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Sobre esta fuente, podemos ver los principales núcleos huelguísticos de 1917, se trata
de una fuente primaria de naturaleza geográfica. Los afectados era la población rural
que vivían en condiciones infrahumanas
1. El malestar militar.
Los oficiales del Ejército se mostraban cada vez más descontentos por el atraso técnico, la falta
de medios y los bajos salarios. El malestar se acrecentó por la decisión del Gobierno de primar
con ascensos rápidos a los militares con destino en Marruecos, donde el alto mando era
incapaz de llevar la guerra a término. Los oficiales reaccionaron al verse postergados en el
escalafón por los “africanistas”. Para presionar al Gobierno y defender sus reivindicaciones,
decidieron crear unos organismos denominados Juntas Militares de Defensa (“junteros”) que
agrupaban a jefes y oficiales. El gobierno llegó a ordenar en un primer momento el arresto
de los cabecillas de la protesta, pero los junteros se enfrentaron al gobierno y amaneraron con
recurrir a la violencia, cortar las comunicaciones ferroviarias y ocupar las oficinas
gubernamentales si los oficiales no eran puestos en libertad. Finalmente, el gobierno claudicó
y cedió a las demandas de los oficiales. Las Juntas Militares de Defensa no se disolvieron hasta
1922.
2. La protesta política.
Como consecuencia, en julio se produce una crisis parlamentaria. Los partidos de la oposición
que reclamaban durante meses la reapertura de las Cortes, celebraron una reunión promovida
por la Lliga para crear una Asamblea Nacional de Parlamentarios. Con este acto de rebeldía los
nacionalistas catalanes, los republicanos y los socialistas se atrevieron a desafiar al gobierno
con la intención de forzar una renovación del régimen político.
Los 70 diputados reunidos en Barcelona formularon una serie de peticiones como una reforma
constitucional, que facilitara la verdadera democratización del sistema político español para
acabar con el turnismo y con las intromisiones del rey en los asuntos de gobierno, y la solicitud
de la autonomía política para Cataluña, que debería hacerse extensiva a todas las regiones
españolas.
La Asamblea fue disuelta sin violencia y la Lliga acabó pactando con el gobierno y entrando en
él, sin conseguir ninguna de las reformas que se habían propuesto.
“Desde que comenzó la actual contienda fue nuestro propósito el hacer los
mayores esfuerzos en nuestra preparación para, en ocasión favorable, intervenir en
ella en la medida de nuestros medios; ya que la situación de carencia de los
elementos más indispensables a nuestra vida y la interrupción de las comunicaciones
con Italia y Alemania nos impedía, de momento, toda acción (…).
Las consecuencias que el vencimiento de Francia ha de tener en la ordenación
de los territorios norteafricanos, me aconsejó, llegado aquel momento, encargase a mi
embajador en Roma os trasmitiera las aspiraciones y reivindicaciones españolas,
tradicionalmente mantenidas a través de nuestra historia en la política exterior de
España (…).
Así a la aportación que España hizo al establecimiento del orden nuevo, con
nuestros años de dura lucha ofrece una más, al prepararse a tomar un lugar en la
contienda contra los enemigos comunes.
En este sentido, hemos solicitado de Alemania los elementos indispensables a
la acción, impulsando los preparativos y haciendo todos los esfuerzos para mejorar en
lo posible la situación de abastecimiento.
Por todo ello, comprenderéis la urgencia en escribiros para pediros vuestra
solidaridad en estas aspiraciones para el logro de nuestra seguridad y grandeza con la
reciprocidad más absoluta de nuestro apoyo para vuestra expansión y vuestro futuro.
Con mi mayor admiración hacia los bravos camaradas italianos que tan
gloriosamente luchan, os envío mi más cordial afecto”.
La guerra obligó a las grandes potencias a adoptar posiciones individuales, pero también una
postura conjunta que se conoció con el nombre de No Intervención.
Los motivos de Italia y Alemania para prestar apoyo a los sublevados fueron de tipo político y
estratégico:
El conflicto español les servía para realizar una puesta a punto de sus ejércitos de cara a la
guerra mundial que se avecinaba y para la que estaban preparando concienzudamente. En
España pudieron ensayar nuevas armas y estrategias, como los carros de combate y los
aviones militares. Los alemanes e italianos simpatizaban ideológicamente con los sublevados.
La victoria de Franco representaba el triunfo del fascismo y daba prestigio a todos los
regímenes autoritarios.
El apoyo a los sublevados abría la posibilidad de ejercer influencia sobre un nuevo aliado que
podía ser útil para la política internacional en el futuro. Así sucedió durante la Segunda Guerra
Mundial, en la que, aunque Franco no llegó a participar, envió voluntarios para el frente ruso y,
después de 1945, protegió a nazis y a fascistas perseguidos. Para Italia en particular, el control
del Mediterráneo era útil para combatir a Gran Bretaña.
Aparte del apoyo italo-germano, los sublevados contaron con el de Portugal, gobernado por
Salazar. Este país envió una división de apoyo (los Viriatos), pero su colaboración más
importante fue el control de la frontera, que abrió a los rebeldes y cerró a los republicanos, a
quienes, además, entregó cuando se refugiaron en Portugal. Franco contó también con el
apoyo de los fascistas irlandeses, que organizaron la Legión de San Patricio.
No obstante, el respaldo diplomático más importante para los sublevados lo proporcionó, sin
duda, el papado, que alentó a los católicos de todo el mundo a apoyar lo que la Iglesia
española calificó de cruzada. Esta actitud tuvo una enorme repercusión en la opinión pública
internacional. El Estado vaticano reconoció al régimen franquista ya en el verano de 1937.
Las iniciativas de las democracias fueron, por tanto, tan decisivas para el desenlace de la
guerra como las de los fascismos.
El Gobierno republicano español, por consiguiente, solo contó con el apoyo de la URSS a partir
de septiembre de 1936, tras muchas reticencias iniciales, y con una minúscula ayuda de
México, presidido entonces por Lázaro Cárdenas, que proporcionó sobre todo municiones y
acogió a numerosos exiliados republicanos al término de la guerra.
Política de No Intervención:
Todas las potencias acordaron la no injerencia diplomática y militar en los asuntos españoles y
prohibieron las exportaciones de armamento a España. Esta política, conocida con el nombre
de No Intervención, sirvió para impedir al Gobierno legítimo de la II República se aprovisionara
libremente de armas en el extranjero para defenderse de una rebelión (tuvo que hacerlo de
forma clandestina y con enormes dificultades, lo cual ahondó la diferencia de equipamiento
entre uno y otro ejército). Para que el acuerdo de no intervención fuera efectivo, se encargó a
un comité (Comité de No Intervención) creado en Londres, en septiembre de 1936, por
iniciativa francesa para que velara por su cumplimiento. Esta política, defendida sobre todo
por el Gobierno británico, tuvo éxito hasta cierto punto, ya que aisló el conflicto español, pero
fracasó en lo fundamental, pues reforzó el fascismo y no solo no impidió, sino que alentó, un
conflicto internacional como fue la Segunda Guerra Mundial.
P RIM E R ME N S A JE D E L GENERAL FRANCO ( 1936)
El golpe triunfó en casi todas las capitales de Castilla, en algunas ciudades gallegas y en zonas
de Andalucía occidental y Extremadura. También Baleares y Canarias estaban en manos de los
sublevados.
En la tarde del día 18, abrumado por la situación. Casares Quiroga dimitió. Azaña pidió al
nuevo Jefe de Gobierno, Diego Martínez Barrio, que intentara negociar, pero Mola rehusó, por
lo que Martínez Barrio también renunció. Esa misma noche, el PSOE y el PCE convocaban la
movilización de toda su militancia.
En Pamplona, Mola esperó a la mañana del 19 para sublevarse. Durante ese día, otras ciudades
quedaron bajo dominio rebelde, como La Coruña y Oviedo, donde el coronel Aranda se hizo
con el control de la ciudad mientras las milicias obreras confiadas partían hacia el sur para
ayudar en la defensa de Madrid. Durante varios meses la capital asturiana permanecería
sitiada desde las cuencas mineras. En Andalucía, los sublevados consiguieron desembarcar
algunas unidades del Ejército de África, que iniciaron una marcha hacia el norte con el objetivo
de enlazar las dos zonas en que había triunfado el golpe. Éste se impuso también en Granada y
Zaragoza.
La rebelión fracasó, sin embargo, en otros puntos importantes: la mayor parte de Aragón,
Asturias, toda Cantabria, Cataluña, Levante y buena parte de Andalucía oriental
permanecieron leales a la República. En la mayor parte de los buques de la Armada los
marineros se rebelaron contra los oficiales golpistas, siguiendo órdenes del Ministerio, y
pusieron el mando en manos de otros leales al Gobierno. En Vizcaya y Guipúzcoa, la actitud del
PNV, que declaró su lealtad al Gobierno republicano, inclinó la balanza contra la sublevación.
Pero los fracasos más grandes se produjeron en Madrid y Barcelona. El día 19, en la capital
catalana, la CNT lanzó a los obreros a las calles y se hizo con armas para enfrentarse a las
tropas golpistas. Con la colaboración de los Guardias de Asalto y la Guardia Civil, que
permaneció leal al Gobierno de la Generalitat, rechazaron el avance y sitiaron a los insurrectos.
Cuando llegó el general Goded, que debía tomar el mando de los sublevados, era tarde, y sólo
pudo rendirse ante el gobierno de Companys.
En Madrid, el nuevo presidente del Gobierno, José Giral, entregó armas a las milicias obreras,
formadas apresuradamente por socialistas y comunistas con ayuda de algunos oficiales. El día
20 estas unidades consiguieron vencer a los golpistas en el Cuartel de la Montaña. Los demás
cuarteles sublevados, en Getafe y Campamento, fueron reducidos rápidamente.