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Las reformas emprendidas durante el bienio reformista de la II República española (1931 - 1933)
dejaron descontentos a muchos sectores y por diferentes motivos. La Reforma Agraria fue acusada de
tibieza e ineficacia respecto a lo que se esperaba de ella. En política religiosa se acusó al gobierno de
radicalismo y sectarismo. También fue criticado el gobierno de Azaña por los errores cometidos a la
hora de reprimir de forma sangrienta algunas protestas (la matanza de Casas Viejas especialmente).
Todo ello debilitó enormemente al Gobierno azañista, ocasión que aprovechó la derecha para
reorganizarse y presentar batalla electoral con posibilidades de éxito en las elecciones de 19 de
noviembre de 1933.
A partir de esta fecha se inicia un nuevo período: el Bienio Derechista, o radical-cedista, que
perduraría hasta el nuevo triunfo de las izquierdas -el Frente Popular- en febrero de 1936. Las
elecciones del 33, fueron un éxito para los partidos de centro–derecha. Las derechas se unieron frente a
la desunión de las izquierdas. El presidente Alcalá Zamora encomendó el gobierno a Alejandro
Lerroux, líder de los republicanos radicales. Ahora bien, como necesitaban el apoyo de la CEDA,
se vieron obligados a llevar a cabo una política de derechas, contraria a las reformas de la etapa
anterior: contrarreforma. Así, se paralizó la reforma agraria y se devolvieron las tierras
expropiadas a la nobleza y se expulsó a muchos campesinos de las tierras ocupadas. También se
concedió la amnistía al General Sanjurjo y se permitió el retorno de la Compañía de Jesús y volvió
a incluirse el presupuesto del clero dentro de los presupuestos del Estado. Los gobiernos republicanos
radicales sufrieron varias crisis.
La CEDA exigió a Lerroux la inclusión de ministros de su partido si deseaba continuar con su
apoyo. La entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno radical provocó inmediatamente la
reacción de algunos sectores de la izquierda, los cuales consideraban que con esta medida se producía
un giro hacia la derecha del gobierno. De momento se empezó por una campaña de huelgas por todo el
país, que daría paso a otros sucesos más graves, como fueron los alzamientos armados en Madrid y en la
mayor parte del país. En Cataluña el presidente Lluís Companys llegó a proclamar la República
catalana, el Estat Catalá, dentro de la República Federal española. La República catalana fue disuelta
rápidamente por el General Batet, Companys fue detenido junto con el resto del Gobierno de la
Generalitat, se declaró el estado de guerra, se ocupó Barcelona, se suspendió el Estatuto y la Generalitat
quedó reducida a labores administrativas.
En Asturias, el movimiento armado tuvo un carácter eminentemente social y revolucionario.
Pretendía superar los esquemas de la República burguesa, para sustituirla por un Estado proletario,
similar al modelo instalado en la Rusia de Stalin. Los mineros del carbón se apoderaron de los
cuarteles, de las fábricas de armamento, ocuparon la cuenca minera y hasta la misma capital, Oviedo. El
gobierno envió la legión de África bajo el mando del General Franco para restablecer el orden.
Oviedo, que quedó parcialmente destruida por la dinamita de los sublevados.Ante la situación de
inestabilidad que vivía el país y sobre todo como consecuencia de la revolución de Asturias y los
escándalos de corrupción política, especialmente el estraperlo en diciembre de 1935 el presidente
Alcalá Zamora disolvió el Parlamento y convocó nuevas elecciones para febrero de 1936. Los
partidos de izquierdas decidieron formar una alianza electoral que recibió el nombre de Frente
Popular.
Uno de los apartados fundamentales del programa del Frente Popular era la amnistía general a los
presos políticos, además de la vuelta a las reformas del Bienio Reformista. Las elecciones dejaron
patente que el país se estaba polarizando peligrosamente hacia los dos extremos: el fascismo de la
ultra derecha y el socialismo–comunismo de la izquierda. Triunfó el Frente Popular. El Parlamento
decide destituir al presidente de la República Alcalá Zamora, al que consideraban demasiado
conservador, y nombran como presidente a Manuel Azaña. El jefe de gobierno será Casares
Quiroga, político de escasa personalidad, mientras tanto, la tensión social va en aumento: ardieron de
nuevo conventos e iglesias, mientras se agravaba la ola de pistolerismo callejero, y los miembros de las
organizaciones legales de derechas las abandonan en masa para militar en movimientos más extremistas.
La Falange, que venía recibiendo ayuda económica de los fascistas italianos, multiplicaba sus
actuaciones violentas y atentados.Los continuos rumores de golpe de Estado provocaban un intenso
antimilitarismo en la prensa de izquierdas que contribuía al clima de violencia. Campesinos
ocupaban tierras sin que las fuerzas del orden consiguieran evitarlo. Como demostración de su fuerza,
la CNT desencadenó una huelga de la construcción en Madrid y ensayó un comunismo libertario de
consumo, expoliando las tiendas de comestibles.
El 12 de julio, unos pistoleros desconocidos asesinaron al teniente Castillo, de la Guardia de
Asalto; al día siguiente cayó asesinado José Calvo Sotelo, líder de la derecha parlamentaria, a
manos de un grupo de agentes del orden que trataba de vengar la muerte de su compañero. Los
industriales y terratenientes van retirando sus capitales al extranjero y el ambiente social es muy tenso y
de gran inseguridad. Algunos incitaban a los militares a un golpe de Estado. El gobierno, lo único que
hizo, fue dispersar a los militares sospechosos. Así, el general Mola fue destinado a Pamplona, Franco
a Canarias, y Godet a Baleares. Mola se erigió en director de la conspiración que desde el triunfo del
Frente Popular algunos dirigentes monárquicos habían puesto en marcha. También los generales
Franco y Goded, desde sus destinos de Canarias y Baleares, respectivamente, se sumaron a la
conspiración. El 17 de julio de 1936, la guarnición de Melilla se sublevó y declaró el estado de
guerra en Marruecos, disparándose el mecanismo que llevaría a España a la guerra civil. Desde
Canarias, Francisco Franco voló a Tetuán para ponerse al mando del ejército "africano", mientras
el levantamiento se ponía en marcha en la Península ante el desconcierto del gobierno de Casares
Quiroga, que perdió unas horas decisivas sin tomar medida alguna. En pocos días, ante el fracaso del
levantamiento en las principales ciudades de España, el enfrentamiento entre las fuerzas sublevadas y
las leales al Gobierno se convirtió en una guerra civil, en la que el general Franco adquirió pronto un
protagonismo decisivo.