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ELEMENTOS PARA ENTENDER A LACAN

Carlos Quiroga

Material de cátedra. UNLZ. 2019


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Todos los derechos reservados

Cuidado de la edición: María Martha Chaker

Ilustración de tapa: Liubov Popova


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INTRODUCCIÓN

El presente trabajo surge de la demanda de los alumnos de las carreras de


Psicopedagogía y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Lomas
de Zamora.

Si bien los nombres de Sigmund Freud y Jacques Lacan son conocidos en el ámbito
académico de las distintas carreras, la introducción a sus conceptos principales
suele ser objeto de temor por parte de los lectores no avezados en su lectura.

Es por eso que Carlos Quiroga intenta en este texto, con su estilo ágil y claro,
introducir algunos elementos fundamentales que funcionen como operadores de
lectura a la hora de abordar los escritos de los autores mencionados, así como el
material de cátedra.

Elegimos presentar los elementos a modo de notas o pequeñas reflexiones, que se


van asociando unas a otras consecutivamente, a la vez que también permite la
lectura “salteada” o no sucesiva, de acuerdo al interés del lector.

MMCH
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En primera instancia, encontramos el universo de la palabra, que es


el de la subjetividad. A lo largo de los análisis freudiano s enteros se
percibe que el sujeto se sirve de la palabra y del discurso para
"representarse" él mismo, tal como quiere verse, tal como lIama al "otro" a
verificarlo. Su discurso es llamado y recurso, solicitación a veces
vehemente del otro a través del discurso en que se plantea
desesperadamente, recurso a menudo mentiroso al otro para
individualizarse ante sus propios ojos. Por el mero hecho de la alocución, el
que habla de sí mismo instala al otro en sí y de esta suerte se capta a sí
mismo, se confronta, se instaura tal como aspira a ser, y finalmente se
historiza en esta historia incompleta o falsificada. De modo que aquí el
lenguaje es utilizado como palabra, convertido en esta expresión de la
subjetividad apremiante y elusiva que forma la condición del diálogo. La
lengua suministra el instrumento de un discurso en donde la personalidad
del sujeto se libera y se crea, alcanza al otro y se hace reconocer por él.

Benveniste, E. (1997) Problemas de lingüística general, pág. 77 1

UNO

En la ciudad de Marienbad, el 31 de julio de 1936, se realizó el XIV Congreso


Internacional de Psicoanálisis. Allí, el joven doctor Jacques Lacan hizo la
introducción del estadio del espejo al cuerpo doctrinal del discurso del psicoanálisis.
El genitivo “del” indica tanto la idea de que el espejo se introduce en la vida del
infans (el niño que no habla), como la idea de que Lacan introduce a la lógica del
estadio del espejo.

DOS

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Agradecemos a Marité Colovini la referencia a esta cita.
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En aquella conferencia, Lacan fue interrumpido a los diez minutos de manera


abrupta por Ernst Jones (uno de los discípulos predilectos de Sigmund Freud),
debido a las intensas peleas entre annafreudianos y kleinianos presentes en el
público y verdaderos protagonistas del evento. Nadie prestó atención a Lacan, y
Jones se deshizo amablemente del psiquiatra francés con una tarjeta de
agradecimiento por la participación en aquel Congreso. Seguramente este conjunto
de infortunios, hicieron que el tema elegido para su segunda intervención en el XVI
Congreso Internacional de Psicoanálisis de 1949 fuese: “El estadio del espejo como
formador de la función del yo”.

TRES

Durante un tiempo, que dura aproximadamente un año, el niño ya no va a buscar al


“otro” detrás del espejo, sino que queda capturado en la imagen. Así, se libra a una
mímica jubilosa con ella, buscando en la mirada de la madre una sanción, un
asentimiento que indique que entre él y la imagen, existe cierta identidad.

CUATRO

La imagen (yo ideal) conjuga una síntesis de aquello que se puede transmitir por los
significantes, de aquello con lo que puede amar la madre. La mirada de ésta (ideal
del yo) sanciona ese posible parentesco en un registro de uno y de otro. El yo ideal
(la imagen) pertenece al imaginario, registro en el que se desarrolla la proyección.
El ideal del yo (la mirada como seña significante) pertenece al simbólico, registro en
el que se desarrolla la introyección. Siendo de distintos registros, no parece que
funcione como aseguran algunos analistas una maquinaria aceitada de
proyecciones e introyecciones.

CINCO
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La identificación es el mecanismo que podemos usar aquí, cuando el niño acepta


vía el asentimiento, que el yo es otro. Esta identificación es dual. Por un lado el
cuerpo del niño y por otro su imagen.

Los otros niños entran en esta lógica. Los agrede o los imita. Juega a las más
sofisticadas torturas contra ellos, decapitaciones, descuartizamientos. Pega y dice
que le han pegado, o un niño se cae y llora como si él/ella se hubiesen caído. En
este punto se abre la pregunta acerca de cómo se ubicará el autista respecto de
este transitivismo infantil.

Oscar Masotta en sus “Lecciones de introducción al psicoanálisis” dictadas en su


exilio en Barcelona, se refería a este punto: “La siguiente etapa se llama
Identificación con el semejante. Un nenito es para otro nenito como la propia imagen
del espejo, que salió del espejo y se puso en el campo real. Esto complica todo en
verdad, porque en un primer momento teníamos solamente el fundamento del
desdoblamiento entre imaginario y real, pero ahora tenemos algo más. Se produce
la aparición en el campo real de dos “unos”, porque el otro nenito soy yo mismo.
¿Quién es ese que está en ese campo? Yo mismo. Y en relación con esta etapa de
identificación al semejante nos llaman la atención ciertas observaciones de los
psicólogos infantiles que muestran que en esta relación de identificación hay una
enorme carga de transitivismo. Transitivismo es un grado de identificación muy alto:
significa que las formas transitan. Como sucede en algunas conductas infantiles,
cuando un nenito le pega a otro y le dice al padre que el otro le pego a él. O bien el
otro se cae y él llora. No es que mientan, sino que toman la conducta del otro por la
propia. Yo soy el otro, textualmente. El niño no solo no puede decir “yo soy yo” sino
que además frente al otro está perdido, porque no puede determinarse, no puede
fijarse como distinto del otro. Es la época en que necesita al otro para determinarse
a sí mismo, pero en tanto se identifique con él. La identificación estaría en sus
momentos fundantes, y seria en tal grado que no se podría distinguir entre el yo y
el otro”.
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SEIS

En esta nueva etapa, las cosas están un poco complicadas: lo imaginario sigue
perteneciendo al espejo, con su unidad, pero lo real ahora está duplicado. Tenemos
al sujeto, que propioceptivamente sigue sintiéndose atomizado, pero identificándose
con otro que está unificado. Hay un real uno y un real dos. Y de este desdoblamiento
del campo de lo real por la aparición del semejante lo que tendrá que surgir es el
tercer campo, sin el cual no hay reflexión en cualquier nivel teórico: el campo de lo
simbólico.

Lo central es que la atomización especular era reprimida en el primer momento y el


sujeto se alienaba de su imagen especular. Pero ahora aparece en el campo otro
que tiene las propiedades de la imagen, es decir, la unidad de la imagen. Esta
unidad no pertenece al campo imaginario, sino que está en el campo de lo real y es
contenida por el otro. El otro está unificado. Tiene propiedades que Lacan, en el
estadio del espejo asigna a la imagen, y que llama estatutarias. La referencia a la
unificación es un otro real, otro nenito exterior a mí. La ventaja de mi imagen en el
espejo es que la veo totalmente desde afuera. Cuando miramos no vemos nuestra
propia cara, lo sostenemos con lo que vemos del otro. Al mirar la cara del otro como
externa, no necesito mirar la mía como interna. Los datos propioceptivos los envío
al otro, y eso constituye el origen de la agresividad. El sujeto agrede porque hay una
relación de identificación a un otro que es igual que él y no porque el otro no le dio
lo que necesitaba, porque lo frustro de alguna necesidad. Hay agresión porque se
necesita expulsar los datos atomizados de la alienación yoica. La solución consiste
en alimentarse de la imagen del otro para constituir la propia unidad, así como antes
el niño se alimentaba de la imagen del espejo para constituirse como unitario.
Cuanto más radicalice el sujeto su posición narcisista, fundada en la identificación
al otro, mas necesitará expulsar su atomización y habrá más agresividad.

La agresividad, entonces, es función de la identificación narcisista con el semejante.


Por lo tanto, hay agresión cuando uno se equipara al otro, cuando ve en el otro a un
semejante que ocupa su lugar. Como en el mito hegeliano de la lucha a muerte por
puro prestigio, no hay lugar para más que uno.
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SIETE

La agresividad nace entonces de la proyección de la propia fragmentación que no


existía en un primer momento. Es decir, antes de la construcción del concepto de
uno y antes que ese uno se desdoble. Así entonces, si bien el odio es primero, no
podemos decir que el sadismo del niño con los otros niños o sus juguetes sea
primero. ¿Qué gracia tendría un sadismo (producir dolor en el otro) sin que se tenga
la experiencia del dolor? La fragmentación del niño es una experiencia de tensión
que busca la vía de ser descargada. El rol que tiene el objeto transicional está ligado
a este problema.

Lacan utiliza la metáfora que Hegel elabora para la construcción de su mito de


origen del lazo social. Echa mano a ella para dar cuenta de lo que pasa entre los
niños, en esta tercera etapa del estadio del espejo. Estas conductas de
subordinación y despotismo entre los niños ya habían sido observadas por Charlotte
Bühler. Así como las de transitivismo lo habían sido hechas por Wallon.

OCHO

Muchas psiquiatrías y/o psicopatologías consideran a la esquizofrenia como una


regresión a esta fase del estadio del espejo. Nosotros entendemos que existen
muchas manifestaciones en los sujetos ligados a las vicisitudes de este estadio.

Cualquier situación en la cual alguien dice “¿Qué estoy haciendo aquí?”, está bajo
los efectos de dos unos en el espacio real. Cuando esa pregunta sucede en la
dialéctica que se organiza durante el coito, el sujeto está del lado de la
masturbación, del goce fálico del idiota. Es sabido que “el orgasmo” supone un
perderse en otro, que no se corresponde al semejante de esta fase del estadio del
espejo. Otro que muestre su cara de semejante, a la vez que una cara extraña. Si
sólo queda presentada la cara semejante, la relación sucumbe a la tensión agresiva
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y a la angustia. Una colega de Rosario, Mariángeles Cuellas, nos envió una


extraordinaria observación clínica: “una paciente me acaba de decir: estaba
cogiendo con él y pensaba cómo me gustaría ser la mujer que se está cogiendo
este tipo”. Se nota la existencia como, diría O. Massotta, dos uno en el espacio real,
donde una envidia en la otra la satisfacción que le supone, siendo que es de ella
misma de la que se trata.

En este sentido, la cuestión de los celos en la mujer, merece una reflexión especial,
ya que en ella se trata de un problema del espejo, tal como lo demuestra Lacan en
el Seminario 4 al tratar el Caso Dora. Allí, la histérica es ubicada en el eje imaginario
del esquema Lambda. No solamente en las mujeres observamos estos fenómenos
de espejo, de hecho Freud estableció la histeria también para el hombre. Por
ejemplo: un hombre advertía que había eyaculado una vez que se producía la
detumescencia de su pene. Es decir, que tenía eyaculación sin orgasmo. Existe
una zona alucinatoria, propia de lo que se observa en la masturbación. Una zona
en la que prevalece el goce fálico, al que Lacan en su Seminario 20 denominó “goce
del idiota”.

NUEVE

Este pliegue de la identificación es de un orden dual. El cuerpo del niño/su imagen,


que divide la estructura en unidad/fragmentación. Agreguemos otra cuestión
fundamental: si se modifica la frase “el deseo por la madre”, por “el deseo de la
madre”, se entiende que el niño no solo está colgado de la dependencia de los
cuidados, caricias, calor. Por amor estar colgado como el falo de su madre

¿Qué se designa como el falo de la madre en psicoanálisis? El niño muy


tempranamente sabe que la madre desea, lo que no sabe es qué desea. Es así que
el niño se encuentra en la madre con algo extraño que no le sostiene el espejo. Ese
extraño toma forma de enigma al que el niño queda pegado. Siempre quedar
pegados a un enigma tiene como consecuencia un sufrimiento que nos va agotando.
El enigma del deseo de la madre absorbe al niño, quien lo interpreta como un vacío
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que él por amor estaría dispuesto a colmar, a completar. Todo su cuerpo queda
afectado en ser lo que complemente el deseo de su madre. Esa alienación, no
obstante, resulta un fracaso, ya que ese vacío es de un significante que no existe.
No existe, porque no existe ningún significante que se signifique a sí mismo. La
dialéctica está marcada en este ritmo: se es el falo o se es un resto inmundo e
inservible. El falo o el resto. La gloria o la humillación. Una dialéctica que demuestra
que la estructura misma es “bipolar” o “maníaco-depresiva”.

DIEZ

¿Existe el cuerpo propio? Partimos de una indiscriminación de origen para el niño


entre su cuerpo y el mundo que lo rodea. Cerca de los dos años, tiempo de
identificación con el semejante, se da la identificación con una imagen que no es él,
por lo englobante de esa imagen de su propio cuerpo, en el estado de una imagen
exterior. Esta imagen exterior contiene una cantidad de “adquisiciones” que en lo
real el niño no ha obtenido aún. Este fenómeno marca al humano a una anticipación
estructural que nunca se elimina. Por siempre estaremos anticipados, del mismo
modo que las palabras van en retroceso respecto de las cosas. No hay definición
exhaustiva de nada. Así entonces, tendríamos “cuerpo propio” en tanto el niño entra
en la tercera fase del estadio del espejo y una identificación a una imagen que existe
en la tercera dimensión (la extensión) se sostenga por la creencia que permite a su
vez, la creencia en el asentimiento simbólico. Si cae esa creencia que sostiene el
semblante, se actualiza la fragmentación que supo quedar primero desconocida por
la creación de la unidad y luego sublimada en el lazo social con otros. La necesidad
del otro estriba en la necesidad lógica de proyectar sobre otro las sensaciones
mortíferas de la vivencia propioceptiva. El lazo social permite la dialectización de un
goce primario y mortífero. Este orden de cosas, define de una vez y para siempre
que la política es la continuidad de la guerra por otros medios y no al revés.
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ONCE

Del cuerpo del niño a la imagen y de la imagen al cuerpo propio que otorga la imagen
englobante que constituye el uno del narcisismo, se dan los hitos de las tres fases
del estadio del espejo. Transitar hasta el final la tercera etapa, que permite integrar
al niño su imagen al cuerpo propio, es el broche, la articulación principal en la
constitución del sujeto.

Primero, lo imaginario, segundo el orden simbólico que establece el lazo con otros,
fundamentalmente la lógica, el complejo de Edipo. De las pulsiones, al enganche
imaginario y de allí al orden simbólico.

Las pulsiones, la identificación al falo por el enigma del deseo materno, la


orientación al padre en tanto que él puede resolver aquél enigma (el padre como
siendo él el falo). Tercer tiempo, la identificación al padre que puede tener el falo,
pero que no lo es. Siempre nos referimos a funciones y significantes, no a personas.
El deseo de la madre debe ligarse a la Ley del padre. La Ley que pesa sobre la
madre es la de hacerla pasar. Si pasa no pesa. Y ¿cómo pasa? Pasa en la medida
en que la madre pueda “perder” al niño. Está posibilidad es proporcional a la relación
que la madre tiene, ella misma, con la Ley. Si la niña ha salido de su complejo de
Edipo por medio de metaforizar el deseo de tener un niño, como regalo del padre,
construye la ecuación simbólica hijo=falo. Situación muy distinta de aquella que sale
por medio de una equivalencia niño=pene. Esta segunda opción, propia de algunas
presentaciones de histeria, que organizan su vida en relación a sus niños perdiendo
interés por su sexualidad. Freud las llamo “mujeres fálicas”, por querer todo con los
niños y nada con el pene. Que existan mujeres fálicas hace necesario definir al
universo de las mujeres como no-toda. Si hay fálicas, no todas son mujeres.

DOCE

Para no quedar pegados al imaginario de una idealización del padre y su figura,


debemos entender que se trata del Símbolo que se habilita en tanto la madre puede
tolerar ser sustituida por otra cosa para el niño. El famoso objeto transicional, se
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emparenta con el símbolo. El gift (regalo donado) que la madre le cede al niño, es
un objeto que no sólo sustituye a la madre, sino que le permite al niño salir de la
“tiranía” que le impone las “perfecciones y virtudes” de la imagen. Es así que lo
crucial para el niño no se trata de la construcción del símbolo, sino que lo crucial es
que la “falta” operando en el deseo de la madre haga lugar a que el símbolo
construya al niño como sujeto.

Un niño hace desaparecer un objeto atado a un hilo (tipo “yo-yo”) y produce un fuerte
sonido, algo así como “ooooohhhhhh”. Luego recibe con gran algarabía al objeto
que vuelve, con otro sonido, tal como “aaaaahhhh”. Ese niño es el nieto de Freud,
y consta como ejemplo de una paradoja del placer, en su escrito “Más allá del
principio del placer” publicado en 1920. Es Freud quien traduce esos sonidos
propios del balbuceo infantil, a la lengua materna de la que el abuelo era usuario y
a la que el niño está por entrar, al costo de la pérdida de cierta cantidad de sonidos
que la lengua materna no contiene y rechaza. El abuelo Freud, como si se tratara
de una creación poética pero a la inversa, traduce “ooooohhhhh” por la palabra
alemana “fort” que quiere decir “lejos”. Y “aaaaahhhhh” por “Da” que quiere decir
“aquí está”.

Este juega ilustra una repetición, un acto compulsivo hecho más allá del deseo y de
la conciencia del sujeto. Si la partida escenifica la “partida de la madre”, siendo que
el punto máximo del placer para el niño es el apego a la madre, el juego no está
conducido por el principio de placer. Este juego da cuenta de la construcción del
niño por el símbolo, es decir, lo que le pasa al animal humano por ingresar al orden
simbólico. Fort-Da, una alternancia estructural, una oposición binaria del tipo
presencia-ausencia. El orden simbólico, al que el niño nace más allá de su
nacimiento biológico, introduce una falta en lo real. Ilustrémoslo con un ejemplo de
Oscar Masotta: si nosotros caminamos por la superficie lunar, al entrar en un pozo,
no transmitiríamos a la Tierra “aquí falta una montaña”. Ya que para ello, debería
haber una ley que diga que en ese lugar debería haber una montaña. Es decir, que
es por el significante que existe la falta. El lenguaje animal construido con signos no
sabe de la falta sino de la necesidad. El animal es hiperconciente, hay una soldadura
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entre la percepción y la conciencia. Todo lo que es consciente es percepción, pero


no todo lo que es percepción es consciente. En el ser humano, en cambio, eso no
funciona así. Entre percepción y conciencia hay una hiancia, el inconsciente. Todo
lo que es percepción debe pasar por el inconsciente para llegar a la conciencia. Es
lo que hace que la mayor cantidad de tiempo en nuestras vidas, vivimos dormidos.
Despertamos del sueño para seguir soñando. Para el humano, todo lo que es
conciencia es percepción pero no todo lo que es conciencia es percepción .La
palabra no es una etiqueta pegada a la cosa. La palabra remite de forma infinita a
otras palabras, tal como lo demuestra la definición de significante, que no puede
prescindir del término: “el significante es lo que los otros no son”. A partir de este
tipo de definiciones, captamos mejor cómo es que sólo a partir del símbolo hay
“falta”, o también: que “a lo Real no le falta nada”.

TRECE

El orden simbólico está organizado por significantes y significados, tal como lo


postuló De Saussure. El empleo que asume cada significante está determinado
por todos los otros que no son. No hay construcción de sentido sin este par binario
de oposición. Así es como el contexto y quién lo dice, son fundamentales para la
significación.

La lengua es un sistema en el cual existen redes de distribución de sus elementos.


Desde los más elementales, los fonemas, y su oposición fonemática, hasta las
“locuciones complejas” (frases, retoricas, etc.) Los significados (locuciones
complejas concretamente pronunciadas) constituyen la red del habla: allí es donde
creo que digo lo que digo cuando lo estoy diciendo. Pero falta la referencia del
sistema, a no ser que entendamos que la significación es del falo como significante
El pene presume de ser el falo durante la fase en la que tiene la supremacía
otorgada por la dialéctica de las diferencias de los sexos. Pero no es como se
ilusionan algunos y algunas: el pene no es el falo. La significación del falo, no es lo
que el falo significa sino lo que él (el falo) ayuda a significar como lugar del corte,
de la falta. El falo sería el significante total, absoluto. Al faltar, o mejor dicho,
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funcionando en forma negativa, permite el punto de detención del habla. Ante esa
detención, la significación se produce retroactivamente. Por ejemplo: si decimos “las
masas”, ese corte indica algunas significaciones posibles. Si en cambio el corte es
posterior: “las masas del 17 de octubre de 1945” produce una nueva significación y
con ella una nueva foto o película (imaginario) diferentes.

La red de significados funciona en forma flotante, sin bordes. La red de significados,


encuentra su límite de lenguaje relacionándose con la red significante. Lacan le
otorga a la red significante primacía sobre la del significado. Un ejemplo personal:
ante una operación de cadera, siendo joven aun, debí dejar el futbol. Era arquero.
Elijo entonces como deporte sustitutivo del fútbol, la arquería, es decir que el
significante por otros medios me devolvió al lugar del arquero.

CATORCE

En su libro “Para comprender a Lacan”, Jean-Baptiste Fages, comentador también


de Lévi-Strauss, realiza una síntesis excelente del cuento de Edgar Alain Poe “La
carta robada”. Texto que Lacan utiliza en su segundo año de su Seminario sobre el
Yo, y que escribe entre mayo y agosto de 1956.

Primera escena: la reina recibe una carta, pero al instante debe disimularla entre
otros papeles porque entra el rey. Podría tratarse de un documento que
comprometiera el honor y la seguridad de la reina. El ministro, que ha entrado a la
zaga del rey, advierte la turbación de la reina y adivina la causa. Saca de su bolsillo
una carta de aspecto idéntico, finge leerla y luego la sustituye por la primera. La
reina se ha percatado de la maniobra, pero disimula su confusión para no despertar
las sospechas del rey. La reina sabe que el ministro tiene el documento en su poder
y el ministro sabe que la reina ha visto su gesto.

Segunda escena: Dupin, enviado por el prefecto de policía, se hace anunciar al


ministro, ha registrado su vivienda de arriba abajo sin hallar la carta. El ministro
recibe a Dupin “con fingida indiferencia”, mientras el visitante, con los ojos
protegidos por anteojos verdes, escudriña los lugares. Termina por reparar en un
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billete arrugado, abandonado como por inadvertencia a la vista de todo el mundo,


que es el más eficaz de los escondrijos. Al instante queda persuadido que se trata
del documento que busca. Finge olvidar su tabaquera y se retira.

Secuencia de la segunda escena: Dupin vuelve al día siguiente, a la morada del


ministro, provisto de una “imitación que simula el aspecto actual de la carta. Un
incidente callejero preparado para la ocasión atrae al ministro a la ventana y Dupin
aprovecha la circunstancia para apoderarse a su vez de la carta y sustituirla por su
imitación; solo le resta salvar frente al ministro las apariencias de una despedida
normal”

Simetría invertida. El ministro sustituye la carta de la reina por una falsificación.


Dupin sustituye la carta de la reina (ahora en poder del ministro) por otra
falsificación. Parece la misma operación. Legitima por falsa, pero el segundo
desenlace es muy diferente al primero: el ministro ignora que la carta le ha sido
escamoteada, mientras que la reina lo sabe. A lo largo de todos estos
desplazamientos, cada uno de los personajes, por turno, ha sido burlado; el rey
nada ha visto; la reina ha visto pero no ha podido intervenir; la policía, al registrar el
palacio del ministro no ha podido hallar una carta que se encontraba a la vista de
todos; el ministro, por último, no se ha percatado de la maniobra de Dupin. Todos
estos desplazamientos, todos estos juegos de engaño, se han efectuado en torno
de un significante, la carta, cuyo aspecto cada uno conoce pero cuyo contenido
ignora.

Así ilustra Lacan los poderes y la supremacía del significante. Este significante
único-primero y último- circula al amparo de la ceguera de unos y del mutismo de
otros: el rey no ve, la reina no puede hablar, el ministro no sabe qué debe hacer, la
policía no ve al principio, etc. Eso ilustra el lugar del inconsciente, a la vez muy
cercano y escamoteado. Este significante único circula, efectúa un trayecto y es
revelado en su recorrido por sustitutos. Muestra la cadena del lenguaje hasta en
sus aspectos (sus sustitutos) retóricos e ideológicos. Y cada uno de los personajes,
sobre todo, se determina con relación a la carta. El significante predomina. Nadie
puede escapar a esa ley. Si algunas veces se olvida, la ley del significante no lo
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olvida jamás. Tal es la respuesta del significante más allá de todas las
significaciones: “Tú crees actuar cuando soy yo quien agita merced a los lazos con
que anudo tus deseos. Así estos crecen en fuerzas y se multiplican en objetos que
te conducen a la fragmentación de tu infancia desgarrada”. Existe una “identidad de
percepción” que produce la ceguera. Pensemos en los frecuentes olvidos de
nombres propios. Por lo general, este olvido, se produce porque en el nombre
olvidado hay ciertos significantes que remiten al nombre del sujeto que sufre el
olvido. Tan idéntico, que enceguece y ensordece. Se puede recordar aquí el olvido
del nombre Signorelli por parte de Freud, como ejemplo.

En francés, “lettre” sirve para nombrar “la letra” tanto como “la carta”. Para Lacan,
la lettre (letra) es “la base material que el discurso concreto toma del lenguaje. Esto
quiere decir en principio que el lenguaje pre-existe al nacimiento del humano. Es
decir, que tenemos una existencia en el lenguaje previa a nuestra existencia física.
El discurso entonces toma de esa estructura lenguajera previa la lettre que le otorga
su base material”.

QUINCE

Hace tiempo ya, luego de una conferencia de Gerard Pommier, fuimos a cenar.
Había Gerard hablado largamente sobre lo femenino. Es así que los significantes
femenino y masculino estuvieron girando en la alocución con gran preeminencia.
Tomamos una mesa y yo me dirigí al baño. Al llegar a la zona, entro decididamente
por la puerta que decía M. Al entrar, para mi sorpresa, veo unas mujeres más
sorprendidas que yo. Claro! Yo había considerado la M como señal de Masculino y
resultaba una señal de Mujeres. Este es un buen ejemplo de la ley de preminencia
del significante y de como la “lettre” es “la base material que el discurso concreto
toma del lenguaje”

Este ejemplo, refleja que, como lo ha dicho Lévi-Strauss y lo continuó Lacan: “los
múltiples alcances de la partitura polifonía. La capacidad de la creación poética
depende de las redes significantes que se ordenan en dos ejes, La metáfora y La
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metonimia. Que emulan las leyes que Freud otorgó al proceso primario. El
inconsciente” tal como señala Jean-Baptiste Fages en su libro “Para comprender a
Lacan”.

DIECISEIS

Volviendo al estadio del espejo: es común ver por esos tiempos del espejo a la niña
señalando sus genitales. Sabemos que lo que señala es la falta del falo. Si la niña
se considera, aunque sea por un tiempo como castrada, es decir privada de falo,
primero por su madre, luego por su padre; es porque primordialmente, para los dos
sexos, la madre esta munida de falo. La estructura ordena la existencia de “la madre
fálica”. Está construcción, absolutamente constatable en la clínica, invierte el
sentido común acerca de la castración, ya que la castración no tiene eficacia alguna
sin que se dé por constatada lo que llamamos la castración en la madre.

En el estadio del espejo todo sucede durante la dialéctica de la identificación


(narcisista) del niño con la madre. Dialéctica de la cual el papá no participa aún.
Ante el fracaso de ser el falo materno (tarea imposible si es que el falo es un
significante único), la salida de la dialéctica de lucha a muerte con la madre se
resuelve haciendo del padre, el falo. El padre Falóforo. Más tarde el niño constatará
que el padre tiene el falo, pero no lo es. Él mismo, el papá, está sometido a su vez
a la ley de preminencia del significante. En este tiempo de la enseñanza de Lacan
se desarrollan estos tres tiempos del Edipo.

DIECISIETE

Si la cría humana recibe al modo de Aquiles al nacer, un baño significante, lo


necesario ya no resulta por fuera de ese hábitat (el lenguaje) que además lo precede
en el tiempo que fija el deseo del Otro. La pulsión, a diferencia del instinto animal,
no tiene un objeto pre-fijado. Este hecho es que la pulsión introduce en la simple
necesidad orgánica una cualidad, al decir de Freud, erótica. La pulsión interviene
en la vida orgánica y no en la vida psíquica. Es decir, que no todo es psíquico para
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el humano como lo creen muchas psicologías psicoanalíticas. De hecho, Freud


definía a la pulsión como el efecto del choque entre dos exterioridades, el cuerpo
(base biológica) y el mundo exterior (discurso). Es necesario ser estoico, se sepa o
no, para hablar de dos exterioridades sin definir un Uno previo. No desarrollaremos
este punto que afecta a los juicios de atribución y existencia. Lacan sumaría a este
esquema, lo que resta de la operación de represión que supone la alienación a la
lengua materna, a saber, lalengua.

Desde aquel baño, el niño no es sustentable. Una falta radical lo estraga luego de
salir del seno materno. Esa falta es una abertura que suscita la necesidad orgánica,
más acá de la pulsión.

Lacan, no sin humor, compara al niño con un huevo cascado que se derrama en
forma de hommelette (juego de palabra en francés entre hombrecillo y tortilla). La
pulsión sería la presión (uno de los términos que utiliza Freud para la pulsión, junto
a fuente, fin y objeto). Esa “presión” que evidencia la falta del complemento materno.
Este elemento, más el carácter parcial de toda pulsión, da cuenta del terror que le
podemos tener a nuestras propias pulsiones en tanto son el testimonio de la
extinción de ese complemento. Los humanos nos tenemos miedo porque le
tememos a nuestras pulsiones. Esta presión, también es el fundamento de las
compulsiones (o con-pulsiones).

DIECIOCHO

Existe entonces una cualidad erótica de las pulsiones, en tanto ellas se canalizan
en espacios del cuerpo que se denominaron “zonas erógenas”. Este cuerpo libidinal
no coincide con el cuerpo de la necesidad biológica, aunque no se construye sin
ella. Es otro estatuto que gana la necesidad biológica, es decir, esta cualidad
erógena.

Lacan afirma que la pulsión se localiza en el organismo mucho antes que cualquier
representación en el psiquismo. Para Lacan entonces, el deseo aparece por la
vivencia de esa falta para el niño, del cuerpo de la madre. Esta separación, al poner
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en juego la falta del suplemento o complemento materno, denuncia también la falta


en la madre. A esta situación se la denomina “castración”. El niño se encuentra en
una encerrona. Dado que para él todo ser vivo tiene falo, por amor apuesta su
cuerpo entero en darle ese complemento vital a la madre. Por más que quiera no lo
logrará ya que nadie puede ser un significante, no obstante la amenaza de lograrlo
lo amenaza a él mismo con desaparecer. Sentimiento fantasmático muy frecuente
en la práctica clínica. De esa imposibilidad obligada no se sale sólo. Si el padre está
“iluminado” por el deseo de la madre, entonces es él quien tiene a cargo la
resolución del “enigma” en la madre. Si bien, no se sabe a cierta ciencia de que él
tenga las claves del misterio del deseo materno, al menos es necesario que quede
claro que es asunto de él.

DIECINUEVE

La demanda materna es la acción de ese primer otro sobre la cría humana. Uno le
supone una subjetividad al niño que llora, pero no la hay aún. Ese grito es mecánico,
no demanda nada, es la madre la que significa a ese grito por ejemplo como hambre.
Pero como ella misma vive en ese baño significante del que hablamos, sus
significantes serán insuficientes para esa significación. A esa porción irreductible a
la significación, localizada más allá de la significación del falo, Freud la llamo La
Cosa (en alemán Das Ding). Es este Das Ding el que utiliza Lacan para dar cuenta
de un objeto que no se reduzca al imaginario-simbólico.

La demanda entonces se muestra infinita, ilimitada y amenaza con tragar al sujeto


de ella. Sin un más allá de la demanda, el sujeto está condenado a repetir. El
neurótico no deja de jugar el juego que más le gusta y por el que más sufre, a saber:
convertir el deseo del otro en demanda. El obsesivo es maestro por ejemplo en
demandar que lo demanden; la histérica, en convertir en sexual cualquier cosa que
se quiera con ella.

A diferencia de la demanda que resulta una dialéctica en espiral ilimitada, el deseo


es limitado. Las neurosis, al menos las dos principales (histeria y neurosis obsesiva)
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se rigen por un tipo de fantasma en particular. Se dice con frecuencia “la histérica”
y “el obsesivo”. Más allá de cualquier consideración de género que se exponga, el
punto es que hay un fantasma: “El fantasma de seducción o violación” que se da
con mucha mayor frecuencia en las mujeres. Un fantasma (o Fantasía para no ser
muy estrictos) que se construye, aunque no hayan existido episodios de seducción
por el padre o sustitutos. Esto no quiere decir que no existan, desgraciadamente,
tales hechos. Lo que impresiona es cuando se construyen esos recuerdos de
violación que se dejan cuando la persona en cuestión advierte su no veracidad.
Existen síntomas ligados a este fantasma, todos reductibles de un modo u otro a la
conversión histérica, muy bien ejemplificada en las parálisis motoras sin etiología
orgánica. “El fantasma de la escena primaria” mucho más frecuente en el hombre
se ejemplifica en el abuso de la masturbación, las compulsiones, los síntomas
severos de avaricia, constipaciones, equizia afectiva, rituales ceremoniales, etc.

La histérica está en relación a una experiencia vivida con extremo displacer, tal
como puede ser una escena de abuso, por eso suele huir cuando despierta al hecho
que su ingenua situación con el otro se ha puesto al rojo vivo. El deseo de un deseo
insatisfecho es lo particular de este cuadro. Ella enseña la hipótesis hegeliana de
que el deseo es el deseo del hombre. Ella suele hacer mercado con alguna moda
ya que se dirige a lo que le falta al otro. Su trabajo es hacer desear, en todos los
sentidos que se le pueda dar a esa frase

El obsesivo se relaciona con una experiencia vivida con un placer en exceso. Una
experiencia sádica, etc. La concebida retención y avaricia del obsesivo da cuenta
de ese sadismo de origen. Su posición sacrificial de redentor y salvador conlleva en
tanta bondad un odio potencial irrefrenable. De allí sus ritos y ceremoniales que
conjuren esos deseos criminales. Su deseo es un deseo de un deseo imposible

Pese a todas estas delicias descriptas, la histérica y el obsesivo suelen hacer pareja.
La histérica por su lado quiere estar con alguien que le garantice su “insatisfacción”.
Así es afecta a estar con quien la rechaza o maltrata. Con aquel que la llena de
regalos de mierda para no darle su falta. Con aquel que quiere su inexistencia e
intenta aplastarle el deseo. El obsesivo si tiene un deseo de un deseo imposible,
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encuentra en la histérica el mejor de los mundos. ¿Quién podría satisfacer a alguien


cuyo deseo es el deseo de un deseo insatisfecho?

Bibliografía consultada

Freud, S. Obras Completas. Biblioteca Nueva.

Lacan, J. El Seminario. Paidós.

Masotta, O. Lecciones de introducción al psicoanálisis. Gedisa.

Fages, J. B. Para comprender a Lacan. Amorrortu editores.

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