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SOBRE EL ACOMPAÑAMIENTO

1. Introducción
Acompañar a otro es un acto de amor. Por eso resulta una tarea connatural al
ser humano, puesto que toda persona es desde otras, con otras y para otras. En
la medida en que somos comunitarios, somos acompañados y acompañan­
tes naturales. No son las muchas tecnologías, rú los muchos objetos acumu­
lados, rú el currículo ganado, ni el mucho pensar lo que nos hace existir.
A Descartes hay que descartarlo. La verdad más profunda del ser humano es
esta: «Soy amado, luego existo». Y una de las formas del amor, es decir, de
tratar a una persona como tal, es acompañarla en el carrúno de su vida.

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4. Condiciones previas para el acompañamiento


a) Mirar al acompañado como persona

Acompañar exige mirar al otro como persona, y como persona concreta, es


decir, darme cuenta de su dignidad, de su misterio y de su exclusividad. No
estoy ante «un caso de», sino ante una persona que es úrúca, más grande que
sus problemas y situaciones, con una dignidad personal, con nombre y ros­
tro propios. Ante ella he de estar con admiración, reverencia y asombro.
Por esta misma razón no puedo tener ante el acompañado una actitud de
indiferencia, de observación -como si fuese un «caso»-, sino de dejarme
afectar por él, de implicarme con él de persona a persona. He de mostrarle
que me apena lo que le apena y me alegra lo que le alegra. Por muy acoge­
dor que yo sea, no puedo estar sonriéndole en el momento en que me está
contando cómo todavía le está afectando la muerte de su madre, ni estar
serio en el momento en que me cuenta las maravillas que hace su hijo pe­
queño.
El acompañante, mirando al otro como persona, es como el soporte y el
apoyo que le ayudará al acompañado a recuperar su vida, a tomar sus rien­
das y madurar o sanar. Por eso, en este encuentro lo más importante no son
las técnicas, las preguntas, las herramientas, el protocolo, sino la calidad hu­
mana del acompañante y la calidez de la relación con el acompañado.
Lo que necesita el acompañado no son mis títulos,-mis técnicas, sino una
persona que le acompañe, que le sostenga, que le ofrezca luces o que des­
pierte las suyas. La clave no está en el protocolo que siguen uno que hace de
«paciente» y otro que hace de «terapeuta», sino en la posibilidad de encuen­
tro de dos personas: una que acompaña y otra que es acompañada.

Tratar al acompañado corno persona supone abrirme a él y aceptarle t�l


Cuales, . -. -

• Aceptar al otro supone que le trato como persona (y renuncio a tomarle


como instrumento, como cosa, como socio o por su rol).
• Aceptar significa también que le acojo siendo esta persona, es decir, no
de un modo impersonal, como a una persona cualquiera o como un

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