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La Pandemia del Siglo XIV y la Pandemia del Siglo XXI: Grades diferencias y algunas

similitudes.

A diecinueve años de iniciado el Siglo XXI, en pleno imperio de la Globalización; en


donde las transacciones económicas inmediatas, acompañadas de una tecnología de
vanguardia y de un desarrollo comunicacional veloz, han dado lugar entre otras cosas a la
sociedad posmoderna.
La misma ha tenido la posibilidad (junto con innumerables avances) de estar en diferentes
partes del globo en cuestiones de segundos.
Y en medio de éste contexto, tanto oriente como occidente, se preparaban para cerrar el año
que se iba y de tal manera dar comienzo a la segunda década del siglo.
Inmerso en un torbellino polirítmico de información que demandaba y que requería de una
constante adaptación y actualización, aparecieron unos anecdóticos casos de una extraña
enfermedad infectocontagiosa, que tenía su epicentro en una ciudad del Este de China:
Wuhan.
Esa extraña enfermedad pulmonar, subestimada y despojada de significancia, era parte del
humor fantástico de unos y de la repugnancia de otros, que la citaban por su origen en
determinado arte culinario.
Fue así como la opinión pública mundial, con cierta extrañeza, pero con creciente
preocupación, comenzó a dar a conocer en qué consistía aquella especie de neumonía
proveniente de un virus.
Tan pronto y gracias al desarrollo científico consumado a principios del Siglo XX, se pudo
dar respuesta.
Teniendo en cuenta al padre de la Ciencia Política Moderna: Giovanni Sartori, quien marcó
la diferenciación entre Ciencia y Filosofía; dicha Ciencia basada en este caso, en el método
experimental, pudo corroborar que la extraña enfermedad pasada a llamar COVID-19 era
producto de un virus (Coronavirus) de origen desconocido, cuyo efecto parte de la adhesión
al ARN (Ácido Ribonucleico) de células de animales y seres humanos.
Esta determinación respecto a un virus y no a una bacteria (siendo que éstas afectan al
Ácido Desoxirribonucleico y no al Ribonucleico) genera un antes y un después a la hora de
tratar y combatir la enfermedad.
Dicho hallazgo devino en la instancia de laboratorio, previo a la toma de muestras en
personas que portaban o había tenido Covid-19. Los estudios realizados bajo un método
científico, pudieron luego “explicar” en qué consistía y que sintomatología generaba.
Por esto también es que se sigue en la búsqueda de una vacuna y no se acude a antibióticos,
que sí tienen su influencia en el exterminio de una bacteria.
Luego de analizar el virus y establecer sus características fijando pautas de procedimientos,
la nueva y coronada letalidad encendió las pautas de alarma que de inmediato referían
como preservarse ante su avance.
Fue así que se reestablecieron prácticas de higiene y asepsia que tuvieron su origen con el
descubrimiento de la penicilina y con la utilización de la anestesia.
Desde entonces, dichas prácticas no habían sido dejadas de lado, pero ahora, debían tener
su extrema aplicación.
Así, en medio de los estrictos estándares de políticas sanitarias, la Organización Mundial de
la Salud (OMS) se reunía en enero dando a conocer la propagación en diferentes países de
lejano Oriente.
Dieciocho de éstos, fuera de China, tenían ahora dentro de sus fronteras, el Coronavirus que
comenzaba a transitar su estadio de epidemia.
El once de marzo de 2020 la OMS declara pandemia al Covid-19 que, vulnerando el
distanciamiento y los usos reglamentarios referente al tema, comienza a circular vía aérea,
de aeropuerto en aeropuerto, velado en aparentes y simples resfríos del invierno.
La propagación a nivel mundial, por vía aérea ya estaba iniciada. Los aviones como medio
de transporte, llevaban a las incólumes tripulaciones a su destino junto con el virus y los
aeropuertos internacionales se convertían en los halls de acceso.
Y algo similar a esta situación se recreó en la Baja Edad Media. Pero hace siete siglos atrás
en donde los medios de transporte eran los barcos de mercaderes Genoveses.
Para aquel entonces, desde 1347 puntualmente, con mayor demora y en un imaginario
social completamente distinto al que hoy conocemos; la población sentía tocada sus fibras
sensibles expresando relatos sobre una pavorosa plaga que nacida en Yunnan (suroeste de
China) había comenzado a abrirse paso hacia occidente.
Primero había arrasado con oriente medio. Turquía, Irak e Irán combatían sin tregua contra
ese enemigo silencioso que se filtraba dejando el peor de los paisajes, para dirigirse a Jaffa.
Desde éste centro comercial, junto con la península de Crimea transformados en el mirador
y trampolín de aquel espectro oculto y anónimo, tan solo conocido como “La Peste”; la
misma observaba expectante su próximo desplazamiento sobre los Estados seculares, que
lejos estaban de saber que se trataba de la Fiebre Bubónica, Peste Negra, Muerte Negra o
Azote Negro.
Como dije antes, la denominada peste no se sabía de dónde provenía, ni que la generaba.
Fue entonces que, a fines del S. XIX, luego de años de desarrollo científico, un
microbiólogo suizo de apellido Yersin dio referencia a su nombre.
La tan temida plaga cuya bacteria fue acuñada Yersinia Pestis, tenía su origen en la pulga
de la rata negra. Ésta, sometida a prueba de laboratorio por el médico de la confederación
Helvética, demostró que visceralmente tenía una bacteria que producía una proteína. La
misma, en su efecto coagulador en el estómago de la pulga del roedor, lo llevaba a éste a
buscar nuevos camaradas incluidos seres humanos.
Por ello, la pulga de la rata era el vector de transmisión patógena de animales a seres
humanos que a su vez comenzaron a contagiarse entre sí, a través de pequeñas partículas de
saliva.
Ahora bien; resulta interesante abordar bajo que óptica fue tratada y analizada dicha
afección infectocontagiosa que, para el mundo medieval, sin desarrollo científico existente,
mató a doscientos millones de personas.
Haciendo un análisis histórico, podemos referir ciertas puntualidades que, para los oscuros
inicios de 1348, estando a más de dos siglos previos al Cuius Regio- Eius Religio (Tratado
de Paz que en 1555 forjó una calma inestable en el occidente cristiano, ultra religioso en
donde no había separación de la Iglesia y del Estado) el feudalismo comenzaba a tener su
ocaso.
Por otra parte, en la Europa clerical y reformada de los siglos XVI y XVII transitaban su
inicio las disputas internas religiosas que llegarían al punto de ebullición con la Guerra de
los Treinta Años cuya culminación y posterior tratado de Paz que, recibe el nombre de
Westfalia (y/o de los Pirineos) dio origen al Estado Moderno en 1648.
Pero en tres justos y exactos siglos anteriores; en las penumbras de la Baja Edad Media, la
cosmovisión teocéntrica ponía su énfasis en lo pos terrenal, mientras que paradójicamente
la indiscutible teoría universal, instaurada por la Iglesia, fijaba que la tierra era el centro del
Universo y no el Sol.
Y en sus “círculos perfectos sobre coronas de cristal”i en giros acompasados, los tiempos
medievales vivían su claudicación tanto en la arquitectura como en las anteriores
innovaciones agrícolas. En donde los cultivos de los campos habían comenzado a
manifestar sus límites. Más aún fijados por la ola polar y los estragos de la Guerra de los
Cien Años.
Los feudos comenzaban a tener cambios en sus suculentas actividades y la migración del
campo a la ciudad con hambrunas de por medio e incremento de la pobreza, entraban en un
ensamble en el que la falta de higiene era absoluta.
El hábito de vida caracterizado por la convivencia con todo tipo de animales y roedores,
pulgas y variedades de parásitos, naturalizaban toda interacción que transcurría en los
basurales de las calles y espacios públicos, así como también en los de la propiedad
privada.
Entre tanto, la creyente sociedad medieval era caracterizada por ese saber impregnado de
teología, disciplina que dominaba absolutamente todos los planos terrenales.
Por eso mismo, una vez que la plaga se abrió paso por Messina (puerto del sur de Italia) y
desbastó Lombardía, Véneto y la Toscana; la diseminación por todos los puntos cardinales
del viejo continente fue imparable.
Ahora bien, bajo el análisis filosófico, en su lógica descriptiva y en su amor por la sabiduría
en donde no hay método, pero sí un contenido de saberes; la medicina medieval
consideraba a la salud una mezcla proporcionada de humores o sustancias.
Equilibrados éstos gracias al calor del corazón y su conexión con el aire puro proveniente
del exterior, se podía asegurar que había plena salud. Pero si algún humor o sustancia
predominaba sobre otro y sobretodo el aire sobre la sangre, se producía una alteración que
generaba la enfermedad.
Por ello, acorde a esta descripción el médico Guy de Caulliac, había ido un poco más
lejos…
En su formación teológica, astronómica y médica argumentaba que “el origen de la peste se
debía a una alineación de los planetas Saturno, Júpiter y Marte en cierto grado de acuario,
en marzo de 1345”ii Y dicha alineación había generado un recalentamiento de la tierra que,
en su emanación de vapores, contaminaban el aire que entraba al cuerpo.
Ésta definición describía y justificaba el origen de la Fiebre Bubónica, a la que se apuntaba
combatir con innumerables recetas y medidas que incluían aromatizar el aire con fragancias
dulzonas o corregir el humor sanguíneo mediante la práctica de sangrías (corte efectuado
sobre vasos sanguíneos con rústicos pero filosos bisturíes, los cuales muchas veces según la
mano del cirujano-barbero, llegaban a los vasos linfáticos o arterias) que muchas veces
convertían al remedio peor que la enfermedad.
Bajo el brillo de las descripciones para afrontar la peste, la mejor medida para salvarse era
la huida seguida de la cuarentena. Modalidad bajo la cual Boccaccio situó a los personajes
del Decamerón.
Lejos de los relatos de éste Clásico de la Literatura Universal y más aún de aquél
imaginario, la práctica de la cuarentena fue sacada a relucir. Para evitar el contagio masivo,
que tanto en el S. XIV como en el XXI, el mundo se escandalizó con la instancia de una
pandemia.
La historia del hombre refleja una constante evolución en todos los componentes del
Sistema, pero en medio de ello es curioso contemplar la similitud respecto al origen de
ambas epidemias; su forma de propagación de oriente a occidente, su indiscriminado
alcance social. Su indiscriminada incidencia en sectores de clase alta, media y baja.
Por su parte, la clase dirigente observó como en su seno surgían los primeros casos: el
Ministro de Salud de Irán, el Primer Ministro Británico o el vicepresidente de EEUU, eran
quienes ahora entraban a las salas de cuidados intensivos.
Desde ya que, debido al accionar y desarrollo científico, no corrieron la suerte del monarca
Alfonso XI o la de Juana de Inglaterra.
Sin Ciencia el mundo contaría las víctimas por doquier. Sin filosofía, no tendríamos acceso
a los hermosos relatos de descripciones colosales. Pero un rasgo peculiar y vigente en
ambos siglos ha sido el temor al contagio seguido de la propia defunción.
Las cosas cambiaron y seguramente para bien, pero cierta esencia y ciertas emociones del
hombre siguen aún presentes con el paso de los siglos.

Lic. Santiago E. Sanabria.


Buenos Aires, mayo de 2020
Referencia Bibliográfica.

https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/advice-for-public/q-a-
coronaviruses#:~:text=La%20COVID%2D19%20es,en%20diciembre%20de%202019.

https://www.who.int/es/news-room/detail/27-04-2020-who-timeline---covid-19

https://cardenashistoriamedicina.net/capitulos/es-cap7.htm

https://historiageneral.com/2009/04/19/historia-de-la-medicina-en-la-edad-media/

https://www.seipweb.es/wp-content/uploads/2019/01/La_Peste_Leticia_Martinez.pdf

Diccionario de Política. Norberto Bobbio, Nicola Matteucci, Gianfranco Pasquino. Siglo Veintiuno
Editores. México 1993.

Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Giovanni Reale. Darío Antisieri. Volumen I.
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O´Donnell. Democracia. Agencia y Estado. Teoría con intención Comparativa. Editorial Prometeo.
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Pía Desideria. René Krüger. Daniel Beros. Editorial Office Humanities. 1997
i
Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo I. De la Antigüedad a la Edad Media. Editorial Herder Edición 2010.
ii
https://www.seipweb.es/wp-content/uploads/2019/01/La_Peste_Leticia_Martinez.pdf

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