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ORACIONES TRADICIONALES

DE LA IGLESIA CATÓLICA
POR LOS MORIBUNDOS

Tomado del “Misal Diario”. (Don Gaspar Lefebvre, O.S.B.)


Traducción al castellano del Rvdo. Padre German Prado
Monje Benedictino de Silos (España)
Ediciones Desclée de Bouwer y Cía.
(Brujas, Bélgica)

1
2
SEÑALES DE MUERTE PRÓXIMA

Conviene tener algún conocimiento de las señales de


muerte inminente, para que así puedan los que asisten al
enfermo auxiliarle con oportunidad en tan apurado trance.
Las princi-pales señales son: cuando falta el pulso o está
intermitente o intercadente; cuando tiene la respiración
anhelosa; cuando sus ojos están hundidos y vidriosos, o más
abiertos de lo acostum-brado; cuando se pone la nariz afilada
y blanquecina en la extremidad; cuando la respiración se
parece al soplo de un fuelle; cuando se pone el rostro pajizo,
cárdeno y amoratado; cuando se baña la frente de un sudor
frío; cuando el enfermo coge las hilachas y pelusillas de las
sábanas; cuando se enfrían todas las extremidades, etc.

Las señales más próximas de que el enfermo va a expirar


son: la respiración intermitente y lánguida; la falta de pulso;
la contracción o rechinamiento de dientes; la destilación a la
garganta; un débil suspiro o gemido; una lágrima que sale por
sí misma y el torcer la boca, los ojos y todo el cuerpo. Cuando
el enfermo se halle en alguna de estas últimas señales,
entonces el que le asiste sugerirá con fervor y frecuencia, y
dirigiendo la voz algo más recia a la frente, las jaculatorias
siguientes:

(Tenga a la mano un Santo Cristo y una imagen de la Santí-


sima Virgen María)

3
JACULATORIAS
En vuestras manos, Señor, encomiendo mi
espíritu

Jesús mío, os encomiendo esta mi alma, que redi-


misteis con vuestra preciosísima sangre.

Jesús mío, quiero morir profesando vuestra fe;


creo cuanto habéis revelado.

Jesús mío, mi amor, yo os amo, me pesa de habe-


ros ofendido.

¡Oh mi Dios, se acerca el momento de veros y po-


seeros para siempre!

¡Oh, quién siempre os hubiera amado, quién


nunca os hubiera ofendido!
¡Oh María, Madre de Dios y Madre mía! Rogad
por mí ahora que me hallo en la hora de mi muerte.
Jesús mío, salvadme.

María, Madre mía, amparadme.

San José glorioso, patrono de la buena muerte,


asistidme.

Arcángel San Miguel, socorredme; libradme de


los enemigos.

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Ángel santo, custodio mío, acompañadme a la
presencia de Dios.

Ángeles todos, venid a mi socorro, que me hallo


en necesidad de vosotros.

Santos y Santas, auxiliadme y alcanzadme una


buena muerte. Amén.

SUGERENCIA
Mientras el que asiste vaya sugiriendo al enfermo estas
jacu-latorias, los demás parientes y amigos se hincarán de
rodillas delante del Santo Cristo y de la imagen de María
Santísima en el mismo aposento del enfermo o en otro, y
rezarán el san-to Rosario y las Letanías de Nuestra
Señora Virgen María. Así podrán ayudar mejor al
enfermo que no estando alrededor de la cama llorando,
gimiendo y aumentando la pena al pobre moribundo.

ACTO DE ACEPTACIÓN DE LA MUERTE


Todo cristiano, a lo menos una vez cada mes, debería leer y
acompañar con el corazón la siguiente oración:

Adoro, Dios mío, vuestro ser eterno: pongo en


vuestras manos el que me habéis dado, y que ha de
cesar por la muerte en el instante en que Vos lo
hayáis dispuesto. Acepto esta muerte con sumisión
y espíritu de humildad en unión de la que sufrió mi
Señor Jesucristo, y espero que con esta aceptación
mereceré vuestra misericordia.
5
INDULGENCIA PLENARIA
Para la hora de la muerte
Como a muchos sorprende la muerte sin darles tiempo
para ganar indulgencias, el Papa San Pío X ha concedido una
plena-ria para el artículo de la muerte a todos aquellos que
una vez en su vida, en un día a elección, después de confesar y
comul-gar, hubiesen hecho con verdadero espíritu de caridad
el si-guiente acto de aceptación, o con otra fórmula
semejante.
¡Señor, Dios mío!: Desde este momento, con
ánimo sereno y resignado, acepto de vuestras
manos cual-quier género de muerte que os plazca
mandarme, con todos sus dolores, penas y
angustias.

ORACIÓN
¡Oh Dios de bondad, Dios clemente, Dios que, se-
gún la multitud de tus misericordias, perdonas a los
arrepentidos, y por la gracia de una entera
remisión borras las huellas de nuestros crímenes
pasados!
Dirige una mirada compasiva a tu siervo (a) N.;
recibe la humilde confesión que te hace de sus
culpas, y concédele el perdón de todos sus pecados.
Padre de misericordia infinita, repara en él todo lo
que co-rrompió la fragilidad humana y manchó la
malicia del demonio; júntale para siempre con el
cuerpo de la Iglesia, como miembro que fue
redimido por Jesu-cristo. Ten, Señor, piedad de sus
gemidos, compadé-cete de sus lágrimas, y puesto
6
que no espera sino en tu misericordia, dígnate
dispensarle la gracia de la perfecta reconciliación.
Por Jesucristo, nuestro Se-ñor. Amén.
ORACIÓN PARA ALCANZAR
UNA BUENA MUERTE
¡Jesús, Señor, Dios de bondad, Padre de
misericor-dia! Yo me presento ante Vos con un
corazón contri-to, humillado y confuso, y os
encomiendo mi última hora y lo que después de ella
me espera.

Cuando mis pies, perdiendo su movimiento, me


ad-viertan que mi carrera en este mundo está
próxima a su fin.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mis manos, trémulas y torpes, ya no pue-


dan sostener el Crucifijo, y a pesar mío lo deje caer
sobre el lecho de mi dolor.
R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mis ojos, vidriados y contorcidos por el


ho-rror de la inminente muerte, fijaren en Vos sus
mira-das lánguidas y moribundas.
R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mis labios, fríos y convulsos, pronuncia-


ren por última vez vuestro adorable nombre.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

7
Cuando mi cara, pálida y amoratada, cause lásti-
ma y terror a los circunstantes, y mis cabellos
baña-dos del sudor de la muerte, erizándose en mi
cabeza, anunciaren que está cercano mi fin.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siem-


pre a las conversaciones de los hombres, se abrieren
para oír la sentencia irrevocable que fijará mi
suerte por toda la eternidad.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mi imaginación, agitada por horrendos


fantasmas, quede sumergida en mortales congojas,
y mi espíritu, perturbado con el temor de vuestra
jus-ticia al acordarse de mis iniquidades, luchare
contra el infernal enemigo, que quisiera quitarme la
espe-ranza en vuestras misericordias y
precipitarme en los horrores de la desesperación.
R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mi corazón, débil y oprimido por el dolor


de la enfermedad, estuviere sobrecogido por el
temor de la muerte, fatigado y rendido por los
esfuerzos que habrá hecho contra los enemigos de
mi salvación.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

8
Cuando derramare mis últimas lágrimas, sínto-
mas de mi destrucción, recibidlas, Señor, como un
sacrificio de expiación; a fin de que yo muera como
víctima de penitencia, y en aquel momento terrible.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mis parientes y amigos, juntos alrededor


de mí, se estremezcan al ver mi situación y os invo-
quen por mí.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando, perdido el uso de los sentidos, el mundo


todo desapareciere de mi vista, y yo gima entre las
angustias de la última agonía y los afanes de la
muerte.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando los últimos suspiros del corazón empujen


mi alma a que salga del cuerpo, aceptadlos, Señor,
como hijos de una santa impaciencia de ir hacia
Vos, y entonces.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

Cuando mi alma salga para siempre de este


mundo y deje mi cuerpo pálido, frío y sin vida,
aceptad la destrucción de él como un homenaje que
rendiré a vuestra Divina Majestad, y en aquella
hora.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.


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En fin, cuando mi alma comparezca ante Vos y
vea por primera vez el esplendor de vuestra
Majestad, no la arrojéis de vuestra presencia;
dignaos recibirme en el seno de vuestra
misericordia, para que cante eternamente vuestras
alabanzas.

R. Jesús misericordioso, ten piedad de mí.

¡Oh Dios, que, habiéndonos condenado a muerte,


nos habéis ocultado el momento y la hora de la mis-
ma!; haced que viviendo yo justa y santamente,
pue-da merecer salir de este mundo en vuestra
gracia y santo amor. Por los méritos de nuestro
Señor Jesu-cristo, que junto con el Espíritu Santo
vive y reina con Vos. Amén.

JACULATORIAS

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma


mía.

Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María, expire en paz con Vos el alma


mía.

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RECOMENDACIÓN DEL ALMA
Según el Ritual Romano Tradicional
LETANÍA DE LOS AGONIZANTES
Señor, ten piedad
de N.
Cristo,
Señor,

Santa María, ruega


por N.
San Abel,
Coro de los justos, rogad
por N.
San Abraham, ruega
por N.
San Juan Bautista,
San José,
Santos Patriarcas y Profetas, rogad
por N.
San Pedro, ruega
por N.
San Pablo,
San Andrés,
San Juan,
Santos Apóstoles y Evangelistas, rogad
por N.
Santos Discípulos del Señor,
Santos Inocentes,

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San Esteban, ruega
por N.
San Lorenzo,
Santos Mártires, rogad
por N.
San Silvestre, ruega
por N.
San Gregorio,
San Agustín,
Santos Pontífices y Confesores, rogad
por N.
San Benito, ruega
por N.
San Francisco,
San Camilo, ruega
por N.
San Juan de Dios,
Santos Monjes y Ermitaños, rogad
por N.
Santa María Magdalena, ruega
por N.
Santa Lucía,
Santas Vírgenes y Viudas, rogad
por N.
Santos y Santas de Dios,

Sé propicio, perdónale,
Señor
Sé propicio, líbrale,
Señor
Sé propicio, ayúdale,
Señor

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De tu cólera, líbrale,
Señor
Del peligro de la muerte,
De la mala muerte,
De las penas del infierno,
De todo mal,
Del poder del demonio,

Por tu Natividad, líbrale,


Señor
Por tu Cruz y Pasión,
Por tu muerte y sepultura,
Por tu gloriosa Resurrección,
Por tu admirable Ascensión,
Por la gracia del Espíritu Consolador,
En el día del juicio,
Así te lo pedimos, aunque pecadores, óyenos,
Señor
Te rogamos que le perdones,

Señor, ten piedad, óyenos,


Señor
Cristo,
Señor,
Hallándose el enfermo en la agonía,
se dirá la siguiente oración:

ORACIÓN
Sal de este mundo, alma cristiana,

en nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te


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creó;
en nombre de Jesucristo Hijo de Dios vivo, que
padeció por ti;
en nombre del Espíritu Santo, que en ti se infun-
dió;
en nombre de la gloriosa y santa Virgen María,
Madre de Dios;
en nombre del bienaventurado José, ínclito
Esposo de la misma Virgen;
en nombre de los Ángeles y Arcángeles;
en nombre de los Tronos y Dominaciones;
en nombre de los Principados y Potestades;
en nombre de los Querubines y Serafines;
en nombre de los Patriarcas y Profetas;
en nombre de los santos Apóstoles y Evangelistas;
en nombre de los santos Mártires y Confesores;
en nombre de los santos Monjes y Ermitaños;
en nombre de las santas Vírgenes y de todos los
Santos y Santas de Dios.

Sea hoy en paz tu descanso y tu habitación en la


Jerusalén celestial.

Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


ORACIÓN

San Pedro Damián

Te recomiendo a Dios Todopoderoso, mi querido


(a) hermano (a) N., y te pongo en las manos de
aquel de quien eres criatura, para que después de
haber sufrido la sentencia de muerte, dictada
14
contra todos los hombres, vuelvas a tu Creador que
te formó de la tierra. Ahora, pues, que tu alma va a
salir de este mundo, salgan a recibirte los gloriosos
coros de los Ángeles y los Apóstoles, que deben
juzgarte, venga a tu encuentro el ejército triunfador
de los generosos Mártires; te rodee la multitud
brillante de Confeso-res; te acoja con alegría el coro
radiante de las Vírge-nes, y se para siempre
admitido con los santos Pa-triarcas en la mansión
de la venturosa paz.
Te anime con grande esperanza San José, dulcísi-
mo Patrón de los moribundos.

Vuelva hacia ti benigna sus ojos la santa Madre


de Dios.

Preséntese a ti Jesucristo con rostro lleno de dul-


zura, y te coloque en el seno de los que rodean el tro-
no de su divinidad.

No experimentes el horror de las tinieblas, ni los


tormentos del suplicio eterno.

Huya de ti Satanás con todos sus satélites.


Y, al verte llegar rodeado de Ángeles, tiemble y
vuélvase a la triste morada donde reina la noche
eterna.

Levántese Dios, y disípense sus enemigos, y des-


canse como el humo.

A la presencia de Dios desaparezcan los pecado-


res, como la cera se derrite al calor del fuego, y
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rego-cíjense los justos, como en una fiesta perpetua
ante la presencia del Señor.

Confundidas sean todas las legiones infernales,


ninguno de los ministros de Satanás se atreva a es-
torbar tu paso.

Te libre de los tormentos Jesucristo, que fue


cruci-ficado por ti.

Te coloque Jesucristo, Hijo de Dios vivo, en el jar-


dín siempre ameno de su paraíso, y verdadero
Pastor como es, te reconozca por una de sus ovejas.

Te perdone misericordioso todos tus pecados.

Te ponga a su derecha entre sus elegidos, para


que veas a tu Redentor cara a cara, y morando
siempre feliz a su lado, logres contemplar la
soberana Majes-tad y gozar de la dulce vista de
Dios, admitido en el número de los
Bienaventurados, por todos los siglos de los siglos.
Amén.

PRECES
Señor: Recibe a tu siervo en el lugar de la
salvación
que espera de tu misericordia.
R. Amén.

Señor: Libra el alma de tu siervo de todos los peli-


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gros del infierno, de sus castigos y males.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como preservaste a Henoch


y Elías de la muerte común a todos los
hom-
bres.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Noé del di-


luvio.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Abraham


de la tierra de los Caldeos.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Job de sus


padecimientos

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Isaac de su


padre Abraham cuando iba a inmolarle.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Lot de So-


doma y de la lluvia de fuego.

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R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Moisés de


las
manos de Faraón, rey de Egipto.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a Daniel del


lago de los leones.

R. Amén.

Señor: Libra su alma, como libraste a los tres


jóve-
nes del horno encendido y de las manos del
rey impío.

R. Amén.
Señor: Libra su alma, como libraste a Susana del
falso testimonio.

R. Amén.
Señor: Libra su alma, como libraste a David de
las manos de Saúl y Goliat.
R. Amén.
Señor: Libra su alma, como libraste a San Pedro
y
San Pablo de las prisiones.
R. Amén.

Y como libraste a la bienaventurada Tecla, virgen


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y mártir, de los más crueles tormentos,
díg-
nate librar el alma de tu siervo, y
permítele
gozar a tu lado de los bienes eternos.

R. Amén.

ORACIÓN
Te recomendamos el alma de tu siervo (a) N., y te
pedimos Señor Jesucristo, Salvador del mundo, por
la misericordia con que bajaste por ella del cielo,
que no le niegues un lugar en la morada de los
Santos Patriarcas.

Reconoce Señor, tu criatura, obra, no de dioses


extraños, sino tuya, Dios único, vivo y verdadero,
porque no hay otro Dios más que Tú, y nadie te
igua-la en tus obras. Haz, Señor, que tu dulce
presencia llene su alma de alegría; olvida sus
iniquidades pasa-das y los extravíos a que fue
arrastrada por sus pa-siones; porque, aun cuando
pecó, no ha renunciado a la fe del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, sino que ha conservado el celo
del Señor y, ha adorado fiel-mente a Dios, creador
de todas las cosas.

Te pedimos, Señor, que olvides todos los pecados


y faltas que en su juventud cometió por ignorancia,
y, según la grandeza de tu misericordia, acuérdate

19
de él (ella) N. en el esplendor de tu gloria. Ábransele
los cielos y regocíjense los Ángeles con su llegada.

Recibe, Señor, a tu siervo (a) N. en tu reino.


Recíbale San Miguel Arcángel, caudillo de la mili-
cia celestial;
Salgan a su encuentro los santos Ángeles y con-
dúzcanle a la celeste Jerusalén.
Recíbale el Apóstol San Pedro, a quien entregaste
las llaves del reino celestial.
Socórrale el Apóstol San Pablo que mereció ser
vaso de elección,
Interceda por él (ella) N., San Juan, el apóstol
que-rido, a quien fueron revelados los secretos del
cielo.
Rueguen por él (ella) todos los santos Apóstoles,
a quienes Dios concedió el poder de absolver y de
retener los pecados;
Intercedan por él (ella) todos los Santos elegidos
de Dios, que sufrieron en este mundo por el nombre
de Jesucristo, a fin de que, libre de los lazos de la
carne, merezca entrar en la gloria celestial por la
gracia de Nuestro Señor Jesucristo, que con el
Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA
VIRGEN MARÍA

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Que la bienaventurada y clemente Virgen María,
Madre de Dios, piadosísima consoladora de los afli-
gidos, encomiende a su Hijo el alma de su siervo (a)
N., para que por su intercesión maternal no tema
los horrores de la muerte, sino que entre gozoso en
su compañía en la deseada mansión de la Patria
celes-tial. Amén.

ORACIÓN A SAN JOSÉ

A Vos recurro, San José, Patrón de los


moribundos, y a Vos, en cuyo tránsito asistieron
solícitos Jesús y María, os encomiendo
encarecidamente por ambas prendas carísimas el
alma de vuestro (a) siervo (a) N., que se halla en su
última agonía, para que bajo vuestra protección se
vea libre de las asechanzas del diablo y de la muerte
perpetua, y merezca llegar a los gozos eternos de la
Gloria. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

SUFRAGIOS CON QUE PUEDEN SER


AYUDADAS
LAS ALMAS DEL PURGATORIO
21
Primeramente, celebrar o hacer celebrar y oír el santo
sacrificio de la Misa, que no es necesario que sea de
Réquiem
para que sirva de sufragio a las almas. Procuren, pues, los
reve-rendos sacerdotes celebrarla con toda devoción,
suplicando al Señor que por este medio apague el fuego del
purgatorio; los seglares procuren hacerlas celebrar, o a lo
menos oírlas devota-mente.

Refiérese en el tomo tercero de los Anales de Boverio que


nuestro Señor reveló a un religioso capuchino las penas del
purgatorio, y mirando afligido las que padecían aquellas
bendi-tas almas, vio entrar dos ángeles en aquel estanque de
fuego: el uno llevaba un vaso preciosísimo lleno de la sangre
de Cristo nuestro Señor, que se había ofrecido en el altar por
aquéllas; el otro tenía un hisopo en la mano, con el cual iba
tomando de aquella preciosísima sangre e iba rociando a las
benditas almas que allí padecían; cuantas recibían alguna
gota de aquel divino licor quedaban a punto limpias, puras y
más resplandecientes que el sol; indicando con ello el Señor
cuán eficaz sea el sacrifi-cio de la Misa para librar de aquellas
penas a las almas. Añáda-se a esto la sagrada Comunión y la
recepción de los demás Sacramentos, pues que todos son
fuentes perennes de gracia y de salud espiritual.

Lo Segundo, la oración, ora sea puramente mental, ora


vocal ayudada de la mental: la primera porque además de ser
impetratoria, que es propio de toda oración y quiere decir que
es hábil y a propósito para alcanzar favores y gracias en
beneficio del que la hace y de las personas por quienes se
hace, participa también de la razón de obra satisfactoria por
la mortificación de estar postrado, doblado y otras
penalidades que entienden los que de veras quieren tener este
22
género de mortificación. La segunda, que será más afectuosa
cuando fue-re más acompañada de la mental, esto es, la
intención recta y atención devota a lo que se rece, consiste en
rezar el Rosario a la Santísima Virgen, el Oficio de difuntos,
los Salmos peniten-ciales y otra cualquier devoción, con tal
que sea aprobada por la Santa Iglesia. El que no entiende los
salmos rece el Rosario, porque entendiendo lo que reza,
tendrá más devoción.

Lo tercero, las obras penales, que son satisfactorias, esto


es, que son proporcionadas para hacer penitencia y dar satis-
facción por nuestras culpas a la Majestad divina. Tales son: el
ayuno, limosna, disciplinarse, cilicio, besar la cruz, estarse
con la cruz, y todo género de cristiana mortificación. Se
advierte, que a los que no pueden ayunar sin ser notados les
es muy fácil privarse de este o de aquel bocado regalado,
privarse de visitas curiosas o de alguna otra lícita recreación
de los sentidos, cosa que nadie o casi nadie advierte y ante
Dios es de mucho valor.

Lo cuarto, tomar bulas de difuntos para ganar las indul-


gencias plenarias a ellos concedidas. Son innumerables las
que se ganan con la bula de la Cruzada: los cofrades del
Rosario y los que profesan la tercera regla del Seráfico Padre
San Fran-cisco pueden ganar muchísimas, y todos,
recorriendo las esta-ciones del Vía Crucis; también se ganan
muchas indulgencias llevando el escapulario del Carmen, por
el que son tan asisti-das las almas en el sábado; también
llevando el cordón de San Francisco o la correa de San
Agustín y finalmente, por muchas otras devociones; porque
los Sumos Pontífices han sido gene-rosos en conceder
indulgencias, porque saben que es el medio más fácil para
remediar a los vivos y a los difuntos.
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Lo quinto, todas las buenas obras, los trabajos,
enfermeda-des, las afrentas sufridas con paciencia, se pueden
ofrecer a Dios junto con los méritos de la Pasión de Cristo y
Dolores de la Santísima Virgen, en sufragio de aquellas almas
que, pudien-do valernos mucho a nosotros, a sí mismas no
pueden valerse. Y, por lo tanto agradecidísimas a nuestra
misericordia, nos alcanzarán, entre otros favores, que el
Señor nos guíe por el ca-mino del cielo, en donde ellas y
nosotros descansaremos para siempre. Amén.

ACTO HEROICO EN FAVOR


DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

El acto heroico de caridad, llamado también Voto de almas,


consiste en el ofrecimiento espontáneo que hacemos a la Divi-
na Majestad en favor de las almas del purgatorio, de todas
nuestras obras satisfactorias durante la vida y de todos los
sufragios que nos pueden ser aplicados después de la muerte.
24
Muchos tienen la práctica laudable de ofrecer estas obras
satis-factorias a la Santísima Virgen (en virtud de la
Consagración Total que predicara San Luis Grignion de
Monfort), para que Ella las aplique a las benditas almas que
fueron de su mayor agrado, pero también se le puede suplicar
a la Virgen María las aplique a aquellas almas porque se
tuviere particular interés.

La Iglesia, nuestra Madre, no sólo aprueba este acto


heroico, sino que lo enriquece con indulgencias y privilegios,
como son: indulgencia plenaria todos los días en que
comulguen los que tienen hecho este acto heroico, y también
todos los lunes por oír la Misa en sufragio de los difuntos, y si
no pudieren oír Misa el lunes, vale para la indulgencia la del
domingo; se requiere visitar una iglesia y orar a intención del
Papa. Además, podrán aplicar a las almas todas las
indulgencias, aunque no sean apli-cables; que los sacerdotes
gozan del altar privilegiado todos los días.
FÓRMULA DEL ACTO HEROICO
Oh santa y adorable Trinidad, deseando cooperar
en la liberación de las almas del purgatorio, y para
testificar mi devoción a la Santísima Virgen María,
cedo y renuncio en favor de esas santas almas toda
la parte satisfactoria de mis obras, y todos los
sufra-gios que puedan dárseme después de mi
muerte, y las encomiendo enteramente en las
manos de la Santísi-ma Virgen María, para que
pueda aplicarlas según le plazca a esas almas de los
fieles difuntos que desea librar de sus sufrimientos.
Dígnate, Dios mío, acep-tar y bendecir esta ofrenda
que hago para ti en este momento. Amén.
Observaciones:
25
1. Se recomienda sacar copia de este documento y dar a
las personas que oran por los enfermos y moribundos.
2. Estas oraciones son extractadas de un libro muy antiguo
de oraciones de la Iglesia Católica, que contiene la Fe
tradicional de la Iglesia Católica, y es importante para
orarle a los moribundos y para beneficio también de los
que están en salud, para ir preparándose cristianamente
para la muerte.

LOS SIETE SALMOS PENITENCIALES


26
Estos siete salmos, desde muy antiguo, han recibido en la
Iglesia el nombre de “penitenciales”, porque nos ayudan
par-ticularmente a tomar conciencia de nuestra condición
de pe-cadores, a arrepentirnos de nuestras culpas y a
suplicar a fin de que Dios nos perdone misericordiosamente
nuestros peca-dos. Por estos motivos, es bueno que también
nosotros, no sólo los conozcamos, sino que, orando con ellos,
los vayamos reci-tando con estas mismas finalidades,
haciéndonos nuestros los sentimientos espirituales que nos
inspiran.

SALMO 6
Oración del afligido que acude a Dios

Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera.


Misericordia, Señor, que desfallezco; cura, Señor, mis huesos
dislocados. Tengo el alma en delirio, y tú, Señor, ¿hasta cuán-
do?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma, sálvame por tu misericor-


dia. Porque en el reino de la muerte nadie te invoca, y en el
abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego


mi cama con lágrimas. Mis ojos se consumen irritados,
enveje-cen por tantas contradicciones.
27
Apartaos de mí, los malvados, porque el Señor ha
escuchado mis sollozos; el Señor ha escuchado mi súplica, el
Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos, que avergonza-


dos huyan al momento.

Gloria.

Oración

Escucha, Señor, nuestras súplicas y, por el amor que nos


has manifestado en tu Hijo, que soportó nuestros
sufrimientos, concédenos el arrepentimiento de nuestros
pecados y el gozo de tu perdón y de tu paz. Por Jesucristo
Nuestro Señor que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

SALMO 31
Acción de gracias de un pecador perdonado

Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han se-


pultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le
apunta su delito.

28
Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el
día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se
me había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito;


propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi
culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la des-


gracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de can-


tos de liberación.

Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,


fijaré en ti mis ojos.

No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay


que domar con freno y brida; si no, no puedes acercarte.

Los malvados sufren muchas penas; al que confía en el Se-


ñor, la misericordia lo rodea.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de


co-razón sincero.

Gloria.

Oración

Te alabamos y bendecimos, Señor, porque por la pasión y


muerte de tu Hijo sepultaste el pecado del mundo. Recibe la
humilde confesión de nuestras culpas y vela con misericordia
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sobre nosotros, mostrándonos, al mismo tiempo, el camino
que debemos seguir para no recaer en las antiguas culpas. Por
Jesucristo Nuestro Señor que vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.

SALMO 37
Oración de un pecador
en peligro de muerte

Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera;


tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí; no hay
parte ilesa en mi carne a causa de tu furor, no tienen descanso
mis huesos a causa de mis pecados; mis culpas sobrepasan mi
cabe-za, son un peso superior a mis fuerzas

Mis llagas están podridas y supuran por causa de mi insen-


satez; voy encorvado y encogido, todo el día camino sombrío.

Tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi


carne; estoy agotado, desecho del todo; rujo con más fuerza
que un león.

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Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia, no se te
ocultan mis gemidos; siento palpitar mi corazón, me abando-
nan las fuerzas, y me falta hasta la luz de mis ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí, mis parientes se


quedan a distancia; me tienden lazos los que atentan contra
mí, los que desean mi daño me amenazan de muerte, todo el
día murmuran traiciones.

Pero yo, como un sordo, no oigo; como un mudo, no abro


la boca; soy como uno que oye y no puede replicar.

En ti, Señor, espero, y tú me escucharás, Señor, Dios mío;


esto pido: que no se alegren por mi causa, que, cuando
resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer, y mi pena no se aparta de


mí: yo confieso mi culpa, me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos, son muchos los que


me aborrecen sin razón, los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor; Dios mío, no te quedes lejos; ven


aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación.

Gloria.
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Oración

Escucha, Señor, la súplica de tus hijos que, arrepentidos de


sus pecados, ponen en ti toda su esperanza: en ti confían, con
la certeza de que, incluso cuando las pruebas les angustien, tú
estarás cercano a ellos con tu ayuda, como estuviste junto a tu
Hijo durante la prueba de su pasión. Por Jesucristo Nuestro
Señor que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 50
Misericordia, Dios mío

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa


com-pasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi
peca-do.

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Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pe-
cado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que
abo-rreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás ino-


cente. Mira en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas


sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame:
quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos


quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda
culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por


dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no
me qui-tes tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con


espíri-tu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los
pecado-res volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío, y


cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios y mi
boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un


holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu
quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo
desprecias.

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Señor, por tu bondad, favorece Sión, reconstruye las mura-
llas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria.

Oración

Por tu inmensa compasión, aparta tu vista, Dios mío, de


nuestros pecados y lávanos del todo de nuestros delitos, a fin
de que la oblación que te hacemos de nuestro corazón
arrepen-tido te sea agradable, como lo fue la oblación de sí
mismo que Cristo, el Cordero inmaculado, te hizo desde el
altar de la cruz. Por Jesucristo Nuestro Señor que vive y reina
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 101
Deseos y súplicas de un desterrado

Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti; no


me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído
ha-cia mí; cuando te invoco, escúchame enseguida.

Que mis días se desvanecen como humo, mis huesos que-


man como brasas; mi corazón está agostado como hierva, me

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olvido de comer mi pan; con la violencia de mis quejidos, se
me pega la piel a mis huesos.

Estoy como lechuza en la estepa, como búho entre ruinas;


estoy desvelado, gimiendo, como pájaro sin pareja en el
tejado. Mis enemigos me insultan sin descanso; furiosos
contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza, mezclo mi bebida con llanto,


por tu cólera y tu indignación, porque me alzaste en vilo y me
tiraste; mis días son una sombra que se alarga, me estoy
secando como la hierba.

Tú, en cambio, permaneces para siempre, y tú nombre de


generación en generación. Levántate y ten misericordia de
Sión, que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras, se complacen de sus ruinas;


los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu
gloria.

Cuando el Señor reconstruya Sión, y aparezca en su gloria,


y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus
peticiones, quede esto escrito para la generación futura, y el
pueblo que será creado alabará al Señor.

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde


el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de
los cautivos y librar a los condenados a muerte, para anunciar
en Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar
culto al Señor.

35
Él agotó mis fuerzas en el camino, acortó mis días; y yo
dije: “Dios mío, no me arrebates en la mitad de mis días”.

Tus años duran por todas las generaciones: al principio ci-


mentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces, se gastarán como la ropa,


serán como un vestido que se muda. Tú en cambio, eres siem-
pre el mismo, tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en


tu presencia.

Gloria.

Oración

Escucha, Señor, el grito de tus hijos que, desde el destierro


de este mundo buscan quien guarde sus pasos para no caer en
el desaliento y la infidelidad: haz que, en el seno de tu Iglesia,
el pueblo redimido con la sangre de tu Hijo, encuentren
ayuda eficaz para no caer en el pecado y para avanzar con pie
seguro por los caminos de tu salvación. Por Jesucristo
Nuestro Señor que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

SALMO 129

36
Desde lo hondo a ti grito, Señor

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;


estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?


Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma


aguarda en el Señor, más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora;


porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redi-mirá a Israel de todos sus delitos.

Gloria.

Oración

Señor, tú, que tanto amaste al mundo que, para redimirlo,


entregaste generosamente a tu Hijo único, escucha la súplica
de tus hijos: perdona misericordiosamente sus culpas, apárta-
los de las tinieblas del pecado y haz que brille en ellos la luz de
tu gracia. Por Jesucristo Nuestro Señor que vive y reina por
los siglos de los siglos. Amén.

37
SALMO 142
Lamentación y súplica ante la angustia

Señor, escucha mi oración; tú, que eres fiel, atiende a mi sú-


plica; tú, que eres justo, escúchame. No llames a juicio a tu
siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte, empuja mi vida al sepul-


cro, me confina a las tinieblas como a los muertos ya
olvidados. Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está
yerto.

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Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos y extiendo mis brazos hacia
ti: tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame enseguida, Señor, que me falta el aliento. No


me escondas tu rostro, igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en


ti. Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma
a ti

Líbrame del enemigo, Señor, que me refugio en ti. Enséña-


me a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios. Tu espíritu,
que es bueno, me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo; por tu clemencia,


sácame de la angustia. Dispersa a mis enemigos, pues me
amas, haz perecer a todos mis opresores, ya que soy tu siervo.

Gloria.

Oración

No nos escondas, Señor, tu rostro, puesto que hacia ti eleva-


mos nuestros ojos a pesar de experimentar cómo nos agobia
el peso de nuestros pecados: protégenos con tu gracia, para
que, acogiendo con sincero corazón la buena nueva del
Evangelio, aprendamos a hacer tu voluntad y a complacerte
en todo. Por Jesucristo Nuestro Señor que vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén.
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