Está en la página 1de 3

Lección 6:

Postrimerías: muerte y juicio

1. Oración Inicial
Dedica un momento de silencio para preparar tu alma y acude a María recitando la Salve para iniciar
esta lección bajo el manto de tan buena Madre:
Dios te salve, Reina y Madre, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te
salve a ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos gimiendo y llorando en este
valle de lágrimas. ¡Ea, pues, Señora abogada nuestra! Vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clemente! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas
de Nuestro Señor Jesucristo Amén.

2. Contenido para meditar


La situación actual que estamos viviendo nos ha llevado a ser testigos de la fragilidad de la vida.
Todos, como nunca antes, hemos tenido cerca esta realidad de la muerte, ya sea que hemos
enfermado, o que algún familiar, vecino o conocido ha muerto. Estos sucesos nos han dejado ver que
podemos morir en cualquier momento, y que a esta realidad ninguno puede escapar.

La lección de esta semana “Las postrimerías” son las realidades que deberíamos tener más presentes
en nuestra vida cotidiana, pues es absolutamente seguro que a todos nos llegará la muerte en
cualquier momento, quizá cuando menos la esperamos, e incluso sin estar debidamente preparados.
Recuerda que no solo somos para este mundo, ¡somos para la Eternidad!

El Señor nos dice en su Palabra:

“En todas tus obras acuérdate del final, y no pecarás jamás” Sirácida 7, 36

Hay que vivir pensando en que el Señor nos va a llamar a su encuentro, debemos aprovechar el
tiempo que Él nos da para amar y valorar el don de la vida, cumplir sus mandamientos, mortificarse,
valorar nuestra familia, vivir en la vida de la gracia, ¡ser santos!

¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre-Dios se ponga contento cuando te tenga que
juzgar? -San Josemaría (Camino 746)

Todos pasaremos por un juicio personal (cf. Hb 9,27) en el que será examinada nuestra conciencia en
el obrar, pero sobre todo en la manera de amar; y veremos todo tal como Dios lo ve. Será el momento
de conocer nuestro destino eterno y recibir lo que merecemos según el bien o el mal hecho. ¡Detente
un momento a pensar si realmente estás escribiendo en el libro de tu vida las buenas obras con las
que te presentarás al juicio una vez que mueras!

Morir mal es un error irreparable, morir en pecado mortal significa condenarse para siempre “¡Si te
acuestas a dormir en pecado mortal, mañana puedes amanecer en el infierno!” De cómo vivamos esta
vida depende nuestra eternidad. Pregúntate, ¿en verdad tienes en tu corazón el deseo de una
eternidad bienaventurada y luchas por alcanzarla? o acaso ¿dejas entrar en tu corazón dudas frente a
la trascendencia que tiene el alma y la mantienes descuidada?
Decía Santo Domingo Savio que “Solo aquel que no sabe vivir le tiene miedo a la muerte”. Y el
Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1022 nos dice que “El cristiano que une su propia muerte a la
de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna”. Así que nuestra alma
debería llenarse de regocijo al pensar en la muerte, nos debe llevar a esforzarnos por vivir en gracia
de Dios, amando, perdonando, sin apegos y agradando a Dios en todo. De esta manera a nada
debemos temer. Al contrario, debemos sentir gozo de que por fin se abra la puerta que nos dejará
encontrarnos con el Amor.

Reflexiona un momento ¿Acaso el mayor anhelo de tu alma no es encontrarse prontamente con tu


Creador? ¿Sigues apegado a las cosas de este mundo, o tal vez a las personas, aun sabiendo las
riquezas y alegrías eternas que te esperan y que no tienen comparación con nada de esta vida?

No se trata de que debemos tener un desprecio a la vida terrena, pues es un don de Dios, sino que
debemos tener un inmenso deseo de encontrarnos con Dios. Que podamos repetir unidos a Santa
Teresa de Jesús “Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios, que vive en mí, si no es perderte a Ti, para
mejor a Él gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues a Él solo es el que quiero, que muero, porque
no muero”.

Por último, recordemos que al final de todo, hemos de presenciar el juicio universal, llamado también
la vergüenza universal y allí se descubrirá todo lo que hay en el corazón de toda la humanidad, incluso
los pensamientos más íntimos. No quedará nada oculto. Así que es mejor empezar a enmendar desde
ya, todos nuestros pecados y malas acciones. ¡Ánimo, la eternidad nos espera!?

Santo de la semana: Santo Cura de Ars

San Juan María Vianney dedicó su vida y sus fuerzas al servicio de Dios en el sacerdocio orando y
mortificándose por todos los feligreses del pueblo de Ars. Pasaba largas horas en el confesionario todos
los días atendiendo a los fieles que venían de todas partes de Francia, y era tan grande su amor por las
almas que en su oración le pedía al Señor: “Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia.
Consiento en sufrir cuanto queráis durante toda mi vida, aunque sea durante cien años los dolores más
vivos con tal que se conviertan.” En sus predicaciones les hablaba del amor y la misericordia de Dios,
pero también de las realidades últimas del hombre para que volvieran al camino del Señor. Sobre la
muerte les exhortaba diciendo:

¡Oh! ¡Cuán horrible es la muerte del pecador! Y sin embargo, ¡cuan considerable es el número de los
que en pecado mueren! (...) Si me preguntáis en qué consiste una mala muerte, os contestaré: el
morir una persona en la flor de su edad, estando casada, gozando de perfecta salud, poseyendo
bienes en abundancia, y dejando en la desolación a una esposa e hijos amantisimos, no cabe duda
que es una muerte ésta, muy cruel. Otros dicen que morir en manos del verdugo, pendiente de una
horca, es una mala muerte. Otros, que es una mala muerte la muerte repentina. Por fin, otros dicen
que es mala muerte la que proviene de una enfermedad traidora e invencible como la peste u otra
dolencia contagiosa. Pues bien, yo os digo que tales clases de muerte nada tienen de malo: por más
que una persona se halle bien instalada en la vida, o que muera en la flor de sus años, su muerte no
dejará de ser preciosa a los ojos del Señor. ¡Tantos santos tenemos que murieron en la flor de su
edad! Tampoco lo es morir en manos del verdugo: todos los mártires murieron en manos de los
verdugos. Tampoco lo es morir súbitamente, mientras se esté preparado: muchos santos tenemos
que murieron así. Tampoco es muerte funesta el morir de la peste. Lo que hace desgraciada la
muerte del pecador, es el pecado. ¡Ah! es el maldito pecado lo que consume y devora en aquellos
espantosos momentos.

3. Preguntas para responder en tu Diario con María

En este momento de especial unión, con tu Madre, que al clamor de un hijo acude con diligente y
amorosa ayuda, responde:
• ¿Mi pensamiento hacia la muerte es de gozo y confianza por llegar a estar eternamente con mi
Señor o en cambio es de tristeza, miedo, duda y/o desconfianza?
• ¿Tengo la certeza de que al morir viene el juicio donde voy a ser examinado y juzgado por el
amor con el que viví?
• ¿Pongo todo de mí y le dejo hacer todo al Señor para que al momento de mi muerte pueda
presentarme con el traje de fiesta y así poder entrar en ella?

4. Oración final

Meditando en la brevedad de la vida terrena pide la gracia al Señor que te muestre aquello que te hace
falta corregir, renunciar o trabajar para estar plenamente preparado para ir a su encuentro.

“Concédeme ser fiel a los deberes de la vida espiritual. Que por ti que me amas, porte los frutos de la
virtud y la santidad. Con el fin que, en el momento de mi muerte, al aparecer ante ti, sea encontrado en
plena madurez y consumación de la perfección. Amén”.

5. Práctica

Al terminar la jornada, sacaré un espacio antes de dormir y en unión a María haré memoria desde el día
de mi conversión hasta hoy y examinaré cómo he respondido a todos mis deberes de estado y
apostolados que Dios me ha confiado para mostrar su rostro en familiares, amigos, compañeros de
trabajo, estudio, etc. y finalizare preguntándome ¿Si Dios me llamase hoy a la eternidad, habré dado a
Cristo en todo?

También podría gustarte