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TRABAJO PRÁCTICO: TEMA: “LAS PANDEMIAS QUE AZOTARON A ROMA HACIENDO UN

PARALELO CON LA PANDEMIA 2020”


Objetivo:
Se indicará a los alumnos que investiguen las distintas pandemias que azotaron a la
Antigua Roma, particularmente en la época del Alto Imperio, haciendo un paralelo con
la pandemia que estamos viviendo actualmente: COVID-19.
Preguntas orientativas:
¿En qué momento histórico sucedió? ¿Cuáles fueron los síntomas principales? ¿Qué
sucedió con la población? ¿Qué organización política, religiosa y social había en dicho
momento? ¿Cómo fueron las medidas sanitarias adoptadas? ¿Cómo fue el día
después? ¿Cuáles fueron las consecuencias que dejaron las pandemias?
Pautas:
Fecha de entrega: viernes 27/11 hasta las 18 hs.
Extensión: Dos carillas. Hasta 4 personas por grupo como máximo.
Se deberá entregar por mail a las profesoras: Anabella Facciuto Kaed:
anabellafacciutokaed@derecho.uba.ar y Mariela Cáceres: mccaceres@derecho.uba.ar
Peste Antonina
La peste Antonina, también llamada “la plaga de Galeno”, se trató de una pandemia
de viruela o sarampión que ocurrió en el Imperio Romano entre los años 165 – 180
D.C, la cual afectó alrededor de cinco millones de personas, que en aquel entonces
significó un tercio de la población. Podría decirse que esta epidemia fue de las
primeras que impactaron a nivel global, la cual comenzó en la región de Seleucia y
luego gracias a la fluida comunicación que existía en Roma, se expandió hacia otros
puntos del imperio. La enfermedad presentaba distintos síntomas, entre ellos fiebre,
malestar estomacal, erupciones de color oscuro en la piel e inflamación de la faringe
Dado que gran parte de la población no se encontraba inmunizada esta provocó una
mortalidad que alcanzó un 10% de la población rural y un 15% en las ciudades, donde
debido a la falta de higienización y el hacinamiento su impacto fue mayor.
Esta peste trajo consigo diversas consecuencias dentro del gran Imperio, tanto a nivel
político, económico, social, militar y cultural. El ejército quedó diezmado, ya que
muchos de sus integrantes fallecieron al padecer la enfermedad, lo que produjo a su
vez un debilitamiento en las fronteras y frentes de batalla, quebrándose así uno de los
principales pilares de la política romana, que era la protección y conquista de
territorios. Incluso se vieron obligados a permitir el ingreso de foráneos para que
trabajen las tierras, lleven a cabo actividades y formen parte del ejército.
La gran mayoría de la información que se tiene de esta pandemia es gracias al aporte
que realizó Galeno, el cual trabajó directamente con el emperador Marco Aurelio, en
los momentos críticos de esta peste. En aquel entonces no se contaba con los
elementos actuales para hacer frente a la enfermedad o la prevención de su contagio,
por lo que muchos buscaron “soluciones” a través de la magia, rituales y demás
supersticiones. Algunos interpretaban que se trataba de un castigo de los dioses por
alejarse de sus designios, otros echaban culpas a los critianos quienes eran vistos como
traidores. También se reglamentó y organizó como se debían llevar a cabo las
sepulturas e inhumaciones de los cadáveres, donde era necesario un permiso público
para realizarlas y se tenía que evitar el paso de estos por las ciudades.
Todas las clases sociales se vieron afectadas por esta contagiosa enfermedad, incluso
aquellos que contaban con mejores instalaciones o vivían alejados de las grandes
urbes. Mismo el emperador Marco Aurelio resultó víctima de una viruela, producida
por esta propagación, el cual se lamentó en su lecho de muerte por todas los
fallecimientos que la “pestilencia” le había provocado a su querido imperio.

Peste de Cipriano
La peste de ciprania o cipriano fue otra de las pandemias que azotó al Imperio Romano
entre los años 249 y 269, la cual tenía un índice de mortalidad diario de cinco mil
personas. Al igual que su antecedente se cree que se trató de un brote de viruela o
sarampión, el cual tuvo un gran impacto debido a que la población no poseía defensas
suficientes para hacerle frente, sumado a la escasez de alimentos y la falta de mano de
obra que empeoraron aún más la situación. Las continuas epidemias que acaecieron
durante todos esos años en Roma empeoraron la debilitación del ejército y las
fronteras, produciendo una fragmentación del imperio y una ruptura de las estructuras
dentro de este.

Peste de Justiniano

El Imperio Bizantino que se extiende desde el siglo IV hasta 1453 se encontraba en uno de
sus momentos de mayor esplendor cuando una epidemia de peste vino a oscurecer el mandato
del emperador Justiniano. El reino de Justiniano se hallaba en un momento de gran esplendor.
Hacía menos de diez años que el emperador había estado a punto de ser derrocado por una
rebelión popular, la revuelta de Niká, pero desde entonces había reconquistado las tierras de
Italia y del norte de África que en su día pertenecieron al Imperio romano y estaba en guerra
contra los persas por el dominio de Siria.

La peste llegó de Etiopía, pero sólo se tuvo conocimiento de ella cuando alcanzó la ciudad de
Pelusio, en Egipto, en 541. Desde allí remontó la costa de Levante: al año siguiente devastó
Gaza, y en 542 atacó Jerusalén, Antioquía y Constantinopla, la capital bizantina, una ciudad de
casi 800.000 habitantes, a una velocidad impetuosa. Y de allí a todo el Imperio. La capital
imperial había perdido casi el 40% de su población, y en todo el imperio se había cobrado la
vida de 4 millones de personas. Cuando la peste rebrotó y llegó a Roma en 590, el papa
Gregorio Magno organizó una procesión de miles de personas (que debió de favorecer el
contagio) para pedir ayuda a Dios. Según la leyenda, cuando el cortejo llegó ante el mausoleo
del emperador Adriano apareció el arcángel san Miguel, que enfundó su espada llameante y
detuvo la epidemia; de ahí que se conozca el mausoleo como castillo de Sant’Angelo.

El historiador Procopio de Cesarea, que estaba en Constantinopla cuando llegó la enfermedad


describió con gran minuciosidad los síntomas del mal, observando por ejemplo que los
enfermos con bubones que crecían, maduraban y se drenaban tenían muchas probabilidades de
sobrevivir, mientras que si permanecían turgentes e intactos el desenlace era mortal. Según
Procopio, la peste mataba entre cinco y diez mil personas al día, una estimación quizás
exagerada, pero que da una idea del pánico creado cuando la situación se descontroló.
Constantinopla era una ciudad proyectada por los romanos, así que se daba mucha importancia
al abastecimiento de agua fresca y se había fijado la ubicación de las tumbas lejos del centro
urbano. Pero se vio impotente frente a la imprevista propagación del contagio.

Al analizar las consecuencias podríamos clasificarlas de la siguiente manera:

● Población. El porcentaje de mortandad fue elevado, la retirada de cadáveres fue uno de


los problemas más urgentes: Justiniano requisó tumbas privadas para llenarlas a rebosar
de cuerpos que habían sido amontonados en fosas comunes, pero eso no fue suficiente y
se empezó a excavar en todos los lugares disponibles, llegando incluso a llenarse de
cadáveres las torres de las murallas, desde donde también se lanzaba a los muertos por
los acantilados, esperando que la marea los arrastrara. Cuando el viento soplaba, el
hedor que impregnaba el aire era insoportable.

La vía Mese, la arteria principal de Constantinopla, de 25 metros de ancho, atravesaba


toda la ciudad desde la puerta Áurea hasta el Gran Palacio. Delimitada por numerosas
tiendas que vendían todo tipo de mercancías bajo los grandes pórticos, habitualmente
estaba lleno de gente, pero en aquellos días debía de parecer un escenario espectral:
desierta, con las tiendas cerradas y plagada de cadáveres que se pudrían bajo el sol
estival. los habitantes cruzaban las calles cacareando como gallinas o ladrando como
perros; los niños merodeaban entre las tumbas, gritándose y mordiéndose unos a otros,
profiriendo gemidos que sonaban como trompetas, y no recordaban el camino de vuelta
a su casa, si es que alguien los esperaba allí. Los desesperados habitantes gritaban que
sólo la intervención de los apóstoles podía salvar la ciudad, mientras se refugiaban en
las iglesias, donde morían, exhaustos por la enfermedad.

● Religión. En contraste con la lúcida descripción de los acontecimientos por parte de


Procopio, otros realizaron lecturas espirituales y apocalípticas del suceso, en las que se
hablaba de una enfermedad "diabólica" que operaba como un acto de venganza de Dios,
enfurecido por los pecados de la población. Incluso las creencias paganas revivieron en
un intento de poner remedio a la tragedia: había quienes recurrían a la oniromancia (la
interpretación de los sueños) y a magos que preparaban ungüentos con polvos
procedentes de los sepulcros de los santos.

● Economía. Ésta quedó desarticulada cuando el número de muertos superó al de los


vivos en edad de trabajar. Los salarios se dispararon a causa de la escasez de mano de
obra, lo que provocó una ola de inflación que duró decenios, a pesar de que el comercio
y los intercambios se habían paralizado. Se adoptaron medidas de emergencia para que
el aparato administrativo del Imperio no quedase afectado y se intentó llenar los vacíos
legales causados por el vertiginoso aumento de muertes imprevistas.

El emperador promulgó una ley en la que estipulaba los derechos y deberes de los
herederos de quienes morían sin testamento, incluso en lo que respecta a la regulación
de las deudas contraídas. Los banqueros y prestamistas suspiraron aliviados.

● Territorio. Las consecuencias resultaron devastadoras para el Imperio. Las tropas,


hasta entonces unidas y motivadas, se vieron diezmadas y debilitadas por la
enfermedad, y en pocos decenios se perdieron los territorios conquistados con tanto
esfuerzo. Además, los frecuentes desplazamientos del ejército fueron, sin duda, un
vehículo de transmisión de la plaga. Ésta se extendió por todo el Imperio desde
Constantinopla, y los puertos marítimos y fluviales se convirtieron en los puntos
cruciales del contagio. No es de extrañar que algunos historiadores hayan visto en los
golpes asestados por la epidemia una de las líneas divisorias entre la Antigüedad
moribunda y la naciente Edad Media europea, pues el debilitamiento del Imperio
bizantino facilitó el desarrollo de los reinos bárbaros de Europa.

Tras cuatro meses, la peste perdió vigor y en otoño de 542 abandonó Constantinopla. La ciudad
había perdido casi el cuarenta por ciento de su población. En los dos años siguientes, la
enfermedad acabó con la vida de cuatro millones de personas en todo el Imperio.

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