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Hacia un nuevo

paradigma sociopolítico
Hacia un nuevo
paradigma sociopolítico

Sebastián Burr CERDA


Copyright © Sebastián Burr C.
Todos los derechos reservados.
Impreso en CyC Impresores Ltda.
ISBN: 978-956-8848-09-5
Inscripción registro de propiedad intelectual N°195040
Primera edición, Santiago, agosto de 2010.
Diseño de portada: María de los Ángeles Burr Guarachi.
Diagramación: EMD Diseño.

Las ideas son de la exclusiva responsabilidad del autor. No comprometen ni


representan a Democracia y Mercado que sólo actúa como editor.
Este libro está dedicado a mis nietos:
María Victoria, José Tomás, Emilia, Juan José, Baltazar,
Clarisa, Pedro, y a todos aquellos que han de llegar.
Temario

Presentación 13

Capítulo I 23
Diagnóstico de las instituciones del orden político
• Advertencia previa sobre los reduccionismos filosóficos, culturales y conductuales.
• Diagnóstico sobre educación.
• Diagnóstico sobre el trabajo.
• Diagnóstico sobre el hogar y la familia.
• Diagnóstico sobre salud fisiológica y mental.
• Diagnóstico sobre la economía.
• Diagnóstico sobre el medio ambiente.
• Diagnóstico político.
- Al fin de cuentas, ¿para qué sirve la política?
- Orden político y democracia.
- Diagnóstico crítico sobre la gobernabilidad del Estado.
- Nuestra fallida democracia representativa.
- Una metáfora de la gran impostura moral contemporánea.
- El ADN del totalitarismo.
- Prejuicios, resentimiento, desprecio social y egoísmo.

Capítulo II 107


Análisis y requerimientos de un nuevo orden político
• El punto de partida.
• La base antropológica de la igualdad.
• El verdadero significado de la moral.
• El relativismo, los espejismos mentales y la fe natural.
• El derecho de propiedad y los intentos de abolirlo a través de la historia.
• Fundamentos antropológicos del derecho de propiedad y a la propiedad.
• La conciencia y la anticonciencia.
• Los modelos más visibles del modernismo.
• Causas de la división sociopolítica de Occidente.
• La tragedia moral y cultural de la modernidad.
• La falsa matriz ideológica y moral del empirismo.
• El entendimiento y la dignidad humana en entredicho.

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Capítulo III 145
La gravitación del pasado en el occidente contemporáneo y en la
problemática sociopolítica actual
• La trama causal de la historia humana.
• El “salto cuántico”.
• Los albores de la inventiva humana.
• El invento trascendental.
• La “primera ola” civilizadora.
• La rueda y el auge del urbanismo.
• Los sistemas religiosos del mundo antiguo.
• El monoteísmo religioso (judaísmo, cristianismo, budismo, islamismo).
• El “núcleo” esencial de las culturas de la antigüedad.
• El genio griego. (Cuadro general. La democracia directa y participativa).
- El método socrático.
- El idealismo platónico.
- El realismo aristotélico.
- Evolución posterior de la filosofía helénica. (El neoplatonismo).
- Las proyecciones del platonismo y el aristotelismo en el pensamiento de Occidente.
- Los distintos tipos de idealismo.
• Roma: un sistema político regido por la ley y el orden.
• El reemplazo del Imperio Romano por la Cristiandad.
- El paradigma medioeval.
- El modelo agustiniano y el modelo tomista.
- Trayectoria posterior del humanismo cristiano.
- Los avances científicos y tecnológicos del Medioevo.
- El manejo humano del cristianismo en el Medioevo.
- Balance final del Medioevo.
• Evaluación global de los progresos premodernos.
• La transición del Medioevo a la modernidad.
• Consecuencias del colapso del Medioevo.
• La gran síntesis del futuro: lo mejor del presente y lo mejor del pasado.
• El Renacimiento, eslabón cultural entre el Medioevo y la modernidad.
• El embestida anticonceptual del nominalismo.
• El rupturismo luterano.
• El vuelco científico-tecnológico.
• Los pasos iniciales del empirismo.
• El racionalismo cartesiano.
• Spinoza: un panteísmo materialista y relativista.
• El doble universo de Newton.
• La primera propuesta totalitaria de la modernidad (Jean Jacques Rousseau).
• La Enciclopedia, documento “oficial” del modernismo.
• El deísmo, variable teológica de las filosofías modernas.
• La “revolución copernicana” de Kant.
• El Estado absoluto de Hegel.
• El positivismo y la sociología científica.
• Las grandes aspiraciones del liberalismo y su germen autodestructivo.
• Consecuencias morales, sociales y psicológicas del relativismo.

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• El antiparaíso de la Revolución Industrial.
• Karl Marx.
• El romanticismo: la ruptura de todos los límites.
• Sigmund Freud: la dogmática del inconsciente.
• Antonio Gramsci: la renovación filosófica y estratégica del marxismo.

Capítulo IV 299


El trasplante de las filosofías de la modernidad a la
trayectoria política de Chile

Capítulo V 411
Antropología filosófica del hombre
• El carácter potencial del ser humano.
• La mágica ambivalencia funcional del entendimiento y la voluntad.
• Sindéresis.
• Analogía.
• Teoría práctica del alma.
• Visión sobre la libertad humana.
• La ética y la moral, claves ontológicas de la felicidad.
• Los sentimientos, las emociones y la inteligencia emocional.
• La felicidad, destino natural del ser humano.
• La unidad cuerpo y alma.
• El hombre, habitante de varios mundos.
• La adaptabilidad humana.

Capítulo VI 441


Conexiones de la ciencia contemporánea con la condición humana
• Teoría materialista de la evolución e hipótesis deísta del Diseño Inteligente.
• Los actuales “impases” del evolucionismo materialista.
• Otras constataciones científicas del proyecto inteligente.
• El giro de la física: de un cientificismo empirista y desintegrado a un
sorprendente orden universal, integrado e inteligente.
• El prodigioso inconsciente operativo del hombre.
• El materialismo científico pierde su hegemonía.
• La naturaleza de la ciencia.
• La filosofía y la ciencia.
• El “proyecto mayor” del materialismo científico: la futura humanidad artificial.

Capítulo VII 467


¿Para qué el orden político?
• El hombre, animal político.
• Derechos humanos.
• La libertad política.
• La igualdad política.
• La persona y la comunidad política.
• Para qué el bien común político.

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Capítulo VIII 485
Las teorías económicas y el hombre real
• Trayectoria filosófico-económica.
• El racionalismo empirista, sociológico y estatista de la escuela neoclásica.
• El idealismo, mecanicismo, empirismo y positivismo sociológico en la
economía.
• La apertura “a medias” de la escuela austríaca.
• Friedrich von Hayek: la expansión irrestricta del libre mercado, pero sin
libertad intrínseca.
• La teoría económica de Aristóteles: una integración coherente de todos los
factores y dinamismos de la economía.

Capítulo IX 505


Propuestas por áreas institucionales
• Propuesta sobre la familia.
• Propuesta sobre la salud.
• Propuesta sobre educación.
• Propuesta económica y de trabajo.
• Propuesta medioambiental.
• Análisis sobre la justicia.
• Propuesta sobre la justicia.
• Las salvaguardas constitucionales.
• Propuesta de administración política del Estado.

Epílogo 587

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Presentación

La disputa política de fondo

Chile acaba de cumplir el Bicentenario de su independencia. Sin embargo, ha vivido durante


más de ciento cincuenta años en estado de disputa política. ¿Cuál es hoy la disputa de fondo
que nos divide? ¿La pugna entre la derecha y la izquierda, y su lógica de perdedores y triun-
fadores? ¿La disyuntiva entre el libre mercado y un manejo centralizado y estatista de buena
parte de la economía? ¿Las formas de redistribución de los recursos económicos? ¿Las dife-
rentes soluciones que se proponen para afrontar las crisis económicas y sociales?
Todas esas disputas responden a problemas más o menos reales, y ocupan el primer plano
de nuestros debates políticos. Sin embargo, ninguna de ellas constituye la disputa de fondo,
aunque pocos la perciben, y casi nadie la plantea.
La disputa política de fondo no es la problemática abordada en los debates, sino la que
originan los hechos más cruciales que afectan a nuestro país y a cada uno de sus habitantes.
Esos hechos están revelando el fracaso de un modelo de desarrollo centrado exclusivamente
en el “progresismo” técnico, economicista, sociológico, avalórico y políticamente apartici-
pativo, montado sobre una confusa base social que mezcla individualismo y colectivismo, y
dejando en evidencia la necesidad de sustituirlo por un nuevo modelo integralmente humano,
que permita a cada ciudadano ejercer plenamente su libertad extrínseca e intrínseca, alcanzar
a través de ese ejercicio su propia autosuficiencia, y contribuir a que todos los demás la logren
en la mayor medida posible. Para el primer modelo, que es el que se está aplicando, el desa-
rrollo es un proceso eminentemente colectivo, impulsado y controlado por los conductores
políticos. Para el segundo, que no se ha aplicado nunca, y ni siquiera se vislumbra, el punto de
partida es la autodeterminación1 individual: consiste en que cada persona active por sí misma
sus capacidades potenciales, sobre todo las superiores: entendimiento teórico e inteligencia
práctica, o si se quiere, ambas dimensiones sintetizadas en inteligencia espiritual, esto en un
sentido estrictamente humano, no necesariamente religioso. Sólo ese proceso puede asegurar
la libertad, la justicia, la solidaridad social y el desarrollo económico a través de un ejercicio
extendido de la propiedad; mejorar la productividad y por ende los ingresos laborales, y res-
taurar la dignidad en el mundo del trabajo; levantar de verdad el nivel de nuestra educación;
1 La autodeterminación es un dinamismo que, como muchas otras cosas humanas, funciona en el plano teórico o subjetivo
de la persona y en el plano práctico u objetivo de la realidad, que incluye el plano social. El dinamismo de la autodeter-
minación exige una vida protagónica y libre, que mediante los actos vaya actualizando y perfeccionando la humanidad
de la persona, sobre todo sus facultades superiores, y referidas a la comprensión y a la acción en la vida real. Ese proceso
requiere que la sociedad política configure las instituciones trascendentales de un modo activo, a fin de que los hechos sean
asumidos en primera persona por los ciudadanos. En síntesis, el efecto esencial de la autodeterminación es que mis propios
actos me perfeccionan integralmente, y al mismo tiempo me permiten un conocimiento cada vez más real de mí mismo, de
mis capacidades actuales y potenciales.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y por último consolidar a la familia y el bien común político, dimensiones básicas y naturales
de toda sociedad. Son además las que pueden instaurar un funcionamiento ético del orden so-
ciopolítico, y proporcionar a cada ciudadano opciones reales de manejar su propia vida, para
acceder por sí mismo a experiencias crecientes de felicidad.
Esta es la disputa inadvertida, y por lo tanto “invisible”, entablada desde siempre en nues-
tro país. Y el propósito de este libro es ponerla en el primer plano de la discusión, para que
podamos revisarla en todas sus variables humanas, institucionales y sociopolíticas, de modo
que por fin se constituya en lo que realmente es: el asunto mayor de nuestras reflexiones, aná-
lisis y propuestas de solución. Esa es la tarea más urgente que nos demanda Chile al cumplir
su Bicentenario. Si la abordamos en común, podremos empezar a avanzar hacia el futuro que
todos deseamos y anhelamos.
Cuando estaba concluyendo este libro, se produjo el gran terremoto-maremoto del 27 de
febrero del 2010. Mencionar aquí este cataclismo, en sí mismo no tiene mayor sentido, pues
con el tiempo sus efectos dramáticos y psicológicos en la población van a ser olvidados, como
ha ocurrido con las otras catástrofes que nos afectaron en el pasado. Creo sin embargo que
podemos extraer de esta terrible experiencia una manera más profunda de enfrentar las incerti-
dumbres de la vida, tomando mucho más en serio las exigencias de la existencia humana y de la
convivencia social, y abandonando las manipulaciones, los relativismos, las superficialidades,
e incluso las cosas menores que nos dividen. Las catástrofes naturales son tan reales como la
vida misma, y ambos hechos van a estar siempre presentes y recíprocamente vinculados.
De una u otra manera, todos los que vivimos esa noche el gigantesco remezón, nos contac-
tamos con la fragilidad de nuestro ser, y al mismo tiempo experimentamos una necesidad afec-
tiva poco frecuente de nuestros familiares y un alto grado de solidaridad con nuestros seme-
jantes. Deberíamos capitalizar lo ocurrido, haciendo de esta megatragedia una oportunidad de
acometer cambios profundos, a fin de construir una nueva sociedad, marcada por un desarrollo
activo e integral de las personas, en concordancia con sus capacidades reales y su dignidad
humana, de modo que se hagan autosuficientes y sean capaces de enfrentar exitosamente todo
tipo de vicisitudes, naturales, económicas, profesionales, familiares, sociopolíticas y morales.

Crisis occidental

Desde hace varias décadas, un creciente número de analistas de reconocido nivel internacio-
nal están señalando que el Occidente contemporáneo se encuentra atravesado por una grave
crisis valórico-transversal, que afecta al grueso de la sociedad y a la mayoría de las institu-
ciones sociopolíticas, y que los dos ámbitos interactúan disociadoramente, configurando un
círculo vicioso cada vez más difícil de romper. Eso mismo se advierte en nuestro propio país,
pese al relativo buen funcionamiento de nuestra macroeconomía, a las reservas económicas y
a una aparente estabilidad institucional.
El solo cuadro general de lo que está ocurriendo en Chile basta para apreciar la magnitud
de nuestra propia crisis. Los ingresos de la inmensa mayoría de los trabajadores aún no alcan-
zan un nivel que dignifique su existencia, sobre todo desde una perspectiva valórica, dada su
condición de asalariados y la diferenciación social que esa condición genera. Las mediciones
internacionales señalan que un 80% de nuestros trabajadores asalariados son “analfabetos
funcionales”, y no entienden lo que leen. La desigualdad socioeconómica se mantiene sin
variaciones desde hace treinta o más años. Las Pymes se debaten entre la supervivencia y la
bancarrota; el sistema educacional hace agua por todas partes; un 27% de los jóvenes están

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Sebastián Burr

cesantes, y un 71% de ellos rechazan el sistema político en cuanto tal. La corrupción en la


administración pública se extiende año tras año. Los índices de salud han alcanzado niveles
preocupantes, y su proyección futura es aún peor. Los relativos a la salud mental van en cre-
ciente aumento, al punto que Chile, a nivel nacional, registra una tasa de un 28% de depresi-
vos2, fenómeno que incluso ha comenzado a afectar a niños de corta edad3. Las estadísticas
de delincuencia muestran un crecimiento sostenido, y se extienden incluso a adolescentes y
menores. La droga y el alcohol se han convertido en el gran “escape” a través del cual miles
y miles intentan evadirse de una vida que no les ofrece ninguna expectativa real, frustración
que muchos de ellos ven confirmada en sus propios padres, familiares y amigos.
En resumen, estamos asistiendo a una lenta pero progresiva descomposición social y hu-
mana, cuyos factores la ciudadanía percibe de manera difusa, sin identificarlos exactamente,
y sin advertir del todo sus múltiples efectos. Y lo peor es que al parecer nuestra clase política
tampoco logra “leerlos”, dada su vasta e intrincada sintomatología, y por lo tanto tampoco lo-
gra revertirlos. La consecuencia final es un estado de abatimiento y desesperanza que recorre
a muchos sectores de nuestra población. Y día a día oímos repetir una frase que, si bien no
explicita sus alcances, lo sintetiza todo: “Esto no da para más”.
Ahora bien, si esto no da para más, ¿por qué el sistema sigue funcionando? ¿Qué hace
que no se derrumbe?
Un país con una economía próspera hace muy dificil que un sistema político o un gobier-
no caigan, por distorsionado que esté, porque ese gobierno o ese sistema se defiende haciendo
uso masivo y utilitario de los recursos fiscales. De hecho, el Estado chileno subvenciona el
empleo, desde antes de la crisis financiera del 2008, en al menos un 24%. Esto significa que la
cesantía real, que según el INE bordeaba entonces el 7,8%, ascendía en realidad a un 9,6%4.
La historia de Chile demuestra que un gobierno débil políticamente (salvo dos o tres ex-
cepciones, casi todos lo han sido) cae cuando la situación económica se deteriora ostensible-
mente y la cesantía y la inflación alcanzan niveles excepcionalmente altos. Ese fue el caso de
Carlos Ibáñez en 1931: cayó a causa de la crisis del año 29 en Wall Street. Juan Esteban Mon-
tero y Carlos Dávila corrieron igual suerte, porque no pudieron revertir la desastrosa herencia
económica que les había legado Ibáñez, hasta que la crisis fue controlada por el ministro de
Hacienda de Arturo Alessandri, Gustavo Ross. Lo mismo ocurrió con Salvador Allende: se
mantuvo sólido en el poder mientras el país vivió de una desorbitada emisión monetaria, hasta
que la economía colapsó por la inflación, el desabastecimiento y un crecimiento negativo del
producto, al margen del caos político que terminó por generar la coalición que lo respaldaba.
Augusto Pinochet enfrentó la crisis financiera de 1981, y si no hubiese sido por el apoyo
del ejército, probablemente habría tenido que dejar el cargo. El mismo presidente Lagos es-
tuvo a punto de caer cuando se sumó a la inercia de su gobierno ante la crisis asiática el caso
de corrupción MOP-Gate.
Los gobiernos de la Concertación lograron mantener más o menos la tendencia macroeco-
nómica5, contaron con un precio del cobre excepcionalmente alto (hasta US$ 4 la libra), y su-
pieron ahorrar el grueso de esos recursos para distribuirlos en épocas de vacas flacas (aunque

2 Datos aportados por la Superintendencia de Isapres.


3 En un colegio privado de Santiago se registraron 3 suicidios de niños de 8 años de edad, en un lapso de dos a tres años.
¿Qué explicación puede tener este inédito suceso? Evidentemente, las causas son complejas, pero de alguna manera todas
arrancan de una pérdida del sentido de la vida en esas conciencias infantiles, provocada por elementos culturales de tipo
nihilista, independientemente de una percepción intolerable de su entorno real.
4 Información emanada de la Dipres (Dirección de Presupuesto de Chile), que estima dicha subvención como gasto público
ordinario.
5 El gobierno de Bachelet dejó un déficit fiscal de US$ 7.200 millones durante el año 2009.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

pienso que en realidad no tenían cómo gastarlos eficientemente). Así, será muy difícil lograr
un cambio radical en nuestro sistema político, por muy severa que sea la distorsión moral de
los ciudadanos y la descomposición ética del Estado, puesto que muy pocos chilenos entien-
den en qué consiste el problema de fondo. Las mayorías no racionalizan el proceso de des-
composición ética de un país; sólo lo verifican a través del sufrimiento en el plano personal,
de las carencias funcionales en el plano laboral, de la exclusión social, de las depresiones, etc.,
de lo cual la clase política no se hace cargo, y el ciudadano tampoco se lo exige demasiado. En
cambio, lo económico es palpable día a día, y rápidamente se transfiere a lo político. Pareciera
que nuestro carácter “sísmico” sólo nos permite ver los derrumbes una vez que han ocurrido.
No somos capaces de percibir las falencias sistémicas que los provocan.
Este libro intentará mostrar justamente aquello que no se ve: la distorsión político-moral
del país, examinada a través de sus diferentes instituciones, y luego entregar una propuesta
sociopolítica integrada, centrada en el protagonismo de lo humano, en la persona real, de ma-
nera que de ahí emane una nueva fuerza inspiradora.

El panorama sociopolítico

Nuestro panorama sociopolítico se presenta confuso, pues lo que más se observa son senti-
mientos ciudadanos encontrados. Se aprecia por una parte cierta conciencia de mejoramiento
económico general, que explica que Chile tenga hoy la clase media más extendida de su
historia. Por otra parte, se advierte una gran frustración humana y social, y al mismo tiempo
un severo cuestionamiento del sistema político y de muchas de sus instituciones (trabajo, edu-
cación, justicia, salud, etc.). Todo esto bajo una “estabilidad” política más aparente que real.
Durante las últimas décadas, Chile saltó de un ingreso per cápita aproximado de US$
2.000 a cerca de US$ 12.000, aunque esta estadística es un dato semiobjetivo, pues ha habido
una fuerte desvalorización del dólar a nivel internacional, y la distribución del ingreso per-
manece bajo un gran desequilibrio. Del total del ingreso, el 20% más rico de la población se
lleva el 60%, y el 80% restante el 40% 6. Sin embargo, la ciudadanía quisiera ver consolidada
esa mejoría (telefonía celular7, automóviles, viajes al extranjero), y no perder su capacidad
crediticia (tarjetas de crédito), el acceso masivo a bienes de importación, ciertas condiciones
laborales de índole proteccionista, y tampoco los beneficios indirectos que provee el Estado be-
nefactor, que si bien son mínimos, conforman el ingreso general, sobre todo de los más pobres.
Como contrapartida, a muchos los invade un sentimiento de angustia y precariedad emo-
cional, que está afectando cada día a más personas, al hogar y la familia, a la sociedad y a la
convivencia sociopolítica. La gente sufre dicho síndrome, pero no tiene explicaciones claras
de las causas e implicancias envueltas. Sin embargo, percibe exclusión social, económica y de
participación democrática, sobre todo a nivel juvenil.
Aún así, la “estabilidad política” permanece, pues el grueso de la ciudadanía no racio-
naliza la trama que produce todo este cúmulo de distorsiones y falencias. En consecuencia,
no sabe qué hacer, actitud que se ve refrendada por el hecho de que no hay a la vista líderes
ni proyectos políticos que inspiren y justifiquen un cambio verdadero, pese a que casi toda la
población tiene una negativa evaluación del sistema y de la clase política en general.

6 El último informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas (PNUD) entrega la cifra indicada, y
además señala que, entre 177 países analizados, la distribución del ingreso en Chile es una de las 14 peores. (Diario El
Mercurio del 21 de marzo del 2008).
7 En el año 2009, Chile alcanzó la cifra de 16 millones 700 mil celulares en operación, y los viajes aéreos totalizaron diez millones.

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Sebastián Burr

No obstante los innumerables análisis coyunturales emitidos durante años, y las sucesi-
vas “soluciones” aplicadas hasta ahora, la situación no cambia, e incluso tiende a agravarse.
Eso indica que algo de carácter fundamental no funciona desde hace mucho tiempo, lo que
hace prever a corto o mediano plazo una crisis sistémica y humana de mayores proporciones.
Entre otras razones, no funciona debido a una manifiesta falencia político-cultural de la mis-
ma clase política, que la hace confundir demasiadas cosas: lo político con la política, el bien
político con lo “políticamente correcto”, el bien común con el interés común, el entendimien-
to con el conocimiento, la justicia con la igualdad, la salud con la medicina, la libertad con la
diversidad, el Estado con el gobierno, el arte con la farándula, la ética con la moral, la religión
con la Iglesia, Dios con la religión, etc., etc.
El problema ha llegado a ser tan complejo y profundo, que casi ningún medio de comu-
nicación está dispuesto a abordarlo, pues sobrepasa por completo la lógica de la inmediatez,
del reduccionismo ideológico y de la estrechez comunicacional de las ideas. Esa lógica emana
de una especie de consenso cultural reacio a todo análisis que pretenda revisar la problemática
sociopolítica de fondo, y que nos perpetúa en el estancamiento social, generando además toda
clase de traumas sociales y políticos.
Quiero decirlo de partida, porque será el tema protagónico de todos los análisis que se
abordarán en este libro: la causa más determinante y quizás más inadvertida de esta encru-
cijada a la que hemos llegado es la degradación de la cultura occidental contemporánea, y la
consecuente distorsión de casi toda la institucionalidad política, que permanece invariable
desde hace muchos años, al margen de los índices que parecen mejorarla o empeorarla tran-
sitoriamente, e incluso del reciente cambio de signo político del gobierno, pues lo más a que
puede aspirar el nuevo gobierno dentro de la institucionalidad que nos rige, como cualquier
otro que lo suceda, es a ser el mejor gobierno “de más de lo mismo”. Y aventuro dicho juicio
sin ánimo peyorativo.
Ese desquiciamiento de nuestro sistema político es el resultado visible de múltiples y
antinaturales equívocos filosóficos puestos en escena durante los últimos cuatro siglos, que
han terminado deformando y condicionando en buena medida nuestra forma de interpretar
la realidad y nuestros actuales modos de vida. Se trata de un problema epistemológico8
y valórico, que concluye en el ámbito político-práctico, y que hace cada vez más difícil
encontrar una salida coherente para nuestro país, que involucre y beneficie a todos los
chilenos. De una u otra manera, esos equívocos han difundido en nuestros líderes sociales
(de izquierda, centro y derecha), y en casi todas las personas, tal cantidad de desconfianzas
y prejuicios, en todos los planos del quehacer nacional, que han llegado a configurar una
especie de síndrome que nos impide entendernos en aquellas cosas fundamentales que nos
permitirían avanzar a paso firme.
Intentaré hacer un diagnóstico de dicho síndrome, ojalá lo más esclarecedor posible, y
a partir de ahí proponer nuevos rumbos. Desde esta perspectiva, el diagnóstico exige mucho
más de lo que a primera vista pueda parecer.
Por de pronto, debe basarse parcialmente en los datos que entregan los medios de co-
municación, que a su vez los extraen de fuentes per se institucionalizadas. Sin embargo,
esas fuentes representan a menudo posiciones socioculturales o económicas ideológicamente
sesgadas, y tienen intereses entrecruzados, de manera que los datos que proporcionan suelen
no ser del todo objetivos. Pero lo que se requiere en la nueva era de la información es una
apertura total de las fuentes, pues constituyen un medio indispensable del desarrollo humano

8 Lo epistemológico se refiere a las teorías del conocimiento. Es decir, a la operatoria cognoscitiva mediante la cual cada ser
humano interpreta la realidad.

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y social. Lograda esa apertura, habrá que interpretar e integrar los múltiples datos que de ahí
emanen, y finalmente intentar algunas síntesis objetivas, coherentes, y que demuestren ser
verdaderamente eficaces, en la mayor medida que sea posible. En otras palabras, las fuentes y
los datos que proporcionen deben conectarse transversalmente con el grueso de los ciudada-
nos comunes y corrientes, y dar un giro de 180 grados en la forma y en el fondo.
No existe ya ninguna razón para seguir “comprándose” la interpretación de la realidad
que hace la antigua institucionalidad, pues sus resultados, a menudo emanados de “consen-
sos” burdamente pactados, que dejan fuera los hechos más cruciales, son en extremo deficien-
tes, y además efímeros.
Esa nueva forma de conocer los hechos y ese nivel de profundidad exigen recorrer en
sus componentes nucleares la compleja problemática en la que estamos atrapados, y hacerlo
en cada uno de sus escenarios: hogar y familia, educación, trabajo, economía, salud, organi-
zación social, justicia, libertad, bien común y participación política, etc. Y exigen asimismo
averiguar paso a paso la trayectoria histórica, sobre todo filosófica, que ha conducido a nues-
tro país —como parte de Occidente— a la encrucijada que enfrentamos. Esos dos recorridos
pueden resultar arduos, pero no hay manera de eludirlos, si de verdad queremos comprender
el problema en toda su extensión y variedad de causas.
Pero los diagnósticos, por muy certeros que sean, no bastan para formular las solucio-
nes. Se requiere encontrar fundamentos definitivamente válidos para todos los seres huma-
nos, que cada uno de nosotros pueda verificar (como podemos verificar la ley de gravedad),
emanados de la condición esencial del hombre y situados más allá de todos los relativismos
empíricos, que hagan posible articular un proyecto capaz de recoger de un modo natural y
eficaz todas las dimensiones y dinámicas humanas y sociales; un proyecto capaz de abrirse
paso entre las incontables inconsistencias, excesos y superficialidades de nuestra época. Y
esos fundamentos deben emanar de una noción de bien ontológico9, común a todo el género
humano, y de una definición de bien común político válida para todos los miembros del
cuerpo social, que respalde un funcionamiento análogo de las instituciones que conforman
nuestro ordenamiento sociopolítico y económico.
¿Existen esos fundamentos? Y si existen, ¿es posible descubrirlos con la certeza y exac-
titud que requiere semejante intento, que muchos pueden considerar desmesurado y hasta
pretencioso? Más aún: ¿es posible demostrar su existencia y eficacia operativa a todos quienes
están realmente interesados en encontrar una solución a la enorme gama de problemas que
persisten en la sociedad?
Esa es una de las averiguaciones cruciales que abordará este libro. Evidentemente, es una
tarea nada fácil, pues tales fundamentos deben cubrir todos los dinamismos humanos, como
también su interacción en todos los procesos sociales e institucionales, de manera que resulten
válidos para todos los ciudadanos por igual.
La necesidad de encontrar un marco de referencia moral, ético y sociopolítico lo más am-
plio posible, no arbitrario y que funcione de verdad, es un enorme desafío, y explica además
que este libro se introduzca en desciframientos inusuales. Pero esos desciframientos son im-
postergables. De nada sirve ya seguir amparando un sistema sociopolítico cuyo liberalismo y
socialismo, o su sucedáneo, el “progresismo”, nos hacen creer que el ideal de la “diversidad”
y de la “igualdad” nos impide fundarnos en el hombre real, y que simultáneamente opera bajo

9 Lo ontológico es la configuración esencial de una cosa (aquello que la hace ser lo que es, y cómo es), de la cual depende
naturalmente su estructura y sus capacidades operativas. Para Heidegger, hay una ontología fundamental, que denomina
fundamento de la existencia, aunque muchos otros filósofos están de acuerdo en que la ontología se aboca a la indagación
de la esencia o substancia de todas las cosas.

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Sebastián Burr

los dictados de reduccionismos tales como el empirismo10, el materialismo, el relativismo, el


utilitarismo, el consumismo, y finalmente según la degradante lógica política del poder por el
poder. Los hechos mismos han demostrado hasta el cansancio que esas lógicas e ideologías
no constituyen fundamento alguno, y que simplemente no sirven.
Puede llamar la atención la considerable variedad de temas abordados en los diagnós-
ticos, en la revisión filosófica y en las propuestas, que a algunos lectores les podrá parecer
excesiva. En el caso de los diagnósticos, más allá de mostrar el calamitoso estado en que se
encuentran casi todas nuestras instituciones sociopolíticas, el punto nuclear es señalar que se
trata de una falla intersistémica, en la que cada ámbito trasmite a los demás sus anomalías es-
pecifícas, que terminan transformándose en anomalías conductuales. En el examen filosófico,
el objetivo es revisar críticamente la concatenación histórica de interpretaciones erróneas de
la realidad y del ser humano que se fueron asociando a través del tiempo, hasta convertirse en
la causa invisible de la desintegración sociocultural contemporánea, responsable de toda clase
de desigualdades, carencias, injusticias y estragos humanos.
Y el abordamiento de las propuestas necesita cubrir toda la trama de la vida humana
real, pues sólo así es posible ensamblar interactivamente sus múltiples manifestaciones y
requerimientos, cognoscitivos, valóricos, funcionales, etc., y promover suficientes grados de
autosuficiencia en todos los ciudadanos.
Por lo tanto, antes de plantear las propuestas, se incluirá un capítulo dedicado a revisar
a fondo la condición antropológica del hombre, en todos sus componentes y dinamismos
operativos. Porque el hombre natural es el hombre real, y esa condición es la única que puede
decirnos qué hacer para mejorar nuestra situación.
Las propuestas de solución serán entregadas en el último capítulo. No son soluciones
mágicas, sino intentos serios de desarrollar la libertad en sus dos dimensiones más importan-
tes: extrínseca e intrínseca, de acuerdo a lo que demanda la convivencia humana en el mundo
actual. Y probablemente exigirán de cada uno de nosotros más trabajo y esfuerzo que el que
hasta ahora hemos empleado en debates y proyectos estériles, que defraudan una y otra vez
la esperanza ciudadana. Pero son propuestas sustentadas en todos los recorridos precedentes,
que a su vez se sustentan en los hechos y en los códigos de la realidad. Esos códigos son los
más confiables, porque nunca se contradicen a sí mismos, aunque impliquen grados de rigor
poco frecuentes en nuestro tiempo.
Pese a la gran cantidad de temas que cubre este ensayo, ninguno es un mero agregado
introducido para darle mayor envergadura, o para presumir de cierta competencia personal en
diversas áreas del conocimiento (de hecho, muchos de ellos me exigieron largas investigacio-
nes específicas). Todos forman parte de la cadena histórica de causas y efectos que ha termi-
nado configurando el mundo en que hoy vivimos, y todos siguen actuando en nuestra época,
condicionando de una u otra manera nuestras propias vidas. Más aún: fueron apareciendo por
sí solos, uno tras otro, precisamente por su encadenamiento causal con los anteriores, y haber
omitido alguno habría significado dejar incompleto el examen de los factores que actualmente
están gravitando en nuestro país y en el resto de Occidente.

10 El empirismo se opone al conocimiento especulativo o teórico. Sólo se rige por lo que determina la experiencia de los sentidos,
sin considerar normas morales que expandan u orienten dicha experiencia. El empirismo es incapaz de elucubrar especula-
tivamente cómo las cosas podrían ser, y persiste en actuar en función de cómo las cosas han sido. Niega la verdad de ciertos
absolutos metafísicos; por lo tanto, relativiza los valores que la historia ha confirmado como verdaderos y necesarios, y dado
su carácter abstracto, no los valida como parte de la experiencia constatable. En ese sentido, el empirismo roza el escepticis-
mo. Niega todo principio innato, como los principios universales y metafísicos del conocimiento. Basa su interpretación de la
realidad exclusivamente en los sentidos, y como los sentidos captan sólo lo material de la realidad física y no los significados
morales, las limitaciones éticas que genera el empirismo son severas y muy limitantes de la expansión y libertad humanas.

19
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El título elegido para este libro representa su intención fundamental: proponer las bases de
un nuevo modelo sociopolítico y cultural para nuestro país. La diferencia entre este nuevo mo-
delo y los que se han formulado y aplicado durante los últimos siglos en Occidente —de esos
modelos hemos sido herederos durante toda nuestra historia— es que éste no pretende fundarse
en ninguna teoría elaborada por la sola razón, sino en el desciframiento de esa espesa trama
que llamamos “realidad”, y que en el ámbito humano se ha constituido en la mayor incógnita
de nuestro tiempo. A mi juicio, sólo allí residen las claves que nos permitirán salir adelante.
Lo sepamos o no, todo lo que se ha hecho hasta ahora por cambiar las cosas en nuestro
país ha partido de visiones más o menos irreales o parciales del mundo y del hombre, y por
eso no ha dado resultado. Así ha sido desde nuestra independencia, y lo revisaremos paso a
paso, para que ojalá comprendamos al fin que la realidad contiene todo lo que necesitamos
para ponernos en marcha hacia un mejor futuro.
La realidad es todo lo que existe. En primer lugar, el mundo físico, las plantas, los anima-
les, los seres humanos, el orden sociopolítico, etc. Pero más allá de lo que vemos, de lo que
percibimos con nuestros sentidos, contiene ámbitos invisibles, denominados metafísicos, que
sin embargo podemos conocer a través de nuestra inteligencia. Y el punto esencial es que tan-
to las cosas físicas como las del plano metafísico configuran un orden natural absolutamente
coherente, en el que todos los requerimientos, anhelos, interrogantes y problemas humanos
pueden encontrar verdaderas respuestas.
Las ciencias empíricas han descubierto muchas de las articulaciones y códigos que rigen
los fenómenos de la materia, y los han llamado “leyes de la naturaleza”. Pero también el ser
humano posee articulaciones y códigos propios, igualmente naturales, cuyo conocimiento nos
es aún más necesario que el conocimiento científico, aunque el modernismo cultural haya de-
cidido ignorarlos, e incluso pretenda que no existen. Este libro los indagará, y esa indagación
nos mostrará el poder que tienen para transformar progresivamente nuestra vida.
De esta manera, sustentarse en la realidad es la mayor aventura que podemos emprender,
y un imperativo impostergable de nuestro tiempo. Pero la realidad hay que investigarla y
descifrarla, porque sus secretos no están a la vista, a tal punto que hoy coexisten en Occidente
muchas formas de interpretarla. Por lo tanto, esta aventura requiere primero una nueva ópti-
ca, y luego trabajo sostenido, rigurosidad crítica, ensayos y verificaciones, y sobre todo una
honestidad a toda prueba, dispuesta a abandonar las creencias y los rumbos erróneos cuando
los hechos reales demuestren que lo son, por lo menos para acercarnos más a ellos. Pero esa
búsqueda nunca nos defraudará, porque la realidad no miente, no se equivoca, no hace falsas
promesas, y siempre nos dirá qué hacer, si acudimos a ella con el sincero deseo de encontrar
las soluciones que hasta ahora no hemos encontrado.
En definitiva, la realidad nos plantea un problema ontológico y un problema lógico. El
primero está directamente vinculado con la existencia y con los constitutivos y requerimien-
tos esenciales del género humano. El segundo, con sus experiencias y con los múltiples in-
tentos epistemológicos que ha hecho y sigue haciendo para conocerla y entenderla. Eso nos
permite decir que todo lo que existe está directa o indirectamente conectado con el hombre,
y que por lo tanto se dan múltiples equivalencias analógicas entre el mundo y el ser humano,
tanto en su dimensión individual como en su proyección social y política.
Evidentemente, todo lo que aquí se dice puede ser revisado y mejorado, y estoy seguro de
que le faltan muchos aportes. Pero cualquier revisión o sugerencia de mejoramiento, para ser
válida, debe sustentarse en los hechos reales y en la condición ontológica del hombre.
Escribir este libro resultó para mí una especie de “cruce del desierto”, no sólo por la
enorme complejidad y el carácter intersistémico de los temas abordados, sino también por

20
Sebastián Burr

la dificultad de encontrar un lenguaje lo más “amistoso” posible para transmitir sus ideas
fundamentales. No lo conseguí en el grado que hubiera querido; por tanto, los lectores en-
contrarán algunos términos y conceptos filosóficos que pueden resultarles poco familiares
y un tanto abstractos. Sin embargo, todos esos conceptos están explicados oportunamente,
tanto en el texto como en notas a pie de página, de modo que deberían resultar suficien-
temente comprensibles. Aún así, quiero pedirles que superen la extrañeza inicial que esos
términos puedan provocarles y se concentren en sus significados, pues de ellos emanan las
líneas matrices de esta propuesta.
Entremos entonces a examinar lo que sucede en los diversos ámbitos e instituciones de
nuestro país, cuya distorsión está modelando negativamente la vida de los ciudadanos e incu-
bando la crisis que ya hemos señalado.

21
Capítulo I
Diagnóstico de las instituciones
del orden político

Advertencia previa

Creo necesario aclarar de partida ciertos términos y conceptos que se incluyen en este libro y
que pueden inducir a interpretaciones confusas o equívocas. Entre ellos están, por ejemplo:
empirismo, racionalismo11, idealismo, progresismo, materialismo, consumismo, cientificis-
mo, exitismo, voluntarismo, colectivismo, relativismo, economicismo, comunismo, conser-
vadurismo, derechismo, izquierdismo, etc.
Dichos términos designan deformaciones filosóficas, culturales o conductuales de ámbi-
tos que son perfectamente válidos y legítimos, mientras no se extralimiten más allá de su pro-
pia función y significado para la vida humana y social. Los “ismos” señalados, y otros de la
misma índole, cometen el error de dar a ámbitos parciales de la realidad un carácter absoluto
y excluyente, adulterando sus respectivos significados, ontológicos o morales. Eso equivale
a perpetrar una reducción de la realidad, que es refutada por toda la experiencia humana, e
incluso por el sentido común.
Por ejemplo, cuando se extralimita lo material, que evidentemente conforma gran parte de
la realidad, negando la existencia de ámbitos metafísicos (esencias de las cosas, facultades supe-
riores o espirituales del hombre, etc.), se configura el materialismo. Eso mismo cabe decir de la
razón y del racionalismo, de lo empírico y del empirismo, de la libertad y del liberalismo, de lo
social y del socialismo, de la diversidad o pluralidad y del pluralismo, del individuo y del indi-
vidualismo, de la economía y del economicismo, de la relatividad y del relativismo, de las ideas
y del ideologismo, del ser conservador (conservar cosas probadamente valiosas) y del conser-
vadurismo que se cierra a toda posibilidad de cambio, de lo comunitario y del comunismo, etc.
En definitiva, tales “ismos” son artificios ajenos a la realidad, interpretaciones reduccionistas o
panfletarias de los asuntos humanos, acuñadas con la intención de obtener dividendos de diversa
índole. Y el peor artificio han sido los idealismos filosóficos, que analizaremos uno a uno más
adelante, pues a través de toda la historia han generado modelos culturales y regímenes políticos
cuya aplicación ha provocado toda clase de descalabros, frustraciones y sufrimientos humanos.
Análogamente, los términos “derecha” e “izquierda” son también artificios ideológicos.
Son reduccionismos tan simplistas, que más que definir o esclarecer tienden a confundir, pues
la gama de “izquierdistas” y “derechistas” es tan heterogénea, que sus extremos se traslapan

11 Doctrina filosófica cuya base teórica y de acción es la autosuficiencia absoluta de la razón humana, al extremo de afirmar
que todo se puede saber mediante la sola lógica racional, sin acudir a los hechos reales.

23
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

con los de su oponente teórico. Así un ciudadano puede ser “derechista” en lo económico e
“izquierdista” en lo valórico, o viceversa, y dentro de la diversidad de los valores también
puede ocurrir que coincida en parte con las posturas del “progresismo” y en parte con las del
Vaticano. Pienso por lo tanto que hay que deshacerse de esos clichés ideológicos y asumir
posturas fundamentadas, que ojalá integren una trama orgánica y valórica que contribuya de
verdad al desarrollo humano y social. Y esa trama y ese desarrollo deberían modelar protagó-
nicamente el quehacer político.
Ahora bien, desde el punto de vista asumido por este libro para formular los diagnósticos
sociopolíticos, el modelo clásico de la “derecha” (aunque no de un modo absoluto) implica
la creencia en un orden moral sustentado en la ontología humana y establecido por un ser
superior (Dios). Cree en la libertad de educación, de emprendimiento y de mercado; en el
principio de propiedad, en la validez de la familia, y en un Estado orientado al bien común,
solidario, subsidiario, justo, digno, con sus cuentas fiscales ordenadas, y responsable del bien
humano y social, aunque no lo define exactamente como benefactor. Sin embargo, a través de
un cierto proceso histórico, esa configuración clásica ha sufrido los embates del materialismo
y el relativismo, y ha perdido en buena medida su fisonomía original, lo que hace difícil a
un “derechista” actual explicar coherentemente su postura política (en qué consiste, para qué
sirve, cómo aplicarla, etc.). Además, por su alto grado de aburguesamiento, muchos “dere-
chistas” de hoy evitan los debates doctrinarios, se presentan como “neutrales” y se someten
fácilmente a lo “políticamente correcto”, cediendo poco a poco sus principios a un consenso
ideológico liberal-socialista que, pudiendo ser muy útil en circunstancias especiales, cuando
se abusa de él, se cae en distorsiones políticas difíciles de revertir. En consecuencia, su nivel
doctrinario es mediocre y superficial, y esa carencia los induce a parapetarse en el egoísmo y
en reductos socioeconómicos relativamente privilegiados, en los cuales se sienten protegidos.
Así, su “modelo” está muy permeado por el individualismo12, el economicismo y el consu-
mismo, y concibe el desarrollo humano como un logro basado más en el tener que en el ser.
Por su parte, el modelo ideológico clásico de la izquierda niega todo orden superior
(Dios, la naturaleza espiritual del hombre, su ontología moral, etc.). Sus conceptos del bien y
de la verdad provienen de diversas formulaciones ideológicas elaboradas por sus intelectuales
históricos, completamente autorreferentes. Esa autorreferencia impide que tales modelos per-
duren en el tiempo, lo que obliga a sus “pensadores” a modificarlos cada cierto tiempo (sobre
todo en el lenguaje). Una suerte de revisionismo permanente. (Véanse los sucesivos modelos
ideológicos de izquierda elaborados por Rousseau, Hegel, Comte, Marx, Lenin, Mao, Stalin,
Gramsci, y ahora último por el socialismo bolivariano de Hugo Chávez.). De esta manera, la
izquierda ideológica transita por los laberintos del ateísmo y del agnosticismo, lo que le per-
mite “emanciparse” siempre de un referente superior respecto a la naturaleza humana, al rol
social de la persona, y a la conducción misma del Estado.
Ese designio emancipador, autorreferente y sin anclajes, mantiene a mucha gente de iz-
quierda en una suerte de informe nebulosa, que la instala en una decepción per se, de la cual
emana un resentimiento existencial que se proyecta a muchos ámbitos de la realidad.
Hay un izquierdismo no ideológico, menos duro, pero la ideología de izquierda “pura”
no cree en el emprendimiento del individuo, ni en el principio de propiedad, ni en la libertad
responsable, sino en el bien social o colectivo, en forma bastante genérica (teórica), y casi
siempre inaplicable en la vida real (práctica), aunque insista en que lo es, modificando su
12 Por su propia naturaleza, el hombre siempre desea su bien y el del prójimo. Pero cuando la sociedad no se da a sí misma
estructuras inspiradoras, coherentes, solidarias y justas, el ciudadano la siente como una entidad antagónica, se vuelve
contra ella, corta sus vínculos solidarios y se transforma en un ser individualista y “egoísta”. El individualismo lo genera la
cultura, y dentro de ella el sistema político, cuando no sabe integrar a todos los hombres dentro de una sociedad análoga.

24
Sebastián Burr

retórica una y otra vez. Es esencialmente relativista, y sustenta un liberalismo que le permite
hacer cualquier cosa para conservar y controlar el poder, porque eso es lo que más se acerca a
una idea de absoluto. Con todo, después de la caída del muro de Berlín, el eje doctrinario de
la izquierda ha quedado compuesto por una ambigua mezcla de keynesismo y monetarismo,
o si se quiere una mezcla de Estado Benefactor y macroeconomía ordenada. De todo eso ha
emanado una serie de problemas sociales “nuevos”, que utiliza para ir renovando su discurso
y mantener neutralizada a la derecha.

DIAGNÓSTICO SOBRE EDUCACIÓN

Después de múltiples reformas educacionales impulsadas en los últimos 20 años, y habiendo


aumentado la subvención por alumno en más de seis veces desde 1990, los resultados en
educación básica, media y universitaria, medidos según todos los parámetros de evaluación
pedagógica nacionales e internacionales, son simplemente catastróficos. Lo son a tal extremo,
que la presidenta Bachelet se vio obligada a enviar al parlamento (año 2007) un proyecto que
reforma la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), pero que desgraciadamente
introduce modificaciones de escasa sustancia, no obstante que la presidenta, recién asumido
su mandato, declaró que durante su gobierno haría la mayor revolución educativa de la historia
de Chile. De hecho, dicho proyecto no modificó el estatuto docente que hace imposible exigir
calidad a los profesores, ya que gozan de inamovilidad laboral, pese a que el nivel profesional
de un gran número de ellos es claramente deficiente13. Aunque pone énfasis en la calidad peda-
gógica, es evidente que el sistema de enseñanza pública conserva graves errores cognoscitivos
que impiden la auténtica configuración intelectual de los alumnos, y que hacen muy difícil
lograr una buena educación tanto para los estudiantes como para los profesores. Sin embargo,
cuenta con una amplia cobertura de establecimientos, en ambos niveles de enseñanza.
Vemos así repetirse propuestas y métodos que se ensayaron una y otra vez en el pasado,
y que no sólo no han servido para mejorar nuestra educación, sino que incluso han generado
un serio retroceso.
Y el hecho de que ni siquiera se intente dotar a nuestra educación pública de una mínima
orientación realmente epistemológica, hará imposible que los alumnos entiendan y manejen
las categorías14 metafísicas15 que permiten el conocimiento abstracto o el manejo integrado

13 La evaluación docente realizada en el año 2006, que examinó al 34% de los profesores del sistema municipal, dio por
resultado que un 33% de esos profesores está en una condición deficiente, insatisfactoria o básica. Sólo un 7% de ellos
obtuvo una calificación de destacado. En la evaluación docente realizada en el año 2008 a profesores de la enseñanza básica
(exceptuando los educadores de párvulos), un 28% reprobó el examen. En el Ministerio de Educación explicaron que la
causa de la mejoría fue el elemento más subjetivo del proceso: la autoevaluación, es decir, la nota que asignan los propios
colegas profesores. Fuente: Diario El Mercurio, 11 de febrero de 2007, y 25 de marzo de 2009.
14 Las categorías son los distintos ámbitos de realidad que se dicen de un sujeto o de una cosa. No intentan afirmar o negar
nada. Sólo tienen sentido cuando se aplican a un sujeto determinado. Aristóteles distinguió las siguientes categorías: sus-
tancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, situación, posesión, acción y pasión. Kant empleó en su Crítica de la
razón pura (1781) un concepto de categoría similar al de Aristóteles, aunque pensaba que las categorías no corresponden a
los objetos, sino que son sólo estructuras subjetivas de la razón.
15 La diferencia de percepción y aprendizaje que se da entre el manejo técnico y la experiencia metafísica de las cosas, puede
compararse con la que se produce entre “leer” una música escrita en una partitura (corcheas, semicorcheas, fusas, etc.) y
escuchar todos sus sonidos, ritmos, intensidades y alternancias instrumentales, que el entendimiento traduce en emociones.
En el primer caso hay una estructura de signos técnicos, desprovistos de sentido humano; en el segundo, un flujo sonoro tras-
pasado de belleza y sentimientos: tristeza o alegría, expectación o abatimiento, miedo o coraje, cólera o ternura, etc. Y esos
sentimientos provocan toda clase de analogías mentales, que a su vez generan intuiciones e impulsos creadores. Así, la única
percepción humana de la realidad, y la única que produce verdadero aprendizaje, es la que tiene lugar en el plano metafísico.

25
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

de ideas. Este alarmante déficit se ve absolutamente corroborado por un estudio del Consejo
Superior de Educación realizado durante dos años y dado a conocer el 1° de agosto del 2007
(diario La Tercera). Dicho estudio comprobó que el 46% de los alumnos universitarios no
logran comprender los textos, y que además la mayoría tienen malos hábitos de aprendizaje:
estudian el día anterior al examen, no relacionan los contenidos, y retienen definiciones de
memoria sin llegar a descifrarlas.
Un estudio del Global Markets Institute, perteneciente al banco financiero norteamerica-
no Goldman Sachs, señala que los actuales programas educativos de Occidente están lejos de
satisfacer los requerimientos del mundo contemporáneo, y no preparan a los estudiantes para
afrontarlos en sus más cruciales exigencias. Las empresas necesitan profesionales con buen
criterio, fuertemente motivados, capaces de resolver problemas, de innovar, de funcionar al
ritmo de los cambios tecnológicos globales, y de generar altos grados de compromiso ético en
su interacción laboral y social. Ciertos conocimientos más específicos los adquirirán mediante
su mismo trabajo, o participando en programas y sistemas de capacitación, e incluso a tra-
vés de autocapacitación. Pero las instituciones educacionales no están proporcionando estas
competencias, dice el estudio, y agrega que muchas de esas capacidades no se adquieren o no
es posible adquirirlas mediante los actuales métodos de enseñanza. El diagnóstico es similar
para los países miembros de la OCDE, como también para Chile16.
Otro estudio, realizado por la investigadora Irene Trufello, dice más o menos lo mismo: que
gran parte de los alumnos universitarios retienen de memoria, carecen de análisis crítico y, por
lo tanto, de opinión. Desarrollan así un conocimiento meramente superficial, por no decir irreal.
Repetir los contenidos sin comprender lo que significan, estudiar toda la materia el día
antes del examen, y hasta resolver los problemas matemáticos con una estrategia aprendida
de memoria, son los vicios más comunes de los estudiantes universitarios. Según la Comisión
Nacional de Acreditación, el 68% de ellos tiene problemas para expresarse, y un 61% carece
de raciocinio lógico-matemático.
“No leen, y si lo hacen, no lo comprenden”. A esa lapidaria conclusión llegó la investi-
gadora Claudia Gilardono después de estudiar durante dos años el hábito de lectura y la capa-
cidad de comprensión de los estudiantes de séptimo y octavo básicos en planteles privados y
tradicionales del país, análisis que realizó para el Consejo Superior de Educación a fines del
2006. Las cifras son rotundas: el 46% de los estudiantes no entiende lo que lee, y casi el 32%
carece de capacidad para asociar contenidos de distintas disciplinas.
Dicho diagnóstico es una clara consecuencia de la desintegración del conocimiento en
que ha sido instalada nuestra educación, y del consecuente adormecimiento de la capacidad
de comprender o entender del alumno. Y ese escaso desarrollo intelectivo impide adquirir
hábitos de lectura y reflexión.
Esta falencia influye posteriormente en el rendimiento universitario, ya que, a diferencia
de los colegios —donde es común utilizar un pensamiento lineal, simple y memorístico—,
en la universidad se requiere capacidad de razonamiento, de análisis, reflexión y opinión. Y
esa capacidad se desarrolla gracias a la lectura frecuente. Pero lo único que hace la prueba de
selección universitaria (PSU) es refrendar el conocimiento desintegrado. No mide la capacidad
de comprensión de lectura, de síntesis, de expresión, de comparar y analogar ideas o conceptos.
Es decir, no mide la capacidad de entendimiento ni la aptitud funcional del alumno. Y menos
aún la capacidad crítica respecto a la cultura a la cual pertenecemos.
Los alumnos se preparan durante un par de años para rendir esa prueba traumática e
irrelevante, pues su ponderación, cercana al 80%, casi anula los resultados de tres o cuatro
16 Fuente: Diario El Mercurio, edición jueves 27 de agosto del 2009.

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Sebastián Burr

años en la enseñanza media. El promedio de los estudiantes que rindió la PSU en diciembre
del 2008 obtuvo en matemática y lenguaje apenas un 32% de respuestas correctas, lo que
equivale a obtener la nota 3,9, y sólo 500 puntos17.

Los malos hábitos

¿Cómo aprenden los alumnos? Eso es lo que desde 1988 viene midiendo la magister en edu-
cación de la U. de Chile Irene Trufello. Para tal propósito adaptó el Test de Schmeck, creado
en 1967 en la Universidad de Illinois. Dicho test indaga las técnicas de estudio, y clasifica
el nivel de conocimientos en tres grados: el profundo (comprende, aplica los conceptos y es
capaz de crear un nuevo conocimiento a través de lo aprendido); el elaborativo (desarrolla
una estrategia personal para entender los contenidos); y el superficial (no comprende lo que
estudia, retiene de memoria y carece de análisis crítico).
En los años en que la magister Trufello ha aplicado esta prueba, los resultados han
puesto en descubierto que la mayoría de los estudiantes chilenos tienden a desarrollar el
conocimiento superficial.
En la Universidad Alberto Hurtado, miden los conocimientos de sus alumnos durante el
primer año: el 60% tiene logros en comprensión lectora, pero sólo el 40% es capaz de escribir
un texto. En la Universidad Católica, el 21% de los alumnos reprueba el test de lenguaje.
En algunas universidades privadas, el 70% de los estudiantes reconocen que les va me-
jor cuando tienen que repetir definiciones de memoria, y el 52% dicen que rara vez usan el
diccionario o recurren a una biblioteca para estudiar. Trufello demuestra también que es muy
bajo el porcentaje de alumnos que practica un estudio sistemático clase a clase, sintetizando
conocimientos y esquematizando las materias.
En los planteles tienen claro el diagnóstico: el gran desafío que enfrentan los académicos
es erradicar los malos hábitos de estudio de los alumnos. Y el principal de éstos es retener los
conocimientos sin comprenderlos, y sólo hasta el día del respectivo examen.

Datos adicionales

33% de los universitarios chilenos señala que no lee nunca, casi nunca u ocasionalmente.
66% de los estudiantes no concurre a la biblioteca como primera opción para obtener
los textos.
42% de los alumnos de universidades privadas no lee diariamente. Ese porcentaje es un
12% mayor que en las tradicionales.
73% de los estudiantes de ciencias exactas de universidades tradicionales lee diariamente.
Los alumnos estadounidenses leen en promedio dos veces más que los chilenos. Según
los resultados entregados en la International Adult Literacy Survey (IALS), realizada en el
2004 por el Instituto Nacional de Literacidad de Estados Unidos, y que mide el hábito de
lectura en 22 países, un 85% de los chilenos entre 16 y 65 años tiene comprensión lectora en
el nivel 1, es decir, apenas son capaces de entender la etiqueta de instrucciones que trae un
producto comercial. En el caso de Estados Unidos, ese porcentaje desciende a un 20%, y en
los suizos es menor al 8%.

17 Datos aportados por el ex rector de la Universidad de Chile Luis Riveros, y el ex rector de la Universidad de Santiago
Ubaldo Zúñiga. Fuente: Diario El Mercurio, 9 de diciembre del 2008.

27
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En Chile, sólo un 25% de los egresados de la educación superior alcanza el nivel 4-5 de
comprensión lectora, esto es, la capacidad de inferir a partir de lo que conocen, y la de generar
nueva información desde lo aprendido. En el caso de EE.UU., esta cifra llega al 60%.
Los egresados de Harvard obtienen 100% en los niveles máximos, debido a la excelencia
académica que alcanzan, y al hecho de que esa universidad aplica desde la década de los 80’
el “Project Zero”, plan complementario que sigue a los alumnos desde su ingreso, para equi-
parar sus niveles de conocimientos en ciencias, artes, lenguaje y matemáticas. Programas de
ese tipo demuestran que la gran mayoría de los establecimientos educacionales de Occidente
no hacen su trabajo, y las causas de esa gravísima falencia cruzan transversalmente todo el
sistema pedagógico, incluidas las escuelas de pedagogía18.
En términos generales, la desgracia educativa que afecta a nuestro país es el resultado
de haber suplantado la enseñanza fundada en los universales19 metafísicos, que corresponden
a las categorías naturales del entendimiento humano y del mundo físico, y que hacen com-
prensible la realidad, por una pedagogía enciclopedista, de conocimientos tecnocráticos y
desintegrados, que no logran dar sentido a las cosas, y menos a la vida.
Sería largo enumerar los déficits y errores sistémicos de nuestro sistema de enseñanza, que
sobrepasan por completo el recurrente argumento de la carencia de recursos materiales y técni-
cos, o del mejoramiento administrativo del ministerio20. Pese a que la cobertura educacional es
mayor que antes, una de cada dos escuelas públicas básicas cuenta con un solo profesor. Y ese
docente debe enseñar materias totalmente diversas a niños de edades totalmente disímiles, en
el mismo horario y en la misma sala de clases. El Mineduc llama a ese tipo de establecimientos
“escuelas unidocentes”21, eufemismo que pretende ocultar su patética condición infraeducativa.
Al margen del escándalo que representa ese tipo de escuelas, la mayor cobertura edu-
cacional está desperdiciada en todos los demás planteles de enseñanza, porque no genera
una mayor calidad de la educación. Y no la generará mientras no se emplee para inducir una
autosuficiencia integral de los alumnos y para impulsar un aprendizaje real, sustentado en la
activación de las facultades humanas superiores, una activación que asocie los dinamismos
del entendimiento con la capacidad de aprender.
¿Por qué el Mineduc no hace un análisis curricular comparativo de los 50 establecimien-
tos con mejor desempeño en la PSU desde que esta prueba de selección se creó (año 2004),
y saca sus propias conclusiones pedagógicas y valórico-formativas?22. También puede hacer

18 El test, denominado Inicia, realizado en diciembre del 2008 por el Ministerio de Educación, reveló que el 60% de los futu-
ros profesores no acertaron ni siquiera con la mitad de respuestas correctas en la prueba de conocimientos generales. (Diario
El Mercurio, 1° de abril del 2009).
19 Lo universal es una categoría ontológica de extrema abstracción, que se sobrepone al orden particular pero permite ligar
lo general con lo particular. Si bien es un orden que está inscrito en la naturaleza humana, su comprensión se perfecciona
intelectualmente, y también por medio de las vivencias prácticas. Implica el macroorden genérico y jerárquico de tipo físico
y abstracto, por medio del cual la persona clasifica, ordena y entiende el mundo, según sus géneros, especies, diferencias y
cualidades. Permite identificar y distinguir las esencias, sustancias, accidentes y relaciones, lo uno y lo múltiple, lo chico
y lo grande, lo mayor y lo menor, el todo y sus partes, los principios de no contradicción, de causalidad, de identidad, etc.
Tiene implicancias gravitantes en otras disciplinas como el lenguaje, la lógica, las teorías del conocimiento (filosofía y
psicología), y también en la teología. La captación de los universales es capital para el desarrollo inicial del entendimiento
humano, pues afecta desde la índole de las entidades matemáticas hasta el status ontológico de los valores. Su uso en la
práctica lo hace todo el género humano, sin distinciones culturales, ideológicas, filosóficas o teológicas.
20 Listado de las entidades burocráticas en marcha o por ponerse en funcionamiento responsables de la mala calidad de nuestra
educación: 1. El Ministerio de Educación. 2. El Consejo Superior de Educación. 3. La Comisión Nacional de Acreditación.
4. La Superintendencia de Educación. 5. La Agencia Nacional de Calidad. 6. El Servicio Nacional de Apoyo Educativo.
7. Trescientas cincuenta corporaciones locales, que pretenden reemplazar a las municipalidades como sostenedoras de los
establecimientos gratuitos comunales.
21 Diario La Tercera, 11 de febrero del 2007.
22 La Universidad Federico Sta. María elaboró el listado de los 100 colegios que lideran el ranking en la PSU, desde que ésta se creó.

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Sebastián Burr

dicho análisis en el plano internacional: consultar a los mejores colegios y universidades del
extranjero bajo qué teoría del conocimiento (tendencia) entregan a sus alumnos la forma-
ción cognoscitiva y valórica, y desde qué edad. Averiguar si estimulan el autoaprendizaje,
si entregan formación metafísica, o religiosa; si promueven la vida sana, los ejercicios y los
deportes; si afianzan el valor de la familia, qué tipo de educación recibieron sus padres, si
esos mismos padres se desarrollan laboralmente en forma dependiente o independiente, y si
con el correr de los años han formado familias bien constituidas, etc. A partir de esos análisis,
el Mineduc podría elaborar una síntesis docente fundamentada en las más eficaces experien-
cias educativas, y terminar con las reiteradas improvisaciones, sobre todo en el caso de los
más pobres. Y si se esgrime el argumento de la falta de recursos económicos, que examine
la malla formativo-curricular de los 50 establecimientos subvencionados top del país, como
por ejemplo el liceo República de Siria23. Yo me adelantaría a señalar que un curriculum pe-
dagógico cuyos contenidos aseguren una formación integral, y capaciten a los alumnos para
descubrir por sí mismos el sentido de la vida, cuesta lo mismo que una transmisión de datos
en materias específicas pero inconexas y desvinculadas de la vida real, que después deja a
muchos de ellos en las estadísticas de la cesantía.
Entre sus muchas consecuencias adversas, la enseñanza oficial poco y nada sirve para
postular a cargos básicos en el mundo laboral, al punto que un 24% de los alumnos y profesio-
nales recién egresados no encuentran empleo, pese a que la actual tasa promedio de desocupa-
ción es de un 8%24 aproximadamente (abril del 2008, antes de la crisis subprime).
Nuestra educación padece anomalías esenciales. No enseña a entender el significado real
de los conocimientos que imparte a los alumnos, ni a integrarlos análogamente en los múlti-
ples contextos de la realidad, como tampoco a distinguirlos en grandes bloques de diferencia-
ción25. Esa expulsión de los significados y esa dispersión incoherente de los conocimientos
impide a los estudiantes abordar por sí mismos las instancias del aprendizaje, incluidas las
de la investigación, y posteriormente manejar con solvencia su quehacer profesional, sobre
todo las múltiples y siempre nuevas circunstancias y requerimientos de la vida adulta, aunque
hayan egresado de la enseñanza media o universitaria con buenas calificaciones. Y explica
también en buena medida, en el caso de los alumnos que no han alcanzado dichos niveles
educativos, el 60% o más de analfabetismo funcional de la población, que impide discernir
las acciones concretas que permiten desenvolverse satisfactoriamente en la vida diaria. Dicho
analfabetismo es una de las causas más determinantes de la desigualdad socioeconómica,
porque es sinónimo de discapacidad.
Tomémosle el peso a este efecto “duro” de nuestra educación: el 80% de los trabajadores
chilenos asalariados no entienden lo que leen26. Según su magnitud, dicha discapacidad —in-
telectiva y funcional— es comparable con la de un parapléjico o tetrapléjico. De ahí que los
gobiernos de turno tengan que recurrir a la dictación de normas de inamovilidad laboral tácita,
pues los trabajadores están “desprotegidos”, es decir, privados de autosuficiencia profesional.
También explica que los profesores y colegios se vean casi obligados a una conducción edu-
cacional cada día más permisiva y antipedagógica.
Los contenidos pedagógicos están centrados en la adquisición de “datos”, y sin un de-
sarrollo previo del entendimiento. Y esos datos son heterogéneos, pues no poseen sentido o
23 El Liceo República de Siria, en materia de puntajes PSU, pasó en tres años del lugar 284 al 86.
24 Fuente: Escuela de Economía, U. de Chile. Hay analistas que sostienen que la tasa de cesantía real es un 1,7% superior.
25 “Los alumnos se han acostumbrado a un aprendizaje memorístico y no han desarrollado capacidades de reflexión crítica,
de análisis, síntesis, ni selección de ideas fundamentales”, afirmó un docente entrevistado por el diario El Mercurio (11 de
febrero 2007) que realizaba el estudio por cuenta de la UNESCO.
26 ¿Cómo se explica que las leyes se den por conocidas, si el 80% de los trabajadores ni siquiera entienden lo que leen?

29
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

unidad epistemológica, es decir, no se rigen por ninguna teoría del conocimiento basada en
fundamentos universales y morales, como lo requiere la naturaleza misma del entendimiento,
de la inteligencia funcional y emocional de la persona humana27. Lo peor es que los datos cam-
bian día a día, de manera que además los conocimientos van quedando obsoletos rápidamente.
Los problemas más graves de nuestra educación son su obstrucción de la libertad, su de-
serción de toda instancia formativa trascendente, y su reemplazo por la mera instrucción, que
hace alumnos incapaces de explicar mínimamente la conformación ontológica y práctica del
hombre y de las cosas, el sentido de la vida y los distintos aspectos de la trayectoria cultural
de Occidente; su deliberado desconocimiento del rol inalienable de los padres en la educación
de sus hijos; su incapacidad de activar en los alumnos un carácter y un sentido de responsabi-
lidad basado en las mejores expectativas de la vida; su negación del derecho natural de cada
persona a la autodeterminación y al desarrollo de sus facultades superiores; su inconsecuencia
con el verdadero pluralismo democrático y con la convivencia pacífica de los ciudadanos.
¿Qué significa libertad de educación, sino que admita diversos proyectos nacidos de la
libre iniciativa de cada establecimiento y aprobados por los padres, y que el Estado sea subsi-
diario en dichos proyectos y dé protagonismo al desarrollo ético (societario), moral e intelec-
tivo de todos los alumnos por igual? ¿O es que la clase política, mediante la fijación de pro-
gramas académicos dispersos e ideologizados, pretende monopolizar la forma de interpretar
la realidad de los alumnos, es decir, de los electores del futuro?
Si cotejamos cuidadosamente nuestros programas educativos con la propuesta hecha al
respecto por Antonio Gramsci28, el artífice teórico del “socialismo renovado”, se hará evidente
que están inspirados en buena medida por el modelo gramsciano, deliberadamente desintegra-
do29, relativista y colectivista, que hace imposible conocer el para qué y el por qué de la rea-
lidad, y por lo tanto muy difícil la comprensión crítica de los asuntos sociopolíticos más allá
de esa visión ideológica. Más adelante se analizará detenidamente este modelo, pero ahora me
permito adelantar que Gramsci decretó que la función de educar le compete exclusivamente
al Estado, porque sólo el Estado puede lograr la “optimización del mundo”. Postulado antina-
tural y totalitario, que expulsa de la educación el desarrollo humano y moral de cada persona
en cuanto tal. Lo peor es que si se elimina la condición moral de las decisiones humanas, y la
ética de los asuntos sociales, la vida misma empieza a perder sentido. Y esa pérdida de signi-
ficado se va extendiendo a muchas cosas del acontecer cotidiano, haciendo que las personas
se enfermen emocionalmente y se autoexcluyan de la sociedad. Así también pierde sentido la
muerte, salvo para quienes, ante situaciones extremas, se quitan voluntariamente la vida, pues
deciden que no pueden seguir soportándola30.
Cuando la educación está controlada por el Estado, no se puede esperar ningún desarrollo
real de los alumnos. Todo lo que entrega o pretende entregar queda inevitablemente desconec-
tado de las instancias pragmáticas de la vida, de sus metabolismos morales, de los verdaderos
desafíos económicos, de los ámbitos afectivos y formativos del hogar y de la familia. Cuba

27 Existen al menos 6 teorías del conocimiento con un alto nivel de aceptación, y no hay ninguna que se base en el relativismo
y/o que no considere principios básicos de verdad.
28 Antonio Gramsci (1891-1937), marxista y fundador del partido comunista italiano, padre del socialismo renovado y autor
de “Los cuadernos de la Prisión”. En esos textos se enuncia la tesis de que el control político se logra a través de la cultura.
Es decir, a través del cambio valórico, la acción contra la Iglesia y la familia, y una consecuente manipulación del ámbito
educacional y laboral en función del control político. Además, recomienda que no se toque a los grandes empresarios, pues
son un factor demasiado importante de desestabilización, generadores del PGB y de los tributos, y no manejan grandes
contingentes de trabajadores. Ellos quedarán para el final del proceso.
29 Se opone a lo integrado y a lo que las izquierdas denominan integrista.
30 El aumento de tales casos en Europa explica que algunas corrientes “progresistas” estén proponiendo legislar para estable-
cer como procedimiento legal el “suicidio asistido programado”.

30
Sebastián Burr

y Corea del Norte han demostrado que una bien planificada educación estatal no basta para
sacar un pueblo adelante. Y EE.UU. ha demostrado a su vez que la inversión de inmensos
recursos en una enseñanza humanamente mal enfocada tampoco asegura un buen resultado31.
La solución de la pobreza requiere integrar varias dinámicas humano-sociales simultá-
neamente, junto con aumentar y reasignar importantes recursos económicos. La educación es
una labor extremadamente amplia y compleja; hay que intentar una sociedad docente orienta-
da a la formación humana, en lo afectivo, intelectivo, práctico, profesional y universal.
No se crea que esta fatalidad educativa nacional sólo afecta a la enseñanza básica y me-
dia; inevitablemente, se trasmite a la educación superior, al extremo de que Luis Riveros, ex
rector de la U. de Chile, señala que el primer año de universidad debiera ser una suerte de
quinto año de enseñanza media.
¿Cómo se entiende que Chile, en cuanto a su calidad como país (macroeconomía, gober-
nabilidad, etc.), se encuentre dentro de los 40 o 50 países mejor calificados del mundo, pero
en el ranking de mejores universidades, la Universidad de Chile y la Universidad Católica de
Chile estén ranqueadas recién en el lugar 40232 de las 500 mejores universidades del mundo,
según el análisis que elabora anualmente la universidad china Shangai Jiao Tong, cuyo listado
encabeza la Universidad de Harvard? Y eso que entre las propuestas presentadas por País Di-
gital se incluía la intención de convertir a Chile en un “Polo Universitario” de América Latina,
promocionando la generación de universidades tipo “World Class”.
El diario El Mercurio del 11 de febrero del 2007 señala que hay un 60% de deserción uni-
versitaria durante el primer año. Y que eso se debe en gran medida a que los alumnos entran a
estudiar carreras que no les interesan realmente. Dicha situación está generando un tremendo
costo adicional al sistema de becas. Según un estudio realizado por el académico Luis Eduar-
do González, “para las autoridades académicas el principal factor es que los alumnos no
vienen preparados”. Otra de las causas de mayor relevancia “es la mala preparación de los
estudiantes en la capacidad de autoestudio y los insuficientes conocimientos básicos elemen-
tales para el estudio de las ciencias”.
También en dicha encuesta se hacen patentes los problemas vocacionales, pues sólo los
primeros puntajes en la PSU pueden elegir la carrera que realmente les interesa.
En los mismos días en que el gobierno daba a conocer el nuevo proyecto de LOCE
(10.4.07), la Universidad Católica de Chile informaba que el 18% de los alumnos que ingre-
san en ese plantel reprueba un examen que mide competencias para la comprensión y comu-
nicación escritas. Dicho porcentaje es altamente preocupante, puesto que esa Universidad,
junto con la Universidad de Chile, selecciona generalmente a los mejores alumnos del país.
¿Podemos imaginarnos qué ocurrirá en planteles universitarios de mucho menor nivel, y con
aquellos alumnos que egresan de la enseñanza media pero no califican para la enseñanza su-
perior, y que conforman la inmensa mayoría de los ciudadanos?
El drama de la educación en general, y sobre todo de la universitaria, es que ha per-
dido justamente su sentido universalista, del cual proviene el propio nombre de “univer-
sidad”, que implica una completa y ordenada integración de todo el conocimiento, desde
una perspectiva lógica y ontológica (la idea, la esencia, el género, la especie, la diferencia
y la cualidad, en cuyo desciframiento y aplicación intervienen simultáneamente la razón,

31 El problema educacional que afecta a la mayoría de los países occidentales, especialmente a los latinoamericanos, más que
encontrar sus causas en la clase dirigente, las encuentra en la ideología liberal-socialista que rige el sistema educacional en
casi todos esos países. Una evaluación de competencias pedagógicas realizada a los profesores del Perú por el ministerio
de Educación de ese país, dio por resultado que sólo la aprobaron 151 docentes, de un total de 183.000. (Diario La Tercera
On Line del 17 de marzo de 2008).
32 Dato aportado por el diario La Tercera del 26 de agosto del 2007.

31
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

la experiencia y la fe natural). Ese es el entramado que permite entender la pluralidad de


ámbitos que conforman la realidad y descubrir las características esenciales y las dinámicas
operativas de cada cosa. Las universidades fueron creadas con el objetivo de entregar una
enseñanza integrada de la realidad física y metafísica, objetiva y subjetiva; pero después del
advenimiento del enciclopedismo francés, inspirado en el racionalismo33 y en el empirismo,
terminaron siendo institutos politécnicos especialistas en la fragmentación de las discipli-
nas, y olvidaron la perspectiva unitaria del saber. Esa falta de universalismo desconecta al
alumno de la realidad como un todo, y extravía su capacidad de diferenciar, analogar, inte-
grar y conectarse de un modo abierto y efectivo con una diversidad de cosas, sustanciales
y accidentales. La educación universalista, científica y metafísica fue reemplazada por una
educación materialista y presuntuosamente “objetiva”, que bloqueó en gran medida la bús-
queda de la verdad y sus impulsos expansivos.

Frustración profesional del profesorado y sus consecuencias mentales

Buena parte de la frustración de los profesores —más allá de los bajos ingresos y de la de-
ficiente infraestructura pedagógica con que cuentan— emana de saber (quizás no raciona-
lizadamente) que su trabajo pedagógico no sirve para desarrollar la autosuficiencia de los
alumnos, ni siquiera en un nivel básico. Un 33% de los profesores sufre depresión, versus el
22% que se observa en otras profesiones34, y ese porcentaje docente triplica la media nacional.
Otro estudio, hecho por UNESCO en el 2005, revela que el 63% de los profesores mues-
tra agotamiento emocional. Ese dato se ve más o menos confirmado por un informe emanado
de la Universidad Católica, que señala que más del 50% de los profesores han presentado
afecciones músculo-esqueléticas. Dichas afecciones tienen directa relación con el estrés, eta-
pa previa de la depresión.

Efectos de una educación integralmente formativa y de una ideológica y desintegrada

Si bien el título que encabeza este análisis no pretende ser absoluto, los resultados cognosci-
tivos de una educación integrada, a diferencia de los que produce una educación ideológica
y desintegrada, se pueden colegir más o menos a través de los resultados de la PSU de los
años 2008 y 2009.
Da la casualidad que el primer tipo de educación suele coincidir con la que entregan la
mayoría de los establecimientos privados pagados, que muchas veces son manejados por con-
gregaciones religiosas, o bien se inspiran en un tipo de pensamiento religioso, creen en la fa-
milia, y basan su enseñanza en interpretaciones de la realidad y de los asuntos humanos afines
al realismo filosófico. Por lo tanto, hay que desmitificar que el problema de nuestra educación
sea fundamentalmente de recursos económicos: es valórico-epistemológico. Una educación
cuyos elementos cruciales son coherentes y están debidamente alineados es inspiradora, a
diferencia de una educación desintegrada, que es “transpiradora”.

33 Cuando la razón se aplica empíricamente, y deja fuera la emoción, la intuición, lo esencial, su trama de interrelaciones, etc.,
los deseos de la voluntad actúan despóticamente y se transforman en racionalismo. En otras palabras, el racionalismo es
un abuso de la razón, desconectado de las señales reales y de instancias afectivas, trascendentales, providenciales, etc. Casi
todas las corrientes filosóficas modernas pecan de racionalismo, pues intentan hacer una suerte de síntesis completa de la
realidad sin integrar dimensiones como las más arriba señaladas.
34 Datos aportados por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile (La Tercera, domingo 7 de diciembre de 2008).

32
Sebastián Burr

La pobreza está constituida por un círculo vicioso hermético muy difícil de romper, y que
se configura en buena medida por el nivel de la educación. Pero en la educación influyen fuer-
temente la familia, la calidad de los programas pedagógicos, la calidad de los profesores, los
recursos para pagarlos, el estatuto docente, etc. Incluso podemos tener buenas familias, bue-
nos profesores con buenos salarios y operando con buena infraestrutura, y nada se sacará si no
existe un currículo pedagógico que entregue al alumno un sentido coherente de la vida y de la
realidad. Una enseñanza epistemológica, integrada y valórica. Los niños pertenecientes a fa-
milias de mayores ingresos no reciben mejor educación por su nivel económico, sino porque
sus padres han constatado a través de sus propias vidas qué tipo de educación proporciona una
mayor autosuficiencia. Así el problema parte siendo formativo, y sólo después se hace econó-
mico, y los que lo han entendido han terminado por conformar los grupos socioeconómicos
más altos. Lo primero que se requiere entonces es la calidad de los currículos pedagógicos;
luego, contar con profesores capacitados para esa calidad curricular; y por último, recursos a
la altura de ese nivel de docentes.
Veamos datos al respecto: el número de alumnos de ingresos familiares altos (superiores
a los $ 850 mil o US$ 1.400 por hogar) con más de 600 puntos en la PSU rendida en diciem-
bre del 2008, subió del 46% al 58%. En cambio, el número de estudiantes del sector más bajo
(ingresos inferiores a $ 280 mil o US$ 450) descendió levemente: sólo un 8% superó los 600
puntos, contra el 9% de hace cinco años. De los 100 colegios top en la PSU, 95 son pagados,
y sólo dos municipales. El promedio en lenguaje y matemáticas de los estudiantes de colegios
pagados es de 607 puntos, contra 489 de los particulares subvencionados y 456 de los muni-
cipales. Es decir, la distancia que separa a los liceos públicos de los particulares pagados es
nada menos que de 151 puntos, y los establecimientos públicos obtuvieron en el año 2008 el
nivel más bajo de respuestas correctas en toda la historia de la PSU.
Y eso no es todo, porque los datos y explicaciones que siguen son increíbles. En la prueba
de matemática (proceso 2008-2009), los alumnos municipales obtuvieron 5,7 respuestas correc-
tas del total de 70 preguntas; esto es, sólo contestaron bien el 8%, lo que dentro del ponderado
clásico de notas de 1 a 7, habría significado una nota inferior a 1. En la prueba del año 2004, ese
mismo segmento respondió correctamente 12,7 preguntas en matemáticas, y en el año 2007, 8,1
preguntas. Los responsables del Demre señalan en su defensa algo más insólito aún: que en los
años precedentes al 2008, muchas materias de la asignatura matemática no entraron en la PSU,
y por eso los resultados fueron “relativamente buenos”. Pero como en el 2008 fueron incorpo-
radas a la prueba todas las materias que se pasan en dichos colegios, los resultados cayeron. En
otras palabras, los “buenos” resultados de los años anteriores nunca fueron tales, pues la prueba
no medía todo lo que tenía que medir. Curiosa explicación, puesto que los alumnos de los esta-
blecimientos privados y pagados promediaron en la primera PSU 38,9 respuestas correctas en
matemática, y en el proceso de selección 2008-2009 alcanzaron 40,4 respuestas correctas, lo
que desvirtúa por completo el argumento. La cantidad de respuestas correctas de la enseñanza
privada es 7 veces mayor que la registrada en la enseñanza estatal municipalizada.
Los colegios municipalizados se defienden diciendo algo distinto: que la falta de profeso-
res de matemáticas hizo que las materias medidas no fueran pasadas en dichos establecimien-
tos. Algunas voces señalan que las materias obligatorias que se enseñan ni siquiera alcanzan al
50%, lo que explica en buena parte los desastrosos resultados. En síntesis, todo mal: la prueba,
los currículos, la falta de profesores, el estatuto docente, el ministerio de Educación, etc.
El hecho de que siga creciendo el número de alumnos que da la prueba —277.016 el
año 2008, contra 240.851 en el 2007—, y de que haya subido la cifra de postulantes que uti-
lizan la beca JUNAEB para inscribirse (203.929 beneficiados), no evita un juicio lapidario

33
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

contra el sistema público de educación. Si ese sistema estuviera en manos de autoridades


verdaderamente responsables, decretarían su intervención e iniciarían su reestructuración
completa, pero cambiando su línea ideológico-progresista por un criterio epistemológico y
antropológico, pues la cantidad de reformas y reestructuraciones que han sido intentadas y
después han fracasado, es incontable.

DIAGNÓSTICO SOBRE EL TRABAJO

De una ley laboral amoral, es imposible que surjan salarios éticos para ningún trabajador.

En Chile, un 48% de los más pobres están cesantes, y un 70% de los trabajadores perciben un
salario mínimo y permanecen en precariedad laboral, es decir, muchos de ellos sin siquiera co-
bertura social, tanto en el plano privado como en el estatal. Ese mismo Estado que ha sido siem-
pre tremendamente exigente con los privados en materia laboral, que incluso inserta el tema del
trabajo dentro del contexto de lucha de clases, mantiene más de un 50% de sus empleados fuera
de la planta y boleteando, situación que les impide acceder a los beneficios sociales que estipula
la ley. Lo peor es que dicha condición es además ilegal, pues la ley laboral señala que si una per-
sona permanece más de tres meses en su lugar de trabajo, debe ser contratada, o bien despedida.
En los últimos diez años, el empleo ha aumentado muy modestamente, y casi todos co-
inciden en que las razones de ese letargo son el alza del salario mínimo, los mayores costos
de contratación, la indemnización por años de servicios35, la ley de subcontratación, la ley de
semana corrida y otros gastos asociados al hecho de “tener trabajadores”, conjunto de rigide-
ces y sobrecostos que más que pretender “protección social”, buscan justificar, en caso nece-
sario, la reanudación de la lucha de clases, el clientelismo electoral, y por lo tanto el dominio
político, pues el desempleo (precrisis octubre 2008) duplica la tasa de hace 10 años atrás.
Estos factores antiemprendimiento, junto con las trabas causadas por crecientes regulaciones
y prohibiciones, explican el surgimiento de la subcontratación (mecanismo que también usan
las empresas del Estado, algunos empresarios que simpatizan con la Concertación, e incluso
empresas ligadas al partido comunista, como el diario El Siglo). No se trata de una falla del
mercado o del modelo, sino al contrario, de la excesiva y politizada intervención estatal bajo
el pretexto de una supuesta protección del trabajo, que termina distorsionándolo todo, y cuya
propia “exégesis”36 hace de la intervención una necesidad cada vez mayor, porque debido a
ella el sistema laboral va perdiendo eficiencia.
Con menos regulaciones, habría más pequeñas empresas y más empleo, lo que redun-
daría, en términos relativos, en una mejor distribución del ingreso. Lo mismo ocurriría si la
economía fuera más abierta, ya que eso generaría créditos más baratos y a mayores plazos,
junto con estimular la producción de alimentos básicos a precios más bajos. Es la compe-
tencia la que permite disponer de bienes y servicios más baratos y de mejor calidad, y no
algunas arrogantes acciones del Estado (aunque uno de sus roles es velar por que la com-
petencia se desarrolle libremente en beneficio de todos los ciudadanos). Un tamaño menor
del aparato estatal reduciría los impuestos y dejaría más recursos en manos privadas, que

35 La OCDE (Organizacion para la Cooperación y Desarrollo Económico) dice que Chile duplica el promedio de semanas de
indemnización por años de servicio que pagan los países desarrollados. Mientras estos pagan 25,8 salarios semanales, Chile
paga 52 salarios semanales.
36 De cuya misma operatoría surge un modo de interpretación de la realidad.

34
Sebastián Burr

quedarían disponibles para el desarrollo, como se ha visto en todas las economías emergentes.
Algo similar ocurriría con un aparato de salud y educación más libre y competitivo: la calidad
de esos servicios mejoraría, y se ahorrarían cuantiosos recursos.
La gran generadora de empleos (80%) es la mediana, pequeña y microempresa, cuyos
propietarios no son otra cosa que profesionales jóvenes, ex asalariados y personas de clase
media. Pero su situación socioeconómica no es sustancialmente mejor que la del mismo tra-
bajador, pues sus niveles de endeudamiento (precrisis 2008-2009) son extraordinariamente
altos, si se contrastan los pasivos y los activos. Deben cumplir además con una normativa la-
boral contradictoria, onerosa e infraproductiva, cuya consecuencia no es la generación de uti-
lidades sino una constante descapitalización. Así, muchos de ellos están trabajando al servicio
del Estado, del sistema bancario y de sus propios trabajadores y proveedores. Las elevadas
indemnizaciones (que pueden alcanzar hasta 34 salarios) les impiden despedir, y por lo tanto
exigir un trabajo eficiente. Y cuando enfrentan juicios laborales, los pierden casi todos por
descriterios37 de la ley, pues entre otras cosas se los asimila a la “odiosa” categoría de “em-
presarios”, frente a un trabajador siempre “victimizado”. Sin embargo, la gran mayoría de los
empresarios Pymes son ex asalariados o personas sin título profesional, con pretensiones de
surgir de una subcondición social a una condición de dignidad profesional y socioeconómica.
En la última década, el salario mínimo, fuera de toda pauta de crecimiento de la economía y
de la productividad, creció un 55% en términos reales38, afectando de lleno al mayor “insumo” de
ese tipo de empresas: su capital humano. Las Pymes, más que vender “productos”, comercializan
mano de obra, y la autoridad, por conveniencia política39, les modifica arbitrariamente el costo de
ese “insumo”, lo cual afecta negativamente su productividad40. Simultáneamente, hemos estado
sufriendo la distorsionadora irrupción de China en nuestros mercados, con productos subvencio-
nados por el mismo Estado chino y con un costo de mano de obra equivalente a un 25% de lo que
la ley laboral chilena impone al empresario nacional41. Si a eso agregamos el estrangulamiento en
los pagos a que se han visto sometidas las Pymes por las empresas del retail y ciertas empresas
del Estado, es fácil comprender las difíciles circunstancias en que se desenvuelven.
La descapitalización de las Pymes es tan severa, que muchas están fuera del sistema
bancario, y sólo operan con “usureros” legales (factoring), a tasas de interés que alcanzan un
promedio del 25% anual.
A fines de marzo del 2009, las Pymes adeudaban en pagos previsionales morosos 116 mi-
llones de dólares (El Mercurio, semana del 27 de abril de 2009). Y en el ámbito de la justicia
del trabajo tenemos otro maquillaje institucional: la creación de la “nueva justicia laboral”,
que después de haberse aplicado en varias regiones registra sólo un 3% de fallos favorables a
los empleadores (El Mercurio, 29 de abril de 2009).
37 La ley obliga a cancelar al trabajador o el ciento por ciento de la indemnización por años de servicio o cero peso. No hay
intermedios. No se puede aplicar proporcionalidad considerando la responsabilidad de las partes. Eso hace que los tribu-
nales apoyen siempre al trabajador, que se supone es la parte más débil, aunque en ciertos litigios el trabajador puede ser
completamente responsable de su despido.
38 No se discute que el salario mínimo es de por sí un muy mal nivel de ingreso, pero eso no amerita que se suba genérica e
indiscriminadamente, y sin el respaldo productivo individual o grupal correspondiente.
39 Todas las reformas laborales se han hecho en períodos eleccionarios.
40 La productividad nacional, medida al modo de brecha con respecto la productividad norteamericana, ha caído en los últimos
diez años de un +1,5 a un -0,5 anual. Fuente: Libertad y Desarrollo y el instituto Expansiva, en el seminario “Chile: El
desafío de la productividad”, dictado por Hernán Büchi B., agosto 2007.
41 Una denuncia hecha por el National Labor Commitee, con sede en Nueva York, publicada por el matutino norteamericano
The New York Times y reproducida por el vespertino La Segunda el viernes 24 enero del 2008, señala que detrás del abuso
laboral que hacen empresas industriales chinas están grandes empresas occidentales como Wal-Mart, Disney, Dell, etc. Y
que además de imponer jornadas laborales de 16 horas diarias, pagan salarios inferiores al mínimo (US$ 0,55 centavos la
hora en la zona de Guangzhou) a niños menores de 16 años.

35
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

¿Alguien entiende que se esgrima toda una retórica sobre la productividad de las Pymes y
la necesidad imperiosa de resolver la cesantía, y que simultáneamente se dicte una ley que es-
tablezca pagar hasta 34 salarios en indemnizaciones por años de servicio42, habiendo una coti-
zación obligatoria para cubrir justamente los períodos de cesantía? ¿O que en medio de la crisis
financiera (enero 2009) se haya dictado una ley de semana corrida que afecta a los ingresos va-
riables y que hace subir las planillas de pago en aproximadamente un 20%? Toda esta artificial
problemática, al final de cuentas, es otra forma de bloquear el emprendimiento, el ejercicio de
la propiedad y el trabajo libre. Permite la libre empresa en el nivel Pyme, pero simultáneamente
la estrangula mediante una batería de trabas burocráticas y leyes laborales que en la práctica le
impiden funcionar. Otra estrategia incluida en las recomendaciones gramscianas.
De ese estado de asfixia en que se mantiene a las Pymes deviene la asimetría entre la
gran empresa y la pequeña y mediana; el 1% de las empresas privadas facturan el 80% de
las ventas, y el 99% restante factura el 16,5%. En cuanto al crédito por pago de facturas, que
hasta hace 15 años era a 30 días, hoy fluctúa en torno a los 90 y 150 días43. Y si en las Pymes
se contabilizan las indemnizaciones por años de servicio como pasivos, casi todas están téc-
nicamente quebradas, lo que afecta su capacidad financiera con los bancos. Dicho pasivo se
estima entre 10 mil y 15 mil millones de dólares, sin considerar la deuda bancaria directa ni
con proveedores de materias primas.
Como si todo esto fuera poco, tenemos por añadidura el abusivo tratamiento al respecto
del Servicio de Impuestos Internos, que por retraso de más de 30 días en el pago del IVA re-
carga con multas e intereses del 11,5%, lejos de la tasa bancaria más onerosa, cuando dicho
servicio podría perfectamente endeudarse en el sistema financiero y traspasar ese costo al deu-
dor de IVA. Dentro de este contexto las Pymes se han descapitalizado en cinco mil millones
de dólares anuales desde al año 1998 a la fecha.
Aunque la calidad de vida material de un buen número de ciudadanos ha mejorado, pare-
ciera que eso ha ocurrido a costa de la descapitalización de las 800 mil Pymes, debido a la de-
valuación del dólar (entre el 2005 y el 2008) y al consumo de productos chinos generados con
una mano de obra cuyas condiciones laborales no guardan ninguna relación con los estándares
de la OIT ni con los postulados humanistas que las izquierdas suelen predicar, y no gracias
al aumento de la productividad ni a alguna reactivación de la microeconomía, pues ambas
permanecen estancadas en los mismos deficitarios niveles de los últimos diecisiete años. De
hecho, el crecimiento económico del país ha venido descendiendo paulatinamente desde 1998
(que registró alrededor de un 8%), a sólo un 3% aproximadamente durante el 2009.
Así las Pymes han sido conducidas a un creciente deterioro y endeudamiento, que a
muchas de esas empresas y trabajadores los hace inviables. Ahí están las dos o tres reformas
laborales en perjuicio de las Pymes, generadoras de cesantía, y orientadas a beneficiar a los
actores políticos que quieren mantenerse en el poder gracias a ese tipo de reformas. De esta
manera, importantes agentes de la economía y de la sociedad, como son los trabajadores
asalariados, permanecen sometidos a un sistema laboral de suma cero y de mínimos, que
impide su desarrollo profesional, su crecimiento económico y su participación activa en las
micro y macrovariables de la economía.
A consecuencia del subdesarrollo y de las limitaciones en que se desenvuelven las
Pymes, y de las gigantescas trabas burocráticas contra el emprendimiento, no se produce

42 La ley laboral establece que si el empresario va a juicio y lo pierde, tiene que cancelar tres veces el monto de la indemniza-
ción legal. Y como ésta puede alcanzar 11 salarios, el monto a cancelar es 33 ingresos mensuales, lo que sumado al mes de
desahucio alcanza a 34 salarios.
43 Plazos de pago que se toman la industria del Retail, supermercados y muchas entidades de gobierno.

36
Sebastián Burr

el reciclamiento empresarial, y eso explica en parte que en la economía occidental se estén


dando todo tipo de adquisiciones y fusiones entre grandes empresas, procesos que de paso
van absorbiendo a las medianas, lo que induce a temer, a menos que se logre dar un giro radi-
cal a la situación, una tendencia a la megaconcentración de la economía. Ese peligro demanda
una apertura drástica hacia el libre emprendimiento y la asociación entre capital y trabajo,
para así conseguir una renovación empresarial y el surgimiento de nuevos talentos que per-
manecen latentes en todos los niveles de la masa asalariada.
Hay que tomar en cuenta que la incidencia de la mano de obra en la estructura de costos
de la gran empresa es insignificante, pues no supera el 3% del total. En cambio, en las Pymes
la mano de obra representa entre el 30 y el 50% de su estructura de costos, de manera que el
“insumo mano de obra” es absolutamente crucial para su gestión empresarial. Además, como
se dijo, las grandes cadenas del retail demoran hasta 120 días en pagarles sus facturas. Si
consideramos que dichas compañías rotan sus inventarios en períodos de siete a quince días,
imaginemos cuántas veces los rotan en ciento veinte días a costa del capital del proveedor.
La notable expansión de estas compañías (varios locales nuevos por año) se explica mediante
este mecanismo de usar el capital del proveedor en tanto éste no tenga fuerza suficiente para
evitarlo. La deuda del sector Pymes, según estudios realizados por distintos sectores, alcanza
actualmente a más de cincuenta mil millones de dólares. Estas condiciones se trasmiten al
último eslabón de la cadena: el empresario Pyme, tratando de sobrevivir, pagando de paso los
salarios más bajos posibles, e incluso rotando personal para que no se generen los pasivos en
indemnizaciones. Al final de cuentas, todo el círculo del poder político y económico se movi-
liza bajo los mismos códigos, y hace todo lo que le permita maximizar esas opciones.
Por su parte, el sistema salarial fijo pone la carreta delante de los bueyes. Sólo reparte
“primas” salariales de tipo colectivista, que no se basan en la productividad individual, obje-
tiva y directa de cada trabajador, ni en los resultados económicos proporcionales e indirectos
de éste a través de los rendimientos de la empresa, ni tampoco en aquellos que inciden en la
macro y microeconomía del país. El criterio lógico y natural es que la remuneración sea la
consecuencia de una medición a posteriori, y no una condición establecida a priori.
Pero el efecto más grave del actual régimen salarial es que relaciona confrontacionalmente
al trabajador con el empresario, en vez de relacionarlos a ambos con el cliente, atentos a los
desafíos del mercado, independientemente de que en las organizaciones exista la jerarquía
necesaria entre empresario y trabajador. Ser asalariado es experi­mentar que el ingreso que uno
percibe no resulta directamente de la propia acti­vidad productiva, sino del criterio del emplea-
dor o de la mayor o menor habilidad negociadora del sindicato al que se pertenece. Se trata de
un es­quema parcial y a la vez confrontacional, de un “tira y afloja” en el que prevale­cen el po-
der o la coerción. O se impone la astucia negociadora del empresario, que interpreta anticipada
y convenientemente para sí las señales del mercado y restringe a toda costa los salarios, o se
impone la coerción sindical, que trata a toda costa de aumentarlos y asegurarlos, casi siempre
sin ninguna coherencia ni consideración de las demás variables, e importándole muy poco las
razones que dé el empresario para evitar esas alzas. Sencillamente, los trabajadores que se
mueven en esta “lógica” estiman que esas razones no son de su incumbencia. “De dónde va a
salir el dinero, no es problema nuestro”. El empresario se resiste por su parte a subir los sala-
rios, porque, si las condiciones del mercado cambian —y de hecho suelen cambiar en forma
importante en un período no superior a dos años—, ya no podrá disminuirlos sin el acuerdo del
trabajador (puesto que la ley se lo impide), y de paso evita que su pasivo en in­demnizaciones
por años de servicio se multiplique hasta en 11 a 34 veces por cual­quier aumento salarial. En
consecuencia, los trabajadores dejan de percibir montos de dinero que perfectamente podrían

37
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

recibir. Y es la propia legislación la que impide que los ingresos de los trabajadores puedan
crecer en los períodos de bo­nanza. Así de paradójico. El mismo sistema que promueve los
aumentos salariales impide que tales aumentos puedan hacerse en la práctica. De esta manera,
debido a la rigidez salarial impuesta por la ley, el único expediente para los empresarios en me-
dio de una crisis es simplemente, o el sistema de subcontratación, o el despido, como se pudo
comprobar en la denominada crisis asiática, y que seguramente volveremos a presenciar en el
futuro. Pero ahora la izquierda está haciendo todo lo posible por eliminar la subcontratación,
incluso aquella de carácter eminentemente temporal (el caso de la fruticultura), que es la que
permite la eficiencia de muchas empresas, sobre todo de las pequeñas.
El modelo ideológico que subyace bajo este régimen, y que impregna por completo nues-
tras leyes laborales, supone que de esa confrontación resulta un equilibrio, pero el hecho es
que siempre se impone el más fuerte, y ése es el empresario. El trabajador simplemente queda
fuera, aunque gane algunas disputas transitorias; sin embargo, consciente o inconscientemen-
te, se cobra revancha, mediante un rendimiento laboral deficitario. Así vemos cómo las mis-
mas leyes laborales impiden hacer causa común y formar empresas de colaboración, que sería
lo natu­ral en hombres que poseen igual categoría humana.
La legislación positivista con­tiene esta contradicción fatal: al tratar de evitar injusti-
cias, encapsula la acción humana dentro de moldes estrechos y mecanicistas, y eso lapida
las soluciones, generando una serie de trastornos colaterales de los cuales ni siquiera tiene
conciencia. So­bre todo si dichas leyes se elaboran partiendo del supuesto de que ambos
bandos se quieren sacar los ojos. Tras esa manera confrontacional de organizar las rela­
ciones laborales se esconde una errada visión antropológica del hombre y del concepto
trabajo. El le­gislador supone que el mal —la astucia engañosa, la mentira por acción u omi­
sión, el dolo— es lo propio de la naturaleza humana, y que el bien es sólo una excepción
que confirma la regla, y suele no darse cuenta de que su obra legisla­tiva enuncia implíci-
tamente lo que dice querer evitar, e induce a hacerlo. Es algo así como la Crónica de una
muerte anunciada, de García Márquez: el anuncio provoca la muerte.
La suspicacia y el antagonismo son los implícitos básicos de nuestra le­gislación laboral.
Esos implícitos desconocen el hecho natural de que empresarios y trabajadores tienen las
mismas aspiraciones: ambos intuyen que la felicidad se consigue de similar manera, y ambos
poseen naturalmente el mismo sentido de coherencia, de ma­nera que el éxito de los unos
significa el éxito de los otros. Pero la mayoría de las veces no se entienden entre sí, por su
distinta vivencia valórica, operativa y económica dentro de las empresas, en cuanto al reparto
pro­porcional de los resultados entre trabajo y capital, y en cuanto a la partici­pación también
proporcional en la propiedad de la nueva riqueza.
El trabajador moderno, manipulado por los intereses partidistas y la lucha de clases, y
alienado por la desidia empresarial en desarrollar el humanismo dentro de las organizaciones,
aceptó la “protección” estatal, y cambió su libertad por esa precaria seguridad. Esa capitu-
lación terminó por transformar el bien común en interés común, encabezado por un Estado
benefactor que configuró un menú de bienes mínimos en todos los rubros: educación, salud,
viviendas sociales, salario, etc.
Pero sigamos con este penoso recuento. En todos los sectores laborales —industria, agri-
cultura, servicios, etc.— tenemos un nivel de infraproductividad que nos ubica dentro de los
10 peores lugares entre los 60 países que compiten en el mundo. Este déficit arranca de graves
carencias educacionales que acentúan la antipraxis de la sociedad salarial, de leyes laborales
“proteccionistas” y del divorcio valórico y operativo entre capital y trabajo. De esta manera,
tenemos un altísimo porcentaje de trabajadores resentidos y frustrados, con escasa preparación

38
Sebastián Burr

profesional y voluntad de trabajo, y un enorme número de empresarios Pymes que tampoco


ven desarrolladas sus empresas y que terminan instalados inevitablemente en el conflicto.
Ni el Ministerio del Trabajo ni los tribunales entregan información respecto a la pro-
porción de juicios laborales que gana o pierde el trabajador y el empresario, no obstante que
disponen de departamentos de estadísticas. Pero expertos en la materia señalan que un 97,2%
de los fallos laborales son favorables a los trabajadores, aunque pueden tardar hasta dos años
en emitirse, demora que al fin de cuentas perjudica al mismo trabajador.
Tres mil millones de dólares pierde anualmente la industria por robos hormiga, alcoho-
lismo, drogadicción, infraproductividad, etc. Además, de 5 millones 700 mil trabajadores con
empleo, cerca del 38% están fuera del sistema previsional y no cuentan con ingresos permanen-
tes44. Y si a esto sumamos los 520 mil cesantes (incluidos aquellos empleos de emergencia que
aporta el propio gobierno), quiere decir que el 45% del empleo nacional está en riesgo social45.
Lo que se percibe detrás de esas distorsiones laborales es un utilitarismo político desem-
bozado, que bajo el pretexto de “proteger” a los trabajadores los usa como simples medios
para mantenerse en el poder. ¿De dónde viene este ensañamiento contra el pequeño y microe-
mpresario, contra el empleo y el trabajador? ¿No está la vista, en todo su esplendor, el modelo
acuñado por Antonio Gramsci, quien sostenía que los trabajadores y los estudiantes no existen
para producir o estudiar, sino para hacer política a través de ellos?
Curiosamente, en Chile sobran los capitales de riesgo y faltan los emprendedores46, cosa
que atenta contra el Chile del futuro. Esto se debe a que nos hemos instalado en los últimos
dos decenios en la cultura del rentista y en la cultura del asistencialismo y la protección
social, sin comprender que el riesgo y los desafíos constituyen una pedagogía altamente efi-
caz en cuanto las formas de abordar lo incierto y desconocido, y que de esa manera se gana
autosuficiencia y mayor riqueza. Pero cuando enfrentar esos desafíos es un cuasi suicidio,
obviamente la gente los evita.
Haré por último el siguiente alcance, que busca esclarecer una cuestión fundamental re-
lacionada con la propuesta laboral que presento en este libro.
El mundo del trabajo es la realidad más decisiva para el marxismo, y hoy para el neo-
gramscismo, pero la manejan con profundas contradicciones. Pues lo reducen exclusivamente
a la producción de cosas materiales, externas al desarrollo de la autosuficiencia intelectiva y
funcional del trabajador. Ese desarrollo no es propiamente trabajo para las ideologías de raíz
marxista; sólo valoran el trabajo físicamente productivo. El liberalismo tampoco considera el
perfeccionamiento subjetivo e intrínseco que todo trabajo genera en el sujeto cuando éste ingre-
sa en la dinámica funcional de la primera persona. De esta manera, también el liberalismo y el
marxismo son “socios” en esa concepción mutilada del trabajo, aunque el primero la propone
bajo un régimen de seudolibertades, y el segundo bajo un estatismo o colectivismo solapado.
El dinamismo activo de la primera persona puede ser definido como “el resultado de las
decisiones y de las acciones libres que adopta intencionalmente la persona individual como
sujeto moral, y que se devuelven sobre ella misma permitiéndole corregir su percepción del ob-
jeto, de la realidad circundante, y por lo tanto su modo de entender, valorar y operar”. En otras

44 Más del 50% de los trabajadores que prestan servicios para el Estado no cuentan con contrato, y por lo tanto no tienen
derecho a previsión, vacaciones, salud, indemnizaciones, etc.
45 De acuerdo al informe de competitividad del año 2006 elaborado por el Foro Económico Mundial, Chile obtiene el lugar
27/125 en el ranking general de competitividad. Sin embargo, en materia de eficiencia laboral, contratación, etc., está
rankeado en el lugar 62.
46 El “ser emprendedor” es una actitud proactiva y prosecutoria, cuya raíz es la inteligencia práctica, y que deviene de un
entendimiento bien desarrollado, capaz de abordar eficientemente cualquier iniciativa; por ejemplo, formar una familia o
una empresa comercial, llevar a cabo una investigación, dedicarse al servicio público, etc.

39
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

palabras, el doble dinamismo de ser simultáneamente sujeto y objeto de las propias acciones es
lo que permite a cada individuo actualizar, confirmar, o corregir sus decisiones por sí mismo.
La “dinámica” de la tercera persona, en cambio, está definida como aquella en la cual las deci-
siones y acciones no emanan del libre albedrío individual, sino de colectivos sociales, formatos
positivistas o sociológicos, sin consecuencias morales para el “sujeto de la acción”, pues su
accionar carece de intencionalidad, de modo que su sistema de valoraciones teóricas y prácti-
cas permanece inerte y/o neutral. Esa pasividad del espíritu genera enajenación, amoralidad, y
una sociedad indiferenciada valóricamente, aunque no de un modo absoluto, pues hay muchas
personas que se desarrollan privadamente o en el ámbito civil de un modo más o menos activo.
Además, la versión gramsciana del marxismo, aunque de un modo más atenuado, sigue
usando la lucha de clases, con el pretexto de superar la injusticia estructural. En cambio, el
humanismo de raíces cristianas sostiene que la injusticia se da en la falta de desarrollo moral
de la persona, carencia que sigue siendo el gran déficit de la sociedad salarial instaurada por
la alianza liberal-socialista. Más aún, dicha alianza, con su interminable “capacidad de cos-
metización”, ha terminado erigiendo un coloso materialista47 repleto de distorsiones, que más
allá de la riqueza que genera pretende ser humanista, cuando en realidad es economicista y
socialista. Anómala “bipolaridad”, que alimenta en buena medida el surgimiento de caudillos
como Hugo Chávez, con propuestas mesiánicas y sin ningún sustento filosófico, tanto de co-
rrección como de acción política.
La mayor contradicción del liberal-socialismo es que excluye la expansión superior del
hombre mediante el trabajo, la educación y familias valóricamente bien constituidas, pese a
que proclama la libertad como su más alto valor. Así Occidente ha ido “renovando” su modelo
socioeconómico, y lo que actualmente está rigiendo es un “keynesismo monetarista” que ha
infiltrado prácticamente todas las actividades de la economía y del orden social.
Este irracional entramado ha terminado por instalar la mayor impostura moral y de ética
política de nuestro tiempo, de la cual deriva una falsa problemática sociopolítica y soluciones
igualmente fraudulentas. Una democracia fantasiosa, que ha logrado vaciar al hombre de su
dinamismo moral y hacer que unos pocos se erijan en los únicos capaces de pensar y funcio-
nar inteligentemente. Dicha impostura, que generó un siglo XX pavoroso para gran parte de
la humanidad (uno de los peores que registra la historia), arranca de una concepción idealista
y puramente teórica de la libertad, la democracia y la igualdad, pues las ha constituido en
absolutos, cuando en realidad son dinamismos electivos a través de los cuales tanto la persona
como la sociedad alcanzan su dignidad, y que emanan de la condición ontológica del ser hu-
mano, tanto individual como social.
La concepción antropológica del trabajo integra producción técnica y desarrollo moral
(poeisis y praxis)48 en una simbiosis simultánea e indivisible, aunque no se pronuncia por ningu-
na fórmula operativa en particular. Niega que el trabajo sea una actividad que aliena al hombre,
y que pueda ser tomado como pura mercancía, dentro de un contexto mecánico-economicista. Y
lo considera un componente básico de la dignidad humana y del ejercicio integral de la libertad49.
Sobre la base del falso conflicto entre capital y trabajo, ciertos sectores políticos han des-
plegado un eficaz proselitismo, que a estas alturas parece más un negocio utilitario-electoral,
porque es perfectamente posible integrar humana, económica, práctica y legalmente ambos
mundos y terminar con el viejo antagonismo que los divide desde hace casi dos siglos.

47 La simbiosis del humanismo materialista del socialismo y la sociedad de consumo del liberalismo economicista.
48 Praxis, palabra griega que significa acción moral. Los griegos distinguían la acción moral de la acción puramente técnica,
designando esta última con el término poeisis.
49 Para mayores precisiones se puede revisar la encíclica Laborem Exercens de Juan Pablo II.

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Sebastián Burr

DIAGNÓSTICO SOBRE EL HOGAR Y LA FAMILIA

La familia es la institución madre de todo Estado democrático. Violentarla es un claro


signo de totalitarismo.

Un análisis objetivo de la función que ha cumplido históricamente la familia en todos los


pueblos y culturas, y que sigue cumpliendo hoy, revela que es el núcleo social que mejor
satisface los requerimientos humanos en las dos etapas más decisivas de la vida: la infancia
y la adolescencia. Casi todas las personalidades adultas que se han destacado por sus logros
y por sus positivos aportes a la sociedad, han emergido de familias en las que encontraron
condiciones normales o superiores para su expansión y desarrollo: amor, responsabilidad,
sólida formación moral, incentivos para ejercer su libertad y autodeterminación, reconoci-
miento de su identidad, estímulos para desplegar sus capacidades naturales, etc. Por el con-
trario, la ausencia de esas condiciones en el ambiente familiar, y a veces la del padre y de la
madre, ha generado y sigue generando muchas personalidades anómalas, hecho constatado
actualmente a través de numerosos estudios hechos al respecto, tanto psicológicos como
sociales. Más aún, esos estudios coinciden en señalar que la infancia es la etapa más crucial
en la formación de la personalidad, pues ahí se configuran —o se desfiguran— sus compo-
nentes fundamentales: afectivos, emocionales, cognitivos, valóricos, etc., como también el
yo femenino y el yo masculino, el sentido comunitario, la autoestima, la autosuficiencia,
el autoaprendizaje, las capacidades operativas, etc., etc. Por eso se dice que una familia
armónica y bien constituida es el mejor ministerio de salud, de educación, de formación, de
comunitarismo e integración social, etc. Por el contrario, una familia mal constituida, en la
que además los padres ventilan sus diferencias y conflictos delante de los hijos, se transforma
en la antesala de desequilibrios emocionales y antagonismos sociales.
Sin embargo, desde hace bastante tiempo, estamos asistiendo en Occidente a una serie
de intentos deliberados de erosionar, quebrantar y hasta abolir la familia, en los que incluso
se encuentran involucrados ciertos gobiernos y personeros políticos, sobre todo de izquierda.
El Congreso sobre la Familia, llevado a cabo en Valencia en julio del 2006, concluyó que
“... la familia está sometida a una crisis sin precedentes en la historia”. “Y resulta paradójico
que frente a los grandes cambios que se están verificando en la civilización y que requieren
de hombres profundamente formados, la familia como fuente de formación esté sometida a
semejante crisis”. “Las razones de este trance histórico se encuentran en factores culturales
e ideológicos. La mentalidad corriente tiende a eliminar los valores. La acción persistente del
laicismo de raíz nihilista y relativista lleva a vivir de un modo individualista”.
No obstante que la familia se funda en el amor, en la procreación responsable y en el
compañerismo conyugal, es una institución delicada y compleja, pues además de que la
pareja debe mantener ese status valórico y de compañerismo en una cultura disruptiva y
utilitarista, es la institución que introduce afectiva, valórica, comunitaria y profesional-
mente a los hijos en el mundo. La familia los dota de carácter moral, lenguaje, habilidades
sociales y educación. Si se analiza en detalle la complejidad y el conjunto de tareas que
demanda constituir y desarrollar una familia, sobre todo si los hijos son más de uno o dos,
se va constatando que dicho quehacer es de un universalismo tan extraordinario, que la
labor de los padres es casi incompatible con el mundo moderno. Más aún cuando la madre
tiene que descuidar a los hijos para procurar un ingreso económico adicional al hogar. Una
institución cuya génesis es eminentemente moral no puede funcionar sanamente en un

41
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sistema cultural sociopolítico predominantemente amoral50 y materialista, y atacada por


ideologías que se autodenominan “progresistas”.

Historia de los ataques sistemáticos al hogar y la familia

“Abolir la familia” es un objetivo expresamente señalado en el Manifiesto Comunista de


Karl Marx y Friedrich Engels. Y si algunos lectores suponen que dicha consigna ha sido
superada por la historia, les recuerdo que uno de los candidatos a la presidencia de Chile
para el período 2010-2014 propuso eliminar el principio constitucional de que la familia es
el núcleo básico de la sociedad.
Esta suerte de conspiración contra el hogar y la familia se está llevando a cabo sutilmente,
bajo el disfraz de los derechos humanos, de la libertad e igualdad de la mujer, de los derechos
de los niños, etc. Desgraciadamente, la familia, que se funda en el amor y en el altruismo, no
es capaz de resistir la batería de ataques que le dispara el progresismo (ley de divorcio, ma-
trimonio entre homosexuales, ley de herencia, impuestos varios, etc.), aunque éste argumenta
que lo hace en su defensa. Entre 1989 y 2009 los matrimonios civiles disminuyeron un 53%
(47 mil menos aproximadamente). En el año 2005 hubo 1.191 divorcios, mientras que en el
año 2008 se registraron 22.330. ¿Defensa de la familia?
La alianza entre el marxismo y la “ideología de género” quedó ya en evidencia en el libro
de Engels El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado, en el que se señala que “El pri-
mer antagonismo de clases coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la
mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por la otra, con
la del sexo femenino por el masculino”.
Pero ese planteamiento no es nuevo: siempre han sido peligrosos el hogar y la familia
para quienes alientan designios totalitarios.
Ya en la antigua Grecia existía una corriente estatista, según la cual el niño era sólo un
miembro de la colectividad, y al Estado le incumbía el deber de educarlo para hacer de él un
buen ciudadano. Le correspondía asimismo la regulación de la natalidad —eugenesia—, para
no llenarse de ciudadanos “defectuosos”. De esa corriente encontramos un primer testimonio
en la “Ciudad Ideal” de Platón. Se suprime ahí el matrimonio, se implanta la igualdad absoluta
entre el hombre y la mujer, y se le permite a ésta libertad sexual, pero quitándole todo derecho
sobre los hijos. En esa ciudad “ideal” desaparece la paternidad, pues, al ser el amor libre, no es
posible saber quién es el padre de cada niño, de lo cual se deriva la debilidad jurídica de la res-
ponsabilidad paterna. Tampoco se reconoce derecho alguno a la maternidad, pues los niños que
las mujeres traen al mundo no son hijos suyos, sino del Estado. Platón era un teórico de una so-
ciedad estatista, en la que el poder central suplanta a la familia e impone un orden demográfico.
La historia nos muestra claramente las consecuencias de esas teorías. Grecia enfrentó un
creciente descenso de su población, lo que finalmente la convirtió en un dominio del Imperio
Romano. Sólo la irrupción de Roma y del cristianismo en el escenario europeo modificó ese
modelo de familia en la Grecia clásica.
También en nuestro tiempo los países que han intentado el control de la natalidad se han
visto obligados a corregir ese criterio, como ha sido el caso de China y el de ciertos países eu-
ropeos, propulsores solapados de dicho control, que hoy día ofrecen cuantiosas subvenciones
por cada hijo que tengan las familias.

50 El término “amoral” designa una forma técnica de conocer y operar la realidad, ajena a juicios y acciones morales que
conlleven intencionalidad.

42
Sebastián Burr

Ahora bien, toda familia necesita una autoridad reconocida, sea ésta el marido o la mujer.
Ese requerimiento se encuentra hoy controvertido en muchos países de Occidente, con el ar-
gumento de que pueden existir muchos otros tipos de familia (monoparentales, convivientes,
homosexuales, poligámicas, etc.). Pero es un hecho que ninguna institución o sociedad puede
funcionar sin una autoridad efectivamente presente, que la oriente, aglutine y dirima las ins-
tancias cruciales. Así ocurre en la sociedad política, que no puede funcionar sin un gobierno,
en los partidos políticos, en las empresas, en los sindicatos, en los clubes deportivos, e incluso
en los grupos guerrilleros. De manera que la familia no debe dejarse avasallar por el relati-
vismo de la “no autoridad” que promueve cierta partidocracia política, pues lo único que se
busca es su neutralización valórica, con afanes político-hegemónicos.
La Revolución Francesa, matriz ideológica de la izquierda moderna, resucitó las ideas
platónicas relativas al derecho del Estado sobre la familia. Danton, líder pragmático de esa
Revolución, escribió al respecto: “Los niños pertenecen a la república antes que a los pa-
dres”. “¿Quién dirá que estos niños, mimados por el egoísmo de sus padres, no se converti-
rán en un peligro para la república?”
El control del hogar y de la familia por el Estado ha encontrado siempre una gran
acogida en los regímenes totalitarios. Así lo podemos constatar en los ideólogos del mar-
xismo: “El Estado de los Trabajadores acudirá en auxilio de la familia, sustituyéndola;
gradualmente, la Sociedad se hará cargo de todas aquellas obligaciones que antes recaían
sobre los padres”. En el ABC del comunismo, Eugenio Preobrazhenski y Nicolás Ivano-
vich Bujarin afirmaban: “Cuando los padres dicen mi hijo o mi hija, quieren significar el
derecho que tienen a educar a sus hijos a su gusto. Desde el punto de vista socialista, ese
derecho no tiene fundamento. Por cada centenar de madres, sólo una o dos son capaces
de ser educadores. El futuro, por tanto, pertenece a la educación social. No será posible
ninguna revolución mientras exista la familia. La familia es una institución aburguesada
inventada por la Iglesia”.
El fascismo no fue mucho más benévolo con la familia: “La educación totalitaria e inte-
gral del hombre italiano pertenece exclusivamente al Estado”.
En la época actual, como consecuencia del mejoramiento relativo de las condiciones de
vida en nuestro país, el Estado se hace cargo de la educación de buena parte de la población,
pero le deja la carga económica a la familia, aunque la educación que entrega no le sirva al
alumno para ganarse un sustento digno en su vida adulta, y sus contenidos aparezcan ideo-
lógicamente sesgados.
Todas estas teorías, incluso las que sustentan al respecto el liberalismo y el socialismo,
parten de un concepto erróneo del hombre y de cómo funcionan su entendimiento y voluntad
(o inteligencia práctica), y por lo tanto de cómo debe desarrollarse. Y quienes promueven
las políticas públicas que afectan al hogar y a la familia parecen ignorar que la familia es
la célula básica y natural de una sociedad libre, y que incluso su configuración histórica es
anterior a la del Estado. Existe desde tiempos inmemoriales. Si se revisa la historia de las
instituciones Estado y familia, país por país, nos encontraremos con que esta última aporta
muchos más valores, comunitarismo, armonía y paz que el Estado, que casi siempre mantie-
ne a los pueblos en estado de tensión.
Los enemigos del hogar y de la familia radicalizan sus ataques, y en su propósito de im-
plantar un nuevo orden social basado en un dogmático humanismo materialista y colectivista,
aplican una estrategia articulada por tres o cuatro ideas que se potencian recíprocamente:
1) Nuevos derechos humanos (entre ellos los llamados “reproductivos”: anticoncepción y
aborto, y los derechos del niño, que dividen a la familia y limitan el rol paterno).

43
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

2) Desarrollo sostenible (satisface las necesidades de las generaciones presentes sin com-
prometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propios requerimientos: perspec-
tiva de género, salud sostenible, educación sostenible, etc).
3) Modificación del código civil, que pretende abolir el status moral del matrimonio entre
un hombre y una mujer.
4) Educación para la ciudadanía. Impartida exclusivamente por el Estado.
Esta nueva estrategia comenzó a planearse en la década de los ochenta, dejando fuera
expresamente los ataques frontales, sobre todo a la Iglesia, pues podían poner al descubierto
sus verdaderas intenciones. La metodología actual consiste en avanzar de a poco, aunque
de repente haya que retroceder. Hay que trabajar como lo hace un virus: introducir nuevos
conceptos y formas educacionales, que socaven y desvirtúen la esencia de la familia tradicio-
nal, pero presentando los cambios como progreso social, y no como intentos de hegemonía
sustentada en una estructura ideológica, agnóstica y liberal, cuyo instrumento socavador es el
relativismo y cuyo designio es instaurar un nuevo orden hecho a su imagen y semejanza, pero
que nunca termina de construirse y de inventar enemigos, aunque sean imaginarios.

Algunos ejemplos

Washington, 1980. Se iba a convocar a una conferencia internacional cuyo título sería “The
White House Conference on The Family”. Pero poco antes de efectuar la convocatoria se mo-
dificó el título del evento, que quedó así: “THE WHITE HOUSE CONFERENCE ON THE
FAMILIES”. El cambio es imperceptible, pero tiene una intención clarísima: hay muchos
tipos de familia. ¿Qué subyace bajo esta idea de “the families”? Que uno es libre de escoger
el modelo de familia que quiera, o de cambiarlo en el camino. Cualquier configuración es tan
válida y valiosa como las otras, y todas deberían ser reconocidas por la ley y la sociedad.
El Cairo, 1994. Ese año fue declarado por la ONU el año internacional de la familia, y se
celebró en dicha ciudad una conferencia internacional sobre población y desarrollo.
El presidente de esa conferencia era Fred Sai, curiosamente también presidente de la
International Planed Parenthood Federatión (IPPF, Federación Internacional de Paternidad
Planificada), cuyos orígenes se remontan a 1916, cuando Margaret Sanger organizó la primera
clínica de control de nacimientos de IPPF, conocida en aquel entonces en Gran Bretaña como
Liga Internacional de Control de Nacimientos. Esta organización nació como consecuencia
de la mentalidad según la cual los pobres y los marginados eran molestos. Así la conferencia
de El Cairo, en lugar de ser un encuentro en el que se podrían haber analizado seriamente los
problemas y las diferencias de desarrollo entre el primer y el tercer mundo, se convirtió en un
debate sobre el aborto, pero que en el lenguaje del “progresismo” fue denominado eufemísti-
camente “interrupción voluntaria del embarazo”.
Pekín, 1995. Ese año se celebró en la capital de China la Conferencia Internacional sobre la
Mujer. En el mundo, nueve de cada diez mujeres tienen hijos, pero muchos movimientos femi-
nistas consideran el matrimonio y la maternidad como un obstáculo para la realización personal
de la mujer. Sorprendentemente, en las 149 páginas de su documento de trabajo, los miembros
de la Unión Europea no habían incluido ni una sola referencia al matrimonio, la maternidad o la
protección del hogar y de la familia. Ante este hecho inexplicable, Mary Ann Glendoon (repre-
sentante de la Santa Sede) se dirigió a los representantes de la UE manifestándoles su contrarie-
dad: “Vosotros tenéis todo esto en vuestras constituciones, está en la declaración de Derechos
Humanos, en varias lenguas; ¿por qué no va a estar entonces en Pekín?”.

44
Sebastián Burr

La Conferencia envió un comunicado de prensa a todos los periódicos europeos, plan-


teándoles esta cuestión: “¿Está realmente representando cada una de las delegaciones las
propuestas de sus respectivos gobiernos y los intereses reales de los ciudadanos?” Antes
que transcurriera un día, la reclamación fue introducida en el parlamento europeo, y la dele-
gación europea se retractó, hasta el punto que, al redactar el documento definitivo, permitió
una ligera referencia a los puntos omitidos.
Rio de Janeiro, 1998. Se reunió el denominado Consejo de la Tierra, cuya labor funda-
mental fue elaborar la llamada “Carta de la Tierra”, que propone una especie de acuerdo para
establecer el “Nuevo Orden Mundial y la Nueva Era”. Dada la influencia de las personas y
grupos que la apoyan, esa propuesta puede llegar a tener una importancia radical.
Dicho consejo está presidido por Maurice Strong, uno de los subsecretarios generales de
la ONU, conocido impulsor de propuestas radicales de control de natalidad. Otro de sus miem-
bros es el ex premier soviético Mikhail Gorbachov, fundador de la organización Cruz Verde
Internacional. En palabras de Gorbachov, la Carta “pretende reemplazar los Diez Mandamien-
tos”, pues es la única forma de salvaguardar la Tierra. Es decir, pretende ser el Decálogo de la
Nueva Era. Ya la constitución que aprobó el parlamento europeo había dejado fuera expresa-
mente el reconocimiento de las raíces cristianas en la conformación de la cultura occidental.
La Carta de la Tierra está constituida por 16 principios divididos en cuatro partes. Y en
uno de sus apartados manifiesta: “Vivir sosteniblemente promoviendo y adoptando modos de
consumo, producción y reproducción que respeten y salvaguarden los derechos humanos y las
capacidades regenerativas de la tierra”. La retórica que envuelve dicho enunciado es suma-
mente elocuente, pues no establece ni define bajo qué principios ese postulado se pondrá en
vigencia. Nada dice respecto a cuál es el concepto de libertad humana que lo rige, si el bien
común se constituirá en el denominador de la praxis política, o lo serán los intereses particulares
de aquellos que controlan el poder económico, político, e incluso las esferas del poder judicial51.
Marx declaraba que los medios de “producción y reproducción” —lenguaje que se quiere
copiar ahora en leyes y políticas públicas— deben ser arrebatados de las manos del opresor
y ser restituidos al oprimido. Que el sistema de clases desaparecería cuando se eliminara la
propiedad privada, la familia encabezada por un padre, cuando se estableciera la libertad
sexual, se facilitara el divorcio unilateral, se legitimaran los hijos ilegítimos, se les otorgaran
a las mujeres derechos reproductivos que incluyeran el aborto, se eliminara la religión, etc.

Sexo y género

La nueva ideología rompe lanzas por mantener intacta la naturaleza — glaciares, ríos, napas,
lagos, mares, bosques, poblaciones de ballenas, osos panda, etc.—, pero no defiende la vida
de los seres humanos que están por nacer, que son los más indefensos. Seguramente esos
mismos grupos, grandes defensores de la flora y de la fauna, pondrían el grito en el cielo si
alguien se dedicara a extraer del útero de ballenas y osas panda seres nonatos, causándoles

51 Tres ejemplos de la relativización de los principios y del abuso de los que ejercen el poder, son los que señala el diario El
Mercurio en distintas ediciones del 2007 y 2008. En el primer caso, cita la declaración del ministro Chaigneau, de la Corte
Suprema, frente a la pregunta: “¿Cómo juzga la Ley de Amnistía?” El ministro responde: “En algunos fallos la apliqué por-
que era ley, y en muchos más no la apliqué, a pesar de que sigue siendo ley”. Esto, aparte de ser inconstitucional, demuestra
cómo el relativismo puede ser usado para trasgredir incluso un principio básico de la justicia, que es la aplicación de las
leyes para todos por igual. Otro ejemplo es aquel en que el PS —partido de la presidenta Bachelet— se unió a una violenta
marcha de la CUT, ¡convocada para protestar contra su propio gobierno! Un tercer caso tuvo lugar cuando el ministro del
Trabajo sostuvo que el grave conflicto laboral que afectó a Codelco no era legal ni ilegal, sino “alegal”. Esto de inventar y
aplicar una suerte de tercer género jurídico, sólo lo pueden hacer quienes controlan el poder.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

la muerte. Además, esa ideología desconoce la naturales diferencias entre hombre y mujer, y
trata de imponer nuevos derechos basados en la teoría del género y de la libre opción sexual.
Contribuye a ese propósito de separar sexo y género el proceso de gradual desintegración
cultural y humana que ha sufrido la institución del matrimonio en los últimos años. Según
esta nueva ideología, ser hombre o mujer no estaría determinado fundamentalmente por el
sexo, sino por la cultura, o por la libre elección personal. Con esa premisa, las bases mismas
del manejo del hogar, de la familia y de las relaciones interfamiliares quedan bajo absoluta
y total indefinición. ¿Cómo se puede construir una sociedad sin contar con definiciones tan
elementales? Si la cuestión del género es cultural, y cada persona no se identifica con su sexo
natural, ¿por qué una madre no puede hacer de padre y un padre de madre? Los defensores de
esta nueva ideología dicen: “Se aprende a ser hombre o mujer, no se nace”.
Contradictoriamente, para defender la homosexualidad, el “progresismo” utiliza ese mis-
mo argumento, pero exactamente al revés: el homosexual nace, no se hace. Y por esa razón
“natural” pretende que el homosexualismo adquiera el carácter de tercer género. Este solo
ejemplo ilustra cómo todas estas posiciones se sustentan en el relativismo y la manipulación
social, y no en principios igualmente válidos para todos. Esta inconsistencia casi permanente,
que se amolda utilitariamente a cada ámbito y circunstancia, permite sospechar que lo que el
“progresismo” realmente busca es la hegemonía “valórica”, y controlar a la sociedad a través
de esos aspectos culturales más básicos.
El propósito fundamental del “progresismo” en este sentido es demoler la noción de géne-
ro, y acto seguido “reconstruirla”, replanteándola “culturalmente”. Afirma que cada persona,
sea hombre o mujer, puede adoptar el género que le parezca, por decisión voluntaria, nunca
impuesta por pautas sociales o culturales, cosa que ni siquiera ocurre con aspectos mucho más
básicos, como la elección de nacionalidad, la elección de proyectos diversos de enseñanza, la
contratación laboral y otras materias. Y lo dice como si lo masculino y lo femenino no tuvie-
ran diferencias biológicas recíprocamente intransferibles. Pero el absolutismo progresista se
niega a aceptar que todas las cosas están constituidas por diferencias intrínsecas, y promueve
el colectivismo social, pese a que ningún ser humano es igual a otro.

Normativa legal sobre la familia e intentos de trastocarla

La familia ha sido amparada por el derecho internacional. En el año 1998 se celebraron los
50 años de la Declaración de Derechos del Hombre, donde se establece que “La familia es el
elemento básico de la sociedad, y cada cual tiene derecho a casarse y a fundar una familia;
que el hogar es inviolable; que todo trabajador tiene derecho a un nivel de vida adecuado
para él y su familia, y que la familia en general, y la maternidad y la niñez en particular, tie-
nen derecho a la protección de la sociedad y el Estado”.
En otro acápite, dicha Declaración, elaborada por las Naciones Unidas, reconoce que “...
la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad…”.
¿Sucede realmente así en Occidente, cuna de esta declaración? Alguien podrá objetar
que en la elaboración de este documento participaron cristianos de reconocida trayectoria,
como el filósofo Jacques Maritain y el diplomático libanés Charles Malik, y que influyeron
ideológicamente en sus planteamientos. Pues bien, si indagamos en otras legislaciones, nos
sorprenderán textos legales como los siguientes:
Uruguay, 1934. “La familia es la base de nuestra sociedad, y el Estado velará por su
propia estabilidad moral y material”.

46
Sebastián Burr

Irlanda, 1937. “El Estado reconoce que la familia es el elemento natural principal y fun-
damental de la sociedad [...] El Estado, por lo tanto, garantiza la protección de la familia en
su condición y autoridad”.
Bolivia, 1947. “El matrimonio, la familia y la maternidad están bajo la protección del
Estado”.
Italia, 1947. “La República reconoce los derechos de la familia como célula natural de
la sociedad fundada en el matrimonio”.
Alemania, 1949. “El matrimonio y la familia se encuentran bajo la protección especial
del orden estatal; el cuidado y la educación de los hijos son un derecho natural de los padres
y el deber que les incumbe prioritariamente a ellos. La comunidad estatal debe velar por su
cumplimiento”.
España, 1978. “Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídi-
ca de la familia”.
Por tanto, lo establecido respecto a la familia por la Declaración de Derechos del Hom-
bre no se debió a la influencia de ciertos intelectuales; es un reflejo claro de la conciencia
humana internacional y de la cultura occidental. Por su origen anterior al Estado, y por los
valores que entrega, la institución familia es prepolítica, y el Estado tiene el deber “político”
de protegerla y ayudarla, respetando su autonomía, y propiciando un ambiente familiar sano
y la prosperidad doméstica.
Desgraciadamente, con el transcurso del tiempo, la ONU se ha convertido a veces en
una máquina dominada por el “progresismo” internacional, en un escenario estratégico para
ciertos grupos ideológicos que pretenden usarlo para promover sus proyectos y designios a
nivel planetario. Algunos de esos grupos “quieren proteger a la familia como los lobos quie-
ren proteger a los corderos”.
El principio de protección de la familia comenzó a ser atacado precisamente desde las Nacio-
nes Unidas. En 1995, el Secretariado de la ONU para el Año Internacional de la Familia publicó
un folleto que afirmaba: “El principio fundamental de la organización social son los derechos hu-
manos del individuo que se enuncian en los instrumentos internacionales de derechos humanos”.
¿Cómo conciliar tal afirmación con la declaración de 1948? A esto se anticipó dicho secretariado,
admitiendo que es cierto que algunos derechos humanos se refieren a la familia como elemento
básico de la sociedad, y garantizan su protección y asistencia. Pero agregó que los derechos de la
familia están y deben ser limitados por los derechos humanos fundamentales de cada uno de sus
miembros. ¿Por qué debe ser así, cuando todo indica que, siendo la persona y la familia anteriores
al Estado, el fundamento de los derechos humanos es la persona dentro de un contexto familiar,
puesto que sólo dentro de ese contexto se constituye y desarrolla como tal, y a partir de esa conso-
lidación moral se integra individual y comunitariamente a la sociedad política? Hannah Arendt52
dice: “Dios no creó al hombre, sino que creó a la familia”, con lo cual sintetiza la realidad hu-
mana en una integración individuo-unidad familiar-corpus sociopolítico. De paso interpela a los
Estados de una manera inédita y completamente revolucionaria, pues, si los Estados aceptaran ese
hecho antropológico, casi todas las propuestas públicas y la mayoría de las instituciones que con-
forman el orden social, tendrían que ser redefinidas en torno a una antropología humano-familiar.
Valga como prueba el hecho de que en la Convención Internacional de los Derechos del
Niño (Amsterdam, 1992), algunos de sus participantes desplegaron grandes esfuerzos para
oponer los derechos individuales a las relaciones familiares, introducir la cuña del Estado entre
los hijos y los padres, y dejar a la familia al margen de la protección de los derechos humanos.

52 Hannah Arendt (1906-1975), de nacionalidad judía, experta en ciencias humanas y sociales y especializada en sistemas
político-totalitarios.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En la situación actual, ante la pretensión de instaurar formas de convivencia no matri-


moniales —parejas de hecho, uniones homosexuales, etc.—, el matrimonio cristiano se ha
convertido en el mejor y quizás único referente de lo que puede y necesita ser una verdadera
familia, si realmente se quiere lograr una sociedad comunitaria como base del bien común. El
hogar y la familia son en esencia una institución que busca el bien humano de sus miembros, y
sus relaciones recíprocas no suelen regirse por intereses materiales, sino valórico-formativos.
Un símbolo del bien común en una sociedad bien organizada es la felicidad de la familia, algo
completamente utópico bajo los códigos del modernismo.

A quién beneficia la destrucción del hogar y de la familia

Esta pregunta —¿a quién beneficia?— se la hacían los romanos cuando querían averiguar
quién había cometido un crimen.
Desde 1974, Jerôme Lejeune venía denunciando el complot del humanismo materialis-
ta contra las raíces cristianas de la civilización occidental. “Se trata realmente de un com-
plot. Es claro que los “hijos de la Vida” están conspirados contra los hijos de los hombres.
Los adversarios de la vida saben que si quieren destruir la civilización cristiana hay que
destruir, en primer lugar, la institución hogar y familia, hay que destruir lo que tiene de
más débil, el niño”.
Ese objetivo ha sido también una constante del feminismo radical. En su libro The Dia-
lectic of Sex (La Dialéctica del Sexo), la feminista radical Shulamith Firestone aplicó la ideo-
logía marxista clásica a las relaciones entre los géneros. Como ya se mencionó, el marxismo
proponía entonces la eliminación de la propiedad privada (para debilitar la base económica
de la familia encabezada por el padre), la legalización del divorcio, la aceptación de los hijos
ilegítimos, la integración de toda mujer a la fuerza laboral, el establecimiento de guarderías
infantiles gratuitas las 24 horas del día, y la eliminación de la religión, para así destruir la
familia y eliminar las clases y demás fuerzas “opresoras”.

La realidad nacional

Al revisar ciertas estadísticas relativas a la actual situación de la familia en Chile, encontra-


mos que en el año 2004 se registraron 150 mil nacimientos menos que en 1990, sin considerar
la curva natural de crecimiento demográfico. Nuestra tasa actual de natalidad (a junio del
2009) es 1,9 hijos por familia53, no obstante que la tasa de reposición de la población del país
es de 2,6 hijos por pareja. Tenemos además un 56% de fracasos matrimoniales, un 60% de
familias monoparentales54, y cerca de un 64% de hijos sin la figura paterna dentro del hogar.
Casi el 2% de los nacimientos anuales corresponde a madres menores de 14 años; el 17%, a
madres de 15 a 19 años, y para un 11% de estas últimas, es el segundo parto.
La violencia intrafamiliar ha alcanzado tal nivel, que sólo en los primeros diez meses
del año 2007 ocurrieron en nuestro país 51 asesinatos de mujeres por su pareja, delito que
los medios de prensa han dado en llamar femicidio, no obstante la puesta en marcha de los

53 Una de las tasas de natalidad más bajas de Latinoamérica. Diario El Mercurio del 5 de agosto del 2007.
54 Los hogares mantenidos por ‘‘mujeres solas’’ aumentan sin cesar. En el censo del 2002 eran 471.000, 31,5% del total, 6,2
puntos porcentuales más que en 1992. Y el porcentaje sigue en alza. Por ejemplo, las madres primerizas no casadas confor-
maban en 1986 el 42,1%, proporción ya alta; el 2004 subieron al 72,7%. (La Tercera, 12 de enero del 2007).

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Sebastián Burr

tribunales de familia, cuya misión es proteger a la familia55. Y los abusos contra la mujer están
induciendo a muchas a buscar su independencia económica y a descuidar la maternidad.
¿Cuál es la causa de este perverso síndrome, que parece extenderse cada vez más? ¿Es
que los maridos y convivientes de las mujeres asesinadas se volvieron locos de repente, sin
mediar razón alguna? ¿O es que la violencia intrafamiliar constituye una prueba más de la
frustración humana y de la descomposición social en sus múltiples variables, y de la incapaci-
dad de nuestro sistema político para emitir diagnósticos válidos y encontrar soluciones reales,
más allá de aplicar medidas de parche que fracasan una y otra vez?
Por otra parte, las tasas impositivas obligan a las familias legalmente constituidas a entregar
en tributos más de un 36% de su ingreso anual. En cambio, el tipo de familia que ha fomenta-
do el “progresismo” —sin contrato matrimonial, sin marido ni esposa— paga mucho menos
impuestos progresivos que los matrimonios tradicionales, y recibe mucho más beneficios de
parte del Estado que los matrimonios sana y legalmente constituidos. Los casados, aunque estén
separados totalmente de bienes, si conservan cualquiera de éstos en comunidad, deben presentar
en forma conjunta la declaración del Impuesto a la Renta Global Complementario. Es decir, de-
clarar como si fuesen una sola persona. Con lo cual, por ser el global un impuesto que aumenta
progresivamente, pagan más. No sucede lo mismo con los meros convivientes, aunque tengan
bienes comunes. Cada uno declara en forma separada, de manera que el impuesto progresivo
los hace pagar menos. Eso es claramente discriminatorio, aunque, contradictoriamente, se usa el
argumento de la no discriminación para promover todo tipo de familias. Otra muestra de dicha
discriminación es la norma de que ser casado no da ninguna ventaja en la postulación a subsi-
dios del Estado para adquirir viviendas sociales. Al revés, el matrimonio sólo puede postular
a un subsidio. Los convivientes, actuando separadamente, pueden optar a dos subsidios. ¿No
estamos de nuevo ante el mismo uso utilitario y oportunista de cualquier argumento, con tal que
convenga a los propósitos de una hegemonía cuya meta final es el control total de la sociedad?
El “progresismo” y sus políticas públicas son el principal enemigo de la familia tradicio-
nal. Trastocan a tal punto su concepto, que pierde todo sentido humano y moral, y se trans-
forma en un “artefacto social” inútil e innecesario. Hoy puede “constituir familia” una pareja
homosexual, y adoptar hijos. Evidentemente, son seres humanos que hay que respetar, pero
no cabe adjudicarles un nombre que no corresponde. La familia real, institución milenaria en
la cultura occidental, la forman un hombre y una mujer que viven juntos, se ayudan, tienen
hijos, los crían y educan, y solemnizan la seriedad de su compromiso celebrando matrimonio,
otra institución milenaria.
Pero el “progresismo” ha inventado un “derecho” que antepone a aquel compromiso: la
libertad sexual de ambos cónyuges. Les confiere el ‘‘derecho’’ a que cualquiera de ellos des-
haga la unión unilateralmente y cuando le parezca. Y ese ‘‘derecho’’ inevitablemente destruye
la familia que ambos formaron. Y el padre que habiendo roto el matrimonio y la familia no
vive con los hijos, rompe la necesaria dualidad sicológica paterna-materna, generadora de
unidad y estabilidad en la psiquis de los hijos.
Una consecuencia de la embestida sistemática contra el hogar y la familia es que en los es-
tratos populares van desapareciendo el ‘‘marido’’ y la ‘‘mujer’’ —los retrógrados de la libreta—,
reemplazados por la ‘‘pareja’’, el ícono sexual de los “progresistas”. Entre los pobres, la pareja
masculina es un ‘‘macho’’, un semental que entra y sale del “hogar” cuando quiere, que no pro-
vee casi nada, que no tiene responsabilidades respecto a la mujer y los hijos, sean de ambos o
sólo de su conviviente, y que a menudo los convierte en víctimas de maltrato o de acoso sexual.

55 Caso Katherine Casa-Cordero, a quien el tercer Juzgado de Familia de Santiago le negó la protección solicitada por ella, y
posteriormente fue asesinada por su pareja. Diario La Tercera, 3 de octubre 2007.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El “progresismo” banaliza la sexualidad, y estimula la permisividad del sexo escolar o


adolescente. El póster de una de las últimas campañas oficiales del SIDA, exhibido en los
microbuses, mostraba a una escolar de uniforme haciendo propaganda del condón, contra un
fondo que describía las diversas posturas del acto sexual. Y el afiche 2007 de la misma campa-
ña —que el Minsal pide exhibir en los colegios— contiene la foto de dos travestis (¿también
‘‘familia’’ para los “progresistas”?) mirándose románticamente, con la leyenda: ‘‘Diferentes
miradas... diferentes amores’’.
El “desarme” moral de esas instituciones, y al final de cuentas de la cultura, tiene un
responsable bicéfalo: el paradigma liberal-socialista, que vació de humanismo y realismo el
mundo del trabajo, suprimió el desarrollo del entendimiento en la educación y extirpó de la
cultura los valores y la vivencia de las virtudes56, convirtiéndola en un híbrido amorfo, caren-
te de sentido humano. Esa cultura ha instituido un Estado incapaz de configurar un sistema
sociopolítico que impulse la praxis y el protagonismo humano para todos por igual. Un buen
ejemplo de lo extraviados que están quienes manejan ese modelo del Estado, es la grandi-
locuencia con que proclaman la preservación del medio ambiente para la flora y la fauna,
mientras no hacen nada por la conservación del “hábitat ecológico” básico y natural del ser
humano, que es el hogar y la familia.
La Ilustración Francesa introdujo paulatinamente la noción de matrimonio como contra-
to, y se arrogó la potestad de hacer y deshacer en la familia, que antes estaba alejada de su
esfera de poder. Así, hoy se supone que la familia es una invención social o creación del Es-
tado, y no una institución natural del género humano, que surge espontáneamente a partir de
la necesaria complementación moral entre un hombre y una mujer, entre dos sexos, entre un
padre y una madre, cada uno jugando roles psíquicos, afectivos y sociales distintos. La familia
seguirá sufriendo grandes convulsiones mientras prevalezca esa injerencia estatal y política
de carácter ideológico-hegemónico.
Los valores son la única instancia de diferenciación con que cuenta el ser humano para
discernir lo bueno de lo malo, en todas las circunstancias de su vida. De hecho, el entendi-
miento humano entiende por diferencias, sobre todo cualitativas, y la capacidad funcional
del hombre actúa de la misma manera, es decir, mediante valoraciones diferenciadoras
previas a la acción. La capacidad de discernir y aplicar valores perfecciona y hace a las
personas autónomas y distintas unas de otras, generando desigualdades que se sitúan sobre
todo en el ámbito de la personalidad, y que abren todas las opciones disponibles para aquel
que logra sobreponerse a todos los bloqueos del sistema igualitarista. Pero insisto: esas di-
ferencias atentan contra el modelo igualitario del liberal-progresismo; de ahí su tendencia
“instintiva” a abolir el mundo de los valores y desmantelar la institución de la familia, que
es el escenario natural de formación valórica y humana. Y hace algo análogo con las otras
dos instituciones diferenciadoras de la realidad teórica y práctica que son parte del orden
sociopolítico: educación y trabajo. La embestida ideológica contra la familia se esmera en
dar el mismo status legal de la familia tradicional a parejas de lesbianas y homosexuales,
incluso con derecho a la adopción filial, pese a que está absolutamente comprobado que el
normal desarrollo psíquico de un niño sólo se asegura cuando entran en juego una madre y
un padre, no cuando queda a merced de una pareja del mismo sexo. La psicología ha cons-
tatado que la psiquis humana está configurada por un yo femenino y un yo masculino, y que,
dependiendo del sexo de cada cual, se equilibra en favor de su tendencia natural, de manera
56 La virtud, en su más exacto significado, es cualquier capacidad humana —física, técnica, intelectual, volitiva, emocional, y
sobre todo moral— desarrollada al máximo posible, y convertida en hábito estable y continuo, al punto que permite actuar
de manera óptima en su propio ámbito operativo. Aristóteles dice que la virtud es lo que hace al hombre bueno, y le permite
hacer bien todo lo que hace.

50
Sebastián Burr

que un padre varón y una madre mujer resultan fundamentales para asegurar el desarrollo
psicológico e intelectual del niño, como asimismo su equilibrio emocional y afectivo.
Otra muestra palpable de dicha embestida es el proyecto de ley presentado por el go-
bierno británico liderado por Gordon Brown, que pretende redefinir el concepto de padre a
partir de una segunda ley referida al tejido humano y a la embriología en relación con los
tratamientos de fertilidad. Se establece ahí que no sería ya necesario contar con un padre,
con lo cual desaparece el concepto de paternidad y por lo tanto el de hogar y familia natural,
conformada por una madre y un padre.
Y en cuanto a Chile, desde el 27 de marzo del 2008 se encuentra en trámite en el Con-
greso Nacional una modificación al Código Civil que pretende cambiar el concepto de ma-
trimonio definido en el Art. 102 (Boletín Nº 5780-18 de la Cámara de Diputados), como se
manifestó el 20 de marzo del 2008 en la respectiva comisión de estudio. El proyecto señala
expresamente “que se hace necesario modificar el concepto decimonónico de matrimonio
contenido en el Código Civil”, lo que significa, continúa indicando la moción, “eliminar
por una parte, el requisito de que los contrayentes deban ser un hombre y una mujer, es
decir, personas de diferentes sexos, y por otra, la finalidad de procreación del matrimonio”.
Se agrega seguidamente que tal característica y finalidad “representa una exclusión arbi-
traria respecto de una cantidad importante de habitantes de nuestra República, quienes
pretenden celebrar el matrimonio pero con personas del mismo sexo”. Además —puntua-
lizan los redactores del proyecto— “estimamos oportuno excluir la procreación como uno
de los objetivos del matrimonio, por cuanto en la actualidad un porcentaje importante de
los matrimonios, especialmente los más jóvenes, no celebran el matrimonio con el objeto
de procrear, sino solamente de vivir en pareja y contraer las obligaciones y ejercer los
derechos que provienen de la celebración del matrimonio”. Todo lo anterior se resume en
cambiar las palabras “un hombre y una mujer” por “dos personas”, y en eliminar la frase
“de procrear”. Entonces el matrimonio ya no será más “un contrato solemne por el cual un
hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir
juntos, de procrear, y de auxiliarse mutuamente” (Art. 102).
Muchos se preguntan cuál es la intención que hay detrás de este proyecto, puesto que
la familia jamás ha podido ser sustituida por nada que cumpla sus cruciales funciones. Es la
institución más natural, la más universal, la más económica y eficaz, y la única capaz de sumi-
nistrar una formación completa al ser humano. Chesterton decía que “quienes hablan contra
la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen”.
Por otra parte, las carencias económicas de la familia han hecho necesario que la mujer se
integre a la vida laboral, descuidando muchas veces a sus hijos. Y las mujeres que ya entraron
en el mundo laboral están bastante conformes con su decisión, puesto que además de obtener
un ingreso se sienten realizadas en el ámbito profesional y cívico. Sin embargo, el 61,3% de
las mujeres encuestadas creen que la familia se descuida si trabajan a tiempo completo. Y en
muchos casos el costo que pagan los hijos, e incluso la relación conyugal, es bastante alto,
aunque sus consecuencias suelen aparecer en el mediano y largo plazo, afectando de lleno a la
familia entera cuando el problema estalla en toda su magnitud. Creo, sin embargo, que es per-
fectamente posible conciliar el trabajo de la mujer con una satisfactoria atención de la familia,
en cuanto ambas instancias sean proporcionalmente compartidas entre el padre y la madre, y
se utilice flexibilidad laboral y tecnologías que permiten el trabajo a distancia.

51
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

DIAGNÓSTICO SOBRE SALUD FISIOLÓGICA Y MENTAL

El dilema de la salud en casi todos los países occidentales conlleva un problema conceptual
que es necesario despejar previamente: la diferencia entre salud y medicina. La salud es
una condición natural que la mayoría de los seres humanos posee. Toda persona normal
parte en un buen estado de salud, y puede conservarlo sin mayor esfuerzo si no comete
excesos y maneja su vida en concordancia con ciertos códigos morales y éticos básicos y
naturales. Ese esfuerzo es una mezcla de contención y proacción. La contención, entre otras
cosas, consiste en ingerir una alimentación balanceada, baja en grasas, sal y azúcar, y rica
en antioxidantes; en abstenerse del tabaco; y en caso de ingerir alcohol, hacerlo en forma
moderada, y consumiendo de preferencia vino tinto por su condición antioxidante, aunque
el alcohol se transforma en azúcar.
En el ámbito de la proacción, es conveniente hacer ejercicios físicos periódicos, tanto
musculares como anaeróbicos y aeróbicos, para mantener la estabilidad emocional y la capa-
cidad cardiovascular en rangos normales.
La medicina, por su parte, juega un rol fundamental, pero a partir de accidentes, mal-
formaciones o desequilibrios naturales del organismo (enfermedades), más allá de que el
ciudadano haga una vida integralmente sana. Al Estado no le corresponde costear la me-
dicina pública a la población que deteriora voluntariamente su salud con malos hábitos
alimenticios, vida sedentaria, tabaquismo, etc. Y si la costea, al menos debería hacerlo
mediante un sistema de copago, de manera que también los ciudadanos asuman un costo
por no cuidar su salud, y el Estado se haga solidario de los que efectivamente la cuidan.
Esto nos lleva a concluir que el Estado debe invertir más en la salud de las personas que en
medicina, organizando un sistema de incentivos que induzcan a la población a cuidar y a
mantener su salud, sobre todo en los niveles de escolaridad básica, media y universitaria.
Pero de una manera seria y consistente, y no permitiendo que el “socio” natural de la salud
de los chilenos, Chile Deportes, sea un reducto de corrupción.
Es un hecho que una gran cantidad de enfermedades se derivan de la actitud irrespon-
sable de muchos chilenos al respecto. Pero esa irresponsabilidad se origina a su vez en el
desconocimiento generalizado de los factores que inciden en la buena y en la mala salud.
De ahí la necesidad de reorientar la vida de las personas hacia un protagonismo existencial,
que les signifique un reencantamiento de sus vidas, de manera que cuiden su salud natural
y espontáneamente. En esa medida se reducirían considerablemente los enormes gastos que
hoy afrontan la medicina pública y privada, que aumentan los costos de los planes de salud
y lesionan la competitividad de las empresas.

La aparición de nuevas patologías y el deterioro progresivo de la salud en la población

Es evidente que la modernidad está causando una suerte de hecatombe en la salud de la po-
blación occidental y en nuestro propio país, a tal punto que la capacidad de los Estados para
brindar buena salud a la ciudadanía se encuentra seriamente amenazada. Y como la situación
empeora cada vez más, es posible que hacia el año 2050 se haga muy difícil de manejar, consi-
derando la cantidad de patologías fisiológicas, mentales y sociales57 que deberán ser atendidas
por cada individuo, que la pirámide demográfica y por lo tanto financiera está tendiendo a
invertirse, y que para ese entonces las expectativas de vida bordearán los cien años.
57 La fobia social y el individualismo son considerados patologías sociales.

52
Sebastián Burr

Un estudio de eficiencia de la red hospitalaria pública del país, presentado por el Instituto
Libertad y Desarrollo en julio del 2007, señala que un 84% de los establecimientos son inefi-
cientes, pese a que en los últimos años la inversión en este tipo de recintos ha aumentado en
un 12%. La medición se hizo relacionando la cantidad de recursos gastados y el número de
atenciones realizadas58. Las causas que explican dicha ineficiencia son su escasa flexibilidad
en el manejo de los recursos, las restricciones del estatuto administrativo, la falta de incenti-
vos y la forma de organización de los servicios. Mientras el sistema de salud no opere bajo un
régimen de autogestión, será difícil revertir dichas anomalías.
La ineficiencia está afectando incluso al plan Auge, que acusa un nivel de incumpli-
miento sobre el 50% de las garantías sanitarias comprometidas. Lo demuestra un estudio
realizado en diciembre del 2006 por la propia Superintendencia de Salud, que dice que la
puesta en marcha del plan no implicó mejorías para el 45% de los usuarios, y que sólo un
28% de ellos cree que mejoró.
A fines del 2008, el ministro de salud, Alvaro Erazo, informó que más de 291 mil pacien-
tes llevaban esperando casi 6 meses la atención de un especialista en el sistema de salud públi-
ca. Y que otros 48 mil llevaban esperando más de un año por una cirugía. Eso ha obligado al
gobierno a comprar prestaciones al sistema privado (¡!). Además, ese 45% dice que atenderse
por el nuevo sistema resulta más engorroso que atenderse por el anterior.
Por otra parte, han aparecido patologías nuevas y generalizadas, como el sobrepeso y la
obesidad59, cuyas causas predominantes son una paupérrima cultura alimenticia60 y un masivo
sedentarismo61, y que además afectan en alto grado el sistema inmunológico. Se agregan las
enfermedades cardiovasculares62, la diabetes tipo 263, el exceso de colesterol64, el tabaquis-
mo65, los problemas de presión, los ataques cerebrovasculares66, el VIH/SIDA, etc.
A nivel escolar y adulto, se consume sólo un 27% de las porciones lácteas que recomien-
da la OMS. El consumo de verduras, frutas, hortalizas, cereales, legumbres y pescado fresco
es inferior a la mitad de los niveles recomendados, pese a que Chile posee en abundancia
esos productos, y a precios relativamente bajos. En contraste, tenemos un consumo masivo
e indiscriminado67 de pastelería industrial, helados, embutidos, aceites, bebidas, alcoholes,
cigarrillos, etc., todos productos saturados en grasas, azúcares, sales y aditivos químicos y
cancerígenos. Hemos llegado a ocupar el primer lugar del mundo en tabaquismo escolar y
adolescente, y el tercero en alcoholismo laboral. Ese anómalo comportamiento nutricional

58 El costo de las ineficiencias señaladas asciende a 107 millones de dólares anuales según el mismo estudio.
59 Sobrepeso (IMC 25-30): 37,8%. Obesidad (IMC mayores de 30): 22%.
60 Aunque suene exagerado decirlo, de una cultura chatarra surge un comportamiento alimenticio también chatarra. El plan-
teamiento de este libro en materia de salud pública es también “moralizar” la salud.
61 Según la ENS (Encuesta nacional de salud), la tasa de sedentarismo alcanzó el 89,4% en el año 2005. Fonasa reconoce
gastos cercanos a los US$ 280 millones en patologías ligadas a la obesidad, infartos, hipertensión, diabetes e insuficiencias
renales, sin considerar el costo de licencias médicas, consumo de medicamentos, o bajas en productividad.
62 El 54,9% de la población chilena está en riesgo cardiovascular.
63 Chile tiene un 7,5% (2005-06) de diabéticos, según la Asociación de Diabéticos de Chile. Como parámetro de diagnóstico
se utilizó el criterio universal de una glicemia mayor a 126, en estado de ayunas. Las causas de la diabetes corresponden a
la interacción de factores genéticos, sociales, medioambientales, sedentarismo, sobrepeso y mala alimentación. (Diario El
Mercurio, 9 de octubre del 2007).
64 Un colesterol total mayor a 200mg/dl afecta al 35,4% de la población.
65 El 42% de los chilenos sufre de tabaquismo.
66 El 33,7% de nuestra población padece de hipertensión arterial (90-140mmHg), y para el año 2020 se espera que esta enfer-
medad sea la mayor causa de mortalidad en el país.
67 Muchos de esos alimentos los reparte la misma Junaeb (Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas) en los establecimientos
educacionales chilenos.

53
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

provoca múltiples enfermedades y accidentes del trabajo, generando al Estado y a las mu-
tuales de seguridad una carga económica creciente por gastos en salud, que se traspasa a los
tributos, a las empresas y a los precios de productos y servicios.

La proliferación de las enfermedades mentales

En materia de salud mental, las cosas no se ven mejor, considerando el notable incremento de
las patologías mentales y del consumo de antidepresivos68. En la época de Freud, los cuadros
clínicos de estas anomalías se reducían a registrar los diversos tipos de locura y las deno-
minadas histerias, cuyas manifestaciones físicas eran ciertas parálisis corporales, embarazos
inexistentes, etc. Con los sistemas de vida instituidos por el modernismo, esas patologías se
han multiplicado de manera vertiginosa, y hoy presentan claros signos de desborde, tanto en
su cuantía como en su diversificación tipológica.
La primera investigación hecha en Chile sobre esta materia fue el Estudio de Prevalencia
de Trastornos Mentales en el Gran Santiago, dirigido por Horwitz en 1957-58. Entre sus re-
sultados, se detectó entonces que las psicopatologías más frecuentes eran la neurosis (10%),
el alcoholismo (5,1%) y la epilepsia (2%). Tales estudios se han seguido haciendo con cierta
periodicidad, concentrándose en dos tipos de situaciones: 1) enfermedades mentales padeci-
das una o más veces durante la vida (prevalencia de vida); 2) trastornos psíquicos sufridos
durante los últimos seis meses (prevalencia de seis meses).
En 1968, en un estudio sobre desórdenes mentales realizado por Marconi en 15 comunas
del Gran Santiago, que cubrió a 2.705 personas, se encontró una tasa bruta global de psico-
patologías69 ascendente a un 19,8%, levemente superior a la obtenida diez años antes (19%).
Esas patologías se daban preferentemente en los estratos socioeconómicos más bajos, y la
más frecuente era la neurosis70.
Durante la década de los 90, la Universidad de Concepción encargó a un equipo médi-
co dirigido por el Dr. Benjamín Vicente hacer otro estudio al respecto, que posteriormente
fue publicado por el Ministerio de Salud. Dicho estudio cubrió las ciudades de Santiago,
Concepción e Iquique, y reveló un significativo aumento de las enfermedades del ánimo y
un cambio en la tipología (depresiones, estados de ansiedad y pánico, estrés postraumático,
deterioros psicosomáticos, etc.), en comparación con los índices registrados en la década
de los 60. El trabajo investigó a personas mayores de 15 años que vivían en un hogar, y no
incluyó enfermos hospitalizados, reclusos de las cárceles e indigentes sin domicilio, cuyos
niveles de patologías de este tipo son aún más altos, de lo cual se deduce que el grado real
de deterioro anímico de la población chilena es aún mayor que el que mostró este estudio.
Además, sólo registró los casos de trastornos severos (que producen incapacidad funcio-
nal), no los de grado intermedio, que permiten desempeñarse con relativa normalidad en
el trabajo y demás actividades, y que son más abundantes que los casos graves. Tampoco

68 El Ministerio de Salud y la Industria Farmacéutica de Chile informaron a través de la Revista Médica de Chile, que el consu-
mo de antidepresivos entre los años 1992 y 2004 se disparó en un 470%. Diario La Segunda, 25 de noviembre del año 2009.
69 Oligofrenia, epilepsia, neurosis, psicosis, alcoholismo.
70 Las causas de la distimia (neurosis) resultan de una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales. Dentro de
los factores biológicos se encuentran la alteración de sistemas de neurotransmisores (noradrenalina y serotonina), factores
hereditarios y asociaciones al consumo de sustancias, alcoholismo y otros. Los síntomas más frecuentes son que, durante
periodos prolongados (más allá de un año), se presentan alteraciones del ánimo tales como falta de impulsos y ganas de ha-
cer las cosas, baja autoestima, falta de confianza en sí mismo, irritabilidad, ganas de llorar o tristeza constante, inapetencia,
desinterés, etc. Con mucha frecuencia, se producen problemas laborales, familiares, retraimiento y trastornos de adaptación.

54
Sebastián Burr

informó sobre tratamientos y eventuales mejorías, parciales o definitivas, de las personas


afectadas71. Los resultados de este estudio se entregan a pie de página.
Un informe más reciente, entregado por el psiquiatra Raúl Riquelme, presidente de la
Sociedad Chilena de Salud Mental, revela que las patologías mentales están creciendo de
un modo casi exponencial. Establece que actualmente un 35% de la población ha tenido o
sufre algún desorden mental, y que la depresión, la angustia y los ataques de pánico son los
trastornos más comunes en los adultos de entre 35 y 50 años. Otro estudio concluyó que
Santiago es hoy la capital que registra el mayor nivel de depresión en el mundo, e indicado-
res de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile señalan que la depresión “es la
segunda causa de discapacidad en mujeres y la tercera en hombres, únicamente superada por
las enfermedades congénitas”.
Un dato adicional obtenido en el último tiempo es que en la primera Encuesta Nacional
de Salud, realizada en el 2003, un 46% de los chilenos declaró haber tenido al menos dos
semanas seguidas de depresión en el último año, y un 36% reconoció que utilizaba medica-
mentos, drogas o alcohol para combatirla.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha estimado que para el 2020 la
depresión va a ser la segunda causa de enfermedades en el mundo, pronóstico que evidencia
una catástrofe humano-espiritual de enorme magnitud, que encuentra su primera causa en el
sistema político-cultural que predomina en Occidente.
Otras patologías que han crecido sistemáticamente en nuestro país, afectando incluso a
niños de corta edad, son el alcoholismo, la adicción a las drogas y la dependencia de estupefa-
cientes. Peor aún, esa proliferacion no ha sido sólo cuantitativa, sino también tipológica: cada
día los trastornos adquieren características más individuales, que requieren un diagnóstico
menos tipológico y más personalizado, lo que implica una terapia farmacológica también
personal. Al final de cuentas, asistimos a un completo desborde en materia de diagnóstico,
tratamiento, costos y daños colaterales.
Uno de los grandes déficits en esta materia es el escaso número de psiquiatras, psicólogos
y neurólogos con que cuenta el área de la salud pública, y la señalada carencia de infraestuctura
(plan AUGE incluido), pues la demanda supera en un 70% la cobertura estatal, y de los pacien-
tes cubiertos por el sistema, la mayoría debe esperar meses para recibir alguna atención clínica,
que además casi nunca contempla el tiempo mínimo requerido por cada caso específico.
Según el Informe 2006 de WHO (World Health Organization) y AIMS (Assessment
Instrument for Mental Health Systems), Chile tiene 4 psiquiatras, 0,8 neurólogos y 12,3
psicólogos por cada 100 mil habitantes. Y destina a ese tipo de patologías sólo el 2,14 % de
su presupuesto general72.

71 Resultados del estudio de B. Vicente:


Santiago Concepción Iquique
Personas afectadas una o más veces en su vida:
Trastornos afectivos 16,29% 16,38% 20,59%
Ansiedad, estados de pánico 12,56% 16,63% 14,38%
Estrés postraumático 4,03% 4,00% 3,59%
Deterioro psicosomático 4,40% 4,75% 2,94%

Personas afectadas en los últimos seis meses:


Trastornos afectivos 9,46% 6,5% 11,44%
Ansiedad, estados de pánico 7,26% Sin datos 9,48%
Estrés postraumático 1,61% Sin datos 1,31%
Deterioro psicosomático 4,40% Sin datos 2,94%

72 En contraste, Uruguay gasta por ejemplo el 8%, Costa Rica el 8%, Estados Unidos el 6%, Cuba el 5%, Jamaica el 5%, etc.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ante tal precariedad, el Ministerio de Salud ha optado por realizar atenciones grupales,
a fin de cubrir así a más personas, y asegura que es un procedimiento “efectivo”. Contra ese
“colectivismo clínico” está la opinión de muchos psiquiatras, que señalan que el único trata-
miento eficaz es el de tipo personal, pues la diversidad actual de patologías asociadas a cada
biografía histórica, psíquica, espiritual, etc., y la diferente estructura neuroquímica de cada
persona, hacen que los tratamientos grupales sirvan de muy poco, o simplemente no sirvan.
Otra gravísima anomalía es que más de un 60% del presupuesto de salud pública se gasta
en tareas de administración, no en compra de insumos o pago de profesionales especializados.
En cuanto a las Isapres, su cobertura se reduce a tres atenciones psiquiátricas al año, que
resultan por completo insuficientes para casi todos los casos. Una terapia clínico-siquiátrica
de cierta envergadura tiene un costo aproximado de 18 mil dólares, y los sistemas de salud
privados no cubren más de un 5% anual.
Pero el déficit mayor es que tanto la institucionalidad estatal como la ciudadanía en su
conjunto se muestran hasta ahora incapaces de revertir el sostenido aumento de las patologías
mentales en nuestro país, empezando por detectar y atacar sus verdaderas causas, que sobre-
pasan por completo las causas puntuales y contingentes aducidas por casi todos los diagnós-
ticos que se emiten al respecto.
Según el Ministerio de Salud, son trece los factores que pueden generar una depresión.
Entre ellos están el haber sufrido estados depresivos anteriores, el aislamiento social, el
alcoholismo y las drogas, la violencia intrafamiliar, el deterioro de la calidad de vida, la
cesantía, la pobreza, el exceso de “consumo televisivo”, las enfermedades crónicas como
hipertensión o diabetes, la pérdida de seres queridos, y las dificultades para acceder al
conocimiento. En algún momento, la jefa del Programa de Tratamiento de la Depresión
del Minsal, María Graciela Muñoz, agregó el siguiente comentario: “En la depresión de
la sociedad chilena también hay un factor de moda, en el sentido en que hoy es mucho
más permitido hablar y tener depresión, es más común”. Como se puede apreciar, estos
diagnósticos sólo señalan causas empíricas inmediatas, sin averiguar en absoluto las causas
últimas que a su vez las provocan.
Hay que insistir en que todos los informes se refieren a casos propiamente clínicos, dejando
fuera los trastornos de grado intermedio, que son mucho más numerosos, y que inciden más
negativamente aún en la vida corriente de los chilenos, y en consecuencia en la marcha del país.
Estas patologías del estado de ánimo73 producen una considerable sangría económica, y
afectan sobre todo la capacidad laboral. Detonan además graves efectos en el plano moral,
y han terminado por incidir en el aumento de las tasas de suicidio74, que actualmente es la
segunda causa de muerte de los adolescentes a nivel nacional, y superan a las muertes por
accidentes de tránsito75.
Como ya se señaló, el consumo de ansiolíticos, antidepresivos, calmantes y activadores
del ánimo ha aumentado notoriamente, y el de inhibidores del apetito y comprimidos que
queman grasas lo ha hecho en la misma proporción en que crecen la bulimia y la anorexia,
enfermedades que están afectando también a personas adultas y de la tercera edad. Este
73 Un 40% de las licencias médicas corresponden a patologías del estado de ánimo asociadas a la depresión.
74 Si bien la tasa de suicidios ha subido en aproximadamente un 150% entre el año 1983 y el 2003, el número de ellos todavía
no es significativo. Mientras en 1983 se registraron 14 suicidios de jóvenes entre 20 y 24 años, en el año 2003 la cifra se
elevó a 39. En la preadolescencia (10 a 14 años) la cifra también aumentó, de 14 a 39 suicidios anuales. Y en el segmento
de 15 a 19 años subió de 52 a 130 por año. El informe denominado “Epidemiología del suicido en la adolescencia y juven-
tud”, elaborado por la Universidad Católica, consigna que los datos pueden estar subvaluados, pues hay muchos suicidios o
muertes cuya intencionalidad no quedó claramente establecida. De hecho, se presume que si en dichas estadísticas entraran
todos los suicidios, la tasa se elevaría en más de un 100%. En el mundo hay más de 1 millón de suicidios al año.
75 Información proporcionada por el diputado Francisco Chahuán de RN, en el diario La Tercera del 2 de marzo del 2007.

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Sebastián Burr

último tipo de patologías requieren una nueva clasificación; pues por una parte provienen
de trastornos de la personalidad, y por otra, responden a patrones culturales asociados al
exitismo, al culto por el cuerpo, etc.
Por añadidura, la mayoría de los países del mundo han promulgado leyes específicas
de salud mental, destinadas a atender a los grandes sectores de ciudadanos que padecen
estos trastornos. En cambio, según señala también el mencionado Informe 2006 de WHO y
AIMS, “Chile está entre el pequeño porcentaje de países del mundo (22%) que no han sido
capaces de formular una ley de salud mental”.
En síntesis, la unidad biológica, psicológica y moral de la persona humana, en cuanto
“sistema” integrado de salud, se encuentra hoy trastocada por una crisis de valores sin prece-
dentes, bajo las incoherentes y estresantes condiciones de la vida moderna.
Según un estudio de la consultora Altura Management, dado a conocer el 17 de noviem-
bre del año 200776, en los últimos cinco años, tanto en el sistema público como privado de
salud, se duplicaron los días de licencia médica. Un dato curioso es que las licencias alcanzan
un promedio de 5 días en el sector privado, y de 9 días en el sector público.
Otro dato preocupante —de estos datos la autoridad política nunca se hace cargo— es el
del abuso de las licencias médicas, que genera gigantescos sobrecostos al sistema de salud.
Entre 1999 y 2001 —años en que se sintieron mayormente los efectos de la crisis asiática en
Chile, y muchas personas temían perder sus empleos—, se produjo una baja de 19,3% en las
licencias tramitadas. Mientras en los nueve primeros meses de 1999 se tramitaron 798 mil
licencias, en el mismo ejercicio del 2001 se tramitaron sólo 644 mil (¡!).
En el año 2005 se gastaron 253 mil millones de pesos en el pago de licencias; en el 2006,
308 mil millones (22% adicional); y en el 2007 se gastaron 382 mil, es decir un 24% más que
en el período anterior, incluido el factor inflación.
“Del total de licencias médicas que se otorgan en nuestro país, el 16 por ciento correspon-
de a enfermedades mentales, y casi un 60 por ciento de esas enfermedades corresponde a un
trastorno depresivo”, comentó Alvaro Elizalde, de la Superintendencia de Seguridad Social.
El alcoholismo, la drogadicción, la obesidad y el “carrete” casi permanente constituyen una
suerte de escape al bloqueo moral que experimenta el ciudadano común en su vida privada y so-
cial. Esa condición de antipraxis (que se siente, aunque no se tenga conciencia de ella) provoca
frustración y un creciente deterioro de la autoestima, que termina afectando la salud en cuanto
sistema psicosomático interactivo. La depresión77 —la gran patología de fines del siglo XX y co-
mienzos del XXI— es el resultado más patente de esa crisis generalizada en el plano espiritual,
que se manifiesta inicialmente en estados nerviosos que derivan en estrés —la gran epidemia
de los 80—, y que concluyen generalmente en depresión propiamente tal, y a veces en suicidio.
Dicha patología aparece cuando la persona constata que se encuentra en una suerte de en-
cierro existencial, sin expectativas de felicidad, y luchando a duras penas por la supervivencia
psíquica, física, económica y social, en medio de una vida moderna frenética, confusa y sin
sentido. El estrés y la depresión provocan toda clase de trastornos somáticos, y ambos factores
terminan alimentándose recíprocamente; por lo tanto, requieren terapias integrales, orgánicas
y psíquicas, y después una vida profesional, familiar, social y moralmente sustentable.
Sin embargo, en último término, el mayor responsable de esta creciente catástrofe sisté-
mica de nuestra salud es el desorden ético de la estructura sociopolítica y cultural, incapaz de
76 El resultado del estudio fue dado a conocer en la edición Teletrece del día 17 de noviembre del año 2007.
77 Los médicos definen la depresión como un “trastorno patológico del humor”, que se manifiesta, entre otras cosas, en una
tristeza que invade la totalidad del ser, y que produce ideas sombrías y debilidad extrema de la voluntad, a partir de una
suerte de oscurecimiento psíquico y moral. El paso siguiente es la aparición del miedo, que se transforma en terror, y por
último en una obsesión por desaparecer mediante la muerte.

57
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

transformar la tensión anímica transversal que afecta a la sociedad en una ética socio-solida-
ria. Nótese que los términos “tensión” y “solidario” marcan un contrapunto. Desde la pers-
pectiva de la ingeniería, el exceso de tensiones que se dan en una estructura deriva de cargas
mal repartidas que terminan produciendo fatiga de materiales, como consecuencia de un mal
diseño estructural. Al revés, una estructura solidaria es aquella cuyos pilares, vigas y travesa-
ños transmiten y reparten espontánea y proporcionalmente las cargas, de manera que ninguna
parte de la estructura reciba una sobrecarga desmesurada y corra el riesgo de colapsar.
El desafío crucial que hoy enfrenta la salud es generar una ética socio-solidaria, en la que
cada persona asuma los esfuerzos y tensiones de acuerdo a sus capacidades anímicas, sociales
y profesionales, dentro de un orden institucional también estructurado solidariamente, en fun-
ción del auténtico bien común y apoyado por una efectiva subsidiariedad del Estado, que dé
cabida a todos los ciudadanos, sin restringir el ejercicio de su libertad extrínseca e intrínseca.
El detonante de la depresión es la percepción de que la propia vida carece de sentido. Esa
percepción es generada por una combinación perversa de factores sicológicamente desintegra-
dores. Tales factores pueden ser: el sometimiento forzoso a los intereses de terceros, que en el
trabajo se identifica con la pertenencia a una sociedad salarial carente de protagonismo humano
y profesional; la cesantía, que muchas veces es causa y efecto de la depresión; una educación de
datos que impide la comprensión teórica y práctica de la realidad, y que no sirve para enfrentar
la vida real; la incomunicación familiar; un orden político en esencia manipulador y utilitario,
que bloquea la libertad y el desarrollo humano, etc., etc. En resumen, un sentimiento generaliza-
do de inutilidad y una autoestima por los suelos, girando en un sistema casi sin salida.

DIAGNÓSTICO SOBRE LA ECONOMÍA

Grietas éticas y antropológicas en el modelo

Entremos de lleno en una de las más grandes fisuras del actual modelo económico en nuestro
país. ¿Por qué, si el mercado es un excelente asignador de recursos y un excelente regulador
de precios, el nivel de distribución del ingreso ha empeorado en los últimos 15 años, siendo
que el gasto social y la recaudación tributaria han crecido entre tres y cuatro veces? ¿Por qué,
si el ingreso per cápita ha subido 32 veces en los últimos 40 años (de US$ 250 a US$ 12.000
si se considera la paridad de compra), la presión y el reclamo social no cesan en las protestas
que se suceden varias veces en un mismo año?78
¿Por qué, en una economía que se autodenomina social de mercado, la concentración
de la riqueza ha llegado a los actuales niveles, nunca antes conocidos79 en nuestra historia
económica reciente? ¿Qué explica que nuestra economía, de un 7,6% de crecimiento anual
entre 1987 y 1996, haya caído a un 4,7 % promedio entre 1997 y el 200880, no obstante que
el cobre ha visto elevado su precio en un 120% aproximadamente en los últimos dos a tres
años y la recaudación tributaria ha sido incrementada en aproximadamente un 400% desde

78 El cardenal Errázuriz, refiriéndose a las protestas, señaló que su raíz de fondo es la mala educación, la mala calidad de vida
familiar y las frustraciones (en general). Diario El Mercurio, 6 de abril 2007.
79 Diversas megafusiones se han venido dando en los últimos 20 años: Cencosud/Almacenes París, Corpbanca/Unimarc, BCI/
Salcobrand, Banco de Chile con el Edwards, Banco Santander con el Banco Santiago, etc., además de haber absorbido a
todas las financieras.
80 Según un informe del FMI (Fondo Monetario Internacional), Chile estaba en ese período dentro de los 15 primeros lugares
del mundo en materia de crecimiento económico. Al 2008, estaba en el lugar 100.

58
Sebastián Burr

1990 al 2006?81 Es un aumento sin precedentes, cuya contrapartida social no se advierte ma-
yormente: los beneficios sociales para la población de ingresos bajos no han crecido como las
cifras absolutas de aumento en los ingresos estatales. Y no se trata de una situación puntual,
sino de una década completa de desequivalencia entre ingresos fiscales y mejoramiento real
de los sectores más postergados. Hay que considerar además —situación anterior a la crisis
subprime del año 2008— que la tasa de interés mundial en el primer caso era de 3,7%, y que
en la última década descendió a 2,6%, aunque el precio del petróleo subió prácticamente un
100% en el mismo período. Por último, también los niveles de empleo han sufrido un franco
retroceso: de un promedio de cesantía del orden del 4%, hemos caído a un promedio del 8%.
El 70% de la población, que conforma el grueso de la sociedad salarial, vive con un in-
greso inferior a 400 dólares mensuales, y percibe sólo el 32,8% del ingreso total del país. De
este 70%, aproximadamente un 15% es simpatizante de la derecha, y se moviliza entre los
dos conglomerados partidistas de acuerdo a diversas variables generadas por la contingencia.
El 30% restante, que conforma mayoritariamente el núcleo de la derecha, se lleva el 67,2%
del ingreso82 nacional.
El error fundamental está en proponer, como tesis general del funcionamiento sociopolí-
tico, que el hombre, al igual que la economía, es objeto de precio y no sujeto de valor83. Y los
economistas no han sido capaces de levantar una síntesis socioeconómica que ensamble valor
y precio, jerárquica y proporcionalmente. Buena parte de la economía se mueve por decisio-
nes valóricas, y sólo en segundo lugar por los precios. Nadie adquiere un producto o servicio
que no requiere, pero cuando esa adquisición es decidida, es porque ha habido primero un
análisis valórico, y después de precio, que hace generalmente toda persona que consume.
Uno de los mayores impedimentos para intentar esa síntesis es la creencia de que la toma de
conocimiento de los diversos factores que interactúan en el orden económico es técnica y no
moral, no obstante que toda decisión humana proviene de una intención (moral), de la cual
se siguen una estrategia y una acción que incluyen el factor precio. De esta manera, esas tres
instancias poseen en sí mismas carácter moral; sin embargo, el economicismo se centra en el
factor precio y no en la dimensión valórica. Así su materialismo es absolutamente análogo
al del marxismo. Ambos postergan a un segundo o tercer plano a la persona, privilegiando
los factores de producción o rentabilidad, a los cuales el marxismo añade la lucha de clases y
otras variables igualmente distorsionantes.
Un caso patente es el de los asalariados, que, siendo personas, al igual que los gobernantes,
empresarios y trabajadores independientes, debieran ser también miembros activos y actores
directos de la economía y del devenir sociopolítico. Sin embargo, subyacen en un sistema sa-
larial completamente rígido y plano, es decir, amoral. Y casi no participan en los dinamismos
de la demanda, la oferta, el ahorro, y menos en el acceso a la propiedad productiva y a su libre
ejercicio operativo, no obstante que esas dimensiones de la economía transfieren y comparten
valoraciones e información económica entre sí. Ambas anomalías contradicen flagrantemente
los principios básicos de una economía libre, pues esos planos conforman un solo corpus. En esa

81 La recaudación tributaria durante el ejercicio correspondiente al 2008, exceptuando los ingresos por cobre, creció en un 18%
respecto al año 2007. Se recaudaron 33.000 millones de dólares. (Fuente: SII. Diario La Tercera, 27 de marzo del 2008).
82 El quintil más pobre (20%), considerando sus ingresos autónomos, percibe el 3,7%, mientras que el 20% de mayores ingre-
sos percibe el 57% del total.
83 Para distinguir el concepto de valor del de precio, recordemos lo que le ocurrió a Van Gogh cuando pintó su cuadro de gi-
rasoles. Terminada la obra, al igual como ocurrió con casi todas sus pinturas, nadie dio un peso por ella, salvo su hermano
Teo, que le pagó un poco de plata, como solía hacerlo para ayudarlo. Sin embargo, con el correr del tiempo ese mismo
cuadro alcanzó un precio de decenas de millones de dólares. Si por alguna razón dicho cuadro volviese a costar cero peso,
tendría el mismo valor.

59
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

contradicción residen las principales falencias morales del empresariado, que son asumidas sin
análisis crítico por los conglomerados partidistas que supuestamente lo representan, con lo cual
invalidan moralmente su discurso, sobre todo al entrar en la competencia electoral.
Los sectores asalariados, que constituyen el grueso de los actores del mercado, sólo tie-
nen un acceso restringido a ese escenario económico, pues su inmovilismo salarial no es
compatible con la variabilidad latente en los ciclos de la economía. De hecho, el producto que
lleva involucrado su trabajo sufre variaciones de precio, pero esas variaciones no se reflejan
ni para bien ni para mal en sus ingresos, distorsionando la lectura del mercado, lo que impide
el flujo libre y total de sus energías humanas, que deberían ser trasmitidas y contabilizadas
a tiempo presente por el mercado. Ese aporte (potencialmente reprimido) no tiene conducto
alguno por el cual ser evaluado positiva o negativamente, ni tampoco ser retribuido o sancio-
nado económicamente. Lo peor es que dicho bloqueo deforma todo el corpus cognoscitivo de
la economía, puesto que demanda, oferta y ahorro configuran una sola dinámica. Se agrega a
eso la nula participación de los trabajadores en la propiedad del ente productivo, en las pro-
porciones que su aporte laboral indicaría si su trabajo fuera considerado al modo del capital, y
bajo todas las implicaciones de riesgo y certeza por las cuales el capital se ve afectado.
Hay un aforismo que dice que nadie que no se haya ganado el dinero trabajando libremente,
sabrá cuidarlo e invertirlo debidamente. Aplicándolo a nuestro caso: nadie que opere en el ám-
bito del trabajo sin someterse mínimamente a las leyes de la incertidumbre, aprenderá a generar
riqueza ni a administrar bien su ingreso, equilibrando gastos y ahorro. Menos aún logrará simpa-
tizar con el libre mercado y salir a defenderlo en caso de que sea impugnado políticamente, pues
en poco y nada le concierne. Una aspiración central de los asalariados es la seguridad, que casi
ningún ámbito o situación humana tiene garantizada. La seguridad es otra gran falacia ofrecida
a gente que nunca ha estado en condiciones de aprender a hacer las distinciones necesarias entre
verdad, libertad, seguridad y una estabilidad que proviene de la experiencia abierta a resultados.
El círculo debe ser roto, filosófica y operativamente: el libre mercado debe funcionar bajo
unidad operativa y económica de géneros, en la demanda, en la oferta, en el ahorro, y en un
acceso análogo y proporcional a la propiedad. De otro modo, es un mercado libre a medias
en cuanto a libertad extrínseca, y sin ninguna libertad intrínseca, pues en tales condiciones el
asalariado no aprende de las vicisitudes aleatorias que le presenta la realidad, y por lo tanto
está incapacitado para resolver los desequilibrios e injusticias que le juegan en contra. En el
ámbito salarial, es hora de decidir para dónde se va: o igualamos la oferta a la demanda, o
igualamos la demanda a la oferta. En otras palabras: o abrimos las libertades en los dos ámbi-
tos, o volvemos a una economía dirigida y estatal. Este mundo intermedio es epistemológica-
mente insano, anacrónico, excluyente, deforma la economía y entrega señales erróneas a sus
partícipes, que conforman el grueso del electorado que decide los destinos del país.
Es urgente reformular la legislación laboral, para que así el libre mercado pueda empe-
zar a cimentarse sobre bases valóricas unitarias. La dicotomía actual genera una confusión
enorme en aquellos que sólo ejercen su libertad como demandantes, pero no como actores de
la oferta. Así el sistema pierde credibilidad moral, lo que se traduce en disparidad social y en
sentimientos de injusticia en las mayorías, en la medida en que no se involucran activamente
en todas las instancias económicas.
Como ocurre hoy con tantos otros ámbitos humanos, la influencia ideológica en la eco-
nomía tampoco se percibe en toda su magnitud, sobre todo desde la llamada “consolidación”
del libre mercado en Occidente a partir de 1989, que parecía haberse desembarazado de todo
ideologismo y avanzar a toda marcha hacia el “orden espontáneo” proclamado por Friedrich
Hayek y otros economistas de la escuela austriaca. Esa creencia no corresponde a la realidad.

60
Sebastián Burr

El modelo de libre mercado que hoy se impone en nuestro hemisferio, y progresivamente en


el hemisferio oriental, está lejos de ser plenamente libre, pues tanto en la teoría como en su
operatoria opone barreras que marginan de una auténtica libertad económica a las grandes
mayorías de la población, si entendemos como uno de los elementos centrales de la economía
la información permanente y vivamente actualizada para todas las personas. Por ejemplo, en
nuestro país, la actual alianza liberal-socialista ha instaurado un modelo económico que está
dando protagonismo sólo a los grandes empresarios. El resto de los agentes del mercado, me-
dianos, pequeños y microempresarios, asalariados, etc., al menos en Chile, son víctimas de un
sistema salarial infraproductivo y de inamovilidad laboral, derivado de leyes ideologizadas,
como por ejemplo el régimen de indemnizaciones por años de servicios, que no se sabe qué
indemniza, y que puede llegar a entregar hasta 2,8 años sabáticos a un solo trabajador. Este
insano entramado de inamovilidad indirecta es completamente antiético, y provoca conductas
empresariales y salarios también antiéticos.
Es un error manejar un país bajo el concepto de equidad84 o de Estado Benefactor per se,
pues tal modelo genera una cultura de dependencia, y ese tipo de cultura no sólo no desarrolla
intelectualmente a los ciudadanos, sino que además trae asociado el síndrome del analfabe-
tismo funcional. Las propuestas redistributivas han fracasado en Chile, al extremo de que la
distribución del ingreso en los últimos 14 años ha caído en un 10% en perjuicio de los más
pobres85, siendo que la carga tributaria ha crecido a niveles nunca vistos y la inversión social
ha aumentado en un 300%, incluido el año 2006.
Quitarles a unos en beneficio de otros puede ser válido para implementar un excepcio-
nal plan de emergencia, o para abordar un proyecto de renovación humana y social, pero de
ninguna manera constituye una solución económica permanente, toda vez que el statu quo no
cambia; ese dinero simplemente no produce rentabilidad alguna. Lo peor es que se gasta no
menos de un 50% de esa inversión en el manejo burocrático de los mismos planes de asistencia.
Se ha demostrado que la redistribución del ingreso practicada por las izquierdas, el “cho-
rreo económico” del liberalismo y el sistema de “prima salarial”, por buenos que lleguen a ser,
no satisfacen el requerimiento moral de la persona humana ni promueven la ética social ni el
profesionalismo de los trabajadores.
El caso irlandés es muy aleccionador. Su economía y su ingreso per cápita se han mul-
tiplicado por 5 en los últimos 14 años, y la cesantía cayó de un 14% a un 4%. Sin embargo,
sus índices humanos y sociales han sufrido un severo deterioro (aumento de los suicidios y
patologías mentales, desigualdad socioeconómica, consumismo86, drogadicción, alcoholismo,
etc.). Lo que demuestra que una buena economía es sólo un paso intermedio para acceder a
mayores rangos de progreso real y felicidad, y que lo que de verdad se requiere es el ejercicio
protagónico y en primera persona de todos los valores, pues los asuntos humanos rebasan las
cuestiones de índole material.

84 Equidad. Ajuste forzado y permanente de desigualdades que se suponen irremontables. Se aplica en situaciones de indigen-
cia o de catástrofe nacional. La equidad vulnera el principio de justicia y de igualdad ante la ley.
85 El 20% de la población (los más ricos) se lleva el 62% de la riqueza, y el 20% más pobre sólo se lleva el 3%. El 60% de la
sociedad se distribuye el 35% restante. En el primer caso ese ingreso asciende a 3,2% per cápita. En el caso de la extrema
pobreza, el ingreso per cápita desciende a un 0,16%, y en el caso intermedio, asciende a un 0,58%. Todo esto emana de otra
desigualdad: el 28,7% del 5% más pobre de la población está cesante. Y entre los jóvenes de 15 a 24 años del quintil más
pobre la cesantía alcanza al 43%, que es la situación más dolorosa que le puede ocurrir a un joven, pues mata todo idealismo y
vocación al comienzo de su vida adulta. En el ámbito empresarial, nos encontramos con una brutal concentración de la riqueza:
el 1% de las empresas facturan el 80% de las ventas; el 99% restante facturan el 16,7%. (La Segunda y La Tercera; semana del
18 de octubre de 2005). Todo esto gracias a políticas gubernamentales contra el trabajo, las Pymes y la microeconomía.
86 El consumismo es una patología modernista que “suple” la felicidad interior con el consumo compulsivo de productos.
Confunde los medios con los fines.

61
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Pobreza en el mundo y en Chile

Las nuevas estimaciones de los Indicadores de Desarrollo Mundial entregadas en abril del
2007 revelan que el número de personas que viven con menos de un dólar al día alcanza en
el mundo a 985 millones. Y si se considera un ingreso diario superior a un dólar hasta el tope
de dos dólares, la cifra sube a 2.600 millones de personas (173 veces la población de Chile).
Los indigentes chilenos perciben en promedio 45 dólares mensuales (1,5 dólares dia-
rios). Y esto gracias al favorable tipo de cambio que hemos tenido en el último tiempo.
Si se considera un dólar a 650 pesos, como estaba hace un tiempo atrás, ese ingreso cae
aproximadamente a 1,2 dólares diarios, cifra apenas superior al ingreso de los pobres en
países africanos. Chile se ubica dentro de los 12 países con peor distribución del ingreso
en el mundo, junto con Lesotho, Namibia, República Centroafricana, Brasil y Colombia.
Los factores que determinan la pobreza real son múltiples e interactuantes, y se potencian
unos a otros. Concurren factores familiares, educacionales y productivo-laborales, a los que
se suman erróneas políticas de crecimiento micro y macroeconómicas y una deficiente aplica-
ción de los planes de ayuda social. Por cada 100 pesos que se asignan a la pobreza, al pobre
sólo le llegan 50. Una parte del resto se gasta en administrar los recursos, y otra parte se la
lleva el aprovechamiento ilícito.
La encuesta Casen, elaborada por el Mideplan en el año 2006, concluye que en Chile
tenemos 2,2 millones de pobres87. Y que la brecha en la distribución del ingreso entre el 20%
de ciudadanos más ricos y el 20% más pobres es la misma que teníamos en 1992. Es decir,
el 20% más rico percibe 13,1 veces más ingresos que el 20% más pobre. Sin embargo, este
último aspecto me parece menos relevante que el de la pobreza dura, pues, a diferencia de ese
tipo de pobreza, es una cuestión relativa. Si por ejemplo el 20% más rico elevara 20 veces su
ingreso, y lo mismo hiciera el segmento más pobre, la desigualdad se mantendría en la misma
proporción, pero los más pobres alcanzarían un ingreso suficiente para vivir con dignidad. Eso
es lo importante: que todos podamos lograr un nivel económico que nos permita desarrollar-
nos al máximo posible. Que unos tengan más que otros no es un hecho que afecte a la justicia,
pues esa desigualdad puede deberse a una multiplicidad de otros factores.
La encuesta Casen fue ideada por el gobierno militar, con el objeto de detectar los bolso-
nes de pobreza y focalizar casi personalizadamente los subsidios, evitando que se otorgaran
en forma generalizada, pues en tal caso también iban a parar a los sectores más acomodados;
por ejemplo, un subsidio general al precio del agua o del gas. No fue ideada para contar po-
bres y jugar con las estadísticas.
Determinar si Chile tiene o no tiene pobres desde la perspectiva de un ingreso de 89
dólares mensuales, parece un despropósito. Pues quiere decir que quienes viven actualmente
con más de 90 dólares al mes han dejado de ser pobres; ese es el argumento implícito detrás
de tales encuestas y guarismos. Evidentemente, ese tipo de análisis estadísticos se instalan en
una óptica más virtual que real.
Un criterio realista sería medir la pobreza tomando como parámetro el crecimiento de la
autosuficiencia media de los ciudadanos más postergados, la integración social y la cultura de
lo realmente democrático. Pues salir de la pobreza implica en primer lugar ser capaz de per-
manecer fuera de ella, y no obtener un mayor ingreso transitorio porque el Estado otorgue, por
ejemplo, un subsidio de 10 dólares, y ese insignificante ingreso adicional permita superar la lla-
mada “línea de la pobreza”. La autosuficiencia profesional, social y económica no se desarrolla

87 La encuesta Casen estima que la pobreza urbana y rural están determinadas por un ingreso inferior a 89 y 60 dólares mensuales
respectivamente. La indigencia urbana y rural están determinadas por un ingreso inferior a 45 y 35 dólares respectivamente.

62
Sebastián Burr

mediante subsidios que entregue el Estado. Se expande a partir de un incremento de la capacidad


de pensar y ejecutar acciones eficientes. Más aún: si el país estuviera lleno de oportunidades,
pero la gente pobre no hubiera desarrollado su autosuficiencia, no podría aprovechar ninguna.
Una vez más las aprovecharían los segmentos mejor preparados intelectualmente, de modo que
la brecha en la distribución de la riqueza no se reduciría. La autosuficiencia se obtiene con mejo-
res familias, mejor educación y una amplia gama de oportunidades en el ámbito del trabajo, que
se van generando a partir de políticas micro y macroeconómicas bien conducidas. El viejo afo-
rismo de que al pobre hay que enseñarle a pescar y no regalarle el pescado es plenamente válido.

El espejismo estadístico de la encuesta Casen

En el debate sobre la disminución de la pobreza y la indigencia que generó la encuesta Ca-


sen dada a conocer en el 2007, el gobierno dijo que sus niveles se redujeron gracias a exi-
tosas iniciativas sociales, entre otras, el programa Puente, la mayor cobertura educacional,
los programas Fosis, etc.
Sin embargo, como los niveles de pobreza se miden según parámetros de ingresos y no
de aumento de la autosuficiencia humana o de la productividad, es difícil establecer hasta qué
punto es real dicha disminución, o si corresponde a un mero espejismo estadístico.

DIAGNóSTICO SOBRE EL MEDIO AMBIENTE

Como ocurre con todas las grandes crisis del mundo contemporáneo, el proceso de descom-
posición ecológica o de quiebre entre el hombre y la naturaleza comenzó también con un
proyecto filosófico: el de Francis Bacon (1561-1626).
En su libro Novum Organon, Bacon se manifiesta decepcionado por los “escasos” avan-
ces logrados hasta entonces por la ciencia, y los contrasta con los que han tenido lugar en el
ámbito tecnológico:
“Las ciencias están casi donde estaban, y permanecen en la misma condición, sin reci-
bir un incremento notable… Mientras que en las artes mecánicas, que están fundadas en la
naturaleza, y a la luz de la experiencia, vemos que ocurre todo lo contrario… porque ellas…
están continuamente progresando y creciendo, como si tuvieran en ellas un hálito de vida”.
Luego señala a qué se debe esa diferencia entre los resultados científicos y los tecnológicos:
“Difieren en muchos aspectos, pero especialmente en esto: el primero (el método cientí-
fico tradicional, basado en la simple observación de la naturaleza) contiene únicamente la va-
riedad de las especies naturales, y no contiene experimentos de las artes mecánicas. Porque
incluso, como en los asuntos de la vida, la disposición de un hombre y los funcionamientos
secretos de su mente y de sus afectos son mejor puestos al descubierto cuando él esta en
problemas, asimismo los secretos de la naturaleza se revelan más rápidamente bajo los vejá-
menes del arte que cuando siguen su propio curso”.
A partir de esa clave, extraída de la misma metodología aplicada en el pasado para lograr
los avances tecnológicos, Bacon proclamó que el fin de la investigación científica no era sólo
conocer la naturaleza, sino sobre todo dominarla, y que sólo así podría convertirse en un instru-
mento idóneo para servir a los intereses pragmáticos del hombre. Para lograr ese dominio, había
que intervenirla crudamente, y arrancarle a la fuerza sus secretos, es decir, extremar al máximo el

63
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“vejamen” humano a los fenómenos naturales. “Violar a la naturaleza”, ésa es la consigna nuclear
de Bacon respecto del avance científico y tecnológico. ¿Imaginó acaso los desastrosos efectos
que siglos después provocaría su convocatoria, que constituyó una incitación implícita a la sepa-
ración del hombre del mundo natural y al saqueo de la naturaleza casi sin contrapesos morales?
Pero el pensador inglés no se limitó a proponer ese nuevo objetivo; también urdió la
manera en que podía alcanzarse: el método experimental inductivo, que consiste en someter
los fenómenos físicos a “acosos artificiales”, programados y controlados por el investigador,
para obligarlos a “confesar” dinamismos ocultos que jamás revelarían por su simple com-
portamiento natural, y luego extraer inductivamente conclusiones generales de los resultados
particulares, que irían configurando un nuevo cuadro de las leyes de la naturaleza, nunca antes
conocido. Con eso trazó las primeras líneas del empirismo, y puso en marcha el modelo actual
de progreso científico-tecnológico88, exclusivamente materialista, en el cual se basa gran parte
de la cultura de Occidente.
El método experimental de Bacon detonó el “despegue” de la investigación científico-
tecnologica, y sus incesantes avances hasta el día de hoy. Fue sin duda un colosal aporte
de la inventiva humana a las generaciones posteriores. Sin embargo, al generar los éxitos
utilitarios que deslumbraban día a día a las conciencias de Occidente, fue “confiscado” por
el empirismo, y usado para arrinconar progresivamente al realismo filosófico, que emanaba
de un orden superior y que integraba la idea de Dios, al hombre, la naturaleza, la verdad y
el bien, haciendo del mundo natural un obsequio que la humanidad debía transformar en un
hábitat cada día más amistoso.
Y una vez que fragmentó la unidad cultural de Occidente, el empirismo se consolidó como
un modelo cultural masivo. La naturaleza pasó a ser un ente desconectado de la condición es-
piritual del ser humano, de sus sentimientos y anhelos, y adquirió un carácter exclusivamente
material, sólo apto para la explotación industrial y el consumo. Así el hombre rompió su vín-
culo moral con el medio ambiente, y entró en la espiral del uso y abuso indiscriminado de los
recursos naturales, proceso que culminó en la instauración de la actual sociedad de consumo.
Usando el método experimental para sus propios designios amorales, el empirismo se
ha constituido en un bárbaro “interventor” de la naturaleza, y ha marcado uno de los hitos
más aciagos del modernismo. Es indiscutible que esa aplicación ha obtenido extraordina-
rios logros y avances tecnológicos, pero eso ha sido a costa de grandes estragos medioam-
bientales, y peor aún, de una grave fractura y dispersión de la moral humana, respecto del
orden natural, del orden sociopolítico y del sentido de la vida, incluida la idea de Dios y de
un orden superior.
Considero necesario hacer en este momento una aclaración fundamental. Esta propuesta
no pretende de ninguna manera descalificar los avances tecnológicos. Pero sí quiere señalar
que la tecnología debe entrar en la cadena del desarrollo moral y complementarlo, a fin de que
no impida sino que contribuya a la expansión integral del ser humano.
El modelo experimental-matemático detonó en el siglo XVIII la Revolución Industrial,
que hizo proliferar tecnologías y empresas de gran capacidad productiva de bienes y servi-
cios, en serie y a precios nunca vistos. Desaparecieron los artesanos y la sociedad agraria
de medieros que constituían las Pymes del Medioevo, y surgieron las megaciudades, a las
cuales se trasladaban poblaciones enteras de campesinos, migración que dio origen a la
actual sociedad salarial. Luego entraron en escena el sistema financiero, la industria de la
publicidad y del marketing, la cultura del consumo, y más tarde la industria de los seguros.

88 La filosofía denomina cientificismo a la exacerbación o ideologización del conocimiento científico-tecnológico, al extremo


de considerarlo el único conocimiento válido de la realidad.

64
Sebastián Burr

Hoy todos esos sistemas se retroalimentan entre sí, y constituyen “máquinas” movidas por
el mismo “combustible” ideológico: progreso material permanente, consumo ilimitado, de-
sarrollo tecnológico creciente, seguridad a todo trance, luchas sociales por pleno empleo y
por ingresos altos y estables, etc. Dicho designio avanza a velocidad cada vez más vertigi-
nosa, prácticamente sin poder parar, exacerbando el exitismo, el deseo erótico, la belleza
del cuerpo y los placeres de los sentidos, y asociando todo ello al consumismo incitado de
mil maneras, cuya “necesidad” es inyectada directamente a cada hogar mediante la TV y
gigantografías publicitarias en calles y carreteras. Así el “progreso” requiere crecientes can-
tidades de materias primas, y en consecuencia expolia a la naturaleza, mientras sus excesos
polucionan el medio ambiente.
La teoría evolucionista de Charles Darwin (1809—1882) (darwinismo social) exacerbó
esa materialización. En su obra La descendencia humana y la selección natural (1871), dicta-
minó que el desarrollo humano y social se ajusta igualmente a un patrón físico de evolución
gradual y espontánea por selección natural. Es decir, que las personas y los grupos sociales,
así como los animales y las plantas, compiten por la supervivencia a partir de un mecanicismo
instalado en la naturaleza, en virtud del cual la selección natural es resultado de la “ley del
más fuerte”, sin ninguna consideración moral.
Esa visión anómala se traspasó a la cultura, y sobre todo al liberalismo, induciendo a mu-
chos a rechazar la intervención de los gobiernos en los asuntos relacionados con la competencia
entre las personas, y a declararse partidarios del laissez faire como norma política y económica.
Años antes, el sociólogo inglés Herbert Spencer, en su obra La estática social (1851),
había formulado ya el principio de la supervivencia de los más aptos, afirmando que a través
de la competencia la sociedad evolucionaría hacia la prosperidad y las libertades individuales.
Dicha hipótesis permitió clasificar a los grupos sociales según su capacidad para dominar la
naturaleza, de tal manera que las personas que alcanzaban riqueza y poder eran consideradas
las más aptas, y reimpulsó la intervención masiva de la naturaleza, entendida exclusivamente
como un “yacimiento” explotable de recursos naturales. Luego fue utilizada como base del
racismo y de las diferencias sociales, y también del liberalismo económico degenerado en
economicismo. De hecho, Hitler la usó para sus propósitos eugenésicos y para respaldar su
dogma de la “raza aria superior”.
Este tortuoso proceso filosófico-materialista logró romper y suplantar la cadena moral
del hombre; separó hombre, sociedad, naturaleza y realidad en compartimentos estancos,
regidos por la lógica mecanicista y economicista. Así la naturaleza pudo ser despiadadamen-
te explotada, sin mayores cuestionamientos éticos, pues ya había dejado de ser parte de la
“ecología” moral y natural del hombre. De hecho, la moral no es otra cosa que una suerte de
ecología de la conducta humana.

La crisis medioambiental

La crisis medioambiental que hoy sufrimos no es más que el resultado lógico de esa trayec-
toria iniciada hace más de cuatro siglos. Las filosofías materialistas, la revolución industrial
y sus derivados: el taylorismo, el economicismo, el socialismo cientificista y tecnocrático, el
agnosticismo, el exitismo, etc., entraron en una carrera antinatura y sin contenciones morales,
cuyas víctimas han sido la naturaleza y el orden social, pues la primera ha sido objeto de una
fuerte depredación, y el segundo de todo tipo de ingenierías colectivistas que lo están condu-
ciendo lentamente a un gran colapso emocional.

65
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En su documental “Una verdad inconveniente”, Al Gore, vicepresidente de EE.UU. du-


rante la presidencia de Bill Clinton, introduce al respecto la siguiente frase: “Its difficult to
get a man to understand something when his salary depends on not understanding it”. Yo le
haría a dicha frase un “pequeño” agregado: “Es difícil hacer entender algo a una persona
cuando su salario (sus ganancias y/o poder político) depende de que no lo entienda”. Porque
el problema no es de algunos, sino de todos: del sistema productivo-financiero, de la clase
política, y de todos los consumidores y trabajadores del planeta. Incluso el mismo Gore debe
estar dentro del 1% de la población más contaminante del mundo, ya que usa un jet privado
para viajar por el mundo y posee una casa de más 900 mts2, cuyo consumo eléctrico es de
191.000 kilovatios anuales, mientras que un ciudadano medio del mismo estado de Tennessee
en que vive Gore sólo gasta 15.600 kilovatios anuales, es decir, 12 veces menos89.
El documental de Gore entrega varios antecedentes climáticos que demostrarían que el
calentamiento global (efecto invernadero) por emisiones de dióxido de carbono que estaría
sufriendo el planeta, es producto de la “máquina” industrial y de consumo montada sobre todo
en los países de más alto desarrollo y con gigantescos intereses económicos. Según Gore, si
no se detiene ese proceso, en 30 o 40 años más el mundo estará bajo severo riesgo, pues el
aumento de las temperaturas hará incluso escasear el agua, debido al deshielo de vastas zonas
de glaciares que alimentan ríos, napas y lagos.
Los diez años más calientes de la historia de los cuales existen registros tuvieron lugar
entre 1992 y el 2006. Y el que registró la más alta temperatura fue el año 2005. Si el mundo
desarrollado90 no reduce la emisión de CO291 (gases de efecto invernadero) en los próxi-
mos 40 años, la temperatura terrestre podría subir entre dos y cuatro grados, y provocar el
desplazamiento de más de 200 millones de personas por el aumento del nivel del mar, las
inundaciones y las sequías. Además, podría contraer la economía mundial hasta en un 20%
en las próximas cuatro décadas.
El derretimiento de los glaciares provoca huracanes y tormentas tropicales cuya fuerza y
magnitud tienen pocos precedentes. En el Ártico y en la Antártica, los hielos retroceden año
tras año. De continuar este fenómeno, vastas zonas situadas a nivel del mar estarían pronto bajo
el agua, y los millones de personas que las habitan buscarían refugio en zonas más elevadas.
Según la Nasa, entre el invierno del 2005 y el del 2007, desapareció el hielo perenne de
un área del Ártico que equivale a la superficie de Texas y California juntas. Este es el período
que ha presentado ahí menos hielo desde las primeras mediciones. Entre las décadas del 70 y
el 90, el Ártico perdió 500 mil km2-hielo cada 10 años. Desde el 2000, esa disminución se ha
triplicado, al punto que se están cuestionando los modelos de predicción de deshielos, pues han
adquirido un aceleramiento sustancialmente mayor al que se presuponía sólo dos años atrás.
Los milenarios hielos del glaciar San Rafael, ubicado en Campos de Hielo Norte, 82 kms.
al sur de Aysén, han retrocedido 10 kms. en los últimos 100 años, y han perdido 149 kms2. En la
cordillera chilena existen alrededor de 1.800 glaciares que en mayor o menor medida han expe-
rimentado reducciones en su extensión, o han visto adelgazada notablemente su capa de hielo.
En septiembre del 2000, la expansión del agujero de la capa de ozono sobre el continente
antártico alcanzó a 28 millones de kms2. En el mismo mes del 2004, aumentó a 29,5 millones de
kms2, equivalentes a la suma de las superficies territoriales de Canadá, Estados Unidos y México.

89 Agencia de noticias AP, diario El Mercurio del 1° de marzo del 2007.


90 Según el informe Stern, publicado en octubre del 2006, EE.UU. emite el 39,4% del CO2 del planeta; Rusia, el 5,9%; Japón,
el 4,9%; Alemania, el 3,2%; Canadá, el 2,3%; y el resto del mundo, el 31,9%.
91 La emisión mundial de CO2 en partes por millón (ppm) fue de 280 ppm en el año 1850. En el año 2006 fue de 430 ppm, y
en el año 2035 se espera que el mundo emita 550 ppm al actual ritmo.

66
Sebastián Burr

La reducción del ozono sobre la Antártica alcanza en promedio 1.000 unidades, y en Punta
Arenas se han detectado hasta 300 unidades, siendo que el límite de riesgo es de 220. Y su des-
trucción ha batido otra marca histórica: 40 millones de toneladas, mientras que en el 2000 fue de
39 millones de toneladas. Lo normal desde que se registra este fenómeno es que el nivel destruc-
tivo oscile entre 25 y 30 millones de toneladas. La capa de ozono se ubica entre 15 mil y 35 mil
metros de altura, en la estratósfera, y su debilitamiento se atribuye a la acción del hombre por
el uso masivo de gases y aerosoles, y a los cambios climáticos globales ocurridos en el planeta.
Los huracanes de categoría 4 y 5 se han duplicado en los últimos 30 años. El flujo de
agua de los glaciares de Groenlandia ha aumentado también al doble en los últimos 10 años.
Y se calcula que a partir del año 2020, los hielos del Océano Ártico se derretirán por completo
durante los veranos.
El informe emitido el 2 de febrero del 2007 por el Panel Intergubernamental del Cambio
Climático, que componen tres mil expertos (IPCC, por sus siglas en inglés), es menos categórico
que Gore, pero considera “muy probable” (“very likely”) —una probabilidad del 90%— que la
actividad humana sea la causante del calentamiento global que está sufriendo el planeta, y que
puede oscilar entre +1° y +4° de temperatura de aquí al año 2100. Esa estimación del 90% deja un
flanco abierto para dudar respecto a la verdadera causa de este fenómeno planetario, porque cabe
también suponer que corresponda a ciclos naturales y que esté afectando a todo el sistema solar.
En Chile, la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA) presentó el 22 de
febrero del 2007 un estudio denominado “Variabilidad climática en el territorio chileno en el
siglo XXI”, realizado por el Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile, apoyado
en el software de mediciones meteorológicas Precis. Ese estudio predice que de aquí al año
2100 habrá en nuestro país alzas de temperatura de entre +1° y +4°, disminuirán las lluvias en
las zonas agrícolas del centro y del sur, y se registrarán oscilaciones más extremas en la zona
norte. Además, la reducción de las lluvias en la zona central provocará un avance del desierto
hacia dicha zona. El 90% de los glaciares que existen en la cordillera de los Andes disminui-
rán su volumen, y el nivel del mar subirá anualmente 0,3 cms., lo que repercutirá en las zonas
costeras, especialmente en Valdivia.

Informes que no avalan la responsabilidad humana

Ahora bien, contra esos informes está el estudio de la NASA sobre el clima marciano, que no
confirmaría la teoría de que el calentamiento global es producido por el hombre, sino que se de-
bería al incremento de la radiación solar, que tiene influencia decisiva en dicho calentamiento92.

92 Científicos de Estados Unidos han descubierto que Marte también experimenta un cambio climático que se refleja en el au-
mento de sus temperaturas medias y tiene su origen en las variaciones en la luz solar que llega a su superficie. Los resultados
de la investigación, que recoge la revista científica Nature de la semana del 4 de abril de 2007, cifran en 0,65 grados centí-
grados anuales el aumento en las temperaturas medias de Marte desde la década de los 70 hasta los años 90 del pasado siglo.
Según el estudio, el recalentamiento del planeta ha contribuido además a la “rápida” y “acusada” disminución de la capa de
hielo del polo sur de Marte observada en los últimos cuatro años. El informe explica cómo las variaciones de los rayos del
sol en la superficie del planeta rojo están relacionadas con el mayor movimiento de las partículas de polvo en el aire y el
incremento de la circulación del viento que Marte experimenta, lo que, a su vez, propicia el aumento de las temperaturas.
Hasta ahora sólo se había atribuido a las radiaciones solares el mayor movimiento del polvo marciano, pero no el aumento
de la circulación de los vientos ni su efecto en las temperaturas del planeta. Además, los cambios en la cantidad de radiación
solar que incide sobre la superficie de Marte y que ésta refleja, relación que en términos científicos se conoce como albedo,
refuerzan los vientos que generan el cambio climático. Los científicos estadounidenses, entre los que se encuentra Robert M.
Haberle de la NASA, describen cómo en las últimas tres décadas se ha producido un aumento de la circulación del viento
en las áreas más oscuras de Marte, mientras que se ha reducido en las áreas más luminosas del planeta. El informe concluye
que los cambios en el albedo pueden dar lugar a nuevos fenómenos climáticos en el planeta rojo, y sugiere que en el futuro
se consideren los cambios en las radiaciones solares en Marte a la hora de investigar su atmósfera y el clima de la Tierra.

67
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Respecto al mismo fenómeno, Habubulo Abdusamatov, responsable de investigaciones


espaciales en el observatorio astronómico Pulkovo, de la Academia de Ciencias Rusas, afir-
ma que la intensidad de la radiación solar alcanzó en la década pasada su máximo histórico
de los últimos seis siglos, y aunque ha entrado ya en una curva descendente, todavía presen-
ciamos el efecto del ‘sartén caliente’, que sigue desprendiendo calor después de apagado el
fuego. Esta conclusión, agrega el científico ruso, está confirmada por un estudio de la NASA,
que registró un calentamiento global del clima marciano casi en las mismas fechas que en la
tierra, en el período 1999-2005.
Un tercer informe, emanado de la Agencia Espacial Europea (ESA), después de cono-
cerse los resultados entregados por la sonda espacial Express, enviada a circundar el planeta
Venus, señala lo siguiente: “Un fuerte efecto invernadero, análogo al de la Tierra, eleva la
temperatura de la atmósfera venusiana hasta niveles que evaporaron todo vestigio de agua
que pudiese haber habido en otros tiempos sobre su superficie”. Con sus 12.100 kilómetros
de diámetro y su peso y fuerza gravitatoria, Venus es muy similar a la Tierra. Pero su atmósfe-
ra está compuesta en hasta un 96,5% de dióxido de carbono (CO2), con algo de nitrógeno. El
CO2 impide la dispersión hacia el espacio del calor que producen los rayos solares, y genera
un fuerte aumento de la temperatura, favorecido también por la presión atmosférica, cien
veces mayor que la de la Tierra. “En Venus hay un efecto invernadero global similar al de la
Tierra”, declaró David Greenspoon, uno de los científicos interdisciplinarios del proyecto.
Está por último el llamado “Climagate”. Uno de los centros de estudio del cambio climá-
tico más importantes del mundo, perteneciente a la Universidad de East Anglia (Inglaterra),
fue hackeado. Le extrajeron más de tres mil E-mails de la computadora de su director, y
algunos de esos archivos sugieren que prestigiosos científicos distorsionaron los datos para
magnificar la amenaza del calentamiento global. Esos datos se usaron para elaborar el infor-
me IPCC del año 2007, base del análisis que se hace a nivel global del problema climático, y
muchos de ellos fueron incluidos también en el documental “Una verdad inconveniente” de
Al Gore, por el cual se le otorgó un Oscar, y además el Premio Nobel de la Paz.
Volviendo a Gore, su planteamiento es más político que técnico, lo que justifica hacerle
una extensa crítica, pues adolece de una serie de perspectivas erróneas, no obstante el objetivo
deterioro ecológico del planeta. A diferencia de lo que ocurre con las leyes gravitacionales del
universo, no existe una teoría matemática del clima; son infinitos los factores que concurren a
su configuración: físicos, contingentes, e incluso planetarios. En otras palabras, no se pueden
predecir los ciclos climáticos con exactitud, y por lo tanto se desconoce lo que constituye
el clima normal. Así, es un poco arbitrario hacer responsable directo al hombre del cambio
climático, porque el clima ha variado siempre de muchas maneras, y lo seguirá haciendo,
independientemente del comportamiento humano. Los 150.000 millones de dólares que se
proponen para realizar los acuerdos de Kioto apenas alterarán los niveles de CO2, cuya mayor
parte, por lo demás, se dice que proviene del mar.
Parecería más razonable destinar esa inversión a amistar al hombre con la naturaleza y a
introducirla dentro de la cadena moral humana, pues sólo la ética puede hacer de cada persona
un “guardián” ecológico permanente.
El planteamiento de Gore omite decir que no existe proceso alguno que no contamine,
por ínfimo que sea. El uso de energía eléctrica, la producción y uso de automóviles híbridos,
de alimentos y de vestuario, la construcción de viviendas, incluso mínimas, los servicios de
salud, el manejo de un gobierno, el transporte en todas sus formas, la fabricación de medica-
mentos, las operaciones quirúrgicas, la fabricación de paneles solares, plantas desalinizadoras
o parques eólicos, etc., y hasta la producción misma del documental de Al Gore, generan en

68
Sebastián Burr

mayor o menor grado contaminación. De manera que dicho documento fílmico se revela ten-
dencioso, lo que permite sospechar que el problema ha sido exagerado y manipulado dentro
del clásico contexto de lucha de poder entre liberalismo economicista y socialismo, este últi-
mo en su versión ecologista o de la ecología profunda.
Si este tema no se maneja con extrema cautela, pueden aparecer en corto plazo posiciones
partidistas que postulen gobiernos medioambientalistas de corte totalitario, y que saturen a
la sociedad civil de impuestos “verdes” y hagan imposible cualquier tipo de emprendimiento
productivo. ¿Quién será el personaje que posea la capacidad de determinar los límites exactos
de la contaminación, considerando cada caso y cada circunstancia, y de tal manera que el ser
humano conserve los ámbitos de su libertad? ¿No será mejor buscar una solución de carácter
moral dentro de un contexto de ética social?
En dicho documental se dicen verdades a medias, y otras verdades “inconvenientes”
simplemente se esconden.
Es alarmista, pues entrega antecedentes catastróficos que hacen creer que el problema es
poco menos que irreversible, o que su responsabilidad es enteramente humana. Ni siquiera
menciona la posibilidad de que algunos cambios climáticos puedan corresponder a ciclos
naturales, como lo revelan los informes emitidos por la Nasa, la ESA y la Academia de Cien-
cias Rusa. Ese carácter alarmista es particularmente grave, porque puede hacer equivocar el
camino para encontrar la solución.
Y está fuera de foco, porque la humanidad no debe contaminar per se, no porque se haya
descubierto de pronto que el planeta se está calentando. Hay que insertar el medio ambiente
en la cadena “ecológica” moral del hombre, y no sólo reaccionar ante sus “respuestas” na-
turales a la agresión humana, en caso de que sea así. Entendiendo que hombre y naturaleza
conforman una sola trama, lo que queda absolutamente demostrado si se compara el ADN de
todos y cada uno de los seres vivos, incluyendo la flora.
Por ejemplo, Gore no dice que la capa de ozono se ha estado regenerando desde hace al-
gunos años. Las mediciones del satélite Aura de la NASA (hasta principios del 2008) revelaron
que, en una región del este de la Antártica, la profundidad de la capa de ozono aumento os-
tensiblemente a comienzos de octubre del 2006. Tampoco dice que las cifras de calentamiento
entregadas en el último decenio han sido bastante más bajas que las que vaticinaron los grandes
expertos. A fines de los años setenta, los científicos de la ONU auguraban que se venía una
nueva era glaciar, y que habría hambrunas masivas en la India. Y ocurrió todo lo contrario: el
mundo se calentó, y ahora la India exporta alimentos. También en el año 1971 hubo alarma
mundial sobre las reservas petroleras, y se pronosticó que, por la sobrepoblación del mundo,
habría hambrunas generalizadas, predicción que tampoco se cumplió. Siempre el mercado tie-
ne algo que decir en materia de regulaciones, pues el precio del petróleo subió ostensiblemente,
y gracias a eso, el mundo se ha estado abriendo rápidamente a la energía eólica y solar, al bio-
diesel, y a estudiar la posibilidad del uso extendido de la energía nuclear.
Gore tampoco menciona en su documental que el ritmo de derretimiento de los glaciares
se ha mantenido parejo en los últimos 100 años. Los intensos calores que afectaron a Europa
en el verano del 2003 fueron causados por una presión atmosférica anómala; no tenían rela-
ción alguna con el calentamiento global. De hecho, mediciones satelitales revelan que el año
2005 no fue el más caliente, sino el año 1998, y que desde el 2001 la temperatura se ha man-
tenido estable. Respecto a las inundaciones en Europa central, hay antecedentes de inunda-
ciones muchísimo más graves en los años 1021, 1022 y 1023, época en la que llovió años casi
completos sin parar. Por lo tanto, no todas las actuales inundaciones tienen necesariamente un
nexo causal con el calentamiento global.

69
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Por otra parte, Gore menciona desapariciones de varias especies de insectos, sin conside-
rar que la evolución provoca un reciclamiento natural y permanente de las especies. Investi-
gaciones hechas por Julian Simon dan cuenta de la desaparición de más de 1.000 especies en
los últimos 1.000 años, de manera que ese fenómeno podría tener su ciclo propio, y no una
relación efecto-causa con el calentamiento global. (Libro de Bjorn Lomborg: The skeptical
Environmentalist, p. 250).
Respecto al derretimiento de los hielos antárticos, también se omite parte de la verdad,
pues en la misma medida en que se han estado derritiendo en la costa, se han estado engro-
sando en el casquete central. El Dr. Wibjörn Karlén, Professor de la Physical Geography and
Quaternary Geology of Stockholm University, lo avala diciendo lo siguiente: “Some small
areas in the Antartic Peninsula have broken up recently, just like it has done back in time.
The temperature on this part of Antartica has increased recently, probably because of a small
change in the position of the low pressure systems”.
Algo similar ocurre en Groenlandia, que tenía temperaturas más altas entre 1929 y 1930
que las que tiene hoy. Gore tampoco menciona que el 30% del CO2 del planeta es producido
por millones de seres humanos que todavía cocinan con leña en grandes regiones de Asia y
Africa, y eso no tiene nada que ver con la industrialización y los aerosoles. Si se les suminis-
trara energía de otro tipo, el CO2 se vería reducido drásticamente, y además se preservaría
parte importante de la flora.
Gore asegura que el deshielo del Ártico “causará una subida del nivel del mar de siete
metros”. El IPCC (organismo de Naciones Unidas) desmiente esa teoría, y la considera “una
exageración”. Las previsiones del IPCC “auguran que el nivel subirá no los siete metros que
dice Gore, sino entre 18 y 59 centímetros”. Además, la Antártica no se va a derretir; más bien
se piensa que puede cambiar su relación extensión/espesor, es decir, menos zonas heladas,
pero más grosor de los hielos o concentración de nieve en el centro del casquete polar93. Gore
sugiere también que el deshielo de Groenlandia hará que se detenga la corriente del Atlántico
que trae agua caliente de los mares del Sur, y provocará una glaciación en Europa. Los cien-
tíficos del IPCC están 90 por ciento seguros de que eso no pasará.
Gore sostiene que “la gripe aviar, la tuberculosis y la SARS están causadas por el calen-
tamiento global”. El IPCC no consideró ninguna de esas aseveraciones.
Por último, Al Gore presenta el problema bajo la dicotomía clásica de izquierda y dere-
cha, de blanco y negro, de si se depreda o no se depreda, cuando el dilema real no se plantea
en esos términos. Es ineludible que la actividad humana genere contaminación; desde luego,
el cuerpo humano ya lo hace. Y es erróneo y tendencioso plantear la crisis ecológica como si
de un lado estuvieran los malos (los agentes industriales) y del otro los buenos (la izquierda
asociada a la defensa del planeta), cuando es precisamente la izquierda la que muestra el peor
historial en materia de conservación del medio ambiente.
Nada dice del informe emitido por el Banco Mundial, que señala que 16 de las 20
ciudades más contaminadas del planeta son chinas, por ejemplo, Shizuishan (36 millones
de habitantes), Linden, Yangquan, Datong, que se rigen por una dictadura de izquierda, pa-
radójicamente libremercadista. (También paradójicamente, la izquierda ha andado siempre
de la mano con los ecologistas). Esas ciudades tienen tal nivel de polución medioambiental,
que respirar su “oxígeno” equivale a fumarse treinta cajetillas de cigarrillos diarias94. En-
tonces, si el problema es planetario, ¿por qué Gore soslaya al gobierno chino, que rige un
país de 1.300 millones de habitantes (23% de la población mundial), pronto a convertirse en

93 Fuente: Diario El Mercurio del 28 de marzo de 2008.


94 Fuente: Diario La Tercera, 18 de febrero de 2007.

70
Sebastián Burr

una de las tres economías más potentes del planeta? Nada dice tampoco del calamitoso estado
ambiental en que estaban los países aislados tras la Cortina de Hierro después del derrumbe del
muro de Berlín, pese a que el único productor de bienes y servicios era el mismo Estado. Los
alemanes occidentales se encontraron con que casi todas las industrias de Alemania comunista
botaban sus desechos industriales directamente a los ríos y lagos, sin ningún tipo de recicla-
miento, y esto durante décadas, desde el término de la segunda guerra mundial hasta sólo 20
años atrás. La mejor muestra de esa desidia medioambiental del totalitarismo comunista fue
la increíble negligencia con la cual se manejaba la seguridad de la planta nuclear de Cherno-
byl, que explotó el 26 de abril de 1986, matando a 300 mil personas, dejando estériles vastas
zonas agrícolas y provocando el abandono humano de varias ciudades aledañas. Lo peor es
que, cuando se produjo la explosión, no se alertó a los ciudadanos soviéticos, ni tampoco a las
poblaciones fronterizas. En resumen, Gore no dice una palabra sobre el irresponsable manejo
medioambiental que hacen los Estados socialistas cuando tienen el poder total.
En nuestro país, por ejemplo, la compañía estatal Codelco (Corporación del Cobre), ha-
biendo sobrepasado los niveles de contaminación autorizados por ley, le solicitó a su “propie-
tario”, el Estado de Chile, un decreto ley especial, que le aprobara retroactivamente el haber
contaminado con relaves más allá de los límites legales. Otro caso de incumplimiento legal
quedó al descubierto cuando la Contraloría General de la República dio a conocer el resquicio
utilizado por el Ministerio de Obras Públicas para no someter la autopista Vespucio Sur al
sistema de evaluación de impacto ambiental (SEIA), calificando el proyecto de autovía y no
de autopista, no obstante que la diferencia entre una y otra es categórica, pues la autovía tiene
los cruces a nivel y no a desnivel como la autopista. Además, la evaluación está consagrada
como garantía constitucional
De manera que el mundo debe estar vigilante: no dejarse embaucar por cualquier propuesta
ecológica, ni potenciar eventuales dictaduras medioambientales, que sólo terminarán benefician-
do a las castas gobernantes. Pero con la misma energía tiene que alcanzar un equilibrio medio-
ambiental armónico en sí mismo, y no azuzado por el eventual calentamiento del planeta. Hay
que tener presente que rebajar apenas un 2,5% del calentamiento global que se prevé para el año
2075 tendría un costo mundial cercano a los 800 mil millones de dólares anuales, sin considerar
que con dicho calentamiento hay algunas zonas geográficas que se verán perjudicadas, mientras
que otras se verán claramente beneficiadas, como es el caso de las estepas siberianas. ¿Y quién se
supone que una vez más va a pagar la cuenta? ¿Los ricos, la clase política? ¿O los más pobres?

La ecología y la moral

En su extenso documental, Gore nos dice finalmente que el problema ecológico de fondo es
moral, pero no explica cómo llega a esa conclusión ética. Si a su juicio esta crisis tiene una
raíz moral, y la moral y la ética abarcan todas las dimensiones humanas y sociales, y ade-
más están sobre la técnica, ¿por qué no entrega ni siquiera un atisbo de solución moral, con
derivaciones serias hacia lo sociopolítico, sino puras “soluciones” técnicas, más aún cuando
la técnica es la que produce casi toda la contaminación, y la moral es prácticamente la única
instancia que permite manejar prudentemente la capacidad prosecutoria e inhibitoria en las
acciones humanas? En otras palabras, no proporciona una formulación síntesis, en que la
técnica quede sometida a la ética social, y que al mismo tiempo no transgreda la libertad, el
desarrollo humano y sociopolítico, la justicia y el bien común. Nada fácil, por supuesto, pero
se trata de una perspectiva que necesariamente debe ser incorporada al debate.

71
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Gore presenta sus soluciones bajo la óptica norteamericana, con lo cual parece dar por
supuesto que la población del mundo se rige por patrones valóricos y de consumo similares
a los de la población de los EE.UU. ¿Creerá sinceramente que el problema se va a resolver,
como él propone, cambiando las ampolletas de filamento por las compactas fluorescentes
CFL, o poniendo los equipos de aire acondicionado a dos grados menos en invierno y a dos
grados más en verano, cuando ese tipo de equipos lo usa sólo un 8% de la población mundial,
o utilizando colgadores de ropa en vez de secadoras eléctricas o a gas, o andando menos en
automóvil? Las soluciones de Gore son tan tecnocráticas como las acciones que provocaron el
daño. Eso deja en evidencia que menciona la moral sólo para ennoblecer su discurso, pero no
para hacer ninguna proposición al respecto, cosa nada fácil, pues requiere integrar múltiples
dinámicas humanas y sociales que hoy están completamente dispersas, y además amparadas
por una errónea cultura filosófico-política, que tampoco Gore propone revisar.
Aunque no hubiera calentamiento global, igualmente es necesario restaurar y preservar la
ecología planetaria, porque la naturaleza y su hábitat conforman un equilibrio medioambien-
tal que permite la vida humana en las condiciones que ésta requiere.
Probablemente el lector esté confundido con el análisis anterior, pues por una parte avala
el calentamiento global, y por otra lo contradice, e incluso a veces objeta las soluciones que se
proponen al respecto. En realidad no hay nada de eso; lo que ocurre es que esta propuesta consi-
dera erróneo que el debate se centre nuevamente en la disputa entre el liberalismo económico y
el humanismo materialista del socialismo, en su variante ecologista, cuando en realidad la con-
junción liberal-socialista es la gran responsable. Esta crisis implica una problemática general de
carácter eminentemente moral, dinamismo que tanto el liberalismo como el socialismo usan en
su retórica, pero que no validan en casi ningún ámbito socipolítico y económico. Y el problema
moral de la ecología no lo va a resolver ninguno de esos dos aparentes ejes, por la naturaleza ma-
terialista y amoral de las filosofías que los sustentan. El primero es culpable de una producción
indiscriminada, que se preocupa muy poco de los cuidados que requiere el medio ambiente, y el
otro es culpable de la desintegración cultural y moral entre el hombre, la naturaleza, el bien y el
orden superior, provocado en aras de una seudodiversidad, que ni siquiera explica en qué consiste
exactamente.
Esta propuesta intenta formular una síntesis en la cual la técnica, la moral, la ética
social, la libertad, la justicia, la microeconomía, etc., queden asumidas dentro de un nuevo
modelo humano y sociopolítico, de modo que la ecología se constituya en condición armó-
nica de la existencia del hombre. Pero será una tarea extraordinariamente difícil, sobre todo
porque no existe voluntad política para hacer una revisión cultural tan a fondo, y muchísimo
menos a nivel planetario.
Como cierre de este diagnóstico, considero indispensable que el lector se entere de las
ideologías95 que ya están tomando posiciones partidistas frente al problema ecológico, a fin de
que comprenda con meridiana lucidez la situación en la que está comprometido el desarrollo
humano, y cada uno pueda elegir informadamente cuáles opciones respaldará.
Por una parte, está el ecologismo (de la línea darwinista); por otra, la ecología profunda
(materialismo-natural de línea marxista); y por último, el antropocentrismo (cristianismo).
El ecologismo sostiene que todos los seres vivos, incluido el hombre, tienen una rela-
ción horizontal con la naturaleza, igualitaria y no jerárquica. No se le reconoce al género

95 Napoleón hablaba despectivamente de los ideólogos; decía de ellos: “Personas privadas del sentido de la realidad”. La
ideología expresa una reducción cerrada de una línea de pensamiento, e intenta transformar ese reduccionismo en una
visión universal de la realidad. Suele no considerar la integración y expansividad humana, social y política que la realidad
siempre demanda. Sin embargo, según Wilfredo Pareto, toda ideología apunta a la psicología humana y busca persuadir
colectivamente para dirigir la acción política, pero no contiene necesariamente dosis suficientes de verdad y certeza.

72
Sebastián Burr

humano ninguna superioridad sobre el medio ambiente, ni sobre las especies animales; por
lo tanto, no tiene ningún derecho a depredarlas. Tras esta postura se mueven sectores libe-
rales y de centro-izquierda que tratan de articular un discurso ecológico-político similar al
del Contrato Social de la voluntad general de Rousseau.
Es difícil aceptar tal proposición cuando ninguno de los seres vivos, excepto el hombre,
son sujetos de deberes, y tampoco son capaces de hacer evaluaciones morales. Es probable
que lo único que se consiga con esa propuesta sea separar más aún al hombre de la naturaleza,
y que se consoliden las típicas castas de poder político, que al no conseguir resultados de la
aplicación de sus estrategias apliquen más y más regulaciones, esta vez aprovechándose de la
coyuntura medioambiental, y se aproximen así a un nuevo tipo de totalitarismo.
La ecología profunda tampoco acepta la existencia de un orden superior, de un proyecto
inteligente de la naturaleza y del hombre. Su “fe” está puesta también en la teoría de Darwin: “El
hombre no es un ser espiritual sino material, proviene de especies animales inferiores mediante
mutación evolutiva”. Y afirma que el hombre es un recién llegado al planeta, y que sin más título
que el de poseer inteligencia se ha apropiado del mundo y ha destruido la naturaleza mediante
un progreso sin sentido. Sin duda, algo de razón tiene la ecología profunda en aquello del pro-
greso por el progreso —aunque el marxismo y el mismo “progresismo” son también agentes
instigadores de ese designio—, pero de ninguna manera en su materialismo naturalista, y menos
en su implícita sugerencia de que hay poco menos que expulsar al hombre del planeta y decretar
el fin de la historia. Menos aún la tiene al intentar “endiosar” la naturaleza y ponerla jerárquica-
mente sobre el hombre, cuando el propio mundo natural ha demostrado una ciega, permanente
e inconmensurable capacidad autodestructiva: la naturaleza eliminó el 99,9% de las especies en
el pasado, sin ninguna intervención humana96. Hace unos 245 millones de años el planeta sufrió
una hecatombe biológica, conocida a partir de constataciones fósiles; en ella desapareció el 95%
de los seres vivientes, y quedaron sólo 25 especies que tuvieron descendencia hacia adelante. Y
sólo 10 de ellas son antepasados del 98% de los vertebrados actuales (unas 40 mil especies)97.
Después, hace 65 millones de años, una nueva catástrofe ecológica asoló el planeta e hizo des-
aparecer la mayoría de las especies vivas, entre ellas los dinosaurios, que habían habitado la
tierra durante más de 200 millones de años98. Esto sin mencionar la fuerza destructiva de la
naturaleza representada por grandes terremotos, tsunamis, meteoritos y erupciones volcánicas.
La ecología profunda está apoyada por corrientes agnósticas y ortodoxas de izquierda,
que ya han acuñado términos tales como “sobrepoblación”, “plaga humana”, etc. Agregan que,
como la sociedad corrompió al hombre y lo transformó en una especie rapaz, toda su actividad
económica, sus relaciones sociales, culturales y hasta familiares (incluida la natalidad), deben
ser reguladas por un estado medioambientalista. Curiosa semejanza con la tesis de Marx99

96 F. J. Ayala, Origen y evolución del hombre. (Ed. Alianza, Universidad de Madrid).


97 C. Sagan , A. Druyan, Sombras de antepasados olvidados. (Ed. Planeta, Barcelona, 1993).
98 Sagan relata: “Tras el estallido inicial de luz y calor, una capa del polvo del impacto envolvió la Tierra durante un año o más.
Quizás la falta de luz suficiente para la fotosíntesis durante uno o dos años fue más importante que la conflagración mundial,
el descenso de la temperatura y la lluvia ácida que cayó sobre el planeta… Si apagamos las luces y eliminamos el fitoplancton
de toda la cadena alimenticia, este complejo castillo de naipes se derrumba. Algo similar ocurrió en la tierra firme”.
99 Marx (1818-1883) afirmó que la historia del hombre en sociedad no es otra cosa que la relación fundamental hombre-
naturaleza-hombre. La Historia nace y se desarrolla a partir de la primera interrelación del hombre con la naturaleza y de la
interrelación del hombre con la sociedad mediante el trabajo y los factores económicos intermedios. Esa conjunción cons-
tituye el ser intrínseco del hombre. La Historia es, por consiguiente, la historia del ser genérico hombre por el trabajo y por
las mediaciones económicas que de éste se derivan. Esto no significa que la Historia sólo “narre” el desarrollo de las fuerzas
productivas; significa solamente que esas fuerzas productivas son los hechos históricos básicos que constituyen el funda-
mento de la Historia, quedando sobreentendido que la Historia también incorpora todo lo que deriva de ellas, especialmente
todo el proceso cultural del hombre, todas sus alienaciones y todo el producto de esas alienaciones. La Historia no tiene,
pues, un fundamento diferente del resto de la realidad. Y la realidad es dialéctica, posee un devenir. Por esto el materialismo

73
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

respecto a las relaciones laborales y económicas, según la cual también deben ser controla-
das por el Estado.
Ahora bien, sostener que el hombre está corrompido es un grave error. Pues los seres
humanos que hoy viven bajo los modelos sociopolíticos instaurados por el modernismo
liberal-socialista, responden casi automáticamente a las propias limitaciones e imperativos
socioculturales que esa misma conjunción política les impone. La excesiva manipulación,
la tecnocracia, el materialismo, el relativismo y el utilitarismo en que se desenvuelven han
hecho del sistema un escenario amoral en el que muchos luchan por la mera supervivencia, y
en el que les es muy difícil lograr una comprensión integral de la realidad y discernir profunda
y claramente las opciones morales y éticas.
Ante estas dos corrientes ideológicas, que predominan en la discusión ecológica contem-
poránea, se alza una tercera, menos difundida, pero a mi juicio mucho más concordante con el
orden natural y con la condición humana: el antropocentrismo clásico. Esta visión establece que
el planeta pertenece al universo, y que el universo está regido por un orden superior determinado
por Dios. Que el hombre, dentro de la escala de los seres vivos, por tener espíritu, entendimien-
to y voluntad, es jerárquicamente superior. Pero esa superioridad lo obliga a hacer un manejo
cuidadoso y responsable de la naturaleza, reponiendo todo lo que usa, y abordar dicho uso con
fines morales, de supervivencia biológica, de desarrollo integral y de procreación de la especie.
El cristianismo rechaza la explotación depredatoria y no conservacionista del medio ambiente.
Nunca ha estado de acuerdo con el consumismo ni con aquellas tecnologías que causan más
daño que beneficios. El mandato moral del humanismo antropocéntrico es hacer un aprovecha-
miento prudente de la naturaleza, y reponer de inmediato lo que se ha extraído de ella.
La tesis del cristianismo, a diferencia de las otras dos, es unitaria y jerárquica, lo que la
convierte en la más objetiva. Se basa en la superioridad reflexivo-espiritual del hombre, en
cuanto individuo y en cuanto ser social, e incluso en ciertas funcionalidades biológicas que
le son exclusivas. Se trata de facultades que el resto de los seres vivos no poseen, no obstante
la sorprendente hermandad genética entre la especie humana, los animales y las plantas que
nos mostró la apertura del ADN. Pero también vimos ahí cómo un notable salto proteínico, en
cierta fase de la evolución, hizo del hombre el único ser con conciencia y autoconciencia. De
ese salto surgieron su entendimiento, su voluntad y su libertad, que no es otra que la capacidad
de elegir entre dos o más opciones, en todos los momentos y circunstancias de la vida.
histórico no es diferente del materialismo dialéctico: es la aplicación a la Historia de una doctrina para la cual toda la realidad
tiene una estructura dialéctica. El materialismo dialéctico rechaza todo dato eterno o trascendente a la experiencia sensible, y
el materialismo histórico rechaza toda lectura de la Historia que no parta de un hecho histórico fundamental. Niega también
toda lectura de la Historia que consista en hacer sujeto de ella a un sujeto trascendente (Dios, Providencia, Espíritu), como
también a un sujeto que sea un derivado del acto creador del hombre (nociones, Estados, imperios, iglesias, etc.).
Una retórica difícil de entender, más aún cuando la filosofía ni siquiera se ha puesto de acuerdo en el significado del
concepto “dialéctica”. Siendo un derivado de “diálogo”, es decir, de lenguaje y de ideas, simplemente no cabe decir que la
dialéctica sea sujeto de materializaciones, puesto que las ideas, el diálogo y el mismo lenguaje son expresiones del espíritu
humano, que con el tiempo han terminado por ser sujetos de convenciones sociales, dentro de lo cual se comprenden también
sus actualizaciones. El ser humano no tiene un lenguaje mecanicista, como lo puede tener un grabador de mensajes automá-
ticos de una compañía telefónica, porque el lenguaje es una acción dinámica del espíritu. La expresión lingüística y las ideas,
expresadas de un modo objetivo o subjetivo, están siempre cargadas de interrogantes, de juicios, de intenciones, de emociones,
de tiempo pasado y futuro, y muchas de ellas vinculadas a cuestiones de orden natural y también social, de manera que hablar
de materialismo dialéctico e histórico es hablar de algo imposible. Incluso el trabajo (en cuanto praxis, no al modo asalariado
y taylorista) es una expresión del espíritu humano, puesto que es acción práctica que procede del intelecto teórico, y que por lo
tanto no puede estar más alejado del materialismo. Los mejores representantes del trabajo en praxis fueron los artesanos. Marx
rechazó especialmente la filosofía hegeliana de la Historia, que la convierte en la historia del Espíritu y que pretende reducir
todo lo real a objetivaciones sucesivas del Espíritu. El materialismo dialéctico de Marx no es otra cosa que una suerte de deter-
minismo humano y social, cuyas directrices ciegas están determinadas por el materialismo histórico; no hay persona en cuanto
tal, no hay integración entre hombre y naturaleza, no hay moral natural ni orden superior del cual devenga una conducta ética.
Marx no hizo otra cosa que reafirmar la tecnocracia derivada del empirismo, pero esta vez llevada al ámbito de la ingeniería
social y con una abierta separación del resto de la realidad humana, incluyendo en ella la naturaleza.

74
Sebastián Burr

DIAGNÓSTICO POLÍTICO

Al fin de cuentas, ¿para qué sirve la política?

Esta es la pregunta que hoy se hacen muchos chilenos respecto de la política. Y se la hacen
porque ven que la política ha sido incapaz de resolver los grandes problemas que aquejan al
país: la pobreza y las desigualdades económicas, la cesantía, sobre todo de los jóvenes, la
mala calidad de la educación, la condición postergada del mundo del trabajo, la ineficiencia
del sistema de salud, la delincuencia, la corrupción de los funcionarios públicos, etc., etc.
Más aún, al margen de esa percepción ciudadana, el manejo político del país ha perpe-
tuado algo peor, que pocos advierten: el subdesarrollo humano y funcional de grandes secto-
res de la población, que los hace incapaces de usar su libertad y sus capacidades potenciales
para salir adelante por sí mismos. En lugar de eso, ha implantado un modelo de acción po-
lítica que ha generado desidia social más que desarrollo humano: el Estado Benefactor, que
asiste a los “desposeídos” regalándoles algunos “mínimos” que les permitan subsistir (bonos
ínfimos, subsidios para viviendas infrahumanas y mal construidas, programas de salud insu-
ficientes, empleos de “emergencia”, leyes laborales proteccionistas, etc. etc.), y que los con-
vierten en “mendigos” y dependientes del Estado, atrofiando casi por completo su capacidad
de autodeterminación económica, social y humana. Y la consecuencia más desgraciada de
esa asistencia estatal populista y demagógica, es que la mayoría de los “asistidos” agradece
esas migajas y da su respaldo a los gobernantes que se las reparten, considerándolos bene-
factores del pueblo, y pensando que por ese solo hecho están cumpliendo cabalmente sus
responsabilidades de gobierno.
Es evidente que la clase política chilena no apunta a ninguno de los objetivos cruciales
para el desarrollo de la persona y de la sociedad. Más aún, pese a todos los recursos económi-
cos con que cuenta, y a las exigencias tributarias con que grava a la ciudadanía, es incapaz de
anticipar las crisis que se suceden una y otra vez. Sin embargo, sus personeros sostienen que
están haciendo ciencia política, cosa que no se entiende, pues la ciencia se basa en datos obje-
tivos y en leyes estables, lo que le permite hacer predicciones exactas de los sucesos futuros,
y eso casi nunca ocurre con nuestros conductores políticos.
Si la política no busca el desarrollo moral, y la expansión de la libertad de los ciu-
dadanos en la convivencia social, simplemente no tiene razón de ser. Hoy la mayoría de
la gente piensa que la política genera más problemas de los que resuelve. Pero esto no se
debe a que la política o la democracia sean en sí sistemas que empeoran la vida humana y
el desenvolvimiento de la sociedad, sino a que la clase dirigente moderna y sus postulados
ideológicos han deformado casi por completo sus objetivos y articulaciones naturales.
Hace tiempo que los conductores partidistas han dejado fuera el bien común y el ejercicio
real de la libertad, han clausurado la libre discusión ciudadana sobre el manejo de fondo
de los asuntos públicos —discusión que constituía el dinamismo básico de la democracia
original diseñada por la antigua Grecia—, y han implantado en su lugar el utilitarismo,
cuyo propósito casi exclusivo es asegurar el poder de la clase gobernante de turno. Han
arrasado así con los auténticos principios de lo político, y sometido los restantes a la em-
bestida frontal del relativismo.
La superficialidad de la política ha alcanzado tal nivel, que en nuestros días casi nin-
gún “líder” trabaja en función de la verdad, sino de “maniobras” amparadas en los códigos
del interés partidista o personal, del marketing, de lo mediáticamente conveniente y de la

75
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

farándula. Por eso el típico líder moderno100, en lugar de presentar propuestas inteligentes,
suele recurrir a frases y discursos clichés, preparados por sus asesores “comunicacionales”.
Tampoco se acerca a personas realmente capaces y bien informadas, sino a figuras mediáti-
cas. En definitiva, usa el marketing para exhibir algo que no es, y la farándula para aparecer
asociado al entretenimiento y al pasarlo bien, y no al esfuerzo, la sabiduría, la justicia y la
libertad, dinámicas exigentes e impopulares.
Ante tan burdo espectáculo, que podría ser calificado de comedia si no produjera efectos
tan devastadores en la sociedad y en la vida real de la gente, es inevitable preguntarse: ¿qué es
de verdad la política, si en todas sus manifestaciones se muestra tan superficial y autorreferente,
si no hace casi nada real que contribuya a alcanzar la autosuficiencia plena de los ciudadanos?
La política no es teoría, sino realidad pragmática de personas concretas, pues surge a partir
de las interacciones que tienen lugar entre ellas cuando se incorporan a la convivencia social. En
rigor, la política está fuera de los hombres; de ahí que no exista un órgano humano propiamente
político, pese a que todo hombre la requiere para convivir y entenderse con sus semejantes,
sobre todo por las innumerables diferencias que se dan naturalmente entre uno y otro individuo.
Su misión es ser un escenario de comunicación transparente de la información y la verdad,
que los hombres puedan usar para comprender la realidad y desarrollar su libertad interior, ne-
cesaria para la praxis personal, y su libertad exterior, indispensable para el funcionamiento ético
de la sociedad. Pero esas instancias ni siquiera son propuestas por la clase dirigente, y así vuelve
a surgir la pregunta: ¿tiene algún sentido que hoy exista la política? Lo peor es que, si no se de-
dica a eso, puede convertirse en un arma letal para la misma convivencia humana, pues entonces
tiende a urdir y aplicar agendas disruptivas que pueden conducir al colapso de la sociedad, e
incluso al colapso de sí misma. No olvidemos todo el daño que hizo la política en Occidente
durante el siglo XX, y a eso se añade que casi nunca es capaz de resolver los problemas que ella
misma provoca. Así ocurrió con la revolución española y la revolución rusa entre las décadas del
20 al 50; en Japón y en Alemania en la segunda guerra mundial; en Chile entre 1970 y 1973, etc.
¿Es que la política y la libertad humana no son conciliables? ¿O es que, debido a las de-
formaciones ideológicas que se le introdujeron en los últimos siglos, adquirió ciertos rasgos
patológicos, y supone que puede permitirse cualquier iniciativa, por antinatural e incoherente
que sea, porque lo que realmente importa son los votos, para satisfacer intereses partidistas o
personales, y no los requerimientos de la ciudadanía? ¿Qué pueden criticar ese tipo de políticos
al economicismo y a ciertos empresarios que abusan de los trabajadores, si ellos mismos no
son capaces de brindar ejemplos de ética política, no obstante que están mandatados para ello
y se supone que se manejan en un plano valórico superior al de la contingencia empresarial?
¿No será mejor terminar con la política antes que la política acabe con nosotros, conside-
rando que tiene el poder de hacerlo y que la inmensa mayoría ciudadana, carente de desarrollo
humano, es incapaz de detectar e impedir sus diarias manipulaciones?
Las mayorías están a merced de las manipulaciones mediáticas, y en los gobiernos jamás
falta el “oráculo” capaz de afirmar que el país está a un paso del desarrollo; sólo que siem-
pre hay que esperar una o dos décadas más, sin que los conductores políticos expliquen ni
siquiera qué entienden por desarrollo. O se promete que nunca más volverán a ocurrir graves
ineficiencias administrativas o hechos de corrupción en el Estado, pero éstos se repiten una
y otra vez, y durante decenios. Así, el “para que nunca más vuelva a ocurrir” se ha constitui-
do en un recurso semántico, poco original pero suficientemente efectivo, y sobre todo muy

100 El término “moderno” procede del término “actual”. Se usó para diferenciar la “vía nueva” de la vía antigua en materia
de conceptos. Desde el punto de vista histórico y filosófico, se entiende como período moderno aquel que dio inicio a la
impugnación de la idea de Dios, a partir del siglo XVII.

76
Sebastián Burr

desgraciado, al margen de que revela falencias institucionales y flagrantes fallas de moral


política. Y digo muy desgraciado porque, como el grueso de la ciudadanía carece de praxis y
cultura cívica, constituye una “masa” incapaz de discernir, y se puede hacer con ella lo que se
quiera. Esa antipraxis política se pudo apreciar cuando se informó de los 1.800 millones101 de
dólares que involucraban los hechos de corrupción descubiertos entre los años 1990 y 2007,
y esa expoliación de los recursos fiscales no se tradujo en un castigo electoral contundente.
Pese a todo, la política no puede desaparecer; es ineludible para el desarrollo de la vida
individual y social, como asimismo para la convivencia internacional, pues la calidad de vida
del hombre y de la sociedad, e incluso su misma existencia, dependen de la interacción hu-
mana, y esa interacción sólo puede darse en el orden político. Pero definitivamente el orden
político tiene que recuperar sus códigos morales y éticos, y también su coherencia operativa;
de otro modo, será sustituido por dictaduras, abiertamente tales o encubiertas tras una falsa
democracia, como de hecho se puede apreciar en nuestro propio continente.
Hannah Arendt señala: “Si se quiere entender lo político en el sentido de la categoría
medios-fines, entonces ello era, tanto en el sentido griego como en el de Aristóteles, ante
todo un fin y no un medio. Y el fin no era la libertad tal como se hacía realidad en la polis,
sino la liberación pre-política, para la libertad en la polis. En ésta, el sentido de lo político,
pero no su fin, era que los hombres trataran entre ellos en libertad, más allá de la violencia,
la coacción y el dominio, iguales con iguales… que regularan todos sus asuntos hablando,
persuadiéndose entre sí”. Si la democracia se planteara en torno al desarrollo ontológico de la
libertad humana, sobre todo de la libertad intrínseca, la política podría realmente constituirse
en un fin. Pues la democracia —en el sentido griego— tiene como prerrequisito el desarro-
llo de la libertad, y una vez iniciado ese proceso, su misión es expandirla y actualizarla en
su doble dimensión: interior y exterior. Y de tal manera que ningún ciudadano domine a los
demás ni pueda ser dominado, sino que todos se relacionen entre iguales. Por lo demás, casi
todos estamos de acuerdo en que la igualdad constituye uno de los principios fundamentales
de toda sociedad. El punto es saber cómo se logra, y tener la voluntad de emprender esa tarea,
asumiendo entre todos los costos institucionales y económicos que haya que pagar. La polí-
tica debe reconocer sus propias fronteras, y no sobrepasarlas inmiscuyéndose en instancias
contingentes que caen fuera del bien común, pues esa intromisión trastoca todo el funciona-
miento de las instituciones sociopolíticas, y erosiona las bases que hacen posible la igualdad
fundamental en la convivencia y comunicación ciudadanas.
El concepto de igualdad está tan manoseado, y sobre todo tan distorsionado en nuestro
país, que casi siempre se asocia al tener y no al ser, e incluso al concepto de justicia, cuando en
realidad se encuentra vinculado con la libertad. Eso significa que seremos iguales cuando todos
seamos igualmente libres, extrínseca e intrínsecamente. La igualdad no es un concepto que se
pueda desvincular de la individualidad, que es una condición natural y esencial del hombre; hay
que saber conciliarla con la múltiple diversidad humana y con los requerimientos de la unidad
sociopolítica. Es un grave error concebir la igualdad sin referentes humanos, pues eso constituye
un idealismo que se sitúa fuera de la realidad, y ya hemos visto cómo en nombre del idealismo
igualitario se perpetraron atroces genocidios y se causaron horrorosos sufrimientos durante todo
el siglo XX. La clase política debería dejar de predicar ese populismo igualitario que encandila a
los más postergados, pero que es un espejismo imposible de concretarse en la vida real, y apren-
der a aplicar la igualdad en sus verdaderos parámetros naturales, que han sido establecidos por
la propia ontología humana, y más allá de los cuales se despliega el inconmensurable territorio
de las diferencias personales, que no pueden ser abolidas por ningún régimen político.
101 Fuente: Instituto Libertad y Desarrollo.

77
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La pérdida de lo político es la pérdida de la libertad. Y la pérdida de la libertad es la pérdida


de las posibilidades reales de igualdad. Más aún, el vínculo establecido por la democracia griega
entre libertad y política era moral, pues se estimaba que la persona verdaderamente libre era aque-
lla que estaba dispuesta a arriesgar su vida por sus ideales. Arriesgar la vida —entendido como
metáfora de jugarse por el bien común — es una virtud central de la política, lo que no implica
de ninguna manera el derecho a disponer de la vida física de aquellos a los que dice servir, ni el
derecho a impedir su experiencia moral. Lo ideal es que ese grado de compromiso con la vida
política sea posible para todos los ciudadanos, desde una perspectiva de praxis protagónica o de la
primera persona, y en el área en que cada uno elija desenvolverse, y no que el protagonismo y el
desarrollo sean sólo privilegio de la clase dirigente y de los grandes empresarios. La política tiene
el deber de hacer de la educación, de la investigación, del trabajo y del emprendimiento medios
constitutivos de la libertad para todos. Es así cómo se construye la libertad humana, “escribien-
do” en los hechos una autobiografía que se pueda leer con interés, que muestre y explique las
gestas “heroicas” de algunos ciudadanos a los demás miembros del conglomerado social.

La violencia de la necesidad

No es razonable que la libertad no cruce la frontera del hablar al hacer, como ocurre hoy con
las mayorías, o que las instituciones sean tan precarias y limitadas que no haya desarrollo
posible. La libertad se encuentra y ejerce en la vida concreta, no en las formulaciones teóricas
de los políticos modernos. De hecho la sociedad salarial degradó a los trabajadores a un ni-
vel de supervivencia, que constituye en sí mismo una violencia sistémica contra su dignidad
humana. Violencia sistémica, porque los instala en una condición económica básica y menos
que básica, y les bloquea todo protagonismo y desarrollo humano. Así, en vez de producir cre-
cimiento interior produce un resentimiento interior, que se canaliza hacia el exterior en contra
de la sociedad organizada y de aquellos que muestran un relativo éxito social. Esa antipraxis
es la raíz de todas las desigualdades, y la antítesis de la vida protagónica del empresario, que
puede jugarse por entero en sus proyectos y siempre está rodeado de oportunidades de cre-
cimiento, económico y humano, aunque también de riesgos, riesgos que lo ayudan a crecer.
Lo peor es que esa violencia instituida se vuelca hacia el empresario, pese a que fue la polí-
tica la que implantó ese régimen, mediante la sociedad salarial de la tercera persona, aunque con
una anuencia pasiva y semicómplice de los mismos empresarios. Y la política, en vez de hacerse
cargo responsablemente del subdesarrollo humano que genera y de modificar el sistema, se
dedica a administrarlo para sacar dividendos electorales a su favor. La violencia de la necesidad
es aceptada semivoluntariamente por los trabajadores, pues no tienen alternativa: si no lo hacen,
simplemente no tienen trabajo y no perciben ingresos. Así dicha violencia pasa “colada”, debido
al condicionamiento a la “aceptación” que sufren los asalariados. La violencia de la necesidad
es parte del reclamo ciudadano, que se expresa muchas veces también en forma violenta, sin
una clara racionalización del fenómeno, que muchos suponen es meramente económico, cuando
en realidad sobrepasa por lejos lo material102. En la vida política actual, los ciudadanos están
mucho más regidos por la violencia de la necesidad que por el ejercicio amplio de la libertad.
Es indispensable que nuestra democracia erradique la violencia de la necesidad impuesta por
la sociedad salarial y por una educación antientendimiento, y se aboque de una vez por todas al
desarrollo de la libertad, haciendo un uso antropológico de las instituciones educación y trabajo.

102 El obispo Alejandro Goic, presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, prevé un conflicto social si no se eleva el salario
mínimo de $ 168.000 a $ 250.000. (Diario electrónico Emol del 23 de diciembre del 2007).

78
Sebastián Burr

Orden político y democracia

El gran problema social de nuestro tiempo es que un enorme número de ciudadanos de Occidente
se han dejado seducir por un espejismo de seguridad que les ofrece la clase política, en desmedro
o a cambio de su libertad. Lo han llamado Estado Benefactor, pero si uno contrasta los beneficios
—siempre mínimos— que otorga, con la mutilación que provoca en el plano de la inteligencia
espiritual del ciudadano común, comprueba que ese Estado no es otra cosa que una gran fauce
“benefactora”. Inexplicablemente, hemos rehusado hacernos cargo de nosotros mismos.
Pese a la notoria ineficiencia que revela el sistema político representativo de Occidente, la
mayor parte de su población, sobre todo en los países latinoamericanos103, supone que no tiene
sustitutos. Esa creencia, y el acatamiento generalizado que genera, explican que el sistema so-
breviva en el tiempo, aunque los hechos demuestran que ha sido y continúa siendo incapaz de
resolver los problemas más cruciales de orden humano, institucional y socioeconómico. Ante
esa gigantesca contradicción, los ciudadanos han terminado por aceptar la “democracia repre-
sentativa” como una suerte de mal menor, y brindarle un precario respaldo, en el que priman la
desesperanza y la desconfianza, hacia el sistema mismo y hacia la clase dirigencial que lo ad-
ministra. Pero incluso esos mismos dirigentes poco y nada pueden hacer dentro de la dispersión
sistémica que afecta nuestro orden institucional, la cual emana a su vez de la dispersión cultural
provocada por el modernismo. En ese sentido, podría decirse que no son del todo responsables
de las anomalías que condicionan su gestión. Pero sí son responsables de ignorar, y más aún, de
negarse a averiguar las verdaderas causas que mantienen empantanado nuestro desarrollo social
y político, y de haber deformado la ética social, transformándola en casi puro utilitarismo, y
sustituyendo el bien común por el interés común y particular de la propia clase dirigente104. Un
caso elocuente de esta degradación del bien común en interés común, y por ende en degradación
de la política, se dio cuando los parlamentarios concertacionistas (excepto un senador) más uno
independiente, pese a estimar que la propuesta del Transantiago generaba un colosal perjuicio
fiscal, la aprobaron a cambio de recursos para las regiones que representan, sin proyectos, sin
discusión parlamentaria, y sin ningún análisis de rentabilidad económica ni social.
De punta a cabo, el sistema representativo es una especie de megaproducto sin competido-
res, que los chilenos estamos obligados a consumir, y que la partidocracia utiliza para afirmarse
en el poder105, y para que sus dirigentes tengan tribuna periodística permanente y proclamen sus
opiniones con grandilocuencia mediática, aunque tengan escasa relevancia para la vida real de
los ciudadanos. Contribuyen a esa impunidad retórica los bajos niveles de percepción crítica,
de exigencia y de reacción de los electores. Ese ínfimo nivel proviene de la ausencia de praxis
sociopolítica, y la carencia de praxis es el resultado inevitable del sistema representativo, con lo
cual se cierra el círculo de la inoperancia, que se reproduce a sí mismo indefinidamente. La única
opción que puede romperlo es un sistema indirectamente participativo, en cuyo metabolismo in-
tervengan activamente y en primera persona todos los ciudadanos, y a través de las instituciones
correspondientes, de tal manera que sus acciones produzcan efectos positivos en ellos mismos.

103 En el caso de Chile, prácticamente todas las encuestas que evalúan la percepción ciudadana respecto a las instituciones que
conforman el orden político, revelan que tanto la clase política como los partidos políticos son los peor evaluados de todo
el sistema institucional.
104 Una encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), dada a conocer en julio del 2007, reveló que el 81% de los chilenos
opinan que la clase política sólo piensa en sí misma y no en cómo resolver los problemas de la ciudadanía.
105 El senador DC M. Ruiz Ezquide, el senador PS Camilo Escalona, el PRSD Guillermo Vásquez y el PPD Guido Girardi,
señalaron su intención de presentar un proyecto de ley que despoje de los cargos parlamentarios a quienes renuncien a sus
partidos políticos. Esta iniciativa violenta el principio democrático de que los que deciden o rechazan la elección de un
parlamentario son los electores, y no los dirigentes de partidos. Y también el principio de libertad política, pues la renuncia
a un partido puede responder a la libertad de conciencia política de un determinado parlamentario.

79
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Diagnóstico crítico de la gobernabilidad del Estado

Invitado por el ex presidente Lagos al programa de las Conferencias Presidenciales de Huma-


nidades que se realizaron en La Moneda a comienzos del año 2003, el escritor liberal peruano
Mario Vargas Llosa entregó su visión de la calidad del Estado en Latinoamérica. He aquí un
extracto de lo que dijo en esa oportunidad.
Partió preguntándose: “¿Por qué en América Latina no logramos modernizar el Esta-
do?” Su respuesta fue que “por alguna razón, no somos capaces de integrar: o nos vamos al
economicismo o nos vamos al socialismo”.
“El progreso verdadero —continuó— tiene que ser simultáneamente económico, político,
cultural, cívico y moral; o es un desarrollo contrahecho y precario, que corre el riesgo de es-
tancarse y provocar retrocesos y frustraciones. Una palabra clave, descuidada a veces por los
políticos, es confianza. En los países latinoamericanos —y en los del Tercer Mundo en general—
hay una desconfianza profunda de la ciudadanía en las instituciones, y ésta es una de las causas
mayores por las que ellas fracasan. Las instituciones no pueden funcionar debidamente si la gente
no cree en ellas y, por el contrario, las considera una fuente de inseguridad, de injusticia, de co-
rrupción, y nada que se parezca a un verdadero servicio público106. Y descreer en las instituciones
es una manera efectiva de desmoralizar a los funcionarios e incitarlos a no cumplir con su deber”.

La visión cortoplacista

Sigue Vargas Llosa: “Acaso, junto con la desconfianza de la opinión pública, la visión corta de
los gobernantes y de los gobernados sea otro de los mayores obstáculos para que tengan éxito
los procesos transformadores y las transiciones del autoritarismo a la democracia en nuestras
sociedades. En los gobernantes, la visión corta implica privilegiar o concentrarse exclusiva-
mente en aquellas políticas de efecto inmediato, con las que pueden obtener una popularidad
transitoria, relegando a un segundo plano u olvidando todas aquellas de acción lenta y efecto
demorado a las que no pueden sacar instantáneos provechos electorales. En los gobernados,
la visión corta consiste en dejarse obnubilar por la rama que hace perder la noción del bosque
y en la amnesia sistemática que va borrando del juicio y de las decisiones políticas las lec-
ciones del pasado mediato por la concentración obsesiva y casi hipnótica en el puro presente.
Estas actitudes son tremendamente perjudiciales, pues destruyen toda forma de estabilidad,
sin la cual no puede surgir la confianza y es imposible que haya progreso, y condenan a una
sociedad al adanismo, a estar siempre haciendo tabla rasa de lo alcanzado para empezar des-
de cero, es decir, a estancarse o retroceder todo el tiempo, sin jamás avanzar”.
Vargas Llosa plantea aquí una importante crítica a la democracia “representativa” y al
sistema neoliberal, no obstante que él mismo es un liberal reconocido. Es curioso sin embargo
que, con su capacidad intelectual, no haya presentado una síntesis sociopolítica integradora y
dotada de suficiente eficacia para sacar del atraso generalizado a las mayorías latinoamerica-
nas sumidas en la pobreza intelectiva, funcional y económica, e insista en avalar una ideología
desintegradora que ha demostrado un deterioro transversal creciente, y que está sobrepasada
en prácticamente todas las instancias, salvo en una buena cantidad de logros tecnológicos y
en cierto grado de estabilidad financiera de los capitales.

106 El ex vocero de gobierno durante la presidencia de M. Bachelet, Francisco Vidal, señaló que la autoridad ve con preocu-
pación que el 87% de los ciudadanos opine que el gobierno no combate realmente la corrupción en el Estado. (Diario El
Mercurio, 3 de abril del 2008).

80
Sebastián Burr

Casi todos los gobiernos de la Concertación anunciaron sendas modernizaciones del


Estado; sin embargo, nunca se concretaron. Quizás una de las razones es que tal iniciativa
enfrenta de partida un obstáculo que no es fácil remover sin una sólida voluntad real de
cambio: la resistencia de los propios funcionarios públicos a cualquier sistema que pueda
poner en riesgo la estabilidad de sus empleos, o supeditar sus remuneraciones a exigencias de
productividad. Desgraciadamente, entre esos funcionarios la izquierda ha tenido siempre una
importante “clientela electoral”, por lo que incluso los intentos de racionalizar el Estado allí
donde es más urgente — administración pública, Codelco etc—, se diluyeron finalmente en la
nada, o culminaron en la remoción de quien promovía las innovaciones.
El clientelismo electoral imperante en la administración pública (no de un modo absoluto)
cubre a buena parte del personal de planta. Son puestos de trabajo que funcionan más como co-
tos de caza de los partidos que conforman los gobiernos, que como una red profesional y respon-
sable de servicio del Estado a la ciudadanía. Casi todos esos funcionarios gozan de inamovilidad
laboral, y el déficit que genera su exigua productividad es “neutralizado” con una administra-
ción paralela de exclusiva confianza política, integrada por los denominados asesores externos.
Esos asesores son los que en realidad trabajan, pero no cuentan con ningún tipo de estabilidad
laboral, no tienen contratos, y casi ninguna prestación social. Trabajan “boleteando” durante
años, y según informaciones de prensa entregadas a fines del año 2009, su número es superior al
50% de la plantilla estable. Un ejemplo de este clientelismo en materia de empleados fiscales se
constata al verificar antecedentes como el siguiente: entre 1990 y el 2007, la economía chilena
creció un 59,3%, pero las remuneraciones del sector público crecieron un 94,7%, sin que haya
habido ningún tipo de exigencia en cuanto mejorar la calidad de los servicios y el ausentismo.
Apenas se desató la crisis financiera mundial (octubre del 2008), los empleados fiscales inicia-
ron una huelga ilegal. Solicitaron un reajuste de un 15% de sus remuneraciones, pese a que las
alarmas por el desempleo estaban todas encendidas. Y no obstante la ilegalidad del movimiento
y la crisis de desempleo que se avizoraba, el gobierno concedió el reajuste, sin siquiera negociar
el ausentismo laboral que se da en el sector público. Según el reporte del año 2008 entregado por
la Dipres107, en el ministerio de Salud y en el de Educación, el ausentismo promedio alcanza a
2,8 y 2,3 días al mes por trabajador (15% y 13% de ausentismo respectivamente), mientras que
en el sector privado se registra un promedio de 0,71 días. En el gobierno central es de 16,8 días
anuales por trabajador, y en el sector privado desciende a sólo a 8,5 días anuales. Además, esa
tendencia hacia el ausentismo ha venido creciendo sistemáticamente desde hace quince años.
¿Qué incentivos perversos hacen que esto ocurra? ¿Por qué los chilenos tenemos que
tolerar semejante situación, financiarla con nuestros impuestos, y contemplar pasivamente
cómo se deteriora la calidad de la educación, de los servicios de salud y de otros servicios
públicos, en perjuicio de nuestras propias familias? Es absolutamente necesario reformar el
sistema estatal, partiendo por regionalizar tributaria y administrativamente el país, y estable-
cer un sistema de gestión de los trabajadores públicos centrado en la productividad y en los
resultados. Este sistema debe considerar los diferentes tipos de actividad que se dan en la red
estatal, e introducir los mecanismos idóneos en cada caso. Y puesto que todas sus reparticio-
nes tienen por objeto el bien social, debería ceñirse a un modelo análogo al de participación
económica que se propone en este libro para los trabajadores del sector privado.
Si se suma a la infraproductividad laboral del aparato público la burocracia que en él
impera, resulta que el Estado paga por los mismos productos o servicios que consume la
empresa privada entre un 40% y un 60% más. El Estado chileno actual no tiene capacidad de

107 Estadísticas entregadas por el departamento de RR.HH. del sector público sobre el período 1999-2008, elaboradas por la
Dirección de Presupuesto de Chile y publicadas por el diario El Mercurio, cuerpo B2, edición del 16 de noviembre del 2009.

81
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

gestión para poner eficientemente en marcha proyectos de índole social y técnica de mediana
envergadura. Incluso revela escasa capacidad para administrarse a sí mismo satisfactoriamen-
te. Y los hechos que lo demuestran están a la vista.
El proyecto de las cárceles concesionadas quedó ejecutado a medias, y le acarreó al Es-
tado una demanda por 130 millones de dólares, que fue fallada en su contra por el tribunal
arbitral y por las instancias judiciales. Y hoy nos encontramos con que nuevamente la infra-
estructura penal está sobrepasada, pese a que los nuevos recintos se pusieron en marcha no
hace más de dos a tres años.
El proyecto de los tribunales de la familia colapsó pocos meses después de su puesta en
marcha. Algo similar ocurrió con el de la pista dos del aeropuerto Arturo Merino Benítez, que
tuvo que ser parcialmente reconstruida. El plan Auge no cumple con los plazos de atención y las
coberturas garantizadas108. Y a mayo del 2008 había 112 centros hospitalarios que no contaban
con permiso legal sanitario para operar109. El nuevo acceso sur a Santiago estuvo paralizado cer-
ca de cinco años, y tanto las cuantiosas pérdidas económicas como sus causas son de no creer110.
La inexplicable ineficiencia del Ministerio de Educación al no entregar las conciliacio-
nes bancarias por 261 mil millones de pesos, provocó la destitución de la respectiva ministra
en el parlamento. Y la reforma educacional del año 1996, elaborada por el ex ministro de
educación Ricardo Lagos Escobar, fue sustituida por un nuevo proyecto de reforma después
de la grave crisis generada por los “pingüinos” de la enseñanza media, reforma que resultó
igualmente ineficaz.
La cesantía juvenil (precrisis 2008-2009) alcanzaba a un 30 o 40 por ciento de ese sector,
y el incremento sostenido de la delincuencia es hoy el problema más angustioso que enfrentan
casi todas las familias chilenas.
Está además el caso de EFE (Empresa de Ferrocarriles del Estado), cuyo servicio de
trenes al Sur dejó de funcionar a los dos meses de su puesta en marcha, dejando un déficit
de mil millones de dólares. Y el proyecto Biovías, que no alcanzó a captar ni el 30% de la
demanda de pasajeros estimada, y que hoy tiene un déficit operacional y no transporta más
que el 10% de los pasajeros con los cuales se evaluó inicialmente. El caso de ENAP, que en
el ejercicio 2008 perdió todo su capital: cerca de mil millones de dólares.
Tenemos por último el proyecto emblemático de la ineficiencia, del populismo político
y de la planificación teórica de escritorio: el Transantiago. Se definió como un “metro de su-
perficie”, pero fue tan mal elaborado e implementado, que no hubo casi nada que funcionara
bien: la malla de los recorridos, el tipo y cantidad de buses, los contratos con los operadores, la
infraestructura de las vías segregadas, las estaciones intermodales y de prepago, los compromi-
sos asumidos por el consorcio financiero-tecnológico (AFT), el sistema clearing, los estudios
financieros, etc. Y como si todo eso fuera poco, la evasión de pago llevada a cabo por un gran
número de pasajeros alcanzó tal nivel, que el sistema perdía del orden de 15 millones de dóla-
res mensuales, en escandaloso contraste con el sistema anterior, que si bien era muy desorde-
nado y tenía una alta tasa de accidentes, cubría casi toda la ciudad, se financiaba por completo

108 A diciembre del año 2007, el sistema Auge registraba 63 mil pacientes a la espera de intervenciones quirúrgicas, y 324 mil
a la espera de consultas de especialidades, según informó el Colegio Médico de Chile. (Fuente: El Mercurio, 24 de abril año
2008). El Ministro de Salud, por otra parte, admitió que las listas de espera no se terminarán antes del 2015, mientras no se
construya la nueva red hospitalaria proyectada. Fuente: El Mercurio, 16 de enero del 2010.
109 El presidente del Colegio Médico, J. Luis Castro, señaló que todos esos recintos sanitarios debían ser clausurados. (Fuente:
El Mercurio del 24 de diciembre del año 2008).
110 En multas por el retraso en la puesta en marcha de esa obra, el MOP (Ministerio de Obras Públicas) ha tenido que pagar
a la concesionaria más de 60 millones de dólares. El retraso se produjo por la rebeldía de los pobladores afectados, que
pedían ser expropiados debido a que la autopista pasaba a menos de un metro de la entrada de sus casas. Pero aquí aparece
lo insólito: las expropiaciones tenían un costo de sólo siete millones de dólares.

82
Sebastián Burr

y generaba una rentabilidad del 27% aproximadamente111. El nuevo sistema, en cambio, ha


exigido al Estado una inversión cercana a los US$ 4.337 milllones, y a julio del 2009 alcanzaba
un déficit de mil cuatrocientos disisiete millones de dólares. Y todo esto sin considerar el déficit
proyectado hasta el año 2014, que bordea US$ 4.000 millones adicionales.

Nuestra fallida democracia representativa

Si uno estudia en profundidad el verdadero significado de democracia y de representación112,


constatará que es muchísimo lo que nuestro sistema democrático necesita mejorar para ser
verdaderamente democrático.
El término “representar” tiene varios significados. El Diccionario de la Real Academia
Española entrega diez definiciones al respecto, pero una de ellas corresponde a lo que se intenta
designar con la expresión “representación”, y es la siguiente: “Representar: Sustituir a uno o
hacer sus veces, desempeñar su función o la de una entidad, empresa, etc.”. Por lo tanto, re-
presentar políticamente es sustituir a los ciudadanos haciendo sus veces, es decir, actuar como
ellos actuarían si lo hicieran por sí mismos y no delegaran esa función en ciertos representantes.
¿Qué implica “hacer las veces” de los ciudadanos? Sin lugar a dudas, un sinnúmero de
cosas. Actuar según todos sus requerimientos y necesidades —porque así actuarían ellos—,
y además hacer propias sus ideas y sentimientos, y sobre todo sus intenciones, en procura de
los bienes que cada uno de ellos ha elegido y continúa eligiendo libremente para sí mismo y
su familia, acertada o erróneamente.
¿Cómo es posible que un representante partidista haga todo eso? ¿Cómo puede sustituir tan
sólo a un ciudadano en todo cuanto necesita y anhela para su vida, y traspasar hacia una perspec-
tiva sociopolítica coherente todas y cada de sus creencias, afectos e intenciones, que pertenecen
al recinto secreto de su conciencia, más aún cuando no existe ni una sola persona igual a otra?
Y si no puede hacerlo con uno solo, ¿cómo puede hacerlo con la muchedumbre de personas a
las que pretende representar, y a las que ni siquiera conoce, en cada una de las cuales se da un
cuadro subjetivo de hechos de conciencia, individualmente único, y distinto a todos los demás?
Lo peor es que el “representado”, a partir de la existencia del “representante”, entiende
que no es necesario que haga una vida activa y real, porque ese representante (parlamentario,
alcalde, concejal) va a descubrir (no se sabe cómo) qué es lo mejor para él, para su familia y
para la comunidad, y va a satisfacer mágicamente todos esos requerimientos. Ni siquiera ad-
vierte que ese traslado de lo activo a lo pasivo es justamente lo que le provoca un grave retraso
intelectual, volitivo, económico, social y democrático, y le deteriora además otros aspectos
de su vida, como la coherencia familiar, la autodeterminación laboral, la autoestima, etc. Y ni
sus “representantes” ni el Estado se sienten responsables en grado alguno por esa condición
infrahumana a la que lo ha condenado el propio sistema representativo.
Este análisis elemental, estrictamente realista, revela en toda su magnitud la falsedad de
la supuesta representación de quienes son designados por los ciudadanos para actuar en lugar
de ellos en el orden político. En otras palabras, nuestro famoso sistema “democrático repre-
sentativo” es un simple sofisma, un fraude, un espejismo y un artificio fallido per se.
El concepto de representatividad es sinónimo de pasividad ciudadana. A su vez, la pa-
sividad provoca un subdesarrollo generalizado, y la caótica aparición de intereses aparentes

111 Antecedente aportado por el estudio “Micros en Santiago: De enemigo público a servicio público”, publicado por Guiller-
mo Díaz, Andrés Gómez-Lobo y Andrés Velasco en el Centro de Estudios Públicos, www.cepchile.cl
112 J. Ferrater Mora, Diccionario Filosófico.

83
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

como sucedáneos de los verdaderos bienes humanos y sociales. La representatividad política


sólo debería establecerse en torno a cierta unidad moral y epistemológica básica de todos por
igual. Esa unidad es la base del bien común. Pero de ahí en adelante hay que abrir las opciones
y las oportunidades en todas sus variantes.
Otro sofisma de la democracia representativa es que el voto mayoritario de la ciudadanía
en cada elección expresa una “voluntad y una intención colectivas”, en las que se resumen
todas las necesidades, aspiraciones y expectativas reales de cada uno de esos votantes. Eso es
falso. Un colectivo humano no puede tener voluntad ni intenciones, pues todo acto de volun-
tad y toda intención son hechos de conciencia subjetivos y personales, vinculados a la praxis
moral. A lo más el colectivo puede tener aspiraciones comunes de carácter genérico, como la
prosperidad, el bienestar material, la paz, la unidad social, o también propósitos colectivos
inyectados por alguna ideología. Pero todos esos genéricos, a excepción de los ideológicos,
pertenecen a la naturaleza ética del hombre; no requieren elecciones.
Ahora bien, las aspiraciones y propósitos comunes legítimos, para cumplirse cabalmen-
te, deben constituir un logro individual de cada persona, concordante con sus propios reque-
rimientos en el orden práctico y moral. Pero los logros convertidos en experiencia real de
cada ciudadano están completamente fuera del alcance de la “representatividad” política. En el
campo de la psicología, la representación está de alguna manera asociada con la imaginación,
y hasta con la alucinación113. Tengamos presente entonces la gigantesca cantidad de deforma-
ciones que sufre y puede sufrir la representación instituida por la democracia representativa.
El auténtico concepto de democracia, despojado de su fraudulento apellido “representati-
va”, significa “gobierno de los ciudadanos”, es decir, un sistema activo de participación114 de
todos y cada uno de ellos, como personas libre, extrínseca e intrínsecamente, en la totalidad
de lo sociopolítico. Esa vivencia activa de toda la ciudadanía es lo que debe recoger y repre-
sentar el líder político del futuro, para lograr una comunicación de ida y vuelta mucho más
real y eficiente, pues así tanto él como sus mandantes (los ciudadanos) estarán instalados en
la misma praxis de protagonismo.
Esto no tiene nada que ver con la anarquía, pues en un modelo participativo los gober-
nantes son designados de un modo objetivo y democrático, pero al modo de pares. En cambio,
un estado de pasividad e ignorancia generalizadas hace posible la demagogia, la retórica, y
una manipulación casi constante. Ese es el gran fraude contemporáneo que hemos tenido que
soportar por varias generaciones de ciudadanos “libres”.

El agobiante intervencionismo de la democracia representativa

A partir de la puesta en escena de la democracia representativa, los gobiernos han ido limi-
tando el libre desarrollo de los ciudadanos, y hoy controlan casi todos los aspectos y espacios
de la vida civil. Intervienen en las relaciones contractuales de trabajo, en asuntos industriales
y comerciales, en el matrimonio, en cuestiones de orden familiar y sexual, en la educación
básica, media y superior, en el transporte, en la salud, en los medios de comunicación, etc.,
al punto que las organizaciones sociales no deciden casi nada. Lo peor es que la clase polí-
tica quisiera intervenir aún mucho más, y los representados no están políticamente prepa-
rados para moderar y evitar esos desbordes. Así los “representantes” se han instalado en la

113 J. Ferrater Mora, Diccionario Filosófico.


114 Del latín participatio: comunicación interactiva, mediante ideas, valores o acciones voluntarias directas o indirectas, com-
partidas por las personas.

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Sebastián Burr

lógica del clientelismo político, y se han puesto en gran medida al servicio de los intereses
particulares de ciertos sectores, grupos y personas. Es imposible que un Estado que tiene inte-
reses particulares en tantas y diversas áreas, pueda construir el auténtico bien común y logre
algún día ciertos grados básicos de igualdad civil.

El absurdo sistema político de suma cero

La clase política en general, instalada en el farragoso modelo relativista115, sociológico116,


economicista117, utilitarista118 y personalista119 que sustenta al sistema democrático represen-
tativo, suele buscar soluciones dentro de la misma desarticulación de códigos y anticódigos
que prevalece en él, mentalmente condicionada por una lógica política de choque y de suma
cero: todo lo que gana un sector partidista lo pierde el otro y viceversa; todo lo que gana un
empresario lo pierde el trabajador y viceversa; cualquier tributo adicional es un ingreso que
pierde el contribuyente y que gana el fisco, etc. Pero como al final todos van mejorando sus
capacidades depredadoras y/o de defensa, permanecen instalados en el mismo lugar relativo.
Es como si esa lógica fuese la única forma posible de acción y desarrollo democrático y eco-
nómico. Hemos sido incapaces de crear un sistema de suma positiva, proactivo, que funcione
bajo los principios de productividad, proporcionalidad y homogeneidad operativa y valórica,
y que además nos inserte a todos en una misma categoría moral.
Esto de la suma cero es parecido a que un automóvil tuviese las ruedas del tren delantero
girando en sentido contrario a las del tren trasero. La suma del movimiento sería cero, mientras
cada “adversario” gasta una enorme cantidad de energía y tiempo en tratar de forzar al otro a
moverse en su misma dirección. Una sociedad regida por el antiprincipio de la suma cero está
dividida per se, y con escasa viabilidad en el corto y en el mediano plazo. Ese antiprincipio ha
terminado por engendrar instituciones sociopolíticas con tal cantidad de distorsiones éticas y
operativas, que es casi un milagro que las cosas no estén peores de lo que están. Sólo el sentido
común natural ha impedido de alguna manera que la institucionalidad colapse definitivamente.
¿Cómo se explica que toda la clase política proclame que una de sus principales metas es
que los trabajadores sean más productivos y obtengan mayores ingresos, y que simultáneamen-
te perpetúe un régimen salarial rígido y antiparticipativo, prohibiendo de hecho la asociación
entre capital y trabajo, contra los principios más básicos de la economía? ¿O que exista un
sistema de indemnizaciones que establece una tácita inamovilidad laboral, y que impide a los
empleadores mejorar los salarios, pues cada aumento infla la indemnización en hasta 34 veces?
¿O que se fije como gran objetivo la eficiencia del Estado, y casi todos los funcionarios fisca-
les estén amparados por una ley de inamovilidad que estimula la ineficiencia? ¿O que se haga

115 El relativismo surge toda vez que no hay una definición concreta de los principios que rigen la acción humana, tanto en el
plano personal como en el ámbito social.
116 El término “sociológico” se usa como sinónimo de colectivista, cuando a los individuos no se les considera en cuanto per-
sonas sino en cuanto grupo.
117 Cuando toda la realidad humana es considerada desde la perspectiva de la máxima utilidad económica y no se anteponen
factores humanos esenciales de preservar para que esa economía sea igualmente ética y social.
118 El término “utilitarista” se usa para designar un modelo político donde las cosas se definen como buenas en cuanto sean
útiles, no por su valor intrínseco. Por ejemplo, la naturaleza, o un pobre, que no tiene espacio en la sociedad porque no es útil.
119 El personalismo surge como reacción a la sociedad igualitaria, toda vez que es estructurada en torno a mínimos de toda
índole: intelectuales, morales, económicos, laborales, familiares, etc. Como hay muchos ciudadanos que no están de acuer-
do en hacer una vida de mínimos sino de máximas y máximos, se desligan del patrón medio, y surgen por su cuenta, ge-
nerándose el personalismo. La falla es más sistémica que de aquellos que aparecen como personalistas, salvo cuando ese
personalismo se funda en el egoísmo y en el economicismo, en cuyo caso pasa a denominarse individualismo.

85
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

un enorme caudal mediático de lo injusto que es el trabajo precario o sin contrato, y el propio
Estado tenga sin contrato a casi el 50% de sus trabajadores? ¿O que ciertos personeros del
ejecutivo y parlamentarios oficialistas se manifiesten indignados ante la corrupción guberna-
mental, mientras muchos líderes y hasta dos ex presidentes de la república pertenecientes a ese
mismo conglomerado relativizan la corrupción a extremos inaceptables para la moralidad pú-
blica120? ¿O que esos mismos ex presidentes desacrediten pública y permanentemente el siste-
ma de libre mercado, sin reparar en que el mercado se configura a partir de las decisiones libres
de todos y cada uno de los ciudadanos, y que es ese mismo mercado el que opera para mantener
el actual sistema democrático, y el que operó para designarlos a ellos como jefes de Estado?
Pareciera que muchos “líderes” partidistas sufren ilusionismos ajenos a la realidad, pues
cuando idean lo que idean o proponen lo que proponen, lo hacen desde un punto de vista ab-
solutamente lineal y simplista, según lo que creen que va a funcionar, pues suponen que el ser
humano es una máquina que acata cualquier ocurrencia, por mal concebida que esté. Es como
si una gigantesca obra de ingeniería fuese ejecutada según los pareceres de los ejecutores, y
no se rigiera por un acabado proyecto de ingeniería, sustentado en las normas de cada espe-
cialidad. Es sabido que la mayoría de los proyectos de ley que se aprueban en el parlamento ni
siquiera son leídos por los mismos legisladores. Y a poco andar, cuando aparecen los defectos
y se levanta la crítica de la opinión pública, todos rasgan vestiduras, y empieza el lento proce-
so de justificaciones y correcciones, que muchas veces son medulares.
La ciudadanía necesita entender que el actual modelo político tiene un carácter sociológico,
análogo a los principios del totalitarismo. Dicho modelo se fundamenta en los postulados de la
Revolución Francesa y en los de la “voluntad general” de Rousseau, que fundaron un tipo de
“libertad” subordinado al colectivo social, negando la libertad intrínseca de la persona humana.
Genera ciudadanos sin autosuficiencia, y peor aún, sin ninguna posibilidad de autodetermina-
ción121 humana, lo que en el plano psicológico redunda en resentimiento, y en el plano social los
relega a una condición de segunda o tercera clase, transformándolos en personas dependientes y
necesitadas de una asistencia generalizada. A su vez, esa asistencia generalizada, que no puede
ser abordada por otra instancia que no sea estatal, inevitablemente instaura un Estado que obliga
a los ciudadanos a adherir a la ideología asistencialista, y cuya misma lógica paradigmática lo
fuerza a autoerigirse en regulador uniforme y progresivo de casi todas las instancias públicas e
incluso privadas, a fin de que la desigualdad no entre en una espiral demasiado evidente y pueda
seguir justificando su accionar político, sin casi ningún sustento antropológico.
¿De qué democracia estamos hablando, si no permite generar un proyecto alternativo,
cuyo eje central sea el desarrollo de la libertad intrínseca y extrínseca y la autosuficiencia de
la persona? ¿Si la mayoría la utiliza para sobrevivir económicamente, no para ampliar su ca-
pacidad de discernir y elegir opciones individuales y sociopolíticas eficaces, que les permitan
mejorar su vida en múltiples dimensiones?
Esa alienación impacta negativamente en la microeconomía. Así pocos se explican, des-
de una perspectiva técnica, que nuestra macroeconomía marche como un fórmula uno, y la
microeconomía, que concentra al 80% de los trabajadores, camine como una vulgar carretela.
¿Cómo se explica que no se haya hecho nada serio ni eficaz para reducir la cesantía,
mejorar los ingresos de los trabajadores indexándolos a la productividad, revertir la caída
del crecimiento económico desde un 7% hasta un 3% en sólo casi 12 años, mejorar todas las

120 La presencia de un ex presidente de la república en la manifestación de apoyo en el antiguo edificio del Congreso Nacio-
nal a un subsecretario de OO.PP., condenado por malversación de fondos. El apoyo de otro ex presidente a un ministro
encarcelado por un delito similar.
121 Capacidad para lograr y expandir una identidad moral.

86
Sebastián Burr

variables del sistema educacional, eliminar la corrupción y la burocracia, resolver los proble-
mas de escasez energética, etc., siendo que los últimos cuatro gobiernos gozaron de mayoría
parlamentaria en ambas cámaras por más de 17 años, y dispusieron de la mayor cantidad de
recursos fiscales que recuerde la historia nacional? ¿No es lógico pensar entonces, hipotéti-
camente, que la intención de fondo era mantener deliberadamente el país en la mediocridad,
y de esa manera seguir fomentando la lucha de clases, justificar su rol de “defensores de los
pobres”, enredar las cosas y no perder el dominio político? El hecho es que el “progresismo”
ha relativizado toda la escala de valores que históricamente la sociedad se ha dado a sí misma,
aunque su eficacia humana haya sido verificada durante siglos, reservándose sin embargo
la instancia de regresar a ellos cuando le convenga políticamente. Y levanta una “agenda” a
través de la cual se proclama como el gran impulsor de la cultura, del progreso y del “huma-
nismo”, pero bloqueando al mismo tiempo todo desarrollo real de la persona y de la sociedad.
El “truco”, al parecer, es hacer ver mediáticamente a la ciudadanía que están haciendo cosas
permanentemente, aunque se hagan mal, o no sirvan de nada y después tengan que revertirlas.
La suplantación de la auténtica democracia por el artificial y disruptivo paradigma que
hoy impera en Occidente constituye la mayor impostura ética y política de nuestro tiempo.
Esa usurpación pretende lograr una optimización del mundo “espontánea”, que nunca se al-
canza, porque es completamente ajena al desarrollo real de la persona humana.

El dinero y la política

Es evidente que bajo ningún pretexto deben mezclarse el dinero y la política. Pero esa exigen-
cia también debe regir para el Estado, que está a cargo de la administración de los recursos fis-
cales y del bien común político. Cuando el Estado administra una serie de empresas de interés
privado, quiéralo o no, también se da el maridaje entre el dinero y la política. Prueba de ello es
que los dineros fiscales son permanentemente defraudados en esas empresas por los mismos
miembros del gobierno que están a cargo de resguardarlos, y todo el mundo sabe que esas
estafas están asociadas al clientelismo político, al financiamiento de las campañas y al interés
personal de quienes los defraudan. En otras palabras, hacen algo mucho peor que mezclar con
la política los negocios legítimos, pues perpetran desfalcos aprovechándose de la fe pública.
Esa contradicción queda aún más en evidencia cuando los mismos que establecen dicha
barrera entre la política y el dinero proponen legislar a fin de que el Estado otorgue un “incen-
tivo” económico a los electores, para que concurran a votar “libremente”. Eso deslinda con lo
que en el pasado se llamaba cohecho, y estaba penado por la ley.
Otra prueba es que hayan solicitado y logrado que el MIR (organización terrorista) fuera
reconocido como pequeña y mediana empresa, y hecho aparecer a los antiguos extremistas
como “trabajadores”, para así establecer su derecho a gigantescas indemnizaciones del Es-
tado, argumentando que habrían sido “exonerados” ilegalmente en el año 1973. Uno no en-
tiende con que ética rasgan vestiduras los políticos que exigen separar el dinero de la política.

Una metáfora de la gran impostura moral contemporánea

Esta impostura ética y moral, que ha distorsionado gravemente lo sociopolítico e impregnado en


gran medida la cultura, y que tiene múltiples responsables históricos y se ha nutrido de sucesivos
cuerpos filosófico-idealistas, puede ser más o menos graficada mediante la siguiente metáfora:

87
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Imaginemos un poblado agrícola cuya gente vive trabajando eficientemente la tierra, y


comercializando normalmente sus productos. No están exentos, sin embargo, de problemas
humanos y sociales no resueltos, que provienen de algunas deficiencias sistémicas, pero se
rigen por un modelo cultural y moral objetivo, que permitiría abordarlos y solucionarlos
con inteligencia y buena voluntad.
Estos campesinos —medieros, pequeños y medianos propietarios— poseen una sa-
biduría extraída de los códigos de la naturaleza y de la misma condición humana. Son sin
embargo personas un tanto ingenuas, ajenas a manipulaciones políticas, a la demagogia
retórica y al populismo. Los representaremos mediante un personaje simbólico, al que bau-
tizaremos como “Real Ingenuicio”.
Hasta que de pronto surge entre ellos un “líder” político, al que llamaremos “Ideal Artificio”,
que señala y amplifica despreciativamente las desigualdades sociales y económicas, esgrimiendo
un discurso idealista hábilmente montado en torno a la “igualdad”, la “justicia”, la “libertad”.
Pero a este “líder” no le interesa saber nada de los intrincados metabolismos de la realidad huma-
na, social y política. Quiere concretar rápidamente sus ambiciones políticas, para lo cual elabora
un discurso con alta carga dramática y le introduce palabras nuevas y altisonantes, que logran
dibujar ante su auditorio un “mundo nuevo”, resplandeciente de “mejorías” y “progreso”.
Real Ingenuicio no entiende casi nada de esa verborrea “mesiánica”, pero se despierta en
él cierta admiración por el talento oratorio de tal personaje, y al mismo tiempo una confusa
expectativa de “mejoramiento”, que sin embargo no lo altera, pues el bien ha sido siempre el
objetivo natural de todos sus actos.
Luego de vociferar sus denuncias y adornar con muchos colores sus consignas idealistas
y mesiánicas, Ideal Artificio ofrece hacerse cargo de una administración y un reparto “justo”
de las aguas y de los frutos de la comercialización, pero apenas asume esas funciones co-
mienza a producir problemas adicionales que antes no tenían mayor importancia. Algunos
Ingenuicios, viendo la situación, construyen embalses y tecnifican el regadío; otros cambian
de cultivos, de procesos y canales de comercialización; y logran hacerse menos dependientes
del suministro de agua y de la comercialización que controla Ideal Artificio. A esos les sigue
yendo bien, pero a la gran mayoría les empieza a ir realmente mal. Entonces Ideal Artificio se
aboca a discurrir más “soluciones”, para resolver los problemas que ahora de verdad tienen
casi todos los parceleros, pero que aún no logran afectar a Real Ingenuicio y a sus amigos.
Restringe aún más a los pocos a quienes les va bien, produciendo más desunión e intranqui-
lidad, y monta un complicado aparato burocrático para controlar todos sus movimientos e
iniciativas, pero a poco andar (por aquello de la “igualdad”) extiende ese control a todos sin
excepción.Como Ideal Artificio necesita recaudar cada vez más dinero para pagar el aparato
burocrático que él mismo creó, y los ingresos públicos decrecen porque la actividad econó-
mica ha caído, considerando que Real Ingenuicio y sus amigos ya no invierten, aumenta los
impuestos, con lo cual agrava aún más el problema. Entonces Ideal Artificio, fiel a su idealis-
mo celestial, aplica más restricciones, regulaciones y controles, a tal punto que ya nadie puede
iniciar nuevas actividades agrícolas, porque todos “se han comido” su capital económico y
anímico en la lucha por sobrevivir. Se genera así una frustración generalizada. Ideal Artificio
ve con desesperación que su modelo idealista, fundado en una concepción también idealista
de libertad, de igualdad y de justicia, se desmorona, y recurre a un nuevo expediente retórico:
el de los malos y los buenos, los ricos y los pobres, los explotados y los explotadores.
Real Ingenuicio y todos sus amigos gastan sus esfuerzos en tratar de adaptarse a esa pro-
blemática completamente artificial, pero finalmente son vencidos, y dejan el pueblo en bus-
ca de mejores perspectivas, puesto que el decrecimiento económico y el desempleo se han

88
Sebastián Burr

disparado abiertamente. Ideal Artificio, para mantenerse en el poder, refocaliza su discurso


y comienza a desenmascarar un “nuevo culpable”: el sistema, aunque sin señalar cuáles son
sus verdaderas anomalías. (porque las ha generado él mismo). Dice que ese es el verdadero
responsable de las “injusticias” y “desigualdades”, y acto seguido, obcecado en su idealismo
supremo, que aún conserva en su imaginación, solicita mayores poderes políticos que le per-
mitan actuar en cualquier área que él vea que complota contra su proyecto idealista, y además
reelegirse indefinidamente. Y como casi todo el pueblo ya depende de la máquina benefactora
que logró montar, Ideal Artificio se ha hecho indispensable, pues asiste a la mayoría con una
serie de subsidios y beneficios mínimos. De esa manera consigue que casi todos dependan de
su asistencialismo, y mediante esa coacción logra efectivamente ser reelegido una y otra vez.
Con el tiempo, ya todos sumidos en la pobreza de los mínimos, creen que esa es la rea-
lidad objetiva, y hacen suyo el nuevo modelo, e incluso las artimañas de Ideal Artificio. En
consecuencia, olvidan trabajar de verdad, o no quieren aprender a hacerlo, y reemplazan el
quehacer productivo por simulacros y manipulaciones a través de las cuales intentan sacar
ventajas del prójimo y del sistema benefactor, pues temen no poder subsistir.
Se ha configurado así una gran impostura moral, pues todos viven una problemática
humana y social completamente ficticia, que en lugar de mejorar sus vidas produce odio y
disputas permanentes. Y esa impostura ha instituido a su vez un sistema político perverso,
que en vez de inducirlos a trabajar por su propio crecimiento humano y económico, los ha
hecho dependientes crónicos de la miserable asistencia mediante la cual los que administran
el sistema se perpetúan en el poder. Terminan así rumiando cada uno su propia frustración, y
obligados a manipular, engañar y descalificar para sobrevivir, pues han perdido toda capaci-
dad de manejar por sí mismos sus propias vidas.
Pasando ahora al plano de la vida real, lo peor es que la mayoría de los émulos de Ideal
Artificio en nuestro país ni siquiera creen en el modelo colectivista-teórico-idealista que han
instaurado. Fomentan la educación estatal única, pero envían a sus hijos a colegios o uni-
versidades pagadas122. Promueven el transporte público, pero ni ellos ni sus familias dejan
de utilizar vehículos privados. Suelen viajar al extranjero en primera clase a costa del erario
nacional. Viven en el sector residencial más acomodado, fomentan la salud pública y se atien-
den en la salud privada. Reclaman por la igualdad, y tienen una segunda y tercera casa para
veraneo. Usan el sistema laboral para perpetuar la lucha de clases, y hacen de las reinvindi-
caciones laborales el eje central de su discurso político, pero tanto la CUT, controlada por el
partido socialista, como el diario El Siglo, controlado por el partido comunista123, el diario
La Nación y la propia Inspección del Trabajo, enfrentan huelgas y demandas laborales de sus
propios trabajadores, pese a que, a diferencia de la empresa privada, tienen financiamiento
asegurado. Esas flagrantes inconsecuencias inducen a muchos ciudadanos a instalarse de lleno
en la sospecha, pues está a la vista la contradicción entre lo que dicen y lo que hacen. Y las
consecuencias las paga el sistema político completo, pues lo hacen perder toda credibilidad.
Como dice Piotr Stepanovich, el ideólogo socialista de la novela Demonios de Dostoievsky,
“Echaremos a volar leyendas; cuántas leyendas se pueden inventar”.
122 De 23 hijos en edad escolar de diputados de la izquierda concertacionista, 19 estudian en colegios particulares y sólo 4 en
colegios públicos. (Fuente: Diario La Tercera, 19 de junio del 2008).
123 “…en protesta por los sueldos de hambre y sobreexplotación de los dueños de la empresa que publica el periódico “El Si-
glo”, el órgano oficial del Partido Comunista de Chile, sus obreros están en huelga desde hace ya cinco meses. La dirección
del Partido Comunista procedió a expulsar de su trabajo a los trabajadores, y tras largo proceso la Corte Suprema aceptó
la solicitud del Partido Comunista para negar a los trabajadores el derecho a tener su propio sindicato, ¡y ello porque son
subcontratados! Como tales carecen de tal derecho, y por ello se anuló la disposición de la Inspección del Trabajo que había
ordenado la recontratación inmediata. La huelga continúa y el (diario) El Siglo es impreso por “rompehuelgas”. (Diario El
Mercurio, cartas al director, 3 de abril del 2008).

89
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En las elecciones presidenciales del año 2005-2006, en las que participaron en una suerte
de primarias Soledad Alvear y Michelle Bachelet por la Concertación, y Sebastián Piñera y
Joaquín Lavín por la Alianza por Chile, inicialmente la primera opción la tenía Lavín. La
Concertación hizo todo lo imaginable por destruirlo políticamente: lo acusó de ser el candida-
to de los ricos, lo descalificó por ser Opus Dei y de misa diaria, y llegó al extremo de usar el
caso Spiniack para ensuciar y desprestigiar al partido político al cual pertenecía (UDI), invo-
lucrando a uno de sus más importantes senadores en actos de pedofilia y de desviación sexual
con una adolescente en situación de pobreza. Paralelamente, inflaron la opción de Sebastián
Piñera, el contrincante de Lavín en la Alianza, hasta lograr que lo sobrepasara. Tan evidente
fue ese proceso de demolición, que la candidata Alvear invitó formalmente a Piñera a integrar
su eventual gabinete de gobierno en caso de que ella llegara a la presidencia.
Tres años después, cuando el cuadro presidencialista mostraba a S. Piñera como el candi-
dato con más opciones electorales de la Alianza por Chile, y a Lavín con escasas posibilidades,
la propia presidenta socialista ensalzó a Lavín como un líder genuinamente preocupado de los
pobres (discurso de Bachelet del 1° de agosto 2007), y lo incorporó a la comisión de equidad
(semana del 20 de agosto del 2007). En cambio, personeros de su gobierno hostilizaron a Piñera
cada vez que podían. Lo descalificaron por su alto nivel de riqueza económica, al extremo que el
ministro secretario general de gobierno, Antonio Viera Gallo, dijo que por esa razón no corres-
pondía que fuera presidente de Chile, aunque su fortuna actual es casi la misma que poseía en
la elección anterior, cuando Soledad Alvear lo invitó a integrar el gabinete de la Concertación.
Esa manipulación de la opinión pública nacional (de la cual la Coalición por el Cambio
tampoco está exenta) demuestra el escaso respeto que tiene por ella. Así la discusión de fondo
es siempre consciente o inconscientemente pasada por alto, o si se aborda, no llega casi nunca
a ninguna parte. El resultado final es que sólo aquellos que administran el sistema son casual-
mente los que gozan del poder económico y político, esgrimiendo una agenda que aparece
como necesaria, pero que es simple comparsa, puesto que no resuelve nada importante, y las
clases socioeconómicas siguen siendo las mismas.
Un ambiente de indiferenciación marcado por la ignorancia, que permita consolidar sin
oposición intelectiva un modelo de “democracia” atiborrado de componentes neototalit|arios;
esta es exactamente la estrategia urdida por el padre del socialismo renovado, el marxista italia-
no Antonio Gramsci —quien le dio cancha, tiro y lado a Lenin—, y que es la que opera encu-
biertamente en nuestro país bajo el nombre de “progresismo”, pues el socialismo se dio cuenta
de que su nombre había perdido imagen después que en 1989 cayeron estrepitosamente los “so-
cialismos reales”. Más adelante revisaremos en detalle el pensamiento ideológico de Gramsci;
por ahora, se puede adelantar que sus teorías han generado el neogramscismo, cuyos agentes se
dieron cuenta de que no era necesario expropiar la propiedad industrial, agrícola o comercial,
pues bastaba recargarla con tributos al máximo posible, con el pretexto de “corregir” las imper-
fecciones y desigualdades que generan el neoliberalismo y el mercado, pero más que nada con
el propósito de neutralizar el desarrollo efectivo de la acción emprendedora del privado, sobre
todo del empresario Pyme, pues su éxito determina diferencias sociales que no concuerdan con
los principios igualitarios que quiere implantar el socialismo-progresista.
El discurso comienza con una denuncia contra el liberalismo económico, y después va
acuñando nuevos términos, tales como neoliberalismo, egoísmo del modelo, etc. Pero nunca
propone nada serio y eficiente para remediarlo. Esa retórica semántica es uno de los grandes
inventos políticos de Gramsci, que sabía perfectamente lo que hacía. Es “curioso” que el cam-
bio de modelo haya sido planteado en Chile por los líderes de la izquierda que gobernaron
por casi veinte años practicando a todo vapor lo que llaman neoliberalismo. Pero la estrategia

90
Sebastián Burr

es la estrategia, y el “social-progresismo” lo sabe muy bien. Es también incomprensible que


hayan denunciado y sigan denunciando crecientes desigualdades, pese al 300% de aumento
en el gasto social y en la recaudación tributaria (en la línea de lo que denominan “desarrollo
con equidad”), a la proliferación de los controles orientados a “mejorar” la distribución de la
riqueza, a un precio del cobre realmente inédito, y a un tipo de cambio tan bajo que en los úl-
timos años ha incrementado fuertemente la capacidad de consumo de la ciudadanía. Lo que en
verdad ha fracasado, en cuanto a igualdad, es la estrategia populista-estatista, que no cree en la
libertad del hombre en cuanto hombre, y que desconoce el enorme potencial de las facultades
humanas superiores, que toda persona, cualquiera sea su condición, posee naturalmente, y que
permanecen en estado latente, prontas para ser activadas y desarrolladas. Ahí yace la raíz de la
verdadera igualdad, y no en la igualdad material o económica, que es sólo un gigantesco mito
difundido desde hace más de 150 años por el colectivismo en todo Occidente124.
Esa estrategia ya ha sido probada por Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Mo-
rales en Bolivia, mediante sus propuestas de asambleas constituyentes. De hecho, el sena-
dor socialista Navarro, reconocido chavista, llamó el 4 de septiembre del 2007 a crear una
asamblea constituyente125, y lo mismo volvió a hacer el 23 de enero del 2008126, opción que
también está exigiendo el partido comunista de Chile.
A tal punto es así, que no resulta aventurado inferir que democracia representativa y to-
talitarismo podrían tener una relación de causalidad127. No es que la intención sea esa, pero
bajo el paradigma representativo se evoluciona natural y sistémicamente hacia una socie-
dad pasiva. De esa pasividad emerge la precariedad que hace necesario el asistencialismo,
y del asistencialismo masivo se pasa a una suerte de control total o totalitarismo, pues la
pasividad hace que los recursos sean siempre escasos y haya que distribuirlos “equitativa-
mente”. Es decir, es génesis de su propio caldo de cultivo.
En síntesis, consciente o inconscientemente, el Estado asistencialista niega o limita severa-
mente la libertad de la persona en cuanto tal, obstruye el desarrollo democrático de las mayorías,
genera una necesidad masiva de asistencialismo, plantea soluciones precarias y simplistas que
apelan más a la emoción que a la razón, y presenta a las minorías políticas que exigen desarrollo
humano mediante el esfuerzo y la perseverancia como “enemigas del pueblo”, convirtiendo así
el asistencialismo en un bien necesario, “humano y patriótico, altruista y solidario”. Y si todo
eso falla, descalifica moral y políticamente a sus adversarios, mediante la lucha de clases. Así
consigue la adhesión mayoritaria obligada, pues esos ciudadanos, emocional y económicamente
dependientes, no tienen alternativa. Pero igual intuyen su desgraciada situación128.
124 Algunos museos europeos exhiben los panfletos que se usaban en la Revolución Francesa, en la Revolución Rusa, en la
Revolución Española, en la guerra de Vietnam, en Cuba, y después en la época de la Unidad Popular en Chile. Esos pan-
fletos contenían slogans igualmente cargados de lucha de clases. La mayoría de esos slogans eran exactamente los mismos
que en Chile utilizó la Unidad Popular, y muchos se siguen usando hoy: “a luchar por la igualdad”, “no pasarán”, “patria o
muerte venceremos”, “la religión es el opio del pueblo”, “educación de los ricos y de los pobres”, etc. etc. El único original
pareciera ser aquel que utilizaba la Unidad Popular en Chile y que dice: “Los momios al paredón, las momias al colchón”.
125 Diario La Tercera, 6 de septiembre del 2007, página 7.
126 Diario El Mercurio, 24 de enero del 2008.
127 La mayoría de las categorías sociales y políticas que utiliza la democracia representativa son sociológicas y no de la persona
en cuanto sujeto moral. De lo que se sigue que no puede desarrollar capacidades verdaderas de elección.
128 A propósito del modelo igualitarista del socialismo, parece oportuno transcribir aquí un profético pasaje de la novela Demonios,
del gran escritor ruso Fedor Dostoievski, escrita en 1871. En este texto, realmente estremecedor, el conspirador revolucionario
Piotr Stepanovich, embriagado por su propia megalomanía de poder político, revela los designios de fondo del proyecto socia-
lista y vaticina la suerte que correrán los gobernados en la futura sociedad igualitaria. El siguiente es un extracto de dicho pasaje:
“—Liputin es un tunante— dijo Piotr Stepanovich—, pero yo lo conozco. Todos los tunantes somos iguales. Cuando
armemos más grupos revolucionarios, tendré por todas partes pasaportes y dinero. Tendré buenos refugios, y que me bus-
quen. Descubrirán un grupo, pero quedarán otros. Organizaremos disturbios...
—¡Quédese usted con Schigalev, y a mí déjeme en paz!— exclamó Stavroguin.

91
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Quiero hacer algunas reflexiones sobre la Nota N° 129, que transcribe un pasaje de la
novela Demonios, de Fedor Dostoievsky.
Basta conocer las brutalidades políticas y humanas cometidas por Stalin129 para constatar
cuán acertado estaba el gran escritor ruso en casi todas sus predicciones.
Pensemos que esto fue escrito casi cincuenta años antes de la revolución rusa encabezada
por Lenin. Y no fue de ninguna manera una fabulación literaria, pues Dostoievski conoció di-
rectamente a los ideólogos del socialismo que despuntaban ya en la Rusia de esa época, como
asimismo sus verdaderos propósitos, y los expuso en su novela para alertar sobre la siniestra
amenaza que representaba la ideología socialista para el futuro de la sociedad civil.
Muchos de los propósitos proclamados por este Piotr Stepanovich —prefigura del so-
cialismo extremo— se cumplieron en la Unión Soviética de Lenin y Stalin130 y en los demás
regímenes totalitarios del comunismo mundial.
Ahora el totalitarismo comunista ha sido reemplazado en gran parte por el socialismo reno-
vado urdido por Antonio Gramsci, y que ha derivado en el “socialismo-progresista”, sutilmente
entreverado en los cambios culturales. El modelo de Gramsci descarta la vía violenta como me-
dio para alcanzar el poder y la reemplaza por la vía cultural y electoral, que manipula en favor
del socialismo el resentimiento de los pobres y la lucha de clases. Pero no es difícil advertir que
el diseño básico de la futura sociedad socialista proclamado por Stepanovich en la novela de

—¡Ah, ese tipo es un genio, parecido a Fourier! ¡Ha inventado la igualdad!... Según su teoría, cada miembro de la
sociedad les pertenece a todos, y todos a cada uno. Todos son esclavos, y todos iguales en la esclavitud. Hay que rebajar
los talentos, el nivel de la cultura y de la ciencia. Ese alto nivel sólo lo alcanzan las inteligencias superiores, y no las que-
remos... Hay que sacarle la lengua a Cicerón, arrancarle los ojos a Copérnico, lapidar a Shakespeare. ¡En eso consiste la
schigalevschina! ¿Le extraña? Pues yo estoy aquí por eso, precisamente por eso...
“Parece que estuviera borracho”, pensó Stavroguin.
—Óigame, Stavroguin— continuó el otro—: igualar las montañas es algo muy interesante. No hace falta la cultura, sólo
hay que organizar la obediencia. Eso es lo único que hace falta en el mundo. El deseo de cultura es aristocrático. La familia y el
amor provocan el deseo de propiedad. Nosotros aniquilaremos esos deseos. Fomentaremos un libertinaje nunca visto, ahogare-
mos a todos los genios en su infancia... Todo quedará reducido a un común denominador: igualdad absoluta. Sólo lo indispen-
sable es indispensable. Esa será en adelante la suerte y el destino de los gobernados; esa será la divisa del mundo. Pero también
se necesita la emoción, y de eso nos encargaremos nosotros, los gobernantes; los esclavos necesitan un gobernante. Obediencia
completa, impersonalidad absoluta. Fomentaremos la emoción, y de repente todos se pondrán a comerse unos a otros, para no
aburrirse. El aburrimiento es también una sensación aristocrática; con la schigalevschina no habrá más deseos aristocráticos...
—Y usted, ¿se excluye de todo eso?— preguntó Stavroguin, asqueado.
—Yo soy nihilista, pero amo la belleza. ¿Acaso por ser nihilista no puedo amar la belleza? Usted no ama los ídolos,
pero yo sí... Ahora todos piensan con cerebro ajeno, no hay inteligencias propias... Sólo un hombre ha ideado en Rusia el
primer paso, y sabe cómo darlo. Ese hombre soy yo...
Stavroguin lo miraba fijamente.
—Soy un tunante, pero un tunante socialista— siguió Stepanovich, atropellándose en las palabras—. ¿Acaso no sabe
usted que somos los más fuertes? Yo no comprendo nada sin disciplina. Y los cuento a todos: donde hay un profesor que se
burla de Dios junto con sus alumnos, ya es nuestro. También es nuestro el estudiante que mata para experimentar una emo-
ción. El jurado que absuelve crímenes, nuestro. Los administradores y los escritores, igualmente nuestros, sin que lo sepan.
La obediencia de los colegiales y de los imbéciles ha alcanzado su más alto grado; a los profesores se les ha reventado la
hiel, por todas partes hay una vanidad desmedida, un apetito emocional sin límites... Hasta ahora el pueblo ruso no había
conocido el cinismo, pero hoy todos se emborrachan, las madres, los hijos...
—Usted no es más que un ambicioso, un politicastro cualquiera...— dijo Stavroguin.
—Soy un Colón sin América... Pero es necesario que la gente crea que nosotros sabemos lo que queremos, y que los
otros no hacen más que dar palos de ciego... Echaremos a volar leyendas... ¡Cuántas leyendas se pueden inventar! Para eso
nos serán útiles todos los ilusos... grupos voluntarios, que se sentirán muy honrados... Se armará un lío como no ha habido
otro en el mundo... Rusia se cubrirá de tinieblas, llorará la tierra por los dioses antiguos... Y entonces surgirá una fuerza
nueva, ¡inaudita! Sólo necesitamos la palanca para levantar al mundo, ¡y todo se alzará! La tierra se quejará con un lamento:
“Viene la nueva ley”. Se derrumbará el tinglado, y entonces idearemos el modo de hacer una construcción de piedra. ¡Por
primera vez, y será edificada por nosotros!”
129 Ver Stalin, una biografía, Robert Service, Ediciones Siglo XXI.
130 Iósef Dzhughashvili, que ideó para sí mismo el sobrenombre Stalin (acero), se refirió a Dostoievski como “el gran estudioso
de la psicología humana”; sin embargo, no permitió la reedición de sus obras, como tampoco las de Tolstoi y Pushkin, pues
los tres escritores eran contrarios al socialismo.

92
Sebastián Burr

Dostoievski —igualitarismo, atrofia de la inteligencia, supresión de la libertad real, disolu-


ción de los valores y de la familia, mantención de las mayorías ciudadanas en niveles sólo
de subsistencia, y sometimiento de esas mismas mayorías al Estado asistencialista y benefac-
tor— calza extrañamente con muchas de las estrategias aplicadas en Chile por los gobiernos
de izquierda, aunque dichas estrategias, para casi todo el mundo, no parezcan emanar de un
plan intencional, deliberadamente trazado, pues incluyen el mercado y no atentan contra la
propiedad de un modo directo.
Quiero sin embargo hacer una aclaración, para evitar interpretaciones equívocas y no ser
acusado de calumniar infundadamente. No les estoy atribuyendo a los personeros de la Con-
certación los propósitos demenciales del personaje de Dostoievski, que representa en grado
extremo la patología del poder y el desprecio por el ser humano y el orden ético de la sociedad,
ni tampoco los rasgos francamente canallescos de esa personalidad. Es un hecho que entre ellos
hay personas de diferentes categorías morales, e incluso es posible que algunos no conozcan
mayormente el modelo de Gramsci, o que, si lo conocen, no lo compartan. Lo que quiero decir
es que la conducción del país por la coalición de centro izquierda en los últimos 20 años, reveló
al menos que en una parte importante de ese bloque predominaba el designio de perpetuarse
en el poder a cualquier costo, incluso manipulando los actos electorales mediante el desvío de
recursos públicos hacia sus propias campañas, presentando proyectos de leyes laborales antie-
conómicas y populistas, pero bajo un manto atractivo de justicia social, lucha de clases, desca-
lificaciones, etc., y aprovechándose de la ignorancia y del resentimiento de muchos chilenos.
Afortunadamente, hay en Chile grandes sectores de la ciudadanía que intuyen que las
promesas concertacionistas no son reales. Lo demuestran los resultados de las últimas elec-
ciones presidenciales, con más de un 50% de votos en contra, no obstante la reiterada y millo-
naria intervención electoral con fondos públicos, reconocida incluso por varios líderes de la
misma coalición131. Y más aún si se considera el enorme número de los que no se inscriben en
los registros electorales. Indudablemente, esos ciudadanos tienen otras aspiraciones sociopo-
líticas. ¿Pero cuáles son? ¿También puramente utilitarias? ¿O quizás muchos de ellos ansían
y vislumbran, aunque sea borrosamente, un sistema distinto, que acoja de verdad todas las
dimensiones y expectativas naturales del ser humano? ¿Quiénes serán capaces de transformar
esas aspiraciones en un proceso de desarrollo humano real, que integre todos los requerimien-
tos de la vida, tanto pragmáticos como éticos y trascendentes?
Volviendo a nuestro análisis, el síndrome igualitario y asistencialista del socialismo ex-
plica en parte que la centro derecha casi nunca logre capitalizar los graves errores que comete
el izquierdismo, pues su discurso no coincide, en términos de lógica política, con el del Es-
tado asistencialista. Por tal razón, ni siquiera puede pensar en levantar propuestas orientadas
al ejercicio de la libertad en ámbitos tales como trabajo, educación, emprendimiento, etc., ya
que todo eso demanda esfuerzo individual y libertad real, y las mayorías no están capacitadas
intelectiva ni funcionalmente para asumirlo. De esta manera, cuando alcanza el poder, su
agenda política tiene que someterse a la lógica del asistencialismo y no al desarrollo de la
autosuficiencia plena de los ciudadanos. De hecho, las nuevas autoridades políticas elegidas
en enero del 2010 (Coalición por el Cambio de centro derecha) ha dicho en varias oportuni-
dades que proseguirán con la mayoría de las políticas sociales que desarrollaba la coalicion
de centro izquierda. Hay que reconocer que, en los últimos dieciocho años, Gramsci ha estado
triunfando en toda la línea en nuestro país, y la centro derecha casi no se ha dado cuenta.
El modelo asistencialista es respaldado por corrientes liberales positivistas, e incluso por

131 Jorge Schaulson (ex presidente del PPD) y Edgardo Boeninger de la DC, quienes reconocieron que se usaban los fondos
reservados para hacer proselitismo político en cada acto electoral al cual se veía enfrentada la Concertación.

93
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sectores de la democracia cristiana e importantes miembros de la Compañía de Jesús; al menos


eso es lo que la opinión pública infiere de las declaraciones de muchos de ellos. Contra esa
visión sociológica y colectivista se alza el humanismo cristiano propiciado por los sectores de
la Iglesia que comparten las orientaciones del magisterio romano, cuyo principio fundamental
es que el desarrollo humano sólo es posible mediante la activación de las facultades superiores
de la persona, es decir, a través de un proceso que respete su carácter espiritual, y le permita
desplegarse análogamente en el ámbito práctico. El carácter único e irrepetible de cada per-
sona ha sido ratificado incluso por el código genético, lo que confirma su dignidad. Pero esa
dignidad, para constituirse realmente, exige el ejercicio pleno de la libertad, tanto extrínseca
como intrínseca. Esta es la esencia misma de la vida y del hecho humano, y no entenderlo es
no entender al hombre y su naturaleza racional, volitiva y social. En ese modelo humano de
sociedad, la libertad real es el elemento nuclear, y debe insertar activamente a cada persona en
el cuerpo social. Evidentemente, esto no es fácil de armar, pues muchos de los antiprincipios
del colectivismo y del liberalismo están férreamente adheridos al entramado cultural del país,
a nuestra educación, al ámbito laboral y al sistema sociopolítico actual.
Por otra parte, para el humanismo cristiano, el bien del hombre tiene un referente su-
perior y absoluto, de carácter divino; es decir, es imparcial, pues no depende de intereses ni
opiniones humanas. Por lo tanto, dicho referente es igual para todos, no es relativo, y no debe
ser manejado utilitariamente. En cambio, el referente del bien escogido por el laicismo, el
agnosticismo, el progresismo y el positivismo sociológico es el poder político; ahí está su ab-
soluto, pues casi identifican el Estado con dios, tal como lo hace la filosofía de Hegel, que se
expondrá en el capítulo III. Dicha entelequia de poder les permite justificar, según convenga,
todos los medios empleados para obtenerlo y conservarlo: lucha de clases, penetración ideo-
lógica de la educación y del mundo laboral, vaciamiento de valores en la familia, maquillajes
o “asesinatos” de imagen132, desviar fondos públicos para campañas políticas, etc.
De esa suerte de divinización del Estado proviene también el culto a la personalidad pro-
movido por los regímenes totalitarios, que no es otra cosa que la sacralización de sus figuras
más relevantes: Lenin, Stalin133, Hitler134, Mussolini, Mao, Ho Chi min, etc.
La retórica liberal-socialista proclama la libertad como uno de sus grandes objetivos,
aunque nunca define qué entiende por libertad, ni en términos teóricos ni en términos prác-
ticos. Sin embargo, su aplicación de la libertad es bastante reveladora, pues la coarta en una
serie de ámbitos en los que no debe hacerlo, como es el desarrollo de las facultades superiores

132 Un ejemplo de maquillaje de imagen fue el proceso de desestalinización, que consistió en separar a Lenin de la imagen de
Stalin. La realidad es que el primero promovía el terror civil con la misma maestría que el segundo. Según los archivos secretos
del PC soviético, abiertos en 1991, y de los cuales se hizo cargo Richard Pipes (The Unknown Lenin, Yale University Press),
hay un nexo de causalidad entre la primera fase del experimento comunista conducida por Lenin, y la etapa de consolidación
del régimen que lideró Stalin. Fue Lenin el que promovió inicialmente el terror, pues estaba convencido de que la lucha de
clases no era un “motor suficiente” para lograr los cambios sociales. Escribía en septiembre de 1918: “Es necesario y urgente
preparar secretamente el terror. El viernes decidiremos si se hará a través del Consejo de Comisarios del pueblo o de otra
manera”. Y explicaba cómo dar el ejemplo: “1) Ahorcar (ahorcar sin tardanza para que la gente vea) no menos de cien Kulaks
conocidos, hombres ricos, sanguijuelas. 2) Publicar sus nombres. 3) Requisarles todos sus granos. 4) Designar los rehenes (…)
La gente verá, temblará, gritará: ahí están estrangulando y estrangularán sanguijuelas”. Lenin inició además una campaña de
exterminio de miles de campesinos beneficiados por las reformas de Stolypin. Ordenó confiscar bienes eclesiásticos y fusilar
sacerdotes, y no hizo nada para detener las masacres contra judíos, llevadas a cabo por el Primer Ejército de Caballería que se
retiraba de Polonia. La serie de muertes ordenadas por Lenin comenzaron con el asesinato del ex gobernante ruso (Nicolás III)
en Ekaterimburgo, de su esposa, de sus cuatro hijas, de un hijo de 11 años y de toda la servidumbre que asistía a la familia.
133 Stalin llegó a tal grado de paroxismo político, que se transformó en uno de los más grandes asesinos de la historia. Mandó exter-
minar a más de 10 millones de campesinos para imponer la colectivización total de los campos, mandó eliminar a miembros de su
propio partido político, del Komintern, del ejército bolchevique, del Politburó, de la NKVD (servicio de inteligencia y represión
del estado soviético), a intelectuales, amigos, parientes, etc. (Biografía de Stalin de Robert Service, Ediciones Siglo XXI).
134 Hitler contó inicialmente con el apoyo de la izquierda, y después el mismo Stalin se alió con el nacional socialismo (nazismo).

94
Sebastián Burr

del hombre (libertad intrínseca) y el emprendimiento (libertad extrínseca), y se excede en


otros en los que sí debería restringirla, abriendo problemas culturales, sociales, políticos,
bioéticos, etc., inéditos en la cultura occidental: aborto, consumo de drogas, eutanasia, este-
rilización obligatoria, diagnóstico prenatal a fin de decidir la eutanasia fetal, eugenismo135,
modelamiento de la conducta humana a partir del conductismo136, etc.
Esto ocurre porque ninguna de esas dos ideologías tiene un fundamento antropológico y
ético sobre el cual fundar el ejercicio de la libertad individual y social. En consecuencia, “dejan
hacer” ciertas cosas que en determinados momentos demanda “lo políticamente correcto”, dan-
do luz verde a una seudo libertad irrestricta, y prohíben u obligan a hacer otras, de acuerdo a un
concepto manipulador de “progreso” o de “protección social”, que se rige por la lógica del po-
der. Y después, cuando la contingencia da un giro, proponen exactamente lo contrario. ¿Cómo
se explica, por ejemplo, que una joven menor de 18 años no pueda sufragar en la elección de un
simple concejal, y una adolescente de 14 años sí pueda decidir tomar una píldora del día des-
pués, que puede ser abortiva? ¿Cómo se entiende que una joven menor de 18 años no pueda ob-
tener licencia de conducir, pero una menor de 14 años en avanzado estado de gravidez sí pueda
decidir abortar, como ocurre en muchos países de Occidente manejados por gobiernos que se
autoproclaman “progresistas”? ¿Cómo se entiende que una joven menor de 18 años no pueda
cruzar la frontera sin la autorización de sus padres, pero sí pueda decidir ingerir drogas pesa-
das, como lo permiten algunos países del norte de Europa? ¿O que un joven de 18 años pueda
decidir una eutanasia, pero no esté autorizado para pactar libremente sus condiciones laborales
en un simple contrato de trabajo? ¿Cómo se entiende que en Chile se prohíba la exhibición de
un auto Fórmula Uno en una autopista completamente protegida, porque da “mal ejemplo” a
los jóvenes, pero simultáneamente se autorice en nuestro propio territorio la realización de un
congreso latinoamericano de terroristas, o que se desnuden cien mil personas en la vía públi-
ca, sin que nada de eso signifique un mal ejemplo? ¿Cómo se explica que en nuestro régimen
“progresista” los alumnos no puedan elegir entre distintas opciones educacionales, porque lo
impiden los programas docentes del Estado, pero contradictoriamente se suponga que están
capacitados para revisarlos críticamente y proponer modificaciones al respecto, cuando son
invitados a una mesa de diálogo cuyo objetivo es discutir un nuevo modelo de educación na-
cional? ¿Cómo se explica, por último, que el liberalismo y el “socialismo-progresista” hagan
de la diversidad y del pluralismo sinónimos de la libertad, y al mismo tiempo descalifiquen
o denigren como dogmáticos, integristas, fundamentalistas, etc., a quienes manifiesten una
creencia religiosa, o mencionen a Dios como referente supremo de la realidad?
Ahora bien, si examinamos la trayectoria de la derecha en nuestro país, vemos que arrastra
por sí sola problemas de moral política bastante serios: una avidez por el dinero y un individua-
lismo que implican una evidente contradicción para manejar los asuntos públicos. De hecho, la
gran mayoría de los electores entiende a la derecha política como una expresión de la derecha
económica, de los grandes empresarios y de sus intereses, y no como defensora y propulsora
de la libertad humana (extrínseca e intrínseca) y del emprendimiento mayoritario de los ciuda-
danos, como pretende hacerlo ver. Si así fuera, habría hecho todos los intentos necesarios para
instalar a los asalariados en el protagonismo activo, al igual que los empresarios en sus vidas
y en sus empresas, es decir, dentro de un modelo de praxis moral, productividad y resultados
económicos variables. Pero nunca la CPC, ni la Sofofa ni la Asimet han dado una lucha frontal
al respecto, más allá de proponer flexibilidad de contratación, ponencia que una vez más parece

135 Transformación artificial de la especie mediante la manipulación del ADN.


136 Watson (1913) determinó que la psicología debe circunscribirse al estudio de la conducta objetivamente observable y men-
surable, renunciando a contenidos de moral y conciencia.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sólo un intento de proteger sus propios intereses, no obstante que proclaman políticamente el
emprendimiento y el libre mercado asociado a la productividad como la gran solución social.
Hace mucho tiempo que deberían haber levantado la propuesta de abolir la sociedad salarial,
dentro de un marco de seguridad social básico y garantizado, que se acreciente y reafirme en
la misma proporción que el crecimiento económico de cada trabajador, de la empresa y de la
economía, todo ello basado en la productividad de cada cual objetivamente medida.
Otro de los problemas serios de la derecha es que muchos de sus dirigentes revelan una
manifiesta incultura de las ciencias políticas y sociales, déficit que los mantiene casi siempre en
la zaga de la contingencia, y en una constante actitud defensiva. De esa incultura devienen su
falta de iniciativas y sus contradicciones ético-políticas, que los afectan también electoralmente.
Sin embargo, el problema moral de fondo que tiene la centro derecha, y que de alguna ma-
nera explica que le cueste tanto capitalizar los errores y actos de corrupción de sus adversarios,
consiste en que nunca ha ofrecido a los electores una propuesta que haga posible, para todos
los ciudadanos por igual, alcanzar la calidad de vida que ellos sí son capaces de obtener en su
mismo país, dentro de la misma institucionalidad. La derecha debería elaborar y proponer un
proyecto sociopolítico integral, que explique de manera que todos entiendan, cómo se alcanza
ese nivel de vida en forma real, aunque signifique un completo cambio; quizás así obtendría
credibilidad pública y la adhesión de las mayorías por afecto y no por defecto. Como eso no lo
hace, pero a la vez está en la contingencia, el grueso de los electores infiere que quiere alcanzar
el poder para mejorar su propia posición socioeconómica, pero no para hacer de Chile un país de
mayores oportunidades para todos y con menor desigualdad. Todos sus adherentes son aspiran-
tes a esa fórmula, pero no porque la derecha la proponga, sino porque la perciben por sí mismos.
Incluso su cortoplacismo, derivado de la necesidad de conquistar a un electorado que
pide más asistencialismo “aquí y ahora”, les impide edificar una gran síntesis humana y so-
ciopolítica y salir a “venderla” como una propuesta que sólo puede ser entendida a mediano
o largo plazo. Si la hubieran elaborado y planteado hace quince o veinte años, probablemente
hoy tendrían una adhesión electoral mucho mayor que el 51,6% que obtuvo Sebastián Piñera
en las presidenciales de enero del 2010.
Cuando en abril del 2007 la derecha se opuso por primera vez a un proyecto reactivador de
la macroeconomía (proyecto de depreciación acelerada), fuertemente apoyado por el gobierno
y los grandes empresarios, muchos hablaron de un cambio fundamental en la política chilena. A
poco andar, el gobierno anunció que enviaría una enésima reforma laboral (referida a la previsión
de los trabajadores), para “sacar al pizarrón a la derecha” y ver si su “desmarque” de los grandes
empresarios era efectivo o no. Sin embargo, dentro del contexto maquiavélico de la política, el
propósito oculto de esta iniciativa del gobierno era lograr que la opinión pública viera con sus
propios ojos el maridaje que existe entre los grandes empresarios y los partidos que conforman
la Alianza por Chile. Entonces envió un proyecto laboral que técnicamente la derecha estaba
obligada a rechazar, para denunciar que la UDI y RN están umbilicalmente ligadas a los grandes
empresarios. La misma intención encerraban potentes proyectos tributarios o de fuerte conteni-
do valórico; buscaban identificar a la centro derecha con los más “ricos”, o “empujarla” hacia
sectores más conservadores y de la misma Iglesia. En otras palabras, la movilidad política de la
centroderecha es casi cero. Pues si aprueba esos proyectos, se transforma en un partido socialista
más, alineándose incluso con los parlamentarios más erráticos de esa tendencia, y de paso deja
instalada una bomba de tiempo en la sociedad o en la economía. Como dice el refrán, si me qui-
tas el cuchillo me muero, y si me lo dejas me matas. Eso se llama estar entrampada, y la centro
derecha todavía no discurre una propuesta y un discurso sociopolítico que le permitan desen-
tramparse, no en términos coyunturales sino en cuanto a un cambio total de perspectiva política.

96
Sebastián Burr

¿Alguien entiende por qué la derecha política comienza oponiéndose a casi todas las
iniciativas legislativas de la izquierda, y finalmente termina aprobando buena parte de ellas?
¿Por qué no establece de buenas a primeras cuál es su ideal de sociedad, libertad y desarrollo
humano, y lo formula antes que la izquierda, mediante un proyecto propio y a largo plazo?
De la comparación de ambos estratos socioeconómicos que hacen los sectores más pos-
tergados, surge un evidente resentimiento, pues a esos sectores casi nunca les sucede algo que
realmente valga la pena en su vida moral, social, profesional, económica, etc. Es decir, vegetan
en medio de una vida vacía, que parece totalmente preescrita, y sin proyecciones en casi ningún
orden de cosas, mientras que los que pertenecen a la derecha son los verdaderos protagonistas
de la vida nacional; les sucede de todo, profesional, económica y socialmente. Todas estas
deficiencias y contradicciones, proyectadas al plano político, permiten concluir que cuando un
sector sociopolítico no mantiene cierto grado de primacía moral (cualquiera sea la dimensión
de ésta), es imposible que aceda al manejo gubernamentativo y democrático del Estado.
El falso modelo que ofrece el izquierdismo y la manifiesta defección político-moral de
la derecha, hacen que en términos generales más del 50% de los ciudadanos habilitados para
votar se abstengan de hacerlo (no inscritos, votos en blanco, etc.), pues no perciben seriedad
conceptual en ninguno de los dos conglomerados137. Y ninguna de las campañas publicitarias
montadas al respecto en el último tirmpo ha logrado revertir ese letargo electoral138.
Desde una perspectiva económica, se puede decir que cuando la sociedad no consume
cucarachas es porque les asigna un valor cero. Análogamente, la democracia representativa
no es “consumida” por buena parte de la ciudadanía, que vota en blanco o no se inscribe
en los registros electorales. Y los conglomerados políticos han sido incapaces de hacer una
lectura profunda, verdadera y consecuente de este fenómeno, de esta apatía ciudadana ins-
talada en todos los sectores del país.
El resultado de esta acumulación de adulteraciones es que la democracia representativa
ha abandonado el campo de la discusión de ideas y se ha transformado en una “ideología por
el poder”, de apariencia democrática, pero instalada en la lógica del clientelismo político para
librar y ganar el combate electoral. En nuestro país, ambos conglomerados políticos (Coalición
por el Cambio y Concertación) son fieles representante de esa “transversalidad política”; es
notorio que las diferencias ideológicas casi han desaparecido, en aras de controlar a cualquier
costo el manejo del Estado, incluso sacrificando en mayor o menor medida las propias con-
vicciones doctrinarias. Así un partido como la DC, que dice defender el humanismo cristiano,
hace una alianza con el partido comunista, que profesa la ideología marxista, completamente
contraria a sus principios, y que la misma Iglesia calificó de intrínsecamente perversa.
Bajo el actual modelo, los únicos protagonistas son los trabajadores independientes, los
ejecutivos, directores y propietarios de cierto nivel de empresas, la élite de dirigentes parti-
distas y algunos grupos vocacionales que de verdad viven y se desarrollan libremente. El res-
to: la sociedad salarial, la clase media, los microempresarios y los pobres en general, siguen
instalados en los últimos peldaños de la escala socioeconómica y del desarrollo humano.
Ese resto constituye el 80% o más de la población del país, y mientras dicho “modelo”, per
se sobreestructurado, no sea sustituído por otro que permita el pleno ejercicio de la libertad
humana, ese enorme conglomerado no podrá abandonar ese sitial y no compartirá los éxitos

137 En la encuesta Mercurio-opina, dada a conocer el 2 de diciembre del 2007, el 71% de los encuestados dicen que no les
interesa la política, porque los políticos no cumplen las promesas y son poco transparentes.
138 En Chile, 11 millones de personas tienen derecho a voto, pero sólo 8 millones están inscritas (73%). Y de esos ocho millo-
nes, en promedio sólo 6,5 millones votaron en los diversos procesos electorales desde 1998 al 2008 (59%). Los no inscritos,
más lo que se abstienen, los votos blancos y nulos, suman 5 millones (45 %). Los votantes de 18 a 30 años eran el 36 % en
1988; diez años después, eran sólo el 8%.

97
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y vaivenes de la nueva economía global, persistiendo en su estado de enajenación y exclusión


en este nuevo ciclo de la historia, con lo cual permanecerán las endémicas desigualdades so-
cioeconómicas y culturales que hemos sufrido desde el comienzo de nuestra independencia.
Nuestra institucionalidad política está evaluada como una de las dos peores de la vida
nacional. Tan negativa es la apreciación de las mayorías al respecto, que la entienden como
un sistema que favorece primordialmente a sus actores y no al ciudadano y al orden social,
que son sus verdaderos fines. Y lo peor es que el sistema en cuanto tal es “monopólico”: los
ciudadanos no tenemos alternativa, estamos obligados a avalarlo sistémicamente, indepen-
dientemente de si votamos en blanco, nulo o por el candidato que sea. Si el sistema no tiene
una válvula de escape dentro de la misma institucionalidad, puede colapsar.
Es necesario eliminar el autoblindaje que el propio sistema se ha fabricado, e institucio-
nalizar la posibilidad de darle o restarle crédito en y mediante los mismos actos eleccionarios;
es decir, permitir que sea juzgado por la ciudadanía en cuanto a si cumple o no su verdadero
rol, el de lo político. Es un “producto” que debe ser querido por sus “consumidores”, y no un
reducto de poder exclusivo de los caciques de la dinastía liberal-socialista.
¿Cómo puede ser que nuestro sistema político —ejecutivo y legislativo— persista en el
tiempo sin modificaciones, siendo tan poco idóneo para la construcción del bien común polí-
tico, tan ineficaz en la creación de oportunidades y protagonismo para todos, tan catastrófica-
mente confundido en materia educacional, tan indolente respecto de la cesantía139 y la preca-
rización del empleo, la delincuencia y la drogadicción, la calidad de la salud, los analfabetos
funcionales, la corrupción, etc., y que la mayoría de sus representantes resulten reelegidos una
y otra vez en cada acto electoral, sin haber resuelto ninguno de esos problemas que se heredan
de gobierno en gobierno? Esto es parecido a que alguna ley nos obligara a los ciudadanos a
adquirir un producto que pocos desean tener, pero que por fuerza tenemos que adquirir, y lo
peor es que se trata de nuestras vidas y del futuro de Chile.

Joseph Ratzinger ha reafirmado a la familia, la libertad, la educación


y el bien común político.

Cómo teólogo y filósofo, el Papa Benedicto XVI ha estudiado el problema humano y social
con rigurosidad y amplia perspectiva. Y ha concluido que el carácter único de cada persona
es lo que establece su dignidad. Pero para que esa dignidad se verifique permanentemente, es
necesario el ejercicio pleno de la libertad y una sana convivencia social. Y una sociedad sana
requiere células que le den vida, y su célula básica es la familia, que tiene un derecho absoluto
a educar libremente a sus hijos. Para que la familia pueda cumplir ese rol fundamental y no
se desintegre, el Papa establece la indisolubilidad del vínculo conyugal. Sumado a todo lo
anterior, y justamente para consolidar conceptual y políticamente una sociedad, dice que es
ineludible validar rigurosamente el bien común político. En otras palabras, entiende que los

139 La tasa de cesantía, según el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE), cayó de un 10,6% a un 7,5% (situación
precrisis año 2008 y cifras aproximadas) durante los últimos 3 años (entre el 2005 y el 2008). Si se compara ese porcentaje
con los niveles de cesantía de muchos países latinoamericanos, e incluso con los que pertenecen a la OCDE, se infiere que
en nuestro país, en términos relativos, la cantidad de cesantes es baja. Sin embargo, en desmedro de la medición que hace
el INE, cabe decir que, si se pondera el 23% de menor masa laboral que Chile registra comparativamente con todos los
países con los cuales se compara, incluidos los pertenecientes a la OCDE (cuya tasa de ocupación es 66,1%, versus 50,5%
en Chile), el nivel de cesantía no sería un 7,5%, sino mucho mayor. El INE no pondera esa anomalía, que se explicaría
porque ese 23% de menor masa laboral puede corresponder a cesantes crónicos que dejaron de buscar trabajo; por lo tanto,
no entran en las tabulaciones. En el quintil más pobre, la ocupación sólo alcanza a un 50%, mientras que en el quintil de
mayores ingresos alcanza a un 77,8%. (Fuente: Instituto Libertad y Desarrollo).

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Sebastián Burr

elementos constitutivos e institucionales de la dignidad humana y de una sociedad sana, son


la familia, la educación libremente elegida y el bien común político.
En su documento Sacramentum Caritatis, difundido por el Vaticano el 13 de marzo del
2007, pide a los políticos católicos defender los siguientes valores del cristianismo como “no
negociables”: a) la vida en todas sus fases, desde la gestación hasta la muerte natural; b) el
bien común político (primigenio); c) el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer,
como fundamento de la familia; d) la libertad de educación de los hijos; e) el celibato sacer-
dotal, por cuanto emula la propia vida de Cristo.

El ADN del totalitarismo

Estoy seguro de que si en Chile se sometiera a plebiscito la opción de trabajar 30 horas sema-
nales en vez de las 45 establecidas por la ley, y conservando el mismo ingreso, la aprobación
ciudadana sería casi unánime. Y que lo mismo ocurriría si se propusiera que las vacaciones
se extendieran de 15 días hábiles a dos meses por año. También estoy seguro de que si la
existencia del libre mercado, o la del neoliberalismo bajo su actual forma, fuesen sometidas a
votación, ambas perderían “democráticamente”. En cambio, si la consulta se hiciera sobre el
derecho de propiedad, no creo que la mayoría aprobaría su abolición, salvo que se orquestara
una campaña de lucha de clases contra la propiedad de los más ricos. Las comillas usadas en
la palabra “democráticamente” indican que el acontecer político, en Chile y en casi todos los
países latinoamericanos, está lejos de ser democrático. El concepto de democracia ha llegado
a ser tan genérico y difuso, que para muchos no es más que un lugar común, en vez de desig-
nar un sistema de orden social bajo inspiración moral, cuya función esencial es desarrollar
la libertad humana y las capacidades cognoscitivas y prácticas de los ciudadanos. Más aún
cuando los valores que aportan la familia, la religión y el trabajo independiente han sido su-
plantados por los códigos materialistas del mercado, del asistencialismo, de la dependencia
y del relativismo moral.
Lo que hoy impera en la política es una suerte de despotismo, una “democracia ideológica”,
que impide a los ciudadanos vislumbrar un horizonte común, desarrollarse, entenderse entre sí y
actuar conjuntamente. El resultado es una democracia banal y anémica, que no cree en sí misma,
y que al fin se transforma en una tiranía encubierta por una retórica astutamente renovada.
Cuando la democracia no es ejercida activa y participativamente por todos los ciudadanos,
lo que se tiene es una estructura de poder que “confisca” sus espacios de pensamiento y de ac-
ción, les cierra la posibilidad de experimentar, y por lo tanto de adquirir ideas propias sobre la
naturaleza de las cosas teóricas y prácticas, sobre sus derechos y obligaciones. Entonces, como
está a la vista en nuestro país, la praxis es reemplazada por intentos estériles de “emprendi-
miento”: la vagancia, el “carrete” permanente, los actos delictivos finamente planificados, etc.,
comportamientos anómalos o patológicos que han suplantado el ejercicio real de la libertad.
La transición de una sociedad de artesanos libres a una sociedad salarial trastocó se-
veramente los coeficientes de libertad e igualdad en Occidente. Y empeoró aún más con la
implantación de los Estados asistencialistas y centralistas, contaminando con el mismo virus
a los gobiernos regionales y municipales.
Pero también la tiranía ha sufrido mutaciones: en reemplazo de las confiscaciones de la
propiedad privada, hoy se aplican políticas tributarias generales o excepcionales que termi-
nan expropiando las rentabilidades. En lugar de la opresión física que ejerció durante buena
parte del siglo XX, ha elegido dominar las conciencias mediante la antipraxis, aplicando su

99
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

metodología a través de una agenda programática tan eficaz, que incluso ha logrado adulterar
los valores e intereses de los ciudadanos.
Esa enajenación, que es literalmente una pérdida de contacto con la realidad a través de
la experiencia personal, ha generado un alto grado de difuminación valórica, haciendo de
la democracia una simple caricatura. La ciudadanía común y corriente, que no logra juntar
cincuenta personas con una misma línea de pensamiento, se encuentra inerme ante la clase
política y los grandes empresarios, que han conformado un solo maridaje para consolidar sus
respectivos intereses140. Y esa impotencia ciudadana no vislumbra otra reacción política que
la violencia, que suele expresarse mediante estallidos erráticos y efímeros, que no rectifican
nada del statu quo imperante, pero si logran reencender la retórica, ante la cual la inmensa
mayoría cae subyugada una y otra vez.
Hannah Arendt afirmó: “El sujeto ideal del gobierno totalitario no es el nazista o el co-
munista convencido, sino aquel para el cual la distinción entre hecho y ficción (es decir, entre
experiencia real e ilusoria) ya no existe”. Juan Pablo II, que también vivió el totalitarismo,
dice: “El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una
verdad trascendente (como suceso moral) con cuya obediencia el hombre conquista su plena
identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los
hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a
otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende
a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la
propia opinión, sin respetar los derechos de los demás”.
Ahora bien, la economía social de mercado, al revés de la sobrerregulación estatal, efec-
tivamente desarrolla económicamente a los pueblos, pero cuando se superponen sus códigos
tiende a destruir la organización social. Por lo tanto, lo único que puede sanear y equilibrar
la democracia es el desarrollo moral de todos los ciudadanos, mediante el ejercicio real de
la experiencia. Sólo así pueden transformarse en diques de contención de los excesos seu-
doeconómicos, seudodemocráticos e incluso dictatoriales.
La democracia real exige una ciudadanía plenamente informada. Pero la información no
consiste en lo que me dice la clase política, los medios de comunicación, la opinión de los
empresarios o de los amigos, sino en lo que yo constato activa, protagónica y libremente, tanto
desde la perspectiva moral como en las circunstancias sociales, políticas y económicas que me
toca vivir. Así la democracia, para ser válida, implica el derecho y el deber de experimentar
en primera persona todos los sucesos y factores de la realidad que afectan la vida personal y
la convivencia social. Ahora bien, como un buen 80% de los ciudadanos con derecho a voto
“experimentan” la realidad de un modo pasivo, es decir, vegetan en la antipraxis, y permane-
cen fuera de las circunstancias verdaderas, privados del aprendizaje que genera todo acierto e
incluso todo error, es imposible que capturen los códigos que rigen la realidad y que influyan
de verdad, libre e informadamente, en el quehacer económico y sociopolítico. Y esa suerte de
“enajenación” de la realidad humana y social les hace sentir que el sistema político no tiene sen-
tido, y por lo tanto no participan en él, lo cual confirma que no es auténticamente democrático.
Cuando un país está virtualmente autorizado para aprobar “democráticamente” reformas
que dislocarían su economía, que abolirían el derecho de propiedad, que destruirían la conviven-
cia social, o que asegurarían indefinidamente la permanencia en el gobierno de un determinado
conglomerado partidista, no sólo está capturado, sino que permanece en estado pre-totalitario,
y el golpe final sólo requiere acelerar y forzar las condiciones que lo hagan posible. Pareciera

140 Aún resuena en los oídos ciudadanos aquella frase emitida por Hernán Somerville, a la postre presidente de la Confedera-
ción de la Producción y del Comercio (CPC): “Mis empresarios aman a Lagos”.

100
Sebastián Burr

que la centro derecha ignora estas “sutilezas” democráticas, razón que explica que reaccione
brutalmente cuando el estado totalitario esta ya casi instalado. La izquierda, por su parte, sabe
que de la escasa participación de las mayorías en la vida económica, social y política del país,
emana un exiguo nivel intelectivo y cívico y una desigualdad económica per se. Y aunque el
Estado subvencione la brecha entre los más ricos y los más pobres, ésta se mantendrá, pues los
menos viven en ejercicio de la libertad y la mayoría vive en la pasividad. Y ese es un escenario
altamente propicio para desatar una crisis que haga “necesaria” una salida de tipo totalitario. El
dilema no es fácil de resolver. Parafraseando a Aristóteles, ¿cómo se les explica a las mayorías
que deben intentar salir de sus encierros culturales, si no saben que están encerradas?
Si bien el deterioro de nuestro país entre los años 1996 y 2010 fue paulatino, es fácil adver-
tir que la tendencia natural de la izquierda es eliminar progresivamente espacios de libertad, en
contra del emprendimiento y las iniciativas libres de las personas, puesto que para la izquierda
son ellos los que generan la desigualdad. En otras palabras, su tendencia es a nivelar hacia aba-
jo y no hacia arriba, pues es ese statu quo el que los mantiene siempre rondando el poder. Por
lo tanto, al actual modelo de libre mercado no le queda más alternativa que expandirse rápida
y objetivamente por la vía de una participación laboral activa y en primera persona. La carrera
será contra el tiempo, porque simultáneamente la izquierda intentará seguir exsacerbando las
desigualdades que el mismo liberalismo ayuda a generar, aunque el poder esté transitoriamente
en manos de sus rivales políticos. Lo peor de ese hipotético proceso es que no habría cómo
objetarlo, pues la mayoría lo percibiría como perfectamente natural y legítimo, cuando en rea-
lidad sería el resultado de un sistema distorsionado de “libertades democráticas”.
A otra escala, la Concertación hizo en Chile maniobras análogas con el tema de las
reformas laborales. En cuanto se acercaba una elección, echaba a correr la máquina de las
reformas laborales y del asistencialismo, y jaqueaba a la oposición, con lo cual logró conser-
var el poder durante veinte años.
Nuestro sistema democrático está infestado con el virus del totalitarismo; quizás bastará
una crisis de cierta magnitud para que aflore desembozadamente, y quién sabe de qué mane-
ra. En tal caso, posiblemente ampliará el actual sistema asistencialista, financiándolo con la
“expropiación” legal de las rentabilidades de la empresa privada y de parte importante de los
ingresos medios y altos de los mismos ciudadanos. Seguramente la mayoría asalariada, sumi-
da en la antipraxis, encontraría que tal medida es extremadamente justa.
El totalitarismo se ha encubierto siempre tras una máscara de legalidad, y consigue le-
gitimarse mediante la retórica, no mediante manejos éticos de la sociedad. Su objetivo es la
gradual intromisión del Estado en los asuntos privados, para ir suprimiendo también gradual-
mente las libertades individuales, hasta identificarse con la totalidad de las vidas ciudadanas y
someterlas por completo a sus dictámenes. Y el hecho de dejar pequeños espacios al arte (que
suele ser arte militante), y de permitir negocios en pequeña escala, no es más que otra variante
de la misma estrategia, pues así puede seguir hablando de “libertad”.
Una de las raíces del totalitarismo, que termina por ponerlo en escena, es el desvalimiento en
que se encuentran muchísimos ciudadanos. Ese desamparo los aísla de lo político, al punto que
la democracia y la libertad llegan a parecerles cosas incomprensibles, o sin sentido. Sin embargo,
esa soledad y enajenación se fraguan antes de que entren en escena los regímenes totalitarios; el
totalitarismo es sólo una consecuencia de esas carencias. En la “exégesis” totalitaria se revela el
total de la patología sociopolítica, tanto la de los ciudadanos como la del mismo sistema absolu-
tista. Pues entonces el sistema se presenta a sí mismo como espejo del problema, como solución,
como aglutinador, y simultáneamente como negación de la desolación y frustración ciudadanas.
Y por eso ese tipo de caudillismos despierta inicialmente tantas pasiones políticas en las masas,

101
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que ven en ellos un redentorismo iluminador que definitivamente “los va a salvar”.


Quiero reiterar el vínculo causal que existe en nuestro país entre el potencial advenimiento de
un régimen totalitario revestido de democracia y el desarraigo y desamparo en que se encuentran
vastos sectores de nuestra sociedad, sobre todo los que pertenecen al último peldaño de la clase
asalariada y los jóvenes, que en un 35% o más permanecen cesantes, y que son los que reclaman
con extrema violencia —aunque no racionalizadamente— en las fechas “emblemáticas”141. El
totalitarismo será siempre una amenaza bajo esas condiciones sociales; surge como respuesta a
problemas de fondo que se arrastran en el tiempo sin visos de solución, ya en el ámbito político-
sistémico, ya en el ámbito moral de la persona o en el ámbito ético de la sociedad.
Para conjurar el peligro totalitario, es esencial que los ciudadanos ejerzan realmente su dere-
cho práctico de pertenencia a la sociedad, y canalicen su libertad a través de las instituciones que
conforman el orden social, de modo que queden igualados en el plano moral-práctico142, dispon-
gan de oportunidades análogas o equivalentes, y puedan por lo tanto autodeterminarse humana y
sociopolíticamente de similar manera que los segmentos sociales más desarrollados. Esa comple-
ja falla de pertenencia, de ejercicio y de identidad es un caldo de cultivo altamente propicio para
el totalitarismo. Y los que la sufren la sienten a tal extremo, que se les hace más relevante que la
misma justicia, pues la identidad, la pertenencia y la autodeterminación son instancias morales
anteriores a la justicia, y guardan estrecha relación con la dignidad natural del género humano.
Nuestro país no irá a ninguna parte, y seguirá deteriorándose, mientras el grueso de
la ciudadanía continúe obligado a vivir una libertad espuria, puramente panfletaria, como
lo pretende el sistema liberal-socialista y su democracia representativa. La libertad debe
ejercerse de un modo simultáneamente objetivo y subjetivo, en primera persona, y producir
efectos reales en los mismos sujetos que la ejercen.
El ADN del totalitarismo consiste en privar a la ciudadanía del derecho a la acción y
al ejercicio de la libertad en sus dos dimensiones: extrínseca e intrínseca. La libertad es un
dinamismo metafísico ambivalente143, y lo metafísico es el factor constitutivo trascendental
de la libertad. A su vez, la doble dinámica de la libertad traspasa valores de lo extrínseco a lo
intrínseco, y viceversa, y los valores emanan de las acciones libres que ejecutan las personas.
En consecuencia, ningún poder político puede arrogarse el derecho de cerrarle el paso, ni en
el ámbito público ni el ámbito privado.
La democracia no es un absoluto, ni un fin en sí misma, sino un medio para el desarrollo
integral de todos los ciudadanos. Debe elegir siempre opciones morales y éticas; si no, pervier-
te su esencia, pierde toda validez, y termina haciéndoles el juego a las manipulaciones contra
natura del poder político, que a su vez provocan reacciones contra la misma democracia.
El progresismo español, por ejemplo, está implementado una “Educación para la Ciu-
dadanía” que elimina la enseñanza de la filosofía, de la ética y de los principios que rigen la
praxis humana. Si uno contrapone la trayectoria de ese progresismo con la del latinoameri-
cano, queda en evidencia el transplante casi cronológico de las formulaciones del primero a
nuestro izquierdismo continental, lo que demuestra que nuestra pretendida autonomía política
está aún infestada de dependencias ideológicas foráneas.
Llevamos demasiado tiempo sometidos a las manipulaciones democráticas. Pero aún hay
en nuestra “democracia” espacios que hacen posible utilizarla de manera mucho peor.

141 Protestas que nunca cesaron durante todos los gobiernos de la Concertación.
142 Dimensión relacionada con la autodeterminación humana, en lo epistemológico, en lo intelectivo, en términos teóricos y
prácticos, en la determinación del bien y el mal, etc.
143 Lo ambivalente se caracteriza por un estado de transferencia de valoraciones. En este caso, de la experiencia extrínseca a la
intrínseca, y viceversa.

102
Sebastián Burr

Prejuicios, resentimiento, desprecio social y egoísmo.

Para mí habría sido mucho más fácil escribir un libro menos “denso” y más “políticamente
correcto” que éste. Un libro fácilmente comprensible por todo tipo de lectores, repleto de lu-
gares comunes y de ideas repetidas hasta el cansancio, armado sin mayor esfuerzo, sin indagar
las causas de fondo de la problemática humana, social y democrática que afecta endémica-
mente a nuestro país, sin revisar las corrientes de pensamiento que han conducido a nuestra
cultura al estado de pulverización en que hoy se encuentra, sin decir nada distinto a lo que ya
se ha dicho, nada que permita salir del marasmo y acometer los cambios que Chile necesita
para empezar a ser el país que todos queremos. En resumen, un libro más o menos irrelevante.
Pero el manejo partidista y socioeconómico de nuestro país ha acumulado tantas contra-
dicciones, ha alcanzado tal nivel de dispersión, incoherencia y relativismo, y está provocando
tanta frustración, amargura, desaliento e incredulidad en el grueso de los ciudadanos, que mu-
chos de ellos simplemente ya no ven salida dentro del sistema, y temen un desenlace del que
puede resultar cualquier cosa. Peor aún, la reciente elección como presidente de Chile de un
representante de la centro derecha seguramente será exitosa dentro de un esquema de “más de
lo mismo”, pues mientras el sistema institucional no se modifique drásticamente, e integre en
la libertad a todos los ciudadanos, el actual presidente podrá hacer poco o nada por el cambio
social que el país requiere, y lo mismo ocurrirá con los que lo sucedan. Superar esta colosal
barrera exige necesariamente una nueva síntesis sociopolítica.
Hay que sacarse de una vez la venda de los ojos, y reconocer que el actual establishment
sociopolítico y económico no da para más. Es urgente encontrar una nueva perspectiva que
nos permita salir del marasmo, y que no se constituya en un intento fallido. Y hacerlo en un
contexto de paz y no en medio de convulsiones sociales que suelen ser impulsadas por la
desesperación e irracionalidad. Indagar esa perspectiva y plasmarla en un nuevo paradigma
sociopolítico es el objetivo central de este libro.
El siglo XX, que fue políticamente el más tormentoso desde la instauración del modernis-
mo, produjo cuatro efectos malsanos en la mentalidad colectiva: el resentimiento, exacerbado
por el discurso de la lucha de clases; el desprecio social hacia los menos pudientes, alimen-
tado por ese mismo discurso y por las flagrantes diferencias socioeconómicas; el prejuicio,
emanado de erradas ideas filosóficas reducidas a ideologías; y el egoísmo144 ciudadano, que
impulsa a cada uno a cuidar sus minúsculas parcelas de poder, que emerge del desintegrado
sistema humano, social, político y económico en que estamos obligados a convivir, y que
como subproducto produce ciudadanos que terminan por considerarse a sí mismos como la
única realidad objetiva, y a los demás como meros fantasmas.
Esos cuatro síndromes perversos, que de una u otra manera nos afectan a todos los chile-
nos, distorsionan el discernimiento humano, enferman la política y la democracia, deforman
el diseño y el funcionamiento de nuestras instituciones, sobre todo las del trabajo, la educa-
ción y la familia, y atentan contra todo tipo de emprendimiento humano.
De esos cuatro síndromes, el prejuicio es el más corrosivo, pues impide la percepción
objetiva de lo que sucede en el país, bloquea las iniciativas eficaces, hace imposible alcanzar
soluciones reales y definitivas, e impide erradicar el resentimiento, el egoísmo y el desprecio
por el prójimo más desvalido.
Los prejuicios no son juicios extraídos de la realidad, sino una distorsión de varios juicios
sintetizada en una sola creencia errónea. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el concepto
de libertad: casi todo el mundo cree hoy que la libertad es sólo la capacidad natural de moverse

144 Es una suerte de amor a sí mismo egocéntrico, centrado en la búsqueda exclusiva del propio interés.

103
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y de actuar externamente como a cada cual le parezca, cuando es sobre todo un dinamismo
intrínseco, que necesita “educarse” y desarrollarse en función de objetivos auténticamente
humanos, para discernir y elegir inteligentemente las mejores alternativas de acción, en be-
neficio propio y de la sociedad. Algo análogo ha sucedido con el concepto de igualdad, pues
actualmente se lo asocia ciento por ciento con lo que se tiene (igualdad económica), y no con
lo que humanamente se es, ni con el bien común, que constituye el elemento per se regulador
de lo igualitario en el plano sociopolítico.
La escalada de los prejuicios nos ha instalado en un bloqueo del desarrollo cívico, en
el síndrome de la suma cero y en la desesperanza. El prejuicio, que ha reemplazado en gran
medida a los verdaderos juicios, nos incita a no pensar, a no investigar, a no reflexionar, a
rechazar casi instintivamente todo lo que no calce con un modelo ideológico predeterminado.
Y cuando una cultura queda moldeada por prejuicios y no por verdades, o se estanca, o se
embarca en un rumbo de desintegración.
Una de las responsabilidades básicas de la política es erradicar los prejuicios y poner en
su lugar las grandes verdades que rigen la sociedad humana. Pero en lugar de asumir esa ta-
rea de “limpieza” de las conciencias, les ha inyectado más prejuicios, en todos los planos del
quehacer nacional, incluso convirtiendo la “discusión” política en una abierta confrontación
emocional. Ha caído así en un espeso pantano, del cual no quiere o no sabe cómo salir.
Los prejuicios suelen incubarse a partir de constataciones puramente empíricas y uni-
laterales, y sus escenarios favoritos son el sociológico y el cultural. No son un resultado
de la experiencia, ni siquiera para el que los padece “patológicamente”. En rigor, son un
mero invento mental; carecen de identidad y de causalidad constatables. Tienen además
una “genética” común con la ideología, que puede definirse como un sistema compacto de
prejuicios o de ideas reduccionistas, que puede llegar a extremos caricaturescos, o incluso
aberrantes. (Piénsese por ejemplo en la ideología nazi, en la marxista, o en la que inspira las
discriminaciones raciales o los extremos ecologistas). En cambio, el juicio se basa en hechos
comprobados y comprobables, se ciñe estrictamente a la lógica, desemboca en una síntesis
coherente, y puede devolverse paso a paso hasta sus orígenes verdaderos, sin caer en contra-
dicciones consigo mismo.
Durante los siglos XIX y XX, Occidente estuvo dominado en gran parte por las ideolo-
gías. Después de la caída del muro de Berlín, las ideologías se batieron en retirada, pero, así
como una inundación deja el terreno lleno de sedimentos y escombros inútiles, quedaron los
prejuicios, que por su misma inconsistencia han generado una confusión colosal en lo político.
Desgraciadamente, los prejuicios, debido a su apariencia de verdad, son tan difíciles
de extirpar, que se perpetúan como si fueran axiomas inconmovibles, y muchísima gente
funciona mentalmente sólo con ellos, al igual que lo hace con los refranes. Pero su efecto es
devastador, pues, no siendo más que sofismas, se constituyen en el agente más eficaz de la
arbitrariedad, el sectarismo, la inoperancia y la conducción errática de un país.
¿Cómo eliminarlos, sin indagar y esclarecer cómo llegamos a ellos, qué es realmente el
hombre, la sociedad y lo político, cuáles son sus verdaderos requerimientos y capacidades,
qué son en esencia la libertad, la democracia, la ética social, en qué consiste el auténtico
progreso humano, etc., etc.? Si la política no es capaz de terminar con los prejuicios, es
evidente que los prejuicios van a liquidar a la política.
En contrapartida a nuestra inoperancia y estancamiento, el mundo ha ingresado en una
era global de vertiginosos cambios. Y ese nuevo escenario está planteando exigencias inéditas
de verdad y apertura mental, de reactivación de las mejores capacidades y energías humanas,
de creatividad, de competitividad, e incluso de colaboración operativa. Pero los chilenos aún

104
Sebastián Burr

no somos capaces de desmontar los prejuicios que nos separan y paralizan. Tenemos que
librarnos de ese lastre inútil, y acordar un “armisticio” que nos instale a todos en la búsqueda
de la verdad y del auténtico bien humano y sociopolítico.
Esa es una de las razones por las que me impuse la tarea de revisar las dimensiones y los di-
namismos fundamentales del ser humano, y asimismo algunos hechos y líneas de pensamiento
que han marcado la trayectoria cultural y política de Occidente, y en consecuencia nuestros ac-
tuales modos de vida. Estoy convencido de que ese esclarecimiento puede entregarnos algunas
claves que nos permitan abordar a fondo el gran proceso de reordenamiento que Chile requiere.
Así se explica que haya entrado en un mundo de conceptos que para muchos pueden
resultar áridos y difíciles, pese a que todos los usamos a diario de una u otra manera, aunque
plagados de equívocos y adulteraciones culturales. Comprendo que puede parecer una especie
de “maratón” conceptual; pero sólo haciendo ese recorrido es posible dilucidar el laberinto en
que estamos atascados y articular soluciones inéditas y eficaces para el futuro de nuestro país,
que se avizora cargado de mayores crisis y convulsiones, y quizás de mayores sufrimientos.
Necesitamos recuperar los anclajes que se nos extraviaron en el camino, y descubrir otros
que quizás nunca hemos tenido. Anclajes valóricos, sociales, políticos, económicos, teóricos
y prácticos, cognoscitivos y operativos, temporales y atemporales. En la medida en que los
encontremos podremos dialogar entre iguales, usar la persuasión más que la imposición de
unos sobre otros, y trazar en común los rumbos de un Chile mejor para todos. Es una inmensa
tarea de renovación mental y cultural, cuyo primer paso está en ponernos de acuerdo sobre los
conceptos nucleares del fenómeno humano. Sólo así podremos entendernos, y dejar atrás de-
finitivamente los antagonismos y las discusiones estériles, que no conducen a ninguna parte.
Por eso invito a los que lean este libro a recorrerlo sin prejuicios, a examinar con la mayor
objetividad posible sus diagnósticos y propuestas. Nada de lo aquí se dice pretende ser infali-
ble, y admite revisiones y enmiendas, siempre que se sustenten en los hechos reales, y sobre
todo en la verdad humana. Porque la verdad es la terapia mayor que Chile nos reclama y nos
exige, para salir de una vez por todas adelante.

CONCLUSIÓN: ¿EL OCASO DEL LIBERAL-SOCIALISMO?

La revista británica Prospect, en su edición de la semana del 9 de marzo del 2007, publica la
respuesta del sociólogo Anthony Giddens145 y del historiador Eric Hobsbawm146 a la pregunta
de cuál será la discusión que regirá el siglo XXI, si se considera que en el siglo XX la política
estuvo dividida entre izquierda y derecha.
Prospect informa además que el pesimismo que se desprende de otras doscientas respues-
tas de escritores y pensadores es asombroso: casi nadie espera que el mundo mejore en las
próximas décadas, y muchos sostienen que empeorará.
Giddens dice: “En este siglo estamos mirando un precipicio, y la cuesta hacia abajo es
tremendamente larga. Hemos liberado fuerzas en el mundo que no es seguro que podamos
controlar”.
“Es posible que ya le hayamos hecho tanto daño al planeta, que a finales del siglo las
personas vivirán en un mundo asolado por tormentas, con grandes áreas inundadas y otras
áridas…” “En cuanto a la política, la izquierda y la derecha no desaparecerán. Mi apuesta
145 Sociólogo reconocido como el padre de la tendencia política de la Tercera Vía, un importante referente de los socialistas renovados.
146 Nacido en Egipto en el año 1937. Historiador con estudios en Cambridge. Perteneció al partido comunista británico.

105
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sobre el foco que asumirá la política es que se centrará en la vida en sí misma. Las políticas
sobre la vida se relacionan con el medio ambiente, los cambios de estilos de vida, la salud, el
envejecimiento, la identidad y la tecnología”.
Por su parte, el historiador Eric Hobsbawm señala: “Ninguno de los principales proble-
mas que enfrenta la humanidad en el siglo XXI puede ser solucionado por los principios que
todavía dominan en los países desarrollados de Occidente: crecimiento económico y pro-
greso técnico ilimitado. Como es evidente, en el caso de la crisis medioambiental, enfrentar
estos problemas requerirá en la práctica regulaciones por parte de instituciones; en teoría,
una revisión de la retórica (dialéctica) política actual. En cuanto (al modelo) izquierda versus
derecha, seguirá siendo plenamente central en una era que está aumentando la brecha entre
los que tienen y los desposeídos (pobreza material y pobreza intelectual). Sin embargo, el
peligro es que esta lucha está siendo subsumida (difuminada) en el movimiento irracional de
los grupos étnicos, religiosos u otras identidades grupales”.
Lo que sostienen Giddens y Hobsbawm respecto al futuro de Occidente no es muy no-
vedoso. Varios otros pensadores han pronosticado como ellos, durante casi todo el siglo XX,
que nuestra cultura se encuentra en una fase terminal.
Arnold Toynbee (1889-1975), en su obra Estudio de la historia, plantea la tesis de que
la historia refleja el progreso de las civilizaciones o sociedades, entendidas como entidades
políticas más que como naciones. Y que su fracaso es el resultado de su incapacidad para
responder a retos morales y religiosos, más que a desafíos materiales o medioambientales.
El historiador y doctor en filosofía por la Universidad de Oxford, Julio Retamal Favereau,
en su libro ¿Después de Occidente qué?, sostiene una tesis similar, diciendo que una civili-
zación que pierde la unidad cultural147 en torno a la búsqueda de la verdad, es imposible que
sobreviva. Retamal Favereau dice además que Occidente ya superó la cultura del relativismo
y que ahora se encuentra en la fase del nihilismo148, es decir, en una tendencia autodestructiva
de sus códigos morales, que lo puede conducir a su desaparición, o bien detonar una reacción
que lo haga resurgir y levantarse nuevamente.
El periodista chileno Fernando Paulsen, en su columna del diario La Tercera del domingo 18
de marzo del 2007, señaló que, no obstante estar muy metido en el acontecer noticioso diario, en
términos generales “no entiendo lo que pasa”… “No me refiero a las noticias diarias, al evento
político de turno, al juego de ganadores y perdedores, etc., sino el marco más amplio de para
dónde va todo esto, considerando que todo está cambiando aceleradamente”. Dice no entender
los códigos del cambio, ni tener una explicación coherente al respecto. “Hemos aprendido a juz-
gar sin contar con buena información, dependemos de fuentes interesadas en las que delegamos
la veracidad de lo que dicen. Los periodistas hemos renunciado a dar cuenta de la anticipación
de eventos noticiosos porque no tenemos lenguaje ni códigos para hacer visibles e interpretar sus
procesos de gestación. Soy parte de esa ceguera que hace que todo aparezca como algo súbito”.
Estas opiniones, a las que se suman muchas otras de análogos alcances, ponen de
manifiesto que el modelo liberal-socialista que rige desde hace cuatro siglos la marcha
sociopolítica de Occidente no tiene nada más que ofrecer, y por lo tanto es casi de Perogrullo
vaticinar su colapso.

147 La unidad cultural consiste en integrar física y moralmente el hombre (espíritu y cuerpo), la naturaleza (ecología), la cultura,
lo heredado y lo adquirido, lo temporal y lo eterno, lo singular y lo universal, en una búsqueda incesante de la verdad.
148 Término aplicado a doctrinas que rehúsan reconocer realidades, valores o conceptos de cierto grado de relevancia, y que
incluso sostienen que la vida humana no tiene sentido. Nihilismo proviene del término latino nihil, que significa nada.

106
Capítulo II
Análisis y requerimientos de un nuevo
orden político

Si uno examina objetivamente las declaraciones, diagnósticos y opiniones políticas que a dia-
rio se emiten y publican en nuestro país, se encuentra con que casi ninguna de ellas recoge
las causas reales de nuestras radicales y casi irreconciliables divisiones filosófico-políticas, de
nuestras centenarias desigualdades económicas y sociales y de los problemas humanos de toda
índole149 que nos afectan. Y mucho menos proponen una solución de fondo, que apunte a resol-
ver esta complejísima problemática. Ese abordamiento insustancial es percibido por un número
cada vez mayor de ciudadanos, y está provocando un creciente descrédito de la institucionali-
dad política y de sus personeros, como lo revelan sucesivas encuestas de opinión pública.
Ha llegado el momento de plantear —dicho metafóricamente— que los chilenos debemos
pactar un gran armisticio y construir una ciudad de hombres autosuficientes y realmente libres.
En otras palabras, el imperativo mayor del presente es el que se señala en el título de este libro:
renovar el paradigma sociopolítico en función del desarrollo superior de los ciudadanos.
Un desarrollo moral, ético y socioeconómico sostenido, abordado sin titubeos ni claudi-
caciones, e impulsado a través de las cuatro instituciones trascendentales, rediseñadas de tal
manera que hagan posible la consecución simultánea del bien individual, familiar y social,
como asimismo la del bien común político. Dichas instituciones sólo podrán constituirse en
medios idóneos cuando permitan a cada ciudadano, mediante su inteligencia y su esfuerzo
personal, concretar logros para sí mismo, y generar beneficios adicionales para el resto de
la comunidad social y política. Ese doble proceso interactivo, de excelencia institucional y
perfeccionamiento humano individual, es a mi juicio la vía que puede conducirnos progresi-
vamente al auténtico desarrollo y a la felicidad que todos y cada uno anhelamos.
Necesitamos deponer nuestras armas ideológicas, abandonar los encierros mentales asenta-
dos culturalmente, botar los lastres del encono, del mito político y del exitismo, eliminar nues-
tras trincheras infestadas de falsedades, de verdades a medias o de “verdades convenientes”.
Desde luego, los empresarios tendrán que modificar su visión desvalorizadora del mun-
do asalariado, y entender que los códigos que hoy imperan en ese mundo no son los de la
libertad, del protagonismo y de la autosuficiencia. Renunciar a la voracidad, y exigir con
energía a la clase política leyes que les permitan ser emprendedores y simultáneamente ge-
neradores de oportunidades para todos sus colaboradores.

149 Analfabetos funcionales, educación deficiente, cesantía, infraproductividad, desigualdad y precariedad de los ingresos,
depresión, obesidad, violencia familiar, delincuencia, drogadicción, depredación del medio ambiente, corrupción en la
administración del Estado, etcétera.

107
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La izquierda y la centro derecha deben definirse en torno a la búsqueda honesta de la ver-


dad, la justicia, la libertad y el bien común político en cuanto tal, porque constituyen la base
fundamental de la igualdad y medio insustituible de expansión de la democracia.
Por último, el mundo de los más desposeídos, mediante toda la comprensión y toda la
ayuda social y económica posibles, necesita aventurarse fuera de los refugios de la seudose-
guridad y viajar hacia la libertad, que si bien es exigente, proporciona una recompensa incom-
parablemente mayor, sobre todo en dignidad frente a la familia, a la sociedad y a uno mismo.
Una propuesta de tal índole exige primero acordar una noción de bien que concuerde ple-
namente con la ontología humana, de manera que sea válida en todo, y para todos por igual,
y al mismo tiempo hacer del bien común político150 una ciencia orientadora y formativa, en
la que queden analogados e integrados el hombre en cuanto hombre y las instituciones que lo
desarrollan. Esas instituciones deben asumir la categoría de trascendentales para cumplir su
verdadero rol humano, y simultáneamente contar con un status constitucional especial, por su
relevancia humana y sociopolítica.
El término “trascendental”, a fuerza de ser aplicado a cualquier cosa y de cualquier ma-
nera, se ha convertido en otro lugar común de nuestra época. Al hablar aquí de instituciones
trascendentales, se quiere designar ámbitos sociopolíticos que poseen funciones específicas,
y que al mismo tiempo configuran un bien superior e interactuante, que impulsa la máxima
expansividad y creatividad humana en las diversas instancias de la vida concreta.
Lo trascendental es todo aquello que sobrepasa y se proyecta más allá de su realidad in-
mediata, de tal manera que a la persona le permite “navegar” interconectadamente por diversos
ámbitos y categorías intelectivas y operativas, que funcionan casi a modo de ciencia. En ese
sentido, podemos reconocer tres instituciones trascendentales de carácter intermedio en el orden
sociopolítico: familia, educación y trabajo, y una de carácter superior: el bien común político.
La familia es trascendental porque, mediante la ejemplaridad de los padres, la afectividad
que brindan a sus hijos, y la formación valórica que les imparten, posibilita que la persona
trascienda su vida privada inmediata hacia lo sociopolítico y cultural, y quede instalada en el
comunitarismo solidario. Cuando el afecto y el calor familiar se transmiten a la interacción
social, se constituyen en uno de sus mejores aglutinantes.
La educación es trascendental porque su misión esencial es formar a los alumnos en el
plano del entendimiento teórico de la realidad, dinamismo crucial para la expansión de las capa-
cidades funcionales, sobre todo en nuestra época, sometida a constantes y vertiginosos cambios.
El trabajo es trascendental porque permite el desarrollo de la inteligencia práctica o funcio-
nal para abordar todo tipo de actividades productivas o creativas, y cuando cumple los requisitos
naturales de la praxis genera simultáneamente el crecimiento moral del que lo ejecuta.
El bien común político pertenece a una categoría trascendental superior, por cuanto im-
plica los máximos referentes del hombre en cuanto persona, y en cuanto miembro de la comu-
nidad política y social. Comprende aquellos bienes que son comunes a todas las personas sin
excepción, y que no pueden ser obtenidos mediante ninguna instancia particular, por grandio-
sa que sea. Aporta las bases para la unidad sociopolítica, la justicia, la libertad, la igualdad de
derechos y deberes para todos. El único responsable de ese bien común es el que está a cargo
del Estado, y su función primordial es cautelar su riguroso cumplimiento, de manera tal que
todos los ciudadanos accedan igualitariamente a sus beneficios y orientaciones.
La concepción de bien común político que se mantiene en Occidente está distorsiona-
da y en cierto modo obsoleta. Requiere ser actualizada, considerando la globalización, la

150 Si bien existe el bien común no político (por ejemplo, la vida o el aire que respiramos), en este libro, siempre que se hable
de bien común, se referirá al bien común político.

108
Sebastián Burr

necesidad de integrar valóricamente lo sociopolítico, en el conocimiento teórico y práctico, la


ecología y la autosuficiencia moral y ética de la persona.
Ahora bien, lo que se expone a continuación tiene una importancia crucial, puesto que
señala la relación análoga que debe existir entre la funcionalidad de las facultades superiores
del hombre (entendimiento y voluntad o inteligencia práctica) y la operatividad específica de
las instituciones sociopolíticas que este libro denomina trascendentales, a fin de que dichas
facultades se mantengan siempre en proceso de desarrollo activo, y de esa manera los ciuda-
danos adquieran autosuficiencia y sean protagonistas de sus vidas y de la vida política.
El entendimiento activo busca siempre la verdad y permanece siempre en acto, pues
durante su actividad intelectiva se autopercibe entendiendo, de manera abstractiva, sintéti-
ca, analógica, silogística, proporcional, etc., y además va incorporando a esa operatoria un
registro universal del tiempo, pasado, presente y futuro. Por lo tanto, requiere desplegarse y
entender las cosas de un modo equivalente, es decir, de un modo activo o en praxis, y de nin-
guna manera pasivamente, que es lo que les ocurre actualmente a las mayorías en el ámbito
laboral, educacional y político. La única institución que más o menos se salva en este sentido
es la familia, puesto que en muchos casos es la única que estimula el aprendizaje activo y que
aún conserva cierto grado de unidad, pese a todos los ataques que recibe de las ideologías
culturales y a los intentos del progresismo por suprimirla.
Ahora bien, considero de capital importancia precisar que es la voluntad (que busca siem-
pre un bien o un fin) la que pone en acción al entendimiento para que lleve a cabo todas sus
averiguaciones, a tal punto que, si no recibe cada vez ese impulso o mandato de la voluntad,
el entendimiento permanece inactivo, en estado de inercia o de reposo. Más aún: cuando el
entendimiento es activado por la voluntad para que intente algún desciframiento de la reali-
dad, cualquiera que sea, necesita ser reimpulsado por ella durante todo el proceso; en caso
contrario, se detiene en el mismo momento en que la voluntad suspende el mandato dinámico
que lo mantiene trabajando en esa tarea específica, y el proceso aborta. En síntesis, tenemos
que la voluntad mueve al entendimiento para que descubra o discierna alguna verdad, y que
esa verdad, una vez encontrada, le permite a su vez a la voluntad alcanzar un determinado
bien o fin, con el concurso simultáneo del entendimiento.
Más allá de la ambivalencia o bifuncionalidad de ambas facultades, hay que señalar que
el modo en que el entendimiento “extrae” las esencias de las cosas a partir de los datos que le
proporcionan los sentidos, tampoco es meramente pasivo. No son las cosas las que actúan por
sí mismas para transmitirle sus características esenciales, como si el entendimiento fuera un
simple receptor de esa información oculta. Las esencias existen en las cosas, pero no son percep-
tibles automáticamente; es decir, se encuentran en estado potencial en cuanto a ser descubiertas
por el entendimiento humano. El entendimiento debe abrirse paso a través de las características
empíricas que las “envuelven” (accidentalidades en el lenguaje metafísico); por lo tanto, nece-
sita llevar a cabo un trabajo activo de “excavación”, mediante el cual va dejando al margen los
datos contingentes o accidentalidades, y al mismo tiempo reconociendo y reteniendo los datos
esenciales, hasta completar el descubrimiento de ese núcleo metafísico o verdad abstracta.
En consecuencia, no existe otra manera de entender la realidad que convertir la ambiva-
lencia entendimiento e inteligencia práctica en el protagonista activo de todos los procesos del
conocimiento, y proyectar dicho protagonismo a la vida sociopolítica.
Por lo mismo, esa bifuncionalidad requiere, mas allá del plano privado, contar con ámbi-
tos sociopolíticos análogos, que le hagan posible desarrollarse interactivamente.
En otras palabras, la naturaleza ontológica de dicha ambivalencia debe aplicarse a la for-
ma de entender la realidad, y esa forma activa de entender debe coincidir con el ser esencial y

109
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

operativo de las instituciones sociopolíticas trascendentales. Instituciones que deben confor-


mar una sociedad docente, y de esa manera dar protagonismo activo a los ciudadanos. Todo
esto, que parece de dificil comprensión, se explicará extensamente y en términos prácticos a
lo largo del libro. Y si alguien me pidiese una aclaración metafórica al respecto, yo repetiría
una analogía muy antigua, usada una y otra vez en la historia del pensamiento metafísico.
La luz es a las cosas materiales lo mismo que el entendimiento es a las ideas mediante
las cuales captura las esencias metafísicas. En el primer caso, la luz alumbra y hace visibles
los objetos físicos, y al mismo tiempo activa y nutre los procesos de la vida. En el segundo,
el entendimiento “alumbra” las esencias de las cosas, las hace inteligibles en acto, transfor-
mándolas en conceptos, y después también les da vida, dejándolas listas para ser aplicadas
por la voluntad o inteligencia práctica en todas las actividades humanas. En resumen, tanto la
luz como la ambivalencia entendimiento-voluntad dan vida y mueven, una en el plano físico
y la otra en el plano intelectual y operativo.

La noción de bien, prerrequisito para la búsqueda de la verdad y de un


auténtico orden sociopolítico.

En este libro se seguirán emitiendo juicios, explícitos e implícitos, y aunque uno no quisiera
hacerlos, hay que tener presente que cada concepto o idea conlleva siempre una determinada
carga valorativa, que la hace caer en la categoría del juicio. Esto me lleva a explicar, muy
someramente, la idea de bien que este libro básicamente considera, pues su propósito no es
juzgar intenciones, sino sólo equívocos filosóficos y concepciones y manejos sociopolíticos
erróneos derivados de esos equívocos.
En otras palabras, cuando se haga un determinado juicio, se usará como referente una
noción ontológica de bien humano, que se diferencie de la noción de “bueno”, que es más
bien contingente y discrecional, y que distinga asimismo la perspectiva moral de la dimensión
material o técnica. Un cuchillo, por ejemplo, no es moralmente bueno o malo, sino material-
mente eficiente o deficiente. Es lo que la persona hace con el cuchillo lo que puede ser cali-
ficado de moralmente bueno o malo: puede usarlo para asesinar a alguien, o bien para salvar
una vida humana. El bien conlleva un sentido moral, y lo bueno un sentido más bien técnico
o circunstancial, aunque ambos conceptos están relacionados.
La salud puede ser considerada un bien, pues tiene validez universal; en cambio, amputarle
una extremidad a una persona puede ser bueno para ella si lo necesita; pero de ninguna manera
puede ser considerado bueno universalmente. Así el bien es un bien en sí mismo, y lo bueno es
casi siempre accidental y/o circunstancial, es decir, relativo a una cosa o situación determinada.
De esta manera, el concepto de bien es bastante menos relativizable que la noción de bueno.
El concepto de bien es clave para la forma de percibir una realidad, para la configuración
de una determinada institución sociopolítica, y para la ejecución de una acción concreta, en
tanto no sea arbitrario y esté correctamente definido. Así habrá que averiguar primero si el
concepto de bien corresponde al ser de una cosa, a una propiedad de ese ser, o sólo a una
cualidad accidental. Hay que saber distinguir la categoría de realidad de la cual se habla. Es
distinto referirse a la educación en sí que a una educación masiva o personalizada; al trabajo
en sí que al trabajo manual o intelectual, o a la calidad o valor de esos trabajos específicos.
¿Pero qué significa que la noción de bien no sea arbitraria? Simplemente, que sea válida
para todo el género humano por igual, en términos de desarrollo, de aspiraciones, de opor-
tunidades, de derechos y de obligaciones, tanto desde la perspectiva moral como desde la

110
Sebastián Burr

perspectiva social y política. En otras palabras, el concepto de bien, e incluso el concepto de


bien común político, o emana de los constitutivos esenciales del ser humano, o será siempre
causa de injusticias y de subdesarrollo, pues, si carece de constitución ontológica, es inevita-
blemente presa del relativismo y de la arbitrariedad. Y como el relativismo no posee referen-
tes, sus “parámetros” suelen ser definidos por los que controlan el poder político, económico,
e incluso la esfera de lo judicial.
El concepto de bien debe emanar de la naturaleza racional, moral, fisiológica y social del
hombre, y vincularse sobre todo con la felicidad ontológica de la persona humana, y con una
vivencia social análoga. Hay que descartar definitivamente la actual “concepción” de bien uti-
litaria, o relativista, o materialista, o socialista, o individualista, o economicista, o empirista,
etc., pues todas esas categorías dejan fuera gran parte de las dimensiones que conforman la
totalidad humana, y por lo tanto, aunque resulten útiles para algunos, de ninguna manera son
buenas para todos los ciudadanos. En ese marco excluyente, ni la justicia, ni la libertad, ni las
oportunidades socioeconómicas son reales para todos, desde una perspectiva básica y sisté-
mica. Nuestro país tiene que ser capaz de institucionalizar la libertad, la igualdad sistémica,
la justicia y las oportunidades socioeconómicas como condición prepolítica y predemocrática
para todos los ciudadanos. Sólo una vez logradas esas instancias se puede considerar seria-
mente la democracia y la discusión de lo político en igualdad de condiciones.
Nuestra naturaleza es simultáneamente material y espiritual, individual y social, liber-
taria, económica, emprendedora y justa. Nuestro entendimiento ­—como ya se dijo— busca
permanentemente la verdad, y nuestra inteligencia práctica necesita concretar bienes o fines
que efectivamente mejoren y enriquezcan nuestra vida. Al igual como el sistema educacio-
nal enseña a leer y a escribir a todos los ciudadanos, esos dinamismos deben constituirse en
“básicos democráticos” garantizados para toda la institucionalidad política.
Cada uno de esos dinamismos humanos conforma por sí solo “un mundo”, cuya com-
plejidad se acrecienta exponencialmente cuando entran en interaccion recíproca, pues en-
tonces las posibilidades de contradicción moral se acrecientan y son más difíciles de mane-
jar. En otras palabras, hacerse cargo en plenitud de uno mismo demanda un enorme manejo
conceptual y práctico arraigado en el plano de la intuición151. Y como si todo esto fuera
poco, esos múltiples dinamismos deben obligadamente desplegarse en la convivencia social
y en las diversas instituciones del ordenamiento político: la familia, el trabajo, la educación,
el bien común, etc., y hacerlo sin interferencias ni bloqueos que impidan u obstruyan su
natural funcionamiento.
Encontrar el fundamento que se requiere para manejar tan gigantesca complejidad, es
sin duda la empresa de mayor envergadura que hoy demanda el país, y también nuestra
época; no existe otra salida. Más allá de esos fundamentos, será el ciudadano el que se haga
responsable de sí mismo, pero la sociedad y el orden político habrán cumplido su parte: ge-
nerar las condiciones prepolíticas para la buena convivencia ciudadana.

El punto de partida

Si se ignora por qué se han producido los males que nos agobian, y en qué consiste cada uno
de ellos, tampoco sabremos qué hacer para “rearmar” el puzzle sociopolítico y resolver de un
modo integral la multiplicidad de factores en pugna.

151 El Diccionario de la Real Academia Española define así la intuición: “Conocimiento inmediato de una cosa, idea o verdad,
sin el concurso del razonamiento”.

111
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Hay que tener presente que, históricamente, nuestro país ha “reciclado” sus problemas
crónicos con revoluciones ocurridas cada cuarenta años, para reiniciar cada vez el mismo
ciclo imperfecto. Y así como van las cosas, seguramente la “solución” pasará por una nueva
crisis política 152.
La salida arranca de un punto de partida ineludible: formular y establecer un nuevo mo-
delo de sociedad, de una coherencia tal, que permita a todos los ciudadanos ingresar en una
vivencia interpretativa propia y siempre actualizada de la realidad, y participar de manera
protagónica, activa e inteligente, en la tarea inédita de construir una “ciudad de hombres”.
Para ello es necesario indagar y asumir ciertos parámetros comunes básicos en cuanto
a las formas de entender y experimentar la realidad, y reformular bajo esos parámetros las
instituciones que conforman el orden político, de modo que resulten análogas a la dimen-
sión teórica y práctica del ser humano, tanto en sus modos de acción como de contención. Y
de esa manera conseguir un vínculo solidario natural entre todos. De otro modo las solucio-
nes no aparecerán mágicamente, y la “falla de San Andrés” que cruza nuestra convivencia
social no se va a cerrar.
El país no saldrá adelante por la inspiración de unos pocos, ni moviendo las mismas pie-
zas en el mismo tablero; es la ciudadanía entera la que debe hacer un esfuerzo y readecuarse
en función de principios153 de orden social verdaderos, y a partir de sus propias potencialida-
des superiores: el entendimiento teórico y la voluntad o inteligencia práctica, que configuran
la inteligencia espiritual. Poniendo en juego esa ambivalencia es posible conocer, manejar y
ensamblar todas las cosas que conforman la realidad humana y social.
La clase política suele vivir en un mundo predominantemente teórico, o bien puramente
práctico, pero demasiado básico para las responsabilidades que asume. No logra integrar efi-
cientemente ambos planos. El hombre no es puro entendimiento, y si el entendimiento queda
recluido en su pura interioridad, sin contacto con el mundo exterior y real, tal como lo con-
ciben el platonismo, Descartes y Kant, cae en un idealismo racionalista y voluntarioso, que
suele ser estéril y provocar graves daños.
Si los miembros de una sociedad no se posicionan activa y libremente en dicho nivel su-
perior, en ese mismo instante se desarticulan todas las categorías con las cuales el ser humano
comprende y actúa, produciéndose una disrupción moral que a su vez fractura la sociedad y
dispara la dinámica de las desigualdades. Dinámica que se transmite de generación en genera-
ción a todas las instancias pragmáticas de la vida, pues en tal caso hay pocos ciudadanos en el
ejercicio pleno y activo de la libertad, mientras la mayoría vegeta en un ejercicio pasivo de la
misma. Cuando una sociedad no se articula en función de un progresivo y sincrónico perfec-
cionamiento humano, se extravía el sentido natural y primigenio de la igualdad y se pierde la
estructura valórica común, lo que desata una competencia despiadada en todo orden de cosas,
privada de contenidos éticos, porque cada cual se encierra en un ámbito individualista, que
por una parte quiere mejorar, y por otra no quiere compartir con nadie.
Ese fenómeno intentó contenerlo el socialismo; para ello eliminó la libertad humana y so-
metió a los pueblos a un totalitarismo y estatismo brutales, lo que culminó en la caída del muro

152 Esta propuesta distingue la política de lo político. La política es la acción superficial, circunstancial y estratégica en función
del poder. Lo político se sustenta en una filosofía cuyo objetivo esencial es el desarrollo ético y moral de todos y cada uno
de los ciudadanos, y una construcción análoga de la polis y de cada una sus instituciones como un todo ético.
153 El concepto de principio significa origen o “punto de partida”. Viene del latín primum caput = “el que encabeza”. Los
principios lógicos están en el origen de la demostración como condiciones necesarias y verdades evidentes. No se discuten
ni requieren demostración. Los principios que gobiernan la deducción lógica fueron señalados por Aristóteles hace más de
2.300 años, y en la lógica tradicional son tres: identidad, no-contradicción, y el tercero excluido. Los tres son tan obvios que
casi todos los asumimos de un modo natural.

112
Sebastián Burr

de Berlín. Después las izquierdas han intentado un giro de renovación, pero han sido incapaces
de armar la síntesis que se requiere, pues, al igual que al liberalismo lo traiciona su materialismo
económico, al izquierdismo lo traiciona su concepción materialista y colectivista del hombre.
Es en ese materialismo donde ambas ideologías configuran una suerte de simbiosis, una
dinastía en la que cada una nutre y valida a la otra a través de la lucha política; sin embargo,
aparecen como representando modelos distintos de sociedad. Esa falsa dicotomía filosófico-
política es uno de los factores que más confunde y bloquea la búsqueda de soluciones.
Es hora de que el sistema político intente una síntesis que devuelva al orden sociopolí-
tico sus verdaderos objetivos y articulaciones naturales, y que instaure el ejercicio dinámico
de la libertad, pues dicho ejercicio es condición básica del desciframiento de la realidad, en
tanto el despliegue de cada ciudadano, dentro del contexto social, sea bajo la modalidad de la
primera persona. Como dice el argentino Marcelo Bielsa, entrenador de la selección nacional
de fútbol, “El que lidera cualquier grupo tiene que presentarle al resto virtudes que hay que
respetar. Yo estoy a favor de la diversidad e intento escapar a la tentación de la uniformidad,
pero hay que buscar las coincidencias”154. Estas palabras son muchísimo más sabias de lo que
parecen. Bielsa habla de principios y virtudes, del rol del individuo y del rol del colectivo, es
decir de excelencias operativas, tanto personales como grupales. Y dice que el conjunto (aná-
logo a toda organización social) debe funcionar de tal manera, que cada cual pueda desplegar
el máximo de su individualidad para hacer goles o para evitarlos, cosa que no puede hacer el
conjunto en cuanto tal. En otras palabras, se le exige a cada jugador que cubra una posición
estratégica y zonal, y si esa tarea es inteligentemente ejecutada por cada uno, el resultado será
que las individualidades podrán ejercer su función específica y al mismo tiempo conseguir la
victoria del equipo (colectivo).
Alineando al liberalismo económico y sus postulados de equilibrio micro y macroeconó-
mico bajo los principios de desarrollo humano superior y de un ejercicio práctico de la liber-
tad, podemos alcanzar una convivencia social que permita instituir los fundamentos de una
igualdad real básica y no forzada, es decir, sólo en aquello necesario y susceptible de igualar.

La base antropológica de la igualdad

Al igual que un pueblo tiene un lenguaje común, necesidades y aspiraciones similares, y todos
somos iguales ante la ley, también necesitamos vivir la experiencia de la realidad, en el plano
intelectivo y funcional, de un modo mínimamente común. Eso que en Occidente experimenta
una minoría, y con lo cual domina a la mayoría que no lo experimenta, los griegos lo denomi-
naron praxis. No se trata de uniformar, sino de unificar valores éticos y operativos básicos que
coincidan con la naturaleza de las facultades superiores de la persona humana —inteligen-
cia espiritual—, y cuyos dinamismos naturales se constituyan en una suerte de denominador
común, que no excluya la dimensión sensible del ser humano, la subjetividad y los intereses
personales de cada individuo. Hay que partir de un fundamento superior y común, de manera
que nadie quede excluido, y tanto las dinámicas de la comprensión de la realidad como las
oportunidades estén básicamente abiertas a todos.
El entendimiento teórico y la inteligencia práctica constituyen el dualismo esencial de la
intelección y la acción humanas. Admiten, asumen, aceptan y validan todos los géneros, espe-
cies, diferencias y cualidades existentes y por existir, en las cosas, en las ideas, en las personas

154 Fuente: Diario El Mercurio, 28 de agosto del 2009.

113
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y en los hechos, pues su ámbito de operaciones es metafísico155, creativo y universal. Sólo en la


medida en que el entendimiento va llevando a cabo ese proceso de ordenamiento, diferenciador
y activamente jerárquico, las capacidades intelectivas y prácticas superiores pueden emprender
el proceso paralelo de desarrollo moral y de autosuficiencia, mediante el hacer concreto frente
a los desafíos abiertos que la vida cotidiana nos presenta. Más adelante veremos cómo operan
naturalmente el entendimiento teórico y la inteligencia práctica o voluntad en el género humano.

El verdadero significado de la moral

El mayor requerimiento de un orden político que aspire a establecerse sobre una plataforma
de justicia es el desarrollo moral de todos los ciudadanos. Pero hablar hoy de desarrollo mo-
ral exige valentía política, pues es un concepto que el materialismo y el izquierdismo se han
encargado de desvirtuar y descalificar de manera virulenta durante el último siglo. Por eso es
necesario despejar los equívocos que actualmente existen al respecto.
Aquí se empleará en su significado original, que es el auténtico y el único que sirve para
la vida humana. Fue originalmente propuesto, en el siglo IV antes de la era cristiana, por Pla-
tón, Sócrates, Aristóteles, y posteriormente por Plotino (siglo III d. C). Recién en el siglo V
de nuestra era dicho concepto fue asumido por San Agustín, y por último incorporado como
propio por la Iglesia Católica en el siglo XIII, gracias a los desarrollos de Tomás de Aquino
en su Suma Teológica. Esto quiere decir que esos principios universales y metafísicos del
entendimiento teórico y de la inteligencia práctica (inteligencia espiritual) no pertenecen a la
Iglesia, ni a ninguna otra institución, religiosa, política, económica o de cualquier otra índole;
son propios de la ontología humana.
Lo mismo ocurre con ciertos desciframientos teológicos abordados en este libro, relativos
a la existencia de un orden superior, universal y absoluto. No son privativos de la Iglesia ni
de ninguna otra religión, sino categorías metafísicas de la operatividad teórica y práctica del
entendimiento, al igual que las categorías de la fe y la esperanza, que pertenecen desde siem-
pre al género humano, y se proyectan de un modo natural en las múltiples manifestaciones de
la vida cotidiana. Por esa razón este libro incorpora a sus análisis dichos desciframientos, ya
que dejarlos fuera sería omitir ámbitos que gravitan decisivamente en las vidas individuales
y en el acontecer sociopolítico.
La moral es el dinamismo a través del cual cada ser humano interactúa con la realidad
para cumplir su anhelo esencial: ser feliz. Es la antítesis de lo inmoral, de lo amoral, y también
de todos los moralismos culturales, que son convenciones sociales completamente ajenas a los
verdaderos requerimientos e itinerarios de la felicidad humana. De alguna manera, se identifi-
ca con lo que hoy se conoce como “condición valórica del hombre”. Una sociedad intelectual
y valóricamente neutra o indiferenciada, está patológicamente dañada en el plano del espíritu
de sus ciudadanos, aunque subsista en los niveles fisiológicos, vegetativos y sensitivos.
El dinamismo moral se conecta de un modo activo con todo aquello que permite hacer
crecer y perfeccionar la vida personal; afecta la conducta entera en cuanto pauta de valoración
y diferenciación de las cosas físicas y metafísicas, en el plano teórico y práctico, universal, so-
cial y particular. Activa la comprensión natural e integrada de los principios prácticos y de los
principios universales, de las categorías valóricas, éticas y operativas que rigen la vida humana:
155 Lo metafísico es aquello que trasciende a lo físico, y que determina esencial, operativa y finalísticamente cualquier objeto
material o inmaterial, es decir, le otorga su sentido más profundo. Referido al entendimiento, se aboca a indagar la verdad
esencial de las cosas, más allá de sus accidentalidades, circunstancias, diferencias y cambios contingentes. Es una relación
entre la esencia de la facultad del entendimiento y la esencia de lo entendido.

114
Sebastián Burr

en la familia, en el trabajo, en las iniciativas del emprender, en la educación, en la vida afectiva,


en la acción solidaria, y por último, permite alcanzar la plena comprensión del concepto de bien
común. Permite conocer diferenciadamente, a tiempo presente, todas las categorías epistemo-
lógicas. Para ello es fundamental, sin embargo, el despliegue sostenido del entendimiento y de
la voluntad, de un modo ambivalente156, activo y abierto, y en interacción social; un modo en el
que cada uno ponga en juego además todas sus tendencias naturales y sus intereses personales.
Por lo tanto, el obrar moral implica siempre desarrollar la intencionalidad de la persona,
en todos los eventos que le presenta la realidad. No se rige por códigos de tipo positivista,
pues eso sería moralismo, sino por el aprendizaje que emana de la praxis, que por esencia es
abierta y personal. La moral es simultáneamente heterónoma y autónoma157, es decir, necesita
siempre lograr un inteligente equilibrio entre lo objetivo y lo subjetivo, aunque ambos planos
requieren de cierto grado de formación y comprensión.
Impulsar el desarrollo moral de la sociedad y de las personas significa crear las con-
diciones que permitan vivir la realidad en un estado de autosuficiencia, de autoestima y de
creciente felicidad.
En síntesis, la “aventura común” requiere la praxis moral de todos los ciudadanos, y un
orden social articulado en función del verdadero bien común. Requiere familias bien constitui-
das. Requiere una educación igual para todos, pero centrada en el desarrollo del discernimiento
y de las capacidades funcionales. Requiere una praxis laboral que analogue valórica, operativa
y económicamente capital y trabajo, en función de la productividad de cada cual y de los re-
sultados económicos objetivos de la empresa, de la micro y macroeconomía y de la expansión
de la propiedad, estableciendo una colaboración intercomunicada y participada para todos los
trabajadores, independientemente del nivel profesional y económico de cada cual.
De esa praxis moral común se obtendrá una mirada más homogénea de la realidad, que
permitirá establecer bases verdaderas de unidad social y política, y empezar a solucionar los
innumerables problemas generados por nuestro actual divisionismo filosófico, político y prác-
tico, incluidos el de la devastación ecológica y el de la regulación de la natalidad. El cuidado
del medio ambiente y la procreación familiar deben ingresar en la cadena ética del hombre.
Es de vital importancia, para lograr un desarrollo humanista progresivo, considerar lo que
Aristóteles puntualiza respecto de la vida práctica o praxis. Dice que cada operación teórica o
práctica debe adecuarse en sus fines158, en su método y en su grado de exactitud a la naturaleza
del objeto. En el caso de las ciencias teóricas, el principio esencial está en el objeto mismo,
es directamente observable, es regular y uniforme, como ocurre por ejemplo con la física.
Por eso es posible alcanzar en ellas un alto grado de exactitud y certeza. Pero en las ciencias
prácticas —cuyo objeto son las acciones humanas— el principio operativo no está en ellas;
es intrínseco, variable, y escapa a la observación directa, pues reside en la libertad interior del
sujeto, en la intencionalidad y elección subjetivas de cada individuo, según sus propias cir-
cunstancias. Sus resultados son así forzosamente inexactos, o más bien una mezcla de certeza
e incertidumbre. Están siempre condicionados por la contingencia y por la intención del suje-
to de la acción, que se encuentran a su vez conectadas con su propia histo­ria, sus expectativas
156 Facultades ambivalentes: que se complementan y requieren recíprocamente.
157 La presente propuesta considera dos dinámicas del desarrollo moral: una autónoma y otra heterónoma, aunque finalmente
las fusiona en una sola. La autónoma corresponde a la libre autodeterminación que permite la correcta elección; la heteró-
noma emana de la naturaleza moral de la especie humana, común a toda la especie.
158 El hombre no tiene fijados sus fines, debe proponérselos desde sus conocimientos. Tampoco tiene un nicho ecológico como
el resto de los seres vivos, pues es un ser abierto. Tomás de Aquino dice que los seres humanos tienen conocimiento del fin
y de los medios que pueden llevarlos a ese fin, pues el hombre es un fin en sí mismo. Ortega y Gasset dice que el hombre
es una tarea para sí mismo. Nietzsche dice que el hombre sabe prometer, y que se tiene que proponer fines a sí mismo. No
obstante, este proponerse fines tiene un límite, que es la propia naturaleza humana.

115
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

de vida futura y sus anhelos de felicidad. Esa es la condición natural de la libertad y de toda
acción humana; en la medida en que se intenta regularlas artificialmente, mediante cualquier
intervención externa, se suprimen los espacios necesarios para la búsqueda y el despliegue de
las “verdades” variables o contingentes. Sin embargo, esto no se debe entender como una pro-
puesta de libertad irrestricta. Porque la libertad —esto es crucial— no existe para funcionar de
cualquier manera, sino para buscar y encontrar los verdaderos bienes humanos.
Ahora bien, hay además un concepto menos conocido aún, que de alguna manera explica
que el desarrollo humano y sociopolítico, per se complejo, sólo puede darse como un pro-
ceso integral, pues todas las cosas están valórica y operativamente conectadas entre sí, tanto
las que afectan a la persona como las que afectan a la sociedad, a la vida política, a la vida
familiar, a la vida laboral, económica, etc. Ese concepto es el de “circuminseción”159, cuyo
significado es que todo está proporcionalmente conectado, activado y participado en todo.
Por ejemplo, aunque no de un modo absoluto, para ser un buen padre hay que ser un buen
trabajador, y para ser un buen trabajador hay que haber sido un buen estudiante, o ser un buen
investigador en la actividad profesional. Ser un buen trabajador, un buen investigador y un buen
padre de familia, conduce a una sólida autoestima, que a su vez activa la capacidad afectiva y
comunitaria de la persona. Al final de cuentas, la autoestima no es otra cosa que una fuerte y
extendida amistad con uno mismo. Como todo eso conforma un círculo virtuoso, y lo que más
quiere la persona que lo ha logrado es preservar ese estado ideal de vida, hace todo lo necesario
para cuidar y mantener su salud160 y sus vínculos sociales. Y el hecho de tener buena salud y ser
parte de una red social le hace posible emprender nuevos proyectos, en un proceso permanente
de autodesarrollo y creciente autoestima, que concluye en la adquisición de un carácter sólido y
armónico. Así se va tejiendo la integración valórica y operativa que propone este libro.
Sin embargo, no se debe confundir unidad con uniformidad, ni estandarización con co-
lectivismo, pues tienen distintos significados y objetivos. El punto es que toda aventura
social en común requiere de mínimos también comunes, a fin de que cada tarea individual
sea abordada bajo cierta unidad de propósitos compartidos por todos, para evitar así el indi-
vidualismo y la dispersión de energías. De ninguna manera se pretende que toda la sociedad
funcione uniformemente, u obtenga los mismos resultados de las acciones libres que cada
uno decida emprender; el común denominador debe darse exclusivamente en el nivel való-
rico y operativo, tanto en su cota inferior (capacidad inhibitoria) como en el plano superior
(capacidad prosecutoria), en cuanto a la vivencia y captación de las categorías epistemoló-
gicas universales, como un parámetro básico, que admite todas las variables personales. Si
bien el oxígeno y los alimentos permiten la vida humana para todos por igual, eso no signi-
fica que todos debamos alimentarnos o funcionar de la misma manera.
Esta propuesta, junto con plantear la unidad valórica y operativa a partir de las facultades
superiores y comunes a todos, apunta a que todos y cada uno de los ciudadanos se hagan cargo
de sí mismos, y no que el Estado o el empresario programe y realice su vida por ellos, pues
sólo la praxis personal produce el auténtico desarrollo de cada individuo. En otras palabras,
el dinamismo social debe activar las instancias propias de la vida en común, y las dinámicas

159 Circuminseción. Designa la idea de que todo está involucrado, activado y participado por y en todo. Aplicado a las di-
námicas humanas y sociales, significa que los valores y principios, tanto teóricos como prácticos, requieren colaborar e
interactuar entre sí, no en estancos separados.
160 Este libro distingue la salud natural, que es la condición básica del cuerpo y de la mente humana normal, de la medicina
orientada a curar anomalías y enfermedades. También estima que la mala salud es generada muchas veces por un no ra-
cionalizado desafecto por la vida, a consecuencia del cual las personas no cuidan su salud. Desde esta perspectiva, resulta
impropio que exista un ministerio de salud; lo que debería haber es un ministerio de medicina curativa, y no hacer de la
salud un estado asociado a las patologías.

116
Sebastián Burr

intelectivas y volitivas de cada persona que corresponden al ejercicio individual de la liber-


tad, tanto extrínseca como intrínseca. Esto porque el desarrollo de la inteligencia no se logra
por medio del colectivo social; es un proceso que lleva a cabo el entendimiento individual,
aunque toda persona, a su vez, requiere de la sociedad para avanzar en concordancia con el
denominador común básico de todo orden social, en tanto ese orden esté representado por el
bien común verdadero y no por la farragosa mezcolanza de los intereses político-partidistas,
personales e individualistas que prevalece hoy.
En definitiva, esta propuesta no es individualista ni colectivista; invita a estudiar y armar
una síntesis extensa, ordenada y amplia, sustentada en las posibilidades que encierran las ca-
pacidades intelectivas y volitivas de la condición humana y en una noción renovada, análoga
y rigurosa de bien común.
Ahora bien, como además el mundo moderno se encuentra prisionero del relativismo, la
solución integrada de la problemática general es doblemente difícil, puesto que casi todos los
conceptos que se requieren para intentar un reordenamiento están tan relativizados, y por lo
tanto tan distorsionados, que existen hasta tres definiciones por cada uno de ellos, lo que genera
diversas maneras de comprender la realidad y de abordar los requerimientos de la sociedad161.
Esto exige, junto con levantar paso a paso una propuesta sociopolítica tentativa, ponerse
previamente de acuerdo sobre algunas definiciones conceptuales, como por ejemplo: condi-
ción superior del hombre, entendimiento teórico, inteligencia práctica o voluntad, libertad,
felicidad, relativismo, igualdad, diversidad, moral, virtudes, bien ontológico y bien común,
economía, educación, trabajo, familia, ecología, justicia, etcétera. Y sobre todo, si como so-
ciedad vamos a establecer algún referente absoluto, escojamos uno que permita el desarrollo
humano de todos, y no que el relativismo se constituya en un medio de expansión del poder
de unos pocos. Lo peor que podemos hacer es fundar el devenir humano y el orden institu-
cional en el gelatinoso mundo del relativismo162, constituido en el nuevo absoluto moderno
y en “eje” subrepticio del poder político, económico, y de los más “audaces”. Toda vez que,
a falta de referentes morales objetivos, son los más poderosos los que fijan las pautas de lo
que es bueno y malo, siempre circunstancialmente y según su particular conveniencia. Por
lo demás, el relativismo degenera inevitablemente en nihilismo, vía segura hacia el colapso
psíquico de la persona y ético de la sociedad. De esta manera, a medida que se avance en la
presente propuesta, se irá precisando el significado de dichos conceptos, a fin de que no haya
dudas respecto a qué es exactamente lo que se quiere decir en cada caso con cada uno de ellos.
El problema social de fondo, como ya se ha mencionado, es, primero, de carácter mo-
ral-práctico, y consecuentemente de ética política163. Se origina en un deficiente desarrollo
humano, cuya causa principal es la errónea “arquitectura” de las instituciones sociopolíticas
trascendentales164, que a su vez genera desigualdades en todo orden de cosas, y una sistémica
distorsión de la democracia. Somos todos responsables de estas anomalías: la clase política,
que no quiere, no puede o no sabe proponer un modelo eficiente de sociedad, y los electores,

161 Si uno aborda las dos encíclicas escritas por Benedicto XVI, se va a encontrar con el problema que aquí se enuncia. El Papa
se preocupa de hacer las distinciones correspondientes.
162 Teoría derivada del empirismo, que afirma tanto la relatividad del sujeto que conoce como la relatividad de lo conocido, lo
que impide conocer y aceptar verdad alguna.
163 En esta propuesta, el concepto de moral está referido al ámbito individual y de praxis de la persona. El concepto de ética
(o ético) considera lo moral extendido al contexto social y a las instituciones que conforman el orden político. También
se asocia el término ético a la reflexión teórica intelectual, a diferencia de la cuestión moral, que emana de la experiencia
abierta con consecuencias para el sujeto.
164 Reitero que las instituciones trascendentales son sólo aquellas de carácter formativo, en las categorías valóricas de carácter
universal. Y lo universal es una categoría genérica, opuesta a lo particular; es decir, comprende todo tipo de sujetos en todo
tipo de situaciones. Sin embargo, no sólo permite la elaboración de juicios plurales, sino también particulares.

117
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que no sabemos inducir, impugnar y elegir, por el antidesarrollo en que hemos sido instala-
dos. Una de las principales razones de estas deficiencias es la precaria cultura política de los
chilenos, comparada con la de los países desarrollados, e incluso con la de varios de Latino-
américa, según reveló el semanario The Economist a comienzos del 2007.
Es en el ámbito práctico de cada cual, en tanto activo e integralmente desplegado, donde se
descubren y desarrollan coherentemente los conceptos de verdad165, de bien166, de fin humano,
de razón, de justicia, de solidaridad, de bien común, etc., y asimismo las opciones de acción
concretas relacionadas con esos principios, tanto en el plano privado como en el escenario so-
cial. Como se puede apreciar, el problema es de ejercicio de la libertad167, conjuntamente con
el de desarrollo moral ya mencionado. El statu quo descrito explica por qué muchas categorías
del orden político son eminentemente sociológicas o de naturaleza colectivista, y también el
hecho de que muchos dirigentes de centro derecha sean incapaces de elaborar un discurso
propio sin un uso casi exclusivo de esas mismas categorías sociológicas del “progresismo”168,
como si la persona humana en cuanto tal no existiese y sólo tuviera validez lo colectivo169, y no
se atrevan a levantar proposiciones propias, que al final terminan haciéndolas los mismos líde-
res de la izquierda170, aunque con las distorsiones propias del humanismo materialista. Así se
han configurado por lo demás la lógica de lo “políticamente correcto” y la suerte de concordato
liberal-socialista que rige los destinos de Chile desde hace más de un siglo.
Necesitamos comunicarnos sobre bases de entendimiento comunes a todo el género
humano, adquirir un sentido fundamental de la realidad más o menos homogéneo, basado en
las expectativas esenciales de la vida. El sentido de la vida no es un asunto mecánico; es un
asunto de coherencia, de comprensión, de buena voluntad, etc. El liberalismo y el socialismo
sólo aceptan principios de tipo empírico, sabiendo que así aseguran la permanencia de su
propio modelo, no obstante que los mismos empiristas e incluso relativistas operan a diario
con diversos principios metafísicos, comunes a toda inteligencia humana, para dar validez a
sus propias posiciones, como el principio de fe natural, el de causalidad, el de identidad, el de
no contradicción, etc. De manera que, si bien se expondrán en este libro diversos argumentos
de tipo empírico, propondré sobre todo argumentos metafísicos, en la expectativa de que sean

165 Decir hoy que tal cosa es o no es verdad, les suena a los relativistas como una blasfemia, puesto que su discurso sostiene
la inexistencia de la verdad. Pero afirmar que la verdad no existe, o que todas las cosas son relativas, es afirmar de hecho
una verdad. Nadie decide ni hace nada sin basarse en algo que considera previamente verdadero; es decir, la verdad se da
cuando “hay conformidad entre el entendimiento y la cosa entendida” (Tomás de Aquino, Suma contra gentiles, I, q.16, a.2;
De veritate, q. 1, a. 1). Dicha proposición valida tanto la existencia de las cosas como la capacidad del entendimiento para
conocerlas realmente. Como casi todas las cosas naturales están referidas al hombre, y la perspectiva moral es su condición
superior, se puede determinar la verdad a partir del perfeccionamiento de la moral humana y de la coherencia ética fundada
en los principios universales del entendimiento. En definitiva, la verdad es más bien un criterio que una definición, y suele
estar en toda convicción humana, ontológica o moral respecto a una determinada cosa. Por ejemplo, en el área de las cien-
cias, no se puede sostener que las matemáticas o los cuerpos celestes sean pura imaginación humana.
166 La Ética a Nicómaco, de Aristóteles, dice que el ser humano no conoce el bien en sí mismo especulativamente, sino como
las causas se conocen por los efectos. La persona experimenta necesidades y aspiraciones naturales, y luego conoce el bien
como lo que satisface esas necesidades y aspiraciones. De manera que el bien nos sería completamente desconocido si no
experimentásemos esas inclinaciones o tendencias naturales.
167 El significado preferente que se da aquí al concepto de libertad es el de autodeterminación moral y autosuficiencia práctica
(praxis), en el mayor orden de cosas posible. La ausosuficiencia y la autodeterminación son un derecho esencial del hombre,
y por lo tanto de todos los ciudadanos.
168 “Progresismo” está mencionado entre comillas, pues es un término retórico que conlleva intencionalidad política. El iz-
quierdismo lo relaciona con el “avance” o “progreso” socioeconómico y tecnológico, aunque ese avance sólo se limita a
cambios empíricos. Es una idea que proviene del desarrollo científico. El “progresismo” congrega a ex marxistas, agnósti-
cos, socialdemócratas y demócratacristianos adherentes a la sociología religiosa.
169 Por ejemplo, la autocalificación de “bacheletista-aliancista” de Joaquín Lavín. O “el nunca más” que proclamó un par de
años atrás.
170 Propuesta de reducir impuestos y eliminar las indemnizaciones por años de servicio que planteó el senador socialista C. Ominami.

118
Sebastián Burr

básicamente aceptados por quienes honestamente buscan soluciones reales, para así poder es-
tablecer modos eficaces de comunicación en los planos ético, económico y sociopolítico. En
caso contrario, si la política nacional fuese intencionalmente, y de punta a cabo, una simple
lucha por el poder, este libro sería un monumento a la ingenuidad, sobre todo cuando habla
del sentido común y del sentido de la vida.

El relativismo, los espejismos mentales y la fe natural.

Una de las mayores contradicciones del mundo contemporáneo es que el síndrome modernis-
ta ha logrado convertir el relativismo y sus derivados —diversidad y pluralismo— en el nuevo
absoluto de nuestra época, sin poseer ningún fundamento filosófico real, pero con peso sufi-
ciente para jaquear incluso la noción de verdad171 y tener atrapado a Occidente en un vasto es-
pejismo mental. Esa convicción absoluta en la validez del relativismo como “principio rector”
del “conocimiento” y de la conducta humana moderna, es en rigor un acto de fe natural, pues
empíricamente no se puede constatar esa validez en lo que hacemos como individuos ni en el
funcionamiento de la sociedad, salvo por una pura convicción de tipo abstracto o metafísico,
aunque sea errónea. Si se pretende utilizar el argumento de Einstein, en cuanto a que todos los
cuerpos y fenómenos físicos son relativos, es necesario precisar que incluso esa teoría se rige
por absolutos, puesto que los cuerpos físicos, de acuerdo a su masa, provocan una atracción
matemáticamente determinada, y toda la matemática es absoluta. Por lo demás, la teoría de
Einstein se refiere sólo a los funcionamientos de la materia, y no a las cuestiones humanas,
que son esencialmente prácticas y emanan de la libertad espiritual del hombre.
Esta mínima conclusión respecto al relativismo permite dos esclarecimientos importan-
tes: a) que las personas que creen en el relativismo lo hacen por fe natural, puesto que “creen”
en su postulado fundamenal; b) si el relativismo existe, quiere decir que es algo real; por lo
tanto, se sustenta en el principio metafísico de identidad, que establece que las cosas son; y
esa sola razón desacredita por completo la teoría de que todas las cosas son relativas, pues
nada puede ser y no ser al mismo tiempo (principio metafísico de no contradicción). Por lo de-
más, si todas las cosas son relativas, ¿con qué derecho el relativismo convierte su relatividad
171 No obstante que es difícil definir el concepto de verdad de un modo sintetizado y genérico, puesto que incluye todas las catego-
rías físicas y metafísicas, y se despliega en todo tipo de contingencias, sí es posible señalar que toda concepción verdadera surge
de una contingencia precisa y se aplica en un contexto determinado. Esta idea se puede entender mejor examinando el siguiente
episodio bíblico: Cuando Pilato consulta al pueblo a quién debe liberar, a Jesús o a Barrabás, su mujer envía a decirle: “No te
metas con ese justo, pues he padecido mucho hoy en sueños por causa de él”. Pero los príncipes de los sacerdotes y los ancianos
persuadieron a la muchedumbre de que pidiera a Barrabás y exigiera la condena de Jesús. (Evangelio según San Mateo, 27.).
“… Entró Pilato de nuevo en el pretorio, y, llamando a Jesús, le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Respondió Jesús:
“¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?” Pilato contestó: “¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pon-
tífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho?” Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi
reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. Le dijo entonces
Pilato: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo,
para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz”. Pilato dijo: “¿Y qué es la verdad?” Y dicho esto,
de nuevo salió a los judíos y les dijo: “Yo no hallo en éste ningún delito”. (Evangelio según San Juan, 18.).
Catalina de Emerich, una novicia que la historia religiosa considera una de las más extraordinarias visionarias sobre
la pasión de Cristo, dice: “Pilato en la noche, al llegar a su casa, le relata a Claudia, su mujer, el diálogo que había man-
tenido con el hijo de Dios respecto a la verdad, para acto seguido preguntar: “Claudia, ¿qué es la verdad?”. Y Claudia,
cansada de la vida manipuladora que llevaba Pilato y además contrariada por la forma en que se había dado la crucifixión
de Cristo bajo la responsabilidad política de su marido, le contesta: “Nadie que no practique permanentemente la verdad
puede saber en qué consiste la verdad”. En otras palabras, le hace ver a su marido que la verdad es una dinámica cuyos
códigos son morales, que hay que dilucidar dentro de escenarios prácticos, que por esencia son cambiantes, aleatoria y cir-
cunstancialmente. Por lo tanto, no se puede explicar, entender ni ejercitar la verdad bajo una determinada fórmula teórica,
como si se pudiese aplicar a todo evento por igual. Para conocer los códigos de la verdad hay que practicar y vivir la verdad
en forma personal, activa y permanentemente, aplicando el “instinto” moral natural que todos poseemos de manera innata.

119
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

en un principio absoluto? No se pueden utilizar las categorías del ser para sostener que nada
es y al mismo tiempo decir que todas las cosas son relativas. Es parecido a querer demostrar
que las matemáticas no existen haciendo uso de una fórmula matemática.
Ahora bien, si está lloviendo, y a Pedro le parece que diluvia y Pablo opina que es un
chubasco, se concluye que la cantidad de agua que cae es posible percibirla de un modo rela-
tivo; sin embargo, el hecho sustancial es que llueve. En otras palabras, el ser de las cosas no
es relativo; lo que sí puede serlo es la percepción de su accidentalidad, que depende de los
distintos observadores y circunstancias.
Es indudable que detrás de muchas decisiones y acciones172 humanas hay un acto previo
de fe natural. Por ejemplo, si un ciudadano decide presentarse a una elección, casi siempre lo
hace convencido de que ganará. Más aún, cada vez que entrega argumentos a sus electores o
ejecuta un acto proselitista en favor de su candidatura, lo hace convencido de que le servirá
para lograr, mantener o aumentar un caudal de votos determinado. A su vez, sus electores, por
muy relativistas que sean, también hacen un acto de fe al creer en esos argumentos y al votar
por ese candidato, e incluso al creer que ganará. Asimismo, una persona común y corriente
que sale de su departamento en la mañana hacia su oficina, hace un acto de fe al creer que el
ascensor no se va a desplomar en el viaje al primer piso. Sube a su automóvil, nuevamente con
el convencimiento de que no sufrirá un accidente mortal en el camino (de otro modo no haría
el viaje), y al llegar a la oficina aborda su trabajo creyendo que efectivamente va a resolver
ciertos asuntos y avanzar en una serie de materias.
Así, casi todas nuestras decisiones y acciones proceden de un acto de fe natural. Y si
todos decidimos y actuamos a menudo por fe natural, cabe preguntarse cuál es el origen de
esa certidumbre implícita con la cual funcionamos permanentemente. ¿Es espontánea y pura,
sin causalidad alguna? ¿O se basa en actos de fe precedentes, hasta llegar al primer acto de
fe, causa de todos los demás?
Si se analiza un acto de fe determinado, y se investiga silogísticamente el paso a paso
hacia atrás hasta el primer principio causal, seguramente se va a rematar en un acto de fe
sobrenatural, punto en el cual ya no concurren más causalidades, por lo que hay que aceptar
que todo ser humano actúa siempre, implícita o indirectamente, a partir de una certeza o
convicción sobrenatural, aunque no tenga conciencia de ello. Este análisis deja al descubierto
que no todas nuestras acciones emanan de registros empíricos o de nuestro puro arbitrio, que
muchas de ellas están precedidas por un acto de fe natural, y que remiten a la condición más
sobresaliente del ser humano, la dinámica de la esperanza173, que a su vez está conectada con
un orden superior de carácter absoluto. Ese orden absoluto es lo que nos permite fundar al
hombre sobre bases reales de comprensión de la realidad y de sí mismo, y es lo que finalmente
hace emerger el sentido de la vida.
Más todavía, hay una serie de hechos humanos, constatables empíricamente, que des-
mienten de manera rotunda la teoría relativista, pues no dependen de la percepción subjetiva
o relativa de cada individuo, sino que se imponen por sí mismos como “constitutivos abso-
lutos” del hombre. En el plano ontológico, todos tenemos una mente y un cuerpo, y todos
los cuerpos humanos poseen básicamente la misma constitución anatómica y fisiológica,
los mismos metabolismos orgánicos. Todos tenemos inteligencia, voluntad, libre albedrío,
sensaciones, emociones, sentimientos, estados de ánimo, etc., y todas esas capacidades y
172 Lo práctico es todo aquello relacionado con la acción, sea ésta de carácter técnico (poeisis) o de carácter moral (praxis).
Incluye las acciones voluntarias, semivoluntarias e involuntarias.
173 La dinámica de la esperanza cubre todas las acciones voluntarias del ser humano. Todo lo que hacemos, lo hacemos porque
esperamos conseguir algún resultado; de lo contrario, no tendríamos ningún motivo para actuar. La esperanza es así el
dinamismo natural que nos permite vivir y construir nuestro futuro.

120
Sebastián Burr

facultades operan en cada uno de nosotros de manera análoga. En el plano moral, todos que-
remos ser felices, y los hechos demuestran que la felicidad humana está regida por ciertos
“absolutos” heterónomos, independientes de los pareceres, opiniones, creencias y volunta-
des individuales. La autosuficiencia, la autoestima, la praxis en primera persona, la búsqueda
de la verdad, la honestidad de la conciencia, la capacidad de asombro, la energía sensorial,
el desarrollo de las propias potencialidades, la amistad, el amor, la solidaridad social, son,
entre otros, requisitos “absolutos” de la felicidad. Por el contrario, nadie puede ser feliz si su
conciencia y sus actos están marcados por la infraestima, la dependencia, el odio, la envidia,
la soberbia, la vanidad, el miedo, la pusilanimidad, la desidia, la apatía, la mezquindad, el
resentimiento, la hipocresía, o cualquier otra patología de la mente o de la conducta. Son
todos impedimentos también “absolutos” para la felicidad. De esta manera, el omnímodo
relativismo antropológico y moral predominante en nuestro tiempo queda desmentido por
los hechos reales y por la propia condición natural del hombre.
Todo proyecto sociopolítico exige fundar al hombre sobre principios objetivos y esta-
bles, y luego articular ese proyecto sobre análogas bases operativas. No hacerlo, y perpetuar
la dispersión valórica, sobre todo impidiendo a los más pobres, es decir a las mayorías, el
ejercicio práctico de los principios de justicia y de libertad, resulta un bocatto di cardinali
para aquellos que tienen por profesión el logro del poder político y/o económico para sí mis-
mos; simplemente tienen vía libre para relativizar los derechos básicos de la persona, pues
la gran mayoría de los ciudadanos carecen de elementos de juicio sólidos y fuerza política
suficiente para contenerlos.
Permítame el lector una breve observación. Cada vez que uno plantee un sistema po-
lítico dentro de un plano de justicia, libertad, desarrollo moral y ética social, es decir, un
sistema no arbitrario, necesariamente va a requerir un referente universal que trascienda y
que aglutine todas esas categorías, de manera que funcionen para todos por igual, tanto en
el plano personal como en el plano social. De otro modo, se arriesga que casi todo termine
relativizado, los principios dejen de operar, y el ciudadano extravíe el sentido de las cosas
y su esperanza en la vida.
En otras palabras, uno puede perfectamente no aceptar la idea de Dios; basta que busque
y encuentre algún orden superior, del cual emanen las leyes de la verdad, de la bondad, de la
justicia, de la solidaridad, del conocimiento y del entendimiento, de la paz, del mundo físico,
del universo espiritual, en suma, de la humanidad. Un orden trascendente, que supere todas
las categorías humanas y de la realidad física y metafísica, y que, por último, sea completa-
mente independiente de todo poder humano. Acto seguido, póngale el nombre que le parezca,
e intente comprender la realidad y orientar su conducta personal y el acontecer sociopolítico
a partir de ese referente social y universal.
Exista o no exista Dios, necesitamos un referente superior y universal, al menos como
categoría epistemológica174 y social, que además nos entregue criterios objetivos de conten-
ción, considerando los errores, las arbitrariedades y las injusticias que somos capaces de co-
meter los hombres cuando nuestro único referente es nuestra razón y voluntad desconectadas
de un orden trascendente, o de un carácter amistoso de la vida, más aún cuando actuamos
movidos por nuestras pasiones. Así lo registra la historia; pruebas recientes de ello son el
exterminio nazi, los crímenes del estalinismo y del maoísmo, el terrorismo a gran escala, las
matanzas en universidades, colegios, etc.

174 La idea de un referente superior como categoría epistemológica es indispensable, pues es la única que señala y proporciona
criterios objetivos de conceptos tales como totalidad, unidad, bien, absoluto, coherencia, etc.

121
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El derecho de propiedad y los intentos de abolirlo a través de la historia

Históricamente, el derecho de propiedad ha sufrido numerosos embates teóricos, y diversos


intentos de suprimirlo en el plano sociopolítico real. La idea de abolirlo data de la antigua
Grecia, donde aparecieron los pioneros o precursores del socialismo comunitario. Aristóteles
menciona a Faleas de Calcedonia e Hipodamas de Mileto como los primeros que for-
mularon proyectos de sociedad comunista, aunque ambos se limitaron a proponer una
distribución igualitaria de las tierras. Pero más conocido es el modelo político elabora-
do por Platón, que proponía un rígido régimen de comunidad de bienes.
También en el antiguo pueblo de Israel germinaron tendencias igualitarias, e inclu-
so predicaciones proféticas al respecto. Más aún, el mensaje de Jesucristo, entre cuyos
puntos esenciales estaban la justicia, la caridad fraterna y la predilección de Dios por
los pobres, era fuente inagotable de ideales comunitarios, de aspiración al uso común
de los bienes de la tierra y a la distribución de sus frutos entre todos los creyentes. Esa
aspiración se concretó después de su muerte en la comunidad cristiana de Jerusalén,
aunque cabe señalar que todos los miembros de esa incipiente agrupación aportaron sus
posesiones de manera completamente voluntaria, sin presión ni imposición alguna de
parte de sus dirigentes.
La misma aspiración hizo surgir posteriormente en la Iglesia diversos movimientos
místico-heréticos de carácter comunista (carpocracianos, wiclefitas, anabaptistas, etc,), que
proclamaban erróneamente la obligación de abolir la propiedad y establecer la comunidad
de bienes entre los creyentes, considerándola una exigencia intrínseca del cristianismo.
En el plano filosófico, bajo la influencia del platonismo y el neoplatonismo, aparecieron
en el siglo XVI las utopías humanistas, proyectos imaginarios de organización igualitaria de
la sociedad. Entre ellos estuvieron la Utopía, de Tomás Moro, que proponía un modelo de
sociedad perfecta; la Nova Atlantis, de Bacon; la Oceana, de Harrington; y la Ciudad del Sol,
de Campanella, que contemplaba también la abolición de la propiedad, la colectivización de
todos los bienes, la regulación de los matrimonios y la educación de los hijos por el Estado.
Dichas propuestas tenían un fondo filosófico común, inspirado en el idealismo
platónico. Ese mismo sustrato idealista fue acogido en el siglo XVIII por Rousseau,
para elaborar su teoría política del Contrato Social, y sobre todo por el positivismo, en
la formulación de su “sociología científica”.
El modernismo ha respaldado plenamente esos paradigmas teóricos, justificándolos
mediante otro artificio de su propia invención: “la ley del progreso”. Según esa “ley”, la
única manera de que los hombres alcancen la felicidad es que el Estado controle por
completo la sociedad, y además reparta igualitariamente los bienes terrestres entre to-
dos, basándose en el principio naturalista de Rousseau de que todos somos iguales. De
ahí emana la hegemonía atribuida al Estado en toda la gestión social y económica, hege-
monía que prevalece hasta el día de hoy, y que instaura un Estado omnipresente, cuyas
directrices deben ser acatadas por todos los ciudadanos, pues esa obediencia asegura la
igualdad y la felicidad humanas.
Sin embargo, como dice Francisco de Vitoria, si los bienes fueran poseídos en común,
quienes más se beneficiarían serían los “hombres malvados”, e incluso los ladrones y los ava-
ros. Sacarían más y pondrían menos en el granero de la comunidad.
El “progresismo” modernista anuncia y promete que el colectivismo socialista y su vi-
sión utilitaria y tecnocrática del progreso asegurarán el bienestar material, la justicia y la
felicidad de todos los hombres.

122
Sebastián Burr

El progresismo socialista tiene entonces cuatro componentes nucleares: 1) su génesis y


sus objetivos son exclusivamente materialistas; 2) descarta por lo tanto toda experiencia
y todo desarrollo del espíritu; 3) por extensión, rechaza la praxis moral y ética, cuyo sus-
trato ontológico es la condición espiritual del ser humano; 4) eso mismo explica su carácter
exclusivamente colectivista, en desmedro de los requerimientos de la persona y de la expan-
sión de sus capacidades potenciales.
Como se puede apreciar, la idea de progreso del humanismo materialista es crucial en su
planteamiento, pues siendo el progreso un ente dinámico, la justicia, el bienestar material y la
felicidad humana son siempre potenciales, es decir inalcanzables, lo que determina que siempre
deban ser perseguidas por un Estado social-progresista, que es el único que puede representar
en todo momento las diversas concepciones de felicidad, de justicia, de necesidad material, etc.,
y establecer los procesos políticos que pueden conducir a su cumplimiento. De esa entelequia se
desprenden otras, igualmente contra natura: A) que la justicia y la felicidad sólo pueden alcan-
zarse de un modo colectivo, y que el colectivo es capaz de interpretar y acoger todos sus sentidos
y variables; B) dado que la felicidad y la justicia no se fundan en una antropología espiritual,
ontológica y natural, el ciudadano tiene que olvidarse de desarrollar libremente su autosuficien-
cia y autodeterminación individuales; C) que como la concepción de felicidad, de justicia y de
bienestar material está inserta y avanza junto con el progreso, que es un dinamismo permanente,
el Estado socialista (en contraposición al Estado subsidiario), bajo las condiciones señaladas, es
el único calificado, ética y sociopolíticamente, para conducir al colectivo social al logro de esos
fines; D) por lo tanto, quienes plantean instituciones de carácter ético y trascendental, la opción
de una democracia participativa y la alternancia democrática, son “reaccionarios” y enemigos
del “progreso”; E) el resultado final es la implantación de un totalitarismo inspirado en el idea-
lismo platónico, que se justifica “racionalmente” a sí mismo. En realidad, esa justificación es
irracional, pero ha logrado embaucar a las mayorías ciudadanas en Latinoamérica, que reeligen
una y otra vez a los líderes socialistas, creyendo que son sus mejores “representantes” políticos;
F) si bien es fácil desenmascarar filosóficamente tal artimaña, no lo es para el ciudadano común,
que carece de la capacidad crítica requerida para hacerlo. Y el mismo régimen de tendencia
totalitaria se encarga de impedirle sistemáticamente que la desarrolle.
Esto explica que el igualitarismo despliegue toda clase de trucos y maniobras para fri-
volizar y relativizar la política, de manera que nadie pueda hacer revisiones a fondo que per-
mitan descubrir el mefistofélico juego, y también que rechace de plano la metafísica (opción
esencial para el desarrollo del entendimiento), pues si le da cabida, y los hechos reales confir-
man sus diagnósticos, todo el andamiaje se viene abajo.
En un capítulo posterior veremos las sistemáticas transgresiones al derecho de propie-
dad y a su libre ejercicio perpetradas en Chile por sucesivos gobiernos en el siglo XX,
durante casi 50 años, que culminaron con el intento de abolición total llevado a cabo por el
gobierno de Salvador Allende.

Fundamentos antropológicos del derecho de propiedad y a la propiedad

Contra los reiterados intentos históricos de abolir la propiedad, los códigos naturales del me-
tabolismo social nos señalan que otro requerimiento nuclear de un nuevo orden político es
conferir al derecho de propiedad un sentido integralmente humano y social, y crear articula-
ciones legales e institucionales que hagan posible el acceso a la propiedad y el ejercicio de la
misma a todos los ciudadanos.

123
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Todo ejercicio de la propiedad, en cuanto dinamismo activo en función de la riqueza


intelectual y operativa, es un acto moral, del cual eventualmente se deriva lo material o la
riqueza económica. Y al relacionarse con otros propietarios y con la sociedad en general, ad-
quiere un carácter ético vinculado a la justicia, pues la justicia da a todos y a cada uno según
sus méritos y circunstancias. Esa activa ambivalencia ético-moral es también un valor cons-
titutivo del bien común político, en tanto sea una realidad para todos. Por lo tanto el Estado,
a través de las instituciones que lo configuran, debe poner a disposición de todos y cada uno
de los ciudadanos activos un mecanismo dinámico para acceder a la propiedad (derecho a la
propiedad). La riqueza material y/o intelectual que emana de dicho ejercicio, y que llamamos
propiedad, debe estar igualmente resguardada (derecho de propiedad).
Ahora bien, la propiedad intelectual, el capital financiero, la propiedad mueble e in-
mueble, etc., se pueden diferenciar en cuanto propiedad pasiva —por ejemplo, poseer una
vivienda para uso personal o familiar— y en cuanto propiedad activa, esto último cuando el
capital o el bien mueble o inmueble se usan para generar mayor riqueza, y están sometidos a
cierto nivel de riesgo coyuntural.
El ejercicio de la propiedad, una vez transformado en pertenencia física o intelectual,
deja el ámbito del bien común y pasa a constituir el interés común y/o particular; es decir,
cuando se transforma de bien moral en bien material. La diferencia entre bien común e inte-
rés común radica en que el primero es bueno siempre y para todos por igual. Por ejemplo, la
vida, el emprendimiento, la inteligencia, la buena voluntad, etc. El interés común, en cambio,
puede ser de todos, pero no necesariamente ser bueno, por ejemplo, tener todos automóviles
contaminantes. Y se diferencia a su vez del interés particular, que sólo es de provecho de una
persona o de un grupo reducido de ellas.
Tanto el ejercicio activo de la propiedad como el acto de emprender son dinamismos cons-
titutivos de bien, independientemente del fin material que persigan, o de qué se haga con la
riqueza obtenida. Esto se debe a que en este caso el sujeto es ejecutor y receptor directo de sus
actos, y de la consecuencia que de esos actos emana; es decir, es sujeto y objeto, causa y efecto
de sus propias acciones. Ese es uno de los modos óptimos de configurar la personalidad y la
autosuficiencia humana. Ese protagonismo activo —ya hemos visto que eso significa actuar en
primera persona— es el dinamismo que más aporta al desarrollo teórico, práctico, moral, fami-
liar, profesional y sociopolítico del ser humano. Un sujeto protagonista de su propia historia y
devenir se desarrollará incomparablemente más que un sujeto pasivo. La falta de protagonismo,
y la consecuente deficiencia moral, conducen casi siempre al resentimiento antagónico, que el
socialismo termina transformando en lucha de clases. De hecho, sus conductores ideológicos
exhiben una permanente hostilidad contra el ejercicio de la propiedad, y actúan indirectamente
contra el emprendimiento, a través de todo tipo de argucias legales, laborales, tributarias, ideo-
lógicas (por ej., que la propiedad es un bien exclusivamente social, que el lucro es inmoral), etc.
Contradictoriamente, aquellos conductores que ejercen el poder político son personas activas y
protagónicas de su propio quehacer. Es inexcusable que no se jueguen por que todos los ciuda-
danos se desarrollen activamente, y en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad, cualquiera
que éste sea. La libertad, el trabajo, el emprendimiento, el desarrollo moral y social, el avance de
la ciencia y de la tecnología, la economía, la propiedad y la familia han configurado una praxis
humana interactuante a través de la historia. El desarrollo de la autosuficiencia es un patrimonio
de la humanidad, y empezó mucho antes del advenimiento del Estado.
Ciertamente, el hombre primero, y después el ciudadano, han ejercido y desarrollado
la libertad, y toda la gama de valores que se desprende de ese ejercicio, en directa relación
con las cosas materiales, constituyéndose en propietarios activos, y usando la propiedad para

124
Sebastián Burr

mejorarla, expandirla, fusionarla, venderla, etc. El ejercicio de la propiedad es un valor hu-


mano mucho mayor que su mera posesión, puesto que la propiedad física es temporal, y el
desarrollo moral trasciende hacia lo familiar y hacia el ámbito social. Si bien en ambos casos
la propiedad es un bien, la calidad de propietario activo es fuente transversal y creadora de
nuevos valores, por su interacción permanente con las variables de dicho ámbito y de toda la
realidad. De esta manera, se puede sostener que la propiedad activa es enteramente política, y
por lo tanto democrática, y que mientras más ciudadanos se conviertan en propietarios activos,
más se desarrollarán la persona, la sociedad y la democracia. Cuando el Estado se opone al
ejercicio de la propiedad, y utiliza mañosamente, una y otra vez, el argumento del bien común,
contradice su misma esencia. El desarrollo humano a través del colectivismo es una entelequia
cuya falsedad quedó demostrada con la caída de los socialismos reales y de regímenes tota-
litarios como el nazismo, el fascismo, el comunismo, etc. El ejercicio práctico y activo de la
propiedad desarrolla el ámbito mismo de la libertad, y mediante el trabajo acrecienta el bagaje
valórico y práctico del propietario, transfiriendo valores indistintamente al contexto familiar y
social. El trabajo que exige la conservación de la propiedad, su expansión, fusión, donación,
venta, o traspaso a través de la herencia, activa la experiencia práctica y los vínculos solidarios
en la vida real, y permite análogamente juzgar, evaluar o analizar críticamente las iniciativas de
gobierno, hacerlas propias o rechazarlas, más allá de que produce ingresos al Estado por la vía
tributaria. Por estas razones, es necesario derogar el impuesto a la herencia, más aún cuando se
ha transformado en un mecanismo expropiatorio escalonado entre el fallecimiento del titular y
los hijos en tanto lo haya sobrevivido su cónyuge, no obstante que dicho patrimonio ha pagado
todos los impuestos que determina la ley. Si uno hace el cálculo matemático se va a encontrar
con que los impuestos devengados oscilan entre el 70% y el 80% del capital.
Las tensiones respecto la propiedad entre los propietarios y la clase asalariada no pro-
pietaria, se producen porque la propiedad está muy poco extendida, y su ejercicio suele estar
demasiado limitado por la autoridad política, a través de impuestos, permisos discrecionales,
normas ambientales, certificados antropológicos… etc. Por lo tanto, aquel que puede saltar
todas esas vallas se transforma ipso facto en una suerte de privilegiado. Dos empresas que
perfectamente podrían fomentar el acceso a la propiedad del quintil más pobre de la población
(actualizada y permanentemente) son Codelco y Enap.
Las expropiaciones deben quedar limitadas a los requerimientos del bien común y/o
del interés ciudadano, de acuerdo a las definiciones de bien común e interés ciudadano es-
tablecidas en la misma Constitución Política del Estado. Hay que expandir la propiedad, no
limitarla, y una buena manera de hacerlo es que las empresas cancelen parte de las remune-
raciones a sus trabajadores mediante acciones o propiedad proporcional de las mismas, y que
el Estado libere totalmente de impuestos esa parte de la remuneración. Lo que en Estados
Unidos se denomina stock options.
Todo propietario sabe que si hace daño a otro, se aísla socialmente, y su propiedad pue-
de verse afectada patrimonialmente por un bajo desarrollo o por consecuencias legales. Los
hijos, a su vez, perciben que si no se preocupan de sus padres en su etapa de vejez, más allá
del natural afecto que puedan tenerles, también pueden sufrir algún grado de sanción en sus
derechos de herencia. En otras palabras, el ejercicio de la propiedad aglutina socialmente
a una sociedad. Esa cohesión social se da mucho menos en el no propietario; sólo le basta
su persona, y como su interacción con la sociedad es pasiva, puede perfectamente no tomar
partido crítico en el quehacer político, porque no entiende su operatividad. Para promover
lo primero y evitar lo segundo, el Estado debe garantizar constitucionalmente el derecho de
propiedad y también el acceso a ella.

125
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El texto jurídico respecto el derecho de propiedad que regía en el siglo XIX fue copiado
del artículo 544 del Código Civil francés: “La propiedad es el derecho de gozar y disponer de
las cosas de la manera más absoluta, con tal que no se haga un uso de las mismas prohibido
por las leyes o reglamentos”. Esa definición desconoce la relación sociopolítica y valórica en-
tre iguales que la propiedad debe considerar si se quiere que sea un factor activo de desarrollo
integral (democrático, social, ético y económico) de las personas en su rol de propietarios. En
rigor, propietario es aquel que tiene atribuciones legales y operativas (dominio) para disponer
en todo momento y bajo cualquier circunstancia, de sus derechos y de los bienes sobre los
cuales posea títulos legales e individualizados175. Dentro de ese concepto, todo propietario
acepta tácitamente que el derecho a la propiedad176 se extiende a toda la sociedad activa, que
su vía de acceso es el trabajo individualmente realizado, y que para que ese acceso sea posible
se requiere un mecanismo legal económicamente objetivo.
El liberal-socialismo debe ser coherente respecto al principio de propiedad, pues ambas
ideologías suscribieron la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano hecha
por los revolucionarios franceses en 1789, dentro de la cual está el artículo 17, que señala
lo siguiente: “La propiedad es un derecho inviolable y sagrado del cual nadie puede ser
privado, a menos que así lo requiera claramente la necesidad pública legalmente compro-
bada, y bajo condición de una indemnización previa y justa”. Ese derecho “inviolable y
sagrado del cual nadie puede ser privado”, exige al Estado implementar mecanismos idó-
neos y económicamente coherentes, para que todos, de una u otra manera, puedan llegar a
ser propietarios activos.
Sin embargo, por encima de esos derechos inalienables de propiedad, sobre todo la
denominada inmueble, hay dos derechos superiores que se le superponen: el bien común
político y el interés común ciudadano, que como contrapeso del poder ejecutivo deben en
última instancia ser materia de ley. La indemnización debe ser la que determine la justicia,
debe ser cancelada antes de la toma de posesión, y contemplar el recurso de apelación al
tribunal constitucional.
En síntesis, la función social de la propiedad está determinada por los siguientes factores
fundamentales: el derecho de propiedad, el derecho a la propiedad, el ejercicio moral, social
y económico que la propiedad implica, el bien común como valor político superior, e incluso
el interés común ciudadano. Si esos factores no están garantizados debidamente, se corre el
riesgo de que la inversión privada, tanto extranjera como local, no se materialice, y por lo tan-
to no se desarrolle la economía. Al mismo tiempo, si no existen mecanismos de incorporación
ciudadana al rol de propietario activo, no se conseguirá el aglutinamiento moral en torno a la
libertad, al emprendimiento, al trabajo eficiente, a la función social de la economía, y tampoco
que los ciudadanos colaboren activa y solidariamente con la acción política de los poderes del
Estado, a fin de establecer realmente la paz social. Por último, si no se establece cierto derecho
superior que valide el interés y el bien común, se corre el riesgo de inmovilizar al gobierno y
su gestión política.

175 La Constitución chilena de 1833, en su artículo 12 N° 5, garantizaba “la inviolabilidad de todas las propiedades, sin distin-
ción de las que pertenezcan a particulares o comunidades, y sin que nadie pueda ser privado de su dominio, ni de una parte
de ella por pequeña que sea, o del derecho que a ella tuviere, sino en virtud de sentencia judicial; salvo el caso en que la
utilidad del Estado calificada por una ley, exija el uso o enajenación de alguna; lo que tendrá lugar dándose previamente
al dueño la indemnización que se ajustare con él, o se evaluare a juicio de hombres buenos”.
176 El principio de propiedad cubre no sólo los bienes muebles e inmuebles, sino también la propiedad intelectual, los derechos
de usufructo, de paso o de servidumbre, los derechos comunitarios, hereditarios, o de cualquier otra índole.

126
Sebastián Burr

La conciencia y la anticonciencia

La conciencia se desarrolla en la medida en que la realidad es vivida de un modo activo e in-


tencional, en primera persona, y poniendo en juego toda la subjetividad y psicología personal
(sentimientos, emociones, razón, deseo del bien, intereses, aciertos, errores, etc.), de manera que
el proceso no resulte forzado, y se maneje bajo consideraciones de deber pero también de querer.
Eso es lo que podría denominarse una conciencia formada, y no la “conciencia” so-
ciológica y de la tercera persona engendrada por el socialismo y por la sociedad salarial
tan cómodamente aceptada por los empresarios. Así como la consistencia de la verdad se
conoce practicándola; el amor, amando; la libertad, siendo libres; el entendimiento, enten-
diendo; la voluntad, actuando; así la conciencia se perfecciona conociendo bajo praxis. No
se ha descubierto otro modo.
¿Qué ha ocurrido con las facultades humanas superiores bajo el actual paradigma de
antidesarrollo moral y positivismo sociológico? Al no existir condiciones institucionales ni
opciones personales para su desarrollo, han sido sustituidas por una negativa trilogía mental:
ignorancia, deseo e imaginación, las tres operando y retroalimentándose entre sí, con desas-
trosas consecuencias para la vida personal y el funcionamiento social del país, pues esas tres
dinámicas determinan que las mayorías conozcan y decidan sólo por emoción, y no por razón.
De ahí que la política se maneje a través de slogans, farándula y marketing emocional. Esta
trilogía permite también que se genere y perpetúe la pobreza intelectiva y operativa en esas
mismas mayorías, y hace posible exacerbar el “principio” de la lucha de clases.
La causa fundamental de la ignorancia es la carencia de entendimiento y de inteligencia
funcional. Entonces la imaginación se vuelve fantasiosa y arracional, porque no arranca de ve-
rificaciones ni certezas aportadas por la razón, y sumada al deseo se transforma en emocionalis-
mo, que es una disposición emocional más bien errática y acrítica, desconectada de las verdades
y de los auténticos requerimientos humanos. En cambio, cuando alguien desarrolla en grado
suficiente su entendimiento y su inteligencia funcional, la imaginación cumple una función de-
cisiva: conecta a la persona con los hechos reales, e incluso con el vasto escenario potencial de
los hechos futuros, permitiéndole discernir los que son realmente factibles de los que no lo son.
En cuanto el deseo, exacerbado por los impulsos sensitivos y el “eclipse” de la inteligen-
cia funcional, apunta casi exclusivamente a las cosas materiales y a las experiencias pragmá-
ticas que causan placer, pero sin contar siquiera con los recursos intelectivos y volitivos177
que permitan lograrlas. De ahí que los ciudadanos se instalan mayoritariamente en torno a
“derechos” que deben serles satisfechos por el Estado asistencialista178, y no crecen en fun-
ción de responsabilidades y opciones de autodeterminación, con lo cual la sociedad vegeta en
una suerte de crisis social permanente. Esa es la trilogía infrahumana que se ha configurado
al amparo del modernismo. Cosa perfectamente explicable, porque, estando el entendimiento
humano siempre en actividad, instintivamente busca sustitutos con los cuales operar179.

177 Lo volitivo es la operatoria de la voluntad.


178 Una muestra de cómo el asistencialismo puede llegar a limitar la responsabilidad de las personas es lo que la misma pre-
sidenta Bachelet relató a medios de prensa después de haber efectuado el 2 de octubre del 2007 una visita a una población
periférica de Santiago. Dijo que una pobladora le había “exigido” a una de sus ministras que el gobierno le financiara la
compra de bloqueador solar, y que otra le había solicitado que le cancelara la deuda que tenía en una multitienda. (Diario
La Tercera, 3 de octubre del 2007).
179 Lo mismo ocurre con varios órganos de nuestro cuerpo: cuando alguno de ellos ve colapsada su función, ésta es asumida en
parte por un órgano análogo Es el caso del cerebro: si el hemisferio derecho es vaciado de la caja craneana, el hemisferio
izquierdo asume parte importante de las funciones propias del hemisferio derecho. O bien cuando se pierde un ojo, el que
queda a salvo desarrolla una capacidad mucho mayor de vista. Lo mismo respecto a una falencia óptica y auditiva simultá-
nea: el tacto se desarrolla de una manera excepcional.

127
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El modernismo no es el conjunto de avances científicos, tecnológicos, productivos, etc.,


que han dado origen al mundo contemporáneo. Es un sistema filosófico articulado de un modo
concreto, que hoy rige invisiblemente y en gran medida nuestra cultura, nuestras instituciones y
nuestros modos de vida. Intenta eliminar todos los elementos trascendentes o metafísicos de la
realidad, incluidas las religiones, y establecer un nuevo orden sociopolítico y cultural. Sobrepa-
sa por lejos la intención de sustituir regímenes absolutistas180 del denominado antiguo régimen,
y pretende incluso modificar la manera natural en que el hombre interpreta la realidad. Se funda
en el empirismo, en el racionalismo cartesiano, en el escepticismo, en el agnosticismo y en el
idealismo que predominaban durante el siglo XIX —filosofías que serán analizadas en el ca-
pítulo III—, y asimismo en ciertas corrientes que se autodenominan “progresistas”. Todas esas
tendencias convergen hacia el deliberado propósito de instaurar una visión materialista de la
realidad. El modernismo se presenta a sí mismo como la síntesis final de la historia, sin hacerse
cargo de los graves problemas éticos y morales que ha provocado y que subsisten en Occidente
hasta el día de hoy, entre otros, el de la separación entre hombre y medio ambiente y su brutal
depredación, sobre lo cual al modernismo le caben las mayores responsabilidades tecnocráticas.
Joseph Ratzinger dice: “La unicidad del hombre determina una dignidad inviolable, y
por lo tanto siempre habrá cosas buenas y otras definitivamente malas para el hombre… el
problema fundamental de nuestro tiempo es un problema moral. Los problemas económicos,
sociales y políticos seguirán siendo insolubles si no se encara esta realidad central... el pro-
blema moral no se puede separar de la cuestión de la verdad”.
La problemática humana y sociopolítica de nuestro tiempo —al margen de ser o no ser cre-
yente— nos enfrenta al desafío de superar el modernismo en un nuevo modelo auténticamente
humanista, basado en el desarrollo moral de la sociedad mediante praxis, impulsando al máximo
el desarrollo del entendimiento teórico y práctico de todos los ciudadanos por igual. Es el mayor
imperativo de nuestro tiempo. La crisis ecológica planetaria, independientemente de su origen,
nos está diciendo que el modernismo y su sesgo empirista y desconectado del orden natural no
da para más. Se trata de problemas de índole moral que repercuten también en lo económico, so-
cial y político, y para empezar a resolverlos se requiere reordenar181 trascendentalmente aquellas
instituciones del orden social que están capacitadas para activar el perfeccionamiento humano y
social: familia, educación, trabajo y bien común político, de modo que las cuatro se involucren
en una integración y transferencia valórico-transversal común. Pretender encontrar la solución
dentro del mismo sistema que generó el problema equivale a girar en círculos, mordiéndose la
cola una y otra vez. La solución está fuera del sistema, y tiene que ser asumida por todos, bajo
una nueva óptica epistemológica y valórica. Inyectarle más empirismo y positivismo legal a la
gran problemática contemporánea, tratando de reducirla, compensarla, introducirle ajustes o
incluso forzar sus actuales engranajes, es perder el tiempo, y sólo provocará mayores estragos,
hasta dejar a Occidente extraviado en una suerte de post-humanismo casi irreversible, de no
180 El ciclo histórico denominado absolutismo se configuró debido a un accidente de la historia. Cayó el imperio romano (año
476 d.C.), que había alcanzado un gran desarrollo legalista, administrativo, militar y en infraestructura, pero carente de
praxis moral de sus ciudadanos y de lineamientos éticos en sus instituciones y conductores políticos. La historia constata
que esa es la causa casi invariable de las decadencias y derrumbamientos de imperios o culturas. El imperio soviético,
sustentado en el marxismo leninismo, se carcomió por dentro y cayó sin una bala, por el vacío moral y ético de su propio
sistema. Y la cultura de Occidente está mostrando desde hace tiempo los mismos síntomas. Con la caída del imperio ro-
mano, Europa quedó de hecho sin gobierno. Los únicos más o menos capaces de asumir su conducción eran los que tenían
mayor unidad “política”, experiencia y formación, filosófica, administrativa, económica, agrícola, etc.: el clero de la Iglesia
cristiana, organización que además cubría casi todo el territorio de Occidente. Así, el poder le cayó a la Iglesia práctica-
mente en las manos. La Iglesia cristiana no derrocó al imperio romano, pero lo reemplazó por una nueva forma cultural,
moral y política, que desgraciadamente fue cayendo poco en la intransigencia y en la complicidad con el poder político y
económico, lo que la hizo transgredir su función eminentemente espiritual.
181 “Orden es la disposición adecuada de las partes de una cosa respecto del todo, y de las partes y del todo respecto de un fin”.

128
Sebastián Burr

mediar designios superiores. Esta perspectiva no es una hipótesis infundada, puesto que no
existe en el mundo capacidad política para revertir el proceso dentro de un marco de justicia y
libertad. Basta examinar cómo se ha ido incrementando el problema ecológico a nivel planeta-
rio para advertir que los paliativos que se aplican son muchísimo menores y más lentos que la
velocidad del deterioro medioambiental. Más adelante veremos cómo se está configurando ese
destino posthumano bajo el paradigma cientificista y positivista que nos rige.
¿Alguien se imagina que la inteligencia funcional pueda activarse en una sociedad sa-
larial, taylorista182, uniforme y de ingresos mínimos siempre planos? No hay razón alguna
para suponer que la única fórmula de organización del trabajo y del desarrollo económico es
la sociedad salarial, y que no puede haber otras muchísimo más eficientes, que además co-
incidan con la naturaleza y dignidad humanas183, la integración social, el perfeccionamiento
personalizado y progresivo y el respeto a los principios de propiedad y de libre mercado. Hay
que considerar además que, bajo el modelo de sociedad salarial, la situación demográfica es
casi siempre un problema, pues “sobran los pobres y los cesantes”184. En cambio, cuando la
sociedad salarial da paso a una sociedad de emprendedores185 y de crecimiento humano y
económico sostenido, el “problema demográfico” tiende a desaparecer y los pobres tienden a
modificar su condición social, pues aparece la expansión espiritual y personal de cada cual, y
no es necesario implementar medidas antidemográficas.
En cuanto al ámbito educacional, existen suficientes experiencias de modelos educativos
mucho más eficientes que los que ha implantado el Estado chileno. Una prueba es el desarro-
llo de la capacidad de pensar que impulsan algunas universidades inglesas, exigiéndoles a los
alumnos, con la orientación de los profesores, una elaboración profusa de ensayos en todo tipo
de temas antes de entregarles materias específicas, programas mediante los cuales se les enseña
a discernir intelectualmente durante dos o más años. Otra prueba se encuentra en Finlandia, que
ocupa el primer lugar del mundo en calidad educacional, al operar bajo el concepto de Socie-
dad Docente y hacer de la pedagogía escolar una carrera profesional de primer nivel.
La idea de Sociedad Docente constituye una de las propuestas nucleares de este libro,
pues rebasa el escenario tradicionalmente asignado a la enseñanza —básica, media y univer-
sitaria—, para abrir el proceso educativo a todo el resto de la ciudadanía, de modo que todos
seamos actores protagónicos e interactivos naturales de nuevos e incesantes aprendizajes en
todos los ámbitos de nuestra vida, sobre todo en el plano ético y moral. La razón de proponer
esta expansión educativa a todos los ciudadanos es que el “aprendizaje de la vida” es una
necesidad natural e intrínseca del ser humano en todas las etapas de su existencia, y que ese
requerimiento no es acogido por nuestro sistema de enseñanza, que no “enseña a vivir”, y
que da por cancelado el proceso cuando otorga un título universitario (título que además sólo
garantiza una capacidad técnica en una actividad pragmática específica). Más aún, ese apren-
dizaje ciudadano requiere el involucramiento también activo de las restantes instituciones
fundamentales: la familia, el trabajo y el bien común político, partiendo por averiguar cuáles
son los códigos naturales que las rigen, para luego aplicarlos concretamente a cada una de
las instituciones específicas. Y requiere asimismo una estrecha interacción entre lo teórico, lo
práctico, lo societario, lo solidario, lo subjetivo y lo objetivo, y también lo político, todo bajo
182 El taylorismo es la uniformización laboral mecanicista en una línea de ensamblaje.
183 Está confirmado por el ADN que ningún ser humano es igual a otro. Esta condición nos hace seres únicos e irrepetibles, y
por lo tanto cada persona posee dignidad propia.
184 España, Inglaterra, Francia, etc., manejan tasas de entre el 12 y el 15% de cesantía, y los tres países cuentan con ley de
divorcio y aborto.
185 El inicio y posterior desarrollo de Silicon Valley se logró gracias a que la masa de emprendedores era casi superior a la masa de
los trabajadores asalariados. Hoy Silicon Valley, que en 1960 era sólo un barrio, genera por sí solo un PGB mayor que el de Chile.

129
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

un contexto de unidad, percibido y entendido por el total de la ciudadanía. De todo esto, que
se enuncia aquí de manera sintética, hablaremos extensamente en los siguientes capítulos.
¿Qué institución, por último, promueve el desarrollo simultáneo de ambas facultades,
—entendimiento y voluntad—, dado su carácter ambivalente? Salvo escasas excepciones, ni
siquiera la Iglesia chilena tiene clara conciencia del protagonismo absoluto de esas facultades
espirituales en la vida activa de las personas, y eso explica su discurso muchas veces difuso,
asociado a la caridad y a la sociología religiosa.
Por otra parte, el argumento de que el Estado se inmiscuye en la vida privada de las fa-
milias porque debe subsanar la irresponsabilidad de los padres, carece de toda lógica. Es el
caso del suministro de la pastilla del día después sin el consentimiento paterno (pastilla que
puede ser abortiva, según los mismos laboratorios que la fabrican). El progresismo dice que
hay que autorizarlo legalmente para evitar embarazos adolescentes, y porque los padres no
se preocupan de educar a sus hijos. Ese argumento es contradictorio, y hasta perverso, puesto
que las instituciones trascendentales, parte nuclear de nuestro ordenamiento sociopolítico, no
están ni siquiera mínimamente diseñadas para entregar modelos valóricos ejemplarizadores,
de lo cual obviamente emergen padres con escasa formación. Es muy difícil que los padres
sepan orientar a sus hijos si el Estado ha sido incapaz de generar una ética sociopolítica y de
rediseñar las instituciones para que impulsen el desarrollo ético y moral de todos los chilenos.
Y esas acciones les competen fundamentalmente a los gobernantes y conductores políticos.
Chile necesita un modelo de desarrollo social, de integración, de protagonismo, de auto-
determinación y de autosuficiencia teórica y práctica para todos los ciudadanos, cualquiera sea
su posición social y económica. Y que esos dinamismos repercutan positivamente en todos los
miembros del grupo familiar. La felicidad humana exige que cada persona, en el ejercicio de
su autosuficiencia, se sienta objetivamente “héroe” de sí misma, artífice de su propia vida, y
coprotagonista de la historia. Evidentemente, dicho propósito choca contra la dinámica de la
tercera persona, que propone un desarrollo humano colectivista, inspirado en una seudo “opti-
mización” espontánea de la sociedad a través de la historia186, que nadie explica en qué consiste
ni cómo y cuándo se alcanzará. En esa dinámica, la dimensión personal del sujeto se extravía
dentro de la superestructura positivista, materialista y colectivista que la rige. Además, se le
superpone todo el aparataje burocrático del Estado, que refuerza una suerte de cultura del deber
sobre la del querer, que atonta y frustra, y de la cual casi nadie puede escapar.
Alcanzar el estado de héroe de sí mismo proviene de una suerte de “inspiración” conver-
tida en una posesión estable de la persona, que a su vez emana de la concordancia entre sus
valores teóricos y prácticos en su vida cotidiana. Eso ha sido y continúa siendo logrado por
cierto número de individuos excepcionales, que normalmente actúan en solitario. Pero esa ins-
piración puede extenderse a muchísimos más ciudadanos, siempre que el orden político sea ca-
paz de alinear proporcionalmente la multiplicidad de factores morales y éticos que la generan.
El desafío social del futuro es, entonces, generar la síntesis precisa entre la antropología
filosófica del hombre187, el bien común de la sociedad y la reconfiguración teórica y práctica
de sus instituciones trascendentales, y así facilitar la acción humana en función del bien
particular y social.
Ya se señaló la imperiosa necesidad de formar activamente a la ciudadanía para que pue-
da enfrentar la globalización y sus permanentes cambios. Es la riqueza compartida en torno

186 Esto es lo que algunos llaman materialismo histórico.


187 La aspiración de la antropología filosófica fundamentada en el método reflexivo del aristotelismo-tomista, es lograr una sín-
tesis unitaria del hombre, en su vida personal y conviviendo en sociedad. Una articulación completa, que considere aspectos
fisiológicos, psicológicos, científicos, económicos, éticos y morales.

130
Sebastián Burr

a una creatividad permanente lo que marca el liderazgo de los países, no la pasividad, la dis-
funcionalidad y las desigualdades intelectivas, volitivas y económicas que produce sistémi-
camente la conjunción liberal-socialista que nos rige. La grandeza económica de los Estados
Unidos se basa en un modelo expreso que estimula e impele la creatividad e innovación de
su gente y de sus empresas. Empresas de los más diversos tamaños y configuraciones, que se
desenvuelven natural y fluidamente en un régimen laboral libre y participativo, al menos en
sus mandos medios y superiores. Basta conocer la historia de Sillicon Valley para comprender
esta poderosa dinámica de colaboración e inteligencia humana.
Ese nuevo estadio global está planteando exigencias humanas, tecnológicas188, profesionales
y sociales mucho más intelectivas y polifuncionales que las que predominaron en los siglos XIX
y XX. El mundo global es un acontecimiento tan avasallador e irreversible, que nos impone sin
escapatoria la necesidad de reformar nuestro sistema educativo y nuestro sistema laboral. Y no
sólo reformarlos, sino además vincularlos intelectiva y funcionalmente, pues ambos, como ya
se dijo, conforman la unidad antropológica teoría-praxis que demanda la acción informada del
futuro. El futuro exige transitar de un estadio de enajenación y de conocimientos o de datos, a una
cultura de entendimiento, solidaria y plenamente comunicada. Exige construir una democracia
sustentada en la dinámica del metabolismo, cuyos elementos básicos —comunicación, participa-
ción y desarrollo— interactúen a tiempo presente en la vida real de todos los ciudadanos.
Exige que las decisiones políticas se transmitan nítida y fluidamente desde el aparato
ejecutivo y legislativo, e influyan en toda la ciudadanía. Y que esa fluidez opere con la mis-
ma eficacia en el sentido inverso: las decisiones y propuestas de los ciudadanos incidiendo
de verdad en las decisiones de la alta política. En otras palabras, hay que llevar la capilari-
dad a la democracia, tal como cada célula del cuerpo no abandona su lugar para acudir al
borde de las arterias que la oxigenan y alimentan, sino que las arterias se transforman en
capilares para llegar a cada célula. Así de interactivas deben ser las relaciones entre ciuda-
danía, democracia, orden social y Estado.
El desarrollo del entendimiento, contra todo lo que han venido sosteniendo el empirismo
y el positivismo, en sus distintas formas de relativismo, no comienza con la recopilación de
datos, sino que arranca de problemas existenciales del hombre y de la vida como un todo, de
las contradicciones que presentan algunos hechos y cosas en los diversos campos del conoci-
miento. Y la vieja discusión de si la realidad es sólo fenoménica o metafísica, yo diría que hay
que dejarla de lado, pues es evidente que ambas realidades existen, sólo que una nos muestra
la condición material y temporal, y la otra el ámbito de las ideas, esencias y principios, que
superan las contingencias materiales y temporales.
El materialismo no puede seguir atrincherado en lo fenoménico, cuando la genética,
las mecánicas o físicas integradas, etc., nos están abriendo un mundo en el cual aparece el
sello evidente de un proyecto inteligente, cuyas dimensiones sobrepasan las posibilidades
humanas de conocerlo a fondo. Pero en una escala mucho más pequeña, uno puede mostrar
la siguiente conexión entre fenómeno e idea: supongamos que frente a un bloque de mármol,
un escultor le dice a un materialista que cree sólo en lo fenoménico, y que sólo ve el mármol,
que dentro del bloque hay una cabeza de Apolo, y acto seguido toma su cincel y comienza a
“extraer” la cabeza de Apolo de ese bloque. Tenemos aquí la idea plasmada en el fenómeno
material del mármol, que supera por lejos la materia.
El mayor desafío del país es abordar el cambio que demandan los nuevos tiempos: pasar
del “Estado benefactor” a un “Estado universalmente humanista”, impulsor del bien huma-
no integral. De una sociedad salarial y redistributiva a una sociedad productiva, económica
188 La tecnología ya ni siquiera asumida culturalmente, sino como un insumo productivo más.

131
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y socialmente participativa189. De una justicia positivista a una justicia antropológica, que


juzgue sobre todo la intención moral involucrada en la acción. De una enseñanza que sólo
entrega “instrucción” y conocimientos desintegrados a una pedagogía de desarrollo del en-
tendimiento y transversalmente docente. De una sociedad generadora de patologías y que
sólo cura enfermedades, a una que per se genere salud física, fisiológica y mental, de modo
que la salud entre también en la cadena moral humana y sea un objetivo distinto y anterior a
la aplicación de la medicina.
El mundo no resuelve sus viejos problemas creando problemas nuevos, generando más
fórmulas inconsistentes, ni tampoco fabricando y consumiendo más ansiolíticos y antidepre-
sivos. Únicamente lo hace cuando es modificado por acciones humanas naturales e inteligen-
tes, capaces de revertir los procesos perversos y desintegradores.
Enfrentada a esta necesidad, “la política” debe dar paso a lo político: transitar de la cró-
nica conducción superficial, manipuladora y confrontacional a un debate de ideas sustentado
en filosofías realistas en pos de la unidad sociopolítica-cultural. Debatir el concepto y los
requerimientos del bien común, el rol privado y social de la familia, el fin de la educación, el
significado técnico y moral del trabajo, etc., es una exigencia ineludible si de verdad quere-
mos enfrentar eficazmente las expectativas del futuro.

Los modelos más visibles del modernismo

Aparentemente, el modernismo es un fenómeno tan complejo, que muchos piensan que es


casi imposible dilucidar los elementos que lo configuran, sus contradicciones, y sobre todo la
gama completa de los problemas que ha generado. Sin embargo, los análisis que abordaremos
en el próximo capítulo intentarán identificar sus líneas nucleares, y asimismo los factores
históricos que lo han originado, a fin de lograr un cuadro comprensible al respecto, de modo
que deje de ser el rompecabezas que hoy nos tiene perplejos y sin saber cómo manejarlo para
empezar a descubrir soluciones reales. Mientras tanto, haremos una revisión anticipada de
los modelos modernistas más difundidos en el Occidente contemporáneo y en nuestro propio
país, que puede permitirnos un primer “despeje” de este heterogéneo escenario.
Todos esos modelos arrancan de una matriz común: el materialismo filosófico. Pero
quizás el más corrosivo, el que más se opone a cualquier intento objetivo de clarificación,
es, como ya vimos, el relativismo. El relativismo es un anticuerpo mucho más potente de lo
que uno pueda imaginar, pues es capaz de neutralizar toda iniciativa humana, por acertada
y valiosa que sea. Y curiosamente, no es una creencia emanada de la experiencia empírica,
sino una decisión dogmática y voluntarista.
Aún así, si logramos ponernos de acuerdo en ciertos factores humanos y sociopolíticos
comunes a todos, podremos empezar a imprimir nuevos rumbos a la sociedad, de manera que
funcione de un modo más justo, democrático y armónico que hoy.
El Occidente moderno, posterior a la Revolución Industrial, no arrancó de la unidad
sociopolítica y humana de sus pueblos; así, las diferencias socioeconómicas se proyecta-
ron hasta un grado extremo. De una sociedad agraria se evolucionó hacia una sociedad
industrial, tecnocrática y política de corte liberal-socialista, que se ancló en el humanismo
materialista, el economicismo y el positivismo.
Como reacción a la estructura jerárquica del orden político y al paradigma moral del Me-
dioevo —que la historiografía ha calificado de absolutistas—, apareció el liberalismo, con su
189 El concepto “participativo”, dentro del contexto descrito, busca la unidad valórica, operativa y moral. En síntesis, la unidad cultural.

132
Sebastián Burr

consigna del “dejar hacer”, diciendo que cada uno debía decidir irrestrictamente cómo mane-
jar su vida. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad, pues el “dejar hacer” provocó un
relativismo individualista que abandonó el desciframiento ontológico y moral de la persona
humana y los requerimientos éticos del orden político. Y esa deserción quebrantó en muchos
aspectos la unidad cultural y social de Occidente, y ha generado una desesperanza creciente,
un sentimiento transversal de que nuestra cultura no posee las fórmulas necesarias para re-
solver ese problema de fondo. En otras palabras, de un orden exigente nos trasladamos a la
dispersión liberal, que agravó las deficiencias estructurales, las divisiones y las desigualdades.
La premisa fundamental del liberalismo es el ejercicio de la libertad individual en la
mayor medida posible, hasta donde lo permita la libertad de los demás. En eso concuerda
con la dignidad humana. Pero se trata de una libertad puramente extrínseca, y por lo tanto
mutilada, pues desconoce la libertad intrínseca, en la que se juega la aventura moral, es decir,
el hallazgo de las opciones prácticas que permiten manejar adecuadamente la vida y acceder
a una felicidad personal y objetiva. Al final, habiendo descartado las instancias morales y
éticas del individuo, y el ejercicio estricto del bien común político, la libertad liberal y los
partidos políticos que la representan se han concentrado en el emprendimiento económico,
pero restringido a unos pocos (elites que casi siempre arrancan de una posición de privilegio
previa), y en la conducción del Estado mediante la aplicación irrestricta de ingenierías socia-
les en concomitancia con el socialismo. Ninguna de esas dos ideologías vislumbra la libertad
intrínseca, ni siquiera como modelo teórico, pese a que ambas adhirieron a los postulados de
la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad). Así el liberalismo se ha convertido
en una ideología dogmática, materialista y excluyente, contraria a la esencia humana y a la
ética social, que tienden naturalmente al bien moral y a la sociabilidad, y cuyo logro depende
de una praxis en libertad intrínseca y extrínseca, al alcance de todos.
La función del capital, el desarrollo tecnológico, la producción y el consumo, e incluso
la sociología debieron ser parte integrada de la cadena moral y ética del hombre, para no caer
en la situación actual de desigualdades, pobreza, dispersión cultural, individualismo, colecti-
vismo, consumismo190, etc., y sobre todo evitar las constantes agresiones a la libertad humana
e incluso a la vida misma, como ocurrió en los regímenes totalitarios implantados en el siglo
XX, y como está ocurriendo en estos días con las leyes abortistas y eutanásicas.
Ahora bien, como se hizo evidente que el liberalismo no era capaz de resolver los pro-
blemas que su propia dinámica desarticulada hizo emerger, entró en escena el socialismo, que
también adhirió a los principios de la Revolución Francesa. Pero dicha revolución cometió
dos grandes errores: proponer libertad, igualdad y fraternidad haciendo un uso extremo de
la violencia y de la muerte, y no darles fundamentos éticos a dichos postulados a partir de
principios humanos reales asociados a la praxis. Así, hizo imposible que esos tres ideales pu-
dieran traspasar el umbral de lo puramente teórico191. La consecuencia es que el subdesarrollo
humano y social persiste prácticamente idéntico hasta hoy, transcurridos más de dos siglos
desde dicha revolución, y que en definitiva el liberalismo y el socialismo hayan agotado el
inventario de soluciones, de modificaciones de los slogans, e incluso de los nombres de los
partidos que los sustentan, sin resultados reales para la gente. Y pareciera que estamos cada
día más instalados en un “nadie sabe realmente qué hacer”.
Desde la implantación hegemónica de esas dos ideologías, Occidente cayó en el fárrago
de los idealismos teóricos y de la injusticia sistémica, del cual aún no logra zafarse.

190 Consumismo es una suerte de degeneración del consumo. Se produce cuando el acto de consumir pretende suplir carencias
espirituales, morales, afectivas, sociales o de cualquiera otra índole.
191 La ética estudia las acciones humanas que surgen de una voluntad deliberada e intencional.

133
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ante esa persistencia sistémica de la injusticia, pero haciendo suyo el momentum cultural
del empirismo materialista, setenta años después irrumpió Marx con su idealismo192 extremo,
haciendo las mismas y justificadas denuncias de desigualdad que habían hecho los revolu-
cionarios franceses, pero diciéndonos esta vez que la historia tenía ciclos predeterminados y
mecanicistas193, y que por lo tanto la sociedad tenía que regirse por principios análogos. Marx
urdió un “socialismo científico” fundado en el materialismo dialéctico194 histórico y en la lucha
de clases. Y como todo lo científico es cuantificable o medible, Lenin convirtió el materialismo
dialéctico e histórico en la base de la más fantástica maquinaria de ingenierías sociales, con
pretensiones de modificar y uniformar el comportamiento humano a nivel planetario. Pero el
experimento falló rotundamente, no obstante el totalitarismo aplicado y los masivos extermi-
nios humanos que sufrieron los pueblos sometidos a la égida socialista-marxista, sobre todo en
la Unión Soviética dominada por Stalin. Y falló porque dejó afuera la antropología filosófica
de la persona humana, su diversidad intelectiva y funcional, su espiritualidad y su tendencia
a familiarizar y socializar en pos del bien y de la felicidad mediante el ejercicio de la libertad.
La ingeniería es muy útil para modelar estructuras o artilugios mecánicos de índole
material, pero de ninguna manera se puede pretender modelar o diseñar con ella la univer-
salidad y expansividad del espíritu y de la libertad humana, y mucho menos la intrincada,
aleatoria y cambiante interacción social. Para eso están la moral y la ética, que arrancan de
192 El origen filosófico del idealismo extremo de Marx es Platón.
193 Aquí se observa la influencia de Descartes, quien postulaba que la realidad es un solo orden matemático y geométrico,
dejando fuera el orden metafísico del hombre y de la realidad.
194 El materialismo dialéctico emplea los conceptos de tesis, antítesis y síntesis para explicar el crecimiento y desarrollo de la
historia humana. Aunque Hegel y Marx nunca emplearon dicho modelo en sus planteamientos, ahora es empleado común-
mente para ilustrar la esencia de dicho método. Marx dice al respecto: “En la producción social de su vida, los hombres
contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden
a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción
forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política, y
a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona
el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino,
por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es
más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí.
De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época
de revolución social. Al cambiar la base económica se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superes-
tructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales
ocurridos en las condiciones económicas de producción, que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias
naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que
los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un
individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que,
por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente
entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que
se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de
producción antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad
antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las
cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones
materiales para su realización. Con Friedrich Engels manteníamos un constante intercambio escrito de ideas desde la
publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas (en los Anales franco-alemanes). Él había
llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y
cuando en la primavera de 1845 se estableció también en Bruselas, acordamos contrastar conjuntamente nuestro punto de
vista con el ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El
propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía posthegeliana (titulada La Ideología Alemana)… Nuevas
circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de esto entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los
ratones, de muy buen grado, pues nuestro objetivo principal, esclarecer nuestras propias ideas, estaba ya conseguido.
Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos,
sólo citaré el Manifiesto del Partido Comunista, redactado por Engels y por mí, y un Discurso sobre el librecambio, que yo
publiqué. Los puntos decisivos de nuestra concepción fueron expuestos por vez primera, científicamente, aunque sólo en
forma polémica, en la obra Miseria de la Filosofía, etc., publicada por mí en 1847 y dirigida contra Proudhon”.

134
Sebastián Burr

la ontología humana y terminan en una consideración estricta del bien común político, otra
institución tristemente abandonada por el liberal-progresismo195.
Es evidente que en el materialismo de Marx influyeron los notables descubrimientos
científicos de Isaac Newton y los éxitos tecnológicos de la Revolución Industrial, como tam-
bién el impulso renovador de la Revolución Francesa y el Contrato Social de Rosseau. Todo
esto en un mundo exultante de libertad y de nuevas y grandiosas perspectivas de bienestar
material, a la luz de los grandes descubrimientos e inventos de la época, que indujeron al
filósofo francés D´Alembert a pronosticar un pronto advenimiento del “paraíso en la tierra”.
El marxismo levantó una potente voz para denunciar desigualdades e injusticias objetivas,
pero con un sustento filosófico completamente equivocado. Agravó así la problemática liberal,
esta vez por la vía de la sobrerregulación, con el consiguiente subdesarrollo económico, huma-
no y social. Pero ese modelo totalitario se desintegró en 1989, con la caída del muro de Berlín.
El advenimiento del materialismo marxista ponía en peligro el desarrollo espiritual y social
del hombre, amenaza que advirtió el Papa León XIII en la encíclica Rerum Novarum, presentada
en medio de grandes convulsiones sociales y disturbios que tuvieron lugar en Europa en mayo
de 1891. De ese documento pontificio surgió la iniciativa de crear en Occidente un tercer gran
bloque partidista, la Democracia Cristiana, con el propósito de introducir proyectos sociopolí-
ticos que permitiesen humanizar el liberalismo y el socialismo sobre las bases del humanismo
cristiano. Pero los resultados de su accionar son muy discutibles, pues en lo esencial no ha logra-
do desmontar los principios materialistas que rigen esos dos cuerpos ideológicos, y está lejos de
lograr dicha síntesis. ¿Qué pasó? Simplemente, no supo reordenar el escenario humano y social,
no supo canalizar su propuesta hacia la praxis de la persona en cuanto tal, y compatibilizar ese
desarrollo en las instituciones que conformaban el orden social de la época. Peor aún, la compe-
tencia a todo trance por el poder hizo que la DC abjurara de sus propias concepciones humanis-
tas cristianas, que eran el mejor recurso con el que había entrado a “competir”. Y terminó ins-
talada en el populismo cristiano, al alero del socialismo o del liberalismo, haciendo de bisagra
política en aquellos países en que aún no ha desaparecido. De esta manera, la DC despilfarró el
colosal desciframiento antropológico y de bien común desarrollado por el humanismo cristiano.
Trabados en la disputa por el poder, los tres bloques ideológicos han terminado por ver
sus postulados entremezclados unos con otros, retrasando el desarrollo humano, social e his-
tórico, y enredando el proceso cultural: liberalismo con socialismo más algunas pinceladas
de cristianismo, interpretado de las más diversas maneras, y viceversa. La consecuencia ha
sido confundirlo casi todo, incluso la espiritualidad del catolicismo196, que ha sido infiltrada
por la teología de la liberación.
Como ya se dijo, el caldo de cultivo del materialismo y el relativismo hizo aparecer el
individualismo liberal, en desmedro de la solidaridad y la sociabilidad. Derivado lógico e
inevitable, porque, al existir “mi verdad”, “tu verdad” y “la verdad del otro”, todas igual-
mente “válidas”, se perdió la voluntad de búsqueda de la verdad en común y toda posibilidad
de encontrarla. Así quedó confinado cada cual en un absoluto encierro propio, mascullando
cada uno su propia “verdad”, aunque no faltó por ahí el que “se compró” la “solución” de los

195 “Progresismo” está mencionado entre comillas, pues es un término retórico que conlleva intencionalidad política. El iz-
quierdismo lo relaciona con el “avance” o “progreso” socioeconómico y tecnológico, aunque ese avance sólo se limita a
cambios empíricos. Es una idea que proviene del desarrollo científico. El “progresismo” congrega a ex marxistas, agnósti-
cos, adherentes a la sociología religiosa, socialdemócratas y demócratacristianos de izquierda.
196 Catolicismo proviene del término latino catholicus, que significa general, universal, que pertenece a todos. Es el núcleo
del cristianismo, y se basa en la interpretación hecha por la Iglesia romana con sede en el Vaticano, de la cual emana todo
su magisterio, sustentado en último término en la autoridad del Papa. Los principios que rigen el catolicismo son los de
universalidad, unidad, paz, amor, verdad, libertad, etc.

135
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“consensos”, logrando un armisticio ideológico temporal, pero profundizando el relativismo


y el avance del materialismo ideológico.

Causas de la división sociopolítica de Occidente

Bajo una visión teológica, se puede decir que la dicotomía epistemológica y cultural que
divide a Occidente arranca básicamente del agnosticismo y de la división del cristianismo197,
que con el paso del tiempo ha degenerado en múltiples visiones filosóficas del hombre y del
sentido de las cosas que conforman la vida humana. Por eso la Iglesia, a partir del Concilio
Vaticano II (1962-1965), comenzó a trabajar por el ecumenismo198, pues entiende que, si el
cristianismo no recupera su propia unidad, es muy difícil que la cultura occidental lo haga
por sí sola. Entiende además que, bajo el profundo divisionismo que la afecta, el futuro de la
propia cultura cristiana está en peligro199.
Hay que tener en cuenta que Juan Pablo II logró asestar un gran golpe al comunismo en
1989, pero no al materialismo dialéctico de Marx, que sigue vigente a través de la renovación
cultural propuesta por Antonio Gramsci, el fundador ideológico del llamado socialismo reno-
vado o “progresista”. La intención totalitaria todavía está presente, como salida casi desespe-
rada a los problemas que la cultura occidental aún no ha podido resolver.
De una u otra manera, el empirismo, análogo al materialismo, es el punto de arranque
de casi todas las filosofías utilitaristas y relativistas de la modernidad. Entre sus principales
artífices pueden mencionarse Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), David
Hume (1711-1776) y Jeremy Bentham (1748-1832). Aunque tiene antecedentes que se re-
montan a ciertos pensadores de la antigua Grecia, ahora sería desarrollado como una filosofía
sistemática, que plasmaría protagónicamente la cultura modernista de nuestro tiempo. Esto
porque su concepto operativo de lo material o empírico es esencialmente lo útil, no lo bueno.
Lo bueno (o lo malo) lo determina la persona a partir del uso que le da al objeto. No lo posee
el objeto material en sí mismo.
Del empirismo surgió el cientificismo, que dio origen al darwinismo social200, al positi-
vismo201, al economicismo202, etc. Y a una carrera tecnológica que, si bien ha producido no-
tables inventos que benefician extraordinariamente al género humano, ha provocado también
graves deterioros morales, sociales y ecológicos. No hemos sabido equilibrar lo tecnológico,
lo económico, lo moral y lo ético.
Me parece necesario aclarar una vez más la diferencia que existe entre lo empírico y el
empirismo, la razón y el racionalismo, la voluntad y el voluntarismo, pues ahí radica una de las
mayores confusiones contemporáneas. Lo empírico comprende la experiencia humana directa
del mundo físico, que es absolutamente válida y necesaria para el desenvolvimiento de la vida
humana, como lo son los dinamismos valóricos. Muy distinto es el empirismo, que hace de la

197 En el cristianismo, más allá del catolicismo, existen al menos 10 corrientes importantes: calvinismo, luteranismo, evangé-
licos, anabaptistas, etc. Pero en cuanto a corrientes de menor importancia, puede que existan unas 60 mil. Esto explica el
ecumenismo impulsado por la Iglesia de Roma, que incluye a ortodoxos rusos y hasta al islamismo. Probablemente porque
se ve que la globalización tiende a unificar todo el planeta en una sola aldea.
198 Es la iniciativa que lleva adelante la Iglesia de Roma en torno a la unificación teológica de todas las iglesias cristianas en aque-
llos puntos de fe y de moral que todas comparten, para integrar después en el mismo sentido al resto de las iglesias monoteístas.
199 Ciertos estudios señalan que existen más de 2.000 iglesias cristianas, con diferentes interpretaciones del cristianismo.
200 En pugna con la teoría del Diseño Inteligente.
201 Augusto Comte es el fundador del positivismo y de la pretendida sociología científica.
202 Tendencia de tipo económico, que ve toda la realidad a través del fenómeno de la economía y de la utilidad.

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Sebastián Burr

experiencia empírica la única opción válida para descifrar toda la realidad, negando validez a
todo el resto de las opciones y dinamismos disponibles. Lo mismo ocurre entre razón y raciona-
lismo. La razón teórica y la razón práctica son medios absolutamente válidos para comprender
y actuar en la realidad, pero cuando se transforman en el único medio a emplear, dejando fuera
la experiencia, la praxis moral, y los anhelos y sentimientos humanos, aparece el racionalismo.
Junto con la razón debe estar presente también lo que la persona quiere. Como dice Pas-
cal: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”. Tambien hay que dejarle un espacio
a la intuición, puesto que la razón es vulnerable y se equivoca a menudo, sobre todo porque
suele autoconvencerse de que posee toda la información necesaria y puede controlar todas las
variables implicadas en cada situación, cosa que casi nunca sucede. Otro tanto ocurre con la
voluntad: cuando se desconecta de la razón y actúa según su exclusivo arbitrio, cae en el vo-
luntarismo. Por último, la ambivalencia entendimiento-voluntad requiere también actuar con
convicción, es decir, con fe natural, pues habrá muchas cosas que aparecerán en el trayecto
y que habrá que sortear o equilibrar. A propósito de esto hay un refrán que dice: “La carga
se arregla por el camino”. A mí me parece válido, aunque para eso es indispensable tener fe
en los objetivos y en los medios de que uno dispone. Lo ideal es comprender y actuar con
todos los dinamismos humanos: los datos aportados por la experiencia empírica, la razón y la
intuición, el querer personal, y una fuerte convicción sustentada en la fe natural, pues en los
nuevos contextos casi siempre aparecen situaciones imposibles de prever.
Un ejemplo de racionalismo extremo es el manejo social y político que hicieron los Esta-
dos totalitarios, creyendo que la razón de unos pocos funcionarios que controlaban el aparato
estatal era capaz de ordenar toda la interacción humana y social en todo ámbito de cosas y
frente a un sinnúmero de circunstancias aleatorias. Otro es el de las personas que acometen
iniciativas escabrosas creyendo que nada les va a salir mal, y suele ocurrir que no es que falle
una que otra cosa, sino que simplemente sale todo el revés.

La tragedia moral y cultural de la modernidad

El empirismo sólo reconoce como válido el conocimiento que proporcionan los sentidos, pese
a que los sentidos sólo captan las características materiales de las cosas, son imperfectos, y su
intensidad perceptiva varía en cada persona. Y descarta de plano la reflexión metafísica del
entendimiento a partir de los datos sensoriales, que pone en marcha a la inteligencia práctica,
y asimismo las constataciones de la intuición y los principios consustanciales a la ontología
moral del ser humano. Su dogma nuclear es la imposibilidad de la verdad absoluta, y esa
negación de lo absoluto, obviamente se debe a que se sustenta en evidencias empíricas que
cambian permanentemente. Por eso es la base del relativismo y del utilitarismo. Pero lo abso-
luto, lo aceptemos o no, es una categoría cognoscitiva del entendimiento humano, y el valor
absoluto de la persona humana es base insustituible del bien común y de los lineamientos de
fondo del orden social, como por ejemplo, la defensa de la vida, la justicia, el ejercicio de la
libertad, la paz ciudadana, el bien ético y moral203, etc.

203 Todo tratamiento filosófico de la moral presupone que ya están en marcha el juicio y la actualización del razonamiento
moral. La naturaleza de sus contenidos implica entender con plena claridad los conceptos trascendentales que conforman u
organizan lo moral: justicia, libertad, deber, ser, felicidad, etc. Muchas veces esos mismos conceptos, superficial o errónea-
mente tratados, bloquean la adecuada formación del juicio moral, actuando como prejuicios; por eso es necesario definirlos
exactamente, a partir de los fundamentos trascendentales de la moral, y no de meras instancias sociológicas o psicológicas.
En todo caso, el conocimiento filosófico no tiene fuentes distintas de las que tiene el entendimiento natural del hombre. Y no
ha de esperarse de la filosofía descubrimientos inauditos acerca de la moralidad y que resuelvan las cosas casi mágicamente.

137
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Al prescindir de todo absoluto, el empirismo rechaza todo intento de ensamblar o con-


catenar verdades parciales como parte de una verdad universal. Es en el fondo una filosofía
disruptiva y escéptica, que en buena medida hizo surgir la duda metódica cartesiana. Es inca-
paz de atisbar siquiera cómo las cosas podrían ser, y persiste en actuar en función de cómo las
cosas han sido material y empíricamente. De esta manera niega o relativiza virtudes y valores
que la historia y el devenir humano han confirmado como verdaderos y necesarios. En sínte-
sis, es un reduccionismo filosófico que deja fuera los dinamismos cruciales con que cuenta el
ser humano para descifrar la realidad y actuar en ella.
El empirismo y el racionalismo han logrado desacreditar a tal extremo la reflexión me-
tafísica sobre el ser humano y la realidad, calificándola de “densa”, “espesa”, y hasta “in-
útil”, que han convencido a demasiada gente de que lo único válido para analizarla son los
elementos empíricos visibles, y además desintegrados o compartimentalizados, implantando
así un modelo único y superficial, que ha instalado a buena parte del mundo en la frivolidad
filosófica y conductual. Otras descalificaciones acuñadas por el empirismo son acusar de “in-
tegristas” a quienes proponen criterios unificadores de la realidad, y de “fundamentalistas” a
los que señalan las claves ocultas, físicas y metafísicas de la problemática humana y social.
Ese tipo de ataques revela una “xenofobia” intelectual de carácter totalitario.
El empirismo y el racionalismo son dos componentes intrínsecos de la modernidad, y
constituyen la base de las ingenierías sociales y de los sistemas totalitarios que han horrori-
zado a Occidente. Además, es tan difícil explicar sus errores e incoherencias filosóficas a las
personas corrientes, debido a su carácter abstracto, que se han convertido en un trágico telón
de fondo del mundo contemporáneo.
Ese inconsistente amasijo conceptual es el “alma mater” del humanismo materialista y del
constructivismo social que, matices más, matices menos, defienden consciente o inconsciente-
mente tanto el socialismo como el liberalismo, y que se contraponen al humanismo fundado en el
realismo filosófico y en el carácter espiritual de las facultades superiores del género humano. Y hay
una gran mayoría de ciudadanos que no conocen sus raíces, pero padecen todas sus consecuencias.
El hombre, como “animal político”204, sabe que parte importante de su felicidad depende
del bienestar del resto de la sociedad y del aporte que haga cada uno de sus miembros a la
prosperidad del corpus social al cual él también pertenece. Definitivamente, es ineludible para
el hombre integrarse a la política como parte activa de un todo, porque comunicarse, diversifi-
carse, generar valor agregado con otros hombres y actualizar el lenguaje y los conocimientos
teóricos y prácticos, son hechos intrínsecamente políticos. Por eso aquellos que confiscan lo
político para sí mismos, o para su propia familia o facción, cometen una usurpación social y
moral contra natura, pues lo político es un dinamismo natural, activo e integrador, cuya propie-
dad es patrimonio de todos los hombres en cuanto hombres y en cuanto ciudadanos.
Si de verdad se quiere que cada chileno encuentre su propio itinerario hacia la felicidad,
no se debe desconectar el estadio de la espiritualidad práctica del estadio de la polis. Y para
que ese ensamble funcione bien, ciertos factores éticos y de orden práctico-institucional de-
ben funcionar análogamente. A tal punto es así, que según Aristóteles, “gracias a que vivi-
mos en comunidad política llegamos a constituir nuestra razón”. Esto se explica porque el
lenguaje205 y los conceptos, como espejos del entendimiento, sólo se desarrollan a partir de la

204 Esto es evidente en La República de Platón y también en la Política de Aristóteles: “... que el hombre por naturaleza es un
animal social y político, y el que no lo fuera sería más que un hombre o menos que un hombre”.
205 Saúl Kripke lo resume diciendo: “No es posible el lenguaje privado; todo lenguaje es público” .Y por lo tanto político. Así,
razón, lenguaje y política conforman una trilogía inseparable, una circuminseción en la que cada uno de los factores influye en
los otros dos, recibiendo al mismo tiempo la respectiva influencia. Por eso se puede sostener que el orden político es un orden
natural, y como tal se le debe exigir todo lo que pueda dar, y al mismo tiempo cuidar de no exigirle lo que no le es propio.

138
Sebastián Burr

interacción social y de sus consecuentes procesamientos en el espíritu206. Si tenemos una so-


ciedad plana, en la que a los ciudadanos no les cabe ningún rol protagónico, no se constituye
ni se desarrolla la razón, pues entonces su capacidad reflexiva queda bloqueada, o simplemen-
te se atrofia. Situación que nada justifica, a estas alturas del desarrollo de las comunicaciones.
Por último, pese a todas las críticas que este libro hace a una gran cantidad de anomalías
provocadas por el modernismo, no rechaza de ninguna manera todo lo bueno que ha produ-
cido; incluso acepta como plenamente legítimas las denuncias de desigualdad e injusticia
que en su momento hizo Marx, no así los brutales costos en vidas humanas que cobró el
marxismo en nombre de la igualdad y de la libertad, conceptos lanzados genérica e irres-
ponsablemente y casi nunca definidos antropológica y filosóficamente. Y el hecho de que
proponga desarrollo moral, tendiente a aglutinar valóricamente la intencionalidad y la acción
ciudadana, para alcanzar una mayor y más homogénea convivencia social, como asimismo la
unidad sociopolítica y cultural, no pretende en ningún sentido un retorno a épocas anteriores
a la Ilustración207, sino todo lo contrario: aportar esclarecimientos que permitan abordar la
realidad y la convivencia del hombre actual y del futuro, considerando toda su experiencia
histórica. Tampoco rechaza de un modo absoluto las indagaciones y teorías filosóficas con-
temporáneas, que sin lugar a dudas muestran una serie de avances dignos de consideración.
Pero también el empirismo, el racionalismo, el relativismo, el liberalismo, el economicismo
y el socialismo en todas sus acepciones tienen que abandonar sus trincheras y sus concepcio-
nes reduccionistas de la realidad, dejar de acaparar el protagonismo sociopolítico y abrir ese
dinamismo de verdad a todos los ciudadanos. Por esa línea es realmente posible, y más aún,
indispensable, avanzar para lograr ciertos niveles de unidad sociocultural, y de esa manera
minimizar el enorme inventario de lacras que ha dejado el modernismo y su brazo político-
operativo liberal-socialista.

La falsa matriz ideológica y moral del empirismo

Hemos visto ya que el empirismo sostiene que todo conocimiento se reduce únicamente a lo
que perciben los sentidos, y que, como todo lo percibido por los sentidos es cuantificable o
medible, el conocimiento y todas las cosas de la vida deben ceñirse a lo físicamente verifica-
ble, excluyendo toda averiguación de carácter metafísico y otorgando a la vida, al mundo y al
devenir un carácter exclusivamente materialista y mecanicista, sin comprender que el sentido
de la vida y la vida humana misma, por su carácter expansivo y creativo, se proyectan a ho-
rizontes que sobrepasan por completo los estrechos límites de la materia y de las estructuras.
206 Esta superioridad humana queda confirmada al constatar que dentro de la escala de los seres vivos el hombre es el único que
posee entendimiento e inteligencia práctica. Facultades denominadas espirituales por su infinita capacidad de comprensión,
abstracción, analogación, creatividad y acción. Todo esto se confirma además por el hecho de que prácticamente todos los
conceptos y juicios culturales remiten a una “concepción” de hombre, individual o en convivencia social. La conclusión
lógica y directa es que al final de cuentas todo se reduce a la expansión de dichas facultades dentro del orden político.
207 Le ancien régime es el período absolutista anterior a la Revolución Francesa, que dividió en dos la historia sociopolítica de Fran-
cia y de casi todo Occidente. Atrás quedaron los regímenes monárquicos y los gobiernos análogos al absolutismo reinante, pleno
de privilegios económicos, tributarios y de clases nobiliarias y eclesiásticas. Los revolucionarios franceses, mediante la creación
de una Asamblea Nacional previa, redactaron una nueva Constitución, extendieron e institucionalizaron la revolución y dieron
vida al sistema republicano, sistema que opera sobre la base de una democracia representativa apoyada en el positivismo legal
y en Estados de tipo benefactor. Sin embargo, la persona, o el individuo en cuanto tal, dentro del nuevo régimen, no obtuvo el
espacio prometido y necesario que le permitiese desarrollarse por sí misma, humana, económica y políticamente. Se pasó así de
un tutelaje absolutista y autoritario ejercido por la nobleza, a una alienación impuesta por los Estados positivistas y colectivistas,
cuyos íconos son el cientificismo, la tecnocracia, la sociedad salarial y la sociedad de consumo. Un sistema cuyo mecanismo
de elección popular terminó generando ciudadanos exigentes en derechos y necesidades, pero no personas autosuficientes ni
medios institucionales para ese desarrollo. Había comenzado una nueva era: la del hombre desinsertado de la realidad.

139
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La visión empirista promulga una moral completamente utilitaria, que deriva en huma-
nismo materialista, según el cual sólo sirve lo circunstancial y materialmente útil. Para esa
moral, lo bueno es aquello que produce placer, y lo malo, aquello que produce dolor o es-
fuerzo, sin considerar que el “dolor” que implica buscar el conocimiento y desarrollar el en-
tendimiento despeja las zonas humanas oscuras y permite la expansión moral de la persona,
e incluso produce estados de felicidad muy superiores a la “felicidad del placer” promulgada
por el empirismo. Esa descalificación empirista del “dolor” se debe a que no puede definir
filosóficamente la operatividad práctica y el significado moral del esfuerzo, y entonces lo
reduce al “dolor físico” que provoca. Y esa distorsión le permite erigir un Estado benefactor
que por una parte pretende controlar (y por lo tanto limitar) las actividades humanas (con el
pretexto de “evitar el dolor”), y por otra parte se encarga de entregar mínimos que el ciuda-
dano, por su atrofia funcional, es incapaz de conseguir por sí mismo. Más aún: a cambio de
esos reducidos “beneficios”, le exige respaldar al sistema y a los que lo administran, mediante
el voto electoral. Un Estado generador de “minusválidos” funcionales, en el que una inmensa
masa ciudadana se encuentra tan quebrantada emocionalmente, que requiere una suerte de
gran “nana” estatal, y un “padre” o una “madre” como presidente de la república.
La moral empirista exige además una “fundamentación científica” de la ética social,
una justificación que emane del examen de los datos y de sus consecuencias sociológicas.
Se revisan los datos, y en función de ellos se determina cómo debe ser el comportamiento
de cada persona y el del colectivo social, de lo cual resulta que ambos tipos de compor-
tamiento sean completamente manipulables por los que manejan el proceso, y la libertad
humana se vea bloqueada en gran medida. Ese manejo estadístico fue fraguado por el po-
sitivismo (que revisaremos más adelante), cuyas raíces son netamente empiristas. Es una
moral que revisa cómo ha funcionado el hombre en el pasado, y luego asume que sus
errores, incapacidades y carencias son intrínsecas a la condición humana, y las proyecta
de esa misma manera hacia el futuro, pero deja fuera todo lo que el hombre puede llegar a
ser mediante la activación de sus innumerables potencialidades, sin siquiera asumir su res-
ponsabilidad en el proceso fallido de construir un hombre de verdad. Una moral que puede
ser mañosamente alterada, modificando o tabulando de distintas maneras las encuestas y
estadísticas. Así, nada se puede conocer a fondo, porque todo se interpreta desde esa óptica
materialista (y por ende relativista), y se lo relaciona exclusivamente con lo meramente
superficial, aparente y cambiante.

El entendimiento y la dignidad humana en entredicho

Ninguna moral puede ser fundada en el simple registro de lo empíricamente comprobable,


sin reflexiones en torno la verdad, exenta de contenidos valóricos, en alianza irrestricta
con el materialismo y desconociendo por completo los principios innatos inscritos en la
naturaleza humana. Se hace evidente en ese modelo una especie de traslación de los méto-
dos adoptados por el cientificismo y la ingeniería, pues le exige lo mismo a la ética208, que
corresponde a un ámbito completamente diferente. Imaginemos, por ejemplo, un país en el
que el 60% de la gente se droga o roba; entonces la moral empirista decide que drogarse o
robar es una conducta normal para todos, y promulga una ley que regule la forma de robar
o drogarse. El concepto del bien en sí queda simplemente descartado, salvo que a los empi-
ristas les sea materialmente útil.
208 Es como si al amor humano se le exigiera un patrón empírico normado.

140
Sebastián Burr

De esta manera, uno de los derivados del empirismo es la óptica historicista, que revisa
el comportamiento social y cultural a través del tiempo, y afirma que dicho comportamiento
debe constituirse en norma del presente. Por ejemplo, el hecho de que se haya instaurado la
costumbre de trabajar por salario y horarios, y no por productividad, creatividad y resultados
económicos, determina que ese modelo se convierta culturalmente en la “forma verdadera”,
se le otorgue un carácter absoluto y se obligue a todos por ley ceñirse a ese modelo, aunque no
respete principios básicos y genere manifiestas y permanentes diferencias socioeconómicas.
El historicismo sólo “recolecta” conductas, usos y costumbres, sin emitir ningún diagnóstico
crítico y sin hacer ninguna averiguación antropológica de cómo deberían desplegarse los se-
res humanos. En ese sentido, el empirismo es extremadamente conservador, pues arranca de
datos conocidos y tabulados y no de la potencialidad humana y social.
Los empiristas son en verdad bastante curiosos, considerando que para ellos sólo es
posible conocer a través de los sentidos. Si uno le presenta por primera vez un amigo a un
empirista, y le dice: “Te presento a Juan, ¿lo conoces?”, seguramente el empirista va a res-
ponder: “No, no lo conozco”. Entonces uno puede replicarle: “Pero si tú dices que conoces
sólo por los sentidos, ¿cómo es que no conoces a Juan, si lo tienes delante de tus ojos?” Lo
que sucede es que para los empiristas, al igual que para cualquier otro ser humano, conocer
a una persona requiere conocer su personalidad, su pensamiento y su conducta moral, su
situación social, su trayectoria histórica, etc. Conocer si es deportista, padre de familia, in-
geniero, asalariado, funcionario público, escritor, músico, sacerdote, etc., etc., al menos para
adelantar algún juicio respecto a cómo el otro percibe la realidad, y establecer con él ciertos
vínculos de comunicación.
¿Qué cree el lector que hace un empirista si va arriba de un bote y observa que la parte
del remo sumergida en el agua está quebrada? ¿Piensa que está a la deriva y que su vida pe-
ligra, o bien saca el remo del agua, verifica el equívoco y después sigue remando? Entonces,
¿en qué quedó aquello de los sentidos? ¿Qué cree que piensa cuando observa el fenómeno
de un arco iris; que dicho arco surge de la tierra en un punto y termina en otro, o sabe que
es un efecto de refracción de la luz en un día de sol y de lluvia? ¿Por qué toda la gente de
la antigüedad creía que el sistema planetario era geocéntrico? Porque nuestra vista (uno de
nuestros sentidos) nos hace percibir erróneamente que el sol y los planetas giran alrededor
de la tierra. ¿Por qué se descubrió que en realidad era heliocéntrico? Porque primero Copér-
nico, y luego Galileo, usaron su inteligencia para demostrar que era así, corrigiendo nuestra
equivocada percepción sensorial.
Estos simples ejemplos demuestran el absurdo de la pretensión empirista, empecinada
en afirmar que todo se conoce sólo por los sentidos y por la apariencia material de las cosas.
En síntesis, la óptica puramente empírica de la realidad más bien parece una obcecación
de la voluntad, y no un uso adecuado y amplio de la inteligencia y de la intuición, que implica
concederle también un espacio a la providencia. Y en el plano político responde más al deseo
de poder que al propósito de gobernar en función del bien común ciudadano. Es absolutista,
en cuanto proclama una libertad irrestricta del hombre, pero no intenta desarrollarlo a partir de
su configuración antropológico-filosófica, ni tampoco hacer de la sociedad un ente análogo.
No se sustenta en nada objetivo respecto de ninguna cosa, e incluso cae en flagrantes contra-
dicciones cuando intenta defender sus propios postulados. Lo peor es que hace desaparecer las
bases del conocimiento, pues el entendimiento entiende metafísicamente y no empíricamente.
Los empiristas sabían que negando la existencia del alma humana podían desmantelar
los fundamentos del orden sociopolítico existente, que remitía finalmente a un orden superior
y sobrenatural, aunque sus lineamientos fundamentales quedaban fuera del arbitrio humano

141
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

directo. Para el modernismo, el arbitrio humano debe ser completo e irrestricto, tanto en lo
formal como en lo contingente, y además acorde al pensamiento de todos pero de nadie en
particular, lo que ha conducido a la cultura a un relativismo casi homogéneo, aunque su uso
político, a través de la manipulación retórica, es una especie de liturgia en torno al poder, pues
lo primero que hacen esas corrientes ideológicas es saturar de restricciones la actividad libre
del hombre, para controlarlo políticamente. La concepción empirista moderna es un acto de
fuerza filosófica, un asalto a la coherencia. Y esa fuerza político-empírica será siempre uti-
lizada por las nuevas generaciones de aspirantes al poder. Así se explica que muchos países
occidentales estén instalados en una suerte de crisis permanente.

El orden sociopolítico y la trascendencia humana en el plano práctico

Revisamos ya el carácter práctico-trascendental de las cuatro instituciones nucleares del


orden sociopolítico: la familia, la educación, el trabajo y el bien común politico. Pero el
objetivo último de esas instituciones es el desarrollo integral de cada persona en cuanto tal
y en cuanto ciudadano, y una condición de dicho desarrollo es que cada una tenga posibili-
dades reales de trascender, —más allá del legado familiar que muchos dejamos—, es decir,
sea capaz de proyectarse de una u otra manera en la historia, más allá de su mera existencia
física. Para eso requiere haber contado con las condiciones político-prácticas necesarias para
contribuir a la construcción o mejoramiento del mundo, y de esa manera dejar una huella
que pueda ser reconocida por su entorno familiar o social, cono una trayectoria o ejemplo de
vida digno de ser imitado. Y es indispensable que las instituciones político-trascendentales
se conviertan en un medio eficaz de tal posibilidad.
Un ser humano trasciende hacia el futuro cuando lo que fue y lo que hizo durante su
vida alcanzó cierto carácter, estuvo marcado por un sello propio, novedoso o ejemplarizador,
y por eso mismo produce efectos positivos en algún ámbito de la sociedad, de la cultura, o
en algunos otros seres humanos que lo sobreviven después de su muerte. Ese tipo de tras-
cendencia se hace patente en las grandes figuras de la humanidad —pensadores, científicos,
inventores, artistas, escritores, líderes políticos, santos, héroes etc.—, que han recibido y
siguen recibiendo el reconocimiento público por los aportes que hicieron a la cultura y a la
civilización, y que por lo mismo están siempre presentes en la memoría colectiva. Sin em-
bargo, al margen de esos personajes excepcionales, hay numerosas personas que de manera
anónima han producido y producen efectos análogos en algún núcleo humano mucho más
reducido, que puede ser incluso el de su propia familia. Es lo que se llama el “legado” per-
sonal, una herencia que puede ser educativa, filosófica, moral, ejemplarizadora, profesional,
empresarial, política, etc., y que se caracteriza por activar en quienes la reciben mayores
capacidades de descifrar los códigos de la realidad y de los asuntos humanos, de crear y de
emprender, de enfrentar más idóneamente los requerimientos y exigencias de la vida.
Todos somos potencialmente capaces de alcanzar ese tipo de trascendencia práctica, y
todos la necesitamos para desarrollar nuestra naturaleza moral y contribuir al desarrollo de la
ética social. Una vida humana resulta en buena medida truncada si se extingue sin dejar nada
novedoso de sí misma a las generaciones posteriores, aunque sea a los propios descendientes.
De alguna manera, esa extinción sin rastros equivale a haber vivido en vano.
Ahora bien, es imposible que el grueso de los ciudadanos de un país pueda alcanzar tal
tipo de trascendencia si el mismo orden sociopolítico no les proporciona condiciones reales
de autodesarrollo humano y moral, porque el autodesarrollo es precisamente el requisito

142
Sebastián Burr

indepensable para que sus vidas puedan trascender hacia el futuro. No importa el alcance
que tenga esa proyección de sí mismos en el tiempo; lo que importa es que se produzca,
y que esa extensión de su individualidad, cualquiera sea su nivel, magnitud o significado,
se sume a la inconmensurable multitud de quienes se han perpetuado a través de la histo-
ria generando auténticos avances humanos, en los más diversos planos de la vida y de las
cosas. Sólo gracias a ellos la cultura y la civilización han podido concretar los pequeños y
grandes logros que siglo tras siglo la han convertido en una trayectoria ascendente, pese a
los retrocesos que también ha sufrido por la intromisión de modelos erróneos de progreso y
desarrollo y a la frustración de grandes contingentes humanos. Y en cada caso, la humani-
dad misma ha ganado algo que no habría ganado si ese logro individual no hubiera tenido
lugar; incluso algo ha ganado de todas sus derrotas culturales, por lo menos lecciones y
aprendizajes, lo que de ninguna manera las justifica.
No necesitamos alcanzar la estatura de Mozart, Beethoven, Rembrandt, Van Gogh, Aris-
tóteles, Einstein, Edison, Mahatma Gandhi, Newton, y de tantos otros grandes que han dejado
una marca imperecedera en las generaciones que los han sucedido. Basta con que cada uno de
nosotros, a su propia escala y medida, imprima su sello personal en esa corriente incesante de
aportes, conquistas e intentos creadores que impulsa el devenir histórico.
En definitiva, las expectativas humanas y sociales del futuro están condicionadas en bue-
na medida por la trascendencia que logremos dar a nuestras vidas los que hoy habitamos este
mundo. Y depende del orden sociopolítico, a través de sus respectivos conductores en cada
país, involucrar en tal proceso a un número cada vez mayor de ciudadanos.
Un pequeño ejemplo de coherencia respecto al planteamiento recién entregado: yo he
pedido ser cremado, y que mis cenizas sean lanzadas al mar o en los faldeos cordilleranos.
No quiero ser enterrado físicamente, y que sea una simple lápida lo que represente mi paso
por la vida, aunque para muchos esa suerte de tributo pueda ser suficiente y los haga sentir
que reemplaza a la trascendencia, que debería ser el significado póstumo de su existencia
en este mundo.
Occidente debe recuperar el sentido pleno de la vida, hacer de ella un verdadero ejercicio
de la libertad, y no seguir jugándola con las “cartas marcadas” por el pragmatismo materia-
lista, sino proyectarla a todas las dimensiones humanas, sobre todo a las más trascendentes.
Así estaremos en condiciones de empezar a generar un mundo reencantado y sorprendente.

143
Capítulo III
La gravitación del pasado en el occidente
contemporáneo y en la problemática
sociopolítica actual

Advertencia previa

En los capítulos I y II hemos llevado a cabo el ingrato examen de casi todo lo que está mal
en nuestro país, y señalado luego los requerimientos sistémicos fundamentales de sanea-
miento y reformulación de nuestro orden sociopolítico. El presente capítulo, y asimismo
el V y el VI (antropología filosófica del hombre, conexiones de la ciencia contemporánea,
nexos de relación entre ambos mundos) contienen los análisis, desciframientos y códigos
de fondo que explican y respaldan las propuestas entregadas en el capítulo final. Puede
ocurrir, sin embargo, que algunos lectores quieran entrar de inmediato en la revisión de las
propuestas, y evitarse el recorrido de esta indagación filosófica, lo cual es perfectamente
legítimo. Pero en tal caso, es posible que las propuestas, tanto en sus ámbitos específicos
como en su transversalidad valórica y operatividad intersistémica, les parezcan emanadas
de las meras opiniones del autor, y por lo tanto objetables en mayor o menor grado. En esa
circunstancia, les sugiero que regresen a los capítulos III, V y VI, pues todas las propuestas
formuladas en el capítulo IX se fundan en los esclarecimientos filosófico-antropológicos
que ahí se entregan, no en visiones arbitrarias o ideológicas de la realidad y de los asuntos
humanos. Al menos eso es lo que intentan.

La trama causal de la historia humana

Se dijo al comienzo de este libro que la causa de fondo de los complejos problemas y crisis
que actualmente afronta Chile y el resto de Occidente es un encadenamiento histórico de
antinaturales equívocos filosófico-politicos infundidos a nuestra cultura durante los últimos
cuatro siglos, y que esos equívocos han terminado por condicionar y deformar en buena me-
dida nuestra forma de percibir la realidad y nuestros actuales modos de vida.
Los diagnósticos abordados en el capítulo I nos han permitido apreciar la magnitud y
la complejidad que ha adquirido esa problemática en los distintos ámbitos sociopolíticos
de nuestro país, y asimismo los dramáticos efectos y frustraciones que está produciendo
en la vida personal de casi todos los chilenos. Es el momento de examinar esos trasfondos
filosóficos, para averiguar por qué y cómo nos han conducido al estado de desesperanza

145
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

en que nos encontramos, y a la perplejidad que nos impide encontrar salidas y soluciones
reales, pese a los esfuerzos de los gobiernos que se han sucedido en nuestro país y que han
representado a casi todo tipo de ideologías.
Esos trasfondos y equívocos no se produjeron por sí solos, como emanación cultural
espontánea detonada por un desenvolvimiento natural de la historia. Fueron elaborados e
introducidos a partir del siglo XVII por sucesivos pensadores que elaboraron interpretaciones
y modelos intelectuales de la realidad y del ser humano. Esas interpretaciones y paradigmas
fueron configurando progresivamente un sistema de pensamiento: las llamadas Filosofías de
la Modernidad. Un sistema aparentemente heterogéneo, pero al mismo tiempo compacto,
pues está articulado por las mismas ideas nucleares.
Ahora bien, como todo lo que ocurre en el mundo y en el devenir humano es un encade-
namiento de causas y efectos, las Filosofías de la Modernidad se difundieron gradualmente
en los países europeos, y después en los de América, hasta generar una cultura que todos
conocemos, o que al menos respiramos día a día, y de muchas maneras: el modernismo o
postmodernismo. Aunque ha adoptado diversos matices, ese es el paradigma que hoy impera
protagónicamente en Occidente.
Con mayor o menor lucidez, casi todo el mundo entiende hoy que el modernismo es el
conjunto de los colosales avances científicos y tecnológicos que han tenido lugar desde hace
algunos siglos en Occidente, y que se han extendido a muchas otras regiones del mundo.
Sin embargo, esa visión predominante en la cultura contemporánea es puramente ideoló-
gica, y por lo tanto errónea. El modernismo no es de ninguna manera la suma de tales avances,
como lo veremos en este mismo capítulo. Esos logros no fueron obra de los filósofos de la mo-
dernidad, y tampoco lo son en nuestro tiempo. Fueron el resultado del trabajo llevado a cabo
por hombres de ciencia y tecnólogos que aplicaron y continúan aplicando las innovadoras
metodologías de investigación científica nacidas también en el siglo XVII: el método experi-
mental formulado por Francis Bacon, el método matemático de Galileo, e incluso el método
analítico-sintético ideado por Descartes, aunque sus modelos básicos fueron de una u otra
manera propuestos por los antiguos. Los filósofos modernos alentaron y respaldaron dicha
tarea, y lo siguen haciendo hoy, pero no tuvieron ni tienen actualmente ninguna participación
real en ese proceso. Lo que hicieron fue atribuirse en gran medida tales logros, y provocar en
la opinión pública mundial la creencia de que habían sido los principales artífices de la gran
hazaña. Su verdadera creación fue el modernismo, que es sólo un paradigma cultural, y que
además infundió a los logros científicos y tecnológicos significados erróneos, privándolos de
sentido verdaderamente humano, y convirtiendo el avance civilizador en “progresismo”, una
óptica deformada y deformadora del auténtico progreso. En gran medida, el mundo en que vi-
vimos ha sido víctima de esa serie de “ismos” filosóficos, cada uno de los cuales ha inyectado
su propia carga tóxica a todos los ámbitos de la vida humana.
En este capítulo analizaremos los errores y contradicciones en que ha incurrido el “mo-
dernismo progresista” —o al revés, el “progresismo modernista”—, y ese análisis pondrá al
descubierto que es el responsable mayor de los estragos humanos de nuestro tiempo, y tam-
bién de las sucesivas crisis políticas, económicas y ecológicas que afectan al planeta.
Pero ese examen, para conducirnos a esclarecimientos que despejen realmente los equí-
vocos del modernismo, requiere hacer a mi juicio un recorrido más extenso, que permita
detectar e identificar en la mayor medida posible todos los factores que han configurado el
tipo de cultura y de civilización en que hoy estamos instalados, pues la historia constituye de
punta a cabo un continuum indivisible, y todo cuanto ha ocurrido en ella ha repercutido en el
futuro, y sigue repercutiendo en nuestro mundo actual.

146
Sebastián Burr

El modernismo ha hecho creer a mucha gente que lo que ha denominado la “Era del
Progreso” se inició precisamente en el siglo XVII, con el “despegue” de la ciencia y la tecno-
logía, y que todo lo que ocurrió antes en el mundo fue algo así como un “amasijo de barbaries”
poblado de creencias irreales, supersticiones, ocultismos, fanatismos religiosos y retraso cien-
tífico y tecnológico, en el que no ocurrió nada que pueda calificarse como auténtico progreso.
Esa imagen del mundo antiguo es groseramente falsa, por decir lo menos. Los mejo-
res anclajes de nuestra actual cultura y civilización —los más humanos— son una herencia
recibida de la antigüedad, de una progresiva acumulación de avances y creaciones que se
iniciaron en el pasado humano más remoto y continuaron ininterrumpidamente hasta el siglo
XVI de nuestra era, momento en que entraron en escena las filosofías de la modernidad. Más
aún, como veremos, algunas de esas creaciones son incomparablemente superiores a todos los
logros alcanzados hasta hoy por la ciencia y la tecnología Por lo tanto, si queremos dilucidar
realmente la problemática de la época en que vivimos, necesitamos también averiguar cuáles
fueron esos logros, pues de una u otra manera siguen gravitando en nuestras vidas —algunos
de manera protagónica—, y configurando, a pesar del modernismo, la trama verdaderamente
humana del mundo actual.
De hecho, sin darnos mucha cuenta, hoy vivimos escindidos por dos modelos antagóni-
cos de la realidad y del hombre: el progresismo modernista, y la herencia valórico-cultural
recibida del mundo grecorromano y sobre todo del humanismo antropológico aristotélico-
tomista de raíces premodernas. Y en medio de esos dos modelos están los avances científicos,
tecnológicos y económicos, que no son “modernistas”, sino simplemente avances, pero a los
que el modernismo ha despojado de significados auténticamente humanos. ¿Qué hacer con
este triple escenario, que nos tiene perplejos, y divididos en toda clase de conjeturas e incerti-
dumbres, sin atinar a armar el rompecabezas de la realidad y de la vida?
Creo que sólo existe una posibilidad de abordar esta difícil tarea: averiguar los hechos
reales, esclarecerlos, y una vez cumplida esa revisión, tratar de colocar cada pieza del rompeca-
bezas contemporáneo en su verdadero lugar. Porque toda solución se fragua en la inteligencia
humana, y la inteligencia sólo puede alumbrar soluciones eficaces cuando atrapa los hechos tal
como son; primero los esenciales y después los accidentales, en sus diversas categorías y niveles
Y debe hacerlo objetivamente, sin excluir ninguno, pues si excluye una parte de ellos se desco-
necta del mundo, y urde soluciones erróneas que no conducen a ninguna parte.
Los hechos reales de la historia que gravitan en nuestras vidas actuales se remontan a los
orígenes mismos de la humanidad. Y la tarea consiste en revisar, seleccionar, reconstituir y
ensamblar los sucesos antropológicos, culturales, filosóficos y sociopolíticos que fueron enca-
denándose en el tiempo, en un proceso de causas y efectos, hasta culminar en la civilización
y la cultura contemporáneas.
Confieso mi preocupación por la acogida que tendrá entre los lectores la siguiente revisión
de la trayectoria histórica y filosófica del mundo premoderno. Algunos amigos que leyeron este
libro antes de ser publicado me señalaron de una u otra manera que algunos de sus desarrollos,
sobre todo el que acabo de mencionar, podían parecerles a muchos lectores desvinculados de
los objetivos del libro, darles una impresión farragosa del mismo, y por último desanimarlos
de leerlo. Incluso me recomendaron reducir al mínimo esos temas, o simplemente suprimirlos.
Reconozco la validez de esas observaciones, pero aun así, como ya lo dije en la Presentación,
decidí dejarlos, y seguir el camino difícil, pues estoy convencido de que, al cabo de tantos
intentos infructuosos de resolver de verdad la densa problemática sociopolítica que nos agobia
desde hace siglos, la única manera (según mi opinión) de empezar a encontrar una solución
real es examinar críticamente los avances y los retrocesos generados a través de la historia y

147
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

hasta el día de hoy por la cultura, la civilización y los paradigmas sociopolíticos y filosóficos,
y de que dicho examen nos mostrará los aciertos y las desfiguraciones que se dieron en esa
larguísima trayectoria, y nos permitirá esclarecer qué es lo que está ocurriendo realmente en
nuestro mundo actual, qué podemos hacer para mejorarlo, y cuáles son los rumbos erróneos y
los pasos en falso que necesitamos evitar para salir adelante. En otras palabras, preferí pecar
por exceso que por defecto.
En todo caso, traté de hacer el siguiente recorrido histórico lo más sintético posible,
registrando sólo los hechos y procesos del pasado que más influyeron en el desenvolvimiento
cultural y sociopolítico, y que continúan influyendo determinantemente en nuestra época.

El “salto cuántico”

Las numerosas investigaciones científicas llevadas a cabo hasta ahora sobre el origen del
hombre se basan en los restos del pasado humano más remoto descubiertos por los arqueó-
logos y paleontólogos, los cuales han sido sometidos a pruebas tecnológicas que permiten
determinar su antigüedad con bastante precisión. Dichos restos son fragmentarios (huesos,
herramientas, utensilios, etc.), pero configuran un inventario básico que permite, por la vía
de la deducción, formular hipótesis más o menos consistentes sobre el momento de aparición
del hombre en la tierra.
Las teorías más aceptadas por los investigadores sitúan ese momento alrededor de unos
3,5 millones de años atrás. Y se basan, como ya mencioné, en comprobaciones científicas
relativas a la antigüedad de los vestigios humanos encontrados hasta ahora. Pero otra cosa
es la interpretación de esos hallazgos, en cuanto a deducir de ellos el origen biológico de
nuestra especie, e incluso qué es el ser humano. Esa interpretación ha sido monopolizada en
gran medida por el evolucionismo darwiniano.
Los evolucionistas que comparten las teorías de Darwin afirman que el hombre surgió
como resultado de un proceso evolutivo iniciado en ciertas especies de simios, que luego
de pasar por diversas fases terminó en la especie humana propiamente tal. Agregan que
ese proceso se produjo por mera casualidad, por modificaciones espontáneas y graduales
inmanentes al fenómeno de la vida, sin que hubiera ninguna causa extrínseca e intencional
que lo provocara.
Puede ser cierto o no que la especie humana es el resultado evolutivo de una “mutación
simiesca”. No existe ninguna prueba categórica al respecto, y tampoco se ha encontrado el
“eslabón perdido” que nos conectaría con el mono. Pero la teoría darwniana de la aparición
casual del hombre, como un fenómeno fortuito de la vida, no se sustenta en evidencias cientí-
ficas, sino en el materialismo filosófico, y ya veremos hasta qué punto la filosofía materialista
carece de fundamentos racionales, y se ha convertido en una visión dogmática de la realidad.
Más aún, la “casualidad” aducida por el darwinismo respecto al origen del hombre, no explica
por qué la irrupción de la especie humana marcó una especie de “salto cuántico”, en virtud
del cual el nivel animal de la vida ascendió a otro nivel completamente distinto: el nivel de la
inteligencia, de la conciencia e incluso de la autoconciencia.
Esa “novedad” diferenció para siempre a la especie humana de todos los animales, e inclu-
so de los supuestos antecesores inmediatos que le ha asignado el darwinismo evolucionista (los
simios). Y la diferenció en grado absoluto. Una prueba de eso es que, gracias a su inteligencia,
el hombre emprendió desde el primer momento una aventura incesante de desarrollo de sí mis-
mo y de modificación del mundo natural, completamente fuera del alcance de los “primates”,

148
Sebastián Burr

que hasta hoy permanecen estancados en el mismo “circuito biológico” de siempre, pese a las
pretendidas señales de “inteligencia embrionaria” que les han atribuido algunos investigadores.
Aun cuando revelan ciertas capacidades de aprendizaje cognitivo, al igual de lo que
ocurre con otras especies animales (el perro, por ejemplo), esas señales no son indicadores
de inteligencia, pues la inteligencia es esencialmente la capacidad de abstracción, de extraer
significados de los hechos empíricos captados por los sentidos, es decir, ideas y conceptos,
y relacionarlos entre sí para generar nuevos conceptos, en un desciframiento incesante de
los significados ocultos de la realidad. Y las especies animales carecen por completo de esa
capacidad. De hecho, todo lo que hacen es netamente instintivo: procurarse su alimento,
satisfacer su impulso sexual, guarecerse de las inclemencias del tiempo, evitar los peligros y
defenderse de los ataques de otros animales, etc.
La inteligencia es por lo tanto una barrera infranqueable, que separa a la especie humana
de todas las demás, y le otorga una evidente superioridad sobre ellas. Pero al mismo tiempo la
obliga a ejercerla responsablemente, en todas sus instancias y ámbitos de acción.
Más adelante veremos cómo la reflexión filosófica ha indagado qué es la inteligencia
humana, y cuáles son sus dinamismos operativos, sacando a luz su carácter inmaterial, y de-
finiéndola como algo perteneciente al plano del “espíritu”. Por ahora, revisemos cuáles han
sido sus manifestaciones más notorias y significativas a lo largo de la historia.

Los albores de la inventiva humana

Según lo descubierto por las investigaciones arqueológicas, los primeros inventos humanos
habrían sido las herramientas de piedra (entre otras, las hachas), y se estima que empezaron a
fabricarse hace unos 3 a 2,5 millones de años. Esas herramientas constituyen el primer indicio
de inteligencia, de la capacidad humana de “sacar” una idea que no existe en la naturaleza (el
hacha) de objetos naturales (las piedras). Las hachas habrían sido entonces el primer instru-
mento artificial con que el hombre inició el dominio tecnológico de la naturaleza. Ya detrás
de ese primer invento había una intención —la de cazar para alimentarse y extraer la piel de
los animales a fin de protegerse—, y toda intención tiene una connotación moral, en cuanto
discierne el bien del mal, o, como en este caso, apunta a mejorar las condiciones físicas de
la vida. Podemos entonces inferir que la experiencia moral de la especie humana comenzó al
mismo tiempo que sus primeros actos de supervivencia.
Otros hallazgos arqueológicos han revelado que las hachas de mano fueron perfeccio-
nándose a través del tiempo, hasta llegar hace unos setecientos mil años a una especie de “es-
tandarización” en muchos lugares incomunicados entre sí. Los expertos sostienen que eso no
es una casualidad, y el arqueólogo Gordon Childe llega a afirmar que constituye una prueba
más del desarrollo del pensamiento abstracto, pues para fabricar una herramienta estándar, el
hombre primitivo tuvo que tener primero la “idea” de qué es una herramienta en sí, es decir,
captar la “esencia” del concepto de herramienta. Otros han llegado a decir que las hachas de
piedra demuestran que el hombre primitivo tenía un sistema mental capaz de hacer aplicacio-
nes matemáticas elementales, sin contar con instrumentos de cálculo o medición.
Un segundo avance, de enorme trascendencia, fue el uso y control del fuego, que según
algunos cálculos se inició hace 1,4 millones de años. Ese logro crucial permitió al hombre
primitivo defenderse de los animales predadores, obtener calor, cocinar alimentos, cocer
arcilla para fabricar utensilios, ladrillos, etc., y más tarde emplearlo para fundir metales.
En China se han encontrado herramientas de piedra junto con restos animales carbonizados

149
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que datan de un millón de años, y el arqueólogo Johan Goudsblom señala que ninguna otra
especie animal ha logrado controlar el fuego como lo hicieron los hombres primitivos.
Las lanzas más antiguas encontradas hasta ahora se remontan a unos trescientos sesenta
mil a cuatrocientos veinte mil años (la más larga tiene 2,3 metros de longitud).
Los restos más arcaicos de un entierro descubiertos por los arqueólogos datan de noventa
a ciento veinte mil años, y fueron encontrados en dos cuevas del territorio de Israel.
Herramientas posteriores muestran una creciente diversificación, y características emana-
das de diseños preconcebidos (un paso más en el desarrollo de la inventiva creadora a partir
de ideas abstractas). Para Paul Mellars (Universidad de Cambridge), eso configura ya casi una
cultura, articulada por normas de conducta, e implica planeamientos a largo plazo y comporta-
mientos estratégicos (anticipación de comportamientos futuros). Según él, nada de eso habría
podido hacerse sin lenguaje. Según Merlin Donald (Universidad de Toronto), el período situa-
do entre cuatrocientos mil y cincuenta mil años atrás es posiblemente el más trascendental de
la historia humana, en el sentido de que desarrolló las aptitudes mentales y generó las pautas
creadoras que dieron origen a todos los avances posteriores hasta hoy: lenguaje (mímico, y
probablemente oral), intercambio y coordinación social, investigación e inventiva, educación
de los jóvenes (transmisión de conocimientos e iniciación en toda clase de aprendizajes), etc.
Por su parte, Stephen Oppenheimer (Universidad de Oxford) agrega en su libro Los
senderos del Edén: Orígenes y evolución de la especie humana, que los primitivos usaban
pigmentos hace 280 mil años, que unos 130 mil años atrás fabricaban pendientes hechos
de conchas perforadas, y lápices de hematites y herramientas de hueso hace unos 100 mil
años. Según él, hace ciento cuarenta mil años ya habían aparecido “la mitad de las catorce
pistas de comportamiento y de las habilidades cognitivas que sustentaron las que al final
nos llevaron a la luna”.

El impulso artístico

Hace unos cuarenta mil años irrumpieron como un fenómeno súbito las primeras mani-
festaciones artísticas, cuyos principales vestigios son las pinturas rupestres encontradas en
Europa y otros lugares como Australia; las estatuillas llamadas Venus (Europa oriental y
occidental), y las cuentas multicolores. Lo que impresiona en ese arte incipiente es su pro-
liferación, su belleza, su perfección técnica, y sobre todo sus formas, análogas a las del arte
moderno. Según los especialistas, ese brote creador marca la transición del Paleolítico medio
al Paleolítico superior.
Algunos estudiosos han formulado la hipótesis de que las pinturas rupestres, simultánea-
mente a su significado artístico, tenían un propósito pragmático: “inventariar” los animales
que vivían en las respectivas zonas, a fin de tener un registro que permitiera planificar las fae-
nas de caza. Otros aventuran que esas pinturas pueden también haber formado parte de cultos
rendidos a los animales. En este sentido, el francés André Leori-Gourham piensa que el arte
rupestre europeo es vestigio de “una religión de las cavernas”.
Además, las cavernas que albergan las pinturas rupestres estaban provistas de lámparas
primitivas, algunas fabricadas con mechas de musgo untadas con grasa animal.
Dos preguntas permanecen aún sin respuesta. La primera es: ¿Por qué ese arte surgió
como algo “acabado”, sin que se hayan encontrado fases de desarrollo anteriores, más rudi-
mentarias? La segunda: ¿Cuál fue su exacto significado, uno de los que se acaban de mencio-
nar, todos, o algún otro?

150
Sebastián Burr

En cuanto a las estatuillas de Venus, Olga Soffer (Universidad de Illinois) señala que
algunas parecen llevar en la cabeza gorras tejidas, a raíz de lo cual piensa que ya entonces
existía la fabricación de textiles, aduciendo además que en Rusia y Moravia ha encontrado
impresiones de redes en fragmentos de arcilla del Paleolítico superior.
Tenemos entonces que, muchos miles de años antes de que se constituyeran los sistemas
de vida que hoy llamamos civilizados, ya los seres humanos habían puesto en marcha una de
las capacidades más altas de la inteligencia humana: la creatividad artística. Los vestigios de
esa eclosión que perduran hasta hoy son sólo pictóricos, aunque quizás hubo otras manifes-
taciones que no pudieron dejar rastros arqueológicos (por ejemplo, expresiones primitivas
de la música y de la danza). Pero aun el caso de que ese arte primitivo se haya reducido a las
pinturas de las cavernas, evidencia un alto grado de desarrollo, que desmiente rotundamente
el nivel “animalesco” atribuido por el modernismo a los hombres del Paleolítico.

El misterio de las “cuentas”

Las cuentas más antiguas (cuya data oscila entre setenta y cinco mil y ochenta mil años)
han sido encontradas en Sudáfrica. En Sungir, Rusia, se descubrió una serie de entierros
(veintiocho mil años de antigüedad) en los que había una cantidad impresionante de cuentas
adornando los cuerpos. El arqueólogo Randall White estudió tres de esos cuerpos: el de un
anciano (2.936 cuentas), el de un niño (4.903) y el de una niña (5.274). Calculó que fabricar
cada cuenta tomaba de una a tres horas, de modo que la fabricación total de esas cuentas
habría requerido entre dieciocho y cincuenta y cuatro meses de trabajo ininterrumpido. Ante
tan pasmoso resultado, conjeturó que tales cuentas no podían haber tenido sólo un propósito
ornamental, sino que debían haber sido empleadas para señalar y diferenciar rangos sociales,
o tal vez para representar simbolismos religiosos.
Por otra parte, el solo hecho de las cuentas y otros objetos encontrados en las tumbas
primitivas permite conjeturar que esos hombres creían ya en la existencia de otra vida después
de la muerte, lo que contiene implícita la creencia en el alma.
En el año 2003 se encontraron varias figuras talladas en marfil en una cueva situada en
las montañas de Jura (Baviera).

La explosión de la creatividad y los indicios de la religiosidad primitiva

Los inventos siguieron proliferando durante el Paleo­lítico superior y el proto-Neolítico, tanto


en Europa como en África y Asia (incluida Siberia). Se mejoraron las técnicas de caza, y se
fueron fabricando sucesivamente nuevos utensilios y armas, tanto de piedra como de hueso:
buriles, raspadores, punzones, cuchillos, agujas para coser, herramientas con empuñadura,
piedras de moler, arpones, dispositivos para arrojar lanzas, etc. Más tarde aparecieron el arco
y la flecha, la honda, la daga, la maza, y ciertas técnicas rudimentarias de anotación.
Uno tras otro, esos descubrimientos dan cuenta de dos hechos prehistóricos incuestiona-
bles: el progresivo desarrollo de las capacidades potenciales de la inteligencia humana, y la
creencia primitiva en la existencia del espíritu.
El filósofo español Leonardo Polo, en su libro Quién es el hombre, señala que los ves-
tigios más antiguos descubiertos sobre la religiosidad prehistórica evidencian invariable-
mente una creencia monoteísta (un solo Dios), y que las muestras de cultos politeístas son

151
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

posteriores, lo que según él permite pensar que el politeísmo habría sido una especie de
“degradación” del monoteísmo original.
“… los fenómenos de degeneración de la religión —dice Polo— son en realidad compli-
caciones de formas primitivas a las que cabría llamar religiosidades puras. Todo parece indi-
car que ése fue el tipo de religiosidad de los pueblos más arcaicos, pues así se constata en los
testigos que aún existen como sobrevivientes de lo que se suele llamar las preculturas propias
del hombre ancestral, y que se han podido estudiar en nuestra época”.
Entre esas preculturas sobrevivientes, Polo analiza con especial detención dos casos: el
de los pigmeos y el de los patagones que habitaron hasta hace poco el extremo sur de América.
“Los pigmeos son un pueblo cazador, y casi todos los patagones se dedicaban al pasto-
reo. Es común a ambos la convicción sobre la existencia de un Dios único. Evidentemente,
las preculturas son formas de vida detenidas, restos de la era primitiva. Por tanto, se puede
suponer que esta creencia (monoteísta) tiene un origen muy remoto y que no es producto de
una elaboración (posterior)”.
Precisa además que se han encontrado indicios de una creencia monoteísta en los oríge-
nes de la religiosidad de los pueblos nórdicos de Europa, como también en la de los indios
pericúes del golfo de California. Y añade:
“Se pueden entonces sentar ya ciertas conclusiones: la religiosidad primitiva es sen-
cilla, y se centra en nociones no teológicas (es decir, no elaboradas a través de la reflexión
racional). Comporta una adecuada visión de Dios, aunque no es filosófica ni está desarro-
llada, ni tampoco versan sobre ella los ritos mágicos. La segunda conclusión es que hubo
una decadencia religiosa, por complicación del poder humano con las fuerzas desconocidas
de la naturaleza”.
Por su parte, el ya mencionado investigador Merlin Donald piensa que el lenguaje primi-
tivo sirvió en primera instancia para la elaboración de un pensamiento “mítico”. Fundamenta
esa teoría en sus estudios personales de tribus que sobreviven actualmente, y cuya cultura es
casi la misma de la “edad de piedra”. Esas observaciones lo han hecho concluir que en sus
orígenes el lenguaje fue empleado predominantemente para crear modelos con­ceptuales del
universo, grandes síntesis unificadoras, a medida que se desarrollaban la conciencia indivi-
dual y grupal. Agrega que después fue usado para muchos otros fines, pero sostiene que el
pensamiento mítico fue su propósito original.
A mi juicio, el mayor valor de esta hipótesis de Donald es que apunta a señalar la remota
aparición de paradigmas intelectuales o culturales que intentaban explicar el mundo y la vida
humana, dando un significado global y coherente, es decir metafísico, a la multiplicidad de
cosas y fenómenos que configuraban la realidad perceptible por los sentidos. Y la importan-
cia de esos intentos explicativos, al margen de su validez objetiva, está en que demuestran la
necesidad de una comprensión cósmica y trascendente de todo lo que existe, inscrita indele-
blemente en la naturaleza humana. Desde entonces hasta ahora, la búsqueda de un paradigma
totalizador, que responda a todas las preguntas de fondo que se plantea nuestra inteligencia
sobre el hombre y el mundo, sigue siendo el impulso secreto que ha animado a través de la
historia las innumerables indagaciones llevadas a cabo en las distintas áreas del conocimiento.
Uno de los muchos hechos asombrosos que nos vinculan con esa época, tan distante en
el tiempo, es que las preguntas humanas trascendentes son hoy básicamente las mismas que
se hicieron esos primitivos. Sus respuestas pueden haber sido erróneas, ingenuas o fantasio-
sas, pero sus preguntas no lo fueron. Nacieron de la condición ontológica común a todo el
género humano, de ese sustrato espiritual invisible que nos convierte a todos en interpelado-
res y descifradores de la realidad.

152
Sebastián Burr

El invento trascendental

La invención más colosal de la humanidad prehistórica, reconocida como tal por todos los in-
vestigadores, fue el lenguaje. Constituyó una creación eminentemente metafísica y progresiva
de la inteligencia humana, un sistema en el que fueron cristalizando e integrándose todos los
avances que se iban logrando en el conocimiento, en el desarrollo tecnológico, en la interacción
social, en el manejo del medio ambiente, en el descubrimiento de los significados de la vida
y del mundo. El lenguaje fue y sigue siendo el instrumento nuclear y más potente de todo el
progreso humano, incomparablemente superior a todos los inventos de nuestra época moderna,
e incluso mucho más complejo, porque constituye la clave operativa-instrumental mediante la
cual el entendimiento lleva a cabo su tarea esencial: el desciframiento de la realidad. Y fueron
los hombres primitivos quienes diseñaron sus articulaciones fundamentales, primero en los
rudimentos de la mímesis (lenguaje gestual) y luego en su forma oral (palabras habladas), hasta
fijarlo finalmente en sistemas de signos visibles, perdurables en el tiempo (escritura).
Hay investigadores que sitúan la invención del lenguaje (gestos y sonidos dotados de sig-
nificado) hace 1,75 millones de años. Pero no existen pruebas de que los hombres anteriores
a esa data carecieran de lenguaje. Por lo tanto, es perfectamente lógico pensar que el lenguaje
se generó en el momento mismo en que aparecieron en la tierra los primeros seres humanos,
puesto que es una emanación natural de la inteligencia.
En su libro Ideas, que constituye un impresionante registro de los avances humanos
desde los orígenes del hombre hasta hoy, Peter Watson hace una relevante consideración
respecto al lenguaje de los primitivos, agregando otra respecto a su capacidad de organi-
zación social: “Podemos hacer muchas otras inferencias sobre el pensamiento del hombre
primitivo a partir del análisis de sus herramientas y comporta­mientos y del estudio de los
primates y otros mamíferos. Una es la es­tandarización de las herramientas de piedra. ¿Es
posible que esto haya ocurrido sin lenguaje?, dicen algunos paleontólogos. El maestro,
argu­mentan, habría necesitado del lenguaje para transmitir al estu­diante la forma exacta
que debía tener la nueva herramienta. De igual forma, el desarrollo de elaborados siste-
mas de parentesco habría su­puesto la aparición de palabras para describir las relaciones
entre los distintos parientes. Algunos primates, como los chimpancés y los go­rilas, tienen
rudimentarios sistemas de parentesco: las madres recono­cen a sus crías, y los hermanos se
reconocen entre sí ocasionalmente. Pero éstos no están muy desarrollados, y son inconsis-
tentes y poco fia­bles. Las “unidades familiares” de los gorilas, por ejemplo, no son lo que
entendernos por un grupo de parientes”.
Ahora bien, el lenguaje humano presenta una característica quizás aún más asombro-
sa, pues se ha diversificado a través de la historia en una fantástica cantidad de idiomas y
dialectos: aproximadamente 6.800. Y sin embargo, pese a esa increíble diversidad, todos
los idiomas y dialectos registran significados análogos, y sólo difieren en el número de pa-
labras que los configuran, y en las cargas valorativas, afectivas o intencionales de algunos
de sus vocablos. Eso demuestra que la inteligencia humana opera básicamente de la misma
manera en todas las épocas, lugares y circunstancias, y que los sistemas lingüísticos están
circunscritos a la cantidad y al tipo de conocimientos que logra adquirir cada conglomerado
humano, conocimientos que a su vez dependen de las características del mundo y de la vida
que a cada uno le toca enfrentar en su propio escenario geográfico y ambiental.
Mientras más palabras posee un idioma o dialecto, mayores son los componentes y di-
ferencias de la realidad que logra atrapar. Eso confirma que son cristalizaciones del nivel de
conocimientos alcanzado por el conglomerado humano del cual proceden.

153
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ante esta nueva “sorpresa” cultural, es inevitable preguntarse por qué se ha generado
esa impresionante cantidad de idiomas y dialectos a lo largo de la historia. La explicación
más generalizada que han dado los expertos es que los núcleos humanos primitivos, e inclu-
so los que se fueron formando después —tribus, pueblos, naciones, etc.—, se constituyeron
forzosamente, por razones de supervivencia y autodefensa, como organizaciones cerradas
(originalmente de mil a dos mil individuos), sin intercambios culturales con otros grupos
(precisamente para defenderse de ellos), y cada uno se vio obligado a crear su propio len-
guaje. Así por ejemplo, los europeos que descubrieron Australia encontraron allí unas dos-
cientos setenta lenguas aborígenes. Y ese “aislacionismo” cultural se mantuvo cuando esos
núcleos originales fueron creciendo y transformándose en tribus, pueblos, e incluso en brotes
incipientes de organizaciones sociales civilizadas, lo que provocó una creciente diversifi-
cación lingüística. Posteriormente, el surgimiento progresivo de ciudades (otro desarrollo
del mundo antiguo, generado por la implantación de la agricultura, fenómeno cultural que
revisaremos más adelante) introdujo aperturas al intercambio, primero de tipo comercial, y
después en otros ámbitos de la actividad humana; pero a esas alturas ya estaban configura-
dos, al menos básicamente, los distintos idiomas y dialectos. Parece una explicación bastante
convincente. En todo caso, cualquiera que haya sido la causa de tal diversificación, lo que
constituye su trasfondo esencial, como ya se señaló, es el carácter analógico de todas esas
creaciones idiomáticas, y cómo en cada caso la inteligencia siguió un itinerario similar de
captura de significados universales, compartidos por toda la humanidad.
Por otra parte, hay lingüistas que han investigado las similitudes que existen entre los
idiomas y dialectos, y que piensan que todos proceden de ciertas lenguas “madres” origi-
nales, y quizás de una sola gran “matriz” primitiva. No existen pruebas concluyentes al
respecto, pero las investigaciones continúan, y es posible que se logren mayores avances y
esclarecimientos en este sentido.
Otra pregunta, que aún no tiene respuesta empírica, es cómo pudieron sobrevivir los
idiomas y dialectos primitivos a través del tiempo (miles de años), antes de la invención de la
escritura. ¿Qué grado excepcional de memoria colectiva y de precisión cognitiva (persistencia
del significado de los sonidos orales o palabras habladas de generación en generación) permi-
tió semejante hazaña cultural? Creo que la respuesta a este misterio es de carácter metafísico:
la capacidad ilimitada de la inteligencia humana, y su también ilimitada capacidad retentiva
(almacenamiento del conocimiento).
En síntesis, el lenguaje es otra prueba patente de que lo que llamamos naturaleza humana
sobrepasa absolutamente los límites de la materia y del registro puramente sensorial de la
realidad. Y el rompimiento de esos límites permite concluir, por deducción estrictamente ló-
gica, que la inteligencia es una entidad inmaterial, perteneciente a otro ámbito completamente
distinto del plano físico: el ámbito del espíritu.
Finalmente, el lenguaje alcanzó su clímax de desarrollo con la invención de la escri-
tura. Ciertos descubrimientos arqueológicos, como el de un cuerno en el que están graba-
dos dos caballos, encontrado en la cueva de La Marche (Francia), han inducido a algunos
investigadores a sostener la aparición previa de una proto-escritura, pues sobre las figuras
de ambos animales hay varias filas de marcas o muescas, en parte similares a las usadas en
la escritura cuneiforme. Marcas parecidas se han encontrado grabadas en huesos y otros
materiales hallados en diferentes lugares (a veces líneas, figuras geométricas, volutas, o
garabatos), lo que ha generado la teoría de que esas marcas son el comienzo embrionario
de lo que los antropólogos llaman “sistemas de memoria artificial” (al fin de cuentas, eso
es la escritura).

154
Sebastián Burr

En todo caso, existe consenso general en cuanto a que la escritura hizo su primera aparición
en Mesopotamia, unos 5.300 años atrás209. Un segundo sistema de escritura —los jeroglíficos—
surgió en Egipto, unos doscientos años después.
Hacia el 1300 a.C., apareció en China una variante de los pictogramas: la escritura ideo-
gráfica. Nótese que la incomunicación entre esos pueblos seguía estando presente.
Pero el avance más determinante fue la invención del alfabeto, que también tuvo lugar
en el Asia Menor. Sus principales artífices en esa región fueron los fenicios, pero serían los
griegos quienes lo consolidarían como sistema completo, capaz de registrar todas las articula-
ciones fonéticas del habla humana.
El alfabeto está considerado el avance cultural más revolucionario y trascendental lo-
grado en toda la historia de la humanidad. Otro desarrollo sin parangón en el modernismo.
Todos los sistemas escritos son el resultado de una altísima complejidad y abstracción,
y ambas condiciones alcanzan su clímax en la escritura alfabética, que mediante unos pocos
signos (27 letras en nuestro alfabeto) permite formar millones y millones de palabras, sin
límite conocido.
El historiador H.W. Saggs ha dicho que “ninguna invención ha sido más importante
para el progreso humano que la escritura”. Y Peter Charvat la considera “la invención de
las invenciones”.

La mayor migración de la historia

Otro acontecimiento extraordinario ocurrido en el mundo antiguo, antes de la invención de


la escritura, fue la migración de grandes contingentes humanos desde Asia hasta América, y
probablemente a otras latitudes.
Primitivamente, el estrecho de Bering, que actualmente separa el continente asiático del
continente americano, era tierra o hielo firme, y sólo se convirtió en un brazo de mar hace
unos 10.000 años atrás. Antes que eso ocurriera, durante unos 15 mil años, sucesivas oleadas
migratorias procedentes de Asia recorrieron Siberia, cruzaron ese puente natural y empeza-
ron a poblar América empezando por Alaska, hasta llegar a Tierra del Fuego210. La formación
del estrecho de Bering hace unos 10.000 años creó una barrera marítima que detuvo ese
proceso migratorio (era imposible cruzarlo navegando, debido a las turbulentas condiciones
climáticas de esa región ártica), y desconectó por completo ambos mundos humanos. Por la
misma época, también Australia se separó de Asia, configurando una enorme isla, núcleo del
actual continente de Oceanía.
El poblamiento humano de Siberia, y la posterior traslación de algunos pueblos asiáticos
a América, fueron posibles gracias a otra hazaña tecnológica: la llamada “conquista del frío”,
dadas las bajísimas temperaturas existentes en esa región, y ha hecho deducir a los expertos
que, además del control del fuego, esos primitivos habían desarrollado ya diversas técnicas de
fabricación de prendas de vestir.
209 La principal fuente al respecto es el hallazgo de miles de tablillas de cerámica encontradas en las excavaciones de la ciudad
sumeria de Ur, grabadas con dibujos (pictogramas) mediante cuñas (escritura cuneiforme).
210 Según los descubrimientos hechos a partir de la apertura del ADN, los seres humanos descienden de un mismo árbol genea-
lógico. Tienen un ancestro común, que habitó en Africa, y que hace unos 60 mil años se expandió hacia otros continentes
para poblar el mundo. Tres linajes genéticos, procedentes de Asia Central, Asia Oriental y Siberia (aún podrían aparecer
otros), explican el poblamiento de América, que comenzó hace más o menos 25 mil años, cuando atravesaron el estrecho de
Bering. Una cuarta rama (M3), derivada de esas tres en Norteamérica, se desplazó hacia el sur para poblar mayoritariamente
el territorio sudamericano. Esa migración fue reconstituida en detalle por el proyecto Genographic, impulsado cuatro años
atrás por National Geographic y la empresa de computacion IBM.

155
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Hoy los estudiosos coinciden en que todos los indígenas americanos descienden de las
etnias inmigrantes venidas de Asia.
Se plantea entonces una nueva pregunta, igualmente desconcertante. Los últimos inmigran-
tes asiáticos que llegaron a América lo hicieron hace unos 10.000 años, cuando aún no existía en
el Viejo Mundo la escritura, posiblemente tampoco la agricultura, y en todo caso ninguno de los
grandes avances tecnológicos de las civilizaciones posteriores: arquitectura, sistemas numéricos,
calendario, organización social, códigos legales, técnicas agrícolas, carreteras, etc., etc. ¿Cómo,
entonces, algunos pueblos americanos, sobre todo los mayas, los aztecas y las culturas preincai-
cas, desarrollaron sus propias y notables civilizaciones, si no contaban con modelos provenientes
del Viejo Mundo, que no existían allí cuando cesó la última migración? (Piénsese por ejemplo en
la similitud que existe entre las pirámides egipcias y las mayas, en las técnicas agrícolas creadas
por los indios americanos, en sus sistemas de escritura, en sus sofisticadas creaciones artísticas,
y en otras tecnologías que no pueden haber sido trasplantadas del Viejo Mundo). A mi juicio, ese
paralelismo creador, en el que no hubo intercambios recíprocos, prueba una vez más la naturaleza
abstractiva, diferenciada e integrada de la inteligencia humana, y la existencia en ella, en estado
potencial, de ciertos patrones creadores comunes, de los cuales han emanado inventivas análogas.
Todos estos antecedentes y muchos otros, tan numerosos que no es posible registrar-
los en este libro, nos permiten arribar razonablemente a una gran certidumbre: desde su
mismo origen, la especie humana ha evidenciado los signos inequívocos del espíritu: en-
tendimiento teórico, inteligencia práctica, conciencia, fe natural, creatividad, intencio-
nalidad (elección de fines), autodeterminación, autosuficiencia individual y colectiva,
condición moral y ética (libertad electiva, discriminación entre el bien y el mal), necesi-
dad y búsqueda de significados trascendentes (Dios, el alma, creencia en otra vida, etc.).

La “primera ola” civilizadora

Otro de los avances trascendentales del hombre primitivo, ocurrido hacia el fin de la prehisto-
ria, fue la invención de la agricultura, a la cual se asoció la domesticación de los animales, y
tuvo lugar en algún momento situado entre 14.000 y 6.500 años atrás.
Esa revolución ha sido denominada por el analista Alvin Toffler “la primera ola” civiliza-
dora. Según él, la segunda fue la revolución industrial, y hay una tercera “ola” que ya se está
incubando, aunque todavía no es posible darle un nombre preciso, pues se desconoce cuáles
serán sus características definitivas.
Pese a todas las investigaciones hechas al respecto, no se ha logrado establecer con cer-
teza por qué surgió la agricultura. Existen dos tipos de teorías explicativas: unas ambientales
y económicas, y otras religiosas. En todo caso, se ha logrado averiguar que hasta hace unos
12.000 años la atmósfera de la tierra era mucho más fría y variable que en nuestro tiempo, y
que partir de entonces la temperatura aumentó considerablemente y tendió a estabilizarse, lo
que habría favorecido el surgimiento de la agricultura. Pero ese cambio climático está lejos
de explicar la causa real de ese salto tecnológico, y cómo se produjo. También se sabe que la
civilización agrícola emergió independientemente en dos regiones del mundo: la “media luna
fértil” del cercano Oriente, y Centroamérica (Panamá y el norte de México). Hay otros cinco
lugares en los que también apareció, pero no es seguro que haya sido de manera autónoma, y
no por difusión de las técnicas desarrolladas en las dos mencionadas regiones.
Las primeras especies vegetales cultivadas agrícolamente en Oriente fueron el trigo raci-
mal, el trigo alonso, la cebada, el guisante, la lenteja, el garbanzo, la arveja amarga y el lino.

156
Sebastián Burr

La domesticación de ani­males en la misma región —cabras, ovejas, cerdos y ganado


vacuno— se inició al parecer hace unos 9.000 años, unos dos mil después de las primeras
experiencias agrícolas. Posteriormente, a fines del tercer milenio a.C., tuvo lugar la domes-
ticación del caballo.
La agricultura y la domesticación animal reemplazaron a la caza y la recolección, que hasta
entonces habían constituido los únicos métodos disponibles para obtener alimentos, pieles, ma-
deras, materiales óseos, etc., y asimismo al nomadismo (los primitivos tenían que ir de un lugar
a otro en busca de su alimento), y contribuyeron a consolidar definitivamente los modos de vida
sedentarios (se han descubierto algunas poblaciones sedentarias anteriores a la agricultura).
De ahí en adelante, el sedentarismo fue un sistema altamente propicio para toda clase
de nuevos inventos y avances: construcción de viviendas, poblados y ciudades, con el
consiguiente desarrollo de la arquitectura; fabricación diversificada de vestuario, herra-
mientas, utensilios, implementos y artefactos domésticos; innovaciones culinarias; téc-
nicas de grabado, cincelado, teñido y coloración; creciente organización social, sistemas
de escritura, progresivo desarrollo de la investigación, del conocimiento, de la creación
artística, de las creencias y sistemas religiosos, etc. Por último, dio origen a un creciente
intercambio intercultural, que se inició como ya se dijo en el comercio, y se abrió después
a todos los planos del quehacer humano.
Respecto a las tres “olas civilizadoras” señaladas por Alvin Toffler —clasificación
que comparten muchos otros analistas—, creo oportuno hacer una reflexión sobre lo que
él denomina “Tercera Ola”, que es la fase que hoy se está incubando en el mundo, y cuyos
incesantes cambios, de una u otra manera, están afectando a casi todos los habitantes del
planeta. Toffler dice que esta fase aún no tiene un nombre definido, y tampoco carac-
terísticas que hoy podamos describir con exactitud, pero que sus señales son cada vez
más evidentes, y que se multiplican en progresión geométrica, a una velocidad cada vez
mayor. Y añade que su impulso protagónico es el avance científico-tecnológico, que en
poco tiempo dejará atrás los parámetros, dinamismos y modos de vida instaurados por la
Revolución Industrial (la “Segunda Ola”).
Aunque Toffler plantea algunas dudas e interrogantes en cuanto a si esta Tercera
Ola significará un progreso real desde el punto de vista humano, concluye en definitiva
que el rumbo de los avances científicos y tecnológicos no podrá ser modificado, porque
constituyen un proceso irreversible, y que por lo tanto la única alternativa que nos resta
es adaptarnos a ellos, pues sólo los que se adapten sobrevivirán. Más aún, sostiene que
tal adaptación ni siquiera requerirá inventar nuevos modos de vivir, pues los cambios los
generarán por sí mismos.
Pese al extenso y documentado análisis que hace Toffler de la incipiente eclosión de
este macrofenómeno de nuestro tiempo, y de sus previsibles proyecciones hacia el futuro,
sus predicciones al respecto coinciden en gran medida con las del progresismo modernista,
en el sentido de que el progreso científico-tecnológico se ha convertido en un proceso prác-
ticamente autónomo, cuya posibilidad de ser controlado por el hombre es insignificante.
Todo parece indicar que los cambios no pueden ser detenidos, pues configuran una
trama “sináptica”, múltiple e interactuante, cuyos millones de dinamismos se alimentan
unos a otros mediante innumerables conexiones e intercambios, y cuya paralización en
cualquier punto provocaría el colapso en cadena de todo el proceso, o de gran parte del
mismo (el llamado “efecto dominó”). Pero una cosa es que los cambios no puedan ser
detenidos, y otra muy distinta es que no puedan ser reorientados moral y éticamente,
para conferir a la civilización del mañana un sentido mucho más humano. Esa alternativa

157
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

humanista forma parte sustancial de la propuesta de este libro. Y no es una alternativa


quimérica, ni mucho menos; al contrario, constituye una exigencia ineludible de esta en-
crucijada inédita a la que hoy nos enfrentamos, tan ineludible, que a mi juicio no existe
otra salida que pueda evitar el colapso de este designio civilizador urdido al margen de
los códigos de la ontología humana y de la ecología natural. Los mismos hechos están
demostrando dramáticamente que la aplicación durante cuatro siglos del modelo progre-
sista-materialista, sustentado en la creencia de que todo avance empírico de la ciencia y
la tecnología produce automáticamente un mejoramiento de la vida humana, es la peor
equivocación cometida por el modernismo. Cada vez se hace más patente que esos avan-
ces, despojados de significado antropológico y moral, están generando fracturas en todos
los planos, y que los mismos conductores del proceso no saben cómo diagnosticarlas,
y menos repararlas y revertirlas. Esas fracturas están a la vista en el plano ecológico, y
aunque muchos se resisten a reconocerlas en el plano moral, porque el modernismo los
ha convencido de que la condición moral del hombre es sólo un embuste cultural del pa-
sado, se multiplican día a día en el fracaso de los modelos sociopolíticos, en el creciente
aumento de las patologías mentales, en la progresiva atrofia de las facultades superiores
en las masas asalariadas de la población mundial, en el miedo y la desesperanza que se
propagan como un virus secreto por millones y millones de conciencias humanas.
¿Qué es lo que en definitiva nos están diciendo esas señales? Que el hombre no
puede vivir sólo de ciencia y tecnología, que existen en su naturaleza requerimientos
superiores, metafísicos y morales, y que esos requerimientos sólo pueden ser satisfechos
por una civilización que, sin frenar ninguno de sus avances, los convierta en conquistas
del espíritu, realmente concordantes con nuestra condición antropológica esencial.

La Gran Diosa y el dios Toro

Según algunos investigadores, las primeras divinidades concretas de los primitivos habrían
sido la Gran Diosa (símbolo de la Tierra, de la fertilidad creadora), y el Toro (símbolo mas-
culino del poder), de los cuales se han encontrado representaciones similares en diversas
regiones y culturas del mundo antiguo, nuevamente sin comunicación conocida entre ellos.
Pero existen otras teorías que ofrecen explicaciones diferentes, bastante dispares entre
sí. Además, la creencia en esas dos divinidades habría surgido durante el Neolítico, lo
que deja en completa incógnita las creencias religiosas del Paleolítico. No han aparecido
antecedentes que permitan negar la aparición de la religiosidad simultáneamente con la
aparición de la especie humana, y ya se ha mencionado lo que dicen al respecto Leonardo
Polo y Merlin Donald. Por lo tanto, es perfectamente posible que los primeros seres hu-
manos hayan sido igualmente religiosos.

El avance metalúrgico

En cuanto al procesamiento tecnológico de materias naturales mediante el fuego, el primer pro-


ducto obtenido fue la cerámica. La siguieron los metales, el vidrio, la terracota y el cemento.
Está claro que el medio original empleado para fundir metales no fue el fuego pro-
ducido por las fogatas. Ese calor, por muy grande que sea una hoguera, no habría podido
alcanzar los 700 a 800 grados Celsius que requiere para fundirse un mineral de cobre

158
Sebastián Burr

como la malaquita, y el cobre puro requiere sobre 1.083 grados C para alcanzar el punto
de fusión. Se necesitaron para tal proceso hornos y fuelles de fundición sumamente so-
fisticados (otro invento sorprendente).
Se conjetura que las técnicas de fundición se desarrollaron a partir del 5000 a.C. En
todo caso, está comprobado que la fundición del cobre estaba ya extendida en casi todo el
mundo antiguo alrededor del 3800 a.C. Desde entonces y hasta el 2000 a.C., el cobre fue
el metal dominante en Asia occidental y el norte de África.
Al procesamiento del cobre fundido siguieron el del bronce y el del hierro. El “in-
vento” del bronce ocurrió entre el 2000 y el 1750 a.C., y continúa siendo otro misterio no
resuelto, pues se obtiene de una aleación de cobre y estaño, y este último metal es bas-
tante escaso, y nunca se encuentra en estado puro; sólo en compuestos químicos. ¿Cómo
se les ocurrió a sus inventores esta fusión tan especial, no existente en la naturaleza, que
además contiene a veces ciertas proporciones de plomo, hierro y arsénico? ¿Cómo obtu-
vieron el estaño puro? ¿Y por qué el bronce se difundió tanto y tan rápidamente, pese a la
escasez del estaño? El bronce fue preferido al cobre porque es más duro y maleable, pero
eso no contesta ninguno de los anteriores interrogantes. Por último, en ninguna excava-
ción se han encontrado muestras de estaño puro, salvo una anterior al 1500 a.C.
La llamada Edad del Bronce alcanzó su apogeo alrededor del 1400 a.C. Todavía el
hierro era escaso, aunque su fundición pudo haber empezado aisladamente antes que la
del cobre. En una excavación realizada en Asia occidental se encontró un instrumento
de hierro fundido, cuya antigüedad se remonta al 5000 a.C., junto con otros de hierro
meteórico (proveniente de meteoritos, ya que tampoco el hierro se encuentra en estado
puro en la naturaleza).
La explotación sistemática del hierro fundido, que era considerado un metal precioso,
más valioso que el oro, parece haberse iniciado en las costas del Mar Negro, lugar en el que
existían abundantes yacimientos de ese mineral. Pero la llamada Edad del Hierro empezó
cuando ese metal dejó de ser precioso y su valor descendió por debajo del de otros metales.
Se supone que la transformación del hierro en acero mediante la carburación211 se
desarrolló a partir del 1200 a.C., en las zonas costeras del Mediterráneo oriental.

El reemplazo del trueque por el dinero

Desde sus inicios, la metalurgia fue una tecnología altamente desarrollada, que permitió fa-
bricar toda clase de armas y herramientas. Ya en el 3000 a.C. se fabricaban cierto tipo de sol-
daduras, clavos y remaches; siguieron los enchapados en oro, la técnica de la cera para hacer
esculturas en bronce, los espejos metálicos, y por último un avance de inmensas repercusiones
económicas: las monedas, que reemplazaron al sistema de trueques y dieron origen al dinero,
un concepto económico igualmente abstracto, y por lo mismo detonador de innumerables
progresos hasta el día de hoy.
Las primeras monedas se fabricaron en Lidia (la actual Turquía), entre el 640 y el
630 a.C.
Los cambios que provocó la invención del dinero (inicio del sistema monetario
como hoy lo concebimos) fueron enormes y de todo orden: económicos, sociales, po-
líticos y culturales. Aparecieron los mercados al por menor, donde todos podían com-
prar y vender cualquier cosa por dinero. Permitió a muchos independizarse de su grupo
211 Mezclado con carbono.

159
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

familiar. Generó nuevos vínculos entre las personas, imposibles de darse mediante el
trueque. El trabajo y la mano de obra humana se convirtieron en mercancías valorables
en dinero, y hasta el tiempo empezó a ser valorado también en esos términos.
Grecia absorbió rápidamente ese nuevo invento, debido a su cercanía con Lidia. El
dinero impulsó allí la democratización política, y las ciudades-estado donde se estableció
la democracia fueron aquellas que tenían monedas y economías de mercado fuertes. El
incremento del comercio generó más dinero, y los que lo poseían pudieron dedicar buena
parte de su tiempo, o casi todo, a actividades superiores: la filosofía, las matemáticas,
las ciencias empíricas, el arte, la teoría política, etc. De esta manera, la invención de la
moneda, y sus efectos en la economía griega, pueden haber contribuido (como factor se-
cundario) al excepcional nivel alcanzado en esa época por la cultura helénica en el plano
del pensamiento, superior al todos los demás pueblos de la antigüedad.
En su libro Filosofía del dinero, el historiador económico Georg Simmel dice que
“la idea de que la vida está fundada básicamente en el intelecto, y el que el intelecto se
acepte en la vida práctica como la más valiosa de nuestras energías mentales, va de la
mano con el desarrollo de la eco­nomía monetaria… aquellas clases profesionales cuya
productividad está fuera del ámbito de la economía propiamente dicha, sólo emergieron
en la economía monetaria, que permitió la aparición de aquellos involucrados con acti-
vidades específicamente intelectua­les, como los maestros y los literatos, artistas, médicos,
eruditos y fun­cionarios públicos”.
A mi juicio, esto es básicamente cierto, y respalda el planteamiento hecho en este
libro de que el ser humano posee un dinamismo interactuante, en el que lo económico
también produce efectos valóricos y morales en los demás ámbitos de su vida, y vice-
versa. Por lo tanto, se requiere proporcionar a todos los ciudadanos condiciones y opor-
tunidades reales de mejoramiento económico, y mecanismos de acceso a la propiedad
en cuanto activa, porque sólo así podrán acceder a espacios mentales que les permitan
desarrollar sus facultades superiores.
Me parece oportuno en este momento reiterarle al lector que el recorrido histórico
que estamos haciendo en este capítulo no es ajeno a los propósitos fundamentales de
este libro, pues tiene por objeto demostrarle al modernismo que el proceso civilizador
no comenzó con la implantación de sus paradigmas en Occidente, sino con la aparición
misma del hombre en el mundo.

La rueda y el auge del urbanismo

Unos 5.000 años a.C., se inventó en Mesopotamia la rueda, que actualmente constituye un
artilugio multifuncional e insustituible del progreso tecnológico contemporáneo.
A partir de la invención de la rueda, los sumerios inventaron el carro, que generó
enormes avances en todas las actividades vinculadas al transporte: comercio, viajes te-
rrestres, traslado de productos, actividades bélicas, etc., e incrementó considerablemente
la economía y la creación de ciudades, que a su vez impulsaron las búsquedas del conoci-
miento, la educación, los intercambios socioculturales y la organización política.
Pero la creatividad de los sumerios no se agotó ahí. Inventaron también las primeras
escuelas, la farmacopea, los relojes, el arco arquitectónico, el primer código jurídico, la
primera biblioteca, el calendario agrícola, el primer parlamento bicameral. Compilaron
por primera vez proverbios y fábulas, crearon las canciones de amor y la literatura épica.

160
Sebastián Burr

Todo eso fue posible gracias a otro invento recién mencionado, de incontables po-
tencialidades: la ciudad. Al concentrar en un mismo lugar civilizado un número creciente
de personas, las ciudades se convirtieron en poderosos estimulantes de la cultura y de la
explosión de nuevas ideas, en todos los ámbitos del quehacer humano. Las claves de fon-
do de ese proceso, válidas hasta el día de hoy, fueron el intercambio y la cooperación, dos
dinamismos que hoy necesitamos urgentemente poner en escena en nuestro país, en lugar
de los antagonismos que nos dividen, pues es la única manera de avanzar solidariamente
hacia un mejor futuro humano.
Alrededor del 3000 a.C. surgieron en Mesopotamia los alfareros, que fabricaban
todo tipo de recipientes de arcilla, modelándolos mediante tornos mecánicos inventados
a partir de la rueda, y comenzó la fabricación de ladrillos de arcilla cocidos al horno. Los
caldeos inventaron un sistema de numeración decimal, y otro sexagesimal (que dividía la
hora en 60 minutos, y el minuto en 60 segundos).
Por la misma época se erigieron en otra región del mundo los cromlech de Sto-
henge, mediante los cuales se podían calcular los ciclos de los eclipses. Incluso los
hombres del Neolítico habían elaborado un sorprendente calendario de eclipses y de
movimiento de los astros.
Hasta hoy subsisten en Egipto los grandiosos templos-palacios de Karnak y Luxor, y edi-
ficaciones como la pirámide de Keops, la construcción maciza más imponente del mundo. Y
las pirámides no fueron construidas al azar; sus costados apuntaban a los cuatro puntos cardi-
nales. Los egipcios inventaron el primer “papel”, usando las hojas de papiro, y registraron en
esas láminas escritos de contabilidad, matemáticas y medicina. Elaboraron su propia geome-
tría, para recuperar los campos agrícolas que bordeaban el Nilo, pues el limo de las crecidas
los hacía desaparecer. Estuvieron muy cerca de dar con el valor del número “pi”. Crearon a
partir de sus estaciones (inundación, cosecha, sequía) tres ciclos de 4 meses, de 30 días cada
uno; agregaron 5 días y dieron con un calendario de 365 días. Y confirmaron ese calendario
astronómicamente, pues tenían muy bien detectadas 36 estrellas que permitían ajustarlo.
En Jordanía se construyó un acueducto de 106 kms., cuyas faenas tomaron alrededor
de 100 años.
Entre las condiciones requeridas para que exista civilización se han señalado las
siguientes: escritura, ciudades, arquitectura, especialización del trabajo, formación de ca-
pitales, organización social. En nuestra época esa enumeración resulta incompleta, pero
sean cuales sean las demás condiciones que hoy se requieren, el intercambio y la coope-
ración siguen siendo los requisitos fundamentales, sin los cuales todas las demás resultan
inoperantes y estériles.
Al terminar el tercer milenio a.C., el 90% de los habitantes del sur de Mesopotamía
vivían en ciudades relativamente grandes para ese tiempo. La ciudad de Uruk tenía alre-
dedor de cincuenta mil habitantes.
La primera ciudad considerada como tal por los historiadores fue Eridu (hoy Abu Sh-
ahrein), cercana al Golfo Pérsico. Fue edificada sobre una colina ubicada al centro de un
extenso pantano, circunstancia que correspondía a la imagen del mundo elaborada en Me-
sopotamia, según la cual la tierra era un círculo rodeado por una inmensa masa de agua. Ese
emplazamiento de Eridu es eminentemente simbólico, y fue elegido deliberadamente, para
significar físicamente que era una ciudad sagrada. Vemos así cómo la ciudad contribuyó
a desarrollar aún más la religiosidad manifestada por los seres humanos desde el primer
momento de su aparición en la tierra. Quizás en este momento podríamos hacernos las si-
guientes preguntas: ¿Es la religiosidad una necesidad natural e intuitiva del género humano,

161
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

puesto que se ha manifestado espontáneamente a travès de la historia, en todos los tiempos


y lugares, y continúa manifestàndose hoy, al punto que alrededor del 90% de la gente actual
cree en Dios? ¿Qué le proporcionan al hombre las creencias y experiencias religiosas?
La construcción de ciudades fue un fenómeno que se propagó con enorme rapidez. A fi-
nes del cuarto milenio a.C., los poblados rurales existían en una proporción de cuatro a uno
comparados con los núcleos urbanos. A mediados del tercer milenio, el número de ciudades
superaba a los asentamientos rurales en proporción de nueve a uno. Se trataba casi siempre
de ciudades-estado autónomas, que regían además a las poblaciones rurales circundantes.
Las innovaciones provocadas por ese estallido urbano siguieron multiplicándose. En
Babilonia tuvieron un extraordinario desarrollo la música, la medicina, las matemáticas,
las bibliotecas. Se pintaron los primeros mapas, y se crearon las bases científicas de la
química, la botánica y la zoología.
Generalmente, las ciudades de Mesopotamia se dividían en tres sectores. El centro es-
taba amurallado, y ocupado por los templos, que concentraban gran parte de la vida diaria,
el palacio del gobernante (que a veces era un líder religioso), y las casas de los principales
funcionarios. Luego venía un anillo de casas más pequeñas, huertas comunales y corrales
para el ganado, que proporcionaban el sustento diario a los ciudadanos. El último sector lo
constituía un área comercial, donde vivían los mercaderes, tanto de la ciudad como extran-
jeros. Los habitantes vinculados con el culto ocupaban el lugar más alto de la escala social.
La configuración de las ciudades mesopotámicas, cuyo centro estaba ocupado por el
templo y el palacio de gobierno, correspondía también a su sistema político, ya que en mu-
chas de ellas el Sumo Sacerdote antecedió a los reyes como gobernante, pues se consideraba
que cumplía la función política esencial: ser el intercesor de los ciudadanos ante los dioses.
Los templos no eran sólo lugares de culto; cumplían además importantes funciones
económicas, pues poseían terrenos dedicados a toda clase de cultivos agrícolas, y abas-
tecían a un gran número de personas que estaban al servicio del templo (hasta mil dos-
cientas en el templo de Baba), entre las cuales había panaderos, fabricantes de cerveza,
hiladores, tejedores, etc. Los obreros agrícolas del templo no eran esclavos; su relación
con esas autoridades era más bien parecida a la del feudalismo.
Entre las especializaciones laborales de esas ciudades (muchas artesanales) pueden men-
cionarse los orfebres, los fabricantes de utensilios domésticos y de vestuario, los fabricantes
de ladrillos, los albañiles, los jardineros, los transportistas, los jardineros, los lavanderos, y
hasta los vendedores de canciones y los artistas. Una diversidad que cubría todos los requeri-
mientos pragmáticos de esa época, y en la que descollaba como el oficio mayor y más apre-
ciado el de los escribas, que tenían a su cargo redactar, grabar y conservar los textos escritos.
En realidad, ser escriba era mucho más que un oficio. Era una verdadera profesión,
que exigía tanto o más estudio y preparación que un doctorado de nuestro tiempo (había
escuelas especiales para su formación). Los escribas eran los “depositarios” del conoci-
miento, y esa condición les confería un gran poder sobre los que no tenían acceso a ese
ámbito, también considerado sagrado, una especie de “arcano” reservado para los “inicia-
dos” y vedado para los “profanos”.
Antes de la invención del alfabeto, los sistemas de escritura (pictogramas, jeroglí-
ficos) eran extraordinariamente complejos y difíciles de aprender; por lo tanto, los que
sabían leer y escribir configuraban una categoría superior. Al difundirse la escritura alfa-
bética, mucho más fácil de entender y usar, su manejo se extendió a bastantes más per-
sonas, pero aun así la escritura y la lectura siguieron siendo privilegios exclusivos de los
sectores más cultos de la sociedad.

162
Sebastián Burr

La mayor creación literaria de Babilonia, considerada la primera obra maestra de la


literatura universal, fue la epopeya de Gilgamesh, personaje al que la primera línea del
poema describe como “Aquel que ha visto todo hasta los confines del mundo”. Gilga-
mesh gobernó Uruk alrededor del 2900 a.C., y algunos pasajes de la obra están basados
en hechos históricos, aunque muchos son puramente fantásticos. Gilgamesh es presenta-
do como un personaje dos tercios divino y un tercio humano, y se narra que llevó a cabo
maravillosas hazañas, entre ellas construir las murallas de Uruk, que tenían 9,5 kms. de
largo y contaban con 900 torres semicirculares.

La justicia y los códigos jurídicos

Una de las funciones fundamentales de los gobernantes mesopotámicos era administrar justi-
cia; en las primeras ciudades, la injusticia era considerada una afrenta a los dioses.
Entre 1901 y 1902, arqueólogos franceses desenterraron al sureste de Irán un bloque
de basalto negro de más de dos metros y medio de altura, en el que estaba grabado el có-
digo de Hammurabi, rey de Babilonia desde el 1792 hasta el 1750 a.C. La parte superior
contenía un dibujo del rey orando ante un dios sentado en un trono (quizás Marduk, el
dios sol, o Shamash, dios de la justicia). El resto, por delante y por detrás, contenía las
normas jurídicas, escritas en caracteres cuneiformes.
Hammurabi ejerció un reinado innovador y próspero, cuyas directrices quedaron plas-
madas en dicho código, que comprende unas 300 leyes: sobre la propiedad, las transaccio-
nes comerciales, la familia, el adulterio, el concubi­nato, el abandono, el divorcio, el incesto,
la adopción, la herencia, los sa­larios y tarifas de contratación, la posesión de esclavos. Más
que principios jurídicos, son normas concretas, tanto permisivas como prohibitivas, estas
últimas con sus respectivas sanciones. El propósito de Hammurabi fue que esas leyes se
aplicaran en toda Mesopotamia, y sustituyeran a las leyes locales, diferentes en cada zona.
Las leyes familiares de Hammurabi protegían a las mujeres y a los niños de un tra-
tamiento arbitrario, de la pobreza y del abandono. Otras normas regulaban el funciona-
miento de los jueces (que trabajaban en los templos o a sus puertas), y contemplaban
circunstancias en las que podían ser desautorizados. El rey era el único tribunal de ape-
lación, e intervenía en los juicios cada vez que quería hacerlo. No había abogados defen-
sores ni interrogatorios, pero existía el juramento que obligaba a los testigos a decir la
verdad. También los litigantes estaban obligados a jurar anticipadamente su aceptación
del veredicto judicial, y que no intentarían después cobrarse venganza en su contraparte
de las sentencias que les fueran desfavorables.
El código de Hammurabi revela un sistema jurídico altamente organizado y planeado
cuidadosamente, con un notable sentido valorico y social de la justicia. Entrega también
un cuadro de la organización social de Babilonia, que estaba divida en tres clases: hom-
bres libres, esclavos y mushkenum, una especie de “privilegiados” a los que se concedían
ciertas ventajas a cambio de algunos servicios civiles o militares.
En la década de 1940 se descubrió en Isin, ciudad situada en el sur de Mesopotamia,
un código anterior al de Hammurabi, redactado en sumerio por Lipit-Ishtar (1934-1924
a.C.). Su prólogo afirma que los dioses elevaron a Lipit-Ishtar al poder “para establecer la
justicia en la tierra ... para traer el bienestar al pueblo de Su­mer y Acad”. Contiene unas
dos docenas de leyes, de alcance más limitado que las del código de Hammurabi, relati-
vas a la posesión de la tierra, el robo, los daños a los huertos, los es­clavos fugitivos, las

163
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

heridas a los animales alquilados, los compromi­sos y el matrimonio. Las normas sobre
la tierra establecen que su posesión genera privilegios, pero también responsabilidades.
Entre 1950 y 1960 se descubrió un fragmento que contiene leyes aún más antiguas,
promulgadas por Ur-Narnmu, fundador de la tercera dinastía de Ur alrededor del 2100 a.
C. Regulan los abusos en los impuestos, establecen pesos y medidas estándares, e inclu-
yen una decidida defensa de los pobres ante los que poseen grandes bienes económicos.
Esos cuerpos legales, y otros similares surgidos en todas las ciudades del mundo
antiguo, demuestran que el fenómeno urbano contribuyó decisivamente a plasmar la
justicia en normas concretas, sistematizadas y promulgadas por escrito (el grado de
justicia real logrado por esos sistemas jurídicos varía de uno a otro). No debe pensarse,
sin embargo, que no existieron códigos de comportamiento social en las sociedades más
primitivas. Numerosos indicios (no escritos) permiten concluir que esos códigos apare-
cieron simultáneamente con el lenguaje y con la organización de los primeros núcleos
humanos, que a su vez parecen remontarse a los orígenes mismos de la humanidad. No
es posible imaginar sin ellos forma alguna de convivencia social, porque la justicia es un
requerimiento intrínseco de dicha convivencia.

Los sistemas religiosos del mundo antiguo

El siguiente análisis de las religiones nacidas en la antigüedad, que se detiene especialmente


en las religiones monoteístas, puede llamar la atención del lector, y a primera vista parecerle
sin sentido para los propósitos de este libro. Lo he introducido por tres razones que considero
importantes. La primera es que, como ya se dijo, aproximadamente el 90% de la gente actual
cree en Dios, y casi un 90% de esos creyentes declara profesar alguna religión. La segunda es
que todos los problemas sociopolíticos que hoy afectan a la mayoría de los países del planeta
emanan de discrepancias en la forma de percibir la realidad, la vida humana, y al hombre
mismo. Esas interpretaciones provienen a su vez de teorías filosóficas que inevitablemente
escalan hasta lo metafísico y apuntan a lo absoluto, como también apuntan a otras dimensio-
nes del orden natural, por ejemplo, la física, las matemáticas, etc., y la cúspide de lo absoluto
es un ser superior y ordenador del todo, al que todos los creyentes llaman Dios. La tercera es
que, dado que el mundo ha entrado en la globalización, sinónimo de integración económica,
tecnológica, e incluso político-democrática (a excepción de algunos países), en algún mo-
mento se van a requerir mayores factores de unidad, para hacer frente a los grandes desafíos
morales, éticos, ecológicos, socioeconómicos y políticos que se plantearán de manera mucho
más imperiosa en el futuro, y que demandarán inéditos vínculos socioculturales de entendi-
miento recíproco y de unificación. En esta perspectiva, creo que la mejor manera de promover
esos nuevos vínculos es trabajar por un ecumenismo que busque y active el mayor número
posible de puntos de contacto entre las tres grandes religiones monoteístas que hoy existen
—cristianismo, judaísmo e islamismo—, a las cuales debería agregarse el budismo, que si
bien presenta diversas variantes doctrinarias, comparte con las mencionadas religiones ciertos
fundamentos comunes, como la fe y la esperanza, y cree también en la naturaleza espiritual y
moral del hombre, en la libertad humana, en la existencia de la verdad, del bien y del mal, en
la trascendencia, e incluso en que el género humano posee una capacidad natural de conocer,
diferenciar y entender, más o menos homogénea.
El siguiente y breve recorrido de la religiosidad en el mundo antiguo nos permitirá
conocer los orígenes de las grandes religiones actuales, detectar sus creencias comunes, y

164
Sebastián Burr

quizás apreciar mejor cómo la necesidad de lo absoluto está inscrita de manera innata en el
alma humana. La religiosidad sigue gravitando de manera determinante en nuestro mundo
moderno, y eso es lo que justifica el siguiente análisis.

El advenimiento del politeísmo mitológico

Progresivamente, las dos divinidades mayores que predominaban en las religiones pri-
mitivas —la Gran Diosa y el dios Toro— fueron siendo reemplazadas por cientos de
mitologías regionales o locales (propias de cada idiosincrasia cultural) pobladas por un
número mayor de dioses.
Todas las religiones politeístas se constituyeron como sistemas de creencias fijadas
en los mitos, que eran relatos orales o escritos en los que describían a sus respectivos
dioses (atributos, poderes), y asimismo la manera en que cada uno intervenía en los
asuntos humanos.
Miradas desde nuestra perspectiva actual, las mitologías politeístas parecen imagine-
rías absurdas, a veces estrafalarias, y hasta grotescas. Pero cabe preguntarse cómo pudie-
ron concebirlas seres humanos que demostraron al mismo tiempo una enorme inventiva
y una extraordinaria lucidez en el progresivo descubrimiento de las articulaciones del
mundo natural que podían ser aprovechadas para el progreso humano. Una explicación
dada al respecto por Carl Jung, el gran investigador del inconsciente en el siglo XX,
proporciona una óptica poco conocida sobre el fenómeno mitológico, pero que quizás se
aproxima bastante a la verdad.
Jung estudió a fondo casi todas las mitologías surgidas en las diferentes culturas del
mundo, y llegó a una conclusión bastante sorprendente. Según él, los personajes mitológicos
son representaciones simbólicas de los anhelos trascendentes implantados de manera innata
en el inconsciente de todos los hombres: la identidad, el conocimiento, la verdad, el amor, la
belleza, la justicia, la paz, la integración armónica de todas las cosas, y en último término la
felicidad, que es el anhelo supremo del ser humano. En consecuencia, afirmó que los mitos,
lejos de ser aberraciones nacidas de la ignorancia y la irracionalidad, constituían en muchos
casos profundas intuiciones de los trasfondos metafísicos de la realidad y de la vida humana,
a los que llamó “arquetipos”. Esa explicación jungiana es compartida por otros destacados es-
tudiosos de los sistemas míticos. A mi juicio, es una teoría más que digna de tomarse en cuenta.
Como un ejemplo al respecto, los principales dioses de la mitología griega representan
precisamente esos ámbitos trascendentales (arquetípicos) señalados por Jung. Urano repre-
senta el cielo, el poder creador; Zeus (Júpiter) representa el poder rector y unificador; Atenea
representa el conocimiento y la sabiduría; Eros y Afrodita, el amor; Hermes (Mercurio), el
“lenguaje divino”; Apolo, el orden universal e integrador; Dionysos, la experiencia mágica de
la realidad; etc. Análogos simbolismos se encuentran en todas las mitologías.

La inmolación y el sacrificio

Una de las prácticas de culto comunes al politeísmo fue el sacrificio, tanto de animales como
de seres humanos. Por el contrario, en los vestigios encontrados del culto a la Gran Diosa y al
Toro, no aparecen señales que indiquen prácticas sacrificiales. Pero en los cultos mitológicos,
el sacrificio perduró durante mucho tiempo, tanto como las creencias mismas. En la India, por

165
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

ejemplo, los sacrificios sólo fueron erradicados en el siglo XIX de nuestra era. Los aztecas
sacrificaban niños con el propósito de que al llorar, sus lágrimas hicieran descender la lluvia,
y decapitaban a una muchacha en el rito celebrado para rendir culto al dios del maíz. En Persia
(hoy Irán) se acostumbraba sacrificar toros (¿en homenaje al dios Toro?). En otras mitologías
se elegía a los físicamente anormales, o a los cerdos, y en la región que abarcaba desde No-
ruega hasta los Balcanes se confeccionaban figuras humanas con las últimas espigas de trigo,
que se tiraban al campo que iba a cosecharse, o se quemaban y esparcían antes de la siembra,
para que los dioses concedieran la fertilidad.
El sentido que tenía el sacrificio en las creencias mitológicas, más allá del sustrato del
bien y del mal, es en parte entendible: estaba vinculado principalmente a la agricultura (aun-
que no exclusivamente), y su objetivo era obtener los favores de los dioses en cuanto a las
cosechas o a otros requerimientos utilitarios, o aplacar su ira, para que no enviaran enferme-
dades, adversidades climáticas, plagas de insectos o catástrofes como terremotos, erupciones
volcánicas, meteoritos, etc., ofrendándoles lo más valioso que tenían esos creyentes: vidas
animales o humanas. Pero esa fórmula, en cuanto a los sacrificios humanos, implicaba un
paradigma religioso bastante aciago, según el cual los dioses eran poderes despiadados, que
sólo accedían a dispensar sus favores o a suspender castigos y venganzas a cambio de la in-
molación de algunos de los mismos que creían en ellos y les rendían culto.

Concepciones politeístas del alma

La creencia en los dioses estaba a menudo vinculada con la de la prolongación de la vida hu-
mana más allá de la muerte, y con la del alma, que era concebida de diversas maneras, a veces
bastante confusas. Predominaba sin embargo el concepto de que el alma no era lo mismo que el
cuerpo, y que se identificaba de una u otra manera con el Yo. El antropólogo Tylor piensa que
los sueños de los primitivos contribuyeron a generarles la idea de que tenían un alma que en las
noches salía del cuerpo para viajar por lugares desconocidos y extraños, y que tras la muerte
lo abandonaba definitivamente. Algunas culturas creían en la existencia de dos o más almas.
Pero en Mesopotamia casi no existía la creencia en la inmortalidad; se pensaba que había
sido negada a los humanos por los dioses.
Algunas mitologías concebían la vida posterior a la muerte como una existencia lúgubre,
privada de luz, y por lo tanto desdichada. Ejemplos de ello son el Hades de los griegos (que
sin embargo tenía una antítesis: los Campos Elíseos, un lugar dichoso reservado a los héroes),
y el inframundo de la religión védica o brahmánica (India), gobernado por Yama, el dios de
la muerte. El brahmanismo era politeísta, y posteriormente derivó hacia el hinduismo, que
conservó y conserva hasta hoy el politeísmo védico.
Paralelamente, se fue desarrollando la creencia en la transmigración de las almas, según
la cual las almas humanas se iban encarnando en distintos cuerpos después de cada muerte (e
incluso en animales o en plantas). La idea central era que la transmigración constituía un pro-
ceso “purificador”, que podía durar mucho tiempo, y que terminaba cuando el alma se libraba
por completo de todas sus imperfecciones y “suciedades”; sólo entonces podía abandonar la
existencia terrena y pasar a otra vida. En un escrito védico se dice que “el ojo debe entrar en
el sol, el alma en el viento; ir al cie­lo e ir a la tierra según el destino; o ir al agua, si eso es
lo que se os ha asignado, o morar con tus miembros en las plantas”. En contraposición a la
creencia en una vida de oscuridad posterior a la muerte, aparece aquí la idea del cielo, que
implica la esperanza en una vida ultraterrena mejor.

166
Sebastián Burr

Como puede apreciarse, las mitologías generaron ciertas creencias comunes, y al mismo
tiempo otras completamente heterogéneas, e incluso carentes de coherencia interna. En to-
das, sin embargo, se hace evidente el principio de la fe y el anhelo humano de trascendencia,
aunque ese anhelo estuviera atravesado de concepciones erróneas, o simplemente fantasio-
sas. Sólo el advenimiento de la filosofía y de las grandes religiones monoteístas introduciría
en la religiosidad visiones más concordantes con la naturaleza de lo absoluto (Dios) y con la
condición natural del ser humano.

El monoteísmo religioso

Una de las religiones monoteístas nacidas en la antigüedad fue el judaísmo, que acuñó
el nombre de Yahvéh para designar a Dios. Esa palabra significa “El que es”, y según
al Antiguo Testamento le fue revelada directamente por Dios a Moisés: “Yo soy el que
soy”. Cabe destacar su significado altamente metafísico y puro, pues implica que Dios
es el único ser que existe por sí mismo, y que todos los demás han recibido de él la exis-
tencia; es decir, son todos contingentes (pueden existir o no existir).
Los profetas hebreos, que decían hablar por inspiración directa de Dios, introduje-
ron decididamente la idea de la conciencia individual y del yo interior, y proclamaron
asimismo que Dios y el hombre eran seres eminentemente morales. Dios era por esencia
bueno y justo, y el hombre, “creado a su imagen y semejanza” según el Génesis, debía
hacer de su vida una trayectoria hacia el bien, en todos sus actos y pensamientos, pues esa
trayectoria era la clave de la verdadera felicidad. Varios libros del Antiguo Testamento
—Proverbios, Eclesiástico, Eclesiastés, y el Libro de la Sabiduría— son eminentemente
morales, y contienen profundas reflexiones sobre lo que el ser humano necesita hacer
para alcanzar una vida satisfactoria, e incluso feliz.
Por otra parte, en el judaísmo no estaba del todo clara la existencia de una vida mejor
después de la muerte. Existía confusamente la creencia en el Scheol, un lugar igualmente
oscuro al que iban los muertos.
Otra de las grandes religiones, aunque esta vez “biteísta”, fue el zoroastrismo, surgi-
do en el cercano Oriente, que sostiene la existencia de dos dioses de igual poder: Ormuhz,
el dios del bien, y Arihmán, el dios del mal, trabados en perpetuo combate por el control
del mundo. Su fundador fue Zoroastro o Zaratustra, que según algunas tradiciones logró
su primer converso “doscientos cincuenta y ocho años antes de Alejandro”, es decir, alre-
dedor del 588 a.C. Hay estudiosos que señalan que esa fecha no concuerda con los datos
históricos, y que asignan al zoroastrismo una data de nacimiento muy anterior.
La religión de Zoroastro es igualmente moral, pues se inspira en Ormuhz, el dios del
bien, e induce a los hombres a evitar las influencias de Arihman, el dios del mal. Según
el filósofo Federico Nietzsche, Zaratustra provocó “el error más profundo de la historia
humana, a saber, la invención de la moralidad”. A mi juicio, fue Nietzche el que cometió
un profundo error, pues toda reflexión verdaderamente racional al respecto nos revela
que la condición moral es esencial al ser humano. Incluso el lenguaje es moral, porque
está impregnado de consideraciones valóricas sobre el bien y el mal, que en último
término apuntan a la obtención de experiencias de felicidad, y la felicidad es el anhelo
supremo de todos los hombres. No me refiero a los “valores” impuestos por las culturas
de cada momento, sino a los que emanan de la ontología humana y de la esencia de las
cosas que configuran la realidad.

167
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En el zoroastrismo existen tanto el paraíso como el infierno, ambos eternos. El paraí-


so es llamado “Casa de la Canción”, y el infierno, “Casa del Mal”. La Casa de la Canción
era accesible a todos los hombres, pero sólo los justos podían entrar en ella. El acceso a
ese paraíso dependía de un juicio hecho a cada ser humano por Ormuzh, al término de su
vida terrena. Nuevamente nos encontramos con la dimensión moral, con la idea del bien
y del mal, la justicia, la fe, la esperanza, la trascendencia, etc.

Una filosofía que se convirtió en religión

El origen de una tercera gran religión fue el budismo surgido en la India y fundado por Sid-
harta (o Gautama). Originalmente, el budismo fue una filosofía, mediante la cual Sidharta
buscó y creyó encontrar una respuesta definitiva a lo que para él era el problema esencial del
hombre: el sufrimiento.
Resuelto a encontrar esa respuesta final, alrededor del 530 a.C. Sidharta renunció a su
categoría privilegiada de príncipe y se convirtió en un peregrino errante y solitario. Al cabo
de largas meditaciones, concluyó que el origen de todo sufrimiento es el deseo. Todo deseo
produce sufrimiento, pues, aunque se cumpla, nunca satisface, y tras ese cumplimiento apare-
cen nuevos deseos, que provocan nuevos sufrimientos. La solución real es, entonces, eliminar
progresivamente los deseos de la conciencia, e incluso el deseo de ser feliz, hasta extinguirlos
por completo. Cuando eso se logra, se alcanza la “iluminación” y se entra en el Nirvana, un
estado en el que la conciencia personal se disuelve en una especie de conciencia cósmica y
deja de sufrir (porque deja de existir). Entre otras cosas, busca anular el yo de nuestra psiquis
y de esa manera aquietar los deseos y conseguir la paz espiritual.
La insistencia de Sidharta en que el sufrimiento es la condición única e invariable de la
vida humana ha hecho que el budismo original sea considerado una filosofía radicalmente
pesimista, que convierte la existencia misma en una “maldición” y que no deja otro escape
que su extinción total en el Nirvana.
La tradición consigna que Sidharta alcanzó la “iluminación” final, y que entonces se con-
virtió en un Buda, término que significa precisamente “iluminado”.
La filosofía budista deja fuera toda mención de Dios, y ha sido considerada en conse-
cuencia una filosofía atea. Por último, todo indica que Siddharta concebía el Nirvana como
una especie de aniquilación del propio ser.
El poema Sutra del corazón, atribuido a Siddharta, o en todo caso tan antiguo que
representa el pensamiento budista original, confirma lo que se acaba de decir sobre el
Nirvana. He aquí algunos fragmentos:

“Aquí, oh Sariputta, la forma es vacío


y el vacío mismo es forma
el vacío no se diferencia de la forma
la forma no se diferencia del vacío…
En el vacío no hay forma
ni sensación ni percepción
ni impulso ni conciencia…
hasta que llegamos
a la ausencia de todo elemento de conciencia mental.
No hay ignorancia ni cesación de la ignorancia…

168
Sebastián Burr

No hay sufrimiento ni origen, ni cesación ni camino.


No hay conocimiento, ni logro ni no logro…
Todos los que aparecen como Budas
despiertan por completo a la excelsa
verdadera y perfecta Iluminación…
el sortilegio supremo, el sortilegio inigualable
que alivia todo sufrimiento, en verdad,
porque ¿qué podría ir mal?
Este sortilegio procede del prajnaparamita
y dice así:
se fue, se fue, se fue más allá
trascendiéndolo todo por completo.
¡Oh, qué despertar!...
Esto completa el corazón de la perfecta Sabiduría”.

Sidharta logró configurar un círculo de discípulos, que después de su muerte difundieron


la filosofía de su maestro y fueron captando nuevos prosélitos. Pero a medida que se extendía,
el budismo original empezó a sufrir ajustes y “retoques” que fueron haciéndolo más “huma-
no”, seguramente porque el budismo puro, cuya clave esencial era la aniquilación de todos
los deseos, era imposible de vivir (es posible extinguir muchos deseos, pero no el de ser feliz,
que es consustancial a la voluntad, y la voluntad es consustancial al entendimiento humano).
Poco a poco se fue introduciendo la idea de que la “iluminación” budista consistía en extirpar
progresivamente los deseos “erróneos” o “ilusorios”, pero no los anhelos trascendentales del
alma humana (sobre todo el de la felicidad), que sí se cumplían en el Nirvana, con lo cual se
restableció la idea de una vida individual después de la muerte.
Paralelamente, el budismo se fue popularizando, y transformando poco a poco en una
religión, en la que Buda fue adquiriendo características cada vez más divinas, hasta que fi-
nalmente se consolidó como una divinidad, a la que debía rendirse culto, y de la que incluso
se podían obtener “favores” pragmáticos (mejoramientos económicos, trabajo, curación de
enfermedades, solución de problemas familiares, etc.). Así, aunque actualmente persisten co-
rrientes budistas estrictamente filosóficas centradas en la “catarsis” de la conciencia (siempre
con la expectativa de alcanzar en el Nirvana el cumplimiento de los deseos trascendentales),
coexisten simultáneamente las religiones budistas, que congregan a la mayoría de los cre-
yentes, los cuales también esperan una vida mejor después de la muerte, pero incurren en
el contrasentido de solicitar a Buda el cumplimiento de sus deseos utilitarios, expresamente
condenados por Siddharta como espejismos generadores de sufrimiento.
El budismo religioso se extendió progresivamente hacia el Oriente de la India,
captando numerosos creyentes, sobre todo en China y en Japón. Después fue difundién-
dose en diversos países de Occidente, hasta configurar hoy un número relativamente
significativo de adeptos.
Ahora bien, la religión budista no es un credo homogéneo, pues carece de una ortodoxia
oficial que le confiera unidad dogmática. Se ha ramificado así en diversas versiones y con-
cepciones teológicas. Algunos de sus adeptos creen en un Dios único, otros en varios dioses,
y otros sustentan una visión panteísta de la realidad. Incluso hay budistas ateos, en el sentido
de que no creen en la existencia de un Dios personal, sino en una trama cósmica impersonal
que gobierna y unifica todas las cosas. Casi todos aceptan el Nirvana, pero las maneras de
entenderlo también difieren: para unos es un estado de término definitivo del sufrimiento,

169
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

mediante la disolución de la conciencia personal en la trama cósmica; para otros, un lugar


donde se cumplen los anhelos trascendentes de la felicidad. En cuanto a Buda, hay quienes
creen que hay un solo Buda: Sidharta; para otros, los Budas son muchos, aunque Sidharta
habría sido el primero, o el que alcanzó el grado más alto de la iluminación.
Un concepto común a todo el budismo es el karma, definido como una especie de ley de
causa y efecto en el orden moral, en virtud de la cual todos los actos y experiencias del ser
humano, positivos o negativos, condicionan los siguientes, que a su vez repercuten en los
posteriores, y así sucesivamente. De esta manera, la ley del karma genera una cadena causal
continua, que incluso se transmite como una suerte de ADN moral genético a las diferentes
reencarnaciones que puede tener un individuo, y que sólo se extingue cuando a través de la
catarsis se alcanza la iluminación, que pone fin al “ciclo de renacimientos” y franquea el
acceso al Nirvana.
Dejando fuera la creencia en la reencarnación, el karma budista presenta cierta analogía
con lo descubierto por Aristóteles, Tomás de Aquino y algunas investigaciones de la psico-
logía contemporánea, respecto a la causalidad moral de los actos humanos, en el sentido de
que todo lo que hace y experimenta el hombre produce efectos en sus actos y experiencias
posteriores, a tal punto que la repetición de los mismos actos desemboca en la adquisición de
hábitos (positivos o negativos), que son algo así como condicionamientos físicos o mentales
que impulsan automáticamente a seguir actuando de la misma manera. De esto hablaremos
más extensamente en el Capítulo V, dedicado a la antropología filosófica.
En todo caso, como ya se dijo, todas las versiones contemporáneas del budismo compar-
ten con las grandes religiones actuales ciertas premisas básicas sobre la condición humana:
la naturaleza espiritual y moral del hombre, su libertad (que lo hace responsable de sus ac-
ciones), su anhelo de felicidad y trascendencia, la existencia de la verdad, del bien y del mal.
Y todas coinciden en proponer opciones morales y éticas análogas, entre las que ocupan un
lugar protagónico el amor universal, la solidaridad con todos los hombres, la compasión, la
praxis personal, la responsabilidad sobre los propios actos, el respeto a la naturaleza, etc., etc.
A mi juicio, son esas coincidencias morales —al margen de las diferencias doctrinales
que existen entre el budismo, el cristianismo, el judaísmo y el islamismo— las que hoy re-
quieren ser integradas y puestas en acción, para iniciar un doble proceso. El primero es oponer
un frente común al materialismo y al relativismo contemporáneo en todas sus variables, tanto
teóricas como operativas (incluido el patológico egocentrismo que predomina en Occidente,
en oposición al no-yo del budismo), cuyo objetivo fundamental sea la recuperación del orden
ético-moral, basado en la condición natural del ser humano. El segundo, derivado de ese or-
den moral, es establecer y consolidar todos los vínculos de unidad y entendimiento posibles,
para revertir la creciente desintegración cultural de nuestro tiempo, que está alcanzando pro-
porciones cada vez más planetarias.
Según un estudio comparado de las principales religiones actuales realizado en el año
2000, en el que la población mundial ascendía a unos 6.019 millones de personas, los bu-
distas configuraban un 5,9% de ese total, es decir, unos 355 millones de creyentes (tanto del
budismo religioso como del budismo filosófico). Y seguramente dicho porcentaje no presenta
variaciones significativas al día de hoy. Ese enorme conglomerado humano no está al margen
de la marcha del mundo, y debe convertirse en un interlocutor activo de nuestra época. Pero
eso no ocurrirá si Occidente pretende imponerle sus parámetros culturales y su modelo ma-
terialista del progreso, negándose a conocer de verdad ese complejo mundo de creencias, y a
valorar todo lo que pueda haber en ellas de auténticamente humano.

170
Sebastián Burr

El cristianismo

La última gran religión monoteísta aparecida en la antigüedad fue el cristianismo, que se defi-
nió a sí mismo como la culminación o fase final de la religión judaica, programada por el pro-
pio Dios del Antiguo Testamento (Yahvéh). Los profetas judíos habían anunciado de diversas
maneras el advenimiento del Mesías, descrito como un salvador de todo el género humano, y
los cristianos aseguraron desde el primer momento que esas profecías se habían cumplido en
Jesús de Nazareth, y que él era el Cristo (Ungido) prometido por Dios a través de los profetas.
La concepción del Paraíso emergió en el cristianismo con una potencia hasta hoy no
igualada por ninguna otra religión. Cristo fue el primero en proclamar un “reino de los
cielos” donde el ser humano verá a Dios “cara a cara” y alcanzará una felicidad comple-
ta y eterna. Ese reino sin fin está descrito de muchas maneras en el Nuevo Testamento, y
quizás las dos más impresionantes son la que hace San Pablo y la que ofrece el Apoca-
lipsis, último libro de la Biblia.
Dice San Pablo en su Epístola a los Romanos: “Os aseguro que ni ojo vio, ni oído oyó,
ni mente humana imaginó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”. Y el Apoca-
lipsis lo describe metafóricamente como la “Jerusalén celestial”, donde crece “el árbol
de la vida” y donde los bienaventurados verán a Dios directamente. “Y verán su rostro,
y comerán del árbol de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá más
sufrimiento, y reinarán por los siglos de los siglos”.
En el cristianismo, la condición moral del hombre encuentra códigos que cubren
toda la vida humana. Más aún, esos códigos fueron definidos por el propio Cristo como
las claves superiores que conducen a la verdadera felicidad. Sus palabras al respecto son
inequívocas y rotundas: “El reino de los cielos es un tesoro escondido, que cuando alguien
lo descubre, vende todo lo que tiene para poseerlo”. “Bienaventurados (felices) los pobres
de espíritu, los limpios de corazón, los misericordiosos, los pacíficos, los que tienen hambre y
sed de justicia”, etc. “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. “Yo soy
la luz del mundo, el que me siga no andará más en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida”. “Nadie os quitará vuestra alegría”.
Posteriormente revisaremos con cierto detenimiento la trayectoria histórica del cris-
tianismo, incluidos sus aportes culturales y los errores cometidos por algunos de sus
conductores a lo largo de la historia. Cabe sin embargo señalar que constituye hasta hoy
la religión predominante en Occidente, y que se ha difundido en casi todas las restantes
regiones del mundo.

La religión islámica

Examinar en este momento el islamismo implica un gran salto cronológico, pues fue
fundado por Mahoma en el siglo VII d.C. Sin embargo, creo que hacerlo ahora puede
configurar un cuadro más unitario y coherente de las religiones monoteístas, que es el
objetivo principal de su revisión.
Mahoma nació en La Meca, alrededor del 570 d.C. Las más antiguas noticias escri-
tas que nos han llegado de su vida están registradas en una biografía publicada mucho
después, en el año 833.
Según ese registro, Mahoma se casó a los veinticinco años con “una viuda rica y
de ele­vados principios, quince años mayor que él”, que se dedicaba al comercio de las

171
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

caravanas. Colaboró con ella en ese negocio, y dedicó su tiempo libre a meditar en una
cueva situada en las afueras de La Meca.
La misma biografía cuenta que un día del año 610, estando Mahoma en esa cueva,
oyó una voz que le decía: “Recita en el nombre del Señor que creó todas las cosas… pues tu
Señor es el más generoso… enseñó al hombre lo que no sabía”. Ese momento fue llamado
después “la noche del poder”.
El relato biográfico dice que posteriormente Mahoma tuvo otras experiencias pareci-
das, tanto en la cueva como en su propio hogar. Al fin sólo quedó una voz: la del arcángel
Gabriel, que le dictó una “revelación”. Mahoma traspasó todo lo que le había dicho el ar-
cángel a varios escritos, que configuraron un libro sagrado: el Corán. En ese libro quedó
plasmada por completo la religión islámica.
Ahora bien, las numerosas investigaciones llevadas a cabo sobre el islamismo han
revelado que muchas de sus articulaciones son algo así como “traslados” de la religión
judaica, del cristianismo, e incluso del zoroastrismo, modificados mediante ciertos ajus-
tes, mayores o menores.
Los dogmas esenciales del Corán son la existencia de un solo Dios —Alá—, la de-
claración de que Mahoma es el profeta mayor y definitivo a través del cual Dios se ha
revelado a la humanidad, la inmortalidad humana, un paraíso y un infierno al que irán
los hombres según hayan cumplido o no la voluntad divina manifestada en el Corán, y
un Juicio Final, en el que Alá decidirá en justicia quienes merecen ser admitidos en el
paraíso y quienes ser condenados por sus propias culpas al infierno. Esos últimos dogmas
ratifican por lo tanto la condición moral del hombre, su libertad, y la responsabilidad in-
herente a todos los actos que realiza en su vida.
Un rasgo propio del islamismo es la permisión de la poligamia, que autoriza a los
hombres a tener cuantas esposas quieran, siempre que puedan mantenerlas dignamente.
La descripción que hace el Corán del paraíso es espléndida, pero según sus propios
textos, la felicidad que disfrutarán ahí los bienaventurados será una especie de exalta-
ción al máximo nivel de los placeres y satisfacciones corporales que pueden experimen-
tarse en esta vida.
El Coràn dice que el paraíso es “… un jardín tan vasto como el cielo y la tierra, prepa-
rado para los que creen en Alá y sus enviados”.
“Se harán circular entre ellos platos de oro y copas, que contendrán todo lo que cada
uno desee, deleite de los ojos”.
“… tendrán jardines por cuyos bajos fluyen arroyos. Siempre que se les dé como sustento
algún fruto de ellos, dirán: Esto es igual que lo que nos han dado antes. Pero se les dará algo
sólo parecido. Tendrán esposas purificadas y estarán allí eternamente”.
“Serán como hermanos, en lechos, unos enfrente de otros. Allí no sufrirán pena, ni serán
expulsados”.
“Se les adornará allí con brazaletes de oro, se les vestirá de satén y brocado verdes, es-
tarán allí reclinados en divanes. ¡Qué agradable recompensa y qué bello lugar de descanso!”
“Ese día, los moradores del Jardín tendrán una ocupación feliz. Ellos y sus esposas es-
tarán a la sombra, reclinados en sofás. Tendrán allí fruta y lo que deseen”.
“Circularán entre ellos jóvenes sirvientes de eterna juventud con cálices, jarros y una
copa de agua viva, que no les dará dolor de cabeza ni embriagará, con fruta que ellos esco-
gerán, con la carne de ave que les apetezca”.
“El vino produce cuatro cosas: embriaguez, dolor de cabeza, vómitos y orina, pero Alá
purificará al vino de todo esto”.

172
Sebastián Burr

“Cualquiera que entre al paraíso será bendecido, nunca más será miserable, sus ropas
no pasarán de moda, y nunca se desteñirán”.
“Será ubicada por encima de sus cabezas una corona de dignidad, con un rubí el cual es
mejor que los de esta tierra”.
“No gustarán allí otra muerte que la primera y Él los preservará del castigo del fuego de
la gehena (el infierno), como favor de tu Señor. ¡Ese es el éxito grandioso!”
“Y les daremos por esposas a huríes de grandes ojos… semejantes a perlas ocultas,
como retribución a sus obras”.
“Y si alguna de ellas mirara a la gente de la tierra, todo alrededor de ella sería ilumina-
do y se sentiría su fragancia”.
Las huríes cantan dulcemente para sus esposos, con hermosas voces que jamás nadie escuchó:
“Nosotras somos buenas y bellas, las esposas de la noble gente, que miran a sus esposos
felices y contentos. Somos eternas, nunca moriremos, estamos fuera de peligro, no temere-
mos, permaneceremos aquí y jamás nos iremos”.
Como vemos en estos pasajes, el Corán incluye en la felicidad eterna la hermandad de to-
dos los bienaventurados, la ausencia de todo dolor, enfermedad, y de todo sentimiento distinto
a la amistad y el amor reciproco entre ellos. Lo mismo dice en otros pasajes.
La tradición islámica ha introducido algunos agregados a la descripción coránica del
paraíso, entre ellos los siguientes:
Los hombres tendrán allí no sólo a sus esposas —las que fueron buenas con ellos en la
tierra—, sino también mujeres creadas especialmente por Alá y que nunca nadie antes ha vis-
to. Cada hombre podrá tener al menos setenta y dos esposas.
¿Pero cuál será la recompensa de las mujeres que ingresen en el Edén? Algunos musul-
manes afirman que será parecida a la de los hombres, pero el Corán no dice nada al respecto.
La mujer que se haya casado dos o más veces, por viudez o separación, pertenecerá al
último marido.
Existen varias categorías en el Edén, según lo que cada creyente hizo en su vida terrenal.
El teólogo musulmán Ibn Kattheer dice: “En el paraíso hay majestuosos palacios en los
que se encuentran habitaciones lujosas, ubicadas una encima de la otra, fuertemente cons-
truidas y decoradas”.
Según otra tradición, “En los pabellones se encuentran tiendas maravillosas, hechas con
perlas, cada una construidas por separado… y en cada esquina de éstas se encuentra una
esposa que no será vista por los demás”.
La gente entrará en el Jardín en la más perfecta y hermosa forma, a imagen de su padre
Adán. Sus corazones y sus almas estarán limpios y puros.
Nadie dormirá, porque eso implica imperfección, y cualquiera de los males que se pade-
cían en la tierra ya no se padecerán.
Comparando el paraíso coránico con el del cristianismo, el segundo no describe magnifi-
cencias físicas ni placeres sensoriales. Como ya vimos, San Pablo sólo dice que “ni ojo vio, ni
oído oyó, ni mente imaginó” lo que ahí existe. Y el Apocalipsis agrega que la mayor felicidad
será ver a Dios “cara a cara”.
En la religión islámica, no todos comparten la creencia de que en la vida eterna “verán”
a Dios, y que en eso consiste la felicidad. Una corriente musulmana, los asharites, admiten
ambas cosas, pero piensan que esa visión no será concedida a todos los bienaventurados, sino
sólo a los que Alá elija, y por algunos momentos. Sostienen además que el infierno no es
eterno para todos, y que, si Alá lo permite, Mahoma intercederá por los que creyeron en él, y
podrán así ingresar en el Jardín.

173
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Cabe señalar que la descripción fastuosa del paraíso en el Corán coincide con su norma
de que es perfectamente posible entrar allí habiendo disfrutado en la vida terrena de riquezas,
honores, poder, etc.
El Islam establece cinco mandamientos centrales, que debe cumplir todo creyente:
El primero es la fe, la confesión de que “Alá es Dios, y Mahoma su profeta”. El segundo,
la obligación de rezar cinco veces al día, con el cuerpo y el rostro vueltos hacia La Meca. El
tercero es el zakah, un diezmo de los ingresos de cada creyente, para financiar la construcción
de mezquitas y para socorrer a los pobres. El cuarto es el ayuno des­de el amanecer hasta el
atardecer durante el mes del Ramadán. El último es la peregrinación de todos los creyentes
una vez en su vida a La Meca, durante el mes sagrado (si están en condiciones de hacerla).
Las prescripciones morales son bastante básicas, y similares a las de muchas otras reli-
giones: no robar, no asesinar, no engañar, no cometer injusticias, no maltratar a otros, no faltar
a la palabra empeñada, etc.
Despues de residir un tiempo en Etiopía, Mahoma se radicó en la ciudad de Medina,
donde se convirtió en un líder religioso y político-militar. Pero vivía en una modesta casa de
arcilla, y al final terminó rodeado por una docena de esposas y un sinnúmero de hijos (muchos
murieron antes que él).
Mahoma promulgó leyes, impartió justicia, estableció impuestos, entabló guerras y for-
mó alianzas militares y políticas. La tradición dice hizo todo eso para instaurar el monoteísmo
y la fe en Alá.
Un punto controvertido de la religión musulmana es la jihad (guerra santa). El Corán
señala que uno de los deberes del Islam es hacer avanzar las fronteras geográficas de la fe,
pero no menciona como medio la guerra. Hay creyentes que piensan que la guerra santa es un
mandato implícito en el Corán, y otros que rechazan esa interpretación.
Ciertos musulmanes incorporaron a su praxis religiosa el misticismo de los sufíes, mo-
vimiento espiritual desarrollado en la región antes de Mahoma. Lo mismo siguen haciendo
algunos creyentes islámicos de nuestra época.
La implantación definitiva del Islam en el mundo árabe se debió sobre a todo a que
se asoció con el poder político. De ahí en adelante, continuó su expansión hacia diversas
regiones del mundo.
El mismo estudio ya señalado al analizar el budismo estableció que en el año 2000 los
creyentes islámicos totalizaban un 19,6% de la población mundial (unos 1.190 millones de
personas). Se agrega a eso el hecho de que los países árabes, en los que la religión musulmana
predomina casi por completo, se han convertido en uno de los grandes poderes económicos de
nuestro tiempo, y por lo tanto en un poder político gravitante a nivel planetario. Todos estamos
más o menos al tanto de los intentos hechos por los gobiernos occidentales para “entenderse”
en la mayor medida posible con el islamismo económico y político, pero también sabemos que
existen grandes diferencias que parecen oponerse a ese entendimiento. Quizás el punto crucial
de dicho impasse es que las mayores diferencias son culturales y religiosas, y no son com-
prendidas del todo por los que están a cargo de conducir el proceso en Occidente. Se requiere
entonces un estudio integral del mundo islámico contemporáneo, que averigüe a fondo su
tradición coránica, y asimismo las complejas ramificaciones y derivaciones de todo orden que
hoy la configuran, hasta encontrar los verdaderos puntos de contacto, que son eminentemente
metafísicos y morales, por encima de los factores económicos y políticos. No existe a mi juicio
otra vía que permita alcanzar una concordancia solidaria entre ambos conglomerados.
Más aún, hay influyentes sectores del islamismo actual que denuncian crudamente la
“corrupción moral” que predomina en Occidente, tanto en sus conductores políticos y en sus

174
Sebastián Burr

principales personeros económicos como en sus modelos de vida materialistas, que intentan
difundir hacia el resto del mundo. Y gran parte de su reticencia e incluso de su rechazo a los
intentos occidentales tiene por causa la percepción de que esos intentos son sólo maniobras
estratégicas, que pretenden ocultar sus verdaderos propósitos de dominio, sobre todo el de
apoderarse de la riqueza petrolífera del Medio Oriente.
Por su parte, el terrorismo islámico ha convertido en una causa sagrada su lucha sin cuar-
tel contra los poderes “culturales” y políticos de Occidente, a los que identifican con Satanás.
Al margen de que nada justifica los crímenes cometidos contra miles de inocentes por los
miembros de esas sectas terroristas, sería otro grave error pensar que son sólo unos cuantos
cientos de dementes animados por un odio insano hacia quienes no comparten sus creencias.
Todo parece indicar que su odio apunta sobre todo a las conductas de muchos occidentales,
que consideran perversas, y a sus modos de vida materialistas, que para ellos constituyen ido-
latrías dignas del “castigo de Alá”. Hasta el sentido común nos indica que están radicalmente
equivocados al arrogarse la función de ”ejecutores de la justicia divina”, pero no podemos
desconocer que su crítica moral es en gran medida acertada.
En resumen, también necesitamos entendernos con el mundo islámico, cuyos actuales cre-
yentes se encuentran esparcidos incluso por muchos países de Occidente. Pero el entendimiento
no puede ser meramente económico o político, pues no será posible de verdad si no alcanzamos
simultáneamente un entendimiento humano y moral. Es la condición previa de todo lo demás. Y
para eso, al igual de lo que dijimos respecto al budismo, necesitamos indagar y conocer por den-
tro ese complejo mundo religioso y cultural, no sólo para respetarlo, sino sobre todo para iniciar
desde ahí progresivos y fructíferos intercambios de lo mejor de nuestras respectivas culturas.
Por último, ese intercambio nos exigirá actitudes y conductas auténticamente morales, en
lugar de la dicotomía con que muchos de nosotros negamos con nuestros actos los valores en
los que decimos creer en un plano puramente teórico.

Avances científicos, tecnológicos, y desarrollos filosóficos premodernos


logrados por los árabes.

Bagdad fue una de las ciudades más espléndidas del mundo antiguo. Su construcción tomó
cuatro años, y ocupó a unos cien mil trabajadores. En menos de medio siglo, se convirtió en
uno de los mayores centros mundiales del comercio y de los intercambios culturales. El pala-
cio real ocupaba un tercio de la ciudad, y su lujo era legendario.
Entre los muchos visitantes que acudían a Bagdad de todos los lugares del mundo se
contó un buen número de griegos: filósofos, matemáticos, naturalistas, médicos, etc. Bagdad
estaba además muy cerca de un gran centro de estudios existente en Gondeshapur, al suroeste
de Persia (hoy Irán), lo que incrementó aún más los intercambios culturales. En ambos luga-
res se desarrolló el estudio de la filosofía, incluida la filosofía helénica, de las matemáticas y
la geometría, de hierbas medicinales, de métodos quirúrgicos y otros tra­tamientos curativos
descubiertos en todo el mundo, y la traducción de textos en idiomas ex­tranjeros se convirtió
en un trabajo habitual. Mucha gente hablaba una gran cantidad de lenguas.
En Gondeshapur se creó el primer hospital, y después muchos otros en el resto del mundo
árabe, cuyo modelo fue bastante similar al de los actuales, con salas separadas para hombres
y mujeres, para las diferentes enfermedades, para los casos contagiosos, etc.
También fueron los árabes quienes inventaron la farmacopea sistemática y la farmacia. En
Bagdad, los farmacéuticos debían aprobar un examen para que se los autorizara a producir y

175
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

recetar medi­camentos. La farmacología árabe incluía la mirra, el azufre, el mercurio, la mezcla


de jarabes, y un texto del siglo XIII, Colección de dietas y medicamentos simples, comprendía
más de mil productos curativos basados en plantas recopiladas por el autor en la zona costera
del Mediterráneo. El concepto de sanidad pública también fue elaborado por los árabes.
Dos médicos islámicos de esa época figuran entre los más destacados de toda la historia.
Uno fue Al-Razi, que escribió cerca de doscientos libros, casi la mitad sobre medicina, y el
resto sobre matemáticas, astronomía y teología. Hizo la primera descripción científica de la
viruela y el sarampión, y en uno de sus libros, una enciclopedia de 23 volúmenes, compiló
conocimientos médicos griegos, árabes preislámicos, hindúes, e incluso chinos. Estudió las
enfermedades de la piel y de las articulaciones, los efectos de la dieta, y concibió el concepto
de higiene (no tan fácil de concebir en una época en la que aún no se conocían los gérmenes
y menos aún que eran agentes de enfermedades).
El otro gran médico musulmán fue Ibn Sina, conocido en Occidente como Avicena. Es-
cribió también unos doscientos libros sobre toda clase de temas, y su obra más famosa es
Al-Qanun (El canon), una sínte­sis magnífica de la medicina árabe y griega. Cubre entre otras
áreas la anatomía, los tumores, las fracturas, la propagación de las enfermedades a través del
agua y la tierra, y codifica unos setecientos sesenta medica­mentos diferentes. También incluye
nociones pioneras en el campo de la psicología, pues Avicena advirtió la directa relación cau-
sal que existe entre las emociones y los estados físicos. Estudió además la influencia del me-
dio ambiente en la difusión de las enfermedades (una rudimenta­ria epidemiología), y definió
la medicina como “el arte de quitar lo que impide el normal funcionamiento de la naturaleza”,
con lo que le proporcionó sólidos cimientos filosóficos. En el siglo XII, Gerardo de Cremona
tradujo al latín el Canon de Avicena, que gracias a eso se convirtió en el manual básico de las
facultades de medicina europeas hasta el siglo XVII (más de cinco siglos).
Hacia el año 771 d.C. un viajero de la India llegó a Bag­dad llevando consigo un tratado
de astronomía y otro de matemáticas, que introdujo un nuevo sistema de signos para repre-
sentar los números (2, 3, 4, etc.), que antes se representan con palabras o letras del alfabeto,
y que es el que todavía utilizamos Es­os signos se denominarían más tarde numerales ará-
bigos, aunque los matemáticos contemporáneos prefieren denominarlos numerales indios
(hindúes). La misma obra introdujo el 0 (cero), desconocido hasta entonces, y que quizá fue
origi­nalmente concebido en China.
También se crearon bibliotecas y centros de estudio en las principales ciudades islámicas,
la mayoría basados en el modelo griego descubierto por los árabes al conquistar Alejandría.
Quizás la mayor contribución de los traductores islámicos a la cultura de Occidente fue
la traducción de las obras de Aristóteles del griego al árabe y del árabe al latín, esto último
llevado a cabo por filósofos musulmanes radicados en España (Toledo, Córdoba) durante la
ocupación islámica de una parte de su territorio.
La inmensa cantidad de libros encontrada por los árabes cuando ocuparon Alejandría
incrementó aún más su desarrollo en todas las áreas del conocimiento.
Un astrónomo y matemático musulmán, Muhammad ibn-Musa Al-­Khwarizmi, es co-
nocido como “padre del álgebra”, e introdujo además los logaritmos (una forma especial de
cálculo), a partir de su desarrollo en la India.
En el campo de la química se destacó Jabir ibn-Hayyan, conocido en Occidente como
Geber. La estudió de manera sistemática mediante investigaciones de laboratorio, y puede
considerársele uno de los fundadores del método experimental. Fue el primero que des­cribió
los principales procesos químicos: la calcinación, la reducción, la evaporación, la sublima-
ción, la fundi­ción y la cristalización.

176
Sebastián Burr

Ibn Khaldún (nacido en Túnez en 1332), fue un gran historiador, y el primero que tomó en
cuenta en la investigación histórica la geografía, el clima y los factores psicológicos. Registró
ese enfoque en un libro, diciendo al respecto lo siguiente: “En la superficie, la historia no es
otra cosa que información sobre los acontecimientos políticos, las dinastías y los sucesos re-
levantes del pasado remoto, presentada con ele­gancia y aderezada con proverbios. Sirve para
amenizar reuniones concurridas y nos aporta cierto entendimiento de los asuntos humanos.
Por otro lado, en su significado profundo, la historia implica refle­xión, y constituye un intento
de alcanzar la verdad, de proponer expli­caciones sutiles sobre las causas y orígenes de lo que
existe, de cono­cer de forma profunda el cómo y el porqué de los hechos. La historia, por tanto,
está firmemente arraigada en la filosofía, y merece que se la con­sidere una de sus ramas”.
Ibn Khaldún denominó a la historia “la ciencia de la civilización”. “En el núcleo de cada
civilización encontramos cohesión social, y éste es el fenómeno más importante de entender”.
Los principales filósofos árabes fueron al-Kindi, al-Fara­bi y Avicena. Al-Kindi inten­tó
conciliar el pensamiento de Platón y el de Aristóteles, y afirmó que la teología (islámica)
debía someterse a la lógica natural del entendimiento humano. Escribió mucho sobre el alma,
que consideraba una entidad espiritual creada por Dios.
También Al-Farabi y Avicena intentaron una síntesis platónico-aristotélica, pero Avicena
extrajo mucho más del pensamiento griego. Concluyó filosóficamente que el hombre era un
compuesto de alma inmaterial y cuerpo físico, dotado de libre albedrío, y que el alma humana
era inmortal. Por la misma vía racional dedujo la existencia de un Dios único y creador del
mundo. Defendió la independencia de la filosofía respecto de la teología. El filósofo inglés
Roger Bacon lo consideraba la mayor autoridad filosófica después de Aris­tóteles.
Los libros alcanzaron una enorme difusión en el mundo musulmán. Se dice que a fines del si­
glo IX había más de cien vendedores de libros en Bagdad. Muchos libreros era también calígrafos
que cobraban por copiar libros, y sus tiendas eran lugares de encuentro de pensadores y escritores.
Bagdad culminó su era dorada en el siglo XI d.C. De ahí en adelante, la cultura islámica
se fue cerrando progresivamente sobre sí misma. Algunos sectores religiosos y nacionalistas
empezaron a calificar el conocimiento griego y el de la India como “ciencias extranjeras”,
que amenazaban corromper la pureza del Islam, y esa ofensiva creció progresivamente, hasta
terminar en un aislacionismo del que nunca el mundo árabe se ha recuperado.

El Islam en España

La ocupación musulmana de una parte de España durante casi ochocientos años (siglos VIII al
XV), introdujo en ese país europeo gran parte de los inventos y logros científicos alcanzados
en la cultura islámica.
La universidad árabe de Córdoba estaba decorada con mosaicos traídos de Constantino-
pla, tenía tuberías de plomo para el suministro de agua, y una biblioteca que contenía unos
400 mil volúmenes.
Los árabes realizaron en España grandes avances en botánica, y en el estudio de los abo-
nos y de las características agrícolas de los suelos. En medicina introdujeron la cauterización
de las heridas, y descubrieron el ácaro de la sarna. Inventaron la “soda” como remedio para
el dolor de cabeza.
La mayor influencia del pensamiento filosófico árabe en España la ejerció Averroes, na-
cido en Córdoba en 1126. Además de filósofo, fue médico, y como tal descubrió que nadie se
contagiaba dos veces de viruela, y asimismo el funcionamiento de la retina.

177
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En sus abordamientos de la filosofía, intentó reconciliar el islamismo con la racionalidad.


Sostuvo que las palabras del Corán no debían interpretarse todas literalmente, y que cuando
estuvieran en pugna con la razón, había que entenderlas en sentido metafórico. Creía en la
inmortalidad del alma, pero no en la del cuerpo. Desarrolló muchas otras teorías, y su filosofía
fue incorporada al currículo de las principales universidades europeas del Medioevo.
El imperio árabe cubrió el Mediterrá­neo oriental y occidental, se extendió hasta la In-
dia, y a través de España impulsó de muchas maneras el desarrollo de Europa. Después se
contrajo, y se desconectó en gran medida del resto del mundo. Pero muchos de sus avances
han llegado hasta nosotros, incluida una gran cantidad de palabras arábigas incorporadas al
castellano y otras lenguas europeas.

El “núcleo” esencial de las culturas de la antigüedad

La anterior revisión de las religiones monoteístas nos permite identificar ciertos componentes
comunes, que configuraban el “núcleo” fundamental de todas: la creencia en Dios y en su
intervención en los asuntos humanos; la certidumbre de la condición racional del hombre (in-
teligencia), que le confiere una superioridad absoluta sobre los simples animales; la creencia
en el alma y su supervivencia después de la muerte (incluso en el Scheol judío); la afirmación
del carácter moral del ser humano, que le exige buscar el verdadero bien y evitar el mal como
condición esencial de su felicidad, y que implica libertad, responsabilidad de los propios ac-
tos, intencionalidad, deliberación electiva, esperanza y decisiones de acción.
También el proceso civilizador fue impulsado desde sus comienzos por la certidumbre
(aunque a veces haya sido más o menos brumosa) de que el hombre posee inteligencia, vo-
luntad, libertad, responsabilidad, creatividad, intencionalidad, capacidad de elegir y decidir
sus propios actos y los rumbos de su vida, e incluso una condición moral ontológica, conce-
bida al menos como una disyuntiva incesante entre el bien y el mal, y como un dinamismo
que lo impulsa a buscar su felicidad, o en todo caso a procurar siempre mejores experiencias
de su vida. Y como ya veremos, incluso los grandes filósofos de la antigüedad occidental
—Sócrates, Platón, Aristóteles, etc,— arribaron mediante una reflexión estrictamente racio-
nal a las mismas convicciones.
Todo induce así a concluir que ese “núcleo” es consustancial a la naturaleza humana,
puesto que se ha mantenido incólume a través de la historia, y hoy sobrevive en millones y mi-
llones de seres humanos —creyentes religiosos y muchos otros—, pese a todas las variables
del materialismo moderno que rigen los rumbos de la civilización en Occidente, y progresiva-
mente en otras regiones del mundo.
El materialismo dice que todo eso es espejismo, y espejismo del pasado. ¿Por qué enton-
ces continúa existiendo en tanta gente, e incluso en muchas personas de alto nivel intelectual,
perfectamente enteradas de todos los avances científicos de nuestro tiempo, y que además
encuentran en esas certidumbres experiencias mucho mejores de la vida, y anclajes que los
mantienen “de pie” ante todos los vuelcos, perplejidades y crisis empíricas que afectan día a
día a este mundo en que vivimos? ¿No será que el “espejismo” es exactamente lo contrario,
una verdad trascendente, que necesitamos reincorporar a nuestra cultura, ensamblándola co-
herentemente con todos los verdaderos logros científicos, tecnológicos, económicos, sociopo-
líticos, etc. alcanzados hasta ahora por el impulso civilizador, porque es la única posibilidad
de construir un futuro realmente humano?

178
Sebastián Burr

El genio griego

Aun reconociendo en todo su valor los notables avances, inventos, creaciones y desarrollos
llevados a cabo por los primitivos y por las civilizaciones posteriores, es incuestionable que
en la civilización de la antigua Grecia el pensamiento alcanzó sus más altos logros, que desde
entonces hasta hoy han constituido la mejor herencia cultural recibida por Occidente. Este
juicio es compartido por muchos historiadores, pensadores y escritores contemporáneos, entre
ellos por Sir Peter Hall, quien en un escrito sobre la antigua Atenas titulado “La fuen­te origi-
nal” dice lo siguiente: “La cuestión clave con Atenas es que fue la primera. Y fue la primera
no en un sentido restringido: fue la primera en muchísimas de las cosas que, desde entonces,
en verdad cuentan para la civilización occidental y lo que ésta significa. En el siglo V a.C.
Atenas nos dio la democracia, en la forma más pura que conocemos... Nos dio la filoso­fía, in-
cluida la filosofía política, en una forma tan desarrollada que di­fícilmente alguien pudo aña-
dir algo a ella durante más de un milenio. Nos dio la primera historia sistemática escrita en
el mundo. Sistemati­zó el conocimiento médico y científico de la época, y por primera vez em-
pezó a fundarlo en generalizaciones realizadas a partir de observa­ciones empíricas. Nos dio
la primera poesía lírica y luego la comedia y la tragedia, todo ello también con un grado tan
extraordinario de sofis­ticación y madurez, que parecieran haber estado germinando bajo el
sol griego durante centenares de años. Nos dejó el primer arte naturalista; por primera vez,
los seres humanos captaron y registraron para siempre el soplo del viento y las cualidades de
una sonrisa. Sin ayuda de nadie inventaron los principios y las normas de la arquitectura ...”.
Vimos ya que el desarrollo en las democracias griegas de una economía basada en el
dinero permitió a un buen número de sus ciudadanos disponer de tiempo para dedicarlo a la
reflexión filosófica y a otras áreas del pensamiento. Hubo sin embargo otra circunstancia que
ejerció su propia influencia en ese proceso.
El pensamiento filosófico emergió en la Hélade como una especie de transición del mito
al logos, término griego que significa “inteligencia”. Pero el genio griego hizo con ese térmi-
no algo sin parangón en la historia de la humanidad: lo aplicó tanto al entendimiento humano
como a todas las articulaciones de la realidad; en definitiva, al orden del mundo. Aun así, el
logos, enfrentado al mito, y también a sistemas y prácticas esotéricas al parecer provenientes
de Egipto (por ejemplo el orfismo), debió abrirse paso poco a poco a través de esas creencias,
y conservó a veces resabios mitológicos, que se encuentran incluso en la filosofía de Platón.
Solamente en Aristóteles se advierte ya una emancipación definitiva del mito, gracias a la
cual su pensamiento se instala por completo en el desciframiento del mundo y del ser humano
mediante el solo examen y una amplia reflexión metafísica de la inteligencia.
Los filósofos griegos fueron los primeros en descubrir que el mundo entero era inteli-
gible, es decir, que todo lo que en él existe y sucede podía ser procesado y conocido por el
entendimiento humano. Lo definieron así como un kosmos, término que significaba que el
mundo era un sistema unitario regido por un orden universal y coherente, y afirmaron que ese
orden podía ser también conocido por la inteligencia humana. Ese fue el detonante de todas
las investigaciones sistemáticas llevadas a cabo hasta hoy para desentrañar el universo.
Tras descubrir que el mundo poseía un orden, acuñaron un nuevo término para designar
el orden mismo. Ese término fue “physis”, posteriormente traducido al latín como natura, y
más tarde al castellano como “naturaleza”. De esta manera, lo que hoy la ciencia y todos no-
sotros llamamos “leyes de la naturaleza” es otra herencia recibida de la filosofía helénica, de
su desciframiento metafísico del orden universal. Y la palabra “física” es un derivado directo
del concepto de “physis” elaborado por los pensadores griegos.

179
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Otro extraordinario descubrimiento de algunos filósofos helénicos, sobre todo de Aristó-


teles, fue discernir que todas las cosas del mundo, incluido el ser humano, poseían un núcleo o
sustrato inmutable (esencia y naturaleza), pero al mismo tiempo características fluctuantes (a las
que llamaron accidentales). Ese dualismo ontológico generó a su vez una idea matriz de vastas
proyecciones para el género humano y para cada individuo: las características accidentales de
las cosas y del ser humano constituían “potencialidades” que podían ser averiguadas, activadas
y desarrolladas por el entendimiento y la voluntad humanas. Pero además logró determinar que,
en el caso del hombre, tanto el hecho mismo de entender como la acción práctica expandían y
actualizaban las potencialidades de esas mismas facultades. Ese “complejo metafísico” había
sido percibido más o menos intuitivamente desde los comienzos mismos de la humanidad, y
se había constituido en algo así como la “certidumbre implícita” que había impulsado todos
los avances de la civilización y la cultura. Pero su formulación explícita en la filosofía griega
la convirtió en una “certeza racional” que de ahí en adelante permitió discernir las auténticas
posibilidades del progreso de los rumbos erróneos que pudiera imprimirle el ser humano.
En la visión griega, progreso era todo desarrollo de las potencialidades concordante con
la esencia y la naturaleza ontológica de las cosas, y sobre todo con la esencia y la naturaleza
ontológica del hombre. Esa clave sigue siendo igualmente válida en nuestra época, porque
constituye un código esencial de la realidad. El error de fondo del “progresismo” moderno es
haber centrado el progreso exclusivamente en los avances científicos, tecnológicos y econó-
micos, desconectándolos de la naturaleza humana, y dejando fuera sus más cruciales reque-
rimientos y potencialidades: morales, metafísicas y trascendentes. Y el progresismo promete
además una “felicidad” que nunca podrá proporcionar, pues la búsqueda de la felicidad es
un “viaje” que sólo puede llevar a cabo el hombre completo, tal como ha sido diseñado por
el orden natural, y no como lo “define” el reduccionismo “progresista” y tecnocrático, cuyas
ideologías se derivan del materialismo filosófico. Los griegos comprendían muy bien la mul-
tidimensionalidad humana, tanto que definían al hombre como un microcosmos.
Como se ha dicho a lo largo de este libro, lo que más necesita nuestro país y el mundo en
que vivimos es instaurar un modelo integral de progreso, que acoja y ensamble coherentemente
todas las dimensiones humanas y todos los avances empíricos y pragmáticos logrados hasta hoy
por la ciencia y la tecnología. Más aún cuando el mundo moderno ha alcanzado un desarrollo
de las comunicaciones de tal magnitud, que resulta perfectamente posible. En la web está prác-
ticamente todo el conocimiento existente; hay más de 50 millones de sitios web de libre acceso.
Una tercera hazaña cultural de los griegos fue la invención de la democracia, instaurada
en Atenas por Clístenes, en el 507 a.C.
Grecia (la Hélade) era un conglomerado de ciudades-estado autónomas (polis), y un
buen número de ellas adoptaron el sistema democrático. Había también otros regímenes: ti-
ranía (un solo gobernante, incluso elegido), oligarquía (gobierno de unos pocos), plutocracia
(gobierno de los ricos), aristocracia (gobierno de los mejores, derivado del término aristos,
que significa precisamente eso: mejor), etc.
En la democracia griega, la polis no era sólo un recinto edificado que albergaba un con-
glomerado humano; era sobre todo un sistema regido por el principio del bien común, donde
cada ciudadano podía obtener ciertos bienes que todos necesitaban pero no podían conseguir
por su cuenta, y que sólo podían serles proporcionados por el Estado (leyes, justicia, institu-
ciones y servicios públicos, etc.). Así cada uno disponía de un marco sociopolítico idóneo,
que le permitía desarrollar libremente sus propias potencialidades.
Los ciudadanos eran los “hombres libres”, y se excluía de esa categoría a las mujeres, los
niños, los extranjeros y los esclavos. Hoy esas discriminaciones, y sobre todo la existencia de

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Sebastián Burr

la esclavitud, pueden parecernos aberrantes. Quizás lo único que pueda decirse en su descar-
go es que todos los “excluidos”, incluso los esclavos, no quedaban abandonados a su suerte.
Había normas y costumbres que les aseguraban la satisfacción de sus necesidades, y asimismo
un trato digno, considerado, y hasta afectuoso.
Un principio fundamental de la democracia griega fue la participación directa de los ciuda-
danos, que configuraban la “asamblea”, en la cual residía el poder soberano. La asamblea desig-
naba a los gobernantes, que eran considerados realmente “servidores públicos”, y tenía la facul-
tad de enjuiciar su gestión y pedirles cuentas de todo cuanto hacían en el ejercicio de sus cargos.
Esa participación directa era posible gracias al reducido número de ciudadanos de cada
polis, que pocas veces superaba los veinte mil habitantes. En cambio, las ciudadanías actuales
comprenden millones de personas, de manera que la participación directa ha dejado de ser fac-
tible. Se requiere entonces, como lo planteo en otros capítulos de este libro, idear y establecer
formas de participación indirecta pero real, es decir, articuladas por dinamismos verdadera-
mente morales y éticos, y al alcance de todos los ciudadanos. En los últimos años, el tema de la
participación ciudadana ha ido cobrando creciente importancia en nuestro país, a tal punto que
casi todos los gobiernos se refieren genéricamente a ella. Sin embargo, nada hay hasta ahora que
pueda calificarse de verdadero avance en ese sentido. La participación ciudadana es un requeri-
miento aún pendiente de solución, aunque sigue siendo condición sine qua non de la auténtica
democracia y del desarrollo de la autosuficiencia humana, que es lo que de verdad importa.
Comparando la democracia griega participativa con nuestras actuales democracias re-
presentativas, Peter Jones califica irónicamente a estas últimas como “oligarquías electivas”.
Atenas fue una de las polis griegas que enfrentó también la dificultad de funcionamiento
físico de la asamblea. Se calcula que hacia el 430 a.C. su población total ascendía a 125.000
habitantes, y que en el 317 a.C. había aumentado a 185.000, lo que elevó considerablemente
el número de ciudadanos. El problema fue resuelto mediante la institución de un organismo
intermedio, un comité o consejo llamado boule, compuesto de 500 miembros, cuya función
era estudiar los asuntos políticos y elaborar propuestas para someterlas a la consideración
de la asamblea (aprobación, enmiendas o rechazos). Los miembros de la boule eran se­
leccionados al azar, para evitar que se formaran facciones que manipularan o pervirtieran el
funcionamiento democrático de la polis.
La administración de justicia estaba a cargo de un jurado conformado por ciudadanos
pertenecientes a la asamblea, cuyo número podía fluctuar entre 101 y 1001. Todo el que recu-
rría a ese jurado debía exponer por sí mismo su caso, y asimismo sus demandas y argumentos;
no había abogados que lo representaran, y los veredictos del jurado eran inapelables. “Para
los atenienses, la responsabilidad de tomar decisiones propias, actuar de acuerdo con ellas y
aceptar sus consecuencias era parte fundamen­tal de la vida de un hombre libre”.
Esa configuración de la democracia demuestra que los griegos entendieron muy temprano
que la vida humana tenía un carácter moral y se jugaba en gran medida en lo político, de manera
que la ética social y la praxis personal configuraban un dualismo activo e indivisible, a diferencia
de la democracia moderna, que es representativa, pasiva y disruptiva, por no decir desintegrada.
Los debates entablados en las asambleas tenían un alto nivel, pues su lenguaje protagóni-
co era la retórica, que los mismos griegos definían como el arte de hablar, discutir, argumentar
y persuadir, y que debía estar siempre al servicio de la verdad (aunque algunos sofistas la
emplearon para convencer de mentiras). En todo caso, los griegos, para descubrir verdades,
recurrían a la dialéctica, método filosófico también desarrollado por ellos.
Atenas alcanzó su mayor esplendor, considerado su “edad de oro”, durante el gobierno
de Pericles (495-429 a.C.), Entre sus muchos logros, Pericles instituyó el pago estatal a los

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

miembros del consejo y de los jurados, terminó la construcción de las murallas de la ciudad,
que se convirtió así en un recinto inexpugnable, e impulsó vigorosamente la investigación
científica (incluida la reflexión filosófica), la creación artística y literaria, el comercio y la
economía. Recons­truyó el Partenón, tarea que proporcionó empleo a numerosos artesanos, y
que contribuyó a estimular aún más la creatividad intelectual de los ciudadanos.
Pero Atenas no fue la única polis en la que se desarrolló el pensamiento helénico. Hubo
otras en las que surgieron grandes pensadores: Estagira, Samos, Mileto, Abdera, Agrigento,
Elea, Efeso, Clazomene, etc.
Según Erwin Schrödinger, la razón principal que provocó la “explosión” del pensamien-
to griego fue precisamente la democracia participativa o activa, por cuanto se ejercía bajo
condiciones morales y éticas. En las polis democráticas, los pensadores no estaban sometidos
al control de los gobernantes ni de los poderes religiosos, caso único en el mundo antiguo,
aunque debemos recordar que Sócrates fue condenado por autoridades atenienses, que consi-
deraron sus ideas “impías” y “corruptoras de la juventud”. Aún así, la libertad de pensamiento
predominó en esas democracias, y generó una apertura irrestricta a todas las áreas de la inves-
tigación y el conocimiento, permitiendo incluso el desarrollo de diferentes corrientes filosófi-
cas, a veces completamente dispares entre sí (eleatas, heracliteanos, platónicos, aristotélicos,
estoicos, epicúreos, pitagóricos, atomistas, cínicos, sofistas, etc.), que entablaban abiertamen-
te toda clase de debates en los que confrontaban distintas interpretaciones de la realidad (en
las que estaban implícitas distintas teorías del conocimiento) y asimismo las argumentaciones
en que las sustentaban, sin que nadie se escandalizara de ninguna de esas teorías.
Eso no ocurrió en ninguna otra civilización de la antigüedad. Incluso los pensadores chi-
nos (la filosofía del Tao, la doctrina moral de Confucio) estaban casi todos patrocinados por el
gobierno imperial, y debían adecuar sus ideas al establishment cultural imperante, so pena de
ser privados de esa subvención estatal, o sufrir sanciones aún mayores. Fueron así mucho más
cautelosos en sus opiniones que los griegos, y casi nunca discutían entre sí.
Respecto a la actitud de la cultura helénica ante la ciencia, es necesario precisar un punto
de importancia crucial: para los griegos, la ciencia era un saber unitario y completamente inte-
grado a la filosofía, que cubría todos los campos del conocimiento: la investigación de la natu-
raleza, las matemáticas, la medicina, la moral individual y la ética social, la teoría política, el
estudio del hombre (antropología filosófica), los fundamentos y articulaciones de la creación
artística, de la arquitectura, etc. De hecho, la palabra “ciencia” se deriva del verbo latino scire,
que significa “saber”, y que equivale a los términos griegos epignose (conocimiento) y sofia
(saber o sabiduría, que a su vez dio origen a “filosofía”, que significa “amor al saber”).
Esa concepción integradora se sustentaba en la convicción de que la realidad era un todo
múltiple e interactuante, cuyos ámbitos requerían ser investigados por diferentes disciplinas
científicas, pero que al mismo tiempo emanaban de una trama de fondo común que expli-
caba en último término sus características y dinamismos específicos, y que los ensamblaba
en un sistema armónico. Esa visión de la ciencia, verdaderamente racional, contrasta con el
modelo promulgado por las filosofías de la modernidad, que redujeron dogmáticamente el
conocimiento científico a la investigación empírica y experimental de los fenómenos de la
materia y de sus articulaciones matemáticas, dejando fuera todo lo demás. Y dentro de “todo
lo demás” está nada menos que el ser humano, que para la ciencia moderna continúa siendo
un completo desconocido. Peor aún, a partir del enciclopedismo francés, esa “ciencia” ya
mutilada fue siendo fragmentada cada vez más en islotes desconectados entre sí —física,
química, biología, neurología, psicología, derecho, medicina, sociología, economía, filosofía,
geografía, historia, geometría, ingenierías (de los más diversos tipos), disciplinas tecnológicas

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Sebastián Burr

específicas, etc, etc., y continúa siendo enseñada así en casi todas las escuelas, colegios y uni-
versidades de nuestro país y de Occidente, provocando toda clase de fracturas cognoscitivas,
y consecuentemente existenciales, en millones y millones de seres humanos, que no saben
cómo armar el rompecabezas de la realidad y de sus propias vidas ante tanta dispersión e
incoherencia. El modernismo, que asoció los principios de unidad e integración a la cultura
teológica del Medioevo, se hizo completamente refractario a la integración del conocimiento,
y lo fragmentó cada vez en más pedazos inconexos entre sí. Pero el hecho es que la operatoria
esencial del entendimiento consiste básicamente en diferenciar y jerarquizar, para después
integrar, y cuando no funciona así sufre una especie de dislocación de sí misma, antesala de
todo tipo de neurosis, e incluso de patologías mentales aún más graves. ¿Qué responsabilidad
puede caberle al entendimiento y a sus dinamismos epismológicos en las disputas ideológicas
entabladas entre el modernismo y el Medioevo? Simplemente ninguna.
La primera pregunta propiamente científica de la antigüedad fue formulada por el primer
filósofo griego: Tales de Mileto. Esa pregunta fue: “¿De qué está hecho el mundo?” Su respuesta
fue errónea, pues concluyó que todas las cosas del mundo estaban hechas de “agua”. Pero esa
sola pregunta tuvo una enorme trascendencia, pues inauguró una “óptica” que de ahí en adelante
detonaría todas las demás preguntas científicas. Además, implicaba la idea de que todo lo que
existía en el mundo, por debajo de sus múltiples diferencias, procedía de un sustrato único, de
una sustancia primordial común. Ese sustrato de fondo continúa siendo explorado por la física
moderna, que ha llegado a identificarlo con la “energía”, pero cuyos más lúcidos investigadores
siguen indagándolo, sospechando que más allá de la energía hay algo que aún elude el método
empírico-experimental adoptado por la ciencia moderna, y quizás lo eludirá siempre; algo metafí-
sico, que sólo podría ser atrapado por la filosofía, o más exactamente, por la metafísica teológica.
Tales era además mercader, y en sus viajes había aprendido matemáticas y astronomía
babilónicas. Eso le permitió predecir acertadamente un eclipse total de sol en el año 585 a.C.:
el fenómeno ocurrió en el momento en que había sido calculado por él anticipadamente.
Después de Tales de Mileto, varios filósofos entregaron sus propias respuestas a su pre-
gunta sobre el sustrato sustancial del mundo, el “elemento original”. Anaxímenes dijo que ese
elemento era el aire, Heráclito concluyó que era el fuego, Pitágoras, que eran los números, Em-
pédocles postuló la existencia de cuatro elementos primordiales: el agua, el aire, el fuego y la tie-
rra, etc. Eran intuiciones profundas, pero basadas sólo en la observación, pues no contaban con
instrumentos científicos que permitieran sobrepasar el límite de las percepciones sensoriales.
Finalmente, la pregunta de Tales encontró una respuesta asombrosa, casi contemporá-
nea, pues fue una especie de anticipo de la que hoy proporciona la física: la teoría atomista
de Demócrito.
Demócrito afirmó que el mundo estaba hecho de materia, y que la materia estaba hecha a
su vez de una infinidad de pequeñísimos corpúsculos sólidos e indivisibles, a los que denomi-
nó átomos. Demócrito no inventó la palabra “átomo”, pues es un término griego que significa
precisamente eso: indivisible.
Según Demócrito, los átomos se movían al azar en un vacío cósmico infinito, y no eran
uniformes; se diferenciaban por distintas configuraciones geométricas, que al combinarse en di-
ferentes proporciones daban origen a la incontable diversidad de cosas que existían en el mundo.
De alguna manera, la física moderna es tributaria de esa concepción embrionaria pero al
mismo tiempo genial de Demócrito (no podía ir más allá), y podemos preguntarnos si no fue
su teoría atomista la que instauró una óptica que impulsó a los científicos de nuestra época a
indagar el carácter atómico de la materia. Schrödinger ha calificada esa teoría como “la más
bella de todas las bellas durmientes”.

183
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Sin embargo, al postular que los átomos se movían y combinaban al azar, Demócrito
dejó fuera de su teoría el orden del mundo, y asimismo las esencias y naturalezas de las cosas
singulares. Ese vacío sería llenado por Platón y Aristóteles.
El carácter libre y abierto de la reflexión filosófica en Grecia generó numerosas corrientes
de pensamiento, que abordaron de punta a cabo todos los interrogantes que la realidad y la
vida humana le plantean a la inteligencia, a tal punto que, como lo dice José Miguel Ibáñez
Langlois en su Historia de la Filosofía, los griegos “lo pensaron todo”.
Las filosofías de la modernidad no han hecho otra cosa que repetir esos itinerarios, y
emitir con otras palabras, pero presentándolas como logros propios e inéditos, las mismas
formulaciones hechas hace más de dos mil años por las diversas corrientes del pensamiento
helénico: el materialismo y el mecanicismo de los atomistas, el empirismo fenomenológico
de Heráclito, el racionalismo platónico, el relativismo y el utilitarismo de los sofistas, el deter-
minismo de los estoicos, la teoría numérico-matemática de los pitagóricos, la teoría del placer
formulada por los hedonistas y resucitada por el empirismo moderno, la duda radical de los
escépticos y agnósticos griegos, el eclecticismo surgido hacia el fin de la filosofía helénica,
análogo al confusionismo ecléctico y relativista contemporáneo, etc., etc.
Todas las mencionadas corrientes fueron reduccionistas, como lo son las filosofías de la
modernidad; es decir, redujeron la realidad a ciertos ámbitos parciales, y dejaron fuera los
ámbitos metafísicos, que constituyen la trama de fondo de lo real (excepto Platón, que fue
eminentemente metafísico, aunque también reduccionista).
Sin embargo, en ese maremágnum filosófico se destacaron tres pensadores, calificados
hasta hoy como la “tríada” mayor del pensamiento helénico: Sócrates, Platón y Aristóteles,
que abrieron la filosofía a visiones más vastas de la realidad y del hombre. Más adelante revi-
saremos sus respectivos desciframientos, que son los que más pueden contribuir a restaurar la
condición humana en el progresismo modernista de nuestra época.
Las ciencias empíricas, las matemáticas y las invenciones tecnológicas tuvieron en la
cultura griega excepcionales investigadores y creadores, muchos de ellos filósofos.
Pitágoras aportó a las matemáticas su famoso teorema, y logró otros grandes avances en
ese campo. Entre ellos, descubrió la esfericidad de la tierra, y la relación numérica existente
entre la extensión de una cuerda musical y la altura del sonido que producía, inaugurando así
un criterio científico para la construcción de instrumentos musicales.
Hiparco midió la duración de un año, y erró en apenas 6 minutos; inventó la trigonome-
tría esférica y creó un mapa estelar que registraba la posición de 1.000 estrellas. Ptolomeo
hizo otro tanto.
Hipócrates, considerado el padre de la medicina, escribió un tratado sobre los efectos del
clima y el medio ambiente en la salud física y mental, y otro sobre la epilepsia, atribuyendo
su origen a una obstrucción de las venas del cerebro causada por una especie de “flema”.
Estableció que la observación meticulosa de los síntomas era un método fundamental para la
medicina, y que era necesario examinar la postura del cuerpo, la temperatura, la respiración,
el sueño, la orina, los excrementos, la saliva, las flatulencias, las lesiones, etc., etc. Descubrió
que la fiebre era una reacción sistémica del cuerpo para combatir las infecciones, y formuló
el principio de que las enfermedades se debían sobre todo a desequilibrios producidos en el
funcionamiento global del organismo (metabolismo), y que la cura consistía en restaurarlo.
Herodoto es considerado por su parte el padre de la historia, debido a que introdujo el
método de la investigación para averiguar y reconstituir objetivamente los hechos del pasado.
Viajó a muchos lugares para consultar archivos, examinar vestigios históricos de diferente
índole, y entrevistar a testigos presenciales de los hechos más recientes.

184
Sebastián Burr

Sin embargo, la mayor parte de los científicos e inventores helénicos desarrollaron su


labor en una ciudad que llegó a ser la más importante y el mayor centro de conocimiento de
la antigüedad: la ciudad de Alejandría.
Situada en Egipto, Alejandría fue fundada en el 331 a.C. por Alejandro Magno, hijo del
rey Filipo II de Macedonia. Alejandro había tenido como maestro a Aristóteles, y concibió la
ciudad como una megalópolis basada en el diseño aristotélico cuadricular de la “ciudad ideal”.
Como dato adicional, cabe consignar que Alejandro ganó su primera batalla a los 16 años,
conquistó gran parte del mundo conocido entonces en Occidente, y creó el primer gobierno
supranacional; nadie ha configurado nunca un imperio tan vasto. Sus conquistas dieron origen
a la cartografía y a la botánica comparada, esto último gracias a las plantas extraídas de los
territorios que sometió a su dominio.
Durante siglos, Alejandría fue un “lugar paradigmático” y un “centro de cálculo” en el
que florecieron todas las aéreas del saber. La tradición dice que fue el propio Alejandro quien
hizo construir ahí una biblioteca, dedicada a las musas. Ya en el siglo III a.C., esa biblioteca
contenía más de 400 mil rollos múltiples y 80 mil rollos únicos, a los que posteriormente se
agregaron nuevas cantidades.
La biblioteca de Alejandría se convirtió en el lugar de consulta favorito de científicos,
filósofos, historiadores, artistas, etc., tanto de Europa como del Asia Menor. Era frecuente
que recibiera hasta cien visitantes a la vez. Contaba con salas de conferencias y debates, un
jardín botánico, y un personal seleccionado de amanuenses (copistas y traductores), lo que
permitía obtener copias de los documentos que almacenaba. Todos los barcos que arribaban
a los puertos de Alejandría estaban obligados a entregar a la biblioteca los libros que trans-
portaban, y una vez copiados les eran devueltos. Esos libros eran catalogados aparte, y se los
denominaba “de las naves”.
Hubo pensadores e inventores griegos que se hicieron famosos en Alejandría, entre ellos
Euclides, Aristarco de Samos, Ptolomeo, Apolonio de Rodas, Arquímedes y Eratóstenes.
Euclides escribió un libro capital, Elementos, tratado de geometría considerado uno de
los más influyentes de la historia hasta nuestra época, y que ha tenido más de mil ediciones
a través de los siglos (quizás el más reeditado después de la Biblia). Luego de definir en esa
obra el punto, la línea, los ángulos, los planos, y formular los primeros axiomas matemáticos,
Euclides desarrolló la geometría del plano y de los sólidos, la teoría de los números, las pro-
porciones matemáticas, etc.
Apolonio fue matemático y astrónomo. Escribió Cónicas, cuyo éxito fue similar al de
Elementos de Euclides, y donde sometió a toda clase de cálculos la elipse, la parábola, la
hipérbola, y la complicada geometría de los conos, hasta hoy usada en óptica y astronomía.
Desarrolló además el sistema de epiciclos para explicar los movimientos planetarios.
Otro extraordinario matemático fue Arquímedes de Siracusa. Lo que más le interesaba
eran las ideas, pero inventó varias armas de defensa para la guerra: catapultas, espejos que
usaban la luz solar para incendiar las naves enemigas, etc. Escribió Sobre el equilibrio de los
planos (palancas) y Sobre los cuerpos flotantes (hidrostática), en el que formuló su principio
de que un cuerpo sólido flota en el agua cuando su peso es inferior al del volumen de agua
que desplaza. Otro de sus logros fue hacer el cálculo más aproximado del número Pi que se
ha hecho hasta hoy (3,1416…).
Fue Eratóstenes quien dedujo por primera vez mediante cálculos científicos que la tierra
era redonda. Determinó casi exactamente su circunferencia, equivocándose en sólo 80 kiló-
metros. Pero calculó correctamente la duración del año, y elaboró el calendario que después
oficializó Julio César.

185
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Claudio Ptolomeo escribió Sintaxis matemática, obra que más tarde fue denominada
Megiste (la más grande), y Almagesto por los árabes. Era sobre todo un tratado de trigono-
metría (los triángulos y los círculos que los abarcan). Pero en dos de sus capítulos incluye un
catálogo de más de mil estrellas, organizadas en 48 constelaciones.
Otra obra de Ptolomeo fue Geografía, donde desarrolló el sistema de latitudes y longi-
tudes usado hasta hoy. Catalogó alrededor de 8 mil ciudades, ríos y otros accidentes geográ-
ficos. Fue el primero que dibujó el globo terráqueo en una superficie plana (mapa).
Mil ochocientos antes que Copérnico, Aristarco de Samos sostuvo que la tierra giraba
alrededor del sol, desafiando así las creencias geocéntricas de su época, a las que adherían
incluso los astrónomos.
La medicina logró también importantes avances en Alejandría, en gran medida debido a
la investigación experimental, método que casi no se aplicaba hasta entonces. A comienzos
del siglo III a.C., se autorizó a dos médicos, Herófilo y Herasístrato, a practicar autopsias a los
cuerpos de los criminales ajusticiados. La noticia provocó extraordinario revuelo, pero esos
exámenes permitieron tal cantidad de descubrimientos, que “la lengua griega simplemente
no era capaz de darles nombres a todos”. Esos dos médicos debían mucho a Aristóteles, que
había desarticulado el mito que consideraba “intocables” los cadáveres, al postular que todas
las cosas materiales eran moralmente neutras.
Herófilo descubrió los nervios (y acertó al distinguirlos entre sensores y motores), los
ventrículos del cerebro, la córnea y la retina del ojo. Describió exactamente el hígado, inves-
tigó el páncreas, los ovarios, las trompas de Falopio, la matriz, y abolió la creencia de que
en las histéricas el útero se desplazaba fuera de su lugar normal. Desarrolló asimismo una
matemática inicial del cuerpo humano: etapas en el desarrollo del embrión, carácter periódico
de algunos malestares como la fiebre, teoría cuantitativa del pulso, que llamó “música” del
cuerpo, y que averiguó que variaba en cada etapa de la vida, Incluso diseñó un reloj portátil
(clepsidra) para medir el pulso de sus pacientes. Descubrió además que las heridas circulares
cicatrizan más lentamente que las otras (geometría de las heridas).
Erasístrato hizo aun mayores avances. Sostuvo que todos los fenómenos orgánicos esta-
ban determinados por las estructuras y procesos físicos del cuerpo, y pensaba que el corazón
era un fuelle provisto de válvulas que impedían el flujo de la sangre en dirección contraria.
Pero estaba convencido de que el cuerpo tenía un “propósito”; por lo tanto, su visión al res-
pecto no era mecanicista, como la de Descartes y la de muchos cientificistas modernos.
El fundador del empirismo médico fue Filino de Clos, método que fue redescubierto por
Galeno en el siglo II d.C.
Hacia fines de la antigüedad (antes de la era cristiana), Alejandría había recopilado,
clasificado, codificado y archivado en textos escritos todo lo que se conocía sobre el pensa-
miento griego, babilónico, egipcio, judío, etc. Estableció así una cultura “escrita”, que hasta
hoy caracteriza a Occidente.
Estos y otros extraordinarios avances científicos y tecnológicos de la época fueron posi-
bles gracias a una aplicación rigurosa de los códigos de la lógica descubiertos por la filosofía.
Ya se ha dicho, por lo demás, que para la cultura griega todas las áreas del saber eran ciencia,
de modo que la interacción entre ellas era permanente, y completamente natural.
Ahora bien, en el año 48 a.C., un gigantesco incendio arrasó buena parte de la biblioteca
de Alejandría. Según algunos historiadores, la mayoría de sus libros se quemaron entonces;
otros piensan que fueron destruidos por los árabes en el siglo VI de nuestra era, aunque esa
hipótesis no encaja con el hecho de que los árabes se preocuparon de recopilar los escri-
tos de Grecia y del Cercano Oriente en todos los lugares por donde pasaban, y después de

186
Sebastián Burr

conservarlos como un valioso depósito cultural. Sea como sea, la pérdida de muchos de sus
libros que afectó a la biblioteca de Alejandría significó la pérdida de ideas de la antigüedad que
quizás desaparecieron para siempre, o no fueron recuperadas sino muchos siglos más tarde.
Pasemos a revisar muy sucintamente el pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles,
los “tres grandes” de la filosofía griega, los que hasta hoy han ejercido una mayor influencia
en la cultura de Occidente.

El método socrático

Sócrates fue sobre todo un filósofo de la moral, y la entendió en el sentido griego, como la
trayectoria humana hacia la felicidad. Para él, esa trayectoria sólo podía cumplirse realmente
si estaba alumbrada por el conocimiento, por el desciframiento y comprensión de los significa-
dos esenciales de las cosas (conceptos). De esta manera, para Sócrates la condición esencial de
una vida feliz era el descubrimiento progresivo de verdades, sobre todo de verdades humanas.
Sócrates hizo suya la máxima inscrita a la entrada del templo del Oráculo de Delfos: “Co-
nócete a ti mismo”, y creó un método propio para lograr ese conocimiento interior.
El método socrático no “enseñaba” nada, no consistía en un “maestro” que transmitía
su saber a “discípulos” que lo recibían y lo incorporaban a su mundo mental. Era un método
inductivo de autoaprendizaje, mediante el cual cada discípulo, o cualquier otro que quisiera
aplicarlo (muchos que no eran discípulos de Sócrates acudían a él para esclarecer los proble-
mas e interrogantes de sus propias vidas) iban logrando por sí mismos el encuentro de verda-
des que les permitían el progreso moral, el mejoramiento de sus experiencias existenciales.
Dicho método comprendía dos fases: la “ironía” y la “mayéutica”. La ironía (algo muy
distinto de lo que hoy entendemos con ese término) consistía en hacer al discípulo o al in-
terlocutor una serie de preguntas que le permitían ir detectando por sí mismo los errores,
inconsistencias, contradicciones, etc., que había en sus interpretaciones de la realidad y en
la manera de conducir su vida (creencias, convicciones, sentimientos, actitudes, conductas,
intercambios sociales, etc.). Era una fase de “desmantelamiento” de todos los “erróneos” ad-
quiridos por cada individuo a lo largo de toda su existencia.
Las preguntas que provocaban ese desmantelamiento eran amables, y hasta afectuosas,
pero tremendamente incisivas, a tal punto que su propia lógica iba acorralando al interlo-
cutor, sin dejarle escapatoria. De esta manera, la ironía socrática era un “arte”, en el que
Sócrates era un verdadero maestro.
La segunda fase, la mayéutica, introducía nuevas preguntas, que producían el autodescu-
brimiento de las verdades, lo que Sócrates llamaba la “autoiluminación”.
Sócrates estaba convencido de que la inteligencia humana poseía en sí misma, por su
propia naturaleza, la capacidad innata de descubrir la verdad. Su método, según él mismo lo
precisó, se limitaba a poner en marcha ese potencial, a inducir el “alumbramiento” interior
en cada entendimiento.
Las mejores experiencias educativas de nuestra época han revelado que el autoaprendizaje
es una de las claves esenciales del desarrollo del entendimiento, porque genera la capacidad
de buscar y descubrir, desde una perspectiva enteramente propia, los significados de la reali-
dad, de la vida humana y de la propia vida; la capacidad de comparar, analogar y discernir; y
por último, la de adquirir también por sí mismo los conocimientos específicos, y entender los
vínculos y las relaciones que los conectan unos con otros en una trama coherente, hasta con-
vertirlos en una trama personal. Y el resultado de ese proceso es la adquisición progresiva de

187
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

una autosuficiencia que permite manejar cada vez mejor la propia vida. Esa clave se encuentra
en gran medida ausente en nuestros sistemas de enseñanza, y su omisión explica los magros
rendimientos que la educación oficial produce en casi todos los estudiantes, cuyos desalenta-
dores índices ya revisamos en el diagnóstico educacional. En el último capítulo de este libro,
dedicado a las propuestas, se incluye una propuesta educacional que revisa en detalle las con-
diciones del autoaprendizaje y le asigna una función protagónica en la enseñanza.

El idealismo platónico

Platón (429-348 a.C.) fue discípulo de Sócrates, y emprendió una aventura filosófica de vas-
tos alcances, que culminó en su teoría de las Ideas, una concepción grandiosa de la realidad,
aunque al mismo tiempo atravesada de contradicciones que el propio Platón advirtió en los
últimos años de su vida, pero no logró resolver. Cabe señalar también que este “ordenamien-
to” platónico coexistió con su creencia en varios dioses de la mitología griega.
El principio capital del pensamiento platónico es que todas las cosas que existen en este
mundo, incluido el hombre, poseen un sustrato ontológico o metafísico, una “esencia” inmu-
table, que las hace “ser lo que son”. Las esencias, a las que llamó “ideas”, son muchas, y cada
una genera un conglomerado de individuos que la comparten de la misma manera. Platón de-
nominó “especies” a esos conglomerados dotados de una esencia común, y “accidentes” a las
características que en cada especie diferencian entre sí a los individuos que las integran.
Esa teoría revela una intuición magistral, y ha sido confirmada por todo lo que hoy sa-
bemos de la realidad física. Efectivamente, la propia investigación científica ha descubierto
que todo lo que existe en el mundo está organizado en especies, cada una de las cuales posee
características comunes e invariables, diferentes en cada especie Las especies de la materia
inanimada son las ondas o energías electromagnéticas (la luz, los rayos X, los rayos gama, los
ultravioletas, las ondas de radio, etc.), los elementos (de los cuales se han descubierto hasta
ahora 94) y los compuestos químicos. Y también los seres vivos están organizados en espe-
cies, vegetales y animales, hasta llegar al hombre, la especie superior.
Cada una de esas especies muestra características propias e invariables (configuración
estructural, propiedades, dinamismos operativos, etc). Esos núcleos “ontológicos” de caracte-
rísticas invariables son precisamente las esencias metafísicas descubiertas por Platón.
Las características y dinamismos propios de cada elemento y compuesto químico, de
cada especie vegetal y animal, y por último las características y dinamismos naturales del
ser humano, todas verificadas de mil maneras por la ciencia contemporánea, son lo que ha
hecho posible hasta hoy el estudio racional y científico del mundo, pues si no fueran distintas
e invariables, sería imposible conocer el mundo racional y científicamente, ya que no puede
haber ciencia de un mundo donde no hay nada estable, nada organizado, nada que permita
entenderlo coherentemente. Las mismas “leyes de la naturaleza”, en cuya invariabilidad se
sustenta todo el conocimiento científico y todas las invenciones de la tecnología, demuestran
que la trama de fondo de este mundo es un conglomerado de diseños o núcleos metafísi-
cos, que permanece inalterable a pesar de todos los cambios accidentales que ocurren en él
instante tras instante.
Aun así, el cientificismo materialista moderno (que no es una óptica científica, sino fi-
losófica-dogmática), se niega a reconocer las “esencias”, cuya existencia salta a la vista en
cualquier examen racional objetivo del mundo físico. Sin embargo, contradictoriamente, las
reconoce de manera implícita, pues si no existieran sería imposible ciencia alguna.

188
Sebastián Burr

Como ya está dicho, el descubrimiento de las esencias y los accidentes se lo debemos


sobre todo a Platón. Pero Platón fue quizás el más apasionado de los filósofos griegos; un
apasionado de la trascendencia y de lo absoluto. Ese impulso idealista casi místico lo indujo
a sublimar al grado máximo las esencias de las cosas, y a convertirlas en una superestructura
de la realidad situada más allá del universo físico, con lo cual su filosofía trastocó de muchas
maneras las expectativas y los funcionamientos del ser humano en este mundo. Más tarde
influiría en buena medida en el pensamiento filosófico-teológico del Medioevo, e incluso en
los modos de vida de ese período.
Platón era filósofo, pero al mismo tiempo un gran poeta, dotado de una espléndida ima-
ginación. En todas las obras que escribió, su pensamiento filosófico está expuesto mediante
un sinnúmero de analogías metafóricas, alegorías, simbolismos y referencias mitológicas,
que le impiden alcanzar la precisión de conceptos que caracteriza a la filosofía aristotélica, y
que encuentra una especie de paralelismo imaginativo en los pensadores del romanticismo,
movimiento filosófico surgido en Alemania a fines del siglo XVIII de nuestra era.
Platón declaró que las esencias eran Ideas perfectas y eternas, y que por lo tanto existían
como seres reales (subsistentes en sí mismos) en un plano también perfecto: el Reino de las
Ideas. En ese reino, cada esencia existía cristalizada en un solo individuo perfecto: el hombre
perfecto, el león perfecto, el águila perfecta, el sauce perfecto, el álamo perfecto, el agua
perfecta, el oro perfecto, la palabra perfecta, la música perfecta, y así hasta el infinito. (Aquí
empiezan las contradicciones lógicas, que se van multiplicando una tras otra, y que Platón
no pudo resolver).
Asimismo, postuló que en el reino de las Ideas existían en forma perfecta las esencias
trascendentales: la Verdad en sí, el Amor en sí, la Belleza en sí, el Poder en sí, la Felicidad
en sí, etc., etc., coronadas por la Idea suprema, el Bien en sí, de la cual todas las demás ideas
participaban por una especie de “emanación” del Bien mismo.
En cuanto a las cosas del mundo físico, declaró que eran “copias” o “reproducciones” de
las Ideas eternas, impresas en la materia por una especie de dios-artesano creador del mundo,
pero situado en un nivel inferior al de las Ideas: el Demiurgo (personaje ya inventado por la
mitología griega). El Demiurgo platónico era un dios excelentísimo, dotado de los más altos
atributos; sin embargo, toda su obra creadora (el mundo físico) había quedado “deformada”
al imprimir las Ideas perfectas en la materia (sustancia también eterna, pero no creada por el
Demiurgo), que Platón consideraba el estrato más bajo y “corrompido” de la realidad, casi un
“no ser”, porque la materia estaba sometida al cambio, a una mutación incesante, una especie
de “aproximación” a la nada. Por lo tanto, todas las cosas de este mundo eran reproducciones
degradadas de las Ideas puras, a tal punto que constituían apenas “sombras” de su esplendor.
Esa concepción “pesimista” de la materia contaminó toda su visión del ser humano, y des-
pués se transmitió parcialmente al Medioevo. Según la visión platónica, el hombre estaba com-
puesto en su existencia terrena de cuerpo y alma, pero el cuerpo, por estar hecho de materia, no
era verdaderamente humano; era literalmente una “cárcel” del alma, un castigo impuesto a las
almas por un “pecado” anterior (que no explicó en qué había consistido), a raíz del cual habían
sido expulsadas del Reino de las Ideas (donde antes vivían), y del que sólo podían liberarse
mediante una “purificación” (catarsis) de todas las degradaciones del cuerpo, para regresar a su
verdadera morada, magnificente y eterna, único lugar donde se encontraba la felicidad.
Incluso incorporó a su teoría la transmigración de las almas en diferentes cuerpos (ya
mencionada al revisar las mitologías de la India), considerándola otro proceso de “purifica-
ción” que, una vez completado tras una serie de reencarnaciones, les permitiría el regreso al
reino de las Ideas perfectas.

189
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ahora bien, las almas conservaban un recuerdo borroso (reminiscencia) de las Ideas
puras que habían contemplado antes de ser precipitadas a este mundo, y la catarsis debía
emplear ese recuerdo para hacerlo cada vez más lúcido y lograr así el progresivo ascenso de
regreso a ese reino ideal.
Marcado por su óptica idealista “antimateria”, Platón propuso severos tratamientos del
cuerpo, a fin de permitir la catarsis del alma. Y en su obra La República emitió una teoría
según la cual todo el funcionamiento sociopolítico de la polis e incluso la vida privada debían
estar regidos por filósofos (por supuesto platónicos), como única manera de asegurar, o al me-
nos promover, en la mayor medida posible, un proceso colectivo de liberación del cuerpo y de
regreso de las almas al Reino de las Ideas. Y para lograr tal objetivo, ese gobierno filosófico
debía ser autoritario y en cierta medida mesiánico, lo que implicaba graves restricciones de la
libertad, al punto de bordear el totalitarismo.
Todas las propuestas platónicas relativas a la vida humana están marcadas por ese dua-
lismo antagónico entre el alma y el cuerpo. Un dualismo maniqueo, según el cual el alma es
el bien y el cuerpo el mal, que considera corruptas todas las aspiraciones pragmáticas e inclu-
so las experiencias corporales, y que sólo acepta como legítimas las satisfacciones del alma.
Con eso Platón incurre en una nueva contradicción, pues todas las satisfacciones humanas,
aun las del espíritu, son experimentadas primero por el cuerpo como sensaciones físicas,
incluso cuando su origen es intelectual o espiritual. Hasta las experiencias de felicidad son
psicosomáticas (cuerpo y alma, o cuerpo y mente), como lo han comprobado muchos psicó-
logos y neurólogos contemporáneos.
No es posible exponer aquí las numerosas contradicciones lógicas en que incurre el idea-
lismo puro de Platón, contradicciones que fueron señaladas por pensadores de su época, sobre
todo por Aristóteles, y también por muchos filósofos posteriores hasta el día de hoy. Pero se-
guramente muchos lectores habrán advertido algunas en esta breve síntesis de su pensamiento.
Las contradicciones filosóficas fueron llamadas aporías por los propios pensadores
griegos, y el significado de ese término es “callejones sin salida”, más allá de los cuales
no es posible seguir pensando lógica y racionalmente. Las aporías griegas, válidas para
toda reflexión humana, deberían ser consideradas en todo su peso por los pensadores con-
temporáneos, que a menudo incurren en ellas, a veces sin darse cuenta (como le ocurrió a
Platón), porque detectarlas y evitarlas es condición esencial de todo examen de la realidad
que pretenda ser verdadero.
Las proyecciones del platonismo en la vida humana son innumerables, y todas están
atravesadas por un idealismo extremo (las Ideas eternas), que constituye la esencia de esa
filosofía. Un idealismo racionalista, y sin embargo no racional, pues emana de reflexiones
exclusivas de la razón, desconectadas por completo de la experiencia empírica, que para Pla-
tón era sólo espejismo. Según él, la experiencia empírica sólo recoge datos e informaciones
proporcionadas por la materia, que por lo tanto no sólo son irreales, sino que además impiden
al alma reconectarse nuevamente con las Ideas eternas, las únicas reales y verdaderas.
Platón nunca menciona a Dios en su teoría de las Ideas. Para él, el punto supremo de la
realidad es la Idea del Bien en sí. Pero ese Bien, que considera un esplendor absoluto, es im-
personal, como todo el resto de las Ideas platónicas.
Por supuesto, lo expuesto aquí es sólo una síntesis de la filosofía platónica, cuyas articu-
laciones y alcances son mucho más vastos. Pero al menos intenta recoger su núcleo esencial,
el que más incide en la vida humana, el que más efectos provocó y sigue provocando, como
veremos, en las culturas posteriores, entre otras en la cultura del Medioevo.

190
Sebastián Burr

El realismo aristotélico

Aristóteles (384-322 a.C.) ha sido considerado la “cumbre” de la filosofía griega. Fue discí-
pulo de Platón, pero se fue distanciando progresivamente de su pensamiento, hasta elaborar
su propia filosofía. Conservó siempre la admiración y el afecto que sentía por su maestro, y lo
mismo hizo Platón, que lo consideró siempre un pensador excepcional. Sin embargo, según lo
declaró Aristóteles explícitamente, para él las exigencias de la verdad estaban por encima de
las de la amistad, y eso fue lo que lo impulsó a elegir su propio rumbo filosófico.
La filosofía de Aristóteles es la más completa de la antigüedad, a tal punto que resulta
extremadamente difícil exponerla en una síntesis, pues cubre todos los ámbitos de la indaga-
ción humana: la metafísica, la lógica, la antropología, la epistemología, la ética y la moral, la
política, la economía, la técnica, el arte, y un gran número de ciencias empíricas o de la na-
turaleza. Ante ese enorme panorama, intentaré señalar las claves aristotélicas que a mi juicio
están directamente vinculadas con la problemática contemporánea, y cómo pueden contribuir
a resolverlas y a abrir mejores rumbos para el futuro humano.
Muchas de las investigaciones empíricas de Aristóteles se basaron en muestras de mi-
nerales, vegetales y animales que recopiló y examinó directamente. En este sentido, fue el
mayor recopilador de toda la antigüedad.
Cabe sin embargo hacer de antemano un esclarecimiento fundamental. Aristóteles elabo-
ró una serie de teorías relativas al mundo físico, pero muchas adolecieron de errores y equivo-
caciones, pues no disponía de los instrumentos con que cuenta la ciencia contemporánea, sino
sólo del registro de sus sentidos, y tampoco de la colosal cantidad de datos y antecedentes que
ha acumulado la investigación científica. En otras palabras, partió casi de cero. Fue así inevi-
table que esas limitaciones le impidieran descubrir las articulaciones y dinamismos del mun-
do físico ocultos a los sentidos. De hecho, una de sus grandes equivocaciones científicas fue
haber postulado un sistema planetario geocéntrico y no heliocéntrico. La teoría heliocéntrica
sería formulada pocos años después por Aristarco, y 1.800 años más tarde por Copérnico y
Galileo, que la fundamentaron en deducciones y cálculos objetivamente científicos. También
se equivocó en su teoría de los cuerpos físicos, al sostener que el estado natural de un cuerpo
era estar en reposo, y que sólo se movía si era empujado por una fuerza o un impulso. De eso
deducía que un cuerpo pesado caía más rápido que uno liviano, porque sufría una atracción
mayor hacia la tierra, cosa que Galileo rectificó por completo.
Sin embargo, tuvo también aciertos notables en la misma área de la física. Ya en el año
340 a.C., en su libro De los Cielos, estableció dos buenos argumentos para probar que la Tierra
era esférica, y no una plataforma plana, como muchos creían. Fue el primero en señalar que los
eclipses lunares se debían a que la Tierra se situaba entre el sol y la luna, y que la sombra que
proyectaba la Tierra sobre la luna era siempre redonda. De esas dos observaciones dedujo que
la Tierra era una esfera y no un disco plano, pues en este último caso su sombra sería alargada
y elíptica, a menos que los eclipses ocurrieran siempre en un momento en que el sol estuviera
directamente debajo del centro del disco, lo cual no podía suceder en todos los casos.
Ahora bien, al margen de sus errores empíricos, los desciframientos metafísicos, antro-
pológicos y éticos de Aristóteles, que no estuvieron coartados por la observación puramente
sensorial, alcanzaron una lucidez y profundidad hasta ahora no igualadas por ninguno de los
filósofos posteriores, salvo Tomás de Aquíno, que por lo demás basó casi todos sus descifra-
mientos en la filosofía de Aristóteles, agregándole sustanciales alcances propios.
El reconocimiento de Aristóteles como la “cima” del pensamiento filosófico ha sido he-
cho de muchas maneras, y por toda clase de pensadores. El Dante lo calificó como “el maestro

191
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

de los que saben”. Sorprendentemente, Augusto Comte, el fundador del positivismo antime-
tafísico, declaró que era “incomparable”. Y el propio Darwin emitió sobre él esta opinión
que puede parecernos increíble: “Linneo y Cuvier han sido mis dioses, pero comparados con
Aristóteles fueron sólo unos niños”.
Aristóteles incorporó a su filosofía las “esencias” descubiertas por Platón (el gran descu-
brimiento platónico), pero introdujo al respecto un vuelco radical. Ese vuelco consistió pri-
mero en probar filosóficamente la imposibilidad de que existiera el reino de las Ideas eternas
postulado por Platón, poniendo en evidencia las muchas contradicciones de esa teoría, y luego
en asignar a las esencias su verdadero lugar, demostrando que eran los núcleos ontológicos y
metafísicos de todas y cada una de las cosas de este mundo.
Al hacer “descender” las esencias al plano del mundo físico, restauró asimismo el valor
y dignidad de la materia, que en su filosofía no es ya un sustrato corrompido y degradado de
la realidad, sino un componente fundamental del mundo físico y del ser humano, regido y
articulado igualmente por el orden universal.
En la visión aristotélica, todas las cosas de este mundo están compuestas por una doble
realidad indivisible: materia y forma. Las formas son las esencias, los “diseños ontológicos”
de las cosas —diseños inmateriales, como todo diseño, incluidos los diseños concebidos por
la inteligencia humana. Y cada forma, al asociarse a la materia, configura una especie, un
conglomerado de individuaciones en las que esa forma imprime su “sello” propio, dotándolas
de características, propiedades y dinamismos operativos comunes, pero permitiendo al mismo
tiempo que se diferencien entre sí por características individuales accidentales.
A partir de ese desciframiento, Aristóteles desarrolla otra teoría igualmente nuclear: la
del acto y la potencia. Las características accidentales de las cosas cambian incesantemente;
por lo tanto, contienen posibilidades potenciales de cambio, que se hacen reales cuando el
cambio se produce. Según su terminología, cuando una potencialidad latente se hace real, se
convierte en “acto”. Y el hombre es el que posee más y mayores potencialidades, al punto
que para Aristóteles las potencialidades del entendimiento humano son infinitas, pues está
capacitado para conocerlo y entenderlo “todo”. Ahora bien, como todas las cosas contienen
posibilidades potenciales (cada una de acuerdo a su forma, a su diseño ontológico propio), el
hombre puede activarlas y desarrollarlas por sí mismo, en beneficio propio y del mundo que
lo rodea, para así hacerlo cada vez más humano.
En dos de sus obras, Etica a Nicómaco y Etica a Eudemo, Aristóteles examina a fondo
el problema de la felicidad, y demuestra filosóficamente que la felicidad es el fin supremo y
natural del hombre. Demuestra además que todos estamos capacitados para alcanzarla, pues
consiste esencialmente en el autodesarrollo, mediante praxis, de las potencialidades naturales
e intrínsecas —espirituales y corporales— impresas de manera innata en cada de nosotros.
Precisa sin embargo que ese autodesarrollo requiere condiciones externas idóneas para llevar-
se a cabo —familiares, sociopolíticas, educativas, económicas—, y que si esas condiciones no
se dan en grado suficiente, el proceso se bloquea, e incluso las potencialidades mismas pueden
expandirse de manera anormal, y hasta patológica.
El grado máximo de desarrollo de una potencialidad humana es denominado por Aristóteles
areté, término que fue traducido al latín como virtus, y al castellano como “virtud”. Las virtudes
son así “excelencias” humanas, “plenitudes” de vida que generan las mayores experiencias de
felicidad, sobre todo las que desarrollan las potencialidades del entendimiento y la voluntad. En el
capítulo V, dedicado a examinar la configuración antropológica natural del ser humano, revisare-
mos más detenidamente este descubrimiento clave de Aristóteles, cómo se lleva a cabo el proceso
de autodesarrollo de las propias potencialidades, y qué efectos produce en la vida humana real.

192
Sebastián Burr

Aristóteles descifró también la naturaleza del entendimiento y de la voluntad, su carác-


ter inmaterial o espiritual, y asimismo sus complejísimos dinamismos operativos. Identificó
y definió los primeros principios naturales del entendimiento: el de no contradicción, el de
identidad, el de causa y efecto, etc. Reconoció en todo su valor el conocimiento empírico,
al punto que estableció que “todo conocimiento se inicia en los sentidos”, pero demostró
filosóficamente que es el entendimiento el que capta los significados de la realidad, ocultos
tras las apariencias empíricas (materiales), extrayendo de esas apariencias las “esencias” de
las cosas (abstracción) y configurando así las ideas o conceptos, que reproducen las esencias
en la inteligencia humana y le permiten el verdadero conocimiento de la realidad. Esa teoría
epistemológica es la más lúcida y realista elaborada hasta ahora por la filosofía.
Aristóteles demostró además con argumentos estrictamente racionales la existencia de
Dios, a partir de los hechos del mundo físico. Esos argumentos se basan en el acto y la poten-
cia (que exige la existencia de un Acto Puro —Dios—, carente de toda potencialidad), y en el
movimiento permanente de todas las cosas que existen en el mundo, cuya concatenación de
causas y efectos exige la existencia de una Causa Primera, de un “Motor Inmóvil” como punto
de partida necesario de todos los movimientos.
Desarrolló además la teoría de las cuatro causas: material, formal, eficiente y final, que
explica todas las configuraciones ontológicas que existen en el mundo físico y todos los dina-
mismos que tienen lugar en los fenómenos naturales.
Otro de sus grandes descubrimientos fue la analogía, la relación de semejanza o equiva-
lencia que existe entre todas las cosas de la realidad. La investigó en sus diferentes modalida-
des, y extrajo de allí potentes aplicaciones epistemológicas al conocimiento, al arte, y a todas
las variables de la creatividad humana.
En su obra Política, que es un tratado de ética social, examinó todos los posibles sistemas
de organización y “desorganización” política —monarquía, tiranía, oligarquía, plutocracia,
aristocracia, teocracia, demagogia, anarquía, etc.— y concluyó que la democracia participati-
va directa era el único que permitía asegurar los requerimientos éticos del orden sociopolítico
y el autodesarrollo personal de cada ciudadano. Definió el bien común como objetivo esencial
del orden político, y trazó exactamente las fronteras que lo diferencian de los bienes e intere-
ses privados, individuales, grupales o sectoriales de la sociedad.
Todo el pensamiento aristotélico está sustentado en la lógica del sentido común, que es la
mejor de todas, porque es la lógica natural del entendimiento humano y de la realidad. Y des-
cifró las múltiples articulaciones de la lógica en otra de sus obras, que lleva precisamente ese
nombre. Desarrolló la metodología del raciocinio, y asimismo los conceptos de teoría y praxis,
incluidas todas sus aplicaciones a los procesos del conocimiento y al desarrollo moral del hom-
bre. Posteriormente veremos los notables aportes que hizo a la teoría económica, pues definió la
economía como una ciencia ético-moral, dotándola así de un sentido verdaderamente humano.
El aristotelismo, llamado también realismo filosófico, influyó fuertemente en el empiris-
mo moderno, y sobre todo en el positivismo, que utilizaron su teoría naturalista, su método
de investigación científica y sus desciframientos del pensamiento lógico y racional, aunque
aplicándolos a su visión materialista de la realidad. Pero el aristotelismo es un corpus filosófi-
co mucho más vasto y complejo que esos componentes, pues incluye metafísica, ética, moral,
política, economía, justicia, filosofía práctica, eudemonismo (la virtud y la felicidad humana),
hasta culminar en una teología racional (Dios) 212. Contiene además una completa teoría del

212 Aristóteles escribió sobre matemáticas, geometría, hilemorfismo (materia y forma), epistemología (principios del conoci-
miento), tecnología, arte, dialéctica, geografía, familia, biología, medicina, anatomía, astronomía, gramática, poesía, retó-
rica, psicología, estética, hermenéutica, etc.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

conocimiento, cuyo principio fundamental es la integración activa de todos sus procesos y la


transferencia dinámica de valores entre las dimensiones físicas, metafísicas, antropológicas y
sociales, como un metabolismo natural de todos los seres humanos y del orden sociopolítico.
Ese dinamismo interactivo le permitió (aprovechando anteriores descubrimientos de Sócrates
y Platón) elaborar, vincular y expandir ideas o conceptos tales como primer motor inmóvil,
principios de contradicción y de identidad, episteme, silogismos, tekné, taxonomía, sustancia,
energeia, entelechia, ontología, teología, hyle, morfé, éter, teleología, alma, psicología, catar-
sis, crematística, anatomía, zoología, astronomía, meteorología, etc., etc.
Esos conceptos configuran un coherente complejo epistemológico, que el empirismo
ha desechado por completo, aunque pretende respaldarse en Aristóteles. Pero si de verdad
quiere hacerlo, y no falsificar su pensamiento, debería asumir todo el resto de su sistema, o
al menos aquellos componentes que gravitan de manera crucial en la vida humana.
Por otra parte (adelantándonos un poco en este recorrido), los teólogos del Medioevo que
estaban influidos por el platonismo y el neplatonismo a través de la teología de San Agustín,
señalaban con gran vehemencia que cualquier distorsión o exacerbación de alguna de las
postulaciones aristotélicas desembocaría en el materialismo y terminaría afectando al dogma
completo. Por eso muchos de ellos se opusieron a integrar el orden natural con el orden so-
brenatural, es decir, el ámbito de la razón con el de la fe, argumentando que si eso se hacía
sin un criterio de extrema prudencia, se terminaría desbaratando todo el andamiaje teológico
fundado por la Patrística. Pero era tal el peso propio del aristotelismo, sobre todo después que
fue asumido y completado por Tomás de Aquino213, que no pudieron erradicarlo, hasta que
finalmente fue respaldado oficialmente por la Iglesia.
Sin embargo, para desgracia de Occidente, esa erradicación la logró el modernismo, que
impuso a la ciencia un rumbo exclusivamente materialista (ya veremos que también el ma-
terialismo es un idealismo filosófico) y expulsó de nuestra cultura todos los desciframientos
metafísicos, epistemológicos, antropológicos, éticos y morales de Aristóteles. Nos dejó así
instalados en el relativismo, en el sinsentido cultural y en el subdesarrollo moral, a lo que se
agrega la pobreza material de grandes sectores de la población occidental, que se ha transmi-
tido de generación en generación.
Me parece oportuno terminar este recuento del vasto pensamiento aristotélico transcri-
biendo un comentario del investigador Eusebio Colomer:
“Hay dos clases de pensadores: los que meten la nariz por todas partes, como el zo-
rro, y los que se enrollan sobre sí mismos, como el erizo. Los primeros son centrífugos: su
curiosidad los lleva a alejarse del centro hacia la periferia de las cosas. Los segundos son
centrípetos: su capacidad de visión los hace girar en torno del centro, adonde todo conver-
ge. La grandeza de Aristóteles radica en que fue a la vez zorro y erizo. Se interesó por todas
las cosas del cielo y de la tierra; lo curioseaba y lo revolvía todo, pero sin perderse en la
diversidad, sino integrándolo todo en un conjunto coherente. Durante siglos, el pensamiento
de Aristóteles fue considerado una especie de monolito caído del cielo. Pero esta manera de
pensar no tenía en cuenta la otra cara de la realidad, el hecho de que esa visión, a la vez
dispersa y unitaria, fue el fruto de una larga caminata”.

213 Tomás de Aquino refundió el Antiguo y el Nuevo Textamento, el aristotelismo, y los aspectos válidos del platonismo y de
otros postulados de diversos filósofos.

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Sebastián Burr

Evolución posterior de la filosofía helénica

Después de Aristóteles, el pensamiento filosófico experimentó en Grecia una progresiva deca-


dencia. Además de las corrientes que ya existían, aparecieron versiones derivadas de ellas, e
incluso nuevas formulaciones filosóficas, como el eclecticismo y el escepticismo. El resultado
fue un confusionismo del que casi no podía extraerse nada realmente consistente.
El aristotelismo siguió contando con un buen número de seguidores, pero poco a poco fue
perdiendo influencia, quizás por la ausencia de Aristóteles, pero sobre todo porque quedó con-
finado al plano del pensamiento teórico, sin aplicarse a la vida real, al funcionamiento sociopo-
lítico del mundo griego. Más aún: desde entonces hasta hoy, nunca se ha intentado aplicarlo a
la organización y a la institucionalidad concreta de las sociedades humanas. Sólo en el ámbito
privado ha habido personas que lo han incorporado a su propia praxis, y las sigue habiendo en
nuestros días. No hay estadísticas sobre cuántas han sido y son actualmente esas personas, pero
indicadores indirectos permiten presumir que un buen número de seres humanos, a lo largo
de la historia, han encontrado en las formulaciones aristotélicas las potentes claves naturales
que permiten abordar integralmente la aventura de vivir, y han logrado gracias a su aplicación
experiencias superiores de sus propias vidas, y por lo tanto han sido más felices.
Ya analizaremos detenidamente este desperdicio histórico de los códigos ontológicos
del hombre y de la realidad descubiertos por el genio aristotélico y recapitulados en el Me-
dioevo por Tomás de Aquino, que a primera vista parece inexplicable, y que a mi juicio
constituye una de las mayores tragedias de Occidente. Esa espléndida síntesis continúa en
el plano teórico, disponible para ser usada en la vida real, pero muchos ni siquiera saben
que existe, y los pocos que lo saben están mentalmente condicionados por el materialismo
relativista y escéptico imperante en nuestra época, o por idealismos racionalistas de raíz
platónica. Y ambos síndromes los inducen a descartarla a priori, sin hacer ningún intento de
examinarla objetivamente para averiguar si entrega o no las respuestas que se requieren para
sacar adelante el mundo en que vivimos.
Este libro quiere jugarse de alguna manera por esa opción filosófica, históricamente des-
pilfarrada. Y estoy seguro de que bastaría un intento serio de aplicarla al orden sociopolítico
para que empezara a mostrar su poder transformador, y nos convenciera de que reformular
dicho orden según el orden natural, que no es otra cosa que instalarse en la realidad, es el gran
secreto que hoy intentamos atrapar, y en lugar del cual sólo atrapamos espejismos.
Una fase tardía de la filosofía griega fue el neoplatonismo, que surgió en el siglo III de
nuestra era, como un rebrote del pensamiento platónico.
El neoplatonismo es una filosofía aun más entreverada que la de Platón, e incluso más
difícil de entender. Pero es necesario exponerla al menos sintéticamente, porque junto con el
platonismo ejerció una enorme influencia en los diez siglos del Medioevo, y continúa ejer-
ciéndola en muchos filósofos modernos.
Sus pensadores más sobresalientes fueron Porfirio, Jámblico y Plotino.
Para los neoplatónicos, todo lo que existe procede del Uno, que es la Realidad Suprema,
el Absoluto que todo lo unifica en Sí mismo. Y según ellos, las cosas no fueron creadas como
seres distintos del Uno, sino que son “emanaciones” de su misma sustancia. De esta manera,
el neoplatonismo formula una visión literalmente panteísta del universo.
Ahora bien, la primera emanación del Uno es el Logos, Verbo o Inteligencia, que contie-
ne en sí las ideas de todas las cosas posibles. La segunda es el Alma del mundo, principio de
la materia y del movimiento. Se configura así una especie de Trinidad, que da origen a todas
las demás cosas (también por emanación).

195
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Todo lo que existe tiende a ascender hacia el Uno, que es la perfección absoluta. Todo viene
del Bien y tiende hacia el Bien. Y ese impulso alcanza su mayor potencia en los seres humanos.
Pero el hombre, para cumplir ese anhelo, debe liberar su alma de la materia (es decir, del
cuerpo y del mundo físico) y superar el plano del pensamiento racional. Sólo así el alma po-
drá alcanzar el éxtasis, que es la pérdida de la conciencia de sí misma al fundirse con el Uno.
Plotino estaba convencido de haber llegado dos o tres veces en su vida a esa unión directa con
la Suprema Realidad.
El Uno es al mismo tiempo trascendente e inmanente a todas las cosas. Sin embargo,
paradójicamente, el neoplatonismo afirma que es absolutamente incomprensible para la inte-
ligencia humana. No tiene ninguna forma ni ningún atributo en común con los seres que pro-
ceden de su sustancia. Es por lo tanto indefinible, pues está más allá de todos los conceptos, e
inefable, pues no hay palabras que puedan describirlo. “Nosotros de­cimos lo que no es, pero
no podemos decir lo que es”, señala Plotino.
De esta manera, Plotino inaugura una teología negativa, a tal punto que se puede decir
que el Uno no tiene ser, pues está más allá de todo ser concreto; que no tiene pensamiento
y que no piensa, pues pensar es una acción dinámica entre un sujeto pensante y un objeto
pensado: que no tiene voluntad, pues no puede desear nada exterior a sí mismo; e incluso que
no tiene vida, pues la vida es movimiento, y el Uno es completamente inmóvil. Por último,
que está por encima de lo divino, pues lo divino tiene distintos atributos, y el Uno no puede
tenerlos, pues es una Unidad absoluta.
Encontramos aquí una formulación aun más extrema de la filosofía platónica, en la cual las
Ideas eternas de Platón son reemplazadas por una sola entidad, que no es Dios, sino una especie
de realidad impersonal, “esférica” y compacta, infinitamente distanciada de todas las demás
cosas, y que ni siquiera puede relacionarse con ellas, y tampoco con el hombre. Es el hombre
el que puede relacionarse con el Uno y fundirse en su sustancia a través del éxtasis, pero de ese
hecho el Uno no tiene ningún conocimiento, pues es un ente cerrado sobre sí mismo.
En cuanto al Logos, la Inteligencia universal emanada del Uno, tiene vida propia. “Es
una vida plural, total, primera y única”, completamente feliz. Esa felicidad “no es una
adquisición, sino que la posee desde toda la eternidad. Y es única y siempre presente, no
futuro ni pasado”.
Pero donde más se revela su herencia platónica es en su visión igualmente degradada de
la materia y del cuerpo humano, y en su análogo idealismo racionalista, que se vuelca exclu-
sivamente al plano supremo de la Realidad, el Uno, y que lo hace mediante deducciones pura-
mente especulativas de la razón, con prescindencia absoluta de la experiencia proporcionada
por los datos del mundo físico y por los hechos humanos concretos.
Ese idealismo abstracto y teórico se sumaría al del platonismo durante el Medioevo, y
marcaría protagónicamente la reflexión filosófica y teológica de ese período, hasta la irrup-
ción de Aristóteles y Tomás de Aquino en el siglo XIII. Sin embargo, pese a esa irrupción
(que fue tardía), el neoplatonismo y la filosofía platónica incubaron los diversos idealismos
racionalistas que han modelado el mundo moderno en el plano cultural y sociopolítico.

Las proyecciones del platonismo y el aristotelismo en el pensamiento de Occidente

El realismo aristotélico (racional) y el idealismo platónico (racionalista) se han constituido


hasta hoy en dos ópticas divergentes, en torno a las cuales han girado de una u otra manera
casi todas las posteriores filosofías e interpretaciones de la realidad, e incluso los modelos

196
Sebastián Burr

culturales y sociopolíticos, con sus consecuentes aplicaciones a la vida real. La diferencia


fundamental entre ambas ópticas es que el realismo aristotélico arranca y se sustenta en el
examen de los hechos reales (experiencia empírica o científica), y de ese examen objetivo
extrae todos sus desciframientos, mientras que el idealismo platónico omite esa revisión de
lo real, que considera irrelevante, y centra todos sus desarrollos en los procesos puramente
teóricos de la razón, convencido de que bastan por sí solos para alcanzar un conocimiento
cabal de todas las cosas. En otras palabras, el realismo aristotélico y el idealismo platónico
configuran dos metodologías diametralmente distintas de abordar las búsquedas del cono-
cimiento y de la verdad.
Desgraciadamente, la mayoría de los pensadores y de los conductores sociopolíticos mo-
dernos (aunque no de un modo absoluto) han optado de una u otra manera por el método
racionalista-idealista platónico desconectado de la realidad, con los consiguientes resulta-
dos fallidos de cuanto han pretendido hacer para mejorar la vida humana. Son idealistas-
racionalistas la filosofía de Descartes, el Contrato Social de Rousseau, las formulaciones de
Kant y Hegel, la sociología científica de Augusto Comte, el paradigma comunista de Marx,
los totalitarismos fascistas, el nazismo, y todas las restantes ideologías que hoy circulan en
el mundo contemporáneo214. Más aún, son idealistas-racionalistas todas las medidas, proyec-
tos y planes gubernamentales —económicos, laborales, educativos, sociales, administrativos,
institucionales, ecológicos, etc., etc.— elaborados en escritorios, oficinas o recintos parla-
mentarios por funcionarios públicos o legisladores que imaginan mentalmente toda clase de
fórmulas mediante las cuales pretenden conducir los destinos ciudadanos, pero sin averiguar
casi nada o muy poco de la operatividad de las cosas y de cómo ocurren en la vida real, cre-
yendo que bastan sus teorías, sus capacidades o sus intuiciones “racionales” para dar a luz
las soluciones requeridas. Ese racionalismo idealista, de raíz platónica, es lo que más abunda
en la conducción política de los países tercermundistas, dentro de los cuales se inserta Chile,
y los ejemplos que lo demuestran están a la vista: un estamento gobernante que maneja casi
puras generalidades, incapaz de resolver los problemas reales; un sistema estatal centrado en
la ayuda social directa y no en el desarrollo de la autosuficiencia teórica y práctica de la per-
sona; un sistema educacional inspirado en ideologías e incapaz de conectar los conocimientos
con el entendimiento, que hace que una inmensa cantidad de alumnos pasen de graduados a
cesantes; un sistema de salud que confunde salud con medicina; un incesante despilfarro de
gigantescos recursos fiscales en proyectos o reformas que no funcionan, o que funcionan a
medias después de sucesivos años de cambios y adaptaciones a la realidad, o bien son dejados
a la deriva (Ferrocarriles, Biovías, Transantiago, sistema educacional, sistema penitenciario,
gobernador de Santiago, sistema laboral, proyectos habitacionales, etc.).
Esa fallida óptica racionalista contrasta patéticamente con el método realista adoptado
por la ciencia y la tecnología, que en todas sus investigaciones se conecta con los fenómenos
objetivos del mundo físico, y que descarta por completo toda interpretación de esos fenóme-
nos urdida por la sola razón. El resultado ha sido que la ciencia y la tecnología son las únicas
disciplinas modernas que han logrado avances verdaderos, y más aún, acumulativos, hasta el
grado asombroso que han alcanzado en los últimos años. Los han logrado gracias a su me-

214 En cuanto a la filosofía de Descartes, sus “ideas innatas” (lógicas y matemáticas) son de evidente raíz platónica. Descartes in-
tentó matizar su mecanicismo matemático al introducir cierto sentido divino y de moralidad en su planteamiento general. Y se
entiende que haya sido así, pues el neoplatonismo ejercía fuerte influencia en el siglo XVII. Igual cosa ocurre con la filosofìa de
Hegel y de Kant. En el caso de Kant, es el carácter universal que confiere al imperativo categórico en el que fundamenta su ética,
para que no dependa de cada sujeto. En el caso de Platón, es la realidad de las Ideas, las que permiten un conocimiento objetivo;
y, en particular, la Idea de Bien, que aparece en La República, y que permite establecer esa objetividad respecto a lo correcto y
lo incorrecto. Las tres críticas de Kant proponen una filosofía sistemática de tipo trascendental que evidencia raíces platónicas.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

todología realista, formulada ya en la antigua Grecia por Aristóteles. Esa misma rigurosidad
metodológica deberían aplicar los personeros de la clase política a su propia gestión guber-
nativa, en vez de seguir proclamando su admiración irrestricta por los avances científicos y
tecnológicos mientras no aplican ningún criterio científico en la tarea mucho más trascenden-
tal que les ha sido encomendada por las ciudadanías a través de la democracia representativa.
Aunque es muy difícil o casi imposible lograrlo, si se pudiera implantar en Chile la
exigencia de que todo ejecutivo público y todo parlamentario estuviera siempre al tanto de
los hechos reales que gravitan en cada ámbito de su respectiva gestión o responsabilidad,
y estuviera obligado a demostrarlo, seguramente se reducirían drásticamente las medidas y
proyectos erráticos, las improvisaciones, los palos de ciego, y tantas otras ocurrencias de la
razón que no emanan del conocimiento de los hechos reales. Quizás habría menos proyectos,
pero mucho mejor meditados, mucho más eficaces, y realmente aplicables a la realidad. En
todo caso, habría muchas menos divergencias y discusiones estériles, nacidas precisamente
de ideas racionalistas no extraídas de la verdadera trama de las cosas y de los hechos huma-
nos, de lo que ocurre objetivamente “allá afuera”, que casi nunca coincide con lo que la sola
razón imagina que ocurre.

Los distintos tipos de idealismo

El idealismo racionalista, en sus numerosas variables, ha sido el protagonista de facto en la


historia del pensamiento filosófico. Es una actitud que, de una u otra manera, desconfía de las
cosas y de los hechos reales, y por lo tanto de su investigación, pues cree que la verdadera tra-
ma de la realidad sólo es accesible a la especulación pura de la inteligencia humana, que según
el idealismo se encuentra ya “preformada” en la razón. Incluso hay idealistas que piensan que
es la razón la que “crea” la realidad.
Ahora bien, el término “idealismo” no es unívoco. Posee tres significados diferentes, que
muchas veces se confunden, y que es necesario delimitar exactamente, para evitar los equívo-
cos que a menudo se producen al respecto.
1. Para el lenguaje corriente, el idealismo tiene un sentido eminentemente valórico. Se
llama idealista a toda persona que aspira a ciertos “ideales”, que no acepta el estado en que
se encuentran los asuntos humanos, y que a veces actúa para introducir valores morales o
políticos en la sociedad. En este caso, el significado se centra en la “nobleza” de las inten-
ciones y los sentimientos. En el ámbito de la literatura, Don Quijote es la representación
simbólica por excelencia de este tipo de idealismo. Y hay gente que piensa que Platón fue
un idealista sobre todo por sus nobles anhelos de un mundo “ideal”, y que fue lógico que lo
situara más allá del mundo físico.
2. Para la filosofía, el idealismo no se define propiamente por una visión “noble” de la
realidad, sino que es en estricto rigor un método de pensamiento, que considera inútil la in-
vestigación de las cosas y hechos empíricos, y que por lo tanto la excluye, postulando que el
único instrumental válido del conocimiento son las intuiciones y las “ideas lógicas” del enten-
dimiento humano. Por lo tanto, el idealismo filosófico puede tener contenidos y aspiraciones
“nobles”, o al revés, designios inhumanos o patológicos, pues es sólo un criterio metodológí-
co, centrado exclusivamente en las “ideas” elucubradas por la mente. Desde esta perspectiva,
modelos políticos tan aberrantes como el nazismo, el fascismo y el totalitarismo comunista,
son idealistas, y también sería idealista, por ejemplo, una propuesta que pretendiera instaurar
una dictadura mundial basada en la ingeniería genética, o en el ecologismo ideológico.

198
Sebastián Burr

3. En un tercer sentido, también filosófico, el idealismo es una teoría epistemológica que


afirma que la realidad es incognoscible en sí misma, y que lo que percibimos como mundo
real es una creación exclusivamente mental (aunque este tipo de idealismo genera contra-
dicciones lógicas absolutamente insalvables). Un ejemplo de este idealismo extremo es la
filosofía kantiana (que revisaremos más adelante). Kant sostiene que no podemos conocer las
cosas reales tal como son, porque cuando las registramos son modificadas por las “categorías
a priori” de nuestros sentidos (el espacio y el tiempo) y por las categorías también a priori de
nuestro entendimiento (ideas estructurales), que les introducen cualidades y “formas” que no
existen en ellas, sino sólo en nuestra propia subjetividad.
En resumen, el subjetivismo absoluto es la premisa esencial de todos los idealismos filo-
sóficos. Y por eso todo idealismo es percibido por el sentido común como una visión “extraña”
y “enrarecida”. El sentido común es el sistema operativo básico de la inteligencia humana, y
necesita una realidad objetiva, sin la cual intuye que la vida humana entera queda en el aire,
sin ningún punto firme donde pisar. Más aún, la existencia del mundo físico, y la convicción
de que nuestros sentidos perciben rasgos reales de ese mundo, son evidencias naturales que
nadie pone en duda, salvo las tortuosidades de los idealismos filosóficos.
Al contrario, para la filosofía realista, la realidad existe en sí misma, podemos conocerla,
y posee configuraciones propias, independientemente de que las conozcamos o no. Es decir,
es algo objetivo, y anterior al conocimiento. Y la realidad tampoco es modificada cuando la
conocemos, aunque podemos modificar mediante nuestra acción sus variables contingentes
o accidentales, pero no sus componentes ni sus dinamismos esenciales.
Ahora bien, según el realismo, algunos seres humanos pueden percibir o descubrir en una
misma realidad aspectos distintos a los que perciben o descubren otros, porque cada fragmen-
to de lo real tiene incontables rasgos y articulaciones, tanto estructurales como dinámicas.
Asimismo, la percepción valorativa (moral) de las cosas reales puede variar en cada persona,
y de hecho varía en todas, aunque a veces esa variación contenga matices subjetivos muy
sutiles. Pero la realidad es siempre la misma. En cambio, su conocimiento ontológico y moral
constituye un proceso interminable.
A mi juicio, este análisis deja a la vista que sólo el realismo hace posible la ciencia, la tec-
nología, el auténtico desciframiento filosófico, y todas las experiencias y progresos humanos,
en todos los ámbitos de la vida. Lo que no impide que haya recibido un impulso inicial de un
ideal trascendente: el anhelo de descifrar la realidad, pero siempre conectado con las señales
de la verdad ocultas en todas las cosas reales.

El mundo chino: inventos, religiosidad y filosofía.

La antigua China desarrolló una cultura propia, en la que tuvieron lugar una serie de inventos,
y asimismo dos importantes formulaciones filosóficas.
Desde sus comienzos, esa cultura dio importancia crucial al calendario. El tiempo estaba
dividido en diversos ciclos; el día y la noche se dividían en cien fracciones de tiempo iguales.
Se sabía además que el año tenía 365 días, y el ciclo lunar 29,5 días.
En el 163 a.C. se agregó un nuevo sistema cíclico: el nianhao, para designar cada era impe-
rial (dinastía). Un año después se oficializó un calendario lunar, configurado por doce períodos de
la luna más un mes intercalable. La semana de siete días fue incorporada sólo en el siglo XIII d.C.
La religión de la antigua China era también politeísta, y creía en dos tipos de divinidades:
los dioses del cielo y los ancestros, antepasados que habían alcanzado un estado semidivino

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

por méritos excepcionales. Se hacían toda clase de sacrificios (los enemigos vencidos en
combate eran invariblemente sacrificados), y se practicaban las artes adivinatorias (presagios,
oráculos. horóscopos). Se había desarrollado además la idea de que el universo y todo lo que
en él existe había sido engendrado por dos princi­pios eternos y alternativos, situados incluso
por encima de los dioses: el yang y el yin. El yang era el cielo, un principio masculino y vital,
intrínsecamente creador; el yin era la tierra, un principio femenino y receptivo, que al ser fe-
cundado por el yang daba origen a los diferentes seres. Esos dos principios seguían actuando
en el mundo y en todas las actividades humanas, y la sabiduría consistía en conciliarlos en su
justa medida y proporción.
Los principios eternos del yang y el yin determinaban que el universo estuviera regido
por un orden armónico (análogo al postulado por los griegos). Pero no se creía que el mundo
fuera obra de un Dios creador, y tampoco que tuviera un legislador sobrenatural. “Para los
chinos, el poder cósmico supremo era in­manente, no trascendente”.
Los códigos del orden cósmico regían por completo la vida humana, en todos sus ám-
bitos y actividades, incluidas la religión, la filosofía y la política. Pero ese orden tenía en la
tierra un representante: el emperador, y esa creencia confería al poder imperial una hegemo-
nía que casi no tenía contrapesos.
Los emperadores de la dinastía Han se asesoraron por un gran número de especialistas
en toda clases de asuntos. Esos funcionarios tenían mucho poder en las provincias, y confi-
guraron una nueva aristocracia que empezó a amenazar a la antigua, menos dependiente del
emperador. Así, la dinastía Han introdujo también nuevas ideas, y convirtió el confucianismo
en una filosofía de estado, denominado confucianismo legal o imperial. La posibilidad laten-
te del uso de la fuerza permitía la mantención de ese régimen centralista y autoritario, pero
los asesores del emperador, que eran confucianos, garantizaban que éste actuara siempre
“correctamente”. El principio de la “buena conducta” establecido por Confucio impregnaba
toda la gestión política.
También durante la dinastía Han se empezó a escribir la histo­ria de China en forma siste-
mática, a partir de muchas tradiciones orales.
En cuanto a las normas de conducta, se subrayaban los deberes por sobre los derechos.
Se suponía que si todos cumplían su deber, cada uno conseguiría lo que merecía. Los hijos
obedecían a los padres, y el pueblo al gobierno imperial, que era considerado el “padre” de
todos. El supremo valor social era la lealtad.
Simultáneamente, los antiguos chinos, al igual que hoy, eran extremadamente prag-
máticos, y produjeron una serie de inventos. Entre los más importantes cabe mencionar la
seda, la laca, el molino de agua, la carretilla, el sismógrafo, la brújula, el ábaco (aunque se
discute su origen), un mapa estelar, la pólvora, el papel —la innovación más trascendental—,
y posteriormente un sistema de imprenta elemental que utilizaba tipos hechos de madera.
Introdujeron además los espejos de bronce, el arnés de correas, la fabricación del acero, el
uso del timón en las embarcaciones. El incremento productivo derivado de esos adelantos
permitió a los chinos generar un próspero comercio internacional de sus productos, sobre
todo de artículos de lujo.
Poco a poco se fue desarrollando en China una de las filosofías más misteriosas del mundo
antiguo, e incluso paradójica: la filosofía del Tao, cuya fundación se atribuye a Lao Tsé (aunque
hay quienes sostienen que no fue su fundador, sino un divulgador, y otros piensan que ni si-
quiera existió). Tao significa “camino”, y sus cultivadores lo definían como una especie de ley
suprema de toda la realidad, también situada por encima de los dioses, aunque al mismo tiempo
afirmaban que el Tao sobrepasaba todo intento de definirlo mediante conceptos humanos.

200
Sebastián Burr

El Tao aborda una gran cantidad de asuntos y problemas humanos, sobre los cuales emite
lúcidos diagnósticos y claves de funcionamiento en gran medida metafísicas y concordantes
con los códigos fundamentales de la naturaleza humana. Pero sus planteamientos de fondo
apuntan a una especie de misticismo metafísico.
Uno de los seguidores del taoísmo fue Confucio, que se desinteresó de sus proyecciones
metafísicas o sobrenaturales, y trató de aplicar los principios del Tao a los asuntos morales,
sociales y políticos de la vida real.
Durante diez años, Confucio se dedicó a recorrer China, y después fundó una escuela para
difundir sus ideas, en la que aceptó estudiantes de todas las clases sociales. Su enseñanza se
centraba en la ética y en cómo aplicarla a la convivencia humana. Aunque era profundamente
religioso, sostuvo que la ética es una sabiduría impresa en el interior del hombre, y que sólo
pueden alcanzarse el orden y la armonía introduciendo en la sociedad el sentido comunitario y
el sentido del deber, por encima de los intereses personales o de cualquier sector en particular,
y que el estudio y el aprendizaje eran condiciones necesarias para adquirirlos. Creía por lo
tanto en las potencialidades de desarrollo moral del hombre, que le habían sido implantadas
por el cielo en su propia naturaleza.
En su sistema moral se articulan el Tao, el eljen (una forma de bondad) y el I (la rectitud
o justicia).

Roma: un sistema político regido por la ley y el orden.

Otra de las grandes civilizaciones del mundo antiguo fue la desarrollada por el Imperio Romano.
Roma creó uno de los imperios más grandes de la antigüedad, sólo superado territorial-
mente por el de Alejandro Magno. Pero el imperio romano de Occidente duró alrededor de
500 años, y el de Oriente (Contantinopla o Bizancio) diez siglos más, mientras que el de Ale-
jandro casi no sobrevivió a su muerte.
El imperio romano empezó a constituirse como tal alrededor del año 27 a.C., y cubrió gran
parte de Europa, los países del norte de Africa, incluido Egipto, y la región occidental del Asia
Menor.
Pese al dominio político que ejerció Roma sobre Grecia, los romanos admiraban extraor-
dinariamente la cultura helénica, e incorporaron a la suya muchos avances del pensamiento
griego, pero reciclándolos para adaptarlos a su propia mentalidad, eminentemente pragmática.
Para los pensadores griegos, la filosofía era sobre todo un desciframiento de la realidad, del
significado y de la trama de fondo de la vida humana, y de todas las cosas. Los romanos se
centraron en la utilidad de los descubrimientos filosóficos, en cómo aplicarlos a los requeri-
mientos concretos de la convivencia social y del orden político, y convertirlos por último en un
sistema de poder. “El conocimiento genera poder”; esa fue una consigna nuclear de la cultura
romana, que le permitió construir su enorme imperio. Mathew Arnold describió la diferencia
entre ambas culturas diciendo que “la fuer­za de los clásicos latinos reside en su carácter, la de
los griegos en su belleza”. De esa fusión nació lo que hoy llamamos “cultura grecorromana”.
Aun así, la literatura tuvo en Roma figuras del más alto nivel. En la novela se destaca-
ron Apuleyo (Metamorfosis) y Petronio (Satiricón); en la poesía, Virgilio, Cátulo, Horacio,
Ovidio y Marcial; en el teatro, Terencio, Séneca y Plau­to. Cicerón, Salustio, Tácito, Sueto-
nio, Plinio el Viejo y Plinio el Joven fueron grandes historiadores. Y entre los filósofos más
relevantes encontramos nuevamente a Séneca, a quien se suman Cicerón, Plutarco, Epicte-
to, Lucrecio y Marco Aurelio. Sin embargo, ninguno de ellos produjo reales avances en el

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

pensamiento filosófico; se limitaron a reciclar de otras maneras las formulaciones de algunas


corrientes griegas, como los estoicos y los epicúreos. Incorporaron también algunos desarro-
llos de Aristóteles, especialmente los relativos a la lógica, pero no sus claves metafísicas, que
no “calzaban” con el pragmatismo predominante en la cultura del imperio.
Un rasgo central de la mentalidad romana fue el deseo de conquista. Ese impulso psi-
cológico logró convertir a una ciudad inicialmente pequeña, fundada alrededor del 753 a.C.,
en el centro político más poderoso de la antigüedad. En todo caso, cabe señalar que Roma,
precisamente por su óptica pragmática, no pretendió modificar las culturas ni las costumbres
de los pueblos conquistados; su dominio fue exclusivamente territorial y político.
Más allá de todos sus logros expansivos, literarios y filosóficos, la cultura romana se
caracterizó sobre todo por dos cristalizaciones netamente políticas.
La primera fue la democracia representativa (en lugar de la democracia directa de las polis
griegas), que los romanos convirtieron en un sistema de poder al servicio de la clase gobernante
y de los estratos altos de la sociedad. Ese modelo fue reintroducido en Europa a partir de la
Revolución Francesa, y se extendió progresivamente, hasta ser hoy el que rige en casi todos los
países de Occidente, e impregnado en mayor o menor medida por el mismo síndrome romano:
el poder al servicio de la clase política, no de las ciudadanías. Esa adulteración del poder político
no se encuentra en el modelo mismo de la democracia representativa, que es un paradigma teó-
rico, sino en el uso que de hecho hacen del poder un gran número de “representantes” políticos.
La segunda fue la elaboración del corpus legal más completo de la antigüedad (derecho ro-
mano), que ha inspirado en mayor o menor medida la normativa jurídica del Occidente moderno.
En la democracia representativa romana, el poder político experimentó diversos vaive-
nes. Fue ejercido primero por el Senado, y luego por caudillos militares y emperadores, que
siempre estuvieron más o menos en pugna con el Senado.
Por otra parte, esa democracia tenía poco de representativa, pues se caracterizaba por la casi
completa exclusión de los ciudadanos corrientes, y asimismo por la desigualdad social. Estaba
la clase gobernante (cónsules, senadores (que llegaron a ser vitalicios), magistrados (ejecutores
de las leyes y disposiciones del Senado), tribunos, etc., todos dotados de “imperio”, es decir, de
poder de mando, que debía ser siempre obedecido). Una segunda categoría era la aristocracia
(de la cual salían los gobernantes). La tercera la formaban los simples ciudadanos, cuyo nivel
más bajo eran los “proletarios”, llamados así porque no poseían bienes materiales y sólo podían
engendrar hijos (prole). Hasta ahí, todos eran “hombres libres”, aunque había distintos grados de
libertad. Las mujeres y los niños estaban sometidos férreamente a la autoridad del jefe familiar,
el paterfamiliae. El último estrato eran los esclavos, que carecían de ciudadanía.
La primacía absoluta de la autoridad paterna emanaba de la función primordial que los
romanos otorgaban a la familia como núcleo básico de la organización social, y asimismo de
su estricto concepto de orden. La mejor manera de garantizar el orden familiar era para ellos
someterlo al control absoluto de uno solo de sus miembros: el padre, o el marido en el caso de
familias sin hijos, que concentraba en sí todas las facultades de la “patria potestad”.
Pese a ese rígido sistema, las relaciones sociales, y sobre todo las interfamiliares, eran
bastantes complejas en la vida real, y las últimas se veían afectadas por frecuentes litigios
(divorcios, disputas de herencia, etc.).
Era tal el valor que los romanos concedían al derecho, que las decisiones judiciales po-
dían invalidarse si no se habían ceñido a los procedimientos establecidos en la ley. Ni siquiera
el empera­dor podía desconocer el status de quienes se involucraban en un litigio jurídico.
Según señala Plinio, en Roma la ley estaba por encima del emperador. Esa supremacía de la
juridicidad impulsó fuertemente el desarrollo de la sociedad civil.

202
Sebastián Burr

En el ámbito sociocultural, Roma introdujo también grandes avances. La educación al-


canzó en la urbe romana (que llegó a tener más de un millón de habitantes) niveles nunca
vistos en otras partes del mundo, y se ceñía a un currículo estandarizado. Se crearon unas
veintinueve bibliotecas públicas. Allí y en otras ciudades se construyeron grandes teatros, y
se desarrolló un próspero comercio de libros y de obras de arte, que a menudo se exponían en
recintos especiales abiertos al público.
Pero quizás el mayor logro cultural de Roma fue la implantación de una lengua oficial,
el latín (implantación que las deformaciones históricas casi siempre han atribuido a la Iglesia
cristiana del Medioevo), que se enseñaba a los niños de la aristocracia desde los siete años.
El latín también se difundió en los pueblos conquistados como signo de civilización, pues
se consideraba que “enseñaba agilidad mental, inculcaba el sentido estético adecuado, y el
esfuerzo requerido educaba a genera­ciones de niños en el valor de ‘empollar’ y contribuía a
desarrollar su capacidad de concentración”.
La cultura del latín representaba “el orden, la claridad, la pulcritud, la pre­cisión y la con-
cisión”, al revés de las otras lenguas, llamadas “vernáculas”, que eran “desordenadas, inco-
herentes, simples y ordinarias”. Más adelante veremos la función análoga que desempeñó el
latín en la cultura del Medioevo y en el surgimiento de la Europa moderna. Además, una gran
cantidad de palabras del idioma español provienen del latín (y asimismo del griego).
La religiosidad romana era politeísta, y su mitología incluía varios dioses análogos a los
de la mitología griega.
Los romanos introdujeron un gran progreso en la arquitectura con la invención del ce-
mento. Construyeron además extensas carreteras, ciudades provistas de calzadas, puentes,
acueductos, y edificios monumentales, como el Coliseo, el Foro, etc.
En resumen, ¿cuáles fueron las contribuciones de Roma a la civilización y la cultura? Me
atendré en este caso al consenso general de los historiadores y analistas.
Los romanos crearon un sistema jurídico sistemáticamente articulado, que impartía una
justicia básica y que se caracterizó por una precisa definición de muchos conceptos legales,
pero que establecía al mismo tiempo toda clase de discriminaciones sociales.
Instauraron un modelo de orden político y administrativo extraordinariamente eficaz en
el período de mayor esplendor del imperio, y crearon también una organización militar que
quizás fue la mejor del mundo antiguo.
Un tercer aporte fue la creación del latín, uno de los idiomas más precisos y sintéticos de
los miles que han aparecido a través de la historia, y que hasta hoy continúa teniendo valor
etimológico, y en cierta medida académico. Por ultimo, reimplementaron en la educación el
trívium y el quadrivium, sistema educacional que ya habían inventado los griegos. También
cierta historiografía ha tendido a adjudicar ese esquema de enseñanza a la Escolástica.

El reemplazo del Imperio Romano por la Cristiandad

El concepto de antigüedad, y asimismo la determinación del momento histórico en que llegó a


su “fin”, son dos convenciones culturales emanadas del cristianismo, que dividió la historia en
dos grandes etapas cronológicas: antes de Cristo y después de Cristo. Esa división no es compar-
tida por culturas distintas de la cristiana, que poseen cada una su propia cronología al respecto.
Sin embargo, el cristianismo estableció que el “fin” de la antigüedad tuvo lugar a prin-
cipios del siglo VI d.C., y fue provocado principalmente por dos fenómenos históricos: la
disolución del imperio romano, y la consolidación del propio cristianismo como religión

203
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

predominante en la Europa romana, e incluso como sucesor administrativo del imperio, cir-
cunstancia que dio origen a otro gran período cronológico: la denominada Edad Media.
Las razones de la asombrosa difusión del cristianismo en Europa, a partir de un minús-
culo grupo de creyentes incultos y de la más baja condición social, surgidos en una provincia
romana de “tercera” categoría —el pueblo judío—, han sido debatidas interminablemente
por toda clase de investigadores y analistas, generando múltiples teorías. Pero el hecho está
ahí, clavado en la historia, y los cambios que provocó en Occidente, en el cercano Oriente, y
después en otras regiones del mundo, fueron revolucionarios y trascendentales.
En la fase inicial de la propagación del cristianismo tuvo lugar otro acontecimiento de
singulares consecuencias hasta nuestros días. En el año 79 de nuestra era, la ciudad de Je-
rusalén fue arrasada por los ejércitos romanos de Tito, y los judíos fueron expulsados de su
territorio, iniciándose así su “diáspora”, que los diseminó por el mundo privados de patria y
de nacionalidad propia, condición que sólo fue modificada parcialmente con la fundación del
moderno estado de Israel, pues la mayor parte de los judíos contemporáneos han continuado
dispersos en muchos países.
El agente mayor de la propagación del cristianismo en la Europa romana fue Pablo de
Tarso (San Pablo), el primer gran teólogo cristiano, cuyas formulaciones teológicas, conteni-
das en sus Epístolas, fueron incorporadas como textos revelados al Nuevo Testamento.
El rápido incremento de esa nueva religión en el imperio romano provocó una creciente
preocupación en los poderes políticos, que se extendió incluso a los emperadores. Corrían
versiones bastante siniestras al respecto: los cristianos pretendían eliminar a los dioses y po-
ner en su lugar a un oscuro judío crucificado por sus crímenes. Aseguraban que ese crucifi-
cado, al que llamaban “Mesías” y consideraban divino, regresaría a la tierra en una Segunda
Venida, derrocaría a los emperadores, destruiría el imperio y asumiría el mando del mundo.
Sus adeptos pertenecían al estrato social más bajo, la plebe, y proclamaban que los pobres
eran mejores que los que poseían bienes, hasta el punto de pretender abolir la esclavitud, fuer-
za de trabajo que constituía la base de la economía imperial.
La reacción oficial fue la represión por la fuerza, que adoptó distintas modalidades y
se prolongó hasta el año 325, cuando el emperador Constantino decretó que el cristianismo
tenía derecho a existir legalmente.
Esa represión oficial indujo a muchos cristianos a ocultar cuidadosamente sus creencias,
y a otros a esconderse en las famosas catacumbas, recintos subterráneos existentes en Roma y
otras ciudades. Pero muchos fueron capturados, y se estableció la costumbre de sacrificarlos
en lugares públicos, por ejemplo, en el circo romano, donde eran entregados a las fieras, para
escarmiento de los mismos creyentes, para desagraviar a los dioses, para desalentar al pueblo
de contaminarse con esa “superstición maldita”, y usando también ese espectáculo como un
recurso para “entretener” a los sectores populares y como cortina de humo para distraer su
atención de las injusticias económicas y sociales perpetradas por el sistema.
Los cristianos sacrificados así, la mayoría de los cuales no renegaban de su fe, e incluso
morían orando y cantando, fueron llamados “mártires”, término que significa “testigos”. Has-
ta había algunos que se entregaban voluntariamente a las autoridades para sufrir el martirio,
convencidos de que así alcanzarían de inmediato la felicidad eterna prometida por Cristo.
Los motivos que indujeron al emperador Constantino a legalizar el cristianismo también
han suscitado distintas interpretaciones. Una de ellas sostiene que se convirtió a esa fe; otra,
que lo hizo por consideraciones políticas, en atención al gran número de cristianos que ha-
bía en su tiempo; una tercera dice que antes de entablar una batalla contra Majencio en las
afueras de Roma, tuvo una visión que le ordenó pintar una cruz en los escudos de sus tropas,

204
Sebastián Burr

y que gracias a eso venció a su enemigo, victoria que alejó para siempre esa amenaza, y que
a raíz de esa experiencia sobrenatural decidió autorizar la existencia legal de la fe cristiana.
Una última dice que se convirtió en su lecho de muerte.
Sin embargo, Constantino aceptó que todas las religiones existentes en los territorios del
imperio siguieran desenvolviéndose libremente. En cuanto al cristianismo, de ahí en adelante
tuvo carta blanca para ir sumando cada vez más creyentes, incluso entre los miembros del
gobierno y de la aristocracia romana.
A la caída del imperio, que se disolvió en Occidente pero no en el Oriente, donde conti-
nuó existiendo como imperio bizantino, el cristianismo era la religión más difundida en Roma
y en todos los países sometidos a su dominio. Y había alcanzado además una sólida organiza-
ción, cuya cabeza era el clero, compuesto por los cristianos más cultos y administrativamente
más capacitados. Fue lógico entonces que, ante el desmantelamiento del sistema imperial y
de su aparato gubernativo en el territorio occidental, las autoridades que aún sobrevivían a
la catástrofe acudieran al clero cristiano para que se hiciera cargo del manejo administrativo
de lo que aún quedaba “en pie”, cosa que hizo con extraordinaria eficacia. De esta manera, el
imperio romano fue sustituido por una especie de “imperio cristiano”, tanto espiritual como
temporal, una suerte de “teocracia” que terminó siendo gobernada desde Roma por los papas.
Esa transición marcó el comienzo del llamado “Medioevo”.
Se han aducido también diversas teorías para explicar la caída del imperio romano en
Occidente. Algunos la atribuyen al aumento creciente de los cristianos, que lo habrían ero-
sionado por dentro. Pero el cristianismo creció igualmente en el imperio romano de Oriente,
que continuó existiendo durante mil años más. La teoría más aceptada actualmente es que
la causa fueron las invasiones de los bárbaros, cuyas acometidas fueron mucho más leves
en el imperio oriental.
Durante bastante tiempo, el manejo interno del cristianismo no estuvo sometido a la
autoridad del obispo de Roma. Cada obispo tenía su propia autonomía, y las decisiones
mayores que afectaban a toda la cristiandad (sobre todo las doctrinales) eran tomadas por
todos ellos en sínodos o concilios. Los obispos (jefes) habían existido desde los comienzos
del cristianismo, y posteriormente se constituyeron como la jerarquía mayor de la Iglesia en
todas las principales ciudades del imperio.

El paradigma medioeval

Al “hacerse cargo” de la administración del ex imperio romano de Occidente, el cristianismo


generó un paradigma cultural completamente nuevo, que cubría toda la realidad. Ese paradig-
ma fue inicialmente teológico, sustentado en la llamada “revelación” de Dios, que se conside-
raba contenida en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento). Pero pronto sería impregnado en
cierta medida por las filosofías platónica y neoplatónica, a las que se recurrió preferentemente
para desarrollar la reflexión teológica, y cuya influencia en el Medioevo se extendió hasta el
fin de ese período. La irrupción del aristotelismo tomista fue tardía (siglo XIII), y debió afron-
tar numerosas controversias con los teólogos que se inspiraban en Platón y en el neoplatonis-
mo. Sólo en el siglo XVI el tomismo aristotélico fue reconocido oficialmente por la Iglesia,
como un aporte de extraordinario valor en el plano natural y sobrenatural.
Los elementos fundamentales de ese modelo eran la creencia en un Dios único y to-
dopoderoso, que había creado el mundo por amor, que intervenía directamente en la vida
humana (providencia divina), y que no sólo amaba a todos los hombres, sino que además

205
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

era infinitamente misericordioso. Dios había enviado a la tierra a su Hijo, igualmente divino
(Cristo), para redimir al género humano y mostrarle el camino hacia el Reino de los Cielos,
donde los bienaventurados alcanzarían una felicidad completa y eterna. La manera de entrar
en ese Reino era cumplir los códigos morales promulgados por el propio Cristo durante su
vida en la tierra. Y ya hemos dicho que esos códigos son plenamente concordantes con los
que emanan de la ontología natural del hombre.

El modelo agustiniano y el modelo tomista

Como ya se mencionó, el cristianismo medioeval incorporó la filosofía, considerándola un


valiosísimo instrumento para explicar racionalmente los dogmas de la revelación, y extraer de
ellos nuevas proyecciones para la vida humana. Se instituyó así la teología, que para el Me-
dioevo consistió en la aplicación de todos los recursos naturales del entendimiento humano al
corpus dogmático, en una búsqueda incesante de esclarecimientos.
El primer gran teólogo medioeval fue San Agustín, obispo de Hipona, quien vivió en
los siglos IV y V d.C. (años 354-430). Originalmente pagano, se convirtió al cristianismo, y
dedicó gran parte del resto de su vida a la reflexión teológica, alumbrada por la filosofía. Los
filosofos griegos más conocidos en ese entonces eran Platón y los neoplatónicos; las obras de
Aristóteles casi no habían llegado al Medioevo, por razones inexplicables y aún no aclaradas
del todo, de modo que los desarrollos teológicos de Agustín se basaron fundamentalmente en
la filosofía platónica y en los posteriores agregados introducidos por el neoplatonismo.
La principal consecuencia de eso fue que su teología quedó de alguna manera marca-
da —aunque sin transgredir la ortodoxia cristiana— por la visión platónica según la cual la
materia era el estrato más bajo de la realidad, un estrato “degradado”, que convertía el mundo
físico y todo lo que en él existía, incluido el cuerpo humano, en una “sombra” de la verdadera
realidad, el reino de las Ideas puras y eternas. Vimos ya que Platón llegó al extremo afirmar
que el cuerpo era la “cárcel” del alma, un “castigo” sufrido por los hombres, del cual sólo se
liberarían al retornar al paraíso de las Ideas.
Agustín “trasladó” las Ideas de Platón a la mente de Dios —solución impecablemente
cristiana—, pero acogió en cierta medida el pesimismo platónico sobre el mundo natural y
sobre el cuerpo humano, centrando la experiencia religiosa más bien en el alma, en el espíritu.
Esa dicotomía alma-cuerpo provocó diversos efectos en el modelo medioeval, que durante
siglos se inclinó a ver la vida terrena, si no como un castigo, al menos como una fase de “prue-
ba”, cuyo objetivo primordial era hacer “méritos” para alcanzar el Reino de los Cielos prome-
tido por Cristo. El efecto más relevante de esa óptica fue que indujo a desentenderse en buena
medida de la investigación científica y de la innovación tecnológica, pues se pensaba que lo
realmente importante era “la salvación”, la vida eterna. Y el hecho de que la felicidad fuese
algo propio del mundo sobrenatural y no una experiencia también alcanzable en la tierra, ge-
neró una cultura medioeval bastante abstracta y poco práctica. Indujo también a postergar los
requerimientos pragmáticos, y a no dar demasiada importancia a las formas y estructuras del
orden sociopolítico, sin percibir que esas formas y estructuras son un requerimiento esencial
de dicho orden, pues emanan del orden natural.
Más tarde Tomás de Aquino rescataría el valor de la vida humana en este mundo, y
demostraría que la incorporación del orden natural era necesaria para la aplicación integral
del paradigma cristiano a la vida real, y sobre todo al sistema sociopolítico. Pero para eso
faltaban aún nueve siglos.

206
Sebastián Burr

Ese “platonismo agustiniano” no impidió sin embargo los notables avances formulados
por Agustín en el plano de la teología moral, de la experiencia religiosa y mística, e incluso
de la experiencia psicológica. Las incoherencias filosóficas del platonismo y el neoplatonismo
afectaron también a la teología medioeval posterior a Agustín, no en cuanto a la ortodoxia
dogmática, que permaneció indemne, sino en cuanto a la explicación racional de los inte-
rrogantes suscitados por la revelación cristiana, y en cuanto a la aplicación de sus códigos
morales a las múltiples y complejas circunstancias de la vida concreta. Debido a esa misma
incoherencia, tampoco se logró delimitar exactamente el plano teórico y el de la praxis, y
casi todos los intentos en ese sentido fueron extremadamente confusos, e inoperantes en los
hechos reales. Otros importantes teólogos de esa fase del Medioevo fueron Boecio (480-524)
y Juan Escoto Eriúgena (810-877), quien recibió influencias neoplatónicas (con algo de es-
toicismo y aristotelismo) del seudo Dionisio y de San Gregorio de Nisa. Escoto confundió
el orden lógico con el ontológico, y la filosofía primera (metafísica del ser) con la teología,
provocando un verdadero embrollo entre lo real y lo ideal. Y hubo teólogos que confundieron
otras cosas, precisamente porque sólo disponían del platonismo y el neoplatonismo, amén de
otras formulaciones griegas aún más desorientadoras (como por ejemplo el estoicismo).
Sin embargo, es necesario insistir en que todas esas especulaciones fallidas no afecta-
ron al corpus dogmático esencial, sino sólo a los intentos de explicarse racionalmente sus
enigmas teológicos.
La aparición de Tomás de Aquino en el siglo XIII (1225—1274) modificó radicalmente el
distanciamiento del orden natural llevado a cabo por Agustín a partir de Platón y del neoplato-
nismo. Gracias a su maestro, Alberto Magno, Tomás de Aquino descubrió a Aristóteles, cuyas
obras, como ya se mencionó, habían llegado al Medioevo al ser traducidas al latín por filósofos
árabes que vivían en España. Tomás de Aquino percibió de inmediato la superioridad de la fi-
losofía aristotélica, que asignaba un lugar protagónico a las articulaciones naturales del mundo
y del hombre, y la convirtió en la base de todos sus desciframientos, que no sólo cubrieron el
ámbito dogmático, sino también todos los componentes y dinamismos naturales del mundo
físico y del ser humano (sobre todo la condición moral ontológica del hombre, y esclarecimien-
tos aún mayores sobre el entendimiento y la voluntad, la autoconciencia, la libertad, la función
cognoscitiva de los sentidos, los deseos, impulsos, emociones y sentimientos). Durante casi 30
años investigó de punta a cabo las potencialidades humanas y los dinamismos que intervienen
en su desarrollo. Y dilucidó a fondo el mayor de los anhelos y la incógnita nuclear del género
humano: la felicidad, demostrando racionalmente en qué consiste y sacando a luz los procesos
reales a través de los cuales puede lograrse progresivamente, tanto naturales como sobrenatu-
rales. Alcanzó así una síntesis unitaria cuya coherencia no ha sido superada hasta el día de hoy.
Recogió además los dos argumentos metafísicos desarrollados por Aristóteles para pro-
bar por la vía racional la existencia de Dios, y agregó tres desarrollos propios, configurando
así lo que se llamó “las cinco vías” tomistas a través de las cuales la inteligencia humana
puede alcanzar por su propia lógica natural la certidumbre de que Dios existe. Y complemen-
tó esas demostraciones con clarividentes deducciones metafísicas sobre los atributos esen-
ciales de Dios: unidad, omnipotencia, eternidad, omnisciencia, bondad absoluta, posesión de
la perfecta felicidad, etc.
Los principios primordiales del tomismo aristotélico son que el orden natural y el orden
sobrenatural configuran un todo absolutamente armónico, que la verdadera religiosidad cris-
tiana necesita incorporar por completo la condición natural del hombre, y que la razón, lejos
de ser incompatible con la fe, es su aliado insustituible, al punto que “nada hay en la fe que se
oponga a la razón; nada hay en la razón que resulte incompatible con la fe”.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ese fue el paradigma supremo, el núcleo esencial de la cultura del Medioevo, eminen-
temente unitario e integrador, en el que tenían cabida todas las articulaciones naturales de la
vida humana y todas sus dimensiones trascendentes.
Tres siglos después, el tomismo aristotélico fue reconocido oficialmente por la Iglesia,
que definió la integración del orden natural con el sobrenatural declarando que “la gracia su-
pone la naturaleza”, cuyo significado es que el desarrollo de las dimensiones naturales del ser
humano es condición necesaria de la verdadera experiencia cristiana.
La incorporación tomista del orden natural fue el origen de lo que ha sido llamado huma-
nismo cristiano, un modelo que intenta ensamblar la religiosidad con todos los requerimientos
y posibilidades ontológicas del ser humano y de la sociedad.

Los vaivenes de Aristóteles y Tomás de Aquino en el Medioevo

En una primera instancia, la enseñanza del pensamiento aristotélico fue prohibida por los
papas Gregorio IX, Inocencio III, Inocencio IV y Urbano IV, por el temor de que pudiera
producir deformaciones teológicas. Pero poco a poco fue imponiéndose en las universidades
medioevales, gracias a su contundencia y lucidez, y a que permitía explicar mucho mejor los
dogmas desde el punto de vista racional, hasta que las prohibiciones eclesiásticas cesaron en
1336. En 1448, el papa Nicolao V aprobó las obras de Aristóteles, y mandó hacer de ellas una
nueva traducción al latín. Y en 1452 se comenzó a enseñar la moral aristotélica como sistema
integral en la Universidad de París.
Por su parte, Tomás de Aquino debió enfrentar sus propias penurias. En 1277, algunas
tesis de su Suma Teológica fueron condenadas por el obispo de París, Etienne Tempier, aun-
que no por el papa, y tampoco quedaron incluidas en el Index. Pero la mayor oposición la
encontró en los teólogos de mentalidad platónica y neoplatónica, que llegaron a calificarlo de
“materialista” debido a su defensa del orden natural.
Las disputas entre el realismo tomista-aristotélico y el idealismo agustiniano-platónico
se extendieron hasta el término del período medioeval. Al fin se impuso el primero en cierta
medida, pero la decadencia del pensamiento filosófico-teológico a partir del siglo XIV, cuyas
causas ya analizaremos, lo dejó arrinconado en un plano casi puramente académico. Después
irrumpieron las filosofías de la modernidad, y convirtieron sus potentes articulaciones en otro
chivo expiatorio de los errores y corrupciones humanas del Medioevo.

Otra vez la teoría desconectada de la praxis

Ahora bien, el tomismo aristótelico era también teórico. En los hechos de la vida real, pese a
la incorporación oficial del orden natural al paradigma cristiano, tuvo escasas aplicaciones,
sobre todo en cuanto al desarrollo de las facultades humanas superiores, al autoaprendizaje
y a la autoderminación moral y existencial. Y esa omisión fue otro de los grandes errores co-
metidos por los conductores del Medioevo, que aún sigue marcando a muchos de los actuales
representantes del cristianismo.
Sin embargo, después del descubrimiento de América, Francisco de Vitoria, inspirán-
dose en Tomás de Aquino, defendió a los aborígenes del mal trato que les daban los enco-
menderos españoles, imponiendo jurídicamente el derecho de los indios americanos a ser
tratados dignamente, como lo exigía su condición humana natural. En todo caso, el orden

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Sebastián Burr

natural continúa siendo un gran ausente en el plano práctico de lo sociopolítico, y también


en el discurso y en la operatoria concreta del catolicismo contemporáneo.
Creo que muchos eclesiásticos se resisten a incorporarlo porque estiman que el pla-
no natural induce a desconectarse del sobrenatural, e incluso a convertirlo en la instancia
protagónica de la vida. Pero con eso cometen dos errores: el primero es no entender que la
auténtica experiencia religiosa necesita el orden natural, como lo definió la misma Iglesia:
“La gracia supone la naturaleza”. El segundo es que cuando se meten en el plano práctico,
suelen manejarlo mal, porque desconocen sus códigos reales, y las dificultades que enfrenta
su aplicación en el mundo actual.
Ahora bien, analizada a la luz de los hechos, esa omisión tiene explicaciones que permi-
ten comprenderla, aunque no la justifican por completo. Las condiciones humanas del Medio-
evo hacían difícil una aplicación generalizada del humanismo tomista. Entre otros factores, se
oponían a esa aplicación (al igual que a la transmisión ortodoxa del cristianismo) el altísimo
nivel de analfabetismo, la escasez de libros y de gente capacitada para llevarla a cabo (clé-
rigos y laicos), la estructura sociopolítica, dividida entre una aristocracia dominante y una
clase de plebeyos subordinados a su poder, estructura que adquiría su mayor rigidez en el
sistema feudal que regía fuera de las ciudades. El feudalismo era el mayor obstáculo, pues
mantenía a grandes sectores de la población (los campesinos, los “siervos de la gleba”) en
una condición de semi servidumbre que bloqueaba todo desarrollo humano. Y esa estructura
social —aristocracia-plebeyos, señores feudales-siervos de la gleba— había sido implantada,
o al menos aprobada, precisamente por las altas autoridades de la Iglesia, al hacerse cargo de
la administración del ex imperio romano de Occidente.
Es casi imposible determinar exactamente la responsabilidad que le cupo a la Iglesia en
ese déficit humano. En todo caso, cabe aventurar un enjuiciamento más de fondo: si los con-
ductores iniciales del cristianismo medioeval hubieran sido completamente consecuentes con
su fe, habrían impartido al poder político que asumieron después de la caída del imperio ro-
mano un rumbo muy distinto, y no habrían permitido que se instaurara la estructura social que
lo caracterizó, y que produjo un conglomerado humano tan impedido de acceder a un mayor
nivel de desarrollo como las grandes masas de marginados que hoy sufren en el modernismo
una condición quizás mucho más aciaga, considerando el cúmulo de patologías económicas,
sociales y emocionales que los afectan. Pero quizás entonces esos conductores no habrían po-
dido conservar el poder político, porque también en el Medioevo había sectores que gozaban
de enorme poder social y económico, en los cuales había muchos “cristianos” que no eran
tales, y esos sectores habrían reaccionado contra cualquier intento eclesiástico de implantar
un sistema social exento de discriminaciones.
Creo que, en último término, la jerarquía católica se enfrentó a un tremendo dilema: o ase-
guraba la estabilidad institucional del cristianismo en Europa mediante el poder, o renunciaba
a esa instancia y lo entregaba a conductores políticos no eclesiásticos, cristianos o no cristia-
nos, dejando nuevamente la fe desprovista de todo respaldo temporal. La jerarquía eligió la
primera opción, y eso condicionó en adelante toda su gestión conductora, haciendo imposible
la instauración global de una verdadera cristiandad y de un auténtico humanismo basado en la
antropología natural del hombre, ambos conectados con la vida real a través de la praxis. Hubo
un buen número de casos en los que eso ocurrió, pero fueron porcentualmente minoritarios.
Por otra parte, vimos ya que la administración temporal del ex imperio romano les fue
solicitada a los dirigentes del cristianismo precisamente por las autoridades que regían el
sistema imperial antes de su disolución. Esos dirigentes pudieron no aceptarla, pero en tal
caso, ¿quién habría podido hacerse cargo de esa tarea, e impedir el arrasamiento de la civi-

209
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

lización europea por las invasiones bárbaras? ¿Y qué habría sido del cristianismo, privado
nuevamente de todo respaldo político, como lo había estado durante casi trescientos años,
hasta su legalización por Constantino?
Optaron por hacerse cargo, y lo más probable es que esa decisión fue motivada por la
imperiosa necesidad de sobrevivencia, no sólo del cristianismo, sino también de toda la civi-
lización levantada durante siglos en gran parte de Europa.
De ahí en adelante, la conducción del cristianismo medioeval osciló entre algunos que
supieron imprimirle rumbos auténticamente cristianos (papas, obispos, clérigos y laicos, aun-
que no de un modo absoluto), y otros que le introdujeron las desfiguraciones y corrupciones
que revisaremos en el análisis subsiguiente. Eso revela una vez más la gigantesca diferencia
que existe entre el núcleo esencial del cristianismo y el manejo humano de los que asumen la
tremenda responsabilidad de conducirlo.

Trayectoria posterior del humanismo cristiano

Desde las formulaciones humanistas de Tomás de Aquino, ha habido varios intentos aislados
de convertir el humanismo cristiano en un movimiento de influencia renovadora, pero no han
logrado prosperar mayormente, quizás porque no es una óptica predominante en el clero cató-
lico, o, si goza de simpatías teóricas en muchos clérigos, eso no ha bastado para impulsarlos a
una verdadera y decidida praxis en ese sentido. Con todo, un número importante de teólogos
y filósofos cristianos han publicado diversas obras al respecto, y la más conocida de todas es
Humanismo Integral, de Jacques Maritain, quien escribió además otros libros sobre lo mismo.
El Humanismo Integral de Maritain provocó un gran revuelo en el mundo católico. Pero
el único efecto visible que produjo en los hechos reales fue la formación de una corriente
política que terminó llamándose Democracia Cristiana, y que se desarrolló en varios países
—Italia, Venezuela, Chile, Alemania, etc.—, hasta alcanzar incluso el poder político en esas
naciones. Sin embargo, con el correr del tiempo fue distanciándose progresivamente de la
visión humanista de Maritaín, y embarcándose en una lógica y una estrategia meramente
electoral, que terminaron transformando su humanismo original en un populismo cristiano
retórico e idealista, desconectado de la praxis política real. Y ese idealismo llegó a tal extre-
mo, que un buen número de sus militantes fue permeado por la teologìa de la liberación, o
emigró hacia las corrientes marxistas.

Los avances científicos y tecnológicos del Medioevo

Ahora bien, simultáneamente a sus complejos abordamientos teológicos y filosóficos, la cul-


tura medioeval también generó notables adelantos en el ámbito de la ciencia y la tecnología.
Al cabo de un período de relativo estancamiento en ese plano, que se extendió hasta alre-
dedor del año 1000 de nuestra era —posiblemente provocado por el mismo “platonismo” de
la teología agustiniana, que tendía hacia lo inmutable y absoluto, y que inducía a no preocu-
parse mayormente de investigar el mundo físico y de producir nuevas técnicas—, el Medio-
evo experimentó un progresivo cambio en este sentido, y después un explosivo crecimiento,
pródigo en inventos tecnológicos sumamente útiles: el tonel, el jabón, la chimenea, los boto-
nes, la ballesta, el taladro, el vidrio para las ventanas, (que produjo un importante cambio en
las condiciones de vida). Se mejoró la técnica de los molinos de viento, se desarrolló el uso

210
Sebastián Burr

del caballo, se inventaron la silla de montar, el estribo, la herradura, la collera, los varalwes
del carro, el arado de ruedas y de tracción animal, la rueca y el huso para hilar, los altos hornos
de fundición, gracias a los cuales se pudo fabricar toda clase de piezas metálicas. Apareció la
letra de cambio, de la cual se derivó el papel moneda. Otros dos inventos, de mayores proyec-
ciones aún, fueron la quilla y el timón, que revolucionaron la navegación a vela, pues se pudo
orientar la dirección de las embarcaciones, ceñir y navegar contra el viento.
A partir del mismo año 1000 proliferaron en Europa los artesanos, que se especializaron
en múltiples oficios y crearon una asombrosa diversidad de productos de gran calidad, mu-
chos de ellos fabricados con una finura casi inigualable. Se expandió el comercio, se inventa-
ron los métodos contables y se consagró la letra de cambio, que hizo innecesario el transporte
físico del dinero, sistema que ha llegado hasta nuestros días.
En el siglo XIII entraron en escena las carabelas. Rápidas, y eficaces para capear tempo-
rales, impulsaron considerablemente el descubrimiento de nuevas tierras, como ocurrió con
Colón. Para ese entonces ya se había desarrollado la aguja diamantada, que permitía navegar
en forma muy certera. Otros inventos que mejoraron mucho la navegación fueron el astrola-
bio, gracias al cual se podía navegar orientándose por las estrellas, y las cartas náuticas, que
sirvieron para trazar rutas marítimas confiables y expeditas, y que hacían posible asegurar
el rumbo correcto usando una escuadra y un compás. A eso se agregó la rosa de los vientos,
cuyo empleo se generalizó en el siglo XIV.
Se erigieron las catedrales góticas, construcciones imperecederas que actualmente re-
ciben millones de turistas deseosos de admirar su arquitectura, su arte y un sorprendente
sentido de devoción.
Se idearon e implantaron las universidades, y se estableció el uso del latín como idioma aca-
démico, que permitía entenderse en un lenguaje común a través de toda Europa, lo cual contribuía
a configurar una compacta unidad cultural. Comenzó así una nueva época, pues ya no se estaba
obligado a trabajar sólo en actividades físicas; en adelante también era posible hacerlo en el cam-
po intelectual. A partir de las universidades se desarrollaron las profesiones y las especialidades,
aunque todas sustentadas en una base epistemológica común, impartida por la propia educación
universitaria. Esta notable institución, que hoy cuenta casi mil años de existencia, tenía como
objetivo nuclear la enseñanza universal e integrada del conocimiento, pues lo consideraba análo-
go a la antropología humana y al mundo real, mantuvo esa perspectiva durante siglos. Después
dicho universalismo se desintegró, sobre todo con el advenimiento del enciclopedismo francés
en el siglo XVIII (epítome sociocultural y politico del modernismo actual), que fragmentó el
conocimiento en múltiples islotes mecanicistas y desconectados entre sí, y hoy las especialidades
universitarias casi no tienen una base de bachillerato, que antes se entregaba profusamente.
En todo caso, el invento de la universidad en el Medioevo generó un impresionante de-
sarrollo científico y de las áreas humanistas del saber. Ahí están las universidades de Oxford,
Cambridge, Bolonia, París; la de La Sorbona, las de Nápoles, Salamanca, Colonia, Heil-
delberg, etc., todas creadas desde el 1150 d.C. Y gracias al latín (que cumplía una función
parecida a la que hoy cumple el inglés), los profesores se trasladaban de una a otra y podían
enseñar en una sola lengua. Tomás de Aquino, por ejemplo, fue profesor en las universidades
de París, Colonia, Bolonia, Roma y Nápoles. Alberto Magno enseñó en Friburgo, Ratisbona,
Colonia, París, Padua, etc.
Desde el siglo XIII en adelante, gracias a Alberto Magno y Tomás de Aquino, las univer-
sidades fueron incorporando cada vez más la filosofía aristotélica a sus programas académicos,
e idearon un sistema de conocimiento racional (independiente de la dogmática cristiana) que
denominaron Escolástica, y que cubría e interconectaba todas las restantes áreas del conocimien-

211
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

to: las matemáticas, la física, la química, la astronomía, la medicina, la ingeniería, la arquitectura,


la música, la pintura, la escultura, las artes literarias, etc. De esta manera, entre los siglos V y XII
tuvo lugar en Europa un pensamiento filosófico y teológico preescolástico. La irrupción del to-
mismo aristotélico en el siglo XIII generó una gran apertura teórica, aunque no tuvo el tiempo su-
ficiente para cristalizar en los diversos ámbitos prácticos y en la vida corriente de los ciudadanos.
Basándose en el modelo de enseñanza adoptado por los romanos, la Escolástica organizó
esas disciplinas en dos bloques: el trivium (gramática, lógica y retórica) y el quadrivium (geo-
metría, aritmética, astronomía y música). En todo caso, la teología, sustentada en la filosofía,
ocupaba la cima del sistema educativo medioeval.
Los avances logrados en la arquitectura produjeron, como se ha dicho, las grandes cate-
drales, y los edificios mismos de las universidades. Un escolástico, Buridan, se anticipó a los
tiempos y dedujo mucho antes que Newton las leyes de la gravedad, a partir del principio de
inercia. Y Roger Bacon, que estudió en Oxford y dio clases en París, pensaba que todos los
fenómenos físicos estaban regidos por relaciones matemáticas (anticipándose así a Galileo), y
estaba convencido de que el conocimiento científico permitiría un creciente aprovechamiento
de la naturaleza en beneficio del hombre. Dedujo que la luz estaba compuesta de rayos que
viajaban en línea recta y a una enorme velocidad, y pronosticó inventos futuros como los au-
tomóviles, los aviones, los submarinos, etc.
En el siglo XVI, la Europa medioeval contaba nada menos que con 70 universidades,
distribuidas en las principales ciudades de la cristiandad.
Esa trayectoria ascendente fue coronado con la invención de la imprenta por Johannes
Gutenberg alrededor de 1440, logro excepcional que multiplicó en progresión geométrica la
difusión del conocimiento en todas sus áreas, y que hasta hoy sigue siendo el instrumento
protagónico de dicha difusión.
Sin embargo, la expansión medieval se vio atravesada por un accidente gigantesco: la
peste negra, que llegó desde China en 1348, y sólo fue erradicada definitivamente en 1670.
Esa terrible epidemia mató a un tercio de la población de Europa, y produjo un retraso
cultural imposible de medir, pero que seguramente fue considerable. Hubo ciudades como
Florencia en las que murió el 90% de sus habitantes. Pero los europeos supieron superar esa
catástrofe, y el desarrollo cultural siguió adelante.

El manejo humano del cristianismo en el Medioevo

Hemos mostrado una visión sintética del paradigma medioeval. Sin embargo, otra cosa era
la conducción de la cristiandad por las autoridades eclesiásticas y por el papado, que ejerció
un poder político ambiguo —compartido, alternado, y a menudo disputado con los reyes—,
aunque casi siempre más determinante que el de las monarquías.
Durante los casi mil años del período que se ha denominado Edad Media, el cristianismo
estuvo marcado —como también lo está en nuestro tiempo— por la dicotomía entre los que
lo vivían auténticamente (que fueron muchos, incluidos papas, obispos, sacerdotes y monjes,
hasta llegar al vasto nivel configurado por los laicos) y los que lo practicaban a medias, o lo
confesaban hipócritamente mientras cometían toda clase de transgresiones a la moral cris-
tiana: deshonestidades, abusos, injusticias, robos, asesinatos, excesos sexuales, violaciones,
etc., etc., y que a veces incluso eran presentadas como “amparadas” por Dios. Hubo pontífices
y clérigos igualmente corruptos, que se enriquecían gracias a su status, lo convertían en un
instrumento de poder, y se entregaban a toda clase de licencias.

212
Sebastián Burr

Además, pocos conocían cabalmente el modelo esencial (ni siquiera todos los teólo-
gos), y hubo autoridades eclesiásticas que le fueron agregando “retoques” humanos, e incluso
adulteraciones de facto (aunque no dogmáticas), que se difundieron en mayor o menor grado
entre los simples creyentes, generando versiones populares no ortodoxas del cristianismo, a
veces intrascendentes, pero en ciertos casos francamente distorsionadoras. Ese fue uno de los
mayores errores cometidos por los conductores del cristianismo medioeval: no transmitir a la
masa de los fieles su núcleo espiritual y esencial, incontaminado de deformaciones, y sobre
todo, no haberlo aplicado a la vida real en su propia praxis, ni haber inducido la misma praxis
en los creyentes. Aunque quizás esa transmisión “limpia” y cabal no fue posible, dado el alto
analfabetismo que había en la cristiandad, la escasa cantidad de textos escritos (no se había
inventado la imprenta), y la enorme dificultad de formar un número suficiente de clérigos
capacitados para transmitir el cristianismo ortodoxo a toda la masa de cristianos comunes
y corrientes, y más aún, para darle una interpretación práctica realmente aplicable a la vida
cotidiana de las personas y al manejo concreto del orden social y político.
Las distorsiones doctrinales del cristianismo tuvieron además otro origen, cuyos efectos
fueron tanto o más nocivos: las llamadas “herejías”, que constituían propuestas propiamente
teológicas, y que alteraban alguno o algunos de los dogmas declarados oficialmente como
tales por la autoridad eclesiástica (los concilios o el papa). Casi todos los “herejes” fueron
teólogos, y las variables de la herejía se sucedieron a lo largo de todo el Medioevo (arrianis-
mo, pelagianismo, jansenismo, maniqueísmo, nestorianismo, cátaros, valdenses, etc., etc.).
La reacción inicial de la Iglesia ante las herejías fue combatirlas mediante la enseñanza.
Entre otras iniciativas, la orden de los domínicos fue fundada expresamente con ese propósito.
Pero luego aparecieron mentes eclesiásticas menos sanas, y hasta insanas, que introdujeron el
método represivo, en virtud del cual los herejes debían ser obligados a “abjurar de sus errores”
y convertirse a la ortodoxia, o en caso contrario sufrir castigos que iban desde la cárcel y la
confiscación de sus bienes hasta la pena de muerte.
Nació así la institución más siniestra del Medioevo: la Inquisición, que pretendió impo-
ner la fe por la fuerza, en absoluta contradicción con la libertad de conciencia proclamada por
Cristo, y que llegó a los extremos atroces de someter a tortura a los sospechosos de herejía,
para hacerlos confesar, y de quemar a muchos herejes en la hoguera. Hay que tener presente,
sin embargo, que en esa época la vida terrena y natural tenía un valor muy inferior y comple-
tamente subordinado a la vida eterna y sobrenatural. Esta observación no pretende justificar
dichas atrocidades, sino sólo situarlas dentro de su contexto histórico-cultural.
Otra medida represiva, institucionalizada formalmente en la segunda mitad del siglo XV,
fue prohibir la lectura y hasta la impresión y difusión de libros heréticos o “contrarios a la fe”,
según eran declarados como tales por examinadores expresamente designados para esa función.
Dichos libros eran incorporados a una lista oficial, el Index librorum prohibitorum (Indice de
libros prohibidos), y su número fue aumentando progresivamente, hasta llegar a cientos y cien-
tos de obras vetadas por el oficialismo eclesiástico. El Index fue suprimido recién el año 1966,
y desde entonces dejó de pesar sobre los católicos esa normativa canónica que los obligaba “en
conciencia” a abstenerse de leer cualquier impreso que pudiera “erosionar o trastocar su fe”.
En todo caso, esa censura eclesiástica no contaba con un aparato de control que per-
mitiera aplicarla por completo y en todas partes, y fue burlada de muchas maneras por
editores clandestinos y por la lectura privada de los libros incluidos en el Index, estimulada
precisamente por su prohibición.
Fuera de los castigos físicos impuestos a los “herejes”, la dirigencia eclesiástica había
establecido desde mucho antes otra fórmula destinada a evitar las disidencias doctrinales,

213
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

e incluso las rebeliones contra su autoridad. Esa fórmula era la excomunión, utilizada para
“corregir” a los disidentes, a los que cometían graves “desacatos” contra la jerarquía y a los
que daban “malos ejemplos” opuestos a la fe y la moral. Consistía básicamente en excluirlos
de las prácticas del culto, de los sacramentos, e incluso de todo contacto con los creyentes “or-
todoxos”, y llegó al extremo de prohibir las relaciones sexuales de las esposas y los maridos
con sus cónyuges excomulgados.
La excomunión había sido un recurso utilizado en muchas culturas anteriores a la del Me-
dioevo, y se aplicaba a los grandes criminales, y a los que transgredían gravemente el orden
establecido o el sistema oficial de creencias religiosas, o pretendían socavarlo difundiendo
ideas “corrosivas”. En el caso medioeval, la excomunión se centró en los “transgresores” de la
ortodoxia dogmática y moral, y las sanciones que se les aplicaban eran durísimas para la épo-
ca (una vez más hay que considerar que, para esa mentalidad, la verdadera vida era la eterna).
La multiplicación casi obsesiva de las excomuniones produjo efectos tan negativos en-
tre los mismos creyentes, que al fin se decidió regularlas, suprimiendo en gran medida sus
sanciones concretas y convirtiéndolas más bien en un asunto de conciencia, lo que equivalía
a introducir la norma de que los que “se apartaran de la fe” debían reconocer por su propia
cuenta los errores en que habían incurrido, y “excomulgarse a sí mismos”.
No fueron esas, sin embargo, las únicas manchas negras del Medioevo. Hubo otras, pero
igualmente causadas por el manejo humano del cristianismo, no por el modelo mismo, no
obstante su períodos de excesivo misticismo.
Tenemos por ejemplo el manejo que hizo la Iglesia del caso Galileo y de su teoría helio-
céntrica. Basándose en supuestas afirmaciones bíblicas (como cuando el Antiguo Testamento
narra que Josué detuvo el sol durante un día entero, para luchar contra los enemigos de Israel),
la Iglesia siempre había sostenido que la tierra era cosmológicamente el centro del universo
(cosa que no dice la Biblia). Pero bien pudo conservar esa creencia geocéntrica en el sentido
que en rigor le correspondía, diciendo que la tierra era el centro espiritual del sistema plane-
tario, y nada habría ocurrido, puesto que eso es un hecho hasta el día de hoy. Sin embargo,
al rechazar las pruebas científicas de Galileo, que eran difíciles de entender y que casi nadie
compartía, se metió de lleno en cuestiones de carácter material, ajenas al plano sobrenatural,
y que por lo tanto escapaban a su competencia dogmática. Y en cuanto al episodio de Josué,
pudo haberlo interpretado en un sentido metafórico y no literal, como otros pasajes bíblicos.
Pero la hostilidad de la Iglesia contra Galileo no se debió tanto a sus teorías científicas, sino
a que se negaba a aceptar las interpretaciones geocéntricas que sus autoridades habían dado a
ciertos textos de la Biblia. Juan Pablo II dijo al respecto: “La intención del Espíritu Santo fue
enseñarnos cómo se va al cielo, no cómo está estructurado el cielo”.
Galileo nunca fue torturado por afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Sólo se lo
sancionó con una reclusión domiciliaria que le permitió seguir trabajando en sus investigacio-
nes. Más todavía, varios jueces se negaron a suscribir la sentencia que se dictó contra él, y el
papa tampoco la firmó. Galileo murió en su casa 10 años después del proceso, el 8 de enero de
1642, por causas naturales y con la bendición papal. Está enterrado en una iglesia, en la que
se construyó un monumento para honrar su memoria.
Galileo Galilei, como científico y como persona, está rehabilitado por la Iglesia desde
1741. Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio concediera el Imprimatur a la primera
edición de sus obras completas. El 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció pública-
mente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó su teoría heliocéntrica.
Pese a todo, el desprestigio sufrido por la Iglesia a raíz de ese caso no será fácil de rever-
tir, sobre todo porque ha sido usado por el modernismo para exacerbar la acusación de

214
Sebastián Burr

oscurantismo que ha descargado sobre todo el período medioeval, e incluso sobre el aristo-
telismo-tomista, que recién se consolidó en el siglo XVII.
La historia de las torturas infligidas a Galileo es una mera invención, pero fue recreada
por el dramaturgo marxista Bertold Bretch, quien la convirtió en una leyenda negra en su
obra teatral Galileo Galilei, escrita a mediados del siglo XX. Esa obra, que no es histórica ni
científica, ha contribuido a que mucha gente esté convencida de que Galileo fue torturado, e
incluso de que murió en la hoguera.
Volviendo a nuestro análisis, el modelo esencial del Medioevo era el mensaje de Cristo
contenido en el Nuevo Testamento. Y ese mensaje constituía la antítesis de los manejos hu-
manos que lo fueron desfigurando de una u otra manera, y de las corrupciones que se daban
en una parte del clero, el estamento conductor de la cristiandad.
Entre esas corrupciones estaban la compraventa de cargos eclesiásticos, de sacramentos,
y la llamada “venta de indulgencias” (simonía). Las indulgencias consistían básicamente en
que los creyentes podían obtener una reducción parcial o incluso la supresión total de las
“penas del Purgatorio”, haciendo donaciones de dinero o de otros bienes a la Iglesia, para
contribuir al financiamiento de sus obras (enseñanza, asistencia a los pobres y a los enfermos,
etc.). Esa era la doctrina semimaterialista que sustentaba tal práctica, pero la fórmula de las
indulgencias fue pervertida por muchos clérigos, que la convirtieron en un negocio descarado
para hacerse ricos a costa de los creyentes incautos.
Esas conductas humanas, y otras de la misma índole, dieron pie al modernismo para
acuñar la imagen del “oscurantismo medioeval”, y calificar dicho período historiográfico
como una “época de tinieblas”, que es el diagnóstico que predomina al respecto en el mundo
contemporáneo. Reconozco que en parte ese diagnóstico tiene razón —el mal resalta siem-
pre mucho más que el bien, y conmociona también mucho más. Pero esa es una cara de la
moneda, y una investigación histórica realmente objetiva permite sacar a luz otra cara —al
menos a partir del aristotelismo tomista—, que hace del Medioevo un paradigma unitario —
insisto en eso—, en el que todos los requerimientos trascendentes y naturales del ser humano
encontraban respuesta, y una respuesta realmente lógica y coherente. Sin embargo, absurda-
mente, parece que ese grado de coherencia le resulta sospechoso a nuestra época cargada de
escepticismo y le inspira una reticencia instintiva, que nos impide avanzar en los asuntos más
cruciales de la vida. Y la vida transcurre sin que casi nada verdadero le ocurra a la mayoría de
los que transitan por ella, “del útero al sepulcro”, como decía León Bloy.
El Medioevo no sólo produjo positivos efectos morales en muchos cristianos. Fue tam-
bién la época de los grandes santos, que alcanzaron niveles excepcionales de emulación de
Cristo, y que ejercieron una gran influencia en la cristiandad. Los santos medioevales configu-
ran una especie de multitud en la que la auténtica religiosidad demostró en grado máximo su
poder transfigurador de la vida. Entre otras, la figura de San Francisco de Asís subsiste hasta
hoy como símbolo del amor a la vida, de hermandad mística con la naturaleza y de entrega sin
condiciones al servicio de sus semejantes.

Balance final del Medioevo

¿Es posible dilucidar por completo, y con plena objetividad, las dicotomías del sistema
medioeval? No lo sé, porque fueron demasiados los factores que estuvieron en juego, de-
masiadas las búsquedas, intentos y equívocos que tuvieron lugar en esos diez siglos previos
a la modernidad. Sólo quisiera señalar —e insistir en algunos casos— algunas de las líneas

215
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que a mi juicio trazaron en mayor medida su trayectoria, y que son las que más resaltan en
un estudio histórico imparcial de ese período.
La línea central es, sin lugar a dudas, la búsqueda de la verdad, a partir de un paradigma
religioso que cubría toda la realidad, y la convicción casi unánime de que ese paradigma era
una “revelación” hecha directamente por Dios a la humanidad a través de Cristo. Dicha reve-
lación estaba contenida en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), pero envuelta a menudo
en figuras y metáforas, a veces oscuras y enigmáticas, cuyo exacto significado había que dilu-
cidar mediante una acuciosa exégesis (interpretación), en la que debían entrar en juego tanto
la fe como la razón. E incluso era necesario delimitar ambos planos de la manera más precisa
posible, para evitar errores interpretativos que pudieran alterar la ortodoxia dogmática. Y esa
delimitación planteaba a los teólogos del Medioevo un arduo problema metodológico que los
absorbió casi por completo. Tenían además como cercano y dramático antecedente el fracaso
y la caída del imperio romano, que había colapsado más por su deterioro ético y moral que por
las invasiones de los bárbaros y la propagación masiva del cristianismo dentro de sus fronteras.
Quiero precisar, sin embargo —una vez más para prevenir interpretaciones erróneas—
que dilucidar si el cristianismo tuvo un origen divino, o puramente humano, cae fuera de
los propósitos de este libro, y excede por completo sus análisis y averiguaciones. Más aún,
no pretende asociar las propuestas que se formulan en el último capítulo a ningún sistema
religioso concreto, pues se trata de propuestas exclusivamente humanistas, en las que caben
todas las creencias religiosas, o de cualquier otra índole, que estén dispuestas a incorporar a
sus respectivas visiones los códigos esenciales del orden natural y de la condición humana.
También esos códigos apuntan a la existencia de un orden superior, aunque no vinculado ne-
cesariamente con un determinado credo religioso.
Pues bien, el recorrido histórico que acabamos de hacer demuestra que a lo largo del Me-
dioevo hubo una serie de agregados humanos que se disociaron del cristianismo original. Sin
embargo, esa disociación no fue tan burda ni tan distorsionante como podría creerse a primera
vista, pues no alteró su núcleo dogmático esencial, y quizás nunca ha habido una búsqueda
tan sincera y hasta frenética de la verdad como en esa época, no sólo desde una perspectiva
empírica y racional, sino sobre todo sobrenatural, y enfrentada a la necesidad de ensamblar
esas tres ópticas hasta lograr una visión unitaria y coherente de todas las cosas.
Por otra parte, la revelación bíblica contenía dogmas que parecían oponerse a la lógica
natural de la inteligencia humana, y que levantaban toda clase de interrogantes que pedían tam-
bién ser respondidos racionalmente. Pero muy pocos entendían los códigos epistemológicos de
la fe natural y los códigos teológicos de la fe sobrenatural. Además, el mensaje moral de Cristo
entregaba claves genéricas, y no explicaba cómo podían aplicarse a las innumerables y cam-
biantes circunstancias de la vida real, tanto en el plano personal como en el orden sociopolítico.
Esas claves calzan por completo con las del orden moral natural, pero el Nuevo Testamento no
abordaba explícitamente los requerimientos y metabolismos naturales de la praxis: la subjeti-
vidad conectada con la objetividad, los ámbitos de la identidad, los componentes sanos y los
componentes anómalos de la personalidad, las experiencias psicosomáticas (sensaciones, emo-
ciones, sentimientos, estados de ánimo), los dinamismos de la libertad extrínseca e intrínseca,
el discernimiento valórico del bien y el mal en cada instancia de la vida, la función superior del
entendimiento y la voluntad, la activación de las propias potencialidades, la autosuficiencia y la
autodeterminación, el dualismo naturaleza humana-individualidad, las relaciones entre teoría y
praxis, los itinerarios subjetivo-objetivos de la búsqueda de la felicidad. Tampoco explicaba los
condicionantes masculinos y femeninos de la experiencia moral; no entregaba criterios orienta-
dores sobre la elección de un estilo de vida, de una profesión o actividad, ni sobre el quehacer

216
Sebastián Burr

concreto de la vida cotidiana. Por último, no abordaba la influencia determinante, positiva o


negativa, de las circunstancias ambientales, familiares, educativas, laborales, culturales y so-
ciopolíticas en la praxis moral. En resumen, no explicaba la complejísima operatoria, interna y
externa, que marca toda trayectoria humana en este mundo.
¿Cómo podían ser respondidos los interrogantes dogmáticos que planteaba esa revela-
ción, y esclarecidos los incontables factores que debía considerar la moral cristiana para cris-
talizar en la vida real de los creyentes y en el diseño y conducción del orden sociopolítico?
Sólo mediante la reflexión filosófica. Y eso fue lo que hicieron los conductores del cristianis-
mo desde el momento en que salió de la clandestinidad y pudo funcionar libremente gracias a
su legalización por Constantino en el año 325 de nuestra era.
En el siglo XIII, Tomás de Aquino demostró filosóficamente que todos los dogmas cris-
tianos que parecían oponerse a la lógica de la inteligencia humana tenían una explicación
racional. Asimismo, basándose en la antropología aristotélica, y agregándole nuevos desa-
rrollos, descifró en gran medida la múltiple trama de factores naturales que opera en la praxis
moral del ser humano, incluidas casi todas las variables individuales que se dan en cada uno.
Pero durante los mil años anteriores, los teólogos, recurriendo a la filosofía de Platón y al
neoplatonismo, indagaron, pensaron, propusieron y discutieron toda clase de respuestas a
esos dos requerimientos cruciales: la racionalidad del dogma y las aplicaciones de la moral
cristiana a la praxis real de los creyentes.
Esas respuestas fueron a veces más o menos lógicas y consistentes, a veces ingenuas o
incoherentes, a veces francamente erráticas y hasta patológicas, y provocaron innumerables
debates, que en ocasiones se tornaban encarnizados, y que solían arrastrarse por decenios, y
hasta por siglos.
Hay que tener presente, sin embargo, que esa indagatoria se llevaba a cabo en el plano
de la abstracción y la especulación, y no en el de los fenómenos físicos, cuya investigación
corresponde a las ciencias empíricas. Los resultados de la especulación se prueban en el plano
práctico y en el tiempo, y cuando eso ocurre terminan conformando la tradición. Los resulta-
dos de la indagación de la materia, en tanto bien conducidos por la ciencia empírica, son casi
inmediatos, aunque igual muchos de ellos tienen que probar su validez en el tiempo.
A todos, sin embargo, los impulsaba el mismo sincero y hasta apasionado deseo de en-
contrar la verdad. Pero no disponían de ningún sistema filosófico integral y verdaderamente
realista que les alumbrara sus búsquedas. Y las contradicciones del platonismo y el neoplato-
nismo los dejaban a menudo perplejos, enfrentados a callejones sin salida. No veían aparecer
por ninguna parte la racionalidad definitiva que tan afanosamente trataban de atrapar.
Lo único que permanecía incólume en esa incierta travesía era la revelación original,
en la que creían plenamente, aunque no lograban entender enigmas tan insondables como el
dogma de la Santísima Trinidad y el de la encarnación humana del Verbo (Cristo), una de las
tres personas divinas.
Al revisar ese “milenio teológico” empecinado en explicarse racionalmente los dogmas
más “impenetrables” del cristianismo, y en descubrir los “empalmes” de sus códigos morales
con los códigos naturales de la condición humana, impresiona constatar una vez más cómo
los intentos teóricos de dilucidar las incógnitas de la realidad y la incógnita del hombre re-
sultan infructuosos cuando no disponen de una visión filosófica auténticamente científica, en
la que cada plano de la realidad esté descifrado en sí mismo, y al mismo tiempo integrado
coherentemente a todos los demás.
En el caso del Medioevo, surge por sí sola una gran pregunta: ¿por qué no llegaron a una
filosofía así los cientos y quizás miles de teólogos que durante diez siglos se devanaron los sesos

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

para encontrar claves que les dieran respuestas? Quizás eso pertenece al plano del misterio, pero
no al plano de lo imposible, porque Aristóteles alcanzó ese alumbramiento filosófico tres siglos
y medio antes de la era cristiana. Esa gigantesca indagatoria no le tomó más de 30 años, y Tomás
de Aquino escribió su monumental Suma Teológica en un tiempo aún más corto.
Aristóteles llevó a cabo por sí solo esa hazaña filosófica, aunque tuvo antecesores que
encendieron algunas luces menores y dispersas, y un maestro como Platón, que le develó uno
de los mayores secretos de la realidad —las esencias—, pero extrapoladas hacia un mundo
irreal: el reino de las Ideas eternas. Sin embargo, el genio aristotélico supo corregir ese magno
error metafísico de Platón y seguir por su cuenta, hasta completar un colosal desciframiento
científico de la trama metafísica de la realidad y del ser humano.
Tomás de Aquino fue otro genio de la misma magnitud, pero el fundamento de todos sus
avances fueron las claves metafísicas de Aristóteles. Eso lo reconoció muchas veces el propio
Tomás, y en las más de tres mil citas de Aristóteles que incluyó en sus obras lo designó siempre
como “El Filósofo”, para señalar así que lo consideraba la cima del pensamiento filosófico.
Los intentos infructuosos de esos diez siglos del Medioevo en la búsqueda de respuestas
racionales a sus interrogantes dogmáticos y morales son análogos a los intentos fallidos de las
filosofías modernas, y de los paradigmas políticos que en ellas se inspiran, en cuanto a resolver
la múltiple problemática del mundo contemporáneo, y sobre todo la problemática ética y mo-
ral, pues cuando tratan de hacer algo en este sentido, se limitan a repetir una que otra fòrmula
acuñada en el pasado. También en este caso, lo único que puede permitirnos resolver la gran
encrucijada en que nos encontramos es una filosofía científicamente realista. Esa filosofía po-
dría ser el tomismo aristotélico, u otra todavía no elaborada, siempre que sea aún más realista y
más científica. Pero si no buscamos y encontramos una clarividencia filosófica que funcione en
los hechos reales, podemos seguir quién sabe cuánto tiempo como los teólogos del Medioevo,
en la semioscuridad, y en el mismo itinerario circular de los callejones sin salida.
Pero volvamos al intento medioeval. Ante la incertidumbre de que las incursiones de los
teólogos en la filosofía pudieran descubrir las respuestas que se requerían, las autoridades
eclesiásticas superiores (los obispos y el papa) se reservaron la facultad —según ellos, confe-
rida por el propio Cristo— de establecer qué esclarecimientos filosóficos del dogma y la mo-
ral, y asimismo qué otras interpretaciones del cristianismo, eran compatibles con la revelación
original, es decir, “ortodoxas”, y cuáles no lo eran.
Se generó así un control oficial y jerárquico del pensamiento, que si bien dejaba un gran
margen a la búsqueda humana de respuestas e interpretaciones, le fijaba al mismo tiempo
límites de los que no podía excederse. Ese criterio no era tan ilógico ni despótico como po-
dría suponerse, pues respondía al deseo de conservar intacto el “depósito sagrado” de la re-
velación. Más todavía, tal criterio se ve respaldado al revisar la trayectoria de las religiones
que carecen de una autoridad superior que garantice su “ortodoxia” a través del tiempo, pues
debido a eso, dichas religiones han evolucionado hacia formas bastante distintas del modelo
primitivo que les dio origen. (Por ejemplo, el brahmanismo hindú, el budismo religioso, las
innumerables corrientes protestantes del cristianismo). Esa evolución “mutante” fue lo que
trató de impedir, con toda razón, la ortodoxia autoritaria de la Iglesia del Medioevo.
Al margen de ser o no ser católico, es necesario reconocer que la Iglesia medioeval fue
consecuente con su creencia de que el cristianismo era una revelación divina, y que por lo tanto
debía conservarla intacta hacia el futuro. Esa misma lógica exigía un sistema que permitiera
asegurar por completo la inalterabilidad del corpus dogmático esencial. Dicho sistema fue
la infalibilidad de los concilios de obispos y del papa en todos los asuntos relativos al dog-
ma, facultad que además había sido establecida de manera bastante explícita por Cristo en las

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Sebastián Burr

siguientes palabras dirigidas a su apóstol Pedro, cabeza de la primitiva iglesia cristiana: “Y yo


te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y todo lo que atares en la
tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
Sin embargo, el legítimo propósito de conservar la ortodoxia mediante la infalibilidad
episcopal y papal se convirtió en manejo despótico cuando la jerarquía eclesiástica decidió
obligar a los creyentes a someterse por la fuerza a los dictámenes del oficialismo dogmático.
Esa decisión constituyó otro error nefasto, y trastocó los fundamentos mismos de la fe, pues
impuso bajo pena de castigo la aceptación obligatoria del dogma, y dejó inoperante de facto la
libertad de conciencia, que es una condición esencial del hombre y de la verdadera religiosi-
dad. Peor todavía, pretendió asegurar la ortodoxia más que nada en el plano institucional (para
conservar el número de creyentes nominales), en vez de activar prioritariamente una auténtica
praxis en el grueso del pueblo cristiano (cosa mucho más difícil, pero exigida por el propio
carácter espiritual del cristianismo).
Aun así, la Iglesia tuvo la precaución de delimitar exactamente los alcances de la infalibi-
lidad, circunscribiéndola a las “verdades reveladas de fe y de moral”. Y esas verdades debían
ser declaradas como tales mediante pronunciamientos “ex cátedra”, expresamente destinados
a definirlas, y reservados exclusivamente a los concilios de obispos y al papa. Las demás
doctrinas y enseñanzas de la Iglesia —las que no emanaban de esa instancia suprema— no
obligaban en conciencia a los creyentes, y podían admitir otras interpretaciones, siempre que
no fueran contrarias al dogma. Fue en ese segundo plano, no absoluto, donde tuvieron lugar
todos los agregados puramente humanos introducidos en el cristianismo medioeval, y tam-
bién las distorsiones que dieron origen a la Inquisición, las excomuniones, la simonía, la venta
de indulgencias, etc., e incluso al manejo erróneo del caso Galileo y de su teoría heliocéntrica,
temas que ya hemos mencionado.
Las verdades que conformaban el corpus dogmático esencial eran relativamente reduci-
das (y lo siguen siendo hoy), pero muy pocos sabían cuáles eran, y cuáles doctrinas y ense-
ñanzas eclesiásticas no tenían el mismo carácter absoluto, de manera que la mayoría de los
creyentes andaban un poco a tientas, y hasta temerosos de incurrir en alguna herejía. Además,
fue tan espesa la “telaraña” que se fue tejiendo al respecto, que hasta hubo teólogos que no
discernían exactamente las fronteras que delimitaban ambos planos.
Una “telaraña” análoga se constata en el catolicismo actual. La mayoría de sus creyentes
no saben cuáles son los dogmas esenciales y absolutos de su fe, y cuáles las doctrinas secun-
darias que admiten revisiones y modificaciones. El resultado es la inconsistencia generali-
zada de sus creencias, o una serie de interpretaciones más o menos erróneas de las mismas.
La Iglesia ha hecho diversos esfuerzos educativos en este sentido, por ejemplo, recomendar
a los católicos la lectura de la Biblia, de las encíclicas papales, de las obras teológicas, espe-
cialmente las de Tomás de Aquino, el estudio del Catecismo emanado del Concilio Vaticano
e impulsado por Juan Pablo II, etc.
Ahora bien, dentro de los márgenes permitidos por la Iglesia medioeval, la búsqueda de
respuestas y explicaciones racionales al dogma y la moral cristiana se abrió a toda clase de averi-
guaciones filosóficas, dando paso a una extraordinaria efervescencia intelectual y al surgimiento
de diversas interpretaciones. Ya hemos visto las ópticas diferentes que asumieron la teología de
San Agustín y la de Santo Tomás de Aquino, y a esas ópticas se sumaron muchas otras.
La Iglesia medioeval se vio enfrentada así a un torbellino de teorías más o menos dispares.
Al parecer, supo discernir entre ellas las que calzaban con la revelación original, y las que adul-
teraban alguno de sus dogmas esenciales (herejías). Pero en muchos otros casos se abstuvo de
pronunciarse oficialmente, porque había teorías que no afectaban esos dogmas nucleares, y que

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

coexistían con teorías distintas que tampoco los afectaban. Un ejemplo de esas teorías “neutras”
desde el punto de vista dogmático fue el nominalismo (que revisaremos más adelante), pues, si
bien pretendía desmantelar por completo el conocimiento conceptual, no impedía una experien-
cia religiosa sustentada puramente en la fe personal, y no en la reflexión teológico-filosófica.
Aun así, el torbellino alcanzó desmesuradas proporciones, y provocó toda clase de per-
plejidades e incertidumbres entre muchos teólogos, y sobre todo en muchos creyentes laicos.
Las autoridades más responsables de la Iglesia medioeval hicieron lo que pudieron (aunque
quizás pudieron haber hecho más), pero la mayor dificultad estaba en el propio paradig-
ma cristiano original, cuya extraordinaria complejidad exigía una educación integral de los
creyentes, imposible en las circunstancias y limitaciones comunicacionales del Medioevo.
Se dio así la paradoja de que un sistema religioso que acogía todas las dimensiones tras-
cendentes del ser humano y de la realidad, y desde el siglo XIII todas las dimensiones del
orden natural, exigía tal grado de conocimiento, que sobrepasaba todas las posibilidades de
transmitirlo a la masa de la cristiandad.
De esta manera, la praxis misma de la religiosidad y la moral cristianas quedó entor-
pecida en mayor o menor grado, y en muchos casos casi truncada, pues un gran número de
creyentes no sabían cómo ensamblarlas coherentemente con su individualidad, con su liber-
tad, con el desarrollo de sus potencialidades naturales —sobre todo el de su entendimiento
y su voluntad—, con la autosuficiencia, y con todos los demás requerimientos de la natu-
raleza humana. Seguramente sabían muy poco o nada de ese trasfondo antropológico, pero
ese trasfondo hablaba “sin palabras”, detonándoles insatisfacciones, extrañezas, resistencias
instintivas al modelo teórico, dilemas existenciales que no acertaban a resolver, y más aún,
preguntas secretas que a menudo no se atrevían a formular a sus conductores eclesiásticos (y
quizás ni siquiera a sí mismos), y que no encontraban respuestas reales. El punto clave es que
todo intento de praxis, si no arranca y se sustenta en la condición natural del hombre y en su
extensión social, provoca toda clase de bloqueos que malogran o deforman la experiencia mo-
ral, e incluso religiosa. Cabe aquí volver a señalar el dictamen oficial de la Iglesia al respecto,
después que respaldó plenamente el tomismo aristotélico: “La gracia supone la naturaleza”.
También encontramos aquí el dualismo teoría-praxis, y la brecha que casi siempre ha
impedido el paso de un plano al otro. En este caso, la aplicación del paradigma religioso
(teórico) no contó con un simultáneo conocimiento antropológico del ser humano y de sus
metabolismos morales naturales (pese a que se buscó sin descanso), y resultó a menudo una
implantación “forzada” de lo sobrenatural en la vida real. Por lo tanto, sus posibilidades de
convertirse en praxis quedaron en mayor o menor medida frustradas, aunque no es posible
saber de qué manera y hasta dónde en cada uno de los creyentes.
El análisis mismo de los hechos induce a concluir que esa fue la “trama de fondo” que
provocó todas las dicotomías del Medioevo. Pero discernir ahí las respectivas responsabili-
dades excede los objetivos de este libro.
Las corrupciones, en cambio, no implicaron complejidad alguna, y fueron estrictamente
eso: transgresiones conscientes del orden moral esencial, establecido nítidamente en la reve-
lación cristiana primitiva.
Pese a que esa “trama de fondo” fue la más determinante de la trayectoria medioeval, los
entretelones teológicos y filosóficos del Medioevo, especialmente la gran formulación huma-
nista del tomismo aristotélico basada en el orden natural, han permanecido en la penumbra
para muchos analistas contemporáneos. El primer plano de esos análisis, sobre todo en la
óptica modernista, ha sido ocupado por el carácter “despótico” del oficialismo dogmático, y
por las corrupciones de una parte del clero medioeval.

220
Sebastián Burr

El mayor accidente histórico sufrido por el aristotelismo fue que el corpus filosófico
completo de Aristóteles llegó a Europa central (la de ese entonces) y al Medioevo cuando se
habían cumplido diez siglos de reflexión filosófica y teológica, influida principalmente por
el modelo semiplatónico de San Agustín. Ese modelo, distanciado del orden natural, había
generado no sólo interpretaciones inexactas y confusas del mundo y del hombre, sino también
modos de vida concordantes con el mismo paradigma, y que se habían convertido en hábitos
predominantes en casi todo el clero y los demás pensadores medioevales. De esta manera, la
enseñanza de Aristóteles en las universidades, y el potente reciclamiento de su filosofía por
Tomás de Aquino, enfrentaron no sólo el peso intelectual adverso de los siglos anteriores, sino
sobre todo la resistencia instintiva de muchos a modificar sus condicionamientos existenciales
(modos de vivir), y a incorporar a su praxis la nueva perspectiva humanista que les abría el
tomismo aristotélico. Incluso, como ya se dijo, hubo teólogos que calificaron de “materialis-
tas” los planteamientos tomistas, y los que los acogieron lo hicieron en el plano teórico, sin
intentar casi ninguna aplicación a la vida real.
En consecuencia, el gran alumbramiento humano logrado por Aristóteles y Tomás de
Aquino, aunque respaldado oficialmente por el magisterio de la Iglesia, quedó en la penum-
bra, impedido de cristalizar en la praxis. Y en esa penumbra, al menos en el ámbito práctico,
continúa en buena medida hasta el día de hoy.

Otras causas determinantes de la no aplicación práctica del tomismo aristotélico

Entre otras razones que explican que el tomismo aristotélico no se haya puesto en escena en
Occidente, pueden señalarse las siguientes:
1. El confusionismo dialéctico del Medioevo, derivado de la influencia predominante
del platonismo y el neoplatonismo, que dificultó enormemente la comprensión exacta de la
filosofía tomista basada en Aristóteles.
2. La tenaz oposición, durante casi 300 años, de un gran número de teólogos influidos
por ambas filosofías.
3. Un cierto sesgo totalitario de la Escolástica, de las autoridades eclesiásticas (el papado,
los obispos), de las autoridades civiles (los reyes, los funcionarios de los gobiernos monárqui-
cos), y de la misma gente que vivía en la Europa medioeval.
4. El nominalismo de Guillermo de Okham, que se infiltró también fuertemente en las
universidades, con diversas variables y adaptaciones.
5. El nuevo método inductivo y fenomenológico formulado por Francis Bacon, que
prescindía de la especulación metafísica, y que se oponía por lo tanto del modelo aristo-
télico-tomista. Johannes Kepler resumía ese nuevo método en el siguiente enunciado: ubi
materia, ubi geometria, con el cual quería decir que era necesario estudiar los fenómenos,
comprobar los datos, establecer hipótesis, verificarlas, y por último establecer leyes fenomé-
nicas. Un mundo empírico que se creía suficientemente autónomo para independizarse de la
fe y de la espiritualidad humana.
6. El poderoso espaldarazo que la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo dio al nuevo
modelo de la ciencia, que pareció desbaratar el método griego y medioeval de descifrar metafí-
sicamente la realidad. El heliocentrismo hizo creer a muchos que la tierra había perdido su lugar
privilegiado en el cosmos, y que también lo había perdido el género humano, quedando a la deri-
va en un universo sin destino definido. Y empezó a despuntar la idea de que la nueva visión cien-
tífica del mundo (que parecía más real) permitía prescindir de Dios, de la metafísica y de la fe.

221
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La tesis heliocéntrica de Copérnico había impugnado el sistema geocéntrico de Ptolomeo,


que erróneamente se creía respaldado, como ya se dijo, por la propia Biblia. La Iglesia había
dejado circular con restricciones la no comprobada teoría copernicana por casi un siglo (se en-
señaba desde 1561 en la Universidad de Salamanca, una de las que más defendía la Escolástica),
hasta que irrumpió Galileo. Entonces el libro de Copérnico fue censurado por el Santo Oficio
y puesto en el Index de los libros prohibidos (5 de marzo de 1616), del cual sólo fue excluido
en 1757. Pero ya la teoría heliocéntrica se había difundido en la opinión pública europea, y su
puesta en primer plano por Galileo erosionó cada vez más las creencias religiosas de la época.
7. El enfrentamiento de la Iglesia con Galileo la hizo perder prestigio y autoridad, pues
pronto se comprobó que las postulaciones científicas de Galileo eran correctas. Y como el to-
mismo aristotélico formaba parte del modelo medioeval, fue afectado por el mismo descrédito.
8. El aristotelismo postulaba la teoría geocéntrica, y hubo autoridades eclesiásticas que
recurrieron a Aristóteles para refutar el heliocentrismo de Galileo. En consecuencia, el aristo-
telismo fue considerado cómplice “del error y el engaño”, y sus desciframientos metafísicos,
que eran completamente ajenos a esa interpretación equivocada de Aristóteles respecto al
mundo físico, corrieron una suerte análoga.
9. El descubrimiento de América respaldó la nueva visión del mundo y la apertura que
se estaban gestando a partir de Copérnico. Ese nuevo continente no estaba mencionado en la
Biblia, y una vez más el tomismo aristotélico, que muchos creían indisolublemente vinculado
a los textos bíblicos, fue considerado igualmente incongruente con dicho descubrimiento. Sin
embargo, lo que muchos no consideraron es que la Biblia no pretende entregar datos geo-
gráficos sobre la tierra (tampoco menciona otras regiones del planeta, como China, Oceanía,
Groenlandia, la Antártica, etc.).
En resumen, el resultado de ese largo y complejo proceso fue el triunfo de facto de la
razón científica contra la fe, pues los descubrimientos de la ciencia eran completamente
demostrables, mientras que la fe, después de mil años, seguía basándose en la especulación
metafísica, y con muy pocos descubrimientos prácticos. Y debido a la creciente atmósfera
cultural favorable a la ciencia, ni siquiera se dio oportunidad al tomismo aristotélico de de-
mostrar su eficacia operativa en la vida real.

Dos métodos inversos: de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba.

El mayor problema filosófico-teológico del Medioevo fue haber intentado una “síntesis” del
mundo y de la existencia humana a partir del dogma cristiano, y aplicando la metodología
“descendente” del platonismo y del neoplatonismo. En otras palabras, partió de lo Absoluto
(Dios), y desde ahí pretendió explicar “lógicamente” todas las cosas contingentes, físicas
y metafísicas, en lugar de averiguar directamente cómo eran y cómo operaban, tanto en su
singularidad como en su inconmensurable heterogeneidad (quizás porque se pensaba que in-
tentar descifrar las cosas creadas sin tener siempre por centro a Dios sería cometer un acto de
soberbia, una especie de blasfemia). Así, en vez de ir de lo conocido a lo desconocido, lo hizo
al revés: trató de “deducir” el mundo y el hombre, que estaban a la vista, de lo más invisible
y más enigmático: el Creador del universo. El resultado fueron interpretaciones irreales de
la realidad (en mayor o menor grado), porque las ideas, cuando no se extraen de los hechos
reales, se embarcan en laberintos especulativos que inevitablemente, de una u otra manera,
desembocan en callejones sin salida (las aporías griegas), y en entelequias más bien imagina-
rias (como le ocurrió a Platón y a los neoplatónicos).

222
Sebastián Burr

El método aristotélico-tomista hace un proceso inverso: parte de las cosas que existen, y
más aún, de las que nos rodean, de las que están directamente a nuestro alcance, y desde ese
punto va explorando progresivamente otras que están “más lejos” y “más lejos”, o situadas
en planos superiores que no podemos ver, pero sí descubrir poniendo en juego la capacidad
inductiva-deductiva natural de nuestra inteligencia. Y establece además que esos descubri-
mientos, para ser válidos, deben concordar completamente con los alcanzados mediante la
investigación directa de las cosas empíricas.
Ese es exactamente el método científico, el único que siempre ha permitido lograr resul-
tados reales. Y es también el modo natural en que el ser humano conoce el mundo. Un niño
conoce primero la casa en que vive, las personas que la habitan, los objetos que hay en ella.
Luego conoce su barrio, otros barrios, y después su ciudad. Más tarde, en la juventud o en
la edad adulta, puede conocer quizás otros lugares (zonas geográficas, más ciudades, otros
países, etc.), y así va expandiendo su conocimiento del mundo. Lo mismo hay que hacer para
conocer científicamente la realidad: explorarla progresivamente, avanzando de lo conocido a
lo desconocido, de abajo hacia arriba, de lo que está aquí a lo que está “más allá”.
A tal punto es científico el tomismo aristotélico, que tanto Aristóteles como Tomás de
Aquino, para demostrar filosóficamente la existencia de Dios, parten del mundo físico y de
la manera como funciona el cosmos, es decir, de lo que podemos percibir directamente con
nuestros sentidos. Tomás de Aquino afirma incluso que la existencia de Dios no es evidente
para el ser humano, y que sólo las características y dinamismos del mundo físico nos permiten
alcanzar la certeza racional de que existe. Sus cinco argumentaciones al respecto siguen todas
el mismo itinerario: de lo que vemos y conocemos, a lo que no vemos y desconocemos.
Influidos por el platonismo y el neoplatonismo, los teólogos medioevales anteriores a
Tomás de Aquino trataron de cumplir sin saberlo una “misión imposible”: descifrar en primer
lugar “lo desconocido”, y de manera puramente “lógica”, e iniciar desde ahí el “descenso”
a lo “conocido”, también mediante un proceso exclusivamente lógico. El intento fracasó,
aunque sólo en el plano filosófico, pues en el plano de la fe los dogmas de la revelación se
mantuvieron incólumes. Pero desde el punto de vista racional, muchos de ellos continuaron
siendo “oscuros enigmas” (la Trinidad, la encarnación del Verbo, la transustanciación del pan
y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, etc.).
Eso explica también que el modernismo haya abolido la metafísica, pues el primer plano
del pensamiento medioeval lo ocupaban los modelos teológicos inspirados en el platonismo
y el neoplatonismo, y la aparición tardía del tomismo aristotélico le impidió cobrar el pro-
tagonismo que debió haber alcanzado. Desgraciadamente, los filósofos de la modernidad
no lograron ver ese gigantesco edificio filosófico que se alzaba al fondo del escenario, que
les parecía envuelto en dogmatismos y nebulosidades metafísicas, y arrasaron con todo. Y
continúan haciéndolo hasta el día de hoy, produciendo un mundo helado, compuesto sólo de
materia y regido por el progresismo tecnocrático, cuya consecuencia inevitable es el desen-
cantamiento humano respecto al sentido de la vida.

Evaluación global de los progresos premodernos

Todo lo registrado en este recuento histórico ha sido un intento, necesariamente sintético, de


reconstituir los progresos logrados por el mundo antiguo, anterior a la llamada Época Moder-
na. ¿Qué visión de conjunto podemos extraer de ese enorme recorrido, que según las investi-
gaciones arqueológicas y paleontológicas ha cubierto más de 3 millones de años?

223
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

A mi juicio, lo que resalta más nítidamente en esa inmensa trayectoria es una línea as-
cendente e ininterrumpida hacia todos los ámbitos del crecimiento humano. No fue una línea
recta, sino más bien zigzagueante, y a veces retorcida e incluso quebrada, pero que de una u
otra manera logró recuperar el rumbo y continuar el proceso de expansión cultural y civiliza-
dora, incorporándole cada vez mayores avances, mayores aproximaciones a esa “expectativa
mejor” que ha sido siempre el impulso secreto de todo lo que han hecho y siguen haciendo
los seres humanos en este mundo.
Ese proceso ascendente fue impulsado en todos sus momentos y fases por la inteligencia
y la voluntad, por la fe natural, por la libertad, por la determinación moral de ir siempre “hacia
adelante”, extrayendo del mundo y de la vida cada vez mayores bienes humanos, haciendo
cada vez más reales sus incontables potencialidades.
Fueron tantos los pasos, y en todas las direcciones, que se dieron en esa prodigiosa y múlti-
ple aventura, que los que he registrado aquí son sólo una muestra de su inconmensurable hetero-
geneidad, a través de la cual he intentado al menos mostrar el pasmoso nivel alcanzado en el pa-
sado por la inteligencia y la creatividad humanas, negado sistemáticamente por el modernismo.
El entendimiento, ese don absolutamente superior y exclusivo del hombre, fue escudriña-
do en su naturaleza esencial y en todas sus articulaciones por el genio de Aristóteles y Tomás
de Aquino, quienes demostraron que trasciende por completo el simple conocimiento, y que el
conocimiento, privado de un contexto moral y ético, es amorfo, neutro, o puramente técnico,
y sin signicado real para el hombre. A mi juicio, esa ha sido la más alta contribución de la
filosofía a la humanidad, porque el entendimiento es el sistema nuclear que alumbra toda la
vida humana, y el poder creador que la impulsa en todas sus búsquedas y conquistas.
Los avances científicos y tecnológicos de nuestra época son extraordinarios. Pero la crea-
ción del lenguaje y la escritura, y los desciframientos metafísicos alcanzados en el mundo
premoderno, fueron eclosiones del entendimiento humano que se sitúan en un plano incues-
tionablemente superior a todos los logros de nuestro tiempo: el plano del espíritu.
Ni siquiera la computación, el más sofisticado sistema de procesamiento de datos que
existe en nuestro tiempo, emula ni de lejos al entendimiento, y además depende por comple-
to del hombre, pues sus sistemas operativos (DOS) necesitan ser diseñados y articulados por
inteligencias humanas.
Pero esta revisión nos ha mostrado al mismo tiempo una contracara oscura del pasado:
creencias erráticas, prácticas religiosas inhumanas (sacrificios), despotismos políticos, dis-
criminaciones sociales y raciales, esclavitud, guerras e invasiones, a lo cual se agregan las
corrupciones, adulteraciones y confusiones filosóficas que tuvieron lugar en el Medioevo. La
lista es mucho más larga, y configuraría un cuadro desolador si no estuviera alumbrado por
las conquistas del espíritu, pese a todo lo que parecía oponerse a ellas.
Esas conquistas son las que mi juicio necesitamos incorporar al mundo en que vivimos,
para empezar a hacer la gran síntesis que puede conducirnos a un mejor futuro. Pero creo que
también podemos aprender de la cara oscura del pasado, para evitar todo lo que de ese reverso
irracional sigue repercutiendo en nuestra época, o para precavernos de repetir algunos de sus
extravíos, anomalías y distorsiones de la realidad y de la vida.
En síntesis, la imagen degradada del mundo antiguo difundida por el modernismo es una
de las mayores falsedades introducidas en la cultura contemporánea. Cuando el modernismo
reniega de la metafísica y de las facultades espirituales del hombre, reniega de sus orígenes, y
más aún, de todo lo que hoy sustenta como trama de fondo el significado humano de la actual
civilización de Occidente. Esa trama, que aún subsiste, a pesar de todos los intentos que se han
hecho para “borrarla del mapa”, es lo único que hoy impide el quebrantamiento definitivo del

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Sebastián Burr

artificial modelo de “progreso” materialista, cientificista, tecnocrático y economicista puesto


en marcha desde el siglo XVII por las filosofías de la modernidad, pues gracias a esos anclajes
mucha gente todavía logra vivir “humanamente”. Y la recuperación de esa trama de fondo, en
concordancia con los auténticos avances de nuestro tiempo, constituye nuestra mejor esperan-
za de encontrar hacia adelante opciones restauradoras de la vida.

Análisis ampliado de la dicotomía histórica entre teoría y praxis

Queda a mi juicio una última reflexión que hacer sobre el mundo antiguo (adelantada ya a
propósito de Aristóteles y en el examen del Medioevo), que puede quizás proporcionarnos
uno de los mejores aprendizajes que podamos extraer de sus procesos civilizadores.
Las claves metafísicas descubiertas por Aristóteles fueron por su propia naturaleza conoci-
miento teórico. Pero la posibilidad de aplicarlas en el mundo humano real se truncó, porque se
enfrentó con un establishment antagónico: la ausencia de democracia en muchas polis griegas,
y las estructuras de poder instauradas en esas polis; la existencia en toda Grecia, incluso en las
democracias helénicas, de creencias mitológicas opuestas a la filosofía; la esclavitud, aceptada
por Aristóteles quizás como un mal menor inevitable, pues sus propios descubrimientos antro-
pológicos, morales y éticos inducían a abolirla. La propuesta humanista de Tomás de Aquino en
el Medioevo enfrentó a su vez otro establishment, que también frustró su aplicación en la vida
real: la aristocracia y el feudalismo, con todos sus privilegios de clase, el sistema de poder de la
Iglesia; los resabios platónicos de la teología agustiniana en casi todos los teólogos de su tiempo.
La conclusión de fondo que puede inferirse de este análisis es que todo paradigma teóri-
co, para implantarse en un conglomerado humano, requiere cumplir ciertas condiciones indis-
pensables, entre las cuales yo señalaría las siguientes:
1. Quienes pretendan implantarlo deben entenderlo cabalmente, y estar absolutamente
convencidos de que el paradigma contiene claves mucho mejores para la vida humana que las
normas instauradas por el establishment
2. Deben convencer a otros de lo mismo, hasta configurar un núcleo capaz de influir en el
establishment para empezar a inducir los cambios requeridos.
3. Deben enfrentar todas las oposiciones del statu quo, que siempre serán muchas, a
veces violentas, y a menudo extraordinariamente astutas (para desprestigiar el modelo y
hacerlo fracasar).
4. Si logran iniciar el proceso de cambio, deben mantener el modelo libre de adulteracio-
nes, y no hacer al establishment concesiones que lo distorsionen.
5. Si el modelo llega a implantarse en grado suficiente, deben mantenerlo incontamina-
do de “ajustes” o desfiguraciones, que pueden proceder de ellos mismos, de los que se han
embarcado en el proceso, o de los que lo resisten. Sin embargo, es posible también que la
constatación en los hechos reales de que el modelo es mejor (si esa constatación se produce),
asegure en buena medida su permanencia incontaminada en el tiempo.
6. En el mismo supuesto de implantación del modelo, deben crear condiciones sociopo-
líticas (institucionales, laborales, educacionales, económicas, etc.) que permitan el acceso al
modelo de todos los miembros del conglomerado humano en que se está llevando a cabo el
proceso, porque si no se crean esas condiciones, el proceso fracasará.
7. Por último, no deben deconectar jamás la sana teoría de la praxis moral, ni la praxis
moral de la sana teoría, porque, al igual que el entendimiento y la inteligencia práctica, son
interactivas y ambivalentes, y necesitan funcionar siempre en forma simultánea.

225
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La transición del Medioevo a la modernidad

Desde comienzos del siglo XVII, la cultura del Medioevo empezó a sufrir una serie de em-
bestidas frontales, que rápidamente fueron despojándola de la hegemonía absoluta y del poder
político que había detentado durante diez siglos en el continente europeo, hasta dejarla final-
mente relegada al puro ámbito de lo religioso.
Los protagonistas de esa embestida fueron los filósofos de la modernidad, y algunas men-
tes científicas excepcionales, como Francis Bacon y Galileo, que abrieron a la ciencia y a la
tecnología expectativas no imaginadas hasta entonces.
He afirmado que las filosofías modernas son las responsables de fondo de las crisis y
problemas de toda índole que afectan al Occidente actual. ¿Significa eso que también son res-
ponsables sus autores? ¿Qué las pensaron y difundieron con la expresa intención de provocar
los estragos que han provocado en el mundo contemporáneo?
De ninguna manera, sino todo lo contrario. Lo que hicieron los primeros filósofos moder-
nos, y más aún los del siglo XVIII, fue reaccionar legítimamente contra las desfiguraciones
humanas y filosóficas introducidas en la cultura medioeval, y contra las corrupciones de un
buen número de sus representantes, que eran lo que estaba más a la vista.
El verdadero propósito de esos filósofos fue abolir un sistema que percibían como un
enorme fraude inventado por el clero para someter a su dominio a la población de Europa, y
disfrutar de todos los privilegios del poder económico y político.
Cabe recordar aquí las palabras premonitorias con que el propio Cristo señaló a los apósto-
les (y por lo tanto a todos sus sucesores futuros) la necesidad de ser representantes incorruptos
de su revelación, a fin de que todos pudieran entenderla como una auténtica “Buena Nueva” para
el género humano: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será
salada? Para nada servirá ya, sino para ser tirada afuera y ser pisoteada por los hombres”.
Sin saberlo, los filósofos de la modernidad confirmaron esas palabras proféticas. En gran
medida, la pérdida del “sabor” humano y del sabor sobrenatural del auténtico cristianismo, provo-
cada por sus malos conductores del Medioevo, fue el detonante que impulsó su arremetida contra
el sistema medioeval. Desgraciadamente, al embarcarse en ese “proyecto”, no lograron discernir
el dualismo fundamental que existía en esa cultura que estaban decididos a “borrar del mapa”: el
modelo teológico y filosófico, que era su verdadero núcleo, y su corrompida contracara humana.
Así, al llevar a cabo el desmantelamiento, arrasaron también con el cristianismo nuclear,
y asimismo con la metafísica y la antropología natural formuladas por el tomismo aristotélico.
Quizás lo hicieron porque pensaron que todo configuraba el mismo fraude, o quizás, si advir-
tieron la diferencia, decidieron que el modelo sobrenatural y el modelo natural habían sido
cómplices de la gran estafa, y que también merecían “irse al diablo”, junto con todo lo demás.
¿Con qué se quedaron, entonces? Sólo con el mundo físico, con la materia, y con la vida
humana despojada de todo fundamento natural y sobrenatural. Ese despojamiento quizás los
habría hecho retroceder, si no hubiera estado alumbrado por una expectativa que despuntaba
simultáneamente con su ofensiva filosófica: el vuelco impreso a la ciencia y la tecnología por
genios como Bacon, Galileo, Kepler, Newton, etc., en el que vislumbraban la posibilidad de
crear un nuevo mundo humano, emancipado de embustes religiosos y metafísicos, y cimen-
tado en un bienestar pragmático nunca logrado por las culturas del pasado, bienestar que el
filósofo francés d’Alembert describiría como un “paraíso en la tierra”.
Mas aún, ese bienestar pragmático ya estaba a la vista en el extraordinario impulso dado a
la economía, la industria, el comercio y los sistemas financieros por el Renacimiento, proceso
cultural que se inició en el propio Medioevo, y que revisaremos un poco más adelante.

226
Sebastián Burr

Ahora bien, lo que estoy señalando es una simplificación de ese complejo proceso. Entre
los primeros filósofos de la modernidad hubo algunos que no percibían la cultura del Me-
dioevo como un fraude, que no pretendían abolirla sino incorporarle ajustes empíricos que
consideraban más racionales, y que incluso se declaraban creyentes. El encono y la decisión
de extirparla de Occidente se fueron incubando gradualmente durante el siglo XVII, pero
en el siglo XVIII se convirtieron en una marejada incontenible, respaldada además por los
avances de la ciencia y la tecnología, que cada vez más emergían como las “cartas de triun-
fo” de una nueva era, la Era del Progreso.
Debemos descartar por lo tanto toda “mala intención” de los artífices filosóficos de la
modernidad. El modelo que acuñaron, el “progresismo” (visión reduccionista del progreso),
no fue en absoluto malintencionado. Sin embargo, inevitablemente, resultó mutilado por la
expulsión de la metafísica y la antropología natural, y por su visión exclusivamente materia-
lista del hombre y del mundo. Ni siquiera sospecharon las consecuencias que esa visión pro-
vocaría en el futuro, pues estaban deslumbrados con los prodigios de la revolución industrial y
por los fantásticos descubrimientos de Galileo y Newton. Pero al cabo de tres siglos y medio,
el materialismo modernista ha terminado por descargar todos sus efectos sobre el Occidente
contemporáneo, y ahora están dramáticamente a la vista en todos los planos: humano, cultu-
ral, económico, social, político, ecológico, etc.

Consecuencias del colapso del Medioevo

El derrumbe del Medioevo, y su reemplazo por las filosofías materialistas de la modernidad,


provocó una fractura de proporciones catastróficas, de la que todavía no nos hemos recuperado.
Occidente perdió la unidad cultural lograda por el modelo teológico-filosófico medio-
eval, que si bien fue entendido sólo por un sector minoritario de ese período, generaba en la
mayoría una atmósfera mental en la que tenían cabida todos los anhelos humanos superiores.
Al margen de cual fuera la conducta moral de cada creyente, casi todos tenían la certi-
dumbre de que por encima de los poderes humanos y de las categorías sociales había un poder
supremo para el cual todos los hombres eran iguales, todos hermanos e hijos de un mismo
Padre, que al final juzgaría con absoluta justicia, pero también con inimaginable misericordia,
lo que cada cual hubiera hecho en este mundo. Los plebeyos que creían en ese Padre no con-
sideraban humanamente superiores a los aristócratas ni a los reyes, y tampoco los siervos de la
gleba a sus señores feudales. Más aún, esa visión les permitía percibir desde una óptica moral
trascendente todas las transgresiones al orden moral que cometían los que estaban situados en
lo alto de la escala social. Para casi todos los que estaban “abajo”, la vida en este mundo era
dura, marcada por toda clase de estrecheces, penurias e injusticias; pero estaban seguros de
que después los esperaba otro mundo, donde todos los sufrimientos quedarían atrás y donde
una felicidad definitiva y eterna (que imaginaban de muchas maneras, o imaginaban difusa-
mente) sería el obsequio final de ese Ser Supremo que había creado el mundo por amor, y
cuyo amor por los hombres se haría visible en todo su esplendor ahí, en el reino de los cielos.
Podría pensarse, como lo ha dicho el modernismo, que la esperanza en la vida eterna fue
el gran artificio con que los poderes de la Iglesia embaucaron a la gente del Medioevo para
someterla a su dominio (recordemos la famosa frase de Marx: “La religión es el opio del pue-
blo”). Pero lo curioso es que esa esperanza fue compartida por muchos que detentaban el poder
y la riqueza, y que por lo tanto creían realmente en esa expectativa. Más aún, un buen número
de ellos —miles de monjes— renunciaron a sus bienes de este mundo para emprender una

227
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

búsqueda de lo sobrenatural más directa y más auténtica, y esa renuncia alcanzó su más alto
grado con los santos, muchos de ellos provenientes de los estratos privilegiados de la sociedad.
San Francisco de Asís era hijo de un acaudalado comerciante; Santo Tomás de Aquino perte-
necía a una de las familias más nobles de Italia; Santa Clara, fundadora de las monjas clarisas,
afrontó la ira de un padre rico hasta imponer su decisión de dedicarse por entero a la búsqueda
de la santidad; San Bernardo de Claraval, que fundó más de 300 monasterios, era también de
noble ascendencia; y San Luis (siglo XIII) fue rey de Francia. La cantidad de cristianos que
renunciaron a sus privilegios de clase para emular a Cristo fue enorme, y ese es un anverso
espléndido del Medioevo, que no puede desconocerse al enjuiciar a sus malos conductores.
Ese sentimiento de unidad, de pertenecer a un mismo mundo creado y regido por un po-
der absoluto que le daba un portentoso significado, ese vínculo que los conectaba a todos en
un origen y un destino común; esa certidumbre del valor único de la propia vida, fueron ex-
pulsados de la cultura por las filosofías de la modernidad. Occidente perdió la unidad humana
que tanto había costado modelar, y se instaló en una “unidad” ficticia de mera coexistencia,
forzada, manipuladora, agresiva, desigual, y a menudo depredatoria.
El Dios envolvente del mundo y de los hombres, distante y cercano al mismo tiempo, fue
desapareciendo de muchas conciencias, dejando en su lugar un universo mecánico, sólo arti-
culado por los dinamismos de la materia, en el que era imposible encontrar ningún significado
humano, ninguna voz ni ninguna señal que respondiera a las preguntas cruciales de la vida, y
en el que cada cual se fue quedando solo, ante sí mismo, ante los demás, y ante las “leyes de la
naturaleza” proclamadas por el modernismo cientificista como la trama última de la realidad.
El individualismo y el colectivismo contemporáneos son dos consecuencias opuestas pro-
vocadas por esa inmensa pérdida. A pesar de que Dios ha sido expulsado del paradigma cultural
predominante en Occidente, aún quedan muchos sobrevivientes que han logrado conservar de
una u otra manera los vínculos con un orden metafísico y sobrenatural. Pero muchos otros están
condicionados en diversos grados por el paradigma modernista, en una especie de oscureci-
miento del sentido de fondo de sus vidas. Y su sistema instintivo de supervivencia ha inducido
a algunos a recluirse en un solitario individualismo, y a la mayoría a ampararse colectivamente
en algo que reemplace al orden superior desmantelado por la modernidad. Existen hoy varios
sucedáneos de ese orden “perdido”, pero el sucedáneo protagónico es el Estado Benefactor, cu-
yas promesas de “seguridad” y “felicidad” nunca se cumplen, y además generan una crisis tras
otra. Viven así en esa actitud mental puesta en evidencia por Samuel Becket215 en su drama Es-
perando a Godot. Godot es el sustituto de Dios, y también el sustituto de la autodeterminación
humana; millones y millones lo esperan, sin saber qué es, pero lo esperan y lo esperan, creyendo
que cuando aparezca les arreglará la vida, sin siquiera atisbar que el “arreglo” sólo puede ema-
nar de su propia condición natural y ontológica. Y en esa espera colectiva sin fin no hay nada ni
nadie que les diga dónde está la clave verdadera de la vida, a pesar de que casi todos sufrimos
el mismo síndrome: unidos en la incomunicación y en un hermético aislamiento. De ahí la gran
cantidad de patologías del espíritu que hoy afectan a enormes contigentes humanos, sumidos en
la desesperanza y en quebrantamientos emocionales que conducen directamente a la depresión.

La gran síntesis del futuro: lo mejor del presente y lo mejor del pasado.

Lo he dicho antes, pero considero necesario volver a decirlo, para disipar por completo cualquier
interpretación equívoca de los análisis que hago en este libro, y sobre todo de las propuestas que
215 Premio Nobel de Literatura 1969.

228
Sebastián Burr

formulo en el último capítulo. En el reciente recorrido del mundo antiguo señalé los avances
nucleares que se fueron encadenando en ese pasado anterior a la llamada Era Moderna. Pero eso
no significa en absoluto que pretenda sugerir algún tipo de regreso, ni siquiera parcial, a alguna
de las culturas de la antigüedad, ni tampoco a la del Medioevo. Cualquier intento de retorno,
además de ser absurdo, resultaría imposible de llevar a cabo. La historia no vuelve atrás.
Lo que sí propongo es rescatar los potentes dinamismos que impulsaron a los protagonis-
tas de ese inmenso proceso civilizador: autoconciencia, autodeterminación, libertad, fe natu-
ral, creatividad, expansión de las potencialidades del entendimiento y la voluntad. Y rescatar
sobre todo el orden natural y la condición ontológica y moral del hombre indagados y descu-
biertos por un pensador precristiano —Aristóteles— y por un pensador medioeval —Tomás
de Aquino—, para integrarlos coherentemente con todos los verdaderos avances de nuestra
época, científicos, tecnológicos, económicos, artísticos, y de cualquier otra índole. Ese en-
samble es a mi juicio condición indispensable para configurar la gran síntesis humana que nos
demanda el futuro, y por esa vía hacer posible la autosuficiencia humana.
Posiblemente algunos, o muchos, dirán que tal pretensión es una nueva utopía, absoluta-
mente irrealizable. Pero la visión de un mundo mejor para el género humano sólo es utópica
cuando se limita a imaginar teóricamente ese mundo, sin averiguar ni decir nada sobre cómo
se puede avanzar en términos reales hacia ese horizonte. En cambio, los códigos naturales del
hombre nos dicen cómo podemos hacerlo, y hacerlo paso a paso, siempre que estemos dis-
puestos a indagarlos, a sacarlos a luz, a aplicarlos a la vida real, y a comprobar su eficacia en la
praxis, en nuestras propias experiencias. En la búsqueda de esta síntesis cabemos todos, y por
supuesto también las personas que tienen creencias religiosas, porque se trata de una síntesis
humanista, no sólo compatible por completo con la religiosidad, sino también necesaria para
que las experiencias religiosas sean cada vez más auténticas. Hoy día están cobrando crecien-
te importancia las iniciativas ecuménicas que intentan generar vínculos de entendimiento y
colaboración entre las distintas religiones del mundo. La búsqueda de una síntesis humanista
sería igualmente ecuménica, porque empezaría a vincularnos a todos en aquello que nos hace
igualmente humanos: en los ámbitos metafísicos de nuestra condición natural, donde residen
los mejores secretos y los mayores poderes de la vida.

El Renacimiento, eslabón cultural entre el Medioevo y la modernidad.

La transición del Medioevo a la modernidad no fue un vuelco histórico súbito, que reemplazó
bruscamente un mundo por otro. Se interpuso entre ambos modelos culturales una fase in-
termedia, que cubrió más de tres siglos (aproximadamente del 1350 al 1600 d.C.). Esa fase
operó como una especie de puente bidireccional: por una parte, fue erosionando los agregados
puramente humanos (es decir, distorsionados) sufridos por el paradigma medioeval; y por
otra, generando aperturas mentales cada vez más propicias para la incubación de las filosofías
modernas. Ese eslabón fue el llamado Renacimiento.
El Renacimiento se definió a sí mismo como una revolución humanista. Y efectivamen-
te lo fue, en el sentido de que activó desarrollos humanos creativos y autónomos, es decir,
emancipados de la tutela casi omnímoda que ejercía el paradigma religioso sobre las con-
ciencias medioevales.
En el Discurso sobre la dignidad del hombre, del pensador y escritor renacentista Pico
Della Mirándola, se formulan tres de los ideales del Renacimiento: el derecho inalienable a la
discrepancia, el respeto a las diversidades culturales y religiosas, y el derecho al desarrollo y

229
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

enriquecimiento de la vida a partir de las diferencias. Esos ideales no son antagónicos al para-
digma religioso del Medioevo; más bien pretenden crear una nueva síntesis, que dicho período
histórico no había logrado completar. La intención de Pico Della Mirándola era demostrar que
el cristianismo constituía un punto de convergencia de las más diversas tradiciones culturales,
religiosas, filosóficas y teológicas. Un ejemplo de ese propósito es la siguiente interpretación
de la creación del mundo escrita por él mismo, basada en el Génesis, en el Timeo de Platón y
en su propia exégesis interpretativa.
“Cuando Dios ha completado la creación del mundo, empieza a considerar la posibili-
dad de la creación del hombre, cuya función será meditar, admirar y amar la grandeza de la
creación de Dios.
Pero Dios no encontraba un modelo para hacer al hombre. Por lo tanto, se dirige al
prospecto de criatura, y le dice:
Tú definirás tus propias limitantes, de acuerdo a tu libre albedrío. No te he dado una
forma, ni una función específica, a ti, Adán.
Por tal motivo, tú tendrás la forma y función que desees.
La naturaleza de las demás criaturas, la he dado de acuerdo a mi deseo.
Pero tú no tendrás límites.
Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus
alrededores.
No te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo.
De tal manera que tú podrás transformarte a ti mismo, en lo que desees.
Podrás descender a la forma mas baja de existencia, como si fueras una bestia. O po-
drás en cambio renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus,
aquellos que son divinos”.
En este texto alegórico está plasmada la visión nuclear de la corriente humanista cris-
tiana del Renacimiento. El hombre es una creación de Dios, y su creación más espléndida,
situada por encima de todas las cosas del universo. Es además una criatura sin límites, dotada
de una libertad absoluta, que le permite transformarse a sí misma en lo que quiera. Pero esa
libertad está abierta a todos los ascensos y a todas las degradaciones, y las trayectorias hacia
arriba o hacia abajo que siga cada ser humano dependen exclusivamente de sus propias elec-
ciones, decisiones y conductas.
Esta visión grandiosa del hombre es básicamente válida, y análoga a la del cristianismo
(aunque no exactamente igual). Pero es un modelo altamente teórico, que omite abordar los
requerimientos concretos de la praxis de la libertad, es decir, cómo puede ejercerla cada ser
humano en el continuo y cambiante flujo de las circunstancias de la vida, y de acuerdo con
los metabolismos de su propia individualidad, de tal manera que pueda usarla para ascender
progresivamente hacía las mejores posibilidades de sí mismo, y evitar las opciones que lo im-
piden, o que lo hacen descender a niveles inferiores a su condición natural. Y también omite
señalar la decisiva gravitación, positiva o negativa, de los sistemas culturales y sociopolíticos
en el ejercicio real de la libertad.
Esa omisión fue el “talón de Aquiles” del humanismo renacentista. Si bien fue espléndido
en muchos sentidos, no logró incorporar las claves antropológicas de fondo descubiertas por
el aristotelismo y el tomismo, sino que se centró fundamentalmente en la creatividad artística,
aunque marcada por una gran dosis de idealismo. Alentó también la creatividad científica y
tecnológica, como asimismo los avances económicos y pragmáticos. Sin embargo, fue un hu-
manismo elitista, que sólo se difundió entre los sectores de mayor nivel económico de la época.
Tal carácter elitista se explica por las circunstancias que dieron origen a este fenómeno cultural.

230
Sebastián Burr

A partir del siglo XI, fueron sucediéndose en Europa una serie de avances tecnológicos
que incrementaron considerablemente la industria, el comercio terrestre y marítimo, y las
actividades lucrativas, permitiendo el ascenso económico de un buen número de personas,
y generando poco a poco una nueva clase social: la burguesía. Ese nuevo estamento adqui-
rió rápidamente un poder propio, independiente del que poseía la aristocracia tradicional, y
terminó disponiendo de recursos suficientes para darse ciertos gustos y comodidades, entre
otros, hacerse construir casas mucho más confortables, a menudo lujosas y hasta opulentas,
lo que dio un fuerte impulso a la arquitectura. Recordemos que en la dialéctica de Marx, la
burguesía es definida como uno de los “factores de producción” preponderantes, y como una
clase opresora del proletariado.
Paralelamente, esa riqueza de nuevo cuño permitió el libre acceso de la nueva clase a
todos los campos del conocimiento, y fue configurando un mundo humano bastante culto, a
veces de un nivel superior al de los nobles de la época.
Dicho ascenso sociocultural se ciñó inicialmente a los marcos establecidos por la Es-
colástica, pero no tardó en desbordarlos, e incorporar cada vez más las corrientes de pensa-
miento y los desarrollos culturales generados en la antigüedad grecorromana —filosofía, lite-
ratura (narrativa, poesía, épica, teatro), escultura, pintura, arquitectura, etc. Algunos de esos
desarrollos también habían sido acogidos por la Escolástica, pero con un criterio selectivo,
eligiendo sólo aquellos que calzaban con el paradigma religioso del Medioevo. En cambio, el
humanismo renacentista se volcó sin restricciones al escenario completo de ambas culturas.
Ahora bien, si los humanistas del Renacimiento pudieron tener un amplio acceso a las
obras literarias y filosóficas de la antigüedad grecorromana, fue gracias a que muchas de ellas
habían sido copiadas y conservadas por los monjes medioevales; de lo contrario, el “rescate”
de ese pasado cultural les habría sido imposible.
Por último, el redescubrimiento de la antigüedad clásica recibió un poderoso impulso con
la invención de la imprenta, que permitió editar un gran número de obras griegas y romanas.
La difusión de esas obras erosionó el monopolio que tenía la Iglesia sobre la educación, y su
lectura privada estimuló fuertemente la reflexión individual, que se fue emancipando cada vez
más del control oficial del pensamiento
Otro factor que también influyó decisivamente en ese proceso fue la peste negra —a la
cual sucumbió un tercio de la población de Europa, y más o menos un 40% de los sacerdotes y
monjes—, pues desarticuló en buena medida el sistema feudal, y generó en un buen número de
creyentes diversos grados de escepticismo religioso, o en otros casos una religiosidad menos
dependiente de la autoridad eclesiástica. Hay quienes piensan que la peste negra fue una espe-
cie de “golpe de gracia” al sistema medioeval, y que facilitó el advenimiento de los cambios.
Una especie de precursor del humanismo renacentista fue el florentino Dante de Alighieri
(1265-1321), autor de una obra maestra, La divina comedia, y a quien algunos historiado-
res consideran el último hombre medioeval, o bien el primer moderno, pues, aunque toda
su información provenía del pasado, se proyectó en buena medida hacia el futuro. Fue un
ecléctico que introdujo en su poesía a autores griegos y latinos —Aristóteles, Plinio, Ptolo-
meo, Virgilio, Cicerón, etc.—, y que extrajo sus ideas filosóficas tanto del tomismo como del
neoplatonismo y el averroísmo. Su intención era ante todo moral: dramatizar al máximo la
lucha del bien contra el mal, de lo divino contra lo diabólico. Su interpretación de la creación
del mundo era neoplatónica, inspirada en el seudo Dionisio. Pero sus propuestas rebasaron la
óptica predominantemente mística del Medioevo, pues apuntaban a una renovación del hom-
bre y de la sociedad mediante un regreso a sus códigos naturales y ontológicos. Resulta así
bastante acertado calificarlo como un antecesor del movimiento humanista del Renacimiento.

231
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En un primer momento, los cambios provocados por el Renacimiento tuvieron lugar sobre
todo en Italia, probablemente porque en ese entonces la península itálica era un conglomerado de
pequeñas ciudades-estado autónomas (en el siglo XIII había 23 con más de 20 mil habitantes).
Paul Grendler, en su libro La enseñanza en el Renacimiento italiano, dice que, pese a su
fragmentación política, la educación “mantuvo unidos a los italianos y desempeñó un papel
fundamental en la creación del Renacimiento. Los pedagogos humanistas idearon una for-
mación muy diferente de la que se impartía en el resto de Europa a principios del siglo XV.
A partir de entonces, los gobernantes, profesionales y humanistas que conformaban la élite
italiana tuvieron como lengua común el latín clásico, compartieron una misma retórica y se
inspiraron en un mismo depósito de actitudes morales y ejemplos de vida aprendidos en la
escuela. El currículo humanista unificó el Renacimiento, e hizo de él una era de magníficos
logros, cultural e históricamente coherente”.
Dice además Grendler que en Venecia un 89% de los estudiantes asistían a escuelas pri-
vadas, que un 12% eran niñas, y que el 23% de sus habitantes sabían leer y escribir. Y agrega
que Venecia no era un caso aislado, ni mucho menos. Señala por último que la enseñanza re-
nacentista se inspiraba en la creencia optimista de que el ser humano podía entender y cambiar
el mundo por sí mismo, sin necesidad de tutelajes culturales o religiosos.
El humanismo renacentista modificó el currículo escolar, sustituyendo los glosarios en
verso, los poemas morales y el “arte de dictaminar” por la literatura y la historia rescatadas
de los autores grecorromanos, especialmente de Cicerón, y dando un poderoso impulso a la
creación artística.
El nuevo currículo otorgaba también un lugar preferente a los estudios matemáticos relacio-
nados con los negocios, y formó así una clase empresarial mucho mejor preparada para manejar
exitosamente los asuntos económicos. A su vez, esa clase ideó e instauró un nuevo sistema, que
contribuyó a provocar el primer “despegue” moderno de la economía: el sistema bancario.
De esta manera, la explosión creadora e imaginativa del Renacimiento no sólo fue parale-
la a la “expansión empresarial”, sino que en buena medida fue posible gracias a esa expansión.
La ciudad de Florencia (ya recuperada de la peste negra) fue el ejemplo más destacado
de ese doble proceso. Llegó a tener 270 talleres que fabricaban telas, 84 de ebanistería y
tallado en madera, 83 de seda, 72 de orfebrería y 54 de tallado de piedras (cantería). Sus
grandes palacios contaban con fontanería moderna, pozos, cisternas y fosas sépticas. Las
calles estaban pavimentadas y se mantenían limpias, gracias a un sistema de cloacas que
desaguaban en el río Arno.
El desarrollo de la banca fue una revolución dentro de la revolución renacentista. Se for-
maron grandes familias de banqueros, que establecieron una red de subsidiarias en los princi-
pales centros de comercio: Brujas, París, Londres, etc. Introdujeron el cambio de divisas, los
depósitos, las transferencias, el crédito a interés. Se sumaron a esa marejada algunos de los
príncipes europeos más ricos, que utilizaban los servicios bancarios y se aficionaron cada vez
más a los artículos de lujo. Muchos historiadores reconocen a la Italia renacentista como la
cuna del capitalismo moderno. Más aún, no es difícil establecer que la revolución comercial
europea de los siglos XV al XVII fue un proceso previo que dio un poderoso impulso a la
revoluciòn industrial de los siglos XVIII y XIX, aunque la revolución industrial fue a su vez
la cuna de enormes distorsiones: la sociedad salarial, la lucha de clases, la marginalidad de
grandes sectores, el economicismo, el consumismo, el marketing erigido en árbitro supremo
de las conductas humanas, en reemplazo de la libertad ética y moral de la persona, etc.
Fue naciendo así un nueva visión del hombre, análoga a la del “self made man” norteame-
ricana, centrada en el individuo y situada por encima de los parámetros y tutelajes religiosos.

232
Sebastián Burr

Esa autonomía se nutrió también de una crítica cada vez más libre y abierta a las corrup-
ciones de un buen número de clérigos, sacerdotes y autoridades eclesiásticas, que llegaron a
ser ferozmente despiadadas.
Así por ejemplo, Petrarca, la gran figura inaugural del humanismo renacentista, en un
poema dedicado a Escipión el Africano, calificó por primera vez al Medioevo como “edad
de las tinieblas”. Proponía además un regreso a los esplendores de la antigua Roma y de la
Grecia clásica, y sobre todo un resucitamiento de Platón, pero ensamblando ese “retorno” con
el auténtico cristianismo, pues era un creyente convencido. En sus propios escritos definió el
cristianismo como una cristalización divina de todo el pensamiento.
Había incluso humanistas que pensaban que Platón era superior a Aristóteles, no por su
visión degradada de la materia, sino por la grandiosidad de su teoría idealista y por la magni-
ficencia estética de su concepción trascendente de la realidad. Sin duda el Renacimiento pre-
anunciaba el advenimiento casi esplendoroso del Romanticismo a fines del siglo XVIII. Y digo
casi, porque el Romanticismo (que examinaremos más adelante) fue un movimiento cultural
que exacerbó al máximo los individualismos, egocentrismos y clasismos sociales, al margen
de la genialidad creadora de muchos de sus escritores, compositores, pintores y arquitectos.
Un buen número de creyentes cultos se sumaron a la oleada humanista, y asimismo a
sus críticas al sistema medioeval. Entre ellos se destacó Erasmo de Rotterdam, considerado
el más alto exponente del humanismo renacentista, cuyo libro Elogio de la locura constituyó
una sátira destemplada contra “la pereza, estupidez y avaricia” de muchos monjes. Escribió
otras obras satíricas sobre las anomalías del Medioevo, y su Elogio de la locura fue puesto
en el Index de los libros prohibidos; pero Erasmo era un hombre profundamente religioso,
y su intención era denunciar lo que estaba mal en la Iglesia, para sanearla de sus equívocos
y corrupciones. Sin embargo, fue acusado de haber provocado con sus críticas la ruptura
protestante de Lutero con el catolicismo. Una acusación injusta, pues sólo sostuvo con él
una correspondencia escrita, y no estuvo de acuerdo con ninguna de sus radicales reformu-
laciones teológicas. En cambio, compartió el criterio renacentista de recuperar el clasicismo
griego y romano, pero no de cualquier manera, sino seleccionando de esas culturas todo lo
que pudiera contribuir realmente al mejoramiento moral del hombre. Su crítica central a la
Iglesia era que se había ido convirtiendo en una institución cada vez más vacía, pomposa,
monárquica e intolerante, y que era necesario sacarla de ese estado y hacerla regresar al
auténtico cristianismo. Al mismo tiempo, pensaba que los clásicos griegos y latinos eran
una fuente de conocimientos noble y honorable, y que el cristianismo podía extraer de ellos
mucho más de lo que había extraído la Escolástica.
Esos rumbos del humanismo renacentista nos muestran que su actitud hacia el cristianis-
mo no fue básicamente rupturista, pues muchos de sus principales pensadores eran cristianos.
El propósito de fondo de esos pensadores era restaurar el cristianismo real, extirpando las
deformaciones humanas que había sufrido a travès de la historia. Sin embargo, el eclecticis-
mo de otros, que no compartían dicha fe y que acogieron indiscriminadamente la heteroge-
neidad de creencias y teorías filosóficas surgidas en las antiguas culturas, lo convirtieron en
un movimiento híbrido y ambiguo, en el que coexistían corrientes divergentes, aunque todas
coincidían en su premisa fundamental: el protagonismo de lo humano, abierto a todas las po-
sibilidades de autorrealización que ofrecía este mundo.
De esta manera, otro efecto del Renacimiento fue exaltar a un primer plano el genio ar-
tístico individual, cosa que no había ocurrido en el Medioevo, pues entonces los artistas eran
considerados artesanos, y sus creaciones permanecían completamente anónimas. En realidad,
la fama y el lucimiento no eran bien vistos en la cultura medioval.

233
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Esa condición se invirtió por completo. Gracias al gusto renacentista por la opulencia,
los artistas fueron recibiendo cada vez más encargos privados (cuadros, esculturas, diseños
arquitectónicos, composiciones musicales, etc.), y se generó así una competencia de mercado
que impulsó a muchos de ellos a imprimir un sello personal a sus obras, y que multiplicó la
originalidad creativa. Los más talentosos empezaron a adquirir un status privilegiado, e inclu-
so hubo algunos que recibieron títulos de nobleza. Esa admiración por el “genio” explica el
calificativo de “divino” aplicado a Miguel Angel.
Según el historiador del arte Arnold Hauser, “la novedad básica de la concepción rena-
centista del arte es el descubrimiento del concepto de genio; una idea desconocida (y de hecho
inconcebible) en la Edad Media, cuando la mentalidad de la época no otorgaba ningún valor a
la originalidad intelectual y a la espontaneidad, de manera que se recomendaba la imitación,
y se descuidaba la competencia intelectual. La idea de genio era la consecuencia lógica del
nuevo culto del individuo que triunfaba compitiendo libremente en un mercado también libre”.
Ese juicio desconoce sin embargo el enorme talento creador de los artistas que diseñaron
y decoraron anónimamente las iglesias góticas del Medioevo, y asimismo el sentido que tenía
entonces el anonimato artístico, para el cual el arte no era una actividad utilitaria ni generadora de
prestigio personal, sino una contribución religiosa al esplendor del orden sobrenatural. Y esa fue
la norma a la que se ciñeron generaciones y generaciones de arquitectos, constructores, esculto-
res, pintores, ebanistas, etc., ya que muchas de esas construcciones tomaron siglos en terminarse.
Un campo que impulsó decididamente la creatividad artística en el Renacimiento fue la
arquitectura, pues todos competían allí igualmente por la originalidad, tanto en las fachadas
de las mansiones como en su diseño interior y en su alhajamiento, que incluía obras de arte,
instrumentos musicales, objetos lujosos de toda clase, y se extendía hasta la vajilla, los cande-
labros, la mantelería, los cortinajes, las alfombras, etc. Dice un historiador que el refinamiento
se convirtió en el principal indicador de status social de la época.
Esa creciente emancipación y opulencia fue reemplazando el concepto “imperial” de
cristiandad por el concepto de “Estado” independiente, transición señalada por Jacob Burc-
khardt en un estudio en el que dice lo siguiente: “… en las ciudades italianas, se observa por
primera vez el surgimiento del estado como una creación calculada y consciente, el estado
como obra de arte”.
Una de las consecuencias de tal cambio fue que el pensamiento escolástico, vinculado a
la Iglesia, fue progresivamente abandonado por el nuevo humanismo, y además comenzó a
languidecer y anquilosarse, pues se embarcó cada vez más en discusiones puramente técnicas
y hasta bizantinas, basadas ahora en las articulaciones de la lógica descubiertas por Aristóte-
les, pero privadas de todo sentido humano real, lo que constituía una completa distorsión del
pensamiento aristotélico, cuyo objetivo esencial era el desarrollo personal y sociopolítico a
través de la praxis. Ese vaciamiento dio origen a otra embestida filosófica que revisaremos
más adelante, esta vez proveniente del mismo clero, y que constituyó el punto de partida de
las filosofías modernas: el nominalismo de Guillermo de Ockham.
El humanismo renacentista incorporó en cierta medida la teoría aristotélica de que el
mejoramiento humano consistía en la activación progresiva de las potencialidades o facul-
tades naturales de cada persona, sobre todo las superiores, hasta culminar en la excelencia
operativa de la “virtud” (en griego, areté). Pero el Renacimiento se concentró en el desa-
rrollo de las capacidades estéticas, y en el de las que permitían mejoramientos pragmáticos
de la vida, prescindiendo de la praxis moral, o confinándola a un plano secundario. De esta
manera, el modelo integral de las virtudes aristotélicas, enriquecido por Tomás de Aquino,
no logró cristalizar en esa nueva cultura, y fue relegado al inventario teórico. Europa estaba

234
Sebastián Burr

girando decididamente hacia rumbos utilitarios, aunque revestidos de un aura artística que
de alguna manera les confería un carácter menos materialista, e incluso idealista.
El regreso renacentista a la antigüedad no se detuvo en los clásicos griegos y latinos. Se
embarcó progresivamente en las mitologías, en doctrinas egipcias y mesopotámicas, en el zo-
roastrismo, en la cábala hebrea, en el ocultismo, la astrología, los horóscopos, la numerología
mística, etc. Muchos intelectuales del Renacimiento habían incubado la creencia de que el
mundo entero estaba impregnado de “divinidad multiforme”, de que todas las cosas poseían
cualidades “numinosas”, de que la naturaleza estaba “encantada”, y de que su atributo esen-
cial era la belleza. Se configuró así un nuevo eclecticismo, que pretendía incluso ensamblar
visiones de la realidad completamente opuestas entre sí. Pero eso no importaba demasiado,
siempre que fueran “bellas”. La belleza se había constituido así en una especie de antídoto
contra el dogmatismo y contra las discusiones filosófico-teológicas estériles, a las que tanto
les costaba arribar a la belleza dialéctica.
La apertura a las mitologías y a las ciencias ocultas generó una literatura “alegórica” y un
arte plástico (pintura, escultura) plagados de personajes míticos y mágicos, entre los que inclu-
so figuraban divinidades menores: cupidos, ninfas, musas (las tres Gracias), faunos, centauros,
etc. A veces esas alegorías eran simbólicas (en el sentido en que Jung atribuye significados
simbólicos a los dioses mitológicos), pero en otros casos implicaban la creencia en la existen-
cia real de esos personajes (que sólo habrían sido “exiliados” de las conciencias por el modelo
medioeval), y un intento de reincorporarlos eclécticamente a la nueva cultura, e incluso al
cristianismo. Hasta los monumentos y edificios ostentaban frecuentemente figuras mitológicas.
Comparando el arte medioeval con el arte renacentista, Umberto Eco dice que el arte del
Medioevo representaba un mundo “en el que todo ocupaba el lugar que le correspondía… la
civilización medieval intentó captar las esencias eternas de las cosas, de la belleza así como de
todo lo demás, en definiciones precisas… La diferencia se aprecia de forma más clara en el es-
tatus de los artistas: el artista medieval era alguien ‘dedicado al humilde servicio de la fe y de
la comunidad’… Sin embargo, en la base del universalismo renacentista encontramos la idea
de que si bien la naturaleza era un sistema ‘ordenado por Dios’, como se pensaba en la Edad
Media, ahora se otorgaba al hombre, y en especial al artista, la capacidad de comprenderlo”.
Esa creencia renacentista en la capacidad superior del arte para descifrar todas las cosas
se ha transmitido hasta nuestra época, y ha inducido a pensar a mucha gente, incluidos un buen
número de intelectuales, que la intuición artística es la “iluminación mental” que mejor atrapa
los significados de fondo de la realidad y de la vida humana, y que la reflexión filosófica no
conduce a nada, pues se extravía en análisis puramente especulativos, que la fragmentan en
interpretaciones completamente distintas entre sí, y a menudo contradictorias, hecho que está
a la vista en las numerosas corrientes filosóficas aparecidas a lo largo de la historia, y también
en nuestra época, como quedó dramáticamente confirmado durante el siglo XX. Esa misma
óptica ha configurado en gran medida el concepto moderno de desarrollo cultural, concepto
que también se ha impuesto en nuestro país, y que induce a centrar exclusivamente los pro-
gramas oficiales y las iniciativas privadas de desarrollo cultural en las actividades artísticas.
Esa óptica es a mi juicio válida en el sentido de que el arte (que incluye la literatura)
es el ámbito en que el conocimiento humano alcanza su mayor potencia y esplendor, pues
queda alumbrado por la belleza, y la belleza es un poder que transfigura el conocimiento en
una percepción “mágica” de la realidad, que detona sentimientos, emociones e impulsos de
acción Sin embargo, la belleza artística sólo produce efectos positivos en la conciencia hu-
mana cuando atrapa verdades reales del mundo y del hombre, no cuando levanta imaginerías
desconectadas de la realidad.

235
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Una prueba patente de eso es que las mejores creaciones artísticas producidas desde el
Renacimiento hasta hoy no han logrado resolver la múltiple problemática humana y socio-
política en que desde entonces se encuentra sumido Occidente. Más aún, la mayoría de los
grandes artistas experimentaron y continúan experimentado graves conflictos existenciales,
que no logran resolver mediante su propia intuición creadora. No obstante su genialidad, a
muchos artistas la realidad se les escapa de las manos como el agua entre los dedos.
Dicho de otro modo, el arte, por sí solo, no satisface los requerimientos trascendentes
del ser humano, ni tampoco sus múltiples requerimientos pragmáticos, y mucho menos los
requerimientos sociopolíticos. La creatividad artística reviste de belleza todo lo que toca,
pero no descubre las articulaciones y los significados de la realidad, los códigos ontológicos
de la condición humana, las señales del mundo que apuntan a un orden absoluto, los secretos
que conducen al encuentro de la felicidad. Y cuando la llamada intuición artística atrapa algo
de esa trama de fondo, se trata de un alumbramiento filosófico del entendimiento, no surgido
de la combustión creadora del arte. El arte confiere esplendor estético a esos descubrimien-
tos, pero después que han sido atrapados por la inteligencia.
La belleza es uno de los requerimientos esenciales del ser humano, pero no constituye la
instancia natural a través de la cual podemos descifrar la realidad; no proporciona por sí mis-
ma verdades ni claves válidas para la vida humana. Esa instancia es el entendimiento.
Hay obras de arte y creaciones literarias ideológicas (arte militante), reduccionistas, ma-
terialistas, freudianas, pesimistas, anarquistas, existencialistas, nihilistas, y hasta patológicas.
En resumen, el arte y la literatura pueden acoger todas las visiones e interpretaciones de la
realidad y del hombre, tanto verdaderas como erróneas.
También en el Renacimiento nos encontramos con el síndrome reduccionista típico de
la modernidad, que pretende alumbrar algunos ámbitos del escenario humano (aunque no los
alumbra), y deja a oscuras todos los demás, hasta que por último declara que esos ámbitos,
oscurecidos por el propio modernismo, simplemente no existen.
Pese a todo el descrédito que sufre en la cultura contemporánea, la filosofía sigue siendo la
instancia fundamental de todos los desciframientos del mundo y del hombre, porque no consis-
te en los errores cometidos por los filósofos, sino en la rigurosa averiguación científica de los
ámbitos de la realidad inaccesibles al método experimental adoptado por las ciencias empíricas.
Se requiere por lo tanto incorporar también el arte a la gran síntesis integradora, de tal
manera que “inunde de belleza” los misterios y maravillas del mundo real, y deje de someter-
se a falsas percepciones de la realidad y del hombre.
La exaltación estética e imaginativa, cuya norma suprema era la libre fantasía, sin res-
tricciones de ninguna especie, constituyó la esencia de la cultura renacentista. Pero simultá-
neamente se desarrollaba un sólido proceso pragmático, concentrado en el capitalismo y en
la multiplicación de los factores creadores de riqueza. La coexistencia de ambos mundos,
aparentemente tan dispares, se explica en gran medida porque los intelectuales y los artistas
eran patrocinados generosamente por los hombres de negocios (en realidad, vivían a su cos-
ta), y estos recibían a su vez de los artistas y escritores toda clase de bellas creaciones, que
“ennoblecían” su status socioeconómico y les proporcionaban la satisfacción de ser a la vez
pudientes y refinados, una “ecuación social” que hasta el día de hoy varios utilizan.
La acumulación de riqueza constituía el telón de fondo que sustentaba la exuberancia ima-
ginativa, y la exuberancia imaginativa confería esplendidez a la riqueza. Sin embargo, esa eclo-
sión artística carecía en gran medida de verdades objetivas que le permitieran subsistir incólume
el paso del tiempo, porque el descubrimiento de verdades es una de las necesidades esenciales
del género humano, aunque para encontrarlas emprenda a veces los más insólitos recorridos.

236
Sebastián Burr

Como se ha dicho, había renacentistas profundamente cristianos, y otros que creían vaga-
mente en ese paradigma religioso. Pero la idea medioeval de que esta vida era sobre todo una
“preparación para la vida eterna” comenzó a ser reemplazada por la creciente convicción de
que también la vida en este mundo podía ser plena de logros y satisfacciones.
El incremento del individualismo fue una consecuencia directa de ese proceso. Pero se
trató más bien de un individualismo creador, deseoso de transmitirse al mundo para mejorarlo,
bastante distinto al individualismo liberal, centrado en el beneficio exclusivamente privado.
Aún así, el Renacimiento, precisamente por sustentarse en el mecenazgo de los que po-
seían la riqueza económica, se circunscribió a una elite intelectual y no se proyectó al resto de
las clases sociales de la época, perpetuándolas en su condición marginada y alimentando asi-
mismo su resentimiento subterráneo, que detonaría violentamente en la Revolución Francesa.
En síntesis, el Renacimiento fue también un proceso de reacción legítimo contra las
desfiguraciones humanas del Medioevo. Sin embargo, al instaurar un humanismo predomi-
nantemente estético y pragmático, desprovisto de los códigos y dinamismos ontológicos del
hombre, tampoco logró configurar una síntesis integral de los asuntos humanos, y su justifi-
cada crítica al sistema medioeval dejó el escenario preparado para la arremetida final de las
filosofías empírico-materialistas de la modernidad.

La embestida anticonceptual del nominalismo

Mencionamos ya que en el siglo XIV irrumpió en la Escolástica del Medioevo una óptica fi-
losófica que impugnaba los fundamentos mismos del conocimiento racional: el nominalismo.
(Nominalismo es un término que proviene del latín nomen, que significa “nombre”).
Ya desde el siglo IX venían sucediéndose varios pensadores que sustentaban ideas no-
minalistas, por ejemplo, Roscelino de Compiégne. Pero en el siglo XIV esas ideas fueron
formuladas como una teoría sistemática, que provocó un tremendo impacto en los ambientes
escolásticos. Su autor fue un monje franciscano: Guillermo de Ockham.
Ockham era un hombre de carácter exaltado y turbulento, y al mismo tiempo un formida-
ble dialéctico, tremendamente original e incisivo, al punto que su método de análisis y argu-
mentación fue llamado “la navaja de Ockham”. Seguramente por eso, pese a la inconsistencia
de su teoría nominalista, no encontró adversarios capaces de refutar sus implacables críticas
al conocimiento conceptual. Y ya no estaba Tomás de Aquino, cuya lucidez de pensamiento
no se habría dejado envolver en las sutiles y tortuosas objeciones del franciscano.
Ockham sostuvo que las abstracciones conceptuales y metafísicas, que pretendían atra-
par los trasfondos de la realidad, es decir, la esencia y la naturaleza de las cosas, eran sola-
mente una ilusión, puesto que todas las cosas eran singulares y concretas, y cada una tenía
características individuales que la diferenciaban por completo de todas las demás. De esta
manera, el postulado aristotélico y platónico de que todas las cosas estaban organizadas en
“especies” cuyos individuos compartían una naturaleza común, no pasaba de ser un espe-
jismo. Según Ockham, los individuos de las llamadas “especies” sólo “se parecían” entre
sí, pero de ese parecido no se podía deducir que estuvieran modelados por un mismo “sello
ontológico” (esencia o naturaleza), pues dicho “sello” no era constatable por la percepción
empírica (aquí aparecen los primeros destellos del empirismo), y era por lo tanto una pura
conjetura, sin ningún fundamento real.
En consecuencia, los conceptos o ideas, que supuestamente representaban la esencia o
naturaleza de los individuos de cada especie, y se aplicaban a todos uniformemente, eran

237
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

también ilusiones, es decir, sólo nombres, palabras vacías. Así, usar términos como “hombre”,
“caballo”, “encina”, “agua”, “estrella”, o cualquier otro del vocabulario humano, y asignarles
un significado colectivo, presuntamente válido para la multitud de individuos que pretendían
designar, constituía una pura abstracción intelectual, sin correspondencia alguna con esos in-
dividuos reales. En otras palabras, según Ockham, no habia “hombres”, no había “caballos”,
etc, etc., sino sólo seres individuales únicos y distintos, cuyas semejanzas circunstanciales y
relativas inducían a clasificarlos en ciertos grupos (especies) y a aplicarles un mismo nombre,
en la creencia de que poseían una misma naturaleza ontológica.
La conclusión final de Ockham es que todo el conocimiento conceptual es un artificio
imaginario, que no se sustenta en ninguna evidencia empírica. Por lo tanto, la ciencia, la filoso-
fía, e incluso la reflexión teológica, que se articulan exclusivamente mediante conceptos, son
también imaginerías mentales, carentes de todo valor real. En último término, Okham declara
que el único conocimiento verdadero es el registro empírico directo de las cosas individuales,
y el conocimiento sobrenatural recibido de Dios a través de la revelación cristiana. Desem-
boca así en el empirismo sensorial, y en un “fideísmo” religioso que descarta por completo
todo intento racional de descifrar el dogma revelado, y asimismo sus códigos morales, con lo
cual corta de manera absoluta cualquier posible conexión entre la fe y la razón humana. Por
añadidura, su teoría nominalista convierte en un puro espejismo todos los descubrimientos lo-
grados por el conocimiento científico, y todo intento de descifrar científicamente la realidad.
Guillermo de Ockham sostuvo además que la ley moral no se funda en la naturaleza divi-
na, sino en la voluntad de Dios. De lo que se deduce, por ejemplo, que robar es malo porque
Dios quiere que sea malo, no porque sea malo intrínsecamente. El cristianismo, en cambio,
afirma que el orden moral se funda en el ser de Dios, porque Dios es en Sí mismo bueno.
Dios no puede hacer que lo que es intrínsecamente malo sea bueno, porque entonces entraría
en contradicción consigo mismo, dado que El es en esencia bondad. Lo que en el fondo dice
Ockham es que lo bueno sólo lo es por voluntad divina, y como la voluntad es cambiante, no
podemos conocer de verdad ni el bien ni el mal.
Como podemos apreciar, la arremetida crítica de Ockham es tan virulenta y corrosiva,
que a primera vista parece muy difícil desarticularla. Sin embargo, una revisión detenida de
sus propios argumentos va revelando cada vez más sus inconsistencias y contradicciones.
Dicha revisión exige un largo examen, pero puede sintetizarse en una sola gran evidencia,
que desmantela por completo la teoría nominalista. Esa evidencia es que el nominalismo conduce
a un callejón sin salida, y es por lo tanto un intento fallido desde sus mismas bases. En efecto, si
no podemos conocer nada real a través de los conceptos, entonces tampoco nos sirven de nada el
estudio, la lógica, el lenguaje y la comunicación intersocial, puesto que sólo constituyen palabras
vacías. Si uno niega los conceptos, ¿cómo puede reflexionar y razonar? ¿Cómo puede siquiera
enunciar la negación misma de los conceptos, como lo hace Ockham, e incluso usar el término
“nominalismo” para designar su filosofía? El absurdo de los filósofos que niegan el valor de los
conceptos está en que exponen sus teorías exclusivamente mediante conceptos, con lo cual caen
en la más absoluta contradicción. En realidad, no pueden hacerlo de otra manera, porque para
pensar y plantear una teoría hay que usar palabras, y todas las palabras son conceptos que emanan
de las cosas que existen en la realidad y de las experiencias concretas que de ellas tenemos.
Y el argumento de que no existen las esencias y naturalezas de las cosas, porque no son ve-
rificables por la experiencia empírica, es también erróneo, pues se manifiestan empíricamente a
través de sus efectos, que saltan a la vista en todos los análisis científicos hechos hasta ahora sobre
el mundo físico. No podemos “ver” las leyes de la naturaleza, ni los diseños esenciales de cada
elemento, de cada especie vegetal y animal; no podemos “ver” la naturaleza humana, pero todos

238
Sebastián Burr

esos sustratos invisibles se nos hacen patentes a través de señales directamente perceptibles por
nuestros sentidos. Esas señales empíricas son el punto de partida de la ciencia y del realismo filo-
sófico (Aristóteles y Tomás de Aquino), que deducen de ellas, mediante la abstracción, los com-
ponentes y dinamismos ocultos de las cosas, prescindiendo provisoriamente de sus características
singulares, contingentes y cambiantes, y centrándose en sus núcleos estables e invariables. La
estabilidad y la universalidad son condiciones esenciales del conocimiento científico y filosófico,
y los conceptos (abstracciones) son los instrumentos indispensables de toda su operatoria.
El conocimiento intelectivo no duplica el conocimiento empírico. Ambos conocen los
mismos objetos, pero cada uno en un plano distinto. En el segundo caso, es como conocer una
composición musical escuchando sus sonidos concretos. En el primero, es como conocerla
leyendo su partitura, y percibiendo en esos signos sus articulaciones dinámicas, armónicas,
etc., es decir, su “diseño intelectual”.
Por eso, cuando usamos el lenguaje, que es un sistema de conceptos, lo hacemos con la
certidumbre natural de que estamos hablando de cosas reales. Y los conceptos, precisamente
porque atrapan la realidad nuclear de las cosas, hacen posible pensar, pues pensar es una
suerte de economía dinámica del entendimiento, que “descarta” provisoriamente las innume-
rables diferencias de las cosas individuales, y hace una síntesis unitaria de sus características
comunes (esenciales), gracias a lo cual las conoce mucho mejor que si divagara sin fin por los
laberintos de su singularidad, que además están sujetos a un incesante cambio.
Si alguien quiere hablar de algo que piensa hacer en el futuro, dice por ejemplo, “el próxi-
mo año voy a viajar a…” Y “el próximo año” es un concepto, es decir, una síntesis de tres
palabras, que todos entienden. ¿No sería absurdo que en vez de esa síntesis tuviera que descri-
bir todos los eventos que podrían ocurrir entre el presente y ese futuro hipotético? Y aunque
pudiera hacerlo, también tendría que usar conceptos para llevar a cabo esa descripción. Lo
mismo pasa con el dinero. Un nominalista podría decir que el dinero es una ilusión, porque
un pedazo de papel (un billete) o de metal (una moneda) son sólo objetos físicos, sin ningún
valor monetario. Sin embargo, gracias a nuestra capacidad de abstracción, el dinero posee un
valor monetario real. No representa ningún bien material concreto, pero representa todos los
bienes materiales que se pueden adquirir con él.
Los ejemplos que demuestran empíricamente la validez de los conceptos pueden mul-
tiplicarse hasta el infinito. Pero considero que los señalados aquí permiten percibir suficien-
temente que todo conocimiento humano, incluso el puramente empírico, es necesariamente
conceptual, y que no existe ninguna otra posibilidad al respecto.
En resumen, lo irreal no son los conceptos, sino el nominalismo, pues conduce al colapso
completo del entendimiento, ya que el entendimiento sólo puede funcionar conceptualmente.
Si hubiera sido verdaderamente consecuente con su teoría, Guillermo de Ockham no debería
haber pronunciado una sola palabra más por el resto de su vida, y ni siquiera haber elaborado
su teoría, pues toda teoría y toda palabra son imposibles sin conceptos.
En cierto sentido, puede decirse que el nominalismo es una forma sui generis de idea-
lismo racionalista, pues también se sustenta en argumentaciones puramente lógicas, que no
recogen la operatoria real del conocimiento humano.
¿Por qué entonces, pese a sus contradicciones, el nominalismo puso en jaque a la filosofía
aristotélica? La razón fue el bajo nivel filosófico al que habían descendido casi todos los es-
colásticos en el siglo XIV, al punto que no entendían la verdadera sustancia del pensamiento
de Aristóteles, y por lo tanto lo enseñaban torpemente. No pudieron así oponer argumentos
consistentes a la embestida de Ockham (ya se dijo que era un dialéctico formidable), y el no-
minalismo invadió la mayoría de las universidades de la época.

239
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Las implicancias del nominalismo para la moral y la ética propuestas por el realismo aris-
totélico fueron devastadoras. Si no hay una naturaleza común a todos los hombres, ni un orden
natural que gobierne el mundo, que era lo que sostenían Aristóteles y Tomás de Aquino, se
derrumba toda posibilidad de articular la vida humana y la sociedad sobre bases ontológicas,
emanadas de la realidad y de los desciframientos extraídos de allí por la razón.
Ockham asestó un severo golpe al edificio filosófico de la fe natural y de la razón espe-
culativa que constituía la base del desarrollo de la cultura occidental, desde el siglo IV a.C.
hasta el siglo XIII d.C. Y dejó el escenario del pensamiento abierto a teorías modernas como
el empirismo materialista, el subjetivismo, el relativismo, el utilitarismo, el pragmatismo, la
semántica216, el positivismo, etc.
El nominalismo de Okham impulsó también la llamada “revolución franciscana”. Los
franciscanos “espiritualistas” eran frailes que decían estar sobre el Papa, por tener voto de
pobreza. Había corrientes franciscanas místicas, que sostenían que era inútil tratar de conocer
racionalmente la verdad, puesto que sólo valía la contemplación. De alguna manera, asocia-
ban la pobreza material con la pobreza del entendimiento y de los conocimientos. De hecho,
protagonizaron turbulentos intentos de cerrar las universidades, porque según ellos los estu-
dios eran innecesarios, inútiles, y hasta corruptores de la verdadera espiritualidad.

El rupturismo luterano

Mientras los franciscanos ponían en duda la autoridad del Papa, y la Iglesia se encontraba
debilitada, pues se debatía en medio de un proceso de errores históricos (Inquisición, simo-
nía217, geocentrismo, y posteriormente el juicio contra Galileo), entró en escena Martín Lutero
(1483-1546), que provocó la primera gran ruptura teológica y el mayor giro cultural de la
religiosidad europea, que terminaron impactando el orden social218.
También Lutero reaccionó contra las corrupciones humanas del clero medioeval, espe-
cialmente contra la venta de indulgencias, que consideraba el mayor escándalo de su tiempo.
Pero en vez de adoptar el criterio de Erasmo de Rotterdam, que trataba de sanear a la Iglesia
por dentro, se embarcó en una reformulación radical del paradigma cristiano, que alteró por
completo su significado original.
La primera ofensiva reformista de Lutero fue declarar ilegítima la autoridad dogmática
y pastoral del papa y de los obispos, pues pensaba que esa estructura jerárquica y “tiránica”
de la Iglesia era la causa de todos los males que sufría la cristiandad. Su rebelión fue res-
paldada en Alemania por sectores de la nobleza y de la burguesía que estaban en pugna con
el papado por motivos políticos y económicos, e incluso por un buen número de clérigos,
deseosos de emanciparse de la tutela de Roma.
Acto seguido, Lutero afirmó que no había ni podía haber intérpretes “oficiales” de la
revelación contenida en la Biblia, y tampoco conductores que se arrogaran la función de
dirigir y controlar la praxis religiosa de los creyentes.

216 De ahí deriva el estudio moderno de la estructura lógica del lenguaje, otro tema que tiene mucha influencia en el desarrollo
del progresismo.
217 Venta de indulgencias.
218 Max Weber (economista y sociólogo alemán) afirmó que la sociedad tradicional atrasada y su peculiar concepción del
mundo fue fruto del catolicismo, y que fueron las ideas protestantes las que dieron movilidad y dinamismo a la vida social
y promovieron el desarrollo científico y económico actual. El análisis histórico de Weber puede ser o no atendible, pero en
lo que sí tiene razón es en que la teología, proyectada al ámbito práctico, impacta inevitablemente en lo social.

240
Sebastián Burr

En su tesis final, Lutero declaró que lo verdaderamente importante no es Dios en Sí


mismo, sino “lo que es Dios para mí”, con lo cual convirtió la religiosidad en una experien-
cia puramente subjetiva.
En virtud de su aparente “liberación” de los dogmas y de la teología, y su reemplazo
por el “parecer” religioso de cada cual, el subjetivismo luterano se propagó considerable-
mente, hasta constituirse en uno de los pilares del modernismo. Y muchos filósofos de la
modernidad —Comte, Marx, Weber, Feuerbach, etc.— afirman que gracias a Lutero fue
posible hacer la “revolución” del mundo moderno. Esa afirmación sirve al menos para
señalar que a la religión le cabe cierto grado de responsabilidad intelectual en el diseño y
configuración del orden social.
A partir de ahí comienza el examen libre y subjetivo de la Biblia. Lutero decreta además,
en abierta contradicción con la misma Biblia, que “sólo la fe salva”. Una fe sin obras, preocu-
pada más de la predestinación que de descubrir la verdad y obrar el bien. Por su parte, la rama
luterano-calvinista que forjó a los EE.UU. estableció que generar riqueza mediante el trabajo
era “el medio” de salvación, con lo cual sacralizó la riqueza material y económica. Esa es la
raíz cultural del economicismo y de la sociedad de consumo norteamericanos.
Con Lutero entra también en escena el fideísmo, que niega la capacidad de la razón para
la reflexión teológica, y sólo acepta la pura fe. En la moderna religiosidad protestante, el
fideísmo implica una suerte de autoconvencimiento, pero a menudo sus creyentes no logran
sentir una fe real, aunque hagan intentos serios de conocer a Dios a través de ciertos principios
metafísicos y universales que descubre y opera la razón.
En cambio, la expectativa de la fe católica consiste en que el hombre de alguna manera
se asemeje a Dios, pero por el don de Dios; y lo más contrario a que el hombre se asemeje a
Dios por el don de Dios es que el hombre se haga dios por sí mismo. Si el hombre pretende
hacerse dios por sí mismo, es evidente que su moral va a ser subjetiva, y por lo tanto también
su razón y voluntad. En consecuencia, será inevitable que caiga en actitudes de estirpe totali-
taria, frecuentes en el manejo moderno de las cosas públicas.

El vuelco científico-tecnológico

A ese nuevo proceso que erosionaba el sistema medioeval se sumaron, como ya se mencionó,
dos trascendentales aperturas en el ámbito científico y tecnológico: el método matemático de
Galileo, y el método experimental propuesto por Francis Bacon.
El mayor significado de Galileo no es haber conmocionado a la cristiandad de su época
con su reformulación de la teoría heliocéntrica de Copérnico, sino haber replanteado radical-
mente los rumbos de la investigación científica, al establecer que debía ceñirse al verdadero
lenguaje de los fenómenos físicos, y que ese lenguaje era esencialmente matemático, no teo-
lógico. Esa nueva óptica quedó expresamente señalada en su libro Il Saggiatore:
“La filosofía está escrita en ese vasto libro que está siempre abierto ante nuestros ojos:
me refiero al universo. Pero ese libro no puede ser leído mientras no hayamos aprendido
el lenguaje y nos hayamos familiarizado con las letras en que está escrito. Está escrito en
lenguaje matemático, y las letras son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las
cuales es humanamente imposible entender una sola palabra”.
En todo caso, Galileo no fue el primero que descubrió la trama matemática de los fe-
nómenos de la materia. Vimos ya que tuvo varios antecesores a lo largo de la historia. Pero
al formularla con mayores precisiones, al demostrarla con sus propias mediciones, y al

241
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

asociarla al método material experimental de Bacon, abrió de par en par las puertas a una
nueva era del conocimiento, rápidamente aprovechada por los filósofos de la modernidad.
Desde entonces, el lenguaje matemático ha sido la clave invariable que ha permitido todos
los avances científicos posteriores.
En cuanto al método experimental de Bacon, fue analizado ya sintéticamente en el diag-
nóstico sobre el medio ambiente. Vimos en ese análisis cómo Bacon, junto con proponer la
fórmula que permitió el despegue de la tecnología moderna, dio sin proponérselo “carta blan-
ca” a la futura depredación ecológica, al establecer como objetivo primordial de la ciencia y
la tecnología el dominio irrestricto de la naturaleza en beneficio de los intereses materiales,
económicos y pragmáticos del hombre.
Tenemos entonces varios “sismos” en cadena, que desarticularían el sistema medioeval y
lo harían finalmente sucumbir ante la embestida de las filosofías modernas.

Procesos paralelos: el incremento del capitalismo y el descubrimiento de América.

Simultáneamente, tenían lugar en Europa otros acontecimientos igualmente favorables al ad-


venimiento del modernismo.
Uno de los más notorios, que ya revisamos, era el incremento creciente del capitalismo ori-
ginado en el Renacimiento, que iba asignando a la economía un lugar cada vez más protagónico
en la vida humana, levantando inéditas expectativas de progreso pragmático, y asegurando el
surgimiento de una nueva clase autónoma, capaz de crear por sí sola sistemas productores de
riqueza y de administrar la abundancia económica en beneficio propio y del resto de la sociedad.
El otro suceso fue el impacto que el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en
1492 provocó en la mentalidad europea. Dicho impacto fue progresivo; durante cierto tiempo,
el interés por el Nuevo Mundo se centró en la noticia “magnificada” de que ese continente
contenía cantidades “fabulosas” de oro, al punto que era “llegar y tomarlo”, y países como
Inglaterra, Francia y Portugal despacharon expediciones detrás de las expediciones españolas,
con el propósito de apoderarse de cuanto pudieran de ese enorme territorio.
Más adelante, establecidos ya relativamente los dominios territoriales de las naciones
conquistadoras, la atención del Viejo Mundo empezó a detenerse en las poblaciones humanas
del continente americano, en sus características raciales, en sus sistemas de vida, en sus tipos
de civilización, en sus modelos culturales, religiosos, etc. Y la información que entregaban al
respecto los que regresaban de ese remoto continente levantaba interrogantes para los cuales
no había respuestas obvias ni simples, y que desconcertaban sobre todo a los teólogos y cre-
yentes que se atenían a una interpretación literal de la Biblia.
Se pensaba que la Biblia explicaba el origen de las razas humanas, haciéndolas descender
de los tres hijos de Noé mencionados en el Génesis: Cam, Sem y Jafet. De Sem provenían
los hebreos, los árabes y los demás pueblos del Asia Menor (semitas). De Cam, la raza negra
(africanos). De Jafet, los indoeuropeos (algunos exégetas agregaban la raza amarilla). Ese
esquema cubría más o menos satisfactoriamente todas las etnias hasta entonces conocidas. En
cambio, los indios americanos no aparecían mencionados en la Sagrada Escritura. ¿De dónde
habían salido? Todavía no se sabía nada de la migración asiática hacia América a través del
estrecho de Bering, de modo que se proponían al respecto diversas y serias conjeturas que
trataban de encontrar el ajuste religioso al problema.
Se planteaba además la pregunta de si los aborígenes americanos eran realmente huma-
nos, y si tenían alma. Algunos se resistían a aceptarlo, quizás porque, si lo eran, no tenían

242
Sebastián Burr

explicación bíblica. La discusión la zanjó el papa Pablo III cuando en su bula Sublimis Deus,
de 1537, declaró que los indios americanos eran “hombres verdaderos”.
Entre los muchos misioneros que viajaron a América para evangelizar a los indígenas se
destacó el fraile Bartolomé de las Casas, que se convirtió en su más ardiente defensor. Es-
cribió una obra monumental, Apologética historia (quizás el primer ensayo de antropología
cultural), en el que destacó los notables avances que habían alcanzado en muchos ámbitos de
la civilización, y sostuvo que su relativo retraso respecto al Viejo Mundo se debía a que eran
mucho “más jóvenes”. Más todavía, afirmó que su capacidad mental y creadora estaba al
mismo nivel que la de los europeos, y adujo como argumento la facilidad con que aprendían
las técnicas y avances del Viejo Mundo.
Uno de los hechos que más sorprendieron a Las Casas fue que los indios también habían
llegado al concepto de “alma”, aunque algunos pueblos creían que el hombre tenía varias al-
mas. Otra constatación, esta vez desconcertante, fue que, mientras para los europeos el mundo
estaba regido por leyes, para los indígenas tenía “voluntad”. Lo admiraron también el alto
grado de organización sociopolítica que habían alcanzado los mayas, los aztecas y los incas;
sus avances en medicina (entre otros, la trepanación de cerebros); y su uso de las estrellas para
inferir teorías astronómicas y elaborar calendarios mediante complicados cálculos.
Un gran aporte de la agricultura americana fue proveer a Europa de nuevas especies co-
mestibles: la patata, el maíz, el tomate, el maní, la palta, el cacao, la piña, el ají, la calabaza,
el boniato, etc. En los Andes había tres mil diferentes variedades de patata.
Un sinnúmero de conquistadores y colonizadores, a veces enviados expresamente por
los reyes (España, Inglaterra, Francia y Portugal), a veces simples aventureros, se volcaron
hacia el Nuevo Mundo, acompañados de misioneros resueltos a convertir a los indígenas a la
fe cristiana. El objetivo oficialmente declarado era “la evangelización” del continente ameri-
cano, pero el propósito más real era apoderarse de las fabulosas riquezas que albergaba, sobre
todo del oro. Eso lo aseguró la monarquía española mediante la fórmula del “quinto real”, que
obligaba a todos los colonizadores de la América hispana a remitir a la corona la quinta parte
de todo el oro, la plata y las piedras preciosas que recaudaran en esos territorios.
La conquista y colonización de América empleó todos los métodos disponibles: el some-
timiento por la fuerza, el convencimiento pacífico, la mezcla racial de europeos con mujeres
aborígenes, y hasta el exterminio de comunidades indígenas completas, como ocurrió espe-
cialmente en América del Norte.
El significado mayor del descubrimiento de América fue que, desde entonces, Europa
dejó de ser un mundo relativamente cerrado sobre sí mismo. Otro mundo se había alzado más
allá del mar, y reclamaba nuevas perspectivas y emprendimientos, que parecían coincidir con
la apertura que estaban marcando la ciencia, la tecnología, y las filosofías de la modernidad.
De ese mundo nuevo se descargaría sobre Europa una señal política que provocaría el
derrumbe progresivo de los absolutismos monárquicos instaurados en el Viejo Mundo: la
emancipación en 1776 de los Estados Unidos de Norteamérica del dominio británico, que
sería imitada 30 o 40 años más tarde por las colonias españolas del Nuevo Mundo.

Los pasos iniciales del empirismo

En una primera etapa, el pensamiento empirista, núcleo central de la modernidad, se desarrolló


principalmente en Inglaterra. Mencionamos ya a sus principales artífices: Thomas Hobbes (1588-
1679), John Locke (1632-1704), David Hume (1711-1776) y Jeremy Bentham (1748-1832).

243
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Es importante insistir en que un buen número de los empiristas del siglo XVII no preten-
dían abolir el modelo medioeval, y que incluso algunos se confesaban creyentes. Su posición,
bastante incongruente, era que si bien por la vía racional era imposible sobrepasar los límites
del conocimiento sensorial, sí era posible hacerlo por “la vía de la fe”.
Hasta David Hume, que llegó a sostener que no había cómo demostrar la existencia de un
“sujeto” debajo del flujo de los hechos de conciencia, es decir, de un yo personal, y tampoco
la existencia de la causalidad (que una cosa fuera causa de otra), no supo cómo escapar de esa
trampa en la que él mismo se había metido —cuya conclusión lógica era que no había seres
humanos, ni orden en el mundo, y ni siquiera “un mundo” ni un “Dios”—, sino apelando a la
“fe” en que todo eso existía, porque según él, el examen racional del mundo y del conocimien-
to desembocaba en un completo agnosticismo.
Por su parte, Hobbes declaró que creía en Dios, pero no en la religión cristiana. Sin
embargo, su visión del mundo y del hombre era completamente materialista y mecanicista.
De ahí se deriva su teoría moral basada en el placer y el utilitarismo, y su teoría política pesi-
mista centrada en el egoísmo humano (“El hombre es un lobo para el hombre”), que concibe
el sistema político como un férreo control “policial” de esos egoísmos, para impedir que los
hombres se aniquilen recíprocamente.
Locke adoptó una óptica un tanto híbrida. No llegó a negar la causalidad, pero afirmó que
era imposible saber si existían las esencias de las cosas, y si por debajo de las apariencias em-
píricas de cada cosa (colores, sonidos, texturas, sabores, olores, etc.) había un sustrato invisi-
ble (substancial) en el que esas apariencias se sustentaran. Creía también en Dios, e incluso en
el cristianismo, pero reducido a términos “sencillos y razonables” (a una conclusión similar
había arribado el islamismo respecto a su propia fe), despojado de toda imposición dogmática
y libre de toda autoridad eclesiástica. Propiciaba además la tolerancia hacia todos los credos
religiosos. Su teoría moral y su teoría política son igualmente “razonables”: se sustentan en la
moderación, el equilibrio, el entendimiento, la cooperación y el intercambio recíprocos entre
todos los hombres, para lograr beneficios comunes en la mayor medida posible. Otro principio
defendido firmemente por Locke fue el derecho de propiedad. Todo su pensamiento ético-
político está impregnado por una especie de sentido común pragmático, privado sin embargo
de códigos metafísicos y de dimensiones trascendentes.
De Jeremy Bentham vale la pena mencionar su teoría política del “cálculo felicífico”.
Esa teoría se basaba también en la idea empirista y tecnocrática de que la felicidad humana
consistía únicamente en “experimentar el placer y evitar el dolor” (placer y dolor de los
sentidos). En consecuencia, Bentham propone un sistema político en el que los gobernantes
deben “calcular” la mayor cantidad de “placeres” que pueden proporcionar a cada ciudada-
no, y asimismo la mayor cantidad de “dolor” que le pueden evitar, y actuar en consecuencia.
Salta a la vista el absolutismo jerárquico de esa propuesta, análoga a la del Estado Benefac-
tor, que hace descansar exclusivamente en los gobiernos la responsabilidad de dar “felici-
dad” (material) a los gobernados, excluyendo por completo la felicidad moral que produce
la autodeterminación sustentada en la autosuficiencia espiritual (teórica y práctica) y en el
protagonismo de la primera persona.
De esta manera, el empirismo transitó desde el comienzo por dicotomías e incongruencias
que todavía no logra resolver. En realidad, es imposible que las resuelva, porque su negación
de las esencias de las cosas y de la trama metafísica de la realidad y del ser humano constituye
un impedimento insalvable. Sólo cabe esperar que esa misma incapacidad vaya haciendo abrir
los ojos a cada vez más gente, y convenciéndola de que el dogma empirista-materialista es el
origen de la mayor parte de los problemas que hoy afectan a Occidente.

244
Sebastián Burr

El racionalismo cartesiano

Descartes (1596-1650) se propone fundar de nuevo las bases filosóficas respecto a la ma-
nera cómo puede conocer el hombre, de modo que el conocimiento resulte por primera vez
absolutamente seguro y confiable. Y acomete ese proyecto mediante su famosa “duda metó-
dica”, que consiste en dudar de todo —de la existencia del mundo, de su propio cuerpo, de
las verdades matemáticas, etc.— para ver si hay algo que resista en pie todas las dudas que
él mismo se pueda plantear. Si encuentra ese “algo”, habrá descubierto un punto de partida
definitivamente verdadero, una certeza absoluta que le permitirá reconstruir en un edificio
inexpugnable todos los procesos del conocimiento.
Vimos ya que en el siglo XIV el nominalismo había intentado desbaratar por completo las
articulaciones del entendimiento humano. Descartes enfrenta ese desafío y trata de superarlo,
pues advierte que la civilización no puede seguir su curso sin una teoría del conocimiento que
le permita conocer realmente, y por lo tanto avanzar. Pero lo hace proclamando que la razón
es el único “aparato” capaz de captar, enjuiciar, deducir, analogar y poner en práctica la ver-
dad. Adopta así una óptica tan racionalista como la de Platón, cerrada herméticamente sobre
sí misma, e igualmente desconectada de los hechos reales.
Una vez que Descartes termina de someter a su duda métodica toda la realidad, lo único
que queda en pie en esa revisión crítica de todas las cosas, es la duda misma.
De lo único que no puedo dudar, dice Descartes, es de que estoy dudando. Pero si dudo,
pienso. Y si pienso, existo.
Con ese enunciado, “Pienso, luego existo”, Descartes cree haber inaugurado una nueva
época del pensamiento. Pero lo único que hace es promulgar un arrogante racionalismo, ence-
rrado en una completa subjetividad circular de la conciencia, que no le permite reconectarse
con nada real. No sabiendo cómo salir de ese encierro, recurre a su “idea subjetiva” de Dios,
para que le sirva de “garante” de la existencia del mundo. “Si tengo en mí la idea de un ser
absolutamente perfecto —se dice—, entonces ese ser existe, porque lo absolutamente perfecto
incluye la existencia. Y ese ser no puede engañarme, haciéndome percibir que existe un mun-
do que no es real. Por lo tanto, el mundo existe”.
Pero ese tortuoso razonamiento es sólo una pirueta inútil, porque el paso de la idea a la
realidad es imposible. La existencia de Dios no se deduce de que alguien tenga “ideas” sobre
Dios, pues si así fuera, existirían todos los dioses de la mitología, que son ideas humanas
sobre la divinidad. Lo único que puede romper el total aislamiento subjetivo de la conciencia
es la aceptación previa, por un acto de fe natural, de la evidencia directa de que existe una
realidad independiente del pensamiento propio. Tambien en este caso se da la disputa entre
realismo objetivo e idealismo subjetivo, que ha sido crucial en la historia de la filosofía y en
el devenir del Occidente moderno.
Desde ese momento, Descartes se embarca en una serie de acrobacias puramente men-
tales, en un malabarismo de ideas de las cuales resulta una imagen arbitraria y mutilada del
mundo y del hombre, desde luego “a partir de cero”, pero aceptando contradictoriamente la
duda como su fundamento inconmovible.
A medida que avanza en ese proceso, Dios va desapareciendo, pues para Descartes cumple
un papel puramente utilitario, sólo como causa primera que le permite dar validez a su teoría y re-
conectarse con el mundo, e inmediatamente después lo reemplaza por las “ideas innatas” y subje-
tivas con que pretende explicar “científicamente” la realidad. Esa explicación puramente mental
desembocará en la negación de Dios por el oficialismo científico del siglo XIX, y culminará en
la actual divinización de la ciencia, de la técnica, del economicismo y de las ingenierías sociales.

245
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Descartes niega la metafísica, que es una indagación necesaria y natural del entendimien-
to teórico y práctico del hombre. Pero se contradice, pues la usa en sus propias indagaciones.
Por lo demás, los principios metafísicos son empleados por todo empirista como metodología
formal de investigación, a tal punto que todo descubrimiento científico que no haya surgido de
lo fortuito, arranca de un acto especulativo inicial, y posteriormente utiliza paso a paso todos
los principios metafísicos con que opera el entendimiento.
Descartes ni siquiera aclara cómo concluye en su “pienso luego existo” sin antes haber
asumido como verdaderos varios principios universales y metafísicos de la realidad y del
entendimiento (el de identidad, el de causalidad, el de fe natural, el de no contradicción, etc.).
No se puede decir “pienso” sin aceptar previamente que el concepto “pensar” tiene ser, cau-
salidad, y está configurado por un orden propio y natural. ¿Cómo puede afirmar su “pienso
luego existo” con tanta seguridad, sin haber reconocido o asumido previamente esos princi-
pios? ¿Cómo puede dudar de todo, si al mismo tiempo está afirmando algo verdadero para él?
¿Cómo puede siquiera escoger el camino de la duda metódica, si dice no saber la orientación
del conocimiento respecto de la verdad? No puede dudar si no sabe de dónde procede su duda.
Tampoco puede dudar si no acepta previamente que él existe, y que su existencia constituye
una verdad objetiva, previa a su “pienso luego existo”. La verdad es que Descartes se embarca
en una serie de montajes artificiosos para intentar eludir la existencia de verdades objetivas y
así instalarse como el gran iniciador de la cultura moderna.
Sin proporcionar ningún argumento que lo demuestre, Descartes declara que la mente hu-
mana (a la que llama “la cosa pensante”) posee de manera innata todas las ideas que necesita
para funcionar, que las ideas no se obtienen de la realidad externa, es decir, del mundo físico
(al que llama “la cosa extensa”), porque el mundo físico, incluidos los seres vivos y el cuerpo
humano, carece de esencias y naturalezas, y es sólo un conglomerado de artefactos mecáni-
cos, que la mente puede y debe manejar para sacarle provechos igualmente mecánicos. Pero
las ideas innatas de Descartes también se desconectan del hombre real, pues están constitui-
das exclusivamente por axiomas lógicos y matemáticos, en los cuales no encuentran ninguna
cabida los sentimientos y anhelos del ser humano, y menos aún sus necesidades metafísicas.
Así la vida humana se reduce a una manipulación mecánica del mundo y de los fenómenos
biológicos, con lo cual desemboca en un absoluto y tétrico materialismo.
En eso consiste el llamado “racionalismo cartesiano”: en desconectar el entendimiento
de la realidad, al igual que el idealismo platónico y neoplatónico. Platón y el neoplatonismo
habían postulado la existencia de un mundo trascendente, y ese mundo queda suprimido por
Descartes. Pero el punto esencial del racionalismo no consiste en eso, sino en asignar a la razón
el carácter de instrumento único del conocimiento, descartando por completo la experiencia
empírica, y en ese punto Descartes repite exactamente la fórmula de sus remotos predecesores.
Descartes no tendría mayor importancia si no hubiera provocado las consecuencias que pro-
vocó en el mundo actual. Y esas consecuencias han sido nefastas, porque su racionalismo y su
teoría mecanicista han plasmado en gran medida la óptica igualmente mecanicista del hombre y
de la sociedad que hoy predomina en el mundo científico, en la llamada cultura del progreso y
en las ingenierías sociales. A tal punto es así, que un gran número de científicos contemporáneos
piensan que la capacidad cognoscitiva del ser humano emana de las interacciones electroquími-
cas del cerebro, y que el hombre no posee espíritu ni alma. Han reemplazado así la “cosa pensan-
te” de Descartes, único ente al que Descartes le asignaba una naturaleza inamaterial, por la masa
encefálica, que para ellos es también un artefacto puramente mecánico, manipulable según las
leyes físicas y matemáticas que rigen la materia. Nuestra cultura moderna está impregnada de esa
visión mutilada del hombre, y esa visión, asumida simultáneamente por la ideología liberal-socia-

246
Sebastián Burr

lista, constituye el modelo que hoy moldea casi toda la institucionalidad sociopolítica. Según ese
modelo, el ciudadano sólo puede desarrollarse materialmente, no moral y éticamente.
Una consecuencia más de Descartes ha sido que muchos “ciudadanos de la modernidad”,
que poco o nada saben de su filosofía, han heredado culturalmente su “duda metódica” y la
han elevado a la categoría de clave “áurea” del conocimiento, a tal punto que están convenci-
dos de que dudar es más inteligente que encontrar certezas. Para esos “cartesianos culturales”,
el agnosticismo es signo de superioridad intelectual, aunque en realidad es todo lo contrario:
síntoma de una negligencia mental que elude toda búsqueda de verdades, amparándose en la
duda como fórmula que no sólo justifica su actitud, sino que además les permite considerar in-
feriores o “dogmáticos” a quienes tienen convicciones o buscan certidumbres. Al menos Des-
cartes no cayó en esa burda desfiguración de su método, porque lo ideó para encontrar alguna
certeza inconmovible que le permitiera refundar por completo la filosofía, y seguramente no
sospechó que se convertiría en talismán de los escépticos que se declaran tales porque han
renunciado a la capacidad de pensar inteligentemente, toda vez que la mente, por su propia
naturaleza, siempre está pensando en algo. Pero eso lo que pasa cuando alguien introduce un
elemento corrosivo en el pensamiento filosófico: se convierte en una bomba de tiempo que a
la larga provoca resultados muy distintos a la intención de su autor.
Paradójicamente, el racionalismo de Descartes, que despreciaba la experiencia empírica,
fue rápidamente ensamblado con el empirismo, porque los empiristas consideraron que su
método analítico y sintético, basado en las ideas lógicas y matemáticas, era un eficaz instru-
mento para hacer avanzar la ciencia y la tecnología por los cauces puramente materialistas
que ha recorrido desde entonces hasta ahora. De esta manera, el avance científico y tecno-
lógico, siendo en sí una conquista válida y legítima del impulso civilizador, dejó fuera del
escenario los requerimientos morales y metafísicos del ser humano, es decir, sus necesidades
esenciales, y se embarcó en un proyecto destinado a satisfacer sólo las aspiraciones pragmáti-
cas y utilitarias, incapaces de proporcionar por sí solas la felicidad que prometen.
En resumen, Descartes invierte por completo la relación natural entre el entendimiento y
la realidad. En lugar de ser las cosas del mundo el punto de partida del conocimiento, porque
poseen esencias y naturalezas que la inteligencia extrae de ellas para transformarlas en con-
ceptos, es la mente la que posee por sí misma, en forma innata, todo el instrumental de ideas
lógicas y matemáticas que necesita para actuar sobre el mundo. La experiencia de lo real, es
decir, la praxis, es literalmente inútil; no proporciona aprendizaje alguno; sólo la mente, en
su solitaria y árida autonomía, puede saber lo que hay que hacer para actuar sobre el mundo,
para organizar mejor sus articulaciones mecánicas.

Spinoza: un panteísmo materialista y relativista.

Poco después de Descartes, aparece en el escenario filosófico el teólogo holandés Baruch


Spinoza (1623-1677), cuya influencia en el mundo moderno es también considerable, a tal
punto que de hecho es el padre del Estado liberal. Spinoza sostiene que la sustancia extensa
(la materia) y la sustancia pensante (el entendimiento) no son sino dos atributos de la única
sustancia divina e infinita, que es Dios. Dios es el mundo, y todas las cosas son Dios. Pero
entonces resulta que Dios no tiene identidad propia. Ahora bien, como todo es Dios, Spinoza
da un paso más, y dice: la comunidad de los hombres, es decir, la sociedad, debe tener un
mismo pensamiento, y para eso se requiere que el Estado sea también Dios. Luego se pre-
gunta: si el Estado tiene que lograr que todos los hombres piensen lo mismo, ¿cómo puede

247
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

hacerlo? Y responde: simplemente, dejando que cada uno piense lo que quiera. Estamos en
presencia de un completo panteísmo219, en el cual se incluye el orden social.
Baruch Spinoza es el verdadero fundador del liberalismo filosófico, y el que más ha in-
fluido en la configuración del socialismo y del relativismo, ideologías que además comparten
la misma raíz empirista y materialista, pues sostiene que Dios es el orden general de las cosas
y es pura materia.
Cuando el Estado determina que cada uno puede pensar lo que quiera, consigue que todos
terminen pensando lo mismo, incluido el mismo Estado.
Por último, la libertad absolutista de pensamiento del Estado liberal decreta que no hay
verdad alguna, pues todos pueden pensar distinto respecto cualquier cosa. En ese arrasamien-
to totalitario de la verdad quedan cuestionadas la persona humana, la familia, los conceptos,
la forma de conocer la realidad, la democracia, la vida, el concepto esencial del trabajo y de la
educación, el comportamiento de las personas, las instituciones políticas y el mismo Estado.
Nada se salva, salvo el relativismo (porque todos terminan pensando igual, es decir “relati-
visticamente”). Y si bien Locke es considerado padre del liberalismo, se puede decir en su
beneficio que fue mucho más cauto.
El propósito central de Spinoza, análogo al de su contemporáneo Descartes, es hacer de la fi-
losofía un sistema edificado mediante articulaciones matemáticas y geométricas. Dicho propósito
marca también su propuesta moral, que es igualmente utilitaria, y que se encuentra expuesta en su
libro La ética demostrada según el modo geométrico. Allí Spinoza establece que lo moralmente
bueno es lo útil, lo que proporciona placer, y lo malo, aquello que genera dolor, lo poco rentable,
etc. A partir de esa premisa, ¿cómo ha terminado calificando el relativismo moderno a los más
desposeídos en el plano económico o intelectivo: útiles o inútiles, rentables o no rentables?
En su otro libro, Tratado teológico y político, dice Spinoza: “Vamos a ver si en la Sagra-
da Escritura hay contenida alguna verdad (se refiere a la verdad empírica), y si no la contiene,
habrá que decir que todos los hombres pueden pensar lo que quieran”.
La contradicción capital del discurso de Spinoza está en que, si todo es Dios, todo está
bien, y no tiene sentido la libertad de decisión y de acción humana, ni siquiera el hecho de
proponer una teoría moral. Pero Spinoza propone una moral, con lo cual reconoce que hay
cosas que andan o pueden andar mal en los asuntos humanos. Al igual que el pensamiento de
Descartes, toda la filosofía de Spinoza está atravesada por un síndrome idealista-racionalista
más o menos parecido, en el que las ideas “internas” pretenden alcanzar por sí solas una
explicación completa de todas las cosas, prescindiendo absolutamente de los hechos reales.
Emulando a Spinoza, los empiristas han decretado la absoluta libertad de conciencia y
de pensamiento. Se deduce de ese principio que toda persona está autorizada para decidir
cualquier cosa contraria al bien y a la verdad, puesto que cuenta con el pleno respaldo de su
libertad de conciencia. La libertad de conciencia de Baruch de Spinoza es la formulación de
relativismo más radical y explícita que ha existido hasta hoy en la historia del pensamiento.

El doble universo de Newton

Isaac Newton (1642-1727) es sin duda uno de los mayores genios científicos de la humanidad.
Descubrió y formuló matemáticamente las leyes fundamentales que rigen el universo físico:
la ley de gravitación universal, la ley de inercia, la de interacción y fuerza, y la de acción y
reacción, con lo cual lo hizo básicamente inteligible para la ciencia empírica.
219 Sistema filosófico que identifica a Dios con la materia.

248
Sebastián Burr

Después de Newton, los científicos han descubierto otro plano de la materia: el plano
cuántico, que opera en el nivel intraatómico (microfísico), y que se rige por otras leyes aún no
descubiertas del todo. Sin embargo, los dinamismos microfísicos no alteran los del macrocos-
mos, de modo que las leyes de Newton siguen plenamente vigentes en ese plano.
Newton completó además el cálculo integral y diferencial ya iniciado por Descartes, y
gracias a eso pudo desentrañar con exactitud matemática la trama operativa del macrocosmos.
Ahora bien, el universo que surge del sistema newtoniano es completamente mecánico:
un inmenso conglomerado de materia organizado férreamente por articulaciones matemáti-
cas. Eso ha inducido a los cientificistas a afirmar que Newton era materialista, y a sostener que
la concepción newtoniana del mundo respalda por entero su propio materialismo.
Tal afirmación es absolutamente falsa. Newton era un hombre profundamente religioso, y
dedicó más tiempo a indagaciones metafísicas y teológicas (entre ellas al estudio de la Biblia)
que a sus trabajos científicos. Incluso hizo extensos estudios de alquimia, ciencia para la cual
toda la materia estaba impregnada de divinidad, y que buscaba atrapar sus secretos “sagrados”
para encontrar “el oro del espíritu”. Escribió diversas obras al respecto, en las que figuran
afirmaciones como “el mundo es el sensorio de Dios”.
Basándose en esas obras, y en manuscritos inéditos de Newton que fueron rematados en
Londres en 1936, el economista británico John Maynard Keynes escribió sobre él lo siguiente:
“Newton… observaba la totalidad del universo y todo lo que está dentro de él como un
enigma, como un secreto que podía ser leído aplicando el pensamiento puro a ciertas evi-
dencias, a ciertas claves místicas que Dios había esparcido por el mundo… Creía que esas
claves se encontrarían parcialmente en la evidencia de los cielos y en la constitución de los
elementos… Consideraba el universo como un criptograma armado por el Todopoderoso”.
La contribución de Newton a las ciencias empíricas fue incalculable. Pero al mismo tiem-
po trascendió la visión exclusivamente materialista del mundo, para ingresar en una segunda
visión: la del espíritu. También Einstein tuvo esa segunda visión, y la sintetizó con estas pala-
bras: “El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir”.
Así el reduccionismo materialista de la realidad promulgado por el cientificismo quedó
sobrepasado por los dos más altos exponentes de la ciencia moderna.
Son reveladoras estas palabras que Newton escribió sobre sí mismo al final de su vida:
“No sé cómo puedo ser visto por el mundo, pero en mi opinión, me he comportado como
un niño que juega al borde del mar, y que se divierte buscando de vez en cuando una piedra
más pulida y una concha más bonita de lo normal, mientras que el gran océano de la verdad
se exponía ante mí completamente desconocido”.

La primera propuesta totalitaria de la modernidad

En medio del revuelo provocado por los avances científicos y tecnológicos, y por la irrup-
ción de las filosofías modernistas, emergió una propuesta específicamente política: la de Jean
Jacques Rousseau, formulada en su Contrato Social.
Rousseau (1712-1778), cuyos planteamientos se inspiran también en Platón, podría con-
siderarse el padre del colectivismo moderno. (Recordemos que la teoría política de Platón,
sustentada en su idealismo extremo, bordea el totalitarismo. Y todos los totalitarismos tienen
una raíz idealista).
Rousseau rechaza que el hombre, por su propia naturaleza, sea verdaderamente un ser so-
cial. Según él, su primera condición era fundamentalmente solitaria, y bajo ese contexto era

249
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

inicialmente libre, dichoso y bueno. Sin embargo, a partir del desarrollo de la convivencia y del
surgimiento de la propiedad privada, dice que los hombres se hicieron egoístas, y comenzaron a
luchar entre sí. Esa insoportable pugna los indujo a organizar diversas formas de sociedad, que
desde entonces han pretendido asegurar una coexistencia pacífica, pero no la han encontrado en
ninguna, y han seguido siendo infelices, porque todas esas formas “corrompen” la naturaleza
inicial del hombre. Se necesita entonces un nuevo modelo de sociedad, que garantice definitiva-
mente la libertad, la paz y la felicidad humanas. Para Rousseau, el punto esencial es encontrar
una fórmula de coexistencia “que defienda y proteja de toda la fuerza común a la persona y los
bienes de cada asociado, y por lo cual cada uno, al unirse con todos, se obedezca a sí mismo
únicamente. Y siga gozando de la libertad que antes tenía”. (Contrato Social, I, cap. 6).
En otras palabras, Rousseau postula que la libertad del hombre bajo convivencia social se
consigue únicamente delegando para siempre su libertad individual en beneficio del colectivo
social, a fin de que pueda cumplirse lo que él denomina “la voluntad general”. La voluntad
general es lo que todos quieren: ser felices. Pero nadie sabe en qué consiste la felicidad, y na-
die puede lograrla por sí mismo. Sólo lo saben y pueden asegurarla para todos el “Guía” o los
“Guías” (legisladores y gobernantes), aunque Rousseau no explica cómo esos “representantes”
adquieren tal clarividencia y tal capacidad de conducción política, que él declara “infalibles”.
Y si por alguna razón alguien quisiera recuperar su libertad original, el colectivo debe “obli-
garlo a ser libre”, devolviéndolo al colectivo. De esta manera, sólo se puede ser libre “disolvién-
dose” en el corpus social. De ahí en adelante, el ciudadano nunca más volverá a representarse
a sí mismo, sino que será representado por conductores políticos, elegidos o “autodesignados”.
Así el asunto queda resuelto bajo el modelo colectivista rousseauniano, que instaura la “repre-
sentatividad” y declara abolida la libertad individual, y lo peor es que sin posibilidad de retorno.
De este modelo también han surgido el sistema “democrático” representativo y el co-
lectivismo que tienen tan a mal traer a buena parte de Occidente, y cuyos códigos filosóficos
siguen transmitiendo a las instituciones del trabajo y la educación, e incluso a los partidos po-
líticos, donde el pensamiento personal y libre es reemplazado por las ideologías, las órdenes
de partido, los alineamientos, etc. Entidades colectivistas sin rostro, salvo sus logotipos, que
no reconocen ni promueven la participación activa y protagónica de los ciudadanos, ni hacen
de ellos personas libres y a la vez individualmente responsables de sus vidas y colaboradores
activos del bien común político. La libertad prepolítica, que este libro propone poner en es-
cena a través de las instituciones trascendentales, garantiza la democracia, y la democracia es
garantía de todo lo demás, incluso de la actualización de la libertad en todas y cada una de las
personas. Pero aquí nos encontramos con el mismo fenómeno que afecta a toda la camada de
filósofos modernistas: los partidos políticos se presentan con el discurso de la diversidad y del
pluralismo, del rechazo a todo síntoma de absolutismo, pero lo primero que hacen es levantar
una ideología, y después continúan con el adoctrinamiento, las órdenes de partido, etc. Es
decir, obligan a acatar una línea de pensamiento y de acción absoluta.
Sin embargo, la etnología220 rebate a Rousseau, pues ha descubierto que el hombre, en su
estado “presocial”, convivió “socialmente”, si bien en forma rudimentaria y nómade221, con-
figurando pequeñas o grandes células (familias o tribus). De manera que el hombre primitivo
siempre tuvo una tradición social, por una necesidad obvia de eficiencia. (Cfr. W. Schmidt-W.
Koppers, Völker und Kulturen).
Sin lugar a dudas, Rousseau es el filósofo político más mefistofélico de la historia, pues,
habiendo afirmado primero que el hombre es naturalmente solitario, termina decretando que

220 Ciencia que estudia las causas y razones de las costumbres y tradiciones de los pueblos.
221 Que va de un lugar a otro sin establecer residencia fija.

250
Sebastián Burr

la naturaleza humana es exclusivamente social, expropia por completo la individualidad de


los ciudadanos y los somete a una obligatoria y perpetua pertenencia al colectivo regido por
los “Guías” (dirigentes y legisladores), a cambio de la “protección” que “sólo” el colectivo
“es capaz de brindarles”.
Para apreciar cabalmente el carácter totalitario de la propuesta de Rousseau, veamos lo
que él mismo dice de los Guías en su Contrato Social:
“Quien se atreva a instituir un pueblo, debe sentirse con fuerzas para cambiar, por decirlo así,
la naturaleza humana; para transformar a cada individuo, que por sí mismo es un todo solitario, en
la parte de otro todo mayor del cual recibirá en cierto modo la vida y el ser; para alterar la consti-
tución del hombre a fin de fortalecerla; para sustituir la existencia física e independiente que todos
hemos recibido de la naturaleza por una existencia parcial y moral. En una palabra: debe quitarle
al hombre sus propias fuerzas para darle otras que le sean ajenas y de las cuales no pueda hacer
uso sin el auxilio de los demás. Cuanto más muertas y anonadadas están las fuerzas naturales,
tanto mayores y más duraderas son las adquiridas, y tanto más sólida y perfecta es la institución.
De modo que si cada ciudadano no es nada sino con la ayuda de los demás, y si la fuerza adqui-
rida por el todo es igual o superior a la suma de las fuerzas naturales de todos los individuos, se
puede decir que la legislación se halla en el grado de perfección más alto al que puede llegar”.
“El legislador es, en todo sentido, un hombre extraordinario en el Estado. Si debe serlo
por su talento, no lo es menos por su cargo, que no es ni magistratura, ni soberanía. Este cargo,
aunque constituye la república, no entra en su constitución. Es un ministerio particular y su-
perior que nada tiene de común con el imperio humano; porque si el que manda a los hombres
no debe mandar a las leyes, tampoco el que manda a las leyes debe mandar a los hombres”.
De esta manera, Rousseau establece un modelo de sociedad completamente plasmado
por las leyes, y por leyes uniformes, donde toda individualidad queda suprimida de manera
absoluta. Y los artífices de las leyes son los Legisladores (o un Legislador único), a los que
Rousseau dota incluso del poder de “cambiar la naturaleza humana”, aterrador designio que
trataron de aplicar los peores totalitarismos del siglo XX (comunista-soviético, nazi, fascista,
maoísta, etc.), y que fueron la culminación de sus postulados colectivistas.
Ahora bien, al margen de esos regímenes extremos, algunos de los códigos rousseaunia-
nos perduran en la democracia representativa contemporánea. Por ejemplo, que los ciudada-
nos no tengan una participación activa y protagónica en instancias tan cruciales para sus vidas
como son el ámbito del trabajo y una educación orientada a la autodeterminación y autosu-
ficiencia personales. Que el bien común político real no sea el eje transversal del desarrollo
moral y social de los ciudadanos. Que el sistema electoral impida a los electores retirarse de
los registros. Que si un parlamentario elegido libremente decide abandonar el partido político
en el cual militaba en el momento de ser electo, automáticamente pierda su cargo parlamenta-
rio222, quedando de paso en entredicho el principio de representación ciudadana. Que los votos
en blanco se sumen a la mayoría; y ahora último, la propuesta de inscripción automática y de
votación obligatoria. Todas estas imposiciones no buscan otra cosa que asegurar la existencia
del sistema en cuanto tal, sin posibilidades de que sea impugnado, aunque no produzca desa-
rrollo alguno de la sociedad, e incluso genere estragos de todo orden.
El hecho de que el hombre es naturalmente un ser social, y que de alguna manera inter-
viene en una suerte de pacto sociopolítico, no implica que deba ceder al colectivo humano
del que forma parte el ejercicio de su libre albedrío, y su necesidad natural de autodetermi-
narse. Todos debemos comer, trabajar, relacionarnos y decidir cómo nos desarrollamos, pero
cada uno tiene derecho a decidir qué come, en qué trabaja, con quién se relaciona y cómo se
222 Proyecto de ley propuesto por el gobierno (febrero del 2008).

251
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

desarrolla. En otras palabras, es perfectamente posible compatibilizar la praxis moral indivi-


dual y la convivencia social, pero eso requiere que la clase política no se sobrepase, es decir,
que establezca sus límites de acción en el bien común político. Y no que su fin sea el poder,
y termine inmiscuyéndose en todo orden de cosas.
La propuesta de Rousseau exige a mi juicio un análisis más a fondo respecto al origen
filosófico de los totalitarismos y semitotalitarismos en Occidente. Todos los totalitarismos
son idealistas, y el error fundamental de las filosofías idealistas es que parten de arriba ha-
cia abajo, es decir, de una visión a priori, presuntamente lógica, de cómo debe ser toda la
realidad, en lugar de darse el arduo trabajo de averiguar cómo es, en términos genéricos y
especificos, para extraer de ella el conocimiento, hasta donde sea posible. Y ese “deber ser”
de la realidad es distinto para cada idealismo, pues constituye un paradigma completamente
subjetivo, “destilado” exclusivamente en los recintos de la “razón pura”, y desconectado de
todo referente externo, es decir, objetivo.
Por otra parte, precisamente por su pretensión “totalizadora”, el idealismo necesita un
absoluto, y cada idealismo termina instaurando su absoluto propio, que de una u otra manera
adquiere para él un carácter “divino”. Para Platón, el absoluto es el Reino de las Ideas; para
Plotino, el Uno; para Spinoza, la Sustancia; para Rousseau, la Voluntad General; para Hegel,
la Idea; para Schopenhauer, la Voluntad; para Marx, la Materia; etc., etc.
Una vez establecido su respectivo absoluto, cada sistema idealista decide que todo debe
someterse a esa “cúspide suprema”, y especialmente los seres humanos, pues el absoluto
“concentra” en sí mismo toda la verdad y todo el bien. Cualquier manifestación humana que
no “encaje” con ese “ideal” debe ser “corregida”, e incluso “extirpada”, sin importar el costo
ni los sufrimientos que provoque, pues los hombres sólo merecen existir en la medida en que
se sometan a ser modelados por ese paradigma “intocable”.
Un síndrome adicional de los idealismos totalitarios es rodear a sus líderes más desta-
cados de un “aura” superior, convirtiéndolos en una especie de “encarnaciones vivientes” de
su respectivo absoluto.
Así pasó en la Revolución Francesa con Robespierre (llamado “el incorruptible”), en el
nazismo con Hitler (mein Führer), en Italia con Mussolini (il Duce); en la Unión Soviética
con Marx, Lenin y Stalin (el Supremo); en el comunismo chino con Mao Tse Tung; en Corea
del Norte con Kim il Sung; etc.
El modernismo ha instituido también un absoluto propio: el Progreso materialista. Y lo
ha dotado igualmente de rasgos “divinizados”, lo que queda en evidencia por su carácter dog-
mático, que no admite ninguna alternativa distinta, ni antropológica ni metafísica, y mucho
menos trascendente. Además, ha hecho suya la retórica heredada de los romanos, y manipula
de mil maneras el lenguaje para convencer cada vez más de que no existe para la humanidad
otro horizonte que el suyo, aunque sus promesas de “felicidad” nunca se cumplen. Es así otro
totalitarismo, cuyo poder no reside en las armas, sino en su dialéctica fraudulenta, que usa el
relativismo como eficaz anestesia de muchas conciencias contemporáneas.
El idealismo totalitario se reviste siempre de “altruismo”. Así logra atraer a muchos que
creen en sus promesas sin ningún analisis crítico, y encandilar a sus más fervientes partida-
rios. Pero invariablemente alberga intenciones patológicas de poder, aunque enmascaradas
bajo consignas colectivistas aparentemente legítimas, por ejemplo, “la sociedad sin clases”
(Marx), “la raza aria superior” (nazismo), “la revolución cultural” (Mao Tse Tung), etc. El
propósito de esas consignas es uniformar pensamientos, sentimientos y conductas, y luego,
alcanzado el poder, asegurar esa nivelación mediante un control monolítico, que no deja esca-
patoria a ninguna de sus víctimas.

252
Sebastián Burr

La Enciclopedia, documento “oficial” del modernismo.

Las nuevas filosofías —nominalismo, empirismo, propuesta tecnocrática de Bacon, ra-


cionalismo cartesiano, panteísmo materialista de Spinoza, totalitarismo político de Rous-
seau— configuraron los modelos teóricos de los cuales se fue nutriendo la ideología liberal,
que poco a poco, a partir de la Revolución Francesa, iría escalando hacia los sitiales del
poder político casi absoluto.
Al mismo tiempo, se estaba incubando en Francia un movimiento igualmente moder-
nista, que finalmente acometió la tarea de registrar bajo esos postulados, cuyo fundamento
común era el materialismo, todo el conocimiento humano logrado hasta entonces. El resulta-
do fue una obra monumental: el Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios,
más conocido como la Enciclopedia. Sus principales autores fueron los filósofos franceses
Diderot, D’Alembert, Voltaire, Montesquieu, Bouffon, Marmontel, Quesnay y Turgot, a los
que se agregó Rousseau, de origen ginebrino. Dicho movimiento se denominó a sí mismo
“enciclopedismo”, nombre derivado de su propia obra, y marcó el período que la modernidad
bautizó como “Ilustración francesa”, o “Siglo de las luces” (siglo XVIII).
Sin embargo, pese a su proclamada pretensión de reunir en la Enciclopedia el conocimiento
universal, los enciclopedistas, condicionados por su óptica estructuralista y materialista, dejaron
fuera de esa obra toda la filosofía metafísica, todos los desarrollos teológicos, y cuanto estuviera
vinculado con los ámbitos trascendentes de la realidad y del ser humano. Incluso desbarataron
la integración del conocimiento, que permitía descifrar coherentemente el sentido de las cosas
y de la vida. De esta manera, la Enciclopedia, que se convirtió en una especie de “constitución
oficial” del saber humano, para su época y para las generaciones posteriores, instauró una visión
reduccionista y mecanicista de la realidad, que terminó por desintegrar el conocimiento y por
lo tanto hacer muy difícil el proceso natural del entendimiento. El enciclopedísmo expulsó de
la “nueva” cultura todas las instancias superiores de la reflexión filosófica y de la praxis, y dejó
el escenario social preparado para detonar el sismo político de la Revolución Francesa (1789).

El deísmo, variable teológica de las filosofías modernas.

Una y otra vez, la historia nos enseña que las interpretaciones humanas de la realidad rara vez
son monolíticas, y que en una misma corriente filosófica suele haber pensadores que acogen
variables que se apartan de su núcleo fundamental (sean o no coherentes con dicho núcleo).
También ocurrió eso con las filosofías modernas, donde surgió una formulación teológica
que se denominó “deísmo”, y que se dividió en dos concepciones diferentes.
Una de ellas aceptaba la existencia de Dios, y asimismo su intervención activa en el
mundo y en los asuntos humanos, pero rechazaba todo sistema religioso concreto, argu-
mentando que todos eran inventos urdidos por los hombres mismos, y que desfiguraban la
esencia pura de lo Absoluto.
La otra aceptaba igualmente la existencia de Dios, pero afirmaba que, una vez que Dios
había creado el mundo y lo había dotado de leyes propias que le permitían funcionar en per-
fecto orden, había cortado todo contacto con su obra y se había “retirado”, dejándola entre-
gada a su propio desenvolvimiento. Era un deísmo “rupturista”, en el que quedaba descartada
toda posibilidad de relación humana con Dios, y de Dios con el hombre.
Entre los deístas de la modernidad estuvieron Hobbes, Locke, Hume, Descartes, Mon-
taigne, Rousseau, Voltaire, y algunos otros enciclopedistas. No se preocuparon sin embargo de

253
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

aclarar exactamente en cuál de las versiones del deísmo creían. En cambio, muchos miembros
de la masonería, organización derivada del enciclopedismo francés, optaron por el deísmo “rup-
turista”, y su creencia en el Gran Arquitecto del universo desconectó por completo a Dios de
toda injerencia en el mundo y en los asuntos humanos. No obstante eso, crearon a través de todo
Occidente una suerte de “religión” o “iglesia”, que contenía elementos racionalistas, deístas,
naturalistas, panteístas, y la dotaron además de una estructura jerárquica223, con “catedrales”224,
obispos, maestres, iniciados y neófitos, cuya cima estaba coronada por un dios puramente no-
minal, el Gran Arquitecto (GADU225). De esta manera, el racionalismo masónico establece una
subjetividad completamente desvinculada de todo orden superior real y de toda trascendencia.
El objetivo de la francmasonería fue lograr el control político de los Estados, es decir, lo mismo
que le criticó y continúa criticándole al poder temporal de la Iglesia del Medioevo.

La “revolución copernicana” de Kant (1724-1804)

Como ya hemos visto, la filosofía había sufrido antes de Kant una serie de embates episte-
mológicos procedentes del escepticismo, el nominalismo, el empirismo, etc., que la habían
hecho perder credibilidad, pues habían puesto en tela de juicio la capacidad de conocer de la
inteligencia humana. Kant intentó un desmantelamiento crítico aún más radical, que trastocó
por completo los supuestos en que se había fundado hasta entonces la reflexión filosófica.
Lo primero que se puede señalar sobre el pensamiento kantiano es su carácter ambiguo,
a veces francamente tortuoso. Cambió el significado de varios términos filosóficos clásicos
(sujeto, objeto, fenómeno, intuición, categorías, trascendental, estética, etc.), y creó nuevos
conceptos, que sólo tienen sentido dentro de su sistema, aunque ese sentido resulta a veces in-
congruente con los propios postulados que lo sustentan. En todo caso, la teoría kantiana es tan
vasta y laberíntica, y parece haber cubierto a tal punto todo lo que es posible examinar sobre el
conocimiento humano, que ha provocado una suerte de parálisis en la investigación filosófica
posterior, pues casi nadie se atreve hoy a filosofar sin hacer previamente suyos los difusos
planteamientos de Kant, o al menos recorrerlos de punta a cabo, como si eso fuera condición
indispensable para lograr otros avances, o abrir itinerarios distintos. Puede decirse que Kant
es actualmente una enorme sombra bajo la cual se mueven muchos filósofos contemporáneos,
tratando de decir con otras palabras lo mismo que él dijo, o escudriñando nuevas variables de
su pensamiento, sin atreverse a aventurar nada que contradiga los parámetros epistemológicos
que dejó establecidos “para la posteridad”.
Por su misma vastedad y complejidad, la epistemología kantiana, desarrollada en la Críti-
ca de la razón pura, rebasa toda posibilidad de revisarla paso a paso en este libro. Aun así, tra-
taré de exponer una síntesis de sus puntos esenciales, y haré algunos comentarios al respecto,
partiendo por decir que el intento crítico de Kant es quizás el más extraordinario hecho hasta
hoy en cuanto a minuciosidad analítica, y que situó a la filosofía en un ámbito de indagación
inédito, casi “microscópico”, de los procesos del conocimiento. Sin embargo, eso no significa
que haya logrado cumplir su propósito de entregar una explicación válida y definitiva de todos
los asuntos que configuran la investigación filosófica, y menos aún de la problemática especí-
ficamente humana. Al revés, su itinerario analítico va haciendo desaparecer progresivamente

223 Las logias. La “Gran Logia”, la “Gran Oriente” o “Gran Priorato”, etc.; los aprendices, los compañeros, los hermanos y los
maestres
224 Por ejemplo, la sede de la gran logia unida en Londres.
225 GADU: Gran Arquitecto Del Universo.

254
Sebastián Burr

toda realidad objetiva, y reemplazándola por un subjetivismo que termina siendo absoluto, y
que convierte lo real en una pura hipótesis sobre cuya existencia no puede decirse nada.
Kant trató de descifrar la “mecánica” o “ingeniería” del conocimiento, y cómo se desplie-
gan empíricamente la moral, la metafísica y el entendimiento mismo. Pero tal pretensión es una
tarea imposible, pues esos dinamismos pertenecen a un plano estrictamente inmaterial, es decir,
al ámbito del espíritu. Y al operar con las cosas reales, van configurando la libertad, la experien-
cia ética y moral, la justicia, las relaciones sociales, la cultura, etc., que a su vez nos conducen a
descubrir toda clase de verdades, y sobre todo el sentido de la vida. Además, ese descubrimiento
no termina nunca, y constituye un cristal muy frágil, que puede romperse de muchas maneras
si no lo protegemos de nuestros propios errores cognitivos. De hecho, la filosofía kantiana está
atravesada por una gran falla que le impide acceder a ese plano superior: su negación del espíritu
y de lo trascendente, y su reemplazo por el más extremo empirismo y racionalismo.
El propio Kant definió su teoría del conocimiento como una “revolución copernicana”. Y
la explicó en estos términos: “Hasta ahora se admitía que todo nuestro conocimiento debía
ser regulado por los objetos; pero todos los ensayos para decidir a priori algo sobre éstos,
mediante conceptos, por donde sería extendido nuestro conocimiento, no conducían a nada.
Ensáyese, pues, una vez, si no adelantaremos más en los problemas de la metafísica ad­
mitiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro conoci­miento, lo cual concuerda me-
jor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos que establezca
algo sobre ellos antes que nos sean dados. Ocurre aquí como con el primer pensamiento de
Copérnico, quien, no consiguiendo ex­plicar bien los movimientos celestes si admitía que la
masa de todas las estrellas daba vueltas alrededor del espectador, en­sayó si no tendría mayor
éxito haciendo al espectador dar vueltas y dejando, en cambio, las estrellas inmóviles”.
En este párrafo, Kant establece la “nueva óptica” que regirá toda su indagatoria filosófica.
Y el principio esencial de esa nueva óptica es el siguiente: el conocimiento humano no gira al-
rededor de la realidad, sino al contrario: es la realidad la que gira alrededor del sistema cognos-
citivo del hombre, a tal punto que lo que llamamos real es sólo un “producto” de dicho sistema.
¿Cómo llega Kant a esa conclusión, que hace tambalear no sólo las bases de toda la filo-
sofía anterior, sino también nuestras propias creencias espontáneas sobre la realidad?
Lo hace a través de varias fases analíticas, que se van encadenando mediante una lógica
que parece irrefutable, pero que esconde incongruencias difíciles de advertir, debido a la
abstrusa terminología que emplea (sin definirla exactamente) y al también abstruso proceso
que sigue para desarrollarlas.
El primer paso de Kant es dar dos nuevos nombres a la realidad: el “nóumeno” y “la cosa
en sí” (es decir, lo real tal como es, independientemente de cómo lo percibimos). Pero acto
seguido afirma que el nóumeno es absolutamente incognoscible para el ser humano, que no
tenemos manera de saber en qué consiste, ni cuáles son sus verdaderas características. Duran-
te un buen tiempo, Kant admitió que existía una realidad externa más allá de nuestras percep-
ciones sensoriales y mentales, pero en sus últimos escritos puso en duda incluso su existencia,
dejándola convertida en una mera hipótesis, altamente improbable.
El segundo paso fue declarar que, si bien la realidad objetiva o nóumeno es incognosci-
ble, emite señales o “datos” que son registrados por los sentidos humanos. Pero en el mismo
momento en que llegan a los sentidos, esos datos son procesados y alterados por las “cate-
gorías a priori de la sensibilidad”, y esa transformación nos impide percibir el nóumeno tal
como es. Lo que percibimos son los “fenómenos”, que constituyen un resultado puramente
subjetivo de ese proceso, y que por lo tanto nos entregan imágenes ficticias del mundo físico,
fabricadas por nosotros mismos.

255
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Las “categorías de la sensibilidad” son dos: el espacio y el tiempo. Y conforman una es-
tructura a priori, es decir, innata, que “recicla” los datos procedentes del nóumeno y nos hace
percibir toda clase de objetos físicos, dotados de dimensiones espaciales e insertos en un in-
cesante flujo de movimientos y cambios (el tiempo). De esta manera, todas las características
que creemos que poseen las cosas del mundo exterior (dimensiones, colores, consistencias,
cualidades, etc.), y todas sus mutaciones temporales, son sólo un “cuadro” interno “dibujado”
por nuestra sensibilidad. No existen “allá afuera”, en el ámbito inaccesible del nóumeno.
Aparece aquí una primera gran contradicción kantiana: si el nóumeno es incognoscible,
¿cómo sabe Kant que existe? ¿Y cómo sabe que emite esas señales que son recibidas y trans-
formadas por las categorías de la sensibilidad? (Aunque ya dijimos que al final Kant dejó de
afirmar que existiera un mundo exterior al hombre. Pero entonces desembocó en una contra-
dicción aún mayor, que señalaremos más adelante).
Kant denomina “intuiciones empíricas” a las imágenes subjetivas del mundo físico elabo-
radas por nuestra sensibilidad. Y para confundir aún más las cosas, dice que son “objetivas”
(no porque nos proporcionen conocimiento alguno del nóumeno, sino porque generan todos
los “objetos” que percibimos mediante los sentidos).
Pero las intuiciones empíricas son caóticas, y carecen de “significados”, sigue diciendo
Kant (y en eso tiene razón). Se requiere entonces una tercera fase, mediante la cual dichas
intuiciones puedan hacerse inteligibles, es decir, se conviertan en conceptos racionales,
dotados de sentido.
Kant hace intervenir entonces una segunda estructura innata, las “categorías a priori del
entendimiento”, que procesan las intuiciones empíricas y las convierten en un sistema cohe-
rente de conocimientos conceptuales.
Las “categorías del entendimiento” son doce, y están organizadas en cuatro grupos:
Categorías de cantidad: unidad, pluralidad, totalidad.
Categorías de cualidad: realidad, negación, limitación.
Categorías de relación: substancia-accidente, causa-efecto, reciprocidad.
Categorías de modalidad: posibilidad, existencia, necesidad.
Este instrumental operativo (semejante a un software mental) es el que hace posible la
comprensión racional de los fenómenos (intuiciones empíricas), e incluso el conocimiento
científico. Pero hay que insistir en que el conocimiento así obtenido es un “producto” ab-
solutamente subjetivo, que no corresponde a nada existente fuera de nosotros. Incluso las
llamadas “leyes de la naturaleza” son para Kant proyecciones de las categorías innatas del
entendimiento, que “organizan” en sistemas y códigos operativos estables los fenómenos
o intuiciones empíricas, de tal manera que también constituyen una elaboración exclusi-
vamente mental.
Surge entonces una nueva pregunta: si las leyes de la naturaleza son creadas por el en-
tendimiento humano, ¿por qué ha costado y sigue costando tanto descubrirlas? ¿Es que el en-
tendimiento está lleno de secretos ocultos, y es para sí mismo otro enigma que también debe
descifrar, mediante sus propias categorías?
Por último, Kant declara imposible la metafísica, afirmando que la razón no puede exce-
der los límites de las intuiciones empíricas, pues constituyen su único escenario disponible.
Según él, los temas metafísicos fundamentales son tres: el mundo (es decir, el nóumeno, en
cuanto realidad en sí, independiente del conocimiento humano); el alma (en cuanto ente in-
material); y Dios (en cuanto ser supremo también espiritual). Su argumento para descartarlos
de la reflexión filosófica es que el mundo, el alma y Dios son tres “ideas absolutas y vacías”,
nacidas de una “extralimitación lógica” de la razón.

256
Sebastián Burr

Siguiendo con sus inconsistencias, Kant no explica por qué el hombre está constituido de
manera tan absurda, condenado a creer que vive en un mundo real, cuando el mundo es (según
Kant) sólo una ilusión generada por el hombre mismo (literalmente, una alucinación). Su única
respuesta parece ser una tautología: es así porque es así, y no es posible avanzar un paso más allá.
Esta es en síntesis (sin entrar en los laberínticos y a veces casi incomprensibles razonamien-
tos de Kant) la teoría kantiana sobre el conocimiento humano (su naturaleza, su validez, sus pro-
cesos, sus alcances y límites, etc.). En esos dédalos se encuentran hoy entrampados gran parte de
los filósofos contemporáneos, cuyo único tema es la reflexión epistemológica, en la que dan vuel-
tas una y otra vez, sin lograr romper el hermético encierro en que dejó sumida Kant a la filosofía.
Sin embargo, paralelamente, el pensamiento kantiano ha sido objeto de toda clase de
críticas, que señalan de distintas maneras sus numerosas contradicciones e incongruencias.
Tampoco registraré aquí esas críticas, que, siendo válidas, se embarcan a menudo en análi-
sis tan densos como los de Kant. Me remitiré a un criterio más simple, pero igualmente eficaz,
porque se sustenta en la lógica esencial de la racionalidad humana: la lógica del sentido común.
A mi juicio, la mayor contradicción del sistema kantiano es que desemboca en la aboli-
ción total de la realidad, a tal punto que hace desaparecer incluso a los seres humanos. Eso no
lo dijo nunca Kant, pero es una conclusión estrictamente lógica de su epistemología.
En efecto, si todo lo que creemos percibir como mundo físico exterior es sólo un “cuadro”
imaginario elaborado por las “categorías a priori de la sensibilidad”, también son imaginarios
los cuerpos humanos, y sólo nos parece que existen porque los percibimos, pero no pasan de
ser “ilusiones empíricas”. Más aún, lo que cada uno percibe como su propio cuerpo es igual-
mente ilusorio, y por lo tanto tampoco existe. Sólo existirían “sensibilidades” y “entendimien-
tos” incorpóreos, ¿dónde, flotando en el vacío? Pero entonces no se entiende cómo pueden
comunicarse entre sí, cómo puede haber relaciones humanas (que requieren cuerpos). Y si
seguimos aplicando el sentido común, es forzoso concluir que ni siquiera existió Kant, pues no
existió su cuerpo, ni sus obras, pues fueron escritas en libros imaginarios. Y si existió, fue una
razón sin cuerpo, confinada en la absoluta soledad de sí misma. ¿Para quién escribió, entonces?
Pero no pudo escribir, puesto que si trató de hacerlo lo hizo sólo imaginariamente. En realidad,
resulta bastante incoherente plantear este juego de ilusiones que se muerden la cola una y otra
vez; pero eso mismo demuestra que la epistemología kantiana carece de toda lógica.
Los absurdos que se derivan de la teoría de Kant son prácticamente incontables, tantos
cuantos hechos intentemos examinar basándonos en sus postulados.
Ahora bien, a mi juicio, el colosal intento de Kant sigue en pie, como la exigencia crítica más
rigurosa que se ha hecho hasta hoy a la filosofía. Pero su decisión de cortar todos los vínculos
con la realidad no tiene destino. Y eso lo confirma el propio Kant en su segunda obra capital, la
Crítica de la Razón Práctica, donde trata de encontrar los fundamentos y dinamismos operativos
de la moral humana. Intento inútil, porque ha desconectado el conocimiento de todo lo real, y en
consecuencia, no encuentra otra opción para su teoría moral que una vía no científica ni filosófica:
la vía de la fe. Y esa vía, inevitablemente, será tan subjetiva e irreal como su epistemología.
En resumen, la teoría kantiana del conocimiento representa el grado más extremo del
empirismo y del idealismo racionalista.
El realismo filosófico había reconocido en su justo valor las dos fuentes esen­ciales del
conocimiento humano: la experiencia de los sentidos y la función abstractiva de la razón,
que captaba las esencias de las cosas (sus significados) y las hacía cristalizar en conceptos. Y
ambos procesos partían de la realidad y terminaban en ella, haciendo del conocimiento un es-
pejo suficientemente idóneo de los hechos físicos y metafísicos. Pero el itinerario falsamente
criticista de Kant convierte al sujeto y sus categorías a priori en el “creador” único de todo el

257
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

saber. El examen crítico au trance, subjetivista y escéptico iniciado por Descartes con su duda
metódica, culmina en las categorías a priori de Kant, y es el signo predominante de la filosofía
postkantiana, e incluso del pensamiento y la cultura modernos, que manifiestan una verdadera
repugnancia a la objetividad realista de la filosofía clásica del ser. Una suerte de absolutismo
antropocéntrico relativista, que ha dado nuevo impulso hacia el nihilismo.
Tal es el sentido de la “revolución copernicana” llevada a cabo por Kant. A esa “revolución”
se refiere la “gran luz” de 1769, año en que Kant concibió su noción idealista de las “categorías
a priori”. “Si la intuición (la percepción sensorial) tiene que regularse por la constitución de los
objetos, no comprendo cómo se puede a priori saber algo de ella”, dice Kant al respecto.
Hasta la analogía que estableció Kant entre su teoría y la “revolución copernicana” resul-
ta impropia, pues Copérnico sólo modificó el método con que se estudiaban los fenómenos
astronómicos reales, y Kant suprimió todo contacto humano con una realidad objetiva. Es
evidente que la rígida proposición de Kant lo confina en el más hermético idealismo. En la era
postkantiana, la dispersión de la filosofía en una multitud incoherente de tendencias y sistemas
contrapuestos es todavía mayor que la que se dio en la época más caótica del neoplatonismo.
El afán científico de Kant —hacer de la filosofía un saber objetivo y eminentemente empí-
rico, sustentado en la pura razón— fue impulsado en gran medida por la efervescencia teórica
de su tiempo. Un confuso maremágnum en el que coexistían diversos idealismos (sin mayo-
res logros prácticos), posturas agnósticas, empiristas, racionalistas y positivistas, propuestas
políticas como la de Rousseau, concretada en la Revolución Francesa, un auge creciente del
método experimental de Bacon, y los espectaculares descubrimientos científicos de Galileo y
Newton, De esta manera, el propósito kantiano de poner orden en ese heterogéneo escenario
fue casi de Perogrullo. Y Kant lo intentó mediante un dualismo que según él resolvía las pugnas
de fondo en un “ensamble” definitivo: por una parte, afirmó que el conocimiento se limita a la
experiencia, con lo cual se alineó con el empirismo; por otra, sostuvo que toda la experiencia
es “modelada” por la razón, con lo cual se instaló en el más puro racionalismo.
Pero también fue determinante en su pensamiento la influencia de otro gran movimiento
filosófico de la modernidad: la Ilustración. El proyecto ilustrado representó un esfuerzo co-
mún de transformación y mejoramiento de la humanidad, mediante el desarrollo de su propia
naturaleza racional, pero descartando por completo la dimensión espiritual del hombre. Para
cumplir ese objetivo, la Ilustración se propuso dos tareas fundamentales: la progresiva deve-
lación de las leyes de la naturaleza y el ordenamiento “científico” de la vida humana. Los dos
grandes ilustrados, Newton y Rousseau, influyeron fuertemente en Kant. Newton represen-
taba la culminación de la ciencia moderna, pues se pensaba que su metodología, al combinar
la experiencia empírica y la razón, abría posibilidades sin límites a la investigación científica,
y demostraba el éxito que se podía alcanzar al concentrarse en el estudio matemático de los
fenómenos. Así, uno de los objetivos kantianos fue clarificar filosóficamente las condiciones
de posibilidad de la física newtoniana. Por su parte, Rousseau era el filósofo de la “nueva so-
ciedad”, de la subjetividad capaz de emanciparse del determinismo causal del mundo físico.
Rousseau reforzó la convicción de Kant sobre la autonomía de la moral respecto a las leyes de
la materia, y lo indujo a proclamar esa autonomía según códigos exclusivamente rousseaunea-
nos. Newton y Rousseau, reino de la naturaleza y reino del nuevo orden social; causalidad
y libertad. Dos mundos de los que Kant se siente ciudadano, dos legalidades a las que está
sometido. ¿Pueden conciliarse la causalidad física y la libertad moral? El planteamiento kan-
tiano pretende lograr esa conciliación, por una vía idealista, racionalista y cientificista. Pero
su total desconexión de la realidad vicia de raíz y hace completamente inaplicable el quizás
más grandioso esfuerzo filosófico de la historia.

258
Sebastián Burr

El hermético subjetivismo de la moral kantiana

En su Crítica de la Razón Pura, presentada en 1781, Kant afirma la imposibilidad del hombre
de conocer cualquier realidad metafísica. Y en su Crítica de la Razón Práctica, presentada en
1788, dice que aspira a hacer una “fundamentación metafísica de las costumbres”.
Una de las principales preocupaciones filosóficas de Kant era determinar si la razón
tiene un carácter moral o práctico. Y concluye que sí lo tiene, y que en ese ámbito posee li-
bertad, pues ahí sus operaciones se orientan específicamente a la acción. La razón práctica es
libre, y eso constituye la piedra angular de su sistema, pues es la clave humana del mismo, y
en la medida en que el hombre toma conciencia práctica de su libertad, se configura como un
Yo personal. En síntesis, la crítica kantiana apunta a analizar y comprender las posibilidades
y los límites de la razón, tanto en su función teórica como en su función práctica. Su objetivo
es dar respuesta a dos preguntas fundamentales: 1) ¿Qué puedo y qué no puedo conocer?
2) ¿Qué puedo hacer, y cómo debo actuar?
Sin embargo, al decretar que es imposible para el ser humano conocer la realidad, y al po-
ner finalmente en duda la existencia misma de un mundo externo, independiente del hombre,
Kant no puede arrancar de ninguna base sólida, de manera que el entendimiento, la libertad,
la fe natural, etc., se convierten en simples hipótesis subjetivas.
En cuanto a su teoría moral —considerando que Kant se formó en un ambiente pietis-
ta de raíz luterana—, presenta dos o tres singularidades. En primer lugar, es una moral del
deber, pero del deber no fundamentado en algo objetivo, sino en una mera exigencia de la
conciencia, que de alguna manera traduce en su famosa máxima: “Obra de tal manera que tu
obrar pueda convertirse en norma universal”. En principio, eso está bien: Kant tenía buenas
intenciones; de hecho era muy serio y buena persona; tenía grandes esperanzas en la moral
humana, y en rigor, su posición era contraria al relativismo. Pero lo que pasa con el “obra
de tal manera que tu obrar pueda constituirse en norma universal”, es que cualquier persona
puede cometer cualquier atrocidad o cualquier crimen, y decir que “lo hizo en conciencia”,
porque Kant instala la conciencia en una autorreferencia exclusivamente subjetiva, dentro de
una “burbuja” enteramente personal, desconectada de todo orden superior y absoluto, que le
permite decidir por sí misma lo que está bien y lo que está mal. De esta manera, mi conciencia
es absoluta para mí, y con ella puedo respaldar cualquier cosa.
Generalmente, un verdadero kantiano obra de acuerdo a la máxima de Kant. Pero esa com-
pleta subjetividad abre la puerta al egocentrismo moral, puesto que, al desaparecer todo refe-
rente objetivo, cualquiera puede creer que lo que le parece bueno para sí mismo tiene derecho a
transformarse en norma universal. Un juego extraordinariamente peligroso, porque la carencia
de objetividad puede dejar entrar en la mente toda clase de percepciones morales erróneas, e
incluso patológicas. El error esencial en el que se puede desembocar a partir de la moral kantia-
na, es creer que uno es bueno porque es buena su conciencia, y porque es buena su conciencia
es buena su moral, y superior a la de los demás. De esa hermética autorreferencia surgen los
totalitarismos, en los que cualquier político con el poder en sus manos se permite cualquier
ingeniería social, o incluso gigantescos exterminios, como los que se consumaron en el siglo
XX. Kant buscaba un “mecanismo” moral universal y válido para todos, pero le falló, pues
cayó en la arbitrariedad, y lo peor es que extendió esa arbitrariedad a todos los seres humanos.
El dilema que se plantea es el de una moral autónoma226 en contraposición con una moral
heterónoma227, que se basa en una ley moral reguladora del propio arbitrio. Pero se trata de un

226 Que opera basada en referentes propios y meramente subjetivos.


227 Que se rige por un orden moral objetivo, independiente del sujeto, y que orienta el ámbito moral subjetivo.

259
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

dilema aparente, porque en realidad la moral es a la vez autónoma y heterónoma. Heterónoma


en cuanto yo no soy el “creador” del orden moral, pero autónoma en cuanto mi subjetividad y
mis intereses personales deben estar implicados de lleno en el proceso. Una moral exclusiva-
mente heterónoma es un moralismo sin contenido, como el de los fariseos, que creían a pies
juntillas en los diez mandamientos pero no cumplían ninguno. La moral realista y equilibrada
es simultáneamente heterónoma y autónoma.
Sin embargo, para que alguien pueda operar acertadamente en los ámbitos de la hetero-
nomía y la autonomía, necesita una sólida preparación teórica, vivir en praxis y tener ciertas
convicciones morales y éticas no autorreferentes, sino emanadas del orden natural. En esa tri-
logía se juega su libertad, y por lo tanto su felicidad. Este es uno de los mayores desafíos de la
condición humana y de la cuestión sociopolítica, pues ensamblar política e institucionalmente
esos dinamismos exige rigor y coherencia, y el rigor y la coherencia no son valores aceptados
por el modernismo “progresista”, no obstante su discurso de pluralismo y diversidad.
Volviendo a Kant, creo necesario insistir en el carácter extremadamente ambiguo y pe-
ligroso de su filosofía, pese a sus buenas intenciones. Antes de ser pietista luterano, Kant
era ateo, y el solo título de una sus obras, La religión dentro de los límites de la mera razón,
permite hacerse una idea de esa ambigüedad. Lo que en el fondo quiere decir Kant es que
la religión, es decir, la fe, emana exclusivamente de la razón, y es una categoría a priori del
entendimiento. Una de las afirmaciones kantianas al respecto es que “el advenimiento del
reino de Dios consiste en el paso de la fe religiosa a la pura fe racional”. Eso significa que,
cuando el hombre logre dejar atrás la religión de los dogmas y acceda por sí mismo a un credo
racional, entonces habremos llegado al reino de Dios. En pocas palabras, dice que el reino de
Dios consiste en perder la fe y en convertirlo en una pura instancia de la razón.
En este libro se está tratando de fundamentar la ética y la moral en un referente objetivo
y superior, válido para todo el género humano —posibilidad negada por el modernismo—,
pero no meramente filosófico, sino incluso trascendente al orden natural. En metafísica se
sabe que, cuando se elimina el orden sobrenatural, cualquiera que éste sea, también el orden
natural queda hecho polvo.
De hecho, vemos cómo la supresión de la religiosidad ha terminado aboliendo el orden
natural, y reemplazándolo por una libertad voluntarista que no reconoce códigos morales
y que nunca se detiene. Lo único que ha logrado el voluntarismo moderno es instaurar una
cultura obsesionada por el cambio, que se mueve sin cesar hacia no se sabe dónde, sin im-
portarle esa carencia de brújula hacia el futuro, porque considera que todo cambio es per se
“progreso”. Pero el desarrollo humano real, desde una perspectiva moral y de expansión de
la libertad, no emana de ese modelo tecnocrático de progreso, ni siquiera contabilizando a su
favor todo el avance tecnológico.

El Estado absoluto de Hegel

En la filosofía de Friedrich Hegel (1770-1831) encontramos otra variable del racionalismo


idealista de Platón. Una repetición que a estas alturas empieza a resultar cansadora, y que sin
embargo aún no ha terminado.
Hegel, que acusa influencias kantianas, parte diciendo que el primer gran filósofo es Baruch
Spinoza, pero que el filósofo más grande es él mismo. Hegel apela a la teología de la Trinidad, y
dice que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son otra cosa que el Absoluto que se despliega
en la historia para “hacerse” a sí mismo. En ese proceso, que se inicia en el “punto cero” del

260
Sebastián Burr

universo y que avanza a través de sucesivas transformaciones hasta llegar al género humano,
pasamos de la conciencia individual del yo al nosotros, y el nosotros es la conciencia colectiva
que se desarrolla a través del Estado. Para Hegel, el Estado no es otra cosa que la providencia
de Dios en la tierra, con lo cual instaura un ateísmo utilitario y político de la más alta refinación.
Quizás la declaración más inhumana y escalofriante de Hegel es aquella de que “el Espí-
ritu pasa por la historia”. ¿Qué significa tal enunciado? Que Dios es un proceso que transita
de la nada al absoluto, un Dios mutante que se va construyendo a sí mismo a través de la
dialéctica del mundo, en la que cada fase, incluida la “fase humana y su historia”, no tiene
ningún valor intrínseco, pues sólo constituye un tramo desechable de la marcha del Espíritu
hacia su propia divinización final. Y según la teoría hegeliana, en estos momentos estamos en
la fase del Estado, que es la punta de lanza de la dialéctica histórica del mundo. Por lo tanto,
el Estado tiene pleno derecho de someter a sus designios a todos los seres humanos.
Basándose en ese “principio” hegeliano, análogo al de Rousseau, muchos regímenes po-
líticos actuales, en lugar de aplicar una justicia que emane de la ontología humana, someten
a los ciudadanos a sus designios de poder, mediante la democracia representativa, una edu-
cación de datos y no de desarrollo del entendimiento, una sociedad salarial que impide la
autodeterminación y bloquea la autosuficiencia de los trabajadores, y las mil y una manipula-
ciones de las conciencias a través del lenguaje y la retórica fraudulenta.
Evidentemente, la propuesta de Hegel no ha logrado implantarse ciento por ciento en nues-
tro mundo contemporáneo. Pero tanto su filosofía como la de Spinoza han instituido un modelo
del Estado cuyo designio nuclear es causar que todos los hombres piensen lo que quieran, para
que todos piensen igual. Y si se quiere hacer “el bien social”, hay que controlar el poder políti-
co y el Estado, lo que conduce inevitablemente a que predominen las formas colectivistas y no
las que emanan de la ontología humana. Hoy día hay en nuestro país políticos activos que se
han declarado hegelianos. ¿Sabrán realmente en qué consiste la filosofía de Hegel?
Es así cómo en el modernismo, caracterizado por la democracia representativa que nos
rige, se ha terminado por pasar de un estadio en que todos piensan lo que quieren para que to-
dos piensen igual228, a otro en que muchos no piensan casi nada —pudiendo pensarlo todo de
buena manera—, pues se han quedado sin referentes ontológicos y reales en que fundamen-
tarse. La consecuencia es que un gran número de ciudadanos están requirierndo un asisten-
cialismo generalizado, pero al mismo tiempo sintiéndose dignos de todo, y sin casi ninguna
responsabilidad. Spinoza dice que no hay nadie que sea libre, y al mismo tiempo proclama la
libertad de conciencia. ¿Quién entiende?
Para Hegel, la voluntad racional existe en la persona humana nada más que de un modo
virtual, y sólo a través del Estado la sociedad civil se actualiza. El Estado, en cuanto espíritu vi-
viente, es un todo cuya actividad se despliega y diversifica en actividades parciales; la justicia,
por ejemplo, adquiere existencia y resulta ser operativa por la legislación, en virtud del poder
propio del Estado, que la hace ingresar en la realidad y la protege de la subjetividad y egoísmo
de los seres humanos. De este modo, la sociedad civil es el origen de la moralidad y de su nor-
mativa. El hombre individual, cuya condición se limita a la de un mero fenómeno, queda absor-
bido dentro del todo constituido por el Estado, y carece por lo tanto de valor y sentido propios.
Aunque en esencia no son comparables, algunos principios básicos de la doctrina hege-
liana del Estado tienen innegables vínculos con el positivismo de Augusto Comte, pues éste
también suprime la persona y la sustituye por el “sujeto sociológico o estadístico”, tan en
boga en nuestra época. “El hombre propiamente tal no existe; es la humanidad la que existe
ya que la integridad de nuestro desarrollo, en cualquier aspecto que se considere, se debe
228 Este igualitarismo mental es otro de los objetivos y efectos del planteamiento de Rousseau.

261
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

a la sociedad. La causa de que la idea de sociedad continúe pareciendo un abstracción de


nuestra inteligencia es (de responsabilidad del) antiguo régimen filosófico, porque lo cierto
es que ese carácter (abstracto) pertenece a la idea de individuo, al menos en nuestra especie”.
(Comte, Cours de Philosophie Positive, cap. III, N° 55).

El positivismo y la sociología cíentífica

Fundado por Claude Saint-Simon y Augusto Comte (1798-1857) en el siglo XIX, el positivis-
mo es otro derivado del empirismo, cuya premisa básica, como ya hemos visto, es que sólo
los sentidos proporcionan un verdadero conocimiento de la realidad.
Pero los datos sensoriales (empíricos) son imprecisos, dispersos y caóticos, dice el posi-
tivismo. Es necesario convertirlos en conocimiento científico, y para eso hay que someterlos
a mediciones exactas, y luego organizarlos sistemáticamente. Y esa medición y organización
debe cubrir incluso todos los ámbitos de la vida humana, hasta llegar al plano sociopolítico.
Los postulados fundamentales del positivismo son los siguientes:
La ciencia es el único conocimiento posible, y su método es el único válido. Por lo tanto,
tratar de explicar el mundo mediante causas no accesibles al método científico no origina
conocimiento, y la metafísica, que apela a esas causas no empíricas, carece de todo valor. De
esta manera, el positivismo clausura toda injerencia del espíritu humano y de las facultades
superiores del hombre en el desciframiento de la realidad.
El método de la ciencia es puramente descriptivo, y consiste en: 1) describir los hechos
constatables empíricamente; 2) averiguar las relaciones cuantitativas constantes que existen
entre ellos, y asignar a esas relaciones el carácter de leyes fenoménicas; 3) expresarlas me-
diante fórmulas matemáticas.
Gracias a esas leyes invariables, la ciencia positiva puede descubrir la génesis evolutiva
de los hechos más complejos a partir de los más simples, y predecir los comportamientos futu-
ros de los fenómenos físicos. Pero toda indagación sobre el origen y la finalidad del universo,
sobre la existencia de Dios, sobre la condición espiritual del hombre o sobre el sentido de la
vida humana, cae fuera del método científico; por lo tanto, es completamente inútil. En último
término, el positivismo declara que nada de eso existe.
Siendo el método de la ciencia el único válido, se extiende a todos los campos de acti-
vidad del hombre, al punto que la vida humana misma, y todas sus manifestaciones sociales,
deben ser orientadas y regidas por dicho método.
Ahora bien, como los datos que captan los sentidos son exclusivamente materiales, cuan-
tificables y medibles, la conducción positivista de los asuntos humanos se convierte por su
propia lógica en un totalitarismo materialista, en el que las categorías mecanicistas sustituyen
por completo los requerimientos, anhelos y dinamismos naturales del ser humano: la reflexión
metafísica, las búsquedas trascendentes, la praxis moral, la ética social, las experiencias esté-
ticas, los sentimientos, la poesía, el amor, etc. En resumen, todo lo que no puede ser medido o
regulado matemáticamente queda excluido de ese modelo herméticamente cerrado.
Así lo proclamó explícitamente Augusto Comte: “La vida social debe ser parte de la física
mecánica que deriva de la mecánica de Newton”. Lo que no sabía Comte era que las mecánicas
físicas conforman una integración de tal magnitud, que es imposible construir una ecuación ma-
temática que la explique, y no son pocos los científicos actuales que están aceptando la existencia
de un orden superior al constatar tan gigantesco y universal ordenamiento, que además interactúa
sincrónicamente y sin chocar entre sí, salvo mínimas excepciones que confirman la regla.

262
Sebastián Burr

Comte culmina su “manifiesto” positivista con esta declaración monolítica: “La única
verdad absoluta es que todo es relativo”. Pero esa misma “máxima” destruye su propio pos-
tulado, pues siendo todo relativo, también es relativa la verdad absoluta del relativismo. Esto
es tan evidente, que tampoco resiste mayor análisis.
El positivismo pretendía hacer de la filosofía un instrumento concreto de manejo de la
sociedad. Ese instrumento fue la “sociología científica” fundada por Comte, que se basa en la
medición estadística de los comportamientos humanos, y que convierte en norma social los
comportamientos de las mayorías, con prescindencia absoluta de su carácter ético y moral.
En eso consiste el “derecho positivo”, que se nutre de los catastros estadísticos empírico-
cuantitativos-racionales, y que rige en buena medida el orden jurídico de muchos países de
Occidente, incluido Chile.
La pretensión positivista es regular por completo la vida moral, social, familiar, legal
y política del hombre, con la misma precisión matemática que rige los fenómenos físicos.
Es así otra suerte de idealismo racionalista, esta vez de carácter materialista-estructural, que
intenta imponer una forma única de interpretar la realidad. Incluso una variante del positi-
vismo, al constatar que la religiosidad es un “fenómeno” predominante en las sociedades hu-
manas, ha promovido la instauración de una religión única, secularista y tecnocrática, intento
que ha cristalizado por una parte en la masonería, y por otra, en ciertas corrientes cristianas
adscritas a la sociología religiosa.
El positivismo ha presidido la primera participación de la ciencia moderna y de la in-
geniería en la organización social, y trata de extender su influencia a todos los ámbitos del
quehacer humano. De ahí que hoy existan, además del positivismo sociológico, el positivis-
mo moral, el positivismo religioso, el positivismo familiar, el positivismo jurídico, el positi-
vismo lógico, el positivismo histórico, etc.

Las grandes aspiraciones del liberalismo y su germen autodestructivo

Después de Rousseau, Hegel, Kant y Comte aparecen Karl Marx (1818-1883) y la consolidación
del Estado socialista totalitario en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1920-1989);
y simultáneamente otros idealismos sociopolíticos de raíz platónica, como el Estado nacional-
socialista (nazi) (1933-1945) y el fascismo (1919-1945), con sus racismos e intolerancias incor-
poradas. Regímenes totalitarios que, si bien eran políticamente distintos, hicieron suyo el mismo
principio del Estado liberal absoluto, racionalista y socializado. Cabe decir que la mayoría de los
proyectos totalitarios tienen pretensiones políticas a escala planetaria, y que siempre se funda-
mentan en un racionalismo teórico y por lo tanto irreal, al más puro estilo de Platón.
El Estado liberal reproduce una y otra vez su germen autodestructivo; todo lo que logra
armar de acuerdo a códigos mínimos de la razón y de la coherencia, es modificado una y otra
vez para intentar un nuevo orden, aunque su inutilidad sea algo ya completamente probado.
Eso ha hecho surgir en Occidente el guruísmo; un desfile permanente de gurúes internaciona-
les que vienen a nuestro país para decirnos cómo es la realidad y cómo debemos conducirnos
en ella, siempre con recetas y discursos distintos. Y curiosamente, siempre tienen auditorio.
Todo esto ocurre porque el Estado liberal desechó toda expansión superior del ser hu-
mano. Aún más, su concepción extrema y falsa de la libertad, que cuenta con el apoyo de la
“conciencia” individualista, lo obliga a mantener una agenda a cualquier costo, para que se vea
“progreso”. De esa dialéctica progresista surgen las propuestas de “suicidio asistido”, “aborto
terapéutico”, “matrimonio entre homosexuales”, etc., todas respaldadas por un lenguaje entre

263
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

eufemístico y renovado, aunque después descubran que las cosas no funcionan y maniobren
en reversa para proponer opciones clásicas que anteriormente fueron desechadas por ellos
mismos, pero que presentan como innovaciones propias. Y más allá de que pocos se dan
cuenta de la farsa mediática, nadie se hace cargo posteriormente del costo psíquico o moral
que cobran en los ciudadanos sus iniciativas.
La libertad absoluta es un sofisma. Porque la libertad, que reside en la voluntad, exis-
te para que cada ser humano pueda elegir entre fines o bienes que considera provechosos
para sí mismo, aunque su percepción valorativa esté equivocada. Pero decir que cada cual
es libre para abandonar por ejemplo a un hijo, o robar a los pobres, o desfalcar al Estado o
matar, y llamar a eso libertad, es simplemente un disparate contra la naturaleza y la razón
humana. Un padre o una madre no son libres respecto de sus hijos. Están coaccionados por
su propia condición humana natural, y son responsables de ellos. La libertad existe para
escoger libremente229 dentro de dos o más opciones éticas, no para que cada cual haga lo
que le parezca, sin discernimiento alguno entre el bien y el mal. La libertad es un gigantesco
privilegio humano, que por lo mismo hay que manejar con enorme respeto; no es un dina-
mismo autorreferente e irrestricto.

Consecuencias morales, sociales y psicológicas del relativismo.

La confusión moral, ética y psicológica provocada por el relativismo y sus eufemismos se-
mánticos: tolerancia, diversidad y pluralismo, está causando un efecto casi letal en el enten-
dimiento y la voluntad humanas, sólo comparable al que produce la radioactividad en los
organismos vivos: si bien no se ve, no se siente y no se huele empíricamente, el relativismo
mata el espíritu del hombre, el de la familia y el de la sociedad, pues le quita sus referentes
objetivos. Y más allá de la pobreza material que genera, es en el ámbito de las patologías
mentales donde más fuerte resuena, porque el entendimiento humano necesita su “sistema
operativo” para entender, y no puede andar divagando en una permanente circularidad, bus-
cando y buscando en qué afirmarse para decidir qué acción emprender. Muchos ni siquiera
saben en qué consiste caer en la oscuridad psíquica, oscuridad que pueden llegar a padecer
masivamente nuestros niños, adolescentes y adultos.
El principio liberal-relativista de tolerancia irrestricta, que subsiste casi sin cambios res-
pecto de cómo lo aplicaban los viejos liberales del siglo XVIII, es el pivote en torno al cual
esa ideología pretende “ordenar” toda la convivencia sociopolítica. Tal principio establece que
toda persona tiene derecho a vivir según le parezca, mientras no pretenda que las normas por
las que se rige tengan validez universal. Los individuos deben buscar ciertos elementos bási-
cos en el orden formal de la organización sociopolítica, y adherir libremente a los que más les
gusten, pero respetando al mismo tiempo las creencias o preferencias de los demás. El único
principio que tiene la universalidad necesaria —exigida por la misma racionalidad liberal—
para erigirse en fundamento del orden social, es precisamente el de la tolerancia. Pero se trata
de un principio puramente formal, que no obliga a nadie a adherir a determinadas creencias, o

229 En el vuelo 93 de United, secuestrado el 11/9/01 por los terroristas islámicos, los pasajeros decidieron tomar el control
del avión después de concluir que iban a morir, pues sabían que otros tres aviones repletos de pasajeros habían sido ya
estrellados. El punto es que, antes de iniciar el ataque contra los terroristas, decidieron votar para ratificar la decisión de
salvar sus vidas. La democracia es para votar sobre opciones en torno al bien, no sobre no opciones, menos cuando se trata
de salvar la vida. Este episodio representa de alguna manera la ideologización de la democracia: no cabe votar sobre salvar
o no salvar la vida. Ni siquiera cabe votar sobre el bien humano ontológico, o sobre un bien colectivo esencial, como el
bien común político, la justicia, etc.

264
Sebastián Burr

a preceptos morales positivos. Ante ese fundamento omnímodo y absoluto del ámbito socio-
político, cualquier otro orden moral no puede ser más que individual y privado. En otras pala-
bras, la única norma que por su naturaleza trasciende el ámbito exclusivamente individual, es
que la sociedad debe existir sin normas. Es cierto que en la práctica esto es imposible, y que
los mismos pensadores liberales han intentado salir al paso de este problema, hablando por
ejemplo de normas negativas. Pero al cabo, no han encontrado respuestas adecuadas.
¿Tiene el principio de tolerancia, desde la propia perspectiva liberal, la universalidad
que él mismo se atribuye, como para ser legítimamente el fundamento de todo el orden so-
cial? Para que eso ocurriera, debería cumplir al menos con una condición: respetar íntegra-
mente cada una de las diversas creencias individuales presentes en la sociedad. Si cumple
con dicha condición, sería aplicable de manera coherente consigo mismo. Si no la cumple,
su aplicación implicaría su propia negación.
Pues bien, ateniéndonos a la condición señalada, a muy poco andar y sin necesidad de
forzar el raciocinio, aparece en toda su magnitud la insuficiencia del principio de tolerancia,
que incluso queda al descubierto siguiendo la misma racionalidad liberal. El principio de to-
lerancia permite a cada persona vivir según una determinada doctrina de fe o de moral, pero
le niega el derecho de ser consecuente con ella si tiene alcances que trascienden la privacidad,
pues le impide que la proyecte a todas las dimensiones de la vida humana, incluso al orden
político. El principio de tolerancia no lo tolera.
Es el caso de la moral cristiana, que impulsa al hombre a desear y buscar el bien no sólo
para sí mismo, sino también para el mayor número posible de personas. En la perspectiva cris-
tiana, no cabe la indiferencia ante la suerte del prójimo. Esa preocupación por el bien de otros
—que es la manifestación del amor verdadero— constituye para un cristiano el fundamento
de todas sus actuaciones públicas. Para mayor claridad, puede servir un ejemplo: quien ejerza
alguna función legislativa, no sólo deberá preocuparse de manejar honestamente sus asuntos
privados, sino también intentar, mediante la promulgación de una ley idónea, que otros hagan
lo mismo, con lo cual vulneraría el principio de tolerancia. De la misma manera, quien esté
convencido de que el consumo de una píldora produce la muerte de un hombre indefenso,
no puede sino levantar la voz con el fin de evitar tal desgracia. Pero eso no es tolerado por
los adalides de la tolerancia. Lo máximo que se le permitirá a esa persona, como “graciosa”
concesión, será que ella misma no consuma la píldora. Pero con eso se le estará denegando el
derecho a ser consecuente con sus principios, lo que equivale a ser intolerante respecto a su
decisión de impedir la muerte del otro. Así el liberalismo, bajo el manto de la tolerancia, obli-
ga a muchas creencias religiosas, y a muchas convicciones humanistas emanadas del realismo
filosófico, a despojarse de lo que les es esencial, reduciéndolas a su pura materialidad, a su
puro enunciado formal, es decir, a palabras vacías. Y somete literalmente a cada sujeto a re-
cluirse en su ámbito privado. Dicho de otra manera, el liberalismo “tolera” cualquier creencia
religiosa, moral, etc., siempre que esa creencia no se proponga o practique consecuentemente
en el ámbito público, pues en los hechos debe ajustarse sólo a “convivir liberalmente”. Se
puede adoptar una “moral”, pero en código liberal; se puede ser “católico” o “musulmán”, e
incluso conservador, pero liberalmente, etc. En el más estricto rigor, eso equivale a no tolerar
nada, a imponer el propio pensamiento a todos los demás, con lo que éstos dejan de ser lo
que son y pasan a ser, a fin de cuentas, manifestaciones particulares del único pensamiento
posible: el liberal. La “Educación para la Ciudadanía” propugnada por el progresismo español
bajo el gobierno de Rodríguez Zapatero, es un claro ejemplo de esa intolerante “tolerancia”.
La moral de la tolerancia es exactamente lo que ella misma declara intolerable: una
estructura única y totalitaria, de validez universal.

265
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El antiparaíso de la Revolución Industrial

Cuando los teóricos enciclopedistas franceses pronosticaron que los crecientes avances de la
ciencia y la tecnología, cristalizados en la industria, generarían pronto un bienestar económico
generalizado equivalente a un “paraíso en la tierra”, no tuvieron en cuenta que esos avances
no serían un “maná del cielo” que caería automáticamente sobre la población de Europa, sino
que necesitarían capitales de inversión y operación, y que los pocos que disponían de esos
capitales se convertirían inevitablemente en sus propietarios, y marginarían del control y de
los beneficios del proceso a todos los demás.
Según el consenso general, la Revolución Industrial comenzó alrededor del año 1760.
Su puesta en marcha ocurrió en Gran Bretaña, y los primeros productos fabricados industrial-
mente fueron los hilados de algodón.
La energía utilizada inicialmente para las máquinas textiles fueron las corrientes de agua
de ríos y canales (energía hidráulica). Sin embargo, a poco andar fue reemplazada por el vapor,
sistema que una vez perfeccionado por James Watts, utilizando como combustible el carbón
mineral, marcó el despegue decisivo de la industria, y permitió el desplazamiento de las fábri-
cas a las ciudades, pues ya no se necesitaban las corrientes de agua. Dicho traslado provocó un
progresivo éxodo de trabajadores rurales o semirrurales a los grandes centros urbanos.
Las siguientes cifras permiten hacerse una idea del gigantesco crecimiento de la industria
del algodón en Gran Bretaña. En 1760, ese país importaba 1,13 millones de kilos de algodón
crudo. En 1787 importaba casi diez millones, y en 1837 llegó a los 166 millones. Además,
el precio del hilo crudo fue cayendo, hasta alcanzar una vigésima parte del precio inicial, y
prácticamente todos los operarios textiles trabajaban en fábricas.
El segundo producto explotado industrialmente en Inglaterra fue el hierro, que según
Peter Hall se convirtió en “el plástico de la época”.
Un tercer avance fue la revolución agrícola, originada por los métodos de rotación de
cultivos introducidos por el vizconde Townsend y por las innovaciones de Robert Bakewell
en la crianza del ganado. La eficacia de ambas técnicas disminuyó aún más la necesidad
de mano de obra, y obligó a muchos trabajadores agrícolas a emigrar a las ciudades, donde
estaban las fábricas.
Tres fueron las principales “ventajas productivas” de la naciente industrialización. En
primer lugar, el trabajo y la capacidad humanas quedaban reemplazados por máquinas que
rendían mucho más, y que por añadidura eran rápidas, precisas e incansables. La segunda ven-
taja era que las máquinas sustituían la energía biológica (caballos, ganado, esfuerzo humano)
por energías inanimadas (el carbón, el vapor). Por último, permitían reemplazar las materias
primas de origen animal o vegetal por materias minerales, mucho más abundantes.
Ahora bien, si esas ventajas hubieran inducido a elevar el nivel del trabajo humano, asignán-
dole tareas intelectivas y creadoras, en lugar de someterlo al manejo mecánico y embrutecedor de
las máquinas, se habría cumplido un proceso realmente dignificador, y la Revolución Industrial se
habría constituido en el detonante de un inédito humanismo. El hombre se engrandece a sí mismo
cuando piensa, innova y acomete nuevos emprendimientos. Pero como en ese entonces la cultura
de Occidente estaba modelada por el empirismo materialista, alucinado por las ingenierías y las
teorías mecanicistas, el hombre de trabajo, expulsado ya de las alternativas artesanales, sufrió una
severa degradación física y moral: fue obligado a competir con las máquinas, y al mismo tiempo
colectivizado de la forma más brutal, e instalado en la sociedad salarial, condición en la que per-
manece hasta el día de hoy, y que ha sido causa quizás de los más grandes conflictos sociales y
políticos de la historia. Lo ocurrido en el siglo XX es una prueba patente de eso.

266
Sebastián Burr

En todo caso, el resultado de esa “fórmula” fue un aumento gigantesco de la productivi-


dad. Hasta entonces, todo incremento productivo había generado un rápido crecimiento de la
población, que anulaba sus efectos. “Ahora, por primera vez en la historia, tanto la economía
como el conocimiento estaban progresando con la suficiente rapidez como para generar un
flujo continuo de inversión y de innovación tecnológica”. (Beneficios que no se transmitieron,
más allá de aspectos formales, a la sociedad salarial). Ese cambio “transformó el equilibrio
del poder político dentro de las naciones, entre las naciones y entre las civilizaciones; revolu-
cionó el orden social, y cambió el modo de pensar del hombre en igual medida que su modo
de hacer las cosas”. (David Landes, Wealth and Poverty of Nations).
Una de las razones por las que la Revolución Industrial despegó primero en Gran Bretaña
fue que la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas paralizaron el desarrollo del resto
de Europa hasta más o menos 1815. Pero una vez que se alcanzó cierta estabilidad política,
otros países se sumaron al proceso. Un factor fundamental de ese arranque fue la creación de
instituciones semipúblicas destinadas a proporcionar créditos para financiar las nuevas inver-
siones. Se destacaron en eso la Sociéte Générale, de Bruselas, y el Seehnandlung, de Berlín,
entidades que impulsaron especialmente el desarrollo de los ferrocarriles.
Paralelamente, se fueron instalando escuelas de ciencia y tecnología. Francia sobresalió
en ese campo, con la École Polytechnique, las Écoles des Mines y la École Centrale des Arts
et Manufactures, que sirvieron de modelo a otros países.
Los centros ingleses de formación industrial se basaban en el método del “aprender ha-
ciendo”. Pero ahora se sentía la necesidad de una enseñanza teórica, pues era la única manera
de estar al día respecto de los incesantes avances que tenían lugar en toda Europa.
Las áreas principales de estudio fueron la electricidad, la química y la mecánica, que im-
pulsaron muchas de las nuevas industrias. A su vez, los crecientes requerimientos industriales
fomentaron toda clase de descubrimientos en sus diferentes áreas. Y la continua aparición
y multiplicación de nuevos productos incrementó en la misma medida el desarrollo del co-
mercio. Se creó así una especie de círculo virtuoso, cuyos tres factores se potenciaban recí-
procamente. De ahí en adelante, la expansión industrial sería la característica distintiva de la
denominada “Era del Progreso y de las Ingenierías”. La nueva revolución estaba demostrando
un grado de “eficiencia” inédito en la historia de la humanidad.
Sin embargo, ese proceso “dorado” tenía un reverso inhumano. Muchedumbres de cam-
pesinos obligados a emigrar de los campos, y grandes contingentes de artesanos cuyas crea-
ciones manuales no podían competir con los precios industriales, se emplearon en las fábricas,
donde fueron incorporados como simple “mano de obra”, con salarios bajísimos, jornadas de
trabajo de hasta catorce horas diarias, y en condiciones ambientales increíblemente insalu-
bres. Fueron reclutados además miles de niños de los asilos y establecimientos correcciona-
les, que quedaron sometidos al mismo sistema de los adultos.
Las tareas se especializaban cada vez más, y el tiempo se convertía en un factor esen-
cial de la productividad. El trabajo agrícola, que se regía por las estaciones y los cambios
climáticos, y que permitía a cada campesino abordar alternativamente diversas faenas, fue
reemplazado por rutinas uniformes y monótonas, que embrutecían aún más a los trabajado-
res. Por lo demás, el manejo de las nuevas máquinas era tan sencillo que podían ser operadas
por cualquiera, incluidas las mujeres y los niños, sin ninguna capacitación y sin necesidad de
desarrollar ninguna destreza ni aplicar la menor iniciativa personal.
Ese modelo fabril daba al propietario un completo control sobre la “masa” laboral, y le
permitía organizar “racionalmente” la producción para alcanzar el máximo rendimiento posi-
ble. Pero ese rendimiento se lograba a costa de los trabajadores.

267
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El humo y la suciedad eran la característica invariable de las ciudades industriales. No


había áreas verdes, los servicios sanitarios y el suministro de agua eran más que deficitarios,
abundaban el cólera, el tifus, las enfermedades respiratorias e intestinales. El francés Alexis
de Tocqueville, que visitó Manchester en 1935, escribió: “La civilización obra sus mila-
gros… y el hombre civilizado se transforma casi en un salvaje”.
En su novela Tiempos difíciles, Charles Dickens pintó un cuadro sombrío de la típica
ciudad industrial inglesa:
“Coketown... era una ciudad de ladrillos rojos, o de ladrillos que habrían sido rojos
si el humo y la ceniza lo hubieran permitido; pero, tal y como estaban las cosas, era una
ciudad de un rojo y negro poco naturales, como el rostro pintado de un salvaje. Era una
ciudad de máquinas y de chimeneas altas, de las cuales siempre estaban saliendo intermina-
bles serpientes de humo, que nunca acababan de desenroscarse. Tenía un canal negro, y un
río maloliente de color púrpura, y vastos bloques de edificios llenos de ventanas en los que
a lo largo de todo el día había un traqueteo y un temblor continuos, y en los que el pistón
del motor a vapor subía y bajaba de forma monótona, como la cabeza de un elefante en un
estado de melancólica locura. Tenía asimismo varias calles amplias, todas muy parecidas
entre sí, y muchas calles estrechas, también ellas bastante parecidas entre sí, habitadas por
personas igual de parecidas la una a la otra, que salían y entraban a las mismas horas,
haciendo el mismo ruido sobre el mismo suelo, para hacer el mismo trabajo y para las que
todos los días, ayer o mañana, eran iguales, y todos los años lo que había sido el anterior y
lo que sería el siguiente”.
En el siglo XIX, las condiciones de los trabajadores fabriles ingleses empeoraron aún
más. Entre 1846 y 1847, cerca de un millón de irlandeses murieron literalmente de hambre.
En 1805, el salario medio de los que manejaban telares era de 23 chelines; en 1833 había
bajado a 6 chelines y 3 peniques. En diversos períodos, desde 1811 hasta 1844, estallaron
disturbios motivados casi siempre por la escasez de alimentos. Eric Hobsbawm (de tendencia
marxista) cita a un participante en esos disturbios: “Aquí estoy entre el cielo y la tierra y Dios
es mi ayuda. Antes perdería la vida que marcharme. Quiero pan y tendré pan”.
Sin embargo, alrededor de 1830 las protestas empezaron a organizarse, hasta que fi-
nalmente se creó un sindicato general, que puso en escena “el arma definitiva: la huelga
general” (llamada también “el mes sagrado”). El mismo Hobsbawm, en su libro Industria e
imperio. Una historia económica de Gran Bretaña desde 1750, comenta así este fenómeno:
“Pero fundamentalmente, lo que mantenía unidos a todos los movimientos, o los galva-
nizaba después de sus periódicas derrotas y desintegraciones, era el descontento general
de gentes que se sentían hambrientas en una sociedad opulenta y esclavizadas en un país
que blasonaba de libertad; iban en busca de pan y esperanza y recibían a cambio piedras
y decepciones… Un estadounidense que pasó por Manchester en 1845 confiaba sus impre-
siones en una carta: ‘Naturaleza humana desventurada, defraudada, oprimida, aplastada,
arrojada en fragmentos sangrientos al rostro de la sociedad ... Todos los días de mi vida doy
gracias al cielo por no ser un pobre con familia en Inglaterra’”.
Simultáneamente a esas condiciones implantadas por el liberalismo, crecía una clase me-
dia compuesta por ingenieros y otros profesionales de la industria, por oficinistas, empleados
de comercio, profesores, empleados de servicios como hoteles, restaurantes, ferrocarriles,
barcos, etc. Esa mediana burguesía se definía a sí misma por sus diferencias con los proleta-
rios de las fábricas, y contribuyó a aumentar la brecha entre los marginados y los beneficiarios
del “progreso”. Habían surgido tres clases, que darían origen un siglo después a los “tres ter-
cios” políticos habituales en casi todo los países tercermundistas de Occidente.

268
Sebastián Burr

En conclusión, “el paraíso en la tierra” anunciado por los enciclopedistas franceses fue sólo
un mito teórico, desmentido de la manera más brutal por los hechos reales. Y los impresionantes
avances tecnológicos e industriales logrados desde entonces hasta hoy siguen desmintiéndolo,
pues sus propietarios y quienes los administran, como asimismo los legisladores políticos, han
perpetuado la sociedad salarial, si bien en condiciones menos inhumanas que las originales, pero
igualmente alienantes, como lo hemos analizado ya extensamente en el diagnóstico laboral.

Karl Marx (1818-1883)

¿Hasta qué punto las condiciones inhumanas a las que sometió a millones de trabajadores la
Revolución Industrial fueron el detonante de las teorías de Karl Marx? ¿Las habría elaborado
si los trabajadores industriales de su época hubieran tenido condiciones laborales acordes
con la naturaleza y la dignidad humanas? No es posible saberlo; pero está claro que todos
sus análisis críticos se fundaron en el cuadro dicotómico de ese entonces, en el que todos los
beneficios del auge industrial, financiero y comercial se los llevaba el capital, y la “mano de
obra” laboral recibía apenas lo necesario para subsistir, y en algunos casos ni siquiera eso.
Hemos señalado a menudo a lo largo de este libro los efectos tremendamente negativos
del marxismo en muchos ámbitos sociopolíticos del mundo contemporáneo. Es el momento
de hacer un examen más directo de sus formulaciones y del proceso que condujo a Marx a
elaborarlas y proponerlas.
El primero que hizo una denuncia pública al respecto fue el empresario Friedrich Engels.
Trabajaba en el comercio del algodón, y en 1845, después de haber constatado por sí mismo
en la ciudad de Manchester la situación de los trabajadores industriales, publicó un libro titu-
lado Las condiciones de la clase trabajadora en Inglaterra, en el que describía crudamente
la miseria material en que vivía esa clase en todo el país. Marx leyó ese libro, y quedó fuerte-
mente impactado por las revelaciones de Engels.
Marx nació en Tréveris, Alemania. Su padre era abogado, y funcionario del Tribunal
Supremo; pertenecía por lo tanto a la clase alta de esa ciudad. Marx se casó con la hija de un
barón, lo que elevó aún más su posición social. Pero después se fue a estudiar con Hegel en
Berlín. De él aprendió su famosa teoría de la tesis, la antítesis y la síntesis, que para Hegel
era la ley que regía todos los procesos históricos, y que provocaba incesantes cambios en
todo orden de cosas. Marx examinó una serie de transiciones políticas, sociales, económicas
y culturales ocurridas a través de la historia, y le pareció que la teoría de Hegel las explicaba
“perfectamente”. Mejor aún, constituía una poderosa clave para provocar el nuevo cambio
que ya tenía en mente: redefinir por completo las relaciones entre capital y trabajo.
A lo aprendido de Hegel, Marx agregó sus propias ideas y experiencias. Se trasladó a
Colonia, donde trabajó como redactor jefe de la Rheinische Zeitung, órgano de los nuevos
industriales del valle del Ruhr. Al principio se desempeñó a gusto de sus empleadores, pero de
pronto empezó a proponer medidas que lesionaban sus intereses y creencias, y finalmente fue
despedido. Viajó entonces a París, donde trató de escribir para un periódico que se publicaba
en alemán, pero las autoridades prusianas presionaron a las francesas hasta que lograron que
lo expulsaran de ese país. Al cabo de diversas peripecias, terminó en Gran Bretaña.
A esas alturas, Marx era un decidido revolucionario. Se reunió en Inglaterra con Engels,
y entre ambos redactaron y publicaron el famoso Manifiesto comunista. En ese documento
afirmaron que en el sistema capitalista, el Estado era “un comité para administrar los inte-
reses colectivos de toda la burguesía”, y que “la clase que posee los medios de producción

269
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

material a su disposición tiene el control, al mismo tiempo, de los medios de producción


mental”. Según ellos, la sociedad industrial estaba dividida en “dos grandes bandos hostiles”
enfrentados por intereses antagónicos: el proletariado y la burguesía.
Durante la década de 1850, Marx se zambulló en la sala de lectura del Museo Británico,
y “trabajando como el demonio”, fue incubando las teorías que desarrollaría en los tres volú-
menes de su obra cumbre: El capital.
Engels publicó el primer volumen de esa obra en vida de Marx, y los otros dos después
de su muerte, a partir de sus manuscritos.
Marx no se consideraba a sí mismo un mero economista, sino mucho más que eso: un
filósofo, y un sociólogo científico, a la manera de Augusto Comte, cuyos planteamientos co-
nocía perfectamente. Su preocupación esencial era la libertad política, y estaba convencido de
que las circunstancias económicas históricas habían constituido siempre el mayor obstáculo
para su verdadero ejercicio y desenvolvimiento.
Sin embargo, su concepción filosófica del mundo y del hombre era completamente
materialista. Y la sintetizó en una frase también famosa, referida al ser humano: “El hom-
bre es lo que come”. De esta manera, en contradicción frontal con su propia “cruzada de
liberación” del proletariado, proclamó un modelo filosófico cuyo absoluto materialismo
teórico degradó el trabajo humano al nivel de un mero combate por la supervivencia, y
que fue usado por los regímenes marxistas para someter a sus contingentes laborales a una
brutal servidumbre, que aplastó la libertad y toda manifestación que pretendiera exceder los
límites de la pura materialidad decretada por Marx para la humanidad. Y tampoco se explica
su idealismo político, pues según su visión el hombre era igual al más insignificante trozo
de materia, una piedra, un pedazo de metal, un fluido químico, o en el mejor de los casos,
igual a una planta o a un animal. ¿Para que, entonces, luchar por “redimirlo”, si la materia
no puede ser redimida de su condición?
Pero Marx siguió adelante con sus contradicciones (¿las advirtió, o lo hizo, pero se
desentendió de ellas?). Incorporó a su teoría la idea hegeliana de “alienación”, aplicándola a
la condición del trabajador, que parecía ser libre, cuando en realidad estaba sometido a una
completa esclavitud. Rechazó la “dialéctica del espíritu” propuesta por Hegel para explicar
la historia, y la sustituyó por la dialéctica de las condiciones materiales, que para él siempre
habían sido el factor decisivo de todos sus procesos, las que habían determinado todo lo de-
más, “desde la forma en la que pensamos hasta las instituciones que la sociedad permite y
aprueba”. Denominó a esas instituciones “superestructura”, y sostuvo que “Todas las institu-
ciones sociales derivan de ella, trátese de la ley, la religión o de los distintos elementos que
conforman el estado”. En resumen, el objetivo de la superestructura era el poder, y el poder
era la clave de cualquier cambio que se pretendiera introducir para modificarla.
Analizando la sociedad industrial, concluyó que la división del trabajo era indispensable
para lograr una producción más eficaz y rentable, pero que con eso se convertía al trabajador
en un autómata, pues las “manos fabriles” no tenían identidad, los trabajadores odiaban lo que
hacían, y no tenían control alguno sobre su quehacer. Es curioso que Marx no vislumbrara
ninguna otra salida que el antagonismo, siendo que su diagnóstico crítico (no antropológico)
era bastante acertado.
Agregó que los trabajadores no tenían conciencia de su propia alienación, y que eso se
debía a la “ideología” predominante. Esa ideología era un sistema de creencias generado
por la forma misma en que estaban organizadas la sociedad y las estructuras del poder. Esas
creencias incluían teorías sobre la naturaleza humana, que beneficiaban a la clase domi-
nante; pero eran completamente falsas. La religión organizada formaba parte de esas falsas

270
Sebastián Burr

creencias, porque enseñaba a la gente que el statu quo era la voluntad de Dios y que debía
aceptarlo, sin hacer nada para cambiar las cosas.
En concordancia con su materialismo, para Marx no existía la “naturaleza humana”. El
hombre era sólo un resultado de las fuerzas económicas, sociales y políticas que gravitaban
sobre él en cada momento histórico, y por lo tanto, podía ser modificado en la medida en que
esas fuerzas actuaran de otra manera. En esa visión, queda invertida por completo la función
del hombre en el mundo. En lugar de ser el protagonista de la historia, un “hacedor de mun-
do”, queda sometido al más completo determinismo de las circunstancias. Pero entonces,
¿cómo pretende Marx que los hombres se rebelen contra sus circunstancias y las cambien, si
son sólo respuestas automáticas y materiales a las mismas? ¿Acaso esa rebelión, para poder
llevarse a cabo, no exige que los rebeldes posean una naturaleza superior, capaz de concebir
e instaurar un nuevo orden, regido por algún concepto de justicia? Inevitablemente, aunque
no quisiera reconocerlo, la misma propuesta de Marx sobrepasa la teoría materialista en la
que se inspira, apuntando a dinamismos que pertenecen al ámbito del espíritu: la libertad,
la percepción moral del bien y del mal, la autodeterminación, que Marx concebía como un
dinamismo colectivo. Pero no percibió que no puede haber autodeterminación colectiva si
antes no se logra la autodeterminación personal.
Por otra parte, el pretendido carácter “científico” de sus teorías es otra mixtificación que
carece de todo fundamento. El solo intento de conducir “científicamente” a las personas que
componen una sociedad repite el paradigma de Augusto Comte, y demuestra que Marx cayó
también en el racionalismo idealista que marcó toda la filosofía de Platón y del neoplatonismo
hasta el siglo XVII. Esa óptica racionalista entró en pugna con sus objetivos de libertad, y
ese dualismo antagónico generó los regímenes marxistas totalitarios, que junto con proclamar
que trabajaban para crear una sociedad de hombres libres, aplicaron a todos sus gobernados
un control “científico” literalmente irrespirable, pues decretaron qué pensamientos y senti-
mientos eran leales o desleales a la “revolución”, y llegaron al extremo de “investigar” las
conciencias mediante técnicas expresamente diseñadas para tal propósito, a fin averiguar las
disidencias ocultas (que cuando se detectaban eran castigadas severamente). Una ingeniería
social, conductual e ideológica de la más alta refinación.
Según Marx, la inestabilidad económica y el conflicto de clases eran los dinamismos pro-
tagónicos de la historia. La única manera de suprimir ambas “perversiones” era una solución
definitiva: la revolución, que instauraría por fin el comunismo, la sociedad sin clases, o mejor
dicho, la hegemonía absoluta de una clase única: el proletariado. “La sentencia de muerte de
la propiedad privada capitalista está firmada”, afirmó en El capital.
El primer volumen de El capital, publicado en 1867, provocó un enorme revuelo, y con-
virtió a Marx en una figura política de primer nivel. Varios movimientos revolucionarios de
Europa lo reconocieron como el profeta “científico” de la revolución, en particular la Aso-
ciación Internacional de Trabajadores fundada en 1864, y luego conocida como la Primera
Internacional. Allí se empleó por primera vez el término “marxismo”.
Desde entonces, el marxismo ha transitado por todas las variables y concretizaciones
políticas que conocemos, hasta desembocar en su más reciente formulación: el socialismo
renovado de Antonio Gramsci, que pronto analizaremos detalladamente.
Quiero insistir en que Marx, pese a su declarado materialismo, fue eminentemente un
idealista deseoso de justicia; de hecho, su denuncia humana y social es casi impecable. Pero
se dejó seducir por el racionalismo platónico heredado de distintas maneras por numerosos
pensadores teóricos y por tantos conductores sociopolíticos. Y es posible que se hubiera
horrorizado de los regímenes marxistas que convirtieron su “sociología científica” en un

271
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sistema de esclavitud de las conciencias y de exterminio masivo de ciudadanos, quizás el


más atroz que haya existido en la historia.
Sea como sea, su propuesta de una sociedad comunista de hombres libres, inspirada pro-
bablemente por la mejor de las intenciones, es otra utopía irrealizable, pues se fundamenta en
una visión materialista y exclusivamente económica del hombre, que deja fuera su condición
moral y todos sus requerimientos trascendentes, como asimismo los constitutivos ontológicos
de su naturaleza y su individualidad.
El error de fondo del marxismo es que se sustenta en un ser humano que no existe, en una
entelequia irreal. Por eso han fracasado todos los intentos que ha hecho hasta ahora de “me-
jorar” la sociedad. Y seguirán fracasando, tanto en su nueva versión del socialismo renovado
(neogramscismo socialista post caída de los socialismos reales y del Muro de Berlin) como en
cualquier otra que pueda urdir en el futuro, y produciendo un inevitable retroceso histórico. Se
agrega a ese proceso la ceguera del neoliberalismo, que no atina a detectar ni a desarticular las
causas de fondo de tales intentos, que se suceden una y otra vez, como lo confirma el proyecto
bolivariano-marxista de Hugo Chávez en Venezuela.

El romanticismo: la ruptura de todos los límites.

“El hombre es un mendigo cuando piensa; un dios cuando sueña”.


Con esta frase, el poeta Friedrich Hölderlin definió lo que para él era el sentido fundamental
del romanticismo, un nuevo movimiento filosófico que despuntó en Alemania alrededor de
1770, y que en poco tiempo se extendió a casi todos los países de Europa.
Una vez más, el romanticismo fue una reacción. Y una reacción extrema. ¿Contra qué?
Contra todos los sistemas y moldes humanos, tanto de la época como del pasado. Contra el
cientificismo materialista-mecanicista, contra el racionalismo cartesiano, contra el progre-
sismo utilitario, contra la industrialización, contra los sistemas de vida burgueses, contra las
ingenierías sociales, contra los autoritarismos y colectivismos políticos, contra el liberalismo
economicista, contra la Revolución Francesa, contra los paradigmas culturales y religiosos,
contra los códigos morales, y en último término, contra todas las formulaciones sistemáticas
aparecidas a lo largo de la historia: filosóficas, teológicas, éticas y sociopolíticas.
La eclosión romántica, que se difundió preferentemente entre las minorías cultas de Eu-
ropa, reveló que en esas minorías había gente que estaba descontenta de muchas cosas, y
algunos hasta de todos los paradigmas instaurados hasta entonces por las culturas. Los nuevos
rebeldes no configuraban sin embargo un bloque monolítico; se daban entre ellos numerosas
diferencias; pero a todos los unía un deseo común de romper moldes establecidos y respirar
“el aire de la verdadera libertad”. Una libertad no “encadenada a la razón”, sino inflamada
por el “fuego sagrado” de los sentimientos, por los impulsos secretos del anhelo, la intuición
y la imaginación, por la “combustión interna” de cada conciencia. Era un nuevo impulso
humanista, centrado en un individualismo radical, emancipado de toda tutela externa, y al
mismo tiempo volcado a una búsqueda artística que parecía querer atrapar la Idea perfecta de
la “belleza en sí” imaginada por Platón.
La proclama romántica incitaba a toda clase de nuevas experiencias, sin límite alguno,
incluso más allá de los códigos tradicionales del bien y del mal. Una especie de aventura
dionisíaca en pos de los significados mágicos y embriagadores de la realidad y de la vida, que
según los románticos habían sido expulsados por los “anquilosamientos” sistemáticos perpe-
trados por el orden establecido a través de los siglos.

272
Sebastián Burr

Ya el Renacimiento había puesto en primer plano la autonomía del individuo, modelando


un nuevo tipo humano: el artista creador, capaz de infundir significados más reales a todas las
cosas a través de la belleza y de su propia intuición estética. Pero el artista renacentista no fue
un iconoclasta de los establishment, sino más bien un ecléctico: se abrió a todas las culturas
y corrientes de pensamiento: cristianas, griegas, romanas, mitológicas, ocultistas, esotéricas,
cabalísticas, etc., etc., para extraer de ese maremágnum todo lo que le parecía “bello” —pues-
to que si era bello, era verdadero—, con el propósito de generar una nueva cultura, plasmada
por la armonía de las formas, por el esplendor del arte. Era evidente en esa óptica la influencia
idealista o utópica del platonismo, que seguía gravitando después de más de diecinueve siglos
de existencia, y asimismo una gran capacidad creadora, luego del viaje por “el universo de los
absolutos” emprendido por casi todos los pensadores medioevales.
El romanticismo heredó ese modelo de autonomía estética subjetiva, pero lo sobrepasó
por completo, pues rompió todos los anclajes culturales. Y lo hizo en virtud de su propio axio-
ma fundacional, enunciado por los filósofos alemanes iniciadores del movimiento: no existen
verdades ni valores objetivos; cada ser humano crea sus propias verdades y valores.
Esa premisa no era nueva, sino análoga a la del relativismo empirista, y a la de los sofis-
tas griegos, uno de cuyos representantes, Protágoras, la había expresado así: “El hombre (o
cada hombre) es la medida de todas las cosas”. Pero el romanticismo le agregó otra fórmula,
eminentemente activa: la creación. Cada hombre puede crear mediante su acción verdades y
valores, y convertirlos para sí mismo e incluso para otros en verdades y valores reales.
Los principales impulsores del movimiento fueron escritores y filósofos: Schelling,
Schleger, Fichte, Hölderlin, Novalis, y en cierta medida Goethe (que fue un romántico mesu-
rado, y de ninguna manera un iconoclasta del pensamiento, sino al revés, un gran pensador).
Ya en su drama Doctor Fausto, Goethe puso en boca de Mefistófeles la siguiente crítica
al pensamiento teórico. “Gris es, amigo, toda teoría; mientras que verde es el árbol dorado
de la vida”.
En cambio Fichte, también en la línea platónico-idealista, rechaza frontalmente toda teoría
que pretenda atrapar verdades objetivas. “Yo adquiero conciencia de mi propio ser, no como
elemento de algún patrón más amplio, sino en el choque con el no-ser…(en) el violento impac-
to de la colisión con la materia inerte, a la que opongo resistencia y debo subyugar con miras
a liberar mi designio creativo”. Para Fichte, el yo es “actividad, esfuerzo, independencia.
Desea, altera y transforma el mundo, tanto en el pensamiento como en la acción, de acuerdo
con sus propios conceptos y categorías… Yo no acepto nada porque deba hacerlo… lo creo
porque así lo deseo”. Existen dos mundos, y el hombre pertenece a ambos: el mundo exterior,
gobernado por las causas y los efectos, y el mundo interior, “en el que soy por completo mi
propia creación… Mi filosofía depende del tipo de hombre que soy, y no al contrario”. .
El problema de la autonomía absoluta proclamada por Fichte, sin ningún referente ni
límite objetivo, es que desemboca casi siempre en las antípodas de lo “romántico”, como que-
dó espeluznantemente a la vista durante el siglo XX, asolado por dos guerras mundiales, dos
holocaustos nucleares, y una avalancha de totalitarismos políticos en Europa, Asia y Africa,
que exterminaron cerca de 80 millones de seres humanos. Ese rompimiento genocida de los
límites se realizó precisamente en nombre de la libertad, de la igualdad, de la democracia y
del progreso (siempre utópíco), y fue urdido por “idealistas” políticos obcecados en un racio-
nalismo tan autónomo y subjetivo como el que planteó Fichte.
Al difundirse por Europa, la marea romántica fue incorporando adeptos de toda índole:
pensadores, escritores, artistas, gente simplemente culta, y adquiriendo en cada caso diferen-
tes matices y variables.

273
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Sin embargo, simultáneamente, comenzó a producir en los románticos más radicales un


efecto opuesto a su pretensión de ascender a experiencias únicas, mágicas, y hasta místicas. Ese
efecto fue la frustración de constatar los impedimentos casi insalvables que se interponían en esa
búsqueda: no sólo los del establishment, sino sobre todo los propios límites personales. Se fue
generando así una sensación de impotencia, que pronto derivó hacia la “tristeza romántica”, la
llamada “melancolía”, que fue considerada “el mal del siglo XIX”, y que se manifestó en diver-
sos tipos de soledad y neurosis y en una literatura surcada de lamentaciones sobre la condición
trágica del ser humano, partido en dos imposibilidades: la imposibilidad de vivir en el “sórdido
mundo de lo establecido”, y la imposibilidad de acceder al luminoso mundo ideal.
¿Qué pasaba realmente con el hombre y con los sistemas politicos?, se preguntaba
cada día más gente, al revisar diversos ciclos históricos que en lugar de generar avances
producían retrocesos.
El tipo humano central de esa literatura fue el héroe romántico, cuya máxima figura fue
el Werther, de Goethe: un personaje poseído por un idealismo casi patológico, que se suicida
por un amor imposible dentro de los formatos socioculturales de su época.
La neurosis romántica afectó en mayor o menor grado a un buen número de artistas y
escritores, pero no impidió sus magníficas creaciones en los campos de la música, la pintura,
la escultura, la poesía y la literatura. La música vio nacer a verdaderos colosos de la composi-
ción: Beethoven, Berlioz, Schumann, Mendelssohn, Schubert, Lizt, Chopin, Wagner, Richard
Strauss, Tchaikovski, Debussy, Grieg, y más tardíamente Rachmaninoff.
Esa nueva música se caracterizó por romper por completo los moldes del barroco (Vi-
valdi, Haendel, Albinoni, Monteverdi, Scarlatti, etc.), y también los del clasicismo repre-
sentados por un Haydn y un Mozart (que impuso cierto rupturismo). En su libro Lives of
the Composers, Harold Schonberg dice que los compositores románticos “empezaron a usar
acordes séptimos, novenos e incluso undécimos, acordes alterados y una armonía cromática
en oposición a la armonía diatónica clásica ... los románticos se deleitaron con inusuales
combinaciones tonales, acordes sofisticados y disonancias que las mentes más convenciona-
les de la época hallaban insoportables… La música romántica tuvo así su propio sonido, rico
y sensual, y su propio tono, místico…”
La generación de escritores románticos fue igualmente impresionante: poetas como Lord
Byron, Shelley, Keats, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Musset, Verlaine, Nerval, Lautréa-
mont, Leopardi, Bécquer, Rubén Darío, Amado Nervo; novelistas como Stendhal, Victor
Hugo, Balzac, Lamartine, Gautier, Gorge Sand, Manzoni, etc.
El escritor británico Coleridge emitió sobre el romanticismo poético el siguiente epigra-
ma: “Los poetas son los legisladores no reconocidos de la humanidad”. Y el poeta chileno
Vicente Huidobro, cuyo “creacionismo” fue un trasplante del romanticismo europeo, escribió:
“El poeta es un pequeño dios”. Por su parte, Wordsworth, otro escritor inglés, temía un “apo-
calipsis de la imaginación”.
Para Shelley, el mundo era un perpetuo combate entre las fuerzas del bien y el mal. La poe-
sía de Keats estaba enlutada por la melancolía, por “la belleza que no es vida”. Byron describió
al héroe romántico como un perpetuo vagabundo, autoexiliado por su propia naturaleza salvaje.
Implacable consigo mismo y con los demás, no pide perdón de nada, ni a Dios ni a los hombres.
Su vida es un desastre, pero no quiere otra distinta. Es un “ángel caído”, dotado sin embargo
de un encanto irresistible. Sus críticos han señalado el carácter marcadamente narcisista de ese
tipo heroico, y consideran que fue una proyección literaria de la personalidad del propio Byron.
Finalmente, el héroe byroniano, gracias al talento publicitario de su autor, se convirtió en
un modelo que muchos trataron de imitar, una especie de “ídolo cinematográfico” de la época.

274
Sebastián Burr

Detrás de esas visiones tan dispares, a veces egocéntricas, a veces absortas en el “misterio
de las cosas”, despuntaba la idea de un “segundo yo”, el atisbo de que en los subsuelos de cada
alma humana había un personaje distinto, cuyo descubrimiento haría aparecer otra realidad, mu-
cho más auténtica y profunda. Eran los primeros vislumbres del inconsciente, cuya investigación
científica sería abordada en el siglo veinte. Pero en ese entonces estaba envuelto en conjeturas que
lo concebían como una entidad enigmática, “nocturna”, y hasta macabra, situada fuera del alcan-
ce de la razón, aunque capaz de alumbrar soluciones irracionales y sin embargo “mejores” que
las que podían obtenerse mediante el pensamiento lógico. Los antiguos habían llamado espíritu o
alma al inconsciente, pero no le habían asignado un carácter irracional, y menos aún “macabro”.
Enfrentado a ese mar de fondo, Novalis describió la vida como una “enfermedad de la
mente”, y Goethe calificó la poesía romántica como “poesía de hospital”. Keats decía que
escribía poesía para aliviar “el peso del misterio”.
Entre los pintores románticos se destacaron Teodoro Gericault y Delacroix. Este último
se convirtió en un intérprete del liberalismo revolucionario, y expresó la exaltación popu-
lar que puso fin en Francia al régimen monárquico pintando la “Libertad” como una mujer
semidesnuda, que incita al pueblo combatiente mientras enarbola la bandera tricolor de la
revolución. También el impresionismo, el simbolismo, el dadaísmo y el surrealismo serían
derivaciones pictóricas del romanticismo.
Ahora bien, ese enfrentamiento entre la pura subjetividad y los requerimientos pragmá-
ticos de la vida real no podía prolongarse, pues podía llegar a afectar al orden sociopolítico,
y fue resuelto por los hechos mismos en favor del más fuerte: los avances científico-tecnoló-
gicos, la industrialización, el capitalismo, el progresismo, el liberalismo economicista y sus
dos grandes iconos: la sociedad salarial y la sociedad de consumo. Materialismo humanista y
materialismo económico.
El romanticismo empezó a decaer como movimiento visible y cohesionado, hasta que pa-
reció haberse extinguido. Quedaron como testimonio imperecedero las espléndidas creaciones
musicales a las que había dado origen. Sin embargo, tal extinción fue sólo aparente, porque en
el siglo XX renació con otros nombres, e incluso con otros objetivos, aunque siempre animado
por su impulso iconoclasta de impugnar y desmantelar los establishment de toda índole.
Reapareció en una “cruzada” sociopolítica igualmente romántica, que reemplazó el in-
dividualismo subjetivo por un “nosotros” idealizado y combatiente, decidida a actuar para
eliminar del mundo las injusticias y hacer un mundo nuevo, no colectivista, no dirigido desde
arriba por jerarcas políticos, sino “embriagado” de solidaridad y fraternidad mística. Ese ro-
manticismo sociopolítico enroló y sigue enrolando a muchos intelectuales, escritores y artis-
tas de izquierda, y constituye casi el polo opuesto de los socialismos ideológicos totalitarios
instaurados por los regímenes marxistas concretos.
Por otra parte, del romanticismo del “nosotros” se ha derivado también un antiestablis-
hment errático, generador de numerosos movimientos juveniles cuya consigna es el “chipe
libre” absoluto, pero que terminan absorbiendo y borrando la individualidad de sus adeptos
en un nuevo establishment colectivista, férreamente regido por normas y consignas de las que
ninguno puede salirse, so pena de “excomuniones” sociales, cuyas consecuencias pocos se
atreven a afrontar. Los hippies, los punks, los anarquistas, los adictos al “carrete”, los mili-
tantes del “poder joven” (contra los viejos), las minorías sexuales, los vociferantes del heavy
metal, los grupúsculos que buscan experiencias “mágicas” mediante la droga, etc., etc., son
casos inequívocos de este neorromanticismo sin brújula, que no sabe adónde va, pero que en
todo caso, quizás sin saberlo, repite la consigna de romper todos los límites proclamada por el
romanticismo original, al punto de bordear el nihilismo.

275
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Asimismo, cierta literatura contemporánea está poblada de idealismos iconoclastas,


que vuelven a embestir contra todos los valores, todos los sistemas y todos los intentos de
ordenar el mundo, pero que casi nunca proponen nada, salvo esa demolición irracional,
literalmente patológica.
Nos encontramos así ante un nuevo dualismo reduccionista, configurado por el neorro-
manticismo y el progresismo pragmático. Los románticos contemporáneos tienen razón en
su deseo de libertad, de experiencias mágicas, de plenitud existencial. Pero no la tienen al
descartar los requerimientos pragmáticos del ser humano, que también pertenecen a la on-
tología natural del hombre. Y sobre todo, se equivocan al creer que sus deseos de acceder
a zonas “más potentes” de la vida se pueden cumplir mediante el subjetivismo errático y la
soberbia intelectual —individualista o colectivista­—, desconectada de todo código objetivo
de la realidad, porque por esa vía nunca se cumplen. El pragmatismo “progresista” también
tiene razón al procurar satisfacer en la mayor medida posible las necesidades de bienestar
material. Pero no la tiene al descartar la libertad intrínseca como dinamismo esencial de la
autodeterminación humana, el desarrollo de las facultades superiores, la praxis moral, el bien
común político, y los ámbitos trascendentes de la vida. Y también se equivoca al creer que
las necesidades pragmáticas pueden satisfacerse mediante fórmulas ideológicas y colectivis-
tas, sin poner en juego la autosuficiencia activa y creadora de cada persona. Sólo los códigos
del orden natural y de la antropología humana pueden señalarnos cómo ensamblar ambos
designios en una síntesis unitaria, que dé a cada uno su verdadero lugar, y los convierta en
coprotagonistas de una misma y gran reformulación cultural y sociopolítica.

Sigmund Freud: la dogmática del inconsciente.

Otro producto del modernismo, que pretendió abordar un ámbito completamente nuevo,
pero con un enfoque igualmente materialista, fue la teoría del inconsciente elaborada por
Sigmund Freud (1856-1939).
A nivel de la “cultura popular”, Freud es conocido hoy como el gran descifrador del
inconsciente, el que logró los mayores descubrimientos sobre esa zona desconocida de la
psiquis humana. Pero esos “descubrimientos” tuvieron mucho de invenciones teóricas que él
mismo se fabricó, manipulando sus investigaciones y las de otros especialistas para hacerlas
calzar con sus teorías.
La influencia de Freud ha sido exclusivamente cultural, no científica, pues sus formula-
ciones no se fundaron en los hechos reales, y difundió una imagen del inconsciente bastante
aciaga, e incluso temible, al sostener que estaba animado por dos instintos igualmente mal-
sanos: la libido o deseo sexual, que según Freud era el motivo de fondo de todas las acciones
humanas, incluso de las búsquedas del espíritu, y el thanatos, que impulsaba a destruir todo
aquello que se oponía a los impulsos de la libido. Esos dos instintos constituían para él algo
así como el “magma interno” del inconsciente, y la única manera de evitar sus efectos catas-
tróficos era “sublimarlos” en formas civilizadas de conducta. Pero siempre estarían ahí, como
dos poderes irracionales que había que mantener a raya.
A esos dos “poderes” del inconsciente, Freud agregó la figura del “trauma”, que definió
como una grave “lesión mental”, sufrida a raíz de alguna experiencia terrible y no racionali-
zada vivida en el pasado (infancia o adolescencia), que las personas intentaban olvidar “se-
pultándola” en su inconsciente, pero que seguía actuando desde ahí, y provocando distintos
tipos de neurosis. Otras figuras freudianas fueron el “complejo de Edipo” (atracción sexual

276
Sebastián Burr

del niño por su madre) y el “complejo de Electra” (atracción sexual de la niña por su padre),
igualmente ocultos, e igualmente detonadores de anomalías psíquicas.
Freud ha sido divulgado profusamente, y esa divulgación provocó y sigue provocando
en un buen número de personas la creencia (y el consiguiente temor) de que sus vidas están
gobernadas protagónicamente por un “personaje” incógnito alojado en los subsuelos de su
mente, y que ese personaje es una especie de “caja de Pandora” de la cual sólo pueden salir
trastornos y quebrantamientos existenciales. Hasta ese punto consiguió Freud transmitir a la
posteridad su visión morbosa del trasfondo de la psiquis.
Sin embargo, a nivel de los psicólogos y psiquiatras, las teorías de Freud han sido some-
tidas a numerosas críticas, y si bien todavía hay algunos que se declaran freudianos, lo son en
un sentido restringido, pues toman de sus teorías lo que consideran útil, y les agregan otras
interpretaciones y manejos que las modifican de una u otra manera.
Dice Peter Watson, en su libro Ideas, que existe “… un enorme abismo entre lo que el común
de la gente piensa de Freud y lo que opinan de él la mayoría de los psiquiatras profesionales”.
En su juventud, Freud tenía fama de ser un “ratón de biblioteca”, pero al mismo tiem-
po se lo consideraba carismático, debido a su arrogante seguridad y a su abundante cabello
negro. Acusaba además una notoria megalomanía: se imaginaba ser Aníbal (el gran general
cartaginés), Oliverio Cromwell, Napoleón, o Cristóbal Colón. Cuando se hizo famoso, se
comparaba con Copérnico, Leonardo da Vinci, Galileo y Darwin. Fue ensalzado por André
Breton, Theodore Dreiser, Salvador Dalí, y Thomas Mann lo llamaba “el oráculo”, aunque
más tarde se retractó de ese error.
Una primera desmitificación de Freud consiste en señalar que no fue el descubridor del
inconsciente, como él lo proclamó. El investigador Guy Claxton señala que ya en el año 1000
a. C. existían ideas sobre el inconsciente en los templos de Asia Menor, que la concepción
griega del alma implicaba “profundidades desconocidas”, y que Pascal, Hobbes y Edgar Allan
Poe, entre otros autores, intuyeron que el yo tenía un doble oculto, que influía en el compor-
tamiento y los sentimientos humanos. Dice Mark Altschule, en su libro Origins of Concepts
in Human Behavior: “Es difícil encontrar un psicólogo o psicólogo-médico del siglo XIX que
no reconociera la existencia de actividad cerebral inconsciente, no sólo como algo real, sino
también de la mayor importancia”.
Por su parte, Henri Ellenberger, en una documentada obra titulada El descubrimiento del
inconsciente, registra a los precursores del psicoanálisis, y examina el contexto cultural del
siglo XIX respecto a ese tema. Entre esos precursores señala a Franz Anton Mesmer (1734-
1815), que fue comparado con Cristóbal Colón, pues se pensaba que había descubierto “un
nuevo mundo”, el mundo oculto de la mente. Mesmer trataba a sus pacientes con imanes
(magnetismo), y luego lo hizo el marqués de Puységur (1751-1825), que introdujo dos nue-
vas técnicas: la “crisis perfecta” y el “sonambulismo artificial”, ambas provocadas al parecer
mediante hipnosis magnética.
El precursor más cercano a Freud fue Jean-Martin Charcot (1835-1893), famoso neuró-
logo que aplicó igualmente la hipnosis en sus tratamientos, convencido de que ese método
influía en el inconsciente y permitía curas más rápidas y eficaces. Freud estudió durante cuatro
meses con Charcot en el hospital de Salpétriere de París, y decidió aplicar el hipnotismo en
sus propias terapias. Pero después de Freud, la hipnosis fue siendo descartada progresivamen-
te, por no considerársela confiable en los tratamientos psiquiátricos.
Los médicos que empleaban el magnetismo constataron que cuando inducían en un pa-
ciente el sueño magnético, “se manifestaba una nueva vida de la que el sujeto no tenía con-
ciencia, y que entonces emergía una personalidad nueva y con frecuencia más brillante”. Esa

277
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“segunda mente” provocó un gran impacto en los círculos profesionales, y pronto se acuñó el
concepto de “doble ego”. Max Desoír, en un libro titulado precisamente El doble ego, publi-
cado en 1890, dividió la psiquis en la “conciencia superior” (Oberbewussten) y la “conciencia
inferior” (Unterbewussten). Según él, esta última conciencia se revelaba a veces en los sueños.
Hubo además un factor cultural, mencionado en el subcapítulo anterior, que contribuyó
en gran medida a la difusión de la idea del inconsciente: el Romanticismo. Dice Henri Ellen-
berger que ese movimiento estaba vinculado estrechamente con el inconsciente, debido a su
teoría de los “fenómenos primordiales” y de las metamorfosis que provocaban. Heinrich von
Schubert sostenía que el hombre era una “estrella doble”, dotada de un segundo centro (el
inconsciente). Otros románticos hablaban de un “supernosotros”, de la “planta primordial”,
del “amor propio”, del “sentido universal”, etc.
Por añadidura, varios filósofos escribieron sobre el inconsciente antes de Freud, por
ejemplo, August Winkelmann, Introducción a la psicología dinámica (1802); Eduard von
Hartmann, Filosofía del inconsciente (1868); W. B. Carpenter, Unconscious Action of the
Brain (1872); J. C. Fischer, Hartmann’s Philosophie des Unbewussten (1872); etc.
Schopenhauer, en su obra El mundo como voluntad y representación, afirmó que la vo-
luntad era una «fuerza motriz ciega», y que el hombre era un ser irracional gobernado por
fuerzas internas “que le resultan desconocidas y de las que apenas se percata”. Comparó la
mente con la tierra: conocemos su superficie, pero ignoramos por completo lo que hay en su
interior. Esas fuerzas irracionales eran dos: el instinto de supervivencia y el instinto sexual,
y el segundo instinto era el más poderoso. “El hombre se engaña si cree que puede negar
el instinto sexual. Es posible que piense que puede, pero en realidad las pulsiones sexuales
sobornan al intelecto, y en este sentido la voluntad es “el antagonista secreto del intelecto”.
Por lo tanto, ni siquiera la teoría de la libido es original de Freud.
Incluso Nietzsche se adelantó a las ideas de Freud sobre el inconsciente. Lo definió
como una entidad “astuta, oculta e instintiva”, marcada a menudo por algún trauma, que se
enmascaraba bajo imágenes surrealistas y que desembocaba en la patología. Por su parte,
Fechner aplicó a la mente la metáfora del iceberg, “del que nueve décimas partes se encuen-
tran bajo el agua y cuyo curso no sólo lo determina el viento en la superficie, sino también
las corrientes de las profundidades”.
Estos antecedentes demuestran rotundamente la falta de originalidad de Freud. Pero eso
no es todo. En su libro Ideas, Peter Watson le imputa algo mucho peor, y lo fundamenta en
hechos suficientemente comprobados.
“… por sorprendente que esto pueda ser para muchas personas —dice Watson—, la
falta de originalidad no es la principal acusación contra Freud, y tampoco su principal pe-
cado en lo que respecta a sus críticos… figuras como Frederick Crews, Frank Cioffi, Allen
Esterson, Malcolm Macmillan y Frank Sulloway (la lista es larga y continúa creciendo), sos-
tienen además que Freud era, para no andarnos por las ramas, un charlatán, un «científico»
sólo entre comillas, que deliberadamente tergiversó y falsificó sus datos y que consiguió
engañarse a sí mismo al mismo tiempo que engañaba a otros. Y esto, señalan dichos autores,
vicia por completo sus teorías y las conclusiones basadas en ellas”.
En 1899, Freud publicó su libro La interpretación de los sueños, en el que expuso cuatro
de sus teorías fundamentales: la existencia del inconsciente, la libido (sobre todo la sexuali-
dad infantil), los dinamismos represivos, y su división de la mente en tres partes: el yo (el sí
mismo), el super yo (la conciencia) y el ello (la manifestación biológica del inconsciente). En
gran medida, esos cuatro postulados, como todos las demás, se basaban en la teoría evolucio-
nista de Darwin, de la cual Freud era un ferviente partidario.

278
Sebastián Burr

Dicho libro escandalizó a mucha gente, sobre todo en Viena, debido a las afirmaciones
de Freud sobre la sexualidad infantil, que fueron consideradas altamente morbosas. Fue tan-
to el protagonismo que le asignó Freud a la líbido, que asociada al materialismo de la época
degradó brutalmente la sexualidad humana, y contribuyó a que la mujer fuera considerada
como un “objeto sexual”.
Poco después, Freud empezó a trabajar con un médico vienés, el doctor Josef Breuer, que
había descubierto un nuevo método terapéutico, que denominó “cura hablada”.
Durante unos dos años, desde diciembre de 1880, Breuer trató a una joven histérica,
Bertha Pappenheim, que sufría alucinaciones, parálisis ocasionales, y perturbaciones visuales
y del habla. (Freud consignó por escrito que también sufría embarazos psicológicos). Breuer
constató que haciéndola hablar de sus alucinaciones lograba cierta mejoría en su enfermedad.
Una vez la hizo hablar de la dificultad que experimentaba al tragar, y el síntoma desapareció.
La propia Bertha dio el nombre de “cura hablada” al método aplicado por Breuer.
Breuer siguió aplicando ese método, y descubrió que induciendo a Bertha a recordar en
orden cronológico inverso las manifestaciones de un síntoma específico, hasta llegar a la pri-
mera, la mayoría de ellos también desaparecían. Por su parte, Freud escribió que en junio de
1882 la paciente había terminado el tratamiento “completamente curada”.
A raíz de ese caso, Freud decidió aplicar el método de la “cura hablada”, pero le cambió el
nombre por el de “asociación libre”, y le introdujo la variante de dejar que sus pacientes habla-
ran sobre cualquier cosa que se les ocurriera. En esas divagaciones creyó encontrar represiones
y traumas ocultos desde la infancia o la adolescencia, muchos de ellos de carácter sexual.
Ahora bien, tales represiones no eran de extrañar en esa época, rígidamente sometida
a códigos de conducta puritanos. Por lo demás, la mayoría de los pacientes que acudían a
Freud eran neuróticos y sufrían perturbaciones de ese tipo. Pero Freud nunca investigó a
personas mentalmente “sanas”, o por lo menos no neuróticas, de modo que elaboró sus teo-
rías sobre el inconsciente a partir de gente anormal, lo que de partida las priva por completo
de validez científica.
Poco a poco, Freud fue descubriendo que muchos de los recuerdos que suscitaba la “aso-
ciación libre” no eran tales, sino invenciones de sucesos que nunca habían ocurrido, y que
revelaban no hechos reales, sino lo que los pacientes deseaban que hubiera pasado. Ese des-
cubrimiento, en lugar de desarticular su teoría de la libido, la reforzó aún más, induciéndolo
a promulgar sus dos mencionados complejos: el de Edipo y el de Electra. Pero es necesario
insistir en que Freud teorizó sobre gente enferma, no sobre gente relativamente normal, y a
pesar de eso pretendió dar a sus teorías validez universal.
Volviendo al caso de Bertha Peppenheim, Freud lo usó de manera completamente frau-
dulenta. La investigación de las notas de Breuer sobre ese caso ha permitido establecer que
Bertha no sufría embarazos psicológicos, de modo que ese síntoma fue inventado por Freud,
seguramente para respaldar su teoría de la libido y de la represión sexual. Pero lo más grave es
lo descubierto por el investigador Albrecht Hirschmüller, quien afirma que Berta Peppenheim
no se curó con el tratamiento de Breuer, sino que después debió ser hospitalizada por lo menos
cuatro veces, y con el mismo diagnóstico: histeria. Por lo tanto, lo escrito por Freud sobre la
curación de Bertha fue totalmente falso, y Freud lo sabía, pues Bertha era amiga de su novia,
Martha Bernays. De seguro lo hizo para prestigiar el método de la “cura hablada”, y por ende
el suyo propio, la “asociación libre”, que había copiado del de Breuer.
En cuanto a la técnica del psicoanálisis, ha resultado bastante fallida, pues nunca ha
producido curaciones reales y definitivas, y prácticamente ha sido abandonada por casi todos
los psiquiatras contemporáneos.

279
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Por otra parte, el psiquiatra suizo Carl Jung, considerado por los especialistas un inves-
tigador del inconsciente mucho más serio y profundo que Freud, trabajó un tiempo con él, y
en su libro póstumo, una especie de autobiografía titulada Recuerdos, sueños, pensamientos,
cuenta entretelones de Freud que confirman su carencia de rigor científico y su tendencia a
formular teorías dogmáticas no extraídas de los hechos, actitud que al final lo indujo a ter-
minar esa relación profesional.
Aunque Jung era mucho más joven que Freud, y estaba al comienzo de su carrera, le
chocaron de entrada ciertas ideas de Freud, sobre todo la de la libido. Dice en su libro que
en cuanto a eso “no podía darle la razón… El veía como causa de la represión el trauma
sexual, y eso no me bastaba. En mi consulta había conocido numerosos casos de neurosis en
los cuales la sexualidad desempeñaba un papel meramente secundario, mientras que había
otros factores en primer plano, por ejemplo, el problema de la adaptación social, el de la
opresión por las circunstancias de la vida, el del prestigio, etc… Le presenté a Freud tales
casos, pero él no admitía otros factores que no fueran la sexualidad”.
“En especial, la posición de Freud respecto al espíritu me pareció muy cuestionable. Siem-
pre que en un hombre o en una obra de arte se manifestaba el lenguaje de la espiritualidad, le
parecía muy sospechoso, y dejaba entrever una “sexualidad reprimida”. Lo que no podía expli-
carse directamente como sexualidad, lo caracterizaba como “psicosexualidad”. Yo objetaba que
su hipótesis, llevada a sus lógicas conclusiones, conducía a un juicio demoledor sobre la cultura.
La cultura aparecía como una mera farsa, como fruto morboso de la sexualidad reprimida”.
Dice Jung que no entendía por qué Freud defendía su teoría sexual con tanta pasión e
intransigencia, hasta que una posterior conversación con él le permitió explicárselo. Y relata
así esa conversación, ocurrida en Viena en 1910:
“Mi querido Jung —le dijo Freud—, prométame que nunca desechará la teoría sexual.
Es lo más importante de todo… debemos hacer de ello un dogma, un bastión inexpugna-
ble”. “Me dijo esto apasionadamente, y en un tono como si un padre dijera: ‘Prométeme,
mi querido hijo, que todos los domingos irás a misa’. Algo extrañado le pregunté: ‘¿Un
bastión contra qué?’ A lo que respondió: ‘Contra la negra avalancha’. Aquí vaciló un ins-
tante, y añadió: ‘Del ocultismo’. En primer lugar, fueron el ‘dogma’ y el ‘bastión’ lo que
me asustó, pues un dogma… se postula sólo allí donde se quiere suprimir una duda de una
vez para siempre. Pero eso ya no tiene nada que ver con una opinión científica, sino sólo
con un afán de poder personal”.
“Eso constituyó un rudo golpe para nuestra amistad. Lo que Freud parecía entender
por ocultismo, era más o menos todo lo que la filosofía y la religión… tenían que decir sobre
el alma. Para mí la teoría sexual era igualmente ‘oculta’, es decir, indemostrable, pura hi-
pótesis… Una verdad científica era para mí una hipótesis satisfactoria… pero no un artículo
de fe para todos los tiempos”.
“Una cosa estaba clara para mí. Freud, que siempre hacía hincapié en su irreligiosidad,
se había construido un dogma… en lugar del Dios que había perdido, habia puesto una imagen
forzada… la sexualidad… exigente, despótica, inmensurable, y moralmente ambivalente…”
“Un rasgo de su carácter me preocupaba especialmente: la amargura de Freud… Qui-
zás una íntima experiencia personal le hubiera podido abrir los ojos, pero a lo mejor su
mente la habría reducido también a “mera sexualidad” o “psicosexualidad”. Fue prisionero
de un punto de vista, y justamente por eso veo en él una figura trágica”.
Transcribiré ahora el texto donde Jung relata su separación profesional de Freud:
“Freud tuvo un sueño cuyo contenido no estoy autorizado a exponer. Lo interpreté lo
mejor que pude, pero añadí que se podrían deducir muchas más cosas si quería comunicarme

280
Sebastián Burr

algunos detalles de su vida privada. Ante estas palabras, Freud me miró extrañado —su mira-
da estaba llena de desconfianza—, y dijo: ‘El caso es que no puedo arriesgar mi autoridad’”.
“En ese instante la perdió”, agrega Jung. “Esa frase se me grabó en la memoria. En ella
estaba escrito el fin de nuestra relación. Freud colocaba su autoridad personal por encima
de la verdad”.
Por último, el filosófo e historiador de la ciencia Morris Berman formula el siguiente
juicio sobre Freud en su libro El reencantamiento del mundo:
“Gregory Bateson subraya la imposibilidad de lo que quiso hacer Freud comparándolo
con el intento de construir ‘un aparato de televisión que mostraría en su pantalla todo el fun-
cionamiento y todas las operaciones de sus propios componentes, incluyendo especialmente
las partes involucradas en la misma operación de mostrarlas’”.
“Freud adhirió religiosamente al paradigma cartesiano. Para él, como para Descartes,
todo efecto, en última instancia, estaba enraizado en la disposición mecánica de corpúsculos
(o neuronas), creencia que hizo explícita en su ‘Proyecto Científico’ de 1895. La mente y el
cuerpo, o el ego y el instinto… y todos los procesos intrapsíquicos… eran de naturaleza esen-
cialmente mecánica. A partir de ese análisis estrictamente materialista… concluía que los
síntomas neuróticos eran adventicios o mecánicamente separables… La neurosis se formaba
reprimiendo un hecho doloroso… alejándolo de la percepción consciente; la neurosis en sí
misma podía ser eliminada por técnicas (fundamentalmente la asociación libre) diseñadas
para tornar conscientes los recuerdos inconscientes”.
“Como lo han captado miles de analistas y analizados freudianos, ese enfoque… senci-
llamente no funciona. Freud mismo estaba consciente de sus limitaciones… Sin embargo, en
última instancia, su compromiso era con el poder supuestamente curativo del intelecto. En una
oportunidad le dijo ingenuamente a Jung: ‘Me pregunto qué es lo que harán los neuróticos en el
futuro, cuando todos sus símbolos hayan sido desenmascarados. Entonces será imposible tener
una neurosis’. El hecho de que el conocimiento analítico tuviera poco que ver con los afectos…
era una noción que Freud estaba tan poco dispuesto a aceptar como Platón en su época”.
En síntesis, Freud no fue un verdadero científico. Adulteró fraudulentamente muchos
datos para hacerlos calzar con sus teorías, y sus teorías mismas fueron sólo dogmas acuña-
dos por su óptica materialista y mecanicista del ser humano, por su afán de deslumbrar con
revelaciones geniales, para igualarse a Copérnico, a Cristóbal Colón, o a una personalidad
multifacética como la de Leonardo da Vinci.
Además, su teoría de la libido degradó al ser humano, especialmente a las mujeres (se-
gún él, “histéricas” del sexo), pues lo convirtió en un “obseso sexual”, impelido por su
inconsciente a buscar la satisfacción de ese instinto en todos los momentos y acciones de su
vida. Más aún, el sexo mismo quedó convertido en una compulsión insana, en lugar de la
función natural que cumple en la vida humana, incluso como condición de las experiencias
transfiguradoras del amor.
Al revés del carácter morboso e irracional que Freud le atribuyó al inconsciente, las más
serias y confiables investigaciones posteriores, incluidas las de Jung, que trabajó en ellas hasta
poco antes su muerte, ocurrida en 1961, inducen a pensar exactamente lo contrario, que se trata
de un recinto secreto en el que se manifiesta misteriosamente la presencia activa del espíritu.
Se puede decir además que la terapia freudiana tampoco es científica, pues no puede ser
reproducida por ningún científico realmente profesional, y esta es otra prueba contundente
de la inconsistencia de todo su sistema. ¿Qué clase de ciencia puede ser una disciplina cuyas
pruebas experimentales o clínicas no pueden ser reproducidas por otros científicos empleando
las mismas técnicas y la misma metodología? En todo caso, el error esencial de Freud fue pre-

281
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

tender usar el inconsciente para hacer una suerte de “ingeniería del alma”. Pretensión absurda,
pues un ser inmaterial no puede ser percibido por ningún método empírico, ni sometido a
manipulaciones de la misma índole. Pero su visión materialista y mecanicista del ser humano
lo hizo creer que tal disparate era posible, y que él sería el gran explorador científico de ese
mundo oculto, cuyo descubrimiento se atribuyó además falsamente.
El inconsciente sigue siendo un territorio en gran medida desconocido, que continúa en
investigación. Pero sean cuales sean su verdadera naturaleza y sus verdaderas funciones, creo
que solamente pueden ser explicadas a partir de la condición espiritual del ser humano.

Antonio Gramsci: la renovación filosófica y estratégica del marxismo.

Antonio Gramsci (1891-1937), fundador del partido comunista de Italia, nació en Cerdeña,
en el seno de una familia humilde. En 1919, junto con Palmiro Togliatti (en ese entonces
secretario general del partido comunista italiano, y adscrito a la línea marxista soviética230),
fundó el diario L‘Ordine Nuovo, que pronto se convirtió en órgano oficial de dicho partido.
Entre 1921 y 1924, trabajó en Moscú y Viena para la Segunda Internacional Socialista. En
1925, regresó a Roma, a enfrentar la dictadura de Benito Mussolini. Fue arrestado en 1926,
enjuiciado y encarcelado en 1928. Durante los años que pasó en prisión (1928-1937), registró
sus ideas revolucionarias en 33 cuadernos compuestos de 2.848 páginas manuscritas, que sólo
se dieron a conocer en forma apócrifa231 después de su muerte, ocurrida el 27 de abril de 1937.
A partir de 1990, luego del estrepitoso fracaso del socialismo real en Europa central y
oriental (caída del muro de Berlín), los herederos del marxismo-leninismo se reagruparon
ideológica y estratégicamente en torno a las concepciones teóricas y pragmáticas de Antonio
Gramsci y del neogramscismo.
Gramsci, que se propuso diseñar un modelo sociopolítico que “sirviera para siempre”232,
es el verdadero “héroe” del “cambio de códigos” político-culturales introducido en el mar-
xismo, que ya ha adquirido dinámica propia, y del resurgimiento del socialismo en Occidente
bajo el eufemismo de “progresismo”, aunque dentro de un marco de acción distinto al de-
sarrollado históricamente. Dicho marco cuenta con matices que le han ido incorporando los
neogramscianos, y no sólo mantiene fuertemente neutralizados a sus adversarios tradicionales
(empresarios, partidos de centro derecha), sino también en mayor o menor grado a la familia,
la Iglesia, las Fuerzas Armadas, y francamente cautivas a la democracia representativa, la
educación, el mundo laboral, y en buena medida también a la economía.
Gramsci sostuvo que ninguna ideología podía imponerse por la fuerza. Toda revolución
violenta genera una contrarrevolución que la debilita y hasta puede superarla. Por eso pro-
pone, para consolidar un modelo de pensamiento único, provocar antes ciertos cambios cul-
turales que modifiquen el sentido común y la mentalidad de los ciudadanos. Hay que minar
primero la estructura valórico-cultural vigente, y luego reemplazarla por una nueva confi-
guración sociopolítica, que inyecte en los ciudadanos un nuevo modo de “ver la vida”. Para

230 Palmiro Togliatti fue el único dirigente comunista de Occidente que gozaba del respeto de Stalin. Ref: Stalin, una biografía,
de Robert Service.
231 Hubo dos ediciones de los Cuadernos de la Cárcel. La primera fue publicada según un “orden” que estableció Palmiro To-
gliatti (secretario general del partido comunista italiano y seguidor de la línea stalinista), pues los escritos, según Togliatti,
aparecían con una temática “muy desordenada”. La segunda edición, a partir del año 1975, corrigió esa grave intromisión,
y se publicó la obra completa tal cual la escribió Antonio Gramsci.
232 En una carta con fecha 9 de marzo de 1927, dirigida a su cuñada Tatiana, Gramsci le dice que quiere escribir una obra política
für ewig (para siempre), idea que había obtenido de Goethe, quien había tenido la misma pretensión de escribir para la eternidad.

282
Sebastián Burr

lograr ese modo distinto y colectivo de sentir y pensar, es necesario infiltrar culturalmente los
organismos e instituciones donde se desarrollan los valores y parámetros culturales: la Igle-
sia, la familia, el mundo del trabajo, los medios de comunicación, la educación escolar y las
universidades, las FF.AA., las artes, etc., pues son entidades per se generadoras de valores,
y constituyen el escenario donde se configura la política real, que para Gramsci es el total de
las dinámicas y vivencias de los ciudadanos en el orden social, porque “la cultura posee y
entrega una trama orgánica y operativa en función del poder que controla”. Dice además
que los intelectuales —entre los que incluye a empresarios, religiosos, profesores, militares,
etc.— se definen por el trabajo que realizan de hecho en la sociedad, no por el papel que se
supone deberían desempeñar, y que es mediante dicho trabajo de facto cómo lideran un grupo,
o bien inciden en el grupo circundante y también en el dominante. Cada grupo social que se
constituye en torno a una función económica específica crea una red orgánica de “intelectua-
les” que le da homogeneidad y conciencia, no sólo a su propia actividad, sino también a todo
el contexto económico y social que la rodea.
En esta concepción gramsciana de la política y la cultura aparece el Maquiavelo filosó-
fico. Esto es necesario tenerlo presente para comprender la fisonomía del modelo político-
cultural que propone Gramsci, en el campo de la educación, de la política y de la transfor-
mación social, pues están en juego la ética, la moral, la concepción del bien y del mal, e
incluso de la democracia.
Maquiavelo plantea la política no como una ética rigurosa orientada al bien común y a
algún fin humano específico, sino de un modo descriptivo, es decir, no como debería ser, sino
como siempre termina siendo, con todos sus vicios ideológicos y coyunturales, incluidas la
corrupción, las ansias de poder de la clase política y los intereses personales de cada uno de
sus miembros. Y Gramsci aplica análogamente ese maleado criterio descriptivo de la política
a la educación y al trabajo.
Si la política no se rige por una ética, es inevitable que derive en corrupción, pues en-
tonces la libertad, la justicia y la concepción del bien y del mal quedan en entredicho. Bajo
ese prisma, la política siempre será perversa. Y si es perversa per se, ¿qué sentido tiene que
exista? Asimismo, si la educación y el trabajo carecen de un referente humano-antropológico,
es inevitable su deformación y su uso político.
Mientras Marx subrayaba la importancia de las “condiciones objetivas de la revolución”,
que requerían hacer resaltar mediante las movilizaciones sociales las debilidades del sistema
en las distintas situaciones de crisis, Gramsci desarrolló, aprovechando la catastrófica falta de
humanismo de la revolución soviética en manos de Stalin, la teoría del “consenso”233 como
teoría subjetiva de la revolución socialista, para de ahí escalar hacia el “nuevo sentido común”
y la hegemonía. Sin una sumisión pasiva de la sociedad, no se puede realizar con éxito la
revolución, dice Gramsci, ni mucho menos lograr la hegemonía moral y política de la clase
obrera. El consenso debe lograrse a través del trabajo ideológico y valórico, modificando
incluso el lenguaje. En otras palabras, el consenso comienza “consensuando” nuevos concep-
tos, nuevos significados de las palabras, pero sin modificar la esencia de lo que se pretende
hacer mediante la reelaboración cultural y sociopolítica.
Ese plan había que conducirlo paso a paso, institución por institución (incluidas las or-
ganizaciones o grupos que había que neutralizar), y con mucha paciencia, para asegurar pro-
gresivamente el liderazgo cultural. Para Gramsci, ese proceso es previo a la obtención del
dominio político. Una vez cumplida esa tarea a lo largo de los años, el poder se alcanzaría por

233 La teoría del consenso se aplicó en Chile durante los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle, y uno de sus
grandes promotores fue el senador Andrés Allamand.

283
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

el propio peso del consenso cultural, sin revoluciones armadas, sin resistencias ni contrarre-
voluciones, sin necesidad de imponer el nuevo orden por la fuerza, ya que pasaría a consti-
tuirse en un nuevo paradigma con lógica propia, y sin dejar cabida a otro tipo de propuestas.
El programa de Gramsci es bien claro: lograr el desprestigio de la clase política hegemó-
nica, de la Iglesia, del ejército, de los adversarios intelectuales, de los empresarios, etc. Habrá
incluso que enarbolar las banderas de las libertades burguesas y de la democracia, como brechas
para penetrar en la sociedad civil. Habrá que presentarse maquiavélicamente como defensor de
esas libertades democráticas, pero sabiendo muy bien que se las usa sólo como un instrumento
para la marxistización general del sentido común del pueblo, porque una discusión profunda
sobre libertad humana y democracia está fuera del alcance de los grupos sociales mayoritarios.
La estrategia gramsciana y neogramsciana apunta a quebrantar de un modo u otro al
opositor intelectual. Gramsci considera que se ha ganado una gran batalla cuando se logra la
defección de un intelectual, cuando se conquista a un “teólogo traidor, un militar traidor, un
profesor traidor”, traidor a su cosmovisión tradicional. No será necesario que esos “converti-
dos” se declaren marxistas; lo importante es que ya no son irreductibles en sus principios, no
son “enemigos”, son permeables por la nueva cosmovisión. De ahí la importancia de ganarse
a los intelectuales tradicionales; a los que, aparentemente colocados por encima de la política,
influyen decisivamente en la propagación de las ideas, ya que cada intelectual (filósofo, escri-
tor, profesor, periodista o sacerdote) arrastra tras de sí a un número considerable de prosélitos.
Antonio Gramsci redefine qué es ser intelectual, redefine el concepto de consenso234, y
explica cómo rehacer “el sentido común” ciudadano; todos cambios culturales de fondo, que
permitirán establecer la hegemonía política. El término “hegemonía” adquiere para Gramsci
un carácter fundamental, y lo relaciona con la intelectualidad, la cultura, la educación, el po-
der y el control del Estado. Redefine también qué es ser filósofo, y propone su propia filosofía
de la praxis. Al igual que Stalin, que llamaba a los ciudadanos “los pequeños engranajes del
Estado”, Gramsci consideraba toda la vida de los pueblos en función del todo estatal.
Gramsci le confirió al Estado la función de elaborar y difundir una concepción del mun-
do; lo concibió como un organismo que crea las condiciones para la permanencia y expansión
de una determinada clase social: la hegemónica. El centro del análisis gramsciano lo encon-
tramos de hecho en la superestructura; de ahí la gran importancia que le dio al Estado y a la
educación. Propone una educación completamente unificada, a fin de consolidar uno de sus
más grandes principios: el de la hegemonía. Algo bastante cercano al totalitarismo y a lo que
el socialismo “renovado” ha decidido que debe impulsar a través de la educación.
Gramsci es el fundador del neomarxismo. Lo concibe como una auténtica ruptura con
toda ilusión especulativa e idealista, y no busca desatar la revolución dentro de una determina-
da coyuntura política, que siempre amplifica la conflictiva social, sino que propone establecer
primero una nueva cultura. Tal orientación está sintetizada en su célebre formula “Todo es
política”. Sin embargo, no obstante sus preocupaciones teóricas y el elevado nivel con que
abordó las más complejas tareas intelectuales, para Gramsci la actividad del militante revo-
lucionario ocupa un primer plano. Toda su obra se orienta a provocar un renacimiento del
marxismo, pero no por la vía violenta y revolucionaria anterior, sino a elevar su concepción
filosófica, que por necesidades de la vida real se ha venido vulgarizando, a la creación de una
cultura integral. Gramsci cumplirá esa tarea de acuerdo con la inspiración básica de Marx,
no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionándole la más
completa articulación que se ha alcanzado en la literatura marxista.

234 Este consenso debe lograrse mediante el trabajo ideológico. De ahí el importantísimo papel que Gramsci atribuye a la inte-
lectualidad en su teoría de la revolución cultural que propone para la instauración no violenta del socialismo marxista.

284
Sebastián Burr

Gramsci sostiene que todos los hombres son intelectuales, ya que cualquier actividad
humana, por pequeña que sea, implica un mínimo de reflexión. El obrero o proletario “no se
caracteriza específicamente por el trabajo manual, sino por la situación de ese trabajo en
determinadas condiciones y en determinadas relaciones sociales”, dice Gramsci, aunque dis-
tingue entre diversos grados de actividad intelectual. Pero existen dos tipos de intelectuales:
los tradicionales y los orgánicos. A los tradicionales los identifica con aquella categoría de
intelectuales preexistentes a una formación social, que representan una continuidad histórica
y con cierta autonomía e independencia de la clase social hegemónica. Los orgánicos, en
cambio, son aquellos que sirven intencionalmente a alguna clase social; provienen de la clase
dominante, y sirven para darle “homogeneidad y conciencia a la estructura de esa misma
clase, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político”.
Gramsci propuso la creación de un nuevo tipo de intelectuales, vinculados específica-
mente al proletariado.
Un ejemplo de intelectual que entrega Gramsci es el del “empresario capitalista”, que
crea en torno a sí mismo a los diversos técnicos y proveedores de la empresa, que a su vez
se convierten en organizadores de la cultura, de la juridicidad, de la vida social, etc. Ese em-
presario representa una calidad más elevada de organizador social; Gramsci analoga su rol
gerencial como labor intelectual, y lo denomina “intelectual orgánico” de su propia función,
que junto con ser técnica, es política. Sin embargo, existe una gran variedad de “intelectuales”
independientes del grupo dominante, que constituyen grupos sociales diversos.
Sigue Gramsci diciéndonos que, si queremos encontrar un “criterio unitario que carac-
terice toda la diversidad de actividades de los intelectuales y las distinga al mismo tiempo en
su esencia de las actividades de otros grupos sociales”, es “un error de método” considerar
solamente “la naturaleza distintiva de las actividades intelectuales y no el sistema entero de
relaciones en el que estas actividades ocupan un lugar, en el conjunto general de las relacio-
nes sociales”. La estrategia para homogeneizar a esos intelectuales autónomos es hacer pesar
sobre ellos una nueva trama integral de relaciones, económica y sociocultural.
A la pregunta ¿Qué es la filosofía?, responde negando la existencia de una “filosofía en
general”, y afirma la existencia de diversas filosofías o concepciones del mundo, entre las que
se debe optar. Combatiendo las concepciones elitistas de la filosofía, Gramsci considera que
ésta no debe reservarse exclusivamente a los “filósofos profesionales”, ya que, en la medida
en que se trata de una actividad intelectual practicada por todos los hombres por igual, “todos
los hombres son filósofos”. La identificación filosofía-política-historia constituye el núcleo
de la concepción gramsciana de la filosofía. En efecto, para Gramsci, la política es el primer
momento donde la filosofía se halla en la fase simple y elemental de afirmación. En conse-
cuencia, la filosofía concebida como “reflexión crítica” es también política, es decir, “acción
permanente”, y en ese sentido, su identificación con la política significa realización concreta
y necesaria de una teoría o de una concepción del mundo.
La hegemonía se consolida dentro del contexto histórico cuando se logra el consenso
entre la sociedad política y la civil. El Estado, como instrumento de hegemonía, conduce
a lograr el control de las conciencias. Es aquí donde encontramos la relación entre la fun-
ción del Estado y la educación. En realidad, nos dice Gramsci, el Estado debe concebirse
como “educador”, precisamente en cuanto tiende a crear un nuevo tipo de civilización. Para
Gramsci, existe una clara relación entre pedagogía y hegemonía: “Toda relación de hegemo-
nía es necesariamente un rapport pedagógico”.

285
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

¿Por qué Gramsci estima que hay qué usar los medios de comunicación?

A muy temprana edad, Gramsci asumió responsabilidades editoriales en el periódico


L‘Ordine Nuovo, y concluyó que el cambio político-cultural a través de los medios de co-
municación requería un manejo “revolucionario” del lenguaje. Para ello estudió filología y
lingüística en la Universidad de Turín. Los medios escritos eran para él el único instrumento
efectivo para trasmitir sus consignas y su proyecto. “Son ellos los que trasmiten la visión
del mundo a través de una interpretación de los hechos, y después con un relato que rompa
con las estructuras añejas”. También eran el medio para acabar con el prestigio de autores,
instituciones, medios de comunicación o editoriales fieles a los valores de la tradición, y por
ende opuestos a los designios del “progresismo” gramsciano.

¿Por qué estima necesarios el manejo y la modificación del lenguaje?

Porque el lenguaje posee connotaciones morales, sociales, políticas y técnicas, es decir, con-
forma una cultura. Se refiere siempre, directa o indirectamente, al ser humano y a sus formas
de convivencia social, a las conductas y al conocimiento de la realidad. Revela categorías
socioeconómicas, sociopolíticas, socioculturales, cognoscitivas y religiosas. Había por lo tan-
to que modelar un lenguaje que sirviese para denunciar aquello que interesaba hacer resaltar
como identificado con los explotadores y opuesto a la clase proletaria, y una vez en el poder,
pudiera ser usado para neutralizar la carga negativa de significados que conllevan ciertos
términos que determinan responsabilidades políticas. En último término, había que instituir
un lenguaje neutro o indiferenciado, para vaciarlo de implicancias morales y de esa manera
consolidar y perpetuar a las izquierdas como las únicas opciones válidas, y sin oposición ciu-
dadana. El mismo guiso servido en distintos platos.
En plena concordancia con este postulado gramsciano, a la izquierda chilena se la llama
Concertación, y a la Alianza por Chile se la denomina “la derecha”. A quienes adhirieron al
marxismo y a la Unidad Popular, hoy se los llama “progresistas”; los que adhirieron al go-
bierno militar se alinearon con la “dictadura”. Los errores y descalabros de los gobiernos de
la Concertación fueron calificados como “problemas que estamos solucionando”, y las legí-
timas denuncias hechas al respecto por la oposición como “críticas destructivas”, o intentos
de “uso político” o “ideológico” de los malos manejos denunciados. En resumen, gobiernos
que se manejaron permanentemente en función de expectativas (esperanzas ciudadanas), y de
explicaciones cuando no se cumplían.
Tiempo atrás, para referirse a la mujer se decía señorita, señora o viuda. Hoy todas esas
categorías han sido reemplazadas por un solo término que se está masificando: “dama”. En el
plano social, la esposa y la amante han quedado igualadas en una sola categoría indiferenciada:
“pareja”. El pordiosero o indigente ha sido reemplazado por “persona en situación de calle”. La
escuela pública que cuenta con un solo profesor para todos los cursos y edades, es denominada
escuela “unidocente”, y de esa manera se esconde, mediante el lenguaje, la crítica política im-
plícita, puesto que ese tipo de escuelas son casi inoperantes. Para referirse a los homosexuales
se han acuñado los términos “gay”, “persona transgénero”, “minorías sexuales”, etc. Una fami-
lia de hijos naturales en la que sólo ha quedado el padre o la madre es denominada “uniparen-
tal”. Los baches en las calles públicas no son hoyos; son “eventos”. A las oficinas públicas que
se preocupan de dar trabajo a la gente cesante se las llama “Servicios Comunales y Sociales”;
al colapso del Metro se lo denominó “exceso de pasajeros”, etc. En todos estos casos, y en

286
Sebastián Burr

muchos otros, es evidente la manipulación del lenguaje, con el propósito de neutralizar la carga
negativa y crítica que implican ciertos términos, de “blanquear” las ineficiencias y los crasos
errores de la clase gobernante. El manejo del lenguaje es hoy un “ingrediente” protagónico
de la política contingente, y está moldeando drásticos cambios culturales. Por eso los medios
periodísticos, sobre todo los escritos, son esenciales para el gramscismo.
Y en el ámbito del cambio cultural, se puede consignar el concurso “El Gran Chileno”,
organizado por el canal de televisión estatal (TVN), y destinado a elegir los 10 personajes más
destacados de la historia de Chile según votación popular, pero direccionado a segmentos de
“electores” con una tendencia definida. Eso determinó que en el listado de los 10 finalistas no
quedara O’Higgins, pero sí Neruda; no figurara Andrés Bello, pero sí Violeta Parra y Manuel
Rodríguez; no clasificara Portales, pero sí Víctor Jara, Lautaro, José Miguel Carrera, Salvador
Allende, etc. Cuando al presidente del directorio del canal estatal se le consultó por Augusto
Pinochet, dijo que éste no había calificado ni siquiera en la lista de los 100 candidatos. Fi-
nalmente, el “concurso” lo ganó Allende, y el héroe nacional Arturo Prat, que a diferencia de
Allende dio su vida por la patria cumpliendo con su deber, “salió segundo”. De esta manera
se construye otra “historia”, que determina otros parámetros valóricos, morales, políticos,
pragmáticos y culturales, a través de una “readecuación” histórica, a fin de “descentrar” po-
líticamente, para luego suplantar a aquellos que son calificados como conservadores. Y esos
parámetros se entregan mediante la educación a las nuevas generaciones de chilenos, a fin de
que queden modelados por un patrón cultural previamente determinado.

¿Por qué y para qué “permear” a la Iglesia?

Porque Gramsci pensaba que su coherencia y permanencia a través de los siglos se sustenta-
ban en tres cimientos:
a) Una fe firme e inquebrantable, sin concesiones, y la constante repetición de los mismos
contenidos doctrinales. De ese modo la Iglesia logró instaurar sólidamente un sentido común
homogéneo (modo de pensar) en el pueblo a través de los siglos.
b) Haber logrado amalgamar tanto al pueblo analfabeto como a la clase media, a la elite
intelectual y a la juventud. Ninguna filosofía, incluyendo el marxismo, había acertado a unir en
un mismo sentido común o creencia a los intelectuales y al pueblo, a los doctrinarios y los prac-
ticantes, a los expertos y los neófitos. En este sentido, Gramsci envidiaba a la Iglesia Católica.
c) Mientras el marxismo exigía al hombre luchar para el logro de una sociedad sin clases
“aquí y ahora”, porque con la muerte terminaba todo, la Iglesia había logrado convencer al
hombre de su trascendencia en un más allá, y con eso no sólo había dado una respuesta al
sentido de la vida, sino también al sentido de la muerte. Gramsci postula que la única reali-
dad de la cual se debe hablar es la de “aquí abajo”, con lo cual cierra la dimensión metafísica
y trascendente propia del espíritu humano. Por lo tanto, los escritores, pensadores y perio-
distas debían extirpar de la realidad natural y contingente toda referencia divina, hasta hacer
de ella una cuestión, si no ridícula, simplemente anecdótica. Gramsci previó la defección de
numerosos “católicos” que, deslumbrados por la utopía progresista, habrían de aceptar las
diversas formas de “compromiso histórico”. En Chile, ciertos sectores de la Compañía de
Jesús, propensos a predicar la sociología religiosa más que el desarrollo del espíritu, dan un
fuerte espaldarazo moral a agnósticos, secularistas, progresistas, y también a muchos “cris-
tianos de izquierda”. Inconscientemente, la sociología religiosa pretende instaurar una ética
social sin promover primero la praxis moral de la persona en cuanto tal, y no percibe que

287
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

eso es imposible, porque la sociedad no es un todo superior a los ciudadanos, y tampoco un


sujeto moral, sino una entelequia resultante de las actividades individuales de sus miembros,
que son los verdaderos sujetos morales, y cada uno de ellos posee su propia biografía y su
propia percepción interpretativa y valórica de la realidad y de la vida
Hemos visto además, no hace mucho, cómo se tergiversa la historia, y cómo se caricaturi-
za y se descalifica moralmente al papado y a la Iglesia Católica con películas como El Código
da Vinci, Corpus Christi, El Evangelio de Judas, la serie televisiva Papavilla, y en Santiago el
desfile de las “vírgenes” vestidas y maquilladas como vedettes.
Gramsci, en total concordancia con el modernismo, propone desprestigiar y “permear” a
la Iglesia, descalificando su doctrina (Marx dice que “la religión es el opio de los pueblos”)
y promoviendo cambios en su institucionalidad: abolir el celibato eclesiástico, instaurar el
sacerdocio femenino y de homosexuales, etc. Dice que hay que recordar majaderamente sus
errores históricos, como la Inquisición235, el proceso contra Galileo, etc.; promover su división
teológica, y sobre todo despojarla de sus absolutos.

¿Por qué intervenir en la familia?

Está claro que, si la estrategia consistía en difundir y consolidar un nuevo modo de pensar,
inyectando en la educación los nuevos valores revolucionarios, la familia, educadora pro-
tagónica del hombre durante su niñez y adolescencia, era un estorbo intolerable. Así, otro
de los objetivos gramscianos es “erosionar” su institucionalidad tradicional y sus relaciones
valóricas, para ir neutralizándola gradualmente. Hay que promover todas las formas que
puedan reemplazar la familia tradicional: el divorcio, las familias monoparentales, el ma-
trimonio entre homosexuales y lesbianas, con adopción de hijos incluida, etc. Pero lo más
importante es unificar la educación, desde los jardines infantiles hasta las universidades, a fin
de reemplazar por una enseñanza única la formación valórica que proporcionan los padres.
Todo ello “en aras de la diversidad y el progreso”.
Hay que desprestigiar a la familia, como una institución anacrónica del pasado, incapaz
de educar236, y retirar a los niños desde su más temprana edad de la influencia de sus padres,

235 El modernismo y su brazo político-ideológico, el liberal-socialismo, mantiene latentes este tipo de acusaciones, como si no
le cupiera responsabilidad alguna en genocidios y atentados contra la humanidad tanto o más atroces que los perpetrados
por la Inquisición. Basta enumerar algunos hechos históricos para demostrar esa responsabilidad. Están los cerca de 40 mil
ejecutados durante el régimen del Terror por la Revolución Francesa, y el exterminio de 100 mil campesinos durante la
rebelión de La Vendée en esa misma revolución. La sistemática eliminación de los indígenas por los colonos ingleses en los
Estados Unidos de Norteamérica, y la esclavitud de los negros en ese mismo país (Confederación del Sur). La matanza de
más de 2,1 millones de armenios durante la primera guerra mundial. El millón de muertos durante la guerra civil española,
cuyos responsables fueron tanto los franquistas como los republicanos. La masacre en el bosque de Katyn de aproximada-
mente 20 mil ciudadanos y 5 mil oficiales polacos, llevada a cabo por el régimen comunista de la U.R.S.S. en la primavera
de 1940. Los seis millones de judíos exterminados por el régimen nazi. El bombardeo atómico sobre Japón, que causó 240
mil muertes inmediatas, y provocó a millones secuelas de por vida, incluso genéticas. Los más de 30 millones de muertes
por hambrunas y desplazamientos de poblaciones enteras durante los 30 años de gobierno de José Stalin en la U.R.S.S.,
quien actuó así contra su propio pueblo. El bombardeo de Dresden (Alemania) por los ingleses durante la II guerra mundial,
cuyo resultado fueron alrededor de 500 mil civiles muertos (los ingleses sólo reconocieron 60 mil). La masacre francesa
en Argelia (cerca de 1,5 millones de muertos). La matanza de aproximadamente 2 millones de camboyanos (25% de la
población) por el régimen comunista de Pol Pot Los 40 o más millones de asesinatos perpetrados en China por el gobierno
de Mao Tse Tung (1949-1976). La masacre de Ruanda (800 mil asesinados). Los más de 40 mil asesinatos perpetrados por
los regímenes militares en Sudamérica en las décadas de los 70 y los 80.
236 La presidenta Bachelet argumentó a fines del año 2006 que la entrega de la píldora del día después a niñas menores de edad
y sin consentimiento paterno, se hacía porque los padres no están siendo capaces de educar a sus hijos. Y si esa labor no la
hacían los padres, era el Estado quien tenía que asumirla.

288
Sebastián Burr

mediante su educación masiva en la “nueva cultura”237. Y modelar a través de la educación


unificada los aspectos fundamentales de la vida, procurando que los niños absorban los “con-
travalores” mediante una educación relativista y de conocimientos disgregados y desconec-
tados de toda teoría realista del conocimiento, a no ser que alguna de ellas sea útil para los
intereses del colectivismo.

¿Por qué y para qué controlar la educación?

En un artículo de junio de 1916, Socialismo y Cultura, Gramsci formula ya una de sus líneas
educativas más determinantes: la función del autoconocimiento. Sostiene que éste es el pro-
blema supremo de la cultura, y que la cultura no puede ser entendida como un conocimien-
to enciclopédico. Los hombres —dice— no deben verse como “receptáculos de datos”, ni
creer que los que poseen más información son superiores a los más desprovistos de ella. Para
Gramsci, el hombre es, “sobre todo, mente, creación histórica, y no naturaleza”.
“La historia de la educación muestra que todas las clases que han buscado la toma del
poder se han preparado para el poder, a través de su educación autónoma. El primer paso
para emanciparse a sí mismo de la esclavitud política y social, es el de liberar la mente. El
problema de la educación es el problema de clase más importante”.
La lectura de Lenin y la práctica política concreta llevada a cabo por Gramsci hicieron que
alrededor de los años 1919-1920 ocurriera un cambio cualitativo en su pensamiento respecto
de la educación. Como se señaló, Gramsci partió con la idea de que los hombres debían enten-
der el mundo antes de poder cambiarlo, y que la tarea principal de su proyecto era la educación.
En adelante postulará la idea de que enseñar es guiar. Esto significa que los hombres tendrán
que cambiar el mundo para poder entenderlo, y entonces podrán modificarlo; en otras palabras,
echando a perder se aprende, y organizar es guiar. Esta última idea se constituirá para siempre
en el núcleo de su pensamiento educativo. De alguna manera, puede decirse que la constante
“rebelión” en que se suelen instalar los estudiantes de la educación pública, aunque ellos no lo
sepan, es una herencia gramsciana manipulada por sus propios líderes de izquierda.
En su etapa de dirigente del partido comunista italiano, Gramsci propuso la creación de
escuelas de partido, “aptas para formar organizaciones y propagandistas bolcheviques, no
maximalistas, es decir, que tengan cerebro, además de pulmones y garganta”, donde los mi-
litantes más antiguos participen a los más jóvenes sus experiencias y contribuyan a elevar el
nivel crítico de la “masa” contra las “oligarquías”.
Para Gramsci, la conciencia del niño es el reflejo de la parte de la sociedad civil en la que
se encuentra inmerso; por lo tanto, su formación no se puede dejar al azar de las impresiones
que recibe del ambiente.
Sobre el liberalismo pedagógico, opina que ha dado lugar a “involuciones” cuya principal
característica es el espontaneísmo. Considera que la conciencia del niño se forma en relación
con su ambiente y su medio social, por lo que la “espontaneidad” se hace problemática. Permi-
tir el espontáneo desarrollo de la personalidad del niño es una actitud reaccionaria; lo que debe
hacerse es crear instituciones preescolares que permitan superar las deficiencias del ambiente
de origen del niño. Piensa que las escuelas liberales no educan democráticamente a los niños;
para que así fuera, deberían favorecer el paso de los grupos dirigidos al grupo dirigente.
Gramsci propone superar los problemas de las escuelas de tipo liberal y de las especializadas
o profesionales, mediante la creación de una escuela unitaria. “Escuela única inicial de cultura
237 Durante los gobiernos de la Concertación se construyó la mayor cantidad de jardines infantiles de que Chile tenga memoria.

289
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

general, humanista, formativa, que equilibre justamente el desarrollo de la capacidad de trabajo


manual (técnicamente-industrialmente) y el desarrollo de la capacidad de trabajo intelectual”.
Según Gramsci, la educación es un campo “en que la teoría y la práctica, la cultura y la
política se confunden inevitablemente”, y donde la investigación y el descubrimiento intelectual
se combinan con la acción social. La teoría educativa de Gramsci no está enunciada taxativa-
mente; sólo se desprende de sus diversas concepciones filosóficas, que se refieren específica-
mente a la cultura y al hombre. Conocer el pensamiento de Gramsci respecto de la educación
exige comprender la diferencia de los aspectos que él define como prescriptivos y sobre todo
descriptivos, y que extrae de las teorías de Maquiavelo. Por otra parte, el término “conformidad”
no significa para Gramsci la tendencia negativa de la gente a dejarse dirigir por la moda, sino
un instrumento para la interpretación por la cual la mayoría de la población sigue la tradición y
acepta las leyes. Así, el problema real de la educación es tomar conciencia de los diferentes tipos
de “conformidad”238, o sea de socialización, que se imponen en una determinada sociedad, y la
lucha para imponer una en vez de otra. No se trata de formas de interpretar la realidad para ma-
nejar inteligentemente la vida y alcanzar la felicidad, que es lo que finalmente todos anhelamos.
Así Gramsci está más interesado en describir lo que es la educación de hecho que en des-
cubrir lo que debe ser, para utilizarla como instrumento ideológico y de poder político efectivo.

¿Por qué influir en el mundo del arte?

Gramsci da vuelta el argumento marxista que consideraba que lo utópico no es la afirmación


de la voluntad de cambio, sino que toda transformación tiene que atenerse a esquemas elabo-
rados en función de una supuesta “ciencia de la historia”.
Rechaza así la oposición entre ciencia y utopía, y dice que lo utópico es precisamente la
tendencia a imaginar el futuro en todos sus detalles. Ahí el artista juega no sólo un rol des-
criptivo y a la vez de liderazgo, sino que además se opone al “ser conservador”. Es decir, es
un juego entre utopía, cambio y arte, en oposición a lo establecido y “sin movimiento”. El
marxismo se apropia de esa condición “vanguardista” con la captura del mundo del arte. Eso
explica que casi no existan artistas conservadores. Y si llega a haberlos, el ambiente artístico
se encarga de aislarlos, pues entiende que conservadurismo y arte implican una severa con-
tradicción. Los artistas están llamados de algún modo a pintar la utopía en su tela, a exaltarla
mediante la poesía, a narrarla de un modo irreverente y exultante en la novela, a musicali-
zarla mediante el sonido nuevo y estridente, a representarla a través de todo lo que exprese
“insurrección”. Esa es la lógica que hay detrás de la captura del mundo del arte. Y el izquier-
dismo artístico no racionaliza que todo cambio arranca de la revisión, y que revisar implica
modificar, pero también conservar todo lo que tiene vigencia real, pues de otro modo todo se
transforma en una ideología del progreso por el progreso, en otras palabras, en progresismo.

¿Por qué neutralizar valóricamente a las Fuerzas Armadas?

Las FF.AA. funcionan dentro de un orden jerárquico y disciplinado, en oposición a las uto-
pías racionalistas-idealistas. No son deliberantes, de manera que sus tropas acatan las ór-
denes de sus superiores sin mayor reflexión de por medio. A su vez, los oficiales, atenidos
al esquema jerárquico, reflexionan ciñéndose a una racionalidad patriótica y de máxima
238 Gramsci entiende por conformidad sociabilidad o sociabilización.

290
Sebastián Burr

eficiencia, no política, pues su misión es la defensa de la soberanía, y esa defensa requiere un


país institucionalmente organizado y bajo cierto grado de paz social. La utopía y el idealis-
mo, en cambio, se mueven más en torno a la indisciplina conceptual y a la emoción política.
De ahí que los activistas políticos celebren mucho más el “día del joven combatiente” que la
gesta del 21 de mayo o la batalla de La Concepción.
Para minar el orden jerárquico y la disciplina del mundo militar, y no tener cortapisas en
el desarrollo de su utopía, el progresismo socialista propone establecer la conscripción vo-
luntaria, sindicatos militares, dar cabida al homosexualismo y abolir la institución de los co-
mandantes en jefe, reemplazándola por una suerte de supracomandante en jefe de las FF.AA,
pero dentro del contexto de un estado mayor, que dependa ciento por ciento del ministerio de
Defensa (civil), y cuyo carácter, formación e idiosincrasia sea más política que militar. En el
caso de Chile, esa propuesta civilista militar ya es ley de la República, y su intencionalidad
es claramente política239.
Un ejemplo del divorcio tradicional entre izquierda y FF.AA. se dio cuando Pablo Neruda
le pidió a Allende, apenas fue confirmado como presidente por el Congreso Nacional, que
cerrara la Escuela Militar240.

¿Por qué y cómo utilizar a la empresa?

Permítaseme un alcance personal respecto a la metodología de Gramsci. Aunque no comparto


el “descriptivismo” gramsciano, adoptado hoy en buena medida por el socialismo renovado
en muchos países de Occidente, usaré el mismo método para mostrar cómo el socialismo
renovado, con la tolerancia del liberalismo económico, tiene cautivo el mundo laboral y del
emprendimiento, y cómo ese cautiverio constituye una negación trascendental para el desa-
rrollo humano, en los planos cognoscitivo-operativo, familiar, cultural, socioeconómico, etc.
Tanto los líderes del socialismo como los del liberalismo económico ejercen abiertamente la
libertad, mediante el emprendimiento en la vida empresarial y en la vida política activa, es
decir, en praxis. Pero impiden ese ejercicio libre al resto de los ciudadanos. Y su capacidad
para funcionar en esos ámbitos no procede tanto de que posean aptitudes especiales, sino que
las han desarrollado gracias a esa misma praxis abierta que niegan (no racionalizadamente) al
resto de los chilenos. Eso les permite consolidar un poder casi inamovible, y mantener al resto
de los ciudadanos en una suerte de enajenación permanente, que arranca del impedimento de
desarrollar un juicio crítico amplio, justamente por la falta de praxis.
Gramsci sostuvo en sus escritos que el fordismo y el taylorismo eran muy positivos, por-
que instalaban al campesino en la sociedad salarial y lo sacaban de la animalidad. Y de esos
escritos se deduce que proponía utilizar políticamente el mundo del trabajo, y por extensión,
hacer algo análogo con los grandes empresarios, para obtener de ellos los ingresos requeri-
dos para el gasto del Estado, y por añadidura evitar que se convirtieran en un peligrosísimo
enemigo potencial, dejándolos prosperar241 para así “neutralizarlos” políticamente. Esta
239 La presidenta de la República M. Bachelet, en su discurso de promulgación de dicha ley de la defensa, señaló lo siguiente:
“El sector defensa fue históricamente desantendido por los dirigentes políticos y autoridades de gobierno, y gran parte de
esa gestión fue entregada a los mandos de las FF.AA…Los resultados de lo anterior, durante muchas décadas, no fueron
positivos, y contribuyeron de manera significativa al paulatino debilitamiento de la democracia… Para los chilenos y chile-
nas que vivimos el quiebre de nuestra democracia y que comprendimos la necesidad de realizar transformaciones profundas
para evitar su repetición, hoy es una fecha que alguna vez soñamos”. Diario La Tercera del 6 de febrero del 2010.
240 En un avance de sus memorias, Gabriel Valdés S. relata que, estando en una comida con Allende como presidente electo y
con Neruda, este último le pidió a Allende que apenas asumiera el mando cerrara la Escuela Militar.
241 Sin embargo, dentro de la estrategia gramsciana, la gran empresa tampoco está exenta de sufrir “accidentes” político-

291
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

propuesta de Gramsci relativa al trabajo y al trabajador revela las severas limitaciones filosó-
ficas, humanistas y sociales de su pensamiento, que se analizarán más adelante.
Para comprender cabalmente la estrategia del neogramscismo al respecto, hay que consi-
derar las diferencias que existen entre la gran empresa y la pequeña y mediana. La primera es
intensiva en capital, y la segunda intensiva en empleo o mano de obra. En nuestro país, la gran
empresa produce el 80% del PGB y sólo el 7% del empleo, y además exporta mayoritariamen-
te su producción. La Pyme, en cambio, comercializa su producción en el mercado interno, y
produce el 8% del PGB y el 80% del empleo. Y el nivel de inversión y contribución tributaria
de cada uno de esos dos sectores empresariales es análogo a la participación de cada una de
ellos en la economía. En otras palabras, la gran empresa es clave para el crecimiento econó-
mico y el gasto social, por su nivel de inversión, facturación, y por la cantidad de tributos que
aporta al fisco. Por su parte, la Pyme es clave para la mantención del empleo en el país, pero su
incidencia en recaudación tributaria es irrelevante para las arcas fiscales. Ergo, su papel debe
ser igualmente social, pero desde la perspectiva del empleo, no desde la tributaria.
Como ya se dijo, la estrategia del neogramscismo consiste en facilitarle todas las con-
diciones macroeconómicas a la gran empresa, para que invierta y produzca sin problemas el
nivel de tributos necesarios, y así los gobiernos socialistas puedan ejecutar planes sociales que
les aseguren la mayoría electoral y consolidar su poder. Todavía está fresco en la memoria
de muchos lo que señaló el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio
(CPC) durante el gobierno socialista de Lagos: “Mis empresarios aman a Lagos”.
La estrategia empleada con las Pymes difiere sustancialmente, pues, aunque también
hay una intencionalidad política, es la de lograr que ese sector de la economía se “haga
cargo” de dar empleos permanentes con remuneraciones “relativas altas”, que cumpla con
un listado de beneficios sociales, y al mismo tiempo, mediante leyes especiales, hacerles
extraordinariamente difícil el despido de sus trabajadores, aunque puedan estar afectadas por
una severa recesión, por caídas en el tipo de cambio, etc. Y después capitalizar políticamente
el conflicto mediante la retórica de la lucha de clases, pues los salarios que pagan ese tipo
de empresas suelen bordear el mínimo salarial. Conflicto casi inevitable, ya que la mano
de obra es para la Pyme “la materia prima que comercializa”, y no puede exigirle un buen
rendimiento a dicha materia prima (pues no puede despedir a los trabajadores ineficientes,
debido al costo impagable de las indemnizaciones), ni tampoco reducir “su abastecimiento”
en el caso de que disminuya la demanda de sus productos. Así el neogramscismo cierra por
completo el círculo del poder en el ámbito económico, utilizando a su amaño el mundo del
trabajo y también el empresarial.
De esta manera, los gobiernos de la Concertación trataron a los grandes empresarios con
guante blanco, y a las Pymes les tiraban de vez en cuando unas “aspirinas” para que no arma-
ran tanto escándalo respecto de su crítica situación. Mal que mal, si algunas Pymes quiebran,
sus primeros acreedores son los trabajadores, y casi todos se llevan altas indemnizaciones.
Mejor aún: si un empresario Pyme deja de ser propietario, lo más probable es que tire al tarro
de la basura sus principios “capitalistas”, termine adhiriendo al Estado benefactor, y de paso
arrastre a su entorno social, tal cual lo propone Gramsci.
económicos. Como en Chile rige el principio de igualdad ante la ley, y el gobierno tiene que establecer normas tributarias
parejas para toda la actividad económica, aunque bajo el principio de proporcionalidad, cuando cierto tipo de actividades
económicas igual generan retornos relativos altos, entonces la autoridad le fija un tributo específico para ese determinado ru-
bro, que se denomina royalty. Y la Concertación también lo intentó cuando la industria del salmón estuvo en su apogeo. ¿Qué
explica que los gobiernos concertacionistas, no obstante que en los últimos 10 años vieron triplicados sus ingresos tributarios,
obtuvieron por el cobre un precio cuatro o cinco veces más alto que aquel con el que calculaban el presupuesto del país, y no
tenían capacidad administrativa para generar proyectos rentables y gastar todos los recursos que recaudaban, intentaron una
y otra vez aumentar la carga tributaria? Simplemente, se debió a la intención de colectivizar la sociedad, nada más.

292
Sebastián Burr

La derecha chilena, dando muestras de escaso realismo político, ha estado tradicional-


mente vinculada a la gran empresa, a la macroeconomía, a las políticas del Banco Central, a
la inversión extranjera, etc., y no a las Pymes, no obstante que éstas conforman su base “ideo-
lógica” en cuanto al libre emprendimiento, y concentran el 80% del mundo laboral, con fuerte
influencia electoral. Además, nuestra derecha económica trabaja fuertemente con el Estado
(MOP, Codelco, Enami, Enap, Ferrocarriles, TVN, Corfo242, Metro, Serviu, Junaeb, Mineduc,
Minsal, etc.), de manera que durante los gobiernos de la Concertación, tampoco quería apare-
cer en contra de su “cliente principal”, quien además se había avenido a mantenerle una ma-
croeconomía ordenada. Por último, la derecha económica sabía que, si se ponía “pesada”243,
el Estado podía complicarle la operación de sus negocios y el crecimiento de sus empresas,
mediante intervenciones o fiscalizaciones del SII, la Inspección del Trabajo, la Conama, el
Minsal, etc. Esta es otra razón que hace necesario que los grandes intereses eonómicos no se
mezclen con el bien común político, que el bien común político se aplique rigurosamente y el
Estado no se inmiscuya en el área de los intereses económicos, salvo cuando circunstancial-
mente tenga que defender la justicia y la paz social.
Constatando la ineficacia estratégica de la derecha económica, el neogramscismo enten-
dió que no era necesario expropiar la propiedad de las empresas para construir el socialismo,
sino expropiar sus rentabilidades, vía impuestos relativos altos y royalties244. Entendió asimis-
mo que tampoco era necesario controlar centralizadamente la economía, pues podía “delegar
eficientemente” la mantención de los niveles de empleo a costa de la descapitalización de las
Pymes, y así lo hizo245. Y aunque los ingresos del Estado bajo los gobiernos de la Concerta-
ción fueron los más fantásticos de que se tenga memoria, esos gobiernos estuvieron perma-
nentemente al acecho para elevar apenas fuera posible los tributos en contra de las personas
y en contra de las empresas grandes, medianas o pequeñas, no porque tuvieran un problema
de recursos, sino porque su propósito, en lugar de apuntar al desarrollo de las personas y de
las empresas, era consolidar el socialismo en la forma marxista señalada por Gramsci y el
neogramscismo. ¿Pero cómo advertir a los empresarios de esa estrategia encubierta, si han
permitido que la izquierda los disocie brutalmente de sus propios trabajadores? Ya lo decía
sutilmente Aristóteles: no se puede desatar al que no se ha dado cuenta de que está atado.
Vemos así cómo la mera descripción de los hechos, a la manera gramsciana, permite
apreciar todas las incongruencias y efectos perversos que emanan de su propia teoría.

Algunas consecuencias socioculturales de la vigencia fáctica del gramscismo

No podemos desconocer que muchas de las propuestas de este filósofo italiano se han ido ma-
terializando en forma tal, que hoy son elementos que forman parte de la atmósfera común que
respiramos. Una inocultable hegemonía secularista y liberal-socialista satura la mentalidad de

242 Corporación de fomento estatal, que cuenta con recursos millonarios para proyectos de inversión.
243 Mientras Ricardo Ariztía, durante su presidencia de la CPC (Confederación de la Producción y del Comercio), estaba
haciendo una ampliación de su vivienda, llegaron a su casa inspectores de la Dirección del Trabajo para revisar si estaba
cumpliendo la normativa laboral con los 4 o 5 operarios que ahí trabajaban. En esos días, Ariztía estaba enfrascado en una
discusión con el gobierno respecto a políticas públicas.
244 Por lo demás, también existe la ley de herencias, según la cual, si el patrimonio no queda hábilmente resguardado por su
propietario, en dos generaciones el Estado se queda casi con el ciento por ciento.
245 Cuando Gramsci fue encarcelado por Mussolini, el partido comunista de Italia no hizo nada por ayudarlo, pues su dirigencia
(P. Togliatti) estaba en la ortodoxia marxista de Lenin y se regía por las directrices de Moscú. Y Gramsci contravenía la
ortodoxia leninista, diciendo que el marxismo no debía imponerse por la vía revolucionaria sino por la vía de la hegemonía
cultural y el manejo inteligente de las diversas instituciones que conforman el ordenamiento político.

293
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

grandes segmentos de la sociedad —más allá de matices y variantes por países, regiones y
ciudades—, y va posibilitando, día a día, que lo que antes era visto como inaceptable, ne-
gativo, o incluso aberrante, se mire como “normal”, positivo, y hasta noble. Ese es el caso
de la propuesta de aborto, de la eutanasia, del matrimonio entre homosexuales, del nudismo
masivo, del cambio de los símbolos patrios246, de la educación unificada, de la corrupción
del Estado, que ya no impacta a casi nadie porque se ha transformado en algo “corriente”, al
extremo de que no tiene ninguna sanción electoral, etc. Incluso se aprecia en el ámbito polí-
tico, en el que algunos juegan el papel de opositores de sí mismos, como se pudo constatar
en el llamado a paro que hizo la CUT el día 29 de agosto del 2007. El gobierno socialista
de Bachelet descalificó oficialmente ese llamado, pero fue respaldado y alentado por varios
ministros de su propio equipo de gobierno.
El agudo intelectual italiano sabía bien que se podía avanzar más por esas vías graduales,
de lenta pero sostenida transformación de la mentalidad, que por la vía de una revolución
violenta, y en eso discrepó, en un tono elevado, de Lenin y Stalin.
Toda una hábil guerra de posicionamiento político-cultural, estratégicamente concebida y
ejecutada. Y muy mal entendida y enfrentada por quienes estaban obligados a hacerlo: los de-
fensores de los valores humanos de siempre, que copan la política en nombre de la oposición
y la defensa de la libertad y del bien común. Pareciera que vivimos en un mundo diseñado por
Gramsci, y a la medida exacta de éste: se han invertido las valoraciones morales y pragmáti-
cas, se exalta todo lo que sea o implique colectivismo, y se “deconstruye” la coherencia del
pensamiento filosófico y teológico, de forma tal que queda “pulverizado” en una multitud de
nuevas ideologías cuyo solo propósito es “desmitificar”, “secularizar”, “desacralizar”.
La consecuencia más aciaga de la ideología gramsciana es que en medio de tanta teoría
y retórica se le esfumó la persona, la dignidad del hombre en cuanto ser único. Ha desapare-
cido a tal punto en el colectivismo cultural, que se puede decir que no tenemos polis y que
el hombre ha muerto, social, política y espiritualmente. Esta tragedia es causa directa de la
frustración que se observa a través de todo tipo de manifestaciones sociales, y de la pérdida
del sentido de la vida en vastos sectores de la población.
Gramsci y Maquiavelo plantean una cuestión importantísima relacionada con la política
y la educación: ¿cuál es la función “educativa”, sino una descripción precisa de los meca-
nismos del poder político y de la ideología? ¿Hay que educar a la gente para que adopte una
“visión realista”, y por consiguiente intervenga en la lucha política que enfrenta a los poderes,
o bien revelarle el trasfondo oculto de la política, para que desconfíe de ella y viva indepen-
dientemente, al margen del poder político?
Pero hay más. Esta parte de la reflexión sobre Gramsci, basada en la comparación entre
maquiavelismo y “socialismo-progresista”, remite a uno de los grandes asuntos de la vida
pública actual: el de la relación entre política y corrupción. Es conocida la atracción que se
siente, particularmente en momentos malos o de euforia política, por inventar contratos para
sacar dinero o por hacer crecer su valor artificialmente, por repartir cargos a los camaradas
del propio partido e incluso a los mismos familiares, haciendo del manejo del Estado una
especie de negocio personal o familiar, siempre justificado por el idealismo y la lealtad a
esos ideales. Una tendencia al doble estándar, según se trate de uno de los “míos” o de “mis
adversarios”. (“La moralidad de los nuestros está fuera de toda duda y por encima de lo
que decidan los tribunales, pues actúan siempre por la “causa”; en cambio, los adversarios
siempre piensan egoístamente en sí mismos”, se suele concluir en tales casos). Pues bien, la
reflexión gramsciana y el maquiavelismo legitiman todas esas posibilidades de “fraternidad
246 El escudo nacional por el rombo blanco, azul y rojo.

294
Sebastián Burr

política”. El dicho “Yo pienso PPD” de un destacado militante de ese partido, una vez que
fue descubierto en actos en el límite de la corrupción a favor de miembros y parlamentarios
de su propia colectividad, evidentemente no lo inventó por su cuenta, sino que lo aprendió
del modelo gramsciano, y avala la tesis de que es inevitable que del maquiavelismo grams-
ciano emane la corrupción política, pues al final todo su planteamiento es ideológico y no
fundado en una definición objetiva y racional del bien común político. En síntesis, toda ideo-
logía porta el mismo germen del maquiavelismo.
Creo oportuno incluir aquí un fragmento ilustrativo de El príncipe, obra capital de
Nicolás Maquiavelo, en la que el propio Gramsci confiesa haberse inspirado para elaborar
su propuesta política.

Capítulo XV de “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo.

“De aquellas cosas por las que los hombres y especialmente los príncipes son alabados o
vituperados”.
“Nos queda ahora por ver cuáles deben ser el comportamiento y gobierno de un príncipe
con súbditos y amigos. Y como sé que muchos han escrito sobre esto, temo, al escribir yo tam-
bién sobre ello, ser tenido por presuntuoso, máxime al alejarme, hablando de esta materia, de
los métodos seguidos por los demás. Pero siendo mi intención escribir algo útil para quien lo
lea, me ha parecido más conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas que la simple
imaginación de las mismas. Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que nunca
se han visto ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta diferencia de cómo se
vive a cómo se debe vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende
más bien su ruina que su salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión
de bueno fracasará necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al
príncipe que quiera seguir siéndolo aprender a poder no ser bueno y utilizar o no este cono-
cimiento según lo necesite.
Dejando por lo tanto de lado todo lo imaginado acerca de un príncipe y razonando
sobre lo que es la realidad, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos —y sobre
todo los príncipes por su situación preeminente—, son juzgados por alguna de estas cuali-
dades que les acarrean o censura o alabanza: y así, uno es tenido por liberal, otro por mez-
quino… uno es considerado generoso, otro rapaz; uno cruel, otro compasivo; uno desleal,
otro fiel; uno afeminado y pusilánime, otro feroz y atrevido; uno humano, otro soberbio;
uno lascivo, otro casto; uno recto, otro astuto; uno duro, otro flexible; uno ponderado, otro
frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente. Y yo sé que todos admitirán que
sería muy encomiable que en un príncipe se reunieran, de todas las cualidades menciona-
das, aquéllas que se consideran como buenas; pero puesto que no se pueden tener todas
ni observarlas plenamente, ya que las cosas de este mundo no lo consienten, tiene que ser
tan prudente que sepa evitar la infamia de aquellos vicios que le arrebatarían el estado y
guardarse, si le es posible, de aquéllos que se lo quiten; pero si no fuera así, que incurra
en ellos con pocos miramientos. Y aún más, que no se preocupe de caer en la infamia de
aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el estado, porque si consideramos
todo cuidadosamente, encontraremos algo que parecerá virtud, pero que si lo siguiese sería
su ruina, y algo que parecerá vicio, pero que, siguiéndolo, le proporcionará la seguridad
y el bienestar propio”.

295
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Análisis crítico de Gramsci y del neogramscismo

Es necesario reconocer que la propuesta político-cultural de Gramsci y del neogramscismo


es muy inteligente, pues ha sabido ensamblar paciente y eficientemente una compleja serie
de factores culturales, de pragmatismo político y económico, que le han permitido un éxito
de facto en casi todos los países de Occidente. Sin violencia, sin revoluciones, y sin que ni
siquiera sus opositores tomen conciencia real del proceso de cambio. Sobre todo cuando la
oposición política no la conforma una derecha valórica, sino una derecha económica, pues
en ese caso, dice la izquierda, sólo hay que dejarla ganar dinero, y mientras eso ocurra, no se
jugará en contra de quien se lo permite, y menos por opciones valóricas que muchos de ellos
no entienden bién para que sirven en términos prácticos. Lenin ya lo había advertido en medio
del proceso revolucionario, diciendo que el último comerciante que quedase vivo, vendría a
vender la soga de su propio ahorcamiento.
Pero es evidente que el neogramscismo representa una versión renovada del síndrome to-
talitarista, pues procura alcanzar la hegemonía a través del pensamiento único y de la captura
total de la cultura y de las instituciones sociopolíticas, de la alineación de los “intelectuales”
y “filósofos” en una suerte de teoría y praxis colectivista.
Si analogamos el maquiavelismo a la educación, habría que concluir que no tiene ningún
sentido educar. Sólo habría que informar “descriptivamente” qué ocurre en la realidad, y no
averiguar ni proponer lo que debería ocurrir, de acuerdo a determinadas categorías cognosciti-
vas, valóricas y ontológicas. Por lo demás, describir es exactamente lo que hace el positivismo
sociológico: sólo pormenorizar lo que ocurre, para desarrollar a partir de ahí las políticas pú-
blicas, sin implementar ninguna que promueva el desarrollo moral e integral de las personas.
El neogramscismo ha invertido por completo los fines y la razón de ser de la enseñanza. Así
se entiende el gran desorden que afecta al fondo y la forma de nuestro sistema educacional.
El gramscismo utiliza muchos de los sistemas y estructuras que les critica a sus adver-
sarios, para llegar como sea al socialismo. Usa la economía de mercado (de la forma que ya
vimos), la democracia, la libertad burguesa, y como si todo eso fuera poco, arma un incom-
prensible amasijo de conceptos metafísicos en casi todos sus planteamientos. Despues de
revisar atentamente a Gramsci y al neogramscismo, es inevitable concluir que “no hay nada
nuevo bajo el sol”; detrás de esa entreverada propuesta y astuta estrategia, no hay otra cosa
que sed de poder. Lo prueba la misma conducción gramsciana de la política, que ha derivado,
como muy enfáticamente lo señaló Ramiro Mendoza, en “una cultura del despelote”247.
Gramsci propone la expansión ética de los ciudadanos, pero una expansión colectivista.
Confunde la religión con la Iglesia y la Iglesia con Dios. Distorsiona también la filosofía,
que es en esencia una reflexión que permite descifrar y hacer coherente el mundo, pues la
reduce a un ejercicio destinado a abrir los ojos de las masas en la dirección colectivista. No
se entiende por qué esa apertura de conciencia debe significar una sola vía, y conducir a la
crítica de la religión como componente de lo político. La filosofía me puede conducir hacia
abajo, es decir, hacia la psicología, o hacia arriba, es decir, hacia la metafísica y la teología,
e integrarlo todo en una sola cosmovisión.
El pensamiento gramsciano es una teoría fallida per se, y es evidente que está agotado,
porque volvió a cometer el error de Marx: no reconocer que la dimensión humana es doble: so-
cial e individual, y que ambas deben complementarse y ser acogidas por el orden sociopolítico.
247 El contralor general de la República, Ramiro Mendoza, señaló en un seminario dictado el 2 de abril del 2008 en Santiago,
que los actos de corrupción son un producto de la “cultura del despelote”, y que en éstos la “displicencia” juega un rol
importante. Esta “cultura del despelote” por la que atraviesa el país es fomentada por la apatía, la indolencia y la superficia-
lidad con que se miran todos los problemas. (Diario El Mercurio del 3 de abril del 2008).

296
Sebastián Burr

Cuando Gramsci habla de praxis, no queda claro a qué se refiere, pues la praxis consiste
en el ejercicio activo de la libertad en primera persona —propio de los hombres libres—, y
no en un proceso colectivo absolutamente genérico e indefinible. Habla de hegemonía mo-
ral y política, y no define qué entiende por moral, y tampoco si por política entiende el bien
común o al revés, que el Estado se arrogue todas las funciones sociales y además controle
las que son propias de las personas individuales, como la sexualidad, la constitución de una
familia, y la libertad de elegir la educación para los hijos. No distingue poeisis de praxis en
el mundo del trabajo, es decir, la operatoria “técnica” de la vivencia moral. Propone hacer de
los trabajadores personas, intelectuales, filósofos, pero en ninguna parte invita a que ingresen
en el protagonismo y a convertir la actividad laboral en una expansión de la conciencia y la
autosuficiencia individual. Cambia la vía revolucionaria violenta por una cosmética de revo-
lución cultural, y en consecuencia los trabajadores quedan donde mismo: en la violencia de la
sociedad salarial. En realidad, Gramsci no es un filósofo de la praxis, aunque así se califica a
sí mismo, sino una especie de “super teórico”, cuya teoría anula por completo la praxis, que
consiste en la vivencia personal de la realidad, en todas sus facetas y dinamismos.
En su propuesta educativa vuelve a aparecer Maquiavelo, pues dice que las relaciones
pedagógicas “no son estrictamente escolares, sino que se extienden a la sociedad y a su con-
junto; todas las relaciones hegemónicas... son en cierto sentido políticas” (antes que peda-
gógicas). No se entiende para qué quiere educar, si sólo habla de una educación descriptiva
de la realidad; para eso es mejor mandar a los niños y jóvenes a las asambleas políticas, y
simplemente dejar de enseñarles.
Califica despectivamente la libertad educacional como “educación espontánea”, con lo
cual rechaza de hecho la libertad de educación, y propone una educación única y activa,
conducida exclusivamente por el Estado. Pero no explica cómo puede hacerse una educación
activa dejando fuera la libertad intrínseca, y en último término buena parte de la naturaleza
humana. En otras palabras, tiene la misma concepción rousseauniana y platónica de la educa-
ción, pues decreta que los alumnos deben ser extirpados de la tutela familiar para entregarlos a
la tutela intelectual del Estado. Hace proclamas educativas genéricas y grandilocuentes, pero
no elabora una propuesta formal, salvo decir que la educación también tiene un rol político
que jugar, y que eso obliga al Estado a asumir su control.
Diseña así el peor de los mundos para las clases sociales emergentes, pues ese tipo de
educación las distancia aún más de los sectores que reciben una formación más integrada para
mejorar sus condiciones socioeconómicas.
Toda la obra de Gramsci y del neogramscismo queda estructurada por la finalidad de lograr
un renacimiento del marxismo y de elevar su concepción filosófica, de manera que sea capaz
de crear una cultura totalitaria que domine todos los espacios existenciales del hombre, esta vez
mediante el consenso, y neutralizando a los grupos de poder antagónicos, sobre todo a los de alto
poder económico y cultural. Actualmente asistimos a un movimiento mundial de revalorización
del pensamiento político-filosófico de Gramsci, pues existe en los sectores de izquierda una
conciencia cada vez mayor de que sus análisis representan la única posibilidad marxista de ins-
taurar la vía al socialismo en las condiciones actuales del capitalismo avanzado, y de que son los
que mejor explican las causas del hundimiento final del sistema denominado “socialismo real”.
Ahora bien, si Gramsci postula la idea de que los intelectuales son todos los ciudadanos,
y que todo hombre es un filósofo per se —cosa con la cual concuerdo—, quiere decir que
reconoce que todos los seres humanos poseen inteligencia espiritual y práctica; pero en nin-
guna parte de sus escritos señala el deber de desarrollar esas inteligencias considerando a la
persona en cuanto tal.

297
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Gramsci no escribió ningún tratado de ética normativa; dedicó muy pocas páginas a acla-
rar su propio concepto de la ética. No era un filósofo académico ni un político corriente, es-
pecialmente preocupado por la propia imagen. No tuvo contacto directo con la realidad; era
un pensador exclusivamente teórico en una época en extremo ideologizada. Sin embargo, en
esa soledad teórica logró descifrar las fisuras del marxismo ortodoxo y elaborar un proyecto
mucho más potente para consolidar el sueño marxista. Creo que esa dedicación apasionada
a la reflexión y al estudio de la filosofía política permite sacar una conclusión de enorme
proyección: cualquiera que pretenda algo importante en el orden político, no puede eludir la
investigación y la reflexión a fondo de todos los asuntos involucrados en dicho orden, incluso
los históricos, y de todos los asuntos humanos. Sólo esa investigación y reflexión le permitirá
elaborar una síntesis que concilie filosóficamente los requerimientos humanos y sociales.
Considero necesario, por último, agregar que Gramsci, en un vuelco completamente
asombroso de toda su trayectoria ideológica, se convirtió antes de morir a la fe católica, suce-
so que se relata en la Nota248.

Conclusión sobre el actual cuadro político

Al cabo de este “extenuante” recorrido, queda en evidencia que el liberalismo y el socialismo,


incluso en sus articulaciones contemporáneas, configuran una especie de monstruo bicéfalo
indivisible, de carácter totalitariamente materialista, que todo lo que toca lo asimila a su propio
metabolismo anómalo. Esa asimilación metabólica ha sido incluso llevada a cabo “absorbien-
do” y “reciclando” ciertas teorías y corrientes modernas que no fueron formuladas con pro-
pósitos políticos, y cuyos planteamientos no se vinculas intrínsecamente con ninguna de las
dos ideologías. Así el socialismo se ha anexado el cientificismo, para instaurar esa falsa pero
encandilante visión del futuro llamada “progresismo”, que nos está conduciendo a un posthu-
manismo de las más oscuras perspectivas. Y el liberalismo económico ha logrado implantar el
consumismo, revistiéndolo de dos auras igualmente “seductoras”: una aura romántica (adap-
tada del romanticismo histórico), que hace creer que el consumo desorbitado produce “liber-
tad” y “grandeza”; y una aura erótica (extraída de la teoría sexual de Freud), que mediante el
marketing trata de convertir en “objetos psicosexuales” una parte importante de los productos
y servicios que introduce en el mercado. Y gracias a esos “ilusionismos”, ambas ideologías
dominan sin contrapeso en el Occidente contemporáneo. Dos “almas” gemelas nacidas de una
misma matriz —el materialismo—, pero volcadas hacia diferentes direcciones: una hacia el
poder político y la otra hacia el poder económico. Así, cualquiera de los lectores que anide el
anhelo de borrar a uno de los dos del devenir político occidental, deberá pensar seriamente en
borrar también a su alter ego genético, sea éste el liberalismo o el socialismo, bajo cualquiera
de sus denominaciones. Sólo librándonos de ambos artificios ideológicos podremos configurar
decididamente un Estado que fomente el ejercicio de la libertad para desarrollar la ética social,
la autosuficiencia, y finalmente la autodeterminación de todos los ciudadanos.

248 Según una información entregada el 25 de noviembre del 2008 por el diario El Mercurio de Santiago, Gramsci se convirtió
a la fe católica justo antes de morir. Así lo aseguró el arzobispo Luigi de Magistris, penitenciario emérito del Vaticano.
“Gramsci murió con los sacramentos, volvió a la fe de su infancia”, afirmó De Magistris, durante una rueda de prensa.
Hacía años que se había anticipado la posibilidad de que el fundador del PC italiano —que en la década del 70 llegó a ser
el más grande de Occidente— se convirtiera a última hora. “Mi paisano Gramsci tenía en su pieza la imagen de Santa
Teresa del Niño Jesús. Durante su última enfermedad, las monjas de la clínica donde era tratado llevaban a los enfermos
la imagen del Niño Jesús para que la besaran”, afirmó De Magistris. El obispo explicó que Gramsci pidió expresamente a
las monjas que le llevaran la imagen para besarla, cuando vio que a él no se la llevaban. “El mundo de la hoz y el martillo
prefirió silenciar los hechos”, agregó De Magistris.

298
Capítulo IV
El trasplante de las filosofías de la modernidad
a la trayectoria política de chile

Es incuestionable que una gran mayoría de los actuales personeros de nuestra clase política, y
también muchos empresarios que detentan el poder económico, han hecho suyos, en distintos
grados y de diversas maneras, los trasfondos ideológicos de las filosofías de la modernidad re-
visadas en el desarrollo anterior: empirismo, racionalismo cartesiano, positivismo, relativismo,
agnosticismo, y sobre todo su sistemático rechazo a toda indagación metafísica de la realidad
y de la condición humana. Los empresarios y políticos de “derecha” se han concentrado bási-
camente en el materialismo economicista; los políticos de izquierda, en los del “humanismo”
materialista y colectivista. Y ese proceso ha ocurrido en muchos casos sin mayor reflexión
filosófica, por una absorción espontánea y acrítica de la cultura que hoy respiramos; así, casi
ninguno de ellos está plenamente consciente de los códigos que rigen esos paradigmas.
¿Por qué ocurrió este trasplante a nuestro país de esas ideologías acuñadas en Europa
hace ya tanto tiempo, entre los siglos XVII y XIX? ¿Es un fenómeno reciente en Chile, ini-
ciado apenas algunos decenios atrás? ¿O tiene orígenes que se remontan a anteriores etapas
de nuestra historia republicana? Más aún: ¿cuáles han sido aquí los alcances y las caracterís-
ticas de dicho trasplante?
Creo que este análisis es también necesario para entender cabalmente la situación en que
hoy nos encontramos, no sólo en el plano del pensamiento, sino sobre todo en los ámbitos que
gravitan decisivamente en nuestra vida real: el orden sociopolítico, la familia, la educación, el
mundo del trabajo, la economía, la ecología, los modelos culturales, etc.
Una revisión de esta naturaleza nos irá revelando hasta qué punto somos herederos y víc-
timas de un proceso histórico iniciado hace más de dos siglos en otras latitudes, lo difícil que
es revertirlo, la complejidad de los factores que lo han ido configurando hasta nuestros días,
y cómo se ha constituido en un paradigma extremadamente confuso, casi monolíticamente
implantado en la mayoría de las conciencias, a tal punto que parece imposible de modificar.
Pese a todo, el sentido común impreso en la naturaleza humana sigue funcionando en muchos
ciudadanos comunes y corrientes, y constituye un antídoto natural que les permite atenuar
o escapar de ese férreo condicionamiento, y dar aún cierta estabilidad a sus vidas. Pero no
podemos contentarnos con eso y declararnos impotentes; debemos trabajar activamente por
desmontar sus erróneos andamiajes y sustituirlos por un auténtico humanismo.

299
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Chile: una nación carente de un modelo ético-político.

Chile se convirtió en una república independiente bajo el influjo de tres acontecimientos his-
tóricos: la independencia de los Estados Unidos en 1776, la Revolución Francesa en 1789, y
la deposición del rey de España Fernando VII por Napoleón, en 1808. Hubo un cuarto factor
extraordinariamente determinante, esta vez de carácter ideológico: el trasplante a nuestro país
de las filosofías materialistas y racionalistas modernas, que hasta hoy ha configurado valórica
e institucionalmente nuestro sistema político, y que es el mayor responsable de las crisis hu-
manas y sociales que nos afectan. Primero importamos el liberalismo, luego el positivismo,
y después, por una suerte de escisión del mismo liberalismo, el socialismo, que apareció para
neutralizar el ímpetu liberal del “dejar hacer, dejar pasar”, que estaba provocando una enorme
cantidad de descalabros humanos y sociales en Europa.

La conducción política vaciada de lo humano

El liberalismo y el socialismo suscribieron los postulados de la Revolución Francesa (libertad,


igualdad y fraternidad), pero los vaciaron de sus referentes metafísicos; la ética y la moral, en
cuanto libres manifestaciones del discernimiento humano, fueron reemplazadas por numero-
sas normas positivistas que intentaban dictaminar y controlar a priori todos los aspectos de la
vida humana. Además, como el sistema sociopolítico que primaba anteriormente en Europa
se basaba —mínima, buena o malamente— en un orden natural de carácter superior creado
por Dios, los revolucionarios ideológicos se vieron políticamente “obligados” a derrumbarlo.
Reemplazaron el Dios universal del cristianismo por la diosa razón, ícono que representaba
exactamente sus propios postulados materialistas, racionalistas y positivistas. Y como lo ma-
terial es visible, y lo inmaterial invisible y abstracto, a muchos les resultó más fácil y cómodo
funcionar en adelante según los hechos concretos que estaban a la vista, y no según códigos
valóricos y espirituales de carácter superior. Contribuyó a ese viraje el tremendo impulso que
cobraron después del 1700 el empirismo y el racionalismo cartesiano gracias a los geniales
descubrimientos de Isaac Newton, que tenían completamente deslumbrado al mundo europeo
(aunque ya vimos que Newton no fue empirista ni cartesiano, sino profundamente religioso).
Muchos y graves errores históricos249 —filosóficos, teológicos, humanos, políticos y éti-
cos—cometieron los responsables del antiguo orden, y las consecuencias las pagaron las ge-
neraciones posteriores de Occidente, que quedaron privadas en gran medida de los mejores
desciframientos humanos llevados a cabo por las anteriores filosofías. Y si bien en España
existió el movimiento de la Ilustración Católica, que pretendía conciliar los modelos probada-
mente buenos de la tradición con las nuevas ideas ilustradas, sólo duró un tiempo en ese país,
y casi no influyó en el resto de Occidente.
Las nuevas ideas que se imponían en Europa fueron introducidas en nuestro país por
viajeros chilenos de alta situación económica, a quienes el proceso liberal de la Ilustración
les permitía justificar su nivel de vida y abrir para sí nuevos espacios de poder político. Se
proclamaban sin embargo como una vanguardia progresista contra un orden establecido que
protegía y perpetuaba privilegios, en lo cual no dejaban de tener algo de razón. Sin excepción,
las figuras protagónicas de la emancipación americana fueron miembros de las clases adine-
radas, y no gente de la clase media o campesina, como ocurrió en la Revolución Francesa.

249 Juan Pablo II, en el Jubileo del año 2000, pidió perdón en nombre de la Iglesia por esas graves faltas: Inquisición, simonía,
proceso a Galileo, etc.

300
Sebastián Burr

Más aún, los líderes de nuestra independencia que más influyeron después en la configuración
sociopolítica del país habían asimilado a través de toda clase de lecturas las ideas empiris-
tas, racionalistas y positivistas del enciclopedismo francés, como fue el caso de fray Camilo
Henríquez, que a través de sus escritos, principalmente como director de La Aurora de Chile,
difundió exaltadamente los modelos de “progreso” acuñados por esos filósofos. Por su parte,
Bernardo O’Higgins, durante su estadía en Londres, se incorporó a la Logia Lautarina, organi-
zación masónica inspirada en los enciclopedistas, donde junto con Francisco de Miranda, José
de San Martín y otros destacados artífices de la emancipación americana absorbió en gran
medida esos postulados ideológicos, cuyas propuestas de progreso científico y tecnológico
generaban inéditas expectativas sobre el futuro humano.
Así la libertad, en vez de constituirse en un dinamismo de autosuficiencia moral, se con-
virtió sólo en un instrumento para la búsqueda y posesión de bienes utilitarios. Pero esa ex-
pectativa, manejada en su favor por la nueva clase política, que reproducía mayoritariamente
las consignas individualistas del liberalismo, adquirió un carácter exclusivamente elitista,
pues sólo quedó reservada para los que ya detentaban el poder económico. La inmensa mayo-
ría de los ciudadanos de la nueva América, los pobres y las clases medias, aunque liberados
del tutelaje político de la España colonial, quedaron donde mismo, impedidos de acceder a los
“beneficios del progreso”. Y esa sistemática marginación, que se ha perpetuado hasta el día de
hoy, fue con el correr del tiempo inteligentemente aprovechada por el socialismo para instituir
el Estado Benefactor, que aparenta “asistir” a los desposeídos con toda clase de “mínimos”,
pero sin hacer nada para sacarlos de la condición infrahumana en que se encuentran, y menos
aún para que adquieran una autosuficiencia intelectiva, práctica y emocional que les permita
alcanzar libremente, dignamente y por sí mismos mejores niveles de vida.

SÍNTESIS DE LA TRAYECTORIA Política DE CHILE250

Chile, desde la independencia y hasta prácticamente 1860, fue un país básicamente agrario,
que mantenía rasgos de unidad sociopolítica emanados de una imagen de mundo que se ba-
saba en la idea de un Dios que aglutinaba ordenada y jerárquicamente toda la realidad. Era la
herencia hispánica colonial, que se configuró durante casi tres siglos (1541-1810).
En 1818, luego de la derrota definitiva de las fuerzas españolas en la batalla de Maipú (Patria
Nueva), se supuso que Chile había logrado definitivamente su independencia. Pero esa emanci-
pación era sólo político-administrativa, no filosófico-política. Ideológicamente, Chile jamás ha
conseguido independizarse y construir una nacionalidad con idiosincrasia propia, idiosincracia
que sería perfectamente compatible con los códigos morales y éticos propios de la condición hu-
mana. Y si un país no posee idiosincrasia, es decir, carácter, le es muy difícil buscar y encontrar
soluciones propias y eficaces. Y está propenso a ser presa de manipuladores ideológicos.
Los chilenos tenemos una conformación racial en la que se mezclan españoles e indí-
genas, y en cierta dosis alemanes, ingleses, italianos y hasta árabes. Culturalmente, somos
herederos de un deformado catolicismo español, del enciclopedismo y la revolución france-
sa, de la guerra civil española, de la ideología de Marx, y últimamente de un protestantismo
que tampoco entiende bien los requerimientos humanos del cristianismo. Pareciera que esa
compleja “huella digital” nos ha impedido dibujar un rostro propio, y eso explica que en el
mundo pocos nos reconozcan.
250 La fuente principal utilizada para esta síntesis histórica fue la Historia de Chile, de Gonzalo Vial.

301
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Entre 1830 y 1861, Chile fue gobernado por regímenes denominados “autoritarios”, pues
cautelaban enérgicamente el orden público, la honradez y el respeto a la autoridad política. El
instigador de ese tipo de gobierno fue Diego Portales. Probablemente, fue el período más serio
y “aburrido” de nuestra historia. Ya en la Constitución de 1833, promulgada por el presidente
Prieto y basada en la primacía del poder ejecutivo, se enfrentaron el liberalismo que promovía
Gandarillas y el conservadurismo que propiciaba Egaña. Sin embargo, dicha Carta Fundamen-
tal le dio gran estabilidad y continuidad al desarrollo político del país, aunque a través de su-
cesivas modificaciones se fue haciendo más liberal y menos conservadora. El discurso liberal
pretendía sustentarse precisamente en la libertad humana, y terminó minando los gobiernos de
tipo portaliano. Dos liberales que se destacaron en sus ataques al orden portaliano fueron Fran-
cisco Bilbao (1823-1864) y José Victorino Lastarria (1817-1888). Bilbao ya propiciaba el igua-
litarismo, para lo cual fundó la Sociedad de la Igualdad, y en su libro La sociabilidad chilena
copió las ideas hacia las cuales avanzaba el liberalismo, e incluso la nueva tendencia europea a
excecrar a la Iglesia como responsable de todos los males humanos, sociales y políticos.
El año 1861 marcó el comienzo de la república liberal, que de una u otra manera ha
perdurado más de 140 años, generalmente en alianza con radicales y socialistas, y en forma
excepcional con conservadores. Ya entonces empezó a configurarse un revoltijo político casi
indescifrable, que fue incubando toda clase de contraposiciones, que tuvo una inflexión tre-
mendamente importante en 1973, y que ha sobrevivido hasta hoy (conservadores liberales;
liberales de izquierda; radicales de derecha e izquierda; izquierdistas masónicos, marxistas,
agnósticos, cristianos y libremercadistas; derechistas católicos; derechistas estatistas; dere-
chistas economicistas, etc.).
Ninguna de esas tendencias tenía un fundamento sociopolítico ontológicamente huma-
nista. Los liberales fueron minando los valores y degradando la libertad humana; los socia-
listas reemplazaron el bien común político por el estatismo colectivista; los radicales introdu-
jeron la cuota precisa de cientificismo y positivismo, y armaron el actual amasijo imposible
de descifrar, incluso para sus mismos actores. El código “filosófico” de todo este caos es el
eclecticismo y el relativismo, y su norma operativa es el “consenso”, cuyos inoperantes resul-
tados hemos visto en todos los diagnósticos anteriores.
Paralelamente, muchas autoridades eclesiásticas y muchos conservadores católicos, al
margen de las funciones cautelares que le asignaba a la Iglesia el concordato suscrito con
el Estado, alarmados ante los crecientes avances del liberalismo, que se proponía abolir la
injerencia de la religiosidad en los asuntos sociales, cometieron el grave error de defenderse
interviniendo activa y coyunturalmente en la política. Enfrascada en ese tráfago ajeno a su
misión esencial, la Iglesia postergó a un segundo o tercer plano los auténticos requerimien-
tos espirituales y morales de la ciudadanía. Se generó así un equívoco escenario de combate
entre los llamados clericales y anticlericales, que durante muchos años absorbió casi todo el
quehacer político, lo mantuvo entrampado en disputas de poder —enconadas, sectarias, y a
veces hasta pueriles o grotescas—, e impidió casi por completo todo progreso real del país.
Peor aún, la Iglesia fue impelida a alinearse con los sectores políticos más adinerados, con lo
cual dejó de representar a los ciudadanos comunes y corrientes.
Pero el abandono de su verdadera misión por parte de la Iglesia no se debió sólo a
su intervención en la lucha política contingente. Se había producido mucho antes, por una
transmisión rutinaria, infantil y torpemente superficial de la religiosidad, de la cual estaban
ausentes casi todos los requerimientos esenciales del ser humano y del orden social: libertad
extrínseca e intrínseca, desarrollo de las facultades superiores, praxis moral de la persona en
cuanto tal, autodeterminación, ética social, bien común político, etc. Más aún, ese modelo

302
Sebastián Burr

desfigurado de la religiosidad era incapaz de transformar las conciencias, las conductas y la


vida real según las mejores expectativas ontológicas de la condición humana.
El presidente Errázuriz Zañartu (1871-1876) gobernó con un parlamento compuesto de
26 liberales, 20 radicales, 9 nacionales (de tendencia liberal) y 39 conservadores. Es decir,
ya se observaba una tendencia política cargada hacia la izquierda, considerando que en esos
tiempos la izquierda estaba constituida por los liberales y los radicales. De ahí en adelante,
hasta el gobierno de Eduardo Frei Montalva, todos los presidentes ejercerían sus mandatos
con una mayoría liberal-radical en el parlamento y en sus gabinetes ministeriales. Es decir,
casi un siglo completo.
Poco y nada se puede decir de ese gobierno, pues todo el sistema parlamentarista de la
época procuraba mantener los privilegios de la oligarquía, que ostentaba sin competencia el
poder político y económico. No se habían consolidado aún la clase obrera ni la clase media,
que sólo comenzaron a emerger durante el gobierno de Balmaceda.
Aníbal Pinto G. (1876-1881), que prosiguió la línea liberal, debió enfrentar la Guerra del
Pacífico y manejar las dificultades económicas e internacionales que generó dicho conflicto,
las cuales camuflaron las divisiones sociales incubadas desde 1870, aunque sin manifesta-
ciones ideológicas ni políticas. Desde su independencia (1810) y hasta 1860, Chile tenía un
Estado pequeño en comparación con su PIB. A partir de 1860 (como tendencia) comienza a
crecer el tamaño del Estado, lo que da comienzo a los períodos de déficit fiscal y de inflación
que perdurarían hasta prácticamente 1976. Entre la independencia y la guerra del Pacífico, el
crecimiento del PIB per cápita fue sólo de un 0,8% 251.
La disputa entre clericales y anticlericales, que también provenía de Europa (sobre todo
de Francia), arreció durante el gobierno de Santa María (1881-1886), y terminó por romper
las frágiles alianzas de liberales con conservadores. Santa María hizo surgir además a la su-
perficie una suerte de división moral en la sociedad chilena, que culminaría en lucha de clases
(también importada desde Europa), más o menos a partir de 1920.
En este período el liberalismo se tornó más virulento, y el parlamentarismo no hacía nada
para disociarse de él, pues los propios parlamentarios estaban al mismo tiempo en la políti-
ca, en los negocios y en la alta vida social. Dicho maridaje se extendió y se hizo habitual;
los ciudadanos más acaudalados adoptaron un tren de vida extremadamente frívolo, que hizo
desaparecer el precario equilibrio social logrado desde la independencia, y el país sufrió así el
mayor quiebre moral de ese siglo. La aristocracia, que se había asignado a sí misma la función
de tutelar el correcto funcionamiento de la ciudadanía, entró en un proceso de descomposición
que iría incubando el descontento social, y también una anarquía política que de alguna ma-
nera sería controlada en el primer gobierno de Arturo Alessandri. La riqueza argentífera trajo
a Santiago desde Europa un alud de novedades tecnológicas, lujos y frivolidades que el país
no conocía. Se construyeron fastuosos palacetes privados con grandes parques diseñados por
paisajistas extranjeros, edificios como el Hotel Santiago y el Club de la Unión, con refinados
muebles parisinos, jardines interiores, cuadros valiosos y estatuas de mármol. Una ostentación
que excedía sin mesura los niveles de vida de la época. La “escala” de valores que estable-
cieron de ahí en adelante los nuevos adinerados no fue el desarrollo moral y sociopolítico del
pueblo y de sus instituciones, sino el lujo europeo: cristalería Baccarat, plaqués Christofle,
costosos muebles y carruajes franceses, trajes de modistos de fama, etc. Abundaban las fiestas
con disfraces, canto, violines y pianos. Los viajes por Europa duraban muchas veces años, y los
viajeros solían llevarse consigo a empleadas domésticas y mayordomos.

251 Informe Crecimiento Económico de Chile: Evidencias, Fuentes y Perspectivas”, de José De Gregorio, presidente en ejer-
cicio del Banco Central de Chile, publicado por el Centro de Estudios Públicos (CEP).

303
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Pero esa opulencia no podía durar para siempre. Declinó la producción de la plata,
cayeron los precios internacionales, se fueron al suelo los salarios de los trabajadores, se
extendió la cesantía, y estallaron los disturbios sociales. Raimundo Subercaseaux escribió el
siguiente diagnóstico sobre dicho período: “Creo que, hasta el día de hoy, fue por aquellos
años de 1872 y 1873, cuando se pudo notar la mayor transformación de orden moral que
haya sufrido Santiago desde la independencia”.
La europeización de la alta sociedad santiaguina se extendió al campo, y provocó un
mayor distanciamiento entre el patrón y el inquilino, pues muchos dueños de fundo se tras-
ladaron a vivir a Santiago, abandonando esa suerte de paternidad (en el buen sentido del tér-
mino) que ejercían sobre los campesinos. El éxodo de los terratenientes arrastraría después a
los propios campesinos, que se dejaron impresionar por “las luces” de la capital y empezaron
también a emigrar, atraídos por la expectativa de trabajos industriales con mejores salarios y
de un nivel de vida superior. Pero lo único que encontraron en Santiago fueron salarios subhu-
manos y el hacinamiento en conventillos y poblaciones miserables, inaugurando a su pesar la
clase proletaria y la sociedad salarial. El obrero y el campesino constituirían así dos categorías
marginales, que se encaminarían lentamente a un quiebre con el establishment, cuyas conse-
cuencias se apreciaron en toda su magnitud en el siglo XX, especialmente entre 1970 y 1973.
La influencia del liberalismo no se detuvo en el gobierno de José Manuel Balmaceda
(1886-1891), muy cercano a Santa María, que culminó en una sangrienta guerra civil (10.000
muertos) entre presidencialistas y parlamentaristas, detrás de la cual se parapetaban liberales
y conservadores. Se volvió a romper la unidad nacional, pues ya se estaban consolidando dos
visiones incompatibles del hombre y la sociedad.
El poder político pasó a manos de una reducida oligarquía estremadamente rica (banque-
ros, mineros y salitreros), que frenó el desarrollo impulsado por Balmaceda, y el parlamenta-
rismo adquirió hegemonía en desmedro del poder presidencial.
Balmaceda contaba con el apoyo de la corriente liberal “democrática” de tendencia refor-
mista, que se unía a cualquier tienda política que le permitiera alcanzar sus fines y aglutinar
el mayor poder posible. Y como sus adversarios eran los conservadores, los balmacedistas se
inclinaron decididamente al radicalismo, corriente de matriz liberal-positivista que en aquel
entonces representaba con más propiedad al izquierdismo chileno y también al francés, faro
de Occidente en el siglo XIX, sobre todo después de la fulgurante Revolución Francesa.
Balmaceda avivó las pasiones políticas derivadas de virulentas discusiones filosóficas
entabladas por los liberales contra los conservadores, cuyos argumentos antimetafísicos y
antiteológicos eran traídos de Europa por los viajeros adinerados252.
Pero Balmaceda no dio una real participación a las nuevas fuerzas sociales emergentes,
pese a los gigantescos ingresos fiscales provenientes del salitre, a que la clase media empe-
zaba a configurarse gracias a una extendida infraestructura educacional, y a la marginación
social más que económica del también incipiente mundo obrero. Más bien trató de concentrar
el poder en sí mismo, a través del presidencialismo.
Dichos recursos fueron gastados en una colosal infraestructura industrial, en construir
una gran cantidad de escuelas y en poner en escena la Educación Concéntrica copiada de

252 En esos años gobernaba en Francia una corriente liberal-radical-positivista, encabezada por Jules Ferry (1880-1885), que
instauró políticas fuertemente anticlericales. Las órdenes religiosas necesitaban un permiso expreso para funcionar en el
país, e incluso se promulgó una ley que entregó los conventos y los templos a organizaciones laicas. El cuadro político entre
clericales y anticlericales era similar al que se vivía en Chile, y los liberales y radicales chilenos mencionaban al político
radical francés Gambetta como grito de guerra contra el clericalismo. Por su parte, los masones emergieron del positivismo,
e intentaron reemplazar el catolicismo por una religión laica (que no podía no ser política), cuya influencia ha sido signifi-
cativa en nuestra historia.

304
Sebastián Burr

Europa, cuyo objetivo era integrar el conocimiento científico y las artes, dejando casi fuera
todo humanismo253. Pero fue Barros Arana el verdadero impulsor en Chile del cientificismo
educativo y de la intervención del Estado en la educación, en desmedro del humanismo y de
la libertad de enseñanza que promovía Abdón Cifuentes.
La “guerra religiosa” entablada en el campo político se desplazó al campo educacional.
La generación de los hermanos Matta y Amunátegui, Diego Barros Arana, Aníbal Pinto, Juan
Francisco Vergara, etc., todos inspirados en la filosofía de moda, el positivismo, influía fuer-
temente en las disputas ideológicas y en el acontecer nacional. Simultáneamente emergieron
las logias masónicas, con el rótulo de “neutrales, tolerantes y progresistas”, que al despuntar
el centenario de la independencia ya sumaban más de cien254.
El espacio arrebatado a la Iglesia hizo que la enseñanza media y universitaria impartida
por el Estado quedara permeada por la ideología del materialismo positivista, que pretendía
sustituir la moral cristiana por una moral científica (como si el dinamismo moral fuera em-
pirista o material). Los teóricos de esa pretensión eran Barros Arana, Barros Borgoño, Juan
Nepomuceno Espejo (rector del Instituto Nacional), Mac Iver y Valentín Letelier. ¿Por qué
entonces muchos ciudadanos se sorprenden hoy de la matriz materialista que rige nuestra
educación y nuestra institucionalidad sociopolítica? ¿Por qué otros se quejan del economicis-
mo255, que bebe de la misma fuente?
Asi la adolescencia política de Chile despuntó llena de “próceres” vinculados a esas tenden-
cias filosóficas256. Peor aún, casi ningún presidente de la República se libró de esas influencias,
que posteriormente fueron permeadas por el trasplante al país de las teorías de Marx y Engels,
hasta culminar con la autodeclaración marxista leninista del presidente Allende en el año 1970.
La nueva generación pasó a controlar la educación fiscal de niveles medio y superior.
Junto con eso, extirpó de allí la enseñanza católica, sobre todo bajo el rectorado en la U. de
Chile de Diego Barros Arana, un devoto de Voltaire257.
Barros Arana no era un pensador, y carecía de imaginación creadora. No se interesaba
por los problemas filosóficos o metafísicos (quizás por eso se produjo su rápido resbalar
hacia el agnosticismo), pero poseía una memoria prodigiosa, una infatigable laboriosidad,
y una pasmosa aptitud para la investigación documentaria y para la reconstitución histórica.
Era muy generoso, gran patriota, y no dudó en ayudar al presidente Errázuriz Echaurren en
cuestiones limítrofes, no obstante haber sido severos adversarios en esos mismos temas. En
sus conversaciones íntimas quedaban en evidencia sus raíces cristianas, aunque utilizaba esos
conocimientos para extirpar de los jóvenes su fe católica y distanciarlos de la Iglesia. Le
gustaba citar a Voltaire —“Aplastad a los infames”—, y sentía un odio casi visceral por los
jesuitas, moda difundida en muchos países occidentales “de vanguardia”. Similares prejuicios
tenía sobre la influencia de la religión en la conducta social. Decía: “…todo nos demuestra

253 Balmaceda fundó el Instituto Pedagógico (1889), con fuerte énfasis en el cientificismo. Sin embargo, mediante la fundación
de la Universidad Católica de Santiago (1888), se impuso (aunque de un modo parcial) la enseñanza humanista y la libertad
de enseñanza en la educación superior.
254 Eran masones los hermanos Matta, los hermanos Gallo, los Puelma Tupper, uno de ellos autodeclarado “enemigo personal
de Dios”, Aníbal Pinto, el doctor Allende Padín, Enrique Mac Iver. También se alineaban con el anticlericalismo Benjamín
Vicuña Mackenna, el presidente Santa María y el presidente Balmaceda.
255 El economicismo es el reduccionismo de la vida humana y social a los puros procesos económicos, sin integrar a todos los
ciudadanos, y convierte la economía en un ícono desvinculado del desarrollo integral de la persona.
256 Dublé Almeyda, Erasmo Escala, Juan Williams Rebolledo, Juan José Latorre, Guillermo Blest, José Victorino Lastarria.
257 Barros Arana era un asiduo de La Sorbona en París; lo deslumbraban los adelantos científicos que conoció allí. Lo im-
presionó especialmente que un químico francés muy conocido hubiera analizado la hostia y el vino antes y después de su
consagración, y no hubiera detectado ningún cambio. Relataba a menudo ese episodio, como si lo inmaterial pudiera ser
registrado mediante mediciones físicas.

305
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que los sentimientos religiosos de esta sociedad (la chilena) son sólo mezcla de supersticio-
nes inspiradas por el fanatismo más exaltado, y de exterioridades muchas veces chocantes,
debajo de lo cual se oculta una punible depravación de costumbres y de ordinario una falta
absoluta de probidad moral”. Y en el congreso general de Enseñanza Pública de 1902 decla-
ró: “Yo afirmo que la única moral aceptable, la única que puede formar hombres dignos de
una república libre y capaces de grandes empresas, es la moral independiente… que da al
hombre el dominio de sí mismo, sin sugestiones extrañas, (y que) es muy superior a esa otra
moral teológica y estrecha, a esa moral que lo liga a religiones sectarias, que le imponen la
obligación de confesarse, de comulgar, de ir a misa, en una palabra de ser hipócrita”. Por
lo tanto, Barros Arana sostenía que ser católico era ser hipócrita per se, y lo peor era que,
según él, su agnosticismo y su amor a la ciencia le asignaban por arte de magia una suerte de
neutralidad en todo tipo de discusiones, que sólo poseían quienes compartían su misma línea
de pensamiento. Las reformas que introdujo en el Instituto Nacional fueron consideradas un
ataque directo a la Iglesia y a la fe. Sin embargo, junto con el presbítero Joaquín Larraín, fue
uno de los pocos que se opuso a eliminar el latín de la enseñanza escolar hasta antes de estallar
la guerra religiosa. Posteriormente se hizo un furibundo opositor a esa lengua.
Según Barros Arana, la ciencia y la tecnología reemplazarían a la expansividad del espí-
ritu y a las convicciones humanas de cada cual, y guiarían a la humanidad hacia un progreso
indefinido e irreversible. La ciencia y la tecnología eliminando todos los males: la pobreza
económica y espiritual, las desigualdades y la explotación del hombre, las enfermedades, las
guerras y todas las calamidades que habían asolado al género humano hasta ese momento. El
triunfo definitivo del materialismo en muchas mentes de la época.
En su segundo viaje a París (1879), Barros Arana llegó cuando Ferry, primero como mi-
nistro de educación y después como primer ministro, promovía todo tipo de leyes laicas, entre
ellas las educacionales. Casi todas fueron acogidas por él fervorosamente.
Tanto Barros Arana como su padre Diego Antonio se habían convertido en una suerte
de “beatos” del cientificismo, que creían el verdadero redentor de la humanidad. De hecho,
Diego Antonio creó la escuela de Anatomía. Decía: “Ya veo las Artes Utiles y las Bellas
Artes, las Ciencias todas con su ropaje griego, asiladas en Chile bajo las banderas ven-
cedoras. Ellas consolidarán nuestra independencia política, y generalizada la Ilustración
todos y cada uno sostendrán la libertad civil y la seguridad individual…” A su padre lo
había impresionado extraordinariamente el famoso químico cientificista Berthelot, quien
había afirmado: “El triunfo general de la ciencia es la más segura fuente de felicidad y
moralidad máxima del hombre”.
Mientras Barros se deslumbraba con el proceso francés, Valentín Letelier (prominente
educador chileno) hacía una visita similar a Alemania tres años después. Rápidamente adhirió
a la Kulturkampf, marcada por el paternalismo estatal propuesto por Bismark, y que Letelier
traspasaría al radicalismo nacional, con lo cual adquiriría prestigio en el ámbito de la educa-
ción. Entre otras cosas, la Kulturkampf era frontalmente anticlerical, al extremo que postula-
ba suprimir las órdenes religiosas, a fin de implantar una educación “neutral”, como decían
los radicales y liberales criollos. En un discurso sobre liberales y conservadores, Letelier
defendíó las leyes anticlericales, pues debilitarían la “teocracia”, harían más fuerte la acción
del Estado, y según él fomentarían la cultura y el espíritu. Se advertía en Letelier una clara
tendencia a divinizar el Estado, “único organismo a quien la sociedad debe confiar la gestión
de los intereses comunes”. Como se puede apreciar, del bien común se saltó al interés común,
confirmando la tendencia utilitaria europeísta y coincidiendo además con los postulados di-
vinizadores del Estado promulgados por Hegel y que acogía el gobierno alemán de la época.

306
Sebastián Burr

En 1888, Valentín Letelier señalaba que “todo buen sistema de política es un verdadero
sistema de educación, así como todo sistema general de educación es un verdadero sistema
político”. Pero advertía que la “magna empresa” unificadora requería dos condiciones: 1°:
asegurar que la educación se fundamentara en la ciencia, no en la teología. La religión divide.
“Lo único que une (a la humanidad) en la comunión de una sola verdad es la ciencia”. 2°:
luego, la instrucción general debía ser en lo posible monopolizada, o cuando menos estre-
chamente dirigida por el Estado. “Sólo el Estado, que es la resultante de todas las fuerzas
sociales, puede organizar una enseñanza que no ofenda conciencia alguna y que abrace en
su seno a todos los espíritus”. “Si se quiere que algún día haya paz (social y espiritual)…
póngase la enseñanza en las solas manos del Estado, a fin de que él armonice… el desarrollo
de la educación… (y) el sistema político”. ¿Habrá imaginado don Valentín que el cientificis-
mo y estatismo, que proponía tan fervorosamente, generarían la implantación de regímenes
totalitarios en muchos países de Occidente, un desorbitado economicismo, una irracional de-
predación ecológica, un falso humanismo, trastocado por el materialismo, el relativismo y el
colectivismo, etc., etc? Lo más probable es que ni siquiera lo sospechó.
El Instituto Pedagógico se creó incipientemente bajo el alero de Valentín Letelier, quien
impuso el método inductivo (propio de la ciencia) en reemplazo del deductivo que proponía la
educación humanista clásica, a partir de una realidad cuyas articulaciones y códigos se suponían
suficientemente objetivos. Como ya se dijo, el nacimiento oficial del Pedagógico (1889) ocurrió
durante la presidencia de Balmaceda, secundado por su ministro de educación Julio Bañados.
Valentín Letelier iba aún más lejos, al decir que los colegios particulares no tenían “doc-
trina alguna que sirva de vínculo de unión”. Según él, la única educación privada aceptable
era aquella que contara con el visto bueno del Estado (colectivismo educativo propugnado ya
por el socialismo de entonces). Proponía así el monopolio estatal en la otorgación de títulos,
y la aprobación estatal previa de los textos que usaran los establecimientos particulares. Sólo
debían ejercer los profesores que tuvieran un diploma fiscal, y la subvención a los estableci-
mientos debía limitarse a los que se sometieran a los planes de estudio aprobados por el Esta-
do. Y eso que Letelier entendía la educación como factor esencial de la unidad sociopolítica
del país. De acuerdo a su propuesta, un estudiante podía cursar su enseñanza básica y media
en un colegio católico, y después cursar leyes en la Universidad Católica, pero sólo obtendría
su título si aprobaba el examen al que lo someterían examinadores positivistas, agnósticos,
etc. Así terminó habiendo una educación fiscal materialista y una educación privada en su ma-
yoría eclesiástica, con los consiguientes resultados valóricos, socioeconómicos y de división
sociopolítica que persisten hasta hoy. Dos países en una sola patria.
En 1893, Letelier intentó suprimir la Facultad de Teología de la Universidad de Chile,
argumentando que representaba “la petrificación eterna del pensamiento humano” y pertur-
baba “el desarrollo de la cultura intelectual de la República”. Sin embargo, cuando asumió
el rectorado de la U. de Chile en 1906, entabló excelentes relaciones con Gilberto Fuenzali-
da, decano de teología y futuro obispo. Más aún, juntos hicieron revivir la decaída enseñanza
religiosa en los liceos258.
Valentín Letelier saltó después a la política, e introdujo el lema “Orden y Progreso”. Defi-
nió además como “evolutivo” el carácter político de su partido, el radical. Dos principios rigen
sus obras: el progreso incesante y su impulso mediante la ciencia, fuerza invencible. “El soció-
logo evolucionista (dice Galdames sobre Letelier)… (sostiene) la perfectibilidad indefinida de
la especie y… que, salvo desviaciones pasajeras, el mañana será siempre superior al ahora,
como el ahora es superior al ayer. (La evolución) es la única que no puede ser combatida en
258 Gonzalo Vial, Historia de Chile, T. I. vol I, páginas 89 - 90.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

nombre de la verdad, porque es la verdad misma… es cierto que ella no estudia “lo absoluto”,
solamente “lo relativo”, pero esto es lo único conocible”. “La ciencia no ha podido desatar
el nudo de la cuestión social”, (pero) “todos tienen fe” (en que aportará) “la solución defi-
nitiva”, (y lo que ya se ha alcanzado) “permite creer que esta fe no es del todo infundada”.
Mientras “el sistema teológico” entrega aquella solución de la caridad y de la espiritualidad,
“las ciencias sociales, lenta y calladamente” la van encontrando: la traerán las máquinas, la
reducción de costos, la fortuna y riqueza a los más pobres y sobre todo los seguros de vida y los
“principios positivos del ahorro”. Pero la educación cientificista y técnocrática iría de mal en
peor a través del tiempo, pues no puede cubrir los requerimientos del desarrollo ético y moral
de la persona, y la deja así privada permanentemente de referentes superiores.
Alejandro Venegas (reconocido pedagogo de la época) acuñó a su vez las siguientes
frases para la posteridad: “Las ciencias físicas y naturales, juntamente con la historia, deben
formar… el criterio positivo de que el hombre ha surgido de lo insignificante, del lodo, y
gracias a una lenta transformación progresiva… (extendida) por millares de años, ha al-
canzado el perfeccionamiento actual, que no es más que uno de los peldaños que en gloriosa
ascensión va subiendo”.
Dirigiéndose al Club del Progreso en 1893, Venegas proponía un plan concéntrico de
estudios para la educación media, la adopción del método positivo, y la contratación de profe-
sores europeos. Todo eso iba a convertir nuestra enseñanza en la primera de América. Después
se imitó el modelo francés de la bifurcación: uno podía seguir la línea humanista o bien la
línea técnica. Pero tambien fracasó, pues los técnicos no sabían redactar un documento y los
humanistas no sabían aplicar una regla de tres.
Jorge Montt Álvarez (1891-1896), que había dirigido el levantamiento de la Armada
contra Balmaceda259 en representación del parlamentarismo y de la aristocracia, gobernó con
nueve gabinetes, que duraron en promedio 7 meses 15 días. El poder adquirido por el parla-
mentarismo, donde ahora pululaban los intereses personales de los congresales, que por casi
nada hacían caer el ministerio de turno, sobre todo cuando cambiaban los contrapesos en el
parlamento, tenía en jaque al ejecutivo, impidiéndole gobernar de verdad.
Entretanto, Europa vivía graves conflictos sociales, que terminaron por desencadenar
turbulentas manifestaciones en varios países. Ante tal situación, el papa León XIII publicó
el 15 de mayo de 1891 la encíclica Rerum Novarum, dedicada a la cuestión social. Su mayor
promotor en Chile fue el arzobispo Casanova, convencido de que detendría la subversión
y solucionaría el problema obrero. Una vez más, el país era incapaz de elaborar soluciones
propias, e intentaba ceñirse a un documento proveniente de Europa para arreglar situaciones
internas, cuando era evidente que los grandes principios de la libertad, de la justicia y del bien
común no estaban siendo aplicados.
El gobierno de Federico Errázuriz Echaurrren (1896-1901), de mayoría liberal, tuvo
una rotativa ministerial superior a la de Jorge Montt: doce gabinetes, con un promedio de 5
meses de duración.
En el año 1900, Enrique Mac Iver denunció dramáticamente en el Ateneo santiaguino
la crisis moral de la sociedad chilena. Sin entregar fundamentos filosóficos de fondo que la
explicaran, señaló el estancamiento, la decadencia, el hastío, el melancólico pesimismo y la
abulia que habían hecho presa de sus habitantes, y reconoció haber fracasado, junto con la
revolución de 1891. “Me parece que no somos felices: se nota un malestar que no es de cier-
ta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad

259 El presidente Balmaceda se suicidó a las 8.30 del 19 de septiembre de 1891, en la legación diplomática argentina, un día
después de haber concluido su período constitucional como presidente de Chile, que había sido interrumpido semanas antes.

308
Sebastián Burr

de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía por la lucha
por la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente
no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen intranquilidad”. Mac
Iver advertía claramente los síntomas, pero no las causas, que por lo demás habitaban en su
propia casa política. “¿Por qué nos detenemos?”, se preguntaba. “¿Qué ataja el poderoso
vuelo que había tomado la república y que había conducido a la más atrasada de las co-
lonias españolas a la altura de la primera de las naciones hispanoamericanas? ¿La crisis
moral? (Insistía en eso). ¿El salitrazo, o sea, la riqueza fácil y efímera venida con el caliche,
como afirmaba Emilio Rodríguez Mendoza? ¿El parlamentarismo?... ¿Una clase dirigente
y oligárquica260 en decadencia?… ¿La cuestión social, exacerbada por la ineficacia e in-
sensibilidad de esa misma clase y la acción de agitadores bajo influencia extranjera?” Mac
Iver no se daba cuenta de que las causas eran el acatamiento servil de la mayoría de la clase
política a los modelos filosóficos materialistas europeos, la influencia de esos modelos en la
educación, y por último el fracaso de la Iglesia en la explicación teórica y práctica del cris-
tianismo, y su activa injerencia en la disputa política partidista261.
Mac Iver cursó sus estudios de enseñanza básica y media en el colegio de los Padres Fran-
ceses de Santiago, y atribuía su casi furioso anticlericalismo a la intolerancia de los que lo ha-
bían educado religiosamente, pues no podía soportar que personas de otras corrientes cristianas
(protestantes) fueran tratadas de inmorales, miserables y vendidas, y por sacerdotes que compar-
tían la misma fe en Cristo. Así, por errores humanos, el que pagó las consecuencias fue el sen-
tido común: Letelier abandonó el catolicismo y adoptó creencias reduccionistas que no pueden
constituirse en el alma mater de la realidad. Posteriormente ingresó también en la masonería.
El presidente Germán Riesco Errázuriz (1901-1906), cuyo gran logro fue alcanzar la
paz con Argentina, gobernó con gabinetes y parlamentos predominantemente liberales; tres
a uno respecto a los conservadores. Tuvo 17 ministerios, con un promedio de duración de 3
meses y 17 días.
Algo parecido ocurrió con Pedro Montt M. (1906-1910), quien debió enfrentar el gran
terremoto de Valparaíso: sus gabinetes duraron en promedio 4 meses y 21 días, y las fuerzas
liberales que lo acompañaban más que doblaban a los conservadores. Alberto Edwards decía
de Montt: “Es un ideólogo plasmado por la educación racionalista; en ella ha bebido la ló-
gica simple y rectilínea de la filosofía deductiva, y su sistema completo de pretendidas verda-
des; éste le inspira una inmutable fe; ningún poder humano logrará perturbarla. Razonador
y dialéctico formidable, cuando encuentra un silogismo cree haber resuelto un problema”.
El presidente Montt recibió el país en un estado económico desastroso, debido a la deno-
minada crisis del Resurgimiento, posterior al terremoto. Curiosamente, dicho “resurgimiento”
pretendía reactivar el desarrollo moral de los ciudadanos, y también dotar al país de una es-
tructura sociopolítica análoga, cosa que de ninguna manera se logró.
La misma situación que se vive hoy se observaba ya en el 1900: ni el liberalismo, ni
los conservadores, ni el radicalismo tenían una doctrina de la cual emanase una propuesta
sólida de sociedad. La perpetuación de esa falencia hace que Chile permanezca en una suerte
de desintegración per se, que sólo es atenuada en algún grado por el sentido común de los
ciudadanos. Cada cual pugnando por sus propios intereses: clase económica y clase política,
izquierda, centro y derecha, gremios y sindicatos, etc. Y el grueso de la ciudadanía a merced
de sus manipulaciones.

260 El término oligarquía define un grupo reducido que gobierna hegemónicamente, sin contrapeso político.
261 Hubo autoridades eclesiásticas, como el arzobispo de Santiago Crescente Errázuriz y los obispos Luis Silva y Antonio
Castro, que hicieron grandes esfuerzos para separar a la Iglesia de la política.

309
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

A esas alturas, la sociedad chilena se había secularizado en gran medida, y la controver-


sia de los 70 y 80 entre clericales y anticlericales ya no emocionaba a casi nadie. Las dispu-
tas políticas se centraban ahora en cuestiones personales, sin interés alguno por mejorar las
condiciones de la ciudadanía.
Pese a que Montt creía en el patrón oro, el establishment oligárquico, a raíz de la crisis
económica, lo encajonó para que ordenara emisiones monetarias sin respaldo. Los peores
efectos los sufrió el mundo asalariado, cuya representación política era escasa y desorga-
nizada, y que veía cómo la inflación le comía día a día sus precarios ingresos. Más aún, en
adelante los gobiernos repetirían esa grave distorsión monetaria, hasta 1973.
Montt había prometido una reforma del régimen político para terminar con los privile-
gios de la oligarquía. Los sectores populares le creyeron, y su decepción fue enorme al ver
que dicha promesa no se cumplía, quizás porque sistémicamente era imposible hacerlo. Tal
incumplimiento quebrantó —tal vez para siempre— la confianza de esos sectores en sus
dirigentes tradicionales. Por otra parte, las noticias internacionales seguían dando cuenta de
violentos estallidos obreros en Europa, particularmente en Rusia, cosa que encendía aún más
los ánimos de la clase asalariada del país.
Los trabajadores chilenos vivían en la miseria, trabajaban 12 horas diarias262, y eran re-
primidos cada vez que mostraban algo de organización y fuerza. Los obreros del salitre per-
cibían salarios fijos, pero les eran pagados mediante fichas, pese a que regía el liberalismo
económico; además, el precio de los productos en las pulperías era fijado por los mismos
empresarios salitreros. En cuanto a los campesinos, muchos tenían la mediería, y por lo tanto
ingresos variables. Vivían pobremente, pero más en armonía con su medio ambiente. Había
así dos tipos de pobreza: la urbana, marcada por la precariedad, el hambre y el hacinamiento;
y la campesina, también precaria, pero sin hambre ni hacinamiento. Los pobres del campo
disponían de una naturaleza que les permitía una percepción más humana y alegre de la vida;
los de la ciudad no tenían árboles, animales, ríos, cultivos, ni flores; sólo viviendas insalubres,
y la visión amarga de los barrios elegantes, de los cuales estaban completamente excluidos.
Entonces se desencadenó en Iquique una tragedia que sería denominada “la madre de
todas las revueltas”.
En 1907, en la localidad de Zapiga, los obreros del salitre decidieron hacer una huelga de
tal magnitud, que encendiera el fervor revolucionario en todo el país. Se paralizaron todas las
oficinas, y los trabajadores bajaron en masa a Iquique, a fin de presionar a los empresarios y a las
autoridades. Miles de ellos se congregaron en la escuela Santa María, hambrientos y haraposos.
El gobierno, alarmado, despachó al norte los cruceros Esmeralda y Zenteno, con 1.650
hombres de tropa y una cantidad desproporcionada de armamento. También arribaron a Iqui-
que dos autoridades designadas por el ejecutivo: Eastman y el general de ejército Roberto
Silva Renard. El general Silva fue perentorio: los trabajadores debían abandonar la ciudad y
reiniciar las faenas, como condiciones previas a cualquier tipo de diálogo. Los huelguistas
las rechazaron rotundamente.
El gobierno propuso entonces financiar la mitad del aumento de salarios exigido por los tra-
bajadores, pero los empresarios declararon que no avanzarían un milímetro si no se reanudaban
primero las faenas. En eso ocurrió algo que inflamó los ánimos: una columna de obreros que
bajaban de la pampa fueron conminados por el ejército a detenerse. No lo hicieron, los soldados
dispararon, y el resultado fueron 8 trabajadores muertos y varios heridos. Entretanto, el ministro
del Interior, Sotomayor, a quien el presidente Montt había ordenado “recuperar el orden cueste

262 En el año 1907 se determinó por ley el descanso dominical obligatorio, y comenzó a aparecer la idea de los contratos de
trabajo.

310
Sebastián Burr

lo que cueste”, emitía desde Santiago drásticos comunicados para defender el principio de au-
toridad (ese mismo ministro era a su vez industrial del salitre). Hubo varias reuniones entre las
autoridades (enviados plenipotenciarios) y los trabajadores, en las que aquellas insistieron en su
ultimátum de deponer de la huelga. Pero los obreros no aceptaban moverse de la escuela.
El 21 de diciembre de 1907, el general Silva reunió a sus tropas y las arengó. Setecientos
soldados y una decena de oficiales rodearon la plaza Manuel Montt y la escuela Santa María.
Los huelguistas discutieron con el general cuando supieron que mediante un bando había orde-
nado trasladarlos al hipódromo. Finalmente, el jefe militar cortó la discusión: o abandonaban la
escuela y la plaza, o serían forzados a hacerlo. Ante la inminencia de un estallido, los cónsules
de Bolivia y Perú trataron de convencer a sus compatriotas de que depusieran su actitud intran-
sigente, pero éstos se negaron, haciendo causa común con sus compañeros chilenos.
Sobrevino un largo silencio. Los dirigentes de los trabajadores salieron a la azotea del
edificio, y la tropa abrió fuego contra ellos. Cayeron los que estaban en la primera línea, y
los trabajadores, aterrorizados, se replegaron para buscar refugio, pero luego arremetieron
en masa contra sus atacantes. Los oficiales ordenaron nuevas descargas, que provocaron una
gran cantidad de muertos y heridos. Momentos después los huelguistas se rendían, poniendo
fin a su movimiento. Los soldados los “arrearon” con sus familias hacia el hipódromo, y pasa-
ron ahí la noche, bajo férrea vigilancia. Al día siguiente fueron devueltos en tren a sus puntos
de origen; otros regresaron para siempre al norte y al sur. El conteo de las víctimas registró
alrededor de 190 muertos, y cerca de 400 heridos.
Los horribles sucesos de la escuela Santa María fracturarían irremediablemente la apa-
rente y frágil unidad social del país. Se había roto todo vínculo moral de los trabajadores y sus
familias con el establishment, que cerró los ojos ante lo que esa tragedia le estaba señalando
a gritos, como los había cerrado ante lo ocurrido en Valparaíso y en las restantes huelgas.
La verdad es que en el fondo no sabían qué hacer, por dónde empezar a abordar el problema
social que se había gestado en el país. El vicario apostólico Rucker —que había fracasado
como mediador en Iquique— dijo que la masa había sido muy irrespetuosa con los principios
básicos de convivencia de la sociedad: la economía, la familia y el hogar, y que en los sec-
tores obreros predominaban los vicios del alcoholismo. Señaló también que los patrones no
se preocupaban de ninguna manera del sistema de vida de los trabajadores. Y declaró que su
mediación había fracasado por las tremendas diferencias de clase entre un grupo social y el
otro, por una suerte de posición irreconciliable entre las partes.
En todos los estratos sociales, muchos calificaron la matanza como innecesaria. Pero
el establisment se negó categóricamente a relacionar lo sucedido con una cuestión social de
fondo. Nuevamente la culpa fue atribuida a los instigadores y revolucionarios, como si no
hubiera habido motivo alguno para la huelga del salitre, no obstante que el problema de fondo
tenía una connotación más moral que económica263. ¿Y qué pasó con los intelectuales, y sobre
todo con la Iglesia, considerando que la encíclica Rerum Novarum había sido publicada hacía
ya 15 años? ¿Estaba demasiado comprometida con el sistema sociopolítico de la época?
Un incipiente socialismo, sin mayor fuerza, sobrevivía golpeado después de sucesivas
represiones contra los trabajadores. Antes del episodio de la escuela Santa María264, habían

263 Nicolás Palacios, un médico que participó en la revolución contra Balmaceda, viajó al norte como médico itinerante entre
las distintas salitreras. Se alojaba en las casas de los administradores, atendía a los obreros y almorzaba con ellos. Se escan-
dalizó ante su retraso humano, pese a los mejores salarios que percibían, y se enfureció al ver cómo el extranjero trataba al
“roto”. En varios de sus escritos destacó la fortaleza física de esos mineros, pero al mismo tiempo denunció que el pueblo
había sido abandonado por la clase dirigente, a la que consideraba moralmente corrupta. Para peor, llegó a Iquique cuando
culminaban los trágicos sucesos de la escuela Santa María, y presenció el ametrallamiento de los huelguistas.
264 Cabe mencionar al respecto que la Cantata Santa María de Iquique, grabada por el grupo de izquierda Quilapayún en los

311
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sido sofocadas en 1903 la huelga de los estibadores en Valparaíso (50 muertos), y en 1905 la
huelga de la carne en Santiago (70 muertos).
Se estableció así una falsa paz social, hasta que la clase obrera empezó a considerar la
revolución violenta como única opción para modificar su status. Esa idea arrastró también a
ciertos grupos de la clase media, que vieron la posibilidad de acceder así por primera vez al
poder, y resolver también sus propios problemas.
Todo lo anterior explica en parte el odio con que ingresaron en la vida política las asocia-
ciones de trabajadores, impelidas por la injusticia sistémica y por el discurso de la lucha de
clases. Sin embargo, curiosamente, una de esas primeras asociaciones, la Federación Obrera
de Chile (FOCH), fue creada en 1907 por un abogado conservador. Tuvo al comienzo un
carácter mutualista265, y terminó como izquierdista en 1917, controlada por el Partido Obrero
Socialista fundado por Recabarren. En sendos congresos (diciembre de 1921 y enero de 1922)
Recabarren hizo que el partido Obrero Socialista se afiliara a la 3ª Internacional, Komintern,
como su “sección chilena”, y que la rama sindical del partido, la capturada y transformada
FOCH, se afiliase a la Internacional Roja de Moscú.
De esta manera, conducido desde sus inicios organizativos por líderes de tendencia mar-
xista, el movimiento de los asalariados se concentró exclusivamente en las reivindicaciones
económicas, dejando fuera la problemática político-moral de fondo, al igual que las clases
dirigentes. Ese mismo cuadro, dominado por el materialismo, se ha perpetuado hasta hoy,
haciendo imposible resolver las crisis que actualmente nos afectan, que en su raíz son las
mismas de aquella época.
También continúan irresueltos, y quizás más graves que nunca, los problemas de nuestra
educación, que siguieron durante 1910 y se extendieron durante todo el siglo. En 1928 se
seguía discutiendo si la educación debía ser técnica o sólo humanista. La discusión sobre el
lucro en la enseñanza ya estaba instalada en 1890, y también se proponía eliminar la edu-
cación privada, con el argumento de que generaba desigualdades sociales. Desde entonces
la izquierda, con mucho énfasis, resucita el discurso de vez en cuando, no obstante que una
mayoritaria cantidad de sus propios líderes tienen a sus hijos en colegios privados pagados.
Ante este panorama, y sobre todo respecto al Resurgimiento, Alberto Edwards señala-
ba: “No es lo mismo conservar el orden establecido —cualquiera sea éste— que crear un
orden igual para todos y que simplemente no existe. Lo primero es para un presidente con
autoridad, lo segundo para un presidente estadista y genio”. Y añadía: “El orden chileno
se ha desintegrado”.
Por su parte, Francisco Antonio Encina dijo en la Cámara: “Por nuestra torpeza y em-
pecinamiento hemos perdido el ascendiente moral que las clases dirigentes, en especial
los poderes públicos, deben tener sobre el pueblo”. Y Mac Iver, frente al Senado: “Estos
proyectos (emisionistas) salieron ya del terreno económico-financiero, para entrar en uno
francamente político, francamente de orden social”.
Estaban echadas las bases para que emergiera un movimiento revolucionario.
El mundo liberal, desde los más moderados hasta los más ortodoxos, pensaba política-
mente más o menos de la misma manera. Aun así, desde 1906 en adelante, el abanico ideo-
lógico se abrió en varios ejes: los conservadores clericales, que pesaban cada día menos, que
eran incapaces de promover propuestas de auténtico desarrollo humano y social, y que en
años 60, y difundida hasta el día de hoy, dice que los muertos en esa escuela fueron 3.600. Una deliberada adulteración de
la historia, introducida para abultar las “cuentas negras” del capitalismo y exacerbar la lucha de clases, convirtiendo incluso
en mitología los hechos del pasado.
265 Las mutuales eran asociaciones de socorros mutuos, de ayuda recíproca entre sus integrantes, en materia económica, edu-
cacional, de salud, etc.

312
Sebastián Burr

materia económica eran completamente liberales; los radicales, que copiaban el positivismo
francés vinculado a los masones, y que por influencia de Valentín Letelier soltaron su anclaje
liberal y proclamaron el socialismo de estado, exigiendo mayores regulaciones por parte de
éste; y diversas facciones del liberalismo, que representaban a los sectores más pudientes.
Así se llegó al centenario de la independencia. Pedro Montt cumplió el mismo aciago
papel de sus antecesores: no ser capaz de resolver la cuestión político-moral ni de establecer
un sistema que brindara oportunidades a todos los chilenos, pese a sus buenas intenciones.
Ramón Barros Luco (1910-1915), que se declaraba un incrédulo religioso, fue presi-
dente del partido liberal. Se desempeñó con 15 gabinetes y un parlamento que en conjunto
estuvieron conformados por aproximadamente 42 conservadores y 87 liberales, radicales y
algunos nacionales.
El 6 de junio de 1912, Luis Emilio Recabarren fundó el Partido Obrero Socialista, futuro
partido comunista. Su creencia filosófica era el materialismo ateo, y sobre todo anticatólico.
Decía que la Iglesia chilena había formado “un pueblo religioso y fanático”, pero no le había
enseñado “hábitos virtuosos y morales”. El pueblo tenía “una religión sin moral”, y esta-
ba “peor que en 1810 en lo económico”. Proclamaba el colectivismo, la lucha de clases, la
propiedad comunitaria por sobre la privada, la toma de las industrias por el proletariado. Lo
mismo que venía diciendo Lenin en el proceso que antecedía a la revolución rusa, y lo que
finalmente intentaría la Unidad Popular durante el gobierno de Allende. El naciente partido
socialista adoptó como su himno La Marsellesa, compuesto para la Revolución Francesa en-
cabezada por el liberalismo francés.
Como ya se señaló, la educación seguía siendo un enorme punto negro en la conducción
política del país. “Hasta hoy —escribió Encina en 1911—, la inmensa mayoría de nuestros
pedagogos sigue creyendo en la influencia moralizadora de los conocimientos científicos y
literarios. Ni la montaña de observaciones acumuladas, ni los avances de la psicología, han
bastado a quebrantar esa ilusión”. Agregaba que las expectativas de los alumnos eran rápi-
damente reemplazadas por el escepticismo, pues todo lo que se les enseñaba no servia de casi
nada en la vida práctica. Aun los profesores cientificistas se daban cuenta de que esa visión
parcial de la realidad no podía generar verdadero desarrollo.
Encina, en forma análoga a Mac Iver, insistía en el deterioro moral, y culpaba de lleno
a la educación cientificista, pero tampoco poseía suficiente claridad filosófica al respecto.
“Bueno —decía— es lo que robustece el carácter, y malo, lo que lo debilita”. Una completa
tautología. Además, Encina entendía el carácter más bien como un instrumento para progre-
sar económicamente.
Pese a su crítica moral, todos esos teóricos de nuestra educación eran tributarios del ma-
terialismo, y proponían como las grandes metas de la vida el éxito pragmático, la capacidad
técnica, la perseverancia en el trabajo, todo dicho retóricamente, sin fundamentos antropológi-
cos ni sentido social. Una moral utilitaria de tintes anglosajones, influenciada por el progreso
tecnológico y económico de Norteamérica. Por una parte, proponían una educación idealista
para las elites intelectuales que conformarían la clase dirigente; por otra, una educación técnica
y manual para las clases trabajadoras, igualmente desprovista de fundamentos antropológi-
cos. Ninguno de los congresos educacionales organizados a principios de siglo logró resolver
esa disyuntiva. Y la educación siguió estancada en ese magma atravesado de confusiones, sin
formar personas, llenándose de profesores a los que no se les proporcionaba ni siquiera una
elemental preparación epistemológica para entregar una enseñanza integralmente humana.
Muy pocos tuvieron la visión de esa enseñanza integral. Entre ellos se destacaba Claudio
Matte, que decía que el fin protagónico de la enseñanza primaria era el perfeccionamiento

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

moral e intelectual, pues en la infancia el entendimiento y la conciencia son mucho más mol-
deables, ya que aún no concurren las necesidades económicas, a diferencia de la edad adulta,
donde priman los intereses utilitarios sobre los morales. La educación primaria debía desarro-
llar la inteligencia, la voluntad y los sentimientos infantiles, creando en el niño “fuerzas que
contrarresten más tarde las tendencias materiales a que la vida, con sus necesidades y aspe-
rezas, debe arrastrarle”, y reservarse la educación técnica para la adolescencia. Muy distinto
de Valentín Letelier, que no quería saber nada de la educación técnica, aunque declaraba amar
el trabajo y fomentaba las vocaciones particulares de los alumnos, pero sin explicar cómo po-
dían conciliarse la libertad individual y el amor al trabajo con sus teorías educativas. Casi sin
darse cuenta, los artífices educacionales de la época habían diseñado una educación no sólo
materialista, sino también clasista: las clases bajas se quedarían con la educación técnica, y la
que estaba llamada a dirigir los destinos del país, con la universitaria e intelectual.
Juan Luis Sanfuentes (1915-1920) repitió la rotativa ministerial anterior: gobernó con
17 gabinetes conformados por una mayoría aplastante de liberales (tres a uno), lo mismo que
el parlamento. Durante su período se hizo evidente el agotamiento del parlamentarismo, que
ya no daba para más. Los congresales se cambiaban de bando como si nada, pues su único
principio era el utilitarismo político. Persistían el maridaje entre política266 y negocios, el co-
hecho electoral a vista y paciencia de todo el mundo, los sobornos a parlamentarios267, y las
manipulaciones de las camarillas políticas convertían el trabajo legislativo y el del gobierno
en una verdadera pesadilla anárquica. Lo peor era que todo el debate sobre las causas del
anarquismo reinante giraba en torno a la forma y no al fondo, es decir, respecto a si el régimen
de gobierno debía ser parlamentarista o presidencialista. Nadie percibía que el error radicaba
en el materialismo ideológico del liberalismo y de sus ramificaciones radicales y socialistas,
y en el escaso desarrollo humano de la población.
La agitación social reapareció en 1917, paralelamente a los inicios de la revolución rusa
encabezada por Lenin, pero ahora apoyada por la clase media y su intelligentsia intelectual
(Alejandro Escobar, Roberto Espinoza, Ricardo Guerrero, José Santos, D´Halmar, Santivan,
Burchard, Diego Dublé, etc.). También se le acopló la FECH, que se involucró en la serie de
huelgas que estallaron en 1920, y que a la postre fue dominada por el anarquismo.
La oleada sindicalista coincidió con el “Cielito lindo” de Arturo Alessandri. Se orga-
nizaron largas huelgas industriales, e incluso de hambre. Recabarren y el partido socialista
mantenían un férreo control sobre todo el movimiento, y su intención declarada era abolir el
capitalismo, que consideraban la fuente de las desigualdades y de la esclavitud obrera. En
diciembre de 1921, el partido convocó su cuarto congreso (Rancagua) y, mimetizado con otra
organización denominada FOCH, acordó adherir a la Internacional socialista, promovida por
el Komintern268 desde la misma Rusia soviética. El materialismo dialéctico estaba ganando
cada vez más terreno en Chile.
Recabarren, muy impresionado con Lenin y con el proceso de instauración del comunis-
mo en Rusia, estaba convencido de que Chile estaba listo para llevar a cabo una revolución
parecida. Sucesivas huelgas seguían estallando en el norte y en Valparaíso (con varios muer-
tos), pero la aristocracia seguía negando la existencia de un problema social, y que hubiera

266 Los políticos y congresales eran al mismo tiempo abogados que pleiteaban contra el fisco en juicios salitrales, integraban
directorios de sociedades anónimas, hacían lobby para empresas extranjeras, y se rumoreaba que muchos recibían cuantio-
sas comisiones por obras públicas que el Estado encargaba a los privados.
267 Había personas que, medio en serio y medio en broma, pedían que se legalizara el soborno a los parlamentarios, para que
el fisco ahorrara tiempo y dinero. Gonzalo Vial, Historia de Chile, volumen II, pág. 328.
268 El Komintern fue el brazo ideológico internacional que armó la Unión Soviética en 1919 en Moscú, una vez que los bol-
cheviques con Lenin a la cabeza se tomaron el poder en Rusia.

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Sebastián Burr

hechos objetivos que justificaran las revueltas. Se nombraron comisiones investigadoras en el


parlamento, las cuales concluyeron que no había por qué alarmarse. Sin embargo, no era ésta
la última asonada sindicalista; vendrían otras, y más violentas.
A fines del gobierno de Sanfuentes, una vez concluida la primera guerra mundial (1919),
el precio del cobre y el del salitre bajaron en aproximadamente un 32%. Cerraron cerca de 60
oficinas salitreras, cuyos trabajadores se trasladaron al centro del país. El ingreso fiscal cayó a
la mitad, aunque se recuperó durante 1920. La revolución rusa se había consolidado definitiva-
mente, y gozaba de una relativa aceptación en Occidente. La matanza de la escuela Santa María
de Iquique había cumplido más de una década, pero seguía presente en la imagen pública269.
En 1919, Recabarren y su Partido Obrero Socialista se apoderaron de la Federación Obre-
ra Chilena y la transformaron en revolucionaria. Aparecieron los agitadores internacionales,
promoviendo el bolchevismo marxista, hecho que por primera vez alarmó de verdad al esta-
blishment gobernante. Pero ya era demasiado tarde para reaccionar. El 29 de agosto de 1919
tuvo lugar una gran concentración obrera, en la cual debutaron las primeras pañoletas rojas.
Sus 100 mil asistentes provocaron un tremendo impacto en la ciudadanía. Esa multitud esta-
ba muy sensible a la irrupción de un caudillo populista que se vislumbraba claramente en el
horizonte: el “León de Tarapacá”.
Pese a esas señales que emergían en el escenario público después de décadas de con-
finamiento subterráneo, el período 1890-1920 había configurado un ambiente de libertad y
tolerancia del cual gozaba la clase dominante, que tenía educación y recursos económicos; la
clase media, en cambio, estaba capturada en las imágenes de la clase alta, cuyo estilo de vida
intentaba imitar. Por su parte, la izquierda descubrió que el concepto de “cambio” neutraliza-
ba a los conservadores, y le asoció el concepto de progreso, y por lo tanto de futuro, entelequia
copiada de sus maestros ideológicos franceses, y que hasta el día de hoy le da dividendos elec-
torales. La revolución industrial avanzaba a todo vapor a principios del siglo XX, desatando
una vorágine de cambios a partir de la mecanización de las tareas productivas: sociedad de
consumo, sociedad salarial, expansión urbana, educación científica, desarrollos industriales
de todo tipo, etc. Despuntaba un nuevo mundo centrado en el materialismo, de manera que
esa trilogía de conceptos —cambio-progreso-futuro— cobró creciente poder, semántico e
ideológico. La educación privada, en su mayoría en manos de congregaciones, captaba una
ínfima cantidad de alumnos, pero casi todos accedían a la educación superior. Esa educación
humanista era duramente atacada por los liberales de centro y de izquierda; decían que no
preparaba al alumno para la vida “práctica”, preparación que según ellos sólo podía consistir
en el conocimiento científico y tecnológico, con miras a la industrialización y prosperidad
económica del país, no en fundamentos valóricos.
Arturo Alessandri (1920-1925) irrumpió con su “Cielito lindo” en la política, anuncian-
do que rompería con la oligarquía decimonónica y que llevaría a cabo una amplia renova-
ción social, aunque manejando un discurso más bien retórico, enfocado hacia las mayorías
populares. “Quiero ser una amenaza para los espíritus reaccionarios”, declaró al ser pro-
clamado. Admiraba al psicólogo Gustave Le Bon (que a su vez admiraba a Maquiavelo),
pues enseñaba “el arte” de manipular a las masas a partir de sus carencias intelectuales y de
carácter, y Alessandri era un experto en ese arte. Durante su campaña presidencial contra
Barros Borgoño, introdujo por primera vez en la propaganda electoral el lenguaje de la lucha
de clases. “Barros Borgoño… representa abundancia para los capitalistas y estagnación
para los pobres…, seguridad para la aristocracia y abandono y miseria para los “rotos”…”

269 Las represiones de gran magnitud a los trabajadores ocurrieron en 1903 (Valparaíso), 1905 (Santiago), 1906 (Antofagasta),
1907 (Iquique), 1919 y 1920 (Magallanes), etc.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Alessandri representaba sistémicamente a la izquierda, con el apoyo de los liberales más


ortodoxos, y su discurso encendió las pasiones y el odio político.
La contrapropaganda de Barros Borgoño decía que el León era un payaso, un charlatán,
un demagogo, un bolchevique, y que concentraba las más avanzadas tendencias comunistas.
El país asistía a una de las grandes convulsiones políticas del siglo XX. El pueblo, sin embar-
go, lo idolatraba sin condiciones, pues al fin veía un líder que parecía representarlo genuina-
mente, y del que podía esperar un cambio real.
Partió impugnando las ideas antiparlamentaristas de Balmaceda, y terminó establecien-
do el presidencialismo a través de una nueva Constitución política. En sus inicios era un
hombre religioso, pero después se declaró agnóstico y cientificista. En 1912 ingresó en la
logia masónica Unión Fraternal N° 1, a la cual también pertenecieron los presidentes Ibáñez,
Aguirre Cerda y Ríos. Siguiendo la usanza de la época, mezclaba la política con los negocios
y el ejercicio de la abogacía.
Alessandri fue apoyado por la alianza liberal, compuesta por el partido liberal doctri-
nario, el liberal democrático, el partido nacional y los radicales. Se transformó en un liberal
converso de tomo y lomo; audaz, combativo, inteligente, enemigo temible, amigo servicial,
liviano, y sin más principios políticos que los del utilitarismo. Se movía como un pez en las
turbulentas aguas del parlamentarismo, al que decía defender, pero al que poco después haría
desaparecer. Para dirimir el empate político que se avizoraba en esas presidenciales, se formó
una comisión de honorables, dentro de los cuales se propuso al arzobispo de Santiago. Pero
éste, curtido por el traumático pasado político de la Iglesia, rechazó la nominación, diciendo:
“Con los demás obispos… hemos conseguido mantener a la Iglesia lejos de los ardores de la
política”270. La Iglesia abandonaba la acción partidista, toda vez que el liberalismo ya había
permeado a los sectores más conservadores.
Alessandri gobernó —considerando parlamentarios y ministros— con 23 conservadores
y 94 liberales de distintas tendencias, fuerzas que más o menos se mantuvieron en esa propor-
ción durante su primer período.
Como casi todos los presidentes elegidos desde 1860, el León tampoco supo sustraerse
a las modas ideológicas provenientes de Europa, que vivía el apogeo del liberalismo positi-
vista, aunque pocos chilenos conocían sus fundamentos empírico-materialistas. El partido
radical, gracias a la influencia de Valentín Letelier, era secundado por las corrientes liberales
menos moderadas, y se le unieron muchos ciudadanos insatisfechos que percibían la falta
de protagonismo de sus vidas, tanto de la clase media como obrera. Entretanto la oligarquía,
sorda a los campanazos del cambio social, continuaba viviendo en el despilfarro, el ocio y la
desaprensión. Era una minoría, pero la más visible, y generaba reacciones.
Así la clase media, con el alessandrismo, pasó de dominada a dominadora, condición que
mantiene casi sin contrapeso hasta el día de hoy. Una “mediocracia” en la que coexisten bá-
sicamente dos visiones de la realidad: una agnóstica-positivista, y otra cristiana-católica, que
difieren en cuestiones valóricas fundamentales y en su concepción de la naturaleza humana,
pues en la primera predomina la hipótesis evolucionista de Darwin sobre el origen del hom-
bre. Con el tiempo, el radicalismo derivaría del positivismo al marxismo. El evolucionismo
darwiniano los pondría a la vanguardia de los cambios sociales, aunque sin analizar mayor-
mente la coherencia de esa teoría. También Alessandri, en su segunda presidencia, adhirió al
darwinismo; decía que no era “revolucionario sino evolucionista”. En su primer período se
entusiasmó con el corporativismo que propiciaba Mussolini en Italia, y en 1925 intentó sin
éxito introducir representantes gremiales en el senado.
270 Gonzalo Vial, Historia de Chile, T. II, pág. 680.

316
Sebastián Burr

El parlamentarismo y el concordato entre la Iglesia y el Estado resultaron ser un excelen-


te chivo expiatorio de los males de Chile, pero esos males continuaron después de los dos go-
biernos de Alessandri y de la separación de la Iglesia y el Estado, y han perdurado hasta hoy,
no obstante ciertos logros de esos gobiernos271. Sin embargo, fue Alessandri el que realmente
terminó con la oligarquía de la época, aunque no con la “exégesis” que produce oligarquías
en el país. En Chile, fue uno de los primeros en promulgar de un modo concreto la idea del
Estado Benefactor272, al menos respecto a la vivienda, la educación y la salud.
Durante su presidencia se declaró una huelga en la salitrera San Gregorio, que concluyó
con un oficial, tres conscriptos y 36 trabajadores muertos.
A Alessandri le jugó en contra la cuestión financiera, a causa de la primera guerra mun-
dial y la baja del precio del salitre. El déficil fiscal fue enorme, y llegó a 1924 sin haber hecho
los cambios efectivos que ofreció. Intervino el ejército, presionó al congreso, y logró que se
promulgaran la mayoría de las leyes sociales que Alessandri había prometido en su campaña
y no había conseguido aprobar. Al León no le quedó más alternativa que renunciar, pues había
sido sobrepasado por los militares y perdido el poder político. En su reemplazo asumió una
junta de gobierno273. Entre los líderes del movimiento renovador se destacaban Carlos Ibáñez
del Campo y Marmaduque Grove; poco después se le unirían sectores de derecha. Pero la
junta fue perdiendo influencia, y el 23 de enero de 1925, mediante un golpe de fuerza dado
por Ibáñez, asumió una nueva junta274, que exigió el regreso de Alessandri.
La vuelta de Alessandri significó que se elaborara una nueva Constitución. Fue aprobada
mediante plebiscito, y promulgada el 18 de septiembre de 1925. Separaba la Iglesia del Estado,
con lo cual el mundo eclesiástico dejó de sentirse obligado a participar en la política activa. Asi-
mismo, establecía un régimen de gobierno que ponía fin al parlamentarismo. Era el comienzo
del Estado Benefactor, que garantizaba a los chilenos un mínimo nivel habitacional, educacional
y sanitario, que protegía a los trabajadores y les aseguraba previsión social. La propiedad que-
daba condicionada a “las reglas que exigían el mantenimiento y el progreso del orden social”.
Sin embargo, las manipulaciones del coronel Ibáñez se hicieron insostenibles, y de nuevo
Alessandri se vio obligado a renunciar a su cargo. De ahí en adelante los cuartelazos se suce-
derían uno tras otro, generando un período de anarquía que duró varios años.
Recapitulando, el período de Alessandri provocó varios vuelcos que cambiaron para
siempre el escenario sociopolítico del país. Fue el primer presidente que se hizo cargo de la
problemática laboral a nivel de gobierno, aunque con un enfoque errático y altamente distor-
sionado, en el que se mezclaban el populismo, la retórica de la lucha de clases, la manipula-
ción, un modelo incipiente del Estado Benefactor y una fuerte dosis de personalismo. Le dio
una especie de “carta de ciudadanía” a la clase media, incorporándola a la administración pú-
blica y convirtiéndola así en una nueva y emergente fuerza política. Por último, fue un agente
protagónico de la separación constitucional entre la Iglesia y el Estado.
Ahora bien, la llamada “cuestión social” se había incubado ya desde los comienzos mis-
mos de la independencia, debido a la marginación socioeconómica a la que quedó sometido
desde entonces el mundo asalariado, y comenzó a escalar lentamente, hasta detonar un pro-
ceso de desintegración que casi nadie advirtió, y que cumpliendo sucesivas etapas posteriores
culminó en 1973, instalado en el materialismo marxista. Durante un buen tiempo, ese proceso

271 Creación del Banco Central.


272 El gobierno del primer ministro prusiano, Otto von Bismarck (1815 — 1898), fue el primero en aplicar el concepto de
Estado benefactor en Europa.
273 La junta de gobierno estaba integrada por los generales Luis Altamirano, Juan Pablo Benett, y el almirante Francisco Nef.
274 Integrada por Emilio Bello C., el almirante Ward y el general Dartnell.

317
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

fue en gran medida “invisible”, no advertido por casi nadie. El proceso visible comenzó con
el éxodo de los campesinos y de los mineros a nuestra ciudad “de las luces”, Santiago, y a
otros centros urbanos. En el caso de la migración campesina, los que se trasladaron perdieron
condiciones de vida mucho más humanas que les proporcionaba su medio ambiente, y cierto
grado de familiaridad entre ellos y las familias dueñas de la tierra. Ese sistema les brindaba
permanencia y seguridad en varias áreas: vivienda (precaria pero segura), alimento (provenien-
te de la huerta, de las propias aves de corral y de la condición de medieros), salario (mínimo),
agua y energía (leña), y sobre todo un entorno natural coherente con los códigos que requerían
conocer para desplegarse en la vida real. El campesino nacía, vivía y moría en la tierra, al igual
que lo habían hecho sus padres y abuelos, y también lo harían sus hijos. Y si bien su vida era
monótona y simple, y el patrón era muchas veces abusivo, sobre todo respecto a las jornadas
de trabajo en épocas de siembra y cosecha (hasta doce horas diarias), también estaba ahí para
defenderlo de estafadores y asistirlo en caso de enfermedades o dificultades familiares.
Esa seguridad estaba además apoyada por el párroco correspondiente y por una religiosi-
dad de sacramentos y conmemoraciones sacras que todos celebraban, además de las efeméri-
des nacionales como el 18 de septiembre.
El proceso comenzó con el traslado del patrón y de su familia a Santiago, pues “la moda
del buen vivir” iniciada por las grandes fortunas del salitre, de la plata y del carbón “así lo
indicaba”, con lo cual dejó a los campesinos en una suerte de desamparo. Ahora el patrón
visitaba el campo de tarde en tarde, a excepción de los meses de verano, en los cuales solía
asilarse en su gran casa patronal de diseño colonial, alhajada a menudo con finos muebles de
estilo francés. Poco a poco, el campesino lo imitó, convencido de que en la capital estaba “la
verdadera vida”. Pero se convirtió en proletario, y aunque mejoró su ingreso monetario, per-
dió todas las regalías que le daba el campo, e incluso esa percepción y actitud moral que no ha
podido recuperar, pues continúa viviendo en la marginalidad. Además, quedó indefenso ante
la inflación, que cada vez que aparecía reducía el poder adquisitivo de su salario. No se intenta
decir con esto que el campo le daba todo, pero considerando el hacinamiento, la insalubridad
y la sordidez de su nuevo “habitat”, no cabe comparación con lo que le proporcionaba su an-
tiguo mundo natural. Ese fue más o menos el costo de la “independencia”275 del campesino.
La promiscuidad que predominaba en los conventillos y en las poblaciones marginales de
la capital, los salarios desvalorizados, la cesantía, la carencia de vida familiar y de religiosi-
dad, hicieron que el proletario y su familia se reprodujeran en la desintegración social, y que
muchos de ellos cayeran en el alcoholismo, y a veces en la vagancia y la delincuencia.
En cuanto a los mineros del salitre, aunque percibían buenas remuneraciones y tenían ca-
pacidad de ahorro, sus condiciones de vida en los campamentos eran muy deficientes (malas
viviendas, riesgos laborales, escasa asistencia sanitaria, falta de medicinas, carencia de recrea-
ciones, etc.). Muchos vivían solos, lejos de sus familias. Y cuando bajaban “a pueblo” el dinero
se les hacía humo en prostíbulos, bares, etc. Sin embargo, eran políticamente los más revolucio-
narios. Evidentemente, el origen de su descontento era de carácter moral, no radicaba en su nivel
de ingresos. Una vida dedicada sólo al trabajo, y a un trabajo brutal y desagradable, fuera del
contexto familiar y ciudadano, provocaba un enorme desarraigo, como por lo demás lo acreditó
una comisión formada por el gobierno, que investigó la situación de los obreros del salitre276.

275 En 1918 los obreros industriales alcanzaban a unos ochenta mil, y vivían en las grandes urbes.
276 “En la vida del desierto no se deja sentir con eficacia la intervención moderadora de los agentes naturales de toda cultura,
a saber, la mujer, la familia, la propiedad distribuida entre muchos, la diversidad de las transacciones y negocios, y en
suma, las satisfacciones de diverso orden que un nivel común de educación y moralidad trae consigo. La entidad social,
que es el gran intermediario de las prestaciones humanas, se encuentra apartada del obrero de la pampa y de su patrón, y
estos viven casi siempre en un profundo aislamiento el uno del otro”. “La condición moral de los obreros de la pampa es a

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Sebastián Burr

Estaban además los mineros del carbón, cuyo trabajo era aún más duro y riesgoso (debido
al gas grisú). Pero al menos su entorno social y moral estaba más integrado.
El mundo obrero partió careciendo de previsión social, salvo la del ahorro personal, cosa
que evidentemente casi ninguno podía hacer. Sólo en 1926 obtuvo la indemnización por ac-
cidentes laborales (ley N° 3.170), que aunque limitada ya era un avance. No existían normas
de higiene y seguridad. No había un horario determinado de la jornada laboral. Los sacos que
acarreaban los mineros del salitre pesaban entre 100 y 140 kilos. Tampoco estaba prohibido el
trabajo infantil, que existía sobre todo en las faenas salitreras, ni pagar los salarios con fichas
o vales canjeables por mercaderías que comercializaba el mismo patrón a través las pulperías
de los campamentos. Sólo en 1907 se hizo legalmente obligatorio el descanso dominical,
gracias a una moción presentada por el diputado conservador Alejandro Huneeus. En suma,
no existía un código del trabajo, lo que no era extraño para la época, pues recién se instalaba
la sociedad salarial en Chile, copia más o menos fiel del mismo proceso que había desencade-
nado la Revolución Industrial en los países europeos, pero que en nuestro país se inició con
un retraso de aproximadamente 40 o 50 años. Sociedad salarial que absorbió a los artesanos
(relojeros, sastres, zapateros, hojalateros, talabarteros, etc.) y que hasta el día de hoy es in-
capaz de producir un trabajador con la autosuficiencia necesaria para desarrollar su vida con
dignidad y dentro de un marco de homogeneidad social. Esa autosuficiencia se la otorgaba a
los artesanos el ejercicio de la libertad, pero la mayoría de ellos desaparecieron, barridos por
la industrialización y por la imposibilidad de competir con los productos industriales.
Y la Iglesia, replegada, o sin entender realmente este proceso, poco y nada hizo por re-
vertir la desarticulación moral del mundo del trabajo, que terminó afectando la convivencia
social y política de todo el país. Hubo algunas excepciones, como el caso de Miguel León
Prado y el del arzobispo Casanova, pero en general las intervenciones de la Iglesia eran más
políticas que evangelizadoras, sociales o humanistas.
Un proceso paralelo, aunque completamente distinto, fue el de la configuración de la
clase media.
A partir de la repentina riqueza adquirida por la oligarquía gracias a la plata y al salitre,
que redundó en un considerable aumento de los ingresos fiscales, la administración pública se
convirtió en un botín favorito de los políticos, y operaba en concomitancia con una aristocra-
cia opulenta (agraria, minera y bancaria) que evidenciaba claros signos de decadencia.
Esa riqueza fácil y excesiva generó un nuevo prejuicio: empezó a ser mal visto trabajar,
salvo como empresario minero o como terrateniente. Los trabajos manuales, el comercio, los
servicios, e incluso las carreras liberales, con excepción de la abogacía, eran para los nuevos
ricos ocupaciones propias de las clases bajas. Peor aún, lo que le interesaba a esa clase era
volver a Europa e integrarse a su alta sociedad, pues Chile, según decían, les quedaba chico277.
Así y todo, conformaban la clase política dirigente, y tenían en sus manos los destinos del
país. El contraste entre esos extranjerizados y los sectores populares provocó un desprecio
recíproco, instalando el odio que en ciertos ámbitos perdura hasta hoy.

todas luces deficiente e influye sin duda en el fomento de su malestar. El operario vive deprimido por el abandono moral en
que se le tiene. Ni la autoridad pública, ni los patrones mismos, han cuidado hasta ahora lo bastante de llenar los vacíos
de la vida ruda del obrero con la asistencia que le es debida en forma de enseñanza práctica de la religión, de dispensarios
y hospitales, de estímulo al ahorro, de distracciones y de represión “alcohólica”.
277 Joaquín Edwards relata un comentario de uno de estos afrancesados criollos: “Cuando yo fui a la Universidad (desde la
provincia) a los dieciséis años, Santiago me deslumbró… Sin embargo, vine a Europa y después de muchos años regresé
a Chile. ¡Qué desilusión! Los palacios eran de adobes, revestidos de mampostería y yeso; las calles eran intransitables…
yo vi demoler un palacio célebre y era de adobes y cornisas de lata”. Otro decía: “Lo que es yo no regresaría a Chile de
ningún modo. Me quedaría aquí de mozo, de vendedor de La Presse o de cualquier cosa antes que volver a la calle de
Huérfanos. ¡Ah, no!”

319
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La clase media padecía sus propios pesares, y aspiraba a lo mismo que la clase acaudala-
da, actitud que terminó por denominarse “el arribismo de los siúticos”278. Surgió por allá por
el año 1880, durante el gobierno de Santa María, gracias a la enseñanza masiva impartida por
el Estado a partir de Manuel Montt. Estaba compuesta por inmigrantes, profesionales, comer-
ciantes, militares de rangos medios, técnicos, artistas, descendientes de conquistadores veni-
dos a menos, contadores, vendedores de tiendas, empleados, medianos industriales y agricul-
tores, etc. Todos los que trabajaban como empleados eran bastante leales a sus patrones, y se
mostraban reticentes a las leyes pro obreros manuales que propiciaban los socialistas.
Como ya se dijo, Alessandri los incorporó masivamente a la administración pública, lo
que les permitió constituirse en una clase social dotada de cierto poder político. Algunos es-
calaron a la clase alta, entremezclados con aristócratas empobrecidos; otros hicieron fortuna
y lograron acceder a la oligarquía económica. En cuanto a los comerciantes y agricultores
prósperos de provincia, la mayor aspiración de la mayoría era venirse a la capital279. Santiago
era para ellos lo que París era para el aristócrata santiaguino.
Esa estructura de clases entremezcladas terminó configurando los tres tercios políticos
con que décadas después contarían los respectivos partidos: izquierda, centro y derecha. Ge-
neró además barrios, colegios, periódicos, y hasta balnearios divididos por clases. Ese cuadro
se reprodujo a nivel nacional, provincia por provincia.
Dentro de la clase media se replicaba lo que se veía en la aristocracia: varias capas so-
ciales. La clase media provinciana estaba satisfecha con su situación socioeconómica, al con-
trario de la santiaguina, que sentía el desprecio de los aristócratas, sobre todo en el trato
despectivo. Esa clase media capitalina simulaba un nivel de vida que no podía sostener, y
a menudo se veía económicamente más apremiada que la clase baja, pero hacía todo lo po-
sible por ocultarlo, pues su máxima aspiración era codearse con la aristocracia. El general
del Canto la graficaba muy bien: la denominaba “la clase del rempujón”. Pero ese estrato no
surgió del empuje económico, sino por su acceso a los cargos públicos altos, las profesiones
liberales, la literatura, el teatro, la política. Quería pertenecer a la clase superior; sin embargo,
ambiguamente, comenzó a identificarse con el reclamo social y el “Cielito lindo” de Arturo
Alessandri. Esa actitud híbrida le impidió constituirse en un sector social con carácter y valor,
y adquirir solidaridad interna; al revés, se mostraba dividida por toda clase de pugnas. La
clase proletaria la miraba con cierta compasión, y la aristocracia con un desdén elegante, que
sus buenas maneras hacían casi más ofensivo.
Se configuró así una sociedad completamente desnivelada, de sometimientos, descon-
sideraciones, hostilidad entre los distintos sectores, que contaminó todos los ámbitos y ac-
tividades: la prensa, la literatura, la educación, el mundo laboral, la política, los barrios, e
incluso la religiosidad.

278 Alberto Edwards escribió al respecto: “Mas debajo de esta alta sociedad burguesa (la aristocracia) que todo lo puede,
existe una situación desmedrada y vergonzosa casi, lo que entre nosotros desempeña, o podría desempeñar el papel de
pequeña burguesía. Los calificativos ridículos del diccionario se han agotado para distinguir a esta clase infortunada
(literalmente): son los pijes, los pipiolos, los siúticos. La aristocracia, llamaremos así a los dirigentes, se complace en
adornar al pobre que pretende vivir como caballero, con todos los defectos, vicios y ridiculeces imaginables…Se le acusa
de entrometido, pretencioso, falso y poco honorable; se le arroja en la cara como un estigma su pobreza y los afanes que
gasta para ocultarla; se le reprocha su mal gusto, su escasa educación y la torpeza o amaneramiento de sus modales; sus
vestidos, sus sombreros y sus corbatas. El pobre pequeño burgués parece haber nacido para hacer el papel de caricatura
animada durante su vida”. Gonzalo Vial, Historia de Chile, T. II. vol I, pág. 676.
279 Todas esas aspiraciones provincianas y conformadoras de la clase media chilena fueron descritas por Manuel Ortiz. “El
anhelo ferviente de nuestros comerciantes, de nuestros industriales, de nuestros agricultores es labrarse una fortunita que
les permita irse a vivir a la capital y comprarse un coche para pasear a su señora y a sus niñas por el Parque (Cousiño o
la Alameda). “La ambición de todas las niñas casaderas es hallar un novio santiaguino para que rabien de envidia las que
se ven obligadas a casarse con provincianos”.

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Sebastián Burr

Sin embargo, hay que destacar que dentro de la aristocracia había gente seria y con va-
lores. Pero cometía el grave error de aislarse, pues nada de lo que veía y acontecía calzaba
con su forma de vivir y de pensar, de manera que no constituía ejemplo alguno para su fatua
parentela de clase.
Dentro del incipiente contexto de clases que se había instalado en el gobierno de Alessan-
dri, es importante conocer el antagonismo contra el derecho de propiedad iniciado en ese go-
bierno, que se vio refrendado en la Constitución de 1925. De ahí en adelante revisaremos some-
ramente las normas legales promulgadas al respecto por los gobiernos posteriores hasta 1973,
como asimismo sus acciones contra el ejercicio de la propiedad, pues constituyen una línea
ininterrumpida de ataques en contra de dicho principio y derecho, que han producido toda clase
de descalabros en el país, económicos, sociales, políticos, y sobre todo en el plano ético-moral.
Durante el debate parlamentario del proyecto de dicha Constitución, el constitucionalista
Hidalgo, apoyado por Ramón Briones Luco, planteó sin muchos fundamentos la idea de que
“la propiedad es una función social”.
La “definición” de Hidalgo fue el primer paso de un ataque sistemático y sin tregua
contra la propiedad y los propietarios, que culminaría dramáticamente el 11 de septiembre de
1973, con el derrocamiento de Salvador Allende. Ese período de casi cincuenta años coincidi-
ría con uno de los menores crecimientos económicos de nuestra historia republicana, y estaría
marcado por la transferencia al Estado o la expropiación masiva de la propiedad de bienes
de producción agrícola e industrial, bajo el eufemismo de que así dichos bienes pasarían a
pertenecer a los trabajadores. Todos los gobiernos de izquierda se han autodenominado “de
los trabajadores”, por supuesto proletarios, y no de propietarios activos, titulares y en primera
persona. Y cuando los trabajadores entienden de verdad cómo funcionan los gobiernos “de los
trabajadores”, ya es demasiado tarde. Algunos casos de este tipo de “propiedad” que perduran
en nuestro país son Codelco, Enap, Ferrocarriles del Estado, etc.
El texto que finalmente fue aprobado en la Constitución del 25 en cuanto al principio ge-
neral del derecho de propiedad, dice así: “El ejercicio del derecho de propiedad está sometido
a las limitaciones o reglas que exigen el mantenimiento y progreso del orden social, en tal
sentido podrá la ley imponerle obligaciones o servidumbres de utilidad pública a favor de los
intereses generales del estado, la salud de los ciudadanos y la salubridad pública”. Se ratifi-
caba así un cambio político trascendental: el paso del bien común al interés común, que luego
derivaría naturalmente en interés de personas y grupos particulares. La Constitución de 1925,
a diferencia de la Constitución de 1833, hablaba de expropiación en vez de enajenación, y el
propósito original de “utilidad del Estado” fue reemplazado por el de “utilidad pública”. Y
ni siquiera se discutió la forma de indemnización, pues el nuevo concepto de “expropiación”
ideado por el eje liberal-socialista iba asociado al de “utilidad pública”, y éste a su vez al de
“beneficio social”. Así el derecho de propiedad quedó vaciado del ejercicio pleno y libre del
propietario, y de ahí en adelante el Estado, amparándose en ese nuevo principio general, hizo
y deshizo con la propiedad privada hasta 1973. Esa intromisión afectó gravemente al ámbito
del trabajo, al emprendimiento, a la inversión y al desarrollo económico del país, generando
entre otras cosas cesantía y lucha de clases. Como consecuencia inevitable, a poco andar Chi-
le se sumó a la “pléyade” de países mendigos del mundo, “club” que recién pudo abandonar
a principios de la década de los ochenta.
Una de las restricciones más lesivas al derecho de propiedad, que frenó el desarrollo
económico y el crecimiento del empleo, fue limitar la libertad de los empresarios fijando los
precios de sus productos y servicios. Eso equivalía a un cercenamiento de su patrimonio,
pues la fijación de precios por el Estado se hizo más polìtica que económica. Obviamente, ese

321
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

control estatal fomentó la corrupción, pues ahora había que pagar una coima para que el buró-
crata de turno autorizara un precio que conviniera al propietario, y que gracias a esa cómoda
“maniobra” podía ser incluso más alto que el que habría fijado el mercado. De esta manera,
los perjudicados eran los consumidores, a quienes el control estatal proclamaba defender.
Paralelamente, a partir de 1925 se incrementó la voracidad tributaria del Estado, que se
alimentaría de los impuestos progresivos. Entre 1891 y 1925 —período de la riqueza del sa-
litre, sobre el cual el Estado cobraba impuestos de exportación—, los chilenos casi no fueron
gravados con impuestos personales y directos. En marzo de 1925, el gobierno promulgó el
D.L. N° 330, por el que se creaba el impuesto complementario sobre la renta280. Seguirían
sucesivamente otros impuestos progresivos, que irían mermando el desarrollo de nuevos
propietarios en Chile.
De Emiliano Figueroa Larraín (1925-1927) (liberal democrático) casi no cabe hablar, pues
fue literalmente un comodín político, y no tenía mayor interés en liderar proceso ni cambio
alguno. Prefería los ambientes estilo belle epoque del Club de la Unión, y daba una imagen he-
donista bastante triste. Durante su mandato nació la Unión Social Republicana de Asalariados
de Chile. La elección parlamentaria realizada en ese período les otorgó a los conservadores 38
bancas en ambas cámaras; los liberales, los radicales y la izquierda obtuvieron 139.
El ministro del interior de Figueroa era don Maximiliano Ibáñez, y el de guerra don Car-
los Ibáñez281. El coronel Ibáñez del Campo, quien tenía el poder político real, hizo llegar una
nota a su pariente ministro, en la cual le advertía, por cuenta de sí mismo y del ejército, que
“esperaban que su ministerio fuera de una franca tendencia liberal”, de “justicia social”. Muy
pronto Figueroa tuvo que abandonar el cargo, y mediante un espurio acto eleccionario fue
elegido el coronel Ibáñez para sucederlo.
Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931) ejerció un gobierno autoritario, al punto que lo
tildaban de dictador. Deportó a Alessandri y a dos de sus hijos, a algunos prominentes comu-
nistas, a Pedro Aguirre Cerda, a varios parlamentarios, e incluso a Agustín Edwards, dueño
del diario El Mercurio. En el denominado congreso termal nominó a todos los candidatos a
parlamentarios, de derecha e izquierda, uno por cada cargo disponible. Y como la ley estable-
cía que, si no había más candidatos inscritos que cargos, se declaraban electos los inscritos,
todos los designados por Ibáñez resultaron elegidos automáticamente.
Ibáñez dio a su gobierno un rasgo nacionalista y corporativista, en una línea similar a la
implantada por Primo de Rivera en España y por Mussolini en Italia.
De una religiosidad débil, terminó adhiriendo al agnosticismo, que no es lo mismo que el
ateísmo (que niega la existencia de Dios), sino que afirma la incapacidad de nuestra inteligen-
cia para conocer cualquier orden metafísico o trascendente, de lo cual deduce que no existe
ningún referente superior, coherente y universal que pueda orientar las conductas humanas,
y que cada persona debe ser su propio referente. Y es erróneo pensar que el agnosticismo es
una suerte de posición política neutral, pues esa posición no existe, salvo quizás la que se
fundamenta en la condición ontológica del hombre, compartida por todo el género humano, y
en el bien común político real.
Ibáñez ingresó también en la logia masónica Unión Fraternal N° 1. Según el historia-
dor Gonzalo Vial, lo hizo por conveniencia, pues esa logia era la que reunía a los políticos,
y era ahí donde se podía hacer el mejor contacto con ellos. Una vez que Ibáñez cayó, fue
280 Enrique Brahm García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925—1973, pág. 81.
281 Decía Carlos Ibáñez del presidente Figueroa: “Nunca consideré a don Emiliano como hombre adecuado para la Presiden-
cia en aquellas circunstancias. Era un gran señor, agradable, simpático, a quien no le importaban mucho los asuntos pú-
blicos. De ninguna manera deseaba tomar la dirección del gobierno. Nos llevábamos bien y yo lo estimaba sinceramente.
Pero él estaba a disgusto en la Moneda…”

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Sebastián Burr

expulsado indignamente de la masonería282. Después, cuando recuperó el poder, lo invitaron


a reintegrarse, y no tuvo ningún inconveniente en hacerlo.
Es uno de los presidentes que en más alto grado ha concentrado en sí mismo el poder
político283 en la historia de Chile. Pero tampoco logró concretar la gran revolución social y
educacional a través de la cual prometió hacer “un Chile nuevo”. Aspiraba “a terminar con
el divisionismo político”, “a elevar la condición material y moral de los chilenos”, “a que el
mundo del capital y del trabajo se entendieran”, y a reemplazar el ideologismo político por
una fórmula corporativista284. “Trabajaré de un modo incansable… por la reconstrucción y
sólida organización de las fuerzas vivas del país, a fin de que al terminar el período constitu-
cional de mi gobierno puedan ellas asumir en la dirección de la cosa pública el preponderan-
te papel que les corresponde dentro de una verdadera democracia”. Las “fuerzas vivas” era
el término que se utilizaba para hablar de corporativismo. Y esa fórmula, al contrario de lo que
se pueda creer hoy día, era apoyada por el ministro Edwards, de interior285, y por corrientes
de centro izquierda286. Pero el corporativismo terminó desprestigiado por Mussolini y desapa-
reció, de modo que el país ya no sólo copiaba las ideologías europeas de moda, sino también
sus fracasos. Otro tanto ocurrió con el nacionalsocialismo de Hitler, que intentaron introducir
en Chile tres destacados izquierdistas de nuestra historia: el joven Salvador Allende Gossens,
Marmaduque Grove y Von Marees, este último responsable directo del intento de derroca-
miento de Arturo Alessandri que costó la vida a 60 jóvenes baleados en el edificio del Seguro
Obrero. La participación directa de Alessandri en esa represión fue largamente discutida.
El ibañismo introdujo un nuevo concepto del Estado, muy distinto al concepto liberal de
Arturo Alessandri. En el “Chile nuevo” el Estado asumiría un papel activamente regulatorio,
es decir, intervencionista, una actitud “protectora” de todos los estratos de la sociedad, que se
extendería a la economía e incluso terminaría permeando el concepto mismo de propiedad.
Era el Estado Benefactor, también copiado de los países socialistas de Europa, en vez de
un sistema concebido para generar la autosuficiencia humana en toda la ciudadanía. Y una
vez impuesto por Ibáñez, ese modelo estatista asistencial subsistió hasta 1973, provocando
282 La verdadera filosofía masónica es el “humanismo secular”, una ideología meramente humana proponente del racionalismo
y el naturalismo. Según ella, la “naturaleza” está guiada por la razón que lleva por sí sola a toda la verdad y, consecuen-
temente, a una utopía de “libertad, igualdad y fraternidad”. Este debía ser el “novus ordo seculorum” (un nuevo orden
secular). La Masonería se llega a percibir como “la religión universal, mientras que las iglesias cristianas son relegadas a la
categoría de meras “sectas”. Es decir, la Masonería se presenta como la nueva Iglesia Católica (católica=universal). No sólo
explota la animosidad contra la Iglesia y el anticlericalismo, sino que los fomenta e institucionaliza.La Masonería no tiene
lugar para el Dios de la revelación. Dios aparece como un concepto y no como persona. Es el “Gran Arquitecto” del mundo,
pero una vez que lo construye deja de actuar en él. El hombre se convierte en su propio dios. De hecho, en 1887 la logia
masónica del “Gran Oriente” (en la que se inspira por lo general la Masonería en América Latina) eliminó formalmente
la necesidad de que sus miembros creyeran en Dios y en la inmortalidad del alma. Los símbolos cristianos recibieron una
interpretación secular: la cruz pasó a ser un mero símbolo de la naturaleza, sin mayor trascendencia; las letras “INRI” sobre
la cruz de Cristo pasaron a significar “Igne Natura Renovatur Integra” (el fuego de la naturaleza lo renueva todo), lo cual es
un absurdo, pues su verdadero significado es: “Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum” (Jesús Nazareno Rey de los Judíos).
283 Al ser elegido mediante el 98% de los votos, contó con el apoyo de todas las fuerzas políticas, y también con el del ejército,
tanto cuando era ministro de guerra (coronel de ejército) como cuando asumió la presidencia de Chile. Después de inter-
venir y reformar la Marina, también controló dicha rama de las F.F. A.A. Como además fue el fundador de Carabineros de
Chile, se ganó su respaldo incondicional. Esa fuerza de orden tenía mejor armamento de tropa que los mismos soldados.
Además de controlar por completo el poder ejecutivo, reformó totalmente el poder judicial, haciéndolo igualmente proclive
a su gobierno. Forzó la adquisición estatal del influyente diario La Nación (de propiedad de Eliodoro Yáñez), y decretó la
censura voluntaria y no tan voluntaria del Diario Ilustrado (El Mercurio de Santiago era ibañista). Persiguió a los sectores
más izquierdistas: el comunismo, el sindicalismo de izquierda, y a cuanto personaje, según él, se pasaba de la raya en la
oposición, incluso a parlamentarios, que terminaron casi todos exiliados.
284 El corporativismo se relacionaba con lo gremial, con los ámbitos laborales en que cada uno se desempeñaba en la sociedad.
285 Gonzalo Vial, Historia de Chile, vol IV, pág. 178.
286 El presbítero Viviani, mentor del Padre Hurtado, la Asociación General de Profesores, la Unión de Centro de la Juventud
Católica, que presidía Clotario Blest.

323
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que el eje de la política nacional se trasladara desde el ámbito de las ideas a la captura del
Estado287 y de la administración pública, pues ahí estaba el centro del “poder político” real.
Ibáñez intentó además “revoluciones” educacionales. Hizo desaparecer el anacrónico
Consejo de Instrucción Pública y decretó la “libertad” de enseñanza, que terminó en un
mar de propuestas confusas e imposibles de abordar. Entre ellas estuvieron las de Dewey,
Ferriére, Decroly, Montessori, etc., casi todas incompatibles entre sí. Una vez más quedó
demostrado que el eclecticismo no funciona, más aún en asuntos tan serios y complejos
como la educación.
Aplicó algo así como cuatro curiosísimas reformas educacionales. Inició una y la abor-
tó; emprendió una segunda y también la canceló, regresando a la primera. Ese regreso duró
poco, pues pronto decidió volver a la segunda. Todo esto destituyendo y restituyendo a los
ministros correspondientes.
Durante el ministerio de Aquiles Vergara, y reaccionando contra el cientificismo materia-
lista que impregnaba la educación chilena, Carlos Charlín, rector interino de la Universidad de
Chile, planteó una propuesta humanista fundada en la filosofía, que incluía literatura, historia,
religión, ética, sociología para la educación universitaria, y que contemplaba seis liceos de
alto nivel para formar a los pensadores, estadistas, sabios y profesores de cultura superior que
requería el país. Firmaban la iniciativa, entre otros, Alone, E. Solar Correa, Carlos Silva Vil-
dósola, Mariano Latorre, Emilio Vaisse y Marta Brunet. La propuesta afectaba al Pedagógico,
que dependía de la Universidad, y provocaría inmediatas y retorcidas consecuencias políticas.
Se contrató para dirigir el proyecto a un eminente pedagogo francés: George Dumas, filósofo,
psicólogo, lingüista y maestro de La Sorbonne. Era un auténtico humanista, convencido de la
condición moral y ética de la persona humana. Se volcó de lleno a la tarea de implantar una
educación que además de humanista se vinculara en términos prácticos con el mundo del traba-
jo. Pero el pedagogo chileno José María Gálvez, filósofo graduado en la Universidad de Berlín,
entró en colisión inmediata con Dumas. Simultáneamente, no se veía al presidente Ibáñez cla-
ramente identificado con la iniciativa de su ministro Vergara respecto al modelo humanista del
francés. Vergara fue destituido, y reemplazado por José Santos Salas (liberal-socialista), quien
despreciaba la educación humanista, pues la consideraba elitista. Y cómo no iba a ser elitista,
si desarrollar la condición humana superior de cualquier persona, rica o pobre, de izquierda o
de derecha, la instala en una “elite” intelectual y operativa, no necesariamente económica. Y
ese es justamente el objetivo esencial de la educación: que el alumno adquiera la capacidad
de superarse a sí mismo y de enfrentar solventemente las exigencias y desafíos de la realidad.
Al final, los adversarios de Dumas se desembarazaron de él mediante una treta bastante
sucia: Gálvez —director del Pedagógico— le dijo en el transcurso de una conversación cual-
quiera, que la prostitución generalizada de las mujeres francesas era un rasgo típico de su país.
Después le restó importancia al asunto, aunque puntualizó que él decía las cosas por su nom-
bre y que además le había dado explicaciones a Dumas, que suponía aceptadas “tácitamente”.
Pero al parecer Dumas no lo entendió así, pues de inmediato tomó un pasaje en el Transandino
y en dos días se había mandado a cambiar de Chile para nunca más volver.
Ese grave suceso hizo dimitir a Charlín como rector de la Universidad, lo que puso fin al
proyecto humanista, y permitió el regreso de la tecnocracia científica. (Aunque Charlín era un
científico de profesión, no era cientificista). Sin embargo, sobrevivió Gálvez, y su programa
docente fundado en “la higiene”, “la gimnasia”, “los trabajos manuales” y “el aprendizaje del
287 Control de precios y de calidades, préstamos gubernamentales para los productores, superintendencias que fiscalizaban la
economía privada, juntas gubernamentales que controlaban las exportaciones, etc. Entidades gubernamentales de “progreso
técnico” en la agricultura y minería. Surge el Estado “empresario”, que alcanzaría su culminación en el gobierno de Allende.
Se crean la Imprenta nacional y Famae, y se adquieren las empresas privadas Electro-Siderúrgica Industrial, Lan Chile, etc.

324
Sebastián Burr

japonés” prosiguió como si nada hubiera pasado. Tiempo después, el humanista Juan Gómez
Millas, rector universitario y ministro de educación, dejó entrever que el episodio contra Du-
mas había sido un golpe premeditado del “progresismo” educativo de nuestro país.
El mismo Gómez Millas, junto con los hermanos Javier y Alfredo Lagarrigue, pusie-
ron en marcha un plan de institutos universitarios que impartían un bachillerato de tres años
fundado en filosofía y ciencias sociales, el cual constituía un requisito previo para estudiar
y recibirse en cualquier carrera: leyes, ingeniería, medicina, etc. Dichos institutos quedaron
funcionando en abril de 1928, con todos sus programas e infraestructura. Al igual que el pro-
yecto de Carlos Charlín, representaban una contracara humanista de la tecnocracia imperante
en nuestra educación. Pero esa opción tenía escasas posibilidades de sobrevivir en el tiempo,
pues no se veía refrendada de un modo práctico en el mundo laboral, y menos en el establis-
hment político, donde reinaba una visión del humanismo netamente materialista. A fines de
1928, no quedaba absolutamente nada de los institutos fundados por Gómez Millas.
De esta manera, la educación chilena siguió siendo una función casi exclusiva del Es-
tado. Sólo el Estado podía otorgar títulos y grados, y la escasa educación privada existente
debía someterse a la programación oficial. Bastante similar al sistema actual, el de los con-
tenidos mínimos y del Simce, que determina el nivel de las subvenciones. Sin embargo, en
1931 existían ya cuatro universidades no estatales288, aunque bajo el control curricular de la
Universidad de Chile.
Finalmente, Ibáñez debió afrontar un brusco deterioro económico y laboral, consecuen-
cia de la crisis de Wall Street en 1929, a raíz de lo cual se vio obligado a abandonar el poder
y exiliarse en Argentina.
Si bien la causa inmediata del derrumbe de su gobierno fue la depresión mundial, hubo
otras que contribuyeron decisivamente a esa caída. El gigantismo estatal y la puesta en mar-
cha del Estado Benefactor, el plan extraordinario de obras públicas (completamente despro-
porcionado) y los empréstitos internacionales contratados provocaron que el país cayera en
default una vez que la balanza comercial colapsó. Ese fracaso, al igual que en la denominada
crisis subprime de septiembre del 2008, puso en tela de juicio al liberalismo económico.
Los socialcristianos —ex conservadores de clase media, que pertenecían a la Falange
Nacional—, inspirados en las encíclicas sociales, denunciaban que Chile, al igual que el resto
de Occidente, padecía una profunda crisis global: subdesarrollo mental, corrupción de las
costumbres, división de clases, pobreza económica, alimentación deficiente, disgregación de
la familia, paternidad irresponsable, etc. Lo curioso es que para solucionar dicha crisis, de
orden moral y por lo tanto espiritual, los falangistas proponían casi puras medidas de carácter
material: subdivisión de la tierra, mejoramientos salariales, sindicalización obligatoria como
factor de contrapeso contra los patrones. Sin embargo, afirmaban categóricamente que los
responsables eran la ideología liberal y la mentalidad materialista.
Ya no se podía culpar del desastre al parlamentarismo, ni a los conservadores ni a los
clericales. Y el sistema presidencialista mostraba cada vez más sus propias falencias, sin re-
parar en que la causa inicial podía estar más bien en el sistema democrático representativo.
Así, el domingo 26 de julio de 1931, “el general de la esperanza” dejó la presidencia de Chile,
capitulación que dio comienzo a uno de nuestros más aciagos períodos políticos: la anarquía.
Otro hecho que revela la incongruencia de nuestro sistema político es que tanto Alessan-
dri como Ibáñez —archienemigos políticos— tenían valiosas cosas en común: los dos poseían
una tremenda voluntad de trabajo, y ambos apuntaban a sacar a los sectores populares de la

288 La Universidad de Concepción, que contaba con el apoyo de la comunidad penquista y masónica; la Universidad Católica
de Santiago, la UC de Valparaíso y la Universidad Técnica Federico Santa María.

325
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

mediocridad y de la pobreza. Sin embargo, los dos estaban condicionados por los principios
que rigen el materialismo, el positivismo y el utilitarismo político, y las circunstancias con-
tingentes les jugaron en contra a cada uno de ellos, a lo cual se sumó la falta de austeridad
y mesura en sus decisiones económicas y políticas. Después de sus mandatos, Chile perdió
definitivamente su difuso ethos espiritual-católico, y siguió transitando por el liberalismo y el
socialismo, hasta culminar catastróficamente en 1970-1973 en el marxismo leninismo.

La república socialista

Entre 1924 y 1932, Chile tuvo 12 jefes de estado, todos de estirpe liberal-socialista, trayecto-
ria similar a la que se dio entre 1860 y 1920, con la diferencia de que ahora asumió una forma
más ortodoxa y dura. Incluso uno de ellos, Marmaduque Grove, propuso la sovietización del
país, cosa que no pudo concretar, porque duró sólo doce días en el poder.
Mientras se preparaba la elección presidencial del 31 durante la vicepresidencia de Truc-
co, ocurrió uno de los episodios más traumáticos de los cuales tenga memoria la historia
política de Chile: el alzamiento de la marinería y la captura de casi todos los buques de la
Armada, entre el 30 de agosto y el 2 de septiembre. Según la Historia de Chile de Gonzalo
Vial (volumen V), no hay pruebas concluyentes de que dicho alzamiento haya sido impulsado
por el partido comunista, aunque varios de sus dirigentes sabían que ocurriría antes que co-
menzara, y estuvieron junto con dirigentes de la FOCH289 en el buque insignia de la flota, el
Almirante Latorre. En cambio, según el almirante y ex comandante en jefe de la Armada don
Miguel Ángel Vergara, los estudios históricos que ha realizado al respecto la Marina chilena
indican que dicha insurrección fue instigada y organizada por el partido comunista de Chile, a
raíz de la rebaja de sueldos que había decretado el ministro Blanquier después de la catástrofe
económica dejada por el gobierno de Ibáñez, y que su pretensión era generar un levantamiento
e instaurar un gobierno popular. Más aún, el diario Pravda de Moscú publicó una fuerte crítica
contra los sublevados. “No supieron obrar militarmente. En lugar de marchar sobre Valpa-
raíso y provocar una acción decisiva, un levantamiento revolucionario de las masas… adop-
taron una actitud torpe de expectativa”, pese a que el momento era propicio. Recordemos
que la revolución de Lenin llevaba sólo 15 años, y había captado una considerable adhesión
en Occidente. A su vez, el buró latinoamericano del comunismo enrostró al PC de Chile una
“gran debilidad orgánica”, y su “falta de trabajo político con soldados y marineros”.
En un país todavía impresionado por la insurrección de la marinería, y en el que recién se
empezaban a comentar las encíclicas Rerum Novarum (1891) y Quadragesimo Anno (1931),
asumió la presidencia de Chile el agnóstico abogado radical Juan Esteban Montero (1931-
1932). Fue apoyado por los liberales, el radicalismo, el socialismo, organizaciones obreras
y universitarias, e incluso por ex ibañistas. Montero era un legalista de clase media, de vida
apacible y moderada, y su afinidad con los liberales no causaba mayor escozor en los conser-
vadores. Sin embargo, el hecho de no adoptar una actitud firmemente anticonservadora hizo
peligrar su elección, pues la izquierda y los liberales amenazaron con apoyar a Alessandri, que
acababa de regresar triunfante de su exilio en Europa y se postulaba a un segundo mandato
presidencial. Los liberales no aceptaban casi ninguna alianza con los conservadores. Había
muchos liberales anticlericales que aún resentían el violento término del balmacedismo.
En su nueva campaña, Alessandri proponía “socializar” la tierra, subdividiendo los pre-
dios que tenían deudas hipotecarias impagas. Montero, aludiendo a los errores de Ibáñez y
289 Federación Obrera de Chile.

326
Sebastián Burr

al descalabro económico causado en el país por la crisis mundial del 29, decía: “… si las
arcas están vacías, no se soportan dictaduras ni regímenes constitucionales…” Y acertó
con esa profecía, pues sólo duró poco más de 6 meses en su cargo. Sus principales enemigos
políticos estaban en el naciente partido socialista, que se confundía con los partidarios del
populismo de Alessandri, quien intentó aglutinar todas las fuerzas de izquierda en la Federa-
ción de Izquierdas. También conformaban el frente opositor los izquierdistas del ibañismo,
y los comunistas que comenzaban a adherir a la revolución internacional instigada por la
Rusia soviética. Incluso la regional Santiago de los radicales, el partido de Montero, le dio
la espalda a poco andar.
Todos esos grupos políticos querían el poder para instaurar la planificación económica
en casi todos los niveles de la economía, subdividir las tierras agrícolas, aplicar altas tasas
aduaneras para favorecer la industria local y así sustituir importaciones (¡¡!!), etc. Entre los
confusos “fundamentos” del naciente Partido Socialista Marxista estaban el corporativis-
mo290 (de origen fascista), el leninismo, el nacionalsocialismo291 y el trotskismo292. Su artífice
era sin embargo el abogado y aristócrata Eugenio Matte, gran maestre masónico. Es necesa-
rio señalar por ultimo que tanto las ideas como los personajes se traslapaban en las diversas
corrientes de izquierda, desde el alessandrismo hasta el socialismo marxista, pasando por el
republicanismo español.
Los comunistas aparecían un tanto segregados del resto de la izquierda. Se marginaban
por decisión del Komintern, y eran socialmente excluyentes: no aceptaban en sus filas a nadie
que no perteneciera a la clase proletaria, ya que su programa político se centraba en la lucha
de clases y la dictadura del proletariado, perspectiva que tiempo después desecharían. La iz-
quierda venía operando a través del liberalismo desde hacía más de 70 años, pero éste fue el
momento en que se consolidó y adquirió identidad propia, nominal y formalmente.
El colapso económico que no se lograba revertir, el alzamiento de la marinería, el de-
rrocamiento de Montero, la confusión ideológica y partidista de las izquierdas, y la asonada
militar-izquierdista293 de Vallenar y Copiapó el 25 y 26 de diciembre de 1931294, hacían
patente la anarquía en que Chile se estaba instalando. La característica predominante de ese
período anárquico era la conspiración generalizada. Casi todos conspiraban: oficiales de
ejército, de la FACH y de carabineros; los alessandristas, la prensa escrita, los ibañistas, los
liberales, los radicales, los socialistas, los comunistas, y los anarquistas propiamente tales.
Nadie sabía bien qué quería ni “para quién trabajaba”, pues la política se asemejaba entonces
a una bolita de ruleta: nadie estaba seguro de para dónde saltaría, de manera que todos tenían
puestas las fichas en casi “todos los números”.
La situación política se desordenó a tal extremo, que el 4 de junio de 1932 los socialistas
liderados por Eugenio Matte, Arturo Merino Benítez y Marmaduque Grove (destacado ma-
són, y agnóstico de inspiración marxista), dieron un golpe de estado contra Montero e instau-
raron la república socialista, emulando al republicanismo español, aunque lo que pretendía
Marmaduque Grove, flamante primer mandatario, era la sovietización de Chile. Apoyaron el
derrocamiento el ejército y el radicalismo, partido del destituido presidente. Los únicos que se
pronunciaron en contra fueron algunas asambleas liberales y los conservadores.

290 Oscar Álvarez, funcionario de Ibáñez.


291 Jorge Von Marees, M. Grove y Salvador Allende.
292 Jorge Neut Latour.
293 En el asalto izquierdista al regimiento Esmeralda, fue condenada a penas de cárcel casi toda la oficialidad de carabineros de
Vallenar. (293 Gonzalo Vial, Historia de Chile, vol V, págs. 96-97.
294 Se menciona a Marmaduque Grove como uno de los más importantes instigadores.

327
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La efímera república socialista duró apenas doce días, y si le sumamos el período en que
gobernó su socio ideológico y de putsh Dávila295, ex ibañista, estuvo en el poder sólo tres me-
ses. Aun así, se intentó aplicar una planificación y control completos de la economía, y fue en
ese momento cuando surgieron al primer plano las figuras de Oscar Schnake, Raúl Ampuero
y Salvador Allende, y además las ideas de alianzas obreras y de expropiación del campo, de la
industria, del comercio, de los servicios, etc. Todo eso mediante el decreto ley N° 520 dictado
en esos días, y que entre 1970 y 1973 volvería a ser usado (resquicios legales) por la Unidad
Popular para los mismos propósitos, pues nunca fue derogado.
Dávila asumió el poder el 16 de junio de ese mismo año, y gobernó sus tres meses bajo
estado de sitio. Fue un decidido promotor del Estado productor de bienes y asignador de cré-
ditos. Propuso la recuperación de la riqueza nacional en manos extranjeras, el control estatal
del crédito y del comercio interno y externo, y la creación de un gran aparato burocrático que
regulara casi todas las actividades económicas organizadas. Marcó así el debut de las ingenie-
rías sociales, con la pretensión de que ninguna tuerca quedara fuera del control estatal. Pero
esa neurosis reguladora, y una enorme cantidad de decretos contradictorios296, convirtieron su
gobierno en un berenjenal incomprensible que trancó aún más todo el aparato público.
Grove dictó en doce días 42 decretos; Dávila, 593 en tres meses, la mayoría de los cuales
no se aplicaron. Pero la república socialista no se quedó ahí: propuso también, aunque sin fecha,
convocar a elecciones de una Asamblea Constituyente, para aprobar una nueva carta fundamen-
tal. Y el ministro González de educación planeaba una vasta “reestructuración” de la enseñanza,
que incluía mejorar e incrementar los recintos educacionales, la autonomía y el cogobierno
universitario, todo de acuerdo al “ideario socialista”. Puros buenos propósitos, y detrás una
gigantesca capacidad de teorizar y un casi nulo sentido práctico, idealismo que suele ensañarse
contra la izquierda. Veamos como ejemplo el siguiente párrafo de un decreto: “Se encomendó al
Ministerio de Fomento el estudio de un plan de socialización integral de toda la República. De-
berá el estudio hallarse terminado en tres días”. El diario Crónica de Eugenio Matte decía que
dicho plan era el más serio que se había hecho en el mundo después del de Rusia, y los teóricos
ni siquiera habían empezado a diseñarlo.
Ahora bien, ¿qué ocurrió con el derecho de propiedad durante el errático período de la
República Socialista?
Ante el estallido de la crisis económica de 1929, la ebullición ideológica europea había
declarado que el liberalismo económico estaba irremediablemente fracasado. El socialismo
local aprovechó esa coyuntura para proclamarse como alternativa política, arremetiendo con-
tra la propiedad y la iniciativa de los privados. Incluso antes que se instalara la república so-
cialista en Chile, durante un gobierno moderado como el de Juan Esteban Montero, ya había
anunciado un programa de acción eminentemente socialista.
Un editorial del diario La Nación del 1° de mayo de 1932, bajo el título “Gobierno So-
cialista”, proponía avanzar hacia la “socialización de las grandes industrias, a la limitación
de las fortunas… al abaratamiento del dinero, a la socialización de los intereses, a la crea-
ción del impuesto único a la gran renta, a la revisión de todos los contratos lesivos para las
conveniencias públicas”297. Así el socialismo aparecía como la gran solución a la crisis, y de
acuerdo con los cambios ideológicos que estaban teniendo lugar en Europa.

295 Dávila tenía cierta afinidad con los EE.UU., dado que había sido embajador de Ibáñez en ese país.
296 Decreto ley N° 530 del 13 de septiembre, sobre el catastro de la riqueza pública y privada. El N° 127 del 8 de Julio, sobre
orientación de la economía nacional y del consejo superior. El N° 521 del 31 de agosto, que aclara y regula el anterior.
297 Enrique Brahm García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925—1973, pág. 88.

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Sebastián Burr

En sus doce días de gobierno, Grove dictó el D.L. N° 11298, que le asignaba al Banco del
Estado la misión de regular el crédito y la emisión. El Estado manifestaba además su inten-
ción de asumir el monopolio del comercio exterior, prohibiendo la importación de productos
suntuarios, y de regular la producción y el consumo, arrogándose la facultad de requisar los
productos que fuere necesario. El D.L. N° 3, del 8 de junio de 1932299, derogó la ley 5.033,
que establecía las normas del derecho minero, y entregó al presidente de la República la total
potestad para conceder concesiones. En materia de propiedad agrícola, el D.L. N° 8300 dispuso
la reorganización de la Caja de Colonización Agraria, estableciendo que a ese organismo le
correspondería la “subdivisión de la propiedad, mediante la explotación de grandes haciendas
colectivas, o de parcelaciones sometidas a un sistema colectivizado”. El D.L. N° 12301 declaró
“de propiedad del Estado los créditos y depósitos en moneda extranjera que adeuden al pú-
blico los bancos nacionales y extranjeros”. Los dueños de esos depósitos debían conformarse
con recibir las sumas equivalentes en moneda nacional, y al tipo de cambio fijado el 3 de junio.
En su discurso radial del 24 de julio, Carlos Dávila anunció que la propiedad agrícola
sería sometida a una subdivisión, para aumentar la cantidad de propietarios, que los arrenda-
tarios pasarían a ser propietarios de los predios que arrendaban, y que se pondría en marcha
una explotación colectivizada de la tierra302. El D.L. N° 364303, relativo a la herencia, según
lo señalaron las mismas autoridades, buscaba que la tasa impositiva transformara la sociedad
capitalista en otra netamente socialista.
El D.L. N° 520304 creó el Comisariato General de Subsistencias y Precios, cuya intención
fundamental, según el diario gobiernista, era asestarle “un golpe de muerte a los conceptos
liberales e individualistas que hasta ahora han presidido la existencia del Estado, darle un
golpe mortal al concepto liberal de economía y propiedad que hasta ahora ha prescindido de
la existencia del Estado”... “Significa la sustitución del principio que hasta hace pocos me-
ses dejaba los intereses más vitales de la colectividad entregados al libre juego de las leyes
económicas, por el de justa limitación de las conveniencias particulares a las de la colecti-
vidad”. Objetivo primordial del Comisariato era “asegurar a los habitantes de la República
las más convenientes condiciones económicas de vida (Art. 2), mediante la adquisición y
el control de la calidad y precio de los artículos de primera necesidad y de uso o consumo
habitual” (alimentos, vestuario, calefacción, alumbrado, transporte, medicinas, y materias
primas de dichas especies y servicios). Se lo autorizaba a expropiar “todo establecimiento
industrial o comercial y toda explotación agrícola que se mantenga en receso”. (Art. 5). Lo
mismo podía hacer en el caso de los empresarios que se negaran a cumplir lo dispuesto por el
presidente de la República en cuanto a “producir o elaborar artículos declarados de primera
necesidad, en las cantidades, calidades y condiciones que dicha autoridad determine”. (Art.
6). En definitiva, el Comisariato gozaba de las más amplias facultades administrativas para
despojar a los propietarios de sus bienes productivos, en forma directa o indirecta.
La Iglesia, por su parte, se mostraba ambigua ante lo que ocurría, pese a los proyectos
educacionales contrarios a la libertad de enseñanza, a la línea masónica de Matte y Grove y
298 Recopilación de Decretos Leyes de 1932, editado por la Sección de Publicaciones de la Contraloría General de la Repúbli-
ca, Santiago, 1933, pág. 12.
299 Recopilación de Decretos Leyes de 1932, editado por la Sección de Publicaciones de la Contraloría general de la República,
Santiago, 1933, pág. 12.
300 Enrique Brahm García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925—1973, pág. 91.
301 Enrique Brahm García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925—1973, pág. 92.
302 El Diario Ilustrado del 25 de julio de 1932.
303 De 3.8.1932, Recopilación… op. cit., págs. 294 ss.
304 Diario Oficial del 31 de agosto de 1932, págs. 2.485 ss.

329
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

a sus simpatías por la revolución soviética y la España republicana, países donde la Iglesia
había sufrido el asesinato de sacerdotes y obispos y la quema o expropiación de sus recintos
de culto. Dentro de ella se formaron dos grupos: unos parapetados en el diario gobiernista
La Nación (Alejandro Hunneus y Hernán Díaz), y otros detrás del opositor Diario Ilustrado
(Ricardo Boizzard).
La causa del rápido término de la república socialista no fue el no haber solucionado la
crisis económica y la cesantía —nadie le exigía eso en tres meses—, sino sus vinculaciones
con el comunismo, que las Fuerzas Armadas detestaban, y más aún porque los comunistas,
dirigidos a distancia por el Komintern, intentaban sovietizar al gobierno (que tenía más de
socialismo español que de leninismo ruso305). En consecuencia, intervinieron, y finalmente
obligaron a dimitir a Dávila.
Dávila era el jefe de los ibañistas durante el exilio de Ibáñez. Cuando pasó a presidir
la Junta de la República Socialista, desplazando a Grove y Eugenio Matte, Ibáñez volvió al
país, creyendo que Dávila le devolvería el poder. Si bien éste se lo prometió, simultáneamen-
te armaba alianzas con jefes militares en su propio apoyo. Cuando Ibáñez se dio cuenta, era
demasiado tarde. De todos modos, Ibáñez intentó sublevar algunos regimientos de Santiago
contra Dávila, pero fracasó. Dávila le permitió volver a su exilio argentino. El último intento
de Dávila para salvarse fue buscar el apoyo del nazismo liderado por Jorge Von Marees, pero
no tuvo éxito. Entonces se le pidió dejar el poder, que fue asumido provisionalmente por otro
ibañista, Bartolomé Blanche.
Blanche convocó a elecciones presidenciales para el 30 de octubre, mas don Bartolomé
no le daba garantías al mundo civil, salvo a los ibañistas. A corto andar, por presión de la
primera división militar de Antofagasta y de algunos regimientos de Concepción, Blanche
renunció, y el mando pasó a manos del presidente de la corte suprema, Abraham Oyanedel,
que asumió el 2 de octubre como vicepresidente de la República, y a quien se le pidió que or-
ganizara de un modo transparente las elecciones presidenciales. Oyanedel actuó con pruden-
cia, en medio de una gran turbulencia por un ambiente muy hostil en contra de los militares.
Alessandri, especialmente, temía un golpe militar (siempre de los ibañistas), y no tenía ningún
deseo de irse exiliado por tercera vez. Los candidatos con posibilidades eran el ex mandatario
Marmaduque Grove, quien se decía trotskista; Enrique Zañartu, y Arturo Alessandri, que ganó
con el apoyo de ciertos grupos socialistas y radicales, y sobre todo gracias a Gabriel González
Videla. A Zañartu lo apoyaron los liberales balmacedistas, los democráticos, que eran también
una corriente de izquierda, y ciertos líderes liberales a secas. Simultáneamente, se renovó el
Congreso, y fue en esas elecciones cuando por primera vez se comenzó a hablar de derecha,
de centro y de izquierda, puesto que el socialismo ya había adquirido una identidad propia.
La derecha obtuvo 78 parlamentarios; el centro, 82; y la izquierda, 7. Sin embargo, el gabi-
nete quedó conformado por 3 liberales, 3 radicales, 1 conservador y 1 democrático, es decir, un
gabinete de centro izquierda. La izquierda estaba pagando cierto costo por ser la principal res-
ponsable de la anarquía, aunque el centro era mucho más cercano a su ideología que a la derecha.
Un dato impresionante, que demuestra la completa inoperancia, durante medio siglo, del
sistema político de inspiración cientificista y positivista, de los sucesivos gobiernos y de los
partidos que se disputaban el poder, es que desde 1879 hasta 1929 (año de la depresión), el
PIB per cápita creció en todo ese período apenas un 1,5%306.
Alessandri (1932-1938) asumió su segunda presidencia con aires menos “progresistas”;

305 Stalin ayudaba militarmente a los republicanos en la guerra contra Franco, quien a su vez recibía el mismo tipo de ayuda de
Mussolini y de Hitler.
306 Informe Crecimiento Económico de Chile: Evidencias, Fuentes y Perspectivas, de José De Gregorio.

330
Sebastián Burr

no era ya el temido líder del “Cielito lindo” y de la “chusma dorada”, que debido a la gran
crisis del 31 estaba socioeconómicamente peor que antes de su primer gobierno. Además, las
medidas económicas y fiscales aplicadas por su ministro Gustavo Ross307, “el mago” de las
finanzas, lo fueron desplazando hacia “la derecha”, aunque dentro de un contexto comple-
tamente estatista, de manera308 que la mención de la “derecha” es sólo nominal. Alessandri
acertó al designar a Ross para que arreglara la economía del país, pues empezó a mejorar en
1933, y el panorama político entró en un ciclo de estabilización, circunstancias que catapul-
taron a Ross a rozar la presidencia en las elecciones siguientes, aunque no logró alcanzarla
por su excesiva arrogancia, enfermedad que suele afectar al establishment de derecha. Esto no
significa desconocer los efectos demoledores del intento de golpe de Estado puesto en marcha
por la izquierda (nacional-socialista en esa época) en contra de Arturo Alessandri.
La política de seriedad fiscal impuesta por Ross provocó que se armara un bloque de
izquierda que pasaba todo el día conspirando contra Alessandri, y que participaba en cuan-
to proyecto de complot se avizoraba en el horizonte político. Agitaban ese ambiente sobre
todo los comunistas309, y el radicalismo comenzó a sentirse incómodo dentro del gobierno,
hasta que terminó retirándose e incorporándose al Frente Popular, comunistas incluidos. El
Komintern ya había autorizado al comunismo criollo para integrar otras fuerzas políticas,
que no fuesen exclusivamente proletarias. La dictadura del proletariado y la lucha de clases
se expandían hacia la clase media. El movimiento golpista estaba formado por socialistas y
comunistas que tenían la mirada puesta en España y en Moscú, por ibañistas, y por nazis de
estandartes y uniformes, admiradores del Tercer Reich. Por su parte, los alessandristas y ros-
sistas se inspiraban en el fascismo de Mussolini, y acariciaban la idea de un autogolpe, pese a
que Ross decía: “Para mí, comunismo, nazismo y fascismo son iguales. Son la destrucción del
individuo por el Estado; los repudio con igual fuerza a los tres”. La misma Falange Nacional,
que iniciaba su vida política en ese entonces, partió siendo también una milicia paramilitar.
Un frente visible de conflicto social fue el profesorado, que luchaba por imponer pro-
gramas educacionales cuyos nombres lo decían todo: “Psicología y pedagogía proletarias”,
“La escuela y la lucha de clases”, “Luchas antiimperialistas”, “Frente único de maestros y
proletarios”. Otro fue el de Ferrocarriles del Estado, la empresa que más trabajadores con-
centraba y más dinero dilapidaba.
El juego del golpismo consistía en armar asonadas con algún grado de éxito, a fin de que
las FF.AA. “se pronunciaran”, de manera que casi todos los meses se inventaba un nuevo “li-
breto” con nuevos “artistas debutantes”. El celo antigolpista de Alessandri llegó a tal nivel, que
muchas veces no reparaba en ilegalidades y en emplear la fuerza para reprimir a los conspira-
dores y opositores. Así enfrentó el intento de derrocamiento ocurrido en el edificio del Seguro
Obrero el 5 de septiembre de 1938, que terminó en la matanza de 60 jóvenes nazis, aunque su
culpabilidad nunca se pudo probar, como tampoco la participación directa del general Ibáñez.
Poco a poco la marea golpista fue decreciendo, a medida que la situación económica
mejoraba gracias al equilibrio fiscal logrado por Ross.
Sin embargo, pese a que la crisis mundial afectaba mucho menos al país, y a que la
economía chilena había mejorado notablemente, la tendencia socializante seguía su marcha.
Alessandri no desmanteló los poderes omnímodos del Comisariato General de Subsistencias

307 Ross quería pagar la deuda externa, y para eso decidió aumentar los ingresos fiscales elevando la productividad y reducien-
do los gastos del Estado.
308 Alessandri aseguró que la producción seguiría estando regulada por el Estado. También la existencia de aranceles altos y el
control de las divisas por el Banco Central.
309 El alzamiento y matanza campesina en Ránquil y las huelgas ferroviarias.

331
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y Precios, como tampoco lo harían los tres presidentes radicales posteriores, y justificaba su
existencia diciendo: “… pero habida consideración al alza del costo de la vida, a la falta de
trabajo y a la crisis económica que gravita sobre el país, juzgo indispensable la existencia y el
mantenimiento de un organismo que impida el abuso en los precios de los artículos de primera
necesidad… reconozco que la tarea que este organismo está llamado a desempeñar es difícil
310
. No obstante que en 1933 se descubrieron serias irregularidades en el Comisariato, no se mo-
dificaron sus facultades socializadoras. En lugar de eso, se reorganizó y se lo potenció, “para
asegurar a los habitantes las más convenientes condiciones de vida”311. Como se puede apreciar
por lo visto hasta este momento, siempre que el gobierno y la clase política gobernante están en
problemas económicos y/o políticos, incluso por causas ajenas al devenir interno del país, recu-
rren a los privados para salir del paso, achacándoles a ellos la responsabilidad, o aumentando la
carga impositiva, o limitando la libertad de emprendimiento, o expropiando de un modo directo
o indirecto, y usando en todos los casos la retórica de los ricos y los pobres. El objetivo favorito
suelen ser los empresarios que han hecho bien las cosas, o el negocio de moda.

El Frente Popular

El Frente Popular, al igual que todos los modelos ideológicos que Chile había adoptado hasta en-
tonces y adoptaría en el futuro, fue otro invento importado de Europa. Vestía muy bien intelectual
y políticamente, no obstante que poco y nada tenía que ver con nuestra idosincracia y nuestros
intereses. Vinieron a implantarlo en el país personeros de la internacional comunista: españoles,
alemanes, peruanos, italianos, etc.312, que ejercieron una gran influencia sobre el comunismo crio-
llo. Sin embargo, no logró cuajar del todo, pues, liderado inicialmente por Pedro Aguirre Cerda,
fue bastante moderado, aunque sentó las bases del marxismo leninismo del futuro, que intentaría
consolidar Salvador Allende en 1970. El agente oculto del Frente fue el Komintern soviético.
Ante el fracaso de la insurrección proletaria en Europa, la supervivencia del capitalismo después
de la crisis de Wall Street del año 29 y el abrumador surgimiento del fascismo y el nazismo, el
VII Congreso llevado a cabo en Moscú (julio-agosto de 1935), decidió integrar todas las fuerzas
de izquierda en un Frente Popular, atrayendo a la esfera del comunismo a sus archienemigos
ideológicos socialdemócratas, que reinaban en el norte de Europa. La idea se originó en Francia,
y el hombre que determinó sus directrices generales fue Georgi Dimitrov, quien pasó a comandar
el Komintern por órdenes de Stalin. En Chile tomó la forma del rassemblement francés, que fue
replicada en muchos otros países, bajo las más diversas denominaciones partidarias. Aquí se in-
tegraron todas las corrientes socialistas, incluso las que se identificaban con la social democracia,
los comunistas, los radicales, y las centrales obreras. El peruano Ravinés (discípulo del padre del
comunismo peruano, José Carlos Mariátegui), bajo el seudónimo de Jorge Montero, fue el encar-
gado por el Komintern de la puesta en escena del Frente Popular en Chile, en el año 1935. En la
conferencia del PC chileno del año 33, el “Glorioso Partido Comunista” ya había pavimentado
el camino, condenando el comunismo nacionalista promovido por Recabarren, para acto seguido
adherir a la Internacional. Posteriormente, Luis Corvalán negó una y otra vez la historia y el pro-
tagonismo de Ravinés, pese a que existe evidencia escrita al respecto, firmada por el presidente
del PC Elías Lafertte 313.

310 Diario Oficial del 22.5.1933, pág. 12.


311 Enrique Brahm García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925—1973, pág. 101.
312 Gonzalo Vial, Historia de Chile, vol V, pág. 433.
313 Gonzalo Vial, Historia de Chile, vol V, págs. 444 - 445.

332
Sebastián Burr

El 2 de abril de 1937 se constituyó oficialmente el Frente Popular chileno, con el ra-


dicalismo incluido. El día 8 del mismo mes se publicó su programa político. Propugnaba
un estatismo más avanzado, anticatólico, y la supresión de la enseñanza impartida por las
congregaciones. Era evidente su similitud con el del Frente Popular español, que hacía poco
había logrado el poder en España.
Curiosamente, su candidato presidencial para las elecciones del 38 era contrario a la
conformación del mismo Frente: Pedro Aguirre Cerda, masón, agnóstico, y moderadamente
estatista. Ex ministro del interior de Alessandri, contaba con un fuerte apoyo de la derecha an-
ticomunista del partido radical, y, paradójicamente, con todo el apoyo del partido comunista,
porque, de acuerdo a las instrucciones del Komintern, la consolidación del Frente era primor-
dial. Como puede apreciarse, la política coyuntural era también entonces bastante compleja
de entender, y al igual que hoy, las manipulaciones, los intereses cruzados personales y parti-
distas, los pactos y los acomodos circunstanciales, el revanchismo y el encono eran el “menú”
de todos los días, y dejaban completamente fuera del escenario el objetivo esencial del orden
político: el bien común de los ciudadanos y el desarrollo pleno de su autosuficiencia.
Entretanto, los conservadores y los falangistas, calificados como “la derecha”, estaban
sumidos en un mar de confusiones. No lograban entender el tumulto de ideas dispares y anta-
gónicas que pululaban en el ambiente, y que más tarde aclararía el filósofo Jacques Maritain.
Las simbiosis marxistas del socialismo y el comunismo, el liberalismo político y economi-
cista, condenado por la Iglesia de Roma, las ambigüedades del radicalismo, el fascismo y el
corporativismo, la incipiente infiltración del nazismo, el renovado derechismo español de
Primo de Rivera, el tradicionalismo hispánico, etc., configuraban un magma ideológico que
los tenía literalmente perplejos. Al final de cuentas, ninguna corriente política ofrecía una pro-
puesta coherente, sino sólo consignas respecto a la defensa de determinados sectores sociales,
o bien políticas públicas de carácter parcial, o demasiado genéricas, incapaces de resolver la
problemática global del país. El país se debatía entre reduccionismos e idealismos políticos.
La matanza de los jóvenes nazis y golpistas en el edificio del Seguro Obrero generó un
terremoto grado 10 en el proceso de las siguientes elecciones presidenciales, que afectó de
lleno a las candidaturas de Ibáñez y de Ross. La opinión pública creía mayoritariamente que
Ibáñez la había apoyado, y que Alessandri (padrino político de Ross) había sido su responsa-
ble directo, ya que había estado junto al general director de carabineros Arriagada, dirigiendo
las maniobras de contraataque en la esquina de Moneda con Morandé. Eso significó que gana-
ra la elección el candidato del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda. El putsch del socialismo
nazista había cumplido su propósito: evitar que fuera elegido Gustavo Ross.
El júbilo popular y de los más desposeídos inundó las calles. Lo mismo había sucedido
con el triunfo de la Alianza Liberal en 1918, con el “Cielito lindo” en 1920, con la República
Socialista en 1932, y sucedería en 1964 con Eduardo Frei Montalva y en 1970 con Salvador
Allende. La derecha amaneció al día siguiente tan choqueada como el 4 de septiembre de
1970 con el triunfo de Allende. También a Salvador Allende, del partido socialista, le chorrea-
ba algo de gloria, pues había dirigido personalmente la campaña del Frente Popular.
Pedro Aguirre Cerda (1938-1941) asumió a fines del año 38. Inauguró la tríada de gober-
nantes radicales apoyados por el Frente Popular, que duró 14 años.
Profesor secundario y abogado, Aguirre Cerda fue el autor intelectual de la célebre frase
“Gobernar es educar”. A través de la Ley de Instrucción Primaria y de la construcción de
miles de escuelas, dio acceso a las aulas a los niños de todos los sectores, y reimpulsó la
educación secundaria. Reconocimiento que no implica juicio alguno sobre la calidad de la
enseñanza impartida durante su gobierno.

333
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El 24 de enero de 1939, un devastador terremoto, cuyo epicentro estuvo en Chillán, asoló


la región comprendida entre Talca y Biobío. Para enfrentar la dramática situación, se crearon
la Corporación de Reconstrucción y Auxilio, y la Corporación de Fomento de la Producción
(Corfo). La primera estaba destinada a la reconstrucción de las zonas afectadas por el sismo; la
segunda, a reforzar la política de industrialización del país, mediante la construcción de plantas
eléctricas y siderúrgicas, la elaboración de materias primas, la mecanización de la agricultura,
la tecnificación de la minería, etc. Se consolidó así el estatismo y el modelo de sustitución de
importaciones, que implicaba imponer una barrera arancelaria que hiciese casi imposible im-
portar al común de los ciudadanos, salvo a los que contaran con divisas a precios preferencia-
les. Esa ideológica e injusta discriminación instaló en Chile una clase empresarial monópolica
y privilegiada314, pues al amparo del Estado no competía, y además los precios que le fijaba el
gobierno le permitían tener un mercado cautivo, asegurar los costos y obtener un buen margen.
Esa misma clase empresarial contribuyó a derrocar a Allende, pues éste le estaba expropiando
sus empresas, y después se opuso tenazmente al modelo de libertad económica aplicado en el
país a partir de 1973, porque la obligaba a competir en Chile y en el exterior.
Durante los años del Frente Popular, la Falange Nacional, que se había opuesto a Ross,
se separó de la derecha y asumió una posición política “por encima de derechas e izquierdas”.
El sucesor de Aguirre Cerda fue Juan Antonio Ríos (1942-1946), que obtuvo el 56% de los
votos y fue elegido con el apoyo de demócratas (de tendencia izquierdista), falangistas, comu-
nistas, socialistas y un sector de liberales de centro izquierda. Su oponente fue el general Ibáñez,
que ahora representaba a la derecha. En su período se enfrentaron el frente socialista “colabo-
racionista” liderado por Grove, que aceptaba la ayuda económica de los Estados Unidos, y el
sector “recuperacionista”, encabezado por Raúl Ampuero y Salvador Allende, que rechazaba la
colaboración con los liberales, propiciaba retomar los principios doctrinarios del socialismo más
ortodoxo, y que a poco andar se separó del gobierno. No obstante el enfrentamiento entre ambos
sectores, la preocupación política se concentró en los sucesos de la segunda guerra mundial.
Ríos murió antes de terminar su mandato, y se convocó a nuevas elecciones presidencia-
les. Los conservadores y falangistas designaron candidato a Eduardo Cruz Coke; los libera-
les, los agrario-laboristas y una parte de la izquierda, a Fernando Alessandri Rodríguez; los
socialistas, a Bernardo Ibáñez; y los comunistas y radicales de izquierda, a Gabriel González
Videla, quien obtuvo una mayoría relativa y asumió la presidencia con la promesa de resta-
blecer los ideales reformistas del Frente Popular.
Siguiendo nuestro análisis de los ataques al derecho de propiedad, reitero que los gobiernos
radicales del Frente Popular se sumaron a esa sistemática ofensiva. Los radicales, que se habían
iniciado en la vida política repudiando el absolutismo histórico y proclamando el liberalismo
más extremo, habían “evolucionado”, transformándose en los más duros intervencionistas y
controladores. Uno de los más ardientes partidarios del socialismo de Estado fue Valentín Lete-
lier. Y en la Declaración de Principios emanada de la 19° Convención del partido radical del año
1931, se decía lo siguiente “1° Que el actual régimen capitalista, en que se apoyan, fundamen-
talmente el individualismo y la propiedad privada, ha hecho crisis. 2° Este régimen capitalista
debe ser reemplazado por un régimen en que los medios de producción sean patrimonio de la
colectividad y el principio individualista sea reemplazado por el de solidaridad social. 3° Como
medio para llegar a este cambio de régimen social, el Partido Radical preconiza el proceso evo-
lutivo, debiendo comenzar en Chile por la expropiación, a justo precio, de los grandes medios
de producción, hasta obtener que todos sean patrimonio de la colectividad”.

314 Un ejemplo de ello es la ley de viñas dictada en 1967, que prohibía que se plantaran nuevos viñedos. El argumento que se
esgrimió para promulgarla fue que contribuiría a reducir el alcoholismo.

334
Sebastián Burr

Así, la trayectoria histórica de los ataques de la clase política a la propiedad confirma que
el liberal-socialismo ha gobernado Chile casi omnímodamente, y aplicando un materialismo
filosófico tan compacto, que configuró una suerte de designio ideológico voluntarista muy
dificil de revertir, en casi todos los asuntos humanos y sociopolíticos del país.
Por ejemplo, cuando se creó la CORFO, durante el mandato de Pedro Aguirre Cerda, el
D.L. Nª 6334, del 29 de abril de 1939, estableció que al Consejo de esa Corporación le corres-
pondía “formular un plan general de fomento de la producción nacional destinado a elevar
el nivel de vida de la población mediante el aprovechamiento de las condiciones naturales del
país y la disminución de los costos de producción, y a mejorar la balanza de pagos interna-
cionales, guardando, al establecer el plan, la debida proporción en el desarrollo de las acti-
vidades de la minería, la agricultura, la industria y el comercio, y procurando la satisfacción
de las necesidades de las diferentes regiones del país”.
Sin embargo, nunca la Corfo logró concretar una planificación centralizada de toda la
actividad productiva del país. El Comisariato de Subsistencias y Precios siguió siendo el orga-
nismo que tenía más poder para hacer y deshacer en la economía nacional. Y posteriormente,
el D.L. Nº 520 que lo creó fue desempolvado por el abogado Eduardo Novoa Monreal durante
el gobierno de la Unidad Popular, para poner en marcha el proceso definitivo de intervención
y estatización de los bienes de producción. Pero Aguirre Cerda, en su mensaje del 21 de mayo
de 1940, sostuvo que, para enfrentar los problemas del país, era necesario que el Comisariato
se revistiera de “las máximas atribuciones que le otorga el decreto ley número 520”.
Bajo el gobierno de Aguirre Cerda, el Comisariato fijó los precios de casi todos los pro-
ductos, declarándolos previamente de consumo habitual. Estableció porcentajes máximos de
“utilidades líquidas”, obligó a las empresas a hacerse cargo de la distribución a minoristas
(como si la distribución no generase empleo a otros chilenos), y limitó el otorgamiento de
patentes para nuevos negocios. En el caso de los hilados, tomó bajo su control la produc-
ción, la distribución, la venta y la exportación315. Además, tenía la facultad de requisar la
producción y la respectiva unidad productiva. Se dio el caso de que en Santiago requisó las
cebollas y los buses de locomoción colectiva de la línea San Eugenio316. Durante una huelga
de panaderos, tomó a su cargo todas las panaderías de la capital. Y el autor intelectual del
Comisariato y del D.L. Nº 520, Juan Bautista Rossetti, pasó a ocupar el cargo de ministro de
Relaciones Exteriores.
Durante la segunda guerra mundial, en su discurso del 21 de mayo de 1942, el presi-
dente Juan Antonio Ríos anunció la creación del ministerio de Economía y Comercio. Su
objetivo era lograr “una acción coordinada de todas las funciones económicas… impedir
las utilidades de guerra… las ganancias especulativas... la paralización de actividades…
la cesantía y desvalorización de sueldos y salarios… afianzar las conquistas sociales de los
obreros y de los empleados…”
En octubre de 1944, el Comisariato fue declarado eufemísticamente “en reorganiza-
ción”, debido a que su actividad interventora había demostrado que “la planta del personal
del Comisariato de Subsistencias y Precios no reúne las condiciones de idoneidad necesa-
rias para cumplir eficientemente con las funciones que la ley encomienda al presidente de
la República y al organismo citado”. ¿Abusos contra la propiedad y las personas, ineficien-
cia, fraudes, corrupción?
La ley N° 7.747 convirtió al Comisariato en un “órgano ejecutivo” de todas las medidas
que dispusiera el presidente de la República en virtud de los poderes extraordinarios que le

315 Enrique Brahm García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925-1973, pág. 101.
316 Diario Oficial del 14 de septiembre de 1940, pág. 2879.

335
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

confería esa misma ley. Podía así determinar, a través de decretos específicos, qué mercade-
rías o materias primas se consideraban esenciales “para el abastecimiento del país”. Desde
ese momento, los particulares que poseían o pudieren poseer esos productos quedaron obli-
gados a declarar su existencia y las cantidades respectivas, pudiendo el presidente decretar su
regulación, racionamiento, distribución y venta. Incluso podía “expropiar predios agrícolas,
empresas industriales y establecimientos comerciales dedicados a la producción y/o comer-
cialización de productos de primera necesidad…” Por su parte, el Comisariato estaba facul-
tado para clausurar los recintos donde se almacenaban.
Un par de días después, el Comisariato declaró que la leche natural y pasteurizada era
artículo de primera necesidad, y decidió “tomar el control de su producción, elaboración,
transporte, distribución, manufactura”, etc. Todo propietario de fundo quedó obligado a de-
clarar al Comisariato “la cantidad de vacas de ordeña, la cantidad de vacas de masa, can-
tidad de toros, cantidad de leche que producen, donde la venden...”, etc317. En octubre de
1943, se decretó que todo establecimiento que expendiera artículos de primera necesidad
(muchísimos de ellos lo eran) estaría obligado a exhibir a los funcionarios del Comisariato las
guías, libretas, etc., en las que constaran las ventas realizadas. En julio de 1944 se implantó
un régimen de licencias para la importación de cemento. En enero de 1946, el Comisariato
asumió el control total del azúcar, fijó los precios y las cuotas de venta, y dispuso que nadie
podía transportar más de 25 kilos si no tenía un permiso escrito de ese organismo. En junio de
1946 (la II Guerra Mundial había cesado hacía casi un año), para prevenir el acaparamiento
del trigo y de la harina, requisó todas las existencias de esos productos que había en el país.
En materia de propiedad agrícola, el gobierno de Ríos conectó la ley N° 7.747, conocida
como la “Ley Matte”, con el artículo 10 N° 10 de la Constitución Política, y declaró la pro-
piedad agrícola de utilidad pública, autorizando al presidente a expropiar, entre otras, aquellas
tierras “que no hayan sido cultivadas o las que manifiestamente estén mal aprovechadas,
sea en explotación directa o por haber sido dadas en arriendo por más de ocho años, en
toda aquella porción que, por su fertilidad o demás condiciones, permita realizar un cultivo
superior al actual”. Se introdujo así un concepto de propiedad contrario al que establecía el
Código Civil, según el cual el propietario podía disponer libremente el destino y uso de sus
tierras. Ahora, si un propietario había trabajado sus tierras toda su vida, y las había entregado
en arriendo para acogerse a jubilación, al cabo de ocho años podían serle expropiadas. Lo
mismo ocurría si “el Estado” estimaba que lo que se cultivaba en ellas podía ser mejorado.
Y como esas medidas casi nunca producían efectos beneficiosos, sino todo lo contrario, la
tendencia era agregar más controles, que entrababan más y más la economía. Y cuando esas
medidas no surtían mayores efectos, se aplicaban nuevos controles, en contra del principio de
propiedad y la libre determinación de los propietarios. El “espíritu” de esta facultad guber-
namental, según el legislador, era sancionar a los propietarios que “no trabajan su tierra o
la trabajan mal”, y quien calificaba cada situación era el mismo Estado que expropiaba. Sin
embargo, el presidente Ríos justificaba esa ofensiva frontal contra la libre determinación de
los propietarios con el increíble argumento de que así Chile ayudaría a los Estados Unidos a
triunfar sobre el Eje en la segunda guerra mundial.
Gabriel González Videla (1946-1952). El argumento de Ríos quedó en entredicho cuando
asumió el tercer presidente radical, González Videla, pues, como ya se dijo, la segunda guerra
mundial había terminado hacía más de un año, y los criterios opuestos al ejercicio de la propie-
dad no cambiaron, no obstante que el grado de virulencia disminuyó. La continuidad de esos
criterios se hizo patente al reafirmar el gobierno la vigencia del Comisariato y de la normativa
317 Diario Oficial del 8 de enero de 1943, pág. 51.

336
Sebastián Burr

asociada al D.L. Nº 520, y al continuar la fijación de precios, aunque de una cantidad de artí-
culos sustancialmente menor. Como el crecimiento del aparato público era constante durante
los gobiernos radicales, González Videla decretó un aumento significativo de los tributos a los
propietarios, para financiar las políticas de “fomento” que impulsaba la Corfo318.
Durante una primera fase de su mandato, los comunistas aceptaron por primera vez car-
gos ministeriales (Trabajo, Agricultura, Tierras y Colonización), y compartieron responsabi-
lidades con los liberales. Esa coalición radical-comunista-liberal tuvo grandes repercusiones
políticas, pues los comunistas ampliaron su base política en las elecciones municipales de
1947, en desmedro de los radicales, el partido del presidente, y los liberales reaccionaron
renunciando al gabinete. Por su parte, los EE.UU., en vista del nuevo escenario mundial
generado al término de la guerra, presionaban a González Videla para que se desembarazara
de los comunistas, hasta que éste los expulsó de su ministerio en 1947. El partido comunista
respondió organizando todo tipo de huelgas. Finalmente, mediante la ley de Defensa de la De-
mocracia, apoyada por conservadores, liberales, radicales y un sector socialista, y rechazada
por comunistas, falangistas y otra corriente socialista, se declaró al partido comunista fuera de
la ley, interdicción que duró 10 años.
González Videla, haciendo gala de los típicos devaneos de la clase política, gobernó en
adelante con liberales, radicales, y una parte de los conservadores. Pronto rompió con libe-
rales y conservadores, para llamar al gobierno a falangistas y socialcristianos. Ese zigzagueo
pendular y errático hizo aparecer el clientelismo político, al que se agregaron evidentes signos
de corrupción. Una alta inflación, y el crecimiento de la masa de obreros pobres, volcaron las
esperanzas políticas hacia el general Ibáñez, siempre al acecho, y aureolado por su antigua
imagen de austeridad. Como podemos imaginar, la pasividad en que se desenvolvía el sector
productivo, como consecuencia de la constante amenaza que pendía sobre los propietarios y
emprendedores, tenía sumido al país en una crisis económica casi permanente. Así se llegó al
segundo gobierno de Carlos Ibáñez, que seguiría aplicando la política antipropiedad de forma
más o menos similar a como se venía haciendo desde 1925.
Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958). El viejo caudillo regresó al poder con el apoyo de
derechistas, radicales, algunos socialistas, ex nazis, civilistas y militaristas. La mayoría ciudada-
na, cansada de la politiquería, el reformismo retórico e inoperante, el estancamiento económico,
la persistencia de las desigualdades, la alta inflación, la mala previsión social, el caos curricular
en la educación, la deficiente calidad de la salud, la desconfianza pública, etc., quería ahora una
mano firme que restableciera el orden y limpiara el aparato público de toda corrupción. Y Carlos
Ibáñez era la única estrella en el firmamento político que parecía cumplir esa expectativa. La
agotadora sucesión de ideologías, gobiernos y coaliciones, de programas e intentos a favor de
los proletarios y de la clase media, no había podido resolver los problemas cruciales de Chile, y
ese reiterado fracaso había hecho cundir en las mayorías una decepción que no aguantaba más,
y que pedía un cambio total. Se había impuesto la idea de que lo que Chile necesitaba era una
administración honesta, austera, eficaz, libre de demagogias, partidismos y manejos populistas
sin sustento real: un verdadero gerente político. Por primera vez votaron las mujeres, y Salvador
Allende, que debutó como candidato presidencial, obtuvo el 5,5% de los votos.
Ibáñez abolió la ley de Defensa de la Democracia que había proscrito al comunismo, y
en 1958 la reforma electoral de cédula única eliminó toda posibilidad de que las elecciones
fueran adulteradas por el cohecho, cosa que afectó a todos los sectores políticos, pero prin-
cipalmente a la derecha.

318 Recargo al impuesto a la renta, sobre los bienes raíces, sobre los bienes importados, comercializados y manufacturados en
el país, todo esto según la Ley Nº 8.938. Diario Oficial del 3 de enero de 1948, págs. 9 y ss.

337
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Sin embargo, pese a su éxito electoral, no contaba con un apoyo parlamentario que le per-
mitiera gobernar y ordenar el país. A los seis meses de iniciado su período, ya lo habían aban-
donado los socialistas, y luego lo hicieron los empresarios. La dispersión volvió a encender
las pasiones, e impidió la formación de bloques políticos con cierta solidez, lo que a la postre
haría fracasar su gobierno. Se formó el Frap (Frente de Acción Popular), que alió a socialistas
y comunistas, en vista de los cambios que se habían producido en el espectro de la izquierda, el
viraje de Ibáñez hacia la derecha y el plan del Komintern de extender el comunismo más allá
del proletariado, lo que determinó que el socialismo se abriera definitivamente al marxismo
leninismo. El partido radical se trasladó hacia el centro político, y comenzó a ser desplazado
por el partido demócrata cristiano, surgido de la fusión de la Falange Nacional (que había
triunfado ampliamente en las últimas parlamentarias) y del partido conservador social cristia-
no, que a su vez se había escindido del clásico partido conservador. El PDC, sin declararse un
partido confesional, había recogido todo el avance social de la Iglesia de postguerra, y muchos
empezaban a verlo como una nueva esperanza, pues de alguna manera representaba un huma-
nismo transversal a toda la ciudadanía —no a un sector ideológico o socioeconómico—, que
pretendía abolir las categorías de pobres y ricos y conciliar la división entre capital y trabajo.
El continuismo socializante de Ibáñez quedó a la vista cuando, mediante el D.F.L. Nº 54
de 1953, creó la Empresa de Transportes Colectivos del Estado (ETCE). Y su puesta en mar-
cha se justificó en el mismo decreto, señalándose que era “deber del gobierno dar solución
definitiva al grave problema que implica la movilización colectiva de pasajeros y especial-
mente en la Capital de la República, para lo cual es necesario que el Estado asuma directa-
mente la atención de estos servicios, para que dejen de constituir negocios de lucro particular
y se conviertan en un organismo que mire exclusivamente por el interés y el servicio colec-
tivos… para que los habitantes de la república dispongan de una movilización confortable y
económica… al igual que otros países progresistas…”
Pero el famoso D.L. N° 520 constituía la herramienta favorita con que seguían maneján-
dose los gobiernos herederos de la República Socialista. De hecho, Ibáñez nombró ministro
de Hacienda al propio autor de ese decreto, Juan Bautista Rossetti. En abril de 1953, se creó el
Instituto Nacional de Comercio, destinado a regular “el comercio internacional con el objeto
de asegurar el abastecimiento interno de materias primas y artículos esenciales de proceden-
cia extranjera, necesarios para el consumo de la población e incremento de la producción
industrial”. Ibáñez retomaba la tendencia política de las regulaciones en contra del ejercicio
de la propiedad que había instaurado la República Socialista. Todos esos gobiernos estaban
convencidos de que la sola dictación de decretos y la puesta en marcha de los diversos orga-
nismos que creaban eran suficientes para mejorar la economía nacional.
En 1953, el ministro Rossetti firmó el D.L. Nº 88, que concentró en el ministerio de
Economía “toda la intervención que realiza el estado a través de sus diversas reparticiones
en las actividades del comercio, de la industria y de los transportes en virtud de leyes y
reglamentos vigentes y los que se dicten en el futuro”319. Ese ministerio había sido creado
en julio de 1952, y el Comisariato había quedado bajo su dependencia, como asimismo el
departamento de Cooperativas y el de costos y precios. Se estimaba que el Comisariato no
había alcanzado los propósitos que se perseguían por no haber contado con las herramientas
prácticas y ejecutivas necesarias, sin entender que jugar el papel de reguladores universales
nunca ha funcionado en ninguna parte.
En virtud del artículo 6° del mismo D.L. N° 88, el Comisariato pasó a denominarse
Superintendencia de Abastecimientos y Precios. Sus funciones principales eran “el control
319 Diario Oficial del 1 de junio de 1953, pág. 1135.

338
Sebastián Burr

de los precios, la lucha contra la especulación y el ocultamiento de bienes y la negación de


venta”. Todo esto en aras de “asegurar a los habitantes de la República las más convenien-
tes condiciones económicas de vida”.
Otra atribución de la recién creada Superintendencia era proponer al presidente de la Re-
pública que dispusiera el “estanco320 parcial o total de los artículos de primera necesidad”.
La determinación y el control de esos artículos estarían a cargo de la misma Superintendencia,
y los productores y/o comerciantes tendrían la obligación de dar cuenta de sus existencias en
bodegas, siembras, cosechas, etc. También podía proponer al presidente “la fijación de pre-
cios, y proponer medidas para evitar el acaparamiento, ocultamiento de bienes, combatir la
especulación y también fijar cuotas de exportación o negar lisa y llanamente su comerciali-
zación en el exterior… decretar la clausura de los establecimientos comerciales o industria-
les que desobedezcan las ordenes del ministerio de Economía o de la Superintendencia”. Y
nuevamente bajo las respectivas amenazas penales, desde multas hasta prisión, pasando por el
allanamiento y el descerrajamiento. Todo el menú de procedimientos que se ponía a disposi-
ción del ministerio de Economía y de la Superintendencia fue efectivamente aplicado durante
la segunda presidencia de Ibáñez, y en algunos casos en forma reiterada y permanente, pese
a que la asesoría contratada a la misión Klein-Sacks recomendaba terminar con la fijación de
precios, al menos de aquellos artículos que no eran estrictamente de subsistencia, en vista del
fracaso que experimentaba la economía. Llegaron a cometerse verdaderos disparates en la fi-
jación de precios, como cuando se obligó a los restaurantes a vender sándwichs “populares” a
no más de 10 pesos de la época. Otro caso demencial fue el de las tiendas de calzado, a las que
se les impuso “llevar un libro foliado en el que se anotarán por orden alfabético los apellidos
y nombre del comprador de calzado, su carnet de identidad y domicilio, así como el tipo de
calzado que lleva (hombre, mujer o niño), su color, numeración y nombre del fabricante”321.
En cuanto a las requisiciones de panaderías, mataderos de vacunos, establecimientos indus-
triales, comerciales, etc., la Superintendencia estaba facultada para vender los productos por
cuenta de sus dueños. En el caso de las panaderías, además de requisar los locales, podía re-
quisar todas las maquinarias, utensilios y materiales (harina, sal, manteca, aceite, etc.). Estaba
facultada también para requisar todo el trigo y la harina que existieran o que fuera a haber en
los molinos de la provincia de Santiago, e incluso los molinos, si era necesario.
Otra forma de presión contra los propietarios y el emprendimiento eran los tributos, cuya
recaudación, en un alto porcentaje, se gastaba en financiar la enorme burocracia del Estado,
sin ningún control de eficiencia administrativa, y en planes sociales sin verificación de ren-
tabilidad social. En el segundo gobierno de Ibáñez se llegó a un estado extremo de desorden
tributario, con la consiguiente ineficiencia. Según Fernando Silva V., en 1959, en vísperas de
la dictación del código tributario, existían entre otros los siguientes impuestos: “renta, gran
minería del cobre y empresas salitreras, parte fiscal de bienes raíces, compraventa de bienes
muebles, bebidas alcohólicas, tabaco, bencina, cifra de negocios, actos jurídicos, importa-
ciones, embarques y desembarques, boletos de lotería, herencia, revalorizaciones, patentes,
discos, carbón, 5% adicional para la fundación de viviendas de emergencia, neumáticos,
primas de compañías de seguros, pólizas de incendio, espectáculos, apuestas mutuas, bo-
degaje y frigorífico, 2,5% adicional sobre sueldos y salarios, carpas de camiones, facturas
del ministerio de OO.PP., plusvalía, sitios eriazos”… El listado menciona 20 genéricos más,
largos de describir322. Ese alud de impuestos reducía los capitales de trabajo y de inversión, sin

320 Prohibición de venta libre de algún producto.


321 Diario Oficial N° 23.422 de abril de 1956, pág. 795.
322 Gonzalo Vial, Historia de Chile, vol IV, págs. 881 y s.

339
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

considerar los que gravaban la propiedad misma, la transferencia de bienes raíces, el mencio-
nado impuesto de herencia patrimonial, y el impuesto de timbres, estampillas y papel sellado,
establecido por el D.L. Nº 371 de 1953.
Llama la atención la falta de originalidad y el simplismo de la mayoría de los gobiernos
que rigieron los destinos de Chile durante casi todo el siglo XX para resolver las perma-
nentes crisis en que instalaban al país, o por ineptitud propia o por imprevisión respecto a
las crisis que provenían del exterior. Y casi ninguno supo convertir las diversas coyunturas
que enfrentaban, adversas o favorables, en oportunidades de desarrollo. Pareciera que lo
único que se les ocurría era regular y regular, gravar tributariamente a los contribuyentes y
limitar el emprendimiento privado, a fin de desviar el foco de las crisis desde el ejecutivo
hacia los más ricos.
En vez de considerar a la mayoría de los ciudadanos como una carga para el Estado, los
gobiernos deberían diseñar y aplicar políticas eficaces para que la mayor cantidad posible de
chilenos se conviertan en personas creativas, emprendedoras innatas, otorgándoles todas las
facilidades operativas y administrativas del Estado para que desarrollen esas capacidades. La
ausencia de una cultura de la creatividad y del emprendimiento hace imposible que algún día
un chileno sea capaz de crear un Google, un I-pod, o cualquier otro ingenio de esa naturaleza.
El desafío del futuro es lograr primero que todos los ciudadanos, o al menos una gran
mayoría, accedan mediante su propio trabajo al ejercicio activo de la propiedad, a través de
una asociación proporcional y de mercado entre capital y trabajo, sea de un modo directo o
indirecto. Luego se requiere establecer los incentivos productivos necesarios, y fijar una carga
tributaria idónea, concordante con la expansión de la propiedad y los principios de compe-
titividad. Por último, hay que reformular por completo la ley de herencia, puesto que con-
solidar empresas con participación humana y con capacidad tecnológica y económica, toma
generaciones, y lo único que consigue la ley de herencia vigente, además de ingresos para el
Estado, es cortar su continuidad. Es aquí donde entra a operar el famoso refrán “hecha la ley,
hecha la trampa”, pues es sabido que los grandes empresarios forman sociedades a las cuales
transfieren la propiedad y en las que participan los herederos, pero manteniendo el control del
patrimonio, justamente para evitar que el fisco se apropie por la vía de la ley de herencia del
40% o más del total de los bienes formados durante décadas. Cosa que el ciudadano común
no atisba a hacer, y que es otra causa de desigualdad socioeconómica.
En las elecciones presidenciales de 1958, el PDC, cuya fuerza política era aún incipiente,
postuló a Eduardo Frei Montalva, líder de reconocida capacidad doctrinaria. Solicitó el apoyo
de los liberales, que en su mayoría estuvieron dispuestos a dárselo, y el de los conservadores,
con los que no pudo llegar a acuerdo. Los conservadores levantaron la candidatura de Jorge
Alessandri, quien también recurrió a los liberales, y logró integrarlos a su fórmula. Los socia-
listas y comunistas llevaron una vez más a Salvador Allende. Se consolidaba así en la política
chilena un esquema de tres sectores y tercios electorales.
Resultó elegido Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964), aunque con menos de un ter-
cio de los votos. Después de muchos años, volvían a La Moneda liberales y conservadores.
También Jorge Alessandri encarnaba una imagen que satisfacía a la mayoría ciudadanía:
apolítico, ejecutivo experimentado y exitoso, ingeniero, buen administrador. Dados sus ante-
cedentes empresariales, su gobierno fue llamado “la revolución de los gerentes”. Quiso hacer
un cambio en la estructura económica de Chile, fundado en el fomento de la iniciativa y de
la empresa privada y en el respaldo estatal a la creación de la infraestructura necesaria, pero
sin establecer un modelo económico que lo hiciese posible. También creía que la educación
debía ser provista principalmente por el Estado.

340
Sebastián Burr

La revolución de los gerentes aspiraba a ser muy efectiva desde el punto de vista adminis-
trativo-económico, pero tampoco buscaba el desarrollo humano propiamente tal, ni integraba
a los ciudadanos al desarrollo empresarial que pretendía impulsar. De hecho terminó siendo
bastante impopular. Expandió considerablemente las obras públicas y la construcción de vi-
viendas, lo que le dio estabilidad hasta 1960. En lo político, la coalición gobiernista (liberales
y conservadores) fue derrotada en las elecciones parlamentarias del 61, con lo cual Alessandri
perdió su tercio en el congreso, y debió pactar con otros sectores partidistas. En lo económico,
la devaluación del peso en diciembre del mismo año, debido a manejos especulativos con el
tipo de cambio, produjo un déficit fiscal que debió ser compensado con empréstitos interna-
cionales y borró los avances logrados en la economía.
Jorge Alessandri era derechista en lo valórico, y fue un buen administrador del Estado,
pero en lo económico creía en el Estado gestor. No aceptaba la idea de que Chile debía com-
petir en el mundo, estableciendo un tipo de cambio libre y bajos aranceles. Suscribía más
bien las orientaciones de la CEPAL323: sustitución de importaciones, fijación de precios y
tipo de cambio diferenciado, pese a la contradicción de que él mismo era simultáneamente el
administrador general de la empresa privada más grande de Chile, la CMPC S.A. La Papelera
había crecido gracias a un proteccionismo cerrado, que hacía prohibitivo importar papel y que
se consolidó en la segunda presidencia de Arturo Alessandri, proteccionismo que favoreció
por lo demás a casi toda la gran industria creada en la época.
Cuando asumió Alessandri, todavía se suponía que cada país requería un modelo eco-
nómico distinto, que se ajustara a sus propias características. De esta manera, la economía
andaba dando casi siempre palos de ciego, aunque se hicieran ciertos diagnósticos, porque las
fórmulas aplicadas para resolver los problemas eran abismantemente heterogéneas. Se des-
cartaba por completo que pudiera haber un modelo económico válido en cualquier lugar del
mundo, capaz de producir en todas partes resultados análogos. Por eso hay que sospechar de
los economistas comprometidos, pues su verdadero propósito suele ser el poder político, no
un manejo de la economía que beneficie al país y a todos los ciudadanos. Aun así, Alessandri
hizo un gobierno de administración más o menos eficiente.
Hacia mediados de la década de los 60, se organizó en la Escuela de Derecho de la U.C.
un movimiento corporativista de jóvenes “apolíticos”, cuyo líder era Jaime Guzmán E.
Jorge Alessandri R., en comparación con los gobiernos radicales y de Carlos Ibáñez, dis-
minuyó la presión interventora sobre los propietarios y liberó de alguna manera el ejercicio
de la propiedad. Ya en diciembre de 1958 decretó la libertad del mercado de la carne, pues
la supresión del libre mercado en el rubro había traído consigo un “encarecimiento en las
faenas de beneficio de ganado”.
Pero eso no significó un cambio drástico en las políticas intervencionistas que lo antece-
dieron. Basta tener presente lo que afirmó en el mensaje que entregó al país con motivo de la
dictación de la ley N° 13.305324 (ley económica): “Creo necesario reiterar que para el presi-
dente de la República la empresa privada y la libre competencia no tienen por objeto lograr
el enriquecimiento de los que la ejercen, sino que son simplemente un medio para alcanzar
el bienestar de la colectividad. En materia económica el jefe de Estado no reconoce otra
doctrina que ésa: buscar a cada paso el camino más adecuado para servir el bien común”.
No resulta así sorprendente que la normativa económica dictada durante su gobierno no
haya roto con el arquetipo socializante de los gobiernos precedentes. Una prueba de ello fue la
creación de la Dirección de Industria y Comercio (DIRINCO) como servicio dependiente del
323 CEPAL, Conferencia Económica para América Latina.
324 Diario Oficial del 6 de abril de 1959, págs. 553 y ss.

341
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

ministerio de Economía, para reemplazar a la Superintendencia de Abastecimientos y Precios,


que a su vez había sustituido al Comisariato General de Subsistencias y Precios (República
Socialista)325. Un organismo con nombre distinto, que con menos presión ejercería funciones
muy similares a las de sus antecesoras. Un organismo que en “representación del bien, atacaba
el mal”, en la figura del Estado en plan de ataque contra propietarios y emprendedores. No se
derogó la interminable lista de productos declarados de primera necesidad o de uso o consumo
habitual326. Y la fijación de precios de muchos de esos productos fue una constante327. Se agre-
garon otras regulaciones al respecto, como la anunciada por el gobierno cuando modificó el
tipo de cambio: “… se faculta a los propios productores o importadores para reajustarlos o de-
terminarlos, reservándose (el gobierno) el derecho de revisar y objetar los precios reajustados
por los particulares, en el real supuesto que sobrepasen la incidencia directa e indirecta que
deriva de la nueva paridad cambiaria” 328. Se siguió limitando y hasta prohibiendo la expor-
tación de ciertos productos329, y estableciendo cuotas de producción para otros. En el caso del
pan, se reglamentaron los tipos de pan, los precios máximos, e incluso la cantidad de panade-
rías y otros expendios de pan que debían funcionar en ciertas ciudades. Lo mismo ocurrió con
la leche natural, de tapa roja y de tapa verde, etc., y en algunos casos se decretó la requisición
y se nombraron interventores330 para que administraran esos establecimientos. Evidentemente,
se estaba lejos de un sistema de libre mercado y emprendimiento, y como ese tipo de normas
restrictivas trae pobreza, los sucesivos gobiernos distribuían entre muchos lo poco que se pro-
ducía, convirtiendo tal manejo en un círculo vicioso, pues bajo severas limitaciones muy pocos
se arriesgan a emprender, por no decir nadie. De hecho, la misma DIRINCO, cuando intervenía
alguna empresa o mercado, señalaba que su propósito era establecer “la libre competencia
sobre bases equilibradas”, sin entender que, aunque esa tarea es necesaria por parte del Estado
en ciertos ámbitos y casos, es al mercado a quien le corresponde primordialmente ejercerla. Y
que el Estado, más allá de ser subsidiario en materia de emprendimientos, de fomentar la libre
competencia y fiscalizar que no haya colusión o carteles de precio o condiciones comerciales
depredatorias, debe aplicar durísimas sanciones económicas al que infrinja las normas de libre
competencia, aunque las multas signifiquen la desaparición de una determinada empresa. Sin
embargo, hay que asegurar que dichas leyes no puedan ser utilizadas mañosa e indiscriminada-
mente para expropiar, como lo hizo el presidente Allende.

La reforma agraria de Alessandri

El 27 de noviembre de 1962 se publicó en el Diario Oficial la ley de Reforma Agraria (Nº


15.020). Fue uno de los momentos culminantes del proceso socializante del derecho de propie-
dad. Y configuró un concepto de propiedad que difería por completo del que estaba definido en
el artículo 582 del Código Civil. La ley 15.020 concebía una propiedad llena de limitaciones.
“El ejercicio del derecho de propiedad sobre un predio rústico está sometido a limitaciones
que exijan el mantenimiento y el progreso del orden social. Estará sujeto, especialmente, a las
325 Se crea también la Junta Nacional de Abastecimiento y Comercialización , cuyo fin era “elaborar planes nacionales y
regionales de corto y largo plazo, para el oportuno abastecimiento de productos y artículos alimenticios, y proponer las
medidas que deban adoptarse para ponerlas en ejecución”.
326 Diario Oficial del 8 de junio de 1960, pág. 1, y del 22 de febrero de 1964, pág. 565.
327 Bebidas analcohólicas, juguetes, arrendamientos, etc.
328 Diario Oficial del 18 de octubre de 1962, pág. 2.239.
329 Acero, productos agropecuarios, etc.
330 Diario Oficial del 29 de enero de 1962, pág. 1.

342
Sebastián Burr

limitaciones que exija el desarrollo económico nacional y a las obligaciones y prohibiciones


que establece la presente ley y a las que contemplen las normas que se dicten en conformidad a
ella”. De esta manera, el gobierno de Alessandri insistía en las restricciones, en lugar de fomen-
tar el emprendimiento de todos los chilenos y de cautelar los derechos del propietario, y des-
conocía el valor antropológico y social que implica el ejercicio de la propiedad, en un contexto
creciente de propietarios activos y no de asalariados pasivos. Esa concepción de la propiedad es-
taba ratificada por la misma ley 15.020, cuando establecía las condiciones para poder expropiar
los predios declarados de utilidad pública. Cumplían esas condiciones los que se “encuentran
abandonados, o a aquellos mal explotados y por debajo de los niveles adecuados de producti-
vidad, en relación a las condiciones predominantes en la región para tierras de análogas posi-
bilidades” En otras palabras, el propietario agrícola perdía la facultad de usar sus tierras como
mejor le pareciera; en adelante, quedaba bajo la tuición estatal. Para aplicar esas disposiciones
legales se crearon el Consejo Superior de Fomento Agropecuario331 y la Corporación de Refor-
ma Agraria, que reemplazó a la Caja de Colonización Agrícola. Su fin era “formular los planes
generales y regionales relacionados con la reforma agraria y con el correspondiente desarrollo
agropecuario, especialmente en lo que se refiere a la división, reagrupación y recuperación de
tierras, y al mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones campesinas”.332 Una
vez más la autoridad gubernamental pretendía “resolver” los problemas sociales y políticos del
país restringiendo la propiedad y su ejercicio. Pero el propósito real era redimensionar la propie-
dad agrícola y redistribuir “mejor” la tierra, eliminando los minifundios y latifundios, sin com-
prender una cuestión antropológica bien conocida: que para manejar y saber cuidar la propiedad
hay que habérsela ganado, directa o indirectamente, y no haberla recibido como una cesión o
un regalo. La consecuencia fue que de la Reforma Agraria de los gobiernos de Alessandri, Frei
y Allende, hoy no queda prácticamente nada. La propiedad agrícola volvió a concentrarse, y a
“caer en manos” de emprendedores. Un proyecto de ley sobre fomento de la producción agrope-
cuaria, presentado al Congreso Nacional mediante mensaje del 27 de julio de 1960333, pretendía
esencialmente “asegurar una adecuada explotación del suelo”. En virtud de ese proyecto, se
someterían a “control del Estado, hasta su recuperación, los terrenos mal usados, y se sanciona-
rá severamente el no empleo de la tierra con tributos progresivos de acuerdo con la capacidad
potencial productiva del predio, llegando inclusive a disponer su expropiación”334.
¿Pero cuáles son los antecedentes doctrinarios del proceso de la Reforma Agraria? Des-
pués de casi 40 años de políticas intervencionistas y estatistas, sin resultados sociales y econó-
micos objetivos que mostrar, se decidió dar un paso más drástico, que modificara radicalmen-
te la estratificación socioeconómica de Chile, usándose esta vez la expropiación como medio
fundamental de cambio. Eso concordaba con lo que muchos organismos internacionales pro-
piciaban a partir de la década del 50 para los países “subdesarrollados”, como se clasificaba
al nuestro, no obstante que Chile siempre ha sido gobernado, matices más, matices menos,
por gobiernos estatistas y controladores (a excepción del período 1973-1989). Excepcional in-
fluencia intelectual tuvieron en el cono sur de América la Comisión Económica para América
Latina (CEPAL), dirigida en ese entonces por Raúl Prebisch, y la FAO, de Naciones Unidas,
cuyo director, Hernán Santa Cruz, coincidía plenamente con Prebisch en que la intervención
estatal en la propiedad agrícola era lo que había que hacer, y en que la agricultura era a la pos-
tre el ámbito de mayor potencialidad económica. Hay que tener presente que esos organismos

331 Cfr. Art. 4.


332 Art 5 letra a)
333 Cfr. S.C.D. de 27 de julio de 1960, págs. 2.470 y ss.
334 Mensaje del 21 de mayo de 1961, págs. 80, 261 y 264.

343
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

internacionales eran completamente financiados por los Estados afiliados. Raúl Prebisch afir-
maba en el diario El Mercurio el 6 de mayo de 1961: “… las medidas de orden y saneamiento,
por acertadas que sean (las innumerables intervenciones económicas y tributarias en contra
de los propietarios, del ejercicio de la propiedad y del emprendimiento), no son suficientes
para acelerar el ritmo de desarrollo, pues hay obstáculos poderosos que lo están frenando.
Estos obstáculos son estructurales. La estructura económica y social ya no se acomoda a las
exigencias de una población que aumenta a ritmo extraordinario, ni responde a las ingentes
posibilidades de asimilar con celeridad el impresionante caudal de tecnología contempo-
ránea para satisfacer las aspiraciones cada vez más insistentes de mejoramiento popular”.
De ahí que Prebisch estimaba imprescindible hacer “transformaciones estructurales de gran
importancia, entre ellas, la modificación del régimen de tenencia de la tierra, que es uno de
los obstáculos fundamentales del desarrollo económico de América Latina”335.
Por su parte, Hernán Santa Cruz señalaba lo siguiente: “Para la FAO, el término de refor-
ma agraria equivale a un proceso que fundamentalmente implica cambios substanciales de la
tenencia de la tierra, normalmente acompañados de cambios en otras instituciones agrarias.
En nuestro concepto, la médula de la reforma agraria debe ser la redistribución a favor de
cultivadores de los recursos para producir y de las oportunidades derivadas del control de
la tierra. Debe incluir también un mayor grado de control público sobre los recursos de la
tierra”336. A eso se agregó la influencia que ejercía el gobierno norteamericano a través de
su programa denominado Alianza para el Progreso, y las conversaciones que sostuvieron al
respecto los presidentes Kennedy y Alessandri en Washington, en diciembre de 1962.
La misma Iglesia chilena, en una pastoral del Episcopado (La Iglesia y el problema del
campesinado chileno) dada a conocer en la Cuaresma de 1962, acogía en cuanto a la propie-
dad de la tierra la tesis socioeconómica de los organismos mencionados y del gobierno de los
Estados Unidos. “Las condiciones en que se encuentra en nuestros días el sector campesino
reclaman con urgencia una profunda transformación de la estructura rural. En esto reina ya
un consenso casi unánime”. “En estas reformas le correspondería jugar un papel central al
Estado…” Pero el propósito de fondo de la reforma agraria de Jorge Alessandri, más allá de
su visión estatista, era arrebatarle las banderas sociales al comunismo y al socialismo criollos.
En ese mismo sentido se expresaba la revista Finis Terrae que dirigía Jaime Eyzagui-
rre, quien veía la reforma agraria como “una exigencia cristiana de los problemas sociales,
por el bien común, la justicia y contra el avance del comunismo”. Por otra parte, casi todos
estaban de acuerdo, incluso la Sociedad Nacional de Agricultura y el partido nacional (dere-
chista), en que la reforma agraria se aplicara a las tierras no trabajadas. Más aún, el diputado
del partido conservador Fernando Ochagavía (partido a la postre identificado con la Iglesia)
declaró durante la discusión de la ley 15.020: “Creemos en la función social de la tierra. El
Partido Conservador, inspirado en la doctrina social de la Iglesia, expresada a través de las
encíclicas Rerum Novarum, Cuadragesimo Anno y Mater Magistra, base y fundamento de su
programa, no ha podido permanecer ajeno a esta iniciativa legal de urgente necesidad”337.
El proyecto de reforma agraria presentado por Jorge Alessandri declaraba que uno de sus
conceptos centrales era “la función social de la propiedad”. En su artículo primero, estipulaba
que “el ejercicio del derecho de propiedad sobre un predio rústico o agrícola está sometido a
las limitaciones que exijan el desarrollo económico nacional y, en general el mantenimiento
y progreso del orden social… todo propietario agrícola queda obligado a cultivar la tierra, a

335 El Campesino, vol. 93, Nº 11, pág. 18.


336 El Diario Ilustrado del 7 de mayo de 1961, pág.10.
337 Sesión Cámara de Diputados del 4 de julio de 1962, pág. 1.408.

344
Sebastián Burr

aumentar su productividad y fertilidad. A conservar los demás recursos naturales y a efectuar


las inversiones necesarias para mejorar su explotación o aprovechamiento y las condiciones
de vida de los que allí vivan y laboren, todo de acuerdo al avance de la técnica”. Incluso los
sectores directamente afectados estaban de acuerdo en que la tierra debía tener “una función
social”, en que no podían disponer libremente de las propiedades agrícolas. El presidente de
la Sociedad Nacional de Agricultura, Luis Alberto Fernández, lo manifestaba así: “… sobre
todos los agricultores pesa una obligación social: la de producir. Sea que se explote un predio
grande, mediano o pequeño, esta obligación es efectiva. Los agricultores no amparamos a los
que por negligencia dejan de cumplir esta obligación… Las tierras deben quedar en poder de
quienes las exploten con eficiencia”338.
De esta manera, casi toda la política partidista y gremial de centroderecha estaba en la
línea cepaliana y keynesiana. A nadie se le ocurría hacer una propuesta que integrase la antro-
pología de la persona humana, el bien común genuino, la ética social, la subsidiariedad del Es-
tado, el libre mercado y la apertura al mundo. El criterio predominante se oponía al concepto
clásico de propiedad que establecía el artículo 582 del Código Civil. Casi todos concordaban
en que el propietario de un bien raíz agrícola no podía disponer libre y subjetivamente de él; la
idea de que la propiedad agraria debía cumplir una función social se había impuesto casi por
completo. El partido radical, que formaba parte del gobierno de Jorge Alessandri, presentó un
proyecto de reforma agraria que recogía ampliamente esas premisas. Decía en su artículo 1°:
“La propiedad rural o agrícola constituye una función social cuyo ejercicio queda sujeto a
las obligaciones de cultivarla, conservar su fertilidad e incrementar su producción de acuer-
do con los avances de la técnica agropecuaria. El propietario deberá propender además a
una justa distribución de la renta de la tierra entre todos los que intervengan en el proceso de
explotación”. Ese planteamiento del partido radical no proponía ningún sistema objetivo de
medición de la productividad, ni tampoco de manejo profesional de las explotaciones agríco-
las. Podemos imaginar la cantidad de conflictos que generaría tal pretensión, manifestada de
un modo teórico, pero sin ninguna operatoria práctica.
El diputado García, del partido comunista, señalaba los lineamientos que debía consi-
derar una reforma agraria bajo un eventual gobierno “popular”: “La Reforma Agraria que
deberá llevar a efecto el Gobierno Popular tiene que ser amplia y consecuente, debe con-
templar en primer lugar la confiscación de los grandes latifundios y la entrega de estos, de
preferencia, a los campesinos, ya sea inquilinos, obreros agrícolas, medieros o arrendatarios,
teniendo como lema básico: la tierra para el que la trabaja” 339. Palabras casi calcadas de las
que ya había pronunciado Lenin al respecto en 1917, cuya reforma del sistema de tenencia
de la tierra terminaría en un absoluto estatismo. Ese estatismo era compartido por el partido
comunista chileno, al menos para el agua de riego de las explotaciones agrícolas. El partido
socialista pensaba muy parecido.
El proyecto demócratacristiano consideraba que la primera causal de expropiación era
la “superficie excesiva”, en la que se incluían “todos los predios cuya superficie o avalúo
sea superior a 80 hectáreas regadas en la provincia de Santiago, o su equivalente en suelos
de otra capacidad de uso”. Ciertamente, una extensión de 80 hectáreas es adecuada para
generar un montón de parceleros, pero desde una perspectiva de diversificación de cultivos,
y por lo tanto de riesgo, que además puedan explotarse al nivel de una mínima economía de
escala, no es una superficie rentable. De hecho, como se señala más adelante, en 1973 Chile
exportaba apenas 18 millones de dólares en productos agropecuarios; en cambio, después

338 El Campesino, vol. 93, N° 10, 1961, pág. 404.


339 Sesión Cámara de Diputados del 4 de julio de 1962, pág. 32.

345
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que volvieron a crearse grandes explotaciones agrícolas, las exportaciones alcanzaron en el


año 2008 una cifra superior a los 1.200 millones de dólares, generando cientos de miles de
puestos de trabajo. Y algo análogo ocurrió en el rubro de la celulosa.
También el partido liberal tenía una idea completamente materialista del ejercicio activo
de la propiedad. Uno de sus personeros, el senador Julio von Mühlenbrock, decía que en Chile
coexistían “propiedades de extenso tamaño, por sobre lo que la sociedad puede tolerar…
Frente a las fundadas razones que, en defensa de la gran propiedad bien cultivada, pueden
darse, es necesario oponer un solo argumento: la gran propiedad es el mayor factor de per-
turbaciones sociales en la historia del hombre, haya sido bien o mal administrada”340. Una
visión extrema, pues consideraba la gran propiedad agrícola inaceptable per se, más allá de
que se explotara eficientemente, de que generara muchos puestos de trabajo, y de las razones
de bien común esgrimidas en el debate.
El paso siguiente fue aprobar, mediante una reforma constitucional, que el pago de los
campos expropiados fuese diferido en el tiempo en aquellos casos de “predios rústicos aban-
donados, o que estén notoriamente mal explotados y por debajo de las condiciones normales
predominantes en la región para tierras de análogas posibilidades”.
Los radicales, por su parte, solicitaban “para los predios que se califiquen mal explota-
dos un plazo de 30 años para el pago de bonos”341.
Frente a ese compacto escenario, en una intervención radial que resultó premonitoria, el
ex presidente de la S.N.A., Recaredo Ossa, señaló lo siguiente: “La ruptura de estas garan-
tías constitucionales respecto de la agricultura es sólo el comienzo de la quiebra de nuestro
sistema democrático. Lo que hoy se hace contra esta rama de la producción no tiene por qué
no hacerse mañana contra la propiedad urbana, la minería grande, mediana o pequeña, el
comercio y todos los bienes particulares. Decimos más: la Reforma Constitucional es la ex-
periencia piloto en materia de abolición del derecho de propiedad. Introducida esta cuña, que
algunos miran tan desaprensivamente, el hueco se convertirá en inmensa grieta por donde
desaparecerá la propiedad entera”342. Ossa intuía perfectamente en que podía culminar el
proceso. ¿Por qué tendría que haber un sector de trabajadores (el campesinado) más privile-
giado que otro? Y si al final se daba esa injusta situación, era previsible que se arrasara con
toda la propiedad productiva, a fin de hacer de toda la clase trabajadora un sector privilegiado,
como lo proclamaba expresamente el discurso en favor del proletariado. Evidentemente, una
situación de privilegio de esa naturaleza no la resistiría ninguna sociedad, de manera que el
paso siguiente y lógico era que se intentase —como decía Ossa— homogeneizar la igualdad
incorporando colectivamente al resto de la propiedad y de la ciudadanía. Y el único ente que
puede asumir esa representatividad general es el Estado, más aún cuando el país ha vivido
toda su vida republicana bajo el concepto de democracia representativa.

El Naranjazo

Las elecciones parlamentarias situaron al PDC343 como primera mayoría nacional, con el
22,7% de los votos, y desplazaron al segundo lugar al partido radical, que logró el 21,6%.
En 1963, la Junta Nacional de la democracia cristiana volvió a proclamar a Frei Montalva

340 Sesión del Senado del 25 de julio de 1962, págs. 1.669 y 1.670.
341 El Campesino, vol.. 94, N° 1, 1962, pág. 13.
342 El Campesino ídem, pág. 7.
343 Partido Demócrata Cristiano.

346
Sebastián Burr

como candidato a la presidencia. El Frap repitió a Salvador Allende, y los radicales, liberales
y conservadores nominaron a Julio Durán.
A comienzos de 1964 se realizó una elección complementaria en Curicó, por el falleci-
miento de un diputado del partido socialista. El triunfador fue el socialista Naranjo, con el
39,2% de los votos. El candidato del oficialismo obtuvo el 32,5%, y el demócratacristiano el
27,7. Ante ese terremoto político, la derecha decidió casi en bloque apoyar a Frei Montalva en
la próxima elección presidencial, considerándolo un mal menor.
Eduardo Frei Montalva (1964-1970) acumuló así el 56% de los votos. Salvador Allende
obtuvo casi el 39%, y Julio Durán sólo el 5%.
Frei Montalva había acuñado durante su campaña el slogan de la Revolución en Libertad
para caracterizar su programa de gobierno. Suscitaba grandes expectativas, sobre todo por
inspirarse en el filósofo y humanista francés Jacques Maritain (1882-1973), conocido por su
aplicación del aristotelismo tomista a las condiciones y problemáticas contemporáneas.
Maritain incorporó a su pensamiento la antropología, la sociología y la psicología. Sus
logros más profundos los obtuvo en epistemología, donde analizó los diferentes grados e
interrelaciones del conocimiento, y asimismo en filosofía política. Insistió en que la realidad
puede ser conocida en forma integrada o multidimensionalmente, tanto en el plano teórico
como en el práctico, a través de la ciencia, la filosofía, el arte, el misticismo, etc., y que todos
esos modos contribuyen al saber humano. Sostuvo que el hombre sólo puede desplegar su
existencia mediante la acción, y que la colaboración y la solidaridad social eran posibles a tra-
vés del bien común político, la libertad, la justicia y el desarrollo de la persona en cuanto tal.
En cuanto a Frei Montalva, los puntos más relevantes de su programa eran: reforma
agraria, que pretendía crear cien mil nuevos propietarios y aumentar fuertemente la produc-
ción. Promoción popular, tendiente a incrementar la participación social y mejorar la calidad
de vida de los sectores más desposeídos. Fuerte apoyo a la sindicalización. Chilenización
del cobre, consistente en que el Estado asumiera el control mayoritario de las grandes em-
presas cupríferas, que básicamente estaban en manos norteamericanas. Construcción de 60
mil viviendas anuales. Un nuevo impuesto patrimonial, y una reforma docente orientada a
proporcionar a todos los chilenos una educación moderna. Pero ninguna de sus propuestas
contenía las definiciones antropológicas de Maritain.
Pese a que Frei M. era un cristiano y un humanista convencido, y a que obtuvo mayoría
absoluta y un entusiasta respaldo popular, sus propuestas de gobierno fueron casi todas de
índole económica, y las de índole social tenían cierto aire colectivista. No intentó cambios
estructurales que pudieran reorientar el país hacia el desarrollo de la persona en cuanto
tal, en el plano teórico y práctico, en la educación, en el trabajo, y en el mejoramiento de
su vida familiar. Tampoco trató de unificar capital y trabajo, sino más bien dotar de mayor
poder a los sindicatos, para contrapesar el poder del capital. De esta manera, matices más,
matices menos, quizás con otro énfasis u otro enfoque, aplicó casi las mismas recetas que
habían ensayado de una u otra manera liberales y socialistas durante largas décadas. La
oposición que le hicieron el socialismo y la derecha fue férrea; al punto que los socialistas
no asistieron a su investidura presidencial, y la ceremonia debió postergarse hasta el día
siguiente. El PDC tuvo la privilegiada oportunidad de aglutinar a todo el país en torno a un
gran proyecto humano y social, ético y moral, y la desperdició, escogiendo en su lugar la
vía que proponía la CEPAL.
A diferencia de Jorge Alessandri, que hizo un gobierno de mera administración, Frei, bajo
el slogan de la Revolución en Libertad, proclamaba que aplicaría medidas que fomentasen
el desarrollo de la persona en cuanto tal, y así lograr un cambio de fondo en la composición

347
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

de las fuerzas sociales. Fuera de su inspiración filosófica en Jacques Maritain, su principal


asesor en economía era Jorge Ahumada C.
Según Jorge Ahumada344, la economía del país adolecía de falencias sistémicas. En sus
escritos, elaborados junto con el economista Aníbal Pinto, señalaba que la política de susti-
tución de importaciones bajo control estatal consolidaba los intereses creados de los grandes
industriales chilenos y desincentivaba la producción nacional. Pinto —no obstante su ideo-
logía socialista—, pensaba (aunque quizás con poco énfasis) que la expansión industrial “fá-
cil” estaba agotada bajo el modelo de sustitución de importaciones. Agregaba que el mayor
obstáculo para el desarrollo estaba en que “las agrupaciones progresistas o de izquierda han
dominado, o prevalecen las preocupaciones redistributivas o los objetivos doctrinarios, siendo
muy secundario el compromiso con las tareas del desarrollo económico nacional”.
Pinto y Ahumada coincidían en que Chile sufría una crisis integral. Decía Ahumada:
“Esta crisis es integral, y tiene su origen en la falta de armonía entre las diversas institucio-
nes, actividades y valores nacionales... Un aspecto de la crisis es el estancamiento económi-
co. Los otros tienen por causa el deficiente sistema educacional, la ineficiente administración
pública y una organización política poco representativa”.
Insistía además en que Chile necesitaba abrirse al mercado internacional aumentando
sustancialmente la diversidad de sus exportaciones, y que en caso contrario iba a colapsar. Se-
ñalaba por último que el Estado, para disminuir la inflación, debía reducir el proteccionismo
que ejercía sobre las actividades nacionales.
Considerando el certero diagnóstico de Ahumada y el modelo humanista de Maritain,
podría suponerse que Frei Montalva, junto con tratar de activar de un modo inédito en la his-
toria política nacional el desarrollo superior de la persona en cuanto tal y de su capacidad de
emprendimiento, desecharía las orientaciones estatistas de la CEPAL y las reformas sociales
diseñadas por la Alianza para el Progreso bajo los dictados del presidente Kennedy, que
había previsto con gran alarma la irrupción del marxismo en Latinoamérica, instigada desde
Cuba por Fidel Castro. Pero no sólo no lo hizo, sino que tampoco fue capaz de contener la
embestida del marxismo en su propio partido, del que emergieron dos corrientes marxistas:
Mapu e Izquierda Cristiana. El caso es que, usando la ley de Reforma Agraría promulgada
en la época de Alessandri, inició un proceso drástico y masivo de expropiaciones agrícolas
para eliminar el latifundio, lo que a todas luces era antieconómico. Pero el proyecto de Frei
Montalva no pretendía ser económico sino político, pues lo que se buscaba era eliminar una
clase social que bloqueaba las reformas “estructurales”, y Frei M. lo puso en marcha contra
viento y marea. Como es fácil advertir, en la vida política nacional, década tras década, se
sucedían todo tipo de ideologías y de gobiernos con muy buenas intenciones, pero las cosas
no cambiaban en lo fundamental.
En la elección parlamentaria de 1965, la DC obtuvo el 42% de los votos, un 14% menos
que en la elección presidencial; la coalición marxista (socialistas y comunistas), cerca del
23%; y los liberales y conservadores, el 5% y el 7% respectivamente. Ante tan magros resul-
tados, esos dos últimos partidos se fusionaron, creando el partido nacional.
El 86% de la tierra agrícola estaba en manos del 10% de los propietarios, y la revolu-
ción cubana, en abierta alianza con el comunismo liderado por la Unión Soviética, comen-
zaba a representar una amenaza cierta de extenderse a otros países latinoamericanos. Ese
peligro había inducido al presidente Kennedy a impulsar casi frenéticamente una reforma
agraria en aquellos países propensos a caer en manos cubano-marxistas, y en Chile lo había
hecho a través de Jorge Alessandri. El gobierno de Frei Montalva, usando como ya se dijo la
344 Aníbal Pinto, Chile, una economía difícil (1964), y Jorge Ahumada, En vez de la miseria (1958).

348
Sebastián Burr

ley promulgada al respecto por Alessandri, pero introduciéndole modificaciones a través de


la ley Nº 16.640, declaró expropiables los predios de más de 80 hectáreas de riego básico.
Con ese límite completamente antieconómico se pretendía en realidad abolir el “latifundio”
y aumentar la cantidad de propietarios, a diferencia de lo que buscaba Allende: no hacer
propietarios sino estatizar la tierra. Se diseñaron los asentamientos para organizar social,
operativa y económicamente a los campesinos, se promulgó la ley de sindicalización cam-
pesina, se promovieron las cooperativas, y finalmente se asignaron las tierras bajo la forma
de comunitarismo. Se expropiaron cerca de 4.000.000 de hectáreas. Y la nueva estructura de
propietarios recibió un fuerte respaldo técnico y económico, que hizo subir la producción
agraria en un 12%. De 24 sindicatos se pasó a 413, con cerca de 115.000 afiliados. También
se organizaron las juntas de vecinos, mediante una ley de centros comunitarios que olía
más a asambleísmo y colectivismo que al desarrollo humanista propuesto por Maritain.
Ciertamente, dicha reforma tenía intenciones más populistas que económicas, lo que hizo
que finalmente fracasara bajo ambas perspectivas. Así se entiende que los niveles de la pro-
ducción agrícola de 1973 hayan sido los mismos que existían en 1936.
El mensaje presidencial con que se presentó al Parlamento el proyecto de Reforma
Agraria que culminaría en la ley 16.640, sostenía que lo que se buscaba era “lograr la trans-
formación de las estructuras de la agricultura en forma tal, que posibiliten la incorporación
de todo el sector rural al desarrollo social, cultural, económico y político de la Nación”.
La diferencia crucial entre el proyecto de la democracia cristiana y el del gobierno de Jorge
Alessandri, era que antes el enfoque se centraba en los campos mal explotados, y ahora el
objetivo era terminar con los latifundios e incorporar a los campesinos a “la propiedad”, por
la vía de la denominada “propiedad comunitaria”. Para justificar tal intento, se esgrimía el
argumento de que la estructura prevaleciente de grandes campos “era ineficiente económica-
mente e injusta socialmente”. Pero el criterio aplicado para determinar cuáles eran los gran-
des fundos fue completamente arbitrario, y lo fijó el mismo gobierno, declarando “grandes”
los que tenían más de 80 hectáreas regadas.
A esas causales se agregaron otras, largas de señalar345, que dejaban al gobierno en liber-
tad de acción para proceder como quisiera en materia de expropiaciones, e incluso en cuanto
al pago de indemnizaciones y a la toma de posesión anticipada de los predios. De hecho, la
tasación de los predios que se decidía expropiar era hecha por la misma Corporación de la Re-
forma Agraria, que había creado los bonos CORA como forma de pago. Bonos amortizables
a 5, 25 y 30 años, algunos reajustables y otros sin reajustabilidad346.
Junto con eso se declaraba que “todas las aguas del territorio nacional son bienes naciona-
les de uso público, de manera que “el uso de las aguas en beneficio particular” sólo podía ha-
cerse “en virtud de un derecho de aprovechamiento concedido por la autoridad competente”347.
Por lo tanto, “para el solo hecho de incorporarlas al dominio público”, se declaraban de
utilidad pública y se expropiaban “todas las aguas que, a la fecha de vigencia de la presente
ley, sean de dominio particular”, aunque se autorizaba a los dueños de las aguas expropiadas a
seguir usándolas, en calidad de titulares del mencionado derecho de aprovechamiento348.
Tras este breve análisis de la ley 16.640, queda en evidencia que el gobierno demócra-
tacristiano había acuñado un concepto de “propiedad privada” que le permitiera “socializar”
345 Predios que fuesen de propietarios o copropietarios personas jurídicas de derecho público o privado. Los predios “dados”
en arrendamiento o mediería (explotados por terceros). Cuando se infringiera la ley que regulaba los contratos, aquellos
predios que tuvieran dos o más dueños en común, etc.
346 Cfr. Art. 131.
347 Art. 94.
348 Art. 95.

349
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

la propiedad a discreción, considerando todas las eventualidades que estipulaba la ley, y


configurar así (al menos en el campo) una nueva sociedad política que coincidiera con su
propuesta comunitaria349, concretada en el cooperativismo.
Ese concepto de “propiedad” ya lo había establecido la DC en el punto N° 5 de su Decla-
ración de Principios aprobada en el año 1957. “La economía humana —que es la que propicia
el partido demócratacristiano— tiene (por objeto) agrupar a los hombres en comunidades de
trabajo, dueñas del capital y de los medios de producción”. Y el punto 6° señalaba: “El sistema
de comunidad o el cooperativo respecto a los medios de producción que requieren el trabajo
de muchos hombres”. El Director de Tierras declaró que “en relación con el uso, se establece
expresamente que los asignatarios deberán trabajar personalmente las tierras, elevando, en
consecuencia, a la categoría de requisito fundamental el elemento trabajo personal”. En cuanto
el goce, agregaba que “está la distribución de la utilidad, ya no se permite que el asignatario
pueda ceder, arrendar o explotar por medio de terceros”. Por último, en lo relativo a la dispo-
sición, “se establece en forma expresa que el asignatario sólo podrá enajenar a otro campesi-
no, es decir, puede enajenar sus derechos en la propiedad comunitaria, pero al hacerlo, debe
contratar con un elemento activo de la sociedad, que en este caso es el trabajador agrícola”.
Era bastante absurdo que el gobierno DC quisiera hacer nuevos propietarios eliminando
a los propietarios antiguos. Y resultaba contradictorio que para hacer nuevos propietarios
se aboliera el concepto mismo de propiedad. Saltaba a la vista que en el nuevo concepto la
propiedad no tenía nada de propiedad; constituía sólo un eufemismo. Jamás los campesinos
podrían disponer libremente de un pedazo de tierra, sino sólo en comunidad con otros, y tam-
poco gozaban del derecho de administración, pues ese rol lo ejercía la cooperativa respectiva.
De hecho, a fines del gobierno de Frei Montalva no había nuevos propietarios350.
Además, ¿bajo qué principio se hacía responsables a los campesinos, si en realidad no
tenían atribuciones sobre su “propiedad”? ¿Bajo qué principio de asociación se obligaba al
campesino a pertenecer sólo a una cooperativa, sin permitirle asociarse con sus pares, fami-
liares, u otras personas interesadas en trabajar un predio agrícola? Era incuestionable que,
junto con abolir el derecho de propiedad, se abolía el derecho de libre asociación, y que junto
con abolir esos dos derechos básicos de convivencia socioeconómica, se estaba transgredien-
do el principio mismo de libertad.
En resumen, al final del gobierno demócratacristiano, se habían expropiado 1.415 predios
agrícolas, que sumaban cerca de 4.000.000 de hectáreas.

El desenfreno estatista del gobierno DC

El presidente Frei, en su mensaje del 21 de mayo de 1967, señalaba: “… más del 70% de los
recursos de inversión nacional está de hecho en manos del Estado; y del gasto total nacional,
el Estado constituye cerca del 50%. El Estado Chileno tiene el control directo sobre el 50%
del crédito nacional y un firme control indirecto sobre gran parte del saldo. Ejerce un control
completo sobre las operaciones de comercio exterior, en especial sobre las importaciones, que
representan un 13% del valor de la producción nacional… Sectores básicos de la economía,

349 En la propiedad comunitaria, según Francisco Cumplido, a la sazón Director de Tierras y Bienes Nacionales, “no existe el
dominio individual sino común, el que es ejercido por varios individuos determinados que la trabajan, exclusivamente, y
que, a diferencia de la propiedad social, en que los bienes pertenecen a todos los habitantes y lo que se concede es sólo el
uso, en ella los bienes son poseídos por un determinado grupo de personas en régimen de copropiedad”. Enrique Brahm
García, Propiedad sin Libertad. Chile 1925—1973, pág. 197.
350 Carlos Ariztía Ruiz denunciaba el hecho ante la Comisión de Agricultura del Senado. El Campesino, julio de 1969.

350
Sebastián Burr

como los ferrocarriles, la electricidad, las líneas aéreas y el petróleo están en manos del Esta-
do. El Estado interviene de una manera decisiva en la gestión de otras actividades estratégicas
para nuestra economía y desarrollo, como el acero, el cobre, la petroquímica básica, el azúcar.
La comercialización agrícola. Poder de compra de ECA351, fundiciones y refinerías, telecomu-
nicaciones, forestación, vivienda, previsión y salud… En Chile existe una economía mixta. El
Estado es dueño o controla todos los sectores básicos y los servicios públicos. Ahora tiene tam-
bién importante participación en las compañías del cobre y a través de la Corporación del Co-
bre controla su comercio, fija los precios y señala las compras que deben hacerse en el país…”
Pero el control del gobierno demócratacristiano no sólo afectó a las grandes empresas
y a otros sectores gravitantes en nuestra economía. También se ejerció a nivel del comercio
minorista, que es donde desarrolla su vida una masa importante de emprendedores y sectores
socioeconómicos medios. Esos controles fueron autorizados mediante el decreto Nº 1.379 del
ministerio de Economía, Fomento y Reconstrucción, promulgado el 21 de octubre de 1966,
que seguía la línea del D.L. 520 de 1932, dictado por Carlos Dávila durante la República So-
cialista. El decreto 1.379 autodefinía así su carácter: “Fija el texto refundido de la legislación
vigente sobre costos, precios, comercialización, abastecimiento de bienes y servicios de pri-
mera necesidad, y sobre las sanciones que corresponda aplicar”. Era patente el continuismo
del gobierno DC de la “Revolución en Libertad” contra el ejercicio de la libre iniciativa de
las personas. A las atribuciones que tenía la DIRINCO, que había incorporado las de los dos
organismos que la habían antecedido (el Comisariato General de Abastecimientos y Precios
y la Superintendencia de Abastecimientos y Precios), se sumaron algunas adicionales. Ahora,
más allá de sus facultades de fijar precios352 y llevar a cabo expropiaciones, también podía
intervenir en un plano mucho más íntimo de la actividad de las personas, como por ejemplo,
“estudiar los costos y precios de todos los artículos o servicios, estén o no declarados de
primera necesidad, exigir declaraciones juradas o cualquier información relativa a ellos, y la
presentación de libros de contabilidad y otros documentos mercantiles353… requisar y vender
por cuenta de sus dueños y a los precios naturales los bienes y artículos esenciales o de pri-
mera necesidad y sus materias primas, cuando sean objeto de acaparamiento, ocultamiento,
negación de venta u otra forma de especulación”354. Y para facilitar esa labor fiscalizadora,
los empresarios privados quedaban sujetos a una serie de obligaciones, entre otras, denunciar
“cualquier alza en los precios de sus insumos”, dar cuenta a la DIRINCO “de las existencias
que tengan en bodega o aduanas y de las siembras y cosechas”355. Cualquiera de esas medi-
das podía ser ejecutada sin que la Contraloría General de la República hubiera tomado razón
de ella. “…podrán ejecutarse antes de dicho trámite, cuando se trate de medidas que perde-
rían su oportunidad si no se aplicasen de inmediato”356. Los particulares que las obstruyeran,
o se negaran a colaborar con la DIRINCO, serían sancionados con multas, decomiso, clausu-
ra, expropiación, y hasta penas de cárcel. El presidente de la República quedaba autorizado
para “utilizar el personal y elementos de cualquier servicio para las finalidades de control y
fiscalización… Integrantes de las organizaciones sociales y gremiales, tales como las Fede-
raciones de Estudiantes Universitarios, Juntas de Vecinos o entidades de Fuerzas Armadas
en retiro”. (Art. 9). También había “Juntas de vigilancia” en las cabeceras de provincia y

351 Empresa de Comercio Agrícola.


352 Cfr. Arts. 26, 25, 24, 23, 22, 21, 12, 15, 17, 19.
353 Art. 13.
354 Art. 15.
355 Art. 45.
356 Art. 18.

351
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

departamento, presididas por el intendente o gobernador, e integradas por los respectivos jefes
de Carabineros y de la policía de Investigaciones, asesorados por un jefe de la DIRINCO.
Haciendo un catastro de los controles realizados, el mensaje presidencial de 1965 dio
cuenta de que la DIRINCO había elaborado “casi dos mil informes sobre materias tales como
estructuración y determinación de costos; investigaciones sobre contabilidad de costos; deter-
minaciones de relaciones económicas; e investigaciones sobre grupos o áreas industriales”.
Se habían efectuado “236.874 inspecciones al comercio e industria, habiéndose sorprendido
y denunciado un total de 14.174 infracciones, de las cuales ya se han sancionado 10.360”357.
También en el ámbito tributario había una intención de estatizar la propiedad a través de
los impuestos, bajo el eufemismo del bien común. Una cosa es un tributo que desarrolla el
bien común, y otra muy distinta es decretar impuestos de carácter “expropiatorio”.
Los mensajes presidenciales de Frei Montalva insistían invariablemente en que “el Go-
bierno ha tenido como principal preocupación usar la tributación como instrumento básico
para provocar la redistribución de la renta nacional a favor de los sectores de más bajos in-
gresos”. Para eso se establecieron tributos progresivos en función de la renta personal358. Como
se puede apreciar, en este caso concreto, el gobierno DC se trasladó de una óptica colectivista
a otra que consideraba a las personas; apuntó directamente a los ingresos individuales.
Una muestra del desorbitado nivel tributario al que se llegó fue la ley N° 16.271, que
reformó los impuestos a las herencias, asignaciones y donaciones. La escala progresiva que
allí se dispone considera una tasa máxima de un 55%, pero esa tasa puede recargarse hasta en
un 40%, en caso de que el parentesco entre el causante o donante y el asignatario o donatario
vaya más allá de un parentesco colateral de cuarto grado359.

La educación en la década de los 60

No obstante el crecimiento de la población y los intentos de reformar los programas educaciona-


les, persistían los mismos problemas de comienzos de siglo. Continuaban vigentes los modelos
positivistas, cientificistas y enciclopedistas importados por Barros Arana y Valentín Letelier.
Hacia 1964, la deserción escolar en la enseñanza primaria alcanzaba un 68%, y en la enseñanza
media un 75%. La educación que se impartía a los alumnos no tenía sentido para muchos padres,
por pobres que fuesen; no les cuadraba con la realidad del campo, ni con el mundo del trabajo.
Los programas de estudios no habían sido modificados desde el siglo XIX, y lo mismo ocurría
con los de las 8 universidades existentes, salvo en las pertenecientes a la Iglesia, que los habían
reformado en algunas materias. Pero en general, todas se ceñían al patrón decimonónico.
En 1965 se intentó corregir esas deficiencias en la enseñanza básica y media, e insertar
creativamente al alumno en el proceso de aprendizaje, iniciativa que incrementó la esco-
laridad aproximadamente en un 20%. El gobierno de Frei M. aumentó sustancialmente el
presupuesto de educación (a un 20% del presupuesto fiscal), destinando los nuevos recursos a
infraestructura escolar y al perfeccionamiento del magisterio. Aun así, los esfuerzos no dieron
resultados. No podía y no puede ser de otra manera, mientras la clase política no haga dar un
giro de 180 grados a nuestro sistema educativo, instaurando en un lugar protagónico el desa-
rrollo del entendimiento y la comprensión de las categorías de la realidad, en vez de transmitir
datos dispersos y desconectados entre sí, inútiles para la autosuficiencia real de la persona.

357 Cfr. Mensaje de 1965, pág. 102.


358 Mensaje del 21 de mayo de 1965, pág. 61.
359 Cfr. Art. 1°.

352
Sebastián Burr

¿Qué pasó con Maritain?

Al asumir Frei, la democracia cristiana, predijo la muerte política de la derecha. Después Rado-
miro Tomic pronosticó que la DC gobernaría Chile por 50 años. Pero la derecha resurgió al poco
tiempo, pues la clase media temía que el proceso de socialización pudiera expropiar también sus
propiedades urbanas. Paralelamente, emergió en la democracia cristiana una facción juvenil un
tanto ideologizada, que exigía un aceleramiento “del proceso”, y expandirlo hacia otros sectores
de la economía, lo que empezó a generar una creciente división interna. Al sectarismo se agre-
gaba esta disputa ideológica, que iría provocando en el PDC un giro hacia la izquierda.
Lo peor es que Frei Montalva no cumplió ninguno de sus objetivos. No promovió un
desarrollo humanista; no modificó las estructuras sociales, ya que con el tiempo la propiedad
agrícola volvió a concentrarse, a fin de encontrar un volumen que permitiera aplicar una eco-
nomía de escala en la explotación de la tierra; y tampoco logró contener al marxismo en Chile.
Más aún, a partir del Concilio Vaticano II, un buen número de militantes de la DC empezaron
a proponer la “fusión” del cristianismo con el marxismo, sin advertir que eso es tan imposible
como la cuadratura del círculo, puesto que el materialismo marxista y la espiritualidad cristiana
representan visiones mutuamente incompatibles del hombre y de los asuntos humanos, y no
tienen cómo asociarse, salvo en ámbitos insustanciales, y siempre que se reconozca la superio-
ridad absoluta de la condición espiritual del hombre sobre su condición material-pragmática.
Mi conclusión es que la Democracia Cristiana, quizás sin proponérselo, utilizó la imagen
de J. Maritain, pues nunca se vio en su gobierno (quizás porque no pudo, o porque no quiso)
ninguna propuesta ni medida tendiente al desarrollo antropológico de los ciudadanos (desa-
rrollo espiritual, o de las facultades superiores del género humano). En lugar de eso, se dejó
dominar por un creciente populismo que contaminaba a la DC, y se olvidó del humanismo
cristiano. Este populismo, apoyado por el estado benefactor, estaba fundado, como todos los
populismos, en el clientelismo electoral, en el utilitarismo, y en cierta medida inspirado por
el Concilio Vaticano II, en ese entonces muy en boga. En realidad, la DC no fue nada consis-
tente, y terminó por desarticularla su excesiva ambición y competencia por el poder, y una
terrible falta de fundamentos doctrinarios, al extremo de que una considerable facción del
partido terminó bajo el alero del marxismo, enemigo mortal de la Iglesia. De hecho, durante
su gobierno, el ideólogo de la Democracia Cristiana era, aunque cueste creerlo, un agnóstico:
Jaime Castillo Velasco. El día en que falleció Maritain; ni el partido ni sus parlamentarios le
rindieron homenaje; en cambio, lo hizo un sector de la derecha.
Entretanto, el gobierno cubano y la izquierda chilena, con cierto grado de complicidad del
presidente del senado, Salvador Allende, establecieron en Chile una sucursal de OLAS (Orga-
nización Latinoamericana de Solidaridad), cuya intención era promover la revolución castris-
ta en el país. El Partido Socialista afirmaba que OLAS era el estado mayor de la revolución
continental. En dos congresos ideológicos realizados en Chillán y La Serena, proclamaron
la absoluta legitimidad de la violencia armada como única vía para emprender y consolidar
dicha revolución. La agitación social fue creciendo día a día. La izquierda se robusteció con
el apoyo de disidentes DC, la derecha se recompuso bajo el alero del partido nacional, y la DC
perdió un 10% de respaldo popular en las elecciones parlamentarias de 1969. Surgieron gru-
pos guerrilleros como el MIR. Poco tiempo después el partido comunista convocó a formar
el bloque de la Unidad Popular, con el cual la izquierda enfrentaría las elecciones de 1970.
El programa de la izquierda para el período presidencial 1970-1976 contemplaba reempla-
zar el sistema legislativo bicameral por una asamblea del pueblo, los tribunales de justicia por
tribunales populares, y establecía tres aéreas de propiedad económica: estatal, mixta y privada.

353
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Reproducía el modelo de las “democracias” populares y la centralización socialista. Por último,


designaba como candidato presidencial a Salvador Allende, ahora líder de la Unidad Popular.
El partido nacional proponía una profunda renovación económica y empresarial. Pero care-
cía de líderes, salvo Jorge Alessandri, y optó por nominarlo, con el apoyo de una facción radical.
En 1966, la Sofofa había aceptado la oferta de la Escuela de Economía de la UC, con-
sistente en impartir unos cursos de economía libre a los empresarios que eran miembros de
ella360, todos muy vinculados a Jorge Alessandri.
El gremialismo liderado por Jaime Guzmán E. irrumpió en la escena pública a raíz de la
toma del edificio central de la Universidad Católica en 1967.
Los empresarios más “exitosos” de Chile, casi todos “hijos de la Corfo” y partidarios
de una economía controlada por el Estado, junto con el candidato, creían que el problema
económico del país se resolvería haciendo lo mismo que habían hecho durante la presidencia
de Jorge Alessandri: una buena administración del Estado mediante un manejo eficiente de
los recursos fiscales y de las empresas públicas, subsidios para los productos básicos, cons-
trucción de viviendas para los más pobres, y “una protección razonable” de la preexistente
empresa privada. Estaban convencidos de que el gobierno de los “mejores” y la repetición
del modelo que se había aplicado desde los años 30, bastarían para sacar a Chile adelante,
pese a que la “fórmula” ya había sido probada hasta la saciedad, y el país seguía estancado
en el subdesarrollo, en las desigualdades, y dependiendo de los créditos internacionales. Para
Alessandri, las privatizaciones eran anatema; no quería ni oír hablar de ellas361, como tampoco
creía en una economía liberal ni en la reducción de los ámbitos de gestión del Estado.
Cuando se estaba preparando la campaña de Jorge Alessandri para que postulara por se-
gunda vez a la presidencia, sus equipos técnicos propusieron aplicar las siguientes medidas:
“apertura de nuestra economía, eliminación de prácticas monopólicas, libertad de precios, un
sistema tributario más transversal, eficiente y justo, formación de un mercado de capitales,
un nuevo sistema previsional, normalización de la actividad agrícola destruida por la reforma
agraria de Frei, protección de los derechos de propiedad, etc.”362. Sin embargo, esas propo-
siciones fueron rechazadas, primero por el entorno empresarial inmediato del candidato, y
después por el mismo Alessandri, pese a que en 1966, la Sofofa, conjuntamente con la Escuela
de Economía de la UC, había impartido cursos de economía libre a los empresarios que eran
miembros de ella363, todos muy vinculados a la candidatura de Jorge Alessandri. No olvide-
mos que Alessandri fue presidente de la CPC (Confederación de la Producción y del Comer-
cio), y uno de los más importantes afiliados de esa confederación empresarial era la Sofofa.
De nuevo surge la sospecha sobre los grandes empresarios. Evidentemente, cada uno de
ellos (¡los mejores!) defendía los intereses económicos de sus empresas, y no lo que necesitaba
el desarrollo del país y de toda su gente. El bien común sobrepasado por el interés particular.
En realidad, Chile nunca ha tenido una derecha que concilie principios políticos y an-
tropológicos, los valores y la justicia, que haga de las instituciones del orden político un
medio de expansión de la libertad extrínseca e intrínseca de los ciudadanos, de manera que
todas ellas contribuyan a generar su autosuficiencia. Cree que si lo hiciera, atentaría contra la
libertad de emprendimiento, los principios de la economía libre, y finalmente contra los del
propio liberalismo. Craso error, porque instaurar un sistema en torno a una sociedad que dé
oportunidades reales a todos, implica precisamente consolidar la libertad de emprender y la

360 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno.
361 Patricia Arancibia Clavel et al. Entrevista a Carlos Urenda, 3 de septiembre del 2002.
362 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Pág. 136.
363 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno.

354
Sebastián Burr

libre operatoria de la economía libre, y en su más alto grado. El problema está en que, si el
libre emprendimiento lo ejercen activamente sólo unos pocos, la economía libre pierde sus-
tento, porque al desconocerse su lógica, muy pocos la terminan apoyando. En tal caso no es
respaldada por las grandes mayorías, que la perciben como un sistema de privilegios del cual
se encuentran completamente excluidas. La izquierda, más culta en ciencias sociales y por lo
tanto políticamente más hábil que la derecha, entiende perfectamente el juego, y en nombre
“de los pobres y de la igualdad” bloquea cualquier iniciativa aperturista, porque sabe que la
pobreza y la falta de oportunidades son la fuente de su éxito electoral. Y ha actualizado esa
estrategia basándose en el modelo social descriptivista enunciado por Gramsci.
Revisando los principios y conceptos que configuran lo que en Chile se denomina centro-
derecha, como asimismo su trayectoria a través del tiempo, se concluye que ha sido y sigue
siendo una suerte de híbrido político, un sector que se reconoce como tal por su homogeneidad
socioeconómica, y que da la sensación de que usa los valores para no cambiar el statu quo, no
como algo necesario para reformarlo y alcanzar una sana convivencia social, realmente ética.
Esta crítica no pretende ser absoluta, puesto que hay gente de “derecha” que cree en esos valores
y principios, y que observa a la distancia sin actuar, pues sabe que si lo hiciera el liberalismo y el
socialismo se les irían encima, acusándolos de integristas o fundamentalistas, y aplicándoles to-
dos los slogans acuñados por el sectarismo ideológico. Son relativamente pocos, pero ahí están.
Los empresarios estatistas del alessandrismo, que aseguraban querer una aplicación gra-
dual de las transformaciones que Chile necesitaba, evitaban decir que no entendían el plan,
y que en el fondo temían perder su status económico; la mayoría quería seguir al amparo del
Estado y de la Corfo. Sergio de Castro señala al respecto: “Nos pasamos dos días discutien-
do, pero no hubo caso. No pudimos ponernos de acuerdo; los empresarios eran los enemigos
número uno del programa liberal que habíamos preparado en el CESEC. Lo peor de todo
era que el propio Alessandri era contrario a nuestras ideas, y eso nos parecía trágico, por-
que el programa era para él”364.
Un plan económico serio se compone de una serie de elementos ambivalentes e interco-
nectados, que no son susceptibles de aplicarse gradual o desintegradamente. Esto es bastante
elemental; para comprobarlo basta observar cómo funcionan la física, el sistema planetario, el
organismo humano, un ejército, la sociedad, la ecología, etc. Son todos sistemas completamente
integrados. Pero se entiende; la mezcla de elementos técnicos con cuestiones de índole humana
y social es compleja, y a menudo resulta doloroso cambiar creencias y reacciones atávicas.
Por su parte, la DC oficializó la candidatura de Radomiro Tomic, quien puso como condi-
ción una alianza con el bloque marxista. Dicha alianza fue rechazada por la Unidad Popular, y
Tomic debió enfrentar la elección apoyado sólo por su partido. De esta manera, las esperanzas
de desarrollo humano y espiritual depositadas en Frei Montalva, dada su inspiración en las
doctrinas de Maritain, se convertían con Tomic en la expectativa de una atemorizante “fusión”
con el colectivismo marxista. Un giro incomprensible, pues los fundamentos esenciales del
partido eran democracia y cristianismo. La DC había fracasado en ser una alternativa superior
al liberalismo y al socialismo, como sus propios principios lo declaraban.
Las elecciones del 4 de septiembre de 1970 dieron como ganador a Salvador Allende,
con el 36% de los votos. Alessandri obtuvo el 35%, y en tercer lugar, con el 28% de los su-
fragios, llegó R. Tomic.
El 5 de septiembre, apenas se conoció el triunfo electoral de Allende, comenzó el éxodo
de capitales y familias completas, y la economía se desbandó. En la primera semana se produ-
jo una corrida bancaria de 200 millones de escudos, y otro tanto ocurrió en la Asociación de
364 Sergio de Castro señala que los únicos empresarios que se interesaron por su plan fueron don Carlos Urenda y Fernando Léniz.

355
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ahorro y Préstamos. Los valores de la bolsa cayeron un 60%, y se paralizaron prácticamente


todos los proyectos de inversión. La crudeza con que dio a conocer la situación el ministro de
Hacienda, Andrés Zaldívar, desató el pánico en el sector socioeconómico alto y medio del país.
El 22 de octubre fue asesinado estúpidamente el comandante en jefe del ejército, general
René Schneider, suceso que convulsionó el país y sobre todo el ambiente político. Investi-
gaciones posteriores determinaron que el crimen fue planeado y ejecutado por un grupo de
derecha que pretendía secuestrar a Schneider para provocar un pronunciamiento militar. Cosa
que no sólo no ocurrió, sino que además reforzó políticamente a Allende.
Desde 1930 hasta 1971, el PIB per cápita (dentro de oscilaciones positivas y negativas)
creció a un promedio anual de un 2,6%365. Crecimiento bastante magro, si se considera que
Chile, entre 1986 y 1996, creció a un promedio anual de 7,6%. Los economistas denominan a
esta ultima época “la década dorada” de la economía chilena.

El intento totalitario y el colapso de la UP

Asumió Allende (1970-1973), quien estuvo lejos de obtener la mayoría popular, pues no fue
elegido por la ciudadanía en forma directa. Fue designado por el Congreso, que legalmente
tenía la opción de designar a Alessandri. El parlamento le exigio a Allende, a cambio de su
designación, firmar un Estatuto de Garantías Constitucionales. Tiempo después Allende dijo
que tal firma había sido sólo un paso estratégico para acceder al poder, y que nunca había
pensado cumplir ese “estatuto burgués”, pese a que el documento preservaba los derechos
ciudadanos establecidos en la Constitución, el estado de derecho, la libertad de enseñanza,
el apoliticismo de las FF.AA., etc. Uno de sus ministros ratificó esa intención presidencial,
diciendo: “La revolución se mantendrá dentro del derecho mientras el derecho no pretenda
frenar la revolucion”. Nuevamente se hacían presentes el idealismo y su hijo putativo: el
totalitarismo. A su vez, el secretario general del partido socialista gobernante felicitaba públi-
camente a los trabajadores que no se sometían al orden jurídico. Y no creamos que ese tipo
de bravatas quedaron superadas por la historia; mi impresión es que todavía están latentes, a
juzgar por lo que señaló el presidente de la CUT en un programa de Tolerancia Cero del canal
11 de TV durante el año 2008: que los trabajadores afiliados a la CUT sólo aceptarán leyes
que no los perjudiquen. Y a nivel latinoamericano, tenemos los intentos de perpetuación en
el poder de Hugo Chavez y de casi todos los miembros del grupo ALBA, que a mediados del
año 2009 estaba conformado por al menos 8 países latinoamericanos.
Cuando Allende llegó al poder, sabía que la tarea de socializar por entero la vida económi-
ca, social y política estaba bastante avanzada. De la etapa controladora e interventora había que
pasar ahora a la fase final, a que el Estado tomara posesión directa de los bienes de producción
agrícola e industrial, financieros y de servicios. Como casi siempre ha ocurrido en nuestro
país, la derecha comenzó a reaccionar tardíamente, no obstante que había dado sus votos y su
respaldo intelectual a muchas iniciativas contrarias al ejercicio de la propiedad, creyendo en
la estrategia de que si concedía algo a la izquierda en esa materia, ésta frenaría sus ímpetus.
Aprovecho de reiterar algo que está mencionado en varios pasajes de este libro. No de-
fiendo ni estoy en contra del actual sistema de propiedad que existe en Chile, ni tampoco
respecto a la forma de ejercerla. Lo que propongo en este libro es la necesidad de extender
su acceso progresivamente a todos los chilenos, y asimismo el ejercicio del emprendimiento,
como condición crucial de su desarrollo moral, familiar, social, político y económico.
365 Informe “Crecimiento Económico de Chile: Evidencias, Fuentes y Perspectivas”, de José De Gregorio.

356
Sebastián Burr

De esta manera, revisar la trayectoria contra la propiedad y su ejercicio que llevaron a


cabo anteriores gobiernos, tiene por objeto hacer patente la anomalía de que un derecho casi
natural de la persona, que es emprender, y aumentar mediante esa actividad su desarrollo
moral, familiar y socioeconómico, fue siendo conculcado sistemáticamente, desde 1925 hasta
1973. Y si bien el el emprendimiento tuvo una impresionante expansión a partir de 1976 —
desgraciadamente aún está limitada a muy pocos—, a partir de 1990 comenzó a revertirse len-
tamente, sobre todo por la vía laboral y tributaria, por la burocracia estatal, el activismo de los
ambientalistas y la corrupción imperante. Poco a poco esas obstrucciones han ido asfixiando
el emprendimiento, principalmente el de las Pymes, sin que se implementen mecanismos para
que todos los chilenos puedan acceder a la propiedad, y ejercerla de un modo activo y prota-
gónico. Existe tal grado de burocracia estatal, que cualquier ciudadano que quiera emprender
cumpliendo todas las exigencias de la autoridad, con suerte podrá empezar a hacerlo en un
año. Y si se entrampa en cuestiones medioambientales, y éstas además se mediatizan, lo más
probable es que nunca lo logre.
Ya el programa de la Unidad Popular había puesto en conocimiento de la opinión pública
sus intenciones respecto a la propiedad y al ejercicio de la misma. “Las fuerzas populares
unidas buscan como objetivo central de su política reemplazar la actual estructura econó-
mica terminando con el poder del capital monopolista nacional y extranjero y del latifundio
para iniciar la construcción del socialismo”. Y para concretar su propuesta política, Salvador
Allende, en una concentración realizada el 1° de septiembre de 1970, anunció que nacionali-
zaría, además de la gran minería del cobre y del hierro, todos los bancos, el salitre, la Compa-
ñía de Teléfonos, Carbonífera Lota Schwager, Indus, Yarur, Bata, Cemento Melón, la CCU,
el comercio exterior, las compañías de seguros, la distribución del petróleo y sus derivados,
incluido el gas licuado366. Respecto al sistema de propiedad y su ejercicio, que identificaba
con el capitalismo, dijo lo siguiente: “Las circunstancias de Rusia en el año 17 y de Chile en
el presente son muy distintas. Sin embargo el desafío histórico es semejante”367. Y afirmó que
en la U.R.S.S. se había logrado imponer una de las fórmulas del socialismo: la dictadura del
proletariado. “… naciones con una gran masa de población pueden, en períodos relativamen-
te breves, romper con el atraso y ponerse a la altura de la civilización de nuestro tiempo. Los
ejemplos de la U.R.S.S. y de la República Popular China son elocuentes por sí mismos”368.
Aquí simplemente no cabe comentario alguno, pues el sentido común y la elocuencia his-
tórica hablaron también por sí solos. Con mucho énfasis, Allende proclamó en el Congreso
Nacional que Chile era “la primera nación de la tierra en conformar el segundo modelo de
transición de la sociedad socialista”369.
Desde el momento mismo en que Allende fue designado presidente por el Congreso, la
situación política y social se polarizó hasta un extremo nunca antes visto en el país. La iz-
quierda se envalentonó, y se sintió respaldada por ciertos resultados del modelo cubano, por
la tutela activa de Castro y de la Unión Soviética, por la admiración de sectores populares del
mundo entero, y por la adhesión de una parte importante de la DC, que había adoptado posi-
ciones de izquierda e incluso marxistas. La ideología de la liberación hacia su debut en Lati-
noamérica, y las conclusiones del Concilio Vaticano II habían cumplido 5 años. Por primera
vez en su historia, la izquierda creía contar con un amplio respaldo moral, que la impulsaba a
radicalizar el proceso, hasta alcanzar el poder total.

366 Revista Ercilla N° 1.838, pág. 11.


367 Quiroga Patricio, Salvador Allende. Obras escogidas (1970-1973), Santiago, 1989. pág. II.
368 Idem.
369 Idem.

357
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La derecha, a su vez, veía cómo la Constitución e incluso la democracia no funcionaban


como dique de contención de los ímpetus marxistas, aunque Allende sólo había obtenido una
mayoría relativa mínima (36% de los votos). Sin embargo, en 1971, en una elección comple-
mentaria de diputado por Valparaíso, ganó el candidato derechista, y ese triunfo le dio un nue-
vo aire para rearmarse. Se organizó el movimiento nacionalista Patria y Libertad, que contaba
con simpatías dentro del ejército.
En ese convulso escenario, la DC andaba a la deriva, como una corriente ingenua y
desenfocada. El gobierno de Allende empezó a desmantelarle sus bases, y la DC sufrió una
nueva escisión: la Izquierda Cristiana. El golpe fue tremendamente duro, pues se sumaba
a la creación del MAPU. Pero hubo más: en julio de 1971, un grupo de izquierda (VOP)
ametralló a sangre fría al DC Edmundo Pérez Zujovic, ex ministro del Interior y ex vice-
presidente de la República. Acto seguido, la VOP, que estimó haber sido traicionada (¡!)
(el acribillamiento de los hermanos Rivera Calderón) por el director de Investigaciones
(Jorge “Coco” Paredes), intentó asesinarlo mediante una bomba humana en el edificio de la
dirección, situado en General Mackenna. Ante tantos descalabros, a los que se agregaba la
utilización gubernamental de resquicios legales para intervenir empresas y saltarse la Cons-
titución, la DC se pasó a la oposición, y en alianza con el partido nacional formó la CODE
(Confederación Democrática).
Ahora bien, Allende entendía que la única manera de que su revolución pudiera tener éxi-
to, era hacerla dentro de la ley. Por lo tanto, para concretar sus planes antipropiedad y antiem-
prendimiento, necesitaba instrumentos legales, que no eran fáciles de obtener, pues la Unidad
Popular no tenía mayoría parlamentaria, toda vez que la DC se había alineado férreamente
con la oposición. Pero en ese punto crucial contó con la colaboración del abogado Eduardo
Novoa Monreal, quien dio la solución inventando la fórmula de los resquicios legales. Esa
fórmula consistía en utilizar técnicamente ciertas leyes que estaban vigentes desde 1932, y
que permitían intervenir empresas cuando se encontraban en problemas, pero cuyo espíritu al
dictarlas no había sido la expropiación ni la estatización.
El más conocido de esos corpus legales era el D.L. 520 promulgado durante la República
Socialista, que le había dado un carácter dictatorial. Los gobiernos posteriores sólo lo habían
ido modificando, y por lo tanto su reconocimiento era políticamente transversal, incluso a
nivel de tribunales. Eduardo Novoa señaló que el D.L. 520 proporcionaba una cantidad enor-
me de herramientas para la expropiación de predios agrícolas y de empresas industriales,
comerciales y distribuidoras de artículos de primera necesidad. Además, permitía una plani-
ficación casi completa de la economía370. También aconsejó usar las facultades que otorgaba
a la Empresa de Comercio Agrícola el D.F.L. N° 274 de 1960, y las amplísimas atribuciones
que se le habían conferido a la CORFO desde su creación en 1939, que le permitían la compra
masiva de acciones de los bancos que operaban en Chile371. Lo mismo se hizo con el artículo
626 del Código del Trabajo, que se utilizó para intervenir empresas una vez que los sindicatos,
comandados por los partidarios de la Unidad Popular, provocaban algún conflicto, y entonces
el gobierno las intervenìa para “resolverlo”. Se aplicó asimismo el artículo N° 38 de la Ley de
Seguridad del Estado, que autorizaba a reanudar faenas en caso de paralización de industrias
vitales para la economía nacional, nombrando interventores designados por el ejecutivo, de
acuerdo al artículo 171 de la ley N° 16.640 de 1967, que lo facultaba para hacerlo. Por último,
se recurrió al artículo 4° de la ley 17.074 de 1968, que autorizaba la intervención aunque no
se cumplieran los requisitos que señalaban las leyes anteriores.

370 Novoa, Vías legale. Cit., págs. 119 y ss.


371 Cfr. ídem, págs. 122 y ss.

358
Sebastián Burr

De esta manera, echando mano a disposiciones legales decretadas en 1932, y “retocadas”


posteriormente, Allende pudo poner en ejecución su proyecto de estatizar la economía, cosa
que él mismo reconocía. En su mensaje del 21 de mayo de 1972, haciendo referencia al D.L.
520 y al D.L. 338 de 1945, reglamentario del anterior, declaró: “Hasta el año pasado las
facultades que otorgaban dichos cuerpos legales habían sido ejercidas con un criterio res-
trictivo. El ministerio de Economía, Fomento y Reconstrucción y esta Dirección (de Industria
y Comercio) estimaron conveniente, a fin de poder cumplir con el programa del Gobierno
Popular, hacer uso de los mecanismos legales a plenitud”372.
En 1970 se decretó sólo una requisición; en 1971 se concretaron 60; en 1972 subieron a
113; y en 1973 alcanzaron a 219.
La oposición reaccionó vehementemente contra esas confiscaciones, pero poco y nada
podía hacer, pues estaban respaldadas por normas legales que seguían vigentes, aunque
el uso que hacía de ellas el gobierno de Allende no correspondiera a la intención con que
habían sido promulgadas.
Cuando la Contraloría General de la República devolvía los decretos de requisición porque
estimaba que contenían vicios jurídicos, el gobierno firmaba un decreto de insistencia, y supera-
ba el impedimento legal. Un caso concreto, que involucró a la Corte Suprema, fue el que afectó
a la empresa Yarur. Los trabajadores partidarios de la Unidad Popular partieron por promover
una huelga. Se paralizó la producción, se generó el desabastecimiento, y el gobierno decretó
su requisición. Los propietarios apelaron a la DIRINCO contra la resolución requisatoria, de
acuerdo al artículo 11 de la ley 17.066, pero ese organismo declaró improcedente el recurso.
Recurrieron entonces al Tribunal de Comercio creado por la ley 17.066, que no dio lugar al
recurso por considerar que no procedía apelar de una resolución requisatoria. Los propietarios
acudieron por último a la Corte Suprema, para que dejara sin efecto la resolución del Tribunal
de Comercio y se concediera la apelación. El gobierno declaró que la Corte Suprema era incom-
petente, y rechazó su intervención. Pero la Corte acogió el recurso en fallo del 4 de enero de
1972, dejando sin efecto la decisión del Tribunal de Comercio. El gobierno reaccionó airada-
mente, organizando manifestaciones callejeras populares, en tono muy agresivo contra la Corte
Suprema, pero que apuntaban a abolir en Chile el derecho de propiedad. Evidentemente, la
decisión de la Corte Suprema ponía una luz roja al masivo proceso de requisición del gobierno;
en consecuencia, el paso siguiente era dejar sin aplicación las resoluciones de los tribunales de
justicia. El expediente más simple fue no proporcionar la fuerza pública; o proporcionarla, pero
dar orden a Carabineros, a través del ministerio del Interior, de que concurriera sin armamento
a fin de “evitar enfrentamientos”, pues los partidarios del gobierno estaban armados. O bien el
interventor a cargo del establecimiento requisado no dejaba a los jueces cumplir su cometido373.
El 30 de octubre de 1972, la Corte Suprema envió un oficio al presidente de la República, en
el que le señalaba “… la imperiosa necesidad de que se sirva instruir a sus secretarios de Estado
para que a su vez estos los hagan saber a sus subalternos y a las personas que son designadas
interventores o jefes de Zonas de Emergencia, de acuerdo con la ley de seguridad del Estado u
otros estatutos legales, acerca del estricto acatamiento de las decisiones que en el ejercicio de
sus facultades constitucionales expidan los Tribunales Ordinarios de Justicia y acerca del trato
cortés que sus funcionarios merecen, orden que sería remedio seguro de los males descritos”374.
De esta manera, no sólo caía el estado de derecho, sino que además los propietarios, cual-
quiera fuera su envergadura, actividad o posición política, no tenían cómo defenderse de la

372 Ídem, pág. 425.


373 Caso de los Supermercados Almac y el diario La Mañana de Talca.
374 Extraído de Algunos Fundamentos de la Intervención Militar en Chile de 1973, Santiago, pág. 29.

359
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

arremetida del ejecutivo, respaldada casi siempre por grupos ilegalmente armados. La actua-
ción de dichos grupos no era meramente circunstancial; era parte del plan de vulnerar las de-
cisiones de los tribunales en cuanto a la defensa de la propiedad. En una circular confidencial
que dirigió el 13 de enero de 1973 el ministro del Interior, general Carlos Prats, a Carabineros
de Chile, sobre el procedimiento a seguir para dar cumplimiento a las órdenes judiciales de
desalojo de determinados establecimientos o industrias, se daban las siguientes instrucciones:
“En los casos en que el tribunal competente imparta orden directa a Carabineros de Chile,
de desalojo de determinado establecimiento o industria, el jefe policial correspondiente lo
comunicará por escrito al Intendente o Gobernador respectivo, acompañándole copia de
la orden”. “Si las circunstancias laborales o de otra índole, determinan que se trata de un
caso conflictivo que incida en los deberes que le señala el artículo 45 de la Ley de Régimen
Interior, el Intendente o Gobernador comunicará por escrito al ministro del Interior y al jefe
de carabineros, que es indispensable suspender la ejecución del desalojo, a fin de deslindar
responsabilidad de la fuerza pública”375.
En vista de que el gobierno insistió, bajo los más variados subterfugios, en proseguir su
ataque contra la propiedad y su ejercicio, y en dejar sin efecto las resoluciones de los tribuna-
les de justicia, la Corte Suprema volvió a oficiar al presidente Allende el 26 de mayo de 1973,
haciéndole presente “por enésima vez la actitud ilegal de la autoridad administrativa en la
ilícita intromisión en asuntos judiciales, así como la obstrucción de carabineros en el cumpli-
miento de órdenes emanadas de un Juzgado del Crimen, que de acuerdo con la ley, deben ser
ejecutadas por dicho cuerpo sin obstáculo alguno”376.
El 12 de junio de 1973, el presidente Allende insistíó ante la Corte Suprema, mediante
un oficio relativo al derecho de propiedad, en el cual reclamaba que los tribunales hubieran
dejado en libertad incondicional a un grupo de latifundistas armados que habían retomado un
fundo (Chesque, en Loncoche), dejando como saldo un ocupante mapuche muerto, por con-
siderar que se daba la figura de la legítima defensa. Según Allende, eso revelaba por parte de
los tribunales una manifiesta incomprensión del proceso de transformaciones que vivía el país
y del anhelo de justicia social de las grandes masas postergadas. En otras palabras, les decía
a los tribunales que debían interpretar el derecho de propiedad y la defensa de ese derecho
al modo socialista y revolucionario de entender el problema. La Corte respondió así: “¿Pre-
tende el oficio de vuestra excelencia que los tribunales de justicia olviden la ley, prescindan
de todos sus principios y en nombre de una justicia social sin ley, arbitraria, acomodaticia y
hasta delictuosa en su caso, amparen incondicionalmente a los tomadores y repudien de la
misma manera a los que pretendan la recuperación de los predios tomados?” Era evidente
la gigantesca diferencia de apreciación del derecho de propiedad y de su ejercicio que tenían
ambos poderes, como asimismo la radical actitud antipropiedad del presidente Allende.
Pese a las advertencias judiciales, la escalada expropiatoria siguió adelante. Ya se dijo que
en al área agrícola el gobierno de Frei Montalva había expropiado 1.415 predios, que sumaban
cerca de 4.000.000 de hectáreas. Entre 1970 y 1973 se expropiaron 4.394 predios, cuya super-
ficie total ascendía a 5.873.053 hectáreas. Y casi no se hicieron propietarios, pues la Unidad
Popular, una vez avanzado el proceso, modificó su discurso, declarando que la reforma no había
sido realizada para formar una nueva clase de propietarios, sino para abolir la propiedad.
El 30 de diciembre de 1970, Allende había anunciado en un discurso que nacionalizaría
(estatizaría) la banca. Y mientras se afinaba el proyecto de ley (que no envió, pues no con-
taba con mayoría parlamentaria), comenzó a concretar dicha nacionalización a través de la

375 Echeverría y Frei, op. cit., tomo 3, pág. 154.


376 Extraído de Algunos Fundamentos de la Intervención Militar en Chile de 1973, pág. 39.

360
Sebastián Burr

CORFO, y a comprar a través del Banco del Estado las acciones de los bancos particulares
que se le ofrecieran en venta. Como la inflación que se esperaba era altísima, la tasa de des-
cuento que se pagaba era también alta. A fines del año 1971, el control de la banca por parte
del gobierno era casi total. El ministro de Hacienda Américo Zorrilla decía respecto a la na-
cionalización de la banca: “El estado controla ahora 16 bancos que en su conjunto proporcio-
nan el 90% del crédito… Este proceso de nacionalización significa que se han roto los lazos
entre el capital financiero y el capital monopólico industrial”377. El fiscal Waldo Ortúzar, de
la Comisión Antimonopolios, declaró que esa operación transgredía la ley antimonopolios; el
Consejo de Defensa del Estado sostuvo la posición contraria; y el Consejo de la Comisión An-
timonopolios replicó que carecía de jurisdicción para conocer la denuncia. La Corte Suprema
se declaró competente, y dictaminó que la Comisión debía pronunciarse sobre el fondo del
asunto; pero eso no ocurrió, porque los representantes del gobierno nunca dieron el quórum
para reunirse. Y el gobierno, en su incesante embestida contra el ejercicio de la propiedad,
seguía utilizando resquicio tras resquicio, haciendo imposible que prevaleciera el derecho.
Ahora bien, paralelamente a la ejecución de ese proyecto sistemático de estatizar la
propiedad, se habían desarrollado otros sucesos que habían ido configurando un escenario
igualmente caótico.
Dentro de la coalición gobernante se enfrentaban bandos de tendencia más y menos re-
volucionaria, y en algunos casos fuera de la legalidad, como era el caso del MIR. Y desde el
congreso de La Serena en 1971, el secretario general del partido socialista, Carlos Altamirano,
propiciaba también la conquista del poder total por la vía armada. Esa fuerte pugna ideológi-
ca, que se centraba en definir la manera de hacer la revolución, desvió la atención del gobierno
de las tareas administrativas del país. La gran mayoría de los militantes del partido socialista,
junto con el MAPU y la Izquierda Cristiana (escindidos de la DC), apoyados desde fuera del
gobierno por el MIR, intentaron sobrepasar la Constitución e instaurar la dictadura del prole-
tariado marxista-leninista, pero bajo el modelo cubano. Otra corriente, liderada por el partido
comunista, y que incluía a ciertos miembros del PS, el MAPU y la IC, era partidaria de hacer
la revolución dentro de la legalidad, usando los resquicios legales, y simultáneamente, me-
diante el plan Vuskovic, desmantelar378 la economía para someterla a un férreo control estatal.
El plan de Allende era más o menos elemental. Su objetivo final no era mejorar la eco-
nomía y el ingreso real de los trabajadores, sino alcanzar el poder total e instaurar en Chile
una dictadura marxista análoga a la de Fidel Castro. Por lo demás, ni un alumno de primer
año de universidad podría haberle hecho en tan poco tiempo tanto daño económico al país
y a todos sus habitantes, a menos que hubiese tenido un propósito deliberado de trastocar
la economía, y una vez producido el descalabro imponer la estatización total de los medios
de producción, justificándola como una medida de orden absolutamente necesaria. Pero la
izquierda chilena ha preferido ser considerada inepta e ineficiente durante el gobierno de
la UP, y no reconocer que su verdadera intención política era totalitaria y marxista. Para su
desgracia, la historia no los respalda, pues los Congresos del partido socialista de los años
1965, 1967, 1969 y 1971, acordaron oficialmente la lucha armada para destruir la demo-
cracia republicana, tomar el poder e instaurar la dictadura del proletariado. En esto no es
mucho más lo que se puede agregar, salvo que uno de los grandes mentores políticos del

377 Larraín, Felipe, y Meller, Patricio, La experiencia socialista populista chilena.


378 En 1971, el gasto público subió un 66% respecto a 1970; los sueldos y salarios, un 55%. El plan era aumentar los ingresos
para que aumentara la demanda. Con esto se buscaba generar un clima de prosperidad, implementar los cambios sociopolí-
ticos y consolidar la revolución. Lo que se consiguió fue una inflación desbocada y una economía en creciente descenso. En
1971, la economía chilena creció un 9%, y el desempleo bajó a un 3.,8% pero el déficit fiscal subió un 4% en 1970, y un 8%
en 1971. En 1972, el PGB fue de -1,2%, y la inflación llegó a 163%. En 1973, el PGB alcanzó un -4,2%, y el IPC un 381%.

361
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

presidente Allende, Fidel Castro, lleva más de 50 años gobernando Cuba en forma comple-
tamente dictatorial, últimamente a través de su hermano Raúl Castro.
De esta manera, el blanco preferente de esa escalada hacia el poder fue la economía. Pri-
mero se decretó un aumento sustancial de los salarios, para elevar el consumo, tener contenta
a la población, y de paso activar una hipotética capacidad productiva preexistente, exceden-
taria u ociosa379, que cubriera la demanda adicional. Pronto los ideólogos del “plan maestro”
alzaron nuevamente los salarios, pues la inflación comenzó a dispararse, lo que obviamente
generó un círculo vicioso. Esos incrementos hicieron subir los precios de las materias primas,
y como los precios de los diversos productos estaban fijados por ley, muchas empresas mer-
maron su producción, a raíz de lo cual entraron en escena el desabastecimiento y el mercado
negro. Mercado negro que a la mayoría de los empresarios les generaba mayor rentabilidad
que su operación directa, razón que explica que hayan especulado mucho con ello y la escasez
se haya tornado crítica. Entonces el gobierno, que debido a la euforia del consumo había me-
jorado sus niveles de adhesión política (del 33% aproximado a casi un 49%), desató la retórica
de la lucha de clases y comenzó a estatizar empresas que no eran “capaces” de satisfacer la
demanda, y a las cuales acusaba de generar el desabastecimiento y el mercado negro. La in-
tención oculta del plan era causar un gran desorden, para acto seguido “reordenar” la situación
de acuerdo a los cánones del socialismo más extremo.
Como aún no aparecían signos evidentes de deterioro de la economía, no obstante la
duplicación de la masa monetaria sin respaldo y el artificial mecanismo económico utilizado
por el ministro Vuskovic, Frei Montalva envió un memorándum confidencial a los jefes de su
antiguo equipo económico —Sergio Molina, Andrés Zaldívar y Jorge Cauas—, “recriminán-
doles que no lo hubieran dejado realizar lo que ahora estaba haciendo con tanto éxito la Uni-
dad Popular: expandir el crédito y emitir”. En dicho documento, Frei se lamentaba de haber
escuchado los cantos de sirena de sus asesores, en especial los del Banco Central —Massad y
Cauas—, quienes, arguyendo un desastre, le habían impedido emitir 500 millones de escudos
al año, lo que le habría permitido mejorar las cifras de crecimiento de su gobierno, que, en
relación al de Alessandri, arrojaba un saldo muy desfavorable para su gestión. A su juicio, la
experiencia que estaba llevando a cabo Allende merecía análisis y reflexión, ya que “es un he-
cho que la expansión del crédito ha revelado por una parte que una inyección al mercado es
capaz de estimular el desarrollo, por lo menos en los tiempos previstos, y aun quienes prevén
la catástrofe creen que habría un segundo tiempo capaz de eliminar las presiones negativas
y dejar un saldo positivo”. Agregaba que los hechos que estaba observando demostraban que
una expansión monetaria para crear trabajo y obras productivas, y un aumento de la emisión
con ese objeto, no era perjudicial para la economía, y que realmente el país tenía una capaci-
dad más elástica de la que se afirmaba en cuanto a responder a las solicitaciones del merca-
do380. Frei Montalva hacia propias también las recetas cepalianas y keynesianas.
Se desconoce cuánto sabía Frei de economía, pero en el ámbito de la industria casi
nadie dudaba del desastroso resultado que tendría la emisión monetaria basada en los hipo-
téticos excedentes del plan Vuskovic. Sin embargo, Frei dudaba, y a tal punto, que envió ese
memorándum confidencial. Meses después, respecto a las recetas “mágicas” de Allende y al
plan Vuskovic, el mismo Frei Montalva decía: “No hace mucho volví a leer la exposición de
la Hacienda Pública de 1971. Es algo increíble… A veces uno no sabe si se las arreglaron
379 Es verdad que algunas empresas tienen cierto grado de elasticidad en términos productivos, pero de ninguna manera esa
capacidad ociosa se puede mantener inalterablemente productiva en el tiempo; sólo permite soportar determinadas curvas
de demanda y en momentos puntuales. Mantener sin inversión una curva alta de demanda lleva irremediablemente a una
crisis de crecimiento, crisis que suele ser mucho más compleja y onerosa que una crisis de decrecimiento.
380 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs 148-149.

362
Sebastián Burr

para transformar la realidad económica del país en una inmensa ficción. A veces sospecho
que de verdad creían lo que hablaban sobre la apropiación del excedente, la necesidad de
enfrentarse al imperialismo norteamericano y todas esas fantasías. La fórmula para apro-
piarse del excedente consistía en tener una política de precios discriminatorios, a fin de
neutralizar los monopolios internos y externos. Entonces fijaban precios bajo el costo para
apropiarse del excedente. ¡De locos!”... “Definitivamente, la izquierda no tenía la menor
idea de cómo funciona una economía. Y si la tenía, la estaba usando como vehículo para
acceder y mantener el poder total”381.
Ante el desabastecimiento general, el gobierno comenzó a administrar el racionamiento
de los alimentos a través de las JAP. Simultáneamente, los sindicatos pro Unidad Popular
desataban conflictos artificiales en otras empresas que también el gobierno quería estatizar,
haciendo que la economía productiva cayese cada vez más en manos del Estado. La espiral
de inflación, desabastecimiento y mercado negro generó un círculo vicioso descontrolado, y
obligó a importar alimentos masivamente, al punto que se agotaron las pocas divisas que el
país era capaz de generar382.
Muchos suponen que los líderes de la UP no sabían de economía. Mi opinión es que
sabían poco, pero lo que les interesaba no era eso, sino quebrar el sistema económico vigente
para implantar “soluciones” tales como la intervención de las empresas, las JAP y el control
total de la economía, y entrar en una escalada de poder cuyos siguientes pasos serían la Educa-
ción Unificada, la asamblea del pueblo, los tribunales populares, etc. El proyecto falló porque
se desincronizó del caos económico, y por el poder paralelo que organizó la extrema izquier-
da; el gobierno perdió el control del proceso, y buena parte de la adhesión ciudadana. Al final,
más del 70% de la población pedía la intervención militar, pues el país estaba paralizado, sin
alimentos, sin divisas, en un estado de encrispación total y al borde de una guerra civil.
Allende no pudo (o no quiso) controlar los ímpetus de los socialistas radicales, que multi-
plicaron la toma de campos, terrenos urbanos, empresas grandes y medianas, usando a veces la
violencia, y reclutando para la revolución a muchos trabajadores de las principales industrias
(cordones industriales). Desde 1972, la economía se fue deteriorando rápidamente, por la caída
en picada de los índices de productividad, tanto de las empresas intervenidas como de las que
aún no lo estaban. Finalmente, en 1973 hubo un intento de infiltración de la Armada, del cual
se jactó Carlos Altamirano en un encendido discurso. Se fortaleció así la facción violentista del
oficialismo. Pero la oposición al gobierno y a la Unidad Popular crecía día a día, incorporando
trabajadores del cobre, sectores de clase media, pequeños industriales, comerciantes, empresas
de servicios (entre ellas los transportistas), etc., que sabían que serían el objetivo siguiente,
una vez que se estableciera el control estatal de la economía. Los grupos violentistas de la UP
aceleraban el proceso, pues la oposición iba ganando cada vez más adeptos. A mediados de
1972, muchos pensaban que Chile no tenía otra solución que la guerra civil, o bien un pronun-
ciamiento militar. Además, la toma de los campos e industrias era defendida por el gobierno, lo
que difuminaba la diferencia entre sectores “legalistas” y “violentistas”.
En octubre de 1972, se declaró un paro nacional de numerosos sectores activos: pequeños
y medianos empresarios, comerciantes, transportistas, estudiantes, trabajadores de la minería,
etc. Estaba apoyado por la DC y el PN, contaba con recursos provenientes del gobierno de
USA, y detuvo casi por completo el traslado de productos y mercaderías a través del país.
381 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Pág. 149.
382 En el año 1972, el circulante en moneda nacional se duplicó con respecto al año anterior. En 1973 se cuadriplicó, hasta
llegar a un nivel 22 veces mayor que al inicio del gobierno de la UP. Así el índice de precios al por mayor (IPM) alcanzó un
aumento de 1.000%, el más alto del mundo. Fuente: Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el
arquitecto del modelo económico chileno. Pág. 151.

363
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ante la gravedad de la situación, a la que se agregaban el desabastecimiento generalizado,


protestas masivas, etc., el gobierno incorporó al gabinete a altos oficiales de las FF.AA., pese
a su carácter apolítico, que la misma izquierda exigía y proclamaba. Aun así, el proceso vio-
lentista siguió adelante, y los militares lo constataban desde el propio gobierno.
Las Fuerzas Armadas permanecían al margen de toda gestión gubernativa desde 1932,
luego del gran desprestigio sufrido en el período anterior. Matices más, matices menos, su
mentalidad había sido moldeada por el occidentalismo cristiano, y eran por lo tanto nacio-
nalistas y antimarxistas. De hecho, su patrona es hasta hoy la Virgen del Carmen, y en cada
buque de la Armada hay una gruta consagrada a su imagen. La enseñanza que reciben está
fundada en los valores espirituales; son jerárquicas, obedientes, austeras, no permiten vicios,
y cubren eficientemente todo el territorio nacional. El peor error estratégico de la izquierda,
quizás por su extremo idealismo, fue haber desconocido esa fisonomía del mundo militar.
En ese entonces las FF.AA. se componían de 60 mil hombres más 30 mil carabineros,
todos razonablemente bien entrenados. La izquierda sabía que el triunfo de su revolución
requería también dividirlas, de modo que estallara una guerra civil similar a la que había ocu-
rrido en España, pero esta vez con un apoyo efectivo de Fidel Castro y de una Unión Soviética
a la que el propio Salvador Allende consideraba el “hermano mayor”.
Si bien la violencia fue creciendo, no hubo enfrentamientos sangrientos, aunque algunas
acciones aisladas y confusas dejaron varios muertos en cada bando. La situación adquirió
otro color cuando se descubrió una internación ilegal de armas provenientes de Cuba. Sin
embargo, las fuerzas irregulares con que contaba el gobierno (paramilitares) eran bastante
insignificantes, pese a la retórica con que pretendía hacer creer que había un equilibrio al
respecto entre la UP y la oposición.
Las elecciones realizadas en marzo de 1973 revelaron que la Unidad Popular contaba
aún con un importante respaldo (43%), lo que insufló más dogmatismo a los violentistas
liderados por Carlos Altamirano. Esa obcecación indujo a retirarse del gobierno a los ofi-
ciales que lo integraban, pese a la oposición del general Carlos Prats, comandante en jefe
del ejército. Y la presentación del proyecto de Escuela Nacional Unificada, que pretendía
introducir la ideología marxista en la educación, deterioró aún más las relaciones entre el
oficialismo y las FF.AA. Pero el gobierno no retiró el proyecto, y se empecinó en exigir su
aprobación al parlamento. Paralelamente, la economía seguía cayendo estrepitosamente, y
la oposición se endurecía al extremo.
Una primera señal de pronunciamiento del ejército fue el alzamiento del comandante
Souper al frente de un regimiento blindado. El 29 de junio de 1973, condujo una docena de
tanques hasta el ministerio de Defensa, con el objeto de rescatar a varios oficiales detenidos
por motivos políticos. Al parecer, pensaba rodear después el palacio de La Moneda y derrocar
al gobierno. El alzamiento de Souper fue controlado por el propio general Carlos Prats.
Desde entonces se ha especulado que ese alzamiento fue un “globo sonda”, destinado a
medir la reacción y la envergadura de las fuerzas de izquierda, en el caso de una intervención
a gran escala de las FF.AA. En realidad, más allá de la vociferación de la UP, no se produjo
la reacción con la cual el país estaba amenazado. Eso confirmaría la hipótesis del “globo
sonda”, además de que en Punta Arenas ocurrió un intento militar análogo, y tampoco hubo
reacción armada de la izquierda. Aunque en ese caso las pretensiones del general Torres
de la Cruz, general de división del ejército, del general Berdichesky de la Fuerza Aérea, y
del almirante Justiniano, a cargo de la zona naval, eran un tanto más audaces, pues estaban
preparando una suerte de independencia político-administrativa de Punta Arenas respecto
al gobierno central. Los tres comandantes tenían pensado tomar el control de Punta Arenas

364
Sebastián Burr

y nombrar una junta de gobierno integrada por ellos mismos. No se sabe si los disuadió el
general Pinochet o el almirante Merino antes del 11 de septiembre de 1973.
Como Prats no contaba con la confianza del alto mando del ejército, renunció a su cargo el
23 de agosto de 1973, después de un incidente a balazos ocurrido en la Avenida Costanera de
Santiago. Allende no pudo persuadirlo, y nombró al general Augusto Pinochet U. como nuevo
comandante en jefe. En el mismo mes de agosto, la cámara de diputados acordó representar al
gobierno y a las FF.AA. el grave quebrantamiento “del orden constitucional y legal de la Repú-
blica”. Los redactores fueron Patricio Aylwin, Sergio Onofre Jarpa y Hermógenes Pérez de Arce.
Días después, una comisión de la Sofofa expuso al presidente del senado, Eduardo Frei Montal-
va, la crítica situación que estaba viviendo la industria, cuyas empresas estaba siendo ocupadas.
Frei respondió que él ya nada podía hacer, y que sólo cabía solicitar ayuda a los militares.
La oposición hizo un último intento de solución legal al conflicto, entablando conversa-
ciones con Allende, en las que participaron el presidente de la DC Patricio Aylwin y el arzo-
bispo de Santiago, cardenal Raúl Silva H., que actuó como agente oficioso. Las conversacio-
nes fracasaron, y Carlos Altamirano puso la última gota que le faltaba al vaso para rebalsarse:
en un discurso pronunciado en el Estadio Chile, dijo que había logrado infiltrar a la Marina
chilena, declaración que produjo un tremendo impacto en la oficialidad naval. Todo estaba
listo para el pronunciamiento de las FF.AA y Carabineros.
A pesar de todos sus errores, el gobierno de la UP había representado una gran esperanza
para los sectores más pobres del país. Y tuvieron su veranito de San Juan, pues la emisión des-
controlada hizo que al menos por un tiempo todos tuvieran más dinero, aunque sin mucho que
comprar, debido al grave desabastecimiento de muchos productos, a tal extremo que el gobierno
tuvo que implementar las JAP, juntas de abastecimiento y precios, que entregaban una tarjeta a
cada ciudadano para asegurarle la entrega de una canasta básica de alimentos e insumos. También
intentó entregar leche a todos los niños de los sectores populares, y salud gratuita a la población,
construyendo 62.000 metros cuadrados adicionales de hospitales, y aumentando a más del doble
la atención médica en los consultorios. Logró cubrir el 80% de las necesidades educativas. Inició
la construcción de 110.000 mil viviendas, de las cuales sólo se alcanzaron a concluir 29.000.
Como contrapartida, al finalizar el gobierno de Allende, el ahorro nacional alcanzaba ape-
nas al 6%. La participación empresarial directa del Estado en el valor total de la producción
del país sobrepasaba el 70%, a excepción de la industrial, en la que bordeaba el 40%. Un 85%
de la producción minera y un 70% del transporte estaban vinculados a empresas estatales.

11 de septiembre de 1973

El 11 de septiembre de 1973 se produjo la esperada intervención militar. Se conminó al presi-


dente Allende a abandonar La Moneda, y se le ofreció un avión para que saliera del país junto
con su familia. Allende rechazó el ofrecimiento, y dijo que no se entregaría vivo. El general
Pinochet dio un plazo perentorio para que todos desalojaran el edificio gubernamental, advir-
tiendo que de otro modo sería bombardeado por la FACH. El bombardeo se aplazó tres veces,
y en vista de la negativa a salir de sus ocupantes, tres aviones de guerra despegaron al mediodía
de la base aérea de Concepción y bombardearon el palacio, provocando un voraz incendio. El
presidente Allende ordenó a sus subalternos salir del edificio, tomó el fusil ametralladora que
le había regalado Fidel Castro, se descerrajó una ráfaga bajo la barbilla y cayó muerto instantá-
neamente en uno de los salones presidenciales. Había concluido el período político más cruen-
to y dramático de la historia de Chile, y comenzaba otro, pero en una dirección muy distinta.

365
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

¿Por qué, después de más de un siglo de jugarse los gobiernos, de una u otra manera, por la
causa de los pobres, se llegó a tal estado de cosas? ¿En que punto exacto se ubicaba la falla de
San Andrés que recorría los andamiajes filosófico-políticos puestos en escena, casi ninguno con
resultados más o menos decentes? ¿O es que el sistema de democracia representativa era y sigue
siendo el gran culpable? ¿Cómo se justificaba la violencia para defender la causa de los pobres,
pero no para defender el orden institucional? ¿Por qué el mundo entero idealiza al guerrillero
Che Guevara, y sataniza a los militares que reconstruyeron su país, con una cantidad de muertos
incomparablemente inferior a las víctimas del marxismo internacional? ¿Por qué son veneradas
las dictaduras de izquierda como la de Fidel Castro, y no execradas con la misma saña que las
de derecha, puesto que ambas constituyen usurpaciones totalitarias del poder político?
La única respuesta a estas preguntas es la que ya hemos señalado a lo largo de este recuento
histórico: Chile importó como modelo las ideologías materialistas acuñadas en Europa, y en ese
marco irreal naufragaron inevitablemente hasta las mejores intenciones de los conductores polí-
ticos, muchos de los cuales seguramente las tuvieron. Ese fue y sigue siendo el trágico equívoco
que ha malogrado nuestra trayectoria desde el momento mismo de nuestra independencia.
En cuanto a la ofensiva contra la propiedad, y por ende contra el emprendimiento iniciada
en 1925, probablemente arrancó de una intención casi sana de redistribuir la riqueza. Pero la
redistribución, salvo que se haga con criterios económicos y sociales muy objetivos y equili-
brados, atrofia la capacidad emprendedora de un pueblo, y esa atrofia genera mayor pobreza.
Al haber mayor pobreza, la ofensiva estatal contra los propietarios y emprendedores, ergo los
más capaces de crear riqueza, se hace más virulenta, y ese grupo tiende a desaparecer; y la
pobreza a aumentar. El paso siguiente de esa ofensiva es arrasar con los niveles más bajos de
propietarios, pues termina culpándolos de que en el país todavía exista una cultura del egoísmo
económico y de la codicia. Y cuando ni siquiera eso resulta, los gobernantes comienzan a bus-
car conspiradores políticos internos y externos, que estarían impidiendo concretar la igualdad y
la revolución socialista. Finalmente, la última etapa de ese proceso casi patológico es comenzar
a buscar culpables entre ellos mismos, hasta que se desmoronan por sí solos. Así ocurrió en
la Revolución Francesa, en la Unión Soviética de Stalin y en los países europeos sometidos a
su órbita. Y esa patología voluntarista, desconectada de la razón y del sentido común, también
afectó a regímenes como el nazismo y el facismo, y a los gobernantes republicanos en España.
Augusto Pinochet (1973-1990). La Junta Militar, mediante el decreto ley N° 1, del mis-
mo 11 de septiembre, declaró que asumía el poder con el fin de “restaurar la chilenidad
quebrantada, la justicia y la institucionalidad”. El Bando N° 5, dado a conocer también ese
mismo día, entregaba el marco de su futura acción política383.

383 Bando N° 5: “Teniendo presente: 1. Que el Gobierno de Allende ha incurrido en grave ilegitimidad demostrada al quebrantar
los derechos fundamentales de libertad de expresión, libertad de enseñanza, derecho de huelga, derecho de petición, derecho
de propiedad, y derecho en general, a una digna y segura subsistencia; 2. Que el mismo Gobierno ha quebrado la unidad na-
cional al ir fomentando artificialmente una lucha de clases estéril y en muchos casos cruenta, perdiendo el valioso aporte que
todo chileno podría hacer en búsqueda del bien de la Patria y llevando a una lucha fratricida y ciega, tras las ideas extrañas
a nuestra idiosincrasia, falsas y probadamente fracasadas; 3. Que el mismo Gobierno se ha mostrado incapaz de mantener
la convivencia entre los chilenos al no acatar y no hacer cumplir el Derecho, gravemente dañado en reiteradas ocasiones; 4.
Que además el Gobierno se ha colocado al margen de la Constitución en múltiples oportunidades usando arbitrios dudosos
e interpretaciones torcidas e intencionadas, o en forma flagrante en otras, las que, por distintos motivos, han quedado sin
sanción; 5. Que, asimismo, usando el subterfugio que ellos mismos han denominado “resquicios legales”, se han dejado leyes
sin ejecución, se han atropellado otras y se han creado situaciones de hecho ilegítimas desde su origen; 6. Que, también,
reiteradamente ha quebrado el mutuo respeto que se deben entre sí los Poderes del Estado, dejando sin efecto las decisiones
del Congreso Nacional, del Poder Judicial y de la Contraloría General de la República, con excusas inadmisibles o sencilla-
mente, sin explicaciones; 7. Que el Poder Ejecutivo se ha extralimitado en sus atribuciones en forma ostensible y deliberada,
procurando acumular en sus manos la mayor cantidad de poder político y económico, en desmedro de actividades nacionales
y poniendo en grave peligro todos los derechos y libertades de los habitantes del país; 8. Que el Presidente de la República
ha mostrado a la faz del país que su autoridad personal está condicionada a las decisiones de comités y directivas de partidos

366
Sebastián Burr

El pronunciamiento de las FF.AA. fue respaldado por los ex presidentes Gabriel Gonzá-
lez Videla, Jorge Alessandri R. y Eduardo Frei M., este último presidente en ese entonces del
senado, por el cardenal Raúl Silva Henríquez y por casi todo el partido demócratacristiano,
que poco tiempo después pasó a conformar la oposición, junto con el mismo Frei Montalva.
Las primeras medidas de la Junta de Gobierno se orientaron a restablecer el orden en el
país. Se suspendió la Constitución (que sería modificada en 1980), se cerró el congreso, se
declararon en receso los partidos políticos y se suprimió la actividad sindical. Se restringieron
drásticamente las libertades civiles y se impuso un severo toque de queda, se prohibió toda
manifestación política, se intervinieron las universidades, nombrando rectores delegados, se
estableció un rígido control sobre los medios de comunicación y se eliminaron de los altos
cargos de la administración pública a todos los funcionarios de la Unidad Popular. Así se
logró erradicar la retórica política de la mente nacional, y se instaló en su lugar la discusión
económica, cuyo tema central fue el de las aperturas económicas que requería el país. Esos
lineamientos exigían un gobierno autoritario, cuya figura protagónica fue el general Pinochet.
El desastre económico heredado de la Unidad Popular se acentuó en 1974. El PGB de-
creció entre 1970 y 1975 en -19%; el consumo real en -29%; el índice de salarios reales en
-34%; la inflación, que en 1973 había alcanzado un 1.000%, siguió siendo alta. El desempleo
se elevó entre 1973 y 1975 de 3,5% a 14,9%. Se concluyó que había que adoptar medidas más
drásticas, y eso exigía una política económica más definida. Algunos personeros del gobierno
propusieron tomar el control total de la economía. Jaime Guzmán propuso el corporativismo,
un proyecto centrado en las organizaciones reales de empresas y trabajadores. Eran momentos
tan críticos, que el gobierno entendió que debía intentar un giro más radical.
En 1973, a excepción de una que otra empresa nacional y de 5 o 6 compañías transna-
cionales, más de la mitad del patrimonio físico productivo del país estaba directa o indirec-
tamente en manos del Estado, y dependía casi de una sola persona: el ministro de Economía,
a través de Corfo.
No podía ser de otro modo: el modelo político impuesto era completamente estatista, y
había generado una “cultura del empleo público”, bloqueando todo emprendimiento parti-
cular (más allá de la falta de cultura emprendedora de casi todos los chilenos) mediante las
innumerables barreras que oponía el aparato burocrático del Estado a cualquier iniciativa de
los ciudadanos corrientes. Casi no existía un mercado nacional e internacional. Ese síndrome
políticos y grupos que le acompañan, perdiendo la imagen de máxima autoridad que la Constitución le asignó y por tanto
el carácter presidencial del Gobierno; 9. Que la economía agrícola, comercial e industrial del país se encuentran estancadas
o en retroceso y la inflación en acelerado aumento, sin que se vean indicios, siquiera, de preocupación por esos problemas,
los que están entregados a su sola suerte por el gobierno, que aparece como un mero espectador de ellos; 10. Que existe en
el país anarquía, asfixia de libertades, desquiciamiento moral y económico y, en el Gobierno, una absoluta irresponsabilidad
o incapacidad que han desmejorado la situación de Chile impidiendo llevarla al puesto que por vocación le corresponde,
dentro de las primeras naciones del continente; 11. Que todos los antecedentes consignados en los números anteriores son
suficientes para concluir que están en peligro la seguridad interna y externa del país, que se arriesga la subsistencia de nuestro
Estado independiente y que la mantención del Gobierno es inconveniente para los altos de intereses de la República y de su
Pueblo Soberano; 12. Que estos mismos antecedentes son, a la luz de la doctrina clásica que caracteriza nuestro pensamiento
histórico, suficientes para justificar nuestra intervención para deponer al gobierno ilegítimo, inmoral y no representativo del
gran sentir nacional, evitando así los mayores males que el actual vacío del poder pueda producir, pues para lograr esto no hay
otros medios de razonamiento exitosos, siendo nuestro propósito restablecer la normalidad económica y social del país, la
paz, tranquilidad y seguridad perdidas. 13. Por todas las razones someramente expuestas, las Fuerzas Armadas han asumido
el deber moral que la Patria les impone de destituir al Gobierno que aunque inicialmente legítimo ha caído en la ilegitimidad
flagrante, asumiendo el Poder por el solo lapso en que las circunstancias lo exijan, apoyado en la evidencia del sentir de la
gran mayoría nacional, lo cual de por sí, ante Dios y ante la Historia, hace justo su actuar y por ende, las resoluciones, normas
e instrucciones que se dicten para la consecución de la tarea de bien común y de alto interés patriótico que se dispone cumplir.
14. En consecuencia, de la legitimidad de estas normas se colige su obligatoriedad para la ciudadanía, las que deberán ser
acatadas y cumplidas por todo el país y especialmente por las autoridades”.
(FDO.) JUNTA DE GOBIERNO DE LAS FUERZAS ARMADAS Y CARABINEROS DE CHILE. Santiago, 11 de
septiembre de 1973”.

367
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

estatista afectó incluso a presidentes de Chile que la historia, equivocadamente, registra como
derechistas, como es el caso de Jorge Alessandri, salvo que se lo considere derechista porque
sustentaba valores cristianos y fue un administrador fiscal serio. Incluso eran estatistas los
grandes empresarios establecidos en ese entonces, cuyas utilidades estaban garantizadas por
el Estado a través de la fijación de precios y altísimos aranceles. El proteccionismo estatal a
los grandes productores nacionales era de tal nivel, que las tarifas arancelarias y parancelarias
oscilaban entre el 105% y el 750% para más de 3.000 posiciones arancelarias, de un total de
5.125 existentes. En la práctica, nadie podía importar casi nada, y los pocos empresarios que
había tenían un mercado completamente cautivo, todo esto en aras de la igualdad y la redistri-
bución. Esos “emprendedores” lograban consolidarse como empresarios cuando obtenían de
la Corfo préstamos gigantescos para “crear” empresas, gracias a lo cual pasaban a conformar
la malla monopólica. Es comprensible por lo tanto que ni siquiera les interesara examinar las
ideas de libertad de mercado, de bajos aranceles y de competencia con el resto del mundo.
Estaban convencidos de que con las empresas que había entonces (las suyas) no era necesario
crear otras que les compitieran; a lo sumo algunas que sustituyeran eventuales nuevos produc-
tos de importación. Esa mentalidad era bastante explicable, puesto que el grueso de los eco-
nomistas que egresaban de las universidades chilenas eran simples administradores contables,
cepalianos, estatistas o partidarios de las políticas regulatorias, totalmente ajenos a políticas
centradas en la libertad de precios y de emprendimiento de las personas; además, solían ser
militantes ideológicos de los partidos. La pequeña y la mediana empresa no tenían mayor
injerencia en el desarrollo productivo y económico del país, y todavía no la tienen, debido al
error que cometió el gobierno militar en materia laboral, error que los gobiernos posteriores de
la Concertacion aprovecharían políticamente. Y el hecho de que la microeconomía no pueda
desarrollarse significa que las grandes empresas serán siempre las mismas, y que mientras las
Pymes sigan estancadas no será posible la renovación empresarial que toda economía requiere.
Durante el gobierno militar, las condiciones para el libre emprendimiento estaban dadas
para los grandes empresarios, y todo hacía pensar que también se extenderían a la microeco-
nomía. Desgraciadamente, ciertos personeros del régimen abortaron esa tendencia: no logra-
ron configurar una microeconomía sólida y con proyecciones humanas, pues una vez más se
entrecruzaron las miradas populistas y los intereses políticos. La microeconomía depende
fundamentalmente del mercado laboral, y si ese mercado no está indexado a la productividad
individual y grupal de los trabajadores, a los resultados económicos de cada empresa y a los
de la economía en general, se le cortan las alas al desarrollo de las Pymes y se extingue toda
posibilidad de que los trabajadores accedan a mejores ingresos de un modo real y de que
tengamos una sociedad más homogénea, intelectiva, valórica, operativa y económicamente.
Dicha situación, que el gobierno militar no supo resolver adecuadamente, y que los gobiernos
de la Concertación han empeorado, mediante sucesivas y onerosas reformas laborales, es la
causa de que los únicos protagonistas en nuestra sociedad sean la clase política, los grandes
empresarios y uno que otro grupo vocacional, y no el grueso de los trabajadores ni los empre-
sarios de las Pymes ni sus familias.
Conseguir un automóvil, una línea telefónica (dos por línea), un televisor, o adquirir
una vivienda pequeña, sólo estaba al alcance de quienes pertenecían a un partido político o
contaban con un padrino. El grueso de los ciudadanos estaba instalado en la pasividad y en
la estrechez. Los servicios, materias primas y productos de consumo estaban en permanente
déficit; y la oferta de productos de consumo era muy limitada. Casi al final del proceso que
culminó en 1973, la agricultura también se hizo improductiva, debido a la reforma agraria
aplicada por Frei Montalva y Salvador Allende.

368
Sebastián Burr

La casi nula confianza de nuestra dirigencia en la capacidad de emprendimiento y de


decisión de la ciudadanía (pero una confianza ilimitada en sí misma), la política sustitutiva
de productos importados, la espesa trama de barreras arancelarias, tributarias y de índole
social, la inamovilidad laboral, la fijación arbitraria de precios, etc., hicieron de Chile un
país paupérrimo, infraproductivo, con escasa autoestima, manejado por un reducido sector
de privilegiados. En definitiva, nuestros gobernantes de los últimos 80 años no habían sido
capaces de organizar la sociedad de manera que los chilenos aprendieran a ser libres y capa-
ces. Le teníamos miedo al mundo, miedo a pensar y a decidir por nuestra cuenta; creíamos
que los norteamericanos, los alemanes, los ingleses, los holandeses, los israelíes, y hasta los
brasileños y los argentinos eran todos más inteligentes que nosotros, y que la única forma
de sobrevivir era mendigar préstamos internacionales, y después, apenas se produjese una
catástrofe natural, pedir su condonación.
Los gobiernos chilenos siempre trataron de seducir “con simpatía” a los gobiernos eu-
ropeos y al norteamericano para que nos prestaran dinero en condiciones de “solidaridad”,
algo similar a lo que hacen hoy muchos países africanos. Pero Chile tiene un territorio inmen-
samente rico en recursos naturales, de los cuales carece África. Y casi ninguno de nuestros
gobiernos parece haber comprendido que la verdadera riqueza de un país está en desarrollar
la autosuficiencia teórica, práctica y emocional de todos los ciudadanos. Muchos países ricos
de hoy partieron también de la precariedad económica —Estados Unidos, Canadá, Australia,
Corea del Sur, Singapur, y después de la segunda guerra mundial Alemania, Italia, Inglaterra,
Francia, Japón, etc., etc. Pero se levantaron gracias a gobiernos eficientes y a la autosuficien-
cia de sus ciudadanos. En este sentido, nuestros conductores políticos del pasado asumieron
una actitud a priori derrotista, se sometieron a todo tipo de reduccionismos e idealismos filo-
sóficos, e instalaron al país en una humillante dependencia.
Literalmente, nuestra economía estaba desconectada del mundo. El código del trabajo
fijaba un mes de indemnización por cada año de servicios en la empresa, lo que en otras pala-
bras significaba inamovilidad laboral. La educación, el crédito, la asignación de recursos en la
economía, e incluso la computación estaban monopolizados por el Estado. La falta de ahorro,
el aumento permanente de regulaciones y la aplicación de tributos sobre tributos convirtieron
la escasez y la precariedad en un sino de la productividad y de la economía nacional. En con-
secuencia, tampoco teníamos autonomía intelectual para resolver nuestros problemas, pues
nuestros economistas estaban todos moldeados por la CEPAL, organismo que creía dogmáti-
camente en la lógica de las regulaciones estatales sobre la libertad humana.
Parecía que éramos todos socialistas y buscábamos el Estado Benefactor sin siquiera
darnos cuenta, toda vez que ése era el paradigma predominante en Chile. La misma misión
Klein-Sacks, que visitó Chile en 1957, informó que los precios de los productos chilenos eran
tan altos, que era imposible que compitieran en el mundo. Cómo no iba a ser así, si no existía
una economía competitiva, si todas las deficiencias del empresario, de la infraproductividad
laboral, del exiguo mercado interno, y todas las exigencias de sobrerregulaciones estatales
impuestas por el monopolio sindicalista eran traspasadas al costo de los productos, y ese sin-
fín de costos no podía ser absorbido por los precios, que estaban fijados por ley. Pero los gran-
des empresarios estaban felices, pues tenían legalmente aseguradas sus utilidades. Y era muy
difícil competir con ellos, pues había que pedir permiso para emprender, conseguirse una serie
de prebendas y favores oficiosos en el entramado político, y vencer finalmente la posición mo-
nopólica de esos mismos empresarios. El Estado estaba cautivo de un establisment que había
pactado una alianza político-empresarial en desmedro del ciudadano corriente. Y esa alianza
era el “agente” oculto de la pobreza en casi todos los planos de la vida nacional. Eliminar la

369
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

pobreza, generar riqueza para todos, y más aún, mantenerla y acrecentarla, no es sólo cues-
tión de buenas intenciones políticas, sino fundamentalmente de un trabajo serio y arduo de
todos; exige ser rigurosos en las definiciones de productividad e incentivos, de inversión, de
capitalización, de ahorro, de política cambiaria, arancelaria y tributaria, y contar con un mer-
cado de capitales que reemplace el sistema de créditos asignado y subsidiado políticamente.
Recordemos que el ministerio de Hacienda y el Banco Central, controlado por el ejecutivo y
la Superintendencia, les señalaba a los bancos qué interés cobrar por los préstamos. Y como
la inflación era superior al interés, todos querían créditos, pues devolvían casi el puro capital
o menos. Así era un estupendo negocio, por ejemplo, comprar acero; rentaba tanto o más que
el dólar en el mercado paralelo. Uno conseguía un crédito con una tasa del 20%, y como la in-
flación era del 50%, uno se quedaba con la diferencia, y además con el nuevo valor del acero.
Ante ese lastre histórico que gravaba al país, más allá del descalabro económico causado
por la UP, el gobierno militar llamó al economista Sergio de Castro, doctorado en la Universidad
de Chicago, junto con varios economistas más (Pablo Barahona, Jorge Cauas, Alvaro Bardón),
para que se integrara al equipo económico y abordara urgentemente la tarea de sacar a la eco-
nomía del colapso en que había caído. De Castro aceptó, no sabiendo si su propuesta de libre
mercado (ampliamente expuesta en un documento denominado “El ladrillo”) había sido siquiera
leída por los miembros de la Junta, y especialmente por el almirante Merino, quien tenía a su
cargo el área económica. No estaba tampoco muy convencido, después de la negativa experien-
cia sufrida con el equipo técnico de Jorge Alessandri384, de que su propuesta fuera aceptada, pues
todos los planteamientos que contenía debían ser integral y simultáneamente aplicados; en caso
contrario, se corría el riesgo de no lograr los objetivos buscados. Su mayor temor era que, siendo
Chile un país culturalmente estatista, sería muy difícil que el gobierno militar diera luz verde a
la gran revolución económica que a su juicio se necesitaba emprender. Hay que tener presente
que el régimen de Allende, a través de la DIRINCO, había fijado precio a más de 3.500 artículos,
y que los salarios estaban también determinados por la ley. Había entonces “sólo” 38 valores
para el hot-dog (con mayonesa, palta, tomate, chucrut, pan corriente, pan especial, etc., y toda la
restante gama de combinaciones), y además precios distintos por cada región.
Esto ocurre cuando la razón humana, fuertemente influenciada por ideologías e idealismos,
se deforma patológicamente y se transforma en racionalismo; cuando se supone que la mente
del conductor político es capaz de discernir y controlar los millones de variables que inciden en
la voluntad humana, y en todos los escenarios económicos posibles, incluidos los precios que
se transan en una economía. Eso era exactamente lo que había que cambiar: las personas debían
decidir si estaban o no dispuestas a pagar el precio que les cobraban por un determinado servi-
cio o producto, en vez de que el Estado decidiera por ellas, y además malamente. El estatismo
económico debutó en Chile a principios de los años 30, y a mediados de esa misma década se
inició la fijación de precios propiamente tal, para lo cual se exigía a los empresarios presentar
previamente sus costos. ¿Se imagina el lector que el Estado puede estar capacitado para discutir
los costos de miles y miles de artículos, y vencer en la discusión para después fijar los precios,
cuando todas las empresas tienen un departamento de estudios que conoce en detalle los veri-
cuetos de cada costo, y además el Estado cambia frecuentemente a sus funcionarios?
De esta manera, aplicando una política de shock, lo primero que hizo el ministro De Castro
fue abolir la fijación de precios, a fin de que fuera el consumidor quien decidiera libremente qué
producto elegía y qué precio estaba dispuesto a pagar. Y debía hacerlo en un mercado también
384 Jorge Alessandri creyó siempre que la política económica de los Chicago Boys aplicada por Pinochet estaba equivocada.
Sin embargo, después de constatar su éxito, señaló lo siguiente: “Debemos reconocer hidalgamente que estábamos equivo-
cados. Estos jóvenes —se refería a los Chicago Boys— tenían razón”. Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez.
Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno.

370
Sebastián Burr

libre, no monopólico; por lo tanto, se requería promulgar además una ley antimonopólica385 que
funcionase en todo el territorio nacional. Al mismo tiempo, para asegurar la libertad de mercado,
había que bajar drásticamente los aranceles, con el objeto de abrir la economía chilena al exterior
y de que los productos nacionales compitieran mano a mano con los productos del mundo real.
La sustitución de los precios políticos por precios reales produjo un fuerte impacto en
la población, puesto que esa medida requería aún otra variable: establecer un tipo de cambio
real, ojalá válido para toda la economía. Los militares no estaban muy de acuerdo con la apli-
cación simultánea de dichas medidas, pues pensaban que producirían de inmediato un alza de
los precios que impactaría de lleno a los más pobres. Pero De Castro y Barahona sostenían
que después del alza y de que el mercado se regulara, los precios encontrarían su equilibrio
dentro de un plazo razonable. Y eso fue lo que ocurrió. Así por ejemplo, el kilo de pollo, cuyo
valor estaba fijado en 50 escudos, y había que hacer largas colas para conseguir uno solo (en
el mercado negro costaba unos 200 escudos), subió de inmediato a alrededor de 300, pero
después de una semana bajó a 150, para estabilizarse finalmente en 120 escudos, y cada cual
pudo comprar todos los pollos que quisiera, con el evidente beneficio para el consumidor, sin
siquiera contabilizar el tiempo que se ganaba no haciendo colas.
Después de que durante casi cuatro décadas los grandes empresarios habían tenido sus
utilidades aseguradas por el Estado, la nueva política generó una severa contracción econó-
mica. Recordemos que en ese entonces no existían las quiebras, pues todas las ineficiencias
de los empresarios eran cargadas como costos al precio que el consumidor pagaba obligada-
mente. Y como los militares siempre habían vivido en la esfera de lo estatal, y el gobierno de
turno les resolvía todos los problemas, la libertad económica les chocaba bastante. De manera
que una tarea paralela era hacer pedagogía al respecto.
Ahora bien, durante el último año de la UP, el desabastecimiento había vuelto inoperante
el sistema de fijación de precios, que había sido reemplazado completamente por el merca-
do negro. Ahora, con los precios libres, el gobierno cerró la DIRINCO, organismo que los
controlaba en el régimen allendista. De Castro sostenía que lo más peligroso era abordar esas
medidas aislada y gradualmente, y que por lo tanto, junto con decretar la libertad de precios,
había que asegurar la competencia, reducir la inflación, cuadrar el presupuesto fiscal, rebajar
los aranceles, establecer un tipo de cambio real e insuflar confianza en el nuevo modelo.
Pese a la gravedad del contexto económico, la moneda nacional fue fuertemente deva-
luada, y el dólar subió de 50 escudos a 285386. Se intentó además establecer un tipo de cambio
uniforme, pues los valores del dólar que manejaba el Banco Central iban desde los 12 escudos
hasta los 3.000. En definitiva, se determinaron inicialmente tres tipos de cambio.
Todos los empresarios e intereses económicos reaccionaron contra el equipo que enca-
bezaba De Castro, a tal extremo que el almirante Merino citó a sus integrantes (Sergio de
Castro, L. Gotuzzo, S. Undurraga) a una reunión urgente en el ministerio de Defensa, en
la que les manifestó vehementemente (el almirante sacó su pistola y la dejó encima de la
mesa) que habían ido demasiado lejos, que debían revertir el valor de la divisa, y que eso
debía ser tomado como una orden perentoria. No entendía que con dicha medida se buscaba

385 El ministro de Economía, asesorado por De Castro, elaboró las bases de una ley antimonopolios que garantizaba la libre
competencia a través de una fiscalía nacional económica en Santiago y de comisiones antimonopolios a lo largo del país,
órganos completamente independientes del poder político, según el decreto ley N° 211 promulgado en diciembre de 1973.
386 Pablo Baraona et al. Conversación con José Luis Zavala, 21 de abril 1992. CIDOC. Universidad Finis Terrae, video 3.
En concreto, para determinar la paridad cambiaria se calculó la inflación real entre enero de 1970 y septiembre de 1973,
recurriendo a la denominada “ecuación cuantitativa” y concluyendo que los precios habían aumentado en 3.442%. Así, los
10 escudos que valía el dólar en enero de 1970, debidamente reajustados de acuerdo a la inflación de Chile —3.442%—, y
castigados según la inflación norteamericana en dicho período —28%—, se transformaron en 276 escudos por dólar.

371
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

dar señales de que en Chile se podía invertir, que no era conveniente importar todavía, que
exportar era un excelente negocio y que los que determinarían la inversión serían los ciuda-
danos, según cómo se desarrollara la demanda. Dijo en cambio que el nuevo valor del dólar
haría que se dispararan los precios de los productos básicos, y que la Junta de Gobierno
iba a ser acusada de estar matando de hambre al pueblo. Gotuzzo, que era muy amigo de
Merino y le tenía un gran respeto, le contestó: “No, mi almirante, no voy a echar pie atrás,
porque creo en conciencia que la decisión está bien tomada”. La discusión la detuvo el ge-
neral Pinochet, diciendo que se requerían unos minutos de descanso. Reanudada la sesión,
Pinochet dio la palabra a De Castro, quien, apelando a su excelencia académica, respaldó a
Gotuzzo dando explicaciones contundentes387.
El análisis histórico que acabamos de hacer revela que el gravísimo problema en que
Chile se había encajonado no tenía como único responsable al gobierno de Allende, aunque
éste había terminado por ponerle la guinda al postre. Lo más probable es que si esa hecatom-
be económica e institucional no hubiese ocurrido, Chile no habría alcanzado la calidad de
país que actualmente tiene, y que la Concertación, no obstante ciertos retrocesos, logró más
o menos conservar. Era la culminación de una falsa economía que había llegado a niveles
inconcebibles de tergiversación y descalabro, y en la que no cabía aplicar un solo parche
más. El deterioro registrado durante el período de Allende (1970-1973) arrojó los siguientes
índices: el poder adquisitivo de los salarios cayó en un 52%, la inversión bruta disminuyó
de 17% a 5%, la producción agrícola global descendió un 32%, la minera en un 20%, y la
industrial en un 10%, la construcción de viviendas sociales se redujo a menos de la mitad,
la deuda externa neta subió de US$ 2.668 millones a US$ 3.729 millones. Y lo más serio
es que esos más de mil millones de dólares adicionales no se gastaron en inversión, sino en
insumos y alimentos básicos. En octubre de 1970, las divisas disponibles ascendían a 331
millones de dólares; en octubre de 1973, quedaban sólo 37 millones. La emisión monetaria
había crecido nada menos que 24,8 veces en el período 70-73, desatando una espiral infla-
cionaria importante. El índice de precios al por mayor (IPM) alcanzó un nivel de 1.147%, sin
considerar los precios en que se transaban los mismos productos en el mercado negro. Chile
no sólo se encontraba en absoluta bancarrota, sino que además su aparato productivo estaba
desarticulado de arriba a abajo, dentro de una institucionalidad económica devastada; era el
momento de construir otra completamente nueva.
El equipo de De Castro enfrentaba sin embargo un desafío quizás más arduo. Había
que hacer comprender las causas de la catástrofe económica, y más aún, explicar el nuevo
modelo que era necesario implementar, y generar la firme convicción de que, aunque las
medidas correctivas iban a causar sufrimientos a todos, debíamos afrontar juntos el “cruce
el desierto”. Había que reorganizar la economía de una manera inédita —para la cual nadie
estaba preparado—, instaurar un nuevo modelo que permitiera a Chile salir del tercer mun-
do, y a todos los ciudadanos convertirse en actores válidos del mercado, incluidos los traba-
jadores y los más pobres. Todo eso tenía que ser entendido por personas que siempre habían
vivido bajo la égida estatal, bajo un paradigma de sociedad salarial y de subvenciones fisca-
les múltiples y cruzadas. En consecuencia, el equipo económico enfrentaba la franca opo-
sición de los sacerdotes, de los sindicatos, de la CEPAL, del colegio de ingenieros, de los
profesores, de los empresarios y del PDC (que había apoyado el golpe militar), no obstante
que Ludwig Erhard (eximio demócratacristiano alemán) había logrado el “milagro alemán”
de postguerra aplicando más o menos las mismas políticas que proponían para Chile los
Chicago Boys. Erhard decía: “Sólo la competencia puede hacer que el progreso económico
387 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Pág. 182.

372
Sebastián Burr

beneficie a todos los hombres, en especial en su función de consumidores, y que desaparez-


can todas las ventajas que no resulten directamente de una productividad elevada”388.
La tarea abordada por el equipo de De Castro fue una verdadera hazaña económica de ocho
o diez hombres en solitario, que tuvieron la suerte de contar con el apoyo irrestricto de Pino-
chet389, comandante en jefe del ejército, pues, junto con estabilizar el país y poner en marcha
las modernizaciones, había que hacerlo producir. Recordemos que los jerarcas del socialismo
tenían un desprecio monumental por los equilibrios macroeconómicos; decían que eran nor-
mas burguesas inventadas por el capitalismo y los trusts transnacionales. No entendían que la
inflación se comía buena parte de los salarios de los trabajadores a los que decían defender, y
que los países requieren abrirse al mundo para equilibrar competitivamente el mercado interno.
Esa visión distorsionada de la economía se infiltró en el modelo cepaliano que impulsaba Raúl
Prebisch, máximo exponente del desarrollo sustentado en la sustitución de exportaciones y en
el mercado interno. Dichas políticas fueron adoptadas en casi toda Latinoamérica, entre otros
casos, por Alan García en el Perú (1985—1990), que llevó a su país a un verdadero descalabro,
y rehusó finalmente pagar la deuda externa. Sin embargo, el mismo García, hoy reelegido, está
aplicando el modelo de libre mercado que empezó a aplicar Chile en 1973. Y mediante cartas-
invitación, ha solicitado a los empresarios chilenos que inviertan en el Perú. También aplicaron
las recetas cepalianas Raúl Alfonsín (1983-1989) en Argentina, cuya economía y gobernabilidad
navegan hasta hoy de tormenta en tormenta, y José Sarney (1985-1990) en Brasil, país que hoy
tiene a otro ex izquierdista conduciendo su economía por la senda del libre mercado. Dentro
del contexto libremercadista, respaldado actualmente por la izquierda en el continente, surge la
siguiente reflexión: si la libertad de mercado es buena para las empresas, disminuye la pobreza y
acrecienta la riqueza promedio de los ciudadanos, ¿por qué no se aplica en el mercado laboral?
El equipo de De Castro tampoco contaba con el apoyo de los empresarios, de dos de los ex
presidentes con vida en ese momento (Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva), ni de la ma-
yoría de los generales que tenían funciones gubernamentales, salvo dos excepciones decisivas: el
general Pinochet y el almirante Merino, que terminó por apoyarlo con algunos titubeos. Y Pino-
chet, aunque siempre respaldó a De Castro, no se impuso en un punto crucial que debilitó la es-
tructura microeconómica y que hasta mediados del año 2010 aún no se recuperaba: la libertad del
mercado laboral. Cuando José Piñera presentó su plan laboral, que incluía el denominado “piso
laboral” (salario mínimo indexado al IPC), contradictorio con el nuevo modelo de libre mercado
y de ingresos a convenir libremente entre las partes, Sergio de Castro sintió que Piñera lo había
traicionado ex profeso. Dice que la propuesta de Piñera fue elaborada por éste entre gallos y me-
dianoche, y que era eminentemente populista, por sus pretensiones presidenciales futuras.
Al menos a mí, lo anterior me resulta un tanto incomprensible, pues me consta que José
Piñera era firme partidario de un modelo laboral participativo y eminentemente variable, de
acuerdo al mercado, a la productividad de cada trabajador y a ciertos índices determinados por
la macro y microeconomía. Lo discutimos personalmente varias veces. Y parece que también
lo creía De Castro, puesto que en las reuniones de análisis del plan laboral, lo del piso salarial
nunca fue propuesto por Piñera directamente. Pero el hecho es que el piso salarial estuvo y
sigue estando en la ley que impulsó José Piñera.
El piso salarial indexado al alza del IPC que propuso José Piñera390 a la Junta militar,
fuera de ser incompatible con el nuevo modelo económico, generó los siguientes problemas:

388 Ludwig Erhard, op .cit., pág. 23.


389 Las únicas materias en las que el general Pinochet no apoyó al equipo económico liderado por Sergio de Castro fueron la
reducción de los salarios de los empleados fiscales y la dexindexación de los salarios en general del IPC.
390 José Piñera Echeñique fue candidato a la presidencia de la República de Chile para el período 1994-2000.

373
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

1° desempleo estructural, no obstante que la economía se encuentra en un buen nivel; 2° dio


origen a una “cultura del salario mínimo”, y el trabajador quedó sin piso político, porque una
vez determinado legalmente, y aceptado por la CUT y el empresariado (siempre mediados
por presiones políticas y económicas), le es muy difícil negociar libremente su ingreso, de
acuerdo a su productividad y otras variables de la macro y microeconomía; 3° ha impedido
que el trabajador sea parte crucial de la oferta y de la demanda, pues su salario es fijo y no
fluctuante de acuerdo a la demanda de la economía. Esa distorsión le impide comprender
activa y plenamente el concepto de libre mercado, y por lo tanto defenderlo; 4° no tiene
incentivos para capacitarse, ya que su salario no depende de sus habilidades profesionales
sino de una suerte de prima salarial de tipo colectivista determinada por la clase política y
los empresarios; 5° así ha permitido que la clase política siga administrando el conflicto entre
capital y trabajo de acuerdo a sus propios intereses de poder; 6° dicho error conceptual ha
permitido al marxismo cobrar nueva vigencia ideológica, a través del socialismo-progresista
(renovado) formulado por Antonio Gramsci. Y si bien hoy el conflicto se ha moderado, de-
bido a las ventajas que ha traído la economía social de mercado, sigue siendo mañosamente
utilizado por la izquierda en beneficio propio; 7° logró que en Chile coexistan dos econo-
mías; una macroeconómica, que casi no genera empleo, pero sí el 85% del PGB, una parte
sustancial de los impuestos y grandes utilidades; y una microeconomía infraproductiva, que
genera el 80% del empleo, pero sólo un 3% del PGB, y que no logra capitalizarse. La causa
de esta anomalía, más allá de la herencia laboral del régimen militar, queda a la vista cuando
uno considera que en los últimos 18 años la Concertación, antes de cada evento eleccionario,
impulsó reformas laborales sin ninguna lógica de mercado, ni humana ni social, para asegu-
rarse el voto popular y controlar el poder político, con lo cual ha logrado limitar severamente
a las Pymes y acrecentar la masa de cesantes391 (sobre todo en el segmento de los jóvenes
y de los más pobres). Lo hizo en las presidenciales Aylwin-Buchi, Lagos-Lavín, Bachelet-
Piñera, y en casi todas las elecciones parlamentarias. Y para la presidencial de diciembre del
2009, el ex ministro del Trabajo, Andrade, dejó listo otro proyecto de reforma laboral: la ley
de semana corrida y la de negociación por áreas392, con el fin de volver a instalar el conflicto
y “neutralizar” al candidato de “derecha”, acusándolo de estar en contra de los trabajadores.
Finalmente no se presentó, porque la cesantía estuvo sobre un 10% en el período inmediata-
mente anterior a dicha elección.
No creo que José Piñera, siendo un economista inteligente, no haya sabido que si dicho
conflicto desapareciera, la izquierda perdería al menos un 60% de su retórica política, que se
funda en la división social y en la pugna entre capital y trabajo; me consta además que durante
su campaña presidencial propuso la participación de los trabajadores en los resultados eco-
nómicos de la empresa. Los que parecen no saberlo son los empresarios, pues no hacen nada
para desactivar de una vez por todas esa trampa que dificulta enormemente la convivencia
sociopolítica y el desarrollo de la libertad, de la justicia y de la democracia.

391 La tasa de cesantía de una u otra manera es casi siempre manipulada por el gobierno de turno. Hoy el gobierno altera esos
índices en aproximadamente un 3% subvencionando empleo. En las últimas décadas ha habido importantes discrepancias
al respecto entre el INE y la Escuela de Economía de la U. de Chile.
392 La negociación colectiva por área no diferencia la situación de la empresa a la cual pertenece el trabajador propiamente
tal, sino que define el área de producción y presupone una condición económica igual para todas. Por ejemplo, toda el área
frutícola, sin distinguir una empresa gigantesca de capitales extranjeros de una mediana y pequeña de capitales nacionales.
Así la relativa de salarios siempre la determinará la empresa más grande, y obligará a las más chicas a igualarlos, o desapa-
recer. General Motors, Chrysler y Ford negocian por área, y por eso llegaron en 2008 a la situación de quiebra que todos
conocimos, pues los salarios que pagan son casi el doble de los que pagan las automotrices japonesas y que no se rigen por
los mismos acuerdos sindicales.

374
Sebastián Burr

Tiempo atrás (año 2005) expuse estas ideas en un almuerzo al que asistían varios ex pre-
sidentes de la Confederación de la Producción y del Comercio. Don Eugenio Heiremans D., el
mismo que se oponía a impulsar la nueva economía, me dijo de un modo bastante cortante que
el mercado laboral había que dejarlo tal cual estaba, que no requería de ninguna modificación.
Como después un miembro de esa misma mesa, Hernán Somerville, dijo que los empresarios
amábamos a Ricardo Lagos, yo concluí que la pugna entre los empresarios y el socialismo
es más bien superficial, y que en el fondo ambos están de acuerdo en mantener la sociedad
salarial y sus actuales condiciones de enajenación humana, unos por razones de aparente
conveniencia económica, los otros por razones de conveniencia política, no sé en qué nivel de
racionalización, pero sin hacer nada por modificar dichas estructuras.
La tarea de convencimiento que debía abordar el equipo económico era apremiante, y no
sólo cubría a los empresarios y militares; había que explicar también claramente a la ciuda-
danía una cuestión altamente especializada para un país que ni siquiera manejaba el lenguaje
básico de los economistas.
En una entrevista hecha el 18 de enero del 2001 por la historiadora Patricia Arancibia al
general Julio Canessa, quien fue jefe del comité asesor de la Junta de gobierno, éste señaló:
“Nunca había oído hablar de economía social de mercado ni del principio de subsidiariedad.
Me enteré de su existencia en una conferencia que organizó Odeplan en noviembre de 1973.
Si bien eran conceptos asimilables, a nosotros nos preocupaban las consecuencias sociales
de las medidas radicales que propiciaban los Chicago Boys, pues podían desestabilizar al
gobierno…” En esa misma línea estaba la DINA, que comunicó a Pinochet sus reservas sobre
la radicalidad de las medidas adoptadas. También se las manifestaron Orlando Sáez, hombre
de gran prestigio empresarial, y Pablo Rodríguez G.
De Castro grafica así la mentalidad cultural que debió enfrentar, de la cual ni siquiera él
mismo estaba consciente: “Yo creo que por entonces no nos dábamos cuenta de las restriccio-
nes mentales que existían, porque todos los uniformados reaccionaban así. Claro que en la
misma línea estaban los curas, los sindicatos, los empresarios, los economistas de la CEPAL,
los ingenieros, los profesores, etc. Y es que nuestro postulado básico, esto es, dar absoluta
libertad a las personas para que en los asuntos económicos hicieran lo que se les viniera en
gana, les parecía algo inconcebible a una gran mayoría de la gente que estaba educada en
otro esquema y que creía que ese esquema sólo necesitaba correcciones”.
A fines de 1973, De Castro y su equipo económico habían logrado instaurar la libertad de
precios, asignar un valor de mercado al dólar (cuyo manejo quedó a cargo del Banco Central y
fuera del control político) y bajar los aranceles. Pero el PGB cayó en un 12%, y el desempleo
se disparó a un 16%. Y aún restaba controlar la hiperinflación.
Otra novedad que introdujo al respecto el equipo liderado por De Castro fue una fórmula
distinta para vencer la inflación. Durante casi medio siglo se había creído en Chile que la
inflación era un problema estructural (por ende, según la clase política, no tenía solución).
Esta vez se partió de un diagnóstico diferente. La inflación no es un problema estructural,
sino un problema monetario, sostuvo De Castro. Así se lo había enseñado Milton Friedman,
y el canciller Erhard opinaba exactamente igual. En otras palabras, la inflación se produce
cuando la cantidad de dinero crece más rápido que la producción interna de un país. Había
que equilibrar ambas dinámicas.
El problema histórico de la inflación en Chile fue más político que técnico, pues detener
un proceso inflacionario es siempre relativamente sencillo: sólo requiere equilibrar los egre-
sos e ingresos fiscales, y aplicar una política monetaria coherente con el comercio exterior.
Pero es difícil desde una perspectiva política, pues casi ningún gobierno desea asumir los

375
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

costos politicos. No se hacen responsables de los efectos perniciosos de sus propias decisio-
nes, y hacen todo lo posible para transferir el problema al próximo gobierno. Como se sabe,
la inflación afecta a la economía porque la proyecta en una suerte de círculo vicioso, pero
sobre todo afecta siempre a los más pobres, que viven de un salario fijo y no tienen ahorros ni
margen alguno de maniobra, ya que los reajustes salariales son siempre posteriores al alza de
los precios, si es que no les cae encima la cesantía. Por eso Chile fue víctima permanente de
la emisión monetaria indiscriminada, a la que se recurría para paliar las necesidades de caja
y evitar conflictos políticos, afectando de paso con la inflación a los que tenían menor poder
y casi ningún nivel de organización: los más pobres. Gracias a Dios, de eso hay actualmente
total conciencia en Chile, incluso en la izquierda.
De Castro recuerda así la situación vivida: “Nosotros recibimos un país con una inflación
real estimada en 1.147%, desbocada, fuera de control, que estaba devorando los ahorros y
los salarios de la gente de manera terrible. Era un impuesto no deseado que todos debían
pagar y que afectaba con mucho más fuerza a los más débiles… Era necesario “parar la
maquinita” e impedir que el Banco Central siguiera emitiendo billetes que se usaban para
financiar el creciente déficit fiscal y las cuantiosas pérdidas de las empresas que habían caído
en el área social. El problema era muy serio y difícil, porque el déficit del fisco alcanzaba
al 55% del gasto total… Por otra parte, el déficit de las empresas públicas, incluyendo las
estatizadas y las usurpadas ilegalmente, era casi el doble del déficit fiscal. Esto quiere decir
que sumando sólo la parte del déficit de las empresas públicas financiadas con créditos del
Banco Central, se llegaba a cerca de la mitad del producto, una situación absolutamente
insoportable para cualquier sistema económico, en cualquier régimen político y en cualquier
lugar de la tierra”393. Sin embargo, De Castro no contaba con todos los recursos necesarios,
pues el déficit estaba provocado por las mismas empresas que se encontraban en manos del
Estado, y hacerlas viables de la noche a la mañana era materialmente imposible, primero por
la oposición que había al respecto, y luego por la necesidad de analizarlas caso a caso. Así
la inflación duró más de lo que el equipo económico hubiera deseado. Ante tal situación, De
Castro y Miguel Kast armaron lo que denominaron la “Patrulla Juvenil”, un grupo de econo-
mistas jóvenes que fueron enviados a cada empresa para estudiar su viabilidad. Muchas que
no lograron demostrar su rentabilidad fueron cerradas. Por su parte, Jorge Cauas, que conocía
muy bien el manejo del Banco Central, apoyó decididamente las políticas restrictivas del gas-
to fiscal, que no eran nada fáciles de aplicar, debido al enorme déficit señalado y a las también
enormes necesidades de las empresas insolventes. Finalmente, se estableció un sistema de
privatización de empresas bajo dos modalidades: a) las empresas expropiadas pero pagadas
se licitarían en las condiciones económicas y técnicas en que se encontrasen; b) las empresas
de las que se había adueñado ilegalmente el régimen de Allende, se devolverían a sus dueños
también en el estado en que la Unidad Popular las había dejado.
A pesar de que casi todos compartían ese criterio en el gobierno militar, muchos unifor-
mados que actuaban como interventores delegados de la Junta en esas empresas se negaban a
hacerlo, por considerarlas estratégicas, no obstante la inviabilidad económica en que estaban
sumidas, déficit que ciertamente pagaba el contribuyente. El proceso empezó a ser entorpe-
cido entre las mismas ramas de las FF.AA., pues cada una defendía el sector a su cargo, y
estimaba que había cierto grado de incompatibilidad con el nuevo modelo. La FACH, respon-
sable del área social, quería evitar a los trabajadores el dolor que les causaría la política de
shock aplicada por el equipo económico; el Ejército miraba con reticencia a la Armada, que
manejaba la economía, pues suponía que todo lo que hacía el equipo de De Castro procedía
393 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs. 191-192.

376
Sebastián Burr

de ella. Peor aún, cuando una rama cambiaba al ministro, todo lo avanzado volvía a punto
cero, pues el nuevo ministro venía también con mentalidad estatista, o al menos revisionista.
Como la incomprensión técnica respecto a la necesidad de un modelo distinto y suficien-
temente integrado era general, se puso en marcha un plan de difusión masivo de las nuevas
ideas económicas a través de TVN. Simultáneamente, se llegó a la conclusión de que el man-
do del país debía recaer en una sola persona, que cumpliese la función de coordinador general
de las políticas públicas. Así el decreto N° 527 del 26 de junio de 1974 designó al general
Pinochet como jefe supremo de la nación. Esa definición permitió que en adelante las deci-
siones, que necesariamente debían integrarse, se concentraran en una sola mano ejecutiva.
Uno de los puntos que se explicó entonces a la ciudadanía fue que la política económica
debía focalizarse en el crecimiento de la economía y no en la redistribución, pues sin creci-
miento el pobre es más pobre, y lo que se redistribuye es sólo pobreza.

La crisis del petróleo en 1975

El enorme trabajo de reconstrucción recibió un duro golpe en 1975: la crisis del petróleo,
que exigió un gasto adicional en divisas del orden de 350 millones de dólares, y la caída
simultánea del precio del cobre, que provocó una merma de US$ 650 millones. El primer
fenómeno generó un déficit importante en Chile y en los países no productores de petróleo,
y un gigantesco superávit en los países que lo producían (60 mil millones de dólares del año
1975). No tardó en desencadenarse una recesión mundial, pero acompañada de inflación, por
la gran incidencia del valor del petróleo en las economías en general. Chile no estuvo exento
de esa crisis, que desequilibró la balanza de pagos y produjo inevitables consecuencias en la
economía interna y en el empleo. Las cosas se complicaron con la actitud opuesta al gobier-
no adoptada por el general Leigh, al extremo que el general Nicanor Díaz Estrada, una vez
nombrado ministro del Trabajo y Previsión Social, redactó un Código del Trabajo de corte
socialista, incompatible con el modelo de economía libre, con lo cual se retrasó el proceso.
En realidad, la politización del mercado laboral ha marcado en Chile la trayectoria infra-
productiva del mundo del trabajo. Y la inflación y la falta de libertades han marcado su trayec-
toria económica. Los estatistas del gobierno militar, bajo la conducción de Raúl Sáez, quien se
desempeñaba como ministro de coordinación económica, se asustaron ante el nuevo escenario
internacional, y en sólo tres meses el Banco Central emitió todo el dinero que Odeplan había
contemplado para un año completo.
Pinochet enfrentó la situación modificando su equipo económico. Removió a Sáez, y
designó como ministro de Economía a Sergio de Castro. Nombró a Jorge Cauas ministro de
Hacienda, a Pablo Baraona presidente del Banco Central, y a Alvaro Bardón vicepresidente.
Esos nombramientos indicaban que Pinochet había decidido implementar de lleno el nuevo
modelo de economía libre, abierta y descentralizada. Según el historiador Gonzalo Vial, ese
día marcó un cambio sin retorno en la economía nacional y en las condiciones socioeconómi-
cas de los chilenos, y el personaje clave de ese cambio fue el general Pinochet.
Cauas y De Castro se pusieron a trabajar de inmediato en el plan de recuperación econó-
mica, que consistió en acelerar la reducción del déficit fiscal, pese a que a esa fecha se habían
licitado o devuelto a sus dueños 360 empresas que la Unidad Popular había intervenido o
confiscado, y que estaban casi en la ruina. Durante los años 75-76 se vendieron otras 90 em-
presas, y 16 bancos comerciales, recaudándose mil millones de dólares. Pero lo que más le
importaba al equipo económico no era recaudar dinero por esa vía, sino reducir el déficit fiscal

377
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

y empezar a recaudar impuestos. Cauas dio instrucciones de disminuir el gasto público, en


un 15% en moneda nacional, y en un 25% en dólares394. Para cumplir ese objetivo hubo que
meterle mano también al SINAP395, que financiaba viviendas en base a inflación. Se redujo la
planta de empleados fiscales en un 30%, mediante un plan que incluía incentivos económicos
para los funcionarios que se retiraran voluntariamente.
Se aumentó el impuesto a la renta, se aceleraron las privatizaciones de las empresas en
poder del Estado, se ajustó el tipo de cambio en relación a los precios internos, se mantuvo
la política de rebaja arancelaria, se liberaron las tasas de interés para que el mercado de ca-
pitales pudiera regularse por sí mismo.
El mercado de capitales cumple una función importante en el ahorro y la asignación de
recursos en la economía, pues transfiere recursos del ahorro a la inversión, y hace posible que
muchos y pequeños inversionistas participen en grandes proyectos. Dicho rol también ha sido
históricamente apetecido por la clase política. En síntesis, para armar el mercado de capitales
a fines de la década de los setenta y a comienzos de la década de los ochenta, se estableció cla-
ramente el derecho de propiedad, y se redujeron drásticamente los niveles de inflación. Y para
controlar el remanente de inflación en créditos a largo plazo, se utilizó el mecanismo de la UF396,
de indexación relativa; se estabilizó el tipo de cambio, y se creó una economía competitiva en
casi todas las áreas de producción y de servicios. Se transfirió el sistema de ahorro del ámbito
público al ámbito privado, y se expandió el ámbito de operaciones del área bancaria privada.
Hasta antes de la creación de la UF, se adquirían viviendas no afectas al 100% del re-
ajuste correspondiente, lo que provocaba una gran presión de los sectores más pudientes por
obtener dicho beneficio, pues el negocio era redondo. Lo era a tal extremo —me tocó verlo
personalmente—, que el costo de la cobranza del dividendo (sobre más estampillas y envío
postal) era inferior al mismo dividendo. En síntesis, más allá del shock económico provo-
cado, el plan consistía en seguir descentralizando la economía, que aún seguía operando
deficitariamente y con rémoras estatales; ahora era necesario fomentar el empleo y nuevas
áreas económicas. Se ideó un subsidio a la contratación de mano de obra, mediante el cual el
Estado pagaría la mitad del sueldo mínimo de cada trabajador contratado después del 31 de
marzo de 1975, dado que la contracción económica golpeaba especialmente a la industria, a
la construcción, etc. Fernando Léniz propuso otro subsidio en favor de la actividad forestal.
El gobierno, por su parte, puso en escena las zonas francas, incorporando así mano de obra
y materias primas nacionales a los productos extranjeros, para después reexportarlos con
valor agregado. Sin embargo, la situación era dificilísima, y varios connotados empresarios
se mostraban abiertamente opuestos al modelo397.
La política de shock y de recuperación puso fin al proceso gradualista o de titubeos —según
sus detractores— conducido hasta ese momento por Raúl Sáez y por algunos generales a cargo
de las empresas en manos del Estado y de varios ministerios “sociales”. Pero había otra gran di-
ficultad que sortear si se quería un incremento importante del comercio exterior chileno: reducir

394 Para dar una idea del nivel de la crisis, Pablo Barahona relata que cuando asumió como presidente del Banco Central. se
encontró con que la caja estaba en cero, y que para pagar 10 millones de dólares hubo que hacer como treinta y tantos che-
ques, raspando los últimos dólares y demorando todo lo posible los pagos.
395 Sistema Nacional de Ahorro y Préstamos.
396 El mecanismo de la Unidad de Fomento (UF), que está vinculada con el crecimiento del Indice de Precios al Consumidor
(IPC), se creó el 20 de enero de 1967.
397 Durante 1975, la producción industrial cayó un 28%, el PIB decreció un 12,9%, el desempleo alcanzó un 17,6%, los salarios
reales experimentaron una importante baja, y las tasas de interés subieron un 10,4%. Influyentes empresarios se expresaban
en contra del modelo; Pierre Lehmann, Luis y Arturo Mackenna, Helios Picquer y otros ejecutivos de la administración
Alessandri dieron opiniones desfavorables sobre el equipo Cauas-De Castro, pese a que los ingresos tributarios crecieron
del 22% del PGB al 27%, el déficit fiscal decreció un 25% entre 1974 y 1975, y las tasas de inflación cayeron a la mitad.

378
Sebastián Burr

los altos aranceles y abrirse a la inversión extranjera, cosa que impedía el hecho de que Chile
era miembro del Pacto Andino398, y también la falta de empresarios reales, no culturalmente
adversos al riesgo.
Como ya se dijo, uno de los requerimientos más urgentes de Chile era la inversión ex-
tranjera, que casi nunca había llegado antes al país. Sólo recibíamos préstamos foráneos que
entregaban distintas agencias internacionales a los países subdesarrollados. El problema que
se produce cuando no hay inversión extranjera, es que las nuevas inversiones requeridas por el
país deben financiarse mediante el ahorro interno, o mediante un endeudamiento permanente
del Estado, con todos los riesgos que eso implica. Es muy distinto cuando la inversión la hace
un particular, sea local o extranjero, y habiendo analizado además el riesgo en profundidad.
Lo único que explica que los gobiernos anteriores al período Cauas-De Castro no entendieran
esta cuestión, es el exceso de prejuicios ideológicos que predominó por casi 50 o 60 años. La
gran ironía es que las deudas internacionales que contrajeron los gobiernos de corte liberal-
socialista, instalaban a Chile en una dependencia extranjera incomparablemente mayor que
la que genera una multiplicidad de inversionistas de diversos países. Y cuando hay una crisis
financiera, el problema es de los inversionistas, no de los gobiernos.
La creencia socialista era que el desarrollo se obtiene a partir de una economía cerrada,
pero esa política, como lo demostró la historia, desemboca invariablemente en el control
total por parte del Estado. Y esa lógica no se desarticula por el solo hecho de abrir la econo-
mía y estabilizar la macroeconomía, pues también puede manipular a su favor la normativa
laboral, la normativa ambientalista, u otro tipo de políticas.
Finalmente, mediante el Decreto Ley N° 600 de 1974, Chile se marginó del Pacto Andino
y se abrió a la inversión extranjera, desafiando en el corazón al socialismo, pues dicha inver-
sión era incluso rechazada por personas no adictas a la izquierda. Y costó mucho que llegaran
los primeros capitales del exterior.
Mientras avanzaba 1975, se promulgaron las primeras actas constitucionales que con-
figurarían la nueva Carta Fundamental. Uno de sus principios básicos, el de la de subsidia-
riedad del Estado, garantizaba que las decisiones técnicas de Estado serían tomadas por
personas calificadas y no por políticos, a fin de asegurar la libertad de los individuos ante
el poder estatal y las oportunidades a todos. Otro eje fundamental era la integración de lo
político, lo social y lo económico. Así la dimensión económica quedó suficientemente plas-
mada en la nueva Constitución.

La reactivación

Cuando Chile ya se había liberado del Pacto Andino, comenzó lentamente a verse la reacti-
vación. Para dar un impulso a las expectativas, se revaluó el peso en un 10%, lo que generó
un impacto positivo inédito. Otra señal importante fue el cambio de actitud ante el FMI: se
le dijo que la deuda contraída por los bancos para salir de la crisis el año anterior no iba a ser
renegociada, sino pagada en su totalidad en la fecha de su vencimiento.
Una vez que se hizo evidente la recuperación de la economía, Jorge Cauas le pidió a
Pinochet que lo liberara de sus responsabilidades, pues debido al cúmulo de situaciones es-
tresantes estaba un tanto cansado. Se aprovechó la salida de Cauas para modificar el equipo

398 Tratado firmado en 1969 con Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, que determinaba una zona económica común
“protegida” con altos aranceles, contraria al capital extranjero y al sistema de mercado libre. Fue desahuciado por Chile en
octubre de 1976.

379
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

económico. De Castro pasó a Hacienda, Barahona fue nombrado ministro de Economía, Alva-
ro Bardón asumió la presidencia del Banco Central, y Sergio De la Cuadra la vicepresidencia.
Cuando De Castro se hizo cargo del ministerio de Hacienda, conservó la potestad que le
daba el Decreto Ley N° 966, según el cual casi toda la administración pública quedaba bajo la
tuición de ese ministerio (salvo RR.EE., Defensa y Justicia). El Estado aún mantenía su función
“empresarial”, ya que controlaba la gestión del 60% de la actividad productiva de bienes y ser-
vicios, y asignaba el 70% de la inversión, de modo que la economía seguía teniendo un carácter
eminentemente centralizado. Una tarea que se autoasignó De Castro fue seguir bajando el gasto
fiscal, para generar excedentes y poder aplicar una rebaja tributaria a todos los chilenos.

Nubes negras en el horizonte

Apenas asumió De Castro, estalló la crisis del banco Osorno, que puso a prueba el naciente
sistema financiero chileno y los principios y responsabilidades que haría valer el Estado en su
relación con los privados. Quebraron también la Cooperativa de Ahorro y Crédito La Familia,
y la financiera Finregio. De Castro era partidario de dejarlas quebrar sin más, pues la quiebra
de empresas, en tanto no sea especulativa ni dolosa, es parte del juego del libre mercado. Sin
embargo, otros miembros del gobierno sostenían que, dado que el mercado financiero estaba
recién partiendo, esas quiebras desalentarían las inversiones provenientes del exterior. El ar-
gumento hizo mella en De Castro, aun sabiendo que si el Estado intervenía, debería forzosa-
mente hacerse cargo de las deudas del banco Osorno. Respecto a las deudas de la financiera,
el Estado se comprometió a responder hasta en 50 mil pesos por acreedor.
La intervención fue decretada el 5 de enero de 1977, pero sentó un pésimo precedente,
que sería esgrimido en el futuro. La alarma pública que provocó cesó en poco tiempo, y se
tomaron medidas correctivas y regulatorias mediante leyes pertinentes. Los economistas de
oposición pensaban que lo ocurrido no se debía a la inexperiencia de un determinado operador
bancario en un incipiente mercado financiero como el de entonces, sino que revelaba una cri-
sis del modelo económico399. A su vez, la Iglesia reprochaba la “indiferencia religioso-moral”
de la escuela de Chicago, y afirmaba que incidía fuertemente en la Escuela de Economía de
la UC. Sus académicos respondían que allí se enseñaba la economía como ciencia, no como
doctrina, y que toda ciencia es de suyo neutra.
En mi opinión, una ciencia de orden natural es neutra por naturaleza. Lo es, por ejemplo,
la física, porque estudia fenómenos puramente materiales, independientemente de que uno
pueda creer que detrás de esos fenómenos haya un creador que diseñó el universo intencional-
mente, problemática que nos trasciende. Pero en una ciencia como la economía, que ha sido
denominada “social de mercado”, el asunto no es tan simple. Su escenario son las personas en
interacción social, y las personas poseen una condición moral de esencia ontológica más allá
de lo material. Por lo tanto, debe incluir esa dimensión y desarrollar una ética social análoga,
aunque orientada fundamentalmente al bien común, e integrar a esa ética los hechos econó-
micos. No puede atribuirse un carácter neutro o exclusivamente material, pues eso constituye
un reduccionismo que puede ser manipulado individualista o colectivistamente, y ya sabemos
a qué nos conducen uno y otro tipo de manipulaciones.
De esta manera, tanto los que estudian como los que manejan la economía necesitan una
visión antropológica y no ideológica o colectivista del hombre y de la sociedad. La visión

399 La inquietante mano invisible, de Oscar Muñoz, publicado por Ercilla el 19 de enero de 1997, cuya crítica fue acogida por
A. Foxley, R. Cortázar y J. P. Arellano.

380
Sebastián Burr

antropológica permite superar la errónea “neutralidad” de la visión ideológica, y convertir


la economía en un dinamismo de desarrollo humano y social a partir de una perspectiva de
oportunidades para todos por igual, porque reconoce que todos los seres humanos tienen las
mismas necesidades ontológicas, sociales y materiales, que el emprendimiento personal es un
dinamismo necesario para el desarrollo moral y ético de cada ciudadno, y que ese desarrollo
requiere ámbitos de ejercicio práctico, tanto en el plano individual como en el social.
La sabiduría humana, desde una perspectiva social, inventó el bien común político preci-
samente para mantener la sociedad a salvo de las ideologías, y para que todos pudieran desa-
rrollarse al máximo de sus potencialidades. Pero la economía y la política modernas han dado
la espalda a esa condición ontológica del hombre y al bien común político. Se exceden en
materias en las que no deben excederse, y limitan la libertad en ámbitos en que se requiere ex-
pandirla. Así, son tolerantes con la delincuencia y la corrupción, y oponen todo tipo de trabas
al emprendimiento, al trabajo humano y al desarrollo humano. La economía es a la creación
sana de riqueza lo mismo que la política (en el buen sentido del término) es a la generación de
ideas que permitan convivir sanamente en sociedad; las dos ciencias constituyen una suerte de
economía, y las dos son políticas. Por lo tanto, se necesitan mutuamente.
A mi entender, lo que hacía falta en la instauración del nuevo modelo no era regresar el
dirigismo estatal, sino extender la libertad económica a todos los ciudadanos y no sólo a las
empresas, dentro de un régimen laboral objetivamente participativo, de manera que todos
asumieran riesgos y beneficios proporcionales, y así el país se equilibrara socioeconómica
y políticamente. Pero el paradigma estatista condicionaba a casi todos los críticos del nuevo
modelo económico, que sólo veían el corto plazo, sin comprender la integración sociedad-
economía-libertad que se estaba intentando en el plano de la macroeconomía. Un modelo
que desgraciadamente hoy es ejercido por una parte menor de la ciudadanía, lo que hace que
tengamos un Chile de primera y un Chile de segunda.
Una vez que el general Pinochet volvió de su detención en Londres, se me presentó la oca-
sión de reunirme con él, y aproveché para preguntarle por qué había decidido aceptar el nuevo
modelo, siendo que él tenía una orientación cultural distinta, y la mayoría del establishment
que lo rodeaba prefería un proceso más gradual y una política económica mucho más regulada
por el Estado. Me contestó que “el hecho de haber estudiado la historia de Chile a fondo, y ver
que todo lo que se proponía ya se había intentado muchas veces y nunca había dado resultado.
De manera que ahora sólo cabía intentar algo nuevo, y que fuese suficientemente coherente”.
Evidentemente, mantener un orden establecido es técnicamente mucho más simple, y
políticamente menos riesgoso, que intentar una transformación integral y que modifique por
completo la organización de un país. Y esa disyuntiva era aún más tajante en ese momento,
ya que casi todos, por temor o por incomprensión, rechazaban la iniciativa. Se requería por lo
tanto un liderazgo muy especial.
Las izquierdas, que en las primeras etapas del desarrollo político chileno asumieron las
posiciones más “progresistas”, es decir, liberales, y después las del anticlericalismo y del
radicalismo (proceso igual al francés), a partir de 1930 adoptaron formalmente el nombre de
socialismo, hasta 1973. Después de la caída del muro de Berlín, se autodenominaron socialis-
mo renovado, progresismo, etc. De esta manera medio encubierta a través de la historia han
gobernado Chile durante casi toda su vida republicana, y el país nunca consiguió algo digno
de destacarse, y vivió de la caridad económica internacional, salvo en algunos períodos de
bonanza generados por el hallazgo y los precios excepcionales de ciertos minerales (plata,
salitre, carbón, cobre, etc.), que han beneficiado a muy pocos ciudadanos. Hemos vivido en
crisis económica permanente, excepto en los últimos 30 años, que es donde se sitúa el proceso

381
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

realizado por el régimen militar y continuado por la Concertación, al menos en lo que a la ma-
croeconomía se refiere. Pero Chile puede muchísimo más, si depone los prejuicios políticos y
fomenta modelos participativos en el ámbito laboral, con la colaboración activa de un sistema
educacional serio y antropológico, y de todas las demás instituciones que conforman el orden
político, repensadas en función del desarrollo humano integral de todos los chilenos.
Terminado el año 1978, la reforma estructural de la economía podía considerarse conclui-
da. No quedaba casi nada del cúmulo de restricciones al comercio exterior acumuladas du-
rante los últimos 50 años. La libertad de precios era casi total, y el contingente de empleados
públicos había decrecido notablemente, aunque a esa fecha los gastos fiscales aún consumían
el 22% del PGB. El sistema financiero se había fortalecido gracias a la incursión de los priva-
dos, y el mercado era el principal ahorrista y asignador de recursos. En 1970, la participación
privada en la asignación de créditos ascendía a un 11,1%, y a fines de 1978, a un 54, 9%,
pese a que persistía una inflación de 30,3%. Las tareas macroeconómicas pendientes eran
privatizar la gestión aeroportuaria, las telecomunicaciones y otras áreas relevantes. Además
de consolidar el modelo, se pretendía alcanzar un superávit fiscal que permitiese bajar la carga
impositiva en el ámbito de la producción, y avanzar en el ámbito social: salud, vivienda, edu-
cación, trabajo, previsión, justicia, seguridad social, etc. Otro objetivo era eliminar cualquier
atisbo de monopolio —industrial, financiero, de servicios, sindical, etc.— que fomentara la
distorsión económica de la producción, del comercio y del trabajo.
Según lo establecido por la Ley N° 966, al ministerio de Hacienda, ahora a cargo de Ser-
gio de Castro, le correspondía la tuición del gasto público-administrativo, de manera que las
futuras reformas debían contar con su aprobación, debido a los recursos que comprometerían.
Entre ellas estaban la reformulación del sistema laboral, la reforma previsional, el subsidio
habitacional, el financiamiento de la educación superior con aporte fiscal indirecto, la posibi-
lidad de crear nuevas universidades privadas, la privatización parcial de la salud, etc.
Las ideas que inspiraron el plan laboral las elaboró José Piñera junto con Hernán Büchi,
Miguel Kast y Rodrigo Alamos. En su articulación legal participaron Ramón Suárez, Arturo
Marín, Luis Giaccino y algunos otros.
Dicho plan se dio a conocer el 1° de julio de 1979, y sus objetivos básicos, según con-
signa Roberto Kelly, eran instaurar la libertad sindical y crear condiciones de negociación
más eficientes y justas. (Antiguamente, todas las organizaciones sindicales pertenecían a la
CUT, y la CUT estaba controlada por el partido comunista; ergo, todos los trabajadores que
se incorporaban a algún sindicato caían forzosamente y por ley en manos marxistas400). Sus
cuerpos legales fueron el DL N° 2.756 sobre organizaciones sindicales, y el N° 2.758 sobre
negociación colectiva, que junto con el DL N° 2.200 sobre contratos de trabajo reemplazaron
al Código que databa de 1931. Contenía además algunas disposiciones insólitas, como la pro-
hibición a las empresas públicas y privadas de subcontratar personal por tiempo indefinido, y
la derogación de una serie de normativas mediante las cuales el Estado podía inmiscuirse en
las relaciones laborales entre particulares.
Para Sergio de Castro, el trabajo realizado por José Piñera y su equipo estaba en el ca-
mino correcto. Hubo, sin embargo, un severo tropiezo que enfrió las buenas relaciones entre
ambos. “Todo estuvo muy bien, salvo en la norma del piso salarial (salario mínimo), en que
tuvimos un fuerte desencuentro. No sé por qué, él no me informó (recordemos que el ministro
de Hacienda tenía la tuición general de la economía, salvo las excepciones mencionadas, entre
las cuales no se encontraba el área trabajo), y mantuvo celosamente oculto hasta última hora

400 El padre Alberto Hurtado luchó denodadamente por terminar con el monopolio marxista en el ámbito laboral. Con ese objeti-
vo creó la ASICH (Asociación Sindical Cristiana), de manera que los trabajadores tuvieran otras opciones de sindicalización.

382
Sebastián Burr

que en el tema de la negociación colectiva había incorporado un punto por medio del cual
la empresa no podía hacerle al trabajador una oferta de remuneraciones menor a la que ya
tenía en términos reales”. Según De Castro, sin el régimen de salario mínimo el trabajador
tendría la oportunidad de mejorar sus ingresos en los ciclos expansivos de la economía, y
estos podrían ser rebajados en los ciclos recesivos, de manera que ambas instancias fueran
coherentes con los flujos económicos reales, y los trabajadores no perdieran sus empleos.
La iniciativa de José Piñera significaba, por una parte, fijar un piso de negociación, lo que
contradecía la libertad de sueldos y salarios, básica para aumentar el empleo, y por otra, inde-
pendizaba los términos de la negociación de la situación económica del país. Miguel Kast fue
a hablar con J. Piñera para tratar de convencerlo de que sacara esa disposición, pero no logró
nada. De Castro, por su parte, señala: “Yo hablé con el presidente, pero no hubo caso. En la
Junta estaban muy contentos con la propuesta, pues con ello (creían) estaban asegurando el
ingreso de los trabajadores (a todo evento). A todos los gobernantes les gusta ser populares.
Pero en verdad era una medida populista que rigidizaba el mercado laboral, y ahí fue cuando
Pinochet me dijo: “No siempre se gana, pues, ministro”. Lo entendí, porque era obvio que ello
desincentivaría el empleo y que enfrentar un ciclo económico a la baja nos traería problemas”.
Es evidente que De Castro tenía razón en un punto crucial: efectivamente, un piso sala-
rial impide la competencia laboral, y además impide que los menos capacitados —los más
jóvenes, los más improductivos, los más viejos— obtengan trabajo, pues su rendimiento
suele ser menor que lo que paga el salario mínimo, establecido en función de una capacidad
promedio. Y no hay cómo conciliar dichos desequilibrios. Por otra parte, la fórmula era con-
tradictoria, ya que la ley no permitía las remuneraciones variables, esto es, que los ingresos
laborales también aumentaran cuando la demanda y los precios crecían. También era contra-
dictoria humanamente, y generaría incesantes conflictos políticos, porque seguiría alimen-
tando la lucha de clases, que suele nutrirse de la precariedad y de la arbitrariedad. Por lo tan-
to, es un sistema salarial injusto, pues carece de una norma económico-matemática objetiva
que mida la productividad y las fluctuaciones de la economía, y remunere en consecuencia.
Los salarios son un factor decisivo de la economía, y sobre todo de la microeconomía, que
emplea a la mayoría de los trabajadores.

El dólar a $ 39

Considerando que estaba logrado el equilibrio fiscal, y liberadas las tasas de interés y los
intercambios comerciales y financieros con el exterior, De Castro y su equipo decidieron esta-
blecer un dólar fijo, y dejar que las demás variables se ajustaran automáticamente en función
del tipo de cambio fijo, salvo la piedra en el zapato del salario mínimo determinado por ley y
además indexado al IPC. La tasa de inflación se determinaría directamente por las variaciones
de los precios internacionales, no debiendo subir los precios internos más rápidamente que los
del resto del mundo. Era una suerte de dolarización de la economía.
De Castro argumentaba que en lo del cambio fijo no existe ningún dogma absoluto; o el
Banco Central determina un número fijo considerando en el valor de la divisa variaciones futu-
ras, o determina una política monetaria, que no es otra cosa que el mismo valor, pero que se va
haciendo móvil en el tiempo, respecto a consideraciones objetivas. Se podía elegir una u otra
opción, pero las dos eran igualmente válidas, aunque la del cambio fijo era mucho más segura
para el inversionista que quisiera invertir en Chile, en vista de que nuestra economía interna y
externa era enteramente libre, el Banco Central estaba siempre dispuesto a vender o a comprar

383
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

divisas al ciudadano común, no había déficit fiscal, y la inflación se encontraba controlada. En


otras palabras, el cambio fijo se requiere para que haya inversiones y éstas puedan desarrollarse
con confianza del inversionista en el largo plazo. Así se genera crecimiento, y por lo tanto em-
pleo. En esas condiciones, el inversionista, tanto en moneda local como en dólares, invierte con
respaldo de una moneda dura. El objetivo era darle la seguridad de que no se le “expropiaría” el
capital mediante el manejo político del tipo de cambio, como desgraciadamente se hizo, más de
un año después de producida la crisis, cuando ya la economía estaba automáticamente ajustada.
Se modificó el tipo de cambio, y se creó una crisis artificial adicional.
Pinochet, que estaba absolutamente conforme con el desempeño de la economía y del
equipo económico, aprobó el dólar fijo a $ 39, y así se anunció el 1° de junio de ese mismo
año. Esa cifra no había salido de la nada: era la misma que el Banco Central tenía fijada para
diciembre de ese mismo año con todas las prevenciones consideradas. El muro del cambio fijo
obligaba además a mantener la disciplina fiscal. Detrás de todos estos tecnicismos y variables
macroeconómicos, lo que pretendía el equipo económico era superar la pobreza. Estaba con-
vencido de que la pobreza se resuelve primero generando riqueza, para después distribuirla de
la mejor manera posible a través del gasto social.
Los déficits fiscales de los años setenta, que llegaron a ser superiores al 20% del PIB,
fueron reduciéndose gradualmente, y a principios de 1980 llegaron a cero. De ahí en adelante,
el país logró tener superávits por primera vez después de décadas, y gracias a eso se pudo
contener bastante la inflación y comenzar a generar empleos reales.
Lo primero que hizo Miguel Kast desde Odeplan fue organizar las fichas precursoras de las
fichas CASEN (de extrema pobreza), para ver cómo romper su círculo vicioso. Hizo también
otro estudio, relativo al mejoramiento de las pensiones. Las CASEN revelaron que los más po-
bres quedaban fuera de la línea de asistencia social del Estado. Se concluyó que la única ayuda
efectiva era la que invertía en los niños: educación, salud, alimentación, etc. Se comenzó así a
implementar la asignación familiar, el subsidio escolar, el de vivienda, el de empleo mínimo, el
de nutrición infantil, todo enfocado directamente a quienes lo necesitaban en forma específica.
Durante el segundo semestre de 1979, ya en marcha el plan laboral, comenzó a estudiarse
la reforma de la previsión social. El sistema de pensiones denominado de reparto era altamen-
te deficitario y discriminatorio, pues existían múltiples modalidades y calidades de pensiones.
Uno de los grandes fraudes fiscales era el que se perpetraba a través del Servicio de
Seguro Social. Los obreros, que sumaban el 65% de los imponentes y que hacían las tareas
más duras, jubilaban a los 65 años de edad, mientras que los funcionarios públicos jubilaban
a los 42, y además muchos de ellos contaban con perseguidora, de modo que el sueldo del
funcionario activo que reemplazaba a cada jubilado, marcaba el monto y los reajustes de su
pensión de jubilación, y hasta el fin de sus días. Los que ejercían mayor presión al respecto
eran los miembros de los partidos políticos y los mismos parlamentarios de la época, que se
autofijaban el monto de la dieta. La irracionalidad del sistema alcanzó tal grado, que en 1979
había sólo 2,5 trabajadores activos por cada trabajador jubilado, mientras que en 1955 había
12,5 activos por cada pasivo.
Las pensiones de los jubilados chilenos se establecían en función del respectivo prome-
dio de ingresos de los últimos cinco años, aunque sólo se reajustaban según los últimos tres
años. Debido a los niveles de inflación que endémicamente afectaban a Chile, las pensiones
caían rápidamente a su nivel más bajo, y todos terminaban percibiendo la misma pensión. Y
como el sistema, por las mismas razones, era siempre deficitario, en algunos casos se llegó a
quitarles hasta el 60% del salario a los trabajadores401.
401 Hernán Büchi. La Transformación Económica de Chile.

384
Sebastián Burr

Miguel Kast investigó cómo operaban en los Estados Unidos algunos fondos privados de
pensiones, e hizo un informe para el equipo económico. Propuso un sistema en el que cada
trabajador iría acumulando sus ahorros en una cuenta individual, los cuales devengarían intere-
ses, y las instituciones administradoras estarían obligadas por ley a cuidarlos. El fisco, el gran
depredador de esos fondos, no podría meter mano, pues serían administrados por privados.
Como ya era habitual, entre los más reticentes al plan, según señala Arturo Fontaine, es-
taban el general Alejandro Medina Lois, el general Roberto Guillard y el auditor general del
Ejército, general Fernando Lyon, quien, en medio de las discusiones, le dijo a José Piñera: “¿El
ministro está consciente de que este proyecto significa traspasar del Estado a los particulares
una enorme masa de fondos, y que, en consecuencia, este gobierno se desprende así del manejo
y control de unos recursos con los cuales contaron todos los gobiernos anteriores desde hace
cincuenta años?” La respuesta de Piñera fue: “Justamente ahí reside el valor del proyecto:
entrega a los ciudadanos una cuota de poder y libertad necesaria para el pleno desarrollo den-
tro de la sociedad libre que el gobierno está bosquejando. Retener esos fondos en el Estado es
perpetuar el régimen de estatismo, con sus secuelas de ineficacia, favoritismo e injusticias”402.
Otro opositor a la creación de las AFP fue Jorge Alessandri. Felipe Lamarca cuenta que
don Jorge trató muchas veces de hablar con De Castro, pero que las reuniones no prosperaban.
“Sergio optó por mandarme a mí, y fui entonces varios jueves a almorzar con él. Lo que más
le preocupaba a don Jorge eran las Asociaciones de Fondos de Pensiones. Eran para él un
disparate completo. En los almuerzos me decía que por favor convenciera al ministro para
que no hiciera la reforma. Una vez fui con Álvaro Bardón, y lo que más me impresionó de don
Jorge era que se ponía tremendamente nervioso y de mal genio cuando se le argumentaba en
contra; estaba muy seguro de tener la razón... pero como nosotros estábamos convencidos de
la necesidad del cambio, se nos fue poniendo pesada la pista. El discurseaba y yo lo escucha-
ba atentamente, pero era claro que tenía un sesgo estatista muy enraizado”403.
El 4 de noviembre de 1980 fue aprobada la ley respectiva. Cuenta Martín Costabal que
José Piñera cumplió al respecto un rol muy importante. “Se había involucrado ciento por
ciento, por lo que pudo vender bien el proyecto, algo que era esencial”. Otro tanto hizo De
Castro —según cuenta Kelly—: durante la sesión en que se aprobó el proyecto, expresó en
su estilo: “Señores, ustedes deben entender que el sistema de pensiones de este país es una
herida a la yugular económica de Chile, y ustedes saben que si a alguien le hacen un tajo
en la yugular, se desangra y muere. Ese será nuestro destino si continuamos con el sistema
existente, porque el Estado requerirá una cantidad cada vez mayor de recursos para pagar a
los jubilados, cuyo número crece más que el de las personas activas”.404
Se determinó que los ahorros del sistema de pensiones fuesen manejados por empresas pri-
vadas, para evitar que el Estado metiera mano en esos fondos, que fue lo que ocurrió en Argenti-
na en noviembre del 2008: pese a que el 90% de los afiliados al sistema de pensiones privado no
quería que el fisco usara sus fondos, el gobierno de Cristina Fernández los estatizó, para servir
(según se dice) la deuda externa durante el año 2009, porque no tenía los recursos necesarios.
Implantado el nuevo sistema administrado por entes privados, en sólo una década las pen-
siones superaron a las que pagaba el sistema antiguo, y de ahí en adelante ya ni siquiera fueron
comparables. Las diferencias eran de 1,4 veces en las pensiones de vejez, 2,2 en las pensiones
de invalidez, 1,5 en las pensiones de viudez y 1,4 en las pensiones de orfandad. Hoy el sistema
de AFP tiene en depósitos unos 115 mil millones de dólares, distribuidos en 8,9 millones de

402 Arturo Fontaine, Los economistas y el presidente Pinochet, op. cit., págs.138 y 191-192.
403 Pablo Baraona et al., Conversación con Felipe Lamarca.
404 Hasta el año 2006, los nacimientos eran menos que las defunciones.

385
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

cuentas individuales. Nunca Chile ha conocido una cifra de ahorro privado como ésa, en ningún
otro ámbito de la economía; es casi 6 veces mayor que el valor de Codelco. Ahí está verdade-
ramente el dinero de los chilenos. Las reformas estructurales de nuestra economía permitieron
contar con los medios técnicos para operar el nuevo sistema, pero son los trabajadores quienes
responsablemente han ahorrado mes a mes esa gigantesca cantidad de dinero, a tal nivel que en
1993 era cercana al 35% del producto. Por eso nuestro sistema de previsión fue imitado por una
gran cantidad de países europeos y latinoamericanos405. Un proyecto con sentido común.
En síntesis, en 1981, previamente a la crisis, y marcando un hito histórico para el sistema
financiero chileno, se llevó a cabo la reforma de pensiones, que reemplazó el sistema de re-
parto existente por un sistema de capitalización individual. Corbo y Schmidt-Hebbel (2003)
estiman que más del 30% del desarrollo financiero ocurrido en Chile entre 1981 y el 2001
se debió a esa reforma, de la cual derivó un rápido desarrollo bancario. Así de trascendental
para el país, para el sistema financiero, el mercado accionario, los niveles de ahorro interno
y las pensiones de los trabajadores, fue la reforma del sistema de pensiones. Como se puede
apreciar, la integración es también un metabolismo esencial de la economía.
Volviendo un poco atrás en el tiempo, Pinochet, en su mensaje del 11 de septiembre de
1979, había dado por concluida la etapa de reconstrucción nacional. En aquella ocasión se
comprometió a plebiscitar al año siguiente una nueva Constitución, orientada a consolidar
la libertad económica y el bienestar social. Eso requería independencia del Banco Central,
para consolidar la economía libre. Aunque una condición esencial para que la libre economía
perdure en el tiempo y el mercado se extienda de un modo activo y protagónico a toda la
sociedad, es poner en marcha dos grandes revoluciones aún pendientes en nuestro país: una
de carácter microeconómico; la otra de carácter político-moral. Ciertamente, las dos tienen
un grado importante de ambivalencia.
Si bien a De Castro lo entusiasmaba poco participar en la redacción de la nueva Consti-
tución, tenía que preocuparse de los aspectos que incidían en la macroeconomía en general,
incluidos los conceptuales.“Lo importante para mí —dice De Castro— era que la idea matriz
de la Constitución, la libertad del individuo en un Estado que está al servicio de la persona y
no al revés, se plasmara en la totalidad del texto”. Así, cuando el derecho de propiedad quedó
vulnerado en un punto, pues el proyecto de la nueva Constitución establecía que, en caso de
expropiación, el Estado indemnizaría y pagaría de una manera diferida y engorrosa, De Castro
entró en la discusión. Él y el ministro Sergio Fernández fueron recibidos y escuchados por la
Junta de Gobierno en pleno. De Castro planteó que el derecho de propiedad no estaba debida-
mente defendido, y que eso ponía en riesgo la inversión y el desarrollo económico del país. El
punto fue rectificado, y hoy la Constitución establece que la indemnización debe ser pagada en
dinero efectivo, al contado y al valor comercial. El argumento de fondo fue: si una Constitución
no amparaba el derecho de propiedad de los ciudadanos, esa Constitución no tenía sentido.
Otro tema en el que intervino De Castro fue el de la propiedad minera, que había sido
tratada con un criterio muy parecido al anterior. “Yo venía llegando de un viaje al extranjero
cuando alguien me comentó que en la Constitución se había cambiado el artículo propuesto
por la Comisión Ortúzar relativo a la propiedad minera, y que en definitiva quedaba es-
tatizada. Llamé entonces a Julio Philippi —un hombre muy inteligente, y buen amigo—, y
le dije que me había enterado de que un artículo constitucional hablaba de que el Estado
tendría “el dominio absoluto, exclusivo, inalienable e imprescriptible de todas las minas”.
Le pregunté si eso era efectivo, y me contestó que no le parecía que fuera así, pero que lo
iba a averiguar. Horas después me llamó y me confirmó que, efectivamente, entre gallos y
405 Perú, México, Argentina, etc.

386
Sebastián Burr

medianoche, se había hecho un cambio radical en esa materia, en el cual, al parecer, habían
participado el ministro de Minería, almirante Quiñones, y el coronel Gastón Frez, que esta-
ba en Codelco. A mí me parecía grave el asunto, porque la estatización de las minas no sólo
no se avenía con nuestra filosofía, sino que sobre todo frenaría la inversión extranjera, clave
para nosotros en esos momentos. Fui entonces a hablar directamente con Sergio Fernández,
le expliqué la situación y le dije que había que buscar la manera de cambiar esa parte de la
Constitución fuera como fuera. Bueno, no le di más vueltas al asunto, convencido de que se
arreglaría, pero a los pocos días Fernández me dijo que había sido absolutamente imposi-
ble, porque ya estaba impresa y no faltaba nada para plebiscitarla. Pero la razón de fondo
—me dijo— era que, si se hacía ese cambio, otros se aprovecharían para plantear nuevas
reformas, y sería un tema de nunca acabar. Igual yo pensaba que ese no era el problema.
Había que hacer las cosas bien, y no aceptar lo que era inadecuado. Pero no hubo caso. Fue
entonces cuando discurrieron sacar a Piñera de Trabajo y llevarlo a Minería, encargado de
buscar una fórmula que solucionara esa situación”406.
Según el historiado Gonzalo Vial, efectivamente varios militares nacionalistas, acaudilla-
dos por Frez, obtuvieron la misma redacción que se propuso a plebiscito, y que había hecho
aprobar Allende en la reforma constitucional de 1971 (nacionalización del cobre), muy nega-
tiva para la inversión extranjera en el rubro. El nivel de penetración de las ideas estatistas era
tal, que en 1971 todos los sectores políticos representados en el parlamento chileno habían
aprobado una reforma constitucional que nacionalizó las principales explotaciones cupríferas,
a la fecha operadas por compañías norteamericanas. El proyecto de la Constitución de 1980
no mejoró mucho el concepto de propiedad de la minería. Los cinco incisos dedicados a ella,
en el número 24 del artículo 19, que consagra el derecho de propiedad entre las garantías
constitucionales, tienen una redacción propia del estatismo: se refieren sólo a concesiones, y
dejan a la absoluta discrecionalidad de la autoridad política la decisión de mantener o revo-
car una concesión al inversionista. Para revocar una concesión, basta que venza el plazo, y
ya está. Algo similar ocurre con las concesiones de frecuencias a las radios: el Estado puede
suprimirlas cuando quiera. En esto, como en casi todas las áreas en que esté involucrada la
actividad humana y la inversión, el derecho de propiedad debe estar claramente establecido.
No se entiende para qué el Estado se reserva toda la minería para sí, como si Chile no tuviese
suficiente cordillera para explotar toda la minería que se quiera, y al Estado le sobraran los
recursos económicos y la capacidad administrativa para hacerlo. En cualquier momento apa-
recen los sustitutos de nuestros minerales, y la oportunidad de explotarlos desaparece, como
ocurrió con el salitre y está en buena medida ocurriendo con el cobre: los recursos económicos
que pudieron haber ingresado en la economía nacional jamás ingresarán. En esto los militares,
que durante el gobierno de Pinochet casi siempre manejaron Codelco, tenían un sesgo estatis-
ta evidente. En 1981, José Piñera elaboró la Ley Minera, que reconoció los derechos privados
en el sector (dentro del contexto de concesiones, pero manejadas por el poder judicial y no
por la autoridad político-administrativa), y que permitió las grandes inversiones particulares
que dicha actividad requiere. Así y todo, la autoridad política logró introducir un impuesto
especial denominado royalty (término que proviene de los derechos de la corona y del rey),
porque veía que los inversionistas estaban ganando demasiado por los altísimos precios que
habían alcanzado los commodities en el año 2007. Sin embargo, hoy día la minería privada
es muchísimo más eficiente que la estatal. Por eso el principio de propiedad debe ser una
garantía constitucional, y manejar muy claramente dos conceptos: el derecho de propiedad y
el derecho a la propiedad. Para esto último, las instituciones pertinentes deben adecuarse de
406 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs. 333-334.

387
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

manera tal que todos los ciudadanos tengan oportunidad de acceder a la propiedad mediante
su propio trabajo, en el lugar que sea y en la escala de proporciones que corresponda.
El tema de la propiedad minera causó grandes tensiones dentro del gobierno. Según Mó-
nica Madariaga, tanto Gastón Frez como Fernando Lyon se oponían tenazmente a deshacerse
del dominio estatal de las minas. Las discusiones al respecto fueron agotadoras. Relata Arturo
Fontaine que De Castro fue también a hablar con la Junta, para defender la posición del equipo
económico, abiertamente contrario a la estatización. “De Castro —señala Fontaine— acusa el
golpe y concurre a la Junta, que funciona con sus asesores y otros funcionarios uniformados.
‘El sistema paralizará la inversión extranjera’, dice De Castro. ‘No soy técnico ni abogado,
pero la Junta puede escuchar la opinión de dos abogados expertos407 en derecho minero que
esperan en la antesala’. Los abogados señalan que puede producirse cesantía, coinciden entre
sí y se retiran… El Presidente, dirigiéndose a Frez: ‘Parece que usted no está muy convenci-
do´. ‘Para nada, Presidente. El ministro nos ha dicho que no es abogado ni técnico, pero que
no vendrán inversiones, y los técnicos que ha traído están preocupados por la desocupación.
Esto no tiene consistencia”408. Pinochet vaciló, y se demoró en tomar una decisión. Sin embar-
go, pocos días después dijo que haría reponer la propuesta de la Comisión Ortúzar”.
Otro artículo importante de la nueva Constitución era el estatuto de autonomía que se le
concedía al Banco Central. Esa norma era relevante para despolitizar el manejo cambiario
y lograr la estabilidad monetaria y económica del país. Hoy nadie discute la conveniencia
de un Banco Central autónomo.
La nueva Constitución fue aprobada en el plebiscito por el 67,04% de los votantes. Era
un indicio de que a la mayoría de los chilenos les parecía más o menos justo y coherente todo
lo que en ella se establecía.
La constitución que elaboró el gobierno militar fue un intento serio de articular un gran
marco institucional que cimentara el desarrollo de Chile. Aunque cumplió un papel efectivo
en las décadas del 80 y el 90 (hasta el término de la transición), hoy aparece con pocas proyec-
ciones, reglamentarista, y me atrevería a decir hasta redactada “con susto”. Pero eso es com-
pletamente explicable, considerando el contexto en que se redactó, después del estrepitoso
derrumbe del gobierno de Allende. Fue además redactada 9 años antes de la caída del muro de
Berlín, 20 años antes del surgimiento del mundo globalizado (que yo situaría, al menos para
Chile, a partir de los sucesivos tratados de libre comercio firmados con Estados Unidos, los
países asiáticos y la comunidad europea), y antes de la irrupción y uso masivo de la tecnología
de Internet, cronológicamente situada en torno al año 2000.
Ese inédito cuadro mundial posterior a su promulgación la ha dejado un tanto desfasada,
restándole eficacia, solidez, proyección y credibilidad. Es lo que suele ocurrir con las consti-
tuciones que se redactan bajo un contexto circunstancial y no esencial, y además sin la debida
integración ético-política, económica y moral.
Y si bien cumplió un papel crucial en su momento, puesto que abrió las libertades básicas
en prácticamente todos los ámbitos de la economía y de otras instituciones, le faltó expansividad
y una mayor integración valórico-humana, institucional y sociopolítica. Debió haber apuntado
al desarrollo moral de la persona, de su autosuficiencia integral, y cimentarla en la ética-política
y en el auténtico bien común. Además, había una tarea ineludible de nivelación transitoria: sacar
de la pobreza dura, intelectiva, material y social, a un importante segmento de la población, de
un modo excepcional, como si fuesen minusválidos (dicho no en un sentido peyorativo), y no
sistémicamente, como lo hizo bien intencionadamente el ministro Kast.

407 Se refiere a los abogados Raúl de la Fuente y Samuel Lira.


408 Arturo Fontaine, Los economistas y el presidente Pinochet, op. cit., pág. 126.

388
Sebastián Burr

Derechamente, el gobierno militar debió haberse desacoplado de los códigos sociológi-


cos del liberal-socialismo de Occidente, como logró hacerlo en macroeconomía —política
monetaria, libre mercado, previsión privada, política arancelaria—, en salud, en educación
superior privada, etc. Y debió sobre todo definir y plasmar exactamente el concepto de bien
común en la Constitución, de manera que no se prestara a equívocos, puesto que es la base
de la igualdad política de todos los ciudadanos, fundada en la concepción de bien ontológi-
co y social. Si una constitución no tiene por principio el desarrollo moral, ético y político
de la persona, en otras palabras, su libertad extrínseca e intrínseca, en términos teóricos y
prácticos, simplemente no tiene sentido. Por último, hay que decir que uno puede hacer una
Constitución muy bien inspirada, pero si no cuenta con las instituciones que se requieren
para aplicarla, eficientemente y análogamente diseñadas, no puede cumplir su verdadero rol,
que es generar un marco de posibilidades para todos. Necesita tener un correlato humano,
práctico y socialmente integrado, en lo esencial del plano moral, social y político de la perso-
na, pues las constituciones y las leyes por sí solas no son capaces de nada sin esa correlación.
Sin duda, Chile requiere una renovación constitucional.
Después de aprobada la Constitución, casi todo se veía promisorio. La economía crecía
al 8,3% anual, los salarios reales se habían incrementado en un 8,2%, la inflación ya ronda-
ba el 9%, y el superávit fiscal alcanzaba el 3%409. No obstante esa solidez, voces disidentes
hacían ver el exagerado monto de la deuda externa del sector productivo privado410, fuerte-
mente concentrada en tres o cuatro grupos económicos de grandes empresarios, y objetaban
la mantención de la paridad cambiaria411.
Simultáneamente a la reforma laboral y previsional, el equipo económico, afianzado con
Sergio Fernández, decidió iniciar una reforma formal de la educación chilena, que permane-
cía completamente centralizada, y llena de privilegios. Los cambios comenzó a estudiarlos a
fines de 1978 el equipo económico, y fueron implementados por el ministro Alfredo Prieto.
A su vez, el ministro Gonzalo Vial fue el creador de la prueba de medición PER (en caste-
llano y matemática), antecesora del SIMCE. Los temas propuestos por el equipo económico,
a partir de estudios previos realizados por Odeplan, fueron: el financiamiento universitario,
la regionalización de las universidades, los centros de educación integral, el aporte fiscal in-
directo a los centros de educación superior, la rendición de una prueba a nivel nacional, que
midiese el nivel académico de los alumnos del país —el futuro SIMCE—, a fin de focalizar

409 Gonzalo Vial C, Pinochet. Decisiones Claves. La crisis económica de 1982. Cap. VII. La Segunda, abril de 1998.
410 La raíz del creciente endeudamiento en dólares del sector privado fue el alza del petróleo, cuyo precio se cuadriplicó en
noviembre de 1973, por decisión de la OPEP. Como consecuencia, los ingresos de los países que conformaban ese cartel
crecieron de forma exponencial, y generaron en ellos un superávit espectacular, mientras que los países importadores
(Chile) tuvieron un gigantesco déficit en su balanza de pagos. Dicho déficit de los estados industriales occidentales (sin el
respaldo productivo correspondiente) fue financiado con créditos otorgados por la misma OPEP. Así los petrodólares re-
ingresaron a los bancos de Occidente, que pudieron a su vez prestarlos, respondiendo a la enorme demanda de dólares por
el déficit, sobre todo a países en vías de desarrollo y no productores de petróleo. En 1978 y 1979, la OPEP volvió a subir
el precio del petróleo, y dichos países requirieron una mayor cantidad de dinero, que no contaba con respaldo productivo.
Los bancos prestatarios, saturados de dólares y ávidos de colocarlos, los prestaron sin mayores análisis financieros, sin
verificar si esos endeudamientos contaban con algún respaldo productivo. De esta manera, el sector privado chileno ob-
tuvo una cantidad fabulosa de recursos (US$ 7.000 millones aproximadamente), que se destinaron a consumo más que a
labores de producción con rentabilidad positiva. Esos recursos, por haberse transado entre privados, o entre sucursales de
la misma banca internacional, no eran controlados por la Superintendencia, y tampoco intervenía el Banco Central. Todo
marchaba bien hasta que quebró la CRAV. Era una empresa muy solvente y conservadora en sus operaciones de riesgo,
pero se metió en una operación especulativa que le falló, y terminó quebrando.
411 Había sectores que exigían la devaluación del peso en la misma proporción del monto que marcaba la diferencia entre la
inflación chilena y la norteamericana. Sergio de la Cuadra (vicepresidente del Banco Central) sostenía que esa pretensión
se justificaba cuando el gobierno cobraba un impuesto a la inflación mayor al que se cobraba en EE.UU., pero desde 1978
el gobierno había dejado de requerir ese impuesto, y por lo tanto el Banco Central ya no financiaba al sector privado.

389
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

el subsidio educacional de modo que incentivara a los más capaces. Todo eso se tradujo al
final en la municipalización de la enseñanza, en subsidios a los estudiantes de las escuelas
fiscales y privadas gratuitas, y en la apertura a la educación universitaria privada.
El impulso a las universidades privadas fue un verdadero acierto. Menospreciadas en un
comienzo, dichas universidades se han ganado hoy un reconocido espacio, y algunas incluso
superan a las tradicionales, que en el pasado configuraron un verdadero monopolio de la en-
señanza superior. Ese nuevo espacio provocó un boom de centros de enseñanza tecnológica,
de institutos profesionales, etc.
Ya en “El ladrillo” se había establecido que el Estado debía entregar gratuitamente a los
futuros ciudadanos niveles mínimos de educación, pues sólo a través de ella podrían partici-
par seria y responsablemente en la vida social y política del país. Este es un tema crucial, pues
la visión de la realidad que adquieren los ciudadanos depende en gran medida de la que les
transmite la educación. Así un currículo utilitarista producirá utilitaristas, uno marxista pro-
ducirá marxistas, uno fenomenológico producirá empiristas, etc. En consecuencia, lo que el
Estado debe garantizar es sólo el desarrollo de las facultades superiores: el entendimiento teó-
rico, la inteligencia práctica y la inteligencia emocional, de acuerdo a la naturaleza ontológica
del ser humano. El resto del currículo debe ser de libre elección de los padres y apoderados.

La recesión

A mediados de 1981, se apreciaba que los grupos económicos eran los que más crecimiento
económico tenían, lo que no dejaba de generar molestia, pues eran los únicos que “crecían”
de un modo espectacular. El problema de la CRAV se seguía viendo como un problema co-
yuntural. A principios de julio, empezaron a surgir diversas presiones para modificar el tipo
de cambio, y algo se escuchaba de una posible recesión internacional.
El detonante se fraguó en EE.UU., cuando la Reserva Federal subió la tasa de interés del
6% al 19%, para enfriar la economía y bajar la inflación en ese país, generada por el excesivo
aumento del gasto público. Lograron hacerlo, pero un efecto adverso fue el brusco aumento
de la cesantía. Ronald Reagan, que había recién asumido el 20 de enero de 1981, tomó otras
medidas de carácter monetario, y el valor del dólar se disparó en todo el mundo. Su propósito
era desarticular económicamente a la Unión Soviética fortaleciendo su propia moneda. Esta-
dos Unidos —como casi siempre lo hace— volvía a establecer un camino monetario en fun-
ción de sus propios intereses, sin preocuparse de los acuerdos para el mantenimiento de tipos
de cambio estables en el plano internacional. Después de esas maniobras norteamericanas,
la apuesta internacional era que el mundo entraría en un ajuste recesivo de unos seis meses.
La repentina alza del interés crediticio en EE.UU. encareció automáticamente el crédito en
Chile, al igual que en los demás países no petroleros, que se habían endeudado en exceso. La
actividad productiva mundial se contrajo de inmediato, y eso provocó una drástica caída de los
precios de los commodities, entre ellos el cobre412. Como al mismo tiempo subió fuertemente
el precio internacional del petróleo, la recuperación se hizo muy difícil para las naciones indus-
trializadas que no lo producían, y lo mismo ocurrió proporcionalmente en Chile. Dos variables
independientes: el crédito y el precio del petróleo, sufrieron un alza inusitada; ambas se suma-
ron, y arrastraron a todo el resto de la economía413. En 1981, el déficit de la balanza de pagos
ascendió a US$ 2.700 millones, debido a las bajas entradas por el precio del cobre y al exceso

412 El precio promedio de 1980 alcanzó US$ 1 por libra aproximadamente; en 1981 bajó a US$ 0,75, y en 1982 a US$ 0,67.
413 El cobre no representaba ya el 80% de nuestras exportaciones como en 1979, sino el 65%.

390
Sebastián Burr

de gasto por el alza del petróleo. Como además había que servir la deuda externa y el crédito
se había encarecido más de un 300%, la situación se complicó por todos lados.
Sergio de Castro explica: “… como yo estaba muy consciente de nuestra necesidad de
capitales extranjeros para financiar la inversión, me preocupé de tomar cuanta medida me
pareció razonable para que no disminuyeran los créditos, procurando al mismo tiempo que
los deudores, tanto el fisco como los privados, pudieran pagarlos. Para eso era indispensable
mantener el dólar a $ 39, es decir, al mismo valor en que se habían contraído las deudas...”.
Dado que en una crisis de magnitud internacional, una economía pequeña como la de
Chile no puede influir en nada, sólo quedaba manejar del mejor modo posible las variables
internas. De Castro comenzó por frenar los rumores de modificación del tipo de cambio,
destacando por cadena de TV el inédito crecimiento del PGB, el gasto social, que ascendía al
53,6% del gasto fiscal, la espectacular caída del nivel de inflación, la alta tasa de empleo al-
canzada, el aumento real de las remuneraciones y el mejoramiento de los niveles de pobreza.
Desde 1971 y hasta 1983, el PIB per cápita cayó drásticamente, a consecuencia de cinco
crisis: la generada por el gobierno de la UP, la crisis del petróleo, la caída del precio del cobre,
el alza de intereses internacionales en 1975-76, y la consecuente crisis interna de la deuda en
1982. Sin embargo, durante los años 1980 a 1982 había logrado una notable expansión.
Respecto al endeudamiento externo que se produce al financiar con crédito el déficit en
cuenta corriente, De Castro señala que los aspectos relevantes por considerar son la balanza de
pagos y la inversión. Esto porque un país que aspira a tasas elevadas de crecimiento —como
fueron las logradas por Chile entre 1985 y 1996— requiere una elevada tasa de inversión, que
a su vez implica generar una alta tasa de ahorro. Ahora bien —continúa De Castro—, el aho-
rro puede ser interno o provenir del exterior, o ser una combinación de ambos. Si Chile qui-
siera generar inversión sólo a través del ahorro interno, sería necesario comprimir en forma
significativa e innecesaria el nivel de consumo de la población, afectando gravemente a los
más pobres, y arriesgando los programas sociales destinados a erradicar la extrema pobreza.
De ahí la importancia de complementar el ahorro interno con el externo. El ahorro externo
se ha logrado por la solidez de nuestra economía y la coherencia de las políticas adoptadas.
Eso ha permitido que la cuenta de capitales del país, producto de los créditos externos y de la
inversión extranjera, haya alcanzado un superávit.
En cuanto al mecanismo de ajuste automático, sostuvo en ese entonces que “garantiza
que el déficit será cubierto por el crédito externo”, agregando que “además, como es sabi-
do, la cantidad de reservas internacionales en poder del Banco Central, más que duplica la
cantidad de dinero, de manera que nada podría obligar a una devaluación. En consecuencia,
bajo el actual sistema monetario y cambiario, no hay ni habrá ningún motivo o fuerza de
presión capaces de alterar el actual tipo de cambio de 39 pesos por dólar, el cual está en
condiciones de ser mantenido por años”.
En otras palabras, señaló que el sistema económico imperante contenía los mecanismos
de ajuste necesarios para superar la crisis, más que cualquier otro sistema alternativo, aunque
Chile no podría abstraerse de la recesión, por la caída de las exportaciones y la baja signifi-
cativa del precio promedio del cobre.
El mecanismo de corrección o de ajuste opera a través de un alza en las tasas de interés,
lo que adecúa el nivel del gasto a las reales disponibilidades de recursos de la economía, in-
cluyendo el menor flujo de crédito externo hacia las empresas que dicha alza permite. Ambos
factores producen un decrecimiento de la actividad económica, lo que provoca otro ajuste,
quizás más doloroso, pero propio de toda economía: el ajuste de las remuneraciones, o la ce-
santía. Desgraciadamente, nuestra inflexible estructura laboral no estaba preparada, ni legal,

391
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

ni productiva ni económicamente, para colaborar con el ajuste sin recurrir a los despidos. Pues
el salario base, que por ley no podía ser modificado a la baja, y que estaba indexado al IPC,
sólo dejaba la alternativa del despido. En toda economía, sobre todo a nivel microeconómico,
los salarios son un factor extraordinariamente relevante, tanto por los flujos que generan como
por las conductas (gasto y ahorro) de cada agente del mercado que sólo cuenta con ese tipo
de ingreso (trabajadores). Todo factor económico relevante debe contar en sí mismo con un
mecanismo de flexibilidad para colaborar en los ciclos recesivos y expansivos.
Un hecho que agravó el impacto recesivo en nuestro país fue que varios grupos econó-
micos, aprovechando la abundancia de petrodólares, se habían endeudado más allá de todo lo
razonable, y no usaban esos créditos en actividades productivas rentables, sino para montar
máquinas especulativas (empresas de papel) y seguir acaparando irracionalmente más poder
económico, o bien para refinanciar sus propios negocios especulativos fallidos. Más aún, el
mismo Rolf Lüders, habiendo constatado la profunda crisis del grupo del cual era socio, fue a
pedirle a De Castro nada menos que 500 millones de dólares a través de Corfo, y le dijo que
con ese monto el grupo resolvería todos sus problemas.
En esos mismos días se estaba estudiando una ley de bancos con reglas de fiscalización
más estrictas, que se publicó en el Diario Oficial en septiembre de ese año.
Cuenta De Castro que simultáneamente Miguel Kast le transmitió su preocupación por
el aumento del desempleo, especialmente en el sector juvenil, el más afectado por el salario
base, debido a su escasa educación, inexperiencia laboral y consecuente infraproductividad.
Kast propuso derogar el salario mínimo. “Yo estuve de acuerdo, y le pedí que redactara el
decreto pertinente para presentarlo ante la Junta para su tramitación. Miguel lo hizo junto
con los economistas de Odeplan, de modo que estuvo listo en muy poco tiempo”414.
De un tercer estudio realizado por Kast al respecto, se desprendió que la medida que más ha-
bía influido en la no contratación laboral había sido la política de salario mínimo, que afectaba de
lleno a los más pobres o menos calificados y condenaba a la cesantía perenne a los más jóvenes.
Con gran discreción, y exponiendo muchos argumentos, De Castro y Miguel Kast lo-
graron convencer a Pinochet y a los miembros de la Junta de la necesidad de derogar dicha
norma. Estando el decreto en Contraloría para la toma de razón, la noticia de la derogación
apareció intempestivamente en los diarios. ¿Quién la filtró? Sorpresivamente, el general Sin-
clair “decidió salir al paso de la operación”415, y convocó a La Moneda al equipo económico,
entre ellos a De Castro, Kast, el ministro de Economía, general Rolando Ramos, el nuevo
director de Odeplan, general Luis Danús, y José Piñera, a la sazón ministro de Minería.
De Castro recuerda esa citación. “Me acuerdo que durante los primeros días de septiem-
bre fuimos llamados con urgencia por el general Sinclair, sin saber específicamente el motivo.
Cuando llegué a La Moneda me encontré con los otros ministros del área económica y Piñera,
que había dejado Trabajo y estaba en Minería. Cuando estábamos todos, se incorporó a la
reunión el general Pinochet, que muy serio nos dijo: ‘El tema, señores, es la derogación de la
ley del salario mínimo’… El presidente me hizo hablar a mí primero. Hice entonces una breve
exposición técnica, sosteniendo que su elevado nivel era absurdo y que había que derogarlo,
pues generaba un alto desempleo, especialmente entre los jóvenes y la tercera edad… Luego
habló Miguel y los demás, entre ellos Danús y Ramos, que, con matices, estuvieron de acuerdo
conmigo. Entonces Pepe Piñera, con una increíble desfachatez, dijo que el salario mínimo no
tenía nada que ver con el desempleo, que no generaba ningún problema, agregando que estába-
mos hablando del nivel de vida de las personas y de la gente de bajos ingresos, que por dignidad

414 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs. 360-361.
415 Ascanio Cavallo et al., La Historia oculta, pág. 277.

392
Sebastián Burr

merecían una remuneración que les permitiera satisfacer sus necesidades vitales, y tal y cual…
era un discurso claramente populista y sin ninguna base técnica, por lo que miré al general
Pinochet con la intención de contestar esa necedad increíble, pero me dijo: ‘Usted ya habló, mi-
nistro’, tomó sus papeles, se paró y se retiró de la reunión. Debo reconocer que me indigné, me
acerqué a Pepe y le dije que era un chueco de mierda. No atinó a contestarme, porque si lo hace
creo que le tiro un golpe. Mientras se alejaba rápido sólo me dijo que no entendía por qué estaba
tan exaltado. ¡Cómo no iba a estarlo! Su intervención no había sido la de un economista, sino
la de un demagogo. Me fui entonces a mi oficina y busqué un ejemplar de la revista Economía y
Sociedad que él editaba, y en la que no hacía mucho había escrito un artículo donde analizaba
el mercado laboral y mostraba la influencia del salario mínimo en la generación del desempleo.
Regresé a La Moneda y me fui directo donde el general Pinochet, quien me recibió de inme-
diato. ´Presidente —le dije—, usted acaba de escuchar al Piñera político; ahora lea al Piñera
técnico’, y le pasé el artículo. Lo leyó y lo guardó en la bocamanga de su chaqueta. No hizo
ningún comentario… pero el decreto fue retirado de la Contraloría y el país se vio privado de
una formidable herramienta para hacer frente a la crisis. Hasta hoy no logro entender cuál fue
la motivación de Piñera para olvidar su calidad de economista y transformarse en populista”416.
Por esos mismos días, El Mercurio entrevistó al decano de Economía de la Universidad
de Chile, Jorge Selume, sobre el tema de la igualdad salarial (salario mínimo) y el rendi-
miento profesional de los trabajadores. “El problema que presenta el salario mínimo —decía
allí Selume— es que todos aquellos trabajadores que por su escaso nivel de capacitación y
experiencia, o por problemas físicos derivados de su mayor edad, no son capaces de gene-
rar para la empresa una cantidad igual o superior al salario mínimo, nadie los contrata, y
quedan desocupados… Se perjudica a aquellas personas de menor productividad, es decir,
especialmente a los jóvenes y trabajadores de mayor edad… la encuesta nacional de ocupa-
ción y desocupación que elabora el Departamento de Economía, indica que mientras para
los mayores de 21 años la tasa de desocupación es de 9% a nivel nacional, en el caso de
los menores de esa edad dicha tasa alcanza al 23,7%... Eso es una clara consecuencia del
salario mínimo”. Respecto a otra encuesta —esta vez a cesantes de entre 14 y 21 años—,
señaló que el 55,2% de ellos estaría dispuesto a trabajar por un salario inferior al mínimo, lo
que obviamente eliminaría al menos el 50% de esos cesantes. Todo esto sin considerar que la
experiencia laboral , bajo cualquier condición, es pedagógica y generadora de oportunidades.
La cesantía, en cambio, produce sólo efectos negativos.
En el último trimestre de ese año, los efectos de la recesión se sintieron con mayor crude-
za, y resurgieron las críticas al equipo económico, en especial contra la política del cambio fijo
a $ 39. En conversaciones sostenidas con De Castro antes de publicar este libro, me dijo que
sigue totalmente convencido de que devaluar no solucionaba en nada el problema, y menos
haberlo hecho desfasadamente, como ocurrió. Y refutó rotundamente a quienes siguen soste-
niendo que la crisis del 82 se debió al tipo de cambio. Más aún, cuando el gobierno devaluó,
más de un año y medio después de iniciado el debate, el ajuste ya se había hecho automática-
mente y casi por completo, la balanza comercial no tenía déficit, las reservas en dólares del
Banco Central seguían incólumes, la cesantía había suprimido puestos de trabajo y rebajado
el gasto de las empresas, y esto sin considerar el ajuste en rebaja de remuneraciones que los
empresarios pactaban autónomamente con sus trabajadores, más allá de los impedimentos de
la ley417. De hecho, en acuerdo con los trabajadores, yo hice lo mismo en mi propia empresa:

416 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs. 361-362.
417 En marzo de 1982, El Mercurio informaba que varias empresas habían bajado las remuneraciones de acuerdo con sus sin-
dicatos, los cuales preferían aceptar esas reducciones para mantener el empleo.

393
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

reduje los salarios, que a la postre manejaba de modo fijo. Pero decidí aplicar sentido común, y
establecí una estructura de salarios variables, que desde entonces me ha permitido sortear todas
las crisis, las nacionales, las internacionales, y también las propias sin entrar en la lógica de los
despidos. Nunca imaginé que el mecanismo variable iba a generar tantos beneficios económi-
cos a la empresa y a cada uno de los trabajadores. Tampoco pensé que las hostilidades, típicas
de la lucha de clases, irían extinguiéndose, para dar paso a una actitud de mutua colaboración,
y hasta de amistad. Por fin se veían utilidades reales, y un buen número de trabajadores hasta
triplicaron sus ingresos. Un trabajador bajo régimen variable, y que cuenta con el apoyo lo-
gístico y la supervisión de la empresa, produce al menos un 50% más que aquel que funciona
bajo salario fijo, sobre todo en labores que requieren voluntad de trabajo. Incluso aumentan su
rendimiento los operarios cuyo trabajo está determinado por la secuencia de una máquina, pues
ellos mismos —si los incentivos están bien puestos— generan una sinergia de colaboración.
Por último, la capacitación profesional —siempre dormida en nuestro país— adquiere sentido.
En resumen, el ajuste de la economía ya se había producido antes de la devaluación, por
la vía del crecimiento de las tasas de interés (300%) y de las tasas de desempleo, y por la
rebaja de salarios acordada entre empleadores y trabajadores, que fluctuó alrededor del 15%.
De esta manera, cuando se devaluó tardíamente el peso, no se hizo otra cosa que acoplar a
la crisis de la deuda la crisis de la devaluación.
Devaluar el tipo de cambio o rebajar los salarios es más o menos lo mismo, dice De Cas-
tro. Sólo que la segunda medida es altamente impopular, y la primera pasa más inadvertida.
Aunque, como se dispara la inflación, se consume menos con el mismo salario. Pero en el caso
referido, la devaluación no funcionaba, pues los salarios estaban indexados al IPC.
Dice De Castro: “Si uno mira qué fue lo que ocurrió en el resto de América Latina y en
los demás países en vías de desarrollo, todos ellos sufrieron la recesión, con independencia
del régimen cambiario que tuvieran. Unos tenían un tipo de cambio fijo, otros tenían el tipo
de cambio libre, otros tenían el tipo de cambio fluctuante, con flotación limpia, semilimpia,
sucia, semisucia, con tablita o sin tablita... pero todos sufrieron lo mismo, y peor. De hecho,
Latinoamérica denominó a la década del 80 “la década perdida”. Si bien Chile tuvo fuertes
caídas en su PIB en 1982 y 1983, a partir de 1984 empezó a crecer nuevamente, alcanzando
altas tasas de crecimiento entre 1985 y 1990. No fue para nada una década perdida para
Chile. El cambio fijo buscaba dar señales claras de estabilidad, no ahuyentar al inversionis-
ta, ni aumentar en términos reales el servicio de sus créditos a las empresas que los habían
contratado en dólares. De acuerdo a mi análisis, es cierto que el dólar a 39 pesos estaba
desalineado respecto a las remuneraciones, pero esto era así porque sin mi aval, e incluso
con mi oposición, cuando se gestó el Plan Laboral se agregó una norma que dejó indexados
los salarios, es decir, aumentaban automáticamente según el IPC, independientemente de
que a las empresas les estuviera yendo bien o mal”418.
El tema no era insignificante: debido a la caída de la demanda y de los precios en los mer-
cados internacionales, los exportadores recibían menos dólares por sus productos, y no sólo
no podían rebajar los salarios, sino que además, por el mecanismo de indexación, éstos au-
mentaban, lo que en paridad dólar hacía mucho más caro producir, más aún cuando la variable
energética y las tasas de interés habían subido cerca de 300%. De esta forma, la devaluación
del peso se transformó en una suerte de profecía autocumplida, no obstante que salvo el tema
salarial, ningún índice de la época señalaba la necesidad de devaluar.
Sin embargo, De Castro se preguntaba: ¿cómo era posible que los empresarios y los ban-
queros endeudados en dólares quisieran devaluar, si los índices macroeconómicos actualizados
418 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs. 363-364.

394
Sebastián Burr

señalaban que no era necesario, y en cambio era completamente seguro que su endeuda-
miento crecería? ¿Cuál era la lógica que había detrás de esa contradicción? De Castro llegó
a la conclusión “de que a los que estaban especulando o inflando el valor de sus activos, les
convenía una devaluación, porque así se produciría una espiral inflacionaria que elevaría los
precios de sus activos, permitiéndoles deshacerse de algunos negocios malos. En definitiva,
como estaban asfixiados, querían hacer una rueda gigantesca, producir una inflación grande
y cambiar su endeudamiento a pesos, a un tipo de cambio preferencial, y licuar. Lo que no
comprendía —y hasta hoy no entiendo— era por qué otros empresarios menos temerarios,
que habían tomado créditos para invertir y crecer desarrollando proyectos rentables en el
largo plazo, insistían en devaluar. Era una actitud totalmente autodestructiva”419.
A pesar de ese contexto, De Castro estaba confiado. Veía que la crisis había tocado fon-
do, y sabía que en el segundo semestre del 82 la economía comenzaría a recuperarse, y la
situación quedaría superada. Sabía además que Pinochet estaba consciente de que devaluar
significaba generar una suerte de crisis artificial, pues lo habían conversado varias veces.

A la crisis internacional se le acopló la crisis de la devaluación

El 2 de noviembre de 1981, la Superintendencia de Bancos decretó la intervención por insol-


vencia de cuatro bancos y cuatro financieras420, cuyo capital estaba comprometido en carteras
riesgosas. El gobierno decidió que el Estado se hiciera cargo de los pasivos de dichas institu-
ciones, pues previó que si no lo hacía se iba a producir una corrida bancaria. Probablemente
fue esa la razón por la que Pinochet no escuchó a De Castro, quien no era partidario de inter-
venir. A De Castro le pesaba lo que él llama “el pecado original”: haber permitido en 1977 la
intervención del banco Osorno.
Enrique Seguel recuerda que por esa fecha Pinochet realizó una suerte de cónclave con
los miembros del equipo económico, más otros del área política y asesores presidenciales.
“Mi impresión —dice Seguel— es que esa reunión se realizó a instancias de Pepe Piñera,
quien le planteó derechamente al general Pinochet que íbamos al precipicio si se seguía
manteniendo el tipo de cambio fijo. El desequilibrio de fuerzas era brutal, porque en rea-
lidad el único que sostenía ese diagnóstico era Pepe. Quizás un poco también la gente del
Comité Asesor. Pero en la reunión Pepe terminó repudiado, tanto por el procedimiento como
por los argumentos que expuso…”421.
A fines de ese mismo mes —el 27 de noviembre— se modificó el gabinete. Contrariamen-
te a los rumores de que habría novedades en el área política y económica, fueron confirmados
el jefe de gabinete, Sergio Fernández, y el ministro de Hacienda, Sergio De Castro. José Piñera
dejó el ministerio de Minería, y asumió en su reemplazo el abogado Hernán Felipe Errázuriz.
Sergio De Castro recuerda que “con el cambio de gabinete se marchó José Piñera, dejan-
do tras sí el malhadado piso laboral, que impedía que las remuneraciones se pusieran a tono
con la fuerte contracción económica mundial y nacional. También con el pecado profesional
de haber frustrado la derogación del salario mínimo para los menores de 21 años y mayores
de 65 años. Medida que habría moderado el desempleo juvenil y de la tercera edad”422.

419 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Págs. 366-367.
420 Bancos de Talca, Español, de Linares y de Fomento de Valparaíso, y las financieras Finasur, Casco, de Capitales y Compa-
ñía General Financiera.
421 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Pág. 369.
422 Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart Páez. Sergio de Castro, el arquitecto del modelo económico chileno. Pág. 370.

395
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Pocos días después de ser ratificado, De Castro conversó largamente con el presidente. Le
hizo ver que, para reducir las tasas de cesantía, había que reducir las remuneraciones, tanto del
sector privado como público. Pues los salarios seguían creciendo, por la ley del piso laboral y
su indexación automática al IPC (IPC que, como ya se dijo, subía por la triplicación del precio
del petróleo y de las tasas de interés), toda vez que nuestras exportaciones y el precio del co-
bre habían caído debido a la recesión mundial. “Le expliqué que era la única forma de evitar
el crecimiento del desempleo”423. Argumentó además que la reducción de las remuneraciones
redundaría en un aumento instantáneo del valor del dólar, sin necesidad de devaluar, y que
las tensiones económicas se relajarían de inmediato. Pero en las condiciones vigentes, aunque
muchos precios de productos y servicios internos habían bajado de precio por la recesión, las
remuneraciones seguían subiendo absurdamente. Si se hubiera realizado esa reducción de los
costos de producción, el dólar a $ 39 habría incentivado mucho más las exportaciones, y la
economía se habría ajustado mucho más rápido. “El presidente estaba más o menos convenci-
do, pero sabía que la medida tendría costos políticos, y eludía tomar una decisión”.
Edward Schumacher, periodista del New York Times, escribió en esos días lo siguiente:
“El experimento chileno —con una economía libre de mercado— se enfrenta a dificultades
y es criticado por los grupos que uno menos podía esperar, como son los empresarios con-
servadores y los ideólogos de ultraderecha… Esos mismos empresarios que se beneficiaron
con la política gubernamental en los años de crecimiento, ahora claman para que este go-
bierno los proteja… Durante el período que se conoce como el ‘milagro económico chileno’,
la inflación bajó de un 600% anual en 1973 a menos del 10% en 1981. El crecimiento ha
sido de 8% promedio en los últimos cuatro años. Las inversiones extranjeras y los artículos
importados han aumentado considerablemente en este período, y se han establecido nuevas
industrias de exportación, como la frutera. El costo social, sin embargo, ha sido alto. El des-
empleo en septiembre se mantenía en el 12%, de acuerdo al estudio publicado a principios
de diciembre por la Universidad de Chile”424.
Como se puede apreciar, la culpa de la crisis, según esos grupos, la tenía el equipo eco-
nómico, no obstante la recesión y los dramáticos esfuerzos que había hecho para convencer
a Pinochet de que era esencial liberar el mercado laboral y rebajar las remuneraciones en un
12% o 13%. Así, según De Castro, “subiría el tipo de cambio real sin devaluación, con lo
que podríamos capear el temporal. De hecho, bajaron (las remuneraciones) un 12% en tres
años, después de la devaluación, y al costo de un desasosiego social enorme y de la quiebra
de muchos deudores en dólares, que sucumbieron a la desorbitada alza del dólar ante la in-
certidumbre desatada por la devaluación. Eso no sólo comprometió a los bancos acreedores,
sino que además sirvió de caldo de cultivo para el renacimiento de la oposición, que había
quedado reducida a la insignificancia después del resultado del plebiscito de 1980”.

La renuncia del ministro De Castro

El viernes 16 de abril de 1982, a raíz de la renuncia del jefe de gabinete, Sergio Fernández,
se precipitó una crisis ministerial. El presidente llamó a Sergio De Castro. “Apenas nos sen-
tamos —recuerda De Castro— me dijo que quería tener libertad de acción para remodelar

423 En junio de ese año, el desempleo llegó al 9% en la Región Metropolitana, y en septiembre aumentó a 10,5%. Las previsio-
nes de los expertos señalaban que en diciembre podría llegar al 14%, y anduvieron cerca, pues alcanzó el 13,5%. En 1982
y 1983 la desocupación superó el 20%.
424 Chilean economy is in recession, The New York Times, 19 de diciembre de 1981.

396
Sebastián Burr

el gabinete”. Dentro de un ambiente de gran cordialidad, respeto y aprecio mutuo, Pinochet


terminó preguntándole a De Castro a quién pondría como su reemplazante. De Castro le
propuso a Sergio de la Cuadra, el presidente del Banco Central. Pinochet dijo: “De acuerdo.
Ofrézcale el puesto”. Pocos minutos más tarde, De Castro volvió con De la Cuadra a La
Moneda, y ambos se encerraron con el presidente.
Cuenta De Castro: “Para dejar las cosas claras e irme tranquilo, reiteré que había
que rebajar las remuneraciones y no devaluar por ningún motivo. El presidente entonces
le dijo a Sergio (De la Cuadra) que eso era lo que tenía que hacer. De la Cuadra le señaló
entonces: ‘Presidente, ¿para qué va a hacer este cambio? Yo haré exactamente lo mismo
que Sergio de Castro, así que, ¿para qué entonces lo va a cambiar? Y comenzó (De la Cua-
dra) a dirigirse a mí, defendiéndose: ‘Sergio, sigue tú, es mejor por esto y lo otro, por favor,
quédate’. Era medio surrealista la escena, porque me hablaba como si el general Pinochet
no tuviera nada que ver. El presidente miraba esto, gozando con la escena, y al final termi-
namos los tres riéndonos. Entonces finalmente me dijo: ‘Bueno, siga usted en el ministerio”.
Nos despedimos, y fui ministro por unos días más”.
Ese fin de semana —17 y 18 de abril—, Pinochet cambió su decisión. Llamó el lunes a
De Castro, y le manifestó que le parecía mejor que De la Cuadra lo reemplazara en el ministe-
rio de Hacienda. Le ofreció otros altos cargos dentro del gobierno, pero De Castro sólo aceptó
ser asesor del Banco Central, donde quedaría Miguel Kast como presidente. Kast le solicitó
analizar y proponer una solución a la grave morosidad que afectaba al sistema bancario. De
Castro propuso que el Banco Central “comprara” la cartera tóxica de los bancos, para que
cambiaran sus activos malos por activos buenos. Esa operación se haría emitiendo bonos a
largo plazo, “papeles”, no dinero, puesto que el Estado no tenía por qué ir en rescate de bancos
que habían contraído compromisos en el exterior.
En una reunión social de agradecimiento a los ministros que se iban, De Castro conversó
con Pinochet, y éste le dijo que la solución que estaba barajando era la rebaja de remuneraciones,
y no la devaluación. El 28 de mayo de 1982 el ministro de Odeplan, en un seminario organizado
por Geminis, ratificó plenamente lo que De Castro ya sabía, y los argumentos entregados con-
formaron una síntesis perfecta de todos los factores que De Castro esgrimía para no devaluar.
Sin duda, el tema del piso salarial indexado al IPC, en medio de la recesión y dentro de un
contexto de cambio fijo, se había tornado tremendamente explosivo, tanto por la vía económi-
ca como por la vía sociopolítica. La iniciativa laboral de José Piñera no había sido una buena
idea, ni conceptual, ni económicamente. Ningún gobierno puede ponerle cerrojo a una varia-
ble tan importante como esa, menos cuando la economía permanece más o menos dolarizada,
pues lo que conseguirá tarde o temprano será hacer colapsar el sector que más depende de ella
(en este caso las Pymes), dejar fuera de competencia los productos que se comercializan en el
exterior, dejar fuera de la economía a los más jóvenes, a los más viejos y a los más pobres, y
finalmente hacer casi imposible la solución sana de una coyuntura adversa.
El ministro De la Cuadra presentó a la Junta la propuesta de rebajar las remuneraciones
en un 12% promedio, pero el almirante Merino la rechazó, no obstante que Pinochet la había
aprobado. Merino argumentó el levantamiento de la marinería en 1931, provocado por la
rebaja de sus remuneraciones que había planteado el gobierno de ese entonces, dirigido por
el vicepresidente Trucco425.

425 El argumento de Merino era bastante débil, pues el levantamiento de la marinería en 1931 fue instigado en cierta medida
por activistas de izquierda, y el tema de las remuneraciones fue el chivo expiatorio perfecto. De hecho la marinería, entre
sus peticiones, solicitó la renuncia del jefe de Estado, que nada tenía que ver con las remuneraciones. La crisis del 30 fue
mucho más grave que la que afectaba a Chile en 1982. En 1930 el país tenía agotadas sus reservas monetarias, y en 1982
eso estaba lejos de ocurrir. El endeudamiento de Ibáñez era enorme, y el del gobierno de Pinochet casi no existía (salvo la

397
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Se entró entonces en un período de franca desorientación en materia económica. De La


Cuadra se sintió solo en su posición, pues Danús en Economía, Frez en Odeplan, y el mismo
subsecretario Seguel en Hacienda eran todos partidarios de la devaluación, y no de la rebaja
de remuneraciones que De Castro quería aplicar en el sector público. La discusión sobre esas
alternativas fue interminable; duró casi un año.
El 14 de junio de 1982, a las 9 de la noche, el ministro de Economía, general Danús,
anunció la devaluación del peso. El dólar subía un 18%. Dejaba de costar $ 39 y pasaba a
valer $ 46… sólo para comenzar. Parecía que casi nadie en el gobierno sabía realmente en
qué se habían metido. Si bien el tema salarial estaba distorsionando la economía y demorando
el ajuste, el mayor paso en falso era la verdadera bomba de racimo que se había dejado caer
sobre el escenario económico, social y político.
Álvaro Bardón, uno de los pocos que se mantuvo hasta el final en la posición de De Castro,
dice que desde el punto de vista económico la medida fue un desastre total. “Pero si cuando se
devaluó, el tipo de cambio real426 venía subiendo con fuerza, y el ajuste estaba hecho con un costo
de desempleo superior al 20%427. La inflación chilena en aquella época era negativa, mientras
que la de Estados Unidos era del 14%. Es decir, la devaluación real, que es la única que sirve, se
estaba produciendo sola, y muy rápidamente. Devaluar fue un error garrafal, y nos precipitó al
hundimiento. Es cierto que ayudó en algo a los sectores exportadores y sustituidores de impor-
taciones, pero provocó una situación dramática a los deudores en dólares, que eran muchos. El
problema se agudizó porque la política cambiaria se tornó inestable, e incluso experimental...”.
De Castro coincide con Bardón en que ya en el primer semestre de 1982 “la economía es-
taba en equilibrio, pues predevaluación el déficit de la balanza comercial había disminuido de
(-) 2.700 millones de dólares en diciembre de 1981 a un nivel de (-) casi 100 millones de dólares
en junio de 1982. El ajuste que no pudo hacerse bajando las remuneraciones, se logró por el
gran aumento del desempleo428. Es obvio que habría sido preferible obtener el equilibrio mucho
antes, con una rebaja general de remuneraciones y un desempleo mucho menor”. Se había
perdido un capital de credibilidad económica-política gigantesco. ¿Sería posible recuperarlo?
A los dos meses de haberse decretado la devaluación, muy preocupado Pinochet por-
que las medidas adoptadas no estaban produciendo los efectos esperados, decidió un nuevo
cambio de gabinete. Era evidente la desorientación, a tal punto que el nombramiento de Rolf
Lüders causó una enorme sorpresa, pues gran parte de la contracción económica se debía a
las irresponsables maniobras especulativas en que habían incurrido los grupos económicos.
Y Rolf Lüders había sido vicepresidente ejecutivo de uno esos grupos, el holding de Javier
Vial, y aún conservaba un 10% de las acciones.

deuda privada). En 1982 había un gobierno políticamente fuerte y aglutinado, a diferencia de aquella época, que la historia
reconoce como anárquica, en la que en 10 años hubo 12 jefes de Estado en forma absolutamente irregular. Por lo demás, un
país que requiere avanzar no puede permanecer cautivo para siempre de su historia. Creo que es lógico concluir que Merino
y los que compartían su posición simplemente no se atrevieron.
426 El tipo de cambio real se refiere a que, con el mismo dólar a $ 39, con el cual antes se podían adquirir X productos, ahora
se podían adquirir X + N productos, y sin la modificación del tipo de cambio. Eso se debía a que la economía se estaba
ajustando automáticamente, por la vía del incremento de las tasas de interés, del incremento de la cesantía, y de las rebajas
de remuneraciones que estaba acordando el sector privado con sus trabajadores.
427 Cuando en una empresa se despiden trabajadores por razones de crisis, el resto eleva sustancialmente su productividad,
pues teme ser también despedido, y al mismo tiempo se produce una necesidad objetiva de suplir lo que producían los
trabajadores despedidos.
428 A partir de agosto, la devaluación de junio fue seguida por una política de cambio libre, pero con fuertes intervenciones del
Banco Central. El dólar subió en agosto sobre los $ 60, y siguió variando día a día. Se fijó una banda con restricciones, al
acceso del mercado oficial. Después se pasó a un mecanismo de tipo de cambio plenamente indexado. Todas esas medidas,
aplicadas en tan poco tiempo, generaron desorientación e inseguridad en el mercado. Entre mayo de 1982 y mayo de 1983,
el valor del dólar había aumentado más de un 100%.

398
Sebastián Burr

Hacia fines de 1982, la crisis se extendió cual reguero de pólvora a múltiples sectores.
Al dirigirse al país, el ministro Lüders señaló que sólo un tercio de la crisis se debía a la
situación internacional, y dos tercios a problemas internos.
En septiembre de 1982, al finalizar la 37ª Asamblea del FMI y del Banco Mundial, la
mayoría de los representantes de los gobiernos participantes coincidieron en que la recesión
que enfrentaba la economía mundial era la peor de la que se tenía memoria, sólo comparable
con la de los años 30. Por otra parte, el informe anual del FMI destacaba lo siguiente: “Japón
es el único país en que los salarios nominales y reales se han ajustado rápidamente en los
últimos dos o tres años, generando una marcada baja de la inflación con sólo una moderada
reducción en la actividad y un escaso aumento del desempleo”. El informe abogaba además
por “el control de las remuneraciones del sector público y la eliminación de cierto tipo de
cláusulas de indexación en los contratos de trabajo, especialmente aquellas que no se ajustan
por el deterioro de los términos de intercambio”. Es decir, exactamente lo contrario al salario
mínimo y a cómo se había conducido el ajuste en Chile.
En Singapur, por ejemplo, durante la crisis asiática de 1997, los propios sindicatos pidie-
ron a los empresarios rebajar sus remuneraciones, y el país salió rápidamente de la recesión.
En Chile, en cambio, la crisis asiática persistió al menos dos años más, porque, aparte del
mal manejo que hizo el Banco Central de las tasas de interés, nuevamente se hizo populismo
con las remuneraciones de los trabajadores. El presidente Frei Ruiz-Tagle, para enfrentar la
elección presidencial Lavín/Lagos, que la Concertación veía perdida, subió demagógica-
mente las remuneraciones del sector público y privado. De esta manera, Lagos fue elegido
presidente, se tardó mucho en salir de la crisis asiática, y el país nunca volvió a recuperar los
niveles de empleo anteriores a 1998.
Hay que señalar, sin embargo, lo injusto que es que en época de vacas gordas los salarios no
se incrementen, y las ganancias de los empresarios crezcan en una abierta desproporción. Y que
en época de vacas flacas los salarios de los trabajadores tengan que ser reducidos, so pena del des-
pido. Tarde o temprano, el mundo de la empresa tendrá que variabilizar multidimensionalmente
los ingresos de los trabajadores bajo criterios de seguridad básicos y de máxima productividad,
de manera que prime la justicia, y la microeconomía permanezca en constante actualización. Eso
enfrenta dos grandes problemas: el primero, vencer la resistencia de los empresarios, que supo-
nen poco menos que perderían el control de sus empresas; el segundo, de carácter político, pues
habría que reformar el sistema laboral en sí mismo, y entonces desaparecería la fuente directa o
indirecta de la lucha de clases, que permite el acceso de muchos al poder político.
Pasaba el tiempo, y la situación económica se complicaba cada vez más. El dólar seguía
en alza; a fines de noviembre superaba los $ 75 en el mercado de particulares. Las tasas de
interés continuaban altísimas (5% y 6% mensual), lo que hacía muy angustiosa la situación
de los deudores. Ante la morosidad generalizada, se temía una corrida bancaria que los ban-
cos no serían capaces de contener.
Por eso Sergio de Castro propuso que el Banco Central comprara a los bancos más com-
prometidos la cartera vencida (sin traspasarles recursos en dinero), a cambio de un bono que
generaba intereses, siempre y cuando cumplieran ciertas condiciones: “que mejorasen su
garantía, que disminuyeran la concentración de créditos en clientes puntuales, que aprovi-
sionasen adicionalmente por esa cartera específica, y que no repartieran dividendos a los
accionistas, sino en la medida en que recomprasen al Banco Central los créditos vendidos”.
Así los bancos sacarían de sus balances los créditos vencidos y generarían liquidez. De esa
manera se logró que el sistema no quebrara, y con el tiempo (varios años) la banca recompró
al Banco Central la cartera contaminada, y la gravísima situación fue superada.

399
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

De Castro, pese a que su relación con el general Pinochet se había enfriado, sintió que
era su obligación hacerle llegar algunas observaciones sobre la dificilísima situación que se
vivía. Proponía que el gobierno esperara a que algunas empresas quebraran, generándoles así
un problema a los bancos cuando no pudieran pagar sus créditos. Los bancos, a su vez, no po-
drían pagar a sus acreedores foráneos cuando éstos exigieran el pago. Sólo entonces recomen-
daba intervenir, para salvar la situación, no intervenir para crear una situación, como se hizo.
“Yo no tenía ninguna duda de que si el gobierno intervenía, iba a tener que asumir todos los
costos, y a mi juicio los costos tenían que enfrentarlos los bancos extranjeros que se habían
arriesgado a prestarle al sector privado sin las debidas garantías (y que por esa deficiencia
cobraban buenos diferenciales de tasas de interés…). No sé qué pasó con ese memorándum,
pero está claro que el presidente Pinochet no me hizo caso, como tampoco cuando anterior-
mente le había dicho insistentemente que no debía devaluar…” Recuerda De Castro que se
rumoreaba que el costo de la pérdida debía ser prorrateado en tres tercios, entre los ahorrantes
chicos, los dueños de los bancos y los bancos extranjeros, lo que le parecía una ingenuidad
tremenda. “Siempre se les salva la vida a los ahorrantes chicos; los dueños de los bancos no
tenían nada más que perder, lo estaban perdiendo todos los bancos, y en cuanto a los bancos
extranjeros, si el gobierno intervenía sería imposible pasarles la cuenta…”429.
Pero el ministro Lüders pensaba que el problema sólo podía solucionarse liquidando o
interviniendo los bancos deficitarios, y así lo hizo. Felipe Lamarca recuerda que en ese tiem-
po “no había ningún mando. El presidente citaba a todos, éramos ocho o nueve de distintos
pelajes los que estábamos ahí, todos opinábamos en un desorden total. Yo muy contrario a
la intervención, y al parecer hablaba y fregaba mucho, así que a las últimas reuniones no me
citaron, me dejaron fuera…”430.
El 13 de enero de 1983, el gobierno anunció la intervención y liquidación de algunos
bancos y financieras. Las consecuencias económicas de la medida fueron devastadoras, nunca
vistas antes. Después de transcurrido un mes de la intervención, el presidente hizo otro cam-
bio de gabinete: reemplazó a Lüders por Carlos Cáceres en Hacienda, y nombró a Manuel
Martín en Economía. Posteriormente fue nombrado en Hacienda Luis Escobar Cerda, hombre
de distinta formación económica.
Desde la salida de De Castro en abril de 1982, el modelo económico sufrió una consi-
derable pérdida de orientación. Incluso fue políticamente el período de mayor riesgo para
Pinochet, pues las protestas que se sucedían todos los meses en el país eran muy violentas,
al extremo de que muchos estimaban que el ciclo económico iniciado por la dupla Cauas-De
Castro estaba llegando a su fin. Pero en febrero de 1985, Pinochet hizo otro cambio de gabine-
te: reemplazó a Escobar Cerda por Hernán Büchi en el ministerio de Hacienda. Büchi retomó
el modelo inicial, y la economía volvió a estabilizarse, entrando además en una nueva fase de
modernizaciones y crecimiento.
Büchi dice lo siguiente respecto a la crisis que acabamos de reseñar: “No creo que la
crisis haya respondido en lo básico sólo a excesos de libertad y a falta de control. Antes
de la hecatombe, todos los países sabían que los bancos estaban concediendo préstamos
relacionados. Hay países donde ese fenómeno se produjo —como Alemania y Japón— y el
asunto no planteó mayores inconvenientes. Aquí sí presentó dificultades, porque sobrevino
una crisis externa demasiado fuerte (alza de las tasas de interés, y del petróleo en un 300%,

429 De Castro recuerda que Pablo Baraona le contó que los bancos extranjeros dueños del BUF (Banco Unido de Fomento) ya
habían decidido aumentar su capital cuando fueron intervenidos. Se alegraron, pues no tuvieron que aumentar sus capitales
y pudieron negociar mejor con la autoridad interventora.
430 Pablo Baraona et al. Conversaciones con Felipe Lamarca, 6 de septiembre 1993. CIDOC. Universidad Finis Terrae. Video.

400
Sebastián Burr

indexación por ley de los salarios al IPC, y todo ello con un mercado financiero que ni si-
quiera había cumplido 7 años), y llegó un momento en que la solución sólo podía ser política.
De ahí entonces la intervención, para proteger no a los accionistas de los bancos — que de
hecho terminaron perdiéndolo todo—, sino a los depositantes y, en especial, a los cuentaco-
rrentistas... Descartada esa opción (la de la quiebra de los bancos), lo que se hizo entonces
fue capitalizar las instituciones con fondos públicos, de Corfo concretamente, para vender
las acciones con incentivos especiales a inversionistas privados. ¿Por qué los incentivos?
Porque en realidad no se capitalizaron todas las pérdidas, sino sólo una parte. Para remover
el peso de los activos improductivos vino el programa de la reventa de cartera a través del
cual el Banco Central compró a los bancos colocaciones de dudosa recuperabilidad, con la
obligación de que estas instituciones debían recomprarlas después…no para favorecer a sus
accionistas, reitero, sino para responder a los cuentacorrentistas y acreedores…”431.
Desde la perspectiva de la gestión de Büchi, podemos recapitular con antecedentes adi-
cionales la apertura del país al comercio exterior. A comienzos de los setenta, la economía
chilena estaba completamente cerrada al comercio mundial, por encontrarse sometida en alto
grado a la intervención estatal. El sector financiero no era la excepción: existía un control
estricto sobre las tasas de interés, sobre la asignación del crédito, y gran parte del sistema
bancario estaba en manos del Estado. A partir de 1974 se liberaron las tasas de interés, se
eliminaron los controles al crédito y se privatizó gran parte del sector bancario. Sin embargo,
ese proceso de liberalización financiera no contó con un marco de regulación y supervisión
apropiado, lo cual fue un determinante clave para desencadenar la crisis financiera de 1982-
1983. Con posterioridad a esa crisis, Büchi hizo una revisión de las instituciones existentes;
en 1986 se promulgó una nueva Ley de Bancos, orientada a mejorar el marco de supervisión
y regulación del sistema financiero, y una nueva Ley de Quiebras.
“El año 81 —dice De Castro— fue el único año desde 1975 en que nuestras exporta-
ciones no crecieron, y nunca llegó tanto crédito externo como en ese año. Ese crédito llegó
al sector privado, pues el fisco no lo requería, debido a su superávit, y eran los privados los
responsables de su manejo y devolución. Sin embargo, se emitieron al respecto señales erró-
neas, y se actuó equivocadamente. Aun así, los años 80 y 81 fueron períodos de crecimiento
importante. El ritmo de las actividades comenzó a decrecer en el segundo semestre de 1981,
sin que mediara la crisis del cambio fijo ni nada por el estilo. Fue una réplica de la crisis
internacional del petróleo y del alza sin precedentes de las tasas de interés en EE.UU. La idea
del cambio fijo era erradicar la inflación”.
¿Qué falló? Hubo muchos préstamos interbancarios e interrelacionados. No había suficiente
legislación que fiscalizara la gestión financiera de los bancos; de hecho, frente a una crisis, los
privados no sabían literalmente cómo proceder, por la escasez de legislación. Ni siquiera se sabía
cómo quebraba un banco, quiénes eran los acreedores preferenciales, y en qué proporción, etc.
“Lo lógico —dice Hernán Büchi— era que la economía hubiese reaccionado cambian-
do los precios relativos. Estando el dólar fijo, eso necesariamente tenía que significar bajar
los precios internos y, en particular, los salarios. Teóricamente, así se habría resuelto la
crisis. Pero en la práctica los precios fueron bastante inflexibles a la baja y los salarios lo
fueron aún más… En efecto, entre los años 82 y 84 las remuneraciones cayeron en términos
reales en un 10,7%. Fue una parte importante del ajuste (espontáneo). La otra parte se
hizo pagar en términos de desempleo, que el año 84 llegó a representar cifras del orden del
23,5%432 de la fuerza de trabajo”.

431 Hernán Büchi. La Transformación Económica de Chile. Pág. 192.


432 Ese porcentaje considera los planes de empleo gubernamentales de emergencia impulsados por el gobierno militar.

401
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“… el cuadro externo se hizo especialmente sombrío… con los efectos de las políticas que
Paul Volcker, desde la Reserva Federal estadounidense, había definido para frenar el ritmo
inflacionario heredado del gobierno de Jimmy Carter (1977-1981). La inflación bajo su man-
dato había llegado al 11% anual. A raíz de esto las tasas de interés, con el presidente Ronald
Reagan, habían remontado a niveles impensados: entre el 16 y 17% nominal, entre el 4 y 5%
real. A lo anterior se agregaba la caída de los términos de intercambio (exportaciones)… entre
los años 80 y 85 hizo que la situación fuera aún más dramática. Los países latinoamericanos
fueron cayendo uno a uno como víctimas de la violenta recesión internacional. La situación
comenzó a evidenciar que la contracción chilena no era fruto sólo del sistema de cambio fijo,
como aseguraban los críticos. El cambio de la variable externa era fundamental… pero mi-
rado el asunto con perspectiva, al final Chile fue el país que tuvo mejor comportamiento en el
continente, particularmente a la hora de compararlo con México, Perú y Argentina. Entre el
81 y el 92, el crecimiento per cápita chileno fue el mayor de Latinoamérica, según las cifras de
la CEPAL… las únicas excepciones fueron algunos países del Caribe”433.
“Lo concreto es que el gasto fiscal corriente, que en 1984 había llegado al 30,7% del pro-
ducto, descendió al 20,6% en 1989… En el mismo período, el ahorro nacional creció desde un
2,1% del PIB en 1982 a un 17, 2% en 1989. En el mismo período, la inversión creció desde el
11,3% al 20,3%... El tipo de cambio real, por su parte, aumentó en un 80% entre 1980 y 1988”.
Lo irónico de todo esto que, por la vía de la intervención de prácticamente toda la banca,
la economía volvió a manos estatales, pues muchas grandes empresas que habían caído en ce-
sación de pagos quedaron técnicamente en poder de esos bancos, y esos bancos estaban bajo la
dirección del Estado. Ante este panorama, la gestión del nuevo ministro de Hacienda, Hernán
Büchi, se concentró en volver a privatizar y a fortalecer la economía, pero con un serio inconve-
niente en contra: el político. ¿Por qué volver a un sistema que ha probado su fracaso?, argumen-
taban los opositores al régimen militar. Los hechos demuestran que, aunque los salarios no se
rebajaron nominalmente para enfrentar la crisis, perdieron parte importante de su poder adquisi-
tivo mediante la devaluación del tipo de cambio, puesto que el peso se devaluó en un 70% entre
1983 y 1988. En consecuencia, se rebajaron muchísimo más que el 10% o 15% que propuso De
Castro para el sector público, y los trabajadores no se dieron cuenta, pues la cantidad de dinero
que percibían era la misma. Una patética muestra de infantilismo y de irresponsabilidad política.
En las conversaciones que he tenido con De Castro sobre esa notable e inédita experiencia
en la historia de Chile que le tocó liderar, me ha repetido una y otra vez que fue obra de todo
un equipo, de personas que pusieron la misma o más dedicación que él, y que han sido men-
cionadas a lo largo de este capítulo. Sin embargo, no escatima elogios para el general Pinochet;
lo cataloga de genio, pues, careciendo de formación económica y estando rodeado de gente
que tenía una mentalidad más o menos estatista, modelada por todo un paradigma de carácter
colectivista, fue casi el único que jamás claudicó. Dice De Castro: “El personaje central de
todo este proceso fue sin duda el general Pinochet. Fue él quien primero captó y comprendió
los conceptos de libertad y de competencia interna y externa en un país con más de cuarenta
años de estatismo creciente434. Su tremenda capacidad de trabajo —me consta que leyó todos
los informes a favor y en contra de nuestras recomendaciones—, su inteligencia superior, au-
dacia y gran sentido práctico, lo llevaron a convencerse de implementar un proyecto concreto
y realista que a grandes rasgos se había esbozado en “El ladrillo”. Como en todo proceso de
largo aliento, hubo avances y retrocesos. Lo importante, sin embargo, es que bajo su conduc-
ción Chile logró abrirse un espacio en el mundo y avanzar con paso firme hacia el desarrollo”.

433 Hernán Büchi. La Transformación Económica de Chile. Págs. 256-257-259.


434 Período que va desde el año 1920 hasta el año 1973.

402
Sebastián Burr

Concluido el ciclo de 20 años de la Concertación, y en atención a que dicho conglomerado


político no modificó en nada sustancial las innovaciones concretadas por el gobierno militar —
la Constitución, el modelo macroeconómico, las universidades privadas, las AFP, las Isapres, el
Banco Central independiente del poder político, etc.—, se puede concluir con certeza histórica
que A. Pinochet fue el fundador del Chile moderno. Incluso fue él mismo quien condujo el país
de vuelta a la democracia convencional, pues el itinerario y el calendario político de ese proceso
quedaron determinados en la Constitución y en las leyes ad hoc promulgadas por su gobierno.
Este es un juicio objetivo e imparcial, casi técnico, independiente de la mala imagen de
Pinochet que aún conservan muchos chilenos.
El propósito de esta reseña de las privatizaciones es defender la idea en cuanto tal, pues
es buena en sí misma, como lo demuestran los resultados que ha producido en el plano del
empleo y de la economía en general, a tal punto que la misma Concertación, durante las admi-
nistraciones Frei Ruiz-Tagle y Lagos, concretó exitosas privatizaciones y concesiones. El pri-
mero lo hizo cuando en 1998 privatizó las sanitarias, que después de pasar al área privada han
entregado al fisco nada menos que 557 millones de dólares, y han invertido 3.014 millones. Y
el presidente Lagos inició las concesiones camineras, que construyeron la red sur y norte de
carreteras de primer nivel y las autopistas que cruzan Santiago de lado a lado.
Hernán Büchi introdujo un sistema de capitalismo popular y laboral para trabajadores
públicos y privados, mediante el cual la propiedad de las empresas que estaban en poder del
Estado podía volver a manos de los ciudadanos, pero esta vez a un gran número de ellos. Eso
se logró gracias a los expedientes no convencionales que facilitó el gobierno para la adqui-
sición de las acciones (incentivos tributarios, uso de fondos de desahucio, indemnizaciones
por años de servicios, capitalización mediante los dividendos, etc.). El proceso atrajo también
inversión extranjera, a través del capítulo XIX del Compendio de Normas de Cambios Inter-
nacionales para convertir deudas externas en capital. Y atrajo también a empresarios locales
que habían salido más o menos bien parados de la crisis. Así una gran cantidad de personas
accedió a la propiedad de las empresas, y aparecieron los empresarios Angelini y Luksic en la
propiedad de Copec y la CCU respectivamente. Todos quienes adquirieron los títulos hicieron
un estupendo negocio —pudiendo haber salido mal—, pues tuvieron excelentes retornos. Sin
embargo, muchas empresas quedaron en manos del Estado, por diversas razones.
Desgraciadamente, con el paso del tiempo el capitalismo popular comenzó a desapare-
cer, hasta casi hacerlo por completo, pues casi todos los propietarios a pequeña escala fueron
vendiendo en proceso de Opas, o bien por apremios económicos.
A propósito de la publicación de un libro anterior, una noche de invierno del año 2006 me
llamó por teléfono Modesto Collados, uno de los impulsores del capitalismo popular, un poco
decepcionado por el resultado final del proyecto, para decirme que el plan debía haberse im-
pulsado a través de la participación multidimensional de los trabajadores en la empresa, y así
lograr sistémicamente que fueran accediendo a la propiedad en proporción a sus rendimientos
y resultados económicos, y al crecimiento de las empresas en que realizaban su trabajo. Cuan-
do uno no se ha ganado la riqueza y la propiedad con esfuerzo, inteligencia, desvelos y con-
fianza en lo que está haciendo, y cuando ni siquiera sabe bien cómo se las ha ganado, termina
vendiendo, porque no está afectiva y valóricamente involucrado con lo conseguido, y des-
prenderse no cuesta mucho. Y eso fue lo que terminó ocurriendo con el capitalismo popular.
El hecho es que el desempeño de Hernán Büchi fue crucial para el destino económico del
país, pues condujo cuatro procesos extraordinariamente importantes: restaurar los equilibrios
macroeconómicos; restituir la confianza; devolver al sector privado las empresas que habían
caído en manos del Estado después de la crisis del 82-83; y retomar el modelo para reimpulsar

403
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

el crecimiento económico. José De Gregorio, actual presidente del Banco Central de Chile,
dice respecto a una parte del período que le tocó gestionar a Buchi: “Por esto mismo, a veces
se identifica al período 1985-1997 como la “época dorada” de Chile, durante el cual el creci-
miento promedió un 7,1 por ciento anual y el ingreso por habitante se duplicó”435.
Entre 1984 y 1990, el gasto fiscal corriente bajó del 30% al 20% del PIB, lo que fue
determinante en el ahorro nacional, pues significaba que el Estado hacía lo mismo con el
50% menos de gasto público. Así el ahorro nacional subió del 2% al 17% del PIB436. Dicha
holgura desapareció con la crisis del dólar, que tuvo un manejo errático y falto de convic-
ciones por parte de la junta militar.
En materia de empleo, el crecimiento fue impresionante. En 1989, el país terminó con
sólo un 5% de desempleo real, y habían desaparecido por completo los programas laborales de
emergencia. Por primera vez el gobierno se estaba abriendo a la descentralización y a la regio-
nalización. El poder adquisitivo de las remuneraciones se recuperó plenamente en el año 1988.
Entre 1985 y 1990, las exportaciones (fruticultura, minería, forestal y pesca fundamen-
talmente) saltaron de tres mil ochocientos a ocho mil cien millones de dólares. Algo absoluta-
mente inédito en la historia económica de Chile.
La industria del salmón, antes de verse afectada por el virus ISA (de responsabilidad ex-
clusiva de los empresarios que operan bajo el sistema de concesiones acuícolas, que reempla-
za al de propiedad privada), llegó a ser el tercer rubro productivo del país después del minero
y frutícola, moviendo hasta US$ 2.200 millones al año. Esto hizo que la zona ostentara cifras
de desempleo menor que la media nacional (5% contra 7,8% en el 2007), y que representara
directa e indirectamente nada menos que un 23,3% del empleo regional.
Como señala el mismo Hernán Büchi, Chile necesita abrirse cada vez más al comercio
internacional, puesto que tiene una población de 16 millones de habitantes, que es igual al
0,25% del total mundial. Latinoamérica representa sólo el 5% del producto mundial, de ma-
nera que no abrirse al 95% restante no tiene ningún sentido. Sin embargo, para exportar con
valor agregado real, se requiere algún grado de capacidad creadora, y si un país no desarrolla
esa capacidad, no tiene mucho que hacer, aunque posea un territorio naturalmente rico como
el de Chile, considerando su cordillera, su mar y su diversidad geográfica. Por todas estas
razones, el discurso redistributivo en desmedro de un discurso creador de riqueza lleva todas
las de perder, y revela un completo desconocimiento de la riqueza superior del hombre y de
los procesos de la economía.
Fue muy estimulante que, a raíz de los éxitos logrados por Büchi, los más feroces y enco-
nados adversarios políticos de todas las transformaciones acataron y prosiguieron aplicando
el modelo que éste había vuelto a poner en escena. Sin embargo, desde 1995 el país comenzó a
decrecer paulatinamente en lo económico, debido a que las ideologías han vuelto a introducir
algunas cuñas, sin presentar un proyecto alternativo viable, y sin disolver “nudos” de índole
política y humana, perfectamente abordables y solucionables.
Desde 1985 hasta 1995, los trabajadores vieron aumentar sus ingresos a tasas promedio
del 7% anual, si se toma en cuenta el incremento de los empleos. Ese mejoramiento económi-
co es inédito en la historia de Chile, como ya lo vimos, y explica que muchos chilenos cuenten
hoy con equipamiento doméstico, celulares, viviendas y automóviles.
Cabe mencionar además la gravísima situación laboral del sistema portuario. Es difícil
dilucidar cómo llegó a producirse, y ningún gobierno de la década del sesenta hasta el año
73 hizo nada por solucionarlo. El irracional sistema de tarifas había generado un monopolio

435 Crecimiento económico en Chile. Evidencia, fuentes y perspectivas. José De Gregorio.


436 Producto Interno Bruto.

404
Sebastián Burr

laboral de los sindicatos, que manejaban los puertos como empresa propia. A tal extremo
llegó la irracionalidad, que los trabajadores autorizados para trabajar en los puertos subcon-
trataban a los famosos “medios pollos” (trabajadores que percibían la mitad de la tarifa que
recibían los titulares), y éstos a su vez subcontrataban a los “cuartos pollos” (trabajadores que
percibían un cuarto de la tarifa de los titulares), quedándose entonces los “medios pollos” y
“los cuartos pollos” con el valor de la intermediación, mientras el que realmente trabajaba lo
hacía sin contrato. Costó muchísimo integrar a los portuarios al régimen laboral que regía para
todos los chilenos. Y no obstante toda la inversión en infraestructura portuaria que se hizo, y
las reformas laborales que introdujo, no fue capaz de especificar el modo de propiedad para
los puertos, y éstos nunca se privatizaron. Algo análogo ocurrió en el sector aeroportuario.
Para terminar este examen histórico, agreguemos otros antecedentes y consideraciones
sobre la gestión gubernativa de la Concertación.
La Concertación supo mantener básicamente los equilibrios macroeconómicos437, y eso
hay que celebrarlo con toda claridad, pues como apreciamos en el recorrido histórico, la iz-
quierda casi siempre despreció dichos equilibrios como cuestiones burguesas, y el país nunca
pudo crecer de verdad. Sin embargo, todavía persisten entre sus líderes dos visiones de mundo
un tanto contrapuestas, que este libro quiere contribuir a unificar. Algo similar le ocurre a la
derecha: las raíces cristianes que aún posee la inclinan a gestos caritativos, pero inconsistentes
para consolidar políticas públicas en pro de la homogeneidad social. No les será fácil a ambas
posturas, por el lastre histórico que acarrean, desprenderse de los prejuicios y dotarse de su-
ficiente audacia para hacer predominar el sentido común sobre las ideologías y los dogmatis-
mos. Unificar la sociedad dentro de un contexto de pulverización sociocultural y económica
es un desafío enorme, pues implica desechar mitos, reordenar una serie de factores e integrar
proporcionalmente cuestiones humanas, económicas, sociopolíticas, culturales, etc. Es una
tarea colosal, que requiere muchos especialistas y la voluntad de todos, para hacer de Chile
un país que ocupe un lugar destacado en el mundo.
En el período 1987-1996, nuestra economía creció al 7,8% anual438, y por eso Bill Clinton
(1993-2001) dijo que Chile era la joya de la corona en Latinoamérica. The Global Competi-
tiveness Report de aquella época le asignó a nuestro país el octavo lugar en competitividad
económica a nivel mundial, algo que jamás habíamos soñado, pues sólo 30 años antes perte-
necíamos al club de los países “mendigos” del mundo.
Pero en 1998 se inició en el país un proceso de desaceleración económica, como conse-
cuencia de la crisis internacional que afectó a los países del sudeste asiático. El gobierno de
Frei-Ruiz Tagle aplicó una política de ajuste que se tradujo fundamentalmente en una caída
del producto interno bruto: -1,1%, y en un incremento de la desocupación, que aumentó de
5,3% en 1997 a 8,9% en 1999.
Ya entre 1990 y 1997 se notó una ligera tendencia a la baja. El crecimiento alcanzó un
7,2%, y aunque era muy superior al promedio mundial del 3,4%, no había que ser muy pers-
picaz para deducir con razón que dicha tasa era una consecuencia directa del periodo 86-97,
en que la economía del país creció a un promedio anual del 7,8%. En cambio, entre 1998 y
el 2005, el crecimiento descendió a un 3,5%. Este período cubre los dos últimos años de Frei
Ruiz-Tagle, y casi todo el gobierno de Ricardo Lagos.
En el período 1997-2008, bastante distanciado del gobierno militar, el promedio de
crecimiento cayó a un 3,8%, pese a que el precio del cobre y de nuestros commodities

437 Durante el año 2009 generó un déficit fiscal de US$ 7.100 millones de dólares, algo inédito en los últimos 37 años de
ejercicio fiscal.
438 Informe “Crecimiento Económico de Chile: Evidencias, Fuentes y Perspectivas”, José De Gregorio.

405
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

fue excepcionalmente alto, que Chile había firmado sendos tratados de libre comercio con
EE.UU., con la Comunidad Económica Europea y con los países asiáticos, que el crecimien-
to promedio del mundo alcanzó un 5%, que las tasas de interés internacionales estuvieron
excepcionalmente bajas y que hubo acceso amplio al financiamiento internacional. Mucha
gente no entiende por qué Chile, siendo por sus gigantescos recursos naturales un país econó-
micamente rico, está lleno de gente pobre, intelectual, operativa, económica, familiar, social y
emocionalmente. Si eso no es responsabilidad de la clase política, que piensa y hace las leyes,
y que controla todas las instituciones del Estado, yo me pregunto de quién es.
El informe 2008-2009 dado a conocer por el World Economic Forum, señaló que Chile
había caído al lugar N° 30 en competitividad general, no obstante que la economía latinoame-
ricana y mundial había mejorado notablemente hasta que estalló la crisis financiera a fines de
octubre del 2008. En otras palabras, Chile ha descendido quince lugares desde que alcanzó
el sitial N° 15 en competitividad general a principios o mediados de la década de los 90. Y
en materia de restricciones y competitividad laboral el descenso es catastrófico: Chile pasó
del lugar 17 al 41. Si la Concertación hubiera mantenido el crecimiento del 7,8% alcanzado
entre 1987-1996 por otros diez años, habría permitido a los pobres ser hoy un 40% más ricos.
Para justificar ese promedio de sólo 3,9%, la Concertación ha vuelto a esgrimir la des-
igualdad —desigualdad que se ha usado como argumento desde la Revolución Francesa en
adelante—, siendo que estuvo 20 años a cargo del gobierno y la desigualdad no vio modifi-
cado sus índices ni un ápice.
Y los ataques a la propiedad persistieron bajo el gobierno socialista de Bachelet, aun-
que sin la virulencia de antaño. De hecho, en las postrimerías de su gobierno, fue enviado al
Congreso un proyecto de reforma constitucional sobre el régimen jurídico de las aguas, bajo
el argumento de “hacer frente a la escasez” y para que el “Estado garantice bienes públicos”,
pese a que el 70% de las aguas se pierden en el mar439, y la propiedad de la tierra va direc-
tamente asociada al uso de las aguas. De manera que dejar en tela de juicio la propiedad de
los derechos de aguas es también poner en tela de juicio el derecho de propiedad de la tierra.
Chile tiene hoy uno de los sistemas financieros más desarrollados (en cuanto a tamaño)
entre las economías emergentes: sus activos totales representan alrededor de 1,7 veces el pro-
ducto. Sin embargo, todavía no se llega a los niveles de países asiáticos como Japón, Malasia
y Singapur, o de países desarrollados como Estados Unidos y Canadá.
En 1973 prácticamente no existía la industria de la fruticultura, salvo uno o dos exporta-
dores de bajo nivel. En ese año se exportaban 18 millones de dólares, mientras que en 1992 se
exportó fruta por 982 millones, casi 55 veces más.
Cabe mencionar también el gigantesco desarrollo forestal, de la celulosa y del papel. En
1973 se exportaron 6 millones de dólares en rollizos y madera, y 30 millones en celulosa y
papel, pese a que la CMPC era una de las empresas más grandes que tenía el país. En 1992, el
sector forestal exportó 420 millones de dólares, y en celulosa y papel se exportaron otros 685
millones, es decir, 30 veces más. Si se considera que las economías de los países desarrollados
y en expansión crecen al 8% o 10% anual, imaginemos qué significa crecer 30 o 55 veces en
sólo 19 años. La propia CEPAL emitió un informe en diciembre del 2008, diciendo que Chile
era el país que más había rebajado la pobreza entre el año 1990 y el 2006. Hay que reconocer
el mérito de la Concertación en haber mantenido básicamente las modernizaciones impulsa-
das por el gobierno que la precedió, aunque simultáneamente acusó inquietantes retrocesos,
derivados una vez más de las visiones teórico-ideológicas que aún carga.

439 Incluso en el norte de Chile, si se embalsaran todas las aguas que genera cada año el fenómeno climático (“invierno boli-
viano”), nuestro país tampoco tendría problemas de agua en esa zona geográfica.

406
Sebastián Burr

En el sector pesquero ha sucedido algo similar. En 1973, sus exportaciones alcanzaron


apenas a 15 millones de dólares. En 1992, llegaron a la cifra récord de mil trescientos millo-
nes, más de 86 veces superior.
En cuanto al transporte público, ya hemos revisado el emblemático proyecto del Tran-
santiago, que fue anunciado como una solución definitiva para corregir todas las deficiencias
del antiguo sistema. Pero no sólo no las ha corregido, sino que generó el más grave déficit que
Chile haya conocido en materia de transporte público.
Cuando se incorporaron al sistema las micros amarillas, generaron una sobreoferta
que permitía a los usuarios no esperar más de cuatro minutos para iniciar sus viajes, y en
la práctica eran llevados de punta a cabo de su destino. El precio del pasaje producía una
rentabilidad del 27% a los empresarios del transporte, y los choferes ganaban por pasajero
transportado.
Sin embargo, era tal la cantidad de micros amarillas que circulaban por la ciudad, que
en muchos puntos se producían grandes congestiones de tránsito. Además, corrían a exceso
de velocidad, y muchos transeúntes morían atropellados cada año. Por esa y otras razones,
la autoridad decidió cambiar el sistema, prometiendo otro mucho más eficiente, más rápido,
menos contaminante, y autofinanciado, al igual que el anterior. Pero el déficit cercano a los
US$ 1.000 millones que generó durante los años 2007 y 2008, y los casi US$ 4.000 millones
de déficit adicional que se han proyectado hasta el año 2014, configuran un disparate eco-
nómico, más flagrante aún si se compara con la rentabilidad que lograban los empresarios
anteriores aplicando la misma tarifa base con la cual opera actualmente el Transantiago. En
resumen, el Transantiago es una muestra típica de los proyectos pensados por teóricos, que
predicen una serie de ventajas y beneficios, pero que a la postre resultan peores que la situa-
ción que pretendían remediar.
Lo mismo se quiso hacer con la Empresa de Ferrocarriles del Estado, y el intento terminó
en un completo fracaso. En el plan trienal que impulsó el ex presidente Lagos se gastaron más
de 3 mil millones de dólares, sin resultados importantes.
Un punto extraordinariamente negativo del manejo de la Concertación es que casi todos
los ciudadanos siguen viéndose impedidos de ejercer el derecho a la libertad de emprendi-
miento y asociación. Se ha tejido una red de burocracia tan densa, que formar una empresa
es una tarea casi imposible. Los empresarios establecidos han conformado sin exigirlo una
nueva oligarquía protegida por la actual clase política, que no hace nada por generar las
condiciones para el surgimiento de nuevos emprendedores. El derecho a emprender debe
ser una garantía constitucional, de modo que nadie tenga que pasar por la burocracia del
Estado para ejercerlo.
Cuando en la década del 20 se tomó conciencia de la “cuestión social”, los “líderes” po-
líticos de entonces decidieron, sin siquiera haber intentado un modelo de desarrollo socioeco-
nómico basado en la autosuficiencia de las personas, poner en marcha un modelo estatista, al
igual que muchos otros países. El modelo keynesiano, que casi no permitía la libre iniciativa
de las personas, y según el cual todo el desarrollo debía provenir del Estado. Tentadora fórmu-
la, pues gracias a ella la clase política iba logrando un creciente poder. De esa manera, se im-
plantó en buena parte de Occidente un centralismo basado en una férrea planificación central,
sin dar a los ciudadanos ninguna oportunidad viable de ejercer la libertad y desarrollarse a
través de ese ejercicio. Por alguna extraña razón, el Estado no quiere ser socio de los chilenos
(¿qué pasa con el insistente igualitarismo propuesto en todo orden de cosas, pero que deja fue-
ra a la persona real, pues le impide poner en juego sus propias capacidades?). Que maravilloso
sería que los más pobres fueran todos emprendedores y socios tributarios del Estado, y como

407
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

miles de casos anónimos, tuviesen su microempresa de un servicio, o de algún producto bien


hecho. Pero eso no ocurrirá mientras los grupos ideológicos no se sacudan el colectivismo y
comprendan a fondo la potencialidad de la naturaleza humana. Entonces podríamos tener un
país conformado mayoritariamente por personas inteligentes y libres.
Según informes emitidos por las Naciones Unidas, Chile se incorporó al grupo de las
diez naciones que más avances lograron en materia de pobreza entre los años 1975 y 1990.
En resumen, la modernización llevada a cabo entre 1973 y 1989 fue mantenida en cierto
grado por la Concertación, a pesar de un regreso simultáneo a ciertas malas prácticas, sobre
todo en el mercado laboral.
El balance positivo del gobierno militar es que levantó y actualizó el país en casi todos
los aspectos fundamentales, sobre todo en cuanto a su estructura económica, la apertura co-
mercial al mundo, y la transformación de la gran mayoría de las instituciones sociopolíticas.
Como contracara, fue el gobierno más duro y exigente que haya conocido nuestra historia po-
lítica, y el alma nacional siguió tan dividida como en 1973. Aún así, casi no se puede decir que
hubo guerra civil; sólo enfrentamientos aislados y de corta duración en Santiago, y durante el
período inmediatamente posterior al pronunciamiento de las FF.AA., hubo del orden de 3.000
muertos, de los cuales 700 fueron militares.
La persecución y la tortura aplicadas por la DINA, sobre todo cuando caían oficiales o
soldados del ejército debido a las acciones terroristas, tuvo una proporción de 3 a 4 por uno.
Por otra parte, los exiliados alcanzaron una cifra cercana a las 30 mil personas, que fueron
completamente desarraigadas de su tierra. Ese exilio “sirvió” mucho a la gente de izquierda,
sobre todo a la que vivió en Berlín, en Cuba y en la misma Unión Soviética, pues le permitió
desidealizar el utopismo marxista. La gran mayoría de ellos regresó a Chile renovado. Aceptó
los lineamientos de la democracia “burguesa” y los principios básicos del libre mercado. El
costo del aprendizaje había sido muy alto para ellos, y gigantesco para todos los chilenos,
aunque nadie hasta hoy se ha hecho cargo políticamente de esa durísima experiencia.

Conclusion paradojal

Mi conclusión es que el gobierno militar de ninguna manera fue todo lo exitoso que su apa-
rato comunicacional hizo ver, salvo que se piense que el aspecto económico y el institucional
eran los únicos que había que rescatar y que son los verdaderamente importantes en el de-
sarrollo de un país, cuando el verdadero desarrollo implica expandir todas las dimensiones
antropólogicas y sociopolíticas que determinan la vida individual y social de las personas.
Está claro que como gobierno excepcional hizo una cantidad enorme de cosas importantes
que no se podrían haber hecho bajo el actual concepto de democracia (ese es uno de los pro-
blemas más graves que tiene la democracia representativa: impide poner en marcha reformas
profundas, iniciativas que pareciera que después sólo pueden concretar gobiernos de facto).
Gracias a esas revolucionarias reformas, el gobierno militar logró sacar al país de las cenizas
económicas e institucionales en que lo había sumido el socialismo, proceso que culminó en
el gobierno de la Unidad Popular, pero cuya responsabilidad se remonta a casi todos los go-
biernos que la precedieron. Pero desde la perspectiva de las oportunidades, considero que la
situación permaneció más o menos igual que siempre (la desigualdad en el ingreso no mejoró
sustancialmente), aunque con un estándar económico significativamente más alto (el ingreso
per cápita ha subido aproximadamente doce veces).

408
Sebastián Burr

Desde una perspectiva de desarrollo moral, es decir, de la autosuficiencia de todos y


cada uno de los chilenos, no hubo una verdadera revolución, y por eso a los gobiernos de la
Concertación no les costó mucho desmantelar los pocos espacios de libertad que por ejemplo
había adquirido la clase media, si entendemos por desarrollo algo más que el mero bienes-
tar material y orden institucional. De hecho, la división cultural sigue siendo prácticamente
la misma, y el odio y los prejuicios ancestrales continúan instalados en las diversas clases
socioeconómicas. No se logró diseñar un tipo de gobierno que promoviera a través de las
instituciones claves del orden político el autodesarrollo intelectivo, práctico y emocional de
todos los chilenos, a fin de que pudieran ir logrando por sí mismos experiencias más felices
de la vida. En esencia, la educación, el sistema laboral, la cultura ciudadana en materia de
salud, mantuvieron básicamente las mismas fallas de fondo. Y la consiguiente frustración y
descontento de las mayorías ha seguido siendo capitalizada por grupos políticos interesados.
En consecuencia, más allá de la revolución institucional y económica concretada entre el
año 1973 y el año 2010, que ha hecho de Chile un país relativamente moderno, necesitamos
ahora una revolución de la persona en cuanto tal, que convierta a todos los ciudadanos en pro-
tagonistas permanentes de sus vidas, y que les permita crecer en la autosuficiencia humana y
socioeconómica, junto con ir adquiriendo cada vez mayores niveles de percepción crítica del
devenir político-cultural.
En síntesis, Chile ha sido gobernado durante casi toda su vida republicana —matices
más, matices menos— por una ideología liberal-socialista. Esa simbiosis es la responsable
de casi todos los logros y dificultades que aún tiene nuestro país, sobre todo del gigantesco
subdesarrollo moral de los chilenos. No hemos tenido nunca un gobierno inspirado por prin-
cipios éticos y morales basados en la persona real, en su condición ontológica natural y en el
bien común político verdadero.
Al margen de las buenas intenciones que pueda haber tenido cada uno de los presidentes
analizados, se puede establecer objetivamente que casi todos hicieron gobiernos más o menos
de administración, porque estamos atrapados en un “cerrojo” político que hace imposibles los
verdaderos cambios. A tal punto es así, que un presidente de Chile sólo puede aspirar, cómo
máximo, a ser el mejor dentro de un sistema que sólo ofrece “más de lo mismo”. Se cumple
así la vieja máxima de que ninguna institución poderosa y detentadora de privilegios toma la
decisión de autorreformarse. Eso explica que nuestro sistema tenga una tendencia casi natural
a perpetuar con distintos nombres una suerte de oligarquía permanente.
Ahora bien, ¿en qué se equivocó tan garrafalmente la Iglesia, que hizo que se reempla-
zara a tal grado la concepción cristiana del mundo por una visión agnóstica y materialista?
La misión esencial de la Iglesia no es involucrarse en cuestiones de índole pragmática y
contingente, sino desarrollar la dimensión espiritual de las personas, y procurar que esa di-
mensión se proyecte éticamente en la sociedad. Un desarrollo tan amplio como las mismas
posibilidades humanas, en medio de una realidad social multifacética, que permita a cada
persona expandir sus facultades superiores, alcanzar la libertad moral y avanzar hacia la fe-
licidad. Pero falló rotundamente, no sólo en Chile, sino incluso a nivel planetario, generando
un vacío epistemológico y moral que tarde o temprano debía ser reemplazado, puesto que el
ser humano necesita ambos anclajes para descifrar el mundo y actuar en él coherentemente.
Y el materialismo, en sus más variadas formas, se tomó la cultura, con las consecuencias que
hemos revisado en este libro.
Hasta hoy la Iglesia chilena (salvo honrosas excepciones) no asume en propiedad esa fun-
ción orientadora del desarrollo humano. Está dedicada más bien a la caridad, y a involucrarse
de tarde en tarde en cierto tipo de contingencias políticas, con resultados bastante relativos.

409
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Pero no se la ve involucrada a nivel masivo en un desarrollo integral del hombre y la sociedad,


pese a que los cristianos configuran en Chile aproximadamente el 80% de la ciudadanía.
Después de esta revisión del servil “trasplante ideológico” sufrido por nuestro país des-
de el momento mismo de su emancipación de España, queda en evidencia que somos herede-
ros de un ADN filosófico contra natura, que continúa activo hasta nuestros días, y del cual no
somos responsables, sino más bien víctimas, y víctimas en gran medida inconscientes. Pero
no se trata de un ADN biológico, sino completamente artificial, y por lo tanto extirpable. Sin
embargo, esa extirpación exige una cirugía mayor, y lo único que nos permitirá llevarla a
cabo es el regreso a los códigos ontológicos de la condición humana, con todas sus aperturas
a la libertad, la praxis moral y la autodeterminación, a través de los prodigiosos dinamismos
que hemos recibido para acometer esa enorme aventura: nuestras capacidades naturales,
nuestro entendimiento y nuestra voluntad.

410
Capítulo V
Antropología filosófica del hombre

“Transformar una experiencia en conciencia, eso es ser hombre”.


André Malraux.

En este capítulo trataremos de averiguar qué es realmente el hombre. Cuál es su constitución


ontológica, y cuáles las capacidades que posee para llevar a cabo la aventura de vivir. Cuáles
son los horizontes que le abre su propia condición, y qué procesos existenciales necesita abor-
dar para avanzar hacia ellos. Pero creo que antes cada uno de nosotros debería reflexionar bre-
vemente sobre el sentido mismo de la vida, conectado con la naturaleza física que nos rodea y
con nuestra misteriosa y gigantesca capacidad cognitiva, que nos representa las cosas y el mun-
do mediante conceptos y símbolos que configuran nuestra identidad, nuestro carácter moral y
nuestra función de miembros del orden social. Y también deberíamos tomar conciencia de que
en esa representación está involucrada protagónicamente nuestra biografía personal, y asimis-
mo la intencionalidad con que actuamos en el mundo, en la sociedad y en nuestra vida privada.
Por estas razones, sólo el conocimiento metafísico del hombre y la praxis ética y moral
pueden decirnos cómo reformular el orden político para empezar a solucionar las crisis sistémi-
cas que nos agobian y modelar progresivamente un país eficiente, solidario y realmente huma-
no. Y esos dinamismos pueden mostrarnos además la abismante brecha que existe entre el esta-
do actual en que se encuentran nuestras grandes mayorías y el desarrollo que pueden alcanzar.
Ese desarrollo les es tan necesario como el alimento, el vestuario, la vivienda y los consumos
básicos, y no hacer nada para que ingresen en ese proceso sería una especie de “amputación”
perpetrada por el sistema político, aunque muchos de sus personeros no la perciban, porque sus
propias ideologías dejan fuera esos requerimientos esenciales de la condición humana.
Todas las desfiguraciones sufridas hasta hoy por el orden político, y todos los someti-
mientos de los ciudadanos a sus falsos modelos socioculturales, tienen por causa de fondo los
diversos grados de desconocimiento que hoy existen sobre la condición metafísica o espiritual
del hombre, y también sobre el sentido de la praxis. Por eso las expectativas de que las cosas
mejoren en Chile se ven defraudadas una y otra vez, porque casi nada de lo que hacen los
conductores políticos y la misma masa ciudadana arrancan de esa condición ontológica, en la
que residen las claves cruciales del desarrollo humano y la convivencia social.
Pero averiguar qué es realmente el hombre, en todos sus requerimientos, capacidades y
dinamismos operativos, y sobre todo en cuanto a sus posibilidades reales de desarrollo in-
dividual y social, no es una tarea fácil. Exige indagar y examinar una considerable cantidad
de información, en diferentes áreas o disciplinas: biología, psicología, neurología, ecología,

411
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

historia, etc., y hacerlo a la luz de una antropología filosófica y moral. Exige revisar toda clase
de teorías, y revisarlas con lucidez crítica, es decir, a la luz de los hechos, para discernir cuáles
cubren y explican exhaustivamente la condición humana, sin dejar fuera ninguno de sus ám-
bitos y expectativas, y cuáles nos entregan imágenes incompletas, mutiladas, o simplemente
erróneas. En síntesis, exige un estudio responsable, una detenida reflexión, y una honestidad
a toda prueba, dispuesta a abandonar las ideas preconcebidas que podamos tener al respecto,
cuando los hechos demuestren que están equivocadas.
Creo que cualquiera que pretenda conducir la marcha del país o proponer rumbos de
mejoramiento para nuestra sociedad, y no esté dispuesto a darse ese trabajo, se encuentra
literalmente incapacitado para asumir esa enorme responsabilidad. Si la medicina no per-
mite aficionados, y tampoco los permite ninguna profesión seria, ¿cómo es posible manejar
idóneamente los asuntos sociopolíticos, o elaborar propuestas eficaces al respecto, sin estar
calificado para tan compleja tarea, sin haber indagado a fondo a su protagonista esencial, el
ser humano, y su “hábitat” filosófico-cultural?
En consecuencia, el conocimiento antropológico es literalmente ineludible, y no hay
excusa alguna para que los representantes y conductores políticos pretendan marginarse de
dicha exigencia.
Me parece oportuno contar al respecto una experiencia personal, que a mi juicio repre-
senta analógicamente lo que nos exige la realidad cada vez que pretendemos alcanzar algún
objetivo importante.
A los 36 años decidí emprender un largo entrenamiento para correr la maratón. Una vez
que me consideré suficientemente preparado, participé en cuatro competencias, y el mejor
tiempo que alcancé en los 42 kilómetros fue 3 horas 3 minutos.
Resuelto a lograr un tiempo mejor, le pedí a mi entrenador, Jorge Grozzer, que me hiciera
un programa que me permitiera cubrir la misma prueba en 2 horas 50 minutos. Cuando días
después me entregó el plan, vi que había cambiado casi todos los parámetros estipulados en
el programa anterior.
Después de cumplir el primer día de entrenamiento, terminé vomitando. El segundo día
tuve que volver a mi casa a meterme en la cama, debido a lo agotado que quedé. El tercer día
las náuseas seguían, aunque menos severas que el primer día.
Fui ver a Jorge otra vez y le pedí que modificara el plan, puesto que, si bien lo estaba
cumpliendo, era tan exigente que no sabía si podría seguir adelante. Miró con detención el
plan de arriba a abajo, y me lo devolvió exactamente igual.
—Pero Jorge...— empecé, pero él me interrumpió.
—¿Quieres o no quieres correr la maratón en 2 horas 50 minutos?— me dijo—. Pues si
lo quieres de verdad, ése es el plan. No hay otro.
Exactamente lo mismo ocurre con todo lo que podamos intentar o discurrir para mejo-
rar las cosas en nuestro país. No existe un método mágico y simple que pueda darnos resul-
tado si no hacemos lo que ese crucial objetivo nos demanda, si no empezamos por examinar
a fondo la condición humana, y asimismo los factores culturales, sociales, institucionales,
etc., que hoy la desfiguran, la bloquean, e incluso la atrofian, por muy arduo que pueda
resultarnos. Sólo ese desciframiento nos dará respuestas y soluciones reales, y nos abrirá
al mismo tiempo insospechadas expectativas de acción, en todas las instancias de la vida
nacional. No existe otro “plan”.
El siguiente capítulo intentará mostrar, de manera básica y sintética, en qué consiste esa
condición. No pretende ser una exposición académica ni tampoco absoluta; su único y gran
objetivo es indagar lo que hemos recibido para vivir, por el hecho mismo de ser hombres, y

412
Sebastián Burr

en consecuencia, lo que podemos poner en marcha, en nuestro ámbito privado y en el esce-


nario sociopolítico, para cambiar nuestro intrincado, dificil y confuso presente por un futuro
mejor, y para todos.

El carácter potencial del ser humano

El ser humano, y todo lo que existe en el mundo físico, se encuentran sometidos a incesantes
cambios. Ni el hombre ni los fenómenos de la materia pueden permanecer un solo instante in-
móviles; están siempre en movimiento, pasando de un estado a otro. Y en el hombre, el hecho
mismo del cambio es fundamental desde la perspectiva ontológica, moral y práctica, puesto
que en todo cambio que acomete busca siempre algo mejor para su vida.
Pero en el ser humano los cambios no ocurren al azar. Están regidos por una portentosa
ley metafísica, que además posee un carácter esencialmente finalístico, de tal manera que me-
diante el ejercicio de esa misma ley el hombre puede desarrollarse integralmente: la ley del
acto y la potencia. Y ese dinamismo es el que le abre todas sus expectativas.
No es fácil definir el acto y la potencia, aunque constituyen el “metabolismo”440 de fondo de
la condición humana y de su desarrollo. Puede decirse que la potencia es “la capacidad de ser”,
y el acto, la transformación de esa capacidad en un “hecho real”. La potencia es un estado inac-
tivo, pero “latente”, que contiene en sí su estado futuro, el estado al que llegará al convertirse en
acto. El brote contiene potencialmente su fruto, el ADN tiene inscrito el programa potencial del
futuro organismo biológico. El mundo de los conceptos y su interacción contiene en potencia una
cantidad ilimitada de nuevas ideas, de las cuales a su vez pueden emerger múltiples proyectos.
De todos los seres que existen en este mundo, el hombre es el que posee más potencias o
“potencialidades” para desarrollarse, tanto en su cuerpo como en su alma.
El hombre entero es potencial, y eso significa que necesita activar todas sus capacidades
latentes, en la mayor medida posible, para convertirlas en acto, en capacidades reales.
La activación de las potencialidades humanas tiene lugar en dos planos, nítidamente diferen-
ciados. Uno es el plano natural de desarrollo del cuerpo (crecimiento, aparición y consolidación
de los diversos órganos y de sus funciones específicas), que opera por sí solo, en forma automá-
tica, y que sólo requiere los nutrientes y las condiciones ambientales necesarias para su normal
desenvolvimiento. El segundo —que cubre dos dimensiones, una física y otra metafísica— es
muy distinto; sobrepasa por completo ese estadio meramente biológico, y constituye el ámbito
potencial en el que se juegan decisivamente todas las posibilidades propiamente humanas. En
estas dimensiones, nada opera automáticamente; todo debe ser puesto en marcha, conducido y
llevado a su término por el hombre mismo, a través de su entendimiento y su voluntad, en un
proceso incesante de elecciones, decisiones, acciones y verificaciones, acometido voluntaria-
mente y alumbrado por el discernimiento teórico y práctico. En otras palabras, la activación de
nuestras mayores potencialidades es una tarea confiada a nuestra libertad, que podemos cumplir
o no cumplir. En la medida en que la asumimos, crecemos como seres humanos. En la medida
en que la rehusamos, o nos vemos impedidos de realizarla por bloqueos provenientes del siste-
ma sociopolítico, nos quedamos estancados en diversos grados de subdesarrollo personal, que
pueden incluso hacernos descender al nivel meramente vegetativo de la subsistencia biológica.
Todos nuestros aprendizajes son transiciones de la potencia al acto. Tenemos la capaci-
dad potencial de manejar un vehículo, de hacernos maestros en la ejecución de un instrumen-
to musical, de transformarnos en profesionales de cualquier especialidad, por compleja que
440 Conjunto de los cambios químicos y biológicos que se producen continuamente en las células vivas.

413
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sea, de ser gimnastas, buenos emprendedores, etc. Pero esas capacidades no se hacen reales
(no se convierten en acto) por sí solas; deben ser activadas y desarrolladas según sus propios
códigos, y mediante un ejercicio sostenido.
Las potencialidades humanas son ilimitadas. Pero no estamos conscientes de ese enorme
“capital” depositado en cada uno nosotros en el momento mismo de nuestra concepción, por-
que son muy pocas las potencialidades que hemos intentado activar para convertirlas en acto,
condicionados por una cultura y por estructuras sociopolíticas que se oponen sistemáticamen-
te a su desenvolvimiento. En este sentido, cada uno de nosotros es un “proyecto de sí mismo”
realizado en un grado ínfimo; la mayor parte está “pendiente de ejecución”. Y eso ha quedado
demostrado incluso por la neurología. En su libro Los sueños de la razón, Heinz Pagels, ex
director de la Academia de Ciencias de Nueva York, dice que casi todos los seres humanos
usan un porcentaje mínimo de sus sinapsis cerebrales, no superior al 1%. ¿Qué ocurre con el
resto? Están inactivas, en estado potencial.
Ese 99% de sinapsis inactivas significa que una inmensa mayoría de la gente actual está
desperdiciando el portentoso equipamiento mental y físico que posee en estado potencial. Y lo
más asombroso es que casi nadie sospecha que ese equipamiento natural existe, y casi nadie
lo dice, porque el paradigma cultural y sociopolítico que nos rige, engendrado durante cuatro
siglos por las filosofías de la modernidad, ha confiscado al hombre real, ofreciendonos pers-
pectivas puramente materiales y utilitarias, y condenando a las muchedumbres al exclusivo
combate por la supervivencia económica.
¿Cuántos millones de personas se limitan hoy a admirar o envidiar a los pocos que se
destacan en los distintos ámbitos del quehacer humano —artistas, escritores, campeones de-
portivos, hombres de negocios exitosos, líderes de toda índole—, sin imaginar siquiera que
también están dotadas para alcanzar niveles cada vez más altos de sí mismas, mediante el
desarrollo de sus propias capacidades potenciales? ¿No es ésta una de las mayores tragedias
del mundo moderno, y una de las más inadvertidas?
Retomando nuestro análisis, tenemos que todo cambio o transición es un paso de la po-
tencia al acto. Pero tal paso requiere una causa que lo produzca, a la que se ha denominado
“causa eficiente”. Esa especie de “detonante” activador de la potencia es a veces externo al
sujeto que experimenta el cambio, aunque éste, una vez recibido ese impulso inicial, ejecuta
por sí mismo el proceso que genera la transición. En otros casos, la causa eficiente emana
de la propia naturaleza del sujeto, como cuando el cuerpo humano desarrolla por sí solo la
capacidad auditiva, la de procreación, o cualquier otra de sus múltiples potencialidades. Por
último, en el desarrollo superior del hombre, la causa eficiente es su voluntad, asistida por el
entendimiento. Ningún desarrollo auténticamente humano es posible si no es activado y con-
ducido por ese ambivalente y crucial dinamismo.
Por el solo hecho de poseer este inconmensurable equipamiento, y de poder transformar
todas sus potencialidades en capacidades operativas reales, el hombre es inmensamente rico,
espiritual y físicamente, pues puede lograr casi cualquier cosa que se proponga, siempre que
corresponda a su dotación potencial.
Resulta así un atentado contra natura, y además contra la naturaleza misma de lo político,
que dicho orden excluya al grueso de los ciudadanos de casi todas las instancias que permiten
activar las múltiples potencialidades humanas, y no genere las condiciones idóneas para que
puedan expandirse a través del ejercicio de la libertad extrínseca e intrínseca, tanto en el ám-
bito teórico como en el ámbito práctico. La libertad pone en juego todas esas dimensiones, en
un proceso interactivo de recíprocas transferencias, y alcanza su verdadero fin cuando termina
en un desarrollo real, en la efectiva posesión de nuevas capacidades operativas.

414
Sebastián Burr

El desarrollo de una potencia se lleva a cabo en dos planos: teórico y práctico. El teóri-
co consiste en la comprensión de los dinamismos que hacen posible transformarla en acto;
el práctico, en la aplicación de esa pauta teórica a la realidad, a través de la propia acción o
experiencia. Sólo mediante esa praxis la potencia puede pasar al estado de acto real. Así por
ejemplo, es imposible aprender a nadar mirando a otra persona que lo hace, o escuchando las
instrucciones de un profesor, o leyendo un manual de natación. Todo eso es un “mapa” teó-
rico, necesario pero insuficiente. Para aprender a nadar hay que meterse en el agua e intentar
hacerlo uno mismo, una y otra vez, aplicando las pautas teóricas a las potencialidades del
propio cuerpo y a las circunstancias concretas de ese “escenario” en el que se está llevando
a cabo el aprendizaje. Lo mismo ocurre en todo desarrollo de las potencialidades humanas:
la praxis es la única instancia que puede convertir la teoría en hecho real. Pero las potencias
humanas están naturalmente configuradas para transformarse en acto.
Además, el desarrollo de las potencias humanas requiere la interacción con otras perso-
nas, y asimismo con los diversos ámbitos que configuran la organización social y el orden
político. Esos ámbitos —familia, educación, trabajo, organismos y poderes del Estado, etc.—
constituyen agentes externos pero indispensables de ese desarrollo. Sólo cuando están diseña-
dos para activar la potencialidad humana a través del ejercicio de la libertad, los ciudadanos
pueden entrar y avanzar en el proceso de mejorarse a sí mismos, y mejorar sus propias vidas.
De esta manera, si alguien quiere ser un buen trabajador, no basta que posea la potencia-
lidad intrínseca de serlo. Necesita además condiciones externas idóneas para desplegar esas
capacidades latentes: un sistema laboral flexible-participativo, una micro y macroeconomía
sanas y una institucionalidad configurada en torno al bien común político verdadero, que le
permita activarlas libremente, sin restricciones de ninguna especie, y oportunidades concretas
de ejercer una actividad laboral concordante con ellas. En caso contrario, le será difícil, cuan-
do no imposible, acometer la aventura de ponerlas en acción. Indiscutiblemente, la sociedad
salarial es la antítesis de la diversidad expansiva que todo trabajador posee en potencia.
El requisito natural de que las potencialidades humanas sólo pueden desarrollarse idó-
neamente a través de la interacción social, confirma que cada persona es un microcosmos
viviente. Posee una capacidad multidimensional de desarrollo en todos los planos: individual,
social, político, económico, etc., y por eso es deber del Estado proporcionarle los espacios y
condiciones que le permitan expandirse simultáneamente en cada uno y todos esos ámbitos.
En mi empresa, cuando los trabajadores estaban bajo el régimen de salario fijo, cada uno
desempeñaba una tarea específica, orientada a la fabricación de determinado producto. Como
se trataba de una empresa metalmecánica de productos repetitivos, y yo quería expandirla
a nuevos proyectos y fabricaciones que incorporaran mayor valor tecnológico agregado, y
abarcaran una mayor cuota de mercado, decidí establecer un sistema de ingresos variables
por resultados productivos, individuales o grupales. Era la única forma que veía de activar las
potencialidades latentes en cada uno de los trabajadores.
Un día los reuní en mi oficina y les di a conocer el cambio de sistema. Casi todos me
manifestaron que sólo sabían hacer su función específica, y nada más. Yo les repliqué: “Lo
que saben hacer ahora lo aprendieron, y antes no sabían hacerlo. Entonces, también pueden
aprender a hacer muchas otras cosas”. Les expliqué que todos tenemos múltiples capacida-
des en potencia, y que ellos podían desplegar las suyas, para mejorar sus ingresos y expandir
las opciones de la empresa. Les dije que tendrían que aprender por sí mismos, aunque asis-
tidos por personal de apoyo, para satisfacer las nuevas demandas industriales, y que en ade-
lante sus ingresos serían variables, pues dependerían de su productividad y de su desarrollo
profesional en otras especialidades.

415
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Como en este tipo de instancias siempre surgen líderes, hubo algunos que intuyeron las
ventajas del nuevo sistema, y se embarcaron de lleno en el “experimento”. Pronto sus ingresos
aumentaron hasta el triple de lo que percibían bajo el régimen de salario fijo. Entonces los
demás aceptaron el desafío, y se dispusieron a sacar lo mejor de sí mismos.
Con el tiempo, todos perdieron el miedo al cambio. Hoy se atreven a abordar toda clase de
proyectos, más complejos o menos complejos, y lo hacen con notable eficiencia y responsabi-
lidad, percibiendo la recompensa de ese mayor rendimiento en sus propios ingresos variables,
que han crecido significativamente. Así están permanentemente instalados en el dinamismo del
acto y la potencia. Y su creatividad está siempre en estado de alerta, con lo cual acrecientan sus
oportunidades económicas, sobre todo cuando se tiene una economía en expansión.
Acabo de contar mi experiencia personal de entrenamiento para la prueba de la mara-
tón. Esa experiencia deja también a la vista la manera en que se activan nuestras potenciali-
dades. ¿Era maratonista antes de iniciar el entrenamiento para la primera maratón? ¿Lo fui
después? ¿Tenía latente la capacidad innata de serlo? Los hechos demuestran que sí; nadie
me la inyectó desde fuera, fui yo mismo quien la convirtió en acto, aunque para eso tuve
que pasar por un duro proceso de praxis, y perseverar en él hasta lograr el resultado. Queda
a la vista, entonces, que toda persona normal puede desarrollar análogamente sus propias
capacidades potenciales, siempre que cumpla paso a paso el proceso que cada una exige, y
lo cumpla hasta el fin.
Nadie nace con una “dosis fija” de inteligencia, con límites infranqueables; todas las inte-
ligencias pueden “aumentar”, expandirse indefinidamente. En consecuencia, los inteligentes
son los que acometen una y otra vez acciones inteligentes (reflexión teórica, análisis crítico,
discernimientos prácticos, etc.), y en la misma proporción en que las acometen desarrollan su
inteligencia. Esto es igual que el perfeccionamiento físico: mientras más alguien se entrena
en una determinada disciplina, o en la adquisición de una nueva destreza o habilidad corporal,
mejores resultados obtiene.
Aristóteles proporciona un buen ejemplo de la relación que existe entre acto, potencia,
creatividad y felicidad. Dice que una determinada figura está en potencia dentro de un bloque
de piedra, y que sólo surge en acto cuando el escultor la esculpe mediante su creatividad, que a
su vez pasó de la potencia al acto. Y que ese proceso, que involucra potencialidades, actualiza-
ciones y creatividad, es el secreto fundamental de una vida feliz. En otras palabras, Aristóteles
vincula la felicidad al desarrollo del entendimiento y de la inteligencia práctica, en un proceso
ético y moral eminentemente creador, que satisface el interés propio y genera felicidad.
El realismo filosófico emplea el concepto de “materia” (de aquí surge la idea de “materia
prima”) para designar la potencia, y el concepto de “forma” para designar el acto. De esta
manera, un objeto físico es una “materia” potencialmente capaz de experimentar cambios, y
cuando experimenta alguno es porque ha recibido una “forma”, que convierte en acto esa po-
tencialidad previa. Un ejemplo de esto es el caso de la madera —materia potencial—, que se
convierte en mueble cuando una causa eficiente —el carpintero— le introduce una forma —el
diseño del mueble— que convierte en acto esa potencialidad.
Sin embargo, la mayor contribución de Aristóteles al significado humano del acto y la
potencia, es su definición de la virtud como el grado máximo de expansión de una potencia, es
decir, su “acto final”. Por lo tanto, las virtudes son el clímax de desarrollo de las capacidades
humanas, físicas, intelectuales y morales, y se alcanzan mediante hábitos sostenidos de entre-
namiento o comportamiento. Pero quizás lo más promisorio que revela Aristóteles sobre las
virtudes es que producen tres efectos notables en el ser humano: máxima capacidad intelec-
tiva, máxima capacidad operativa, que a su vez generan experiencias superiores de felicidad.

416
Sebastián Burr

Desde el punto de vista operativo, el proceso activador de toda virtud va de lo difícil


a lo fácil. El comienzo requiere cierto grado de esfuerzo, mayor o menor; es lento, torpe,
impreciso, plagado de errores e intentos infructuosos. Pero a medida que se persiste en la
acción, se van logrando avances y resultados, se va adquiriendo cada vez una mayor fluidez y
eficacia operativas. Al final, la potencia alcanza su pleno desarrollo, y entonces los factores se
invierten: lo difícil se convierte en fácil; la torpeza inicial, en destreza óptima; la penuria del
esfuerzo, en intenso disfrute de su propio ejercicio.
En síntesis, en virtud del acto y la potencia, la tríada que conduce a la felicidad consiste
en la determinación ética de un fin, en la definición moral de los medios para concretarlo, y
finalmente en su logro real. Por lo tanto, la felicidad del ser humano consiste esencialmente
en la felicidad de su entendimiento y de su voluntad o inteligencia funcional.

La mágica ambivalencia funcional del entendimiento y la voluntad

Al igual que todas las demás potencialidades o facultades humanas, físicas y mentales, el en-
tendimiento se desarrolla mediante su propio ejercicio, mediante sus propios actos. Mientras
más flexible, expansivo y ordenado sea ese proceso, más se desarrolla el entendimiento.
La primera causa de las acciones humanas es el entendimiento, pero su agente operativo
directo es la inteligencia práctica o voluntad. Voluntad práctica y entendimiento configuran un
dualismo interactuante e indisoluble; por eso se las denomina facultades ambivalentes, y a la
vez superiores, pues no hay nada en el ser humano que esté sobre ellas. Este doble dinamismo,
exclusivo de la especie humana, funciona con propósitos tanto teóricos como prácticos. La
naturaleza del entendimiento, su razón de ser, es indagar permanentemente la verdad. La natu-
raleza de la voluntad es actuar siempre por un bien o un fin. Ambas facultades se requieren y
se asisten mutuamente, y sólo cuando operan asociadas en vista de un fin práctico verdadero,
el hombre alcanza auténticos logros intelectivos y morales.
La primera fase en todo proceso intelectivo individual se da cuando el entendimiento
explora la verdad en términos teóricos. Una vez que descubre algo en ese plano, pasa a una se-
gunda fase, aún más crucial: confirmar esa verdad teórica como verdad práctica a través de la
voluntad, es decir, mediante la propia acción. Una verdad teórica sólo se confirma como ver-
dadera cuando se hace verdad práctica. Es en ese momento cuando el entendimiento cumple
cabalmente con su propia naturaleza: verdad teórica y práctica conformando un solo corpus
ciento por ciento verdadero.
Ahora bien, si el entendimiento queda orbitando exclusivamente en el plano teórico,
cualquier verdad que pueda atrapar en ese plano flota en el ámbito de lo imaginado, y pro-
voca en el hombre una sensación de vacío y frustración, pues no sabe si ese desciframiento
teórico puede alcanzar la estatura de verdad real en su propia constatación subjetiva y di-
recta de la realidad. Y si la voluntad no puede concretar un bien o un fin, queda varada en
el deseo, que se mueve igualmente en el mundo de lo meramente imaginativo. Así el puro
deseo es también incompleto y vacío. Sólo cuando una conclusión teórica o un deseo se
concreta como verdad práctica, la ambivalencia entendimiento-voluntad queda respaldada
por los hechos reales, y esa constatación es percibida por el sujeto como una experiencia
moral y de autosatisfacción.
Tomás de Aquino dice que “el entender es el acto de todos los actos, la perfección de to-
das las perfecciones”. Y lo dice porque entender no es un simple sinónimo de conocer alguna
cosa, sino que implica descifrarla por completo, de tal manera que pueda ser explicada de un

417
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

modo universal, es decir, bajo una infinidad de categorías o circunstancias, tanto de un modo
teórico como práctico, e incluso mediante analogías metafóricas o de proporcionalidad.
El entendimiento es la única facultad capaz de producir juicios intelectivos y morales,
tanto universales como particulares. El dato técnico, en cambio, es empírico, material y me-
cánico; por lo tanto, no puede elaborar juicios morales, y tampoco metafísicos. El entender
difiere también de la simple opinión, creencia o conjetura; es una certeza, confirmada defini-
tivamente por la misma realidad.
Grandes pensadores como Platón, Anaxágoras y Aristóteles, le asignaron al entendimien-
to una función universal de orden, de elección y de intención. El entendimiento tiene la ca-
pacidad de pensar un orden, para comprenderlo, elegir y actuar, jerárquica, eficiente, activa,
multidimensional y esencialmente, en todos y cada uno de los ámbitos que lo configuran.
Pero para ejercer esa capacidad necesita condiciones que favorezcan su despliegue, tanto en
el plano individual como social.
El entendimiento, a diferencia de los sentidos, captura la esencia metafísica o inmaterial
de las cosas, su sustrato ontológico invariable. Los sentidos capturan sólo los datos físicos
o materiales, que siempre son cambiantes, y los transmiten al entendimiento, para que éste
extraiga de esa información juicios intelectivos y morales, gracias a los principios universales
que posee de manera innata.
Cuando una cosa ha sido bien entendida, de alguna manera el sujeto que la entiende se iden-
tifica con ella. Así por ejemplo, en los mejores momentos deportivos de Tiger Woods, se dijo que,
más que jugar bien al golf, Woods era el golf en sí mismo. Esta metáfora intenta significar que,
cuando una persona domina de un modo casi insuperable las características y funcionamientos
de una determinada idea o cosa, se puede decir que “es” esa misma cosa. Sólo el hombre puede
hacer eso, y lo hace cuando logra una mezcla de máximo entendimiento teórico y práctico.
En síntesis, los sentidos captan sólo las apariencias físicas de las cosas, cosa que también
hacen los animales (dimensiones, figuras, movimientos, colores, texturas, sonidos, sabores,
olores, etc.). Por su parte, el entendimiento (facultad exclusivamente humana), impulsado
por la voluntad (por eso se dice que ambas facultades son ambivalentes), transforma esa
información física en abstracciones conceptuales (ideas), para concluir en verdades o juicios
teóricos, tanto intelectivos como morales. Por último, esas verdades teóricas son traspasadas a
la voluntad, para que las confirme como definitivamente verdaderas en la experiencia concre-
ta de la vida real. Así funcionan el entendimiento y la voluntad, y ese dinamismo nos revela
que necesitamos tanto la teoría como la praxis. Ninguna praxis da resultado si no arranca de
un conocimiento teórico previo y verdadero; ninguna teoría se convierte en certidumbre y en
suceso humano si no la confirmamos en nuestra propia experiencia mediante la praxis.
Ahora bien, la primera tarea que debe acometer el entendimiento, en cada una de sus ave-
riguaciones, es determinar exactamente qué es lo quiere conocer y descifrar, es decir, el objeto
de cada una de sus búsquedas, pues si no lo hace, caerá inevitablemente en una dispersión
y vaguedad que le harán imposible llegar a ningún resultado. Y luego debe concentrarse en
descubrir las características esenciales de lo que está abordando, hasta capturarlas en la ma-
yor medida posible. Por último, debemos tener siempre presente que el entendimiento puede
ser influido por distorsiones perceptivas o interpretativas nacidas de nuestros propios deseos,
sentimientos o emociones, que lo induzcan a aceptar como verdadero lo que no lo es, porque
“calza” con las expectativas que nos hemos formulado de antemano sobre las cosas, es decir,
con lo que quiere nuestra voluntad. Y cuando lo que quiere nuestra voluntad está originado
por impulsos, sentimientos o emociones anómalos (egocentrismo, soberbia, vanidad, resenti-
miento, infraestima, odio, ira, envidia, codicia, compulsión sexual, etc.), puede ofuscar a tal

418
Sebastián Burr

punto nuestro entendimiento, que le impida encontrar las verdades que está buscando. Esa es
casi siempre la causa de las creencias erróneas, y también de que haya personas absolutamen-
te refractarias a revisarlas y corregirlas a la luz de los hechos reales.
El entendimiento, la voluntad y las facultades sensitivas, que configuran el sistema opera-
tivo esencial del ser humano, son de alguna manera análogos a las dinámicas que rigen y hacen
funcionar el mundo físico: el sistema gravitacional, las ondas electromagnéticas, la fuerza nu-
clear débil y fuerte, etc. Similar analogía puede establecerse con las instancias que hacen posi-
ble el funcionamiento de la sociedad: la libertad, la familia, el trabajo, la educación, la justicia,
el gobierno y el bien común político. Cada uno de esos ámbitos constituye un cuerpo orgánico,
un orden operativo dotado de metabolismos propios, que en el caso de la organización social
requiere la concurrencia de todos los dinamismos humanos: físicos, intelectivos, volitivos, sen-
sitivos, morales y éticos. Cualquiera de ellos que funcione mal, o que deje de operar, produce
una suerte de colapso en los demás, y asimismo en el corpus completo. Si eso ocurriera en el
mundo físico, sería evidente, porque lo percibiríamos a través de los sentidos. Pero es mucho
menos perceptible cuando ocurre en el ámbito sociopolítico, y sobre todo en el plano metafí-
sico, por su configuración abstracta, que resulta de ardua comprensión. Eso podría explicar la
casi nula importancia que la clase política y nuestro sistema educacional y laboral le asignan
al desarrollo de dichas facultades. A toda persona sumida en el subdesarrollo de sus facultades
superiores, la vida se le hace tan difícil como a un discapacitado. Y esa discapacidad puede
alcanzar los niveles de una paraplejia o tetraplejia. En tal caso, lo único que la salva, aunque
de un modo muy básico, es la sindéresis, tendencia congénita que revisaremos en este mismo
capítulo, y que genera los impulsos y discernimientos elementales de la inteligencia práctica.
Esa puede llegar a ser la situación de una persona que no entiende lo que lee, impedimen-
to que lo transforma en analfabeto funcional. Sin embargo, esa discapacidad es reemplazada
en gran medida por la funcionalidad de los sentidos y las tendencias instintivas. Pero como
ni los sentidos ni los instintos pueden abstraer y elaborar juicios, es decir, no piensan, la ca-
pacidad humana desciende a un nivel subhumano, y se reduce a una experiencia de la vida
básicamente sensitiva, desconectada en gran medida de la razón.
Ahora bien, como el desarrollo intelectivo y funcional sólo puede lograrse a través de
la interacción social, es absolutamente necesario que el sistema político y los gobernantes
readecúen las instituciones en función de ese desarrollo, y de un modo análogo al que mues-
tra la operatoria natural de las facultades humanas superiores, considerando además que ese
desarrollo debe ser permanentemente actualizado. Estas son las condiciones que requiere el
verdadero ejercicio de la libertad, y la libertad (tanto extrínseca como intrínseca) es precondi-
ción de la democracia, mucho antes de la implementación de cualquier sistema político.
Pero a todo lo que acabamos de exponer hay que agregar algo de crucial importancia para
todas las opciones y ámbitos de nuestra vida. La libertad, cuya sede es la voluntad, deja de ser
libre ante una instancia trascendental del ser humano. Esa instancia única es la felicidad, que
constituye el fin último del hombre. Y la voluntad, por su propia naturaleza, está “obligada”
a desearla. “La felicidad es la única cosa ante la cual la voluntad humana no es libre”, dice
Aristóteles. Por eso, lo sepamos o no lo sepamos, lo que realmente buscamos en todo lo que
hacemos en este mundo, es alcanzar en alguna medida la felicidad.
En este libro se intenta esbozar una ciencia, una metafísica de la acción, que concilie analó-
gicamente la objetividad de lo real con la verdad subjetiva de cada persona, no con los propósitos
arbitrarios de una cultura, de un colectivo, de una ideología, de una institución, de una empresa,
o de una pretendida optimización general de la sociedad y del mundo. Y esa ciencia, desde la
perspectiva de la ética, debe acoger la verdad real y concreta de todos los seres humanos.

419
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Sindéresis

Este término griego designa el dinamismo natural que impulsa al hombre hacia el bien, es
decir, a buscar siempre su felicidad. Es una suerte de código o supraconciencia moral en un
nivel muy básico, pero potente, naturalmente impreso en cada uno de nosotros, indepen-
dientemente de la formación externa que podamos recibir, o de que lo desarrollemos por
nuestra propia cuenta. No es un código racionalizado por el hombre; surge más bien como
un destello espontáneo. Es similar a los principios universales a priori del entendimiento,
que permiten elaborar conceptos, juicios y razonamientos, y a través de ellos entender la
realidad, incluso sin haberlos aprendido expresamente. En otras palabras, la sindéresis per-
mite a todo ser humano manejar básicamente su vida en función del bien, aunque no reciba
ninguna formación adicional al respecto. Pero en las sociedades organizadas, este principio,
por sí solo, resulta absolutamente insuficiente; necesita ser desarrollado y modelado por una
educación moral y ética.

Analogía

En términos generales, la analogía es la semejanza, correlación o equivalencia que existe


entre dos o más cosas, o entre los diversos componentes o dinamismos de dos o más sistemas
u órdenes. De esta manera, para explicar una idea abstracta del mundo metafísico se puede
usar una analogía metafórica correspondiente a alguna cosa del mundo físico, que permita
representar y comprender dicha idea comparativamente; por ejemplo, la metáfora de la visión
para representar el acto del entendimiento: lo que es el acto de ver para el cuerpo, es el acto
de entender para el alma.
La analogía, más que una relación de semejanza, es una relación de proporcionalidad
—cualitativa, cuantitativa, operativa, estética, etc.—, y su uso permite percibir y comprender
mucho mejor las características intrínsecas y a menudo ocultas de las cosas, pues genera una
especie de “alumbramiento” mental superior al que proporcionan los conceptos. Platón com-
paró el bien con el sol, pues el primero desempeña en el mundo inteligible el mismo papel
que el sol en el ámbito físico. Decía que el bien había hecho el sol a semejanza de sí mismo,
como el hijo se asemeja al padre.
También se puede comparar metafóricamente la nutrición del cuerpo con la del espíritu, o
hablar del mar furioso (como la furia humana), o describirlo como una taza de leche (cuando
está calmo), o decir que alguien es astuto como un zorro, o que tiene vista de lince, etc.
Las aplicaciones analógicas —metafóricas, simbólicas, etc.— en los escritos filosófi-
cos, en la literatura, e incluso en el habla corriente, han sido y siguen siendo innumerables,
pues constituyen el recurso más potente del lenguaje humano, y expresión certera de ideas
abstractas.
Cuando alguien entiende, lo hace siempre por razones análogas, diferenciadas pero aná-
logas. Incluso muchos términos filosóficos, como substancia, accidente, metafísica, trascen-
dencia, inmanencia, estructura, dinámica, objetividad, subjetividad, etc., proceden de analo-
gías extraídas del mundo físico. Sin analogías no hay manera alguna de descifrar y entender la
realidad. La comprensión analógica de todas las cosas es un logro superior del entendimiento,
y es desarrollable, como todo el resto de sus dinamismos.

420
Sebastián Burr

Teoría práctica del alma

El alma es el “recinto”, el “espacio”, la “dimensión” o el “dinamismo” invisible donde reside


en potencia el sentido común universal del género humano, y donde se convierte en acto para
cada individuo, de tal manera que le permite aplicarlo a cada cosa o situación concreta. Es
una suerte de sintetizador, activo y pasivo, que asigna significados a la realidad total y a cada
cosa que en ella existe, o que enmienda los significados erróneos que podamos atribuirles. Si
bien está asociada al entendimiento, éste opera mediante la abstracción, la lógica y la analo-
gía, e indaga la coherencia de las cosas y de los conceptos, como asimismo sus significados
valóricos, en interacción permanente con la memoria y la voluntad. El alma se comunica con
el entendimiento de un modo descendente, y más bien en el plano de la unidad y de los uni-
versales. En el alma reside también intuitivamente la idea de Dios, vislumbrada de muchas
maneras y en momentos muy diversos a lo largo de la vida de cada hombre.
Pareciera que el alma es la sede superior de la inteligencia y de la conciencia, que impul-
sa y orienta el desarrollo del sentido común, aplicándolo a cada cosa singular y a la realidad
global, y que mientras más se despliegan esas capacidades, mayor es el sentido común que se
adquiere sobre las cosas, sobre la trama que las unifica, y sobre los vínculos que le permiten al
hombre participar activamente en el mundo. El alma sintetiza todas las sensaciones, percep-
ciones, intelecciones y voliciones humanas, y contrasta esa síntesis con el orden natural y con
la intencionalidad superior que percibe detrás de ese orden. Dicha síntesis tiene como telón
de fondo el sentido común universal (cristalización de un solo gran sentido), y permanece
latente, aunque en constante actualización. Puede decirse que en el alma no hay accidentes
(es decir, mutaciones), sino que es siempre idéntica a sí misma, pero abierta a entenderlo todo.
Y esa apertura le traza un itinerario infinito, que para Aristóteles y Tomás de Aquino es una
prueba más de su carácter espiritual, e incluso de su inmortalidad.
Cabe incluso conjeturar que lo que llamamos “inconsciente” es la zona de la psiquis don-
de el alma ejerce sus más poderosas y clarividentes manifestaciones. Pronto veremos la pro-
digiosa capacidad del inconsciente operativo para hacerse cargo con eficiencia automática de
muchas de nuestras acciones físicas y mentales, sin necesidad de que volvamos a pensar paso
a paso su ejecución. Y si seguimos explorando, aparecerán otras funciones del inconsciente
igualmente asombrosas, como por ejemplo, su capacidad de diagnóstico moral (a través de
nuestros estados de ánimo, o de nuestros sueños).
A partir de Jung, los mejores investigadores del inconsciente han ido constatando cada
vez más sus múltiples influencias y efectos psicosomáticos, y explicándolos, al igual que el
propio Jung, como señales de fondo de la existencia del alma en cada ser humano.

Visión sobre la libertad humana

Desde la Revolución Francesa en adelante, el concepto de libertad ha sido objeto de una


fraudulenta retórica, utilizada por todas las revoluciones y por todos los que han pretendido
el poder político. Tan profunda ha sido su adulteración ideológica, que hoy día casi todo el
mundo entiende la libertad como un dinamismo que funciona exclusivamente en las acciones
externas del ser humano, y en cualquier ámbito de elección que allí se le presente, no en el in-
terior de su conciencia y en función del bien moral y ético, y que por lo tanto no tiene relación
alguna con el desarrollo intrínseco y superior de la persona. Es un concepto de libertad vincu-
lado a lo sociológico y a lo material, y no a la expansión de las propias potencialidades, sobre

421
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

todo las del entendimiento teórico y práctico. Pero los hechos reales demuestran que la cali-
dad de vida de una persona depende en primer lugar de su capacidad de entender, y luego de
hacer bien todo lo que hace, porque eso genera su propio perfeccionamiento y autosuficiencia.
Incluso se confunde libertad con igualdad, cuando en realidad está asociada a la plurali-
dad, que nace a su vez de las numerosas diferencias individuales que configuran la identidad
exclusiva de cada ser humano y de todas las cosas. La libertad no es un dinamismo irrestricto;
su función natural está esencialmente vinculada al sentido de la vida, y su razón de ser es
impulsarnos hacia los fines que configuran el bien humano, tanto individual como social. Es
decir, impulsar a cada uno hacia su felicidad, y a crear condiciones sociopolíticas que la hagan
posible para los demás.
De la acumulación de las mencionadas desfiguraciones ha resultado un engendro inin-
teligible que se ha transmitido a la política, al punto que ha hecho desaparecer de sus postu-
lados ideológicos y de sus manejos las diferencias personales de los ciudadanos, y en con-
secuencia el bien común político, que ha derivado en interés común o interés particular de
los que controlan el poder. Privadas de escenario público, esas diferencias se han replegado
al ámbito privado, pero al confinarse ahí han quedado en gran medida truncadas, impedidas
de manifestarse y de influir en el diseño y la dinámica de las instituciones sociopolíticas. Y
ese bloqueo es muy difícil de revertir bajo los códigos sociológicos-colectivistas que hoy
imperan en el mundo político.
Isaiah Berlin, pensador liberal contemporáneo de tendencias moderadas, de cuyas teorías
emana buena parte de ese condicionamiento disociador, nos dice lo siguiente respecto el senti-
do de vida: “No creo que exista un sentido de la vida. Yo no me pregunto por él, pero sospecho
que no existe, y eso para mí es una gran tranquilidad. Hacemos en la vida lo que podemos,
y eso es. Aquéllos que buscan algún libreto profundo, cósmico, que lo abarca todo, o algún
Dios así, están, créanme, patéticamente equivocados”.
Queda aquí en evidencia la lógica empirista y racionalista de Berlin, pues los hechos
reales demuestran que todos, consciente o inconscientemente, intentamos dar un sentido a
nuestras vidas, y que lo vislumbramos como un estado superior de armonía, de coherencia, y
de cumplimiento definitivo de nuestros más profundos anhelos. El sentido de nuestra vida no
es algo que se pueda adquirir en el mercado, y que se pueda echar a andar como un artefacto o
un sistema mecánico cualquiera; es un secreto metafísico, que cada uno de nosotros necesita
descifrar y atrapar por sí mismo. Pero si ese sentido no existe, quiere decir que tampoco exis-
te el sentido de lo político, del cual el mismo Berlin se ufanaba, e incluso el sentido común
queda en tela de juicio, como cualquier otra expectativa o experiencia metafísica: el amor, la
solidaridad, la justicia, la paz, la convivencia social, etc., es decir, ninguna instancia verdade-
ramente humana. Aquí se revela una vez más el materialismo extremo de la ideología liberal.
En cuanto a la libertad, el mismo Berlin dice que en una cultura modelada en función de
bienes y fines humanos, que propenda a la expansión de la libertad extrínseca e intrínseca del
ciudadano, no habría espacio para la libertad, ya que entonces todo tendría que desenvolverse
cumpliendo las leyes intrínsecas de esos bienes y fines. “Para un ser omnisciente, que ve por
qué nada puede ser distinto de lo que es —afirma Berlin—, los conceptos de responsabilidad
y de culpa, de justicia y de injusticia, son necesariamente conceptos vacíos”.
Esa argumentación de Berlin es igualmente errónea, pues desconoce los dinamisnos reales
de la libertad y de la condición humana. Más aún: es en su perspectiva donde la libertad se
convierte en un impulso vacío, pues se queda sin objetivo ni sustrato alguno. La libertad existe
porque existe el hombre, y porque el hombre necesita procurarse por sí mismo los bienes que
requiere para su vida, y alcanzar los fines que su propia condición natural le ha establecido.

422
Sebastián Burr

Y como los bienes humanos no están prefijados a priori, sino que son alternativos, el hombre
dispone de libertad, que es la operatoria de su voluntad que le permite elegir entre los diversos
bienes que le presenta la realidad, y al mismo tiempo discernir entre los bienes verdaderos y
los que no lo son. En otras palabras, también se podría decir que la libertad existe en la luna,
pero al no haber ahí individuos bajo condición moral, la libertad en la luna no tiene ningún sen-
tido, salvo que lleguen a habitarla personas que posean esa condición. Así la responsabilidad,
la culpa, la justicia y la injusticia emanan de la potencialidad moral del hombre, y el proceso
moral se configura y actualiza mediante la vivencia de la verdad, y la verdad está íntimamente
asociada al ejercicio de la libertad. Por lo tanto, la libertad no se “vacía”, sino que adquiere su
auténtico sentido cuando el hombre la usa para lograr sus bienes y fines ontológicos.
Pareciera que Berlin tampoco entiende la naturaleza de la libertad. La considera más bien
un concepto lógico, que opera separadamente del hombre, con lo cual la convierte en una idea
platónica, al modo de las “ideas subsistentes” postuladas por el filósofo griego. Y una vez que
la ha desconectado del hombre, se permite hacer con ella lo que quiera, porque la ha dejado
sin referentes, como si tuviera algún sentido sin la existencia humana. Esa es la razón de que
proponga una libertad irrestricta, no condicionada por ningún bien ni fin humano.
Algo parecido hacen ciertos liberales de izquierda y de centro derecha con los conceptos
de democracia, igualdad, educación, trabajo, etc. Los vacían primero de sus referentes hu-
manos, y luego los desconectan del hombre en cuanto miembro del corpus social. Asi esos
conceptos son deformados por todo tipo de confusiones y manipulaciones, y terminan relati-
vizados y prácticamente inoperantes.
La libertad es multidimensional porque el hombre lo es, y está abierta a bienes heterogé-
neos, tanto individuales como sociales, porque el hombre también lo está, de tal manera que
es el correlato, el metabolismo operativo de la naturaleza y la individualidad humanas. Pero
sus elecciones sólo son acertadas cuando escoge los bienes que realmente concuerdan con
ambos condicionantes ontológicos. Incluso puede escoger a veces el mal menor, pero aun en
ese caso, su referente real es algún bien mayor que no se quiere perder (por ejemplo, aceptar
la amputación de una pierna con tal de salvar la vida).
La praxis, que es sinónimo de libertad activa, desarrolla el entendimiento teórico y la
inteligencia funcional de las personas. No es un privilegio de la clase política y de los gran-
des empresarios, sino un derecho de todos los ciudadanos. Los empresarios y los políticos
no llegaron a ser tales por ser más inteligentes, sino porque se ejercitaron en los usos de los
códigos de la libertad; así desarrollaron su inteligencia, y poco a poco se fueron consolidando
como emprendedores y líderes en el ámbito privado y en el ámbito público. Sin embargo,
hay que señalar a su favor que, aunque la mayoría tuvo apoyos y modelos concretos por los
cuales orientarse, creyeron sobre todo en sí mismos, y supieron asumir la incertidumbre de
toda tarea que se emprende, sin contar de antemano con la seguridad del éxito, dinamismos
que por alguna extraña razón no hacen extensivos al resto de sus congéneres. Y esa omisión es
la que hace aflorar el sentimiento de frustración en grandes contingentes de ciudadanos, pues
perciben que en Chile hay dos grupos de privilegiados (aunque no de un modo absoluto): la
clase política y los grandes empresarios.
El desarrollo intelectivo y funcional constituye un derecho fundamental del hombre;
por lo tanto, debe quedar consagrado en la constitución política del Estado como el primero
de los derechos, porque el derecho a la vida no es un derecho sino un hecho natural consus-
tancial a la realidad y a la existencia humanas. (No existe el derecho a tener ojos, a poseer
sexualidad, a respirar, etc., etc. Son simplemente hechos humanos, intrínsecamente natura-
les). Es absolutamente incomprensible que ese desarrollo activo sólo esté al alcance de no

423
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

más de un cinco por ciento de los ciudadanos. Como se dice vulgarmente en Chile, parece
que la clase política y los empresarios “se creyeron el cuento”, y se consideran a sí mismos
una especie de “elegidos”.
Libertad no es sinónimo de libre desplazamiento por un lugar o territorio, ni de la po-
sesión de bienes materiales, ni tampoco de democracia representativa, ni de ninguno de los
conceptos sociológicos modernos, tales como pluralismo, tolerancia, diversidad, y mucho
menos de relativismo, embuste filosófico inventado justamente para evadir las elecciones de
conciencia basadas en referentes valóricos objetivos.
La libertad es un ámbito privativo y electivo de cada persona humana, y cubre todas las
instancias de la vida, desde las más básicas hasta las trascendentes, asumiendo dos modali-
dades fundamentales: la libertad natural, que la filosofía denomina libre albedrío y que todos
poseemos de manera innata, y la libertad moral, que es una capacidad operativa adquirida,
al igual que los conocimientos y las virtudes. La libertad moral se alcanza mediante actos
electivos prudentemente determinados, y abarca tanto las opciones individuales como las
sociopolíticas, esto último en la medida en que existan espacios institucionales idóneos en
los que rija de verdad el bien común. La libertad, considerada en toda su amplitud, posee una
dimensión trascendente de tipo teológico (que no trataremos en este libro), una dimensión
moral, orientada a la plena autonomía valórica de la persona, y una serie de dimensiones
extrínsecas, tales como la libertad de desplazamiento, de consumo, de emprendimiento, de
opinión, de acción social y política, etc.
Pero la calidad y los grados de libertad que pueden darse en cada sociedad dependen en
gran medida de la puesta en escena del bien común político, cristalizado en las instituciones
trascendentales de ese mismo orden: familia, educación y trabajo. Si el bien común queda fuera
del juego, y los diversos dinamismos colisionan entre sí, es imposible que el ciudadano corriente
pueda avanzar coherentemente en ese escenario donde sólo avanzan los que tienen el poder polí-
tico y/o económico, pues no tiene cómo sortear las vallas que le opone el sistema, precisamente
porque ha sido modelado exclusivamente para los poderosos, al margen del bien común.
Estoy consciente de que adosar el término “moral” a la libertad puede provocar reaccio-
nes adversas, pues el “progresismo”, más allá de la repulsión que siente por la sola mención
del concepto moral, ha implantado la creencia de que libertad y moral son incompatibles, que
la moral coacciona al hombre, y por lo tanto restringe severamente su libertad. E incluso ha
llegado a sostener que el término “verdad”, intrínsecamente asociado al concepto de moral,
debería ser simplemente eliminado del léxico universal. Pero el progresismo se equivoca:
el requerimiento moral nos sale al paso en todas las instancias de la vida, puesto que no es
otra cosa que la capacidad natural del hombre para elegir eficientemente, y ese impulso es
inextirpable de nuestra naturaleza. La moral, dentro de un contexto de bien humano, es una
suerte de “economía ética”, pues asocia el entendimiento (que busca siempre la verdad), la
voluntad (que busca bienes y fines), la libertad (que elige los bienes y fines), y el logro moral
(que completa el proceso, transformándolo en experiencias de felicidad).
Por otra parte, hoy se confunde la libertad natural con la libertad adquirida, pero esa
confusión no es más que otro equívoco típicamente moderno. Si la libertad es algo puramente
sensitivo o espontáneo, que no requiere enriquecimientos ni aprendizajes, ¿para qué tenemos
entendimiento e inteligencia práctica, para qué investigamos y estudiamos, para qué inter-
cambiamos experiencias con otros seres humanos, para qué instituimos un orden político y
promulgamos leyes, etc., sino para descubrir medios que nos permitan lograr más eficazmente
los bienes que buscamos, para descubrir mejores opciones y actuar en consecuencia, y al mis-
mo tiempo mejorar nuestra capacidad de elegir?

424
Sebastián Burr

El término “libertad moral” es absolutamente pertinente, porque, además de nuestro libre


albedrío innato, necesitamos adquirir cada vez mayores capacidades, hasta convertirlas ojalá
en virtudes441, y así estar en condiciones de desplegar eficientemente nuestras potencialida-
des, en concordancia con los tiempos. Y para eso es indispensable alcanzar cada vez mayores
grados de perfeccionamiento y de libertad de elección. Ese proceso constituye precisamente
la adquisición progresiva de la libertad moral.
Aristóteles dice que adquirir las virtudes es adquirir una “segunda naturaleza”, es decir,
una libertad que maneja códigos superiores a los del libre albedrío, que nos saca de la autorre-
ferencia, de la inmediatez y de las manipulaciones de las cuales somos víctimas inconscientes,
de las suspicacias y de los patrones culturales que condicionan nuestra manera de pensar,
sentir y actuar, en un grado mucho mayor del que nosotros mismos logramos percibir. En
consecuencia, la moral y la libertad no sólo no se excluyen, sino que se requieren recíproca y
activamente, pues configuran un metabolismo ambivalente.
La libertad es un dinamismo complejo y de difícil comprensión, pues en todas sus moda-
lidades opera en una doble dirección: 1) positiva o prosecutoria, que comprende las acciones
orientadas a obtener un bien o un fin; 2) negativa o inhibitoria, que implica abstenerse de ac-
tuar (por ejemplo, para evitar un mal, o porque el sujeto estima que no actuando podrá lograr
mejor su propósito, etc.)442.
La libertad moral consiste en saber elegir, tanto por acción como por omisión, y de tal
manera que cada elección redunde en el perfeccionamiento intrínseco de la persona y en
un aumento valórico-práctico de su autonomía. Rebasa por lo tanto el ámbito meramente
técnico de las acciones humanas. Para eso es imprescindible que los ciudadanos desarrollen
las múltiples capacidades de su entendimiento y de su inteligencia funcional. Esa amplia
activación de la libertad debe orientarse además a generar igualdad en la polis, consideran-
do que dentro del complejo social estamos obligados a interactuar y a comunicarnos. Pero
para que esa interacción y comunicación no se dé sólo a nivel de las élites, y no sea una
imposición de los que dominan sobre los dominados, sino un diálogo racional y de persua-
sión entre iguales, la libertad requiere ser expandida al máximo en todos los ciudadanos, y
a través de las instituciones recién mencionadas: familia, educación y trabajo. Si la libertad
no se desarrolla de verdad, es decir, en términos teóricos y prácticos, prosecutoria e inhibi-
toriamente, y en niveles más o menos homogéneos en toda la ciudadanía, no podemos pre-
tender lograr la igualdad sociocultural y económica, o una mejor distribución de la riqueza,
puesto que los bloqueos a la libertad hacen imposible la praxis, y sólo la praxis desarrolla la
capacidad de diálogo y de acción transversal, y sitúa a todos los ciudadanos en una misma
categoría humana.
Precisamente porque la libertad existe para que podamos discernir y elegir los verdaderos
bienes humanos, y ningún hombre tiene un conocimiento infalible al respecto, podemos usar-
la bien o usarla mal. Y el mal uso o el uso erróneo de la libertad es otro síndrome de nuestra
época. No es un sistema operativo irrestricto, como lo plantean las corrientes vinculadas al
liberalismo progresista, ni reducido a márgenes mínimos, como lo desearían ciertos sectores
conservadores. Está regida por los códigos de la verdad y del bien, pero para operar según
esos códigos, necesita un marco de acción que le señale esos rumbos.

441 La palabra “virtud” proviene del vocablo latino vis, que significa fuerza moral, no fuerza física. La prudencia consiste en
la capacidad de discernir el bien y elegir los medios adecuados para realizarlo; la justicia, en dar a cada cual lo suyo; la
fortaleza, en tener convicciones firmes, aunque uno se encuentre en un mar de dificultades; la templanza, en moderar los
apetitos sensibles y someterlos al imperio de la razón.
442 En términos políticos, la libertad negativa consiste también en que níngún ciudadano vea afectadas sus decisiones ni sus
actos por la coacción externa o por la presión de otras personas.

425
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Ahora bien, suponer que la libertad negativa puede desarrollar a la persona, no sólo es
falso, sino que además conspira contra la coherencia mental del ciudadano, pues se basa en
no-acciones, o en omisiones, y sólo actuando puede el hombre desarrollarse y avanzar hacia
su felicidad. Además, cuando la libertad negativa se somete a prohibiciones impuestas por
terceros, implica una suerte de coacción que suprime la libertad.
Por otra parte, hay un gran número de condicionantes que predeterminan muchas de
las acciones humanas. Por nuestra propia naturaleza, por pertenecer a un corpus social que
a su vez está determinado por una forma cultural, por el ámbito laboral, por nuestros víncu-
los familiares, e incluso por las leyes que nos rigen, etc., estamos predeterminados en una
infinidad de aspectos. Desde luego, para vivir debemos alimentarnos, descansar, vestirnos,
tener una vivienda, cuidar nuestra salud, etc., es decir, cumplir una serie de obligaciones que
también nos determinan y que parecen restarnos espacios de acción. Pero esas exigencias
configuran la condición propia de toda la especie humana, y se extienden también a todas las
instituciones creadas por el hombre.
En cambio, más allá de la libertad negativa y de todas las predeterminaciones y coaccio-
nes que puedan afectarnos, se extiende el espléndido territorio de la libertad positiva. En ese
territorio, la aventura humana está abierta a toda clase de posibilidades, que dependen de los
rumbos que cada cual imprima a su propia vida. Para que esas posibilidades se concreten, hay
que actuar, hay que saber elegir, hay que hacer bien todo lo que se hace, y sobre todo recorrer
los sorprendentes caminos del virtuosismo, que conducen a la excelencia humana. Pero la
libertad positiva es una conquista exclusivamente personal; no llega por sí sola, por mucho
que lo prometa la clase política.
La máxima cristiana “La verdad os hará libres”, es un mandato positivo y no coactivo
respecto de la libertad del hombre. Es un llamado a practicar la verdad mediante el propio
hacer, y constituye la clave más potente de la libertad. Juega un papel decisivo en esta pro-
puesta, pues los seres humanos, para desarrollarnos moralmente y ser por lo tanto más libres,
necesitamos descubrir las verdades y los equívocos que habitan en todos los planos de la
realidad. Eso requiere entrar de lleno en la praxis, y aprender a tomar decisiones en primera
persona; sólo así se puede aprender a dialogar humanamente con uno mismo y con el prójimo,
y entablar una “dialéctica” fecunda con el orden político.
Para el humanismo cristiano, en plena concordancia con la antropología filosófica, el
hombre es causa sui, constructor de sí mismo. Esto se debe a que es el único ser vivo de la
tierra capaz de asumir su vida ejerciendo su libertad, eligiendo los verdaderos bienes y au-
todesarrollándose simultáneamente. En virtud de esa condición natural, es en buena medida
dueño de sí mismo, y se sabe responsable de sus actos; así, puede responder de lo que hace, e
incluso de cómo moldea su personalidad, activando o dejando inactivas sus múltiples poten-
cialidades, mediante sus propias decisiones inteligentes. Por supuesto, eso requiere distinguir
las cosas que uno hace de aquellas que a uno le pasan. De esta manera, la responsabilidad es
uno de los componentes esenciales de la libertad electiva.
El desarrollo intelectivo-funcional y la responsabilidad son requisitos nucleares de la
libertad electiva, puesto que cuando una persona ha elegido libre e inteligentemente, toma por
propia decisión un compromiso con aquello que ha elegido, y eso la hace responsable. Así,
la responsabilidad es uno de los componentes esenciales de la libertad electiva, pues el acto
mismo del compromiso es el dinamismo que la expande.
Hay quienes ven la responsabilidad como una exigencia dura y hasta odiosa de manejar;
otros la consideran una limitación de la libertad. Pero el manejo de la libertad en primera
persona, y el asumir la responsabilidad de los propios actos, instala al ser humano en la realidad

426
Sebastián Burr

y lo conecta con la verdad, y ese proceso lo hace crecer humanamente. Por lo tanto, la verdad
y la responsabilidad sobre aquello que hemos elegido inteligentemente es lo que nos hace
más libres y por lo tanto ontológicamente más hombres.
Se hace así evidente que la educación debe inducir al alumno a descubrir por sí mismo la
verdad teórica, y el sistema laboral conectar activamente al trabajador con la verdad práctica
de su propio quehacer. La conjunción de ambas experiencias hará ciudadanos “expertos en
verdad, en responsabilidad y en libertad”.
De esta manera, la trayectoria de la libertad no tiene escapatoria. No sólo hay que ex-
perimentarla, sino también ir “modelándola”, mediante una praxis siempre abierta a nuevas
indagatorias y constataciones, sobre todo porque la libertad está más conectada con lo que
uno puede ser, mediante el desarrollo de sus potencialidades, que con las cosas que uno posee.
Otra instancia de activación de la libertad es la ejemplaridad que deben entregar los go-
bernantes a través de su gestión, validando y procurando de verdad el bien común político,
pues, junto con la educación, el trabajo y la familia, conforma el “sistema de la libertad huma-
na y de la ética social”, y fundamentalmente depende del que gobierna, ya que, a excepción de
la familia, la mayoría de sus dinamismos corresponden a lo público y no a lo privado.
El “marco de acción” de la libertad no debe ser definido unidimensionalmente, es decir,
impuesto por el progresismo, o por el economicismo, o por el utilitarismo, o por el positi-
vismo, o por la concepción sociológica de la democracia representativa, que sólo sirve a los
intereses de la clase política, y que provoca toda clase de atrofias de la libertad en las mayorías
ciudadanas. No puede basarse en prejuicios ideológicos, filosóficos, religiosos, etc., sino en
las condiciones que establece la ética social, a partir de la naturaleza fisiológica, psicológica
y moral del hombre, y en una efectiva asociación con el bien común, que incluye a la justicia.
De esta manera, por una parte necesitamos una libertad con la menor cantidad de coacciones
posibles, sobre todo en el ámbito del desarrollo moral y socioeconómico, y por otra, ciertas
condiciones de borde emanadas de la propia naturaleza humana, individual y social, a fin de
impedir que se introduzcan manejos antisociales de la libertad.
Así y todo, hay que tener presente que los seres humanos iniciamos nuestra vida sin
haber elegido existir, ni poseer la naturaleza libre que poseemos, ni habitar el mundo en que
vivimos, y sobre todo sin haber elegido estar obligados a usar bien nuestra libertad, so pena de
colapsar existencial y espiritualmente. Sin embargo, el hecho de no haber elegido los aspec-
tos más cruciales de nuestra existencia nos plantea potentes disyuntivas e interrogantes. Una
de esas disyuntivas pareciera ser hoy, especialmente en la etapa de la juventud, el impulso a
rebelarse contra una suerte de gigantesca imposición cultural que obstruye en apariencia las
mejores opciones de la vida, sobre todo al constatar que sus códigos han sido aceptados casi
a ciegas por las generaciones pasadas. Otra, mucho mejor, es agradecer que hayamos sido
invitados a esta verdadera “fiesta” de la conciencia, y ponerse en estado de alerta máxima,
para escrutar todas las cosas, descifrar sus claves ontológicas y operativas, y luego usarlas
para modificar y enriquecer activamente el mundo. Es evidente, al menos para la psicología,
que delegar o eludir el ejercicio de la libertad es fuente segura de frustración, y que asumir
un protagonismo activo en esa transformación del mundo es fuente segura de realización hu-
mana. El asunto pasa, entonces, por exigir a los conductores políticos la puesta en escena de
oportunidades que hagan realmente posible el ejercicio de la libertad, y terminar con el baile
de máscaras al cual nos tienen acostumbrados. La frustración humana de los ciudadanos no
se debe tanto a lo que les ocurre, sino principalmente a todo lo que no les ocurre en su vida
personal y familiar, y asimismo en el ámbito sociopolítico. Y la causa de esa enorme carencia
son los múltiples bloqueos que les impiden el ejercicio real de su libertad.

427
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

A eso se agrega la constatación de que las instituciones fundamentales de la sociedad


—familia, educación, trabajo, sistema político— están deformadas, y que las autoridades no
se hacen cargo de esas distorsiones, y tampoco de la responsabilidad que les cabe en el desa-
rrollo de la libertad de los ciudadanos. La mayoría de ellos intuye que existe todo un mundo
de dimensiones humanas y sociales superiores de las cuales están excluidos —excluidos de
lo mejor de la vida—, mientras observan a una clase socioeconómica que vive en ese mundo,
que ha logrado cuotas importantes de libertad y dignidad y que lo pasa relativamente bien. Y
lo peor es que no están en condiciones intelectivas de advertir las consecuencias que provoca
el uso negativo e indeterminado de la libertad.
Personeros de la clase política, con el respaldo “moral” de ciertos sectores vinculados
a la sociología religiosa y de sectores económicos un tanto miopes, ofrecen un “plato de li-
bertad” aparentemente nutritivo, pero en realidad cargado de toxinas, que perpetúa al grueso
de los ciudadanos en la frustración y la marginalidad. Sin embargo, ese mismo plato es muy
suculento para los que lo “cocinan” y lo proponen, porque conocen sus códigos secretos, y
gracias a ese conocimiento pueden detentar el poder. Y el que fija el marco de esa libertad in-
determinada y relativista, e incluso de otras coordenadas, es el que detenta el poder político o
económico, no el ciudadano medio, y menos aún los más pobres. Esa libertad errática permite
que las decisiones políticas del liberalismo-socialista se excedan en un montón de materias,
perjudicando al ciudadano común, y se limiten en áreas cruciales para el desarrollo humano.
Y las permanentes contradicciones de la clase política, que ya a casi nadie escandalizan, son
una patente demostración de ese relativismo. El problema es que cuando una sociedad pierde
sus referentes morales y valóricos, nada de lo que ocurra en el futuro sorprende, y ese es el
momento en que se genera un nuevo estadio cultural: el nihilismo, en el que a nadie le importa
nada de nada, salvo asegurar a toda costa la propia supervivencia.
Esas limitaciones y deformaciones de la libertad en que nos tiene instalados nuestro
actual sistema político, hacen muy difícil resolver los problemas de fondo que aquejan a
nuestro país, más allá de algunas “cosméticas” aplicadas para satisfacer a algunos, dando por
descontado que los propios líderes son presa de la misma trampa relativista, y su capacidad
de acción también está atrofiada.
La libertad no es un dato, o un asunto aislado, sino el sistema operativo fundamental del
ser humano, y se sustenta en una trama valórica, cognoscitiva y práctica de códigos naturales,
morales y éticos interactivos, que permiten ir encontrando sucesivas verdades, y usarlas para
procurar los bienes y fines que conducen a la felicidad humana.
Esa activación generalizada de la libertad es la única opción que permitirá corregir
la asimétrica sociedad en que hoy vivimos. Ahora bien, es evidente que para controlar el
enorme “tráfico” que puede emanar de las dinámicas descritas, se necesita establecer cri-
terios, dictar leyes, reformar las instituciones pertinentes, etc., y hacerlo de tal manera que
no “colisionen” ni generen injusticias. Hacer de la libertad un metabolismo que opere de un
modo invisible, en permanente aceleración y desaceleración, dependiendo de la cantidad y
calidad de las acciones humanas ontológicamente consideradas y del desarrollo social que
de todo ello emane. Debe situarse más allá de los asuntos públicos, y funcionar como el
oxígeno que respiramos, que no se ve, no se siente, no se huele, pero que todos podemos
consumir en la medida que lo requerimos, porque está siempre disponible, y a raudales. Hay
que dictar leyes que no sólo sancionen los delitos y los vicios, sino que sobre todo funden
los derechos, a partir de la naturaleza fisiológica, moral y social del hombre, y que garanti-
cen tanto la libertad extrínseca como la libertad intrínseca. Por último, es necesario que de
una vez por todas el Estado cumpla el rol subsidiario que exige el bien común político, de

428
Sebastián Burr

manera que sea garante de la libertad para todos, y no sólo para la clase política, para los
grandes empresarios y para uno que otro grupo vocacional.
Cuando la clase política, a fin de obtener la adhesión electoral, ofrece al ciudadano cam-
biar su libertad por seguridad, usa la estrategia de Mefistófeles, el personaje del Fausto de
Goethe, pues “compra” la moral del hombre con una moneda fraudulenta —en lugar del “éxi-
to” prometido por Mefistófeles promete seguridad—, a fin de obtener poder para sí misma. Lo
mismo hace el rico cuando se enriquece aún más engañando con falsas promesas a los pobres.
Y después ambos niegan su responsabilidad respecto a la miseria espiritual o material en que
han instalado a los incautos que creyeron en sus engaños.
Un país se encuentra estancado cuando la mayoría de sus ciudadanos están instalados
en la pasividad, haciendo una vida “sin darse cuenta”, permanentemente asustados, al punto
que finalmente tienen que ser “vividos” por el Estado asistencialista o por el empresario pa-
ternalista. Nadie debe permitir ser vivido por otro, porque, además de que siempre le llegarán
migajas, nunca desarrollará su libertad intrínseca y jamás podrá salir de su condición, como
se ve en la pobreza dura, que se replica a sí misma de generación en generación.
La libertad es siempre buena, pues, incluso si yo me equivoco en alguna decisión, ese
error puede servirme para mejorar mis decisiones posteriores. Y en ese caso mi libertad ha sido
ampliada, incluso habiéndome equivocado. La verdadera libertad se da entonces cuando uno
elige intencionalmente, cuando se determina responsablemente hacia algo. De esta manera,
la elección no es pérdida de libertad, sino pérdida de las opciones que hemos desechado para
escoger la que nos pareció mejor, y mediante la cual esperamos enriquecer nuestra vida. Por
su propia naturaleza, el hombre está “diseñado” para elegir en cada momento de su existencia.
Si el sistema político no abre ámbitos electivos en el plano público y privado, y no es capaz
de desarrollar la libertad humana en sus dos planos esenciales, extrínseco e intrínseco, pierde
su razón de ser. Y la frustración del ciudadano común termina rebotando como un boomerang
contra el propio Estado, que queda cazado en el asistencialismo, en el hermético círculo vicioso
del subdesarrollo, la indigencia moral y las crisis políticas que se suceden una y otra vez. Es de-
cir, cazado en el inmovilismo de la democracia representativa, que desconecta al poder político
de los ciudadadanos y les impide toda participación real en la construcción del bien común.

La ética y la moral, claves ontológicas de la felicidad.

La antigua filosofía griega define la ética como “ciencia de los hábitos humanos virtuosos”.
Con el correr del tiempo, el concepto de ética ha tendido a identificarse con el concepto de
moral. En este libro, el término “ética” está aplicado más bien a los dinamismos sociales y a
las instituciones que conforman al orden político, y el término “moral”, a la praxis personal de
cada ser humano. Sin embargo, ética y moral están intrínsecamente conectadas, y configuran
un metabolismo interactivo indisoluble.
Sea como sea, la moral y la ética persiguen el mismo propósito: la felicidad humana, en
el plano individual y en el plano social y político. Pero una y otra deben fundamentarse en
la antropología del hombre, en su condición metafísica, sin ningún tipo de interferencias o
relativismos culturales.
Aristóteles define las virtudes éticas como aquellas que se adquieren en la vida práctica, y
que están orientadas a un fin concreto. Y las distingue de las dianoéticas, que son aquellas que
desarrolla el entendimiento teórico (virtudes cognoscitivas). Las primeras sirven para estable-
cer en el plano práctico el orden político y social, la libertad, la justicia, el bien común, etc. Si se

429
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

quiere que los ciudadanos actúen éticamente, hay que establecer un gobierno ético-formativo,
y rediseñar las instituciones bajo una lógica ético-operativa-participativa, en términos prác-
ticos y no puramente teóricos. Pero aquí ya nos encontramos con el primer gran problema,
pues, siendo nuestras instituciones sociopolíticas empírico-positivistas y no participativo-ac-
tivas, el ciudadano “asume” las virtudes éticas de un modo teórico y no práctico, pasividad
que le impide desarrollarlas de un modo real. Por eso los valores éticos y morales han perdido
validez, porque han caído en desuso, y han caído en desuso porque no tienen vigencia prác-
tica ni en el plano individual ni en el plano sociopolítico. Asi la moral y la ética han pasado a
formar parte del repertorio retórico y de la manipulación, y sólo se habla en serio de ellas en
algunos ámbitos académicos.
En el último tiempo se ha entablado en nuestro país un debate específico, que sin ser nuevo
lo parece, por la manera en que ha sido formulado: el debate sobre el “salario ético”. Pero lo
primero que se requiere para lograrlo es que la misma ley laboral sea ética, es decir, que se rija
por los principios de la libertad y de la autodeterminación. Sólo la aplicación de esos principios
puede generar el desarrollo profesional del trabajador, su comprensión de los códigos que rigen
la actividad laboral y asimismo la micro y macroeconomía, y permitirle percibir un ingreso
justo, configurado por los vaivenes de su propio rendimiento productivo y por los resultados
también cambiantes de la empresa y de la economía. Puesto que la ética es una dimensión
práctica y no sólo teórica. Recién entonces se podría hablar de un ingreso ético, y no de un
salario ético, porque el salario es de por sí fijo y predeterminado, y por lo tanto técnico y no
moral. Lo técnico es de orden mecanicista, no se conecta con los dinamismos de la inteligencia
y la voluntad de la persona en relación con su trabajo y con la contingencia abierta día a día a
todos sus cambios imprevistos. En cambio, lo ético está vinculado directamente con esos dos
dinamismos, y por lo tanto con los resultados de su acción laboral, que son siempre variables.

Los sentimientos, las emociones y la inteligencia emocional.

No es fácil distinguir con exactitud la emoción del sentimiento, ni establecer adecuadamente


sus diferencias. El consenso general de los psicólogos especializados en el tema es que la
emoción es un estado psicosomático intenso pero transitorio, mientras que el sentimiento tien-
de a ser más estable, y a presentar menos carga emotiva. Según este criterio, el miedo súbito,
la ira, el júbilo, el ímpetu, y en general los desbordes del ánimo son emociones; por su parte,
el afecto, el amor verdadero, el rencor, la simpatía y la antipatía, el optimismo y el pesimismo,
las ganas de vivir, etc., son sentimientos. La lista en cada caso es muy larga, presenta variantes
a veces muy sutiles, y son imprecisos sus respectivos límites. Pareciera en todo caso que el
criterio duración-intensidad es el que mejor permite discernir entre ambos estados.
En ese doble ámbito psicosomático cumple una función clave lo que la psicología con-
tempóránea denomina “inteligencia emocional”, pues permite experimentar emociones y sen-
timientos concordantes con los códigos y requerimientos de la condición humana, actuar acer-
tadamente en la convivencia social, y afrontar mejor las múltiples circunstancias de la vida.
La inteligencia emocional se genera en la medida en que el entendimiento teórico y práctico
va adquiriendo percepciones más verdaderas de la realidad, de la vida, de uno mismo y de los
demás seres humanos. Para que se dé ese metabolismo gradual, hay que desarrollar activa y
protagónicamente el entendimiento teórico, práctico y sociopolítico; de otro modo es imposi-
ble adquirir y consolidar la inteligencia emocional, considerando los niveles de sensibilidad y
amplitud que requiere su expansión.

430
Sebastián Burr

Las emociones y sentimientos (que también son llamados pasiones) pueden causar es-
tragos en los procesos del razonamiento si no operan en concordancia con la prudencia y la
inteligencia espiritual. Como contrapartida, la ausencia y la autocontención rígida de los sen-
timientos y emociones producen efectos igualmente nocivos, y pueden llegar a comprometer
en mayor o menor grado nuestra racionalidad, e incluso nuestra estabilidad psiquica.
Al revés de lo que se suele pensar, los sentimientos y las emociones son también cogniti-
vos. Si no experimentáramos estados corporales placenteros o desagradables, activados por el
sistema nervioso o endocrino, careceríamos de impulsos para actuar, e incluso para acometer
las búsquedas del conocimiento y las indagaciones de la reflexión moral. El neurólogo Anto-
nio Damasio, en su libro El error de Descartes, cuenta el caso de uno de sus pacientes, quien
debido a una lesión cerebral perdió por completo la capacidad emocional. El resultado fue que
de ahí en adelante fue incapaz de tomar decisiones de acción, pues no sentía nada ante lo que
le sucedía o le pudiera suceder, y todas las opciones le daban lo mismo.
La inteligencia emocional, como todas las capacidades adquiribles por el ser humano, es
un proceso de conciencia que requiere ser desarrollado mediante el hábito, hasta transformarse
en una suerte de virtud que actúe espontáneamente. Más allá de su correlato electro-químico,
que se manifiesta en variaciones del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea, y en sensaciones
de diversa índole, ese proceso se cumple en un contexto mental de conocimientos, raciocinio
y reflexión práctica, en el que ocupan un lugar central los juicios de valor, a través de los cua-
les cada persona, acertada o equivocadamente, va decidiendo qué significa para ella todo lo
que ocurre en su vida, e incluso todas las cosas de la realidad.
También aquí el modernismo ha llevado a cabo una tarea letal, usando las instituciones
trascendentales del trabajo, la educación y el bien común político para configurar una catego-
ría de seres humanos en tercera persona, emocionalmente devastados, que luchan por conser-
var o recuperar la capacidad de entusiasmarse o deslumbrarse por algo, mientras se debaten
en una agobiadora sensación de pérdida del sentido de la vida y de toda la realidad.
La sociedad salarial y la educación tecnocrática, desintegrada y vaciada de significados
morales, producen el “carácter” de la tercera persona, y estimulan la desidia humana y profe-
sional, que redunda a menudo en ausentismo laboral, infraproductividad, alcoholismo, droga-
dicción, etc. Lo peor es que cuando se llega a esos niveles subhumanos, se está técnicamente
instalado en la depresión.
La atrofia de las emociones es un estado de pasividad que puede definirse como “saber
o hacer sin sentir”, toda vez que los que la padecen están obligados a seguir funcionando,
para evitar su colapso total dentro del “sistema” en que funcionan. El sujeto que pierde su
capacidad emocional cae en una especie de marasmo de la conciencia, en el que no le impor-
ta mucho lo que le ocurra, sea bueno o sea malo. Y no le importa porque su cuerpo deja de
experimentar reacciones orgánicas ante lo que le pasa. De esta manera, el entendimiento y
la voluntad entran en el mismo proceso regresivo de pasividad y abulia moral, y el cuadro se
agrava cada vez más, porque se retroalimenta a sí mismo indefinidamente.
Según Antonio Damasio, las emociones y sentimientos “son tan cognitivos como otras
percepciones”. Más exactamente, son el modo no racional que tiene el cuerpo de conocer el
bien y el mal, cualesquiera sean las percepciones valóricas del sujeto, verdaderas o erróneas.
En estricto sentido, el cuerpo no conoce lo moralmente bueno ni lo moralmente malo,
porque ese conocimiento, como ya se dijo, corresponde a los juicios de valor, que sólo puede
llevar a cabo la razón práctica. Pero siente el bien y el mal a través de las emociones y los
sentimientos que ya han entrado en interacción con su sistema electro-químico.
Si examinamos un estado afectivo, cualquiera que sea, veremos que siempre es una

431
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

reacción orgánica a una percepción valorativa previa de la razón, aunque esa percepción se dé
casi simultáneamente con la emoción que provoca. No se siente miedo si no se percibe antes
algún peligro o amenaza, pero el miedo puede ser controlado cuando esa percepción es racio-
nalizada por el intelecto. No hay alegría si el entendimiento no percibe que le ha sucedido al su-
jeto algo enormemente valioso para él, ni entusiasmo sin la percepción intensamente atractiva
de un fin como algo que está al alcance del individuo. Nadie siente rabia porque sí, sino porque
antes juzga que ha sido objeto de una injusticia, de una ofensa o de un despojo, mediante una
síntesis mental que a veces se completa también en centésimas de segundo, al extremo de que
el cerebro no es capaz de “racionalizarla” previamente. La percepción valorativa que detona la
emoción ya está configurada por el juicio de valor instalado de antemano en la conciencia, o en
el inconsciente, y ese “modelo” opera automáticamente, y en forma instantánea.
Un ejemplo de inteligencia emocional es el que mostró el 5 de enero del 2009 el piloto
del Airbus A-320 Chesley Sullenberger (Sully), de 57 años (actuando en primera persona),
al posar suavemente el avión que piloteaba con 157 pasajeros sobre las heladas aguas del río
Hudson, después que ambas turbinas ingirieron una bandada de pájaros y se detuvieron a
sólo 3 minutos de iniciar el despegue. Sully transformó sus emociones espontáneas (pánico,
angustia, sentido de la emergencia, tragedia) en un mandato “frío” de salvamento de sí mismo
y de los pasajeros. Dejó de lado todas las emociones superfluas y aleatorias y les “inyectó”
valores, razón teórica e inteligencia práctica, en medio de una situación límite, y logró posar
el avión sobre el río con fantástica maestría, pues supo clavar la cola en el agua para que hi-
ciese de timón, y evitó así que las turbinas se “enterrasen”, sabiendo que eso despedazaría el
aparato. Y lo hizo todo en el transcurso de 3 a 4 minutos, entre el despegue, la emergencia y
el acuatizaje. Ninguno de los pasajeros murió ni salió herido.
Es absolutamente sano y necesario tener emociones, pues la emoción pone en movimien-
to el deseo, y por lo tanto la voluntad, ante todas las circunstancias de la vida. Esto no significa
someterse pasivamente a las propias emociones y caer en el emocionalismo, que induce a
cometer acciones irracionales o impulsivas. Todos podemos desarrollar nuestra inteligencia
emocional desde la perspectiva de la primera persona, de modo que sea el entendimiento el
que oriente y transfigure nuestras emociones en impulsos y reacciones idóneas para manejar
cada vez mejor nuestra propia vida. Pero eso requiere recuperar todos aquellos espacios que,
siendo de índole individual, han sido capturados por el colectivismo, y mediante la praxis
hacerse cargo de uno mismo, pues de eso deriva naturalmente el desarrollo humano.

La felicidad, destino natural del ser humano.

Todo lo que piensa y hace el ser humano está animado en último término por un doble deseo,
consciente o inconsciente: alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Esos dos impulsos
naturales son los “códigos de fondo” que rigen toda nuestra trayectoria en este mundo. En
consecuencia, también deben constituirse en los objetivos esenciales de la institucionalidad
política. Pero eso requiere ponernos de acuerdo sobre los constitutivos naturales de la felici-
dad, y sobre qué necesitamos y podemos hacer para lograrla.
Pareciera que la felicidad es un estado mental o espiritual que cubre la vida entera, y
del cual, una vez alcanzado, nunca más se quisiera salir. Pero alcanzar ese estado no es fácil,
pues implica fases intermedias de incertidumbre, “dolor” y perseverancia443, y sobre todo un
trabajo arduo del entendimiento y de la voluntad para descifrar en qué consiste y cuáles son
443 Todos términos análogos del concepto de “dolor”, muy desvirtuado por el progresismo y el hedonismo.

432
Sebastián Burr

los medios que permiten lograrla, incluidos los de carácter institucional. Por último, requiere
poner todo eso en juego en la propia vida, incluso a riesgo de que el intento resulte fallido.
El tránsito por la incertidumbre concluye siempre en algún tipo de logro o fracaso. Pero
lo importante es que en ambos casos las causas sean entendidas por la persona que actúa, de
manera que pueda seguir aplicándolas si el resultado es positivo, o corregirlas si es negativo.
Así el fracaso adquiere un sentido moral, y las expectativas pueden ser rápidamente renovadas.
Hay una máxima que dice: “el sufrimiento limita con la praxis”. Esto quiere decir que, si
bien nuestras experiencias de la vida pueden ser positivas o negativas, cada cual debe extraer
siempre por sí mismo conclusiones verdaderas respecto a las razones que hicieron posible
el logro, o que lo impidieron. Entonces el “sufrimiento” provocado por la incertidumbre es
reemplazado por la satisfacción de entender el “porqué” del éxito o del fracaso. De esa ma-
nera el sufrimiento limita con la praxis, pues la praxis transforma el “dolor” en aprendizaje.
Es en ese instante, por lo demás, cuando el “sufrimiento” alcanza un sentido moral y la vida
adquiere un más alto significado. Es evidente la asociación entre incertidumbre, dolor, com-
prensión, logro y felicidad.
El Estado Benefactor contribuyó en gran medida al sinsentido del sufrimiento, pues pre-
tendió evitarlo reemplazando la libertad por la seguridad. Pero no sólo no lo evitó, sino que
además produjo un efecto peor que el sufrimiento: impidió que los “beneficiados” desarrolla-
ran su entendimiento, su inteligencia operativa y sus capacidades sociopolíticas, apostando
a que ese desarrollo se lograría gracias el “progreso” del colectivo social. Utopía de utopías,
pues el desarrollo humano es un proceso moral y personal, ajeno a todo colectivismo.
Ahora bien, si el ejercicio de la libertad intrínseca queda excluido de la vida social, la feli-
cidad está en abierta desventaja ante el sufrimiento, pues pasa a ser un estado excepcional, y el
sufrimiento un estado permanente. Esa dicotomía genera por su propia lógica una “masa ciu-
dadana” deseosa de “eliminar” la incertidumbre de todas las instancias sociales, económicas
y políticas, con lo cual renuncia a toda posibilidad de autodesarrollo y se hace crónicamente
dependiente del Estado Benefactor. Esa lógica de carácter paradigmático es a la vez causa y
efecto de las “políticas” populistas.
Aquí yace una de las principales causas de las desavenencias sociales y políticas. Pues el
que recorre el camino que conduce a la felicidad, y la va logrando en alguna medida,, no está
dispuesto a entregarle sus frutos a aquel que se salta todas las vicisitudes que conducen a ella
y pretende manipular el cuadro político proclamándose una “víctima” permanente del sistema.
Aunque pueda parecer paradójico, la felicidad se va logrando a medida que se avanza en
la trayectoria que hay que recorrer para alcanzarla, incluidas las vicisitudes que debe afrontar
ese itinerario, es decir, el proceso virtuoso que va perfeccionando al sujeto y haciéndolo capaz
de actuar eficazmente hasta conseguir el fin. Por supuesto, hay otros factores que contribuyen
a la felicidad humana, como la buena salud, el bienestar pragmático personal y del resto de la
sociedad, etc. Pero el proceso virtuoso —el desarrollo sostenido de las propias potencialida-
des— es su dinamismo esencial.
La autodeterminación, la autosuficiencia y la autoestima proyectadas hacia la praxis y
la convivencia social, son condiciones esenciales de la felicidad444. Un tipo de felicidad que
integre todas las variables humanas, sociopolíticas, culturales, e incluso trascendentales.
Cuando alguien hace suyo ese magnífico bagaje, está en condiciones de abordar cualquier
proyecto de vida. Y la felicidad consiste en ese proceso mixto de consolidar los medios y
alcanzar los fines.

444 Se refiere a la felicidad natural y ontológica. No a la que explica la teología católica, que se alcanza finalmente con la visión
directa de Dios.

433
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Esto mismo ha sido dicho de diversas maneras por grandes pensadores:


Goethe: “Sólo es digno de la libertad y de la vida aquel que sabe conquistarlas día a día”.
Aristóteles: “La felicidad es de aquellos que se construyen por sí mismos”. “La felici-
dad es el destino natural del ser humano”.
Confucio445: “Quien pretenda una felicidad y sabiduría constantes, deberá acostum-
brarse a constantes cambios”.
Tolstoi: “El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiera, sino en
querer siempre lo que se hace”.
José Narovsky, poeta argentino: “Creí cantar a la felicidad, pero la felicidad era mi cantar”.

La unidad cuerpo y alma

Al observar la configuración morfológica del cuerpo humano, salta a la vista la precariedad de


sus capacidades naturales. Somos físicamente limitados, pero extraordinariamente solventes
en capacidades intelectivas.
Nuestro cuerpo, al igual que nuestra mente, es “indeterminado”, abierto; no se dispone
ante el mundo de una manera unívoca, como sucede con los animales, que nacen básicamen-
te equipados para resistir las condiciones adversas de su hábitat natural. Las “defensas” del
hombre, en cambio, son de orden intelectual y práctico; alberga múltiples disposiciones po-
tenciales, que se expanden a través de acciones creativas.
Esta especie de indigencia física del hombre resulta bastante extraña y difícil de com-
prender, puesto que, siendo por su inteligencia un animal superior, no parece lógico que su
cuerpo sea el menos dotado por la naturaleza para la propia supervivencia biológica.
Sin embargo, esa grave desventaja del hombre tiene una enorme contrapartida, que la
compensa ampliamente. Dice Tomás de Aquino: “El espíritu intelectivo —esto es, la inteli-
gencia reflexiva—, al poder comprenderse a sí mismo dentro del universo, esa conciencia446
e incluso autoconciencia447, genera en sí una capacidad para actos infinitos. Por eso no
podía la naturaleza imponerle al hombre una determinada estructura instintiva y corporal,
ni tampoco determinados medios de defensa o abrigo, como a los otros animales, cuyas
“inteligencias” tienen percepciones y facultades determinadas a objetos particulares. Pero
en su lugar posee el hombre, de modo natural, la razón y las manos, que son el “órgano de
los órganos”, ya que por ellas se puede procurar una variedad infinita de instrumentos en
orden a infinitos efectos”448.
Por otra parte, todo hombre tiene una individualidad corporal propia: rostro, voz, figura,
rasgos físicos exclusivos. Y su corporeidad no es cerrada; está abierta a la interacción con los
demás y con la totalidad de las cosas del mundo, lo que explica que haya sido dotada con una
morfología multidimensional, y que el cuerpo humano sea también un lenguaje (especialmen-
te sus manos, sus gestos faciales y su expresión corporal).
Esa apertura natural implica que el hombre no sólo está llamado a conocer el mundo, sino
sobre todo a rehacerlo a su imagen y semejanza, a habitarlo de un modo humano, y hacerlo
445 Confucio (551-479 a.C.) defendió el llevar una vida moral y honesta en un tiempo en el que la corrupción había invadido la
sociedad y la política de China, y planteó como necesaria la obediencia de los súbditos a un poder político bien inspirado,
de los hijos a sus padres y de las esposas a sus maridos.
446 Según Leibniz, la conciencia es el contenido total de la experiencia del yo. También se entiende por conciencia estar per-
fectamente enterado de lo que significa una cosa y su entorno mediato e inmediato.
447 Conocimiento que tiene la conciencia de sí misma.
448 Tomás de Aquino, Suma Teológica, q. 76, a. 5.

434
Sebastián Burr

humanamente habitable. Por eso nuestro cuerpo, mediante su lenguaje corpóreo, representa
en potencia una toma de posesión del mundo, no sólo sensitiva e inteligente, sino también
física, a través de las manos. Todo nos dice que este mundo existe para ser incorporado al
hombre, y al hombre como un todo sustancial y multidimensional, sin que ninguna de las
dimensiones humanas y mundanas quede fuera del proceso.
En el hombre no existen límites cognoscitivos: no hay nada que no pueda concebir, y en
principio puede conocerlo y entenderlo casi todo. Por eso los pensadores de la antigüedad
decían que el espíritu intelectivo —la inteligencia humana— es en cierto sentido todas las
cosas, por su capacidad de conformarse con ellas para poseerlas mediante el entendimiento.
La indigencia orgánica del hombre se articula con otra indigencia mucho más profunda,
que reside en su espíritu y que constituye uno de sus más maravillosos privilegios: el carácter
infinito de sus necesidades espirituales. Nada de lo que el hombre adquiere puede agotar su
capacidad de desear y adquirir. Esto significa que el hombre desborda radicalmente el mun-
do. Nada le basta ni puede colmar el horizonte abierto de su deseo. Así, nuestra verdadera
nacionalidad es universal.
La condición del homo economicus es trágica, pues transita de la escasez inicial, que lo
pone en movimiento, a una nueva escasez, experimentada muchas veces en medio de la abun-
dancia material. Mediante la satisfacción económica de sus necesidades, el hombre descubre
nuevas necesidades, que ya no puede satisfacer de manera económica. Ningún tener agota su
ser. No encontré al autor de la siguiente cita, pero dice así: “El ser humano, a diferencia de
los otros animales, es radical y naturalmente pobre, en el sentido de que en efecto es pobre
todo ser que tiene menos recursos que necesidades, por abundantes que los primeros puedan
ser”. Y las necesidades del hombre son infinitas; van más y más allá de la simple materiali-
dad. El hombre tiene una sed de plenitud que de alguna manera necesita saciar. Razón más
que suficiente para que en el hábitat laboral exista una esfera activa y en primera persona, que
permita al hombre de trabajo, a partir de su praxis concreta, conectarse con los planos de lo
trascendente. Y algo análogo debe hacerse en el ámbito educacional: instalar al alumno en la
realidad del mundo de un modo activo y protagónico, de manera que también pueda acceder
a esos planos, en términos teóricos y prácticos. Y esas dos dimensiones necesitan ser expan-
didas análogamente por la institucionalidad política.
Un hombre puede ser también juzgado por la manera en que afronta su circunstancia
material inmediata, según haga o no haga de esa circunstancia algo digno de sí mismo. La
pobreza puede ser vista como una fatalidad, ante la cual sólo cabe inclinar la cabeza o en-
cogerse de hombros; entonces el hombre se somete a las condiciones materiales, en vez de
someterlas a sí mismo mediante su trabajo. Por el contrario, la pobreza puede asumirse como
una oportunidad para poner en juego estrategias de solución, recursos y habilidades alternati-
vas. Pero, como se señaló más atrás, esta última actitud sólo es posible a través de un proceso
de aprendizaje teórico y práctico.
Una anécdota permite ejemplificar la primera de estas actitudes. Cierta vez, estando en
conversaciones con el presidente del sindicato de mi empresa, y en medio del típico discurso
de la “lucha de clases”, le pregunté derechamente si estimaba que él era pobre o estaba pobre;
le pedí sin embargo que meditara su respuesta, ya que temía que, de contestar impulsivamente,
dijera lo que yo no quería oír, y con mayor razón sabiendo que ese dirigente había padecido
doce años de exilio en la Alemania de Hoenecker, tras haber encabezado sindicatos marxistas
durante el gobierno de Salvador Allende. “La verdad es que no necesito pensarlo”, respondió sin
vacilaciones. “Yo soy pobre y seré pobre toda mi vida. Pertenezco a la clase de los asalariados”.
Desgraciadamente, yo sabía a qué se refería: a esa clase que, como señalan nuestros contratos de

435
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

trabajo, está marcada por la dependencia y la subordinación; la categoría de los funcionarios,


de los “atenidos”449, como me dijo una vez un administrativo medio de mi empresa.
Al escuchar a ese dirigente sindical, comprendí que lo que sentía y manifestaba lo consi-
deraba parte de su naturaleza, como si fuera un factor que definía su identidad personal. ¿Cómo
remover esos ambientes mentales graníticos? Aquel hombre estaba convencido de que su po-
breza era congénita, casi heredada e inscrita en su ADN, y no una situación circunstancial y
modificable. Definiéndola como un modo de ser y no como una circunstancia externa, cerraba
las puertas de su inteligencia y de su voluntad a todo intento de superarla. La idea de dejar de
ser pobre era para él como negarse a sí mismo, perder su identidad social, o como cambiar el
color de su piel; ésa es la condición mental de la pobreza denominada “dura”. ¿Pero por qué
algo tan circunstancial como la pobreza económica habría de definir la identidad de la clase
trabajadora? El fatalismo derivado de una historia de postergaciones y resentimientos cegaba a
mi interlocutor; una historia exenta de desafíos, de las aventuras de la conciencia, de fracasos
y triunfos reales; una historia privada de sentido, que le impedía avistar un futuro diferente. El
único futuro que podía concebir era el mismo de siempre: la lucha de clases.

El hombre, habitante de varios mundos.

El hombre es un animal fronterizo entre la tierra y el cielo, un microcosmos en el que se


anudan todos los grados de la vida que existen en la tierra. La vida es un fenómeno múltiple,
diversificado en los millones y millones de especies que pueblan nuestro planeta. Pero se en-
cuentra organizada en tres niveles nítidamente diferenciados.
El primer nivel es el de la vida vegetal, configurado por tres funciones básicas: nutrición,
crecimiento y reproducción.
El segundo es el de vida animal, que incorpora las tres funciones vegetativas, pero les
agrega el movimiento corpóreo y el conocimiento sensorial, esto último gracias a la posesión
de órganos que hacen posible ese conocimiento: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Es un plano
instintivo, caracterizado por códigos operativos automáticos, que aseguran la satisfacción de
las necesidades orgánicas y respuestas idóneas a los estímulos del medio ambiente. Son códi-
gos rígidos e invariables, pero extraordinariamente eficaces.
Por encima de esos dos niveles se sitúa un tercero, incomparablemente superior: el de
la vida humana. El hombre comparte las funciones vegetativas de las plantas y las funciones
sensitivas del animal, pero ambos planos se encuentran mediados por dos facultades que le
pertenecen en forma exclusiva: el entendimiento teórico y la voluntad o inteligencia prác-
tica. Esas facultades regulan las operaciones de los instintos y de los impulsos sensitivos,
suprimiendo su automatismo y transformándolos en tendencias autocontrolables, mediante
la reflexión del entendimiento y la libre elección de la voluntad. Pero no sólo eso: incluso los
registros sensoriales y las sensaciones internas del ser humano están transfiguradas por una
percepción inteligente del mundo y de sí mismo, percepción que no poseen los animales.
Estas constataciones sobre los niveles que se dan en el fenómeno de la vida han sido
recogidas en nuestros días por el economista alemán J. Schumacker, autor de Lo pequeño es
hermoso y Guía para perplejos, quien propone dividir la realidad en cuatro niveles, designa-
dos respectivamente con las letras M, X, Y, Z.
El nivel M está constituido por el reino mineral, por la materia inorgánica.

449 Típico funcionario de la sociedad salarial que recibe instrucciones sobre cómo actuar frente a cada una y todas las acciones
que debe acometer, hasta en sus más ínfimos detalles.

436
Sebastián Burr

El nivel M+X es el del primer estadio de la materia viva, y corresponde a los vegetales.
Este nivel supone el anterior, pero introduce una novedad, un nuevo modo de ser en el univer-
so. Además del mero existir, la materia vegetal implica nutrición, crecimiento y reproducción.
El nivel M+X+Y es el de la materia viva instintiva, y corresponde a la vida animal. Natu-
ralmente, en esta forma de vida están necesariamente implicadas la base material inorgánica
y las operaciones vegetativas propias del segundo nivel (nutrición, reproducción y crecimien-
to). La vida instintiva agrega la actividad sensorial y la automoción.
El nivel M+X+Y+Z es el de la materia viva consciente y autoconsciente, que involucra la
reflexión y la acción moral, y pertenece exclusivamente a la especie humana. Asume todos los
niveles anteriores, pero se distingue radicalmente de ellos por la presencia de la conciencia y
la autoconciencia. Es el nivel del entendimiento, de la inmaterialidad, de la abstracción, de la
analogación, de la separación, reunificación, etcétera. De la captura de los conceptos superio-
res, del contacto con los significados universales y esenciales de todas las cosas.
En cambio, el animal sólo actúa para satisfacer sus necesidades orgánicas; su percepción
está direccionada, y se agota en lo vitalmente útil para él. Durante su vuelo, las aves no ven un
paisaje o una puesta de sol; ven un hábitat donde merodea su alimento. Pero el hombre puede
hacerse cargo de la realidad en sí misma, indagar en ella significados que están más allá de sus
apariencias, e interpretarla intelectualmente de las más diversas maneras. Es capaz de percibir
la belleza de un paisaje, entenderlo como metáfora o analogía de realidades superiores, y a
partir de ahí abrirse a la creatividad.
Es el instante en que se hace presente el gran mundo de las diferencias. El mundo del en-
tender, en su doble sentido; el de la identidad o singularidad, y el de la totalidad. Sólo a través
del entendimiento el hombre puede activar sus demás facultades y vivencias específicamente
humanas: libertad, voluntad, creatividad, amor, amistad, solidaridad, etc., y el resultado de
toda esa aventura le permite asumir la realidad diferenciadamente, es decir, valóricamente. El
hombre que no entra en estas dimensiones, propias del nivel Z, simplemente deja fuera todo
lo que lo distingue de los niveles inferiores de la vida.
Así y todo, la articulación de ambos mundos —cuerpo y espíritu— no es pacífica ni
nada fácil, pues no siempre coinciden lo que apetecen las tendencias y lo que anhela la
voluntad. El hombre es una unidad complejísima, y su conciencia es como un campo de
combate. Así, la inteligencia reflexiva ejerce un dominio “político” y no “despótico” sobre
las emociones, tendencias y deseos sensibles; no se trata de suprimirlos, sino de integrarlos
en una unidad armónica.
Esta diferencia capital ha dado lugar a una distinción clásica de la antropología filosófica
de este siglo: la distinción entre “medio” y “mundo”. Mientras los animales viven sumidos
en el medio —que es la realidad correlativa a sus disposiciones orgánicas inmediatas—, el
hombre existe abierto al mundo: es capaz de objetivar y valorar lo que conoce, con indepen-
dencia de sus estados orgánicos. También es capaz de observarse con los ojos de los demás, y
volverse objeto de su propia observación. El hombre es el único que se sabe a sí mismo y que
conversa consigo mismo y con el mundo. Como decía Antonio Machado: “Converso con el
hombre que siempre va conmigo”. El que logra apreciar y ser un verdadero amigo de su otro
yo, tiene sin duda muchísimas cosas resueltas en la vida.
Por todo eso, el horizonte de la vida humana es el del conocimiento de la realidad total,
el de establecer relaciones, analogías, juicios y valoraciones universales y permanentes, y no
sólo del medio inmediato en que transcurre su vida. Y no se trata sólo de una amplitud físi-
ca, pues hay muchos animales que poseen un ámbito de percepción sensorial más extenso,
pero carente de sentido de vida y sentido de mundo. El hombre, en cambio, puede valorar la

437
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

nobleza de las cosas, aunque éstas no le convengan utilitariamente. Y por ello es capaz de
heroísmo: puede contextualizar sus preferencias subjetivas y atender a las exigencias de la
verdad, aunque sean dolorosas.
En el hombre irrumpe una capacidad potencial completamente nueva: la objetividad de
la conciencia, que le permite percibir las cosas tales como son, o, cuando menos, cogerlas en
una red de múltiples puntos de vista que juegan entre sí. Por la razón está abierto a un medio
ilimitado, que en esa medida deja de ser medio y se transforma en “mundo”. Por último, el
hombre mismo pasa a ser un “hacedor de mundo”.
La objetividad racional se articula en el hombre con la subjetividad emotiva, y en cierto
modo se contrapone a ella. De ahí el conflicto interior en este organismo que, no por racional,
deja de ser un animal sujeto a deseos e impulsos, tanto vegetativos como sensitivos.
Por primera vez en la escala de la vida, surge un animal completamente abierto, capaz de
ponerse a sí mismo entre paréntesis, para regirse por la realidad. Es justamente en esta capaci-
dad humana en la que se funda la ecología, como respeto a lo “otro” en cuanto otro. El animal,
centrado en sí mismo, es incapaz de contemplar desinteresadamente el mundo.
Sólo respetando y validando en términos teóricos y prácticos el verdadero puesto del hom-
bre en el cosmos se podrá apelar a su conciencia para exigirle la actitud de respeto a sí mismo y
al ecosistema que corresponde a su estatura espiritual. Si el hombre no se reconoce a sí mismo
mediante una autodeterminación ontológica, no se le puede pedir que respete el medio ambien-
te, que está dentro de esa misma jerarquía y de la cual es parte. Pero ese reconocimiento sólo es
posible mediante una praxis de desarrollo moral, no sólo privada, sino también a través de las
instituciones sociopolíticas, sobre todo de aquellas que son análogas a su dimensión espiritual.
Ni nuestra educación ni nuestra cultura laboral tienen en cuenta esta vasta perspectiva,
esta apertura multidimensional del ser humano, que hace de él “un ser de crecimiento irres-
tricto”, de acuerdo con la expresión del filósofo español Leonardo Polo. Pensar el trabajo
como una condena, y no como una oportunidad de desarrollo intelectivo, funcional y por ende
económico, es pensarlo materialmente, y al mismo tiempo subestimar la considerable reserva
de las potencialidades humanas. El hombre no trabaja para subsistir; trabaja para vivir huma-
namente, y el trabajo mismo es parte de esa proyección. Es un grave error reducir el quehacer
productivo, toda la esfera de los intereses y consideraciones económicas, a una grosera lucha
por la sobrevivencia. A nadie le basta con sobrevivir. Hay que reformular por completo el
sistema laboral, de modo que el trabajador pueda convertir su propio quehacer en un proceso
activador de todas las dimensiones humanas involucradas en la naturaleza misma del trabajo.

La adaptabilidad humana

Debido al carácter abierto de sus potencialidades corporales, mentales y espirituales, el hom-


bre es capaz de adaptarse a toda clase de ambientes físicos. Pero hay corrientes psicológicas
modernas, reduccionistas, materialistas y puramente fenomenológicas, que pretenden limitar
al plano biológico todos los procesos de adaptación del ser humano, afirmando que hasta las
más altas expresiones de su vida psíquica —el arte, el pensamiento filosófico, la moral, la
religiosidad, etc.— son dinamismos orientados a asegurar su supervivencia física. No cabe
duda de que muchas respuestas adaptativas del hombre responden a ese propósito, pero hacer
de la supervivencia biológica, de la llamada “lucha por la vida”, el único motivo que impulsa
al hombre a adaptarse, es desconocer por completo aquel ámbito superior que lo hace propia-
mente humano, y que lo diferencia absolutamente de todas las especies del mundo animal.

438
Sebastián Burr

Sin embargo, es muy poco lo que se logra denunciando esos atentados antihumanos
(¿cuántas denuncias y críticas no se han emitido al respecto, sin mayores resultados?), porque
el modernismo nos ha hecho perder la capacidad de conocer la problemática y de reaccionar
ante ella como reacionaríamos ante una pandemia o una catástrofe natural que amenazara
nuestra vida física. Y esa “anestesia mental” nos induce también a no indagar sus causas de
fondo, a fin de revertirlas de una vez por todas. Sólo sabemos denunciar, y lamentarnos. Esto
explica desde otra perspectiva la perpetuación de la impostura moral señalada anteriormente,
a la cual nos tiene sometidos el progresismo liberal-socialista, que se niega sistemáticamente
a generar una sociedad política en que el Estado se juege por entero para promover la autode-
terminación humana de los ciudadanos, en lugar de ofrecerles exclusivamente el magro menú
de los logros materiales, utilitarios y las experiencias puramente sensitivas.
Sin embargo, más allá de esas distorsiones seudopsicológicas, el materialismo cultural
y sociopolítico está tratando de someter al hombre a una monstruosa “adaptación” contra
natura: hacerlo descender a niveles casi análogos a los de la pura animalidad, atrofiando sus
potencialidades reflexivas, morales y creadoras, su libertad intrínseca y sus capacidades de
autosuficiencia y autodeterminación, para reducirlo en gran medida a sus funciones vegetati-
vas e instintivas, a fin de convertirlo en un engranaje de los intereses políticos.
Reitero que esa pretensión es contra natura, porque el hombre, reducido a lo vegetativo e
instintivo, se convierte en un ser enfermo, al revés de los animales, que son sanos porque están
programados naturalmente para esos niveles de la vida, y les basta satisfacer sus requerimien-
tos biológicos para vivir en concordancia consigo mismos. En cambio el ser humano, en la
medida en que es “animalizado”, detona toda clase de frustraciones y rebeliones patológicas,
cuyas manifestaciones más evidentes son la depresión, la violencia, el alcoholismo, la droga-
dicción, la obesidad, las obsesiones, la delincuencia, y todo el resto de anomalías psíquicas y
conductuales que exhibe en grado creciente nuestra sociedad contemporánea. Sin embargo,
muy poco se consigue denunciando esos atentados antihumanos, pues el modernismo nos ha
hecho perder la capacidad de comprender el drama que nos afecta.

Conclusión

Aunque sintéticamente, hemos visto lo que la antropología filosófica nos revela sobre la con-
dición humana. Este es el hombre real; estas son sus verdaderas capacidades, requerimientos
y expectativas existenciales, el instrumental que ha recibido para avanzar progresivamente
hacia la felicidad, según su propia ontología y dignidad. Ese ser humano es el que debe aco-
ger el orden sociopolítico y sus diversas instituciones. Mirando la condición infrahumana en
que se encuentran las grandes mayorías en Chile, pareciera que esta perspectiva es sólo una
utopía remota, imposible de plasmar en esas vidas tan degradadas por la pobreza económica
e intelectiva. Pero esa es una visión miope, que emana de la mera constatación empírica de
cómo es y cómo vive el grueso de la gente en nuestro país. La verdadera mirada es la del
hombre potencial, que descifra lo que puede ser y lo que puede vivir ese mundo marginado,
si el orden sociopolítico le proporciona las condiciones que requiere para activar y poner en
marcha todas sus potencialidades latentes. La vida humana puede ser atrofiada en muchos
grados y de mil maneras, pero basta entregarle los nutrientes exigidos por sus códigos natu-
rales para que empiece una metamorfosis de regeneración que la ponga en camino hacia su
propia plenitud y excelencia.

439
Capítulo VI
Conexiones de la ciencia contemporánea
con la condición humana

Teoría materialista de la evolución e hipótesis deísta del Diseño Inteligente

Uno de los muchos ámbitos de la realidad distorsionados por el materialismo filosófico ha


sido el fenómeno de la vida. Y la proclamación más resonante hecha por esa filosofía en el
campo biológico es la teoría de la evolución de las especies, propuesta inicialmente por Char-
les Darwin y reciclada en nuestros días por el llamado neoevolucionismo o neodarwinismo.
Dicha teoría ha desbordado por completo el marco de los especialistas, convirtiéndose en
una creencia popular generalizada en grandes sectores de la población de Occidente. Mucha
gente de hoy, pese a que carece de todo conocimiento técnico al respecto, está convencida de
que la hipótesis de Darwin constituye un descubrimiento científico tan incuestionable como
el de la ley de gravitación universal.
En términos generales, el evolucionismo materialista sostiene que la vida surgió por azar,
sin causa ni finalidad alguna, como resultado de procesos químicos que, una vez que dieron
origen a los aminoácidos, se convirtieron en un “caldo de cultivo” propicio para la aparición
espontánea de los primeros seres vivos. De ahí en adelante, las especies vivientes —vegetales
y animales— fueron mutando gradualmente, y generando nuevas especies, en una cadena de
lucha por la sobrevivencia cada vez más diversificada, hasta llegar a las especies actuales.
El argumento más persuasivo de esa teoría descansa en el concepto de “cambio gradual”,
que sugiere un flujo sostenido de leves modificaciones anatómicas y fisiológicas, una especie
de imperceptible y “blando” devenir. Es una explicación que muchos consideran bastante con-
vincente, porque parece calzar con la extrema lentitud y gradualidad con que operan muchos
de los cambios físicos que tienen lugar en nuestro planeta y en el resto del universo, y también
porque presenta la evolución biológica como un proceso “inmanente” de la materia, que hace
innecesario recurrir a causas no naturales, a algún poder creador situado fuera del mundo.
Sin embargo, estudios más rigurosos llevados a cabo por eminentes biólogos han ido
revelando los numerosos agujeros de los que adolece el evolucionismo materialista, y su in-
capacidad de explicar una serie de evidencias empíricas registradas por ellos en sus investiga-
ciones. A tal punto es así, que un número creciente de especialistas de primera línea está aban-
donando la visión evolucionista primitiva y sus variantes contemporáneas, y señalando que
la explicación puramente materialista de la vida carece de fundamentos realmente científicos.
Entre esos impugnadores se destaca el movimiento del “Intelligent Design” (Diseño Inte-
ligente, DI), cuyos trabajos se basan preferentemente en los últimos avances de la bioquímica.

441
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

A partir de sus nuevos descubrimientos, esos investigadores afirman la existencia de un “di-


seño” previo en la configuración de los seres vivos, y niegan que muchos de sus complejos
sistemas puedan haberse generado de manera gradual. En los EE.UU., y en Holanda, el debate
al respecto ha llegado incluso a las escuelas.
Las constataciones y argumentos esgrimidos por los integrantes de este movimiento han
puesto al rojo la vieja polémica entablada en los Estados Unidos casi desde la publicación
misma de la teoría de la evolución de Darwin. Sus planteamientos son estrictamente científi-
cos, y no tienen relación alguna con ningún credo religioso.
El “catalizador” del movimiento fue Philip E. Johnson, que en los años ochenta alcanzó
gran prestigio como profesor de derecho en la Universidad de Berkeley. Johnson se hizo po-
pular entre los defensores del creacionismo a raíz de un debate que sostuvo en ese entonces
con Stephen Jay.
Siendo profesor visitante en el University College de Londres, Johnson estudió la obra
de Richard Dawkins El relojero ciego, y concluyó que sus desarrollos no eran realmente
científicos. Luego de revisar los libros más difundidos sobre la evolución, publicó en 1991
Darwin on Trial, obra en la que formuló una fundamentada crítica al darwinismo, afirman-
do que no era una teoría científica, sino una aplicación arbitraria del materialismo filosófico
a la biología.
Impulsado por Johnson, el movimiento DI fue logrando la incorporación de un buen nú-
mero de científicos y estudiantes interesados en trabajar en sus investigaciones. Entre sus nue-
vos integrantes se contaron dos connotados especialistas: Michael Behe y William Dembski.
Michael Behe, bioquímico y profesor de la Universidad de Lehigh, publicó en 1996 un
libro titulado La caja negra de Darwin, que obtuvo un gran éxito editorial. Posiblemente es
la obra que más ha contribuido a dar credibilidad científica a la teoría del Diseño Inteligente.
El planteamiento nuclear de Behe es que en el mundo de los seres vivos existen nume-
rosos sistemas cuya característica principal es lo que él llama “complejidad irreductible”.
“Con esta expresión —dice Behe— me refiero a un solo sistema compuesto por varias piezas
armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la eliminación de
cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar”. Esto significa que dichos sistemas
no pueden haberse formado gradualmente, puesto que sólo se constituyen como tales cuando
cuentan con la totalidad de sus partes, cuando esas partes están “modeladas” para cumplir su
propia función, y cuando se ensamblan unas con otras interactivamente para hacer funcionar
el sistema completo. Antes de eso no hay nada; ni siquiera partes funcionales, ya que para ser
funcionales requieren necesariamente la existencia previa de un plan que las modele para que
cumplan sus respectivas funciones específicas. Ese plan anterior al sistema y al conjunto de
partes es lo que se denomina Diseño Inteligente.
Entre los incontables sistemas orgánicos en los que se hace manifiesto el diseño inteligente,
se suele señalar el caso del ojo humano. Es imposible que las complejísimas partes que configu-
ran este órgano (pupila, retina, iris, cristalino, córnea, esclerótica, miles de conos, bastoncillos
y conexiones nerviosas, etc.) hayan surgido de a poco, aisladamente y sin finalidad alguna, y
que sólo cuando estuvieron todas las partes configuradas se hayan juntado por casualidad con la
misma intención funcional, y empezado a interactuar todas al unísono para producir la visión.
La única explicación lógica es que el ojo es un diseño previo e integrado, en el que ya estaba
considerada la idea o la intención de dotarlo de capacidad óptica, y que su aparición no fue un
hecho casual, sino el resultado de un designio anterior, concebido inteligentemente. Más inequí-
vocos aún resultan ser los casos de ciertos funcionamientos portentosamente integrados, como
el del ADN, que contiene en detalle el plan anatómico y fisiológico de los seres vivos, incluido

442
Sebastián Burr

el de su especie y el de su individualidad; el de las mecánicas que rigen toda la realidad física


unificada, mediante las cuales el hombre puede percibirla y actuar en ella con plena coherencia.
Behe dice que las modificaciones graduales producidas por el azar y la “selección na-
tural”, a las que apelan los darwinistas para explicar los sistemas biológicos de complejidad
irreductible, no resisten ningún examen científico serio. Tampoco lo resiste su vieja teoría
de la “casualidad múltiple” —una serie de casualidades simultáneas—, que ni siquiera es
aceptada hoy por los darwinistas más extremos. En respaldo de sus argumentos, Behe cita las
siguientes palabras de Darwin: “Si se pudiera demostrar la existencia de cualquier órgano
complejo que no se pudo haber formado mediante numerosas y leves modificaciones sucesi-
vas, mi teoría se desmoronaría por completo”.
Según Behe, los avances de la bioquímica han puesto al descubierto los “ladrillos” con
los que están construidos todos los seres vivos, permitiéndonos ingresar en la “caja negra” y
observar ahí, a nivel atómico, los “mecanismos” mediante los cuales esas unidades primarias
se relacionan entre sí para configurar las distintas funciones y sistemas que se dan en los seres
vivos. Las más elementales de esas unidades son las proteínas, diminutas “máquinas” mole-
culares dotadas de una complejidad tan asombrosa, que incluso ahí se constata la existencia
de la “complejidad irreductible”.
Ante esas evidencias, Behe afirma como una constatación científica inexpugnable la exis-
tencia de un Diseño Inteligente previo en los organismos biológicos. Y acto seguido concluye
que la existencia de ese diseño exige un diseñador, es decir, un agente externo igualmente
inteligente, un autor capaz de haberlo concebido y de haberlo impreso en los seres vivientes.
No se pronuncia sobre quién es ese agente, pero descarta de plano, con argumentos igualmen-
te científicos, la concurrencia de causas puramente naturales y fortuitas en la aparición de la
vida y en sus posteriores procesos.
Señalo por mi parte que el entendimiento humano representa un “salto” absoluto res-
pecto de los sistemas cognoscitivos e instintivos de los animales. La capacidad de entender y
la facultad volitiva, que implican procesos tan complejos como la abstracción de conceptos,
la formulación de juicios, el raciocinio inductivo y deductivo, la capacidad de analogar, la
intuición, la creatividad, la percepción estética, y sobre todo el procesamiento moral de la
realidad y de la propia vida, sustentado en la libertad de elección y de acción, no pueden
haberse formado gradualmente a partir de la masa encefálica de algunos simios (como lo sos-
tuvo Darwin). Son funciones inmateriales, que hacen patente la irrupción de otro plano en el
fenómeno de la vida: el plano del espíritu y su universalismo.
Me parece conveniente cerrar esta breve exposición del movimiento DI revisando un punto
de su teoría susceptible de generar equívocos entre los creyentes cristianos que puedan leer este
libro. La gran mayoría de los integrantes de dicho movimiento atribuyen explícitamente a Dios
el diseño inteligente de los seres vivos. Sin embargo, según ellos, la evolución de las especies, en
sus tramos más cruciales, ha requerido cada vez una directa intervención divina, para asegurar el
correcto curso del proceso y conducirlo progresivamente hacia niveles biológicos más comple-
jos y perfectos. Eso equivale a sostener una especie de “correccionismo”, a través del cual Dios
ha ido introduciendo cambios o “saltos” biológicos no previstos en su plan original.
Esa visión de la evolución no es compartida por el magisterio oficial de la Iglesia Católi-
ca. Tanto el Papa Benedicto XVI como una serie de eminentes teólogos y científicos católicos
se han pronunciado al respecto, precisando que, si bien el proceso evolutivo de la vida respon-
de a un plan divino que se cumple por la acción continua de Dios, ese plan debe entenderse
como un diseño previo y global del universo, y no agregarle intervenciones divinas posterio-
res y puntuales, como si Dios fuera un “relojero” imprevisor al que le han ido saliendo al paso

443
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

resultados no contemplados en sus cálculos originales, y que ha debido intervenir en ciertos


momentos parciales del proceso para enmendarlo progresivamente. Quedaría así rechazada la
hipótesis “intervencionista y correctiva” del movimiento DI.
En resumen, la posición de la Iglesia Católica sobre la teoría de la evolución es que dicha
teoría no es incompatible con la fe cristiana, siempre que se entienda como un proceso plani-
ficado previamente por Dios y que se desenvuelve autónomamente de acuerdo a ese plan, y
no como un intervencionismo divino directo en cada fase evolutiva, que es lo que postula el
movimiento DI. En otras palabras, que detrás de todo lo creado hay efectivamente un proyec-
to inteligente atravesado de intencionalidad, y que ese proyecto contempla ciertos procesos
naturales y secundarios de perfeccionamiento o de adaptación que pueden ser llamados evo-
lución, pero que todo pertenece al mismo plan divino.
Al mismo tiempo, pide el Papa a los científicos evolucionistas una investigación mucho
más rigurosa al respecto, y que se abstengan de formular teorías que carecen de respaldo
realmente científico.
Personalmente, considero que el mencionado pronunciamiento de la Iglesia es mucho más
concordante con lo que la reflexión metafísica racional puede deducir respecto al conocimiento
previo y total de Dios sobre todos los sucesos futuros del universo, y a la imposibilidad de que
pueda cometer errores u omisiones que necesite corregir a través del tiempo. Pero pienso tam-
bién que, al margen de ese punto, el movimiento del Diseño Inteligente representa una apertura
trascendental para la ciencia contemporánea, pues está sacudiendo de arriba a abajo la teoría
materialista de la vida y la evolución, y abriendo por primera vez en la historia una alternativa
científica para intuir la existencia de Dios, a través de la investigación biológica.
Al margen del movimiento DI, el destacado biólogo inglés Rupert Sheldrake aporta al de-
bate sobre la evolución sus propios antecedentes y argumentos, publicados en diversos libros
y artículos científicos. He aquí un extracto de esos argumentos:
“Cada vez que aparece algo nuevo en el mundo, se abre la posibilidad de que se repita.
Pero la creatividad no se puede comprender en términos de repetición, y es un asunto que cae
fuera de los límites de la ciencia. Sólo se puede considerar en términos de una teoría de la
realidad que tenga un mayor alcance, es decir, de una teoría filosófica”.
“Una de estas teorías es el materialismo filosófico, que se basa en el supuesto de que lo
único real es la materia y sus dinamismos. Es la filosofía que sirve de fundamento a la teoría
mecanicista de la vida y a la teoría neo-darwiniana de la evolución”.
“Ahora bien, la visión simplista de la primitiva teoría atómica ha sido descartada por los
avances de la física. Ya no se cree que las partículas de la materia sean sólidas, sino formas
de energía que vibran constantemente. Y tampoco se piensa que los cambios físicos sean de-
terminados únicamente por causas identificables; en todas las cosas existen elementos impo-
sibles de predecir. Por consiguiente, el materialismo ha perdido pie, porque ya no es posible
decir en términos exactos qué es la materia y cómo se comporta”.
“Sin embargo, muchos materialistas se aferran a la creencia de que no existe un Dios,
ni tampoco el espíritu, ni ninguna otra cosa que no sea materia en movimiento. Por lo
tanto, niegan que la mente humana sea otra cosa que un cerebro físico, y aseguran que la
mente no puede influir en el comportamiento humano, porque no se puede analizar median-
te la física y la química. La conciencia es para ellos algo así como una sombra que corre
paralela a los cambios del cerebro, o un aspecto inexplicable de la actividad química y
eléctrica de los nervios”.
“Dado que para el materialismo no existe un principio creador que no sea físico, la única
explicación que pueden dar sobre la creatividad del proceso evolutivo es la casualidad. Afirman

444
Sebastián Burr

que la evolución del universo y de la vida es completamente ciega y carente de finalidad; un


simple producto de una serie de accidentes sin explicación alguna”. En otras palabras, llaman
casualidad a aquello que no pueden explicar.
“Sobra decir que ninguno de estos postulados del materialismo puede demostrarse con
base en la ciencia o en la lógica. Sólo se pueden aceptar como una cuestión de fe”.
“Uno de los aspectos más pintorescos del neodarwinismo es su tendencia a enredarse en
la propia contradicción. El propio Darwin se preguntaba si era posible confiar en la mente
del hombre, ya que descendía, según su creencia, de un “animal inferior”. Para la teoría
darwinista, la mente evolucionó como un medio de supervivencia, no como un agente creati-
vo con el potencial suficiente para llegar a ningún tipo de verdad. Pero entonces los biólogos
mecanicistas no tienen motivo alguno para creer en ninguna teoría científica, ni siquiera en
la suya propia. Más sorprendente aún es la afirmación de que no existe la conciencia, por-
que no se puede detectar por medio de la física o de la química. Cuando el filósofo Michael
Polanyi se negó a aceptar el absurdo de que los seres humanos son autómatas insensibles, el
neurólogo R. W. Gerard replicó: “Una cosa sabemos, y es que las ideas no mueven los mús-
culos”. Si eso fuera cierto, Gerard no habría podido pronunciar una sola palabra”.
“Hasta los biólogos ortodoxos admiten la existencia de un factor misterioso, ajeno a la
química. Le han dado un apelativo altisonante: el “programa genético”. Pero, ¿qué es exac-
tamente un programa genético?”
“Para los biólogos materialistas, no es lo mismo que un programa de computador, ya
que éste es introducido en la máquina por un ser consciente e inteligente —el programador—,
y dichos biólogos niegan toda posibilidad de que los organismos vivos hayan sido creados
por un programador o diseñador consciente”.
“¿Corresponde el programa genético a la estructura química del ADN? Esto tampoco
se puede afirmar, porque todas las células del cuerpo contienen copias idénticas de ADN, y
no obstante se desarrollan de muchas maneras diferentes. Por lo tanto, debe haber otra cosa
que va determinando la forma heterogénea del organismo vivo a medida que se desarrolla
el embrión”.
“La explicación materialista es que la forma se define a través de unas interacciones quí-
micas y físicas que todavía no se han dilucidado. Pero ¿qué es lo que hace que el patrón de
interacciones sea correcto? La respuesta no se obtiene diciendo que todo se debe un programa
genético; lo único que se logra con eso es la ilusión de una explicación. Decir que el sistema
nervioso de una araña está programado genéticamente para producir el comportamiento co-
rrecto que le permite tejer una red, equivale a plantear el mismo problema con otras palabras”.
“No se han encontrado eslabones perdidos (que confirmen la teoría de la evolución gra-
dual de las especies). Darwin sostenía que eso se debía a la imperfección de nuestros re-
gistros fósiles. Pero después de 120 años de estudios adicionales al respecto, su argumento
pierde cada vez más validez”.
“Aparte de sus vacíos lógicos, el error más serio de la teoría mecanicista sobre los or-
ganismos vivos es que no ha logrado esclarecer los problemas centrales de la biología. Tras
decenios de investigaciones, todavía desconocemos cómo los animales y las plantas —una
orquídea, un tigre, un pavo real— adoptan las formas características de sus especies a partir
de sus células progenitoras. Y el instinto de los animales es también imposible de explicar
desde el punto de vista mecanicista”.
“Los mecanicistas dicen que será posible explicarlos en el futuro, como meros proce-
sos químicos y físicos. Pero ese no es un argumento científico; no es más que un auto de fe
dentro del credo mecanicista”.

445
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“Así, aunque el neodarwinismo parece contar con todo el respaldo de la ciencia, al ana-
lizarlo a fondo queda al descubierto que está lejos de tener ese respaldo. Detrás de su facha-
da científica, ha terminado convirtiéndose para muchos de sus seguidores en una religión”.

Los actuales “impases” del evolucionismo materialista

El problema práctico que hoy enfrentan las teorías neodarwinianas es que la perspectiva ge-
neral de la ciencia está cambiando. En primer lugar, la integración de las distintas mecánicas
físicas en un sola gran física unitaria, está induciendo a un creciente número de científicos a
considerar seriamente la posibilidad de que el universo sea obra de un Creador supremo, pues
revela un diseño interactuante de tal magnitud, que no se explica sino como un plan cósmico
pensado por una Inteligencia divina. Lo mismo se infiere de la teoría del Big Bang, que ha
probado científicamente que el universo comenzó hace unos 15 mil millones de años a partir
de una especie de “punto cero” (infinitesimal) de la materia. Esto equivale a una creación des-
de la nada, que por raciocinio estrictamente lógico no puede sino atribuirse a una inteligencia
superior, a un Poder divino.
Por otra parte, nos encontramos con el hecho de que la neurociencia se encuentra de-
tenida desde hace varios años, sin experimentar avance alguno en los diversos centros de
investigación, y ante esa especie de punto muerto, muchos de los especialistas que allí traba-
jan piensan que la única salida es derivar sus investigaciones hacia los ámbitos del espíritu
humano. Por último, la teoría evolucionista de Darwin no ofrece ninguna aplicación práctica
al hombre moderno, pues éste no acusa casi ninguna capacidad de adaptación a las estresantes
e incoherentes condiciones de vida implantadas por el modernismo, sino todo lo contrario: su
reacción o respuesta, como lo vimos en el diagnóstico sobre la salud, es una vasta y creciente
serie de patologías psicosomáticas.
Es un hecho comprobado que las últimas adaptaciones evolutivas de la especie humana
tuvieron lugar en la época paleolítica, y que desde entonces hasta ahora han permanecido casi
estacionarias, al revés de los sistemas de vida y las condiciones ambientales, que han expe-
rimentado drásticos cambios en los últimos cuatro siglos (época moderna). La consecuencia,
según los teóricos evolucionistas, es que los organismos humanos contemporáneos no han
podido aún adaptarse a esa violenta transición, pues el ritmo evolutivo natural es muchísimo
más lento, y ese desajuste de ambos procesos está provocando nuevas y masivas patologías,
tanto fisiológicas como mentales e incluso sociales, que consideran típicamente modernas.
De esta manera, muchas de esas enfermedades serían hoy “maladaptaciones” de adaptaciones
que en el Paleolítico fueron satisfactoriamente eficaces.
En otras palabras, la actual población del mundo estaría “desadaptada” de la civilización
que ella misma ha creado y sigue creando. Y una nueva corriente de la medicina, que se au-
todenomina medicina evolucionaría, pretende aplicar las teorías de Darwin para atenuar esa
desadaptación, o quizás para acelerar el lento proceso de adaptación evolutiva por “selección
natural” (dinamismo central del evolucionismo darwiniano).
En síntesis, se trataría de invertir por completo la relación entre el hombre y la civiliza-
ción. En lugar de ser el hombre el protagonista del mundo, lo sería la civilización, y el género
humano tendría que “metamorfosearse”, ajustándose cada vez más a los artificios del “progre-
so” tecnocrático y sociopolítico creados por él mismo.
Esa es, hasta donde se deduce de sus propios planteamientos, la premisa teórica de fondo
de este nuevo enfoque de la medicina, cuyos impulsores, al igual que todos los empiristas,

446
Sebastián Burr

creen que el hombre no posee una naturaleza metafísica inmutable, y menos un alma espí-
ritual, sino que constituye una especie material e intrínsecamente mutante, como todos los
demás seres vivos.
Es cada vez más evidente que existe un descalce gigantesco entre el ser humano y los
diseños materialistas de nuestra actual civilización. En este mismo libro hemos revisado dete-
nidamente las señales que lo demuestran. Pero sostener que el “descalzado” es el hombre y no
el materialismo “progresista” que rige la marcha del mundo contemporáneo, aparte de ser una
mera hipótesis dogmática, sin fundamentos científicos, puede abrir la puerta a toda clase de ini-
ciativas medicinales equívocas e incluso erróneas, que en el caso de las enfermedades mentales
puede agravar aún más el desastroso nivel de trastornos psíquicos y de sus consecuentes efectos
fisiológicos y socioculturales, que hoy afecta a parte importante de la población de Occidente.
Numerosas constataciones reales, tanto metafísicas como estrictamente científicas, de-
muestran que existe eso que ha sido llamado la naturaleza humana, y que es esa condición
natural, y no las supuestas “adaptaciones paleolíticas” y “maladaptaciones modernas”, lo que
hoy se está rebelando contra los sistemas de vida antinatura implantados por el modernismo
y su modelo de “progreso”.
El punto crucial es, una vez más, la naturaleza humana. Y en cuanto a la pretendida “de-
sadaptación” del hombre a la civilización contemporánea, pienso que queda suficientemente
refutada por todo lo que hemos visto en el capítulo antropológico anterior. Pero también
puede refutarse mediante una simple analogía: el caso de los animales salvajes en cautiverio.
Mientras más duro es su confinamiento (por ejemplo, en una jaula), mayor es el colapso aní-
mico y físico que experimentan. Esa reacción biológica, ¿es una desadaptación? ¿O al contra-
rio, es una respuesta sana de sus organismos a condiciones forzosas que les impiden en grado
extremo funcionar de acuerdo a su naturaleza?

Otras constataciones científicas del proyecto inteligente

Un consorcio internacional de investigadores, encabezado por el National Human Genoma


Research Institute (NHGRI), la misma institución que dirigió el proyecto de la apertura del
genoma humano, acaba de dar a conocer (junio del 2007) su último descubrimiento al respec-
to. Hasta ahora se suponía que el ADN contenía genes que funcionaban independientemente,
y que el 95% de ellos eran material inservible o “basura”. Lo que descubrieron estos investi-
gadores es que en realidad todos los genes del ADN son interactuantes, comparten informa-
ción, y muchos de ellos codifican más de una proteína.
Tras analizar el 1% del genoma humano, se detectó que no sólo los genes sino que todo
el ADN humano cumple una función, es decir, es capaz de transmitir un mensaje (a través del
ARN mensajero), y que éste, aunque no siempre se traduce en proteínas, influye en que los ge-
nes se activen o desactiven, lo que es determinante para la transmisión de un rasgo hereditario,
o de alguna enfermedad genética. Lo es a tal extremo, que también podría permitir dilucidar
cómo y cuando surgió la inteligencia, y su capacidad de elaborar lenguajes.
De esta manera, el injustamente denominado “ADN basura” maneja un sorprendente
plan maestro de instrucciones, cuyo resultado es un integrado gran orden biológico, mucho
más complejo de lo que se creía, en la vida de cada célula. Los trozos de ADN supuesta-
mente inservibles fijan la pauta acerca de qué proteínas se fabricarán, cuántas, cómo y en
qué momento, y los distintos ARN mensajeros regulan todo lo que acontece en la célula.
“Aquí vemos que nada ocurre al azar”, comenta Manuel Santos, genetista de la Universidad

447
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Católica de Chile. “No sé si será una programación divina, pero se puede decir que no es
casual”, agrega Eugenio Spencer, virólogo de la Universidad de Santiago de Chile. Am-
bos científicos se manifiestan igualmente maravillados con otros hallazgos de este trabajo
que transforma la biología clásica, como el descubrimiento de que el núcleo celular se las
arregla para decidir cuál gen activar y cuál debe seguir “dormido”. Se descubrió además
que la clave está en las histonas, proteínas encargadas de desenrollar los cromosomas. “Al
hacerlo, sufren cambios químicos, y así van iluminando las rutas. Concretamente, los genes
perdieron su jerarquía, y pasaron a ser un obrero más en el proceso. Ya no controlan nada,
sino que son simples recipientes de información, y para expresarse deben enfrentar las
instrucciones de varios jefes a la vez”. Y de alguna forma se las arreglan para jerarquizar,
entender y hacerlo bien.
Si uno examina detenidamente diversos hechos y funcionamientos del mundo en que
vivimos —cualesquiera que sean—, y lo hace desprovisto de todo dogmatismo materialista
a priori —que es la única actitud verdaderamente científica—, la lógica misma del principio
de causalidad lo inducirá a reconocer que cada uno de esos hechos y dinamismos revela estar
regido por algún proyecto inteligente, por un designio intencional invisible, que le otorga sus
características estructurales y sus modalidades operativas específicas.
Por mencionar sólo algunos casos —ya que registrarlos todos equivaldría a hacer un
inventario completo de cuanto existe y ocurre en el universo—, ese designio inteligente e
intencional se hace patente en la procreación humana, y en todos los fenómenos de la vida.
Se manifiesta en el hecho de que, apenas nace un niño, el cuerpo de la madre empieza a pro-
ducir la leche que necesita su hijo para alimentarse, y éste se adosa instintivamente al pecho
materno para succionar ese líquido indispensable para su nutrición. Se deduce al observar
el sistema hidráulico que interconecta los mares, ríos, lagos, hielos y nieves “almacenadas”
a distintas alturas, y por lo tanto a distintas temperaturas, que hace de la “entrega” del
agua un proceso dosificado durante cada ciclo anual. Está detrás del fenómeno climático,
que alterna los climas fríos, templados y cálidos, y que es justamente lo que necesitan las
plantas para cumplir sus requerimientos biológicos, crecer y dar sus frutos. Se evidencia en
el palote, que se mimetiza con la rama de un árbol; en la resistencia y el “arte” de una tela
de araña; en el modo cómo las abejas informan a sus congéneres sobre los lugares en que
hay agua o flores. Puede reconocerse en el proceso de la fotosíntesis, en el prodigioso equi-
librio global del sistema ecológico terrestre, en los sistemas eléctricos y mecánicos, en la
ley de gravitación universal, en la impecable lógica de las matemáticas. Y cada uno de esos
hechos, procesos y sistemas revela estar regido por un designio inteligente distinto, y con
distintas intenciones. Lo mismo ocurre con cada cosa de este mundo que nos aboquemos a
examinar desde esa óptica.
De ese tipo de indagatoria, realmente honesta y realmente científica, sólo cabe extraer
una limpia conclusión: el universo entero está atravesado de inteligencia e intencionalidad. Y
ambas constataciones nos conducen a la certidumbre de que el mundo no es un conglomerado
de materia o energía surgido del azar, sino la obra creadora de un Ser superior, igualmente
inteligente e intencionado, que ha impreso en todas las cosas un designio organizador y fi-
nalístico, orientado a un bien universal que no podemos comprender, pero sí atisbar en cada
pedazo y cada articulación de esta realidad física que nos ha sido dada como hábitat natural,
para hacer de ella una morada cada vez más humana.

448
Sebastián Burr

El giro de la física: de un cientificismo empirista y desintegrado a un sorprendente


e integrado orden universal.

El siguiente desarrollo concerniente a la física actual es altamente especializado. Aun así, me


he permitido incluirlo, pues considero que por una parte contribuye a rebatir por la vía cientí-
fica el modelo empirista y la cultura contemporánea de la desintegración, y por otra confirma
la existencia de una suerte de orden superior, de designio intencional e inconmensurable,
que otorga al universo un alto grado de unidad y funcionalidad de sus distintos sistemas. Ese
hecho misterioso constatado por la física ha irrumpido como una señal inédita, que permite
inferir para el plano humano y social un orden similar a esa misma coherencia. No quiero
decir con esto que el orden material deba analogarse exactamente con el orden humano, pues
siempre me han parecido ámbitos distintos, pero sí creo que vale la pena tenerlo como un
referente inteligente de la realidad, a fin de configurar un orden social que de alguna manera
recoja ciertos lineamientos del macroorden natural, teniendo presente que la condición meta-
física del hombre trasciende el orden físico.
En varias conversaciones con Miguel Lagos, doctor en física y amigo personal, aborda-
mos el gran tema del orden físico a la luz de los descubrimientos hechos durante el siglo XX.
Miguel es profesor titular de la Universidad de Chile en física del estado sólido, investigador
y director de tesis para la obtención del doctorado, con una suerte de post “doctorado” en un
proyecto al cual fue invitado como colaborador por la universidad de Princeton, e investiga-
dor de la integración de las mecánicas físicas.
El siguiente es un resumen de los esclarecimientos que he logrado con él al respecto.
Quiero advertir, sin embargo, que su exposición puede resultar un tanto abstrusa para algunos
lectores, porque inevitablemente aborda asuntos y conceptos propios de los especialistas en
física contemporánea, aunque trata de explicarlos con la mayor claridad posible. En todo
caso, creo que su lectura puede ser omitida, sin que eso afecte al resto de los planteamientos
de este libro. Sin embargo, yo recomendaría leer al menos la conclusión de este desarrollo,
pues es lo verdaderamente importante.
Lo que me interesa destacar aquí es que existe un orden natural objetivo e independiente
de las opiniones que podamos tener los seres humanos, y que su reconocimiento puede acer-
carnos a todos a una percepción más certera y unitaria de la realidad.
A menudo se cita la demostración que hizo Galileo al dejar caer objetos de diferente
peso desde la torre de Pisa, pero se omite mencionar la manera cómo él supo el resultado
que tendría su experimento antes de realizarlo. Galileo había estado largo tiempo observan-
do cómo adquirían velocidad bolitas de diferente peso al rodar por planos inclinados. Al dar
a éstos una inclinación pequeña respecto de la horizontal, las bolitas adquirían velocidades
moderadas, lo que le permitía hacer mediciones de desplazamientos y tiempos suficiente-
mente precisas con los relojes rudimentarios de que disponía. Así determinó las ecuaciones
del movimiento uniformemente acelerado, pero en el camino notó que bolitas muy diversas
adquirían la misma aceleración si la inclinación de la rampa se mantenía constante. Enton-
ces empleó una forma de razonar que luego sería la semilla de un método: adujo que era
posible considerar una caída libre vertical como el deslizamiento por un plano inclinado
con pendiente infinita, es decir, con un ángulo de 90º respecto de la horizontal. Así, todos
los cuerpos deberían caer con igual aceleración. Corrió a la torre a comprobar su idea, y
en el camino reclutó a varios testigos que le ayudarían a observar la llegada al suelo de los
objetos que dejaría caer simultáneamente desde lo alto, convencido de que todos llegarían
al mismo tiempo.

449
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Galileo descubrió el comienzo de una vía que aparecía difusa. ¿Por qué los cuerpos ad-
quieren la misma aceleración cuando se los deja libres a la acción de sus pesos, que pueden
ser tan diferentes? Nunca llegó a saberlo, pero descubrió la pregunta, lo que no es poco, por-
que señalaba una dirección hacia la cual investigar. Newton aportó con su ley de gravitación
universal, pero Einstein fue el que llegó más lejos: la observación de Galileo le dio la clave
para formular su teoría relativista de la gravitación. Según ella, un campo gravitacional es una
alteración de la métrica450 del espacio-tiempo, y los cuerpos se mueven siguiendo el trayecto
más corto entre dos puntos de ese espacio-tiempo alterado. Todos los objetos se mueven de
acuerdo a la misma ley, porque ella es determinada sólo por la métrica del espacio-tiempo, y
no por el cuerpo particular cuyo movimiento observamos.
Aunque Galileo no llegó a formular una real teoría física del movimiento, labor que rea-
lizó posteriormente Newton, hizo ver que tenía sentido buscarla. Uno de los grandes aportes
de Galileo fue su intuición de que la Naturaleza obedece a leyes universales, que se escriben
en el lenguaje de las matemáticas. El trabajo de Newton dejó esto firmemente asentado, en
particular cuando demostró que era posible calcular con toda precisión la posición y el movi-
miento de los planetas en sus órbitas, a partir del conocimiento de sólo algunos datos iniciales
y de los postulados universales de su Mecánica.
Sin embargo, es probable que ni siquiera Newton haya imaginado el grado de unidad y
coherencia que llegaría a alcanzar la física, porque era evidente que sólo estaba al comien-
zo. No podía imaginar que hasta la luz se incorporaría al esquema teórico que él descubrió,
pensando sólo en las evoluciones de los cuerpos en mutua interacción. La concepción de la
Naturaleza en aquellos tiempos difiere de la de hoy en un aspecto esencial, que cambia abso-
lutamente su enfoque y todas las derivadas que de ello se extraen.
Los físicos clásicos consideraban un universo que había que explicar. El supuesto bási-
co era que la infinidad de fenómenos que se podían observar en él podían clasificarse en un
conjunto limitado de diferentes categorías: el movimiento de los cuerpos y sus interacciones,
los fenómenos térmicos y los cambios de fase de la materia, la electricidad y el magnetismo,
las transformaciones químicas, la luz y el color, el sonido y la gravitación. La hipótesis era
que para cada una de estas categorías generales podía construirse una teoría fundada en un
número reducido de postulados, expresables en forma matemática, a partir de los cuales se
podrían deducir como teoremas todas las leyes que rigen todos los fenómenos particulares que
pudieran observarse. Toda la fenomenología de cada uno de esos ámbitos del universo obser-
vable podría deducirse lógicamente de los postulados de la teoría respectiva, la cual permitiría
determinar la evolución del estado de cada sistema específico en todo instante de tiempo.
Esta división de las “distintas” mecánicas físicas en compartimientos “autónomos”, hoy
está obsoleta.
Cada una de las teorías físicas clásicas, la mecánica, el electromagnetismo, la termodiná-
mica, la óptica, la gravitacional, etc., se fundamenta en un conjunto de postulados de los cua-
les se derivan teoremas y ecuaciones que permiten predecir la evolución de cualquier sistema
que pertenezca al ámbito que supone la teoría. Cada teoría es autosuficiente, pero enfoca un
ámbito parcial de la realidad física.
El progreso formal de las teorías y el descubrimiento de nuevos fenómenos, como produc-
to del refinamiento de las técnicas de observación, llevaron a una creciente unificación de ellas.
Por ejemplo, la óptica pasó a ser una aplicación de la teoría electromagnética cuando Maxwell
demostró que la luz es un fenómeno electromagnético. Einstein demostró que los campos eléc-
tricos y magnéticos constituían una entidad única, descriptible en términos matemáticos por un
450 Es una alteración de la ley que rige la geometría espacio-tiempo.

450
Sebastián Burr

único tensor (entidad matemática que constituye una generalización del concepto de vector).
El campo electromagnético dejó de ser una manera de representar fuerzas, para adquirir el
carácter de un sistema dotado de una realidad física propia, y la mecánica se generalizó de
modo que sus leyes rigieran tanto para partículas con masa como para el campo electromag-
nético. El descubrimiento de la estructura del átomo y de las partículas subatómicas planteó la
necesidad de redefinir los conceptos de espacio y tiempo en forma más radical que lo que ya
lo había hecho la mecánica relativista. Surgieron así la mecánica cuántica y la teoría cuántica
de los campos. Esta última prueba sería la herramienta adecuada para entender las fuerzas
nucleares y las transmutaciones radioactivas, en las que las partículas elementales adquieren
“licencia” para aniquilarse, crearse o transformarse unas en otras.
Con la relatividad especial, el espacio y el tiempo dejan de ser realidades independien-
tes, lo que se profundiza con el advenimiento de la relatividad general y la teoría relativista
de la gravitación. La gravedad ocurre porque la masa y la energía alteran la métrica del
espacio-tiempo y, de este modo, el espacio-tiempo mismo pasa a ser un sistema físico, puesto
que interactúa con los campos y las partículas, y evoluciona con el transcurso del tiempo.
Einstein escribe las ecuaciones que rigen la métrica espacio-temporal y su interacción con
los campos. Partiendo de la teoría relativista de la gravitación, Penrose y Hawking demues-
tran el teorema de la singularidad cosmológica, que indica que el Universo comenzó en un
punto preciso espacio-temporal.
En la moderna teoría cuántica, campos y partículas obedecen a un esquema teórico úni-
co. Las partículas elementales, aun aquellas dotadas de masa, como electrones, protones y
neutrones —los constituyentes de los átomos—, se describen como estados particulares de
campos extendidos continuamente por todo el espacio. El número de partículas que uno pueda
medir en un instante es sólo una característica transitoria del estado del campo respectivo en
ese momento. Las partículas son propiedades de un determinado estado del campo, como las
ondas en la superficie de una masa de agua son propiedades de un estado de ella; por lo tanto,
lo que tiene un mayor contenido de realidad es el campo. Por ejemplo, el campo de electrones
existe aunque no haya ningún electrón presente, y el vacío es sólo el estado de menor energía
de los campos. El vacío posee energía y experimenta fluctuaciones. Como las partículas son
propiedades de estados excitados de los campos, al variar el estado su número no tiene que
ser necesariamente conservado, y los electrones, protones, neutrones, fotones, mesones, neu-
trinos, etc., pueden ser creados o aniquilados.
En conclusión, desde principios del siglo XX, espacio, tiempo y materia han dejado de ser
conceptos que puedan concebirse separadamente. La visión actual del universo físico no es la
de una enorme cantidad de sistemas que podemos clasificar en categorías gobernadas por leyes
que rigen sólo para cada una de ellas. El panorama es el de un universo físico constituido por el
espacio-tiempo y los tres campos restantes: el electromagnético, el nuclear fuerte y el nuclear
débil, y ninguno de esos cuatro componentes puede existir sin los otros. Si admitimos que todo
surgió de un Creador, el universo habría nacido de un acto único de su inteligencia y voluntad.

Otra asombrosa constatación: el comienzo inteligente del universo.

El destacado científico Stephen Hawking, en su libro Agujeros negros y pequeños universos,


dice lo siguiente:
“Si la densidad del universo un segundo después del Big Bang hubiese sido superior en
una mil millonésima parte, el universo se habría contraído al cabo de diez años. Por otro

451
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

lado, si la densidad del universo hubiese sido inferior en esa misma cantidad, el universo se
hallaría esencialmente vacío desde que cumplió los diez años”.
“Sería muy difícil explicar por qué el universo debería haber comenzado justamente
de esa manera, excepto si lo consideramos como el acto de un Dios que pretendiese crear
seres como nosotros”.
En otras palabras, la supervivencia del universo, casi inmediatamente después de su apa-
rición, dependió de una densidad tan infinitesimalmente precisa, que el hecho de que no co-
lapsara y continuara existiendo constituye una especie de “milagro cósmico”. Ese hallazgo
científico abre paso a una pregunta de ineludible lógica y de alcance trascendental para la
filosofía y para el ser humano: ¿quién pensó esa densidad —matemática, energética, química
y físicamente—, la puso en escena, la hizo explotar y dio existencia a un universo perfecta-
mente articulado, y además habitable para el ser humano y todo el resto de los seres vivos, a
partir de una “sopa” cósmica completamente informe? Y esa pregunta detona otra, igualmente
trascendental: ¿para qué lo hizo?
A fin de apreciar mejor el carácter prodigioso de esa coyuntura inicial, podemos recurrir
a un símil, diciendo que es como si los océanos terrestres hubieran dependido de un litro más
o menos de agua y de una temperatura infinitesimalmente exacta para generarse y seguir exis-
tiendo. ¿Quién pudo manejar así el Big Bang que dio comienzo al universo?
El filósofo argentino Jorge Estrella, en su libro Filosofía en Chile, entrega las siguientes
consideraciones sobre esta reciente constatación de la física en cuanto a los primeros mo-
mentos del universo:
“Ejemplos como los mencionados, ofrecidos por la ciencia en estos años finales del siglo
XX, obligan, a mi juicio, a revisar la convicción moderna en un universo neutro, sin sentido
ni propósitos. Al mundo “desencantado” de la ciencia moderna, regido por leyes mecánicas
que desmantelaron la poderosa telaraña mitológica que las culturas primitivas atribuyeron
al mundo, está sucediendo ahora un “reeencantamiento” de lo real”.
“La ciencia mecanicista... instaló un ordenamiento neutro, hecho de ecuaciones, cál-
culos o figuras que ignoran la intención. Y en ese escenario nuevo... descubre el ADN o el
Big Bang, o las relaciones entre corteza y cerebelo en el acto voluntario, entre muchos otros
comportamientos “previsores” e “inteligentes”. ¿Han regresado los “fantasmas” de la in-
tencionalidad para poblar el universo?”
“Asistimos, creo, a una nueva aurora, signada, como en los orígenes del pensamiento
griego, por el asombro”.

El prodigioso inconsciente operativo del hombre

Una inconmensurable síntesis de información, proveniente del exterior y de nuestras elabora-


ciones mentales, conforma nuestro inconsciente operativo, gracias al cual podemos cumplir
múltiples funciones, que van desde las más simples hasta algunas increiblemente complejas.
Ningún ser humano podría funcionar si tuviese que hacerse cargo paso a paso de la infini-
dad de información necesaria para ejecutar la mayoría de sus acciones, salvo que las sintetice
operativamente en el inconsciente.
Nuestro plano mental consciente reduce su campo atencional a un foco de asuntos que
le sea posible controlar. La poderosa disociación entre esquema (de la atención) y contenido
(momentáneo) nos permite eludir el yugo de tiempo y espacio que sojuzga las cosas. Esa di-
sociación está en la raíz del acto libre; somos libres de escoger a qué atendemos, y así esté en

452
Sebastián Burr

el pasado, en el presente o en el futuro, el tema de nuestra atención es recuperado por el acto


voluntario, que engrosa nuestro tiempo y amplía nuestro espacio.
En esta perspectiva, los conceptos elaborados por el entendimiento se revelan como un
instrumento de estabilidad, como resultado del esfuerzo de la vida por no sucumbir al tumul-
to de datos que nos entrega el inquieto presente.
Una de las extrañezas de la racionalidad humana es que, expuesta a los vaivenes del
presente, logra habitarlo neutralizándolo, estabilizándolo en esquemas comprensivos de sus
significados y dinamismos.
Ahora bien, la virtud selectiva de nuestra atención, empleada para esa neutralización, tie-
ne su réplica en la máquina neuronal. Las órdenes que damos a nuestro aparato muscular para
que ejecute las acciones más diversas (por ejemplo, incorporarnos, bajar una escalera trasla-
dando vasos llenos en una bandeja, correr por las rocas, hacer motocross, practicar el esquí,
tocar un instrumento musical, etc.), implican la puesta en marcha de una complejísima acti-
vidad neuronal, que culmina cuando las motoneuronas descargan su impulso en la contrac-
ción de los músculos deseados (y en la simultánea inhibición de la motoneurona antagónica).
Cuando iniciamos el aprendizaje de tales acciones, su ejecución es demorada por la carencia
de automatismos; la atención debe sobrellevar la responsabilidad de cada paso. Pero logrado
el automatismo —aunque alerta a cualquier imprevisto—, la atención puede concentrarse en
otros asuntos (mirar el paisaje, pensar cosas completamente distintas, etc.), pues la tarea es
ejecutada casi de un modo intuitivo por el inconsciente operativo. La conquista de tales auto-
matismos, su organización y control, tiene asiento en el cerebelo. Como en el control automá-
tico de un cohete que sigue al blanco, el cerebelo cumple una tarea correctora y actualizadora
permanente, de manera que la mente “delega” la responsabilidad de atender el cumplimiento
de los movimientos voluntarios en esa zona subconsciente controlada por el cerebelo.
A mi juicio, este asombroso funcionamiento de nuestro inconsciente operativo es una
constatación más del designio inteligente que ha diseñado y concebido al ser humano. Pero
quizás lo más extraño de esta constatación es que casi nadie se detiene a reflexionar sobre su
naturaleza funcionalmente integrada (asociativa, diferenciadora y reunificadora), que cubre los
planos intelectivo y práctico, físico y metafísico. Y es igualmente extraño que el hecho de que
todos poseemos por igual este maravilloso dinamismo no sea aprovechado como un valiosísi-
mo modelo para diseñar y construir análogos sistemas político-institucionales, toda vez que las
mecánicas integradas, el ADN, el sistema planetario, etc., revelan un funcionamiento similar.

El materialismo científico pierde su hegemonía

¿Cuál ha sido el objetivo de esta revisión del evolucionismo materialista y de los últimos
descubrimientos y conclusiones científicas, a la luz de las actuales investigaciones biológicas,
físicas, genéticas, etc.? Mostrar cómo el propio examen empírico de los fenómenos naturales,
que durante mucho tiempo fue el gran recurso elegido por el materialismo para “probar” su
dogma fundamental y negar toda realidad metafísica o trascendente, está apuntando hacia
planos que sobrepasan por completo los límites de la materia, y señalar además —como lo ve-
remos pronto— que la trayectoria desbordada del “progresismo evolutivo” está conduciendo
al hombre a un inminente futuro “posthumano”, que de concretarse provocaría consecuencias
aterradoras en el plano mismo del espíritu.
Hemos visto las evidencias científicas que hacen incuestionable la existencia de di-
seños inteligentes en los seres vivos. Pero ese tipo de diseños se encuentran en todas las

453
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

manifestaciones de la naturaleza: en las leyes invisibles que rigen todos los fenómenos físi-
cos, en la estructura de los elementos químicos, en la exacta e infalible trama de relaciones
matemáticas que articula el universo, tanto en el macrocosmos como en el microcosmos. ¿De
dónde ha salido ese portentoso plan, que aparece en cada pedazo de la realidad empírica so-
metido a la investigación científica?
El materialismo científico tropieza una y otra vez con sus propias contradicciones. Usa
el principio de causalidad como instrumento fundamental de sus investigaciones, pero cada
vez que se encuentra ante hechos que no tienen una causa física o empírica, niega que tengan
una causa que pertenezca a otro plano, o niega que tengan causa alguna, apelando al absurdo
de la casualidad, o por último, intenta salir del paso afirmando que las causas se conocerán
en el futuro, con lo cual convierte su pretendida actitud científica en una profecía dogmática,
análoga a un credo religioso.
La teoría de la evolución propugnada y difundida por el materialismo es otra de las mu-
chas ficciones filosóficas modernas que bloquea cualquier proyecto humanista hacia el futuro.
Su consecuencia implícita es que sólo puede esperarse una optimización social e individual
de los seres humanos por generación espontánea y evolutiva, sin otorgar a cada individuo las
condiciones y los espacios que requiere para asumir aquí y ahora el papel protagónico que le
corresponde por derecho natural. Y al negarse a reconocer el designio inteligente que atraviesa
todos los procesos biológicos y todos los comportamientos del mundo físico, niega la existen-
cia de un ser superior, en cuya existencia cree más del 90% de los seres humanos, y también la
existencia del orden moral, que es uno de los hechos más patentes de la vida humana.
¿Tenemos conciencia del daño y del retraso sociopolítico, cultural y sobre todo moral
que el materialismo, en sus más variadas formas, ha infligido a buena parte de la humanidad?
Por supuesto que el proyecto inteligente del universo no es perceptible por los sentidos;
es una deducción llevada a cabo por el entendimiento. Pero es una deducción absolutamente
lógica, y basada en las constataciones empíricas de la ciencia. No puede ser de otra manera,
porque un diseño es un proyecto, y un proyecto es algo inmaterial, que en el caso del universo
sólo pudo generarse en una inteligencia coherente, creadora y universal. Y si la ciencia nos
está mostrando que el cosmos entero está articulado inteligentemente, sólo cabe aceptar que
es obra de una Inteligencia suprema, anterior al mundo y situada fuera de él.
La visión darwiniana del hombre, además de falsa, es paralizante, y desoladoramente
pesimista. Si el hombre es sólo una fase de la evolución animal, y carece de facultades su-
periores, nada puede hacer para sobrepasar el plano de la animalidad. Pero así como el dise-
ño inteligente de la vida es una deducción rigurosamente científica, extraída de los propios
funcionamientos biológicos, así las capacidades intelectivas y volitivas del hombre son otra
deducción igualmente científica, extraída de sus múltiples e incuestionables manifestaciones
funcionales. Eso nos entrega una certidumbre tan sólida como la que proporciona cualquier
evidencia registrada por los sentidos.
Como puede apreciarse, el debate abierto por el movimiento del Diseño Inteligente es
altamente promisorio, porque puede lograr por la vía científica que el modernismo — que sólo
cree en la existencia de la materia y en la investigación matemático-experimental de sus fenó-
menos— flexibilice su monolítica interpretación empírica de la realidad y empiece a acoger
una visión más real del hombre. A partir de ahí sería más factible impulsar una reformulación
humanista del orden político y de sus instituciones trascendentales, y convertir la búsqueda de
la felicidad en una aventura accesible a cada vez más seres humanos, de modo que ese anhelo
esencial deje de ser explotado por las mentirosas expectativas utilitarias que hoy nos llueven
de todas partes, multiplicadas por el desenfreno del marketing consumista y por la trilogía del

454
Sebastián Burr

deseo, la ignorancia y la imaginación. Y la comprobación científica del carácter unificado


de las mecánicas físicas es análogamente válida para el género humano; por lo tanto, tra-
bajar para lograr la integración ciudadana en el plano sociopolítico es un requerimiento
natural de nuestra especie, aunque ese proceso, a diferencia de lo que ocurre en el plano
de la materia, no es automático, pues necesita unificar las inteligencias, las voluntades y
las libertades de todos en función del objetivo superior del bien común.

La naturaleza de la ciencia

La verdadera ciencia se sustenta en dos certidumbres fundamentales: la primera es que existe


una realidad independiente del hombre; la segunda es que podemos conocerla. La ciencia es el
resultado de esa gran tarea acometida sin descanso por la inteligencia humana para encontrar
la verdad, que es lo mismo que avanzar hacia el conocimiento y entender progresivamente
todo lo que contiene el mundo real. En ese magno intento, que durará tanto como la existencia
del hombre sobre la tierra, los objetivos son tan numerosos y variados como la inconmensu-
rable diversidad de los seres que existen en el universo.
El escenario del conocimiento es toda la realidad. La ciencia aspira a obtener el
mayor conocimiento posible de las cosas, aunque no todas puedan ser conocidas en el
mismo grado, y con el mismo tipo de certeza. Pero ése es su objetivo último, el que le im-
pide detenerse y la impulsa siempre a nuevas indagaciones. En la ciencia, lo que manda
ante todo es la realidad. La ciencia no tiene que “elaborar sus objetos”, como pretende el
idealismo platónico y neoplatónico, porque todos están ahí, presentes y reales fuera de
nuestra inteligencia, desde que fueron creados. Lo que necesita la inteligencia humana
es elaborar conceptos que los representen lógica y ontológicamente. Esos conceptos pue-
den capturar los sustratos estables de las cosas empíricas contingentes y mutantes (sus
esencias y naturalezas), o ciertas realidades metafísicas y trascendentes, que están más
allá de nuestras percepciones directas (sensoriales). Pueden además proceder de procesos
inductivos, deductivos, intuitivos o analógicos de nuestro entendimiento; pero sea cual
sea el procedimiento que los origine, son válidos cuando corresponden a seres y cosas
reales. En consecuencia, la ciencia no termina en los conceptos, sino en la realidad. Los
conceptos no son un fin, sino un medio a través del cual conocemos lo que existe. En el
idealismo, el proceso parte de los conceptos, y pretende que los seres reales se sometan
a ellos. En el realismo, partimos de los seres reales, para extraer de ellos los conceptos.
La ciencia estudia los seres reales que hay en el mundo, pero no es un hecho natural,
pues no existe en la naturaleza, sino una elaboración artificial de la inteligencia humana.
No es un ente que tenga existencia propia, es decir, subsistente en sí mismo, a la manera
platónica; existe en los entendimientos humanos, como resultado de su propia actividad.
Y como es un resultado estable y acumulativo, Aristóteles y Tomás de Aquino la definen
como un “hábito” intelectual. Más aún, como los resultados de la ciencia son compartidos
en diversos grados y de muchas maneras por muchas inteligencias, puede decirse que la
ciencia constituye un hábito común del género humano.
Tanto Aristóteles como Tomás de Aquino exploran y recogen la pluralidad de las cosas,
y al mismo tiempo sus diferentes niveles ontológicos, que se van escalonando en progresión
ascendente, y configurando un orden armónico y unitario: materia inanimada, vida vegetal,
vida animal, vida humana (mundo del espíritu), hasta culminar en el plano absoluto de lo
divino (Dios). Ambos coinciden además en el descubrimiento de las “formas”, de los diseños

455
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

esenciales que dan a origen a las innumerables especies que existen en el mundo, y en que
el objeto primario de la ciencia es investigar cada uno de esos sustratos esenciales, en sus
características constitutivas y dinamismos operativos, es decir, investigar cada especie, y
luego la organización de las especies en conglomerados mayores, que llaman “géneros”.
Ahora bien, la heterogénea pluralidad de lo real hace necesaria una correspondiente
pluralidad de la ciencia. “Hay tantas clases de filosofía (ciencia) como de sustancias”, dicen
Aristóteles y Tomás de Aquino. Es una concepción plenamente realista del quehacer cientí-
fico, que se ajusta al orden diferenciado de los seres, tal como existen en la realidad. Es ab-
solutamente irreal la pretensión de Kant cuando señala que los objetos se rigen y diferencian
por las “categorías” del entendimiento; es el entendimiento el que tiene que regirse por la na-
turaleza de los objetos y por sus diferencias y cualidades específicas. Una pretensión análoga
a la de Kant es la del racionalismo cartesiano; Descartes afirmó que la unidad de la ciencia se
debía a la unidad de nuestra inteligencia, de nuestras ideas innatas (lógicas y matemáticas).
Por eso su filosofía es también irreal, pues convierte el mundo físico en un enorme artefacto
mecánico, y la ciencia en una aplicación de los conceptos lógicos y matemáticos de la mente
al escenario mecánico de la materia, desconociendo la extraordinaria diversidad de seres y
dinamismos que lo habitan. Bajo ese idealismo racionalista subyace una casi completa des-
conexión entre el entendimiento humano y la realidad, de la cual se han derivado las enormes
distorsiones humanas, culturales y sociopolíticas tantas veces señaladas.
En todo caso, las ciencias empíricas han adoptado un criterio similar al de Aristóteles
y Tomás de Aquino, estableciendo una clasificación escalonada de las especies del mundo
físico que se nos ha hecho familiar: ondas electromagnéticas, elementos, compuestos quí-
micos, especies vegetales, especies animales, especie humana. Han establecido además gé-
neros, por ejemplo, la clásica trilogía reino mineral, reino vegetal, reino animal, y escalones
intermedios dentro de esos géneros; en el reino mineral, gases, metales, halógenos, etc.; en
el reino vegetal, plantas briofitas (antóceros, musgos, hepáticas), cormofitas (pteridofitas,
espermatofitas), etc.; en el reino animal, aves, mamíferos, reptiles, anfibios, peces, etc. Por
último, han descubierto que existen además otros “planos” en las especies y los géneros, que
requieren ser investigados separadamente, y eso ha generado las diversas disciplinas que los
abordan: matemáticas, física, química, botánica, biología, geología, cosmología (la antigua
astronomía), climatología, arqueología, etc., que a su vez se dividen en subdisciplinas más
especializadas. Incluso el estudio del hombre ha dado origen a diversas ciencias: biología
humana, anatomía, fisiología, histología, neurología, psicología, antropología cultural, etc.
Lo mismo ha hecho por su parte la filosofía, organizándose en diversas áreas de investi-
gación: ontología, metafísica, lógica, antropología, epistemología, ética, teología racional, etc.
De esta manera, el saber humano se ha ido constituyendo en una “réplica” cada vez
más aproximada de la realidad, y aunque el camino que aún le resta por recorrer es muy
largo, y quizás no tenga término, el que ha recorrido hasta ahora constituye una hazaña
portentosa, que confirma el carácter potencial ilimitado de nuestra inteligencia.

La filosofía y la ciencia

Este punto lo revisamos anteriormente, pero no considero fuera de lugar reconsiderarlo,


pues es el remate lógico de este análisis.
Los antiguos se preguntaban “¿Qué es la filosofía?”, y la entendían como el intento hu-
mano de descifrar la realidad, para lograr un saber cierto, estable y universal, contrapuesto

456
Sebastián Burr

al saber vulgar, basado en la mera “opinión”, y sometido a los vaivenes de la percepción


sensorial y de los modelos explicativos instaurados por las diversas culturas.
Ni los griegos, ni los latinos, ni los musulmanes ni los escolásticos medievales se
planteaban siquiera la distinción modernista entre ciencia y filosofía, como si se tratara de
dos órdenes distintos del saber. Todavía en el siglo XVII, incluso fuera de la escolástica,
subsistía la misma visión unitaria. Bacon, Galileo, Descartes, Newton, etc., hablaban de
filosofía cuando exponían sus teorías científicas sobre el mundo físico.
Llegó el modernismo, que no sólo perpetró una disectomía epistemológica, sino que
despedazó la ciencia en múltiples islotes inconexos, y decretó que lo mejor de la filosofía
—la metafísica— era un saber irreal, y por lo tanto inútil. Acto seguido celebró el “fu-
neral” de la metafísica, y puso una pesada lápida sobre su sepultura, creyendo así que la
había “enterrado” definitivamente.
Pero dos siglos después, a partir del siglo XX, su propio ícono, la ciencia empírica,
empezó a levantar esa lápida a través de su disciplina mayor, la física, y a descubrir cada
vez más que el cosmos es un solo y gran sistema integrado, detrás del cual se atisba un
absoluto metafísico, un origen superior y supremo, que parece convertir el universo en un
designio inconmensurablemente inteligente de una voluntad creadora.
Ese creciente hallazgo está invitando a la ciencia y a la filosofía a recuperar su ca-
rácter unitario, que nunca debió ser quebrantado por el modernismo, y a enfrentar en
una misma empresa las nuevas investigaciones que demanda el desafío perpetuo del
conocimiento, de manera de integrar en una sola cosmovisión lo físico y lo metafísico,
lo moral y lo ético.

El “proyecto mayor” del materialismo científico: la futura humanidad artificial.

Afirmé poco antes que el científicismo materialista está perdiendo su hegemonía entre los
mismos científicos. Eso se constata sobre todo en las áreas más avanzadas de la ciencia con-
temporánea: los últimos descubrimientos alcanzados allí están induciendo a un creciente
número de especialistas a cuestionar los dogmas del materialismo empírico, y a admitir la
posibilidad de que el universo sea obra de una Inteligencia creadora e intencional situada
por encima de la materia.
Sin embargo, eso no significa que el cientificismo se esté batiendo en retirada, ni mucho
menos. El paradigma cientificista es una visión teórica, pero ha generado y sigue generando
un poder visible y activo, que se está convirtiendo cada vez más en el conductor protagóni-
co de las actividades humanas. Ese poder es la tecnología. Y aunque el avance tecnológico
es moralmente neutro, pues puede ser usado para bien o para mal, ha sido confiscado por
el progresismo materialista, que lo ha puesto al servicio de su propio designio: modelar
tecnológicamente el futuro humano, hasta que no quede nada que escape a su control. Y
ese control implica eliminar definitivamente del escenario toda instancia moral y todos los
requerimientos del espíritu.
Basta observar la creciente proliferación de nuevos artilugios y sistemas tecnológicos, y
su aceptación y consumo casi automáticos por grandes sectores de la población mundial, para
apreciar el éxito arrollador de la marejada tecnocrática. Pero la producción multiplicada de ar-
tefactos y su colocación en el mercado no marcan el límite del designio progresista. Su propia
lógica —para la cual sólo existe la materia— lo impele a ir más allá, y su próximo objetivo
es ahora la naturaleza humana en sí misma. Así, una corriente de científicos y tecnólogos está

457
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

actualmente embarcada en un proyecto que puede considerarse el más revolucionario, y al


mismo tiempo el más espeluznante acometido hasta hoy por el progresismo materialista: el
de crear mediante la tecnología nuevos tipos de seres inteligentes, radicalmente distintos a los
humanos, y absolutamente moldeables por sus mismos procedimientos.
Ese proyecto se sustenta en los colosales avances logrados por una serie de especialida-
des tecnológicas: la computación, la informática, la cibernética, la electrónica molecular, la
ingeniería de materiales, la nanotecnología, la ingeniería genética, la ingeniería biónica, la
biomedicina, la biotecnología, etc., pero sobre todo en los desarrollos aun más espectaculares
que se prevén en el futuro inmediato, y en la creciente integración interactiva de todas esas
disciplinas, que las potencia recíprocamente y las convierte en homólogas unas de otras.
Algunos ejemplos nos permitirán apreciar la magnitud de estos avances.
El primer procesador (1871) tenía 2.250 transistores; el actual Pentium 4 tiene 42
millones (casi dos millones por ciento de incremento). La velocidad de operación com-
putacional ha aumentado de 4,77 megahertz a 2,8 gigahertz (unas 587 veces). La capa-
cidad operativa ha crecido de 1 MIPS (un millón de instrucciones por segundo) a 1.000
MIPS; y se calcula que a mediados del siglo XXI alcanzará el millón de MIPS. Según
Thomas Sturm, profesor del departamento de Ciencias de la Computación y Métodos Cuan-
titativos de la Universidad de St. Thomas, la capacidad de cómputo actual es un trillón de
veces mayor que la lograda en 1880.
En 1990, los cientìficos Raymond Kurzweil y Hans Moravec anunciaron que en el siglo
XXI los computadores nos superarán intelectualmente, serán mucho más creativos, e incluso
capaces de experimentar profundas “emociones”, y que por lo tanto usurparán el lugar privi-
legiado del ser humano como el “producto más elevado de la evolución”.
Por su parte, Gordon Moore, uno de los inventores de los circuitos integrados, pronos-
ticó a mediados del siglo XX que la capacidad de cálculo computacional se duplicaría cada
2 años. Esa tendencia acelerada fue denominada “ley de Moore”, y está reconocida actual-
mente por todos los tecnólogos.
En cuanto a Hans Moravec —investigador del Instituto Robótico de la Universidad de Car-
negie Mellon, EE.UU.—, sostiene que a mediados del siglo XXI habrá computadores capaces
de ejecutar por lo menos 100 billones de instrucciones por segundo, lo cual permitirá fabricar
robots con las mismas capacidades de percepción, cognición y razonamiento de los seres huma-
nos. Tras sucesivos mejoramientos, se logrará fabricar en este mismo siglo robots “de cuarta ge-
neración”, cuya inteligencia superará la del hombre. Moravec agrega que serán trabajadores di-
ligentes, baratos, y que en adelante se harán cargo de casi todos los descubrimientos científicos.
Las predicciones de Raymond Kurzweil, investigador del Massachusetts Institute of
Tecnology (MIT) son similares a las de Moravec, y en uno de sus escritos (1999) alcanzan
proporciones planetarias:
“… hacia el año 2030 un ordenador personal estará en condiciones de simular el poder
cerebral de un pueblo pequeño; en el 2048, el de toda la población de Estados Unidos; y en
el 2060, el de un billón de cerebros humanos…, hacia el año 2099, un centavo de dólar de
informática tendrá una capacidad de computación mil millones de veces superior a la de
todos los seres humanos de la tierra”.
A este pasmoso desarrollo de las tecnologías de la información se suma un progreso
similar de las tecnologías genéticas (biomedicina, biotecnología, ingeniería biónica, elec-
trónica molecular, nanotecnología, técnicas de clonación, etc.), y como ya se mencionó, su
integración interactiva con las primeras. Al respecto dice el científico Manuel Castells: “…
también incluyo en el reino de las tecnologías de la información a la ingeniería genética y

458
Sebastián Burr

su creciente conjunto de descubrimientos y aplicaciones. Esto es, primero, porque la in-


geniería genética se ha concentrado en la decodificación, manipulación, y eventual repro-
gramación de los códigos de información de la materia viviente. Pero también porque, en
los 90s, la biología, la electrónica y la informática parecían estar convergiendo e interac-
tuando en sus aplicaciones y en sus materiales y, fundamentalmente, en su aproximación
conceptual”.
Y Freman Dyson escribió en 1999: “… la máquina auto-reproductiva estará hecha tanto
de genes como de enzimas, mientras que el cerebro o los músculos de la ingeniería genética
también tendrán circuitos integrados y motores eléctricos”.
Basándose en los mencionados avances, cálculos y predicciones, los tecnólogos que
propugnan estos cambios anuncian la pronta irrupción (en este siglo) de tres nuevos tipos de
seres inteligentes:
1. Los cyborgs (hombres-máquinas). Se generarían por la implantación progresiva de
prótesis mecánicas en el cuerpo humano, que irían sustituyendo cada vez más sus órganos,
componentes y funciones naturales. El término cyborg está formado por dos raíces: cyb (de
cibernética) y org (de organismo). Hasta ahora las prótesis han reemplazado ciertas partes
funcionales del cuerpo, no órganos completos.
Los tecnólogos de la “humanidad artificial” predicen una implantación acelerada de
prótesis, de segunda y tercera generación, en un número cada vez mayor de seres humanos.
Pero no ya sólo con propósitos curativos, correctivos o estéticos, sino sobre todo con un
objetivo completamente inédito: “potenciar” progresivamente las capacidades naturales del
cuerpo y del cerebro, e incluso generar capacidades completamente nuevas, cuyos alcances
son imposibles de predecir.
Las prótesis irían reemplazando rápidamente los componentes biológicos de nuestro
cuerpo, y transformándolo en un sistema cada vez más mecánico. A medida que eso ocurriera,
se iría configurando un cyborg propiamente tal (análogo a Robocop, el personaje cinemato-
gráfico de ciencia-ficción), que conservaría sin embargo el cerebro, y por lo tanto la función
humana esencial: el entendimiento.
El proceso culminaría en la sustitución de todos los componentes del cuerpo por prótesis,
y generaría un tipo completamente nuevo de ser inteligente, que prácticamente no sería huma-
no. Pero antes de describir en qué consistiría este “artefacto”, veamos el segundo tipo de vida
inteligente predicho por los tecnólogos.
2. Los androides. Llamados también “autómatas antropomorfos inteligentes” (AAI). Se
constituirían por la simbiosis de componentes biológicos y mecánicos a nivel “genético”, o
“microbiológico”. Sin embargo, a diferencia de los cyborgs, su inteligencia sería completa-
mente artificial. En cuanto a su apariencia exterior, podrían ser indistinguibles de un ser hu-
mano, e incluso más hermosos que muchos de ellos. En todo caso, sus capacidades operativas
serían incomparablemente mayores que las humanas.
3. Los posthumanos. Implicarían la eliminación total del cuerpo, incluso del cerebro, y
serían producidos mediante la extracción de las capacidades operativas cerebrales (considera-
das como software, es decir, como programa virtual) y su implantación en un artefacto com-
pletamente mecánico, que se constituiría así en una máquina dotada de inteligencia humana,
pero una inteligencia tecnológicamente potenciada a un grado superlativamente mayor.
En cualquiera de estas tres opciones, los resultados, según sus promotores, serían
espectaculares.
La inteligencia experimentaría un ascenso de nivel sin precedentes, hasta desarrollar in-
cluso capacidades desconocidas e inimaginables.

459
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Los cuerpos, gracias a su diseño tecnológico, serían artefactos mecánicos de alta preci-
sión, dotados de capacidades operativas superiores, muchas de ellas inéditas. No necesita-
rían alimentarse, no padecerían enfermedades, serían enormemente eficientes, podrían tra-
bajar de manera continua (no requerirían dormir ni descansar), y resistirían las más adversas
condiciones ambientales. El desgaste o deterioro de sus piezas mecánicas sería corregido
fácilmente mediante piezas de repuesto, de modo que podrían vivir indefinidamente (una
especie de inmortalidad física).
En resumen, algo así como la creación tecnológica del Superhombre soñado por Nietzsche.
Hans Moravec describe así el trasplante del sistema operativo del cerebro a un artefac-
to mecánico: “… en un paso final y desorientador, el cirujano saca su mano de la cavidad
craneana. El cuerpo súbitamente abandonado tiene un espasmo y muere. Por un momento
permanecemos en silencio y en la oscuridad. Luego abrimos los ojos, nuestra perspectiva ha
cambiado. La simulación de la computadora ha sido desconectada del cable que va a las ma-
nos del cirujano y conectada al nuevo cuerpo fabricado con los materiales, acabados colores
y estilos que nosotros mismos hemos elegido previamente. La metamorfosis está completa”.
Las siguientes formulaciones de algunos destacados propulsores de este proyecto permi-
ten completar una visión de conjunto al respecto.
Marvin Minsky, uno de los fundadores de la “inteligencia artificial”: “Hasta ahora he-
mos tendido a vernos como producto final de la evolución, pero la evolución no ha cesado.
La verdad es que ahora estamos evolucionando más rápidamente aún que por el lento proce-
dimiento darwinista. Ya es hora de que empecemos a pensar en nuestras nuevas identidades,
que están aflorando… ¿Significa eso que seremos reemplazados por máquinas? No tiene
sentido esa distinción, creo lo mismo que Moravec, quien propone que consideremos a las
máquinas inteligentes del futuro como nuestros propios hijos mentales”. Por último, respec-
to al sentido ético del proyecto, declara lo siguiente: “No creo que sea bueno pedirles a los
científicos que entiendan las consecuencias de su trabajo, porque no pueden. Pasan todo su
tiempo pensando en su trabajo, así que no piensan en la ética o en las consecuencias”.
José Cordeiro (estudió ingeniería en el MIT, ciencias económicas en la Universidad de
Georgetown y finanzas en INSEAD, Francia. Trabajó en la NASA, y es autor de varios libros
sobre el futuro de Latinoamérica): “El monopolio de la Humanidad como la única forma de
vida consciente en el planeta pronto llegará a su fin, reemplazado por un gran número de
reencarnaciones posthumanas”. “…nuestras especies van a continuar cambiando… me-
diante una nueva, rápida y dirigida evolución tecnológica”. “En la actualidad muchas fron-
teras ya son confusas. Las fronteras entre el nacimiento y la muerte, entre lo virtual y lo real,
entre la moralidad y la inmoralidad, entre lo verdadero y lo falso, entre mundos interiores
y mundos exteriores, entre el yo y el “no” yo, entre la vida y la “no” vida, incluso entre lo
natural y lo “no” natural”.
Bart Kosko, teórico en lógica: “La biología no es el destino. Nunca ha sido más que
una tendencia. Ha sido solamente una primera rápida y sucia forma en que la naturaleza ha
computado con carne. Los chips son el destino”.
David Zindell, escritor norteamericano: “¿Qué es un ser humano, entonces? Una semi-
lla. ¿Una semilla? Una bellota que no tiene miedo de autodestruirse a sí misma creciendo
en un árbol”.
Transcribo por último la Declaración Transhumanista, que enuncia los postulados y obje-
tivos fundamentales de esa corriente (al menos para la opinión pública internacional):

460
Sebastián Burr

Declaración Transhumanista:

1. En el futuro, la Humanidad será cambiada de forma radical por la tecnología. Pre-


vemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales
como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos
y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al
planeta Tierra.
2. La investigación sistemática debe enfocarse de acuerdo a esos desarrollos venideros
y sus consecuencias a largo plazo.
3. Los transhumanistas creemos que siendo generalmente abiertos y aceptando las nue-
vas tecnologías disponemos de mejor oportunidad de volverlas en nuestro provecho
que si intentamos condenarlas o prohibirlas.
4. Los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que deseen utilizar la
tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control
sobre sus propias vidas, Buscamos crecimiento personal más allá de nuestras actuales
limitaciones biológicas.
5. De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tec-
nológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios
a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte,
también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre
o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas.
6. Necesitamos crear foros donde la gente pueda debatir racionalmente qué debe hacer-
se, y un orden social en el que las decisiones serias puedan llevarse a cabo.

Estas son, en líneas generales, las expectativas que proclaman, a muy corto plazo, los profetas
de la humanidad artificial. Y las proclaman como siempre lo han hecho los profetas, incluso
los de los peores totalitarismos: en nombre del bien humano.
Sin embargo, como siempre ocurre con los proyectos teóricos (ya vimos lo que ocurrió
con la Revolución Industrial), estas profecías dejan fuera del escenario grandes zonas de
la vida real, y eluden enfrentar los múltiples conflictos y trastornos que podría generar el
intento de concretarlas en el mundo a nivel masivo. Más aún, dada su óptica absolutamente
materialista, descartan de plano un factor que puede jugar un papel decisivo en esta aventura
tecnológica: el carácter espiritual del hombre, que le hará imposible “adaptarse” a las meta-
morfosis planeadas por el neodarwinismo tecnológico. De esta manera, el proyecto posthu-
manista, en la medida en que pretenda producir esos “seres superiores” artificiales, podría
enfrentar una guerra frontal con el espíritu humano.
Pensar que el hombre es sólo inteligencia y no también intuición espiritual, y que su
capacidad intelectual es un mero software operativo, análogo al de un computador, implica
desconocer por completo la naturaleza humana. El hombre es por esencia inteligente, pero
su esencia última es ser un yo, una persona, dotada de una gigantesca capacidad de síntesis,
que ensambla su propia biografía con el escenario contextual en que transcurre su vida y con
el gran escenario del mundo e incluso del universo. Y la evidencia más directa del yo es la
autoconciencia, gracias a la cual puede conocerse y poseerse a sí mismo, y luego actuar igual-
mente para sí mismo, proponiéndose fines propios y obrando intencionalmente para lograrlos,
a fin de configurarse un destino personal. Además, la inteligencia humana no sólo procesa

461
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

datos para extraer de ahí nuevos datos (eso es lo que hace un computador), sino que funciona
siempre al servicio del yo, de la vida propia de la persona, cuyo impulso de fondo es el deseo
de ser feliz. Y ese impulso es gobernado por otra facultad humana imposible de fabricar tec-
nológicamente, porque es inmaterial: la voluntad. Esa configuración metafísica y operativa
hace de cada ser humano un ser único e irrepetible, como lo ha confirmado el mismo ADN, y
le confiere a cada uno una absoluta dignidad.
A mayor abundamiento, la autoconciencia no sólo nos permite pensar, sino además ana-
lizar críticamente lo que pensamos, sobre todo en sus significados morales y éticos. Es capaz
de evaluar valóricamente nuestros pensamientos, deseos y acciones, y de enmendarlos de mil
maneras en virtud de consideraciones intencionales que varían de acuerdo a circunstancias
aleatorias y exógeneas. ¿Acaso esos científicos de la cibernética pretenden que los androides
del futuro serán capaces de procesar los billones o trillones de datos que albergarán en sus
memorias, y los que seguirán ingresando ahí día a día, con la múltiple y diferenciada intencio-
nalidad valórica —teórica y práctica, moral y ética, afectiva y emocional, estética y creativa,
pragmática y trascendente, etc.— con que cada ser humano procesa todo lo que conoce, todo
lo que ingresa en su conciencia y en su inconsciente, y lo convierte en una disyuntiva de bien
o de mal exclusiva para sí mismo, para su propia vida personal, tanto heterónoma como au-
tónoma? ¿Qué cada una de esas “inteligencias artificiales” podrá tener una identidad propia,
distinta a la de todas las demás, y por lo tanto un temperamento y una sensibilidad también
únicas, como ocurre con cada individuo del género humano?
Ninguno de los propulsores del “posthumanismo” explica cómo pueden producirse en
las “inteligencias artificiales” (androides) la autoconciencia, la voluntad, la intuición, la ex-
periencia moral y ética, y por lo tanto un yo personal, dotado además de la capacidad y de
la necesidad de interactuar socialmente. Aseguran que lo lograrán mediante el aumento ex-
ponencial de su capacidad de procesamiento de datos, y el aumento también exponencial de
su velocidad operativa. Sin embargo, por muy colosales que sean tales incrementos, no se ve
cómo pueden dar el salto “cuántico” de sobrepasar su propia naturaleza funcional, puramen-
te mecánica, y por lo tanto intrínsecamente privada de autoconciencia. ¿En qué momento
portentoso se produciría esa “transposición” o “mutación” hacia la dimensión espiritual,
intencional y capaz de síntesis universal, que es el fundamento ontológico de la dignidad hu-
mana? ¿Cuando su velocidad alcance los 100 gigahertz, los 200 o los 300? ¿Cómo puede
la velocidad crear autoconciencia? ¿O cuando su capacidad aumente también a 100, 200
o 300 millones de MIPS? En ese caso, toda la materia inanimada tendría autoconciencia,
pues la cantidad de instrucciones mecánicas que emite por segundo es prácticamente in-
conmensurable. En otras palabras, no se ve cómo una “inteligencia artificial” puede consti-
tuirse simultáneamente en sujeto y objeto de sí misma, desdoblarse en un sujeto que piensa y
otro que observa ese pensamiento, y que a su vez también piensa. Tampoco se explica cómo
una de esas funciones podría tener prevalencia sobre la otra, cuando no podrían percibir las
categorías valóricas trascendentes, cuyo sentido ni siquiera les sería posible conocer, puesto
que serían artefactos puramente materiales, y la génesis de dicho sentido es exclusivamente
espiritual. Y la creación tecnológica de un segundo sujeto tampoco resolvería el problema,
pues se trataría también de un artefacto mecánico sin autoconciencia, que requeriría un tercer
artefacto, y así hasta el infinito. En definitiva, la autoconciencia sólo es posible en un ser vivo
inmaterial, en un espíritu, y la pretendida inteligencia artificial no pasa de ser una quimera
cientificista. Pero los intentos de concretar esa quimera pueden causar al hombre y a las so-
ciedades del futuro daños muchos mayores que los que hoy revelan los índices de patologías
mentales, y aún más difíciles de revertir.

462
Sebastián Burr

En cuanto a los cyborgs y a los posthumanos, que conservarían una inteligencia humana,
surgen otros problemas igualmente arduos, tampoco abordados por los posthumanistas.
Los cyborgs, como ya se mencionó, plantean la pregunta fundamental de los límites.
¿Hasta dónde la implantación de prótesis permitiría una vida realmente humana, aunque esas
prótesis incrementaran notablemente nuestras capacidades operativas? ¿Cuál sería la frontera
exacta más allá de la cual un cyborg dejaría de ser humano?
Pero el caso más cuestionable es el de los posthumanos, al punto que a mi juicio es una
pretensión imposible. Como ya dijimos, implicaría la eliminación total del cuerpo, incluso
del cerebro, y el trasplante del software cerebral a un artefacto mecánico artificial, que podría
tener o no tener apariencia humana. ¿Pero cómo se llevaría a cabo ese trasplante? ¿Cómo es
posible extraer tecnológicamente los “programas operativos” del cerebro, puesto que esos
programas son inmateriales? Pero aun suponiendo que eso pudiera lograrse, ¿cómo se
conectarían esos programas con la red de sistemas y componentes mecánicos que reem-
plazaría al cuerpo? ¿Cómo se lograría que ese artefacto tuviera no sólo sensaciones ex-
ternas (vista, oído, tacto, olfato, etc.), sino también sensaciones internas (agrado, placer,
satisfacción, etc.), sin las cuales no es concebible ningún tipo de vida inteligente? ¿Y
cómo podría tener “emociones” y “sentimientos”, como pretenden entre otros Raymond
Kurzweil y Hans Moravec? Es evidente que esa “inteligencia trasplantada” no podría tener
ninguna de esas experiencias, puesto que la inteligencia es un sistema operativo no físico,
y las sensaciones, emociones y sentimientos son psicosomáticos (registrados u origina-
dos por la psiquis, pero experimentados en el cuerpo, es decir, en un sistema biológico).
Más aún, ¿lograrían esas inteligencias humanas trasplantadas sobrevivir al horror de ha-
bitar un cuerpo mecánico, por muy extraordinarias que pudieran sus capacidades operativas?
Suspendamos por un momento estas preguntas, para revisar cómo otros científicos
de vanguardia, completamente al tanto de los avances logrados por la tecnología de la
información y las tecnologías genéticas, hacen sus propias objeciones a la pretensión de
crear inteligencias artificiales:
El físico Roger Penrose dice que las nuevas generaciones de computadoras “nunca serán
capaces de lograr la comprensión, inteligencia o discernimiento auténticos”.
John Searle afirma que los estados mentales sólo pueden ser producidos por un sistema
vivo, y que las computadoras no pueden tenerlos, pues sólo poseen un sustrato electromecá-
nico. Por lo tanto, es injustificable considerarlas inteligentes.
Hubert Dreyfus escribe: “Nuestra inteligencia no sólo consiste en lo que sabemos, sino
también en lo que somos; el funcionamiento de los ordenadores es secuencial, y el proceso del
pensamiento es continuo; por lo que no podemos comunicarnos con ellos, porque no compar-
ten nuestro contexto”. Y sostiene que las características esenciales de la experiencia humana
no pueden ser captadas por modelos mecánicos como las inteligencias artificiales, porque son
somáticas, y se originan en tradiciones y códigos sociales sin expresión verbal.
Incluso Terry Winograd, uno de los grandes pioneros de la inteligencia artificial (IA),
piensa que la visión de la mente humana que sustenta las teorías sobre la IA es “vacía e in-
apropiada”. Dice que el problema no radica en “el desarrollo insuficiente de la tecnología”,
sino “en lo inadecuado de sus principios básicos”. “El concepto de sistema simbólico en sí
es propiamente lingüístico, y lo que los investigadores desarrollan en sus programas es en
realidad un modelo de argumento verbal, y no del funcionamiento del cerebro”.
Una de las más severas críticas científicas a la IA es que las máquinas carecen de inten-
cionalidad. L. Suchman señala que existe una diferencia esencial entre acción intencional y
acción planeada, y que tanto en el cognitivismo como en la IA se confunden por completo

463
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

ambos planos. Para el cognitivismo, entender el comportamiento significa descubrir el plan


subyacente a cada acción, la lógica interna que orienta cada acto de conducta, es decir, la pro-
gramación, que supone definición de fines, elección de medios y consecución de objetivos. Sin
embargo, dice, el comportamiento humano es esencialmente impreciso, abierto e indetermina-
do. El cognitivismo acepta la vaguedad e indeterminación del comportamiento humano, pero
las considera un defecto que debe ser superado aumentando la precisión del plan. En definitiva,
el comportamiento humano es intencional, pero no necesariamente planificado, y tampoco
como debería ser idealmente. De esta manera, concluye Suchman, la planificación de los com-
portamientos de la IA, mediante reglas y algoritmos, no puede conferirles carácter intencional.
Joseph Weizenbaum, otro de los grandes investigadores de la informática y la cibernéti-
ca, es igualmente crítico del proyecto posthumanista. “Las computadoras y los hombres no
son especies del mismo género, y por lo tanto supone una precipitada antropomorfización de
la computadora la que hacen los partidarios de la IA cuando preguntan cuánta inteligencia
es posible otorgarle a un ordenador”. Y señala que aceptar la metáfora de la computadora
como descripción adecuada de nosotros mismos y de nuestras instituciones sociales, corre el
riesgo de asignar cualidades esencialmente humanas —dignidad, amor, confianza, etc.— a
artefactos que no pueden tenerlas.
Vemos así cómo científicos de primer nivel están poniendo en tela de juicio, no sólo las
presunciones teóricas y los objetivos del posthumanismo, sino incluso las posibilidades técni-
cas de que puedan concretarse en resultados reales.
Ahora bien, supuesto que tales objetivos pudieran lograrse, ¿cuál sería el ámbito
de experiencias posible para esos posthumanos? ¿El placer? ¿La “satisfacción” de ser
mucho más inteligentes y eficientes que los simples humanos? ¿O hacerse periódica-
mente prolijas “revisiones técnicas” para cambiar sus componentes mecánicos por otros
más modernos, y con garantía de funcionamiento por muchos años? En último término,
¿para qué vivirían? ¿Para cumplir indefinidamente un monótono ciclo de experiencias
empíricas sin ningún sentido de vida humana, en el que les estarían vedadas todas las ex-
periencias trascendentes a las que siempre ha aspirado y tenido acceso el género humano
(amorosas, épicas, místicas, religiosas, etc.), y que constituyen sus impulsos y requeri-
mientos esenciales? ¿Conservarían esos posthumanos el anhelo de la felicidad? Y si lo
conservaran, ¿cómo podrían cumplirlo, puesto que ese anhelo no tiene límites, a menos
que el “trasplante” lograra también reducirlo y “ajustarlo” al marco de experiencias pura-
mente empíricas que les fijaría su nueva condición?
Por otra parte, ¿cuál sería la función que asumirían? ¿La de trabajadores superiores,
al servicio de los humanos tradicionales? ¿O al contrario —lo que sería más lógico, dada
su abrumadora “superioridad”—, la de dirigentes del mundo, o incluso la de dirigentes
totalitarios? Y en ese caso, ¿cómo se repartirían entre ellos el consiguiente poder político
que adquirirían?
En realidad, las preguntas que detona este proyecto tecnológico no tienen fin. Por
añadidura, ninguno de los posthumanistas aborda la inconmensurable cantidad de tras-
tornos de todo orden que el cumplimiento de su proyecto generaría en los seres humanos
reales y en toda la sociedad. Simplemente, consideran que no es asunto suyo, y no se
hacen responsables. Así ha ocurrido en la historia de Occidente con muchos gobernantes
y muchos ideólogos, que se han lavado las manos ante los grandes desastres humanos y
sociales que han provocado respectivamente sus manejos políticos y sus ideas.
En resumen, estamos posiblemente a las puertas de la más escalofriante aventura emprendi-
da hasta hoy por el progresismo materialista. Desgraciadamente, pese a ser una ínfima minoría,

464
Sebastián Burr

los propulsores de la humanidad artificial están adquiriendo un creciente poder, respaldado


por un poder financiero que pretende lo mismo de siempre: beneficios económicos fuera de
toda norma de rentabilidad. Y ese poder activo contrasta en grado abismante con la pasividad
con que el resto de la población del mundo contempla el avance de sus designios, y con su
aparente incapacidad de oponerse a ellos. Una actitud fatalista que se resigna a esperar “lo
que venga”, y en la que incluso se mezcla la esperanza de que “no sea tan malo”, o aun de que
quizás “será mejor”. Por último, es posible que muchos no se preocupen demasiado, porque
“no vivirán para verlo”. Pero sí lo verán sus hijos.
El asunto crucial, sin embargo, es si esa aventura podrá prosperar. A mi juicio, no po-
drá crear la “vida superior” pronosticada por sus propulsores. Pero probablemente generará
todo tipo de intentos y experimentos (algunos tal vez horripilantes), que quizás producirán
simulacros de ese tipo de vida, y asimismo ofertas de mercado que trastocarán aún más la ya
distorsionada percepción de lo humano difundida en nuestro tiempo.
Agreguemos por último otras preguntas, de las que tampoco se hacen cargo los promoto-
res del proyecto. ¿Qué pasaría con los pobres, que conforman la mayoría de la población del
mundo, y que no tendrían recursos económicos para “pagar” metamorfosis tecnológicas? ¿Se
los dejaría fuera de la “nueva humanidad”, o serían desechados como residuos inservibles de
la “evolución tecnológica del hombre”? ¿Qué pasaría con los requerimientos morales, intrín-
secos a la naturaleza humana? ¿Qué pasaría con la religiosidad, en un mundo en el que el 90%
de las personas que lo habitan creen en Dios? ¿Qué pasaría con tantas otras circunstancias
humanas, con tantos conflictos de todo orden, hasta ahora no resueltos? Las preguntas son
muchas más, y lo único que parecen responder los profetas de la humanidad artificial es que
todo se ajustaría por sí mismo, cualesquiera fueran los trastornos “transitorios” que provocara
el proceso. Es como si se atuvieran a la máxima enunciada tiempo atrás por un científico tam-
bién cientificista: “Lo haremos porque podemos hacerlo”.
Parecería que nosotros, los chilenos, estamos inermes ante esta nueva e inminente ame-
naza “progresista”, que se fragua y maneja muy lejos de nuestro país. Pero al menos podemos
tomar conciencia moral de que se trata del proyecto más contra natura urdido por el cientifi-
cismo materialista, y evitar contaminarnos con sus falsos postulados y promesas, y también
con sus ofertas, que pueden empezar a aparecer en el mercado antes de lo previsto. El combate
de lo humano contra lo inhumano se librará en otros escenarios. Y espero en Dios que final-
mente triunfe la cordura sobre la demencia.

465
Capítulo VII
¿Para qué el orden político?

¿Qué es en resumidas cuentas el orden político? ¿Es un ámbito cambiante, esencialmente uti-
litario y de lucha exclusiva por el poder, meramente contingente y relativista, cuyos objetivos,
rumbos y organización pueden ser establecidos al propio arbitrio de cada conglomerado social
en cada época, o por cada cultura? ¿O, por el contrario, posee fundamentos intrínsecos, que se
sitúan por encima de las modas ideológicas, y por los cuales debe regirse para llegar a ser un
orden verdaderamente humano, democrático, justo, libertario, en el que todos puedan lograr
por igual un desarrollo amplio e integral?
Quiero hacer presente una vez más la diferencia que este libro establece entre la política
y lo político. Anteriormente quedaron señaladas las disparidades entre ambas definiciones. Y
este libro se preocupa principalmente de lo político.
La crisis de los regímenes políticos modernos nos enfrenta a la necesidad de plantearnos
interrogantes como éstas, y resolverlas en todos sus alcances y consecuencias. Y nos exige
asimismo, si queremos ser responsables del mundo en que vivimos, elaborar una síntesis po-
lítico-integradora que apunte a conciliar en un todo unitario, orgánico y plenamente funcional
todas las expresiones de la vida del hombre en cuanto persona y en cuanto copartícipe activo
en el entramado social, y remediar sus graves contradicciones y carencias. Necesitamos, en
suma, una filosofía política coherente y esclarecedora, que nos señale para qué, hacia dónde y
de qué manera debemos orientar nuestro quehacer político presente y futuro.
El punto de partida más idóneo en el estudio del orden político es precisamente el con-
cepto de orden. Una definición clásica al respecto, que considero plenamente válida, es la
siguiente: “Orden es la adecuada disposición de las partes de una cosa respecto del todo, y
de las partes y del todo respecto a un fin”. Creo que para apreciar esta definición en todos sus
alcances es necesario haber asumido previamente la condición antropológica y social del ser
humano que ya revisamos anteriormente.
Tenemos entonces que el orden se constituye mediante la concurrencia de dos requisitos:
una estructura —un todo complejo compuesto de partes—, y una coherencia finalística —la
subordinación de las partes al todo y del todo a un fin.
El entendimiento humano está abierto a cuatro grandes órdenes de la realidad:
El orden físico y metafísico451 o trascendente.

451 Comprende los seres inanimados y vivos del universo material, las esencias inmateriales y el plano trascendente de la Causa
Primera. Este último orden es objetivo y autónomo, y el entendimiento se relaciona con él mediante actividades cognoscitivas,
de descubrimiento y contemplación exclusiva de la verdad. Es el ámbito de las ciencias puras y de la filosofía especulativa.

467
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El orden lógico452.
El orden práctico453.
El orden ético (social) y moral (de la persona) 454, que corresponden a las dos dimensio-
nes en que el ser humano desarrolla su vida. De la primera se derivan la ética económica455
y la ética política.
Evidentemente, la ética política tiene como escenario el orden institucional, y por objeti-
vo el bien común. Se trata de un ámbito de acción nítida y categóricamente diferenciado del
orden económico. Pues examina las acciones de la comunidad y de cada uno de sus miembros
como un metabolismo moral e interactuante, y detecta las que se deben concretar para que
cada uno de los individuos que la componen pueda disponer de lo que necesita para alcanzar
su pleno desarrollo humano.
Estamos ante una visión integradora, que, reconociendo la plena validez del orden eco-
nómico, y permitiendo asimismo acoger en toda su magnitud las dimensiones marcadamente
sociales que ha cobrado en nuestro tiempo, reserva para el orden político un más alto nivel de
acción: el de generar instituciones y dinamismos orientados a los fines superiores del hombre,
de los cuales no quede excluido ningún individuo de la sociedad, sino que todos puedan par-
ticipar solidaria456 y proporcionalmente de las opciones que brinda.
La construcción de un orden político así concebido debe estar regulada por la filosofía
política o ética social, a la que le corresponde investigar y establecer los fundamentos teóricos
por los cuales debe configurarse. Entre esos fundamentos están la naturaleza individual y so-
cial del hombre, los diferentes tipos de organizaciones humanas, los regímenes de gobierno,
los derechos naturales, morales y positivos, los conceptos de poder y autoridad, la función de
la ley, y englobándolos a todos, el concepto de bien común.
Puesto que el fin del orden político es el hombre —su desarrollo moral y su felicidad—,
la filosofía política requiere sustentarse en todo momento en la ética práctica de la persona. En
realidad, ambas disciplinas conforman una ciencia indisoluble, pues los hombres no pueden
alcanzar su fin último sino viviendo en sociedad, y la sociedad existe para que cada hombre
pueda alcanzar su fin personal457.
Cabe ahora preguntarse si a la filosofía política le corresponde regular y regir todo lo que
acontece en la vida social. Evidentemente, la respuesta es negativa. En toda comunidad social
real se dan infinitas circunstancias contingentes, eminentemente accidentales y cambiantes,
respecto de las cuales es imposible hacer ciencia, pues la ciencia tiene como objeto propio los
hechos y realidades estables, no sujetas a alteraciones458.

452 Aquí el entendimiento se vuelca introspectivamente sobre sí mismo, para analizar sus propias operaciones y averiguar de
qué manera y con qué grado de certeza y profundidad pueden alcanzar la verdad. Ese autoexamen da origen a la filosofía
racional o estudio de la razón en sí misma, que recibe también el nombre de epistemología. Disciplina por esencia reflexiva,
la filosofía racional constituye uno de los temas predominantes del pensamiento filosófico contemporáneo.
453 Es un orden esencialmente operativo, generado por el hombre. Surge de la aplicación del entendimiento a la producción
de objetos y sistemas artificiales útiles para la conservación y desarrollo de la vida humana. En términos modernos, puede
denominarse orden tecnológico. Se alimenta fundamentalmente de los descubrimientos de las ciencias físicas.
454 Es el que el entendimiento introduce en los actos emanados de la voluntad, en cuanto esos actos se orientan a la consecución
del fin último del hombre: la felicidad. Se trata también de un orden operativo, que no se da por sí solo, sino que requiere
ser generado por el hombre mismo.
455 Regula en orden al fin último del hombre las actividades sociales tendientes a satisfacer las necesidades biológicas y mate-
riales del ser humano: alimentación, vestuario, vivienda, salud, transporte, urbanización, seguridad, bienestar físico, etc.
456 El término “solidario” se utiliza como análogo de asociado y coligado, en proporción al aporte que cada uno entrega, y no
como sinónimo de caridad.
457 El orden político debe especificar mínimamente qué es el hombre, cómo se desarrolla, y que es lo político.
458 Así por ejemplo, si los fenómenos de la materia y de la energía no estuvieran regidos por leyes fijas y que operan siempre
de la misma forma, no podrían existir las ciencias físicas.

468
Sebastián Burr

De esta manera, también el orden político está configurado por dos planos paralelos: el de
sus fines y fundamentos, cuyo estudio es propio de la filosofía política, y el de sus contingen-
cias variables, en el que no cabe aplicar a priori formulación teórica alguna.
¿Cómo puede entonces manejarse la contingencia diaria dentro de una estructura política
estable? Por medio de la prudencia459 política, que es un logro del entendimiento práctico
estrictamente individual. Sólo la prudencia puede permitir a los gobernantes y gobernados
elegir acertadamente entre las diferentes opciones que les presenta momento a momento el
acontecer político, de modo que éstas se orienten eficazmente al fin. Esto significa que el
pragmatismo de lo político tiene por objeto propio los medios, pues eso son precisamente las
contingencias políticas: medios alternativos, más aptos o menos aptos para conseguir el fin.
El orden político ofrece así, además del vasto campo de la reflexión filosófica, un ilimita-
do espacio de aprendizaje para el desarrollo de la política práctica.
Al igual de lo que ocurre con la moral personal y la ética social, también entre la filosofía
política y la política práctica se da una estrechísima relación. El que está dedicado a la filoso-
fía política necesita estar al tanto de las experiencias de la praxis, para alimentar su reflexión
y elaborar formulaciones plenamente concordantes con la realidad. Y el político práctico, más
allá de su múltiple accionar en el plano de los medios y circunstancias contingentes, debe
regirse invariablemente por los fundamentos y fines que le señala la ética, condición indispen-
sable para que su labor contribuya eficazmente a la expansión del orden social.

El hombre, animal político.

Según Aristóteles, “el hombre es por naturaleza un animal social o político. Y si alguno no lo
fuera, sería más que un hombre o menos que un hombre”.
El argumento de Aristóteles no nos deja escapatoria. Todos los hombres nos debemos
necesariamente a lo político; prescindir de ello nos devuelve de alguna manera a la animali-
dad, o bien nos instala en una suerte de divinidad, opciones bastante irreales. Pero sin duda
Aristóteles se refiere a la relación del ciudadano con lo político, al orden de la polis, y no a la
política coyuntural, y menos a aquella del poder por el poder, que sin duda es la perversión
máxima a la que puede llegar el manejo de lo político.
Ahora bien, suponiendo que toda la ciudadanía participe activamente en lo político, aun-
que sea indirectamente, pero siempre dentro de un contexto social y de una ética de la primera
persona, ese dinamismo de autorreflexión y de “discusión” con el resto de los miembros de la
comunidad política es lo que construye y perfecciona nuestra razón y nuestra libertad. Por lo
tanto, la forma práctica en que cada ciudadano participa y se comunica con el orden político
resulta determinante para su desarrollo humano integral, para conocer los elementos constitu-
tivos de la verdad y para alcanzar una adecuada comprensión de la realidad.
En efecto, el entendimiento humano es una potencia que se expande y desarrolla prin-
cipalmente cuando el hombre vive una relación intencional activa con las cosas del mundo
y con sus semejantes dentro del conglomerado social460. La vida en sociedad aporta los con-
ceptos, que son los contenidos propios del entendimiento, sobre todo los de carácter univer-
sal, y que cobran existencia y significado a través del lenguaje. El lenguaje es esencialmente
459 Sinónimo de sabiduría. Pero no se refiere al conocimiento de las cosas complejas y sublimes, sino a la conducción de los asun-
tos humanos de un modo racional, justo, oportuno y proporcional, tomando en consideración cada contingencia de un modo
separado. Aristóteles la define como “el hábito práctico racional que concierne a lo que es bueno y malo para el hombre”.
460 El caso de algunos niños criados entre animales salvajes en la selva del Perú; todos, sin excepción, mostraban una inteli-
gencia estancada en punto cero, sin siquiera las conexiones cerebrales que hacen posible la actividad intelectiva.

469
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

una elaboración social, al extremo de que simplemente no es posible elaborar un lenguaje


privado. Todo lenguaje es público.
En el plano del pensamiento, las palabras constituyen una necesidad absoluta. No se re-
quieren para tener sensaciones y deseos ni elaborar imágenes; pero como pensar es percibir
conceptos abstractos, los representamos mediante signos convencionales que llamamos pala-
bras, y que en su conjunto conforman un idioma, un sistema concreto de lenguaje.
Existen muchos idiomas y dialectos, y cada uno posee un repertorio de palabras distinto
al de los otros, pero los significados expresados por esas distintas palabras son universales.
Así por ejemplo, existe una palabra distinta en cada idioma para designar al hombre: homme,
homo, uomo, hombre, man, etc., pero todas significan lo mismo. Lo que capta el entendi-
miento no es la palabra concreta, que varía con cada sistema lingüístico, sino el concepto,
que es casi idéntico en todos los casos.
En consecuencia, el lenguaje, por su propia naturaleza, es un instrumento social, es decir,
político, y su convencionalidad reside en los signos que lo componen, no en los conceptos
representados por esos signos, que reflejan las cosas y hacen así posible el aprendizaje cog-
noscitivo. Los conceptos no son inventos mentales; son significados extraídos de la realidad,
elaborados por el entendimiento humano del modo más representativo posible. Pero ese pro-
ceso no es espontáneo ni automático; requiere un progresivo desarrollo del entendimiento,
y ese desarrollo no se obtiene sino mediante la interacción social. De esta manera, si una
persona quiere desarrollar adecuadamente su entendimiento, debe participar activamente y en
primera persona en lo político (no confundir con la política), aunque sea, como ya se dijo, de
un modo indirecto, pues razón, lenguaje y orden político conforman un todo indisoluble, en el
que cada una de las dinámicas influye en las otras.
Se concluye entonces que el orden político es un orden natural, sustentado en la naturaleza
social y racional del hombre. Siendo así, es lógico que sea la naturaleza humana, y no las ideo-
logías o los modelos relativistas de cada época o cultura, la que le dicte sus fines y fundamentos.
Por lo tanto, lo verdaderamente nuclear en toda sociedad política es instaurar una democracia en
que a cada ciudadano le quepa una participación directa o indirectamente activa, y no meramen-
te representativa y pasiva, porque en ese caso no entra en la autorreflexión y no logra desarro-
llarse con los tiempos, a la par con el devenir democrático, y queda indefectiblemente rezagado.
En síntesis, el desarrollo del entendimiento es también político, pues está conectado con
casi todo orden de cosas y conceptos. Y como el orden político está obligado a garantizar la
libertad de emprender, la justicia, la unidad social, y debe ser una fuente objetiva y estable
de oportunidades para todos por igual, eso le exige convertirse en un promotor activo del
desarrollo del entendimiento teórico y práctico de todos y cada uno de los ciudadanos. Y para
efectos de la unidad social (análoga a la igualdad), debe promover ese desarrollo en el nivel
más alto, y bajo la modalidad de la primera persona.

Derechos humanos

La expresión “derechos humanos”, tan en boga hoy en día, es típicamente modernista. Para el
realismo filosófico, todos los derechos del hombre son humanos, sea cual sea su naturaleza.
Evita así caer en la contradicción implícita que encierra este término, pues hablar de “dere-
chos humanos” equivale a decir que hay derechos que no lo son.
Haciendo suyas con diversas terminologías estas definiciones, la filosofía realista esta-
blece dos tipos de derechos:

470
Sebastián Burr

1. Derechos naturales461. Están fundamentados en la ontología humana, en la dignidad


esencial de la persona. Son por lo tanto absolutos, anteriores a la ley, y están por encima
de ella. Toda norma legal que los desconozca, o atente contra ellos, se convierte en una
ley contra natura, y por lo tanto esencialmente injusta. La justicia, dicho sea de paso, debe
siempre prevalecer sobre la ley.
2. Derechos civiles y políticos. Son los otorgados de hecho por determinadas leyes concretas,
es decir, positivas. (Por ejemplo, el derecho de libre comercio exterior, el derecho de adopción,
el derecho de comprar moneda extranjera, etc.). No son exigibles de suyo, y la autoridad tiene
la facultad de concederlos o suprimirlos, como asimismo la de determinar las personas a las que
se les conceden y en qué condiciones, aunque siempre en consideración directa del bien común.
Algunos filósofos contemporáneos de tendencia positivista suelen negar la condición moral
ontológica del hombre, pero, contradictoriamente, aceptan la existencia de ciertos “derechos hu-
manos” como inalienables (¡!) (Bobbio, Hart, Dwarkin, Kelsen, etc.). En la misma línea se ubica
Barba, actualmente uno de los más influyentes pensadores políticos de España. Barba sostiene
que hay derechos humanos anteriores a la ley positiva, y que por lo tanto se debe luchar para
que sean reconocidos por la ley cuando ésta los desconoce. Pero agrega que esos derechos no se
fundamentan en una ontología humana, sino que sus fundamentos son relativos, con lo cual, o
los relega a una tierra de nadie, o bien deja las cosas de manera tal, que quienes determinarán en
qué consisten esos derechos serán aquellos que ostentan el poder en cada período histórico. No
se sabe para quién, cuándo y cómo serían válidos. En cambio, en el caso de fundamentarse en
la ontología humana, sobre todo en el derecho a la autonomía intelectiva y volitiva de todos por
igual, se elimina todo sesgo de arbitrariedad, y todos los ciudadanos, sin ningún tipo de discri-
minación, son sujetos per se de las mismas oportunidades, derechos y deberes.
Bobbio, por su parte, pretende explicar ese relativismo arguyendo que el fundamento de
los derechos humanos podría ser “el consenso de toda una sociedad”, con lo cual no hace otra
cosa que quitarles todo valor moral absoluto, independiente de las convenciones sociales y del
momento histórico que se esté viviendo. Por lo demás, el consenso de la sociedad equivale a una
ley positiva, aunque sea una ley no escrita, y se suele justificar bajo el concepto de democracia.
Abundando en similares planteamientos, Kelsen argumenta: “Lo que hay es la norma
positiva, y como un reflejo se puede hablar de un derecho subjetivo que va a ser positivo, pero
no hay ley natural”. Así, también esos “derechos humanos”, que pretende defender mediante
una ley positiva, terminan siendo adaptados al pensamiento o corriente política de quien con-
trola el poder en un determinado momento.
Al contrario de la arbitrariedad positivista, el realismo filosófico entrega criterios escla-
recedores que podrían sintetizarse así: la naturaleza superior del hombre es su discernimiento
moral de tipo ontológico; por lo tanto, el derecho convencional debe emanar básicamente
del derecho a desarrollarse en el plano intelectivo y volitivo bajo el contexto de la primera
persona, con el propósito esencial de contribuir al desarrollo moral de todos los miembros
del conglomerado sociopolítico. Y si bien el derecho a la vida, desde la concepción hasta la
muerte natural, está establecido como el primer derecho humano, el desarrollo intelectivo y
volitivo es el primer derecho moral, por su carácter superior, y debe ser respetado tanto como
el derecho a la vida, pues de él dependen todas las posibilidades humanas y sociales. Todas las
ideologías progresistas han prometido hacerse cargo moralmente de las cosas del mundo: de
la ecología, del orden social, de la justicia, de la libertad, del bien, de la economía, de la fra-
ternidad, de la unidad social, del trabajo, de la educación, de la familia, etc. Pero salvo ciertos
avances tecnológicos, han deteriorado la vida humana en casi todas esas mismas dimensiones.
461 Hay derechos de primera, segunda y tercera generación.

471
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Fundamento de los derechos humanos

Los derechos del hombre, o se fundan en la ontología humana, o se fundan en las circunstan-
cias históricas, culturales y políticas que afectan en cada época y lugar a los conglomerados
sociales, en cuyo caso se relega el desarrollo superior a una tierra de nadie, y los derechos se
hacen contingentes, relativos y cambiantes, es decir, se asocian con el poder, se politizan, y
pierden toda vinculación con la dignidad y libertad de la persona en cuanto tal.
Pero antes de fundamentar esa dignidad y libertad, de modo que sean respetadas en todo
ámbito y lugar y para todos por igual, hay que decir que el principio o causa de la dignidad y
libertad es la vida humana misma, considerando los elementos distintivos que muestra cada
vida individual, y que hacen de cada persona un ser único e irrepetible. Por eso debe ser
respetada desde la concepción hasta la muerte natural, sin excepción, puesto que de otro
modo ni la libertad ni la dignidad tienen sentido, sentido que es de suyo moral. Es una abierta
contradicción proclamarse defensor de los derechos humanos y simultáneamente respaldar o
promover la pena de muerte, el terrorismo contra las personas, el aborto y la eutanasia, sean
cuales sean las circunstancias. Porque la defensa de fondo es la vida misma, y la vida está por
encima de todas las circunstancias. Los derechos humanos no pueden ser aceptados por una
parte y negados por otra.
Ahora bien, como la libertad, más allá de su ejercicio extrínseco, es un dinamismo moral,
una capacidad intrínseca de comprender la realidad y desempeñarse eficaz y distintivamente
en ella, estamos ante un hecho metafísico de orden práctico. En consecuencia, el respeto a
los derechos humanos se propone a una conciencia libre, de manera que se transforme en
una actitud moral; no corresponde imponerlo jurídicamente, o por la fuerza; sólo puede darse
cuando emana de la libre voluntad de las personas. En esto es evidente que el positivismo y
la sociología confunden justicia con coacción jurídica, pues a menudo norman las conductas
humanas según las presiones sociales contingentes y no según su moralidad, al punto que a
veces una conducta se castiga no porque sea mala en sí, sino porque la presión social o po-
lítica dice que hay que castigarla. En otras palabras, es mala porque se castiga. Pero la vida,
la libertad, la justicia y la dignidad humanas tienen un valor absoluto, que escapa a cualquier
valoración contingente de la sociedad o de la ley.
El positivismo jurídico mezcla el derecho con la norma, de tal manera que sólo queda el
“derecho positivo”, según el cual los hechos y comportamientos humanos deben regirse por
el corpus legal establecido en cada país por el parlamento de turno. Esto hace que todo sea
vulnerable, porque el derecho positivo es algo que construyen los hombres dependiendo de
las épocas, cuando no tienen vínculos con la génesis moral del género humano. Cuando se
desconoce el carácter moral y ético de los derechos humanos, éstos quedan a merced de la
facticidad histórica y política, como de hecho ocurrió en nuestro país. Los derechos humanos
no fueron en Chile un “tema” de los sectores de izquierda cuando eran violados sistemática
y masivamente en los países de la órbita soviética, pues denunciar esas violaciones no era
políticamente conveniente. Después, cuando el cuadro se invirtió al colapsar el gobierno de la
Unidad Popular, se constituyeron en un valor fundamental para esos mismos sectores ideoló-
gicos, que no habían dicho una palabra sobre sus transgresiones en los regímenes comunistas
totalitarios. Eso demuestra que los derechos humanos no pueden regirse por el derecho po-
sitivo ni por la conciencia política, sino por una moral universal, emanada de los principios
ontológicos vastamente señalados. Más aún: ¿quién denuncia hoy la flagrante violación de
los derechos humanos en China, cuyo gobierno mantiene a casi toda su población sometida a
las directrices de un partido único, y no muestra intención alguna de abrirse a la democracia?

472
Sebastián Burr

¿Cómo se entiende que se haya prohibido en ese país la procreación de más de un hijo por
familia, y el mundo no haya dicho nada? ¿Acaso ese silencio se debe a que China es hoy una
potencia económica y militar, con la que es peligroso enemistarse?
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos subyace el reconocimiento de
que todos los miembros de la especie humana son personas. Es decir, se reconoce a la perso-
na en cuanto tal. Lo que implica que todos los derechos se sustentan en cada individuo por
sí mismo, y que por esa unicidad sus derechos son inviolables. Por su parte, el cristianismo
proclama que toda persona está hecha a imagen y semejanza de Dios, y que por lo tanto su
libertad y dignidad están fuera de toda discusión. Y entiende los derechos humanos primero
bajo una perspectiva moral, y después física. Al cristianismo católico no le basta la libertad
física y política; exige la libertad intrínseca, e incluso trascendente del ser humano. Evidente-
mente, el orden político puede colaborar al desarrollo de esos planos de la libertad, mediante
la instauración de una democracia participativa y no meramente representativa, y hacer de las
instituciones trascendentales una realidad ciudadana.
Joseph Ratzinger dice al respecto: “La idea de que en la democracia lo único decisivo es la
mayoría y que la fuente del derecho no puede ser otra cosa que las convicciones mayoritarias
de los ciudadanos, tiene sin duda, algo cautivador. Siempre que se impone obligatoriamente a
la mayoría algo no querido ni decidido por ella parece como si impugnáramos la libertad y ne-
gáramos la esencia de la democracia. Cualquier otra teoría supone, al parecer, un dogmatismo
que socava la autodeterminación e inhabilita a los ciudadanos, convirtiéndose en imperio de la
esclavitud. Mas, por otro lado, es indiscutible que la mayoría no es infalible y que sus errores no
afectan sólo a asuntos periféricos, sino que ponen en cuestión bienes fundamentales que dejan
sin garantía la dignidad humana y los derechos del hombre, es decir, se derrumba la finalidad
de la libertad, pues ni la esencia de los derechos humanos ni de la libertad es evidente siempre
para la mayoría. La historia de nuestro siglo ha demostrado dramáticamente que la mayoría es
manipulable y fácil de seducir y que la libertad puede ser destruida en nombre de la libertad”462.
Un ejemplo patente de la distorsión ideológica que han sufrido en Occidente los dere-
chos humanos, es un documento emitido en el año 2003 por la Organización Mundial de
la Salud (OMS), cuyo objetivo primordial es la preservación de la vida humana mediante
políticas de salud pública. Ese documento, titulado “Aborto sin Riesgos, Guía Técnica y
de Políticas para Sistemas de Salud”, declara que su finalidad es “promover en los estados
miembros el entrenamiento y equipamiento de los servicios de salud, para asegurar que los
abortos sean seguros y accesibles”. Y agrega que “proveer servicios adecuados para un
aborto temprano salva la vida de las mujeres y evita los costos, usualmente sustanciales,
del tratamiento de complicaciones prevenibles del aborto inseguro”. Pocas veces se ha visto
una declaración tan inmoral como esta, considerando el objetivo esencial, en pro de la salud
y de la vida, de una organización como la OMS.
Los partidos autodenominados progresistas, férreamente asociados a la izquierda en to-
dos los países de Occidente, se han proclamado defensores acérrimos de los derechos huma-
nos, pero promueven el aborto en todas sus formas. Sin ir más lejos, Amnistía Internacional
nunca ha querido pronunciarse sobre el derecho a la vida de los niños aún no nacidos, lo que
constituye una manifiesta contradicción con su declarado programa de defender los derechos
humanos en todo el mundo y en toda situación. Peor aún, se dice que ese organismo tiene la
intención de reconocer el aborto como un derecho humano, limitándolo, según precisan sus
personeros, a casos extremos, calificables, por cierto, por la entidad política que se encuentre
circunstancialmente a cargo del Estado.
462 José María Barrio, Elementos de Antropología Pedagógica, 2004. (Ratzinger, 1995, 94-95).

473
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Los defensores de las políticas abortistas sostienen que la persona sujeto de derechos es
sólo aquella que ha nacido, y no el nonato, pues según ellos el nonato se rige por la libertad que
tiene la madre en cuanto a decidir lo que hace con su hijo antes de que nazca. Ante esta situación,
cabe exponer el argumento de la libertad responsable que vimos páginas más atrás. Y agregar
que no es posible que exista un sujeto de derechos que no pase por la condición de nonato. En
otras palabras, para llegar a ser sujeto de derechos es imprescindible ser sujeto de derechos bajo
la condición de nonato. La condición de nonato es precondición del sujeto de derechos. La vida
es un hecho indivisible; no se compone de dos etapas separables: fuera del útero materno y
dentro del útero materno. Debe ser respetada en todos sus aspectos, desde la concepción natural
hasta la muerte natural. De otro modo el ser humano pierde su dignidad, y al perderla pierde
también sus derechos políticos, con la consecuencia de que la vida misma quede en entredicho.

La libertad política

Isaiah Berlin, cuyas teorías sobre la libertad analizamos parcialmente, aborda el tema de la li-
bertad política estableciendo dos clases de libertad: libertad negativa463 y libertad positiva464.
Según Berlin, la libertad negativa se constituye por la ausencia externa de factores coercitivos
ajenos al individuo, cualquiera sea su naturaleza. En el plano de la libertad negativa no inte-
resa preguntarse qué hay que hacer para ser libre, sino evitar que haya coacción fáctica. Es un
tipo de jurisprudencia que promueve derechos sin una contraparte de deberes análogos.
Aplicando estos conceptos al orden político, Berlin sostiene que la única clase de libertad
que debe garantizarse en este orden es la libertad negativa, y que ésa es la función básica del
Estado. Agrega, sin embargo, una sola e importante restricción a la libertad negativa indivi-
dual: la libertad negativa de los demás, con lo cual se hace eco del famoso aforismo liberal:
“Mi libertad termina donde comienza la tuya”. Esa restricción, aduce Berlin, evita la instaura-
ción del caos y de la ley de la selva en las sociedades humanas. De esta manera, la libertad es
para Berlin sinónimo de libertad negativa cautelada por el Estado, por la ley.
En cuanto a la libertad positiva, propia de la subjetividad, Berlin declara enfáticamente
que al Estado no le corresponde intervenir de ninguna manera en ese ámbito, y que si lo hace
se convierte en un Estado totalitario. No es posible hacer interiormente libres a los ciudadanos
a través de leyes o medidas estatales, porque en tal caso el Estado aplicará sus propios crite-
rios de verdad y de valor, impidiendo a cada individuo un análisis intelectivo libre.
Aparece aquí de manifiesto el axioma relativista del pensamiento liberal, según el cual no
existe ninguna verdad ni ningún bien absoluto, ni siquiera aquellos signados por la naturaleza
humana, y que sea susceptible de ser mandatado por ley. Eso implica que el Estado liberal
puede prescindir de ellos, y bajo ese modelo se hace por lo tanto imposible establecer institu-
ciones análogas a la condición y funcionalidad humanas, y tampoco instaurar y preservar el
bien común político real.
Pareciera que Berlin apunta sus fuegos contra los totalitarismos surgidos en nuestro tiem-
po (marxismo leninismo, nazismo, fascismo, etc.). Pero también considera totalitario cual-
quier sistema religioso o filosófico que pretenda imponer institucionalmente ciertas verdades
o valores objetivos. Su artillería apunta también contra el cristianismo, que concibe la libertad

463 Ya se señaló que la libertad negativa consiste en que ningún ciudadano vea afectadas ni sus decisiones ni sus actos por la
coacción externa o por la presión de otras personas.
464 Es cuando la persona desarrolla su autodeterminación moral. Es decir, cuando desarrolla sus facultades superiores, que le evitan
hacerse esclavo del error y de la ignorancia teórica y funcional. Equivale a la posesión de la verdad y al dominio de sí mismo.

474
Sebastián Burr

humana en concordancia con la verdad, y que explica la verdad física y metafísica en referen-
cia a un orden universal intencionalmente bueno, e incluso contra la antropología filosófica
del hombre sustentada por el realismo filosófico, que establece que el ejercicio pleno de la
libertad humana pasa por el desarrollo de sus facultades superiores. Pero resulta curioso que
considere parcial o reduccionista ese concepto de la verdad universal, donde cabe absoluta-
mente toda la diversidad, aunque coherentemente integrada. No se entiende tampoco su opo-
sición a desarrollar, mediante las instituciones sociopolíticas, la capacidad intelectiva y voli-
tiva de los ciudadanos. Más aún, ¿existe alguna doctrina que no arranque de algún concepto o
anticoncepto, que no contenga un sistema ordenado de ideas que considera verdaderas, y que
no trate de difundirlas en el ámbito social? Incluso el liberalismo de Berlin, cuya esencia es
el empirismo relativista, el utilitarismo y la libertad irrestricta, tiene su propia doctrina: que la
realidad se compone de cosas verificables por los sentidos (y no por otras capacidades, como
la intuición, la lógica reflexiva o la fe natural), que lo válido y real es sólo aquello material-
mente útil, y que por lo tanto el principio rector de la acción humana no es el bien, sino el
utilitarismo subjetivo de cada individuo. ¿No es eso una doctrina, y en este caso dogmática,
cuya difusión cultural y aplicación política también debería ser objetada como intervencionis-
mo totalitario, según el criterio del propio Berlin?
La distinción que hace Berlin entre libertad negativa y libertad positiva es tan tajante,
que cualquiera podría denominarla reduccionista, pues no admite términos medios: o se es
liberal o se es totalitario. Y establece además un abismo entre la esfera de lo público (orden
político) y la esfera de lo privado (subjetividad), abismo disruptivo característico de los sis-
temas políticos de Occidente, y responsable en buena medida de la enajenación sociopolítica
de las mayorías.
Bajo ese dualismo inconciliable subyace el principio nuclear de la teoría liberal: un
relativismo que niega la naturaleza humana y la posibilidad de que el hombre se desarrolle
en la verdad, pues lo deja fuera del sistema en cuanto protagonista activo, obligándolo a
marginarse mediante la democracia representativa, en lugar de incorporarlo activamente al
quehacer político, a través de una democracia participativa. Con esa negación, el mismo or-
den político queda privado de todo fundamento que le permita generar condiciones propicias
al desarrollo natural del hombre y de todos los ciudadanos, sobre todo en sus dimensiones
superiores, haciendo muy difícil instituir el bien común político, y con toda razón. ¿Bien
común en función de qué, para qué?
Hay que reconocer, sin embargo, que Berlin acierta al declarar ilegítima la intromisión
externa en las conciencias humanas, porque significa una violación esencial de la persona, del
dominio natural e inalienable que cada hombre tiene sobre su entendimiento y su voluntad465.
Es inadmisible, por lo tanto, cualquier forma de coacción estatal sobre la libertad subjetiva.
Pero el dualismo absoluto de Berlin no concuerda con la realidad, pues el hombre no puede
ejercer en plenitud su libertad intrínseca si no dispone de ciertas condiciones externas, y esas
condiciones deben serle proporcionadas por el orden político.
Aparece aquí un plano intermedio, ausente en el esquema de Berlin: el de la recíproca
interacción entre el orden político (ética social) y el orden individual (dimensión moral). Ese
puente de transición, que zanja el aparente abismo entre ambos órdenes, es una necesidad
práctica que requiere ser implementada políticamente.
Al igual que Berlin, el realismo filosófico admite que una de las formas básicas de liber-
tad es la que se deriva de la ausencia de coacción externa. Pero en lo referente a la libertad
intrínseca, le agrega una condición esencial, no contemplada por el liberalismo: la capacidad
465 Ya en la Introducción se habló de la autonomía y heteronomía de la voluntad.

475
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

real de hacer, de obrar. No basta que el hombre sea dueño de sus actos interiores, pues si
esos actos interiores no se confirman y concretan a través de una praxis real, quedan truncos,
vacíos de referencia ética, frustrándose en consecuencia el despliegue existencial del ser hu-
mano y su perfeccionamiento, que es condición de su libertad.
Así, para ejercer efectivamente su libertad subjetiva, el hombre necesita recibir desde
fuera ciertas condiciones y ciertos bienes cognoscitivos (por ejemplo, instancias instituciona-
les de desarrollo de su entendimiento, conocimientos, valores éticos), y tener acceso además
a la propiedad de ciertos bienes físicos o económicos, que le aseguren suficiente autonomía
como para procurar por sí mismo su pleno desarrollo. Satisfacer esos requerimientos es una
tarea extrínseca al individuo, y esa tarea debe contar con un orden institucional que lo facilite.
En todo este planteamiento queda rebasada la función meramente reguladora de la li-
bertad negativa asignada al Estado por el liberalismo, para transformarse en una función
prosecutoria y creadora, orientada al desarrollo humano integral. Y esa función es el polo
contrario de la intromisión política en la libertad subjetiva, pues no significa coerción, sino
apertura de posibilidades.
El modelo liberal de la libertad es una concepción fallida, porque conduce a una libertad
sociológica e inoperante, sin praxis activa y en primera persona; es abstracta, puramente
teórica, desprovista de medios para desplegarse en la vida real. En cambio, el modelo que
aquí se propone hace de la libertad un dinamismo abierto, conectado con la experiencia exis-
tencial, en y con la comunidad de los hombres, de la que puede recibir los medios y recursos
que requiere para su efectiva expansión.
Ahora bien, puesto que el instrumento fundamental del que dispone el orden institucional
para su organización y desarrollo son las leyes, la ley se constituye en la condición externa
de la libertad. Todas las acciones que el Estado pueda emprender para promover el ejercicio
práctico de la libertad subjetiva deben originarse en leyes promulgadas previamente, y tam-
bién se precisan normas legales que determinen cuál es el alcance de la capacidad de obrar de
los ciudadanos, y la obligación de cada cual de respetar esos ámbitos de acción.
En la moderna visión liberal, centrada en la libertad negativa, la ley y la libertad son
factores contrapuestos. La ley coarta, restringe la libertad; es un mal necesario que hay que
aceptar para que los hombres puedan convivir unos con otros, dice el liberalismo. Pero si el
liberalismo puede determinar el mal, ya que promulga las leyes como un mal menor o nece-
sario, ¿cómo es que no puede determinar el bien?
El derecho más clásico admite que la ley cumple una función restrictiva —prohibir lo
que causa daño a los demás, e incluso ciertas acciones mediante las cuales el individuo puede
hacerse un grave daño a sí mismo466—, pero le asigna sobre todo una función activadora y
encauzadora: concretar y respaldar jurídicamente los derechos que hacen posible el desarro-
llo superior, el ejercicio de la libertad y la plena autosuficiencia de todos los ciudadanos, cosa
que el liberalismo no contempla.
Digámoslo una vez más: el problema de fondo del liberalismo es que carece de fundamen-
tos reales. Arranca de un concepto negativo de la libertad, y lo transforma en antiprincipio. De
hecho, muchos regímenes liberales consideran válidas y necesarias numerosas leyes actuales
basadas en los derechos naturales del hombre, sin reparar en que esas leyes provienen de un
contexto jurídico anterior, que reconocía plenamente esos derechos. Pero en el momento en
que dos distintas libertades o derechos entran en conflicto, no atinan a dirimirlo, o lo dirimen
erróneamente, precisamente por carecer de fundamentos ontológicos. Hoy asistimos a inten-
sas discusiones legislativas sobre numerosos temas de serias implicancias éticas, como por
466 El suicidio, por ejemplo, entre otros daños.

476
Sebastián Burr

ejemplo, la legitimidad del aborto (derecho a la vida contra derecho a la libre determinación
de los padres), la libertad de información versus el derecho a la honra personal, la aceptación
del matrimonio entre homosexuales, la fertilización in vitro, y ya empiezan a surgir debates
sobre la eutanasia, la clonación, la legitimidad y los límites éticos de la ingeniería genética, la
realidad virtual, etc. La disparidad de los puntos de vista liberales sobre estos temas nos mues-
tra el confusionismo reinante cuando se trata de resolver asuntos éticos cruciales de nuestro
tiempo. Y cuando esos puntos de vista se imponen, terminan en leyes de dudosa calidad mo-
ral, o abiertamente inoperantes. Esos manejos erráticos se deben a que la discusión interna del
liberalismo se da en un plano relativista, o en concordancia con el clima político, y así resulta
imposible determinar con certeza qué es lo que hay que hacer.

La igualdad política

La Revolución Francesa sintetizó sus objetivos en tres postulados: Libertad, Igualdad,


Fraternidad.
Enunciados así, como cimientos de la construcción de un futuro mejor para la huma-
nidad, esos postulados parecen recoger las más nobles aspiraciones políticas, los más altos
ideales que pueda concebir el hombre para configurar el orden social. Y efectivamente lo
son. El problema es si los contenidos filosóficos y alcances prácticos otorgados a tales postu-
lados por los artífices teóricos de dicha revolución concuerdan con la realidad humana, y si
realmente el sistema liberal-socialista es capaz de ponerlos en escena de un modo natural y
no forzado, cosa que hasta la fecha no se ha logrado, a juzgar por los resultados socioeconó-
micos, morales y políticos que se aprecian en Occidente. Aboquémonos a examinar uno de
esos tres conceptos: el concepto de igualdad.
El rasgo principal del concepto de igualdad política acuñado por los pensadores que die-
ron origen a la Revolución Francesa, es su carácter absoluto, que no admite ningún tipo de
diferencias entre los miembros del corpus social. Desde entonces, este concepto, entendido
también como un absoluto, se ha convertido en uno de los principios básicos del liberalismo,
e incluso con cierta aura de magnanimidad.
Sin embargo, las leyes concretas de los modernos estados de Occidente, muchas de ellas
promulgadas por legisladores liberales, desmienten esa igualdad absoluta, pues establecen
diferencias de todo orden entre los miembros de la sociedad, que se reproducen en ellos de
mil maneras: diferencias sistémicas, sociales, políticas, económicas, valóricas, familiares,
laborales, pedagógicas, etc., sin comprender que la igualdad sólo se puede establecer solida-
riamente de un modo básico, a partir de la condición moral (ontológica) y societaria del ser
humano (bien común político). Así, la propia realidad contradice al igualitarismo absoluto
sustentado por el liberalismo.
Todos los hombres, por naturaleza, son iguales en su constitución esencial. Todos son
seres racionales y buscan como fin último la felicidad. Simultáneamente, todos los hombres
son diferentes en su constitución individual. Cada uno posee rasgos de carácter, sensibilida-
des, cualidades, talentos, aspiraciones y capacidades distintas. Y también se diferencian por
su conducta moral, por sus conocimientos, por las funciones que cumplen en el orden político.
Esa condición de opuestos —igualdad esencial, diversidad individual— debe ser acogida
coherentemente por el orden político, a través de leyes que se funden en el bien común, por
una parte, y aseguren el ejercicio de su funcionalidad moral por otra, es decir, que generen
mecanismos que permitan a todos el desarrollo de sus facultades superiores, para una adecuada

477
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

expresión de las diferencias personales con las que cada uno se identifica. Este es un de los más
grandes problemas de la filosofía política, que Chile nunca ha sabido resolver adecuadamente.
Las leyes diferenciadoras deben también cubrir el plano de las relaciones sociales (fa-
miliares, laborales, contractuales, jerárquicas, etc.), de modo que cada uno ocupe el lugar
que corresponde a sus roles dentro de la sociedad, y dé a los demás el trato justo que co-
rresponde a los suyos.
El ámbito de las diferencias individuales es extraordinariamente vasto y complejo, y re-
quiere una gran prudencia política por parte de los legisladores, a fin de que queden acogidas
por la ley en la forma más completa, justa y equitativa posible. En este caso, la prudencia
política exige un profundo estudio de la diversidad humana, una cuidadosa clasificación tipo-
lógica de los factores diversificantes y una acertada valoración de dichos factores en términos
de derechos y obligaciones.
Aunque parezca sorprendente, la igualdad absoluta propugnada por el liberalismo se opo-
ne a la libertad y a la justicia, porque obstruye o simplemente impide el ejercicio real de la
individualidad, que es algo consustancial al hombre. La individualidad se configura por un
conjunto de rasgos exclusivos, distintos en cada ser humano, y si esos rasgos no son recono-
cidos legalmente y no encuentran espacios para desarrollarse en la sociedad, la praxis, que no
es otra cosa que la aventura ética del hombre, queda literalmente mutilada, convertida en una
pura ilusión bajo el rasante postulado del igualitarismo.

La igualdad desde una perspectiva filosófica

El concepto de igualdad es utilizado políticamente de una manera francamente escandalosa,


como si ésta fuese una condición material del ser humano, o un supuesto aplicable a cualquier
cuestión social o económica, sin medir diferenciaciones ni equivalencias.
La igualdad puede entenderse como una relación de sustitución entre dos términos. Es
decir, dos términos son iguales cuando pueden sufrir sustituciones en un mismo contexto,
sin que cambie su valor ni tampoco el contexto. Por ejemplo, la igualdad de los ciudadanos
ante la ley. Se cambia el ciudadano, y, a igualdad de contexto, la misma ley tiene los mismos
efectos sobre un ciudadano distinto. De esta manera, siempre que se hable de igualdad debe
mencionarse el marco de referencia.
En consecuencia, la igualdad no es un absoluto, y tiene una evidente relación de aplica-
bilidad con lo moral y con lo ético, y no con lo material o económico467.
De esta manera, es posible establecer ciertos grados de igualdad en una sociedad, pero en
la dimensión moral de la persona y ética de los ciudadanos.
Siendo la libertad y la justicia valores superiores a la igualdad, deben ser respetadas a pesar
de las “desigualdades” que determinado orden social genere, en tanto se rijan por el principio de
igualdad ante la ley y exista una amplia gama de oportunidades más o menos equivalente para
todos. Esto porque las personas, según sus diferentes aspiraciones, prioridades y capacidades,
se mueven libre y aleatoriamente468, y de esas diversas acciones deviene una multiplicidad de
resultados que deben ser respetados y protegidos por la ley. Podemos así concluir que, más que
de igualdad, hay que hablar de homogeneidad en el plano superior y metafísico del desarrollo

467 Si se redistribuye la riqueza generada por unos en beneficio de otros, sin duda cambia el contexto y también los sujetos, pues
hay uno que se enriquece y otro que se empobrece. Esto sin considerar que no existe un ser humano igual a otro, según lo
determinado por el ADN.
468 Unas por cuestiones de índole económica y otras por motivos de índole moral o vocacional.

478
Sebastián Burr

intelectual y práctico de la persona, pues son las únicas dimensiones que todos tenemos por
igual, tanto en términos reales como potenciales. Sin embargo, es imprescindible reiterar que el
desarrollo homogéneo de esas facultades469 requiere adaptar las instituciones trascendentales a
los dinamismos intrínsecos de dicho desarrollo. De esa manera es perfectamente posible con-
ciliar la libertad, la justicia, la igualdad y la unidad sociopolítica y cultural; es un deber ético
superior la prevalencia práctica de dichas dimensiones superiores en forma análoga para todos.
De esto se desprende otro requisito necesario para generar las bases de la homogeneidad
sociopolítica: que el Estado valide de verdad el bien común político, pues eso constituye la
base institucional de la igualdad.
Ciertos grupos partidistas saben que la igualdad económica no es posible, pues no existen
factores objetivos que permitan lograrla, ni siquiera bajo el más ortodoxo régimen comunista,
pues es sabido que sus jerarcas y sus familias gozan de un estándar de vida inmensamente
superior al de la población corriente. Unos pueden asignar un enorme valor a tocar el piano, o
a cultivarse intelectualmente. O dedicarse a la pintura o a la formación de sus hijos, en desme-
dro de ganar más dinero, y una cosa tendría tanto valor (o precio si se quiere) como la otra. Y
otros pueden tener aspiraciones y compromisos económicos para sí mismos o con su familia,
y por lo tanto trabajar de sol a sol. Bajo el actual modelo de antipraxis valórica, intelectiva y
funcional para muchos, y praxis activa para pocos, la igualdad del materialismo “humanista”
será siempre una cuestión material y un problema “por resolverse”, y por lo tanto funcionará
siempre como amenaza política470. Esto no significa desconocer que, por causa del paradigma
liberal-socialista imperante, existe en nuestro país una desigualdad de carácter sistémico, con
consecuencias en lo intelectivo y en lo socioeconómico, y que debe ser remontada mediante un
enorme esfuerzo político y económico tipo plan Marshall, de todos y por una sola vez.
Con los “cantos de sirena” pro igualdad hay que irse con cuidado, pues se acercan mucho
más a la tiranía que a la libertad.

La persona y la comunidad política

Toda comunidad política está compuesta por personas, pero no es una mera suma de indi-
viduos. Debe tener un carácter unitario y poseer coherencia globalizadora, pues su propio
fin es completamente distinto del fin particular de cada uno de sus miembros. La comunidad
política debe construir el bien común político a modo de envolvente transversal, y ser un
medio propiciador de todo aquello que el ciudadano requiere para desarrollarse y alcanzar la
felicidad, pero no puede obtener por sí mismo. El bien común es un principio valórico y a la
vez operativo, de carácter totalizador y configurativo, para efectos de alcanzar la justicia, la
igualdad básica de derechos y oportunidades, la libertad, la unidad y la paz. Si no se aplica
de manera idónea, falla todo el resto de las estructuras secundarias, situación que termina
obligando al sistema político a instalarse en la lógica del interés o del bien particular y no
común. Es lo que se observa en casi todos los países occidentales, aunque más radicalmente
en los del Tercer Mundo. La causa de fondo de ese quiebre es la competencia desatada por
los votos, pues los ciudadanos de esos países no están en el ejercicio de la libertad, ni por
lo tanto preparados para discernir adecuadamente sobre las diversas opciones. Es la misma
patología competitiva que desata el economicismo y que da por resultado el consumismo.

469 Cumplida esa etapa, la igualdad se transforma en diversidad, y sin transgredir el principio de libertad.
470 Resulta patético ver cómo sectores de derecha se inmovilizan políticamente ante la amenaza de igualdad económica que les
descarga de vez en cuando la izquierda.

479
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Pero en los hechos reales se dan a veces situaciones en las que parecen entrar en con-
flicto los derechos naturales de la persona y los objetivos del orden político. Se plantea
entonces el problema de la subordinación: ¿debe subordinarse la persona a la sociedad, o la
sociedad a la persona?
Entre las teorías modernas formuladas al respecto se destacan el individualismo liberal,
que asigna una primacía absoluta a la persona sobre la sociedad, y el colectivismo socialista,
que representa la posición contraria. Ambas, sin embargo, tienen una característica común,
heredada del Contrato Social de Rousseau: una y otra conciben la comunidad política como
un orden artificial, no natural, generado sólo por el acuerdo voluntario de los individuos.
Para el individualismo liberal, la sociedad se constituye porque los individuos se asocian
libremente por mutua conveniencia y para no destruirse unos a otros. Siendo la organización
política una creación voluntaria de los individuos que se asocian para formarla, debe estar al
servicio de las voluntades individuales, cualesquiera que éstas sean, y restringir al mínimo las
exigencias sociales, a fin de que cada cual pueda servirse del todo para sus fines particulares
en la mayor medida posible, siempre y cuando no choque con otros que también quieren ser-
virse de la sociedad con el mismo propósito.
En esta concepción del orden político, se hace necesario establecer instituciones que ope-
ren bajo un principio negativo, esto es, que administren y diriman los conflictos y antagonis-
mos surgidos entre los miembros de la sociedad, que casi siempre se resuelven en desmedro
de los que no tienen poder político y/o económico.
Además, en el sistema liberal todos los bienes son individuales, y se suman unos a otros,
dando un resultado de tipo aditivo, que representa el “bienestar general”. Este planteamiento
se puede resumir en el Principio de Utilidad de Bentham: “Lograr la felicidad para el mayor
número”, aunque desde un punto de vista exclusivamente utilitario, tal como el mismo prin-
cipio lo expresa. Y ese principio de utilidad y no de bien debe regir la política, las leyes y las
instituciones sociales, dice el liberalismo.
El colectivismo socialista, como se ha dicho, define también la comunidad política, el
Estado, como una creación artificial y voluntaria de los individuos. Pero desde el momento
en que se constituye, debe convertirse en un ente esencial para que los individuos reciban los
beneficios que les proporciona, y todos deben quedar subordinados a él. De esta manera, los
individuos existen para un fin colectivo que está por encima de ellos, y en función de ese fin,
el Estado puede sacrificar a los que considere contrarios a ese propósito.
Contra estas dos posiciones reduccionistas y antagónicas, necesitamos encontrar una sín-
tesis aglutinadora y conciliadora, sustentada en una visión integral de la persona humana y en
la naturaleza social del hombre.
El punto de partida es la persona. Pero no entendida como el “individuo materialista”
del liberalismo y del colectivismo socialista, sino como una unidad substancial de cuerpo
y espíritu, dotada de una dignidad absoluta y de derechos esenciales, que no pueden subor-
dinarse a ningún orden social. La persona es un fin en sí misma. Y como tal está abierta al
pleno desarrollo de todas sus potencias, sobre todo de aquellas de carácter superior, y a la
felicidad como su objetivo final.
Esa es en consecuencia la razón de ser del orden político: crear las condiciones que re-
quiere dicho desarrollo, pero en un sentido integral, tanto desde la perspectiva moral como
social, no antagónico o exclusivamente utilitario, en la cual prime el bien humano sobre el
interés social. La persona es de carne y hueso, tiene sustancia, es un sujeto real, con historia
y contexto familiar; la sociedad no tiene sustancia, es una abstracción sintetizada de la inte-
racción humana. No podemos subordinar las personas reales, que son fines en sí mismas, a

480
Sebastián Burr

las instituciones, que son medios. Y para aglutinar valórica y operativamente todas las insti-
tuciones propias del corpus social está el bien común político.
Por definición, el bien común debe ser el fin de la sociedad; cualquier cosa que no con-
curra a dicho fin o que exceda sus límites, corre el riesgo de caer en el ámbito del interés
común o del bien particular, instalando en la sociedad el germen de la injusticia. La sociedad
progresa en cuanto se desarrolla la persona en torno a los bienes naturales, y no al revés.
Es la existencia de las personas la que da razón de ser a la sociedad; de otro modo, ésta no
existiría. De hecho, como cuerpo políticamente organizado, hizo su aparición recién a partir
de la revolución agrícola.
El “animal político” requiere del sistema social para recibir ciertos servicios y valores
comunitarios básicos471, que no puede obtener por sí mismo ni tampoco dentro de ningún
grupo, pues el ejercicio de la justicia y de la libertad debe permanecer igual para todos. Nece-
sita hacer el bien a los demás, en un ámbito general y en un ámbito particular. Sin embargo,
es primordialmente la persona la que tiene que desarrollar su propia vida; no puede hacerla
por ella el orden social, el político o cualquier otra institución particular, pues en tal caso
la vida humana y el libre albedrío quedan privados de todo motivo para desarrollarse, y ni
siquiera tienen razón de existir472.
Se concluye entonces que la sociedad existe para la persona, y no la persona para la so-
ciedad. Sin embargo, como la sociedad está constituida por las personas, cada una debe con-
tribuir en su propia medida a la creación y expansión del orden social, y la comunidad política
tiene derecho a exigir a cada cual una contribución proporcional a sus posibilidades, siempre
que lo haga con criterios de bien, de justicia y de equidad.
Ese bien global, armónico, múltiple, diverso y justo, al que debe tender el orden político
para servir integralmente a las personas que lo conforman, constituye el bien común.

Para qué el bien común político

El bien común político es a una sociedad lo que el municipio puede ser a una comunidad473,
una cooperativa al grupo humano que la constituye para obtener un bien particular, la unidad
conyugal a las necesidades del grupo familiar, etc.
El ejemplo del municipio se refiere también al bien en cuanto bien y en cuanto común,
pero circunscrito a esa comunidad particular. La analogía de la cooperativa no se refiere sólo
al bien común, sino también al interés común, pero de un grupo particular. La analogía de
los padres se refiere al bien y al interés común, pero de un grupo familiar y particular. Es en
este esquema de bien común jerárquico, de respeto a la autoridad legítima y a las autonomías
individuales, cómo debe funcionar la comunidad política.
Como sus propios términos lo indican, el bien común político abarca el bien en cuanto
bien, en cuanto común, y sólo en aquellos asuntos que afectan o benefician a todos los ciu-
dadanos por igual dentro del contexto de la polis; todo lo demás queda excluido. Entre esos
bienes específicos e indispensables, cuyas concepciones emanan de la naturaleza fisiológica,
moral y ética del hombre, están la unidad ciudadana, la paz social, la justicia y la ley, las

471 Redes de servicios básicos. Agua, alcantarillado, electricidad, vías públicas, etc.
472 La pérdida del sentido de la vida puede tener por causa la imposibilidad de desarrollar la libertad y determinar un fin exis-
tencial propio.
473 También hay otras esferas intermedias, tanto públicas como privadas: intendencias, gremios, colegios profesionales, empre-
sas, etc., cuya unidad se basa en el interés, fin o bien común que cada tipo de actividad posee.

481
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

instituciones trascendentales, el rol subsidiario del Estado, la soberanía política, la preser-


vación de las fronteras, las relaciones exteriores, las fuerzas armadas, la seguridad pública y
la policía, las cárceles, las obras públicas, los bienes nacionales, la preservación del medio
ambiente, y además el ejercicio real de la libertad extrínseca e intrínseca de todos y cada uno
de los ciudadanos, incluido el libre emprendimiento, etc.
Para generar condiciones reales de libertad, justicia e igualdad en función de un desarro-
llo superior e integral, es indispensable establecer una base política común que haga posible
una relación de equivalencia entre todos esos principios y requerimientos, susceptibles de
implementarse en el plano institucional. Es necesario ordenar las partes en función de un todo
y un fin, que debe coincidir con la ontología humana para que sea igualitario, y ensamblarlas
con el fin propio de toda persona y con la unidad valórica y operativa del bien común político.
Hay que tener presente, sin embargo, que no siempre lo bueno coincide necesariamente con
lo útil o con el interés común particular. En consecuencia, si la autoridad política aspira a con-
figurar un auténtico y justo orden social e institucional para todos por igual, debe ser rigurosa
en la definición e implementación del bien común.
La vocación de servicio público se define a partir de esta premisa de bien común, y no de
aquella que se inmiscuye en el interés común y/o particular. Procurar el bien común sólo le
compete al que está a cargo del Estado, y a nadie más. El resto de la ciudadanía, que persigue
bienes o intereses particulares, no puede establecer el bien común, aunque éticamente debe
colaborar en todo lo que se requiera de ella para esos objetivos.
Es absolutamente impropio e incompatible que aquel que está a cargo de preservar el
bien común político haga simultáneamente proselitismo político en su favor, o participe en
negocios de índole particular. Cualquier extralimitación en uno u otro sentido lesiona el bien
común, y rompe la ecuanimidad del Estado hacia todos y cada uno de los ciudadanos, con los
cuales debe mantener una relación de equivalencia y subsidiariedad.
La perversión mayor de la política moderna es que ha reemplazado el bien común por el
interés común y el interés particular, usurpación que ha hecho del “gobierno de todos”, de la
solidaridad y de la diversidad una absoluta falacia, y hemos terminado siempre en gobiernos
de nadie, salvo del sector que gobierna circunstancialmente.
Un caso real con algo de ficción, que puede servir para ilustrar la actual distorsión del
bien común político versus el interés común o particular, es el siguiente: el Estado chileno,
propietario y administrador de la empresa cuprera más grande del mundo, Codelco, le ven-
de gran parte de su producción a China. China a su vez le vende a Chile la mayoría de los
productos que producían o producen nuestras Pymes474. Nuestras Pymes dan empleo al 80%
de los chilenos, y financian costos de aproximadamente 8.000 a 12.000 dólares anuales por
cada trabajador, pero están sometidas a una ley laboral de inamovilidad tácita, que establece
una jornada laboral de ocho horas diarias durante 244 días al año y que se rige por la nor-
mativa de la OIT475, que coincide con los estándares sociales de la Unión Europea476. Todo
eso obliga por ley al empleador a un determinado nivel de costo productivo con respecto a
sus trabajadores.
El régimen laboral chino paga en promedio un 25% de lo que paga el empresario chileno,
es decir, 2.500 dólares anuales por cada trabajador, no se rige por la OIT, y exige aproximada-
mente 12 horas diarias de trabajo, durante 360 días al año. No contempla además vacaciones
(uno o dos días) ni costos de despido.

474 Más de un 50% de los productos no perecibles que consume Chile provienen de China.
475 Organización Internacional del Trabajo.
476 Estados Unidos financia a la OIT, pero no se rige por su normativa.

482
Sebastián Burr

La depredación laboral china ha significado que nuestro país mantenga después de casi
ocho años más de 450 mil cesantes477, y un 50% de los trabajadores sin contrato y con ingre-
sos que poco y nada suben. Y aquí viene la ficción: el gobierno chileno, a fin de defender y
estabilizar nuestro mercado laboral, le comunica al embajador del país asiático que ha deci-
dido aplicar aranceles a los “productos Pymes” que China exporta masivamente a Chile, por
la explotación laboral y desequivalencia económica que traen asociada. En el mismo acto,
el embajador le notifica al gobierno chileno que, de ser así, China no le comprará más cobre
a Chile. Ante dicha reacción, el gobierno chileno decide revertir la decisión, y sigue permi-
tiendo que indirectamente se afecte la calidad del empleo de todos los chilenos, puesto que
necesita el dinero que le reporta China para financiar gastos internos focalizados, pero que
no benefician a todos los chilenos por igual, sino sólo a algunos y en determinadas áreas,
según el particular interés político del gobierno de turno. En otras palabras, el hecho de
que el gobierno tenga intereses económicos particulares le impide cautelar el bien común,
aunque pueda estar defendiendo el interés común, considerando que se dice que el cobre
“es de todos los chilenos”. Como puede apreciarse, el interés común difiere absolutamente
del bien común.

477 La suma de cesantes crónicos y de aquellos cesantes que el gobierno subsidia con trabajo temporal.

483
Capítulo VIII
Las teorías económicas y el hombre real

Es muy probable que el análisis moral que haremos en este capítulo de las distintas líneas
de pensamiento económico, quede relegado al plano de un mero enjuiciamiento histórico, o
incluso anecdótico. Esto puede ocurrir si el calentamiento global, sea o no de responsabilidad
humana, no vuelve pronto a la “normalidad” climática, porque si ese problema persiste o se
agrava, seguramente la mayoría de los modelos y categorías económicas conocidas quedarán
obsoletas, y serán reemplazadas, o por una nueva perspectiva moral de la economía, o en su
defecto por un control político utilitario de gobiernos medio-ambientalistas. En todo caso,
es muy probable que la actual concepción de progreso, asociada a desarrollo tecnológico y a
crecimiento económico sin restricciones, sufra una revisión de impredecibles alcances.
Pero aboquémonos a examinar los modelos que hoy gravitan en la conducción de la
economía. De partida, quiero señalar que un gran equívoco de nuestro tiempo es suponer que
el manejo de los asuntos económicos desde una óptica moral o ética implica mayores costos
laborales, operativos o financieros, cuando en verdad ocurre exactamente al revés, en la medi-
da en que los actores económicos se desenvuelvan en praxis. La razón de esto es que, cuando
esos actores —que somos todos— se despliegan en primera persona y en contacto activo
con la realidad económica, productiva y sociopolítica, afinan aceleradamente su capacidad
de discernimiento, y se elimina por lo tanto gran parte de la intermediación informativa, que
redunda en mayores costos y precios más altos. La información y la calidad de ésta es clave en
las decisiones económicas. Por lo tanto, es clave también la homogeneidad de la información.
Los factores que más negativamente afectan hoy el devenir económico son de tipo teóri-
co. Nos adentraremos así en el examen de las teorías filosóficas emitidas al respecto, tomando
en consideración que a partir del año 1989 el mundo se ha reconfigurado política y geoeco-
nómicamente. Desde luego, desapareció el principal foco ideológico de la lucha de clases que
afectó dramáticamente el derecho a la propiedad y al mundo del trabajo durante casi todo el
siglo XX, y todos esos cambios hacen necesario replantear bajo nuevos parámetros el mundo
del trabajo y el de la microeconomía. Más aún considerando los cambios que sobrevendrán,
si la economía mundial tiene que asumir un modelo de progreso distinto al que ha aplicado
hasta ahora, por el calentamiento global y la emision de CO2.

Trayectoria filosófico-económica

La economía occidental y sus mecanismos están regidos por las filosofías de la moderni-
dad, que amparan el liberal-socialismo, y esa influencia exclusivamente empirista nos ha

485
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

conducido a una extraña fórmula de monetarismo y keynesismo que distorsiona gravemen-


te su funcionamiento, dejándolo en buena medida al margen de la realidad humana. Pues
el keynesismo propone un Estado benefactor que controle en gran medida las actividades
económicas, y el monetarismo privilegia un mercado abierto y las condiciones técnicas que
hagan posible una sana macroeconomía. En definitiva, dos grandes abstracciones teóricas
que pretenden regir el comportamiento humano y socioeconómico, en lugar de ser la persona
(institucionalizadamente) la que rija los procesos económicos.
¿Pero qué dicen los grandes economistas contemporáneos sobre el libre mercado, que
parece haberse constituido en el paradigma económico favorito de nuestra época?
Dichos pensadores se agrupan casi sin excepción en dos corrientes de pensamiento:
la Escuela Neoclásica, que se encuentra en creciente receso después de haber dominado
durante largo tiempo el escenario económico, y la Escuela Austriaca, que es considerada
la “instauradora” del tipo de libre mercado que nos rige actualmente. Ambas escuelas se
declaran netamente liberales, y formulan sus teorías dentro de ese modelo ideológico. Por
lo tanto, pese a sus diferencias, que son abundantes, tanto la corriente Neoclásica como la
Austriaca son un derivado directo del modernismo filosófico, y en las dos se hacen evidentes
los reduccionismos que dejan fuera de escena lo mejor del hombre, su ilimitada dimensión
intelectiva, valórica o moral, que alberga un potencial de análisis, creatividad y voluntad
realizadora completamente subutilizado.
Para llevar a cabo el examen técnico y filosófico de estas corrientes, me he basado en
parte en el libro La crisis de las teorías económicas liberales, de Ricardo Crespo, licenciado
en Economía y doctor en Filosofía, quien ha publicado artículos y capítulos de sus obras en
revistas especializadas de Estados Unidos, Alemania, Italia, Francia, España, India, etc.
Crespo revela de algún modo cómo los parámetros naturales de la economía fueron cultu-
ralmente adulterados en cierta fase de la historia, pero posteriormente va mostrando sucesivas
correcciones introducidas por distintos pensadores hasta llegar a Hayek, máximo exponente
de la libertad económica, pero sólo en cuanto extrínseca.
Junto con exponer esa trayectoria detectada por Crespo, agregaré una propuesta desti-
nada a poner en escena la libertad intrínseca en los hechos económicos, a través del mundo
del trabajo, y de manera tal que, preservando una seguridad social y humana básica, instale a
todas las personas en una dimensión moral y protagónica de la economía.
Muchos creen que el libre mercado es un descubrimiento reciente, exclusivo de la fase
más avanzada de la economía contemporánea. Pero el mercado libre existe desde que el hom-
bre es hombre y convive en sociedad. No hay que haber estudiado historia para advertir que el
solo hecho de que los seres humanos convivan socialmente implica intercambio, intercambio
de bienes económicos, servicios e ideas, para lograr el mejor desarrollo posible de la sociedad
y de los individuos que la componen. Eso nos remite a los orígenes mismos de los conceptos
de economía, política, hombre, trabajo, etc.
Ya Aristóteles dice que “se debe poner un precio a todo, porque así habrá siempre (inter)
cambio, y con él sociedad”. Pero fueron los fenicios, antes que los griegos, los que dieron
una configuración organizada al libre mercado, e impulsaron fuertemente su expansión en una
vasta área del mundo civilizado de su tiempo. Entonces, como se pregunta Crespo, si el libre
mercado es tan antiguo como el hombre y la sociedad, ¿cuál es la novedad contemporánea?
Desgraciadamente, como casi todos los asuntos humanos dentro del contexto de nuestra cul-
tura, este tampoco escapa a la dicotomía ideológica que divide a Occidente.
El liberalismo economicista ha pretendido instaurar una especie de “sacralización” del
mercado, y el socialismo, en sus endémicas ambiciones de poder y en su obsesivo designio

486
Sebastián Burr

de aumentar las regulaciones, ha introducido severas distorsiones que tienen entrampada la


economía y el desarrollo humano y social contemporáneos, utilizando el ámbito del trabajo e
incluso la lucha de clases, aunque hoy en grados más moderados. Así la economía y el trabajo
humano, desde fines del siglo XVIII478, se transformaron en el más feroz campo de batalla
ideológico del cual se tenga memoria. Ese combate sin cuartel terminó por fragmentar la so-
ciedad en dos bandos irreconciliables: pequeños segmentos de empresarios funcionando de
un modo activo y en primera persona, y una inmensa masa de asalariados pasivos actuando en
tercera persona, víctimas de la optimización teórica del mundo propuesta por los “defensores
del socialismo”. Y cada sector se identifica con propuestas políticas por entero distintas, aun-
que ambos firmen armisticios estratégicos, provocados por las oleadas culturales que afectan
el devenir occidental. Así fue cómo, a mediados del siglo XX, los países con mayor libertad
económica analizaron la centralización estatal de sus economías479. Y por otra parte, vemos
que países comunistas como China, Rusia, Vietnam, e incluso Cuba se han abierto, unos
más otros menos, al libre mercado, y han alcanzado niveles de expansión económica que ni
soñaban 20 años atrás. De hecho, China está a un paso de convertirse en la tercera potencia
económica del mundo. Pero la cultura moderna tiende a confundir liberalismo con libre mer-
cado, no obstante que el libre mercado ha sido una institución humana de todos los tiempos.
El liberalismo ha hecho suyo dicho instrumento y sus éxitos, y, junto con el mercado, “vende”
otra serie de ideas conexas que se reflejan en infinidad de comportamientos cotidianos. Por
ejemplo, la primacía del individuo y una suerte de autonomía moral solitaria, que en vez de
emanciparlo lo deja vagando a la deriva en el utilitarismo, el consumismo y el relativismo.
El liberalismo no advierte o no reconoce que el libre mercado es en sí un sistema que ope-
ra naturalmente, que su “propiedad” es cultural, no ideológica, y que su excesiva politización
ha sido un error. De manera que lo que hay que hacer es identificar y separar claramente los
artificios ideológicos de la realidad, de los factores que pueden de verdad generar una econo-
mía expansiva, y eminentemente valórica.
Atrapado en su propia ideología, el liberalismo no termina de sorprenderse de que el so-
cialismo le haya “expropiado su bandera de lucha”, la del mercado, y que esa “expoliación”
no genere en las mayorías reacción electoral alguna en favor de los que se suponen “propieta-
rios” de ese modelo. El liberalismo insiste en vender la libertad de mercado como un análogo
de la libertad humana y un símil de desarrollo social, sin advertir que el modo en que se aplica
es excluyente y reduccionista, pues deja fuera la sustancia moral de las acciones humanas, y
además al grueso de sus actores. Eso convierte la “libertad liberal” en algo altamente “sospe-
choso”, razón que explica los malos resultados electorales que obtiene en casi todo Occidente.
La economía libre implica respeto a la propiedad privada, incluida la de los medios de
producción, mínimo control estatal, estabilidad monetaria, libertad de emprendimiento y de
comercio, y flujo libre de los capitales internacionales y de la información. Tales premisas
calzan por completo con el liberalismo, y la ideología liberal las esgrime como los “pun-
tos fuertes” de su andamiaje teórico y operativo. Casi todo el mundo comparte hoy dichos
planteamientos, puesto que pertenecen a la naturaleza de la economía libre. Entonces, ¿qué
puedo objetarle al liberalismo, que defiende lo mismo, sobre todo si por el flanco izquierdo
hay grupos siempre dispuestos a agrandar el aparato estatal, a cuestionar el libre mercado, el
libre emprendimiento e incluso el derecho de propiedad?

478 Inicio de la revolución industrial en Inglaterra.


479 En los años 50, el congreso norteamericano, considerando algunos aparentes buenos resultados de la economía dirigida del
bloque soviético, llegó a someter a votación la disyuntiva de adoptar una economía dirigida por el Estado, o seguir con el
modelo capitalista privado. En el senado norteamericano, la economía libre “ganó” dicha votación por pocos votos.

487
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Lo que ocurre es que la ideología liberal es reduccionista: no trabaja para que todos
participen por igual en las diversas dimensiones de la libertad económica, sobre todo en el
ejercicio activo de la misma, lo que genera graves desigualdades sociales, económicas y so-
cioculturales. Al mismo tiempo que acierta magistralmente en todo lo anterior, excluye a una
gran mayoría, y la reduce a sus dimensiones puramente empíricas y sociológicas.
Casi siempre que se habla de mercado, queda la sensación de que se habla más en sentido
teórico que práctico, y por esa fisura se cuelan toda clase de distorsiones que al final hacen
que el libre mercado se dogmatice y esté siempre en riesgo de ser pasado por encima, puesto
que no cuenta con una base “política” consistente .
El problema de fondo del liberalismo es su visión casi inexistente de la antropología
filosófica del hombre. Una imagen exigua, que la ideología liberal ha instaurado en casi
todos los ámbitos culturales: cognoscitivo, ético, social, etc., insistiendo demasiado en sus
aspectos teóricos y macroeconómicos y en la libertad extrínseca, con absoluta prescindencia
de la libertad intrínseca, que antecede a la primera y cuya función es impulsar al sujeto hacia
su bien moral. Al suprimir la libertad interior, el materialismo liberal conduce casi inevita-
blemente al determinismo480 conductista481. El individuo queda convertido en un mecanismo
condicionado por sus impulsos de supervivencia económica, que hoy se manifiestan como
motivaciones predominantes del mercado, en todas las variedades de consumismo que tienen
lugar en dicho escenario. Un error análogo y paralelo al que ha cometido el socialismo con
la instauración de la sociedad salarial, lo ha cometido el liberalismo económico, dejando
que se instaure el economicismo o sociedad de consumo desconectada de principios éticos
y morales. El primero con su ortodoxia del colectivismo y del humanismo materialista, y
el segundo reduciendo la realidad del hombre a una cuestión puramente utilitaria, también
articulada por un evidente materialismo.
Al elaborar su formulación teórica, el determinismo se centra en los procedimientos,
considerándolos como mecanismos que generan por sí solos y automáticamente las conduc-
tas humanas. A tal estímulo, tal respuesta. Y las respuestas individuales serán más o menos
uniformes, puesto que todos tienen más o menos las mismas motivaciones básicas. Y una vez
que se transforma en determinismo práctico, invade todos los campos de la actividad humana,
incluido el espíritu del hombre.
Pero los hechos económicos, siendo un fenómeno natural, se resisten porfiadamente a so-
meterse a los esquemas teóricos, populistas o economicistas que los desfiguran. De ahí que las
corrientes de pensamiento liberal no logran explicar el comportamiento aleatorio de la econo-
mía. Y el mercado continúa sin lograr el “equilibrio” pronosticado; todo lo contrario, navega
de temporal en temporal, en Asia, Europa, Latinoamérica, e incluso en el mismo Wall Street482.
Y muchos se preguntan hasta cuándo sucederán estas crisis, pero a la hora de los cambios, la
mayoría no está dispuesta a asumir costo alguno, y en ese mismo instante comienza a gestarse la
crisis siguiente. No pretendamos entonces que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo;
nada de fondo para que dejen de ocurrir. De esta manera, las crisis terminan en la inevitable
discusión de si se requiere más o menos intervención del Estado, más o menos restricciones a la
iniciativa privada, para después cada sector volver a sus trincheras de siempre. En realidad, el

480 El determinismo sostiene que todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá, está de antemano fijado, condicionado y esta-
blecido. No puede existir ni suceder más que lo que está de antemano fijado, condicionado y establecido. El determinismo
tiene un nexo filosófico evidente con la predestinación.
481 El conductismo plantea fundamentar el estudio del ser humano a partir de la observación de su conducta.
482 Hemos visto, durante los años 2008 y 2009, cómo la principal economía del mundo (EE.UU) ha sido virtualmente interve-
nida por la FED (Federal Reserve) norteamericana, para evitar el colapso. Y aquí en Chile, el Banco Central anunció, el 10
de abril del 2008, futuras intervenciones del mercado cambiario.

488
Sebastián Burr

asunto consiste en cuáles son los límites de la acción estatal y la eficiencia de su accionar, res-
trictivo o expansivo. Asimismo, en cuáles son los límites éticos y morales de la acción privada.
Esa discusión ha vuelto a suscitarse a raíz de la crisis subprime y del colapso de las
instituciones hipotecarias, financieras y bancarias que afectó a los EE.UU en septiembre del
2008, y que en los meses siguientes contagió al resto del mundo. Los críticos del liberalismo
clásico hicieron un enorme esfuerzo para convencer a la opinión pública mundial de que el
libre mercado fue el gran responsable de esa crisis, y algunos hasta anunciaron su fin. Acto
seguido, propusieron aumentar las regulaciones estatales.
Pero los hechos demuestran que el verdadero causante de dicha crisis fue precisamente
el intervencionismo estatal, con la “complicidad” posterior del sistema bancario-financiero
y de sus respectivos CEO, ejecutivos que operaron con una verdadera fijación en el pago de
bonos corporativos.
Como ya se dijo, la configuración moderna del Estado Benefactor ha mezclado explo-
sivamente keynesismo con “monetarismo”, populismo político e irresponsabilidad financie-
ra. Aplicando ese nuevo modelo, Bill Clinton (1993-2001) dio cumplimiento a su promesa
electoral de “igualdad” y redistribución del ingreso, sin “subvertir” el mercado y el concepto
de “propiedad” liberal. Partió promoviendo un plan de viviendas a cargo del Estado para
los sectores más postergados, que no contó con el respaldo republicano. Los demócratas
insistieron, e impusieron el principio de “igualdad” sobre criterios económicos “conserva-
dores”. Acto seguido, la FED (Alan Greenspan), gracias a la enorme cantidad de recursos
provenientes de China y de ciertos commodities, redujo las tasas de interés, para expandir
la economía y el consumo de créditos hipotecarios a los sectores sociales marginados (los
denominados “NINJAS”: No incomes, No jobs, No assets), políticamente afines a su partido
(afroamericanos, hispanos, etc).
Todo comenzó cuando Clinton promulgó la ley Gramm-Leach-Bliley Act (1999), dero-
gando la antigua ley Glass-Steagall Act (1933) y la ley antimonopolios Sherman, que durante
70 años había dado estabilidad y solvencia al sistema financiero de EE.UU. Luego, persis-
tiendo en su propósito populista, el gobierno demócrata aprobó la Community Reinvestment
Act, destinada a otorgar créditos a los sectores sociales más postergados y de alto riesgo, e
incluso a cesantes. Dicha ley federal obligó a las sociedades mutuales de ahorro a conceder un
porcentaje de los créditos a esos sectores marginales, aunque no ofrecieran garantías de pago.
El sistema bancario y financiero, al darse cuenta del riesgo en que estaba instalado, por la vi-
gencia de las leyes mencionadas, reclamó garantías al gobierno demócrata. Para esos efectos,
Clinton aprobó entre 1997 y el 2000 la Hud´s Regulation of Government Sponsored Enterpri-
ses (GSES), mediante la cual el gobierno otorgó garantía estatal a todas las hipotecas subpri-
me de empresas constructoras dedicadas a emprendimientos inmobiliarios de gran magnitud.
Entre esas entidades estaban Fannie Mae (que al momento de su quiebra representaba activos
hipotecarios subprime por US$ 882 mil millones), y Freddie Mac (US$ 793 mil millones),
ambas mutuales creadas por una ley sancionada por el Congreso. La suma de esos dos activos
superó en 2,7 veces el paquete que el Congreso le había otorgado a Busch para el salvamento.
Con ese respaldo estatal, el sistema bancario podía conceder un crédito hipotecario a
cualquiera que lo solicitara, sin garantía de pago real, sólo amparado en la revalorización de
las mismas propiedades adquiridas mediante dicho sistema (burbuja). Esos créditos tóxicos
se “securitizaron”, se empaquetaron con créditos sanos y bajo nuevas normas de clasifica-
ción de riesgo, y con el afán de hacer más dinero fueron comercializados por los banqueros
a través de todo el mundo (los créditos tóxicos se calcularon en 4 millones de millones de
dólares), hasta que la burbuja reventó cual bomba de racimo. Una tormenta perfecta armada

489
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

por el Estado, con la complicidad de los grandes empresarios financieros, de los ejecutivos
bancarios detrás de bonos por colocaciones, y por último por consumidores de créditos hipo-
tecarios sin ninguna capacidad de responder.
A su llegada a la cumbre del G-20 en Londres, el presidente Obama hizo un reconoci-
miento tácito de la responsabilidad del gobierno norteamericano en dicha crisis, diciendo
que “fallas regulatorias en los Estados Unidos tuvieron un importante rol en la debacle
financiera”. Al mismo tiempo, los líderes del G-20 (85% de la economía mundial) acor-
daron una reforma del sistema financiero global, incluidos los fondos de inversión (hedge
funds), el control de las agencias de calificación de riesgo y el establecimiento de un sistema
internacional contable más claro483.
Al final de cuentas, casi siempre llegamos a lo mismo: las causas de dichas crisis están en
la disrupción ética de las estructuras socioeconómicas, políticas y empresariales, y asimismo
en la irresponsabilidad moral de los ejecutivos y de los ciudadanos.
La crisis moral está afectando a toda la cultura, y de eso somos todos somos responsa-
bles, aunque a la clase política, a los empresarios, a los gobernantes, e incluso a la Iglesia
les cabe una responsabilidad mucho mayor que al ciudadano común. Más todavía cuando
el actual sistema político es representativo y no participativo, es decir, pasivo y no activo,
y de esta manera pone a la mayoría en la precariedad formativa y epistemológica, con los
resultados socioeconómicos conocidos.
En cuanto el comportamiento aleatorio de la economía, considero esclarecedor lo que
dice Brian Loasby: “La tarea del economista es imposible. La complejidad de los sistemas a
estudiar y las relaciones, no sólo de sus elementos naturales, sino también de las elecciones
humanas, están muy lejos de los límites de la racionalidad humana”. Y agrega: “El problema
de la economía es epistemológico: es una ciencia que está mal planteada. Del modo en que
pretende predecir, explicar y regular, no lo consigue ni lo conseguirá jamás, pues ese modo
encierra una visión equivocada del hombre, que la lleva a errar el método. Concibe a un
hombre ajeno al ser persona, con una conducta predeterminada, sin verdadera libertad”.
Constatando la imposibilidad política de la libertad económica, el liberalismo se ha apli-
cado desde sus comienzos a configurar un orden legal que le permita existir en la mayor me-
dida posible. El empirista John Locke (1632-1704) propuso como fundamento de ese orden
su doctrina de los “derechos naturales”. Pero los derechos establecidos por Locke “son unos
derechos naturales en clave liberal: de contenido fundamentalmente económico, buscados
con fines principalmente pragmáticos de convivencia y de progreso económico individual”.
Vino después el empirismo de David Hume (1711-1776), que proporcionó las bases para un
orden legal y político basado en las experiencias sensoriales del individuo (procurar el placer
y evitar el dolor), postulados que fueron recogidos en el plano político por Jeremy Bentham,
y en el ámbito económico por Adam Smith (1723-1790). “Smith sería el correlato en lo
económico del racionalismo empírico de Hume”.

El racionalismo empirista, sociológico y estatista de la escuela neoclásica.

Al margen de todas las variables y matices aportados por sus diferentes pensadores, podemos
señalar que la característica dominante de esta corriente es el racionalismo de tipo cartesiano,
del cual arrancan todos sus otros rasgos. Entre los más distintivos están los siguientes:

483 Diario The New York Times, 2 de abril 2009, y diario El Mercurio, 3 de abril de 2009.

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Sebastián Burr

1. Racionalidad económica: objetiva, analítica, pragmática, y fundamentalmente mate-


mática. Ese enfoque responde plenamente a la visión de Descartes sobre el mundo y el hom-
bre, a su teoría de las ideas innatas y a su método analítico-sintético. Incluye la predictibilidad
estadística de los comportamientos de los agentes económicos, y suprime su subjetividad,
reemplazándola por una uniformidad determinada en función del colectivo. No existe así
lugar alguno para los juicios de valor prácticos, que constituyen la verdadera racionalidad
de los actos humanos. Los postulados de esta racionalidad instrumental se erigen en axiomas
capaces de producir automáticamente sus resultados.
2. Estaticidad y determinismo. Tanto los fines como los medios están dados de antemano
en el escenario económico. Por lo tanto, pueden ser conocidos a priori, sin necesidad de in-
vestigación, y expresados en términos uniformes para todos. Debido a su carácter apriorístico,
no sufren modificaciones sustanciales a través del análisis de los hechos y de las conductas
individuales concretas; son invariables. En consecuencia, no existe lo imprevisible en el futu-
ro económico. Lo considerado imprevisible puede hacerse previsible mediante el cálculo de
probabilidades, que es un dato más del modelo.
Sin embargo, los hechos demuestran que las conductas económicas son impredecibles. El
único modelo válido de “investigación” sería el análisis subjetivo en primera persona de cada
uno y todos los agentes económicos, cosa que obviamente no ocurre en la sociedad salarial,
que descarta la vivencia moral de la economía y maneja la fijación de precios de los salarios,
sobre todo en el plano de la oferta.
3. Competitividad del mercado. El único lugar donde se da la interacción económica es el
mercado, y la economía se reduce a las actividades de intercambio. Los precios son el instru-
mento único a través del cual se canalizan los fines individuales, y dichos fines se satisfacen o
no se satisfacen según los precios estén o no al alcance de cada individuo.
En esta óptica no aparece por ninguna parte el hombre en cuanto persona, pues las múl-
tiples percepciones valorativas individuales no encuentran ámbitos reales donde formarse ni
expresarse libremente, como se señaló en el punto anterior.
4. Preocupación preferente por el equilibrio. El equilibrio del mercado es lo que más
importa, con prescindencia del libre juego de las personas y la calidad valórica de su imple-
mentación o del proceso que conduce o no a lograrlo. Para la escuela neoclásica el equilibrio
es algo que se puede alcanzar racionalmente, mediante un adecuado manejo de los fines y
medios conocidos a priori por la lógica económica.
5. Metodología tomada de las ciencias experimentales modernas, físicas y biológicas,
con su insistencia en el determinismo natural y uniforme de los fenómenos de la materia, que
los neoclásicos hacen extensivo a las acciones económicas.
Friederich von Hayek, uno de los máximos representantes de la escuela austríaca, señala
los siguientes postulados básicos de la corriente neoclásica, que pretenden instaurar la com-
petencia perfecta:
1) En el mercado existe sólo un bien homogéneo, ofrecido y demandado por un gran nú-
mero de vendedores y compradores pequeños que no influyen en el precio.
2) Todos pueden ingresar libremente en el mercado, y se debe suprimir todo tipo de res-
tricciones al libre flujo de precios y productos.
3) Los que participan en el mercado tienen un conocimiento completo de sus factores
determinantes.
Si se aplicaran y cumplieran de verdad tales postulados, sobre todo el último, agrega
Hayek, su consecuencia sería simplemente la eliminación de la competencia.
En conclusión, la escuela neoclásica se caracteriza por su apriorismo racionalista y

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sociológico, que se contrapone a la realidad aleatoria e impredecible y a la subjetividad


valórica de los actores económicos, y pretende controlar la inconmensurable complejidad y
diversidad de los hechos y acciones que configuran la economía.
El propio Aristóteles, en su estudio de la actividad económica, dice: “Debemos darnos por
contentos con mostrar las cosas de modo tosco y esquemático”. Eso porque la economía es una
ciencia práctica, y en los asuntos prácticos no caben controles ni predicciones racionales previas.
En reacción contra los dogmatismos de los teóricos de la economía, un grupo de 40
destacados economistas, encabezados por Geoffrey Hodgson y Donald McCloskey, manifes-
taron su rechazo en una carta abierta publicada en mayo de 1992 por la American Economic
Review. He aquí su declaración textual:
“A nosotros, los abajo firmantes, nos preocupa la amenaza contra la ciencia económica
ejercida por el monopolio intelectual. Hoy día los economistas imponen un monopolio metódico
o de supuestos principios, frecuentemente defendidos sin más argumentos que el formar parte
de la corriente principal (mainstream). Los economistas abogan por la libre competencia, pero
no la practican en el mercado de las ideas. Consecuentemente, reclamamos un nuevo espíritu de
pluralismo en la economía, que dé cabida a la conversación crítica y a la comunicación tolerante
entre los diversos enfoques. Dicho pluralismo no socavaría los niveles de rigor; una economía
que se obliga a hacer frente a todos los argumentos será una ciencia más, no menos, rigurosa.
Creemos que este nuevo pluralismo debería reflejarse en el carácter del debate científico, en la
gama de contribuciones para las revistas y en la formación y empleo de los economistas”.
Las críticas formuladas a las diferentes variables del modelo neoclásico son tan abundantes
y variadas, que es imposible aquí recogerlas todas, por lo que me limitaré a señalar sólo algunas.
Alfred Eichner sostiene que “la visión mecanicista que empapa la teoría económica
(neoclásica) no consigue captar la complejidad de los procesos económicos actuales... La
noción de que la economía de mercado es un mecanismo que se autorregula no es más que un
mito útil... La economía se ha transformado en un sistema cerrado de ideas que es más una
religión que una ciencia”.
“El modelo neoclásico —dice Mark Addleson— es el intento de construir una teoría
de la elección predeterminada, que no puede existir. Hay que abandonar el determinismo en
la economía”.
Mirowsky entrega el siguiente alcance: “El surgimiento de la teoría energética en la
física indujo el invento de la teoría económica neoclásica, proveyéndole la metáfora, las
técnicas matemáticas y nuevas actitudes en relación a la construcción de teorías. La física de
mediados del siglo XIX se adueñó de la teoría económica neoclásica; la utilidad fue redefini-
da de modo de igualarse a la energía”.

El idealismo, mecanicismo, empirismo y positivismo sociológico en la economía.

No podía ser de otro modo, en una cultura regida por un paradigma idealista con casi dos mil
quinientos años de vigencia, y al cual se le acoplaron el empirismo y el mecanicismo de los
siglos XVI al XVIII. Mientras esté condicionada por ese paradigma, no se puede esperar de ella
un humanismo antropológico sustentado en el bien común, porque lo antropológico es esen-
cialmente práctico, y la praxis se contrapone a todo mecanicismo y a todo idealismo teórico.
Muchos pensadores actuales han reducido la interacción humana a las leyes mecánicas de la
física, pero ese error cartesiano es lo mismo que pretender humanizar las leyes físicas o matemáti-
cas con nuestras tendencias, sentimientos, emociones o cambios de orden valórico. Simplemente

492
Sebastián Burr

no corresponde; son dos mundos separados. Uno pertenece al plano puramente material; el otro
se deriva de la interacción de lo material con lo intelectivo, con lo práctico y con lo societario.
Ahora bien, yo como empresario no estoy au trance en contra de la racionalidad mate-
mática, estadística y de predictibilidad que aplican los economistas; sólo me parece que su
aplicación no debe ser a priori, sino a posteriori, una vez asumida la condición natural del
ser humano. Si la racionalidad económica dejase de subordinarse al predeterminismo socio-
lógico y se determinase en función de la racionalidad antropológica, habiendo previamente
fundado metafísica y prácticamente a la persona humana, podría constituirse en un ideal
normativo de muchos ámbitos, pudiendo incluso alcanzar el sitial superior de lo político. La
realidad no es un orden estático, y hablar de un modelo dinámico significa hablar del futu-
ro, de variabilidad, de incertidumbre e imprevisibilidad sobre cómo se va a desenvolver el
hombre en un contexto de libertad en el que “está siendo”, no en el que “ya es”, entendiendo
que su libertad es un dinamismo que se expande hacia todas las direcciones y dimensiones,
y que busca afanosamente la autosuficiencia intelectiva, funcional y valorativa, porque sabe
o “atisba” que esa libertad intrínseca lo conduce a la felicidad. Si se acepta que la ciencia
económica debe ser análoga a las ciencias prácticas, no habrá ninguna dificultad en introdu-
cirle consideraciones de tipo cultural o histórico, métodos deductivos, inductivos y también
dialécticos484. Pero eso requiere elaborar una interpretación multidimensional e integrada
con las dimensiones humano-antropológicas, y aceptar la jerarquía y operatoria natural de
las cosas, cómo se mueven y se conectan entre sí.
La culminación de la racionalidad para los neoclásicos es el equilibrio, a cuyo estudio
estático se abocan. Pero en las cosas humanas el equilibrio no es automático; debe procurarse
a través del aprendizaje moral práctico, e ir aplicando sucesivos ajustes, aceptando incluso
que la meta se mueva constantemente y a lo mejor no se alcance. No se puede encarar el
estudio de un objeto libre con puras metáforas, analogías y métodos adecuados para objetos
materiales, que se rigen siempre por relaciones finitas o predeterminadas. Las ciencias físicas
investigan sistemas “cerrados”, mientras que la economía se enfrenta a sistemas “abiertos”
y casi enteramente variables. En los sistemas abiertos, los valores y las relaciones cambian
constantemente. En cambio, en los sistemas herméticos se dan comportamientos tan unifor-
mes e invariables, que uno puede utilizar con certeza el principio de paridad (las otras cosas
operan en la misma forma). La aplicación de esa uniformidad al mundo del trabajo fue la que
instauró el sistema salarial rígido, desconociendo las variaciones naturales de la productividad
del trabajador y su relación con los movimientos y la información que se suceden y giran en
torno al mercado, del cual es además parte.
En síntesis, los problemas de fondo del modelo neoclásico son su concepción empiris-
ta, utilitaria, mecanicista, apriorística y determinista del hombre, y sus consiguientes fallas
metodológicas.
Pese a haber sido sobrepasada en gran medida por la escuela austriaca, la teoría neoclá-
sica cuenta aún con un buen número de adeptos, que siguen influyendo en diversos manejos
concretos de la economía, sobre todo los que suscriben ciegamente la validez de la sociología
positivista y se declaran partidarios del neokeynesismo. Dichos manejos insisten en conservar
altas dosis de control estatal, y en planificaciones “ultra racionales” que pretenden “orientar” los
rumbos económicos, “predecir” sus comportamientos futuros, y asegurar así el equilibrio del
mercado. Incluso algunos pensadores de la escuela austriaca, como veremos, conservan resabios
neoclásicos que los sitúan en una posición híbrida, cuya ambigüedad introduce todavía más
confusión en el incoherente panorama de las teorías económicas engendradas por el liberalismo.
484 La dialéctica usada como método de división, como lógica silogística de lo probable y como síntesis de los opuestos.

493
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La apertura “a medias” de la escuela austríaca

Frente a los autores clásicos y neoclásicos, los representantes de esta escuela dicen defender
la teoría subjetiva del valor. Según dicha teoría, cada agente económico asigna su propia
valoración a los bienes, por lo que no puede exigirse que los precios guarden una relación
directa con el costo respectivo. Frente a la Escuela Historicista Alemana, desarrollan el méto-
do apriorístico. La economía tiene, como la matemática y la lógica, carácter apriorístico y no
hipotético-deductivo, como las ciencias naturales. Los austríacos consideran que los fenóme-
nos empíricos son continuamente variables, de manera que en los acontecimientos sociales no
existen parámetros ni constantes, sino que todos son “variables”, lo cual hace muy difícil, si
no imposible, extraer leyes históricas o realizar predicciones. Pareciera que estos enunciados
de apriorismo y de variabilidad son contradictorios entre sí, pero la verdad es que Hayek, su
máximo representante, logró superar la economía centralizada y restauró el libre mercado. En
ese sentido no es apriorístico, porque la libertad contiene múltiples variables. Pero como no
postuló la abolición de la sociedad salarial ni la libertad del mercado laboral en asociación con
el capital, y por lo tanto no dio el paso siguiente: validar la libertad intrínseca para todos los
agentes de la economía, se podría decir que en ese sentido es apriorístico. La propuesta laboral
que se expone más adelante intenta dar exactamente ese paso.
El análisis de equilibrio económico walrasiano supone que los agentes económicos utili-
zan los datos que proporcionan los mercados en equilibrio para elegir entre alternativas dadas.
A esta visión de la Escuela de Lausana, aceptada por neoclásicos y keynesianos, la Escuela
Austríaca opone una teoría de la acción del ser humano que crea continuamente nueva in-
formación y modifica las variables de un sistema que nunca estará en equilibrio, aunque no
propone la nueva forma de manejarlo y deja en buena medida todo tal como estaba.
Frente a los monetaristas y la Escuela de Chicago, elaboran una teoría dinámica del capi-
tal y el interés, con una visión clara de la dimensión temporal. El interés es la diferencia entre
la valoración subjetiva presente y futura. El capital implica retrasar el consumo de bienes
presentes para obtener bienes futuros con mayor valoración.
Frente a keynesianos y neoclásicos, que elaboran una teoría del ciclo económico de ca-
rácter endógeno —la expansión crediticia artificial, ocasionada por el Estado al emitir billetes
sin respaldo y al autorizar coeficientes de caja fraccionarios en la banca privada—, la Escuela
Austríaca reivindica un sistema de banca libre con coeficiente de caja del 100%.
Frente a todos, especialmente a los socialistas, asume una defensa radical de la libertad
del individuo ante cualquier intromisión del Estado en la economía. El teorema austríaco
de la imposibilidad afirma que no es posible que un individuo o comité recolecte toda la
información necesaria para una asignación eficiente de los recursos. Esa información está
dispersa en la mente de todos los agentes económicos bajo distintas categorías, y está siendo
reelaborada continua y aleatoriamente.
La corriente austríaca representa una formulación que la diferencia marcadamente de la
escuela neoclásica. Por de pronto, se opone a la concepción determinista y mecanicista de la
persona, y a la racionalidad a priori que caracteriza a los neoclásicos, y parece conceder un
mayor ámbito de acción a la libertad, aceptando cierto carácter moral de las acciones humanas.
Con todo, su adhesión al liberalismo y a su concepción reduccionista del ser humano termina
bloqueando las manifestaciones más profundas de la libertad, que se dan sólo en la praxis moral.
Dice Don Lavoie: “Sin duda los austríacos no están exentos de todas las tendencias mo-
dernistas del último par de siglos, pero son claramente la escuela de pensamiento que más ha
resistido dichas tendencias en la historia de la economía”.

494
Sebastián Burr

El economista Ricardo Crespo, entre varios otros alcances, señala lo siguiente: “La Es-
cuela Austríaca ha dado pasos importantes. El verdadero paso final, que aún no se ha verifi-
cado, sería a nuestro juicio el de la completa extensión del subjetivismo a la libertad esencial
del ser humano. Esta deficiencia corresponde a la dificultad de superar la concepción ra-
cionalista de la modernidad. De hecho, la crítica austríaca a la postura neoclásica se sigue
realizando a partir del paradigma racionalista, con su concepto unívoco de que la libertad
humana viene del exterior y no se fragua en la interioridad de la persona…”
“Aunque desde un punto de vista formal y no moral, la Escuela austríaca proclama el
respeto a la libertad humana y al individuo, en gran parte como reacción contra los totali-
tarismos de nuestro siglo”. “Ese suceso ideológico provocó que casi todas las propuestas
de entonces tuvieran una buena dosis de reaccionismo. Sin embargo, su mayor apertura al
subjetivismo ha ido dando cabida a otros factores que influyen en las decisiones individuales,
como el tiempo, el devenir histórico, los modelos culturales, las instituciones, los valores, etc.
Sin duda, dicha escuela ha dado un paso importante”.
“La aceptación inicial del subjetivismo humano como detector de las necesidades de
la persona —cuyo primer impulsor fue Carl Menger— se extendió después con Ludwig von
Mises a la elección de los medios. En una tercera fase, Friedrich von Hayek enfatizó que
el subjetivismo de los actores económicos, para poder operar plenamente, requiere contar
con amplias señales del mercado, sobre todo de los precios. Pero como esa información
no se puede obtener de golpe, sino en forma gradual, la racionalidad del proceso adquiere
necesariamente un carácter evolutivo. George Shackle señaló a su vez que la información
del mercado no es recibida por los individuos como un dato unívoco u homogéneo, sino que
cada uno la “filtra” mediante una interpretación personal, generándose así una enorme he-
terogeneidad e incluso creatividad en las acciones económicas. Recién en Shackle se puede
apreciar que la subjetividad humana es tomada en consideración”.
Sigue Ricardo Crespo: “Mises, Hayek, etc. —a pesar de sus ideas sobre el descubrimien-
to y su incidencia en la economía— se quedan en la mitad del camino que reconoce la impre-
visibilidad y entrega la seguridad en el equilibrio... Lachmann, quien lidera el movimiento de
lo que se ha dado en llamar “subjetivistas radicales”, da un paso mucho más decidido... Hay
quienes piensan que no se trata de una simple extensión del subjetivismo, sino de una nueva
fundación ontológica, epistemológica y metodológica. Hay algo de todo esto, pero la escuela
austríaca admite filosofías diversas, siempre que se apoyen en un conocimiento de la acción
humana. En esta postura (la de Lachman), comienza a tener cabida claramente la libertad”.
La Escuela Austríaca es sumamente flexible, pues acoge sin reservas la libertad de pen-
samiento, al punto que se han desarrollado allí diversas tendencias, que aún hoy siguen
apareciendo. Esa amplitud ha permitido incluso que entre sus propios pensadores hayan
surgido en el último tiempo críticos muy lúcidos de las propuestas de Mises y Hayek. Sin
embargo, esa lucidez no ha operado ante la ideología en la que se sustenta toda la escuela: el
liberalismo, pues dichos críticos siguen adhiriendo a los postulados básicos del pensamiento
liberal, no como un sistema de libertades de tipo ontológico y epistemológico, que apunte al
desarrollo de todas las potencialidades de la persona, sino más bien de una libertad irrestricta
y sin contenciones. Mientras no hagan de esa filosofía un sistema integrado de libertades, y
por lo tanto de valoraciones subjetivas bajo la condición de la primera persona, que active
una comprensión amplia de la realidad, sus aperturas y avances, por muy valiosos que sean,
seguirán coartados por el reduccionismo empírico, utilitario, sociológico y racionalista, que
impide acceder en plenitud a la autodeterminación humana a través de todas las variables
que conforman el ámbito económico.

495
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Friedrich A. von Hayek: la expansión irrestricta del libre mercado, pero sin libertad intrínseca.

No obstante el aporte que hizo Hayek, en términos de orientar la economía hacia mayores
ámbitos de libre mercado y apertura, la praxis económica que plantea se centra en la libertad
extrínseca y no en la libertad intrínseca, que es donde de verdad se juega el discernimiento de
las decisiones de la persona.
Hayek es quizás el pensador más influyente en la economía actual, al punto que muchos
lo consideran una suerte de restaurador moderno del libre mercado. Su pensamiento es tan
extenso como el de Ludwig von Mises, quien aún conserva cierto ámbito de influencia.
John Gray dice: “Para Hayek, el problema central del orden social es de conocimiento”.
Según Ricardo Crespo: “La libertad es (en la visión de Hayek) la posibilidad de actuar
para alcanzar el conocimiento necesario. En la medida en que se obtiene ese conocimiento,
la misma (la libertad) deja de tener sentido. El equilibrio se logra mediante la adaptación de
la persona a los nuevos datos que proporcionan las señales del mercado. La explicación de
ese proceso resulta de la aplicación al mercado de la descripción de un proceso más amplio
e importante para Hayek: el social. Esa concepción de libertad en el plano económico es el
fundamento sobre el cual Hayek elabora su famosa teoría del “orden espontáneo”.
En una de sus obras, Los fundamentos de la libertad, Hayek introduce y comenta la si-
guiente cita de Adam Ferguson: “Las naciones tropiezan con instituciones que ciertamente
son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución del designio humano”. Hayek dice
de ella: “Por primera vez se demostró la existencia de un orden evidente, que no era el resul-
tado del plan de la inteligencia humana ni se adscribía a la invención de ninguna mente so-
brenatural y eminente, sino que provenía de una tercera posibilidad, la evolución adaptable”.
En su libro Derecho, legislación y libertad, Hayek afirma que el desenvolvimiento de las
sociedades humanas es “un proceso que, por vía evolutiva, da origen a la formación de estruc-
turas culturales complejas”. Pero precisa que la evolución social no es un proceso genético, ni
tampoco el resultado de designios o planificaciones racionales. “La realidad cultural no es de
índole natural ni artificial; no ha sido diseñada racionalmente ni establecida genéticamente.
Está constituida, más bien, por un conjunto de normas de conducta aprendidas, que nunca
fueron inventadas, y cuya mecánica es completamente desconocida por quienes integran la
sociedad”. Y lo explica diciendo que en distintos momentos del devenir histórico hubo gru-
pos humanos que, por causas imprevistas y a menudo accidentales, fueron adoptando ciertas
prácticas sociales que les resultaron mejores que otras, y que, en vista de su mayor eficacia,
otros grupos decidieron imitarlas, generándose así un proceso de expansión y consolidación
de dichas prácticas. Ahora bien, sigue Hayek, “esa expansión se produjo rápidamente, ya que
el proceso de transmisión no era genético, sino imitativo, subjetivo y valórico. Se trató por lo
tanto de la autogeneración de un orden espontáneo, que fue dando origen a la moral y a la
cultura, y determinando por sí solo el curso de su evolución”.
Crespo discrepa, y dice: “Hayek va afirmando y argumentando a favor de todo esto sin
ofrecer mayores pruebas científicas”. Y añade: “Nosotros pensamos que, como teoría de la
sociedad, el orden evolutivo cultural espontáneo tiene problemas de base. En efecto, en bue-
na filosofía no se puede vincular la noción de orden con la negación de la finalidad. Lo que
Hayek hace precisamente es hablar de orden espontáneo, es decir, de un orden no deliberado,
no intencional, no moral, que no conoce finalidad alguna. Visto que el orden es la disposición
correcta de las partes en el todo en función de su fin, lo único que cabe como espontáneo,
como ajeno al fin, es el desorden meramente accidental, o que el devenir social se vaya por
el utilitarismo o un abierto relativismo. No hay modo de garantizar que el sistema se ordene

496
Sebastián Burr

automáticamente, por el ajuste individual al mismo, si no hay quien lo ordene”. Incluso su-
poniendo que la finalidad esté definida, esa finalidad requiere de un medio práctico de acción,
y que opere valóricamente de la misma manera para todos, de un modo directo o indirecto.
Es evidente que aquí estamos de nuevo ante una definición liberal de la libertad, que pretende
hacerla funcionar sin referente humano alguno, es decir irrestrictamente, pese a que no existe
ningún concepto que no esté referido al hombre, directa o indirectamente, buena o malamente.
Uno de los impedimentos más “duros” para poner en escena instituciones de ese tipo, es
el hecho de que casi todas las sociedades están regidas por un muy extenso derecho positivo,
que de por sí es bastante restrictivo en lo que a ejercicio de la libertad se refiere, y que conspira
contra un desarrollo cultural amplio y rápido. Es imprescindible que toda sociedad se encua-
dre dentro de un marco legal, pero la mejor opción es que ese marco sea constitucional, y se
inspire en un modelo social y humanista de carácter moral.
Según Hayek, todos los avances humanos se habrían logrado más bien “por tanteo”, por
instinto o por azar, con escasa o ninguna intervención de la inteligencia reflexiva. Sin duda “el
tanteo y el azar” han jugado un cierto rol, como en todas las cosas, pero de ninguna manera por
sí solos han provocado el impulso civilizador. Incomparablemente más decisivos y determinan-
tes han sido las inspiraciones, fuerzas y dinamismos del espíritu, poseídos y aplicados por todos
los actores del proceso histórico. Y en cuanto a la moral, en tanto asociada a la dignidad huma-
na, que según Hayek es también fruto de un devenir espontáneo, queda reducida a una simple
elaboración conductista485, y hasta relativista. Pero las mayores demostraciones de las carencias
morales del proceso histórico-económico han sido la sociedad salarial, el modelo de progreso
ilimitado que ha redundado en sociedad de consumo (consumismo), y el reclamo de la plusva-
lía486 hecho por Marx, valor agregado al cual el trabajador no accede proporcionalmente, aunque
hay que advertir que la plusvalía, siendo algo real, debe coexistir siempre con la minusvalía.
Veamos ahora cómo enfoca Hayek el problema del equilibrio económico. De partida,
establece una estrecha vinculación entre la economía y la sociedad: “El orden de la actividad
social se muestra de modo tal que los individuos pueden llevar a cabo un plan consistente de
acción, en que cada momento del proceso descansa en las expectativas de contribución por
parte de sus semejantes”.
“Es evidente que en la estructura social existe cierta clase de orden que funciona, y con
el cual uno cuenta. Sin dicho orden, ninguno de nosotros sería capaz de emprender acciones y
compromisos. Esa estructura de orden no puede ser resultado de una planificación unificada, si
queremos que los individuos ajusten sus acciones a determinadas circunstancias únicamente co-
nocidas por ellos y nunca conocidas en su totalidad por una sola mente. De esta forma, cada ac-
ción individual utiliza su propio conocimiento, y al mismo tiempo se afirma en el orden previsible
que emana de la sociedad. Es decir, no solamente utiliza su propia información, sino que también
cuenta con la colaboración de otros... Este es el mecanismo de funcionamiento del mercado...
Pero sucede, gracias a la competencia, que el comportamiento relativamente más racional de
ciertos individuos induce a los otros a reorientarse, estimulados por el éxito de los primeros…”

485 Comportamiento humano sin referencia moral. Es decir, basado sólo en lo empírico. Niega la introspección y la autoconciencia.
486 El concepto de plusvalía designa un incremento económico agregado, que puede darse en una operación bursátil o inmobilia-
ria, en la prestación de un servicio laboral, etc. En la doctrina económica marxista (que analizó en profundidad tal concepto),
la plusvalía equivale al beneficio que el capitalista obtiene por la apropiación del trabajo excedente no pagado a los asalariados.
En otras palabras, el empresario, después de pagar una prima salarial al trabajador (más o menos a todos por igual y que busca
cubrir su supervivencia) por la elaboración de un determinado producto, suma el resto de los insumos que lo componen y carga
un margen o rentabilidad que hace enteramente propio, sin compartir la ganancia que proporcionalemente correspondería entre
hombres que se suponen iguales (desde una perspectiva moral) en proporción al capital físico aportado por el capitalista y al
“capital” que representa el trabajo intelectual y físico del trabajador. La participación laboral multidimensionalmente conside-
rada, que postula el presente libro, intenta resolver esa deficiencia económica y moral que denunciaba Marx.

497
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Sin embargo, pese a haber utilizado expresamente el término “racional”, causa asombro
la posterior afirmación de Hayek de que tal proceso no es propiamente racional; solamente lo
es su resultado. Lo que lo impulsa son las acciones, que tratan de acertar a través de diversas
pruebas y ensayos, y la casualidad o el azar, que hace que ciertas personas “den en el clavo”.
Entonces las demás las imitan, pues tienen a la vista la constatación de su mayor eficacia. Por
eso en Hayek es esencial la libertad exterior de los individuos para el buen desenvolvimiento
de la economía. Ya hemos señalado hasta qué punto la reducción de la libertad humana a su
mero ámbito de ejercicio externo —postulado que también comparte Hayek, como liberal
convencido— es una visión absolutamente incompleta, extrínseca, y al fin de cuentas inope-
rante, puesto que, si no se desarrolla la libertad interior del individuo, es obvio que la creati-
vidad y la capacidad de analogar información desaparecen, y al desaparecer esas dinámicas,
sólo cabría copiar a los otros en aquello en que les fue bien. Pero lo que es bueno para otros
no es necesariamente bueno para todos, y tampoco se entiende cómo pueden existir esos otros
dotados de capacidad creativa, si la libertad intrínseca, y por lo tanto el discernimiento múlti-
ple, permanecen casi anulados, puesto que la inteligencia funcional sólo se desarrolla cuando
el entendimiento está plenamente activo.
Lo que realmente ocurre bajo el modelo liberal-socialista es que algunos pocos ciuda-
danos funcionan de un modo activo y en primera persona, y la gran mayoría funciona de un
modo pasivo y en tercera persona, lo que significa que la información fluye, en el primer caso,
como una continua cascada, y en el otro caso “fluye” a gotas intermitentes. Se deriva de ahí
una colosal asimetría en la cantidad, en la calidad y en la actualización de la información, y
esa es una de las principales causas de la desigualdad económica que se observa en casi todos
los países de Occidente. En esa radical dicotomía, es imposible además que se produzca “el
equilibrio espontáneo” del cual habla Hayek.
Posteriormente, Hayek sustituyó definitivamente su concepto de equilibrio por el de or-
den. Y lo justifica así: “Mientras jamás se da en realidad un equilibrio económico, existe cier-
ta justificación para afirmar que la clase de orden al cual nuestra teoría describe como tipo
ideal, se le aproxima en gran medida”. Con eso, dice Mario Rizzo, Hayek se desplaza desde
una posición más o menos absoluta a otra más subjetivista, lo que evidentemente lo acerca a
una solución más integral y humana.
Muchos están de acuerdo en que la institución práctica y productiva por excelencia es el
ámbito del trabajo, sobre todo aquel conectado con la esfera social o pública. Y como la pro-
ductividad guarda relación con la economía, y la economía es una ciencia práctica, sin duda
que para tomar conocimiento del mercado hay que vivir el trabajo al modo de praxis, es decir,
de un modo activo y en primera persona. Pero entonces uno se pregunta: ¿Es posible tomar
conocimiento de los dinamismos multidimensionales del mercado dentro de un contexto de
sociedad salarial, toda vez que su modelo de acción es técnico y no subjetivo o moral? ¿Es
posible que, dentro del contexto de tecnocracia y amoralidad que impera en la sociedad sala-
rial, se abra el ámbito de las expectativas en personas cuya creatividad está inactiva, debido
a su pasividad ante los sucesos prácticos de la micro y macroeconomía? ¿Es posible, en ese
mismo contexto, que conozcan de verdad las vicisitudes del mercado, cuando permanecen
desconectadas de su propia autodeterminación, de su finalidad humana, y de la indagación de
los medios? ¿Pueden tener voluntad de comprender las variables económicas, cuando traba-
jan bajo la violencia de la imposición, por salarios planos y mínimos, y a veces por incenti-
vos materiales que tratan de compensar dicha violencia, y no por motivaciones intrínsecas y
dentro de las directrices del mercado? De hecho, las remuneraciones de los trabajadores en
general no asumen las variables de la información económica a través del precio del salario,

498
Sebastián Burr

dadas su estaticidad y su casi inexistente variabilidad. ¿Es posible conocer el mercado sólo
gracias a una dinámica pasiva, estática, o de un modo puramente teórico? ¿Es posible que los
asalariados aprendan los intrincados vericuetos y cambios del mercado siendo sólo partícipes
parciales en la demanda, y muy ajenos a todo lo que hay que conocer respecto de cómo fun-
cionan la oferta, el ahorro y la propiedad? El asunto entonces es: ¿cómo provocar el acceso de
las grandes mayorías a una praxis económica activa y en primera persona, a fin de que tomen
conocimiento de las variables que conforman la oferta, la demanda, los precios, el ahorro, la
generación de la riqueza, y además de un modo siempre actualizado?
Ricardo Crespo, por su parte, acentúa su crítica: “Nosotros sostenemos que Hayek sigue
cayendo en la mentalidad neoclásica, por la afirmación de la tendencia a un orden que de-
pende sólo del conocimiento, no de la libertad intrínseca”.
En cuanto a las críticas de los llamados subjetivistas radicales, Ludwig Lachman sostiene
la necesidad de revisar el equilibrio a largo plazo planteado por Hayek. “¿Puede el mercado
difundir las expectativas como lo hace con la información?”, argumenta. “Las expectativas
—continúa— son anhelos imaginados, que sólo cuando se concretan a través de la acción
pueden convertirse en información. En consecuencia, es erróneo decir que las expectativas
pueden ser informadas, y que junto con la información conducirán al equilibrio. La infor-
mación es concreta y actual; pero las expectativas son abstractas, teóricas y potenciales, no
susceptibles de ser conocidas como datos por los actores del mercado”.
A mi modo de ver, los múltiples factores que juegan en el escenario económico, tal como
han sido manipulados y condicionados por el liberalismo, tienden a un equilibrio forzado y
por lo tanto artificial. Pues dejan la praxis en primera persona prácticamente fuera, y ese tipo
de acción es el dinamismo fundamental del conocimiento práctico y de los factores que ac-
tualizan la información con la cual se filtran los datos económicos. Por lo tanto, en la medida
en que uno de ellos se desborda por irreal, arrastra irremediablemente al resto, hasta afectar
gravemente al ser humano, y situar además la economía en un estado de inestabilidad latente
que inevitablemente estalla en crisis de tiempo en tiempo, pues va requiriendo ajustes en tanto
sus “fuelles” son prácticamente inexistentes.
Es evidente que las señales de los precios como información estática y no dinámica son
un mecanismo sumamente precario para el aprendizaje, e inútil para la lectura de las expec-
tativas, porque no representan valoraciones subjetivas y contingentes integradas, que recojan
de verdad el valor intrínseco de los bienes y servicios, sino sólo su cotización rígida, a título
de no se sabe qué a los ojos de los sujetos que conforman el mercado, y dentro del contexto
de sociedad salarial también estática. No orientan en absoluto respecto a una percepción ética
del consumo y de la oferta, como tampoco respecto a las acciones. Sólo el empirismo liberal
de Hayek, carente de sustancia moral, pudo inducirlo a erigir tan exiguas y desfiguradoras
señales como criterio rector de los comportamientos económicos. Si sólo nos atenemos a los
precios, el mercado resulta incomprensible, tanto en su magnitud como en su complejidad.
Sólo empezará a ser conocido y comprendido de verdad cuando la demanda y la oferta sean
vividas por todos bajo un mismo género práctico, desde la doble perspectiva simultánea de
consumidores y de creadores y ahorradores de riqueza. En forma abierta, fluida y libre.
Condicionado por la ideología liberal, que sólo acepta la libertad externa, lo que hace
Hayek es negar de plano el libre arbitrio, puesto que ese dinamismo se despliega dentro de
un contexto de fluctuación moral y se da en el plano intrínseco de la persona, no sólo por la
información que emana del exterior.
Cerraré esta síntesis del pensamiento de Hayek —seguramente demasiado reducida—
con los siguientes comentarios de Ricardo Crespo:

499
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“La primera conclusión es la que podríamos denominar “paradoja de la libertad”


en Hayek. Su afirmación de una libertad en ejercicio, facticidad o espontaneidad, como
concepto unívoco de la misma, oscurece la noción de libertad interior y lo hace caer en un
determinismo conductista”.
“Por otra parte, la concepción del orden espontáneo también es paradójica, puesto que,
si su concepto de libertad no reconoce la finalidad humana, tampoco se puede estructurar
un determinado orden, pues el agente económico carece de intencionalidad. Pero como de
hecho existe un “orden”, o éste es determinista, o puramente materialista, o Hayek debe
cambiar su idea sobre la libertad”.
“Su débil concepto de la libertad le impide comprender la principal fuente de desorden
en la economía. Este concepto deficiente surge probablemente, como ya dijimos, de una defi-
ciente formación. Si hubiera profundizado en el concepto de libertad y admitido su forma in-
terior, su visión de la responsabilidad también se hubiera enriquecido, y hubiera solucionado
por esta vía los peligros de los totalitarismos”.
“En definitiva, aunque Hayek supone un avance, en cuanto reconoce aspectos funda-
mentales de la acción y condición humanas, no logra salirse del círculo racionalista del
liberalismo. La fuerza de la concepción racionalista moderna es tal, que probablemente sólo
podremos liberarnos de la misma de a pequeños pasos”.
Hemos revisado las principales teorías económicas que dominan invisiblemente en
nuestra época, y las deformaciones que derivan de cada una de ellas a partir de modelos
reduccionistas del hombre. Ninguno de esos modelos corresponde a la realidad, a lo que son
de verdad las cosas humanas; no representan ningún “orden natural” que deba ser acepta-
do sin discusión, como clave suprema e inconmovible de la economía. Y su inspiración de
fondo se entiende perfectamente, pues dichas teorías son fruto de cierto trance histórico que
tuvo dos grandes pilares: el materialismo económico posterior a la revolución industrial y el
materialismo histórico de Marx.
En la escuela austríaca, concretamente en la universidad de Friburgo, existían con ante-
rioridad a la llegada de Hayek en 1962, aperturas de humanización de la economía dignas de
ser tomadas en cuenta. Esas aperturas pueden ser apreciadas en el siguiente texto de Wilhelm
Roepke, entonces académico de dicha universidad: “Nos movemos en un mundo de precios,
mercados, competencia, salarios, tasas de interés, tasas de cambio y otras variables econó-
micas. Todo esto es perfectamente legítimo y fructífero, en la medida que no olvidemos que la
economía de mercado es un orden adecuado a una estructura social definida y a una situa-
ción moral y espiritual del hombre. Si no creyéramos que la economía de mercado es mera-
mente una parte de un orden espiritual y social total, seríamos culpables de una aberración
que podría denominarse racionalismo social”.
Quiero reiterar que las críticas hechas aquí al liberalismo no son objeciones a la liber-
tad, ni a la propiedad ni al libre mercado, sino todo lo contrario: lo que se objeta es su visión
estrecha y mediocre de la libertad, de la cual queda extirpada la dimensión de la praxis e
intencionalidad del hombre, lo que trunca su desarrollo moral y por lo tanto su progreso so-
cioeconómico, y también su expansión democrática. A mayor abundamiento, aprovecho de
señalar que, si bien la libertad liberal tiene evidentes fallas morales, el concepto de libertad del
socialismo, en mi opinión, es casi inexistente; está demasiado deformado por su paradigma
colectivista y materialista.

500
Sebastián Burr

La teoría económica de Aristóteles: una integración coherente de todos los factores y


dinamismos de la economía.

Para Aristóteles, los asuntos económicos pertenecen en primer lugar a la esfera de lo privado,
de lo doméstico, del gobierno de la casa. La casa es cronológicamente anterior a la polis, pero
una vez constituida la polis, pasa a formar parte de ella. Sin embargo, pese a ser posterior en
el tiempo, el orden de las cosas públicas es por naturaleza superior al orden doméstico, y esa
superioridad natural establece la subordinación de la casa a la polis.
Aristóteles aborda el estudio de ambos órdenes en dos de sus obras: Política y Ética a
Nicómaco. Y establece ahí una distinción fundamental, que hoy ha desaparecido del escena-
rio económico. Dice que la economía comprende sólo el uso o administración de los bienes
domésticos y de los recursos de la polis, y que las actividades orientadas a la consecución
y producción de dichos bienes y recursos pertenecen a otro ámbito completamente distinto,
que denomina “crematística”.
Otro punto nuclear de su planteamiento es que la economía tiene un carácter eminente-
mente moral: contribuir a la felicidad de los seres humanos, tanto en el plano doméstico como
en el orden político. Eso requiere una sabia administración de los bienes y recursos económi-
cos, inspirada siempre en el bien del hombre y en acertados juicios de valor prácticos.
En cuanto a la crematística, su función natural es servir a la economía, procurando y
obteniendo las riquezas que requieren la casa y la polis, pero sólo en la medida en que sean
necesarias para que una y otra puedan alcanzar sus fines morales. Así la crematística es una
actividad también regida por la ética.
Ahora bien, la crematística puede salirse de su función propia —porque es una actividad
humana, y los hombres son libres— y volcarse hacia una búsqueda desorbitada de la riqueza,
como un fin en sí mismo, desconectándose así del orden moral y de las claves de la felicidad
humana. La verdadera crematística, que Aristóteles llama “adquisitiva” es “aquella en virtud
de la cual la economía procura tener a mano los recursos almacenables necesarios para la
vida civil o doméstica”. La crematística equivocada, o “innecesaria”, es aquella “para la cual
no parece haber límite alguno de la riqueza y la propiedad”.
La economía es propiamente praxis, conducta moral, pues todas sus acciones están di-
rectamente conectadas con fines intrínsecamente humanos. En cambio, la crematística es
poeisis o tekné, es decir, una acción eminentemente técnica, cuyo objetivo per se es la pro-
ducción de bienes concretos. Por lo tanto, debe subordinarse a los fines morales de la eco-
nomía (lo que no significa compensar económicamente a los sectores con menos recursos,
o igualar artificialmente los ingresos, u otros artificios análogos que suele inventar la clase
política). Existen así un conocimiento y una acción económicos —ciencia práctica— y un
conocimiento y una acción técnicos —ciencia poiética487.
Esa lúcida distinción aristotélica nos revela una de las más graves distorsiones introduci-
das por el liberalismo en la economía moderna. La mayoría de las acciones económicas están
hoy centradas en la crematística pura, en la obtención de riquezas con prescindencia casi total
de la praxis, del orden moral. Se ha producido una grave fractura entre el principio de uso
moral y el de la ganancia por la ganancia, un divorcio entre los móviles económicos y los fines
sociales. Aristóteles detectó este gravísimo peligro, y señaló tajantemente la diferencia entre
la economía propiamente dicha y la adquisición exacerbada de dinero o crematística pura, sin
fines morales o sociales. Esa es probablemente la advertencia más profética que se haya hecho
nunca en el campo de las ciencias sociales y económicas.

487 Concepto que se refiere a lo técnico, y que deja fuera el aspecto moral.

501
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La tekné es limitada en cuanto a sus medios, dice Aristóteles, pero puede hacerse ilimita-
da en cuanto a su fin, cuando “se propone conseguirlo en el más alto grado posible”. Enton-
ces se convierte en crematística innecesaria, y su desorbitación la impulsa no sólo a aumentar
sin medida la riqueza monetaria y la propiedad, sino también los medios o recursos aptos para
obtenerlas. Por el contrario, la crematística adquisitiva, subordinada a la economía, es natural,
necesaria, y limitada en sus fines.
Al igual que en nuestros días, en la antigüedad el medio que empleaba una y otra cre-
matística era exactamente el mismo, es decir, el dinero. Pero en nuestro tiempo el asunto ha
terminado por desbordarse, al extremo que las consideraciones de la crematística adquisitiva
ya prácticamente nadie las tiene en cuenta. Este síndrome “económico” moderno ha deforma-
do la economía desde su perspectiva ética, y evidencia a la vez un retroceso cultural de vastas
proporciones. La única forma que parece razonable para reorientar la economía es que toda la
sociedad se instale en un modelo de convivencia ética y moral, y que poco a poco los ciuda-
danos vayan tomando conciencia de por qué es la crematística adquisitiva la que corresponde
ejercer, y no la crematística innecesaria. Cuando Juan Pablo II hablaba del capitalismo salvaje,
se refería justamente a esto: la generación de riqueza y de los medios que la producen sin nin-
gún propósito ético y moral. Juan Pablo II nunca estuvo contra el capitalismo y la economía de
mercado, en tanto tuviesen una envolvente ética y moral, y todos los hombres estuviesen con-
siderados en su dignidad y en la totalidad de sus dimensiones antropológicas. Pero hay sectores
de izquierda que han dado vuelta esas palabras de Juan Pablo II, afirmando que lo que quiso
decir es que el capitalismo es intrínsecamente salvaje, en cualquier categoría y aplicación.
Tanto la economía como la crematística (en sus dos versiones) implican el manejo de
riquezas. Por lo tanto, advierte Aristóteles, es muy fácil confundirse. Pero agrega que “todas
las cosas son de tal índole, que su exceso perjudica necesariamente”. Y refiriéndose a quie-
nes hacen de la riqueza un fin en sí mismo: “La causa de esta actitud es el afán de vivir, no
de vivir bien, pues siendo este apetito ilimitado, apetece medios también ilimitados”. “Y es
evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues sólo es útil para otras cosas”.
Y añade que a la prudencia económica le corresponde resolver los asuntos concretos re-
lativos al uso y manejo de los bienes materiales, tanto privados como públicos. Sin embargo,
más allá de esa virtud específica, es todo el carácter moral del hombre el que debe concurrir
al manejo económico, para asegurar su orientación a la felicidad humana.
Estos simples pero nítidos principios de Aristóteles bastan, a mi juicio, para esclarecer a
fondo la confusa problemática económica de nuestra época. Pretendiendo enriquecer la vida
humana de un modo directo a través de la economía, el liberalismo sólo ha conseguido empo-
brecerla, instalándola en una perspectiva amoral y materialista, y la tiene sometida a toda cla-
se de patologías y contradicciones en las que casi nadie acierta a encontrar un hilo conductor,
una clave que permita articular el rompecabezas.

RecapitulaciÓn histórico-global

Hemos concluido el largo análisis histórico, filosófico, antropológico, sociopolítico y cultural


de la múltiple problemática que hoy afecta a nuestro país y al resto de Occidente. Pero antes
de entrar en el capítulo IX, que contiene diversas propuestas de solución, considero necesario
recapitular brevemente algunos de los puntos nucleares abordados en esta revisión.
A través de toda su historia, Chile ha sido manejado por una serie de ideologías re-
duccionistas, de derecha, de centro o de izquierda, y continúa siéndolo en nuestros días.

502
Sebastián Burr

Cada una de esas ideologías atrapa algunos aspectos de la realidad, pero está lejos de cubrir
todos los factores que configuran la existencia humana y la convivencia sociopolítica. Y ni
siquiera sumadas unas con otras logran esa cobertura integral. Se requiere entonces, como
ya se planteó, una síntesis que incorpore todo lo válido que hay en cada una de ellas, pero
que les agregue las claves ontológicas y antropológicas del orden natural, completamente
descartadas por el modernismo.
El problema crucial es ético-moral, y su epicentro es epistemológico. Esto significa
que el origen de fondo de nuestras crisis y estancamientos son las erróneas interpretacio-
nes de la realidad que hemos heredado de las filosofías del modernismo implantadas hace
mucho tiempo en nuestro país. De ahí se deriva que la mayoría de los chilenos están fuera
del ejercicio de la libertad, pues casi todas las instituciones que conforman el orden políti-
co nacional fueron y siguen siendo diseñadas con esas mismas deficiencias y distorsiones
ideológicas, y son por lo tanto ineptas para desarrollar integralmente a cada ciudadano. Por
otra parte, tenemos una ínfima cantidad de chilenos que viven y ejercitan verdaderamente
la libertad (aunque no de un modo absoluto), y que marcan brutales diferencias socioeconó-
micas con el resto, que el país conoce muy bien. El punto es cómo resolver en el futuro esa
abismante dicotomía. La vía errónea es el igualitarismo: reprimir o anular la capacidad de
desarrollo de esos “privilegiados”. La vía eficaz es tratar de integrar a todos los chilenos a
una experiencia análoga de autosuficiencia y autodeterminación, que es la única que genera
ascensos y expansiones reales.
Este libro ha escogido el único camino posible para hacer de nuestro país una sociedad
más justa, en la que todos dispongan de similares oportunidades, sobre todo en las instancias
superiores que generan el auténtico desarrollo humano. No cabía otra opción, pues las solu-
ciones parciales y reduccionistas han sido probadas una y otra vez, sin otro resultado que la
pobreza, las desigualdades, la división social y el encono.

503
Capítulo IX
Propuestas por áreas institucionales

Evidentemente, las propuestas que se entregarán ahora a la consideración de los lectores cons-
tituyen el objetivo crucial de este libro. Pero antes de introducirnos en ellas quisiera hacer
algunas precisiones respecto de lo que pretenden y no pretenden lograr.
No pretenden ser proposiciones cerradas, definitivas ni absolutas, pues la naturaleza hu-
mana no tiene ninguna de esas características. Están pensadas para el hombre de hoy, dentro
del contexto cultural contemporáneo, marcado por teorías filosóficas ajenas a la realidad,
responsables de los desastrosos resultados humanos y sociales que Occidente experimentó
durante el siglo XX hasta la caída de los socialismos reales, y por el advenimiento de un neo-
liberalismo incapaz de integrar y superar el economicismo.
Lo que sí pretenden estas propuestas es abrir cauces que permitan proyectar integral-
mente las dinámicas humanas hacia una plena participación de la ciudadanía en el orden
sociopolítico, económico y cultural, y hacia un desarrollo permanente de la libertad extrín-
seca e intrínseca, de la ética social y de la unidad nacional. Y su fin último es que todos
los chilenos podamos alcanzar progresivamente mayores cuotas de felicidad personal, y
compartirlas recíprocamente.
Esos objetivos son intransables en cualquier proyecto auténticamente humano, pero hay
diversas maneras de procurar su cumplimiento. Por lo tanto, estas propuestas pueden ser per-
fectamente reemplazadas en el futuro próximo, en la medida en que el devenir histórico haga
aparecer en escena nuevas circunstancias, distintas a las actuales.
Otro propósito nuclear de estas proposiciones es restaurar la esperanza ciudadana,
revitalizar las voluntades y dar sentido a la vida, considerando que el desencantamiento y
la desesperanza se han convertido en la atmósfera mental predominante en nuestro país.
La esperanza es en muchos casos, y más aún en el de los más pobres, el único patrimonio
que se posee, y lo último que se pierde. Pero ha sido permanentemente defraudada por la
mayoría de la clase política, sobre todo por la gobernante, y también por aquellos que en
el ámbito privado, con el respaldo ideológico del paradigma liberal-socialista, no trepidan
en medrar atropellando y excluyendo al prójimo. Sólo si sabemos abrir para todos expecta-
tivas de desarrollo sustentadas en la autosuficiencia, la esperanza reaparecerá, y pondrá en
marcha las voluntades, pues el triunfo en la vida constituye siempre un logro personal, no
viene dado desde fuera.

505
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

PROPUESTA SOBRE LA FAMILIA

La tasa mundial promedio de reposición demográfica es 2,6 hijos por familia. En Chile,
según la encuesta CASEN Familias 2006, dicha tasa podría ser inferior a 1,9 hijos por cada
núcleo familiar488. Esto permite, en teoría, predecir que en un futuro próximo el 33% de la
población deberá sostener al 67% restante, si esta tasa no se revierte drásticamente. Los paí-
ses europeos en general, y algunos asiáticos como Japón están aplicando fuertes subsidios al
nacimiento de cada hijo489.
Se demuestra aquí otra contradicción del liberal-socialismo que impera en Occidente.
Por una parte, aplican tasas tributarias casi expropiatorias, y una agenda de “valores” liberal-
progresista que se opone a la familia, y por otra, se ven obligados a incentivar con subsidios
a los ciudadanos para que decidan tener hijos, pese a que la procreación es un deseo natural,
una necesidad impresa en toda conciencia humana.
El reordenamiento de la familia es clave para el reordenamiento político. La familia no
es un simple reducto de aislamiento valórico y emocional ante las dificultades que nos opone
la vida diaria, o ante las deformaciones del orden sociopolítico. Es condición del bien común
político, y causa eficiente de la ética social. Mientras la clase política no valide de verdad lo
que las mismas constituciones políticas establecen respecto a la familia, y el vínculo entre
familia y bien común, entre bien común y orden político, y entre orden político e instituciones
trascendentales, seguirá sin cumplir su rol fundamental, y haciéndose cómplice del desorden
social y del sufrimiento humano. Hasta pareciera que cierta clase política mira a la familia
como un competidor que amenaza su status de poder, cuando es el núcleo viviente en que se
gesta el bien común político, y no una entidad antagónica.
La Encuesta Bicentenario, dada a conocer en octubre del 2006, reveló que el 84% de los
encuestados reconoce la importancia de mantener el contacto con su familia cercana, y que
un 67% hace extensiva esa apreciación a la familia más lejana. El 70% considera que la vida
familiar es la que más satisfacciones le produce, y el 47% está de acuerdo con que sus hijos
solteros permanezcan en la casa, aun cuando estén en condiciones de independizarse. Pese
al deterioro sufrido por la institución del matrimonio, un 77% de los encuestados lo concibe
como un compromiso para toda la vida; un 54% estima que su existencia es condición ne-
cesaria cuando se decide tener hijos; y se le sigue asignando una función fundamental en el
proceso de generar la afectividad y la estabilidad emocional de los hijos.
Sin embargo, la misma encuesta revela que sólo un 29% están dispuestos a permanecer
en el matrimonio en caso de surgir conflictos entre la pareja, lo que demuestra una baja ca-
pacidad para resistir preocupaciones y resolver problemas afectivos y de comunicación con-
yugal. Como ya se dijo, si las parejas hicieran un análisis crítico básico de nuestra cultura, e
incluso del escaso nivel valórico que tienen las instituciones claves de nuestro ordenamiento
político, comprenderían que son víctimas de un sistema global humanamente deformado, y
no tan culpables de sus desavenencias, como muchas veces se supone. Si adquirieran esa con-
ciencia básica, estarían mucho mejor preparadas para enfrentar y resolver juntos las dificul-
tades que les toca vivir, en vez de enrostrárselas mutuamente. Muy poco de lo que les ocurre
es de responsabilidad directa de los cónyuges; sí lo es en cambio no informarse a fondo de las
deformaciones socioculturales que los afectan, y también al resto de sus familiares.

488 En esta materia hay una discrepancia entre las cifras que entrega el INE a partir del censo del 2002 y la encuesta Casen
Familia 2006. (Diario El Mercurio, 7 de octubre del 2007).
489 Durante el año 2007 la tasa demográfica nacional quebró su curva negativa después de 19 años (período 1990-2007). Ese
año hubo un 3,8% de mayores nacimientos que en el año 2006. (Fuente: Registro Civil).

506
Sebastián Burr

Pero hay más. La encuesta señala que el 75,8% se declara satisfecho de la vida que tiene
con su pareja, porcentaje que se incrementa a 80% cuando están casados. Y cae notablemente
a un 57% cuando se trata de separados o divorciados que viven con una nueva pareja. Eso
deja en evidencia que los niveles de tolerancia se desarrollan mejor con la primera pareja que
con una pareja sustituta. La razón que explica esta mayor tolerancia es que la primera unión
posee en su raíz elementos de aceptación, generosidad y nobleza muy difíciles de alcanzar en
otras relaciones. En cambio, en la segunda relación concurren muchas veces apreciaciones
más utilitarias y materiales que los motivos idealistas que estaban presentes en la original.
Otra encuesta, realizada en junio del 2006 conjuntamente por la Universidad Católica y
Adimark, y referida a las madres que trabajan, muestra que un 38% de los encuestados consi-
dera que “una madre que trabaja establece una relación igual de cercana con sus hijos que una
madre que no trabaja”. Un 49% concuerda con que “es mejor para la familia si el hombre tra-
baja y la mujer se preocupa de la familia y el hogar”. También se refleja en este sondeo que la
gradiente de edad es bastante pronunciada; los consultados de entre 18 y 24 años se declaran
más partidarios del trabajo de la mujer fuera de casa que los encuestados de 55 y más años.
Aunque las mismas mujeres que trabajan resienten bastante el trabajo de tiempo completo,
esto último señalado por los sectores de menores ingresos.
La crisis de la familia es la crisis de la cultura; la crisis de la cultura es la crisis de la po-
lítica; la crisis de la política es la crisis de la libertad; y la crisis de la libertad irrumpe cuando
no se vive la verdad. El resultado de ese encadenamiento acumulativo es que casi ninguna
institución humana puede funcionar sanamente, incluida la familia, puesto que la familia es el
núcleo natural e insustituible del sistema sociopolítico y cultural
Goethe dice que “La familia es tabla de salvación o sima de perdición de una sociedad”.
Y Juan Pablo II señaló más de una vez que las dificultades de la familia moderna encontraban
su causa más en las deformaciones culturales que en los problemas de carácter de los cónyu-
ges, lo que confirma que la crisis de la familia es la crisis de la cultura.
Si los padres, como pareja, no buscan y viven la verdad, no pueden conocer los códigos
de la realidad, y los reemplazan por códigos erróneos (por ejemplo, el exitismo social y eco-
nómico), o emanados de lo que cada uno considera su propio interés. Se les hace entonces
imposible establecer un proyecto común, distinguir los medios para alcanzarlo, comunicarse
y entenderse entre sí, y más todavía enseñar a sus hijos a discernir el verdadero bien humano y
a instalarse eficazmente en el mundo. La pérdida de la unión y del sentido de la vida conyugal
es uno de los grandes problemas que afectan a la familia.
En gran medida, la crisis de la familia puede resolverse reformulando las instituciones
trascendentales de la manera en que se propone en los capítulos correspondientes, pues así los
padres, en cuanto ciudadanos, tendrán acceso a un ejercicio real y permanente de la libertad,
y de esa manera consolidarán buenas familias.
Una forma de que los miembros de una familia se “inmunicen” contra la contaminación
cultural, es que revisen críticamente cada una de sus deformaciones, averigüen las causas
que las han provocado y analicen sus efectos sociales, morales y humanos, incluidos los
estragos que provocan en las relaciones familiares. Y que constaten además cómo el sistema
político y las instituciones que lo conforman se han hecho cómplices de esas desfiguracio-
nes490. Pero sin caer en la trampa de ninguna ideología, sino extrayendo sus propias conclu-
siones de los hechos reales.

490 En la encuesta Mercurio-opina, dada a conocer en diciembre 2 del año 2007, se informa que, ante a la pregunta “¿Qué
político vivo más admira?”, el primer lugar lo ganó “Nadie”, con el 47,7%. Y al preguntarse a los encuestados cuál era la
institución que más apreciaban para sus vidas, la gran mayoría señaló a la familia.

507
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La familia debe ser moral, económica y sociopolíticamente “recomprendida”. Pues


constituye el hábitat ecológico del ser humano, y toda buena sociedad depende de la calidad
de sus familias491.
Cuando ciertas cosas maravillosas están dadas casi de un modo natural, muchos no las
sabemos apreciar, y entonces las perdemos. Eso es lo que suele ocurrir a los gobernantes con
la familia, que es una institución que cumple un papel fundamental en la sociedad, cuidando y
desarrollando integralmente a los ciudadanos del futuro. ¿Será porque la familia es (en el buen
sentido del término) una institución prepolítica, y por esa circunstancia les resulta inquietante o
incluso amenazadora a los que pretenden hacer de la política una acción totalitaria y excluyente?
Desde una perspectiva moral, la familia es el único núcleo reproductivo fundado en el
amor y en el desprendimiento, en la entrega desinteresada a los hijos de una formación való-
rica, intelectiva, volitiva y comunitaria, más allá del equilibrio psíquico que genera en ellos
la dualidad de lo masculino y lo femenino que entregan los progenitores, y de la gratuidad
económica que conlleva. Por todo esto, pero especialmente por lo del equilibrio emocional, la
familia se funda en el matrimonio estable entre un hombre y una mujer.
La familia es el ámbito donde además se aprende a diferenciar lo permanente de lo transi-
torio, lo sustancial de lo efímero, lo material de lo espiritual, los valores auténticos de los fal-
sos, donde se adquiere el sentido del compromiso y de la responsabilidad, y de un modo ejem-
plar y práctico. Es el único ambiente que puede asegurar la estabilidad psicológica, afectiva,
profesional y social de los ciudadanos, y asimismo la multifuncionalidad de los hijos, cuya
hermandad también contribuye a dotarla de valor. Y como todos esos resultados repercuten
favorablemente en el plano sociopolítico, el Estado, a través de las instituciones trascendenta-
les ya mencionadas, tiene el deber de completar y actualizar el desarrollo de las capacidades
humanas superiores, de manera que en lo sucesivo las familias se vayan replicando de buena
manera, y por ende se consolide una sociedad ética.
Desde una perspectiva sociopolítica y económica, la familia es el núcleo reproductivo de
estudiantes, trabajadores, agentes económicos, e incluso de los mismos padres de familia. Eso
obliga al Estado a reforzar su rol subsidiario y ejemplarizador, y a respetar doblemente a la
familia, de tal manera que facilite a los padres su “gestión” formativa y social.
Es necesario comprender que la familia es una complejísima “empresa”, que requiere del
Estado que cumpla su parte, a fin de asegurar que en el futuro los hijos se constituyan también
en buenos padres y ciudadanos. Y así cerrar un círculo virtuoso, y no contradictorio, desigual,
disgregado y hasta perverso, como el que hoy impera en nuestro país. Toda la integración que
propone este libro resulta absolutamente crucial de implementar para dichos objetivos.
Hay que reposicionar a la familia, sin eufemismos, para que se convierta en un ámbito
de desarrollo integral de todos y cada uno de sus miembros, en concomitancia con un Estado
ejemplarizador y subsidiario. Además, es imprescindible que los roles del padre y de la madre
queden sólidamente establecidos, como condiciones básicas de su idóneo funcionamiento.
Una manera de que el Estado cumpla ese rol subsidiario y contribuya al desarrollo de la
familia, es que la normativa laboral instaure la participación de los trabajadores en la empre-
sa, flexibilice sus horarios, permita el trabajo a distancia y/o de jornada parcial, e implemente
una cobertura social inteligente, sobre todo teniendo en cuenta que la actual tecnología de
las comunicaciones lo facilita enormemente, en especial para las madres trabajadoras que
tienen que atender físicamente a sus hijos pequeños. Resulta muy fácil establecer contacto
“presencial” vía comunicación IP en Internet, o usando el Mail y el envío de archivos. De
hecho, los países que tienen altas tasas de participación femenina en la fuerza de trabajo lo
491 Aristóteles estudió dicha ligazón en el siglo IV antes de Cristo.

508
Sebastián Burr

han conseguido gracias a la disponibilidad de empleos de tiempo parcial y a distancia. El


dualismo trabajo/familia, en el caso de la mujer, se equilibraría mucho mejor con el trabajo
virtual y/o a tiempo parcial, toda vez que la familia requiere de ingresos adicionales, y la mu-
jer necesita desarrollarse profesional y socialmente, y mantener un estrecho vínculo afectivo
y comunicacional con todos los miembros de la familia, incluido el marido. La presencia de
la madre en el hogar asegura una crianza mucho mejor y más completa de los hijos que la
que proporcionan los jardines infantiles, los vecinos o las “nanas”.
Por último, en el ámbito tributario, se requiere una ley que permita deducir de impuestos
los gastos de vestuario, alimentación y educación de los hijos, y abolir esta suerte de grava-
men o castigo a la generación de familia y a la formación de los hijos, que lo único que está
logrando es acentuar “el invierno demográfico”.

La restauración moral de la familia

Las anteriores propuestas son más bien sistémicas, es decir, señalan algunas de las condiciones
que se requieren para revertir el proceso desintegrador de la familia y restituirla al lugar que le
correspnde por derecho propio en el orden humano natural. Y los diagnósticos emitidos ante-
riormente al respecto han sido igualmente sistémicos, pues han revisado los factores sociopolí-
ticos y culturales que la erosionan en nuestra época, o se concertan para desarticularla e incluso
para hacerla desaparecer como institución nuclear e insustituible del orden social. Ahora bien,
más allá de esos requerimientos y de los factores externos que la amenazan, la familia confi-
gura un escenario autónomo de experiencias estrictamente privadas, en las cuales se juega en
último término su sentido esencial. Son las experiencias íntimas del amor, a través de las cuales
un hombre y una mujer pueden convertir sus vidas individuales en una total complicidad, y
por lo tanto fundirlas en un “nosotros”, en una aventura de desarrollo común y homogéneo
para mantener una comunicación horizontal emprendida para compartir juntos una visión del
mundo, para abordar unidos todo cuanto les ocurrirá en adelante, y para involucrar en dicha
aventura, en la mayor medida posible, a los hijos que nacerán de ese mutuo amor. Ese es el fin
intrínseco y natural del matrimonio: crecer espiritual y complementariamente, y convertir la fa-
milia en un núcleo de desarrollo de personas sanas, más alla de hacer una vida en paz y alegría.
En definitiva, el matrimonio es una de las mayores opciones morales de la vida, puesto que
ahí se juegan de manera excepcional las posibilidades de felicidad o infelicidad humanas. Por
lo tanto, plantea requerimientos también excepcionales, tanto al hombre como a la mujer que
deciden dar ese paso trascendental, para que sean capaces de cumplir en la vida real el sueño
de fundar junto con sus hijos un mundo propio y exclusivo, donde sea posible generar las más
altas experiencias afectivas y avanzar hacia las mejores posibilidades de la condición humana.
Esto significa que el matrimonio, por su propia esencia, es un paso que no se puede dar
de cualquier manera. Hay que darlo sabiendo previamente cuáles son sus expectativas y con-
diciones intrínsecas, cuáles son los códigos naturales del amor, cuáles los compromisos y res-
ponsabilidades que implica, cuáles los itinerarios por los que debe transitar y abrirse paso para
convertirse en una trayectoria engrandecedora de la vida, para los cónyuges y para los hijos.
Ese conocimiento previo necesita además una previa aptitud del hombre y la mujer
para convertir su matrimonio en un mejor destino para ambos, y asimismo para sus descen-
dientes. Y esa aptitud previa no puede ser otra que una personalidad moral, desarrollada en
cada uno en grado suficiente para responder satisfactoriamente al tremendo pero maravillo-
so desafío del matrimonio.

509
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Si investigamos las causas más determinantes del creciente número de quiebres matrimo-
niales que tienen lugar en nuestro tiempo, encontraremos que su origen casi invariable ha sido
la escasa o casi nula capacidad previa de los cónyuges para asumir las expectativas y las exi-
gencias del amor en el matrimonio. La gran mayoría de los que se casan actualmente lo hacen
sin saber bien en qué se están embarcando, y casi siempre lo hacen por motivos incapaces de
sustentar en el tiempo la aventura común. Hasta la atracción física y el enamoramiento inicial
son motivos que se van apagando, si fueron los únicos que impulsaron a la unión mtrimonial.
Porque el matrimonio, por sobre todas sus otras condicionantes, es un intercambio de perso-
nalidades, y si las personalidades de los cónyuges son incompatibles entre sí, o moralmente
ineptas para generar ese intercambio, el quiebre es inevitable. Ese quiebre puede ser progresi-
vo o brusco, pero se produce tarde o temprano, aunque la pareja siga conviviendo en una mis-
ma casa. Una cosa es la vivienda física en la que habita una familia, y otra muy distinta es el
hogar, que sólo se constituye como tal por la verdadera convivencia humana de sus miembros.
La explicación de esa “entropía negativa” que afecta hoy a tantos cónyuges es que el
hombre y la mujer ocultan casi siempre sus verdaderas personalidades antes del matrimonio,
y consciente o inconscientemente procuran mostrar al otro “lo mejor” de sí mismos, para no
desilusionarlo, para no ser rechazados, para asegurar el “enlace” definitivo, etc., etc. Pero una
vez casados, las personalidades reales van apareciendo inexorablemente en las innumerables
coyunturas de la vida cotidiana, y provocando en uno y otro desconciertos, sorpresas inespe-
radas, decepciones dolorosas, y por último reacciones que los van distanciando, o haciendo
nacer entre ellos crecientes antagonismos, encubiertos o manifiestos. En resumen, se van
encontrando con que el otro no es como creían que era, y que lo que imaginaron como una
vida más feliz se va convirtiendo poco a poco en una convivencia cada vez más desgraciada.
La diferencia de personalidades entre los cónyuges es un hecho natural, precisamente
porque cada ser humano posee una individualidad única e irrepetible. Pero el problema se
da cuando esas personalidades se han desarrollado contra natura, al margen de los verda-
deros códigos morales, constituyéndose así, en mayor o menor medida, en personalidades
anómalas, incapacitadas para compartir la existencia en común, e incluso para manejar
idóneamente la propia vida. Los tipos de personalidades anómalas son prácticamente in-
contables: egocéntricas, neuróticas, dominantes, agresivas, manipuladoras, pasivas, depen-
dientes, superficiales, inestables, irresponsables, resentidas, clasistas, pesimistas, inseguras,
indecisas, etc., etc. Cualquiera de esas anormalidades, que a veces configuran cuadros pa-
tológicos de la personalidad, es una especie de anticuerpo que va frustrando la expectativa
que se hicieron los cónyuges cuando decidieron unir sus vidas en matrimonio, y si persisten
en el tiempo sin corregirse, van haciendo cada vez más difícil la convivencia, hasta conver-
tirla en una situación insostenible.
El auténtico matrimonio no es un mero contrato jurídico, como lo han definido nues-
tras actuales legislaciones positivistas. Es eminentemente una aventura moral, y por lo tanto
abierta y potencial. Implica la conjunción de dos personalidades —masculina y femenina—,
en expansión constante de sus propias potencialidades naturales, en avance progresivo hacia
lo mejor de sí mismas, y en intercambio permanente de esas metamorfosis, que al final son
ascensos del espíritu. Sólo ese desenvolvimiento, que podríamos llamar creatividad e integra-
lidad matrimonial, puede generar el verdadero proceso humano requerido por el matrimonio,
y al final de cuentas la felicidad de la pareja.
La creatividad e integralidad matrimonial es un metabolismo transfigurador, y por lo
mismo constituye el mejor antídoto contra la rutina —adversidad anímica que agobia a
tantos matrimonios actuales, estancados en un molde conyugal y familiar que se repite

510
Sebastián Burr

idéntico a sí mismo, día tras día—, porque está siempre abierta a nuevas experiencias,
nuevos proyectos, nuevos logros, nuevas maneras de complementarse, de comunicarse y de
amarse. Esa energía innovadora va haciendo aparecer complicidades que antes no se daban,
gustos y secretos compartidos, lenguajes, constataciones e impulsos afectivos inéditos, en
suma, un flujo incesante de posibilidades que convierten la vida conyugal en un excitante
dinamismo de transferencias e insospechados encuentros. Transforma la atracción física y
el enamoramiento inicial en un descubrimiento progresivo de las identidades ocultas, e in-
cluso de todas las facetas de la sexualidad, y ese descubrimiento sorprendente va haciendo
aparecer el verdadero amor, que es un sentimiento múltiple, compuesto de admiraciones,
de encantamientos recíprocos, y por último de estados de conciencia que impulsan a dar lo
mejor de sí para el bien de la pareja. Cada uno de los cónyuges se le va revelando al otro
como un desconocido que se va dando a conocer, y que al hacerlo deja a la vista una indivi-
dualidad única, en la que se manifiesta el interminable y misterioso prodigio de la condición
humana. Entonces ambos desean seguir adelante, juntos hasta el fin en el viaje de la vida,
porque sienten y comprueban que es el mejor rumbo que pueden seguir para alcanzar un
destino realmente humano. Lo demás —crianza y educación de los hijos, manejo de las
circunstancias concretas, enfrentamiento de los problemas o dificultades pragmáticas— es
abordado por los dos con un temple capaz de asumir todas las responsabilidades, porque
el amor se hace cargo de todo, y cuando se hace cargo es más eficaz que cualquier otra
fórmula, estrategia o recurso que puedan imaginar para salir adelante. Y aunque no logre
solucionar algunos de los inevitables problemas de la vida, logra permanecer incólume ante
los reveses contingentes que puedan afectar al núcleo familiar.
Podemos apreciar así, en todos sus cruciales alcances, la enorme responsabilidad que
les cabe a las instituciones sociopolíticas, y sobre todo a los padres, en cuanto a educar mo-
ralmente a los niños y adolescentes para convertirlos en personas realmente aptas para vivir
el matrimonio como la gran aventura del amor. Es una omisión contra natura que nuestro
sistema de enseñanza se desentienda por completo de esa tarea fundamental, y se limite a
“enseñar” —malamente por lo demás— los funcionamientos meramente biológicos de la
relación sexual, o sus requerimientos “profilácticos” (cómo evitar la procreación o las en-
fermedades como el SIDA ), o peor aún, a promover explícita o implícitamente las relacio-
nes antinaturales entre personas del mismo sexo. A mi juicio, nuestro sistema educacional
debería incluir, como área específica y protagónica, la educación moral para el matrimonio,
y dentro de esa misma área la educación moral de las personalidades. Son condiciones in-
dispensables para la consolidación de las familias del futuro.
Por último, pienso que, puesto que el matrimonio no es sólo un contrato jurídico, sino
sobre todo un vínculo moral, los cónyuges que deciden disolver ese vínculo y que celebraron
su compromiso matrimonial dentro de un sistema religioso —y eso significa que se compro-
metieron ante Dios—, deben resolver dicha posibilidad de nulidad dentro del mismo sistema,
y ateniéndose a sus normas, al margen de que cumplan las disposiciones legales establecidas
al respecto, sobre la tutela de los hijos o sobre cuestiones patrimoniales o financieras. La dico-
tomía de disolver sólo en la instancia civil un matrimonio contraído religiosamente, y pensar
que así queda anulado por completo, implica dar la espalda a las propias creencias, y tratar de
resolver en el plano jurídico algo que pertenece esencialmente al plano moral. Plano del cual
no ha podido hacerse cargo el positivismo jurídico establecido por el modernismo.

511
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

PROPUESTA SOBRE LA SALUD

La salud conforma un solo sistema metabólico, compuesto por lo físico, lo fisiológico y lo


psicológico, cuya coherencia de fondo emana de la condición espiritual del hombre. Y en sus
requerimientos fundamentales, tanto la salud física como la fisiológica dependen de la volun-
tad de cada persona. Sin embargo, al Estado le corresponde un rol de equilibrio y de subsi-
diariedad intransferible en este ámbito, pues la salud necesita también condiciones integrales,
a las que concurren tanto el individuo como los factores ambientales y sociales. Por lo tanto,
el Estado debe dar una configuración ética a las diversas instituciones del orden político, y
promover la buena salud de la población mediante leyes específicas e incentivos tributarios,
positivos y negativos. Sobre todo para sacarla del deficiente estado en que se encuentra.
El sistema terapéutico público y privado debería asociar sus prestaciones al concepto de
riesgo, y el concepto de riesgo asociarlo sistemáticamente a planes de prevención, de modo
que las patologías sean consideradas como algo enteramente accidental, que puede o no puede
darse, especialmente cuando la mala salud fisiológica o mental tiene su origen en compor-
tamientos inadecuados, que emanan de la voluntad misma de la persona, y no en anomalías
congénitas o en factores ambientales, económicos, sociales o políticos.
Los comportamientos voluntarios que dañan la salud deberían ser excepcionales, y no
provocar una situación pandémica, como se aprecia en la patologías cardiovasculares, la dia-
betes, el tabaquismo, la obesidad, el alcoholismo, la drogadicción y el sedentarismo, que
inciden de alguna manera en estados emocionales como el estrés, la depresión, etc. La buena
salud tiene un “decálogo” integral de deberes, que toda persona necesita cumplir si quiere
conservarla y adquirir ciertos derechos legales al respecto.
Desde esa perspectiva responsable de la salud, el Estado no debería financiar, por ejem-
plo, exámenes radiológicos o tratamientos al pulmón a los adictos crónicos al tabaco. Y si los
financia, su costo debería ser cubierto con el impuesto específico al tabaco, y no mediante los
tributos generales. Lo mismo debería hacerse con los tratamientos de la obesidad u otras pa-
tologías cubiertas por el sistema público: deberían ser financiados mediante impuestos espe-
cíficos a los productos que se exceden en compuestos grasos, azúcares, aditivos cancerígenos,
etc. Por supuesto, esa medida se aplicaría en los casos de patologías adquiridas a través de
malos hábitos, no en los que se derivan de perturbaciones orgánicas ajenas al comportamiento
personal. Por lo tanto, si alguien no cuida su cuerpo, y se permite conductas que dañan su
salud, debe pagar “la farra”, y no exigir que el Estado lo sostenga ilimitadamente; para eso
está el sistema privado de las Isapres, que se verá obligado a costear por su cuenta. A su vez,
las Isapres deberían convenir planes de salud acordes con la edad de los afiliados, y al mismo
tiempo con sus índices cardiovasculares y perfiles bioquímicos, lipídicos, etc. Cuando una
persona quiere contratar un seguro de vida o invalidez, lo primero que hace la compañía es
solicitar toda esa gama de antecedentes, para evaluar si está financiando un riesgo (en eso
consiste su negocio) o un deterioro voluntario de la persona, en cuyo caso deja de ser riesgo
y se convierte en una alta probabilidad, y entonces el costo del seguro cambia radicalmente.
El sistema de salud pública debe financiar riesgos, no deterioros voluntarios y crecientes.
Pero para eso debe fomentar la mantención de la salud, cultural y sociopolíticamente, generando
todas las condiciones (psicológicas y de infraestructura) que permitan a los ciudadanos hacer
una vida lograda. Cuando uno hace una vida lograda, la tendencia natural es querer mantener ese
estado, y ojalá acrecentarlo, y ese deseo impulsa a mantener la salud en el mejor nivel posible.
Hay que ponerle incentivos en toda la línea a la salud, ajustar en escala creciente y decreciente
los costos de la medicina, y contratar coberturas sanitarias en licitaciones internacionales.

512
Sebastián Burr

En consecuencia, es necesario distinguir claramente la salud propiamente tal de la medi-


cina curativa, pues pertenecen a categorías completamente distintas. La primera es una instan-
cia humana esencial, que emana del orden natural, se despliega en el orden moral, y requiere
además la asistencia institucional para conservarse en estado idóneo. La segunda responde a
un hecho accidental —la enfermedad—, y por lo tanto debe ser manejada bajo un criterio de
excepción. En otras palabras, las patologías son de alguna manera sucesos “forzados” que
alteran el funcionamiento natural del cuerpo o de la mente; por lo tanto, se requiere averiguar
sus causas y prevenirlas, y dejar de considerar las enfermedades como si formaran parte de
la normalidad humana, exigiéndole al Estado que regale terapias a destajo, en lugar de exigir
primeramente a los ciudadanos el cumplimiento de sus deberes respecto a la salud. Pero el
Estado es el primer responsable, en cuanto debe configurar instituciones sana y antropológi-
camente diseñadas, cosa que está lejos de ocurrir, como ya ha sido vástamente señalado.
Según este enfoque, ambas instancias deberían ser manejadas separadamente: un ser-
vicio estatal que vele por la mantención integral de la buena salud (y que cubra todos sus
requerimientos, empezando por indagarlos), y otro que tenga a su cargo la medicina curativa,
considerándola siempre como una instancia excepcional.
El referente en materia de salud física y fisiológica es el animal en condiciones de vida
natural. El referente moral es la antropología filosófica del hombre. La ética social corres-
ponde a las ciencias políticas, y exige un diseño coherente de las instituciones que confor-
man el orden político.
La salud mental —más allá de deficiencias congénitas— proviene de una participación
activa, protagónica y equilibrada en esos diversos ámbitos: físicofisiológico, moral y social.
Todos esos ámbitos y dinamismos son los que generan en la persona un sentido coherente de la
vida, antídoto de las “fracturas” del espíritu y por lo tanto de la mala salud en el plano mental.
La fisiología corporal y las facultades superiores del hombre son dinamismos inteligente-
mente diseñados, y aunque pertenecen a planos diferentes y responden a estímulos de distinto
tipo, configuran un todo interactuante. De acuerdo a la terminología de Walter Cannon492, el
hombre es un ser múltiple en equilibrio homeostático493.
El agente desencadenante del estrés y de la depresión —que a su vez suelen provocar el
deterioro físico y fisiológico— es siempre uno o varios elementos “disruptores” que trastocan
la homeostasis global del organismo. Y uno de esos disruptores puede ser incluso la falta de
actividad aeróbica. Esto no significa que haya que eliminar todo tipo de estresores o incerti-
dumbres, sino simplemente evitar que se constituyan en cargas emocionales excesivas o no
compartidas proporcionalmente, que terminen transformándose en estados de tensión crónicos.
De hecho, ciertos estresores y una dosis prudente de incertidumbre son necesarios para activar
el entendimiento y la voluntad de la persona. La coherencia espiritual, en cambio, requiere el
alineamiento de varios factores morales y sociales en forma más o menos homogénea.
Es difícil lograr equilibrio físico, fisiológico, psíquico, moral y ético dentro de un con-
texto de instituciones sociopolíticas disruptivas y desconectadas del bien común político,
y más aún cuando se “respira” una cultura carente de unidad valórica mínima y el sentido
de la vida se nos escapa de las manos. Pero no intentarlo, sometiéndose pasivamente a esos
condicionantes contemporáneos, hace imposible la estabilidad humana. A mi parecer, es
justamente ahí donde radica el gran déficit de la salud nacional. Una integración adecuada

492 S. E. Hobfoll, Conservation of Resources. A New Attempt at Conceptualizing Stress. En American Psychologist, N° 44,
Washington 1089, págs. 513-524.
493 Al conjunto de fenómenos en autorregulación, que conducen al mantenimiento de la constancia en la composición y pro-
piedades del medio interno de un organismo, se lo denomina homeostasis.

513
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

de los diversos factores hará desaparecer progresivamente las causas detonantes del estrés, y
generará el equilibrio sicosomático que urgentemente requiere nuestra sociedad.
Sometida al cambio cultural permanente y a la acción de los estresores —que quiérase o
no, siempre se activarán—, la homeostasis es auxiliada por la “carga alostática”, formulada
por Sterling and Eyer en 1988 bajo el concepto de “alostasis”, y que cumple la función de ate-
nuar los impactos variables de los estresores. La alostasis consiste en “mantener la estabilidad
nerviosa y emocional a través de los cambios”, y nos permite conectarnos y desconectarnos
de ellos, asumiendo o abandonando los estados de vigilia activos. Así, homeostasis y alostasis
conforman un doble dinamismo autorregulador que hay que tener presente en materia de salud,
a fin de asegurar en mayor medida el equilibrio psicosomático494, en medio de los incesantes
cambios que van generando la cultura y el ritmo crecientemente acelerado de la vida actual.
Considerando que la salud tiene componentes fisiológicos, psicosomáticos, morales, éti-
cos, espirituales y socioculturales, la presente propuesta intenta abordar una solución sistémi-
ca, que cubra esos diferentes factores.
Lo primero que se requiere es promover una auténtica cultura nutricional, a fin de reducir
drásticamente las patologías derivadas de los erróneos comportamientos alimenticios.
En segundo lugar, hay que transformar las instituciones sociopolíticas, sobre todo las
que posibilitan el equilibrio psicosocial de los ciudadanos: familia, educación, trabajo y bien
común, en medios efectivos de desarrollo moral, profesional y socioeconómico. Y de manera
tal, que el equilibrio emocional, la autoestima y el deseo de tener buena salud ingresen en el
ámbito moral y ético de cada ciudadano, y sean parte de la ecuación sociopolítica.
El objetivo central es que la salud se convierta en un bien necesario, a partir de una vida
más lograda y más feliz, y en una autoexigencia de la ciudadanía. Y no al revés, como se
observa en las conductas alcohólicas, alucinógenas, sedentarias, seudoalimenticias, o en las
provocadas por patologías mentales detonadas por un sinfín de incoherencias y frustraciones
en sus vidas cotidianas.
Como medida complementaria pero muy necesaria, se requiere que la autoridad política
y las empresas fomenten y faciliten al máximo la práctica deportiva en los escolares, y el
ejercicio físico en los adultos, pues la actividad física funciona como un gran estabilizador
natural del ánimo, ya que produce un completo reciclamiento neuroquímico. Debe además
fomentar el consumo masivo de productos naturales que no hagan daño a la salud. Si esos dos
requerimientos se satisfacen en la generalidad de la población, la salud estará cautelada en un
grado básico para casi todos los chilenos.
Otra medida adicional es eliminar el IVA de todos los productos alimenticios naturales
que no perjudiquen la salud ni contengan proceso industrial alguno, salvo el de embalaje y
transporte495. Y al mismo tiempo recargar tributariamente todos aquellos productos que gene-
ran patologías físicas y fisiológicas.
Más aún, considero necesario readecuar toda la estructura tributaria, en función del de-
sarrollo de la educación y de la familia, del fomento del emprendimiento y del ahorro, sobre
todo del destinado a solventar los requerimientos de la tercera edad. Además, habría que
gravar fuertemente los retiros de utilidades en las empresas, pero no su reinversión, eliminar
el impuesto a la herencia que afecte a una misma generación, reducir las contribuciones y
rebajar en general el impuesto del IVA, que perjudica sobre todo a los más pobres.

494 La psiconeuroinmunología demuestra que el sistema inmunológico es el principal mediador en la relación estrés-enfer-
medad (Segerstrom y Miller). Es decir, que la tensión psicológica afecta el sistema inmunológico. En otras palabras, los
estados de humor influyen en el sistema de defensas del cuerpo.
495 Hortalizas, legumbres, cereales, frutas, pescado fresco, aves de corral, huevos.

514
Sebastián Burr

Seguramente surgirán voces en contrario ante esta última proposición, aduciendo que la
estructura tributaria va a sufrir un descalabro o algo por el estilo. Ante eso se puede decir que
ya se discrimina tributariamente en los impuestos a los combustibles, al tabaco y a los alco-
holes, de manera que lo único que hay que hacer es configurar una equilibrada estructura tri-
butaria, tanto positiva como negativa, bajo el concepto de lo estrictamente natural y humano.
No hay que hacer muchos cálculos para prever cuántos recursos ahorraría la salud públi-
ca con una iniciativa de esta naturaleza, cuya puesta en marcha podría disminuir considera-
blemente las diversas patologías de la población asociadas a la mala alimentación, a la falta
de ejercicio, y sobre todo al deficiente diseño y funcionamiento de las instituciones trascen-
dentales, que hoy generan altísimos niveles de frustración, que a su vez detonan toda clase de
patologías orgánicas y psíquicas.

¿En qué consiste la salud mental?

Como ocurre en nuestra época con casi todos los asuntos humanos, también la salud men-
tal, y su significado para la vida individual y social, han sido objeto de diversos equívocos,
que impiden entenderse en las diversas instancias de abordamiento de este tema, incluso
entre especialistas en la materia. Considero por lo tanto oportuno cerrar esta propuesta
registrando algunas declaraciones emitidas al respecto por varios organismos dedicados
expresamente a la salud, que nos permitirán apreciar cuáles son los auténticos y superiores
requerimientos de la salud humana.
Declaraciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). “La salud mental ha sido
definida de múltiples formas por estudiosos de diferentes culturas. Los conceptos de salud men-
tal incluyen el bienestar subjetivo, la autosuficiencia perseguida, la autonomía, la competitivi-
dad, la dependencia intergeneracional y la autoactualización del propio intelecto y potencial
emocional, entre otros”. “La salud mental es una materia de vital importancia en todo el mundo,
pues tiene que ver con el bienestar de las personas y de las naciones, y sólo una pequeña minoría
de los millones de personas que sufren desórdenes mentales… reciben efectivo tratamiento”.
Declaración de Lee Jong-Wook, Director General de la Organización Mundial de la
Salud. “La salud mental ha estado oculta tras una cortina de estigma y discriminación durante
largo tiempo. Ha llegado la hora de que salga a la luz. La magnitud, el sufrimiento y la carga
en términos de discapacidad y costos para los individuos, las familias y las sociedades son
abrumadoras. En los últimos años, el mundo se ha tornado más consciente de la enorme carga
y del potencial que existe para hacer progresos en salud mental. En efecto, podemos lograr un
cambio usando el conocimiento que está presto a ser aplicado. Necesitamos invertir sustan-
cialmente más en salud mental, y debemos hacerlo ahora”.
La organización Mental Health for Canadians define la salud mental como “La capacidad
de las personas y de los grupos para interactuar entre sí y con el medio ambiente, de modo de
promover el bienestar subjetivo, el desarrollo y uso óptimo de las potencialidades psicológi-
cas, cognitivas, afectivas y relacionales, y el logro de las metas individuales y colectivas en
concordancia con la justicia y el bien común”.
Según la Federación Mundial para la Salud Mental, la salud mental se relaciona, entre
otros, con los siguientes factores: cómo nos sentimos con nosotros mismos; cómo nos senti-
mos con los demás; en qué forma respondemos a las demandas de la vida.
Se agrega la siguiente declaración de CORFAUSAM, Coordinadora de Organizaciones
de Familiares y Usuarios de Personas con Afecciones de Salud Mental, emitida el año 2006:

515
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

“Para todas las personas, la salud mental, física y el bienestar social, son componentes vitales
inextricablemente ligados. Con el desarrollo del conocimiento acerca de esta interrelación,
surge claramente que la salud mental es crucial para asegurar el bienestar general de los in-
dividuos, sociedades y países. En efecto, la salud mental puede ser definida como el estado
de bienestar general de los individuos que les permite realizar sus habilidades, afrontar el
estrés normal de la vida, trabajar de manera productiva y fructífera, y hacer una contribución
significativa a sus comunidades. No obstante, en la mayor parte del mundo, ni remotamente
se le atribuye a la salud mental y a los trastornos mentales la misma importancia que a la sa-
lud física. Por el contrario, la salud mental ha sido objeto de abandono e indiferencia”. Otra
dicotomía típica del materialismo contemporáneo, pues la salud fisiológica está mucho más
vinculada con el funcionamiento material del cuerpo que la salud mental, cuyo ámbito de
experiencias es predominantemente espiritual.
En un Seminario organizado por FONADIS, Fondo Nacional de la Discapacidad, de-
pendiente del Ministerio de Planificación, uno de los participantes expresó: “En esta loca
carrera por alcanzar el progreso, que nos conduce al colapso como individuos, van quedan-
do a la orilla del camino muchas personas que no se adecúan a los estándares de esta gran
fábrica en que se ha convertido nuestra sociedad. Así quedan fuera del mercado o se van
retirando, como “productos no aptos o no rentables”, personas con discapacidad o deficien-
cias de cualquier tipo”.
Por último, considero pertinente incluir aquí las características de la salud mental seña-
ladas por la psiquiatra Claudia Pérez Harismendy, en una conferencia dictada en Chile en el
segundo semestre del 2008:
– La salud mental es mucho más que la ausencia de trastorno mental. Es un anhelo de
todos, independientemente de si le damos o no ese nombre. Cuando hablamos de felicidad,
tranquilidad, goce o satisfacción, casi siempre nos estamos refiriendo a la salud mental.
– No existe una línea divisoria que separe con precisión a la persona mentalmente sana
de la que no lo está. Más aún, nadie mantiene durante toda su vida las condiciones de una
“buena” salud mental.
– Algunas características de las personas mentalmente sanas:

Están satisfechas consigo mismas.


No están abrumadas por sus propias emociones.
Pueden aceptar las decepciones de la vida.
No subestiman ni sobrevaloran sus habilidades.
Se respetan a sí mismas.
Son capaces de satisfacer las demandas que la vida les presenta.
Enfrentan sus problemas a medida que se van presentando.
Aceptan sus responsabilidades.
Se sienten capaces de enfrentar crisis.
Consiguen placer de las cosas simples de la vida.
Son capaces de amar a los demás y tener en consideración sus intereses.
Sus relaciones personales son satisfactorias y duraderas.
No se aprovechan de los demás ni permiten que se las utilice.
Se consideran implicadas en los sucesos que afectan a la sociedad.
Modifican su ambiente cuando es posible y se ajustan a él cuando es necesario.
Planifican para el futuro, y lo enfrentan sin temor.
Tienen la mente abierta a nuevas experiencias e ideas.

516
Sebastián Burr

Hacen uso de sus dotes y aptitudes.


Se fijan sus metas ajustándose a la realidad.
Son capaces de tomar sus propias decisiones.
Consiguen satisfacción en poner su mejor esfuerzo en lo que hacen.

Como podemos ver, todas estas definiciones y declaraciones coinciden en que la auténtica
salud mental es un estado psicosomático global, que permite experimentar satisfactoriamente
la propia vida y manejarla idóneamente en todos sus ámbitos y requerimientos. En definitiva,
coinciden con lo señalado en el capítulo V (antropológico) sobre las condiciones necesarias
para alcanzar progresivamente la felicidad. Por último, ponen en evidencia la considerable
brecha que existe entre ese estado, normal y natural, y el estado en que hoy nos encontramos.
Disminuir esa brecha en la mayor medida posible es otra de las tareas impostergables que
actualmente enfrentamos en nuestro país.

PROPUESTA SOBRE EDUCACIÓN

Como casi todas las cosas del orden natural y del orden humano, la educación conforma un
sistema orgánico intercomunicado. Un sistema extraordinariamente complejo, pues involu-
cra todos los ámbitos de la realidad: físico y espiritual; individual, familiar, laboral, social,
político y cultural. En cada uno de esos ámbitos, la persona necesita llevar a cabo diferentes
procesos de comprensión y aprendizaje, poniendo en juego todas sus potencialidades natu-
rales, sobre todo las capacidades superiores del entendimiento, de la inteligencia emocional
y de la inteligencia práctica.
Debido a su heterogeneidad, multimensionalidad e intercomunicabilidad, la realidad nos
habla en distintos lenguajes, según cuáles sean las preguntas que le formulemos. Si le ha-
cemos preguntas matemáticas, nos habla en lenguaje matemático; si le hacemos preguntas
metafísicas, nos da respuestas metafísicas; si queremos atrapar su trama estética, nos entrega
revelaciones estéticas; si le preguntamos sobre Dios, nos proporciona indicios y señales sobre
su existencia, e incluso sobre algunos de sus atributos, deducibles por la inteligencia humana
a partir de esas mismas señales. Lo mismo ocurre con todas nuestras restantes indagaciones,
psicológicas, morales, sociales, biológicas, pragmáticas, etc. Para todas la realidad tiene un
lenguaje específico a través del cual nos revela sus secretos. Además, todas las cosas del mun-
do real están organizadas en un orden armónico y valórico, compuesto de géneros, especies,
cualidades y diferencias. Dicho orden le otorga a cada cosa un sentido específico, y al mismo
tiempo un sentido integrado a la trama universal de todo lo que existe. Esa estructura muldi-
mensional debe ser percibida y entendida progresivamente por el alumno; de lo contrario, es
casi inevitable que caiga en una confusión que le convierta el mundo y su propia vida en un
acertijo indescifrable, y que por lo tanto no pueda desarrollar satisfactoriamente su libertad.
Ese múltiple proceso requiere idóneas metodologías pedagógicas, y modelos ejempla-
rizadores que cumplan la función de referentes óptimos de cada objetivo educacional, y se
constituyan en medios de transferencia de principios valóricos y operativos, a fin de conse-
guir una capacidad transversal y analógica de comprender la realidad y de explicarla desde
cualquier perspectiva.
Ese es a mi juicio el enfoque que requiere adoptar nuestra enseñanza para cumplir sus au-
ténticos fines e insertarse de lleno en el proceso de la globalización. Un enfoque integrador, que

517
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

incorpore a la tarea educativa todas las demás instancias de la sociedad —familia, actividad
física, trabajo, orden político, etc.— y las convierta en agentes interactivos del proceso, esta-
bleciendo entre ellas vasos comunicantes que les permitan operar —según se dijo al comien-
zo— como un solo sistema orgánico. De esta manera, el ámbito familiar y el ámbito laboral
deben transformarse también en escenarios pedagógicos, el primero en lo valórico, y el segun-
do en cuanto al desarrollo de la inteligencia funcional y de la capacidad de emprendimiento,
imprescindibles en un mundo cada vez más competitivo y globalizado, y sometido a incesantes
cambios. Hay que crear una cadena formativa, de aprendizaje y transferencia de experiencias
bajo praxis, considerando que al trabajador le cabe la primera responsabilidad en la educación
de sus hijos y que estos a su vez serán padres de familia en el futuro.
Para empezar a concretar esa cadena formativa, todo establecimiento educacional debería
contar también con talleres de ejercicio práctico para sus alumnos, y organizarles trabajos
circunstanciales o procurarles pequeños empleos temporales, a escala de su capacidad, bajo la
tutoría del establecimiento. De esa manera podrían experimentar la vida real por sí mismos y
para sí mismos, es decir, en primera persona, y verificar en esa misma experiencia la validez
de los conocimientos teóricos adquiridos en la enseñanza formal. Simultáneamente, toda la
teoría y toda su experiencia práctica deberían ser sometidas a discusión en los talleres, a fin
de generar intercambios que les permitan confirmar sus aciertos personales, o corregir sus
intentos o interpretaciones erróneas. Esos talleres deberían cubrir la mayor cantidad posible
de ámbitos de la vida real, y producir efectos en las calificaciones.
Una metodología como la propuesta respondería mucho mejor a las actuales demandas
de la educación, pues el mundo de hoy está abierto a toda clase de incógnitas sobre el futuro
inmediato, y esas incógnitas exigen capacitar a los alumnos para que comprendan y asuman
cualquier cambio o innovación que irrumpa posteriormente en sus vidas, es decir, un máximo
desarrollo de su entendimiento y de su inteligencia emprendedora. Es absolutamente clave
tener presente que se requiere educar para un mundo que no se sabe en qué va a consistir.
Las profesiones liberales clásicas, pese a que pretendían desarrollar la autosuficiencia del
alumno, no lo lograban, pues no se conectaban con los ámbitos prácticos de la realidad. Esa
dicotomía entre teoría y praxis, tantas veces analizada en capítulos anteriores, sigue siendo un
síndrome predominante en nuestra actual enseñanza. Pero el mundo mismo en que hoy vivi-
mos nos dice que debe ser erradicada, para dar paso a una educación definitivamente realista,
en la que la teoría y la praxis configuren un solo metabolismo, interactuante e indisoluble.
Por otra parte, considero necesario señalar ciertos errores básicos existentes en el sistema
de enseñanza vigente en nuestro país, y cuya corrección no admite postergaciones.
El primer error es mantener una educación cuya base epistemológica es excesivamente
idealista, en lugar de generar una trama integrada, en que las ideas sean extraídas de las cosas
y los hechos reales y no de puras especulaciones teóricas.
El segundo error es formular un sistema educacional sin fundamentarlo en la antropolo-
gía filosófica del hombre, tanto en el sentido teórico como en el sentido práctico, y en los fines
y dinamismos naturales del aprendizaje humano, como si las facultades humanas superiores
no fuesen sujeto de desarrollo específico.
El tercer error es que confunde conocimiento con entendimiento. Más adelante trataremos
este punto, pues considero crucial que el sistema educativo lo comprenda adecuadamente.
El cuarto error es suponer que la educación comienza con el ingreso del niño al sistema
de enseñanza formal. La educación, que requiere desarrollar algunas capacidades adiciona-
les a las estrictamente cognoscitivas, debe iniciarse en el momento en que el niño empieza
a discernir las cosas del mundo inmediato que lo rodea, y una vez que alcanza un mínimo

518
Sebastián Burr

de dominio emocional, y no transcurridos cuatro o cinco años, como ocurre hoy, porque la
primera infancia es la etapa más decisiva en el desarrollo del entendimiento, de la inteligencia
práctica, y en la adquisición de las pautas valóricas, afectivas, emocionales y de convivencia
social. Si esos procesos son deformados por la distorsión cultural imperante, o por la negli-
gencia o la errónea conducción de los padres, deforman en la misma medida la personalidad,
e imprimen en ella marcas casi imborrables, muy difíciles de sanear en la educación posterior.
Paralelamente, es en los primeros años de vida, y hasta la adolescencia, cuando se con-
figuran en su mayor parte las redes neuronales que aseguran el buen funcionamiento del
cerebro. Pero esa configuración depende también de la calidad del aprendizaje adquirido por
el niño y de sus experiencias prácticas, y en ambos casos la educación cumple una función
determinante. Ese proceso inicial es decisivo; debe llevarse a cabo a través de experiencias
reales y de apego afectivo. Por lo tanto, requiere ineludiblemente el involucramiento activo
de los padres, dada la alta credibilidad que les asigna intuitivamente el niño, y la gran depen-
dencia emocional que caracteriza su relación con ellos.
Considerando todos estos factores, estrictamente naturales, es necesario concluir que los
padres son las personas precisas para moldear idóneamente la personalidad del niño, insta-
larlo en el mundo y dar sentido a su vida. La primera infancia es la etapa de mayor apertura
y receptividad a todos los contactos humanos con el mundo y con la propia conciencia, y al
mismo tiempo la más decisiva en cuanto al despliegue del entendimiento teórico, la inteligen-
cia práctica y la inteligencia emocional. Y esa múltiple potencialidad requiere ser activada al
máximo posible por los propios padres, mediante actos concretos que permitan al niño invo-
lucrarse en primera persona, y no preferentemente por “nanas”, abuelas, vecinas o “tías” con
escasos vínculos emocionales y apego real con los niños. Al mismo tiempo, hay que inducir
en el niño la autoestima, pero dentro de un contexto de generosidad, comprensión y amplitud
(sin caer en el narcisismo), en lugar de descalificarlo o desanimarlo de emprender sus propias
búsquedas e intentar sus propias experiencias.
Un quinto error es creer que el artífice de la educación es sólo el profesor, cuando en
realidad el primer actor es el mismo alumno. Eso exige involucrarlo activamente y en pri-
mera persona en todos sus aprendizajes, desde los primeros destellos teóricos y prácticos
de su entendimiento. Ese protagonismo del alumno (todos somos “alumnos de la realidad”)
confirma la necesidad de instaurar una sociedad docente, en la cual el autoaprendizaje sea el
metabolismo natural de la enseñanza, cubra todas las etapas de la vida, y genere en todos los
ciudadanos una real capacidad de emprendimiento y autodeterminación, que redundará a su
vez en la consolidación de la autoestima, del carácter y de una sociedad más cohesionada.
El sexto error consiste en suponer que la educación debe concluir en una edad prefijada,
o cumplida una determinada etapa en la enseñanza, cuando en realidad debe concluir con la
vida misma, o al menos con la vida activa, pues el desarrollo intelectivo es un componente
de la salud, de la sociabilidad y de la felicidad humana. El solo hecho de investigar es de por
sí un acto de reflexión, y por lo tanto un adiestramiento del entendimiento, que por razones
obvias debería perdurar en el tiempo. En consecuencia, el ámbito familiar y el ámbito laboral
deben transformarse en instancias pedagógicas activas, la primera en lo valórico y la segunda
en cuanto al desarrollo de la inteligencia funcional o práctica, extremadamente necesarias en
un mundo intrincado y de cambios permanentes.
El séptimo error es suponer que al sistema político en cuanto tal —poder ejecutivo,
legislativo y judicial, incluidas sus respectivas instituciones— no le cabe un papel ético-
formativo directo en la educación de los ciudadanos. El Estado y los gobernantes deben
asumir un rol ejemplar y formativo respecto de los grandes principios cívicos y político-

519
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

institucionales496, que rebasan lo individual, lo familiar497, lo laboral y lo gremial, y que per-


miten lograr la unidad de una nación y el bien común político primigenio, como una suerte
de coronación supraética del bien individual, familiar, educacional, laboral, etc. Y sobre
todo deben estar conscientes de que el bien común político es la única instancia que puede
establecer las bases de igualdad en la convivencia social práctica.
Respecto al tercer error, no se debería comenzar a entregar materias sin antes haber pues-
to en marcha en los alumnos la dinámica del entendimiento activo, es decir, la capacidad de
indagar y descubrir las características esenciales de las cosas, y la de comprender y ordenar
básicamente la realidad física y metafísica. Hay que enseñar hasta la saciedad que la primera
actividad de la función intelectiva debe ser la de elaborar sus propios objetos y elementos de
conocimiento, como un requerimiento de orden epistemológico y volitivo. Luego hay que pro-
curar que el alumno sea capaz de asignar un sentido a todas sus experiencias, ya moral, ya téc-
nico, y desde su propia subjetividad. Y sobre todo inducirlo a indagar y descubrir el sentido de
la vida, aunque sea de manera incipiente. Más todavía: hay que saber despertar en su concien-
cia un auténtico amor por la vida, y una verdadera hambre por conocer y comprender todas las
dimensiones que la componen. Ese es un requrimiento crucial de todo intento educativo. Una
vez cumplida esa etapa básica, hay que enseñarle a estudiar (métodos de aprendizaje), y sólo
después comenzar con la entrega de conocimientos. Ninguna carrera universitaria de carácter
técnico o formal debiera comenzar sin que antes los alumnos hayan cursado un bachillerato de
carácter intelectivo universal, que les enseñe a pensar integrada y analógicamente.
La educación es un proceso íntimamente relacionado con los juicios intelectivos y valo-
rativos, con la comprensión de la realidad y con la intencionalidad de la voluntad, lo que la
hace esencialmente moral, e interrelacionada con el resto de la realidad Su objetivo nuclear es
el mejoramiento del alumno en cuanto ser humano, a través de sus propios desciframientos y
acciones, es decir, como actor protagónico del aprendizaje.
Hay que incorporar a nuestra visión educativa el hecho de que el entendimiento humano
está siempre en funcionamiento, procesando simultáneamente tres estadios de la realidad: el
objetivo, el subjetivo, y un ámbito superior, moral y metafísico, que es captado a nivel de la
conciencia, e incluso en gran medida por los sustratos invisibles del inconsciente. Si bien el
entendimiento puede transitar por los laberintos de la divagación, o por fantasías puramen-
te imaginativas, su función natural es el desciframiento teórico y práctico, que convierte al
sujeto en partícipe activo y protagónico de la realidad (qué son las cosas, cómo y por qué
funcionan, cómo interactúan entre sí, cómo interactuar consigo mismo, etc.), y su clímax de
desarrollo se alcanza cuando esa capacidad cristaliza en hábitos operativos estables.
El punto esencial es que el alumno aprenda a descifrar por sí mismo, y mediante expe-
riencias reales, el significado de la vida humana y el de su propia vida. En eso consiste el “es-
tar ahí” de Heidegger, indisolublemente vinculado a la reflexión filosófica. Todo pensamiento
conectado a juicios de valor, por ínfimos que parezcan, es filosofía; por lo tanto, la filosofía no

496 Altruismo, comunitarismo, libertad intrínseca, democracia, solidaridad, ecuanimidad, honorabilidad, distinción, dignidad,
perseverancia, etc.
497 El término griego paideia cubre una gran cantidad de asuntos humanos. En uno de sus sentidos, vinculado a la libertad
humana, se refiere a la simultánea formación cívica y moral de los ciudadanos. El ideal de la democracia griega —que
concebía el orden político como una condición insustituible de la felicidad humana— contemplaba un alto nivel educativo.
Fue Sócrates quien planteó la libertad como un asunto moral, y así la paideia pasó a significar la formación cívica y moral
de los miembros de la polis, en la que todos debían ser considerados iguales en dignidad y derechos. La distorsión de la
libertad y la escasa participación ciudadana en los Estados modernos denominados republicanos, dentro del contexto de la
democracia representativa, explica que los ciudadanos no sean capaces de desarrollarse moral y cívicamente. Montesquieu,
para quien la formación cívico-moral es antes una exigencia que una concesión estatal, sostiene que dicha formación garan-
tiza la libertad, y hace posible cumplir efectivamente los deberes ciudadanos.

520
Sebastián Burr

es un “olimpo” reservado para los especialistas ni para las “inteligencias superiores”, sino una
necesidad de todo ser humano, y se juega básicamente en la reflexión personal sobre la vida y
sobre todos los matices de la realidad diaria. Heidegger señala expresamente que la filosofía
se resuelve por completo en antropología, lo que en el ámbito educacional significa que el
profesor debe hacer de la antropología filosófica el punto de partida de su tarea pedagógica.
La indagación de fondo sobre el ser de las cosas (ontología) sólo puede ser formulada y res-
pondida desde el hombre y en función del hombre, único ser de este mundo dotado para develar
la esencia de todo lo que existe. De ahí se derivan las más cruciales preguntas humanas: ¿quién
soy?, ¿para qué estoy en el mundo?, ¿cuáles son las cosas dignas de conocer?, ¿cuáles son mis
verdaderas necesidades y capacidades?, ¿qué puedo hacer para satisfacerlas?, etc. Todas esas
interrogantes nos enfrentan al imperativo de dilucidar en qué consiste la educación. En otras
palabras, el aprendizaje humano fundamental, más que recorrer el inventario del pensamiento
filosófico emitido por los “expertos” a lo largo de la historia, requiere aprender a filosofar por
cuenta propia, y a partir del hombre, como sujeto y objeto de esa indagatoria. Evidentemente,
eso no es sencillo, pues resulta análogo al caso de un médico que se diagnostica, se prescribe un
tratamiento y se cura a sí mismo. Pero esa es la condición humana e ineludible del aprendizaje: el
que “aprende” es al mismo tiempo el objeto y el sujeto del proceso. Sin embargo, curiosamente,
esa condición, que a primera vista puede parecer demasiado ardua, se convierte a poco andar en
la más excitante y satisfactoria, pues proporciona la magnífica experiencia de “estar haciéndose
a sí mismo”. Por eso Kant señala que “no hay que enseñar filosofía; hay que enseñar a filosofar”.
Eso significa “abrir” el entendimiento de los alumnos, de tal manera que vayan adquiriendo por
sí mismos la capacidad de capturar distintivamente la forma de conocer, la información y los
simples datos, y luego organizarlos y ser capaces de analogarlos en una percepción coherente
de la realidad, que discierna sus distintos planos y asigne a cada uno de ellos su verdadero lugar.
El hombre es el único ser vivo de este mundo que percibe la realidad tridimensional y
aleatoriamente: en el plano físico (sentidos), en el plano de las esencias y naturalezas (en-
tendimiento metafísico), y en el plano de los datos temporales. Y esas tres dimensiones, que
están en una permanente y recíproca transferencia de información y de significados valóricos,
permiten al sujeto hacer evaluaciones morales y actuar en términos prácticos. El hombre,
como una condición básica del desarrollo de su libertad, tiene que aprender por sí mismo a ser
ontológicamente lo que es, para realmente llegar a serlo. Y ese aprendizaje también necesita
ser conducido acertadamente por la educación.
La educación, antes de inyectarle más recursos, requiere un giro pedagógico humanista
radical: en lo moral, en lo valórico, en cuanto a la experiencia práctica, en la presentación a
los estudiantes de modelos ejemplares de desarrollo humano, en la acción formativa y subsi-
diaria del gobierno político. Ese nuevo enfoque capacitará además al estudiante para abordar
mucho más eficientemente todo tipo de materias técnicas. En resumen, se trata de lograr que
el alumno, dentro de las complejidades del mundo actual, adquiera autosuficiencia emocional
e inteligencia teórica, práctica y profesional, que le permitan después procurarse por sí mismo
experiencias reales de autodeterminación, y por lo tanto de felicidad.
El primer paso es consolidar el apego del niño con sus padres, a fin de dotarlo de una base
emocional-afectiva que lo conecte confiadamente con el mundo. Acto seguido, hay que inducir-
lo prudentemente a enfrentar, examinar y descifrar la realidad en primera persona. Como dice
Heidegger, hay que instalar al alumno en la dinámica de “estar en, perfeccionar y ser el mundo”.
Y dejar definitivamente atrás una educación que produce seres enajenados de sí mismos y de
los acontecimientos que configuran la verdadera trama de la realidad, en el país y en el mundo,
y cuyo destino inevitable es ser asistidos social y económicamente por los gobiernos de turno.

521
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Pero ¿qué es conocer la realidad? Para responder esta pregunta, lo primero es tomar con-
ciencia de que el ambiente cultural contemporáneo es tan confuso y distorsionado, que por
sí solo hace muy difícil comprender nada de verdad, menos aún si el alumno no recibe una
formación básica y una orientación mínima al respecto. El relativismo cultural ha hecho un
“gran” trabajo, pues, además de eliminar de la vida personal el código de las virtudes, ahora
está desmantelando los valores. El solo hecho de haber transitado de las virtudes hacia lo va-
lórico introdujo ya un cambio radical: pasar del autodesarrollo individual en primera persona
a un seudo desarrollo sociológico de la tercera persona, como mero engranaje del colectivo
social. En otras palabras, de manejar la vida con carácter498, se pasó a funcionar bajo los mo-
delos deterministas de lo culturalmente correcto. Es decir, bajo una suerte de “deber ser” de-
terminado por una cultura carente de sustancia. Ese giro hizo imposible la autodeterminación
del ciudadano, y provocó una creciente pérdida de la propia identidad. Las virtudes son con-
quistas de la praxis que transforman la personalidad, porque producen efectos morales reales
en quien las adquiere; los valores, en cambio, son modelos puramente teóricos, muchas veces
desvinculados de la praxis personal, que se plasman además en el ámbito de lo colectivo, con
connotaciones éticas exclusivamente sociológicas.
También hemos visto cómo el relativismo ha ido desnaturalizando el lenguaje, al punto
que nos hemos llenado de retórica y lugares comunes. Incluso ha relativizado la noción de
verdad, cuyos códigos actuales de “certeza” están dictados por el poder político y el poder
económico, que a su vez extrae sus parámetros de “verdad” del utilitarismo, del consecuencia-
lismo499 y de lo “políticamente correcto”. El que tiene el poder, político, económico, e incluso
mediático, es el que reina en el mundo de la ignorancia y establece lo que es “verdadero”, no
los argumentos fundados en la razón, en la experiencia práctica y en el auténtico bien humano.
El hombre moderno es un ser patológicamente asustado, y ese temor lo instala en la
angustia, de la que se derivan el estrés, las neurosis y las depresiones, pues casi no tiene opor-
tunidades reales de autodeterminarse mediante el conocimiento de sí mismo y en interacción
con sus semejantes. No logra entender la realidad que lo rodea, de la cual forma parte el orden
sociopolítico, y así sus posibilidades de progresar son mínimas, y a menudo ni siquiera exis-
ten. Es por eso que finalmente termina “creyendo” en su “yo empírico”, y en una subsistencia
en la que tiene que arreglárselas exclusivamente por su cuenta, convencido de que no puede
esperar nada de nadie. Ese es el origen de la sociedad individualista, una enfermedad del espí-
ritu que ha dejado a muchos sin libertad de determinar, elegir, actuar y sociabilizar.
El “no tengáis miedo” de Juan Pablo II, proclamado al inicio de su pontificado, responde
en cierta medida a la sensación de desamparo existencial provocada en muchos por una educa-
ción basada en un humanismo materialista falso, que genera una cultura resentida y agresiva,
cruzada por una suerte de fatalismo predeterminado, y que confunde más que lo que enseña.
En el tema educacional hay que tener más que clara la diferencia que existe entre informa-
ción, conocimientos y entendimiento. La primera consiste en simples datos; el conocimiento
suele instalarse en un contexto intermedio; el entendimiento, en cambio, involucra todos los
ámbitos de la realidad: físico, metafísico, moral, contextual, universal, es decir, los hechos y
sus consecuencias de todo orden, en relación con las cosas que hacen del mundo y de la vida
humana un todo indivisible. Una educación de desarrollo del entendimiento en primera persona,
conectado con la praxis y la ejemplaridad superior de los que están cargo del proceso, constitu-
ye la más eficaz apertura hacia la solución de la grave problemática sociocultural y económica

498 El término “carácter” designa una estructura valórica que personaliza y distingue a un determinado ser humano.
499 Cuando la verdad se rige por el utilitarismo o el consecuencialismo, queda determinada por lo útil, o por las consecuencias
pragmáticas que puedan resultar de cualquier acción, y no por la realidad ni por el bien humano o social.

522
Sebastián Burr

moderna. La diferencia entre una educación de desarrollo del entendimiento y una educación
empirista de entrega de datos, es que en la primera yo decido libremente cómo interpreto los
datos: su grado de coherencia, sus factores causales, cómo los separo y cómo después los ana-
logo agregando nueva información, etc. En la segunda, tengo que aceptar los datos tal cual me
los entrega el profesor, e incluso hacer propios los juicios morales que puedan estar contenidos
en esa entrega, implícita o explícitamente. Aunque no haya juicios morales explícitos en esos
datos, siempre los hay implícitos: el solo hecho de decir que un área del conocimiento no tiene
significado moral, es ya un juicio moral. La diferencia entre adquirir conocimientos y desarrollar
el entendimiento, es la misma que hay entre conocer “materias” filosóficas y saber filosofar.
El hombre es una “unidad” cognoscitiva: necesita conocer y entender la realidad dentro
de un hábitat conformado por su propio ser, por las cosas físicas y metafísicas, ordenadas
hacia un bien o un fin, tanto propio como social. Ese hábitat involucra el afecto, la amistad, el
amor, la familia, los propios intereses, la micro y macroeconomía, el intercambio social y la
solidaridad, el sistema ecológico, la globalización, y un universo regido por un orden superior
y no autorreferente. Por eso la fragmentación del conocimiento lo desconcierta y paraliza,
tanto en términos teóricos como prácticos, y cuando eso le ocurre sólo funciona a medias.
Hay que ampliar la libertad educacional, hoy jaqueada por los contenidos “mínimos”
impuestos por el Mineduc, y con evidentes connotaciones sociológicas en lugar de ético-po-
líticas500 y morales, que copan el 80% del horario disponible en los establecimientos educa-
cionales y que no se fundamentan en ninguna teoría epistemológica extraída de los procesos
reales del conocimiento.
Chile debe educar para la verdad, la justicia, la solidaridad, y sobre todo para la auto-
suficiencia intelectiva y funcional501 de los alumnos. Esto que parece retórico, es la clave
esencial de la pedagogía, pues no existe otra manera de orientar a los alumnos al máximo
desarrollo de sus capacidades superiores, y conectarlas con la heterogénea y compleja red de
los asuntos prácticos. Un desarrollo integral, que al mismo tiempo conduzca a los estudiantes
al ejercicio real de la libertad, y que les permita conocer e interpretar la realidad a tiempo
presente, de un modo amplio y verdadero.

El punto de partida: el apego, la experiencia y el cerebro humano.

El niño llega al mundo genéticamente programado para comunicarse con las personas que cui-
dan de él. Ahí radica lo que se denomina el apego. Ese apego se establece fundamentalmente
con la madre y con el padre, aunque también, pero en menor grado, con los demás adultos que
están cerca del niño durante su desarrollo. El apego constituye la base de un sistema motiva-
cional, comunicacional y de compromisos afectivos que establece el niño “selectivamente” con
los adultos presentes en su entorno inmediato. Mediante ese apego, el niño siente que tiene un
“seguro” en los momentos de dificultad, y de algún modo adquiere una base de estabilidad que
le facilita la exploración del mundo y le proporciona la confianza suficiente para llevarla a cabo.
Ahora bien, la experiencia abierta y real, que genera siempre una percepción emocional
de todo lo que se descubre a través de ella, activa en el cerebro las neuronas, puesto que éstas
responden a estímulos sensoriales procedentes del mundo exterior, y mediante el entendi-
miento forman en la mente abstracciones sintetizadas, tanto cognoscitivas como morales, algo
así como “imágenes” dotadas de significado intelectivo o valórico.
500 La ética política entendida como bien común político.
501 Esta propuesta entiende la autosuficiencia intelectiva y funcional como sinónimo de libertad y felicidad.

523
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Desarrollo cerebral, memoria y relaciones humanas.

La multiplicación neuronal activa a su vez los genes que producen las proteínas necesarias
para configurar la estructura cerebral. De esta manera, la experiencia es el punto de partida del
metabolismo que expande el funcionamiento neuronal y modela la flexibilidad que muestra
el cerebro hasta el fin de la vida. Los recientes descubrimientos de la neurología revelan que
el cerebro no pierde nunca la plasticidad, es decir, que permanece abierto a las continuas in-
fluencias del entorno, incluso en la vejez. Pero esa disposición puede darse en mayor o menor
grado, dependiendo del “entrenamiento” que haya recibido el cerebro.
En el momento del nacimiento, el cerebro está menos formado que los demás órganos.
Durante los tres primeros años, se genera un número sideral de conexiones sinápticas, deter-
minadas en primer lugar por el genoma, pero modeladas por la experiencia real y abierta. Du-
rante la siguiente década, fundamentalmente la experiencia crea más conexiones sinápticas,
a medida que el niño adquiere nuevos conocimientos y habilidades, y las integra equilibrada-
mente. En la adolescencia se produce un importante proceso de «poda», que elimina por se-
lección las sinapsis que han quedado en “desuso”, hasta llegar a las densidades más bajas del
adulto. No se sabe mucho acerca de esa “poda”; sin embargo, algunos autores sostienen que
el estrés y las anormalidades genéticas pueden producir una poda excesiva, lo que, en teoría,
podría predisponer al adolescente a graves trastornos emocionales que a menudo se manifies-
tan en esa edad, o a patologías psíquicas que en ciertos casos pueden llegar a la esquizofrenia.
Como ya se ha dicho, las influencias del entorno modelan el cerebro502, e influyen en la
configuración y funcionamiento de las conexiones sinápticas. Esas influencias pueden produ-
cir distintos efectos: 1) pueden reforzar, debilitar o eliminar (podar) las sinapsis formadas al
comienzo por la información codificada genéticamente; 2) se pueden formar nuevas sinapsis,
como respuesta a la experiencia; 3) pueden producirse aumentos temporales de las conexio-
nes entre las neuronas; 4) la distribución de mielina (la capa que cubre las fibras nerviosas
más maduras) aumenta la conectividad neuronal y la velocidad de conducción del «potencial
de acción» eléctrico a lo largo del axón; 5) independientemente del origen de las sinapsis, la
formación genética, las substancias tóxicas o las experiencias que han causado estrés mental,
pueden provocar la eliminación de las sinapsis.
Los estudios sobre el desarrollo del cerebro humano han concluido también que no se
debe agobiar a los niños pequeños con estímulos sensoriales excesivos para ayudarlos a alcan-
zar un nivel “normal” de desarrollo cerebral. Los genes aseguran, con una cantidad suficiente
de estimulación sensorial, el desarrollo correcto de nuestros procesos básicos de percepción.
En cambio, la investigación sobre el apego, y los distintos descubrimientos autónomos de ge-
nética y de neurobiología del desarrollo, hacen pensar que ese tipo especial de comunicación,
en las relaciones emocionalmente cercanas, puede ser el ámbito experiencial más importante
en el cual se puede formar la mente del niño.

El apego y el desarrollo mental

Según estudios paralelos al desarrollo de los niños, los que muestran un mayor apego logran re-
sultados altamente positivos: más flexibilidad emocional, más sociabilidad y más capacidades
502 La memoria pura tiene una capacidad de retención temporal relativamente baja comparada con la capacidad universal de la inte-
lección, de manera que hay que utilizarla como apoyo en aquellas cuestiones fundamentales y de orden que guardan relación con
ese orden universal. La intelección hace el trabajo de separación, analogación y reunificación, y es per se generadora de ideas.
Bergson dice que la memoria no consiste en la regresión del presente al pasado, sino en el progreso del pasado en el presente.

524
Sebastián Burr

cognoscitivas. Algunos estudios sugieren incluso que el apego produce mayor resistencia fren-
te a las futuras adversidades. Cuando no se desarrolla el apego de un modo óptimo, la mente
del niño puede no funcionar como un sistema bien integrado, y sufrir desórdenes cognoscitivos
que dificulten el aprendizaje, o desequilibrios emocionales que más tarde pueden traducirse en
agresividad y violencia. A menudo, los propios padres (o uno de ellos) arrastran el “trauma” de
una infancia marcada por el no-apego, y sin racionalizarlo reproducen en sus hijos el mismo
“cuadro” que ellos vivieron. Y a menos que lo resuelvan, pueden adoptar comportamientos que
generen en el niño disturbios o bloqueos afectivos e intelectivos muy difíciles de sanear en el
futuro. El vínculo del apego debe ser fuente de alegría, de unión y de tranquilidad emocional.
¿Cuáles son las condiciones que pueden generar un apego sano, dado que en esa expe-
riencia, o en la ausencia de ella, se juega en gran medida la futura personalidad del niño?
Para el niño, los padres son, por lo general, las principales figuras del apego. Sin embargo,
por múltiples razones, es posible que en muchas familias ambos padres estén ausentes del hogar
durante las horas de trabajo. Una manera de afrontar esa situación es que, en ausencia de los
padres, el cuidado del niño quede a cargo de adultos atentos, serenos y reflexivos, con los cuales
éste también pueda tener una efectiva experiencia de apego. Esos adultos deben comprender las
necesidades individuales del niño y su manera de comunicarse, jugar y gozar con él, y ser capa-
ces de tranquilizarlo cuando está angustiado. Esos son requisitos fundamentales de una relación
positiva del niño con la figura del apego. Los apegos sólidos activan positivamente el desarrollo
total del niño, tanto físico como psíquico, y dependen en gran medida de la habilidad de los adul-
tos para establecer con él formas colaborativas de comunicación. La interacción no verbal entre
el niño y los adultos que lo cuidan (caricias, gestos, sonrisas, tomarlo en brazos, etc.), puede
considerarse el factor más importante en la generación del apego en la primera etapa de la vida.
En conclusión, podemos decir que todas estas constataciones, emanadas de numerosos
estudios hechos al respecto —psicológicos, neurológicos, etc.—, dejan en evidencia que la
etapa más decisiva de la educación humana es la que tiene lugar entre los primeros meses
de vida y el ingreso del niño en el sistema de enseñanza formal. Si esa etapa es idóneamente
abordada, queda asegurada en gran medida la formación de una personalidad sana, y por
lo tanto el buen desenvolvimiento del niño en las restantes etapas de la vida, y su inserción
activa y eficiente en el mundo503.

Educar para la libertad

Educar para la libertad exige que la autoridad y las instituciones que conforman el orden polí-
tico representen los más altos grados de ejemplaridad, permitiendo en primer lugar la libertad
educacional y cumpliendo un rol subsidiario504 y solidario respecto a los diversos proyectos
educativos que escojan los padres. Por lo demás, la libertad de enseñanza está expresamente
amparada por nuestra Constitución Política, que establece la indelegable potestad de los pa-
dres para elegir el tipo de educación que recibirán sus hijos. Coincidentemente con ese man-
dato constitucional, el Papa Benedicto XVI, en el documento Sacramentum Caritatis505, dado

503 El subcapítulo recién concluido ha sido extractado de la conferencia dictada por el neurólogo Dr. Daniel Siegel, director del
Center for Human Development y profesor asociado, UCLA School of Medicine de Los Angeles, California, en Ciudad del
Vaticano en diciembre de 1999, durante el Encuentro Internacional sobre “La familia y la integración del minusválido en la
infancia y en la adolescencia”.
504 Del latín subsidium, ayudar. Criterio que solicita al Estado lo que la sociedad civil no puede alcanzar por sí misma.
505 La exhortación apostólica denominada Sacramento de la Caridad es el documento oficial de cierre del Sínodo de Obispos
celebrado en octubre del año 2005.

525
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

a conocer por el Vaticano el 13 de marzo del año 2007, declara que la libertad de educación
de los hijos es uno de los valores “no negociables”, y hace un especial llamado a los políticos
cristianos a defender intransablemente este valor. Hago presente que los dos primeros gober-
nantes de Chile del siglo XXI (agnósticos) han reconocido la autoridad moral de Juan Pablo
II (ex presidente Lagos) y de Benedicto XVI (presidenta Bachelet)506.
Los contenidos mínimos, si los va a haber, deben ser verdaderos, poseer unidad epis-
temológica y cubrir entre otros ámbitos la vida familiar, el trabajo, la interacción social, el
bien común político, la ecología, el contexto global del mundo contemporáneo, etc. Hoy
todos los “datos” del conocimiento están disponibles en la red; por lo tanto, el alumno, más
que recibirlos del profesor, necesita adquirir una capacidad valorativa, jerarquizadora y con-
textualizadora, que le permita encontrarlos y aplicarlos a las situaciones prácticas concretas.
Hay que tener en cuenta además que muchos de los conocimientos específicos que va gene-
rando la cultura se renuevan cada cinco años o menos; en consecuencia, la clave es enseñar
a entender, antes que entregar conocimientos específicos que quedan obsoletos a mediano
plazo, y que pueden ser buscados por el propio alumno en la medida que va ampliando sus
conocimientos y desarrollando su entendimiento.
La tradición filosófica del idealismo alemán, que influyó fuertemente en el surgimiento
de la educación como ciencia a fines del siglo XIX, ha replanteado, en torno a la noción de
autoeducación (Selbstbildung), el papel del educador en dicho proceso. En el idioma alemán
se suele designar la educación con dos términos que tienen sentidos muy distintos: Bildung
y Erziehung. El primero procede del verbo bilden, que significa “edificar”, o, dicho de un
modo más directo, “construcción humana”: dotar al hombre de habilidades y conocimientos.
Erziehung, en cambio, incorpora el concepto socrático, y procede del verbo ziehen, que quiere
decir extraer, hacer salir; por lo tanto, presupone que ya hay algo dentro del sujeto que apren-
de, y que el profesor debe ser capaz de hacerlo aparecer, mediante la inducción intelectiva.
De esta manera, mientras el término Bildung se centra en la iniciativa del profesor, Erziehung
destaca como protagonista del aprendizaje al mismo sujeto que aprende.
El sentido común indica que los sistemas educacionales no deberían inclinarse por una
u otra forma de un modo exclusivo, sino por una mezcla equilibrada de ambas. La tarea del
profesor debe estar orientada en primer lugar a reforzar la instalación del alumno en el mundo,
y a darle sentido a la educación a partir de ese posicionamiento trascendental. En segundo
lugar, debe activar en el alumno el desarrollo del entendimiento, y lograr que adquiera la ca-
pacidad de identificar lo que requiere saber y de cómo encontrarlo, y después la de elaborar
la información para aplicarla a la consecución de fines prácticos. En definitiva, debe enseñar
a identificar, indagar, valorizar, jerarquizar, sintetizar, hacer y actuar. Hay que tener presente
que el sentido de la vida no está constituido por conocimientos, sino más bien por una intui-
ción o sensación global, coherente, generosa, inteligente e integrada de la existencia humana,
de la propia existencia, y de los componentes de la realidad, tanto en el plano subjetivo de
cada persona como en el plano objetivo de las cosas. Cuando una persona, por alguna razón,
no adquiere un sentido de la vida, se aferra a lo único que es capaz de vislumbrar. Eso es pre-
ponderantemente material, y tarde o temprano, la hace caer en el vacío existencial.
Pareciera entonces que el trabajo fundamental del profesor es formar de un modo activo al
alumno en los grandes principios o categorías universales y operativas del entendimiento y de
la voluntad, considerando el carácter ambivalente y trascendental de ambos dinamismos. Y con
el propósito prioritario de que el alumno, además de adquirir conocimientos teóricos, aprenda

506 El ex presidente Ricardo Lagos y la ex presidenta Bachelet pronunciaron durante sus mandatos sendas declaraciones en
ambos sentidos.

526
Sebastián Burr

sobre todo a aplicarlos contextualizadamente en la vida real a través de su propia praxis. Debe
enseñar la trama de la realidad por géneros, especies, diferencias y cualidades, y asimismo ca-
tegorías como substancia, esencia, accidente, sujeto, objeto, locación, causa-efecto, identidad,
etc., puesto que nada se saca con enseñar ni con extraer conclusiones si los alumnos no desci-
fran ni entienden la estructura de fondo de lo real y sus articulaciones operativas.
Ahora bien, me parece legítimo que el profesor piense que detrás de todo el orden natural
existe un ser superior inteligente y bondadoso, que trasciende todas las categorías humanas.
Pero considero también que, si cree en Dios, no debe introducir esa creencia en su plan de
enseñanza, sino dejar que el alumno concluya libremente en la existencia de un ser superior o
no, puesto que la libertad, en su sentido más amplio, es el objetivo principal de la educación.
Ese objetivo está respaldado además por el hecho de que Dios respeta de modo absoluto la
libertad humana, en tal grado que incluso admite que cualquier hombre pueda renunciar a ser
libre, y hasta rechazarlo a El mismo, que se supone es el creador del más grande de los dina-
mismos humanos: la libertad de conciencia.
Para que los conocimientos se conviertan en una auténtica “posesión” mental, que no se bo-
rre con el correr del tiempo, deben ingresar en la percepción valórica y en la intencionalidad del
alumno, es decir, asociarse emocionalmente con lo que más valora y le interesa, en su realidad
inmediata, en el mundo, y en su propia vida, y en el grado más intenso posible. Ese es el único
proceso a través del cual el ser humano aprende de verdad. A partir de ahí, puede analogar todo
lo entendido, bajo cualquier perspectiva que se le presente. En otras palabras, junto con separar
entendimiento de conocimientos, y conocimientos de información, hay que integrar, en una ex-
periencia mental altamente valórica, la intención y la emoción de los alumnos con un proyecto
de vida personal y con las expectativas reales que ofrece el mundo a cada uno de ellos.
La enseñanza personalizada no debería considerar más de 24 alumnos por curso. La sa-
turación actual no permite más de 7 minutos de atención diarios por cada uno de ellos, lo que
contradice aquello de la buena cobertura. Eso explica en parte que el rendimiento de nuestros
profesores sea escaso, y la educación chilena muy deficiente. Sin embargo, hay que reconocer
que, al margen de ese bajo rendimiento, tampoco el profesorado cuenta con el nivel de for-
mación pedagógica requerido, ni con recursos tecnológicos de evaluación de los alumnos, y
tiene que destinar gran parte de su tiempo docente a la corrección de pruebas. Más de US$ 90
millones anuales gasta el sistema público en esa función accesoria, que perfectamente podría
realizarse de manera computacional, dejando disponible un 30 o 40% de tiempo adicional
para mejorar la gestión pedagógica507.
En cuanto a la función del Simce, debería ser un organismo regulador del nivel de notas
que asignan los colegios a sus alumnos, nivel que aparece completamente distorsionado en
relación con los resultados del Timms y de la PSU.
Otro punto de esta propuesta es que todos los gastos asociados a la educación en que
incurra la familia sean deducidos de impuestos. El desarrollo intelectivo y práctico por la vía
educacional no debe gravarse impositivamente, pues tal gravamen incide negativamente en la
vida posterior del ciudadano y en la recaudación tributaria del futuro.
Respecto a las subvenciones y subsidios educacionales, hay que redistribuir el gasto,
destinándolo temporal y preferentemente a la enseñanza técnica508, ámbito donde estudian los
más pobres509, y que sólo recibe el 5% de dicho gasto, contra el 95% asignado a las 25 univer-
sidades más importantes. Más aún, de ese 95%, el 28% se lo llevan la UC y la U. de Chile, las

507 De hecho, dicho sistema computacional de evaluación existe.


508 Se refiere a carreras tales como tecnólogos médicos, técnicos en computación, en electricidad, etc.
509 Chile está saturado de profesiones tradicionales, y somos deficitarios en profesiones técnicas o tecnológicas.

527
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

dos universidades más buscadas por los estudiantes con mejores puntajes en la PSU, que son
justamente los de mayores ingresos. Una profesión técnica cuesta un 25% de lo que cuesta
una profesión tradicional510, y los ingresos de un técnico se han estado acercando bastante a
los de un profesional tradicional. Este tema debe ser reenfocado, pues con los mismos recur-
sos destinados a las profesiones tradicionales se puede educar un 400% más de estudiantes
técnicos. Hago presente que, en cuanto a gasto en investigación y desarrollo, mientras Chile
gasta (año 2000) un 0,54% del PIB, el promedio mundial asciende a 1,30%. Los países asiáti-
cos gastan un 1,45% anual, y los países desarrollados cerca de 2,5% del PIB.
Más aún, me parece conveniente integrar a los gremios empresariales a hacerse cargo de
la educación técnica, como lo hace la Sofofa desde hace varias décadas, y con mucho éxito. Se
podría subvencionar directamente a esas corporaciones, pues son las que más saben qué ense-
ñanza técnico-profesional se necesita entregar, considerando la velocidad de obsolescencia de
las tecnologías, y la aparición de otras nuevas a cada momento. Ni siquiera las universidades,
incluso las privadas, son capaces de seguir ese ritmo.
Esto no significa que la educación humanista no se deba entregar de un modo comple-
mentario y orientador, pues, si bien la educación técnica puede ser un buen medio generador
de recursos económicos, la humanista es la más idónea para compatibilizar la subjetividad
de cada persona con la realidad de las cosas, y por lo tanto para alcanzar grados mayores de
profesionalismo, y simultáneamente acceder a mayores cuotas de felicidad.
El término “educación” proviene del latín educare, que significa nutrirse. Y esa nutri-
ción educativa, que puede ser física, técnica y/o o moral (espiritual), debe alcanzar la mayor
calidad posible, pues, así como en la alimentación existe la comida chatarra, y otra que dete-
riora la salud, también hay chatarra en la enseñanza: conocimientos que sirven poco, o que
confunden, y por lo tanto retrasan el desarrollo intelectivo y volitivo de los alumnos, que son
finalmente víctimas más que beneficiarios del sistema.
Por supuesto, la calidad de la educación comprende la disciplina y el ejemplo que deben
dar a los alumnos tanto los padres como los profesores y los gobernantes. Sin embargo, debe ser
conducida primordialmente por los padres, con el apoyo del colegio, pero no al revés; al igual
como los padres se hacen cargo de la nutrición alimenticia y de la salud fisiológica y psicológica
de sus hijos. Eso no es otra cosa que completar el hecho mismo de la procreación, que por sí
sola instala al ser humano en la más absoluta precariedad. La familia debe configurar un pro-
yecto integral511, en el que el padre, como jefe de hogar, es el principal responsable “filosófico”
del tipo de educación que recibirán sus hijos, y sobre todo de asegurar el efectivo desarrollo de
sus facultades superiores. El precario o distorsionado desarrollo de esas dos facultades, y una
comprensión errónea o incompleta de las capacidades y limitaciones del sistema sensitivo512
(que trasmite al entendimiento sólo información de carácter material) constituyen un severo im-
pedimento para ejercer la capacidad de abstracción, y generan toda clase de desorientaciones en
la adolescencia y en la vida adulta. No se puede desconocer, sin embargo, que la vida moderna
hace cada día más difícil entregar esa formación personalizada sin graves interferencias sistémi-
cas e institucionales, de las cuales los gobernantes son en gran medida responsables.
El niño puede aprender sin mayor esfuerzo cuestiones integradas y bastante complejas:
aprender a leer y a escribir, aprender dos o más idiomas, principios filosóficos, música,
510 Carreras tales como leyes, economía, ingeniería comercial, etc.
511 Tomás de Aquino señala al respecto: “La naturaleza humana no tiende solamente a la generación de la prole (hijos), sino
también a su conducción y promoción al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”.
512 Los cinco sentidos: vista, oído, olfato gusto, tacto. El tacto, en su capacidad externa, también es capaz de percibir la presión,
la temperatura, la humedad o sequedad. En su capacidad interna, es capaz de percibir el inicio de enfermedades y otras
variables integradas de alta complejidad.

528
Sebastián Burr

dibujo, pintura, astronomía, matemáticas, etc., es decir, muchos conocimientos sistémi-


cos, y simultáneamente. Así lo ha demostrado el Dr. Makoto Shichida en sus más de 300
academias infantiles en Japón. Todo eso es posible gracias a la prodigiosa capacidad de
diferenciación y analogación intuitiva que tienen los niños de esa edad. Wolfgang Amadeus
Mozart, que empezó a componer música a los 3 años y medio, y dirigía orquestas a los 5,
desarrolló al máximo su potencial artístico debido a la fuerte estimulación que recibió de
su padre Leopoldo, en la edad precisa. Recordemos que Mozart, en sus 35 años de vida,
compuso más de 600 obras musicales. Algo parecido ocurrió con Beethoven.
Por lo tanto, los padres debemos inducir en nuestros hijos, a partir de su primer año de
vida, el progresivo desarrollo del entendimiento, mediante analogías, metáforas, juegos di-
dácticos, experiencias valóricas y prácticas del mundo que los rodea y propias de su edad, sin
forzar de ninguna manera su proceso natural de aprendizaje.

El fin último de la educación

Hay que distinguir la educación como fin y la educación que busca un determinado fin, dos
cosas por completo distintas, y que hay que tener bien definidas. El discurso que al respecto se
observa en Chile está más orientado a la educación como medio para otros fines, y no hacia el
fin de la educación en sí mismo. Por esa distorsión pasan coladas toda clase de ineficiencias de
nuestro sistema educativo, y la educación se ha transformado en una pura ilusión, sobre todo
para los más pobres, que no tienen capacidad para diferenciar una mala de una buena enseñanza.
No se entiende por qué se supone que un alumno formado en una carrera técnica, incluso
a nivel universitario, está preparado para la vida, cuando no hay casi ninguna enseñanza pro-
fesional que aborde la antropología filosófica del hombre y el desarrollo moral de la persona,
y que muestre cómo, gracias a esos procesos, el futuro profesional puede manejar satisfacto-
riamente su vida y constituirse en un buen “socio” para configurar y mantener la ética social
y entender plenamente el orden político y la democracia. Algunos de los fines de la educación
son lograr equilibrio emocional, autosuficiencia profesional y un sentido societario y solidario
bien desarrollado. El equilibrio emocional proviene sobre todo de la afectividad que aportan
los padres; la autosuficiencia profesional proviene del dominio teórico y práctico de la propia
profesión que entrega el sistema educativo; y el sentido societario y solidario emana del sentido
comunitario aportado por la familia. Todo eso constituye, a su vez, la base indispensable para
formar una familia y para todo emprendimiento, en cualquier ámbito de la actividad humana.

Educación y virtud

La necesidad fundamental de los estudiantes es de tipo moral: desarrollar y hacer uso bi-
dimensional de su libertad, de acuerdo a su naturaleza e individualidad. Las claves de ese
desarrollo se descubren a través de la antropología filosófica del hombre, y se orientan a las
virtudes, es decir, a la plena expansión de todas las potencialidades humanas.
En nuestra época moderna, como ya se dijo, las virtudes han sido sustituidas por los valo-
res, y ese reemplazo, que muchos consideran otro gran avance del “progresismo”, ha estancado
en gran medida el verdadero desarrollo moral. La razón de eso está en que los valores, si bien
pueden ser referentes válidos de la vida humana, resultan en los hechos un tanto subjetivos y
relativos, y tienen un carácter más bien sociológico, por lo cual, a diferencia de las virtudes,

529
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

no activan las potencialidades naturales superiores, y en consecuencia no despliegan ni enri-


quecen la personalidad. El fin esencial de la educación debe ser la formación del hombre en
cuanto persona, complementada con una formación técnica que el alumno debe completar e
ir actualizando siempre por sí mismo. Un componente sustancial de la educación es la actua-
lización permanente, una de cuyas dinámicas más valiosas es el hábito513 de la investigación.
La formación técnica de hoy es tan buena en medicina, en leyes, en ingeniería, en admi-
nistración de empresas, en economía, etc., que se supone que resuelve la vida completa del
alumno, sin reparar en que el desarrollo de las virtudes, sobre todo de las virtudes morales, es
absolutamente necesario si se quiere extraer toda la potencialidad humana en el ejercicio prác-
tico de esas mismas disciplinas. Todos entienden cuando se dice que un hombre es deportista,
abogado, médico, etc., pero casi nadie entiende cuando se dice de alguien que es un hombre
a carta cabal. Lo que ocurrió es que la cultura tecnocrática y fragmentada se impuso sobre la
dimensión envolvente, integradora y expansiva de lo moral, y ésa es la causa principal del
extravío del verdadero fin de la educación y de su actual estado, materializado, utilitario, y
disgregado en disciplinas completamente desconectadas entre sí, deficiencia y desorden que
en nada dignifica la labor y la persona del profesor. Nuestra educación tiene que superar las
modas culturales y su estructura de datos, pues las facultades superiores —per se expansi-
vas— comportan la esencia de la comprensión y del comportamiento humano.
Hablar del hombre en cuanto hombre cubre todo aquello que es común y natural a todos los
hombres, sin por esto negar las innumerables diferencias que existen entre cada uno y todos los
que conformamos la especie humana. Ese debe ser el fin común de la educación: que sea capaz
primero de abordar esa esencialidad, y después introducirse en la diversidad cultural, si es que
se desea construir una sociedad simultáneamente más homogénea y pluralista. Ese “mundo por
desarrollar”, de “igualdad superior”, es lo único que garantiza la libertad real a partir de la acti-
vación de la trilogía de dinamismos que conforman la operatoria del espíritu: entendimiento, in-
teligencia práctica o funcional e inteligencia emocional. En una sociedad constituida sobre esas
bases de igualdad, es imposible que se genere desigualdad tanto en el plano intelectivo como en
el volitivo, lo que asegura también grados importantes de igualdad material o económica.
Por último, hay una distinción que requiere ser examinada detenidamente. Existe un fin
cuius de la educación, el qué (la estructura ontológica del hombre, que constituye su razón
de ser intrínseca), y un fin quo, el para qué (que consiste en promover al máximo posible la
intelección y los buenos hábitos de comportamiento). Ese estado óptimo se logra haciendo
transitar todas nuestras capacidades innatas del estado de potencia al de acto; ése es el proceso
que conduce a la posesión de las virtudes. Ese ser en acto es dinámico, no significa una para-
lización del desarrollo de la persona, pues implica una constante actualización. Por lo tanto,
se puede explicar como un estar siendo permanentemente.
En síntesis, la optimización de las potencias humanas se obtiene mediante las virtudes, que
cubren todas las actividades del hombre, y operan como dinamismos impulsores de su desarro-
llo moral y técnico. El hombre no es virtuoso por naturaleza, sino que se hace virtuoso por hábi-
to; no existe otra manera. Ese es uno de los roles primarios de la educación: dotar al hombre de
disposiciones virtuosas estables, que posee en estado de latencia. Al revés, en la medida en que
una persona corta la continuidad del hábito, pierde en la misma medida esa virtud específica.
Cuando las virtudes se van desplegando simultáneamente, se va paladeando esa expe-
riencia misteriosa que hemos llamado felicidad, y que no puede imaginarse de antemano;
sólo se sabe qué es cuando se tiene. Una felicidad “ontológica”, no pragmática ni material;
una satisfacción que emana de la capacidad de pensar y hacer bien las cosas, de conducir la
513 El hábito virtuoso produce siempre algo bueno para la persona. Aunque es al principio trabajoso, termina siendo placentero.

530
Sebastián Burr

propia vida según los códigos infalibles de la realidad y de la condición humana. Si se desea
tener seguridad en la vida, esa es la mejor manera de alcanzarla.
Ahora bien, las virtudes morales (prácticas), que residen en la voluntad, son superio-
res a las virtudes intelectuales (teóricas) propias del entendimiento. Existe un predominio
natural de la voluntad (en tanto virtuosa) sobre el entendimiento, pues la voluntad incita al
entendimiento a entender en una determinada dirección, y es la facultad que genera todas las
acciones humanas. La voluntad buena (la buena voluntad) hace al hombre bueno (desde una
perspectiva ontológica y lógica), y es en sí misma una virtud. Es en la voluntad donde las
virtudes se despliegan en función del perfeccionamiento de la misma voluntad. Las virtudes
morales, que perfeccionan a la voluntad, pueden tenerse sin que simultáneamente se estén
realizando actos dirigidos a sus fines específicos.
En consecuencia, un objetivo nuclear de la educación son las virtudes intelectuales, que
confieren una capacidad teórica para pensar y actuar bien, y las virtudes morales, que permi-
ten actuar bien en el plano práctico, en los hechos concretos de la vida.
En el círculo de lo virtuoso, la prudencia aparece como la virtud central, pues de algún
modo encierra o reúne en sí misma a las demás, y es la que determina las elecciones humanas.
Tomás de Aquino dice al respecto: “La virtud moral puede existir sin algunas virtudes inte-
lectuales como la sabiduría, la ciencia y el arte, mas no sin el intelecto y la prudencia. Sin
prudencia, en efecto, no puede darse la virtud moral, porque es un hábito electivo, es decir,
que determina la buena elección. Y para que la elección sea buena se requieren dos cosas:
en primer lugar, que haya una debida intención del fin, y esto se hace por medio de la virtud
moral que inclina al apetito a un bien conveniente a la razón, que es el fin debido; en segundo
lugar, que el hombre elija correctamente los medios, y ello no es posible sino por la razón
que rectamente aconseja, juzga y preceptúa (ordena); lo cual pertenece a la prudencia y a las
virtudes anejas (anexas) a ellas… de ahí que la virtud moral no pueda darse sin la prudencia.
Y, en consecuencia, tampoco sin el intelecto, pues por medio de éste se conocen los principios
naturalmente evidentes, tanto en las cosas especulativas como en las operativas”. “... las de-
más virtudes intelectuales pueden existir sin la virtud moral, pero la prudencia no puede dar-
se sin ella. Esto se debe a que la prudencia es la recta razón de las cosas agibles (factibles).
Pero no sólo en general, sino también en particular…” (Suma Teológica, I-II, q.58, a. 4).
En términos más contemporáneos, la prudencia puede definirse como “la inteligencia de
la acción”, lo que en este libro he denominado inteligencia práctica, porque gracias a ella es
posible discernir los medios más idóneos que conducen a la consecución del fin último del
ser humano, que es la felicidad.
La prudencia es virtud intelectual por su esencia y moral por su objetivo práctico; hace
más lúcido el juicio moral del sujeto, y orienta eficazmente su inteligencia funcional. Difiere
así de la técnica, cuyo objetivo no es el perfeccionamiento del sujeto, sino el de su obra, o
el de su capacidad productiva. Si la voluntad no se rige por el bien moral, la prudencia se
torna imposible, pues la elección de los medios será radicalmente mala: o bien voluntarista,
o bien puramente sensitiva, y lo puramente sensitivo está más cerca de la animalidad que de
lo propiamente humano. No basta con querer el bien; es preciso además elegir acertadamente
los medios que permiten alcanzarlo.
La prudencia, como virtud síntesis, es un objetivo nuclear de la educación. La posesión
de la prudencia le asegura al alumno su autosuficiencia y actualización intelectiva y moral, y
lo capacita para enfrentar cualquier realidad que se le presente, pues constituye una aplicación
múltiple del sentido común. Recurriendo a una metáfora, podría decirse que la prudencia cum-
ple respecto de la libertad moral una función análoga a la del sol en nuestro sistema planetario.

531
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

La formación humana

Una premisa básica de la presente propuesta es que, además de los profesores, tanto los padres
como los gobernantes son agentes naturales y principales de la formación y educación de la
persona humana. Y esto en concordancia con la antropología filosófica del hombre y el bien
común político verdadero.
Así como es antinatural no alimentar a los hijos, es también antinatural no nutrirlos inte-
lectiva y volitivamente, para que puedan desarrollarse moralmente dentro del orden político.
Por esta razón debe generarse una alianza entre profesores, padres y gobernantes, a fin de
construir una sociedad docente en la que todas las instituciones cumplan su función natural-
mente ética de contribuir al desarrollo humano.
Los padres son la “causa eficiente” de sus hijos (en términos procreativos), y en conse-
cuencia, los agentes indelegables del proceso educativo que debe producirse en ellos, pues por
naturaleza tienden a perfeccionar moralmente “la obra que emana de ellos mismos”. Confiar
por completo a terceros la educación de los hijos implica una suerte de desnaturalización, tan-
to humana como sociopolítica. La educación que les pueda brindar el colegio, o terceros, debe
ser sólo complementaria en el plano moral; por ello este libro defiende au trance el desarrollo
moral de los padres en instancias tales como el trabajo y en el plano del orden político, para
que puedan trasmitirlo a sus hijos.
Aquí estamos en presencia de dos gravísimos problemas. Uno es que los padres han aban-
donado mayoritariamente el rol formativo de sus hijos, porque perdieron la capacidad para
asumirlo. El otro es que los gobernantes, por razones de poder, no devuelven ese rol a los pro-
genitores, e imparten una enseñanza de la que está ausente por completo la formación humana
y moral. Eso explica que la educación chilena sea una de las diez peores entre los 66 países
que compiten en el mundo, y el grueso de la ciudadanía no sea apto ni para resolver sus vidas
ni para impugnar intelectivamente las malas decisiones gubernamentales. Ya el comunismo de
Platón propugnaba la cuestión de la educación estatal, aunque la sociedad de entonces no tomó
demasiado en serio la opción de delegar la educación en el Estado. Tomás de Aquino ve el
problema de esta manera: “... es de derecho natural que el hijo, antes del uso de la razón, esté
bajo el cuidado del padre. Por consiguiente, iría contra la justicia natural que el hijo, antes de
haber alcanzado el uso de la razón, fuese sustraído al cuidado de los padres, o que se dispu-
siera de él contra la voluntad de los mismos”. (Suma Teológica, II.II, q. 10, a. 12).
El hecho mismo de que la educación chilena esté ideológicamente orientada por los go-
biernos de turno, deja fuera esta exigencia natural señalada por Tomás de Aquino514, lo que
queda absolutamente confirmado cuando la autoridad política se niega de hecho a aceptar la
libertad de enseñanza, establecida en nuestra propia Carta Fundamental.
Ahora bien, al gobernante le corresponde igualmente un rol formativo, porque el ciudadano
no sólo pertenece a la familia en la que nace, sino también, de un modo más amplio, a la sociedad
civil. Lo que el padre representa en la primera, el gobernante lo representa en la segunda. Y ese rol
formativo análogo determina la acción que le cabe al gobernante, que es por completo distinta a la
de los padres y a la de los colaboradores que éstos decidan incorporar a la educación de sus hijos.
El rol y el objetivo de los padres es el desarrollo moral, en cuanto bien particular y natural de la
persona. El rol del gobernante es procurar ese mismo desarrollo ético, pero en cuanto conduce al
bien común político, y debe impulsarlo activamente a través de las instituciones trascendentales

514 La formación intelectual es ante todo una formación del entendimiento, que en sí mismo es teórico o especulativo, pues su
acto consiste, pura y simplemente, en entender, o, lo que es lo mismo, en descubrir la verdad, y es al mismo tiempo el medio
a través del cual el entendimiento se perfecciona a sí mismo.

532
Sebastián Burr

que conforman ese mismo orden. Esa es una tarea gigantesca, pues el orden político es el orden
principal, y funcionalmente más orientador y completo que los saberes prácticos individuales.
Pero los gobiernos actuales se amparan en sus postulados relativistas, economicistas,
sociológicos y colectivistas, y los introducen en la esfera de lo educativo, convirtiendo la edu-
cación en un revoltijo en el que casi nadie entiende nada, pues asumen que en esos postulados
radica parte importante del poder político futuro.
En resumen, si se pretende que los alumnos avancen en la búsqueda de la verdad y pue-
dan aplicarla en las acciones prácticas que decidan emprender, es improcedente que la autori-
dad política decida cómo se define y cómo se obtiene o no se obtiene esa verdad, controlando
la educación y las formas del quehacer práctico, e interfiriendo en las formas y modalidades
del trabajo humano, sobre todo cuando induce al colectivismo laboral.
El rol del gobernante es establecer un sistema educativo a través del cual la verdad pueda
ser alcanzada por todos los alumnos, y al mismo tiempo, mediante el ejercicio de la libertad,
pueda traducirse en acciones prácticas que hagan posible una vida digna y feliz para todos por
igual, y no bloquear su desarrollo y condenarlos per se a ser parte y presa del Estado asisten-
cialista, como si los ciudadanos fuesen parapléjicos intelectuales y funcionales. Pero está a
la vista que esa función subsidiaria del Estado simplemente no se cumple; peor aún, ha sido
reemplazada por una función mutiladora de lo mejor del ser humano.
La formación moral que los padres deben entregar a sus hijos no sólo no es incompatible
con el bien común político, sino que además ambas instancias son necesariamente comple-
mentarias. Esto es así porque uno de los mejores dinamismos que genera la institución de la
familia, como ya se dijo, es precisamente su virtud comunitaria, que ejercen los padres con
los hijos y los hijos con los padres, y que muchas veces se extiende a familiares, a vecinos y
a conocidos mediante toda clase de apoyos y ayudas gratuitas. Cuando el padre entrega valo-
res o regala un bien a los hijos, no les cobra el gasto en que ha incurrido; los hijos, a su vez,
aprenden esa gratuidad, y la ejercen entre hermanos y con los mismos padres, parientes, veci-
nos y otras personas. A esa entrega gratuita se la llama comunitarismo, y es análoga a la que
requiere el bien común político. Constituye un invaluable aporte de la familia a la activación y
consolidación de la solidaridad en la sociedad civil. Pero, contradictoriamente, las izquierdas
se resisten a incorporar al orden social esa magnífica formación, y atentan permanentemente
contra la función natural, valórica y societaria de la familia.

El perfeccionamiento intelectual

Cuando se alcanza un alto y auténtico desarrollo intelectual, se termina logrando el desarrollo


de toda la personalidad. El sujeto inmediato del desarrollo intelectivo es el entendimiento, y el
sujeto directo de la formación moral es la inteligencia práctica. El entendimiento y su capaci-
dad especulativa son posesiones innatas de toda persona humana. Su activación y desarrollo,
en cambio, se obtienen mediante las virtudes intelectivas, que son hábitos operativos.
Como hemos visto, el hombre tiene impresos a priori los primeros principios en su inteli-
gencia, antes de iniciar el proceso que va generando las virtudes intelectuales adquiridas. Y las
virtudes intelectuales que se adquieren a través de la investigación o del aprendizaje son saberes
o ciencias humanas, que tienen su fundamento en esos primeros principios, universales e inde-
mostrables. Pero lo más importante es que esos primeros principios no sólo configuran la estruc-
tura innata del entendimiento: todo parece indicar que son los mismos que rigen la realidad, en
casi todos sus ámbitos y dinamismos. Por eso el realismo filosófico afirma que el entendimiento

533
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

humano es un espejo de lo real. El hábito intelectual consiste en tener esos principios fundamen-
tales de un modo constitutivo, y disponer de ellos con plena eficacia operativa cada vez que se
incorporan nuevos conocimientos, tanto en el plano teórico como en el orden práctico.
Para descubrir y atrapar cualquier verdad, hay que remitirse siempre a alguna verdad pri-
mera, que ya se posee. No se puede avanzar a partir de la pura nada. Y esa verdad primaria, que
por permitir acceder a todo nuevo conocimiento tiene un carácter universal, existe de un modo
natural permanente y estable; y por eso se la ha denominado principio o causa primera515. De lo
contrario, tendríamos que buscarla siempre que tratamos de adquirir un nuevo conocimiento,
y para esa búsqueda tendríamos que contar con otra verdad previa o anterior, que en realidad
sería la primera. A ese conjunto de certezas primarias y estables lo llamaremos “hábito natural
no adquirido”. No es la potencia intelectiva en sí, que necesita desplegarse operativamente para
irse transformando en acto, sino un sistema a priori, ya completamente estructurado: el de los
principios universales innatos, cuya esencia es espiritual, y que es el que hace posible el acto
de entender. Todo hábito es algo añadido; en cambio, este sistema es un “sello de nacimiento”,
que opera de un modo espontáneo, natural y no racionalizado, y que no requiere demostración,
pues resulta evidente por su propia lógica y por los efectos que produce.
Entre los primeros principios está el de identidad: “Toda cosa tiene ser”. Lo sigue el de
no contradicción: “Nada puede ser y no ser al mismo tiempo”. Luego están el de la relación
entre un todo y sus partes: “El todo es mayor que cada una de sus partes”; el de causalidad:
“Toda cosa tiene causa” (salvo el primer principio incausado, que es Dios); el de individua-
ción, etc. De ellos se deriva una especie de “principio” secundario, en cuanto a que el mundo
físico y el abstracto deben encontrar un orden para ser explicados, por ejemplo, géneros,
especies, diferencias, cualidades, etc.
Estos principios son universales, es decir, se aplican a todas las cosas, existentes o posi-
bles, pasadas, presentes y futuras. Permiten al entendimiento procesar los datos registrados
por los sentidos, y abstraer de ellos las esencias de las cosas para elaborar conceptos, con los
que después articula juicios y razonamientos. En otras palabras, separa la idea de cada cosa de
la materia que la constituye físicamente. Por ejemplo, permite definir o identificar la “vasez”
del vaso (en el sentido de recipiente). O la “autez” del auto (en el sentido de automoción).
Recordemos que no hay nada que llegue al intelecto que no haya pasado antes por los senti-
dos, salvo los principios universales, que al igual que los sentidos son innatos en la especie
humana. Los sentidos sólo captan información de carácter material, y es el entendimiento el
que la transforma en ideas y juicios metafísicos. En esencia, el intelecto no es saber; es el ins-
trumento ontológico del saber, o, si se quiere, la sabiduría primera del ser humano. El hombre,
entonces, es un animal metafísico porque está dotado de racionalidad.
La comprensión cabal y el uso pleno de los primeros principios universales son el punto
de partida insustituible de una verdadera educación. Sólo así el alumno puede acceder a los
conocimientos específicos mediante el autoaprendizaje, con la colaboración indirecta pero
directiva y orientadora del profesor. Y estos principios metafísicos pueden ser perfectamente
explicados a los alumnos en su etapa inicial de aprendizaje, incluso mediante metáforas.
La enseñanza no es igual que el gobierno, pero ambos tienen una cosa en común, que se
deriva de su carácter auxiliar: la similitud que existe entre la función orientadora del profesor
y la función subsidiaria del Estado. La enseñanza consiste en una cooperación que induce y
provoca el aprendizaje activo del alumno; lo mismo ocurre con el ciudadano respecto al rol
subsidiario del Estado, que debe hacer todo lo posible para crear los medios institucionales
y legales necesarios para que todos los gobernados puedan acceder al ejercicio ético de la
515 En el siglo XVIII, Christian Wolff definió principio como “lo que contiene en sí la razón de alguna otra cosa”.

534
Sebastián Burr

libertad, ideando y ejecutando proyectos de beneficio personal y social. Por lo tanto, aprender
no es un puro recibir, sino más bien desarrollar el interés y la capacidad de indagar y analogar
jerárquicamente la información, técnica o moral, dentro de contextos disímiles. Recordemos
lo que vimos acerca de Sócrates, que era denominado “el partero del conocimiento”, pues
mediante su método, basado en la “ironía” y la “mayéutica”516, hacía que la propia mente de
sus discípulos “diera a luz” el conocimiento. Es decir, lograba que el conocimiento pasara de
la potencia al acto mediante una fuerte “provocación” filosófica. Eran los alumnos mismos los
que llegaban por sí solos a las conclusiones finales.
Es indispensable establecer categóricamente en la educación la idea del “alumno activo”,
pues, si es el profesor el que entrega autoritariamente la enseñanza, y no el alumno quien la
indaga y la extrae por sí mismo, el aprendizaje es apenas una sombra, y será difícil que crista-
lice. El alumno es causa material y eficiente del aprendizaje, pues es quien verdadera y activa-
mente produce el acto de entender, y es su propio entendimiento el que “sufre” la transforma-
ción, quedando además dispuesto para adquirir, complementar, analogar, separar, reunir, etc.,
más conocimiento, y descubrir nuevas áreas en las que es posible continuar el proceso. Eso
explica por qué es imposible hacer del proceso del entendimiento y del aprendizaje una trans-
formación “indolora”. La cultura moderna, que ha pretendido eliminar el “dolor” humano en
todo orden de cosas, ha cometido un grave error, pues todo trabajo, esfuerzo o transformación
de la mente para entender y adquirir conocimientos conlleva siempre una “incomodidad”, una
especie de sufrimiento (por el tránsito de la potencia al acto, es decir, por el acto de cristali-
zar). Sólo aquello que uno ya sabe no produce incomodidad. Pero a medida que se avanza en
el proceso de conocer y entender, esa carga negativa va dando paso a la satisfacción, que a su
vez genera el deseo de avanzar más, hasta que finalmente se alcanza la virtud intelectual, que
funde en un solo efecto “áureo” sus tres resultados fundamentales: máximo entendimiento,
mínimo esfuerzo y máxima satisfacción.
Si bien la génesis del entender es la misma que se da en el emprender, la primera es enten-
dimiento teórico, y la segunda entendimiento práctico. El verdadero conocimiento no consiste
en sumar nuevos elementos a las verdades ya conocidas, sino en capturar nuevas verdades con
contenidos propios, aunque hay que reconocer que todo nuevo conocimiento arrastra siempre
algo de lo que ya era conocido517.
El entendimiento que se alcanza en el aprendizaje y en el emprendimiento se logra a
partir de la comprensión clara y precisa de los primeros principios universales, aplicándolos a
la información específica disponible y a las acciones prácticas concretas. Es un tránsito de lo
universal a lo particular, del fundamento a lo fundamentado, de las premisas metafísicas a las
conclusiones, de las cosas hipotéticas a las concretas.
El proceso fundamental en la adquisición del conocimiento consiste en: a) la captura por
parte de los sentidos internos y externos de la información física, material o empírica nece-
saria para elaborar los conceptos y los juicios; b) la aplicación de los principios universales
del entendimiento a los datos aportados por los sentidos; c) la transformación de esos datos
empíricos en una idea, que puede concluir en acción práctica; d) y según el contexto y la trama
valórica que se posee, a esa idea o acción se le acopla una condición de moralidad, o bien de
amoralidad o de inmoralidad, que emana de la contrastación de los datos empíricos con los
principios universales y la posesión eventual de virtudes que permite hacer juicios de valor.

516 Método socrático con que el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discípulo descubra nociones que en él esta-
ban latentes.
517 Cuando se inventó el fax, se constituyó en un nuevo elemento de trabajo; sin embargo, su génesis arranca del principio de
la fotografía, de la fotocopiadora y de la telefonía.

535
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En síntesis, es absolutamente necesario hacer cristalizar el conocimiento en el entendi-


miento de los alumnos, ya que esa cristalización sólo se da en el sujeto agente del aprendi-
zaje, y se logra “excitando” su inteligencia, lo que da inicio a una nueva indagación y a la
captura de nuevas verdades.
Por todo esto, la labor que le corresponde al profesor, más allá de ser un guía en las ma-
terias pedagógicas propiamente tales, es constituirse además en un cristalizador emocional
del aprendizaje, organizando experiencias educativas en las cuales la emoción e identidad
de los alumnos entren en un juego de asociación personalizada, de manera que sientan ser
sujetos activos de lo aprendido.
Por ejemplo, suponiendo que se va a enseñar la formación del imperio de Alejandro
Magno, el profesor debe involucrar de tal manera a los alumnos en ese episodio histórico, que
se sientan participando en primera persona en la aventura de conquista emprendida por Ale-
jandro. La mejor manera de lograrlo es inducirlos a ingresar en la mayor medida posible en
la conciencia de ese personaje (por analogía emocional, como ocurre al leer una apasionante
novela que registra la secreta intimidad del protagonista), a fin de que entiendan desde ahí por
qué, para qué y cómo logró levantar su enorme imperio. Y lo ideal es que sientan también,
como una experiencia casi vivida por ellos mismos, el precoz aprendizaje de Alejandro en
disciplinas tan exigentes como ética, filosofía política y estrategia, y asimismo la relación
educativa que tuvo con su gran maestro Aristóteles, y sigan paso a paso el proceso a través del
cual fue incubándose en su mente el proyecto de conquistar el mundo para instaurar un nuevo
orden ético mundial. Y entiendan también cómo y por qué ese imperio se desintegró.
La adquisición de un nuevo conocimiento supera la colaboración inductiva externa de
otra persona, y es análoga a la acción del emprendimiento. Es por esto que la educación se
debe preocupar de formar al alumno en el autoaprendizaje, hacerlo causa principal y activa de
ese proceso, y luego hacerle posible la confirmación de lo adquirido en términos concretos.
En consecuencia, todos los alumnos deberían poner a prueba sus conocimientos o teorías en
el mundo real, llevando a cabo iniciativas de emprendimiento a pequeña escala, que les per-
mitieran constatar la validez de los principios intelectuales y prácticos, y conocer lo verdadero
en ese contexto. Es un absurdo que existan leyes que impiden el ejercicio laboral a los jóve-
nes, en tanto éste pueda ser monitoreado por los padres y/o los profesores. Ese impedimento
es otro equívoco emanado de la brutal deformación ideológica que se ha hecho del trabajo.
Lo que aquí se ha dicho, sobre todo respecto al proceso de vislumbrar la verdad, de en-
contrar los medios intelectuales para acceder a ella, y después confirmarla de un modo prác-
tico, con los consiguientes beneficios morales y materiales para el sujeto, contiene las claves
que conducen a lo que Aristóteles denomina felicidad natural. En otras palabras, el encuentro
de la verdad en términos teóricos y prácticos, y sus consiguientes beneficios pragmáticos y
espirituales, son sinónimo de progresiva felicidad natural para cualquier persona que cumpla
paso a paso y libremente ese proceso.

La formación ético-moral

Las virtudes morales se desarrollan a través de un proceso en el que la voluntad va adquirien-


do gradualmente capacidades operativas que permiten resolver cada vez mejor las cuestiones
prácticas que se le presentan, hasta llegar a una amplia comprensión de los asuntos concretos
de la vida real. El que alcanza esa comprensión puede constituirse en miembro activo y críti-
co de las decisiones que se toman en el plano político, sobre todo de aquellas que afectan su
propia existencia. A todo eso podríamos llamar plena participación democrática.

536
Sebastián Burr

Quedó ya señalada la relación entre las virtudes intelectuales y las virtudes morales. Si
bien las primeras se dan en el entendimiento teórico y las segundas en la inteligencia práctica
o voluntad, ambas están indisolublemente relacionadas, por cuanto funcionan de un modo
interactivo y ambivalente. La diferencia consiste en que el objeto de las virtudes intelectua-
les es la verdad, y el de las virtudes morales, la acción práctica. De esta manera, las primeras
son pasivas, y las segundas activas, e intervienen en el plano social, que es lo que este libro
entiende como plano ético. Se puede entonces sostener que la formación moral es más hu-
mana que la formación puramente intelectual, pues se lleva a cabo en la voluntad, que es la
que nos impulsa a la acción y se relaciona de un modo concreto con las cosas susceptibles de
ser modificadas en la sociedad y en el mundo.
Por otra parte, los impulsos apetitivos —los deseos— se dan en el ser humano de dos
maneras: la primera se genera en la voluntad, y deviene de la verdad, por los significados
valóricos que descubre y le presenta el entendimiento; la segunda se da en el llamado
“apetito sensible”, que responde a los estímulos que los sentidos le presentan como buenos
y deseables. A su vez, el apetito sensible se divide en concupiscible518 e irascible. El con-
cupiscible reacciona ante lo que aparece como puramente conveniente o no conveniente
(placentero o doloroso); el irascible tiene por objeto la consecución de algo arduo, difícil de
obtener. Ambos apetitos también necesitan desarrollar sus propias virtudes morales, que se
alcanzan cuando esas dos apetencias logran una disposición estable (hábito) a regirse por lo
que les indican los juicios teóricos del entendimiento y los juicios prácticos de la voluntad.
A su vez, la razón necesita conformarse al orden moral, que debe obtener su dinámica con-
ductiva de la virtud de la prudencia y de la condición innata de la sindéresis, que entrega
a nuestro entendimiento el conocimiento natural de los primeros principios prácticos, es
decir, un discernimiento básico del bien y el mal.
De esta manera, el orden moral es a la vez un orden racional, que habita en el entendi-
miento. Ese dualismo establece entre ambos tipos de formación algunas diferencias que es
importante señalar. La formación moral tiene por sujeto propio las potencias apetitivas: la vo-
luntad y los dos apetitos sensitivos, el concupiscible y el irascible. Para que este triple impulso
alcance la virtud moral, tiene que actuar habitualmente conforme a la razón. Sin embargo, hay
que precisar que esta suerte de obediencia a la razón del concupiscible y del irascible no puede
ser despótica, sino política. Algo similar ocurre con la inteligencia práctica o voluntad, que
mantiene cierto grado de independencia respecto del entendimiento.
En resumen, la sindéresis (congénita) y la prudencia (virtud adquirida) configuran una
suerte de síntesis natural y universal, genérica y específica, estructural y operativa, que con-
duce al cumplimiento del anhelo innato de felicidad del ser humano.
Los apetitos sensitivos requieren mayor formación por medio de las virtudes morales,
porque son los que más nos acercan a la animalidad, y responden a estímulos puramente
sensoriales. Además, están fuertemente influenciados por la imaginación, que también es emi-
nentemente sensorial, y en eso difieren de la voluntad, que se rige por el entendimiento.
¿Qué necesita hacer el alumno, sea o no ayudado por el profesor, para adquirir las virtu-
des morales? La respuesta es de la mayor importancia, pues, si bien las facultades apetitivas
se dirigen siempre a un bien, eso debe hacerse mediante actos concretos, en conformidad con
el orden moral.
El punto decisivo es que la educación moral, además de entregar el conocimiento teórico
de los principios humano-ontológicos, como la mencionada sindéresis, se juega sobre todo en
la propia praxis. Lo que se adquiere con las virtudes morales es algo más que una especie de
518 De deseable. En ética se dice de la tendencia de la voluntad hacia el bien que la inteligencia determina como bueno.

537
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

habilidad técnica para actuar conforme a sus requerimientos; es algo así como una “segunda
naturaleza”, que convierte el comportamiento moral en un modo de ser espontáneo y natural.
Además de los padres, también el profesor debe inducir y orientar al alumno a desarrollar
las virtudes morales. Pero como el proceso de las virtudes es complejo, y sólo puede abordarse
a través de la praxis, esa tarea pedagógica plantea ciertos requerimientos básicos, que nuestro
sistema educativo ni siquiera tiene en cuenta. Desde luego, hay que poner en conocimiento de
los alumnos toda la operatoria natural del sistema virtuoso, y sobre todo sus fines esenciales: ex-
celencia humana, y avance progresivo hacia la felicidad. Y después hay que procurar que esa vi-
sión trascienda el plano teórico y se convierta en vivencia práctica. Un primer paso es mostrarles
y analizar con ellos, en toda clase de ámbitos, casos humanos ejemplares de virtuosismo moral,
altamente atractivos y posibles de emular por ellos mismos; ojalá esos casos puedan incluir a
personas con las cuales puedan tomar contacto directo. Un segundo paso es inducirlos a inten-
tar, activamente y en primera persona, experiencias que les permitan comprobar por sí mismos
las ganancias humanas de la aventura moral, y las diversas posibilidades de aplicación de los
principios prácticos. Por esa razón, esta propuesta incluye los ya mencionados talleres prácticos.
En la vida van apareciendo innumerables matices de la verdad moral teórica, que cada
cual necesita ir seleccionando, para elegir los que coinciden con su propia identidad, con su
equipamiento físico y mental, con sus aspiraciones individuales y sus circunstancias. Ahí entra
en juego el doble metabolismo de lo moral, como ya ha sido señalado: una genuina autonomía
subjetiva, y una heteronomía que se rige por los requerimientos objetivos y universales de la on-
tología humana. Es decir, una mezcla de lo dado y de lo adquirido, de lo teórico y de lo práctico
Las capacidades operativas funcionan siempre de acuerdo a la razón, pero existe un
campo discrecional, en el que cada cual imprime su sello propio, según su modo individual
y exclusivo de conocer e interpretar. Y ese sello propio se va descubriendo y consolidando a
través de la experiencia práctica concreta, abierta a resultados aleatorios en directa relación
con la calidad de la acción.
Si yo deseo enseñarle a un niño a andar en bicicleta, y lo instalo frente un pizarrón para
explicarle los principios del equilibrio, de la dirección, de la movilidad mínima, etc., como
asimismo los principios dinámicos en los que está basado dicho artefacto, probablemente no
lograré que ese niño ande en bicicleta. Pero si me subo a la bicicleta y le explico que no es la
bicicleta la que me equilibra sino yo mismo el que lo hace, y acto seguido le explico uno a uno
los principios más arriba mencionados, y por último todos simultáneamente, habré pasado de
la enseñanza teórica a la enseñanza por la vía del ejemplo, que podríamos denominar enseñan-
za práctica indirecta. Pero tampoco el niño aprenderá así, a menos que se suba él a la bicicleta
y logre “alinear” simultáneamente dichos principios, y en su exacta proporción física.
¿Por qué el niño no aprendió con la sola enseñanza teórica, ni tampoco con la enseñanza
práctica indirecta por la vía del ejemplo? Lo que ocurre es que la forma de conocer, interpretar
y aprender varía en casi todos los seres humanos; por lo tanto, el aprendizaje sólo es posible
cuando el alumno lleva a cabo su propia experiencia práctica, y en esa experiencia resuelve
por sí mismo las variables singulares que le salen al paso, difíciles o imposibles de prever y
enseñar en el plano teórico. También el lenguaje está cruzado de interpretaciones; no todos
entendemos exactamente lo mismo ante las mismas palabras. Y no todos tenemos las mismas
destrezas o falencias motoras. La diferenciación interpretativa y la heterogeneidad de la expe-
riencia práctica se dan en todos los aprendizajes: aprender a nadar, a tocar un instrumento, a
manejar un negocio, a desarrollar una investigación, a hablar en público, etc.
Es imposible elaborar un corpus interminable de códigos que considere todas las situa-
ciones y circunstancias aleatorias. La “verdad variable” se da siempre en las circunstancias,

538
Sebastián Burr

no en los principios, que no varían; las circunstancias fluctúan, tienen un cariz diverso, que
hay que saber interpretar y abordar. De hecho, Tomás de Aquino y Aristóteles coinciden en
que no hay que dar una importancia absoluta a la teoría ética para la formación específica del
entendimiento, sino más bien hacer una reflexión prudente frente a los hechos que correspon-
den a las ciencias prácticas (praxis).
En síntesis, la educación requiere muchísima doctrina moral, enseñanza indirecta por la
vía de la ejemplaridad, y sobre todo praxis activa y en primera persona, abierta a los resul-
tados que el alumno mismo podrá comprobar en cada una de sus experiencias. En el mundo
cambiante en que hoy vivimos, es crucial saber manejar las “verdades variables” del proceso
de interpretación de la realidad, haciendo uso de la libertad subjetiva y de la autonomía indi-
vidual, conectadas con la heteronomía moral de la condición natural del hombre.

La actividad física, un complemento necesario.

Hay que integrar como ramo permanente la actividad física moderada, pero sistemática. La
razón es que, más allá de que dicha actividad es necesaria para mantenerse físicamente bien,
la neurociencia ha confirmado que ejercicios tales como caminar, trotar, correr, escalar, pe-
dalear, nadar, bailar, etc., permiten mejorar nuestro desempeño cerebral. Existen mecanismos
neuronales que vinculan la actividad física con la actividad del cerebro, de modo que el ejer-
cicio constante y bien dosificado mejora la memoria, la capacidad de analogar y de resolver
problemas, estimula los impulsos eléctricos y el movimiento de los fluidos químicos que
activan las sinapsis519. El ejercicio genera la proteína BDNF, que juega un papel fundamental
en la regeneración y tonificación de las neuronas520, como asimismo en su intercomunicación.
La corteza cerebral, donde se dan la percepción, la imaginación, el pensamiento, el juicio
y la decisión, es una delgada capa de materia gris que almacena unos diez mil millones de
neuronas, con cerca de 50 trillones de sinapsis. Algo parecido a la capacidad de 200 mil
computadores. Cuando se activan determinados sectores del cerebro (grupos o conjuntos de
grupos de neuronas interconectadas que forman subsistemas cerebrales), crean los distintos
procesos mentales. Por ejemplo, mientras usted lee este texto, los circuitos se activan en su
cerebro mediante una determinada palabra, y crean o rescatan una “imagen mental” similar a
la “imagen” de las palabras (significados), y a una velocidad similar a la de la luz. En sínte-
sis, un cerebro desarrollado es un conjunto complejo de sistemas integrados, dotados de una
gigantesca capacidad, y que funciona a una velocidad colosal.

Hacia una nueva pedagogía

En otro ámbito, se requiere integrar la carrera de pedagogía a las restantes carreras profesio-
nales universitarias, de manera que los profesores se titulen habiendo cursado dos a cuatro
semestres de bachillerato y cuatro a seis semestres de una carrera universitaria análoga a su
respectiva especialidad pedagógica.

519 Sinapsis es un contacto eléctrico o químico que se establece entre neuronas, y a través del cual se transmiten las señales
nerviosas de unas células a otras.
520 Las neuronas son células básicas que se extienden a modo de emisoras y receptoras conectadas con otras neuronas. El mecanis-
mo de conexión es una especie de impulso eléctrico que se conecta con otras neuronas, y que la ciencia neurológica llama «si-
napsis». El impulso eléctrico libera un neurotransmisor (substancia química), que fluye a través del pequeño espacio sináptico
para activar (o inhibir) la neurona receptora. Cada neurona está conectada con unas 10.000 neuronas más, y así sucesivamente.

539
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Considero además altamente conveniente integrar universidades y colegios bajo la mo-


dalidad de asignar quincenas o semanas a una actividad pedagógica concreta, por ejemplo, la
semana o quincena de la metafísica, de la filosofía, de la historia, de la biología, de la física,
de las matemáticas, del ajedrez, del arte, de la música, de la literatura, del deporte, del medio-
ambiente, etc. Además habría que incorporar a ese plan a los mejores profesores del país, in-
vitados extranjeros y alumnos destacados, para que dicten conferencias que sean transmitidas
a todos los establecimientos educacionales, tanto subvencionados como privados.
Si se permite que los padres decidan libremente en qué establecimiento escolar educan
a sus hijos, luego de evaluar la calidad pedagógica que ofrezcan los distintos planteles, el
sistema de voucher aparece como el medio más idóneo de subvención escolar. En todo caso,
cualquiera sea el sistema, debe contemplar siempre, por pequeño que sea, un copago por parte
de los apoderados del alumno, para que la educación que reciban sus pupilos esté dotada de
una dignidad mínima —desde el punto de vista familiar—, y al mismo tiempo les permita
exigir con propiedad al sistema educacional una calidad básicamente satisfactoria.
Sin duda, este replanteamiento educativo exige un mayor nivel de las escuelas pedagó-
gicas, una modificación sustancial del estatuto docente y un nivel muy superior de recursos
aportados por el Estado y por los padres, y convertir la educación en una oportunidad de de-
sarrollo integral de los estudiantes, en vez de una condena a la mediocridad y a la exclusión.
En definitiva, Chile debe transformarse en una sociedad docente. Es el punto de partida
de todos nuestros futuros desarrollos.

PROPUESTA ECONÓMICA Y DE TRABAJO

En el año 1999, como consecuencia de la crisis asiática, el déficit fiscal alcanzó un -0,2%.
Luego, a raíz de la firma del tratado de libre comercio con la Unión Europea, la autoridad
económica argumentó que, por la pérdida de aranceles que acarrearía ese tratado, el IVA
debía subirse al 19%521 para cubrir el déficit, pero que dicha medida se revertiría poste-
riormente. Asimismo, esgrimiendo como excusa diversos programas sociales que se han
ido implementando a través del tiempo, ha aumentado los impuestos a las empresas y a las
personas. En otras palabras, se nos dijo que la reducción de los ingresos fiscales y el creci-
miento del gasto social debían ser paliados incrementando la carga tributaria a los contribu-
yentes. Sin embargo, ahora que no sólo no tenemos déficit fiscal, sino que disfrutamos de un
+7,1% de superávit fiscal sobre el PIB (año 2006), producto del alza de los tributos y de los
ingresos adicionales por el mayor precio del cobre, ciertos políticos se negaron a disminuir
la carga tributaria de los contribuyentes, con el argumento de que no se deben reducir los
impuestos contra ingresos que son transitorios, no obstante que los ingresos “transitorios”
generaron algo así como 20 mil millones de dólares al término del año tributario del 2008.
Y dicen que en caso de hacerse tal rebaja, la aprobarán a cambio de un alza de tributos a las
empresas. Queda así a la vista que el tema tributario también se maneja ideológicamente, y
que pareciera que lo que quieren esos líderes es controlar políticamente la mayor cantidad de
recursos generados mediante el trabajo directo de todos los chilenos. Nada costaría indexar
automáticamente ingresos transitorios a rebajas tributarias transitorias. Pero las señales que
las autoridades entregan a la población deben ser serias, para que los ciudadanos también
respondan seriamente a las necesidades del Estado.
521 El IVA que se aplica en los países europeos fluctúa alrededor del 10%.

540
Sebastián Burr

Otro ejemplo de incoherencia tributaria es sugerir que, al igual que en Suecia, se aumen-
ten los impuestos en un 50%, sin considerar los niveles y la calidad de educación, de salud,
de infraestructura y de pensiones de jubilación que ese país proporciona a sus ciudadanos. En
Chile, en cambio, muchos contribuyentes, además de los impuestos directos que entregan al
fisco (global complementario, contribuciones, IVA, patentes), depositan fondos en el sistema
privado que financia su salud y su previsión, lo que también constituye “carga tributaria”;
pero las estadísticas del gobierno suelen no considerarla. También pagan peaje en las carre-
teras concesionadas, que antes proveía el Estado, el impuesto adicional a los combustibles, a
los cigarrillos, el impuesto de herencia, etc.
Ningún país en el mundo se ha desarrollado sobre la base de una alta carga tributaria.
Todo lo contrario: la estrategia más exitosa es la que se aboca a fomentar el desarrollo en el
largo plazo, y una vez alcanzado ese objetivo en grado suficiente, estudia cierto aumento de
los tributos, pero sólo para resolver los problemas que no se solucionan sistémicamente.
Chile debe ir a niveles de un 14% de IVA, pues dicho impuesto grava directamente a los
más pobres, que no alcanzan a ser compensados con los bonos que el gobierno entrega a los es-
tratos socioeconómicos C3 y C4 cuando se dispara la inflación o el valor de los insumos básicos.
Debe permitir que los contribuyentes deduzcan del pago de sus impuestos todo lo que grava el
consumo de los hijos en materia de alimentación, salud y educación, hasta que egresen de la
enseñanza superior o de una carrera técnica, o entren a trabajar o cumplan la mayoría de edad.
El propósito de tales medidas es apoyar también a la familia y revertir la fuerte caída
demográfica. Hay que suprimir los gravámenes a la reinversión, a cambio de recargar los
impuestos por el retiro de utilidades; no hay nada más regresivo y contradictorio que la apli-
cación de ese impuesto al crecimiento y desarrollo económico del país.
Por último, se debería legislar en torno a financiar hasta el 50% de todos los proyectos
empresariales novedosos que califiquen de viables, considerando que esos aportes retorna-
rán por la vía impositiva y por el crecimiento de la tasa de empleo cuando esas empresas
entren en régimen. Todos esos tributos futuros, considerados a valor presente, son parte
potencial de la rentabilidad del país.

El trabajo en primera persona, multidimensionalmente considerado, e integralmente


participativo.

Entrando ahora en el complejo tema del trabajo, me parece oportuno recordar un viejo aforis-
mo acuñado en Occidente bajo el contexto de la sociedad salarial: “El trabajador hace como
que trabaja, y el empleador hace como que paga”.
Eso es esencialmente cierto522. Yo he podido comprobar personalmente que los opera-
rios, bajo el régimen salarial, producen menos del 50% de lo que producen cuando trabajan
bajo un sistema justo e informado de resultados objetivos y por lo tanto variables, de acuer-
do a su productividad y a los resultados de la empresa. Además, bajo dicho sistema variable,
los costos de supervisión caen a menos de la mitad, y el uso de la infraestructura alcanza un
grado máximo de ocupabilidad y de eficiencia.
El trabajador, a través de su quehacer y de su permanencia en la empresa, debe experi-
mentar la labor productiva de un modo integralmente participativo523 y en primera persona,

522 Se refiere más al tipo de trabajo que depende fundamentalmente de la voluntad propia del trabajador, que al que está deter-
minado por una maquinaria o mecanismo que marca el ritmo productivo del operario.
523 El término “participativo” se emplea aquí para designar una relación plenamente comunicativa entre las personas que

541
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

dentro de un sistema de mercado competitivo, y bajo un sistema dual de ingresos y seguridad


social: el primero debe abordar de un modo variable los factores relacionados con su propia
productividad, los parámetros económicos de la organización en la que se desempeña y al-
gunos que gravitan en la micro y la macroeconomía; el segundo debe apuntar a otorgarle un
piso básico de subsistencia económica y social. De esta manera, como ya se ha dicho, no se
compite en aquellos factores económicos que determinan un ingreso y una protección social
básicos, pero sí respecto a los ingresos potenciales desde ese nivel básico hacia arriba, aunque
siempre los ingresos bases funcionan a modo de descuento.
En otras palabras, se trata de indexar el ingreso del trabajador a su propio resultado
productivo, a los resultados generales de la empresa, y a los de la economía en general. De
esta manera, además de fomentar la productividad y la mejora de los ingresos, se lo instalará
en una dinámica de constante entendimiento, tanto de las vicisitudes de su propia actividad
como de las que ocurren en el resto de la realidad económica y sociopolítica524. Para ello hay
que crear mecanismos participativos eficientes, que validen de verdad su aporte e incenti-
ven su voluntad de trabajo. Hay que instalar a los trabajadores en el protagonismo y en la
dinámica del desarrollo moral, conjuntamente con el desarrollo económico y profesional.
Hay que terminar con aquellos elementos socioculturales generadores de “lucha de clases”,
ya sea que ese odioso síndrome esté justificado, ya sea que se invente para crear conflictos
completamente artificiales.
La clave inicial para introducirlos en dicha dinámica es abolir la sociedad salarial, y reem-
plazarla por un sistema de unidad y asociación entre capital y trabajo. Y no seguir aceptando la
lucha de clases y la división entre las personas, pues corresponde a una pugna entre el materia-
lismo económico del liberalismo y el humanismo materialista del progresismo, y ha convertido
en su campo de batalla a los ciudadanos deseosos de paz, unidad y desarrollo compartido.
Un requisito indispensable de ese nuevo sistema es que genere una praxis multidimen-
sional, que conecte al trabajador momento a momento con las cambiantes circunstancias
profesionales, económicas y sociopolíticas, y de esa manera pueda diferenciar sus propias
capacidades y carencias, aciertos y errores, de los que corresponden a la empresa, a la micro
y macroeconomía y/o al sistema político.
Ese nuevo modelo debe asimismo establecer elementos objetivos de medición de los
rendimientos laborales y de asignación del ingreso o remuneración, a fin de que el trabajador
pueda determinar responsabilidades por áreas de gestión y constatar la justicia de su aplica-
ción. En definitiva, se trata de implantar un sistema que permita la autodeterminación laboral,
económica y sociopolítica del trabajador, y hacer de su actividad algo intrínsecamente propio.
La parábola del buen pastor ayuda a comprender un poco más lo que esta propuesta in-
tenta fundamentar desde una óptica filosófica:
“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado o cual-
quier otro que no sea el pastor, huye ante el lobo. No son suyas las ovejas y las abandona, y
el lobo las agarra y las dispersa, porque no es más que un asalariado y no le importan las
ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco a las mías y las mías me conocen a mí, como el Padre
me conoce y yo conozco al Padre. Por eso doy la vida por mis ovejas”. (Evangelio según San
Juan, 10, 11-15).

conforman la organización y los objetivos operativos de la misma. Es decir, implica que el trabajador permanezca conec-
tado con todas las dimensiones que conforman el quehacer laboral: su capacidad productiva, el resultado económico de la
empresa y el de la macroeconomía del país.
524 La idea de Sociedad Docente y su relación con el mundo laboral está desarrollada en el capítulo anterior.

542
Sebastián Burr

Para introducir la dimensión moral en el mundo del trabajo, es necesario tener siempre
presente la diferencia que existe entre praxis y poeisis. La praxis es toda acción voluntaria
que tiende a un fin moral, a través de la cual la persona expande sus capacidades intelecti-
vas y funcionales (y por lo tanto profesionales), y de esa manera accede a mayores niveles
de felicidad. La poeisis, en cambio, es un producir meramente técnico, una acción que no
agrega por sí misma perfeccionamiento moral a quien la ejecuta, y cuyo resultado es comple-
tamente impersonal. Nuestro sistema laboral se rige fundamentalmente por la poeisis, y eso
es lo que lo hace infraproductivo y frustrante, pues no conecta emocionalmente al trabajador
con su trabajo, y tampoco lo perfecciona en sentido profesional, económico y humano. Y de
ese solo hecho se deriva una serie de consecuencias socioeconómicas y políticas altamente
corrosivas para la convivencia social
El filósofo español Leonardo Polo aporta una acertada imagen que pone al descubierto
la condición antinatural del trabajador desconectado de su dimensión moral e intrínseca.
Dice que quien actúa simplemente por una recompensa ex­terna (salario predeterminado),
sin autorrealizarse a través de lo que hace, se comporta como un mono amaestrado. Tras un
entrenamiento apropiado, el primate es capaz de montarse y maniobrar en un patín, cosa más
absurda de lo que a primera vista parece, pues establece una relación por completo extrínseca
al ser y a la naturaleza del mono. Entre el primate y su acción no existe un nexo natural; se
lo ha vinculado artifi­cialmente a ese artefacto. Entonces, ¿por qué lo hace, e incluso desa-
rrolla sor­prendentes habilidades en el patinete, desplazándose con gracia y elegancia? Por la
sencilla razón de que se le raciona el alimento y se le condiciona de manera tal, que el mono
se ve obligado a realizar sus piruetas para obtener el alimento que le permite subsistir, pues
en caso de no hacerlo regresará a su jaula sin reci­bir nada. Una persona que se moviliza ex-
clusivamente por motivos materiales y extrínsecos actúa igual que el mono sobre el patinete:
trabaja porque no tiene más remedio que hacerlo; debe asumir esa fatalidad para vivir y no
morirse de hambre. Eso explica en buena medida la frustración y el reclamo permanente de
los trabajadores, que ni siquiera saben racionalizar su drama existencial en el plano práctico
del trabajo. Si uno aplica análogamente esta metáfora a nuestro sistema laboral, concluirá
que la relación del trabajador con un salario fijo es también contra natura, pues violenta sis-
témicamente su condición humana. Pese a todos los maquillajes que puedan introducírsele,
es imposible que emerja de ahí alguna coherencia interna, ni personal ni social. Mientras
exista esa violencia impositiva, tanto el entendimiento como la voluntad del trabajador serán
refractarios a funcionar en tal sistema.
La globalización requiere trabajadores productivos, pensando y actuando en primera per-
sona, y no en tercera persona, como funcionan actualmente bajo el modelo de la sociedad sa-
larial. Por eso hay que poner en marcha sistemas participativos, dentro de los cuales, a través
de su trabajo, puedan experimentar o vivir la demanda, la oferta, el ahorro y la propiedad, en
términos proporcionales a su rendimiento productivo, a los resultados económicos generales
de la empresa, de la microeconomía sectorial y de la macroeconomía nacional, aunque sea
nominalmente. No se puede pretender que entiendan y menos defiendan los principios de pro-
piedad y de la economía libre sin vivir sus dinamismos. Esto es lo que no perciben los grandes
empresarios: que los trabajadores deben constituir la base natural del emprendimiento y de
la libertad económica. En algún momento, lisa y llanamente los entregaron al socialismo, re-
servándose exclusivamente para ellos las instancias del emprendimiento y del ejercicio de la
libertad. Pareciera que el empresariado no comprende que su actividad queda así desprovista
de base democrática que sustente éticamente la legítima acción de emprender. Y esa falencia
les va a impedir, en un momento dado, hacer una defensa política de su quehacer empresarial.

543
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

No se está hablando de una cuestión económica, sino de coherencia o ética filosófica en el


ámbito laboral, aunque conectada coherentemente con la ciencia económica, social y política.
Es urgente idear y poner en marcha un sistema que active en el mundo del trabajo una
suerte de estado de omnicomprensión, de autoaprendizaje y de autosuficiencia, pues el de-
sarrollo acelerado de la ciencia, la tecnología y los mercados está exigiendo y exigirá cada
vez más un tipo de trabajador en constante aprendizaje, y eso requiere ser institucionalizado
eficazmente. Hay que hacer de la economía una ciencia práctica, que integre moralmente las
acciones humanas y las propiamente económicas, sobre todo a través de la actividad laboral.
Hay que crear un sistema laboral valórica y operativamente analógico, que abra espacios a
la subjetividad individual, a la intencionalidad, a la elección, al desarrollo profesional y eco-
nómico de un modo más homogéneo, y para todos los trabajadores. En otras palabras, hay
que hacer de la economía una ciencia fundamentalmente moral, a fin de obtener un desarrollo
pleno de la persona en cuanto tal. Así el país logrará inmunidad democrática frente al tipo de
gobiernos latinoamericanos que buscan entronizarse en el poder o que abusan de la buena fe
de los ciudadanos. Como se puede apreciar, el trabajo participativo es uno de los dinamismos
esenciales de la sociedad docente que se planteó en la propuesta educacional.

El valor intrínseco del trabajo y el ingreso personal por resultados

Con el sistema de ingreso-resultado se establece una relación natural e intrínseca entre el


hombre y su trabajo, midiendo lo que hay de cada sujeto en el ob­jeto, lo que hay de cada
persona en el producto. Cada trabajador recibe un ingreso que ya no es un monto impersonal
asignado a un cierto cargo o función sin valoración, con inde­pendencia de quien lo ejerce y
de la calidad de su labor; por el contrario, ese monto es el resultado directo e indirecto de su
esfuerzo, conjugado con variables objetivas externas. Con el ingreso-resultado, la ineficiencia
no tiene ya guaridas, pues se trata de un retorno personal, del que cada uno es responsable, y
que no puede imputar al capricho del empleador o incluso del mercado. Más aún, todos los
días hay un comenzar de nuevo; por lo tanto, no caben las predeterminaciones respecto a los
trabajadores. Simplemente, su esfuerzo y su entrega serán retribuidos siem­pre, con todas las
variables de rendimiento consideradas adecuadamente. Y si las cosas no funcionan, siempre
se contará con ellos para encontrar salidas y soluciones.
La óptica de los resultados permite medir a todos los miembros de la empresa, incluido el
empresario y el capital, con la misma vara valórica; es decir, reúne todos los factores en una
misma categoría humana, operativa y matemática. Y en los momentos de crisis, la variabilidad
ajustará por sí sola gran parte de los componentes económicos que conforman la empresa. Los
trabajadores entende­rán automáticamente las fluctuaciones de la organización y del mercado, y
la in­cidencia de sus propios niveles de eficiencia y de su voluntad de trabajo en esas fluctuacio-
nes. Y los despidos masivos serán cosa del pasado, puesto que el ajuste en los gastos por admi-
nistración y/o mano de obra que la empresa tiene comprometidos se producirá natural y espon-
táneamente, en el inicio mismo de la crisis. Tenemos que ser capaces de asegurar económica y
naturalmente los puestos de trabajo, como también de asegurar económica y espontáneamente
la subsistencia de las empresas. Y así poner fin a la externalización y precarización del trabajo
que se desinserta de la trama social y que ha impulsado la dualidad liberal-socialista.
¿Qué otra cosa quisiera un empresario sino hacer causa común con sus trabajadores, a fin
de satisfacer rápida y eficientemente a sus clientes? ¿Qué otra cosa quisiera el trabajador sino
“repartirse el botín” ho­nesta y proporcionalmente con el empresario? ¿Qué otra cosa querría

544
Sebastián Burr

el empresario, sobre todo el mediano y pequeño, que tener asegurada la total colaboración de
sus tra­bajadores, reduciendo el riesgo de pérdidas, variabilizando su gasto laboral, y de paso
asegurando la subsistencia de su empresa, toda vez que ese gasto bordea el 40% de sus costos?
Más aún, ¿qué otra cosa querría el trabajador, sino participar también proporcionalmente en
la propiedad de la eventual mayor riqueza de capital gene­rada bajo un esquema de este tipo,
de modo que esos dinamismos le permitan comprender todas las vicisitudes socioeconómicas
y sociopolíticas, y establecer un diálogo entre iguales con el empresario? En estricto rigor, el
trabajo humano es una acción dotada primero de valor, y después de precio; y como el valor
se antepone al precio, éste debe estar establecido en función de los resultados, pues ese es el
dinamismo que conlleva valor. Pero bajo el régimen de salario fijo, la acción del trabajador
es arrendada o comprada en un precio determinado a priori, desconectado de todo tipo de
circunstancias accidentales, por una persona igual a él, que por ese solo hecho adquiere una
especie de ascendencia y poder sobre su vida. Por el contrario, bajo el sistema de ingreso-re-
sultado, el acto de pagar desaparece: es la realidad la que retribuye, y no la voluntad discrecio-
nal del empleador o la lucha que da el sindicato. Así se construye por lo demás la solidaridad,
término que viene del latín solidum, y que significa adherir moral y circunstancialmente a la
causa o a la empresa de otros.
Al trabajador hay que instalarlo en la verdad para que recupere su libertad. Pues la liber-
tad es un bien que encierra la dignidad humana; no puede cederse a terceros, ni los terceros
solicitarla a cambio de nada, menos a cambio de una seguridad exigua (salario mínimo), efí-
mera y engañosa, pues no habiendo libertad se hace imposible el desarrollo moral, familiar,
económico y social de la persona, y así la autosuficiencia nunca llega, y la seguridad queda
completamente en entredicho. La archiconocida metáfora de que a la persona no hay que re-
galarle el pescado sino enseñarle a pescarlo es plenamente válida.
Lo que se ha dado en llamar el “modelo” no es lo malo, pues no es un ente moral; sólo lo
es su aplicación, hasta ahora incoherente y fallida. Tiene que ser reorientado de acuerdo a las
categorías morales y práctico-funcionales del hombre, y al mismo tiempo ampliado a todos,
cualquiera sea el nivel laboral de cada uno de ellos. Si la participación indexada a resultados
es buena para los ejecutivos de una determinada empresa, ¿por qué no va a serlo para el resto
de los trabajadores, en tanto se establezcan parámetros objetivos de medición y no se violente
la información que entrega el mercado ni se transgredan los principios de autoridad, de pro-
piedad y de proporcionalidad? Sólo un 5% de la población laboralmente activa vive de verdad
la praxis laboral, y constituye uno de los pocos segmentos sociales que pueden evaluar de ver-
dad la acción política del gobierno de turno dentro de un amplio contexto de análisis crítico.

Comunicación, base de la anticipación intelectivo-funcional y del éxito de la empresa.

Cuando la estructura de una empresa hace que su contingente humano carezca de unidad fi-
losófica y práctica de propósitos, es imposible que opere como un ente orgánico y articulado;
es más bien una torre de Babel, cuyos miembros terminan fatalmente actuando en pos de sus
respectivos intereses particulares, anteponiéndolos a los de la empresa. Si bien su labor parece
desarrollarse en función de la organización y orientarse a dar cumplimiento a las directrices
que emanan del nivel de mando superior, esa falta de unidad no sólo genera una división entre
trabajadores y empresa, sino también entre los mismos trabajadores. La gestión interna queda
convertida entonces mayoritariamente en un esfuerzo por corregir y encauzar en una misma
dirección la dispersión interpretativa de sus actores humanos, y por organizarse de tal manera

545
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

que esos átomos inconexos y de algún modo antagónicos choquen lo menos posible entre sí.
Uso expresamente el término “dispersión interpretativa”, porque lo que se produce actual-
mente en las organizaciones mediante la actividad laboral no es conocimiento generado por el
entendimiento, sino un cúmulo de interpretaciones distintas nacidas de una emocionalidad su-
perficial, que impide percibir cabalmente todo lo que está en juego en cada acción. Por último,
si por una extraordinaria capacidad “política”, el empleador logra algún éxito en ese intento
reunificador, la cohesión durará tanto cuanto dure esa influencia, pues no se sustenta en sí
misma, sino en un factor externo, que es el carisma del directivo, o en los famosos “incenti-
vos” que tienen que “aceitar” la “máquina de la voluntad humana”. Esas son por lo demás las
técnicas típicas de las empresas que se dedican a dar seminarios de motivación laboral, y por
eso los efectos de esos seminarios duran a lo más un par de semanas, no obstante el interés
real de los trabajadores por alcanzar niveles de motivación mayores que los que tienen.
La dispersión genera un anticuerpo altamente corrosivo y antieconómico en cualquier
tipo de organización; en cambio, la comunicación bien configurada es producto de la relación
analógica entre todos los trabajadores, lo laboral, la empresa, y ciertos factores exógenos a ella.
La psicología laboral insiste en que uno de los medios más eficaces para lograr el éxito
de una empresa es que haya buena comunicación entre sus miembros. Eso es plenamente
válido, pero requiere esclarecer el significado mismo del concepto de comunicación, pues,
como muchos otros conceptos (trabajo, economía, participación, etc.), está también conver-
tido en un lugar común.
Comunicación en la empresa no significa simplemente mantener informado al personal
mediante un sistema de correo electrónico interno o de reuniones periódicas. No significa
sólo que las personas se proporcionen unas a otras la suficiente, adecuada y oportuna infor-
mación de un departamento a otro. Tampoco consiste en que la dirección de la empresa edite
manuales de operaciones, que suelen constituirse en vergüenza para sus autores cuando son
confrontados con la realidad, y que resultan simplemente inaplicables cuando se tratan de
establecer formalmente.
Comunicación es, en esencia, coexistencia “emocional o existencial” de vida con otro u
otros. Y en el caso de la empresa, consiste en la coexistencia de la vida de la empresa y de sus
factores exógenos con la vida de todos sus trabajadores. Es comprensión y solidaridad trans-
versal. La comunicación efectiva sólo se da cuando hay una real coparticipación, amparada
bajo un “paraguas” de unidad interpretativa de la realidad propia de la organización y de la
realidad humana. Es una especie de proyección del yo en los otros, y de los otros en el propio
yo. Es un modo de definir en común la realidad de similar manera. La comunicación no es
un agregado a la sociedad humana, sino un constitutivo “ontológico” de ella. Dicho de otro
modo, comunicación significa de algún modo anticipación cómplice en las coordenadas co-
munes que encierra todo tipo de realidades. En toda empresa, el “adversario” no es el cliente,
y tampoco lo son los compañeros de trabajo, ni siquiera los competidores, sino que de algún
modo lo es la realidad, por los permanentes cambios y desafíos que presenta.
La comunicación eficaz deriva naturalmente hacia un plano de mayor intercambio en el
quehacer laboral: una cierta forma de amistad, que amplia los ámbitos de mutua colabora-
ción, pues empieza a emerger la conciencia de que lo que es bueno para los otros es bueno
para mí, y viceversa. Ese mecanismo de reciprocidad va estableciendo un cierto grado de
justicia, justicia que se produce por la mancomunidad creciente de intereses, y por la deci-
sión común de hacer cada cual exactamente lo que se requiere hacer para que todo funcione
lo mejor posible, sin siquiera ser inducido a ello. Ese es el ambiente al que debe aspirar toda
organización, y no por generar un clima artificial de sonrisas y cortesías formales, sino un

546
Sebastián Burr

encuentro real y potente en función de conseguir aquello a lo que todos aspiran. Conformar
un yo común y permanente entre todos, incluidos los objetivos de la empresa.
Cuando se dan efectivamente, la comunicación, la justicia y la amistad son logros tre-
mendamente relevantes para la empresa. Aristóteles dice que “más desean los gobernantes
que los hombres sean amigos que sean justos, porque si son justos todavía se requiere que
sean amigos, pero si son amigos ya no hace falta que sean justos”. En este sentido, Aristóteles
intuía que la amistad es más fuerte y tiene más contenido que la justicia, y hace ver además
que la auténtica amistad está constituida por cierta unidad afectiva de la cual se origina la
unidad de propósitos. Si bien es cierto que la amistad es una opción para alcanzar la justicia,
es imposible que exista la amistad donde existe la injusticia. Y ni justicia ni amistad pueden
darse en una organización desarticulada por la dispersión valórica, operativa y económica, y
menos cuando se coexiste bajo un sistema de violencia impositiva, que implica “aceptar” un
sistema que no se comparte, pero que se requiere para sobrevivir.
Mirando el asunto de otra manera, se puede decir que, estando relacionadas la amistad y
la justicia por el hecho de que ambas implican siempre una relación con otra persona, ambas
están también relacionadas con el bien. En el caso de la justicia, su relación con el bien con-
siste en dar a cada cual lo suyo. En la amistad, la relación con el bien queda automáticamente
establecida, porque los seres humanos, cuando son amigos, participan de un mismo bien, y
se unen para alcanzarlo juntos; si no, sería imposible que fueran amigos. En cambio, en la
justicia no hay por qué unirse, porque no hay nada que compartir o alcanzar en común; sólo
se requiere darle al otro lo que le corresponde.
La amistad no se logra exclusivamente por decisión propia; depende también de los de-
más. No es una experiencia que opera en un solo sentido, sino una forma de relación con
otros. Nadie puede tener el hábito de tener amigos, o conseguirlos por el solo hecho de salir a
buscarlos en un encuentro social; hacer amigos exige establecer vínculos valóricos y compli-
cidades con otras personas.
El rasgo distintivo de la amistad es vivir de algún modo experiencias comunes, y benefi-
ciarse de su mutuo intercambio. Sólo en ese plano se hace posible la verdadera comunicación.
Cuando yo hago participar a otro de mi visión del mundo, de las soluciones que voy encon-
trando, y el otro hace lo mismo y se produce cierto nivel de coincidencia, a esa comunicación
se la llama amistad cómplice. La causa de esa complicidad es la unidad de propósitos en una
misma línea o sentido de vida.
Por eso resulta incongruente, a la hora de aplicar técnicas motivacionales o de comuni-
cación entre el personal de una empresa, escuchar que van a intentar ser amigos, que van a
realizar una convivencia para mejorar su nivel de comunicación interna. Eso es simplemente
una pérdida de tiempo; ni siquiera se debe intentar semejante cosa. Si se quiere tratar de hacer
algo en ese sentido, lo que hay que procurar es que el acto de trabajar sea justo, coherente
en toda la línea, nada más. Por eso las típicas convivencias que organizan las empresas en
algún lugar distinto y gratamente acogedor, al final sólo sirven para que su personal se reúna
físicamente, y su efecto de acercamiento suele durar unas cuantas horas o unos cuantos días;
después no queda nada, y cada cual vuelve a su mundo individualista de intereses particulares,
desconectado de los otros y tratando una vez más de sobrevivir lo mejor posible.
También hay que introducir plenamente en la empresa la idea de bien común, a fin de afian-
zar la amistad y unidad de propósitos. El bien común de una empresa no debe confundirse con el
interés común, que sólo genera una asociación circunstancial y utilitaria. Consiste en el desarro-
llo moral, profesional, económico y sociopolítico de todos sus miembros. Y en ese mismo orden,
pues esa es la relación jerárquica de causalidad que existe en el quehacer laboral-empresarial.

547
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Si no hay en la empresa un bien que sea participable por todos, lo que se da es mi bien
particular y tu bien particular; en ese caso, lo máximo a lo que se puede aspirar es regular y
armonizar los respectivos intereses particulares, a fin de evitar la dispersión y la ineficiencia
por falta de un elemento aglutinador que conecte las diferentes interacciones. Pero eso no es
amistad, y en consecuencia no habrá una buena calidad de comunicación. En cambio, habien-
do un bien común, justo y proporcionalmente participable por todos, la comunicación se dará
en confianza, anticipada y permanentemente. Es indudable que dentro del contexto de socie-
dad salarial y economicismo puro no existen ni bien común ni unidad de propósitos, pero no
por eso hay que suprimir el capitalismo, sino unificar valórica, económica y operativamente la
función del trabajo y la función del capital. Y la comunicación se establecerá por sí sola, como
un vínculo natural entre todos los niveles de trabajadores, haciendo desaparecer los fantasmas
de la sospecha y la mutua desconfianza.
Ahora bien, como ni la amistad ni la comunicación se dan verdaderamente en el mode-
lo de empresa actual, se intenta regularlas mediante toda clase de normativas, organigramas,
reglamentos internos, premios, castigos, etc. Se pretende además que esos instrumentos sean
capaces de prevenir y evitar todo tipo de disputas, que irremediablemente surgen frente a cada
acción; pero como eso no es posible, por la complejidad misma de la realidad y de las relaciones
humanas, se producen vacíos operativos permanentes. Numerosas situaciones quedan así sin ser
abordadas por ningún departamento, grupo de trabajo o individuo, y buena parte de la gestión
queda en tierra de nadie, produciéndose toda clase de problemas operativos e interpersonales.
El principio de analogación525 nos servirá para “analogar” capital y trabajo, rescatan-
do primero su relación humana y después su relación temporal, económica y funcional. Así
podremos aplicar eficazmente esa máxima de la encíclica Laborem Exercens que dice que
“capital es trabajo acumulado y trabajo es capital en potencia”.
Si bien es cierto que el capital está conectado al tiempo pasado (en cuanto a su generación)
y que el trabajo está vinculado al tiempo futuro, podemos decir que el capital, desligado de toda
connotación moral, se transforma en ente material. Y que el trabajo humano, sobre todo por su
relación con la praxis futura en interacción socioeconómica y política, es el ente propiamente
moral. Esa es una diferencia importante, que hay que considerar proporcionalmente al analogar
capital y trabajo. Lo que no significa que la condición moral del trabajo pueda instalarse en una
posición de abuso sobre el capital, puesto que el destino de todo trabajo bien ejecutado es llegar
al estado de capital526. En otras palabras, el trabajo no puede atentar contra sí mismo.
Considerando el carácter material del capital y el carácter moral del trabajo, veremos
más adelante cómo se concilia esta variable en la propuesta de participación objetiva del
trabajador en la empresa.

Computación, mecanismo básico para el manejo integrado de la información.

Para implementar operativamente un sistema como el propuesto, hay que valerse sobre todo
de sistemas computacionales, pues será necesario manejar un sinnúmero de variables que se
dan en el ámbito laboral, y especialmente en la medición de los resultados del trabajo (directos,
indirectos, grupales, individuales, sectoriales, macroeconómicos, etc.). Esas variables nunca
han sido medidas, y por lo tanto no interactúan en el régimen remuneracional del trabajador,
lo que contribuye a incomunicarlo casi por completo de la realidad socioeconómica y política

525 Igualdad de relaciones en términos funcionales.


526 Sea éste de índole moral, social o material.

548
Sebastián Burr

y a provocar una peligrosa enajenación, pues el trabajador queda expuesto a ser brutalmente
manipulado, toda vez que está instalado en un ámbito de severo desconocimiento y frustración
humana. Y aunque no lo sea, esa misma enajenación lo instala casi siempre en la sospecha, más
aún cuando todavía andan orbitando en el ambiente laboral las consignas de la lucha de clases.
Más adelante abordaré una explicación técnica del sistema de ingreso multidimensional,
variable e individualmente diferenciado (IMVID) que se propone para el mundo del trabajo,
y entregaré una síntesis del pensamiento epistemológico y metodológico de Aristóteles, que
a mi juicio representa una sistematización de extraordinaria lucidez, y que puede contribuir
enormemente al desarrollo de una nueva visión del mundo laboral, centrada en la praxis y en
las articulaciones naturales de la acción humana.
Otro objetivo fundamental de este nuevo modelo es que el trabajador, junto con elevar
su nivel de comprensión, eleve su productividad, y como consecuencia de ello obtenga una
remuneración acorde con su mayor rendimiento, y con las otras variables que se han men-
cionado. Sin embargo, para asegurar el sistema, debe quedar claramente establecida527 una
condición de borde528. Dicha condición consiste en que la empresa maneje las remuneraciones
en función de un monto general acotado por el empleador o propietario, cuyo borde superior
(tope superior del ingreso) guarde relación con su borde inferior (ingreso de “subsistencia”
a todo evento). Ese monto no debe mezclarse con el capital asignado a la reinversión, con el
valor de los activos, con la amortización, con la capitalización, con la rentabilidad, con las
provisiones financieras y tributarias y a valor presente, con el gasto fijo, etc. Pero sí debe
guardar estrecha relación con lo que establece el mercado.
Hay que introducir racionalidad, productividad, justicia, expectativas y protagonismo
en el mundo del trabajo. Como se mencionaba más arriba, los trabajadores deben percibir
remuneraciones variables dentro de una dinámica laboral flexible, análoga a la del mercado
libre. Deben ser remunerados multidimensionalmente, según sus resultados productivos529
individuales y/o grupales, según los resultados cruzados por áreas de la empresa y sus re-
sultados generales, según los del sector económico al que pertenece la organización y según
la variación positiva o negativa de todos aquellos factores relevantes e inherentes a la ma-
croeconomía530 en cuanto nominal, pudiéndose incluso pagar parte de las remuneraciones
con acciones de la misma empresa. Todo ello además resolverá el reclamo marxista de la
plusvalía. Se requiere además implementar un sistema de mínimo531 remuneracional532, de-
terminado a partir de la productividad de cada trabajador, que dentro de la estructura remu-
neracional variable, como ya está dicho, funcione a modo de descuento.
Hay que tener presente lo que sostienen los economistas Engel y Velasco533, esto es que
un 10% de mayor inversión genera sólo un 1% de mayores ingresos para los trabajadores.

527 En el reglamento interno de cada empresa y en cada contrato de trabajo.


528 Por condición de borde se entiende que, dentro de un sistema variable de remuneraciones, habrá un recurso máximo de
ingresos disponibles para todos los trabajadores en su conjunto, que se supone tienen que cumplir con cada una y todas las
tareas productivas, administrativas, investigativas, etc., de la empresa. Ese recurso económico máximo se puede establecer
en función de un porcentaje del ingreso operacional y en relación al grupo laboral, profesional y administrativo.
529 En empresas cuya producción no está determinada por la velocidad de su maquinaria.
530 PGB, IPC, US$, tasas de desempleo, etc.
531 Lo que hoy se denomina salario mínimo.
532 Los trabajadores y las empresas que adhieran a este mecanismo de ingresos variables y multidimensionales tendrán derecho
a un 10% de incremento de la remuneración mínima y a liquidar el contrato anterior con un tope de 8 salarios. El financia-
miento de ese 10% de mayor salario mínimo proviene de la mayor productividad, y los 8 salarios tienen que integrar parcial
o totalmente el nuevo fondo de cesantía y capacitación, que de ahí en adelante será pagado a todo evento en caso de despido
o retiro voluntario del trabajador.
533 Andrés Velasco, ex ministro del gobierno de Michelle Bachelet

549
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En cambio, un 10% de mayor productividad aumenta sus ingresos en ese mismo 10%. Por
eso la clave es la productividad, y las formas de alcanzarla pasan por eliminar dos o tres
factores perversos que contempla la ley vigente534.
El ingreso base debe surgir de la relativa determinada por los ingresos variables de cada
uno de los trabajadores en cierto período de medición. Sin embargo, no puede caer por debajo
de cierto monto, pero sí imputarse como descuento a las remuneraciones variables que lo
sobrepasen; de esta manera, desaparecen los costos sin respaldo productivo. Y el trabajador
accede así a un mínimo remuneracional a todo evento, que lo pone a cubierto en un nivel bá-
sico en caso de que la empresa entre en una excepcional baja productiva.
En el ámbito del trabajo hay cosas en las que los trabajadores deben competir, y otras en
las que nadie debe competir535. En el primer caso están los ingresos variables por resultados
productivos propios, por los resultados comerciales de la empresa y por los resultados gene-
rales de la micro y macroeconomía. En el segundo caso están las indemnizaciones por años
de servicios —cuya denominación debe cambiar a seguro de cesantía—, que actualmente se
manejan como un pago eventual y no absoluto. Junto con que su cotización sea obligatoria
fuera de las empresas, deben ver reducido su monto a no más de cinco ingresos536.
Las vacaciones se deben cancelar en función del promedio anual a valor presente, y no
en función del promedio de los últimos tres ingresos, pues el ciclo de una empresa suele ser
de un año y no de tres meses.
Se requiere además modificar el sistema de subsidios por accidentes (somos el único país
del mundo que paga el 100% del ingreso en subsidios), rebajando la cotización, pero introdu-
ciendo un copago con cargo al trabajador.
Hoy ese sistema funciona como elemento perverso que opera en contra de la asociati-
vidad entre capital y trabajo y del sistema de ingresos variables. Esto porque bajo la actual
legislación, si una empresa establece un mecanismo de ingresos poliformes en función de la
productividad, y un trabajador alcanza un nivel temporal de alto ingreso, lo que hace después,
sobre todo si constata que su remuneración va a la baja por los ciclos de la empresa, es evaluar
la posibilidad de autoaccidentarse, pues la ACHS le paga el 100% del ingreso obtenido en el
período de bonanza, y además el 100% de los costos de hospitalización. De manera que el
trabajador obtiene una muy buena remuneración por productividad, se autoaccidenta, y sin
costo alguno recibe a modo de pensión el salario que percibía antes de accidentarse. Después,
pasado el período de recuperación, queda listo para reengancharse en una buena racha pro-
ductiva de la empresa, y así sucesivamente537.
Se propone sin embargo que, para entrar en esta praxis asociativa, tanto al empresario
como al sindicalismo se les exija certificarse mediante cursos relativos a la ética del trabajo
y a la operatoria del sistema propiamente tal. Una especie de ISO 9000 en ética laboral. Esto
también coincide con la propuesta de sociedad docente, pues el sistema pretende mantener
activo el entendimiento, fomentar el aprendizaje técnico, dada la variabilidad del ingreso
en función de la productividad de cada cual y de los resultados económicos de la empresa
y de la macroeconomía, sincerar la relación del trabajador con la empresa, y conectarlo por
último con el resto de la realidad social y política.
534 Indemnizaciones desproporcionadas. La conexión de las indemnizaciones con los salarios, y el manejo de esos fondos por
parte del empresario, y no un fondo obligatorio ad hoc y que sirva para cubrir la cesantía y la capacitación, etc.
535 El trabajador no debe competir en la obtención de un salario mínimo, pero que funciona igual a modo de descuento, y
tampoco en los costos inherentes a la seguridad social.
536 Un máximo de 6 remuneraciones, y cotizadas fuera de la empresa.
537 El autor de este libro ha vivido esa situación un par de veces, como empresario que maneja sus remuneraciones de un modo
variable en su propia empresa.

550
Sebastián Burr

Ingreso variable, multidimensional e individualmente diferenciado (IVMID).

El sistema de ingreso variable, multidimensional e individualmente diferenciado (IVMID)


constituye la clave operativa básica de reformulación del mundo del trabajo. Todos los replan-
teamientos antropológicos, cognitivos, éticos y sociopolíticos que se han entregado a lo largo
de este libro constituyen las claves de fondo, la “catarsis” esencial que ese mundo necesita
para emerger de sus marasmos y alcanzar una real estatura humana y democrática; sin embar-
go, para convertirse en experiencia práctica real de los trabajadores, requieren un escenario
concreto dentro de la empresa, una estructura operativa en la que puedan cristalizar, y en la
que las ideologías queden fuera de juego y el realismo humano y la objetividad productiva-
económica entren en escena con propiedad.
A partir de la crisis del año 1983, puse en escena en mi propia empresa (Titán Ltda.) un
sistema participativo que ha dado inmejorables resultados en cuanto a la productividad y a los
ingresos laborales, en cuanto a regular de algún modo los vaivenes de la demanda, y que además
me ha permitido crecer tecnológicamente, en ampliación de mercados, y sobre todo en cuanto a
una relación más horizontal y verdadera con los trabajadores. Sin embargo, su implementación
completa no ha sido posible, porque las leyes laborales se oponen en la práctica a este tipo de
iniciativas, y pareciera que su esencia antagónica busca disociar al trabajador del empresario
y dejar abierto un tremendo espacio para administrar el artificial conflicto y sacar dividendos
políticos. De esta manera, si algún empresario intenta poner en marcha un modelo análogo a
éste, por mucho que los ingresos de los trabajadores se tripliquen, correrá ciertos riesgos legales.
Mi empresa se dedica al desarrollo de proyectos especiales de ingeniería; por lo tanto, es
imposible establecer una forma continua y permanente de las acciones laborales, tanto pro-
ductivas como administrativas. Así resulta clave para nosotros un sistema que active a fondo
la voluntad de trabajo. Pero si uno analiza a fondo la complejidad de la empresa moderna,
encontrará que siempre las cosas o los productos están cambiando, o que las estrategias tie-
nen que ser aplicadas de un modo distinto, por las exigencias del mercado. De esta manera,
en menor o mayor medida, la producción, y por lo tanto la operación, varían en todas las
empresas, análogamente a lo que ocurre en la mía. Y esa variación casi constante requiere de
la acción inteligente de los trabajadores. En otras palabras, casi todas las empresas pueden
funcionar mediante “ordenes internas de trabajo”, y de esa manera contextualizar la produc-
ción, con el fin de diseñar un mecanismo objetivo de participación económica por resultados.
Todo se reduce a un simple cambio de enfoque.

¿Cómo hacerlo?

El punto crítico, entonces, es encontrar un correlato práctico de todo lo que aquí se ha pro-
puesto, una articulación sistémica a través de la cual las claves humanas puedan incorporarse
naturalmente a los dinamismos actuales del trabajo, de la empresa y del mercado, en una
simbiosis integradora que no distorsione ninguno de sus respectivos fines y procesos. Es ahí
donde radica el problema, y a menos que sea resuelto, todo lo que pueda decirse en el plano
de las ideas continuará siendo estéril. Se estrellará siempre con esta pregunta elemental del
sentido común: ¿cómo hacerlo?
En este capítulo trataré de mostrar un “cómo hacerlo” que realmente pueda ser aplicado al
mundo laboral. No es un modelo dogmático, ni tampoco estándar, que pueda ser tomado como
una receta uniforme por las empresas que decidan incorporarlo a su estructura y operatoria.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Cada una deberá adecuarlo a sus propias características y circunstancias productivas y comer-
ciales. Pero sí pretende señalar los parámetros sustanciales que a mi juicio deben ser conside-
rados, cualquiera sea la configuración definitiva que adopte el sistema en cada organización.
Como ya se señaló en el capítulo primero, Aristóteles puntualiza que “cada área del co-
nocimiento debe adecuarse en sus fines, en su método y en su grado de exactitud o certeza a la
naturaleza de su objeto propio. En el caso de las ciencias teóricas, el principio del movimien-
to está en el objeto mismo, es directamente observable, y además el movimiento es regular y
uniforme, como ocurre por ejemplo con la física. Por eso es posible alcanzar en ellas un alto
grado de exactitud y certeza”.
“Pero en las ciencias prácticas —cuyo objeto son las acciones humanas—, el principio
del movimiento no está en ellas; es intrínseco, variable, y escapa a la observación directa,
pues reside en la libertad interior del sujeto, en la intencionalidad y elección subjetivas de
cada individuo. Sus resultados son así forzosamente inexactos, o más bien una mezcla de
certeza e incertidumbre. Están siempre condicionados por la contingencia y las expectativas
del sujeto de la acción”.
Y al referirse a la imposibilidad de establecer un orden legal perfecto, que cubra todos
los posibles actos humanos, señala: “El yerro no está en la ley ni en el legislador, sino en la
naturaleza de la cosa, puesto que tal es desde luego la índole de las cosas prácticas”.
Si analizamos el articulado de nuestra legislación laboral, nos encontraremos con una
suerte de estructura exactamente contraria a la índole de las cosas prácticas. Un corpus rígido y
aplastante, que no permite expandirse, que limita en extremo la acción humana, y que además
valida e implícitamente promueve el antagonismo, puesto que determina un salario a priori
ajeno al resultado y a la eficacia de la acción de cada trabajador, lo que es per se injusto, ya
que algunas veces remunera menos y otras veces más de lo que corresponde a ese rendimiento.
Si uno medita bien estas palabras de Aristóteles respecto a la índole de las cosas prácti-
cas, se le hará evidente que, para encontrar modos eficaces de colaboración y participación
entre trabajadores y empresa, hay que ampliar el ejercicio de la libertad. Analogar propor-
cionalmente las semejanzas, y buscar la exactitud sólo en la medida en que lo permita cada
asunto. No podemos pretender una precisión absoluta y menos genérica, pues hay que abrirle
espacios a la subjetividad humana, y en el plano de las acciones “no hay nada establecido”;
por tanto, es imposible aplicar un orden mecánico ni un orden legal perfecto, que cubran todos
los dinamismos posibles del mundo del trabajo. Es indispensable promulgar una nueva legis-
lación laboral, basada en principios auténticamente humanos y éticos, pero la elaboración de
ese nuevo marco legislativo debe complementar las consideraciones estrictamente teóricas
con criterios idóneos para el desarrollo de las actividades laborales en términos de praxis. La
ausencia de criterios prácticos es la causa de que el diseño de la estructura laboral no calce
en absoluto con la acción, y de que al fin de cuentas la empresa y el orden sociopolítico no
cuenten con trabajadores reales. Ese irrealismo es la primera causa de la ineficiencia, la desi-
dia laboral, la infraproductividad, la frustración y el antagonismo en que estamos sumidos.
El trabajo no es sólo un medio para que las personas resuelvan cuestiones económicas;
se reúnen e interactúan allí cuatro ámbitos extraordinariamente importantes para la vida del
hombre: el moral, el económico-profesional, el social y el político. Pero a nuestra legisla-
ción, de la manera en que está concebida, sólo le interesa el aspecto puramente material,
y administrar el antagonismo de clases entre el capital y el trabajo. Y esto es fácilmente
observable en los períodos de crisis, pues no acepta que los salarios sean reducidos en esos
períodos —cosa absolutamente lógica si la economía cae en una recesión aguda—; prefiere
la cesantía, con lo cual se echa encima tres problemas en vez de uno. Es evidente que la

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Sebastián Burr

reducción de los salarios provoca un problema económico, aunque no tan grave, puesto que
en una economía recesiva también caen los precios en general. Por lo tanto, dicha reducción
resulta de hecho menor que su monto monetario físico, y además la situación puede ser re-
vertida inmediatamente que las cosas vuelvan al equilibrio.
Pero el despido del trabajador, es decir, la cesantía, además de provocar un problema
económico radical, genera un serio trastorno moral, y como si todo eso fuera poco, origina por
último un problema familiar y político. Tres crisis en vez de una. Y ni hablar del daño que le
causa a la empresa el despido de personal: todo el tiempo y todo el dinero invertidos en esos
trabajadores que se llevan información valiosa y muchas veces inaplicable en otro lugar, se
pierden en forma irrecuperable.
Me parece digna de ser tomada en cuenta en este análisis una proposición de Israel M. Kirz-
ner, economista liberal de la escuela austríaca, que en cierto modo es un continuador de las ideas
de Mises y Hayek, y que sintetiza en el siguiente enunciado: “El que lo descubre se lo queda”.
Kirzner insiste en que el empresario innovador tiene como tarea primordial descubrir en
el proceso económico los errores inconscientes que allí tienen lugar, para detectar las posibi-
lidades de mayor beneficio que permanecen latentes y ocultas. Y sostiene que esa percepción
tiende a aumentar la coordinación y a equilibrar los precios. Análogamente, la pretensión de
esta propuesta es extender ese “descubrir los errores inconscientes… para detectar las posibi-
lidades de mayor beneficio que permanecen latentes y ocultas” al total de los trabajadores, que
también son parte del proceso económico, puesto que también en sus ámbitos hay errores que
descubrir y subsanar, tanto en pequeños detalles como en grandes fases de cada proceso, y sus
niveles de desempeño hacen variar la calidad de un proyecto, producto o servicio, al extremo
de convertirlo en un éxito o en un fracaso.
“El proceso espontáneo a través del cual es creada y distribuida la torta social es un
proceso de descubrimiento”, escribe Kirzner. Y añade que el producto no resulta automática-
mente ni por sí solo de los insumos. Se requiere además un auténtico descubrimiento llevado
a cabo por los productores, en virtud del cual crean el producto ex nihilo (de la nada). Ni los
ingredientes empleados ni la torta terminada son algo dado de antemano; son una creación,
un descubrimiento. Esa “génesis” del producto da origen a una ética sui generis, que consiste
en asignar la propiedad de lo producido al que lo ha creado o descubierto. Por eso lo que se
requiere es una ética de la asignación “de lo que cada uno ha descubierto”, a partir del prin-
cipio “El que lo encuentra se lo queda”.
Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que la fase más importante y crucial de una em-
presa es su creación y la supervivencia de la misma. El principio “El que lo encuentra se lo
queda” me parece válido, en tanto sea proporcional, pues sólo puede aplicarse en una empresa
que ha sido creada por el propietario con anterioridad.
Al margen del error de creer que el producto es una “creación de la nada”, me parece
que este planteo de Kirzner se adapta en buena medida a la tesis de fondo de esta propuesta
laboral. Un régimen laboral realmente humano implica eliminar las actuales estructuras pre-
determinadas, y distribuir los beneficios generados por las empresas productivas de acuerdo al
aporte proporcional de cada uno de sus miembros. Sólo cabe crear los mecanismos de retorno
económico precisos, de manera que los trabajadores sean reconocidos en proporción, como
co-generadores directos o indirectos de riqueza, en forma constante y siempre actualizada.
De esa manera se logrará un justo equilibrio en la distribución de los beneficios entre capital
y trabajo, y además se unificarán por fin, bajo un mismo género, trabajo y capital, como asi-
mismo la oferta y la demanda para todos los coproductores. Y en cuanto a la vieja pregunta
de Marx sobre cuál es el valor del trabajo, la respuesta es que es el mismo que el del capital,

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

pues ambos son perfectamente analogables, de acuerdo a lo señalado por Juan Pablo II. Para
eso, sin embargo, hay que hacer las prevenciones sociales y de ingreso mínimo señaladas en
la propuesta de ingresos variables, considerando que uno es un ente material y el otro un ente
moral. Y que además el hombre requiere de trabajo y las sociedades requieren de capital.

Descripción técnica del sistema

El concepto de participación laboral implica que el trabajador debe alcanzar el mismo rango
o status que la clase empresarial, en todos los ámbitos de la realidad: epistemológicos, econó-
micos, sociopolíticos, etc. O participa de todo, o no participa de nada; o se asemeja en todo, o
no se asemeja en nada; pues si la participación y la semejanza no son completas, se rompe la
esencia y la unidad de lo participado y de lo semejante. Este breve preámbulo quiere advertir
que esta propuesta participativa considera todos los factores que deben incluirse para que el
trabajador llegue a ser semejante al empresario, y se compenetre e involucre ciento por ciento
en la realidad contingente, tanto inmediata como mediata. Por eso este sistema (cuya operatoria
requiere ser procesada y controlada computacionalmente) integra varias dimensiones simultá-
neamente. Quizás por esta razón puede parecer a primera vista demasiado complejo; pero es
bastante menos de lo que pueda suponerse, y seguramente con el tiempo se irá simplicando.
Empezaremos esta parte de la exposición con una definición y un cambio de terminolo-
gía. En lugar de “salario” o “remuneración”, usaremos en adelante el término “ingreso pro-
ductivo” o “resultado económico”, puesto que el sistema apunta a que el trabajador deje de
ser “remunerado” o “asalariado”, y contribuya a generar ingresos para sí mismo y a mejorar
los costos para la empresa y los precios para el consumidor, exactamente como lo hace el
empresario, que no percibe remuneraciones sino ingresos o resultados. Acuñaremos así la fór-
mula IVMID (ingreso variable, multidimensional e individualmente diferenciado). El término
“variable” significa que el ingreso productivo variará casi siempre; “multidimensional”, que
el ingreso productivo será configurado por varias dimensiones o factores simultáneamente; e
“individualmente diferenciado”, que cada trabajador obtendrá un resultado económico pro-
pio, que la mayoría de las veces resultará diferente al de sus compañeros.
En el ejercicio de calcular las remuneraciones de un trabajador sobre la base del actual
sistema salarial, ya sea porque lo fija la autoridad política, o por la información que brinda el
mercado, la remuneración de los trabajadores sigue estando bajo la lógica de la suma cero; es
decir, lo que se añade a la remuneración del trabajador se resta necesariamente de las utilida-
des del empresario, y, a la inversa, lo que se añade a las utilidades del empresario se resta de
la remuneración del trabajador. En pocas palabras, en la simulación con información histó-
rica no se aumenta, ni puede aumentarse, la cantidad a repartir, pues se trata de un dato fijo,
obtenido de un pasado inmutable. En cambio, al operar con el modelo variable y de ingresos
por resultados, se abren espacios al efecto potencial —lo que el trabajador o los trabajadores
pueden llegar a producir—, y se verifica un efecto que en administración de empresas se co-
noce como sinergia, producido por un conjunto de nuevos elementos motivacionales (intrín-
secos), con los cuales el trabajador se desenvolverá en adelante. En consecuencia, aumenta
la probabilidad de que la empresa obtenga resultados más favorables, y por lo tanto, aumenta
en la misma proporción la probabilidad de que el trabajador obtenga ingresos productivos
superiores al “estándar”. Esto se traduce en que el impacto marginal de la implementación del
modelo sobre el ingreso esperado del trabajador es positivo. Así pues, si bien existe la posi-
bilidad, en un escenario desfavorable, de que dicho ingreso disminuya porque los resultados

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Sebastián Burr

de la empresa empeoran, con la aplicación del presente modelo, el trabajador tiene mayores
oportunidades y mejores probabilidades de ganar más dinero, como también de conocer el
conjunto de factores y circunstancias que conforman el devenir productivo, empresarial, mi-
cro y macroeconómico de un modo mucho más personalizado. Y en caso de crisis, pasa a ser
parte de la solución y deja de ser parte del problema, como ocurre actualmente.
La base de cálculo inicial de los valores que manejará el sistema de ingresos IDMIV serán
los datos que aporta el mercado. Dichos precios deberán emplearse como referentes para esta-
blecer el valor de cada una de las acciones productivas que concurren a la fabricación de cada
producto específico, y el valor de las acciones de tipo administrativo que implican “operar” un
producto hasta la fase de cobranza, y concluido el ciclo completo de riesgo. Todos los paráme-
tros deben quedar abiertos, y ser revisados periódicamente, para incorporar las correcciones
que exige la dinámica de los cambios. Sin embargo, más que la metodología, lo que interesa es
que el sistema funcione, genere mayor productividad y riqueza a todos sus partícipes, logre la
unidad entre capital y trabajo y sea proporcionalmente justo con todos. Obviamente, un siste-
ma unitario de capital y trabajo no permite la sindicalización de los trabajadores en contra del
capital o del empresario, pues bajo este nuevo sistema eso sería algo parecido a armar un cartel.
Los tiempos de ejecución que por concepto de mano de obra toma cada acción requerida
para la elaboración de cada producto, deben medirse varias veces y con distintos operarios, a
ritmo de trabajo normal, y considerando los tiempos muertos y/o de carácter administrativo,
etc., y también las eventualidades improductivas, como cortes de luz, detención de una má-
quina o de una línea de producción, mala calidad de las materias primas, etc., hasta llegar a
tiempos promedio estándar. Si sólo se consideran los tiempos de ejecución directos, es decir,
los efectivamente trabajados, se caerá en una suerte de distorsión. Esta norma se aplicará en
todas aquellas funciones y tareas que admiten medición cronológica. En este punto reside una
de las claves fundamentales del sistema, pues, al basarse en el rendimiento real de cada acción
productiva, y no en el rendimiento deficitario que provocaba el salario fijo, y al percibir los
trabajadores que su ingreso depende ahora directamente de sus propios resultados, esa condi-
ción los impulsará a aumentar por sí solos su productividad.
Es importante sin embargo tener presente que el nuevo sistema enfrentará diversas con-
ductas negativas engendradas en muchos trabajadores por la mentalidad confrontacional y
manipuladora que les ha introducido la sociedad salarial, la lucha de clases y el sistema de
salario fijo, que también manipula el empleador bajo esa misma lógica de confrontación, y
que se han convertido en hábitos casi instintivos, difíciles de erradicar de buenas a primeras.
Una de ellas es que los trabajadores tienden a “inflar” artificialmente los tiempos de ejecu-
ción y las dificultades de sus tareas especificas, como una forma de “encarecer las acciones”.
Dicha costumbre es distorsionadora, y debe ser corregida mediante una supervisión exigente
y minuciosa. Pero además, por esa y otras razones, se sugiere que tanto los ejecutivos de la
empresa como el presidente y los directores del sindicato asistan a un seminario de ética la-
boral y sistémica, en el que reciban orientaciones que los induzcan eficazmente a modificar
el patrón confrontacional y de suma cero que ha imperado desde que se formó la sociedad
salarial, y a demostrar a los trabajadores que su mejor alternativa de mejoramiento económico
es un aumento sustancial de su productividad individual y grupal.
Siguiendo con la explicación, hay que agregar que, como una parte importante de los
ingresos de los trabajadores se pagarán en función de la productividad directa, y otra parte
en función de otros parámetros de resultados de la empresa, que veremos más adelante, la
voluntad de trabajo experimentará un giro de 180 grados, sobre todo en operaciones que
requieren una dosis importante de voluntad humana. Y a consecuencia de ello, esos ingresos

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

deberán crecer en análoga proporción. Eso es lo que ha ocurrido en mi propia empresa, y no


existe razón alguna para que no se dé en forma parecida en otras organizaciones, supuesta
una idónea aplicación del sistema, incluso en aquellas que están determinadas por líneas de
producción que fuerzan a cumplir en tiempos precisos ciertas tareas productivas.
Las variables a considerar en el sistema son las siguientes (los porcentajes no pretenden
ser rigurosos, sino que se señalan a modo de ejemplos, a fin de que se perciba la coherencia
respecto a la idea general):
1. Ingreso a todo evento, como condición de borde inferior, y que funciona a modo de
descuento de los ingresos totales. Fluctuará entre el 25% y el 40 % del promedio histórico de
ingresos reales de cada trabajador en un período determinado, o del promedio que determine
el mercado en cada caso. Se completará sólo en caso de que el ingreso total del trabajador
resulte inferior al monto predeterminado, pero será deducible de los ingresos variables que
superen ese monto fijo. En otras palabras, este tramo también tiene que ser producido y gana-
do por el trabajador. Y si en el período siguiente llega a suceder lo mismo, o el resultado cae
aún más, y ni siquiera da para pagar las diferencias negativas del período anterior, se debe
descontar del ejercicio subsiguiente, si los haberes así lo permiten. Después de ese período, el
descuento no se aplicará, y será pérdida neta de la empresa en el ejercicio.
Las razones que justifican este mecanismo de “ingreso mínimo” son tres: a) el hecho de
que el trabajador está siempre disponible en cuanto tal para la empresa; ese derecho a disponer
de él genera el derecho a un ingreso piso; b) la necesidad del trabajador de contar con un in-
greso mínimo de subsistencia; c) la necesidad de contrarrestar un sentimiento de incertidum-
bre extrema del trabajador, una vez que está inserto en el sistema IVMID, y asegurar así que
su potencialidad de trabajo se desarrolle normalmente, sin trabas sicológicas. Pero como el
sistema salarial actual, confrontacional y de suma cero, es altamente improductivo, los riesgos
de asumir como pérdida ese ingreso a todo evento o parte de él son realmente bajos, más aún
cuando la plantilla total de trabajadores productivos y administrativos se ha ajustado tomando
en consideración los nuevos niveles de productividad esperables.
Atendiendo a las teorías de valor que sustenta Max Weber, “la racionalidad valorativa”,
según la cual existen personas que, más que ganar importantes sumas de dinero, aspiran a
formar una familia y a rodearla de cierta seguridad económica, es importante establecer un
rango que acoja ese requerimiento. Para satisfacer esa aspiración y alcanzar ese grado de
seguridad, se establecerá a todo evento entre el 25% y el 40% del ingreso ya mencionado,
pero el techo del ingreso variable tambien estará a su vez acotado. Sin embargo, la decisión
de determinar “la cota” dentro de esos límites corresponderá a cada trabajador, considerando
un ciclo económico completo.
2. Indexación de los trabajadores productivos a la productividad. Se traducirá en ingresos
por la vía de los tratos, individuales o grupales. Este factor determinará entre el 40% y el 60%
del total de la estructura de ingresos de los trabajadores productivos.
3. Indexación de los trabajadores administrativos a la productividad. En este caso, el fac-
tor productividad abarcará entre el 10% y el 20% de la estructura de ingresos para este tipo de
trabajadores. Dicha cifra emanará de una fórmula que contemplará la cantidad de trabajadores
productivos y los tratos pagados. El porcentaje dependerá de la función que cumpla el traba-
jador administrativo en orden de prioridades, o del departamento en que se desempeñe. Ejem-
plo: un administrativo de planificación de la producción estará más afectado por el parámetro
productividad que un administrativo de marketing. A su vez, el administrativo de marketing
estará más indexado al factor ventas que al factor productividad. Pero es importante que ambos
administrativos estén conectados a los dos parámetros, aunque en proporciones diferentes.

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Sebastián Burr

4. Indexación a ventas. Una parte de los ingresos quedará indexada al volumen de ventas
de cada período, y abarcará entre un 4% y un 6% de la estructura de ingresos de los trabajado-
res productivos, y entre un 20% y un 30% de la de los administrativos. En este último caso, el
porcentaje dependerá de la función que cumplan o del departamento en que se desempeñen,
como ya se indicó.
5. Indexación al margen. Otra parte será indexada al margen, y cubrirá entre un 8% y un
12 % de la estructura de ingresos de los trabajadores productivos, y entre un 20% y un 40% de
la de los administrativos. En este último caso, el porcentaje también dependerá de la función
que cumplan o del departamento en que se desempeñen.
6. Indexación a los niveles de empleo, según un promedio determinado por estadísticas
fiables (por ejemplo, Facultad de Economía de la U. de Chile). Este factor afectará entre el
4% y el 6% de la estructura de ingresos del trabajador, sea éste administrativo o productivo.
El propósito es conectar al trabajador con la realidad del empleo y de la microeconomía.
El o los parámetros a utilizar para esta indexación se indican a continuación, y dependerán
de cada empresa (dónde realiza sus actividades, en qué mercados coloca su producción, etc.).
6.1 Sectorial. (Del rubro al que pertenece determinada empresa). Por ejemplo, niveles de
empleo en el sector pesca, agrícola, forestal, etc.
6.2 Regional o nacional. (Niveles de empleo en la región en la que determinada empresa
está establecida, o bien el nivel de empleo nacional, si la comercialización de sus productos
abarca todo el territorio nacional).
6.3 Internacional. (Niveles de empleo en el país (o los países) en que determinada em-
presa entrega su producción). Ejemplo: un productor de vinos que entrega su producción
en Japón y los EE.UU. puede utilizar el índice de cesantía de esos países, pues esos índices
afectarán el nivel de pedidos.
6.4 Las variaciones en el tipo de cambio o desvalorizaciones de las monedas que incidan
en el retorno económico del producto.
7. Evaluación personalizada. Este factor, aplicable a todos los trabajadores, tanto pro-
ductivos como administrativos, lo manejará y aplicará la dirección de la empresa, o cualquier
otro(s) trabajador (es) que la autoridad de la empresa designe. No puede influir en más allá del
4% al 6% de la estructura de ingresos. Tiene por objeto medir actitudes más que rendimientos.
8. Acceso a la propiedad. Este punto será abordado al final de este capítulo, pero desde ya
se puede adelantar que la fórmula que propongo al respecto no lesiona en absoluto el capital
del propietario o el principio de propiedad y de autoridad. Está basada en el aumento del pa-
trimonio de la organización gracias al incremento de la productividad laboral, no en el capital
preexistente. Antes de entrar en esta parte de la formulación, es importante que el empresario
distinga riqueza neta de poder controlador de la empresa. Controlar la empresa muchas veces no
coincide con la expansión económica de ésta por la integración de capitales. Por ejemplo, la em-
presa y el propietario pueden crecer patrimonialmente 300%, pero el propietario dejar de ser el
controlador, puesto que, si bien la riqueza aumentó tres veces, los accionistas son muchos más.
Como se puede apreciar, es perfectamente posible establecer una estructura de ingresos
que se adapte a las necesidades y características de cada empresa. Cada organización puede
manejar hasta 8 factores, que en conjunto concurrirán a la multidimensionalidad del ingreso
variable e individualmente diferenciado (IVMID). Eso permitirá a los trabajadores adquirir
una mayor conciencia de todas las variables que interactúan en la realidad operativa de una
empresa y de la micro y macroeconomía de mercado. También se reducirá la tasa de errores,
como asimismo la frecuente pugna de intereses que se da en la actividad laboral: vendedores
que venden sin preocuparse de los márgenes o de las disponibilidades productivas; jefes de

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

producción a quienes les importa poco el nivel de las ventas y que están en permanente pugna
con los vendedores; trabajadores productivos que, aun estando a tratos, sólo les interesa pro-
ducir para cobrar, sin reparar en la calidad y en el ahorro de materiales, con lo que se desen-
tienden de los márgenes de la empresa y de los intereses de los clientes, etc.
La idónea aplicación de un sistema como éste activará una verdadera participación del
mundo del trabajo en el orden político, y reducirá drásticamente los márgenes de manipulación
que actualmente existen en dicho orden, pues los trabajadores entenderán mucho más objetiva-
mente la realidad, y en consecuencia lo que deben exigir a los gobernantes respecto al bien co-
mún y al desarrollo humano integral de sí mismos y del resto de los ciudadanos. Hay que quitar
a la clase política la capacidad de manipular en beneficio electoral propio al mundo del trabajo.
Se logrará además flexibilizar ese mundo, incorporándole todas las variables de la eco-
nomía, a fin de que se minimicen las medidas de shock que de tanto en tanto suele aplicar la
autoridad cuando las distorsiones se acumulan y se transforman en estructurales, precisamen-
te por la rigidez a la que está sometido el quehacer laboral. En todas las áreas del mercado los
precios son fluctuantes y libres, salvo en la sociedad salarial, que además de ser un escenario
humano que demanda expansión moral, es también un “insumo” tremendamente relevante del
costo, al menos de las medianas y pequeñas empresas.
Tanto el mundo laboral como las mismas empresas tienen que permanecer en la econo-
mía globalizada bajo un régimen de estabilidad, para ir adaptándose a los cambios a tiempo
real, y abandonar el marco anacrónico en que hoy se desenvuelven, en el que los cambios se
hacen cuando ya las deficiencias son tan evidentes y las pérdidas tan cuantiosas, que no queda
otra opción que aplicar políticas de ajuste, o bien intentar reformas que inevitablemente origi-
nan conflictos políticos, por la diversidad de intereses que existe entre las partes involucradas.
No ha sido fácil definir un sistema de ingresos por resultados para los ámbitos produc-
tivos y administrativos, pero el actual desarrollo de la tecnología computacional hace que su
implementación sea relativamente sencilla. La clave del diseño está en no perder de vista la
igualdad de categorías para capital y trabajo, con la salvedad de que el capital es un ente físico
y el trabajo un ente moral. Como tampoco perder de vista la ley de proporcionalidad.
También es necesario que el sistema se implemente ciento por ciento y simultáneamente,
tanto en el ámbito productivo como en el administrativo, o al menos completamente en uno de
ellos. Ponerlo en marcha en forma parcial puede provocar graves distorsiones, frustraciones, e
impedir que se genere una verdadera sinergia entre todos los actores de la empresa. Tampoco
resulta razonable llevarlo en paralelo con el sistema salarial, puesto que el resultado sólo será
verdadero cuando el sistema esté implementado en términos reales, y no teóricamente, de
modo que las incertidumbres y las expectativas sean parte cuantificable de toda la dinámica.
No obstante ese requerimiento, la etapa de transición se debe abordar en forma muy prudente,
de manera que las cuotas de incertidumbre decrezcan a medida que el sistema se vaya conso-
lidando, y se detecten los elementos correctivos que requiere.
Como ocurre con todos los proyectos humanos, se requiere prudencia y buena vo-
luntad; pero si el sistema se implementa tratando de sacar ventajas unilaterales dentro de
la lógica de intereses diversificados y de antagonismo que rige nuestra actual legislación
laboral, de seguro fracasará.
En el caso particular de Titán, pasamos del salario fijo al variable después de haber im-
plantado un mecanismo en el que el precio de cada tarea implicada en la fabricación de cada
producto se acordaba previamente con el trabajador mediante un trato, y se convertía después
en un valor estándar. Entonces se produjo la gran sorpresa: en promedio, los nuevos rendi-
mientos fueron aproximadamente tres veces superiores a los antiguos. ¿Qué había pasado?

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Sebastián Burr

Simplemente que, como ya se ha relatado, los rendimientos habituales estaban manipulados


consciente o inconscientemente por los propios operarios, en forma individual y colectiva, a
través de las evasiones e ineficiencias inadvertibles que permite el régimen de salario fijo y la
carga ideológica que lo sustenta. Era una atmósfera mental de tendencia altamente negativa.
Quedó así demostrado que su potencial de rendimiento era muy superior, y que si se asociaba
al del empresario podían lograrse incrementos sustancialmente mayores.
Todas las estadísticas y análisis relativos a los rendimientos laborales en nuestro país
(confirmados plenamente en mi empresa, bajo el régimen variable) revelan que, en el sector
privado que no opera con sistemas variables y participativos, fluctúan entre el 45% y el 55%
de la capacidad máxima del trabajador. Y en el sector público son aún peores, pues oscilan
entre el 25% y el 40%. Hay que reconocer, sin embargo, que el sistema público se rige por
sistemas tremendamente burocráticos, con bajos incentivos y deficientes niveles de control.
Pero volvamos a la aplicación del sistema participativo en mi empresa. Acordamos con
los trabajadores tiempos reales de ejecución para cada tarea productiva, se puso precio a cada
una de acuerdo a los valores-tiempos de mercado, y a partir de esos parámetros se establecie-
ron listados de precios, aunque siempre susceptibles de ser revisados y modificados, según
las variaciones del mercado, la optimización de tiempos y/o procesos que se lograse, y/o las
inversiones que se hiciesen en maquinaria o sistemas. Quedaron además convenidas todas las
condiciones bajo las cuales cada tarea debía ejecutarse. Es importante decir que los principios
de justicia, verdad, proporcionalidad y buena voluntad deben estar siempre bien consolidados,
de manera que los cambios a las “reglas del juego” se hagan sin mayores dificultades, aco-
giendo todos los factores de la realidad.
Los acuerdos se establecían en forma individual o grupal, y al extender las órdenes de
trabajo concretas se estipulaban la cantidad de unidades que se necesitaba fabricar, el tiempo
de ejecución y el nivel de calidad requerido. En ciertos casos, se transfería a los trabajadores
un porcentaje de los premios o multas convenidos con los clientes.
La constatación de los nuevos rendimientos validó rotundamente, en el plano de los he-
chos, la tesis inicial de que la “entrega” de los trabajadores bajo el régimen salarial fijo era
extraordinariamente deficitaria, y demostró que sus ingresos podían ser sustancialmente su-
periores por la vía de pagar de acuerdo a los resultados reales. Adicionalmente a esa mayor
rentabilidad, se incrementó significativamente nuestra disponibilidad física y la de toda la
infraestructura fabril, como consecuencia de la reducción de los tiempos de fabricación y de
los nuevos niveles de productividad.
Estos criterios fueron aplicados a cada microtarea, tanto cuando su objetivo era fabricar un
producto completo como cuando se trataba de producir una parte del mismo. En cuanto a las
microtareas asignadas a grupos de trabajadores, optamos por dejar que la distribución interna
del monto total convenido fuera acordada por los propios miembros de cada grupo, exigiendo
eso sí que dicho acuerdo fuera comunicado a la empresa, para que ésta pudiera efectuar los
pagos individuales y cautelar que no se produjesen abusos de unos en desmedro de otros.
Cabe hacer aquí un alcance importante: bajo este sistema, el trabajador que opera por re-
sultados individuales puede comparar en todo momento su propio rendimiento-ingreso con el
de los demás operarios, lo que le permitirá una autoevaluación permanente. En el caso de los
grupos de trabajo, en cambio, esa evaluación pasa por el rendimiento del grupo, de manera que
no es posible determinar con exactitud, desde fuera, el aporte de cada uno de sus miembros.
Ahora bien, los que mejor conocen el “peso específico” de cada cual son los propios miembros
del grupo, y en consecuencia, a ellos les compete ponerse de acuerdo al respecto y corregir las
evasiones o deficiencias que se presenten. De hecho, ese acuerdo se ha logrado hasta ahora en

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

grado satisfactorio. Es interesante esta experiencia, puesto que ha sido efectuada en una empre-
sa metalmecánica que fabrica a pedido productos especiales de variada índole; por lo tanto, su
gama de productos es cambiante y requiere de la colaboración estrecha del trabajador.
Si bien el mecanismo de ingresos IVMID para los trabajadores administrativos es opera-
tivamente distinto al de los productivos, los conceptos y los propósitos son exactamente los
mismos. En ambos casos se trata de involucrarlos emotiva, valórica y económicamente en
los resultados de cada una y todas las áreas, tanto internas como externas, que inciden en el
resultado global de la empresa, a fin de que hagan una lectura interesada, emocionalizada, y
hasta política de todas y cada una de las variables que conforman la realidad personal y de la
micro y macroeconomía relacionada con la organización.
La integración de esa información al mundo del trabajador pretende hacerlo participar en
todos los aspectos de la realidad económica, pero la incidencia de los factores exógenos en
la estructura de su ingreso será la menos relevante. El propósito fundamental es que, período
a período, vea reflejado en su ingreso el comportamiento de cada uno de esos parámetros, y
eso le permita discernir cada vez mejor los factores positivos y negativos que influyen en su
propio resultado asociado al de la empresa, y viceversa, y dónde están las verdaderas causas
de los problemas, o bien las áreas y rubros que producen mayor rentabilidad. Es la única ma-
nera de que los trabajadores puedan contribuir a solucionar las situaciones negativas, y tomen
conciencia de cuándo y en qué medida la solución depende de ellos mismos, de la empresa,
del sector al cual pertenece la organización, del país como un todo macro y microeconómico,
o por último de factores internacionales.
Ese solo despejamiento y reordenamiento provocará un saneamiento general de los am-
bientes mentales dentro de la organización, y una percepción acertada de todos los elementos
que conforman en forma proporcional la realidad de cada uno de los trabajadores. Así dejarán
de culpar erróneamente a los empresarios por los malos momentos que no son consecuencia
directa de la gestión empresarial, dejarán de reclamar y exigir lo que la empresa no está en
condiciones de proporcionarles, y junto con los empresarios focalizarán exactamente de dónde
provienen los problemas y cuáles son los caminos a seguir para revertir situaciones adversas.
Por último, con el transcurso del tiempo, dejarán de ser manipulados por los intereses políticos.
Para implementar un sistema de este tipo, es primordial diseñar un sistema contable cuya
información sea absolutamente confiable y coherente, tanto para los dueños del capital como
para los trabajadores, de modo que se logre unidad de criterios entre ambas partes. Deberá
quedar completamente claro qué es rentabilidad o margen, qué es costo, acordar cuándo se
constituye realmente una venta. ¿Es cuando se recibe la orden de compra, o cuando se entrega
al cliente lo adquirido y éste lo recibe conforme, o cuando el cliente efectivamente paga lo
comprado? También las condiciones de borde deben ser conocidas y valorizadas, tanto las
de piso como las de techo. Hay que determinar además cada cuanto tiempo se cerrarán los
períodos contables para la medición de resultados, e incluso de qué manera se harán y amorti-
zarán las nuevas inversiones, cómo incidirán en los resultados y cómo afectarán la estructura
de precios de los diversos trabajos que se tengan acordados dentro de la empresa, y también,
como ya se dijo, en la estructura de ingresos que cada trabajador tendrá respecto al todo.
Yo entiendo que a primera vista parece mucho más simple manejarse con un sistema sa-
larial fijo, y no complicarse la vida con esta suerte de “enjambre” de variables. Pero también
he podido comprobar que los daños colaterales y las obstrucciones operativas generadas por
el “simplismo” del salario fijo son incomparablemente mayores que las aparentes dificulta-
des de aplicación del régimen multidimensionalmente variable, pues mediante el procesa-
miento computacional resulta mucho menos complejo de lo que pueda creerse. El sistema

560
Sebastián Burr

participativo aquí propuesto asegura por fin la objetividad en materia de ingresos laborales,
es altamente productivo, y termina con el antagonismo y la frustración de los trabajadores,
porque la justicia es percibida como uno de sus principales valores.
Al exponer el modelo experimentado algunos años atrás en Titán, intento hacer ver las
ventajas de todo orden —laborales, empresariales, económicas, políticas y humanas— que
implica este sistema, en la medida de su plena aplicación. Pero no pretendo señalarlo como
“la manera” de lograr esos propósitos, puesto que cada empresa verá qué integra y cómo en-
sambla las variables en el mecanismo que sea más idóneo para su propia realidad. El mode-
lo de Titán, como todo modelo, ofrece ventajas, pero también puede presentar inadvertidas
desventajas para otras organizaciones. Sin embargo, hay que insistir en que la implantación
de cualquier sistema debe mantener como objetivo básico el involucrar la menor cantidad
de instancias de subjetividad o arbitrariedad empresariales posibles, y que en los casos en
que alguna variable deba ser asignada desde fuera de la empresa, la determinación de su
valor se efectúe a través de negociaciones entre la organización y los trabajadores, si es
que el mercado no puede proporcionar de algún modo indicadores válidos al respecto. Así
y todo, se debe siempre mantener el principio de igualdad de géneros, tanto en lo humano
como en lo operativo y económico.

Definiciones

1.1 Ingreso por producción

Corresponde al ingreso que el trabajador productivo obtiene por el trabajo directo que realiza,
vía tratos individuales o grupales. Para determinar este factor de la estructura de ingresos se
valorarán los trabajos físicos individuales o grupales de tal manera que representen aproxi-
madamente entre el 55% y el 65% del total de los ingresos, de acuerdo a valores de mercado.

1.2 Ingreso por las ventas

En este caso, el ingreso del trabajador productivo, en la proporción asignada, variará de acuer-
do al volumen de ventas de la empresa en períodos determinados.

1.3 Ingreso por el margen

En este caso, un 20% del ingreso del trabajador variará de acuerdo al margen operacional que
se genere entre un determinado período y el siguiente. Sin embargo, la modalidad de cálculo
podría basarse en el valor histórico absoluto con algunas condiciones de borde, o en la diferencia
entre un período y otro. De esta manera, los cambios en las ventas que no involucren mejoras
o empeoramientos del margen porcentual de la empresa, no serán considerados en el cálculo.
Veámoslo a través de un ejemplo. Supongamos que las ventas de un período trimestral
ascendieron a $ 1.500 millones, con un costo de producción de $ 1.230 millones, y que en
el período siguiente aumentan a $ 1.700 millones, con un costo de producción de $ 1.394
millones. Si se considera ese cambio en su valor absoluto, podría pensarse que la empresa

561
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

está mejor, pues aumentó su margen de $ 270 millones a $ 306 millones, y que se debe pagar
más a los trabajadores por ese concepto. Pero analizando más a fondo, se advierte que el
aumento del margen ha sido causado exclusivamente por un aumento en las ventas, ya que
en ambos períodos el margen representa un 18% de ellas, y no por una mayor eficiencia. En
este ejemplo, la variación entre los márgenes entre ambos períodos es igual a cero. Por esta
razón, sólo se tomará en cuenta el cambio ocurrido entre los porcentajes de margen, no en
los valores absolutos de las ventas.
Hago presente que las utilidades o márgenes de la empresa pueden ser considerados es-
tratégicos, de manera que la fluidez de la información no se logre con tanta facilidad. Otro tan-
to ocurre con la cantidad y calidad de información que es necesario entregar a los trabajadores
respecto de estos dos ítems (utilidad y margen), pues debe ser “entendible” para ellos; de otra
manera pueden sentir que la información es manipulada por la administración para mostrar
menos utilidad o margen y así pagar menos participación. De hecho se hace, pero con otro
objetivo: pagar menos impuestos. Estos riesgos ratifican dos cosas: que es importante realizar
cursos de capacitación básica tanto en contabilidad como en ética laboral.

Conclusiones

Sorprenderá al lector que se diga que esta formulación es sencilla. Pero en realidad lo es, pues,
si se aplica en forma objetiva, integrada, y haciendo uso del software adecuado, la aplicación
se simplificará, se conseguirá una voluntad de trabajo simplemente sorprendente, y terminará
por arte de magia el ambiente de sospecha y desconfianza entre trabajadores y empleadores.
Sin embargo, es importante reiterar que cada variable debe actuar independientemente, y sus
efectos no deberán influir en las otras. En otras palabras, cada uno de los factores debe quedar
aislado de los demás para efectos de cálculos, a fin de evitar el loop aritmético ya señalado, y
sólo una vez que eso esté resuelto, se podrán abordar los cálculos interrelacionados. De otro
modo, se producirían colisiones o superposiciones, que podrían provocar un efecto de espiral
exponencial difícil de controlar; por eso es conveniente que tanto los ingresos-resultados del
trabajador como el retorno económico del capital se liquiden escalonadamente y por etapas,
o bien por la diferencia producida en los datos de las variables, de manera de ir controlando
paso a paso los intereses del capital y de los trabajadores.
Creo que está demás repetir que los porcentajes que aquí se indican son sólo sugerencias,
pues el verdadero objetivo es que todas las dimensiones valorativas y operativas del traba-
jador queden acogidas y proporcionalmente expresadas, esta vez matemáticamente. Sería un
error dejar cualquiera de estas variables fuera de la estructura, ya que cada una representa un
área operacional de la empresa, y al mismo tiempo un escenario operativo respecto del cual el
trabajador tiene que discernir, para crear las modalidades prácticas que le permitan alcanzar
ahí el máximo de eficiencia, cualquiera sea el área en que le toque desempeñarse.

2. Trabajadores administrativos

Su estructura de ingresos será igualmente variable, y se configurará por su nivel funcional


individualmente diferenciado, y luego por la suma de seis resultados, correspondientes a
seis ítems distintos.

562
Sebastián Burr

2.1 Nivel funcional

Determinará el rango o nivel de participación individual del administrativo con respecto al


ingreso global del departamento respectivo, o bien al total de la empresa. Constituirá una
estructura estable, pero diferenciada entre uno y otro según las funciones que cada cual
cumpla en la empresa.
Los seis resultados se obtendrán de las siguientes indexaciones:
1. Un monto límite en su cota inferior, cercano al 25%, y en su cota superior, al 40% del
total de lo que su valor de mercado indica.
2. Un factor relativo al margen.
3. Un factor relativo a las ventas
4. Otro relativo al índice de producción.
5. Otro relativo a la evaluación de la empresa y/o de los trabajadores que la integran.
6. Un último parámetro relativo a la cesantía sectorial y/o nacional.
Las ponderaciones o incidencias porcentuales respecto a cada parámetro serán diferen-
tes para cada departamento, y dentro de cada departamento distintas para cada administra-
tivo, dependiendo de su cargo y sus responsabilidades directas, y del valor que el mercado
paga por esa función. Así por ejemplo, los administrativos del departamento de adquisicio-
nes tendrán una mayor ponderación sobre el margen de la empresa, una intermedia sobre
los parámetros productivos y una menor sobre las ventas. Los del departamento de personal
tendrán mayor ponderación en el ítem producción, una participación de tipo intermedio res-
pecto al margen y una menor respecto de las ventas. Específicamente, esas ponderaciones
deberán ser estudiadas y establecidas por la empresa y los trabajadores, considerando las
necesidades de la organización y de sus respectivos departamentos, así como las aptitudes
de los empleados que los integran.
El procedimiento para determinar los ingresos por las ventas y por el margen será similar al
que se empleará en el caso de los trabajadores productivos. La única diferencia será que el por-
centaje que representará cada uno de estos ítems en el ingreso total variará según la categoría del
trabajo y del trabajador administrativo, individualmente o por departamento. De esta manera,
la estructura será muy parecida; sólo cambiarán los porcentajes de incidencia de ambos ítems.
El ingreso por producción es más complejo de determinar, pues, en el caso de los tra-
bajadores administrativos, es prácticamente imposible medir la producción global y la pro-
ductividad individual. No se puede, por ejemplo, medir el rendimiento de una secretaria a
través de los fax mandados, las llamadas recibidas, o la calidad de su atención a los clientes.
Lo mismo sucede con todo el resto de los administrativos. En vista de ello, la parte de su
ingreso vinculada a la productividad física se conectará con la producción de los trabajado-
res operarios. Así se completará para el administrativo una estructura en el que se integrarán
una valoración de su trabajo personal, el desempeño de la empresa —medido a través de la
venta y el margen—, y el rendimiento productivo físico alcanzado por los trabajadores pro-
ductivos, que de algún modo es también indicativo de la mayor o menor cantidad de trabajo
realizada por los trabajadores administrativos.
A fin de esclarecer aún más lo relativo a la estructura de ingresos de los trabajadores
administrativos, me parece conveniente agregar al respecto otras consideraciones, y también
algunos cálculos basados en casos hipotéticos.
Dado que la incidencia de cada función administrativa en el resultado global de la em-
presa es diferente, se requiere abordar también diferenciadamente la estructura de ingresos
de cada una de ellas.

563
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

¿Cómo encuentra su resultado IVMID el departamento de adquisiciones de una empre-


sa? Primero hay que preguntarse qué es lo que queremos y nos interesa técnicamente de un
departamento de adquisiciones y del personal que lo integra. Mi respuesta es que, aparte de
necesitar que compre oportunamente (just on time), a los mejores precios y calidad posibles,
se requiere que esos administrativos visualicen el total de la gestión: los requerimientos y ex-
pectativas del cliente, la optimización económica de la producción, el cumplimiento riguroso
con los proveedores, la rentabilidad de la empresa, las variables externas señaladas por la
economía, los factores políticos en juego que pueden afectar su acción, y así puedan decidir
si anticipan o bien dilatan una compra determinada. Esa autonomía pretende que se hagan
capaces de cumplir un rol estratégico, dejando de ser meros ejecutores de pedidos de otras
áreas, y transformándose en indagadores y proponedores permanentes. Demás está decir que
esta funcionalidad es análogamente válida para todos los departamentos y las personas que los
integran: ventas, marketing, estudio de proyectos, producción, etc.
Ahora bien, el departamento de adquisiciones encontrará un resultado que se devengará
como primer rango de importancia de una fórmula porcentual de lo que ocurre en cuanto al
margen de la empresa; en segundo lugar, con respecto a los niveles de venta; en tercer lugar,
con respecto al volumen monetario transado entre la empresa y los trabajadores productivos
por las diversas fabricaciones (o por los servicios que preste la organización), y con respecto
a los parámetros micro y macroeconómicos. La porcentualidad de cada uno de estos factores
en la ecuación total deberá ser determinada en cada caso. Pero un criterio básico diría que
el factor de mayor relevancia en la estructura de ingresos del personal de adquisiciones es el
porcentaje atribuible al margen; la segunda importancia corresponde al porcentaje imputable
a los niveles de ventas; en tercer lugar, el porcentaje asignable al volumen de producción; y en
último término, los parámetros exógenos signados por la macroeconomía y el correspondiente
a la evaluación de cada trabajador. Ese parámetro de evaluación está reservado a la dirección
de la empresa, y es relativamente sencillo, pues sólo pretende evaluar la actitud del trabajador
en general: su calidad humana, su voluntad de colaboración con sus compañeros de trabajo,
y aquellas actitudes no susceptibles de ser económicamente registradas por los otros conside-
randos ya señalados. Es decir, evaluar el plano valórico, pero desde el punto de vista de los
objetivos integrales de la empresa. Esa evaluación no debe afectar un rango mayor a 6% ni
menor a 4% de toda la estructura de ingresos del trabajador.
Como ya se dijo, un indicador a través del cual el trabajador puede medir o percibir la
gestión sociopolítica y el manejo de la micro y macroeconomía son los índices de cesantía538,
pues de algún modo reflejan la conducción real de los asuntos públicos. Agregaremos enton-
ces este factor a nuestra fórmula, indexándolo a un 12% del total del ingreso-resultado. Pero
para que este factor juegue de una manera más fina, lo lógico es subdividirlo en sectorial, na-
cional e internacional —este último, si es que cabe hacerlo—, asignándole al sectorial un 50%
de ese 12%, al nacional un 30%, y al internacional un 20%, todo para comparar en términos
relativos la calidad de nuestra propia acción socioeconómica. Estos porcentajes podrán ser
modificados en cada empresa, según su venta esté orientada al mercado nacional o mayorita-
riamente al mercado internacional, o bien de acuerdo a una proporción de ellos.
Ahora bien, siempre en un plano hipotético, vamos a partir del supuesto de que un óptimo
de tasa de desempleo en el país es un 3% real, de modo que ese 3%, para los efectos de este
mecanismo variable por resultados, equivaldrá a cero. Por lo tanto, dentro del contexto de una
economía sana, una tasa de desempleo del 15% sería evaluada como muy mala. ¿Cómo conec-
tar dicha tasa con el 3% que estimamos como óptimo, y luego imputarla a las remuneraciones?
538 El índice que parece ser más confiable es el que emana del Dpto. de Economía de la U.de Chile, o bien de la Sofofa.

564
Sebastián Burr

Me parece que en el caso de aumento de la tasa de cesantía (sectorial, nacional y/o internacio-
nal), el trabajador debería ver afectada la parte correspondiente al 12 % de su estructura de in-
gresos en proporción directa a la reducción o aumento de dicha tasa, en una escala ascendente
y descendente relativamente sencilla de elaborar.
A través de este mecanismo los trabajadores serán capaces de verificar si el gobierno de
turno está cumpliendo o no un buen papel respecto a la micro y macroeconomía, si los facto-
res que están repercutiendo en sus resultados son o no de índole internacional, o si el empre-
sario está desarrollando o no una eficiente gestión, y asimismo constatar, en caso de que todos
esos factores funcionen positivamente, qué es lo que está ocurriendo con sus propios aportes.
De esta manera se constituirán en personas que participan de la economía general, y por fin
en interlocutores válidos en los más diversos planos, y adquirirán la categoría social, política
y económica que siempre debieron haber tenido.
El caso de los administrativos contables requiere un tratamiento especial, dado que
ellos manejan directamente la información que determinará los valores sobre los cuales
se aplicarán todas las mediciones y cálculos conducentes a fijar los ingresos-resultados de
todo el personal de la empresa, y el necesario y legítimo retorno de utilidades que el capital
demanda. Considerando la condición de juez y parte de esos administrativos, me parece
necesario y prudente que esa gestión sea contratada en forma auditada y externa, dejando
dicho departamento fuera de la empresa.
Un objetivo nuclear de este sistema es generar ambientes de libertad que instalen abier-
tamente a los trabajadores en el ámbito de las preguntas, sobre todo en las que se refieren al
por qué y al pará qué de todo lo que ocurre, y de esa manera vayan adquiriendo una capacidad
de reflexión y anticipación a los problemas, pues de ahí nacen las expectativas, la intencio-
nalidad y los verdaderos procesos del aprendizaje. De todo el aprendizaje, puesto que toda
experiencia, cuando es activa, no sólo genera un aprendizaje de primer y segundo grado, sino
que además se agregan —no racionalizadamente— muchas derivadas que quedan disponi-
bles en la memoria para ser activadas en cualquier tipo de asociación analógica. Así, nuestro
entendimiento se expande, pues absorbe “como de pasada” esos planos indirectos, a veces
más relevantes que el primero, junto con las circunstancias que los configuran. Ese mismo
dinamismo desarrolla también el sentido de la anticipación, y en un orden de prioridades que
el sujeto “archiva” inconscientemente para después ir rescatando ese back ground y conectán-
dolo con lo que hace y con lo que sucede en su plano inmediato de acción. Así “todo puede
ser conocido”, pues la capacidad de analogar del hombre es mayor cuando el entendimiento
tiene más elementos silogísticos de trasfondo con qué reflexionar.
Sólo a través de esa dinámica activa/reflexiva el trabajador podrá tomar conciencia per-
manente de las potencialidades que necesita desarrollar para cubrir cada vez mejor esos re-
querimientos que él mismo anticipa y va descubriendo, y entenderá que son cruciales para su
propio crecimiento laboral y humano.
El ideal en las empresas es que los trabajadores compartan los deseos del cliente, la inten-
cionalidad de los ejecutivos y la óptica de los accionistas; que vivan y entiendan el significado
del retorno al capital y la generación de rentabilidad, y finalmente, si lo que hace o no hace el
gobierno de turno es lo que requiere el mundo del trabajo y de la empresa para operar integral-
mente. Esos cambios mentales no son algo que el trabajador pueda lograr a través de charlas
o manuales de operaciones, o por medio de instrucciones jerárquicas al respecto; se aprenden
viviéndolos en primera persona todos los días y en cada acción, por pequeña o grande que sea.
Las fórmulas desarrolladas anteriormente respecto de la estructura del ingreso no pre-
tenden ser de alta matemática; son simplemente una aplicación proporcional analógica y de

565
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

sentido común. Incluso es posible que cualquier mal período productivo pueda ser revertido
por el trabajador, pues la evaluación comienza de cero cada cierto tiempo. De esta forma,
el total de los trabajadores, junto con los empresarios y el sistema político-económico, esta-
rán integrados, conformando un cuerpo orgánico, metabólicamente dinámico. Nadie podrá
sentirse fuera del sistema o falto de oportunidades, ya que ningún factor dejará de estar
permanente y proporcionalmente considerado; los resultados, cualesquiera que sean, serán
de todos y para todos, directa e indirectamente, repartidos en proporción según su propio
esfuerzo y de acuerdo a lo que cada uno sea al todo, tanto respecto a los otros trabajadores
como al capital en riesgo.
Sinceramente, creo que es difícil encontrar otro camino para alcanzar la unidad e in-
tegración entre trabajo, capital, mercado y sociedad. También este mecanismo servirá para
prepararse adecuadamente a cualquier irrupción de oferta laboral que provenga del exterior,
ya sea de profesionales como a través de productos. A estas alturas de la globalización y del
consiguiente perfeccionamiento de la oferta y la demanda, nadie puede suponer que no se
perfeccionarán también en algún momento la oferta y la demanda laborales, incluso con la
venida de trabajadores, técnicos y profesionales de otros países.

El acceso de los trabajadores a la propiedad

Como lo anuncié anteriormente, voy a exponer ahora la propuesta relativa al acceso de los
trabajadores a la propiedad de la empresa.
Lo primero que hay que decir al respecto es que la propiedad, para poder exigir que sea
respetada, debe sustentarse en sus fundamentos últimos, que son metafísicos y que emanan de
la naturaleza misma del hombre. Por eso considero necesario abordar también en el presente
capítulo este tema primordial y connatural al ser humano, proponiendo un procedimiento
igualmente técnico para el acceso gradual y proporcional de los trabajadores a la propiedad
de la empresa, en tanto las partes lo acuerden libremente, y en la medida en que la empresa
crezca patrimonial, económica y objetivamente, que dicho plan se desarrolle a partir de la
implementación de un sistema IVMID por resultados, y que se haya cumplido sin problemas
un ciclo de operación de al menos cinco años.
Ya ha quedado suficientemente esclarecido que propiedad es análoga de capital, capital es
análogo de trabajo, y trabajo es análogo de hombre. Por lo tanto, dicho acceso es la culminación
lógica de todo nuestro replanteamiento empresa-trabajo. Y esta instancia debe ser también aco-
gida, por pequeña que resulte dicha participación en comparación con los derechos del capital.
El período de transición debe abordarse a través de un proceso sensato y coherente, que
no lesione los legítimos derechos del empresario: su capital, su libre iniciativa y su autoridad
dentro de la organización.
Esta parte de la propuesta es absolutamente optativa, y parece razonable ponerla en mar-
cha sólo en tanto la unidad entre trabajadores y empresarios se haya efectivamente conse-
guido después de haber implementado exitosamente el sistema participativo IVMID por al
menos unos cuatro o cinco años. Se requiere que se haya consolidado una cultura de unidad,
solidaridad, justicia, lealtad, productividad, comunicación, y sobre todo una comprensión uni-
taria e integral de la realidad sociopolítica, micro y macroeconómica, etc.
El acceso gradual y sistemático de los trabajadores a la propiedad del capital de la em-
presa podría verificarse más o menos de la siguiente manera, pudiendo por supuesto existir
otras formulaciones:

566
Sebastián Burr

Supongamos una empresa cuyo capital asciende a US$ 15.000.000 y en la cual trabajan
150 personas entre productivos y administrativos, que perciben en un año determinado, por la
vía de resultados variables, un monto de aproximadamente US$ 1.500.000. Quiere decir que
esos trabajadores representan de algún modo en ese año un 10% del capital. Por otra parte,
siendo el capital US$ 15.000.000 y lo percibido por los trabajadores US$ 1.500.000, ´puede
estimarse que el capital representa ese año a 1.500 trabajadores.
Ahora bien, considerando que la tasa de rentabilidad más baja de una inversión es la que
paga un banco por depósitos, y que es del orden del 2% anual a valor presente, y que por otro
lado tenemos negocios de altísima rentabilidad, por ejemplo 40% anual, debemos primero eva-
luar el tipo de negocio en que estamos y su respectivo riesgo, para así poder convenir con los
trabajadores una tasa de rentabilidad estándar y objetiva, de acuerdo al riesgo, al valor tecnoló-
gico agregado, a las condiciones del mercado, etc. En este caso, vamos a trabajar sobre la hipó-
tesis de que esa tasa convenida de acuerdo a patrones estándar y en forma objetiva es del 18%.
Una vez terminado el proceso de reparto de resultados de acuerdo a mercado entre tra-
bajadores y capital, queda ahora por determinar el resultado de la sobrecapitalización o reva-
lorización del patrimonio. Si ese resultado supera el 18% esperado, y alcanza por ejemplo un
26%, la diferencia de los 8 puntos debe repartirse entre las 1.500 “personas” representadas por
el capital y los ciento cincuenta trabajadores reales. Es decir, entre 1.650 personas.
Esto significa que el capital verá incrementado su patrimonio en un 91% del excedente (en
cifras redondas), y que el capital humano participará en la nueva generación de propiedad en
un 9%. La repartición de ese 9% entre los trabajadores se hará otra vez en proporción al por-
centaje ganado por cada uno de ellos respecto del monto total de US$ 1.500.000. Esto quiere
decir que, de acuerdo a lo que cada uno es al todo, será cada uno al 9% del total del excedente,
porcentaje que en nuestro ejemplo equivale a US$ 109.000. De esta manera, si un trabajador ha
obtenido US$ 20.000 del total de US$ 1.500.000 pagados al total de los trabajadores, quiere de-
cir que participará en un 0,01333% en la propiedad de capital generada por el 9% de excedente
correspondiente al estamento laboral. Técnicamente, ese trabajador obtendría una capitaliza-
ción de US$ 1.456, la cual, proyectada a 30 años de trabajo, le significaría un capital de US$
43.680, más la sobrecapitalización que pudiere producirse sobre esta nueva base.
Una pregunta natural es ¿cómo se compatibiliza el hecho de ser por una parte trabajador y
jerárquicamente dependiente, y por otra parte propietario del mismo ente en el cual se trabaja?
Para que esta fórmula opere eficazmente, deben separarse claramente estas dos ca-
tegorías. La primera funcionará bajo un régimen de leyes laborales que enmarquen ope-
rativamente un sistema de este tipo, y la segunda, de manera similar a cómo funciona el
sistema de acciones privadas, con una pequeña salvedad: que si el trabajador desea vender
sus acciones, la primera prioridad de compra la tendrán los otros propietarios o los demás
trabajadores, y sólo después, y a igualdad de condiciones, el mercado abierto. El objetivo de
esta condición es evitar que por ese medio el patrimonio de la empresa pueda ser permeado
por sus competidores o por compradores hostiles.
Este mecanismo de participación por resultados en los beneficios económicos y en
la propiedad de la empresa presenta además otra gran ventaja: si decae notablemente la
actividad de la organización, el empleador no necesitará recurrir en una primera etapa
—salvo que sobrevenga una situación más extrema, o lisa y llanamente el colapso total— al
expediente del despido, ya que los ingresos estarán ajustándose permanentemente a las fluc-
tuaciones de la realidad. En segundo lugar, de ocurrir una baja en la demanda, los trabaja-
dores, al no haber sido despedidos, no quedarán desconectados de la nueva situación, como
actualmente ocurre, y de seguro discurrirán por su cuenta diversas fórmulas para revertirla,

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

pues ahora entenderán que el problema es de todos y no sólo del propietario. A partir de
ahí, muchos controles burocráticos se harán innecesarios, y muchas iniciativas que por la
desconfianza no podían ser implementadas, ahora podrán serlo, por el simple hecho de que
se habrá logrado la unidad operativa y valórica.
Por otra parte, el sistema de fiscalización cambiará en 180 grados, ya que cada trabajador
se constituirá en su propio fiscalizador, y en cierta medida en el de los demás. Todo su desem-
peño estará determinado por sus respectivas capacidades y por la decisión de aprender nuevas
cosas y anticiparse, y no ya por la animadversión o el antagonismo tradicionales.
Ahora bien, si la demanda decrece dramáticamente, y esa recesión se constituye en un
estado crónico, habrá que revisar “la torta y la cantidad de comensales”, y ver si se dan las
condiciones mínimas para seguir operando la empresa de manera que resulte viable, pero con
un menor contingente de trabajadores. Lo que no debiera hacerse, salvo cambios también
dramáticos y crónicos en las condiciones del mercado, y que así lo ameriten, es modificar los
porcentajes predeterminados en función de la venta, el margen, la producción, los índices de
cesantía y la evaluación interna individual. Por el contrario, si la demanda crece ostensible-
mente, tampoco se deben variar esos porcentajes; hay que ampliar primero las capacidades
de los trabajadores. Sólo en el caso de que el personal habitual de la empresa no quiera o no
sea capaz de abordar eficiente y oportunamente la cantidad adicional de tareas que esa nueva
demanda genere, se recurrirá a contratar nuevos trabajadores, que se incorporarán también
bajo el régimen IVMID, sin que eso signifique un aumento de costos, pues, como dijimos, la
empresa paga productos fabricados o tareas ejecutadas, y no personas.
Si este sistema lograra aplicarse en forma generalizada, prácticamente no existirían los
reajustes salariales por convenios colectivos u otras formas de acuerdo, porque la componente
costo laboral estaría completamente indexada. En virtud de este mecanismo, los ingresos de
los trabajadores se verían automáticamente “reajustados” momento a momento, en forma as-
cendente o descendente, y la actividad sindical tendería a convertirse en una labor de apoyo a
la formación laboral, esta vez bajo un común denominador: el yo común empresa-trabajadores.
Cuando llevábamos a cabo la transición en Titán, la condición que inmediatamente
exigía el trabajador que pasaba del salario fijo al variable era que la empresa corrigiese
diversas situaciones de carácter administrativo, tecnológico o comercial. Y cada uno men-
cionaba como término medio un listado de ocho sugerencias. Ante dichas “demandas”,
yo le preguntaba a cada cual: “¿Por qué, si has estado aquí tanto tiempo, jamás propusiste
corregir nada de todo esto?” La invariable respuesta era un mero encogimiento de hombros.
Creo que en esa actitud no había mala fe; simplemente, los trabajadores ni siquiera habían
pensado en todas aquellas proposiciones/exigencias, o bien las habían pensado, pero esti-
maban que no les correspondía hacerse cargo de ellas. Sólo se les hizo necesario hacerlo
cuando se vieron incorporados a una participación por resultados.
El sistema actual de relaciones laborales es contra natura, y por lo tanto amoral: no per-
mite que se activen la intencionalidad, las expectativas ni el sentido de anticipación; supone
que ambos bandos se quieren hacer daño el uno al otro, y está regido por una ley laboral pro-
mulgada a modo de armisticio; un frágil tratado de paz sobre bases falsas y muy injustas, sin
entender que se debe encontrar un cuerpo legal que acoja la verdadera génesis del trabajo y la
operatoria natural del hombre en ese quehacer, conectada con una realidad más extensa que el
reducido contexto laboral de la sociedad salarial. Digámoslo de otra manera: lo que es y lo que
llamamos empresa, concepto que incluye a todos los que la configuran, no tiene un sistema
legislativo que le permita serlo. Tenemos entonces que corregir la ley, pues de eso depende
la supervivencia misma de las empresas chilenas, sobre todo la de las pequeñas y medianas.

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Sebastián Burr

Indemnización por años de servicios. Seguro de cesantía, capacitación y retiro.

Respecto al debatido y confuso tema de la indemnización por años de servicios, creo que
también requiere una reformulación que le dé un auténtico sentido. Lo primero para eso es
definir exactamente el propósito que persigue, es decir, su concepto esencial. De la manera
cómo hoy se maneja este mecanismo, parece más el financiamiento de uno o más años sabá-
ticos que una garantía o protección social. Así, muchas veces el trabajador se hace despedir
para obtener ese monto, que a la postre termina invirtiendo en consumo, no en respaldo para
subsistir él y su familia mientras encuentra otro trabajo, ni menos en reactualizarse profe-
sionalmente para así poder tener nuevas opciones laborales. Por otra parte, el solo hecho de
que la indemnización esté indexada a las remuneraciones regulares, induce al empresario
a no aumentarlas, incluso pudiendo hacerlo. Se provoca así el mismo efecto disuasivo, en
cuanto a aumentar los salarios, que produce la imposibilidad legal de reducirlos en los pe-
ríodos de contracción económica de la empresa o del país.
Por otra parte, el derecho a la indemnización, siendo ambiguo y eventual, hace la mayoría
de las veces que el empresario no lo considere en sus costos, y por lo tanto no aprovisione
fondos para ese gasto. De esa manera, cuando llega el momento de tener que despedir, busca
subterfugios para hacerlo sin pagar. Además, en las empresas medianas y pequeñas suele darse
el caso de que el trabajador, cuando ha acumulado once años de servicios o poco menos, trabaja
mal, sabiendo que si lo despiden se irá con un premio. Por último, el empresario se ve impedido
de reemplazar al personal ineficiente que ha cumplido una cierta cantidad de años de servicios,
por el enorme costo que implica cada despido, más aún en épocas de crisis económica, y sobre
todo para la mediana y pequeña empresa. Todo esto perpetúa un círculo perverso, escandalosa-
mente improductivo, y agrava aún más la relación antagónica entre empresario y trabajadores.
Esta insana situación no puede continuar. Afecta gravemente a la economía nacional, a
los propios trabajadores, y pone en riesgo la supervivencia misma de las pequeñas y medianas
empresas. La indemnización debe replantearse por completo, constituyéndose en un seguro
de cesantía, capacitación y retiro que no limite la libertad de ninguna de las partes. Dicho
seguro debería tener un financiamiento tripartito, al que concurran en partes proporcionales el
empresario, el trabajador y el Estado, con un monto mensual porcentual al ingreso imponible
de cada trabajador. Debe constituir un costo real para todos los empresarios, y cubrir o permi-
tir los siguientes eventos: 1) que el trabajador pueda ser despedido sin causales establecidas
actualmente por la ley, cuando el empresario lo considere conveniente o necesario para los
intereses de la empresa; 2) que el trabajador pueda optar tranquilamente a un mejor trabajo,
sin quedar “enganchado” en la expectativa de la actual indemnización por años de servicio;
3) que el trabajador pueda sostener económicamente a su familia durante un período mínimo
de 4 meses, siempre y cuando se acredite un tiempo mínimo de permanencia en la empresa o
de actividad laboral. Mas allá de ese período mínimo, dependerá de los recursos acumulados
en el fondo; 4) que el trabajador pueda reactualizarse profesionalmente durante su cesantía,
cosa absolutamente necesaria y casi natural en una economía global y en constante cambio.
Ahora bien, ese fondo no debe quedar en manos de ninguna de las tres partes, sino de una
administradora regulada por ley.
El trabajador retirará todo el fondo acumulado cuando sea despedido e ingrese además en
algún instituto de capacitación acreditado, cosa que deberá certificar debidamente. Si no in-
gresa en ningún instituto, percibirá sólo la parte acumulada por él mismo y por el empresario.
Si se retira voluntariamente y se capacita, percibirá su parte personal y la parte del Estado, no
la del empresario. Y si se retira por su cuenta y no se capacita, recibirá sólo su parte personal.

569
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Por último, si llega al final de su vida laboral en la misma empresa, percibirá el fondo acumu-
lado personal y el del empleador. En caso de no ser utilizados los montos acumulados por el
aporte del empresario y el aporte del Estado, y el trabajador haya abandonado la empresa vo-
luntariamente, las partes empresarial y estatal del fondo retornarán a sus respectivos orígenes.
La fórmula de que el Estado financie una parte de este seguro de cesantía y capacitación
obedece a dos razones: 1) que si un trabajador queda cesante, hay ahí cierta responsabilidad
social del Estado, pues son los gobiernos quienes manejan la micro y macroeconomía, y sue-
len hacer un uso político del ámbito laboral; 2) que el mismo Estado se ha autoimpuesto tra-
dicionalmente la educación del ciudadano común, y queda claro que, si se produce el evento
del despido, es porque en alguna medida esa educación ha sido deficientemente entregada, o
han sido mal conducidas algunas de las variables anteriormente señaladas.
Un punto por analizar es si este fondo tendría un tope al alcanzar un volumen que permi-
tiera al trabajador afrontar o cumplir todos los anteriores objetivos. Y otro punto es cómo se
forma ese fondo mientras el trabajador inicia su vida laboral.
Aunque pueda despertar lógicas reticencias y desconfianzas, dado el peso que tienen en
nosotros los modelos por los que hoy se rigen la política, la economía y la actividad empresa-
rial, este cambio de enfoque y praxis, sea cual sea la fórmula concreta que pueda adoptar cada
organización para incorporarlo a su estructura y operatoria, nos permitirá por fin igualar los
géneros laborales, operativa y participativamente, bajo una misma y sola praxis laboral, rom-
per la barrera que mantiene estancado en la infraproductividad y en una subcategoría humana
al mundo del trabajo, y emerger hacia los nuevos niveles de competitividad que todo el país
necesita con extrema urgencia. Dichos niveles sólo se alcanzarán a través de una participación
laboral plena, pero proporcional, en los beneficios y en el capital de las empresas.

PROPUESTA MEDIOAMBIENTAL

Si se demostrara que la causa del calentamiento global que está afectando al planeta es la
acción depredadora del hombre, sería una muestra más del fracaso del modernismo y de
las filosofías materialistas, relativistas y desintegradoras que lo respaldan. Pero al margen
de dicho fenómeno, es evidente el daño que el modernismo le ha causado al ecosistema
desde que se instauró en Occidente: desaparición de la flora y la fauna en grandes áreas de
la tierra, y por lo tanto reducción de los pulmones verdes del planeta, contaminación de ríos
y napas por los residuos industriales, contaminación de los mares, polución atmosférica,
grave deterioro de la capa de ozono, uso indiscriminado de elementos químicos en la agri-
cultura y la alimentación, con desastrosos efectos en la salud humana, tales como el cáncer
y la obesidad, etc. Daños que nada tienen que ver con el calentamiento global.
El mundo natural no cuenta con un sistema moral y ético que lo defienda; permanece
librado a su suerte.
El proceso de depredación del medio ambiente consumado por el progresismo liberal-
socialista comenzó, como ya hemos visto, con la consigna de dominio de la naturaleza
proclamada por Francis Bacon y por el mecanicismo racionalista de Descartes. Siguió con
la sociedad comercial, industrial y salarial, adoptadas por el liberal-socialismo como uno de
sus “hijos” favoritos. El punto final ha sido separar al hombre de su hábitat natural, y con-
ferirle un carácter omnipotente, una carta credencial irrestricta para expoliar sus recursos a
su entero arbitrio, como si la naturaleza tuviera una capacidad ilimitada de resistir.

570
Sebastián Burr

El problema del materialismo es que, como sólo acepta la existencia de lo físico y niega lo
metafísico, es incapaz de integrar el total de la realidad en sus distintos dinamismos, y sobre todo
en sus distintas valoraciones, y deja siempre fuera la moral y la ética, dinamismos cruciales del
desarrollo humano y sociopolítico, absolutamente necesarios para la comprensión y el manejo de
todos los asuntos humanos. No entiende que la solución no está en las fórmulas empíricas, sino
en la integración entre mundo físico y metafísico, género humano y naturaleza, orden político y
bien superior, de manera que el hombre tenga algún tipo de referente objetivo inteligible, y no
siga siendo completamente autónomo respecto a sí mismo, arbitrario respecto a sus semejantes
y depredador respecto del mundo natural. Y como tiene a la mayoría de los ciudadanos sumidos
en la más precaria obscuridad respecto de su propia espiritualidad y de los asuntos inherentes a
la convivencia social y al orden natural, puede seguir abusando de la ignorancia generalizada, y
lo justifica con el argumento de que el mecanismo de la democracia lo valida.
Lo primero que debe tener claro la opinión pública, si es que quiere reorientar la cultura,
es que toda la realidad, tanto natural como sobrenatural, tiende al bien, de manera que el asun-
to crucial es el ensamble coherente de ambos planos. Lo segundo es que la crisis ecológica
que afecta al planeta no se debe plantear como una pugna entre buenos y malos, derechas e iz-
quierdas, que ha sido el gambito clásico con el cual el liberal-progresismo distrae y distorsio-
na la discusión de fondo. Hay que trabajar para elaborar una síntesis filosófico-antropológica,
y a partir de ahí establecer un sistema sociopolítico homogéneo, que integre inteligentemente
a todos los hombres y a sus instituciones político-trascendentales con la naturaleza.
Recordemos que la apertura del ADN reveló que el hombre es un “animal” que tiene un
parentesco estrechísimo con el resto de los seres vivos. A tal extremo que sus diferencias ge-
néticas con las especies animales no son superiores a un 0,2% o 0,3%, y sus diferencias con
los vegetales fluctúan dentro de rangos cercanos al 2%. En otras palabras, al hombre y a una
lombriz no los separan más que un 0,3% de diferencias genéticas. Y las que existen entre el
hombre y el más humilde arbolito no sobrepasan el 2%. La unidad biológica es evidente, y
por lo tanto el hombre y todo el resto de los seres vivos configuran una sola trama moral. Pero
nuestra superioridad intelectiva y volitiva, y el hecho de que tengamos conciencia, nos hacen
doblemente responsables del cuidado y preservación de todo el sistema ecológico. Aunque
hay muchos que niegan la espiritualidad humana, para mí ha quedado casi empíricamente
demostrada después de la apertura del ADN, en la que no se encontró ninguna inscripción
genética del entendimiento y de la voluntad humana.
En efecto, una vez que se consiguió decodificar por completo el genoma humano, los
investigadores se encontraron con algo completamente inesperado: las únicas funciones que
no aparecían materialmente escritas o codificadas eran justamente las facultades superiores
del hombre: el entendimiento y la voluntad. No podía ser de otro modo, pues su naturaleza
espiritual las hace ser inmateriales, y por lo tanto no pueden estar codificadas en el genoma,
que es sólo una molécula química y por lo tanto material. Sin embargo, se descubrió una zona
completamente en blanco, que ha hecho presumir dos posibilidades: o que el hombre no posee
aún capacidad para “leerla”, o que está prevista para acoger su evolución futura, pudiendo
encontrarse en ella cualquier “sorpresa”.
El gravísimo problema ecológico hay que atacarlo por varios frentes, empezando por
integrar las instituciones trascendentales de la sociedad para efectos de lograr coherencia
moral “en el todo”.
El fundamento primero y natural de la ecología humana es la familia. Es en el núcleo
familiar donde el individuo aprende a amar y a ser amado, a percibir y valorar las cosas
desde el punto de vista del bien y no sólo de su mera utilidad, a generar vínculos sociales y

571
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

comunitarios. El restablecimiento de la institución de la familia en todas sus funciones na-


turales es el paso primero e imprescindible hacia la solución del problema ecológico, puesto
que ese es el hábitat natural de la persona humana, que de ahí extrae enseñanzas morales,
para analogarlas después en su relación con el resto de la realidad.
En el mismo contexto institucional, debe prestarse también especial atención a la función
de ecología moral y social representada por el trabajo en cuanto praxis, a la formación ética y
moral de los estudiantes, y por último, a la conducción de los asuntos del Estado hacia el obje-
tivo supremo del bien común. El problema ecológico del planeta tiene implicaciones técnicas,
pero es esencialmente moral, y hay que situarse en esa perspectiva para poder resolverlo.
Para amistarse seriamente con la naturaleza y salir de la actual crisis ecológica, es indis-
pensable reconstruir moralmente la sociedad, pues la óptica moral afina el discernimiento del
bien en todos los ámbitos de la realidad, incluido el medioambiente, y asegura que el proceso
de restauración social concuerde plenamente con la justicia, la paz, la libertad real, la verdad,
y las aspiraciones de felicidad humana de todos. Unidad moral al final de cuentas.
¿Se imagina el lector en que podría consistir una emergencia medioambiental a nivel
planetario? ¿Se puede esperar que los que se hicieren cargo de esa emergencia tendrían la
capacidad de salvar el planeta sin violar además todos los principios ya mencionados? Sin
duda el problema puede ser doblemente fatídico si no se ataca desde ahora, y por la vía moral.
Tengamos presente que los líderes políticos, al igual que el resto de la población, son parte
de la misma cultura; no saben mucho más que el término medio de los ciudadanos. Sin embargo,
pese a que han sido elegidos y designados para organizar y dirigir el bien común, terminan regu-
lando todo tipo de cosas en la vida social. ¿Qué pasaría en una hipotética situación de emergencia
planetaria, que exigiera algún grado de restricciones? ¿Qué haría el poder político con los ciuda-
danos, qué maremágnum de regulaciones se le podría ocurrir con el pretexto de salvar el planeta?
El Estado es el primero que debe dar un ejemplo supraecológico, tanto moral como téc-
nico, asociando al hombre, al ciudadano, el orden político y la naturaleza de un modo claro
y categórico. Como ya se ha dicho, el punto de partida es reconocer la dimensión espiritual
o metafísica de la persona humana. Y reconocerla en el ámbito práctico, acogiendo efectiva-
mente el medioambiente como algo “prestado”, es decir, con criterios de explotación pruden-
tes, ejerciendo la autocontención y no aceptando las coerciones que puedan intentar imponer-
le ciertos intereses particulares, cualesquiera que sean.
Entrego ahora algunas proposiciones que pueden mejorar el manejo de la situación eco-
lógica en nuestro país, más allá de ciertas cuestiones técnicas que están siendo propuestas por
diversos especialistas.
1) Agregar un ramo de filosofía de la naturaleza en las mallas curriculares de los colegios
y universidades.
2) Modificar por completo los criterios y normas de regulación medioambiental, de
manera que lo excepcional no sea que las empresas productoras particulares y del Estado
cumplan con la normativa que determina la ISO 14000, sino que lo excepcional sea que no
cumplan con ella, y sólo en cuanto lo justifiquen razones superiores o circunstancias extraor-
dinarias enteramente calificadas, compensando además medioambientalmente y de un modo
certificado esa defección (bonos carbono, ecológicos, etc.).
3) Decretar la exención del IVA para todos los productos comestibles naturales que no ha-
gan daño a la salud humana y que no contengan proceso industrial alguno, salvo el embalaje
y el transporte. El propósito de esta medida, más allá de sus beneficiosos efectos en la salud,
es generar conciencia de que el mundo natural es nuestro gran proveedor de vida y además es
parte del metabolismo humano. Sin embargo, para que dicha exención no provoque efectos

572
Sebastián Burr

perversos en la economía, habría que fijar cuotas de exportación; de otro modo podría termi-
nar beneficiando a ciudadanos de otros países a costa del erario de nuestro país.
4) Disminuir los niveles de contaminación de las empresas y hospitales públicos a los
mismos niveles exigidos a los particulares.
5) Adoptar medidas eficaces para que la “cuenta” de los deterioros ecológicos no la
paguen materialmente los más pobres, que son los que menos contaminan por sus bajos
niveles de consumo.
6) No aplicar sólo medidas coercitivas, sino sobre todo trabajar para hacer surgir espon-
táneamente en la ciudadanía una suerte de autocontrol que inhiba las acciones depredadoras,
y a su vez un reeencantamiento respecto de su entorno natural.
Más allá de las anteriores sugerencias, orientadas a un mejor manejo de la ecología en
nuestro país, me parece oportuno agregar otras (propuestas ya por muchos expertos) que con-
sidero igualmente necesarias, tanto para Chile como a nivel mundial.
Reemplazar progresivamente las energías fósiles por la energía solar, geotérmica, eólica,
y por los biocombustibles. Pero habrá que asegurar, mientras se regula el mercado, que la falta
de granos no genere hambruna, sobre todo en aquellos países de economías muy precarias.
Fomentar aquellos cultivos capaces de generar materiales “plásticos” en polímeros obte-
nidos a base de maíz, biodegradables y compostables539.
Considerando el eventual derretimiento de los glaciares, y por lo tanto la poca viabilidad
que tendrían las represas hidroeléctricas en el futuro, hay que aumentar el uso hipercontrolado
de la energía nuclear, que es una energía “limpia”, que no produce gases con efecto inverna-
dero, y que es alrededor de un 30% más barata que la energía obtenida del gas, sin considerar
su inversión inicial, que es bastante alta. El único problema de la energía nuclear es el del
almacenamiento de los residuos, pues, si bien eso puede hacerse en forma segura, seguirán
emitiendo radiación540 por muchísimo tiempo. Pero ese problema es ciento por ciento con-
trolable. En el planeta existen actualmente 450 centrales nucleares, que suministran el 17%
del abastecimiento energético del mundo. En Francia, por ejemplo, el 78% de la electricidad
proviene de las 59 plantas nucleares que funcionan en ese país.
Reducir gradualmente el consumo de productos industriales. ¿Pero cómo lograrlo, cuan-
do el 12% de la población mundial de seis billones de personas consume en niveles que gene-
ran el 56% de la polución que contamina el planeta? ¿Es moralmente legítimo y políticamente
viable que ese 12%, conformado por los más ricos, les diga a los más pobres que se acabó “la
fiesta” del consumo, mientras ellos siguen consumiendo en igual medida, toda vez que, así
como lo indica la lógica, se va a intentar resolver la cuestión ecológica por la vía de sanear
los procesos industriales, y por lo tanto se encarecerán los costos y los precios, afectando a
los ciudadanos de más bajos ingresos? Pareciera que la cuestión ecológica está planteando un
requerimiento moral de dimensión planetaria: o se bajan todos del consumismo o no se baja
nadie, entendiendo que esa reducción drástica traerá enormes consecuencias económicas.
En todo caso, la opinión pública debe estar alerta y no dejarse manipular, tanto por los
detractores como por los aprovechadores de la alarma ecológica, que abusan indistintamente

539 Compostable: susceptible de transformarse en sustancias orgánicas para otros usos.


540 El uso pacífico de la energía nuclear cuenta con más de 50 años de experiencia. La seguridad de dichas plantas es uno de sus
más altos costos, tanto a nivel de puesta en marcha como de operación. Sin embargo, los residuos altamente contaminantes
pueden ser almacenados de un modo seguro en depósitos blindados y vigilados, no obstante que su ciclo completo aún no se
ha establecido, por la enorme cantidad de años que siguen en actividad. También pueden ser transformados en compuestos
estables, fijados en material cerámico o vidrio, encapsulados en bidones de acero inoxidable y enterrados a gran profundi-
dad en formaciones geológicas muy estables. En el mundo ha habido sólo dos accidentes en este tipo de plantas de energía:
Three Mile Island, en EE.UU., y Chernobyl en la ex U.R.S.S.

573
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

de la ignorancia ciudadana. En ese campo de batalla seguimos asistiendo al choque entre los
dos colosos: unos en procura del poder político y los otros en pos del poder económico; unos
tratando de exagerar el problema y los otros tratando de minimizarlo.
Independientemente de si el calentamiento global es causado por el hombre, la acción
humana en materia ecológica carece hoy de directrices morales a nivel sociocultural. En la
práctica, cada uno hace lo que quiere en materia ecológica, sin medir consecuencias ni hu-
manas ni medioambientales. Es necesario modificar culturalmente y de raíz esa negligente
permisividad, de manera que nadie pueda depredar el medioambiente sin recibir de inmediato
una severa sanción moral del resto de la sociedad.
La solución moral, que no puede ser coercitiva, tiene un gran requisito básico: integra-
ción de hombre, sociedad, ecología y sistema político, es decir, ecología moral para que haya
ecología social. Sólo entonces es esperable que haya ecología natural, si es que se desea de
verdad un cambio cultural en cuanto a la conservación del medio ambiente. No se puede re-
solver el problema medioambiental mediante soluciones exclusivamente técnicas; se requiere
sobre todo atacar drásticamente su génesis mediante una solución moral a gran escala. Esto
porque cualquier proceso contamina, incluso la fabricación de productos ecológicos y los
mismos programas de descontaminación.
Sin embargo, es también ilusorio creer que la crisis ecológica podrá solucionarse me-
diante una autorregulación ética espontánea del conjunto de la sociedad, por mucha cobertura
mediática que tenga el problema, porque la dispersión cultural es demasiado amplia y ruptu-
rista, y demasiados los intereses en juego. Lo que se requiere es una solución transversal de
carácter moral, que impregne toda la cultura. Es decir, proponer un por qué, un para qué y un
cómo amistar naturalmente al hombre con la naturaleza, para que todos usufructuemos de ella
y a la vez seamos sus guardianes “espirituales” y prácticos, sin perder la libertad.

ANALISIS SOBRE LA JUSTICIA

La justicia moderna no es más que un producto de la actual desintegración de la cultura en


Occidente y de las deficiencias sociopolíticas emanadas de ese quebrantamiento. Sufre defor-
maciones análogas a las que sufre nuestro sistema político, educacional, laboral, familiar, mi-
croeconómico, etc. En el caso de la justicia, sus más graves anomalías se derivan de un exceso
de empirismo traducido en positivismo541, en ideologismo y relativismo, sustancias tóxicas
que tienen enfermo a nuestro sistema judicial542. Es imposible sanearlo si no se aborda como
parte integrante de una reformulación general del resto de las instituciones que conforman el
orden social, sobre bases concretas de desarrollo moral y ético de las personas y de un bien
común político actualizado, que incorpore a sus requerimientos de siempre las instancias in-
éditas que está planteando el escenario contemporáneo. Es ilusorio esperar que la justicia sea
una suerte de isla incontaminada dentro de un estado de cosas altamente distorsionado, sólo
porque se supone que busca la verdad y el bien, cuando justamente la cultura y los sistemas

541 El positivismo legal empezó con Jeremy Bentham y su discípulo John Austin. En el siglo XX aparecieron además otros dos
positivistas muy influyentes: Hans Kelsen y H.L.A. Hart. Y todas sus teorías de aplicación vienen del apogeo del cientificismo,
teoría según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral, sin excepción.
542 El proyecto de reforma procesal penal consideró para la región metropolitana 1.000 procesos anuales por fiscal, y actualmente
cada uno de ellos tramita 1.500 causas, según informaron las fiscalías regionales metropolitanas del Ministerio Público en la
cuenta anual dada a conocer el 24 de enero del 2008. En ningún país latinoamericano un fiscal lleva más de 500 causas por año.

574
Sebastián Burr

institucionales que emanan de ella no están centrados en la verdad ni tampoco en el bien, sino
sobre todo en la manipulación, y en el interés más que en el bien humano y social real.
Por añadidura, hay una arista muy preocupante que está afectando la seguridad pública y
el prestigio de nuestros tribunales. Me refiero al diseño jurídico y la interpretación que se está
haciendo del cuerpo legal que conforma la reforma procesal penal. Hay que abrir un debate
conceptual al respecto entre los legisladores que estudiaron, redactaron y aprobaron dicha
reforma, el colegio de abogados y la asociación de fiscales y magistrados que interpretan y
aplican dichas leyes. No puede seguir ocurriendo que el único imputado que queda privado
finalmente de libertad (prisión preventiva) es aquel que tiene que ser sorprendido in fraganti
y prácticamente por el propio juez para ser declarado como un peligro para la sociedad. No
valen ya los testigos, los videos grabados por la policía que demuestran el delito flagrante, el
parte de carabineros, la reincidencia de los imputados, la clara intención de delinquir, la vio-
lencia contra las personas y la propiedad, las pruebas materiales, etc. Ese debate debe incluir
aclaraciones semánticas de ciertos términos escritos en la ley, y analizar cómo son interpre-
tados por los fiscales, los jueces de garantía y los que componen los tribunales superiores,
porque entre lo escrito y el espíritu de lo escrito puede existir una gran distancia, considerando
que el lenguaje también está relativizado. ¿Qué significa que un juez defina un asalto fallido
como “tentativo”, y mediante ese argumento deje libres a los asaltantes como si nada? ¿Es
que acaso detrás de lo “tentativo” no hay intencionalidad de cometer el delito, y no se dan así
todas las condiciones para que ese imputado sea declarado un peligro para la sociedad? Da la
sensación de que la mano “gramsciana” también está metida en esta reforma.
Como prueba de esta sistemática suerte de “denegación de justicia” está la estadística
referida a fallos laborales, que revela que en la nueva justicia laboral cerca de un 98% de los
fallos son en contra del empleador. Otra prueba es la de los tribunales de familia, cuya capaci-
dad ha sido sobepasada de tal manera, que para obtener audiencias hay que inscribirse en una
lista que prolonga la espera seis o más meses. Está también el caso del confeso pedófilo Zaca-
rach, las excarcelaciones a imputados en Arica por tráfico flagrante de drogas, y este notable
e impactante caso: entre el 30 de junio y el 2 de julio del 2007, 5 delincuentes (3 de ellos con
penas pendientes) hicieron un forado en algunos muros, que los conduciría a la bóveda del
Banco del Estado de Chile, sucursal Av. Matta. Pero al efectuar ese “trabajo” erraron el cál-
culo por 70 cms., y fueron a dar a una oficina contigua a la bóveda del banco. Varios vecinos
escucharon ruidos de taladros percutores y otras herramientas mecánicas, y dieron cuenta a
carabineros, quienes acudieron oportunamente, y tras una persecución por los techos aledaños
al banco lograron capturarlos. Hubo personas que atestiguaron contra los “boqueteros”, esta-
ban todas las pruebas materiales del hecho, fueron detenidos muy cerca del lugar, dos o tres
de ellos eran reincidentes, pero finalmente el juez los dejó libres, pues dictaminó que el delito
había sido sólo una “tentativa”, como si no hubiese existido una clara y rotunda intención de
robar el dinero guardado en la bóveda del banco.
Esta propuesta no pretende de ninguna manera negar el valor y la necesidad del derecho
positivo, que contribuye en gran medida a la mantención del orden social. Pero lo que sí pre-
tende, para lograr una verdadera justicia en los asuntos humanos y mejorar sustancialmente la
convivencia social, es ordenar las categorías involucradas en dicho concepto, y complementar
el derecho positivo con las exigencias morales que emanan del derecho natural543. Evidente-
mente, en sociedades tan complejas como las actuales, no es posible pretender que la justicia

543 Para el derecho natural, las leyes emanan de la naturaleza moral del hombre, y deben reflejar hechos y derechos naturales. Este
planteamiento se resume en que “una ley injusta no es verdaderamente una ley”, donde “injusta” se entiende como contraria a
la moral natural, pues la moral involucra la conciencia, el entendimiento, la inteligencia práctica, la intencionalidad, etc.

575
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

se rija exclusivamente por el derecho moral. Pero al mismo tiempo, como es necesario asegu-
rar la aplicación de justicia en cada caso y a cada persona, el derecho moral debe constituirse
en una suerte de modelo rector del derecho positivo, toda vez que la justicia debe primar sobre
la ley. Pues ese es el ámbito donde tienen lugar la intencionalidad y la elección de medios que
anteceden toda acción, y que son los factores determinantes que en último término establecen
en qué medida los actos humanos son justos o injustos.

Vargas Llosa y la justicia

En su misma participación en las Conferencias Presidenciales de Humanidades que se rea-


lizaron en La Moneda a comienzos del año 2003, el escritor peruano Mario Vargas Llosa
entregó su visión de la justicia a nivel latinoamericano. La siguiente es una síntesis de lo
que planteó en esa ocasión.
“Lo que ocurre con los policías ocurre también con otras instituciones, y el resultado
es aún más grave. La justicia, por ejemplo. La falta de fe en los tribunales, la convicción de
que los jueces, y todo el sistema de justicia, sólo existen para favorecer a quienes detentan
el poder político o el poder económico, y que los ciudadanos del común— los pobres y los
desvalidos—, si caen en los mecanismos judiciales, serán inevitablemente perjudicados, atro-
pellados y arrollados por los poderosos, es acaso la peor de las desconfianzas, pues si hay
algo absolutamente prioritario en una sociedad para que arraigue la cultura democrática es
el funcionamiento de una justicia equitativa, que dé a los ciudadanos la seguridad de que, si
son víctimas de abusos, pueden recurrir a los jueces en defensa de sus derechos. Si este sen-
timiento no existe, la legalidad se convierte en una ficción, en retórica y en gestos teatrales
desprovistos de consistencia y realidad. La idea misma de la ley se desnaturaliza por comple-
to. Nada ilustra mejor esto que una famosa afirmación de un senador gobiernista en el Perú,
en los años cincuenta, durante la dictadura del general Manuel Apolinario Odría: “Para los
amigos todos los favores. Para los enemigos, la ley”.
“Por eso, un sistema judicial eficiente y honesto, conformado por jueces probos e inde-
pendientes, capaces de resistir las presiones y tentaciones de los poderes establecidos, es una
de las prioridades básicas de una sociedad que lucha por su modernización. De hecho, es
inconcebible una vida económica sana y sólida, organizada en función de mercados libres y
competitivos, sin una justicia que garantice el respeto de los contratos. Y un sistema judicial
de estas características es muy difícil de implantar si no rodea a la actividad, nombramiento
o elección de los jueces, ese clima de confianza que induce a los ciudadanos a recurrir a los
tribunales cuando sienten sus derechos vulnerados y a acatar sus decisiones sin preguntarse:
“¿Cuánto le costaría a mi adversario esa sentencia?”
“No faltará quien se diga que, siendo así las cosas, no hay manera de salir del subdesa-
rrollo, porque, estando todas las instituciones desprestigiadas por su mal funcionamiento y por
la corrupción que las roe, todo intento de reforma de la policía, la justicia o la administración
pública está condenado a fracasar, debido, precisamente, a esa falta de confianza que todas
ellas despiertan en el público. En realidad, no es así. La desconfianza va desapareciendo siem-
pre y cuando las reformas sean simultáneas en todos los órdenes y los ciudadanos adviertan
que el empeño transformador y moralizador ataca al mismo tiempo todos los dominios de la
actividad pública, y se va abriendo paso en la sociedad la idea de que tan idénticamente pu-
nibles son los funcionarios, policías y magistrados corruptos como sus corruptores, aquellos
que aprovechan su poder político o económico para beneficiarse de este estado de cosas…”.

576
Sebastián Burr

Si bien no concuerdo con varias ideas de Vargas Llosa, cuyo liberalismo en muchos
casos no tiene fundamentos suficientes, y se guían más bien por lo política o culturalmente
“correcto”, concuerdo casi con todo lo que vimos en los tres párrafos anteriores, sobre todo
cuando dice que para resolver la desconfianza y lograr un efecto moralizador en el manejo
de las cosas públicas, se debe afrontar el problema de un modo integral y simultáneamente,
que es algo que este libro también propone.

La justicia, un imperativo crucial para el desarrollo humano


y la convivencia sociopolítica.

La justicia es uno de los imperativos cruciales de la convivencia humana; por lo tanto, banali-
zarla, o convertirla en un mero convencionalismo sociocultural, o en un simple lugar común,
es cometer la mayor injusticia concebible en una comunidad política.
No validar ni procurar el verdadero bien común, no instituir como eje central de la so-
ciedad a la familia y su insustituible función valórica, no proporcionar una educación que
de verdad desarrolle las facultades superiores de la persona, y cuya tuición esté claramente
en manos de los padres, impedir el desarrollo práctico de los trabajadores mediante una le-
gislación que atrofia sus capacidades intelectivas y funcionales, omitir la subsidiariedad del
Estado respecto del libre emprendimiento, no proteger los actos humanos moralmente bien
concebidos, no aplicar una justicia oportuna y proporcional, como sucede en la mayoría de los
fallos laborales, son otros tantos sinónimos de injusticia. De todas esas injusticias por omisión
(que por lo mismo no son percibidas como tales por un buen número de ciudadanos), el poder
judicial chileno es corresponsable, pues es un poder del Estado, al cual la sociedad le ha con-
fiado nada menos que la preservación y la aplicación de justicia. Y la justicia y la razón deben
prevalecer sobre la ley. En el plano personal, los atentados contra la vida, la violencia física y
psicológica, el resentimiento, la desidia, la manipulación de los demás, el engaño en los actos
y las palabras, la extorsión, el chantaje, etc., son patologías de la personalidad que derivan en
gran medida de un sistema político mal planteado, y por lo tanto injusto.
El derecho positivo no debe confundir colectivismo con bien común político. Un sig-
nificado esencial del concepto de bien común es que la sociedad es una asociación natural
instaurada para procurar el bien individual de cada persona que la forma. La persona no es
una molécula anónima y funcional de la sociedad, y la sociedad no es un todo que funcio-
na a modo de sujeto, absorbiendo a sus miembros como simples predicados de sí misma.
Si fuera así, la individualidad no sería posible, y tampoco la libertad de cada persona. Un
bosque, por ejemplo, no es una masa uniforme e indiferenciada de madera con follaje, sino
una suma de arboles individuales, cada uno con características enteramente propias. En un
bosque pueden coexistir una amplia variedad de especies arbóreas, y dentro de cada especie
árboles completamente distintos unos de otros. Cada ser humano es único e irrepetible, y
lo es también en su subjetividad, intencionalidad y circunstancias existenciales, y esa con-
dición se contrapone en buena medida al derecho positivo. El término “sociedad” designa
un conjunto de personas individuales y distintas, reunidas en torno a un bien común, pero
con finalidades, experiencias y apreciaciones propias. La sociedad es medio necesario para
el bien o perfeccionamiento de los hombres, en aquellos requerimientos que no pueden ser
satisfechos individualmente; no es un fin en sí misma. Los hombres no existen para justificar
una teórica excelencia o superioridad de la sociedad, sino para ejercer su libertad y dignidad,
y de esa manera desarrollarse humanamente.

577
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

El bien común tampoco es una entidad separada de los hombres; es una sumatoria de
logros y condiciones que beneficia por igual a todas las personas que conviven socialmente.
Pero los gobiernos liberales-socialistas suelen tergiversar el bien común político de una forma
casi grosera. De lo común hacen algo parcial, lo transforman en interés, y por último en bene-
ficio particular. Hay que reiterar hasta la saciedad que el hombre es el fin, la sociedad el medio
más importante, y la justicia la garante de la libertad y de la dignidad humana.
Los hechos mismos demuestran que, cuando se hace de la justicia un asunto cuyo manejo
queda entregado exclusivamente al positivismo, es cuando empiezan de verdad los proble-
mas, en todos los ámbitos de la sociedad. Y esos problemas pueden extenderse y aun agra-
varse indefinidamente, pues el costo de revertirlos es social, política y económicamente alto.
Debido a su colectivismo tipológico, el derecho positivo es muchas veces una suerte de tota-
litarismo jurídico. Pero a menudo se intenta encubrir su carácter totalitario descalificando el
individualismo, pese a que en la mayoría de los casos la conducta individualista es provocada
por la aplicación reduccionista y distorsionada del concepto de bien común. Esto ocurre cuan-
do a muchas personas tachadas de individualistas no les queda otra cosa que sobrepasar ese
“bien común”, estrecha y “dispersamente” aplicado, para lograr salir adelante con sus propias
iniciativas, impulsadas por la libertad y la expansividad propia de su naturaleza.
El precio que paga la sociedad bajo una justicia positivista es que de alguna manera cada
uno pierde su individuación, pues está bajo la égida sociológica, en la cual rige un derecho
plano que considera que la conducta de todas las personas debe ser prácticamente uniforme.
El sesgo totalitario del derecho positivo supone que los ciudadanos somos simples números
dentro de la sociedad, engranajes materiales y amorales de su estructura, con lo cual suprime
el ámbito real de la libertad humana. Uno de los problemas cruciales de las sociedades mo-
dernas es justamente la insana cantidad de impedimentos que han creado para el ejercicio de
la libertad, al extremo que un inmenso número de personas han dejado de hacerse cargo de sí
mismas y dependen casi por completo del asistencialismo del Estado.
Esa antinatural estructura sociopolítica impide a muchos ciudadanos ejercer una praxis
real de los principios de la justicia en sus actos diarios. Pero los tribunales, aplicando la letra
del derecho positivo, juzgan y condenan a menudo a gente que por su marginalidad socioeco-
nómica y cultural no tiene (y no puede tener) casi ninguna noción de justicia, pues vegeta
en la antipraxis y en la violencia impositiva de la sociedad salarial y de las desigualdades
socioculturales. En otros casos el derecho positivo traiciona a los legisladores, pues, como no
considera el derecho moral, los jueces se ven imposibilitados de aplicar las leyes cuando se
presenta una situación enteramente ética, pero que la ley sanciona como culposa544.

544 Uno de los tantos casos en que se hace patente la incapacidad del derecho positivo para tipificar completamente las conductas
humanas es el del accidente aéreo sufrido el 13 de octubre de 1972 por 45 personas entre pasajeros y tripulación, la mayoría de
ellas rugbistas uruguayos, al estrellarse en la cordillera de los Andes el avión en que viajaban a Chile. En el choque murieron
trece personas. Dos fallecieron durante la primera noche pasada a la intemperie, y otras dos al día siguiente. El sábado 21 murió
Susana Parrado, en brazos de su hermano Nando. El avión se partió en varios pedazos, y en la parte del fuselaje en que quedaron
los sobrevivientes había escasas raciones de comida, que se les acabaron rápidamente. Ante la inminente perspectiva de morirse
de hambre, el domingo 22 hicieron una reunión, y acordaron usar como alimento los cuerpos de sus compañeros muertos.
El lunes 23 se enteraron por un aparato de radio de que el servicio aéreo de rescate había suspendido su búsqueda,
en vista de los malos resultados obtenidos. En la noche del domingo 29, una avalancha de nieve sepultó a los que estaban
acostados dentro del fuselaje. Murieron ocho personas más, sobreviviendo sólo 19.
Al cabo de una serie de incursiones fallidas de algunos integrantes del grupo para encontrar quien los pudiera rescatar,
dos de ellos lograron tomar contacto con unos arrieros que dieron aviso a los carabineros del retén más cercano. A partir de
ahí se iniciaron los operativos de rescate, que finalizaron el 22 de diciembre. 16 sobrevivientes fueron rescatados, de los 45
que viajaban en el avión. Habían permanecido en la cordillera dos meses y nueve días.
El domingo 24, dos de los viajeros uruguayos regresaron a Montevideo; los otros lo hicieron días después.
El martes 26, el diario El Mercurio de Santiago publicó en primera plana una fotografía de los sobrevivientes y de
algunos restos humanos, mencionando el acto de antropofagia que habían cometido.

578
Sebastián Burr

El dramático caso relatado en la Nota N° 544 deja en evidencia cómo el derecho positivo
debe dar paso el derecho moral. Un derecho que evalúe la intención del sujeto y la totalidad
de las circunstancias y los medios utilizados, de acuerdo a la condición moral del hombre y
a la ética social, y no aplique rígidamente normas técnicas de tipo genérico. Los rugbistas
uruguayos cometieron antropofagia, y la antropofagia está tipificada como delito mayor. Sin
embargo, en el caso descrito nadie fue acusado, y menos sancionado. Por supuesto, cómo
iban a serlo, si de alimentarse de esos cuerpos sin vida dependía su propia supervivencia,
encontrándose extraviados en la alta cordillera, sin ningún tipo de alimento y sin esperanza
alguna de ser rescatados. Lo que hicieron fue un acto de conciencia, que ciertamente involu-
cró la moral. Es dudoso que haya personas que condenen dicho acto desde una perspectiva
moral, aunque se pueda objetar desde una perspectiva teológica; sin embargo, la ley suele
tipificar la antropofagia como delito, sin más consideraciones.
Este hecho confirma que la justicia y el derecho tienen una connotación moral más que
escrita o puramente técnica y tipológica, por irrelevante que le parezca dicha connotación a un
juez. En cambio, para un imputado, la implicación moral puede ser el factor decisivo.

PROPUESTA SOBRE LA JUSTICIA

Si intentamos hacer un análisis a fondo de este complejísimo tema, nos encontraremos de par-
tida con que el concepto de justicia es uno de los más difíciles de definir, uno de los que más
debates ha generado a través de la historia. Filósofos, juristas, ensayistas, poetas, novelistas, etc.,
han tratado de proporcionar una definición idónea, pero ninguna ha logrado una aceptación uná-
nime. Todavía hoy está pendiente de respuesta la vieja pregunta: ¿qué es realmente la justicia?
En un primer abordamiento, esa pregunta parece mal planteada, pues en el concepto de
justicia están involucradas varias otras nociones y principios que hacen muy difícil dar una
definición exacta. Están los modelos de justicia establecidos por las distintas culturas, están
ciertos conceptos previos y trascendentales, como el bien en sí, el bien común, el bien parti-
cular, el interés común y particular, la condición moral del hombre, la ética social, la libertad,
la razón, las relaciones humanas, etc., etc. En definitiva, intentar definir la justicia es como
intentar definir la realidad, en la cual están contenidas todas las cosas.
El jurista Hans Kelsen afirmó: “No hubo pregunta alguna que haya sido planteada con
más pasión, no hubo otra por la que se haya derramado tanta sangre preciosa ni tantas
amargas lágrimas como por ésta; no hubo pregunta alguna acerca de la cual hayan medi-
tado con mayor profundidad los espíritus más ilustres, desde Platón a Kant. No obstante,
ahora como entonces, carece de respuesta”.
La pasión por la justicia, la amplitud de su noción, las discusiones y los conflictos que esa
vastedad hace surgir, existen desde que hay hombres que piensan y viven en sociedad. El hombre
siempre ha tenido conductas que pueden ser calificadas como justas o injustas. Evidentemente,
el asesinato, el genocidio, la tortura, el terrorismo, el sometimiento tiránico o la colectivización
de una sociedad, la violación o el secuestro son casos extremos de injusticia. Pero hay muchas
otras maneras de actuar injustamente, y en diversos grados, que van de lo más leve a lo franca-
mente grave. Incluso hay injusticias que ni siquiera se perciben como tales dentro del contexto
positivista que nos rige, porque no están prohibidas por la ley y tienen una esencia abstracta o
metafísica, como ocurre cuando se mantiene al grueso de los ciudadanos de un país estancados
en el subdesarrollo moral, incapacitados de activar sus facultades superiores y de discernir en

579
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

un sinnúmero de asuntos que se les presentan en su vida diaria, condenándolos así per se a la
pobreza espiritual y económica, y haciéndolos igualmente incapaces de participar, ni teórica ni
prácticamente, en la vida sociopolítica. En otras palabras, la sociedad política comete la enorme
injusticia de no brindarles ninguna oportunidad para generar por sí mismos su propia autosu-
ficiencia, lo que les impide en buena medida acceder a experiencias más felices de sus vidas.
La justicia y el amor a la verdad constituyen dos de las principales virtudes humanas, y se
encuentran indisolublemente vinculadas, a tal punto que es imposible ser justo si no se actúa
en concordancia con la verdad. Y la verdad emana de la praxis y se sintetiza en la virtud de
la prudencia, que es el hábito de averiguar, descubrir y escoger la mejor manera de actuar en
cada momento y circunstancia de la vida. Pero para eso, como se dijo anteriormente, las ins-
tituciones trascendentales del orden político tienen que estar diseñadas para que toda persona
se desarrolle moralmente de un modo activo y permanente; sólo así podrá comprender las ver-
daderas articulaciones de la justicia, y obrar justamente en todas las instancias y situaciones,
sin la coerción del Estado o de la ley.
Existen básicamente dos posiciones respecto a la justicia: la que busca sus fundamentos
en la ontología moral del ser humano, y la que sólo la considera una convención jurídica
que varía según las épocas y las culturas, y cuya formulación en cada caso está a cargo de
los juristas, que casi siempre legislan influenciados por los intereses de las clases políticas,
económicas o culturales dominantes.
Los que la hacen emanar de la condición moral del hombre la conciben como la mayor de
las virtudes, pues le asignan como fin primordial la perfección integral de la persona. Sócrates
sostenía que la justicia es ante todo una perfección interior, una virtud que radica en el alma.
Y Aristóteles afirma que la justicia es la virtud más alta, la virtud perfecta. Por el contrario,
para los juristas que la reducen a un mero convencionalismo, sobre todo los positivistas, su
fin principal es solucionar de forma pragmática y rápida los problemas que surgen de la con-
vivencia social, y no les interesa o no creen mayormente en el perfeccionamiento superior del
hombre, de lo que deriva el círculo vicioso de actos “injustos” no advertidos ni considerados
como tales. Pero el desarrollo superior es un requerimiento esencial de todo ser humano, y por
lo tanto un derecho que también debe ser cautelado por la justicia.
Ahora bien, ¿dónde se encuentra plasmada la justicia en los conglomerados humanos? La
respuesta es que se encuentra plasmada en el derecho, pues es la ley la que supuestamente la hace
cristalizar en normas concretas. Así el derecho es una instancia trascendental, y nunca debe ver
vulnerados sus principios esenciales y superiores, pues emanan de la propia dimensión moral del
género humano. Por eso las leyes deben ser pensadas y dictadas con extremo cuidado, atendiendo
cada vez a las exigencias morales del hombre. Hay un conocido aforismo jurídico que dice: “Tu
deber es luchar por el derecho, pero el día que te encuentres en conflicto entre el derecho y la
justicia, lucha por la justicia”. Esto significa que la justicia está por encima del propio derecho,
porque es un requerimiento ontológico no escrito pero esencial del género humano, mientras que
el derecho es una elaboración puramente legislativa, que puede errar, y a menudo lo hace.
Los positivistas piensan que la justicia se identifica con la legalidad, y que ese solo hecho
(positivo) dota a la ley del peso moral necesario, y hace exigible su riguroso cumplimiento.
Pero el derecho positivo suele estar constituido por normas que se establecen a partir de com-
portamientos colectivos, sociológica y estadísticamente medidos, sin reparar en si esos com-
portamientos son beneficiosos o dañinos para los miembros de la sociedad, y si las respuestas
estadísticas entregadas por el encuestado son suficientemente válidas. En cambio, el derecho
natural se fundamenta en la condición metafísica y moral del hombre, y requiere ser averigua-
do a través de una reflexión filosófica que cubra todas sus necesidades naturales, en su vida

580
Sebastián Burr

individual y en sus interacciones sociales. El derecho positivo es el que crean los legisladores
de turno, y peor aún, casi siempre teniendo presente “lo políticamente correcto”, a menudo
sin indagaciones ni razonamientos de fondo, creyendo que por el solo imperio de la ley se van
a resolver mágicamente los problemas. Ese es “el derecho” al que se enfrentan los jueces, los
abogados y la ciudadanía, y que deben transformar en justicia.
Sócrates, que en mi opinión es uno de los grandes íconos de la justicia, nos dejó este
legado: a pesar de haber sido juzgado y condenado a muerte por leyes injustas basadas en
antiprincipios, decía que más injusto sería no cumplir con la ley, porque cumplir con la ley es
cumplir con aquello que representa bien o mal a la justicia. Por eso las leyes tienen la obliga-
ción moral de plasmar indefectiblemente la justicia; si no lo hacen, la que termina perdiendo
es la ley, y como consecuencia, también se deteriora el principio de autoridad, y se resiente
más aún el orden moral y social. Sócrates fue víctima de la ley, y aun así hizo todo lo posible
por reivindicarla a la mayor altura, cuando la declaró, acertada o erróneamente, “represen-
tante” de la justicia, acatando voluntariamente la injusta sentencia que lo condenó a muerte.
Dijimos ya que la legalidad que rige en Chile es la del derecho positivo, que prescinde
de los dinamismos morales y éticos. Representa así una codificación a priori, presuntamente
objetiva, de cómo se supone que deben ser las conductas humanas, según el criterio exclusivo
de una mayoría parlamentaria. Sin embargo, como las acciones humanas pueden ser infinitas,
y además se dan en los más variados contextos, el derecho positivo parte no cumpliendo su
pretensión, esto es, tipificar todos los eventos que pueden tener lugar en dichas conductas,
incluyendo además todas las circunstancias aleatorias que pueden intervenir en cada uno de
ellos. De esta manera, deja enormes espacios abiertos a la libre interpretación. ¿Y a quiénes
cree el lector que esa libre interpretación termina beneficiando casi siempre? ¿Al ciudadano
común y corriente, o al que ostenta el poder político o económico?
Así la justicia y la igualdad ante la ley son una suerte de espejismo. Siempre hay actos
humanos novedosos e impredecibles: circunstanciales, casuales, técnicos, morales, intencio-
nales o semiintencionales, en los cuales se emplean además toda clase de medios diferentes,
muchas veces imposibles de ser previstos o imaginados de antemano por el derecho positivo.
Pero el derecho positivo prescinde en teoría de esas instancias y variables, y se ciñe fríamente
a la letra de la ley, a lo que en ella está tipificado. Es muy distinto cercenarle el cuello a alguien
para matarlo, que cercenárselo para extraerle un pedazo de carne atascado en su garganta.
Pero el derecho positivo suele establecer que nadie puede cercenarle el cuello a nadie, de
manera que por una perfecta buena acción uno puede igualmente ser condenado. Todo acto
humano va precedido de una intención, y en ciertos delitos la intención puede configurar una
omisión culposa, o una franca equivocación, y esas circunstancias intencionales tienen que
evaluarlas jueces de carne y de hueso, no el simple derecho positivo545.
545 La película Vera Drake, del director Mike Leigh, muestra otro caso de discordancia entre el derecho positivo y el derecho
moral. Relata la historia de una “pobre” dueña de casa inglesa, en la aún victoriana sociedad inglesa de los años 50. Vera
Drake cuida abnegadamente a su familia, trabaja responsablemente en el aseo de casas particulares y asiste desinteresa-
damente a personas desvalidas y solitarias. Es una mujer de unos 55 años de edad, espontáneamente bonachona, sin otra
intención que ayudar a las personas que, según ella entiende, “están en problemas”. Actúa sin hacer mayores análisis de tipo
moral respecto a la situación de aquellos a quienes ayuda. En otras palabras, deja ingenua e inconscientemente dicho exa-
men de conciencia a las personas que le solicitan su asistencia, si es que siquiera piensa en ello. Una conocida le cuenta que
sabe de una muchacha que está sufriendo mucho por estar embarazada sin haberse casado, y que quisiera que Vera le hiciese
un aborto. Vera Drake dispone de unos “utensilios quirúrgicos” básicos (los medios), cuyo deficiente manejo sanitario reve-
la su rudimentaria personalidad, y ya ha practicado varias veces ese tipo de intervenciones. Mientras prepara a sus “pacien-
tes” y desempaca su “instrumental”, suele alentar anímicamente a las desesperadas mujeres. No sabe sin embargo que su
intermediaria cobra por los servicios que ella presta, aunque le da uno que otro “regalito” por haber ayudado a sus “amigas”
en desgracia. Vera queda feliz después de cada aborto, por haber “ayudado” al prójimo. Una de sus “pacientes” sufre una
grave hemorragia, y tiene que ser hospitalizada. Interviene la policía y detiene a Vera Drake, pero no a la conocida que le
enviaba “las clientas” y lucraba por cada intervención abortiva. Vera es llevada a juicio, pero se le aplica una pena reducida,

581
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

En el caso de Vera Drake relatado en la Nota N° 545, aparece otra vez nítidamente la di-
ferencia entre el derecho positivo y el derecho moral. El primero aplica mecánicamente leyes
que están escritas; el otro hace una evaluación moral e intencional de cada caso, considerando
además todas las circunstancias, y asimismo los medios empleados.
En síntesis, las leyes no pueden ser un conjunto de normas estereotípicas, pues los actos
humanos nunca se reducen a una simpleza técnica, ni están desconectados de un contexto
moral y sociocultural. Los juristas deben hacer de la justicia una práctica moral, tomando
en consideración el medio cultural y la estructura sociopolítica. Esto significa que los casos
difíciles no serán resueltos de manera consistente aplicando el esquema de reconocimiento
fáctico. Se requiere una suerte de interpretación que considere cada caso concreto, y los fac-
tores temporales y culturales ya mencionados.
La reinterpretación que aquí se propone sólo puede darse en un orden sociopolítico dis-
tinto, diseñado según los principios antropológicos que se han expuesto a lo largo de todo
este libro. Y requiere además un estado sostenido de praxis moral en un alto porcentaje de
la ciudadanía. Sólo en esas condiciones será posible reinterpretar de arriba abajo la norma-
tiva legal, partiendo por modificar las leyes mismas, de modo que incorporen plenamente
los requerimientos morales naturales de la persona humana y las exigencias éticas también
naturales de la sociedad.
La posibilidad de interpretación de la ley ha sido abordada expresamente por Ronald M.
Dworkin (filósofo del derecho, contrario al positivismo). Su preocupación fundamental es
cómo se pueden justificar plenamente las decisiones judiciales ante la doctrina, y no dentro
del contexto positivista de lo puramente fáctico. Por interpretación entiende la “expresión
de un pensamiento concreto” mediante un enunciado que permite determinar la verdad o la
falsedad. La interpretación de una norma legal es la indagación de su verdadero sentido, o de
la intención que tuvo su autor (o sus autores), y por ende de los alcances de dicha norma ante
cada caso concreto. Esa hermenéutica, dice Dworkin, sirve también para que entre los mismos
jueces se aclaren los fallos, o las doctrinas que constituyen la base de dichos fallos.
Muchas veces los desacuerdos judiciales se deben a falta de rigor filosófico, a problemas
de semántica y de forma, o a que no se tiene claro, paso a paso, de qué se está discutiendo,
y cuáles son las conclusiones a las que exige arribar el análisis objetivo de cada caso. Esta
línea interpretativa (una solución correcta para cada caso) está más cerca de una interpreta-
ción moral o de una solución integral que la de seguir rigurosamente los dictados del derecho
positivo. El positivismo, dice Dworkin, deja fuera de la interpretación jurídica los principios
y los valores, que constituyen elementos centrales del derecho. Esto implica que los “casos
difíciles” (aquellos a los que no se puede aplicar jurisprudencia) no serán resueltos de manera
consistente empleando el esquema de reconocimiento del positivismo.
R. Dworkin contempla la interpretación del derecho exclusivamente desde la perspec-
tiva del caso específico. Se centra en plantear qué tipo de cuestiones tienen que afrontar los
jueces como aplicadores del derecho. Dichos elementos son: las pruebas, la filosofía del
derecho, la moral, el hecho de si las normas están bien diseñadas o no, y cuál es el derecho
que debe aplicarse en cada caso.

porque su abogado logra demostrar que lo que hacía lo hacía con buena intención. No lucraba con sus intervenciones, no
sabía que las leyes inglesas prohibían el aborto, y su único motivo era hacer el bien a personas que estaban sufriendo. En
cuanto a la intermediaria, ni siquiera es juzgada, pues “no había hecho nada”. El director deja entrever que Vera Drake no
tenía capacidad de hacer un análisis moral más a fondo, es decir, que mientras les “resolvía un problema importante” a sus
“pacientes”, no entraba en mayores consideraciones respecto a la eliminación de un ser vivo en gestación, a tal extremo que
cuando fue detenida simplemente no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Y sufrió mucho emocionalmente cuando
ingresó en el recinto penitenciario y fue objeto de toda clase de burlas y repulsas por parte de las demás reclusas.

582
Sebastián Burr

Volviendo a nuestra propuesta, resumo lo que a mi juicio se necesita hacer para esta-
blecer una auténtica justicia en nuestro país. E insisto en que ese logro no será posible si
no se reformulan paralelamente las instituciones trascendentales de nuestro ordenamiento
institucional, de acuerdo a los requerimientos esenciales de la naturaleza humana, del or-
den moral y social. Pues dentro de un sistema político ética y moralmente distorsionado,
es difícil que en casi todo acto humano no coexista alguna transgresión a la ley, y bajo ese
contexto es imposible administrar justicia.
Es necesario que los tribunales sean absolutamente independientes de los gobiernos polí-
ticos, de los medios de comunicación, de la opinión pública, de la civilidad en general, inclu-
yendo los empresarios, y de cualquier otro factor que pueda interferir en su exclusiva función
de impartir justicia y discernir sobre ella. Deben evaluar intenciones, medios y circunstancias
individuales, más que aplicar preceptos legales uniformes y predeterminados. Deben consi-
derar la situación real de cada ciudadano, reconociendo la fragilidad moral y práctica en que
el sistema político ha instalado a muchos de ellos. Es decir, deben atender en cada caso a las
personas reales, con o sin formación moral, religiosas o agnósticas, ideologizadas o autóno-
mas, en praxis o en antipraxis, etc., aunque considerando que todo ser humano tiene inscrito
en su alma un derecho natural básico, que le permite siempre discernir cuestiones elementales
respecto al bien y al mal. Deben preservar la libertad, la auténtica democracia, la paz, y tener
en especial consideración la unidad familiar, social y cultural.
En términos presupuestarios, la justicia debe contar con un presupuesto independiente,
indexado al crecimiento de la población y al crecimiento real de la economía; con un número
adecuado de tribunales especializados y jerárquicos, con una dotación suficiente de funciona-
rios idóneos para desempeñar sus respectivas funciones, y con una amplia gama de recursos
tecnológicos que le permita cumplir sus tareas en forma rápida, eficiente y segura. Además,
debe mejorar sustancialmente la escuela de formación judicial.

Las salvaguardas constitucionales

Estamos llegando al final de esta larga propuesta. Sin embargo, se requiere incluir una úl-
tima sugerencia, igualmente relevante. Considero necesario incluir en nuestra Constitución
política ciertas salvaguardas que impongan al Estado el deber de constituirse en garante del
desarrollo humano superior de todos y cada uno de los ciudadanos, especialmente a través de
las instituciones trascendentales: familia, educación, trabajo y bien común político.
Esas nuevas obligaciones constitucionales que debería cumplir el Estado serían las siguientes:
1. Validar el bien común político como objetivo esencial y casi exclusivo de su gestión,
implementarlo y consolidarlo, sin ningún grado de distorsión, y registrando su definición exacta
en la misma Carta Fundamental. Entre otros puntos, esa definición debería especificar que dicho
bien está compuesto de bienes específicos, indispensables para la vida en común de todos los
miembros de la sociedad civil. Y que entre esos bienes están la justicia y la ley, la seguridad pú-
blica, la unidad ciudadana y la paz social, la soberanía política, las instituciones trascendentales,
la posibilidad real de trascendencia práctica para todos los ciudadanos (teniendo presente que la
trascendencia es una aventura que se juega en el plano de la conciencia individual), la preserva-
ción de las fronteras, las relaciones exteriores, las fuerzas armadas, la policía, las cárceles, las
obras públicas, los bienes nacionales, la preservación real del medio ambiente, el rol subsidiario
del Estado, y además el ejercicio real de la libertad extrínseca e intrínseca de todos y cada uno
de los ciudadanos, incluido el ejercicio del libre emprendimiento, etc.

583
Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Como requerimiento intrínseco del bien común político, fijar también al Estado la obliga-
ción de hacer de las instituciones trascendentales —familia, educación y trabajo— medios pro-
pulsores del desarrollo moral, económico y sociopolítico de cada uno y de todos los ciudadanos.
2. Establecer como fundamento del bien común y base de la sociedad política la familia y
el hogar, registrando su definición exacta en la misma Carta Fundamental, y precisando que el
Estado debe respaldar su función formativa, contribuyendo a corregir los factores que la retrasan
o deterioran. La familia gozará de beneficios tributarios excepcionales para la formación, educa-
ción y salud de los hijos, considerando que éstos son los ciudadanos y contribuyentes del futuro.
3. Establecer como objetivo esencial y prioritario de la educación pública y privada
el desarrollo en primera persona del entendimiento teórico, la inteligencia práctica (praxis
moral) y la inteligencia emocional de los alumnos, y dejar los contenidos educativos a la
libre elección de los padres a través de los diversos establecimientos educacionales (verda-
dera libertad de enseñanza).
4. Salvaguardar el derecho de propiedad en todas las instancias económicas y sociales del
país que excedan el ámbito del bien común, incluidas la minería, las aguas, etc.
5. Crear cauces y mecanismos prácticos que permitan a todos los ciudadanos el acceso a
la propiedad, sobre todo utilizando el mecanismo laboral mencionado en el punto sexto.
6. Instaurar un sistema laboral multidimensionalmente participativo y en primera persona,
con el propósito fundamental de que cada trabajador pueda lograr por sí mismo su desarrollo
económico, profesional y humano, en asociación con el dueño del capital y mediante acuerdos
libres amparados jurídicamente, con independencia del Estado, de modo que ese proceso logre
consolidar la inteligencia práctica, la solidaridad, la participación sociopolítica y el acceso a la
propiedad de los trabajadores, esto último mediante el mecanismo de stock options.
7. Asegurar el libre emprendimiento a todos los chilenos, sin mediar la acción del Estado,
salvo la de preservar los principios globales de la economía libre y de la justicia. Así cualquier
persona, siempre que no tenga antecedentes penales o comerciales, podrá iniciar la actividad
que desee, sin una autorización discrecional del gobierno de turno.
8. Mantener el equilibrio fiscal, para evitar que el Estado mismo genere crisis financieras
o económicas, y mediante ese subterfugio oriente su gestión a consolidar en el poder a una
facción partidista, a individuos o grupos económicos.
9. Establecer la inscripción electoral automática y el voto voluntario, en tanto el Estado
implemente primero un sistema de votación electrónica de acceso remoto, desde cualquier
lugar del país o del mundo.
10. Crear la figura del Ombudsman, y un sistema de fiscales que defiendan los derechos
constitucionales de los ciudadanos en este rango superior, y que estén facultados para exi-
gir legalmente al Estado, a través del Tribunal Constitucional, el cumplimiento práctico de
todas las obligaciones enunciadas.

Propuesta de Administración Política del Estado

Estamos llegando al final de estas propuestas, y es el momento de hacer una gran propuesta
final de unidad ciudadana, concordante con las claves ontológicas y antropológicas revisa-
das en este libro. Es evidente que un intento de esta envergadura requiere un gobierno po-
lítico integrado o colegiado, capaz de incorporar en un mismo plano de activa colaboración
a la centro izquierda, al centro y a la centro derecha.

584
Sebastián Burr

Eso exige que las tres posiciones abandonen sus reduccionismos y antagonismos ideoló-
gicos, y pongan en marcha un nuevo sistema, que analogue lo antropológico, lo sociopolítico,
lo económico y lo cultural, a fin de hacer emerger un Estado per se generador de oportuni-
dades para todos. Esa tarea de unificación política no puede ser postergada; estamos en un
momento propicio para abordarla, y después puede hacerse mucho más difícil, o quizás im-
posible. Pero es necesario asumir responsablemente la magnitud de tal proyecto, y prever el
tiempo o plazo mínimo que demandaría su ejecución.
Vimos ya en el capítulo “Filosofía política” cómo se articulan las relaciones entre la
persona y la sociedad, cómo el orden político está al servicio de las personas, y cómo su fin
supremo y exclusivo debe ser el bien común político, puesto que esa institución representa la
justicia cívica. Sin embargo, debemos aceptar que, en la era de la información y de la globa-
lización, la concepción actual del bien común político está obsoleta, si queremos establecer
bases objetivas de igualdad para el ciudadano del futuro, tanto en lo intelectivo como en lo
funcional. Hay que ampliar el concepto de bien común político, de lo cívico a la persona en
cuanto tal, creando los espacios necesarios para su desarrollo moral, que, como se ha dicho ya
repetidas veces, implica el desarrollo del entendimiento teórico, la inteligencia práctica y la
inteligencia emocional, de un modo activo y protagónico. Habría que incorporar también esa
reformulación ética y moral el concepto de preservación activa del medio ambiente. Esos son
los nuevos conceptos de bien común político que deben ser integrados para producir a nivel
de país una simbiosis moral, ética, ecológica y cultural.
Lo esencial es que dicho sistema político colegiado comprenda que ese desarrollo supe-
rior es el mayor requerimiento real de toda sociedad política, y se comprometa de lleno en
esa gran empresa, cuyo objetivo de unidad requiere además una aprobación auténticamente
democrática.
Chile necesita de líderes con una mentalidad post 1989 (caída del muro de Berlín), que
se jueguen enteros por el desarrollo humano real, con una voluntad verdadera de sacar a todos
los chilenos adelante, pero comprendiendo que eso implica una renovación total de las institu-
ciones, y fundarlas en lo más valioso de la persona y de la convivencia social. Habría incluso
que pensar en volver al parlamentarismo, para asegurar los equilibrios políticos, y consideran-
do la profusión y velocidad de los cambios, pues a todas luces el sistema presidencial y cen-
tralista que nos rige actualmente contempla períodos de gobierno demasiado breves, y carece
además de flexibilidad para afrontar los nuevos desafíos que hoy se plantean en el mundo.
También habría que impulsar decididamente la regionalización por zonas económicas, a fin
de que cada región cuente con recursos y planes propios de desarrollo.
La dimensión moral, en tanto esté sólidamente respaldada por la libertad, cubre y acoge
toda la diversidad y amplitud humanas, a diferencia de los intereses pragmáticos y materiales,
que están determinados por las prioridades individuales, y que si bien siempre deben tener un
espacio, pertenecen a una categoría subordinada al orden moral y ético.
La sociedad no es una persona, ni tampoco un simple conjunto de hombres. El término
“persona” viene de personare, que significa sonar con fuerza, “resonar” para surgir y destacar.
La persona es el ser que posee las mayores capacidades y el más alto grado de perfección de
toda la realidad. Así el concepto de unidad no puede ser confundido con el de uniformidad.
El bien común no consiste en que los hombres funcionen uniformemente todos juntos, sino
en que todos contribuyan a establecer las bases de orientación, comunicación, acción y ayuda
recíproca que les permitan satisfacer las necesidades y requerimientos que todos comparten y
que ninguno puede cubrir individualmente, pero que al mismo tiempo constituyen condicio-
nes indispensables para la expansión personal de su libertad a través de la praxis.

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Hacia un nuevo paradigma sociopolítico

Esta es una propuesta que requiere contar con un amplio consenso. Debe tener muy claros
sus objetivos, y cumplirlos etapa por etapa, asumiendo todos los costos que la magnitud
de tal transformación demanda en términos económicos y sociales. Transitar de un estadio
pasivo a un estadio activo y de la primera persona es un salto de enorme trascendencia hu-
mana y social; la primera, en cuanto a la expansión de la libertad; y la segunda, para que el
manejo del Estado sea dirigido fluidamente, bajo criterios de contención, de ecuanimidad,
de unidad y de igualdad valórica.
El aparato de gobierno debe adoptar una estructura liviana, eficaz y óptimamente funcio-
nal, para lo cual se propone de manera tentativa la siguiente reconfiguración política:

– Presidencia de la República o Primer Ministro.


– Ministerio del interior; subsecretaría de transportes, telecomunicaciones y vocería,
Carabineros, Onemi y Defensa Civil.
– Ministerio secretaría general de gobierno y coordinación con el parlamento.
– Ministerio de planificación social y tecnología.
– Ministerio de RR.EE., comercio internacional y globalización.
– Ministerio de hacienda, presupuesto, rentabilidad fiscal y social.
– Ministerio de OO.PP, infraestructura y bienes nacionales.
– Ministerio del hogar y de la familia; subsecretaría de formación humana
(ex ministerio de educación), subsecretarías de vivienda, de prevención sanitaria
y de deportes y recreación.
– Ministerio de defensa; subsecretarías de ejército, de marina y de aviación.
– Ministerio de justicia; subsecretarías de investigaciones y gendarmería.
– Ministerio del medioambiente y energías renovables.
– Ministerio de economía y del trabajo.

La razón de unificar estos últimos dos ámbitos en un solo ministerio (economía y tra-
bajo) es que ambas instancias están íntimamente relacionadas. No obstante esa fusión de lo
económico y de lo laboral, se incluirían bajo la dependencia de dicho ministerio las subse-
cretarías de minería, agricultura, pesca, forestal, hidráulica, la Corfo, el Banco del Estado y
las empresas públicas.
Por definición, dentro de sus obligaciones estará la de velar por la libre competencia
y la participación laboral, de acuerdo a los cánones de la economía social de mercado, es
decir, en una relación participativa acorde con la productividad individual del trabajador
y con los resultados económicos de la empresa en general, siempre de un modo objetivo y
proporcional al capital de la empresa y al aporte “capital-trabajo” del trabajador. A través
de CORFO, estudiará la creación de nuevos rubros empresariales en la etapa más incipiente
de investigación de cada producto y/o del mercado, sin perjuicio de que la iniciativa privada
pueda abordar en paralelo la misma actividad. Las empresas que dependan de este ministe-
rio deberán ser licitadas, nacional e internacionalmente, una vez que hayan recuperado su
inversión y su desarrollo haya alcanzado al menos un punto de equilibrio. En todo caso, si
ninguno de esos dos eventos ocurriere al cabo de cinco años, y no hubiere posibilidad de
transferirlas al sector privado, deberán ser liquidadas.

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Epílogo

Al cabo de este largo y arduo recorrido, espero que hayan quedado suficientemente esclareci-
dos los requerimientos esenciales de cualquier intento o proyecto de mejorar realmente nues-
tro orden sociopolítico, y en consecuencia la vida real de todos los chilenos, que deben contar
con los medios idóneos para autodesarrollarse y lograr su autosuficiencia. Y quiero reiterar
aquí los que considero absolutamente prioritarios.
Institucionalizar el pleno ejercicio de la libertad, extrínseca e intrínseca, de manera que
todos los ciudadanos se orienten hacia la autosuficiencia y autodeterminación humanas. Y
asegurar que esos mismos valores y dinamismos se constituyan en la base formativa de la
familia y de la sociedad.
Activar de todas las maneras posibles el desarrollo de las facultades superiores en todos
los chilenos.
Introducir un ordenamiento moral y ético básico, que fluya libremente de todos y hacia
todos, en la dinámica de la primera persona.
Reformular todas las instituciones sociopolíticas, sobre todo las trascendentales, de ma-
nera que contribuyan eficazmente a la instauración de ese orden ético-moral.
Ahora bien, es posible que algunos lectores de este libro hayan quedado con un cierto
sabor de pesimismo, derivado de los diagnósticos emitidos sobre nuestro país y sobre el Oc-
cidente contemporáneo. Habrá otros, en cambio, que pensarán que están ante una propuesta
optimista, pues, más allá de los diagnósticos críticos, pretende abrir salidas reales hacia el
futuro, y constituye una potente señal de fe en el género humano.
Personalmente, tiendo a pensar que corregir la dispersión cultural, humana y sociopo-
lítica que nos afecta demanda una voluntad tan colosal, no sólo de los gobernantes sino de
todos los sectores, que quizás no sea posible lograrlo. De hecho, uno podría entregar una serie
argumentos adicionales: antropológicos, morales, psicológicos, históricos, estadísticos, etc.,
referidos al autodesarrollo y al autoaprendizaje humanos, y probablemente tampoco lograría
cambiar muchas conciencias y corazones, porque quizás hay corazones y conciencias graní-
ticas, refractarias a todo cambio, ya por el resentimiento, ya por los intereses, o, por último,
porque están condicionadas por el escepticismo y el relativismo, tóxicos culturales disemina-
dos en todos los espacios del Occidente actual.
Al final de cuentas, o hacemos un excepcional acto de fe en el sentido común, en el
género humano y en las posibilidades naturales del orden social, o simplemente nada será
posible. Por lo tanto, mi esperanza se funda más en la Providencia que en la razón y en las
puras voluntades humanas.
Aun así, resolví escribir este libro, con ocasión de nuestro Bicentenario, impulsado por la
necesidad personal de dar un testimonio, y de dejar una visión ojalá esclarecedora a mis hijas
y nietos, y asimismo a los jóvenes que en poco tiempo más que se harán cargo de los destinos
de Chile, para que contribuyan a desmontar la impostura moral vastamente denunciada, y a ins-
taurar un sistema político de desarrollo de la libertad para todos y cada uno de los ciudadanos.

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