competen
a esta parte del análisis. Por los recuerdos que Altuve tiene de su pue-
blo, sabemos que su padre, Alfredo Altuve, es un liberal que se pasaba
las tardes escuchando los discursos de Jorge Eliécer Gaitán por la ra-
dio, y su madre, Anamaría Plata, es una goda que gustaba de ir a misa
los domingos. Altuve, como hijo de la unión y la contradicción entre
liberales y conservadores, podría entenderse como la representación
del país, hijo de estas tensiones que, en la visión pesimista de la novela,
terminará siendo un habitante de la calle, es decir, un ser marginal.
En este aspecto, la novela insiste en el papel que desempeña el
catolicismo dentro de la disputa bipartidista. Al ir a misa, motivado por
su amor a una joven hija de conservadores, Altuve empezará a sentir la
presión de ser hijo de padre liberal y madre conservadora. La belige-
rancia con que el cura habla de los liberales le cae sobre los hombros, al
ser su padre un líder liberal: «Por orden del intransigente párroco, los
godos rasos ocupaban las primeras quince bancas y las seis restantes
eran para los liberales» (Perozzo 153). A pesar de esta discriminación,
Altuve sigue asistiendo a escuchar misa. Eso fue así hasta el día en que
el sacerdote, poco antes de anunciar el matrimonio de Altuve con Ana-
tilde Molina, profiriera el siguiente discurso:
Con una habilidad rayana en lo demoniaco, […] trazó un
cuadro de llamas eternas donde los liberales se retorcían para siempre,
como causantes que eran de todo mal y peligro y cuyos líderes amorales
y ateos, atraían las iras del Creador sobre el país del Sagrado Corazón,
por lo cual había que acabar con tan grande peligro para la fe.

– Matar liberales no es pecado –gritó entonces, en el colmo de


una ordalía cuya imago (sic) lo igualaba a Fray Tomás de Torquemada,
si alguien en Puerto La Antigua hubiera sabido de quién se trataba
Ricardo Contreras Suárez

(Perozzo 153)

Este cuadro que nos presenta la novela nos recuerda que al finali-
zar la Segunda Guerra Mundial, como resultado de la caída del fascismo,
Estados Unidos y la Unión Soviética definieron el nuevo reparto del
mundo, creando un enfrentamiento entre capitalismo y comunismo. En

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Colombia, los católicos hacían oposición al comunismo por sus posicio- {241}
nes hostiles hacia la religión, las cuales identificaban como comunistas,
y tildaron de ateos a todos los liberales, con lo que se hicieron una
herramienta a favor del Partido Conservador, utilizando para ello dis-
cursos desde el púlpito, donde culpaban a los liberales de los problemas
del país e incluso acusaban de pecado y posible expulsión a todo católico
que decidiera apoyar a un liberal en sus aspiraciones políticas.
Así lo deja saber Andrés Mauricio Escobar Herrera, quien al
analizar el Bogotazo en relación con el catolicismo, el ateísmo y el anti-
comunismo, nos recuerda lo siguiente: «El 1.º de julio de 1949, el Santo
Oficio dio a conocer el decreto por el cual se excomulgó a quienes
profesaran, defendieran y promovieran la doctrina comunista» (158).
La Iglesia pasó así a ser un actor fundamental en la construcción ideo-
lógica y política del país. En El resto es silencio, esta defensa a ultranza
del catolicismo al conservadurismo queda plasmada de forma eficiente
e incluso lleva a reflexiones inquietantes como esta: «¿Entonces ma-
tar era la regla? Una humanidad cubierta de sangre. Muchedumbres
enteras clamando a dioses de sonrisa sanguinolenta para que lloviera
sangre sobre sus malditas espaldas. El cura de Puerto La Antigua lo
vociferaba entre introibos y avemarías: ‘¡matar liberales no es pecado!’»
(Perozzo 259).

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


Al etiquetar como empresa criminal al catolicismo, la novela
nos revela una imagen grotesca de la Iglesia católica, partidaria de
la guerra y de la violencia a partir de unos intereses particulares,
contradiciendo su vocación e identificándose con el Partido Con-
servador, que en esos tiempos ya era considerado como un partido
clerical. Lo cierto es que durante muchos años antes del Bogotazo, la
Iglesia católica había asumido una posición política clara que estaba
aunada a sus propios intereses y posturas políticas. Como si no fuera
suficiente con ello, El resto es silencio le recuerda al catolicismo su
pasado sangriento relacionado con la Inquisición a través de perso-
najes históricos como el de fray Tomás de Torquemada, torturador
riguroso que cumplió un papel importante en el desarrollo de la In-
quisición como institución.
Con todo ello, es clara la denuncia del papel desempeñado por el
catolicismo desde la llegada de los españoles a América hasta nues-
tros días. En la novela, el catolicismo ha sido un factor de atraso y
violencia en el país, y durante los años de la Violencia –y aun antes
del Bogotazo– su discurso fue discriminador, violento, partidista y

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{242} sectario. Del mismo modo, la muerte del caudillo generó en la po-
blación un desprecio hacia la vida que culmina con un espectáculo
grotesco: ríos rojos donde naufragan restos de las víctimas de uno u
otro bando, poblaciones arrasadas a sangre y fuego, mujeres violadas,
campos de sangre y muerte, hombres con la «lengua de corbata»,
desolación e impotencia.

La cárcel como metáfora de la llegada de la modernidad


y el paso de lo rural a lo urbano
Esta investigación quedaría incompleta si no atendiera una de
las críticas que más se perfilan en el libro: la entrada de la modernidad
a Colombia. Para ello analizaremos, por un lado, cómo se ve en la no-
vela la urbanización del país y el consecuente paso de lo rural a lo
urbano, y por otro lado, la imagen de la cárcel como metáfora de la
vida citadina. Visto así, no parece fortuito que el paso por la cárcel
sea lo que haya hecho del personaje de Altuve un asesino, como re-
sultado de la violencia de esos veinte años en prisión. Tampoco lo es
el hecho de que una vez paga su condena y es liberado, vagando las
calles de la capital, Altuve exclama que era más segura la cárcel que
la ciudad.
A todos estos elementos se debe sumar la procedencia de Altuve:
Puerto La Antigua, un pueblo, al parecer, del Norte de Santander. To-
dos estos elementos, vistos desde una perspectiva que los integra y los
entiende como resultado de una dinámica nacional, vienen a dar cuenta
del proceso por el cual la modernización del país implicó el abandono,
muchas veces forzado, de las zonas rurales para pasar a aumentar las
poblaciones que, en busca de una oportunidad, empezaban a desplazar-
se hacia las ciudades:
Un mar de casas construidas según el diseño de la urgencia y
el horror al descampado, con materiales encontrados entre la desespe-
ración y el miedo. Eran forasteros que habían dejado sus pueblos, sus
veredas e incluso esas ciudades medianas donde lo cotidiano no era más
Ricardo Contreras Suárez

que un presente de arañas. El viaje a la capital buscando salvar el ham-


bre no había sido más que un futuro con milquinientas uñas. Intrusos
detestables, que habían dejado sus lugares por este viento helado que les
echaba encima como latigazos, canjeándoles la piel por la dura costra de
los desharrapados
(Perozzo 328)

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 242 10/22/18 11:35 AM


Pero vamos a hilar más despacio. En primer lugar, veamos el sen- {243}
tido que tiene la cárcel en una sociedad para desentrañar a partir de ahí
cómo el paso de lo rural a lo urbano está metaforizado en la prisión. La
cárcel, vista desde la perspectiva de Michel Foucault, es la institución
que ha logrado sobrevivir como lugar de castigo. Si antaño las plazas
públicas eran el lugar donde se ejecutaban los criminales, a la vista de
todo el pueblo y como modo ejemplarizante, ahora las cárceles son
las instituciones en las cuales recae la labor de vigilar y castigar, apri-
sionando el cuerpo y dosificando el alma a través de la disciplina y el
aislamiento. Las cárceles no humanizan el castigo, nos dice Foucault,
sino que buscan ejercer el poder y el control por medio de otras disci-
plinas como la psiquiatría.
De esta forma, la cárcel en la novela se configura como el espacio
que da cuenta de la realidad de un país donde los procesos de mo-
dernidad llegaron impulsados por políticas económicas que al entrar
arrasaron con los pueblos, dejando como saldo cinturones de pobreza
en las ciudades: «Ahora entraba en un espacio invadido por las sedes
de empresas multinacionales y supermercados dinosáuricos, donde los
árboles era una especie extinguida y habían sido remplazados por bo-
doques de granito» (Perozzo 194). En consecuencia, la entrada de la
modernidad a Colombia, que pasa por la industrialización, el desarro-

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


llo de los medios de comunicación o la urbanización, deja de lado las
relaciones entre los individuos de la sociedad colombiana, que se ven
cada vez más al margen de sus procesos. Así lo reafirma el personaje de
Altuve, un maestro de Literatura e Historia en su pueblo, al que en la
ciudad no le queda otro camino que ser sicario, reflejo de una sociedad
que es producto de una violencia política y de la Iglesia católica que no
encuentra sosiego:
El marginado que habita en los grandes centros urbanos de
Colombia y que en algunas ciudades ha asumido la figura del sicario no
solo es la expresión del atraso, la pobreza, el desempleo, la ausencia de
acción del Estado en su lugar de residencia y de una cultura que hunde
sus raíces en la religión católica y la violencia política. También es el re-
flejo, acaso de manera más protuberante, del hedonismo, del consumo, la
cultura de la imagen, la drogadicción, en una palabra de la colonización
del mundo de la vida por la modernidad (Giraldo y López 260).

Por lo anterior, a la tragedia del fracaso de la modernidad de la na-


ción se sumarán otras tragedias como la del Palacio de Justicia, la de una

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 243 10/22/18 11:35 AM


{244} deuda externa impagable y la de la expansión de un pensamiento pro-
clive a la mercantilización y banalización como regla. De esta manera,
la modernidad en Colombia empieza a configurarse como un escenario
en el cual salen a flote las contradicciones de un país donde los valores
han perdido la función social de integrar y dar coherencia a modelos
culturales que permitan la identidad social y la unión de una nación:
La dialéctica entre tradición y modernidad tiene como terreno
común el conflicto, los desgarramientos y la violencia […]. Todo lo
cual se potencia por la desmitificación de la tradición y las alteraciones
en las categorías de orientación axiológica. Los valores han perdido de
esta forma su función social: dar coherencia a los modelos culturales,
permitir la identidad social y psíquica de los individuos y facilitar la
integración social (Sarmiento 166).

En definitiva, la cárcel se constituye como aquel lugar donde, por


un lado, la vigilancia y el castigo institucional realizan su función pa-
nóptica de control sobre los ciudadanos y, por el otro, no se humaniza
el castigo ni el castigado, sino que se aísla para que enfrente su soledad
y el repudio de la sociedad. En esta medida, en El resto es silencio las ciu-
dades resultantes del proceso de modernización se han convertido en
grandes cárceles cuya fuerza centrípeta obliga a las poblaciones rurales
a desplazarse a los márgenes de las metrópolis, y a su vez, castiga este
desplazamiento mediante la exclusión, la ausencia de oportunidades y
la marginalización. En Colombia, particularmente, el proceso de mo-
dernidad se da de tal modo que favorece el crecimiento de la industria,
el aumento de la deuda externa y la proliferación de bancos y medios
de comunicación, así como aísla cada vez más a un sector de la pobla-
ción que no se ve beneficiado con su desarrollo y que es marginado por
los discursos que coronan la producción y el mercado como rey.

Del esperpento a la estética de lo atroz: la narración


de los crímenes y los criminales de la historia colombiana
Ricardo Contreras Suárez

Si bien, como hemos observado en el análisis propuesto, en El


resto es silencio hay unos rastros de la estética del esperpento, tales as-
pectos son llevados a un punto de tensión que no conoció la propuesta
valleinclaniana en términos de registro de los actos violentos, de de-
nuncia con nombres propios, de crueldad y violencia explícita, incluso
de actos coprológicos, como se observa en la novela de Perozzo. Sin

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 244 10/22/18 11:35 AM


embargo, podemos afirmar que la propuesta valleinclaniana del esper- {245}
pento sirve como marco para analizar novelas como El resto es silencio.
En ellas, aquella premisa valleinclaniana que relaciona la Historia con
la Literatura se hacen presentes en la novela objeto de estudio. Tal
como lo propone la estética del esperpento, Perozzo se propuso pre-
sentar en su obra una imagen grotesca que diera cuenta, a su vez, de
lo grotesco que es la historia nacional. En este caso, El resto es silencio
logra dar cuenta de la realidad histórica colombiana a través de tres
momentos claves: el siglo XV con la llegada de los españoles a tierras
americanas, el siglo XIX con la figura de Simón Bolívar y el siglo XX
con Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo, por un lado, y los procesos de
entrada de la modernidad al país, por el otro.
Sin embargo, está claro que no estamos afirmando que Perozzo
haya tomado los principios del esperpento para realizar su obra. Por el
contrario, es la estética del esperpento la que nos permite evidenciar
que en la novela de Perozzo hay algunos rasgos de las características
ya mencionadas del esperpento. Entre ellas, una de las más definiti-
vas, y que fue también una preocupación constante de Valle-Inclán,
tiene que ver con la interpretación de la historia nacional. Así mismo,
podemos ver que en la narración de esos tres momentos históricos
nacionales hay imágenes que hacen evidente un cierto «gusto» por el

La relación de literatura e historia en «El resto es silencio» (1993), de Carlos Perozzo


aniquilamiento que se ha vivido en el país desde la llegada de los espa-
ñoles hasta ahora.
Este «gusto», como lo hemos denominado, parte de una pregunta
básica; ¿por qué la gente ejecuta actos crueles? En el caso colombiano,
nos plantea la novela, hay un sistema implantado desde la llegada de
los españoles que ha permitido que unas élites políticas y religiosas
impongan sistemas de desigualdades y terror sobre las poblaciones y
los individuos, naturalizando el uso de la violencia como medio para
resolver cualquier conflicto. A esa insistencia en estas características
la hemos llamado «estética de lo atroz». Así, podemos afirmar que la
novela posee unos rasgos esperpénticos y a su vez unos elementos que
hacen parte de la estética de lo atroz sin que lo uno sea excluyente
de lo otro, sino que están en diálogo constante. En cuanto a lo atroz,
Édgar Barrero, al estudiar estos fenómenos, se aleja de explicaciones
subjetivas –enmarcadas en la «culpa» individual del victimario– y fija
su mirada en la responsabilidad de las élites políticas. Para Barrero,
estas élites han logrado: […] naturalizar a través de la historia el uso
de la violencia como medio privilegiado para resolver el conflicto o el

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{246} disenso; es decir, han logrado posicionar socialmente una estética de
lo atroz, que impide la movilización colectiva contra la injusticia y la
impunidad estructural que agravan la crisis humanitaria que afecta a la
sociedad colombiana (18).
Consideramos, de este modo, que la propuesta de Perozzo apunta
hacia ese objetivo y su denuncia, como lo hemos visto, narra las atroci-
dades que ha vivido el pueblo colombiano a partir del esperpento. Sin
embargo, su denuncia tiene nombres claros, tales como el catolicismo,
la creación de próceres como Simón Bolívar y sus proyectos fracasados,
el bipartidismo y el Frente Nacional, la entrada de la modernidad y la
consecuente bancarización del país, el crecimiento excesivo de las ciu-
dades y la pauperización de la vida en el campo, junto con el aumento de
los cinturones de pobreza en las ciudades, los políticos y hasta la litera-
tura misma. De esta forma, lo esperpéntico constituye una herramienta
que permite entender cómo se construyen estas denuncias, y a su vez,
en El resto es silencio es el modo como la atrocidad se manifiesta. Para
ello bastará con quedarnos con la premisa que reza «Porque la litera-
tura también es memoria, Altuve. El resto es silencio».
Ricardo Contreras Suárez

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POST SCRÍPTUM

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Pensar el desastre

Sergio Villalobos Ruminott


U N I V E R S I DAD D E M I C H I GAN

Nos han tocado malos tiempos, como a todos los hombres,


y hay que aprender a vivir sin ilusiones.
Ricardo Piglia
Aquí se rinde homenaje a la majestad de lo absurdo que
testimonia la presencia de lo humano.
Paul Celan
O the chimneys
on the carefully planned dwellings of death
When Israel’s body rose dissolved in smoke
through the air –
To be welcomed by a chimney sweep star
Turned black
Or was it a ray of the sun?
Nelly Sachs

escribo estas notas a modo de post scríptum para el libro


El malestar del posconflicto. Aportes a la crítica literaria y cultural. Y qui-
siera declarar desde el comienzo la zozobra que me embarga a la hora
de empezar no solo por el tema en cuestión, sino también por la rica y
heterogénea variedad de textos aquí compilados. Sin embargo, inten-
taré superar esta zozobra para saludar el esfuerzo mancomunado que,
partiendo de una colaboración entre la Universidad de Arkansas y la
Universidad de Antioquia, se expresó primero en un congreso llevado
a cabo en la Universidad de Arkansas, (Fayetteville), en el 2016, y que
luego se tradujo en este volumen. Por si fuera poco, todavía tendríamos
que sumar la existencia de más de un hilo conductor en el volumen,
lo que convierte la intervención en su conjunto en un gesto rizomá-
tico que no pretende cancelar o concluir un problema, sino abrir su {249}

V.14 grotesc POSTCONFLICTO.indd 249 10/22/18 11:35 AM


{250} potencialidad problemática e invitarnos a pensar libremente en ella.
Por supuesto, el trabajo de los editores, los criterios de ordenación
y división temática, y los textos en su singularidad, son todos enco-
miables; no obstante, pese a la pertinente organización temática del
volumen, habría que advertir la existencia de otro libro en ciernes, en
bambalinas, opacado a veces por la fuerza de los argumentos explícitos,
pero presente en el silencioso respirar de sus problemas.
Se trata de un libro sin hechura, cuya razón de ser consiste en la
pregunta por la relación entre lenguaje y desastre. Y esto no es algo
que se les haya escapado a los editores; por el contrario, es más bien
prueba de la fecundidad del volumen, pues todo libro importante con-
tiene en su interior una serie de caminos y posibilidades de lectura, de
tergiversaciones, de desarrollos y de desviaciones que solo el lector
puede recorrer. Más que los argumentos, son estos caminos los que se
entregan como don de un esfuerzo mancomunado, como posibilidad de
incidir, de intervenir en la lengua cotidiana y alterar el sentido natu-
ralizado de los hechos para dejarnos ver la persistencia irresuelta de
otro tiempo, de un tiempo distinto al tiempo mediático y político de la
información y de la aparente resolución de conflictos.
Por esta misma razón, el título me parece tan apropiado. Lejos de
comulgar con las retóricas del olvido y la impunidad que, una vez más,
se dejan oír en la apelación a una cierta responsabilidad política con el
presente (en nombre de un ansiado futuro ideal), el libro no se presen-
ta como una contribución ingenua al posconflicto, nombre que, como
antes el de pos-Holocausto, el de pos-Apartheid y el de posdictadura,
parece que diluyera el espesor histórico de los dramas de la historia en
una versión estandarizada y depurada del pasado reciente para permi-
tir el paso adelante, hacia el olvido y la impunidad. En otras palabras,
El malestar del posconflicto no intenta una obliteración de la condición
desgarrada del presente, ni menos una sutura negligente de las heridas
del pasado, sino que interroga las retóricas oficiales relacionadas con
las transiciones a la democracia (Cono Sur), las pacificaciones (Cen-
troamérica) o el desarme y la desmovilización (Perú, Colombia, etc.)
Sergio Villalobos Ruminott

para mostrar que en dichos discursos, lejos de haberse encontrado una


solución a los problemas que aquejaron y aún aquejan a nuestras so-
ciedades, lo que hay es una «bien intencionada» e ineficiente política de
la desmemoria.
Hay una segunda dimensión que me gustaría destacar en este títu-
lo, una dimensión liberadora si se quiere, relacionada con la necesidad

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de pensar los conflictos sociales en su condición heterogénea, sin remi- {251}
tirlos ni reducirlos a una narrativa maestra, a un conflicto central (ya
sea entre el primer y el tercer mundo o entre burgueses y proletarios,
etc.) que ha raptado la historicidad de las diferentes luchas sociales tra-
duciéndolas a las coordenadas estratégicas de un pensamiento político
convencional (marxista, liberacionista, desarrollista, etc.). El malestar
del posconflicto entonces se expresa, al menos, de dos formas com-
plementarias: por un lado, como incongruencia entre el optimismo de
las políticas oficiales y el duelo irresuelto por las pérdidas del pasado;
por otro lado, ese mismo malestar nos muestra la caducidad de las
narrativas políticas tradicionales, dejándonos huérfanos y expuestos
a la necesidad de repensar el espesor de las luchas contemporáneas y
sus inadvertidas continuidades con el pasado. Esto se hace aún más
claro en el subtítulo, que nos indica cómo los trabajos reunidos aquí se
piensan a sí mismos y se dan como tarea constituir «aportes a la críti-
ca literaria y cultural». Y necesitamos reparar en el carácter prosaico
de esta llamada «crítica literaria y cultural», que en su generalidad
intenta huir de los discursos maestros universitarios, pues está trama-
da por una preocupación social y no puramente académica. Quizá por
esta misma razón, en el volumen pueden convivir con mucha fluidez
textos de orientación teórica, análisis culturales y literarios, lecturas
de coyuntura y cine. No se encuentran acá ni el celo ni los énfasis de
las endémicas disputas académicas (entre estudios culturales o litera-
rios, entre análisis conceptuales o históricos), pues lo que mueve a sus
autores es una pregunta que trasciende las determinaciones de campo
y de disciplina. Cada uno de los textos delata, me atrevería a decirlo,
preocupaciones existenciales que mueven al pensamiento y a la escri-
tura. De ahí entonces que la palabra crítica no restituya la impronta
del discurso universitario moderno, sino que exprese la necesidad de
entreverarnos con el presente, con sus procesos y sus dinámicas.
Ya había dicho que la organización de los textos es muy encomia-
ble, pues las tres partes que lo constituyen permiten un viaje de ida y
vuelta al corazón de la catástrofe. Ya sea que iniciemos por la primera
parte con los textos de Hoyer y Karmy sobre el papel de la poesía en la
Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial o sobre las estrategias
Pensar el desastre

del colonialismo invertido israelí en el territorio palestino, para pasar


gradualmente a la segunda serie de textos dedicados al drama históri-
co latinoamericano, en la que los textos de Avelar, Lorenzo Feliciano,
Almenara, Nolasco-Schultheiss y Martínez nos presentan una sinuosa

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{252} radiografía regional, para terminar en la tercera parte cuya temática
común es el «caso» colombiano, abordado en su singularidad, pero sin
caer en la tentación del excepcionalismo. Ya sea, por el contrario, que
partamos de las especificidades del «caso» colombiano para ir pensán-
dolas en forma centrípeta hasta hacerlas converger con la herencia del
siglo XX , en una suerte de prisma histórico que tiene como centro –infi-
nitamente multiplicado por la desagregación de la luz– a la destrucción
y al desastre. Como sea, lo cierto es que el volumen parece ejemplificar,
sin proponérselo, la metáfora dantesca del infierno, con la salvedad de
que en vez de los nueve círculos del canto, acá la cantidad de círculos es
incalculable, pues el desastre no tiene fin ni deja de acaecer.
Así, la lectura histórico-alegórica de El resto es silencio, de Carlos
Perozzo (1993), realizada por Ricardo Contreras Suárez, no se aleja
de la interrogación del nuevo cine colombiano planteada por Eduardo
Caro Meléndez, con lo que sitúa la pertinencia de la misma noción
de posconflicto en un marco histórico mayor, cuya densidad delata las
herencias y las continuidades con la historia y con las prácticas cultu-
rales y fílmicas de Colombia durante el siglo XX . De manera similar
y complementaria, el argumento a favor de la ecocrítica como radica-
lización de las preocupaciones anticapitalistas modernas en la época
de la devastación natural –desarrollado por Juan Villegas Restrepo–
no debería estar alejado del análisis de las políticas monumentales y
museísticas de la memoria y de los contradiscursos territoriales (La
Escombrera) –desarrollado por María E. Osorio Soto y Edwin Carva-
jal Córdoba–, toda vez que el paisaje contemporáneo de la destrucción
ya no reposa en la diferencia moderna entre historia y naturaleza, mos-
trando que la destrucción capitalista tradicional comienza a afectar, tal
vez de manera ya irreparable, a la misma noción de naturaleza entendi-
da como depósito e infinita reserva. Esa sería la clave de la devastación
contemporánea, y de ella se sigue que la ecocrítica no sea un discurso
bien intencionado de corte europeo, sino el plexo de una problemática
central para las dinámicas extractivas y acumulativas del capitalismo
contemporáneo. Si W. G. Sebald se asombraba de la guerra aérea del
Sergio Villalobos Ruminott

siglo XX , pues en ella se expresaba la relación distintiva entre guerra,


tecnología y capitalismo, la actual devastación planetaria exacerba aún
más aquella historia natural de la destrucción de la que nos hablaba el
escritor alemán.
Lo que unificaría ambos episodios de la historia natural de la
destrucción sería una misma comprensión, desarrollista y lineal, del

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tiempo histórico. En efecto, lo que Walter Benjamin (Dialéctica en {253}
suspenso) llamó «la concepción burguesa de la historia» no era otra
cosa que la confianza en un progreso permanente, lineal e infinito que
justificaba las acciones del presente, perpetuando sus injusticias e hi-
potecando la posibilidad misma de justicia en nombre de un futuro
prometido y siempre diferido. Esa concepción historicista, según el
análisis de Benjamin, estaba en la base tanto del progresismo burgués
como del marxismo, en la medida en que una cierta confianza en las
leyes de la historia hacía posible tolerar los excesos productivistas de
su tiempo (guerra y explotación). Diría entonces que todavía estamos
domiciliados en la misma concepción de la historia, convertida aho-
ra en desarrollismo y globalización, ya que es allí donde los llamados
oficiales al posconflicto, a la pacificación y a las transiciones a la demo-
cracia neoliberal parecen hipotecar las demandas de justicia en nombre
de un tiempo por venir, que se encuentra dramáticamente aplazado por
las mismas lógicas desarrollistas del presente.
Quizás ese sea el hilo conductor que une los textos de la tercera
sección con los análisis elaborados en la segunda sección. Aquí me gus-
taría mencionar cómo el texto de Idelber Avelar, autor de un encomiable
volumen sobre duelo y posdictadura (publicado en 1999), nos muestra
ejemplarmente una forma de abordar, de manera no historicista o –si
se me permite– de manera no arqueoteleológica, la potencialidad de
un evento histórico, en este caso las protestas del 2013 en Brasil, para
subvertir las narrativas oficiales (de cientistas sociales y de políticos)
que reducen la potencialidad singular de esas protestas a una narrati-
va ex post fáctica, reconstructiva e interesada. Este texto es ejemplar
en la medida en que muestra lo que está en juego en la relación entre
narrativa y acaecer, inscribiéndose en el lado de la indeterminación
y apostando por la radicalidad de las rupturas y no por la estrategia
policial que las exorciza y las convierte en antecedentes de un proceso
político-formal, posterior y autorreferencial.
Pero esa estrategia narrativa-policial no es casual, sino que
prepara el terreno para la expansión de las políticas neoextractivas y
devastadoras de Brasil, haciendo que el ritmo de sus procesos coincida
fuertemente con la férrea lógica neoextractivista que predomina en
Pensar el desastre

el continente y que afecta tanto a los regímenes neoliberales, como a


aquellos otros que se identifican formalmente con un posneoliberalismo,
sin percatarse de la forma en que sus políticas benefactoras y paliativas
están sustentadas en la continuidad de los mismos procesos de

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{254} explotación y de devastación que han definido al neoliberalismo desde
su origen sangriento en la región. Esto mismo es lo que está en juego,
aunque de maneras diversas, en los textos de Érika Almenara y Judith
Martínez, pues mientras la primera nos advierte sobre el carácter
biopolítico de la implementación del neoliberalismo en el Perú durante
el gobierno de Fujimori hasta hoy, la segunda –mediante una lectura
inteligente de la novela de Orfa Alarcón, Perra brava– nos muestra
las transformaciones de la violencia vinculada con el narcotráfico y
con el narco-Estado o Estado adulterado, como ella prefiere, según la
lógica del neoliberalismo y de la metamorfosis histórica de la soberanía
contemporánea.
Así también puede leerse el texto de Rosario Nolasco-Schultheiss,
quien problematiza la presencia y la carga simbólica y política de la
figura de Rigoberta Menchú, con lo que nos muestra que si bien hay
continuidad entre el genocidio centroamericano y la actual devastación
regional, también hay una cierta continuidad (una cierta cita secreta
entre las diversas generaciones de la historia, como quisiera Benjamin)
entre las luchas de las comunidades indígenas campesinas de antes y
de ahora, pues el proyecto de expropiación de la tierra, de contrain-
surgencia y el genocidio étnico deben ser leídos como antecedentes de
una etapa de profundización de la explotación capitalista, de la con-
centración de la propiedad y de la devastación de la naturaleza y de los
recursos materiales necesarios para la subsistencia.
Finalmente, Violeta Lorenzo Feliciano hace una muy sugerente
lectura de Charamicos (2003), de Ángela Hernández, novela abocada
al periodo transicional dominicano posterior al trujillato. La pregun-
ta que mueve su lectura de la novela nos indica que, a diferencia del
Bildungsroman tradicional, en el que destaca la formación exitosa del
sujeto burgués prototípico, en esta novela –como en muchas otras de
carácter similar– dicha formación se ve interrumpida o desbaratada,
destinada al fracaso, cuestión que parece delatar no solo el agotamien-
to del modelo tradicional de la novela de formación, sino también la
pretensión crítica de encontrar en dichas narrativas una alegoría per-
Sergio Villalobos Ruminott

fecta de la sociedad moderna y sus progresos. Lorenzo sugiere que es


dicho fracaso el que nos permitiría destacar el potencial crítico de estas
nuevas formas de Bildungsroman en contextos poscoloniales, cuando el
relato historicista parece estar agotado y cuando nos enfrentamos a la
perpetuación de la violencia y del desarraigo. Y me gustaría reparar
en el hecho de que su texto queda abierto a la complejidad de este

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fracaso histórico, no un fracaso de la literatura o de la novela, sino de {255}
las categorías distintivas de la concepción burguesa de la historia, sin
hipotecar las consecuencias de dicho problema a las coordenadas de
una lectura metahistórica que subordine la literatura a la ley de una
narrativa mayor, como en el caso de los llamados Foundational Fictions
(1993), la mayoría de ellos imperfectos, pero todavía leídos alegórica-
mente como ejemplos de la formación de las naciones latinoamericanas.
Para terminar, quisiera volver a la economía de la primera parte,
sus problemas y tensiones. No es menor que el libro se dé a leer a partir
del precario equilibrio que traman dos textos con temáticas comple-
jas y, en cierta medida, complementarias. Mientras el primer texto se
pregunta por el potencial de la literatura, sobre todo de la poesía, para
dimensionar las características de la catástrofe cultural alemana de la
posguerra y la herida sin fin de la Shoah, el segundo texto nos mues-
tra que la destrucción y el genocidio no son privativos ni exclusivoss
de ningún tipo de identificación étnica o religiosa, y que el dolor de
las víctimas del pasado no puede utilizarse para lavar la sangre de los
muertos del presente. El judío exterminado en el campo de concen-
tración no es una categoría identitaria y monumental, sino una forma
de vida precarizada por las lógicas tecnomilitares de nuestro tiempo,
al igual que el palestino cercado y privado de los medios necesarios
para su subsistencia no debe ser reducido a la figura mediática del mu-
sulmán, sino que constituye una forma de vida precarizada según la
geoeconomía de un colonialismo sui generis. ¿Cuál sería el espacio en
el que, mediante una desidentificación reflexiva, pudiéramos pensar en
estas lógicas del desastre, de la destrucción y del crimen, para superar
las políticas oficiales de la reconciliación formal y para establecer una
relación con la historia no mediada por el ídolo del capital?
Astutamente, Hoyer refiere los análisis de la decadencia del
lenguaje en el contexto de la Alemania nazi elaborados por Victor
Klemperer para darnos un indicio de la fractura que los procesos so-
ciohistóricos ejercen sobre la lengua, lengua de una poesía averiada
que ya no puede repetir el ingenuo canto a las musas, pero que tampo-
co puede renunciar a tematizar su propia condición de existencia. De
ahí la innegable centralidad de Paul Celan y Nelly Sachs, dos poetas
Pensar el desastre

concernidos con el desastre, cuyos versos podrían perfectamente ade-


lantarse y adaptarse a nuestra histórica ocasión. Similar a lo anterior,
Rodrigo Karmy alude a la poética de Mahmud Darwish, en cuya imagi-
nación –en el sentido averroísta del término– podríamos encontrar la

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{256} posibilidad, la potencialidad, de un habitar que le dé peso, verosimilitud
y viabilidad al llamado posconflicto. Sería ese espacio literario –ya no
reducido a la función alegórica nacional, identitaria, ni regido por la
lógica de un conflicto central, ni por la economía de una filosofía de la
historia progresista, sino por una relación con la historia abierta a la
catástrofe, a lo grave, a lo que debe ser pensado, más allá de los astros
que pueblan el horizonte, en pleno desastre– el que nos permitiría es-
tar a la altura de un tiempo, el nuestro, que más que progresar, sigue
acumulando ruinas a las espaldas del ángel de la historia, aquella acua-
rela de Paul Klee que para Benjamin expresaba la triste conjunción de
historia y catástrofe. Los textos que constituyen este pertinente vo-
lumen parecen descreer de las formas simplistas de pensar el pasado;
en cada una de sus escrituras respira la interrogación asombrada del
ángel benjaminiano.
Sergio Villalobos Ruminott

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Editores {273}

Luis Fernando Restrepo. Profesor titular de Literatura Latinoamericana y director


del posgrado en Literatura Comparada y Estudios Culturales en la Universidad de
Arkansas. Egresado de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana,
obtuvo la maestría y el doctorado en Letras Hispánicas de la Universidad de
Maryland. Ha sido profesor visitante en la Pontificia Universidad Javeriana, como
becario Fulbright, así como también en la Universidad de Antioquia y Eafit. Ha
publicado Un nuevo reino imaginado (1999), Antología crítica de Juan de Castellanos
(2004) y El Estado impostor (2013), y coeditado Narrativas en vilo: entre la estética y la
política (2016), al igual que más de treinta artículos y capítulos en revistas y ediciones
académicas. Es integrante del Grupo de Estudios Literarios de la Universidad
de Antioquia y miembro del comité editorial de las revistas Estudios de Literatura
Colombiana, Perífrasis y Confluencia. Actualmente, trabaja en un libro sobre el
humanitarismo de la modernidad temprana.

Violeta Lorenzo Feliciano. Profesora asistente de Literatura Latinoamericana


en la Universidad de Arkansas. Obtuvo la maestría en Literatura Española e
Hispanoamericana en la Universidad de la Florida y el doctorado en Literatura
Latinoamericana en la Universidad de Toronto. Se especializa en literaturas y
culturas del Caribe insular hispano y sus diásporas. Ha publicado artículos en varias
revistas y ediciones académicas. En el 2016 obtuvo uno de los Connor Endowed
Faculty Fellowships que otorga la Universidad de Arkansas a jóvenes investigadores.

Sophie von Werder. Profesora asociada del Departamento de Lingüística y


Literatura de la Universidad de Antioquia, especializada en Literatura Alemana
e Hispanoamericana, Literatura Comparada y traducción. Miembro del Centro
Internacional de Estudios Europeos y de las Américas (Ceyla), y coordinadora del
Grupo de Estudios Literarios (GEL). Traductora oficial. Egresada de Germanística
de la Universidad de Heidelberg y doctora en Literatura Latinoamericana por la
Universidad de Concepción. Ha publicado Latinoamericanos nómades: Cortázar y Bryce
Echenique (2012), y ha sido coeditora de Intolerancia y globalización (2014), y Alteridad,
globalización y discurso literario (2015). Actualmente, está trabajando en un proyecto
sobre literatura e hiperrealidad.
Editores

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Participantes
Jennifer M. Hoyer. Profesora asociada de Alemán y directora del Programa de
Estudios Judíos en la Universidad de Arkansas. Egresada de la Universidad de
Minnesota, ha publicado The Space of Words: Diaspora and Exile in the Work of Nelly
Sachs (2014) y escrito textos sobre la poesía del Holocausto. En la actualidad,
investiga sobre la relación entre la poética y las matemáticas.

Rodrigo Karmy Bolton. Es doctor en Filosofía de la Universidad de Chile. Profesor


e Investigador del Centro de Estudios Árabes y del departamento de Filosofía
de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Sus líneas
de investigación lo constituye el pensamiento de Averroes, el averroísmo y la
potencia del pensamiento; Islam y gubernamentalidad; Mundo árabe y filosofía
contemporánea. Ha publicado y editado “Políticas de la interrupción. Ensayos sobre
Giorgio Agamben” (2011), “Biopolíticas gobierno y salud pública. Miradas para un
diagnóstico diferencial” (2014), coeditado con Tuilliang Yuing “Políticas de la ex-
carnación. Para una genealogía teológica de la biopolítica” (2014), “Escritos bárbaros.
Ensayos sobre Razón imperial y mundo árabe contemporáneo” (2016), “Estudios en
Gubernamentalidad. Ensayos sobre poder, vida y neoliberalismo” (2018), compilación
con Luna Follegati Nakba, tres ensayos sobre Palestina (2018), coeditado con Mauricio
Amar y Kamal Cumsille. También ha publicado múltiples artículos, conferencias y
seminarios en Chile, Argentina, México, España y Brasil.

Idelber Avelar. Profesor titular de Literatura Latinoamericana, Historias


Intelectuales, Teoría Crítica y Estudios Culturales en la Universidad de Tulane.
Entre sus publicaciones se encuentran Transculturación en suspenso. Los orígenes de los
cánones narrativos colombianos (2015) Crônicas do estado de exceção (2015), Figuras de la
violencia, a translation of Figuras da Violência: Ensaios sobre Ética, Narrativa e Música
Popular (2011) The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the
Task of Mourning (1999) y más de 60 artículos y capítulos. Obtuvo su doctorado en
Literatura Latinoamericana de la Universidad de Duke. Ha sido becario Rockefeller,
American Council of Learned Societies y la Fundación Ford, y profesor visitante
en varias universidades, como Yale, Brown, Princeton, Stanford, Duke, NewYork,
Berkeley y Columbia.

Érika Almenara. Profesora de Literatura y Cultura en la Universidad de Arkansas.


Doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Michigan, y especializada
en Crítica Cultural y Teórica, teoría queer, Estudios Subalternos, Violencia en los
Andes, Dictadura y posdictadura en el Cono Sur. Ha publicado múltiples artículos,
conferencias, y seminarios en Chile, Perú, México, España y Estados Unidos.

Rosario Nolasco-Schultheiss. Profesora asistente de Español y Literatura


Hispanoamericana en la Universidad de Arkansas-Fort Smith y egresada del
{274} programa de Literatura Comparada de la Universidad de Arkansas en Fayetteville.

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Su área de aproximación a la literatura está enmarcada en teorías ecofeministas y {275}
ecoteológicas en trabajos sobre Carmen Laforet, Ana Castillo y Elmaz Abinader.

Judith Martínez. Profesora asistente de Español en el Departamento de Modern


and Classical Languages en la Universidad de Missouri y egresada del doctorado del
programa de Literatura Comparada y Estudios Culturales, área interdisciplinaria en
la línea de estudios hispanos, de la Universidad de Arkansas. Cofundadora del Latino
Leadership Institute y del programa STEP (Student Transition Education Program)
de la Universidad de Missouri.

María E. Osorio Soto. Profesora del Departamento de Lingüística y Literatura de la


Universidad de Antioquia. Miembro del Centro Internacional de Estudios Europeos
y de las Américas (Ceyla), y del Grupo de Estudios Literarios (GEL) . Ph.D. en
Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Estocolmo (Suecia). Sus áreas
académicas son la literatura de género, y la literatura colonial e hispanoamericana.

Edwin Carvajal Córdoba. Profesor y coordinador del programa de doctorado


en Literatura del Departamento de Lingüística y Literatura de la Universidad
de Antioquia. Miembro del Centro Internacional de Estudios Europeos y de las
Américas (Ceyla), y del Grupo de Estudios Literarios (GEL ). Doctor en Teoría de
la Literatura y del Arte y Literatura Comparada de la Universidad de Granada. Sus
áreas académicas son las ediciones críticas y la literatura hispanoamericana.

Eduardo A. Caro Meléndez. Es profesor y coordinador en la Universidad Estatal


de Arizona, donde ha impartido cursos de lengua española, cultura y literatura.
Además de docente, actualmente, se desempeña como coordinador de cursos de
español para las profesiones. Es investigador y crítico de cine, literatura y estudios
culturales latinoamericanos y colombianos con enfoque en las representaciones
de las violencias en la literatura y el cine colombianos, sobre lo cual ha publicado,
entre otros, en Hispanic Issues, Chasqui: revista de literatura latinoamericana, Revista de
Estudios Colombianos, Cuadernos de ALDEEU (Spanish Professionals in America), The
Greenwood Encyclopedia of Daily Life Through History, The Greenwood Encyclopedia of
LGBT Issues Worldwide, and The Cambridge Encyclopedia of Stage Actors and Acting,

Juan Esteban Villegas Restrepo. Candidato a doctor en Literatura de la


Universidad de Antioquia (Colombia), e investigador junior del Grupo de
Estudios Literarios (GEL) de la misma institución. Varios de sus trabajos han
aparecido en revistas como Perífrasis (Universidad de los Andes), Estudios de
Literatura Colombiana (Universidad de Antioquia), Escritos (Universidad Pontificia
Bolivariana), Tópicos del Seminario (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla)
y Poéticas (Universidad de Granada, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
y Universidad de Washington). Su artículo, “Por una poética del desplazamiento
Participantes

forzado interno en la Colombia del Frente Nacional (1958-1974): Una mirada a


‘El callejón de los asesinos’ de X-504”, fue publicado en el libro Escribir en el agua.
Textos sobre literatura colombiana y Latinoamericana (2018). Ha realizado estancias de

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{276} investigación y docencia en las universidades de La Habana (Cuba) y de Arkansas
(Estados Unidos).

Ricardo Contreras Suárez. Es magíster en literatura hispanoamericana, estudiante


de doctorado en Literatura en la Universidad de Antioquia y miembro del Grupo
de Estudios Literarios (GEL ) de la misma universidad. Ha publicado los libros
Percepciones de la luz (2009) y la novela gráfica El extraño caso del asesinato de Marcuse
Circuse (2012). Actualmente se desempeña como docente en la ciudad de Medellín.

Sergio Villalobos Ruminott. Profesor titular de Literatura Latinoamericana en


la Universidad de Michigan. Entre sus publicaciones se encuentran Soberanías en
suspenso. Imaginación y violencia en América Latina (2013), Heterografías de la violencia.
Historia, nihilismo, destrucción (2015), y la coedición En vilo. Narrativas entre la estética
y la política, así como numerosos artículos y capítulos sobre crítica literaria y cultural
latinoamericana y contemporánea.
Partcipantes

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