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PIADOSO EJERCICIO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE

Don Bosco llamaba al Retiro mensual lo llamaba "ejercicio de la buena muerte" Un


poco extraño dado el carácter alegre de Don Bosco. Don Bosco era realista e
invitaba a enfrentarse a lo verdaderamente esencial: los verdaderos valores son
los que están por encima de la misma muerte, aunque la vida de cada día los olvide,
ante el montón de preocupaciones que supone. La mejor manera de encontrarse
dispuesto a vivir bien, es vivir como si se estuviera dispuesto a morir en cualquier
momento. Amigo, un accidente puede terminar con tu vida mañana ¿Estás
preparado? Si lo estás, también estás preparado para vivir aún mucho tiempo, dando sentido y
fruto a tu vida. Mucho mejor vivirás todavía el próximo mes.
Llevemos a nuestras familias el "Retiro Mensual". Puede ser un momento de unión entre los
padres y los hijos. Puede ser de quince minutos. Puede prolongarse más. Lo importante es
reunirse, ponerse juntos en oración y elevarse hasta Dios.

Sugerencias
Como es un momento de recogimiento, pero también es un momento de gozo familiar, se puede
organizar:
1.- Participación de toda la familia.
2.- El padre puede dirigirlo por primera vez, después se van rolando, la madre, los hijos, si
intervienen más familia, entonces cada uno de los participantes le tocará dirigirlo cada mes.
3.- Principiar con una oración gozosa a Dios Padre, a quien se llega a través de su amado Hijo,
Jesucristo su único intercesor (1Ti 2:5, Juan 14:6).
4.- Escoger un mensaje que los guíe en ese mes que comienza. Sacarlo de la Biblia, ya sea un
versículo, parte de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Por ejemplo:
1Timoteo 2:5, Deuteronomio 5:8, Deuteronomio 27:15 y Juan 14:6
5.- Después de leerlo, se debe meditar, cada uno de los participantes expondrá qué le deja de
enseñanza.
6.- Después de que han participado todos, cada uno escribirá sus propósitos para ese mes.
7.-En este momento, con Dios actuando en sus corazones, rezar la oración salesiana para pedir
una "buena muerte".
ORACIÓN SALESIANA DE LA BUENA MUERTE
Misericordioso Señor Jesús, por tu agonía y sudor de sangre y por tu muerte líbrame de la muerte
repentina e imprevista. No permitas que pase de esta vida a la eternidad sin haber recibido los Santos
Sacramentos. Concédeme un tránsito feliz y en tu gracia, para que pueda amarte y alabarte.
¡Oh, Jesús, Señor mío, Dios de bondad, Padre de misericordia, yo me arrepiento ante Ti con el corazón
humillado y te encomiendo mi última hora y lo que después de ella me espera!
Cuando mis pies ya inmóviles me adviertan que mi carrera en este mundo está próxima a su fin,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.
Cuando mis manos trémulas y entorpecidas no puedan ya estrecharte, ¡oh bien mío crucificado!, y en
contra de mi voluntad te dejen caer sobre el lecho de mi dolor,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuando mis ojos, llenos de tinieblas y desencajados ante el horror de la cercana muerte fijen en ti sus
miradas lánguidas y moribundas,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuando mis labios fríos y temblorosos pronuncien por última vez tu adorable nombre,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuando mis mejillas pálidas y amoratadas inspiren lástima y terror a los que me rodeen; y mis cabellos
húmedos con el sudor de la muerte, erizándose en la cabeza, anuncien mi próximo fin,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para
oír tu voz al pronunciar la sentencia irrevocable que fijará mi suerte por toda la eternidad,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.
Cuando mi imaginación agitada por horrendos y, espantosos fantasmas, quede sumergida en congojas de
muerte, y mi espíritu, turbado con la visión de mis iniquidades y el temor de tu justicia, luche contra el
ángel de las tinieblas, que tratara de arrancarme el recuerdo consolador de tus misericordias y
precipitarme en el abismo de la desesperación,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuando, oprimido mi débil corazón con los dolores de la enfermedad, se vea asaltado por el horror de la
muerte y desfallecido por. los esfuerzos realizados contra los enemigos de mi eterna salvación,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.
Cuando derrame las últimas lágrimas reveladoras de mi destrucción, recíbelas, ¡oh Jesús mío!, como
sacrificio de expiación, para que muera como víctima de penitencia, y en aquel momento terrible,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.
Cuando mis parientes y amigos, apretados alrededor de mi lecho, se compadezcan de mi lastimoso estado
y te invoquen en mi favor,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuando, perdido ya el uso de todos los sentidos, el mundo entero haya desaparecido de mi vista y gima en
el estertor de la última agonía y en las congojas de la muerte,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí
Cuado los últimos alientos del corazón obliguen a mi alma a salir del cuerpo, acéptalos como. actos de una
santa impaciencia de ir a Ti y Tú,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.
Cuando mi alma salga de los labios entreabiertos, despidiéndose para siempre de este mundo, y deje este
cuerpo pálido, frío y sin vida, acepta la destrucción de mi ser como un homenaje que yo ofrezco a tu
divina Majestad, y entonces,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.
Finalmente, cuando mi alma comparezca ante ti, y vea por primera vez el resplandor inmortal de Tu
Majestad, no la rechaces de tu presencia; dígnate recibirme en el seno amoroso de tu misericordia, para
que eternamente cante tus alabanzas,
Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Oración
¡Oh Dios, que condenándonos a muerte nos has ocultado el momento y la hora: haz que pasando todos los
días de mi vida en la santidad y en la justicia, merezca salir de este mundo en tu santo amor! Por los
méritos de Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unión del Espíritu Santo. Así sea.
Terminar el "Retiro" con un gozoso canto salesiano y estamos listos para comenzar un mes muy cristiano y
productivo.

EL MOMENTO DECISIVO DE NUESTRA VIDA

Fuimos creados por Dios y debemos volver a Él. Nuestra vida es un viaje hacia la Casa del Padre
que nos espera: una muerte santa nos abrirá las puertas del paraíso introduciéndonos en los
esplendores eternos.

Por consiguiente el momento más importante y decisivo de la vida es la muerte: de ella depende
nuestra eternidad. ¿Será para ir a una eternidad feliz o desgraciada? ¿Y si la muerte te
sorprendiera ahora imprevistamente, estarías preparado para presentarte ante el tribunal de
Dios?

Es por lo tanto muy conveniente, como lo recomendaba Don Bosco, que cada mes pienses en la
muerte a fin de que puedas:

1. Revisar el estado de tu conciencia y las confesiones pasadas, especialmente las que has hecho
en el mes anterior para quitar cualquier duda o incertidumbre,
2. Hacer una confesión y una comunión tan esmerada y fervorosa, como si fuera la última de tu
vida,
3. Examinar los propósitos hechos en tus ejercicios espirituales y determinar el trabajo
espiritual que debes hacer en el mes que comienza.

El pensamiento de la muerte no es motivo de tristeza sino de serenidad y de paz para el alma,


luego de contento y alegría.
Nadie murió tan serenamente como Domingo Savio y Miguel Magone, cuya muerte fue “un sueño
de alegría”. Ellos todos los meses hacían con toda fidelidad el ejercicio de la buena muerte. Para
quien está en gracia de Dios, la muerte es un encuentro fraternal con Jesús, un abandono
afectuoso y confiado en los brazos de un Padre infinitamente buen .

Oración a San José para obtener la gracia de una buena muerte

Glorioso San José, afortunado esposo de María, Vos que merecisteis ser
custodiado por Jesús, y abrazándole tiernamente, gozasteis de un Paraíso
anticipado, obtenedme del Señor el perdón de mis pecados, y la gracia de imitar
vuestras virtudes, a fin de que siga siempre el camino que conduce al cielo.
Vos, que a la hora de la muerte tuvisteis la dicha de ver a Jesús y a María en torno
a vuestro lecho, y de entregar dulcemente entre sus brazos vuestra alma, defendedme, os lo
ruego, en mi última hora contra los enemigos de mi alma, de suerte que, confortado con la dulce
esperanza del Paraíso, expire pronunciando los santísimos nombres de Jesús, José y María.
Amén.

Por las intenciones del Sumo Pontífice, para ganar las indulgencias, Pater, Ave y Gloria. Por aquel
de nosotros que ha de morir primero: Pater, Ave y Gloria. Por las almas del Purgatorio: Réquiem
aetérnam

EJERCICIO DE LA “BUENA MUERTE”

Es costumbre utilísima de las almas piadosas, dedicar, de cuando en cuando, un día


a la meditación y preparación de la buena muerte.

Este ejercicio es muy saludable, tanto porque es muy fácil considerar nuestra
muerte como algo teórico y lejano (siendo algo certísimo y que puede estar muy
cerca), como porque es necesario mantenerse siempre preparados, “porque en la
hora menos pensada, ha de venir el Hijo de Dios, Lc. 12, 40, hora de la que “depende toda la
eternidad”.-
Este ejercicio se suele hacer imaginándose uno a sí mismo a punto de morir.
No sabemos cuándo, ni donde nos ha de sorprender: acaso hoy mismo, o dentro de unos años;
puede ser en nuestro propio lecho o en medio de la calle; de repente o después de una larga
enfermedad; en un hospital o en la propia casa; y, lo que es más grave, no sabemos, si con la
debida preparación, resignados, serenos y ayudados por la presencia del sacerdote y el
maravilloso don de los últimos sacramentos, o por el contrario, en la soledad y privación de todo
consuelo.
Es necesario por tanto estar siempre preparados; la lámpara de la fe, de la caridad y buenas
obras encendida en las manos. Si nos encontramos de veras preparados, en cualquier momento o
lugar en que venga, será para nosotros la buena hermana muerte de S. Francisco de Asís; vendrá
a librarnos de este cuerpo de muerte y corrupción y a hacernos patentes las puertas de la
eternidad feliz. Y será, como para los Santos, un dulce dormirse en Dios; un vuelo impetuoso
hacia nuestro Creador y Redentor, a quién siempre hemos amado y a quién siempre hemos
pretendido servir con fidelidad. Pero ¡ay de nosotros! Si no nos encontramos preparados.
Qué amargura para nosotros, en aquel momento, tener que dejar la tierra a la que nos
encontraremos apegados como las ostras a la peña; qué gran remordimiento al pensamiento de
nuestros muchos pecados, acaso mal confesados y no debidamente expiados; qué remordimiento
al pensamiento de tanto bien que podíamos haber hecho y que no hicimos, de que pudimos
enriquecernos con tantas virtudes, mientras por el contrario tenemos que presentarnos al Juez
eterno con las manos vacías.
Además del propósito de estar siempre preparados, en este ejercicio debemos hacer un acto de
plena conformidad con la voluntad de Dios, aceptando de sus manos, cualquier enfermedad aun
grave o dolorosa y cualquier género de muerte que nos quiera destinar, con tal que nos conceda
en su infinita misericordia, el morir en su gracia y en el beso de su amor.
Debemos ofrecer a Dios desde ahora los dolores de nuestra enfermedad y los espasmos de la
agonía, en testimonio de amor a Él y en expiación de nuestros muchos pecados y de nuestra poca
correspondencia a sus gracias.-
De esa forma, cuando nos acerquemos a aquel último momento, nos sentiremos animados por este
pensamiento de ofrenda total, tantas veces repetida, a la misericordiosa voluntad de Dios, y
podremos, como Jesús en el huerto de Getsemaní, suplicar al Señor con aquellas palabras:
“Señor, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
En el ejercicio de la buena muerte es también conveniente pedir al Señor la gracia de poder
morir con el consuelo de sus Santos Sacramentos. Que en aquel momento, la absolución
sacramental y la bendición del Sacerdote consuelen y den fuerza a nuestra alma; que venga
Jesús, una vez más, bajo los velos eucarísticos y baje a nuestro pobre y extenuado corazón, para
reavivar en nosotros la fe, la esperanza y el amor a Él. Que ese sea el viático para llevar a cabo
el gran viaje de la eternidad. Y, finalmente, antes de perder el uso de los sentidos, que la
Extremaunción calme las dolorosas llagas y cicatrices del alma con su divino bálsamo y nos haga
del todo puros y dignos de Dios y nos alcance la paz y tranquilidad de un paso dulce desde este
valle de lágrimas a la eternidad feliz. Así sea.

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