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01.

Presentación del tema

A primera vista, es posible discernir una estrecha relación entre el cine y los estratos
medios de algunas sociedades —más perceptible en aquellas de influencia occidental—,
por ejemplo, sin admitir por completo una relación directamente proporcional, la existencia
del cine al igual que la fotografía, se debe, por mucho, a experimentos aplicados en los
campos científicos de la física y la química: Nicéphore Niepce y Louis Daguerre con los
primeros esbozos físicos de la imagen fotográfica; Louis Lumière y Thomas A. Edison con
sus primeros prototipos de cámara/proyector cinematográfico. Todos ellos se criaron en el
seno de familias de estrato medio, y en esencia, la inclinación hacia las prácticas científicas
ha sido muy común en los cuadros medios de las sociedades occidentales, a grosso modo,
es perceptible, principalmente a finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, pero
¿Es posible evidenciar una relación directa entre los estratos medios de las sociedades
occidentales y el cine partiendo de esta premisa?

Para poder dilucidar esta cuestión es necesario ubicar el concepto de estrato medio en la
historia de la sociedad occidental moderna e identificar su relación con el campo cultural al
cual pertenece el cine. De este modo, hay que resaltar los procesos que transformaron de
forma dramática la estructura urbana del mundo occidental. En específico, desde finales
del siglo XVIII, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa se presentaron como
acontecimientos que influyeron considerablemente en la transformación urbana, y
generaron diversos desarrollos en el ambiente de las ciudades, entre ellos, no solo la
develación y reconocimiento del gran cúmulo de personas conocida como «pueblo» o
«masas» y una creciente movilidad de los estratos medios —primero, en los contextos
ingles y francés, luego, a nivel general en el mundo occidental—, sino también la intrusión
de una nueva burguesía en el territorio nobiliario, es decir, la aplicación del “consenso de
ideas entre un grupo social coherente”1 en búsqueda del ascenso en los escaños del poder.

La Revolución Industrial desplegó, entre 1780 y 1830, el desarrollo nuclear del capitalismo
mundial e incluso, deformó los procedimientos gubernamentales, ya que el poder del
dinero, por encima del poder político y el religioso, se hacía más explícito 2. La Revolución
Francesa, concentró su ideología principal en la Declaración de los derechos del hombre y
1
Eric Hobsbawm, La era de la revolución: 1789-1848 (Buenos Aires: Crítica, 2009) 66.
2
Hobsbawm 39.
del ciudadano (1789), en la cual la idea de los privilegios de los nobles y de la sociedad
jerarquizada de la época no se consentía, sin embargo, no se expresaba en favor de ideales
«democráticos».3 De estos dos puntos principales, se desprende el hecho de que una de las
repercusiones más notables se fijaba en los centros de poder, las ciudades, específicamente.

Es exactamente en las ciudades donde las transformaciones causadas por las revoluciones
industrial y francesa tuvieron, para este caso, una particular importancia, debido a que la
estructura señorial que se había sostenido hasta ese momento empezó a modificarse de
forma alarmante, sobre todo para aquellos que habían construido un orden específico, en el
cual, tal organización debía mantenerse anquilosada. La nobleza trató de conservar el orden
precedente junto a sus privilegios, teniendo en cuenta que para finales del siglo XVIII la
mayor parte de Europa aún era estrictamente rural, lo cual permitía que la estructura
señorial se mantuviera vigente, aunque tambaleante. Según el profesor Eric Hobsbawm, las
zonas industriales y comerciales albergaban el signo de lo urbano, cuya característica
principal se constituía a partir de un elevado número de habitantes, no obstante, eran una
gran minoría en comparación con las zonas agrarias. Lo que la Revolución Industrial
permitió entre 1780 y 1830 con la expansión de los mercados, el desarrollo de las técnicas,
la mejora de las herramientas de trabajo y su aplicación en los sectores económicos,
también contribuyó a la expansión de las urbes debido a las constantes migraciones campo-
ciudad, en muchas de las cuales, las ideas y modificaciones de las ideas de la Revolución
Francesa se iban expandiendo, generando nuevas estructuras, con diferentes grupos,
diferentes jerarquías.

En este punto empiezan a surgir varios elementos importantes para determinar la posición
histórica de los estratos medios en las sociedades occidentales. Al acercarse a los estudios
sobre estratificación social, se puede notar que, desde Karl Marx, pasando por Max Weber,
y llegando hasta Frank Parkin y Ralf Dahrendorf, se ha privilegiado un modelo de análisis
basado en la clasificación dicotómica de la sociedad, representada de forma antagónica,
pues, se hace hincapié en la explotación de un grupo sobre otro. 4 En este modelo particular,
solo existen dos «clases» contrapuestas entres sí: «clase alta» y «clase baja», pero se admite

3
Hobsbawm 67.
4
Carlota Solé, “Las clases medias: criterios de definición”, Reis, 1990, 49, 11-12.
tímidamente la existencia de otro grupo que no entra explícitamente en la definición
dirigida a estas dos «clases».

En el lapso de tiempo, antes y durante las revoluciones industrial y francesa se podían


distinguir fácilmente las características de este modelo clásico de división social, ya que las
formas de distinción de «clase» eran muy evidentes, desde la estructura económica hasta las
formas de comportamiento. Como el modelo clásico de distinción social privilegia las
relaciones de las «clases» que se enfrentan por la posesión de los medios de producción,
desde este punto de partida se empiezan a caracterizar los elementos que distinguen a una
clase de otra, es decir, la ocupación, la educación, privilegios, etc. Por ejemplo, la marcada
diferencia que a finales del siglo XVIII aún existía entre la nobleza y los plebeyos es
evidencia de dos «clases» contrapuestas, donde, incluso, se pueden usar las dicotomías
aplicadas a partir de las ideas de Marx: gobernante-gobernado, pobre-rico, señor-siervo,
guiadas específicamente a señalar la explotación de un grupo sobre otro y que se hace
manifiesta debido a la posesión de los medios de producción 5, no obstante, al analizar más
detenidamente el modelo clásico que, solo admite la dicotomía de «clases», salen a relucir
escollos no tan evidentes, de este modo, es posible notar que hay individuos, por extensión,
grupos, que no se acomodan exactamente a la definición de la «clase baja» y «la clase alta».

En esencia, si se parte desde el desarrollo primario de las civilizaciones, se nota que, los
grupos sociales que se adaptaron paulatinamente al sedentarismo, fueron diversificando las
actividades productivas hasta el punto en que algunos grupos económicos no estaban
directamente relacionados con la producción física de los bienes. Basado solo en un campo
especifico como la ocupación, en distintas sociedades a través de las épocas, surgieron
“comerciantes y vendedores, administradores y profesores”, actividades que sentaron las
bases de lo que hoy se da a llamar «clase media» 6. Durante mucho tiempo este grupo fue
minoría, y se mantuvo al margen mientras la estructura agraria de las sociedades
occidentales todavía superaba a la estructura urbana. Por esta razón, es necesario hacer
énfasis en los procesos desarrollados poco antes, durante y después de la Revolución
Industrial y la Revolución Francesa, ya que, desde este punto, en el que la estructura urbana

5
Solé 12.
6
Luis de la Calle y Luis Rubio, Clasemediero: Pobre no más, desarrollado aún no (México D.F: CIDAC, 2010)
19.
se empieza a extender de forma alarmante, también los estratos medios de la sociedad
empiezan a hacerse notar aún más.

Cuando el profesor Hobsbawm dio inicio al análisis de La era de la revolución, hizo mucho
énfasis en la participación de los estratos medios en la sociedad europea antes de 1790, por
ejemplo, puso de manifiesto una de las formas de movilidad social provocada por la
expansión de la producción industrial a través del “sistema doméstico o puting out system”7
que, al permitir la inclusión del artesanado y algunos sectores campesinos en el mercado
global —por intervención de los mercaderes—, mejoraba las posibilidades de crecimiento
socio-económico de los primeros. También hizo notar que la Ilustración —aunque no fuera
una ideología exclusiva de los estratos medios—, es decir, “la convicción del progreso del
conocimiento humano, el racionalismo, la riqueza, la civilización y el dominio de la
naturaleza”, se hallaba de forma muy explícita en “las clases más progresistas
económicamente, las más directamente implicadas en los tangibles adelantos de los
tiempos: los círculos mercantiles y los grandes señores económicamente ilustrados, los
financieros, los funcionarios con formación económica y social, la clase media educada, los
fabricantes y los empresarios.”8

Con base en lo anterior, se hace posible captar dos puntos muy importantes: primero, la
relación de los estratos medios de la sociedad occidental con los sectores más progresistas
de la «clase alta» de la época, demostrando una forma más dinámica de movilidad social,
bastante diferente del modelo clásico de distinción social; segundo, un concepto bastante
interesante que se extendió gracias a la Ilustración y posteriormente con las revoluciones
industrial y francesa, determinante para el desarrollo de las nuevas ciudades: el de
«civilización». De este modo, destaca el contexto en el que se desarrolla cada ciudad en
específico y los estratos que las habitan, debido a que una movilidad social más dinámica es

7
El sistema doméstico consistía en que: “un mercader compraba todos los productos del artesano o del
trabajo no agrícola de los campesinos para venderlo luego en los grandes mercados. El simple crecimiento
de este tráfico creó inevitablemente unas rudimentarias condiciones para un temprano capitalismo
industrial […] La especialización en los procedimientos y funciones permitió dividir la antigua artesanía o
crear un grupo de trabajadores semiexpertos entre los campesinos. El antiguo maestro artesano, o algunos
grupos especiales de artesanos o algún grupo local de intermediarios, pudieron convertirse en algo
semejante a subcontratistas o patronos”. En: Hobsbawm 27.
8
Hobsbawm 28.
más heterogénea, y cada «nación» se construye en base a su propio concepto de
«civilización».

Según las investigaciones de Norbert Elias en su obra El proceso de la civilización, es


pertinente, primero, captar el significado embrionario de «civilización» concebido a finales
del siglo XVIII como “la autoconciencia de occidente”. Esto significa, específicamente, la
distinción que separa a occidente del resto de sociedades, basados en: “el grado alcanzado
por su técnica, sus modales, el desarrollo de sus conocimientos científicos, su concepción
del mundo y muchas otras cosas”9. No obstante, también es importante, y Elias hace la
claridad, que el concepto “civilización” no significaba lo mismo para la totalidad de la
sociedad occidental, especialmente en la utilización que hacían en sus diferentes contextos
los franceses e ingleses por un lado y por otro, los alemanes. En esencia, mientras la
concepción de civilización para franceses e ingleses era determinada por la importancia de
la nación en el progreso conjunto de occidente, para los alemanes era algo superficial de la
existencia humana, así pues, para los alemanes, el concepto “cultura” representaba de modo
más eficiente su autoconciencia en función de la contribución de la nación en el progreso
de la sociedad occidental. De este modo, se plantea una contraposición entre los conceptos
civilización y cultura ya que: “El concepto francés e inglés de «civilización» puede
referirse a hechos políticos o económicos, religiosos o técnicos, morales o sociales,
mientras que el concepto alemán de «cultura» se remite substancialmente a hechos
espirituales, artísticos y religiosos, y muestra una tendencia manifiesta a trazar una clara
línea divisoria entre los hechos de este tipo y los de carácter económico político y social.” 10

9
Norbert Elias, El proceso de la civilización: Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas (Fondo de
Cultura Económica: Madrid, 2011) 57.
10
Elias 57-58.

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