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Moka S.A. c. Graiver, David.

Fallo de Segunda instancia

CNCiv., sala G, 06/04/98, Moka S.A. c. Graiver, David, suc. y otros.

Contrato de mutuo internacional. Sociedad mutuante constituida en Panamá.


Promissory notes suscriptas en EUA. Lugar de pago en EUA. Avalistas. Plazo de
prescripción. Calificaciones. Derecho aplicable. Aplicación del derecho extranjero.
Orden público internacional.

Publicado en LL 1998-E, 788 y en DJ 1999-3, 436.

Dictamen del Fiscal de Cámara

I. Vienen estos autos a consideración del Tribunal de V.E. a consecuencia del recurso de
apelación deducido por la parte actora, contra la sentencia dictada con fecha 15 de
octubre de 1997 en la que la juez a quo rechazó la demanda, al entender perjudicada la
acción entablada, por incidencia de la prescripción liberatoria. Expresados los agravios,
el Tribunal ha dado vista a este Ministerio Público Fiscal.

II. Brevemente considerado el problema planteado en la especie podría describirse del


siguiente modo: la actora -una sociedad panameña- prestó a David Graiver -con último
domicilio en esta Ciudad de Buenos Aires- una suma de dinero, en dólares
estadounidenses. La operación se instrumentó en los "promissory notes", reservados en
el sobre 219.893, que tengo a la vista. Todos ellos tienen fecha del 19 de julio de 1976.

En dichos instrumentos, suscriptos en Nueva York -Estados Unidos de Norteamérica- se


pactó: "This note be governed by and construed in accordance with the laws of the State
of York", estado que sería también el lugar de cumplimiento elegido (Republic National
Bank of New York). Aparecen suscribiendo el dorso del documento, los avalistas Juan e
Isidoro Graiver. Los vencimientos datan: 19 de agosto, 17 de septiembre, 19 de octubre,
19 de noviembre y 17 de diciembre de 1976.

En el presente entuerto, planteado ante el Tribunal que ha intervenido en la sucesión de


David Graiver, este Ministerio Público Fiscal habrá de dictaminar en orden a la ley
aplicable y en punto a la lesión -o no- de los intereses sociales que puedan comprometer
el orden público internacional del Estado argentino, de ser aplicable la solución del
derecho extranjero al presente caso jusprivatístico (art. 120, Constitución Nacional y art.
14, Cód. Civil).

III. Existe un primer tema en el que no he de entrar y que se refiere a la existencia, o no,
del contrato de mutuo invocado y que los demandados han negado. Y sobre lo cual no
habrá de abrir juicio este Ministerio Público Fiscal.

No obstante, previo a ello, deberá considerarse -en términos gnoseológicos- cuál será el
ángulo de consideración epistémico en el que se coloca al juez argentino para
conceptualizar el caso; en términos jurídicos se trata de escoger y explicitar conforme a
qué sistema jurídico habrá de juzgarse el entuerto, habida cuenta de lo pactado por las
partes del negocio en estudio y al conflicto de leyes derivado de la radicación del
proceso ante un tribunal diverso al pactado, en razón del negocio en estudio.

IV. La norma básica, en la consideración del caso, en mi criterio, no es otra que la


contenida en el art. 1205 del Código Civil.

La aludida norma de reenvío internacional, exige que se ajuste al derecho vigente en el


Estado de Nueva York, lo atinente a la validez o nulidad del contrato, a su naturaleza,
como así también a las obligaciones derivadas del mismo.

Pero, si en general, la solución no aparece como problemática, la divergencia esencial


de las tesituras procesales de las partes en juicio, llevan a una cuestión conflictiva sobre
si las defensas que pueden enervar los efectos naturales del contrato, han de ser las
determinadas en la "lex fori" o en la "lex loci celebrationis".

Aquí aparece también, la primera conclusión, propia de este Ministerio Público Fiscal,
en el sentido de que deberá aplicarse la ley del Estado de Nueva York. Y digo así, por
cuanto el negocio en examen es un todo autosuficiente, en sí mismo. Y si el derecho
fondal invita al ingreso del derecho extranjero del caso sometido al tribunal argentino,
no encuentro razones de peso para considerar sólo algunos de los resultados y dejar para
el derecho local los restantes. Sobre el particular ha de seguirse lo que dispone el art. 2
de la Convención Interamericana sobre normas generales de derecho internacional
privado: "los jueces y autoridades de los Estados partes estarán obligados a aplicar el
derecho extranjero tal como lo harían los jueces del estado cuyo derecho resultare
aplicable, sin perjuicio de que las partes puedan alegar y probar la existencia y
contenido de la ley extranjera invocada".

Si bien es cierto, que luego de llegados a la solución, como lo haría el tribunal


extranjero, esta Fiscalía deberá analizar si tal solución no vulnera el orden público
internacional argentino en función de la cláusula de reserva (art. 14, inc. 2º, Cód. Civil)
o pudiera mediar razón suficiente para considerar el tema desde la perspectiva del inc.
4º del mismo texto fondal, descartando las otras pautas obstativas, tanto del mismo texto
como de la ley 24.871.

V. Colocado el tribunal en perspectiva de consideración antedicha, deberá -en mi


opinión- examinar, como ya se anticipara, las defensas articuladas por los demandados:
la oponibilidad del contrato Juan Graiver, cuya firma no le pertenece, según ha quedado
demostrado en la prueba pericial caligráfica y la existencia misma del negocio causal,
del cual las "promissory notes" serían expresivas.

Sobre estos temas, controvertidos entre las partes, no he de abrir opinión, conforme lo
he anticipado.

No obstante, debo señalar que también será el derecho del Estado de Nueva York el
que, en principio, deberá regir lo referente a la eficacia de la caución subscripta, al
menos por el restante avalista. Y digo así, por cuanto la falsificación de una firma es tal,
cualquiera fuera el marco regulatorio en el que se encuadre.

VI. En la perspectiva apuntada, también deberá considerarse desde el ángulo normativo


del estado de Nueva York, lo relativo a la prescripción de la acción.
Al respecto, tanto el perito tercero -doctor Balestra- como los consultores de parte,
señalan que la prescripción liberatoria en el derecho del estado de Nueva York es de
seis años.

Existe, en cambio controversia, respecto de la hipótesis de suspensión de la


prescripción. El derecho aplicable al tema (parágrafo 207 de las Normas de
Procedimiento Civil de Nueva York [CPLR]) señala que "si al momento de surgir un
derecho a iniciar acción contra una persona, la misma estuviera fuera del estado, el
período de tiempo dentro del cual debe iniciarse la acción se computará desde el
momento en que entre o vuelva al estado. Si, después de haber surgido un derecho a
iniciar una acción contra una persona, dicha persona saliera del estado y permaneciera
ausente del mismo en forma continuada durante cuatro meses o más, o si dicha persona
residiera dentro del estado bajo un nombre falso desconocido para la persona con
derecho a iniciar la acción, el período de tiempo de su ausencia, o de su residencia
dentro del estado bajo dicho nombre falso no constituye parte del lapso dentro del cual
debe iniciarse la acción…".

Como V.E. advertirá, existe aquí un tema de análisis de la prueba, que es exclusivo del
tribunal y, respecto del cual es obvio, que no constituye punto dirimente la opinión de
este Ministerio Público.

No obstante, no puedo dejar de advertir que una sería la consideración del tema, si se
tratara la actora de un particular domiciliado en el estado de Nueva York pues puede
pensarse, con fundamento verosímil, que un tal ciudadano carece de medios suficientes
como para rastrear la residencia de su deudor, sin significación o relevancia singular.
Pero el caso presente, tiene aspectos peculiares que lo marginan de una consideración
del tipo de la indicada. El caso del grupo empresario al que han pertenecido los
demandados tuvo resonancia internacional por los intereses involucrados; mucho más
en los circuitos financieros y bancarios. De allí que la desaparición de David y la
intervención del estado en las actividades del grupo, como así también el domicilio de la
actora, exigen una consideración del caso en una perspectiva diversa, que no se
compadece con la suspensión antes mentada, correspondiente más a una hipótesis del
indeterminado habitante estadounidense que ha prestado sus ahorros a otro ignoto
particular que pueda haber salido del estado y ocultarse con un nombre falso que el
capitalista ignora.

Máxime, que ya el 19 de octubre de 1976 (conf.: fs. 33 de la sucesión de David Graiver,


que tengo a la vista) se declaró abierto su "ab intestato".

Por lo demás, en lo tocante al restante demandado, los arts. 15 a 21 de la ley 14.394


daban a la acreedora el marco adecuado para actuar en defensa de su crédito.

Tampoco resulta relevante, en mi criterio, la alegada falta de fondos para obtener el


pago del crédito. Ello, sin duda ha de ser considerado al tiempo de calcular los riesgos y
costos de trámites varios o de juicios como el presente. Pero sin duda que este cálculo
relativo a la financiación del recupero del crédito y de los llamados "costos judiciales",
no es materia de relevancia jurídica para excusar la inactividad del acreedor durante el
curso de la prescripción.
Máxime en casos como el presente donde actúan corporaciones financieras
internacionales y lo que se encuentra en juego son sumas de la magnitud de las
reclamadas aquí.

Con la salvedad antes apuntada he llegado a la conclusión de que no resulta excusable la


inactividad de la actora como para purgar la prescripción cumplida.

VII. Pero cualquiera fuera la solución que se dé al tema que he planteado, dos cosas
quedan claras, en mi opinión. En primer lugar que el tema ha de juzgarse a la luz del
derecho del estado de Nueva York y, que en dicho ordenamiento, el plazo de
prescripción es de seis años.

Lo que corresponde analizar a ese Ministerio Público -resuelto el tema a la luz del
derecho extranjero aplicable al caso- es si la solución del derecho de Nueva York, viola
-o no- el orden público internacional argentino.

Para ello, es menester examinar la solución a la que se llega desde una doble
perspectiva: la de los incisos 2° y 4° del art. 14 del Cód. Civil.

Y digo así, por cuanto detectada la norma internacional aplicable al caso, el Estado
argentino -y como función específica de este Ministerio Público Fiscal- deberá
considerar primeramente, si tal norma relativa al caso iusprivatístico con elementos
extranjeros es "… incompatible con el espíritu de la legislación de este Código".

A fin de formar criterio sobre el punto, he analizado las enseñanzas de Boggiano


("Derecho Internacional Privado", t. I, ps. 449 y sigtes., 461 y sigtes., 479 y sigtes., 487
y sigtes. y 402 y sigtes.; t. II, ps. 253 y sigtes., 279 y sigtes., 437 y sigtes. y 711 y
sigtes.) y de Goldschmidt ("Derecho Internacional Privado", ps. 147 y sigtes.).

También he considerado el caso "Asís Felipe c. Nehmen, Ismael" fallado por el


Tribunal Comercial de esta jurisdicción y registrado en el tomo 70 de Jurisprudencia
Argentina, p. 503 y sigtes. con una profunda y esclarecedora nota de Hugo Repetto
Salazar: "El conflicto de leyes en la prescripción liberatoria de las obligaciones
contractuales" (ver en especial el punto VII) y donde se han publicado los fallos y
dictámenes del Ministerio Público de ambas instancias. El precedente "Caja de crédito
agrario c. Rambeaud Gastón" de la Cámara de Apelaciones de Bahía Blanca, registrado
en el tomo 66 de la misma revista, donde se publica el fallo de ambas instancias.

También he considerado el caso "Méndez Campos, Carlos c. Telles, Mario F." de la


Cámara primera, en lo Civil y Comercial de La Plata, del 14 de mayo de 1957,
publicado en La Ley, 88-433 y sigtes. con nota de Werner Goldschmidt: "La
prescripción liberatoria en el derecho internacional privado argentino". También el caso
"Gory c. Villate Olaguer" del 31 de julio de 1929, registrado en el tomo 30 de
Jurisprudencia Argentina, ps. 414/15 donde se incluye el dictamen del fiscal de esta
alzada y el caso "Janesich c. Villate Olaguer" del 7 de mayo de 1928, donde se consigna
un dictamen análogo del doctor Mackinlay Zapiola -titular de esta Fiscalía- y publicado
en el tomo 27 de la misma revista con una nota de autor anónimo titulada "Ley aplicable
en materia de prescripción liberatoria".
Es en virtud de estos antecedentes que he venido a formar criterio, en el presente caso,
en el sentido de que el plazo de seis años y, eventualmente, las causales de suspensión
de la prescripción previstos en el derecho del estado de Nueva York, no vulneran el
espíritu de nuestra legislación.

Como de manera acertada señalaba mi predecesor en el cargo en los dos dictámenes a


los que antes hice referencia, afectaría a los criterios básicos de nuestra normativa, el
ordenamiento extranjero que, o bien no previera la prescripción, o que fijara plazos
excesivamente breves o irrazonablemente largos. Pero no hay afectación a las normas
nacionales de convivencia, si el plazo es de seis años, en lugar de los diez que prevé
nuestro art. 4023 del Cód. Civil.

He de señalar que la consideración procesal del tema en el derecho neoyorquino me ha


hecho dudar. No, en función de la discusión que enfrenta a las partes en juicio sobre
dónde colocar el instituto, sino en cuanto se ha dicho en la especie, en los informes
técnicos, que el sentido del instituto en el derecho extranjero, es evitar el
congestionamiento de procesos en los tribunales y posibilitar el control de los mismos
por los jueces. Y digo así, porque el espíritu de nuestra legislación reserva esa
virtualidad para el instituto de la caducidad de la instancia.

No obstante, a poco que se repare, seis años es un lapso excesivo para considerar que la
prescripción neoyorquina es nuestro instituto de la caducidad, que prevé lapsos
sumamente breves, en procedimientos escritos. Lo que considero no es el caso del foro
de referencia. Aunque, no he advertido que este extremo se encuentre probado.

De todos modos, despejada la duda, me permito concluir en el sentido que he dejado


señalado anteriormente, respecto de la no afectación de la cláusula de reserva al ingreso
del derecho del foro de Nueva York.

El segundo de los temas a examinar, en el contexto propio de este Ministerio Público, se


refiere a la alternativa de privilegio consagrada en el inc. 4º del art. 14 del Cód. Civil.
En esta perspectiva, debe advertirse que el legislador, en el caso en que la norma de
conflicto prevé el ingreso de derecho extranjero, manda optar por la norma del derecho
interno argentino que legisle sobre el tema, si en la colisión la norma propia es "más
favorable a la validez de los actos".

No dejo de reconocer que una primera lectura, permite suponer que si el negocio que
vinculó a las partes se encuentra perjudicado por la prescripción cumplida según el
derecho extranjero, lo más favorable a la validez del acto sería resolver que resultan
aplicables al caso los diez años de nuestro sistema de prescripción liberatoria, en el caso
de obligaciones personales.

Pero, aunque con dudas, no he de concluir de esta manera, por cuanto considero que la
validez a que se refiere la norma en estudio, se refiere a la validez intrínseca del acto
jurígeno; a la situación jurídica, conceptualmente contraria a la nulidad del acto. Validez
en sus elementos esenciales como podría ser el régimen de capacidad de los contratantes
o la incidencia de vicios que lo tornaran nulo conforme al derecho foráneo y con
virtualidad según la normativa local; tal la hipótesis del temor reverencial, al que se
refiere el art. 940 de nuestro código; o el caso de normativas extranjeras que no
permitieran la confirmación de un acto afectado de nulidad relativa, etc.
La prescripción nada dice respecto de la validez del acto. Su naturaleza se refiere a la
virtualidad o eficiencia de la acción, y aboga a favor de ello que la obligación prescripta
sigue siendo una obligación, en los términos del art. 515, inc. 2° del Cód. Civil.

De allí esta última conclusión de mi dictamen, relativa a la no aplicación al caso de la


especie, del lapso previsto por nuestro art. 4023 del mismo cuerpo fondal.

VIII. Estando en preparación el presente, he recibido de V.E. un escrito de la parte


actora, que agrego y dejo a consideración del tribunal, a los efectos de que hubiere
lugar. No mediando decisión al respecto, no he considerado, en el presente, el escrito
que adjunto.

Quiera V.E. tener por cumplida la vista que se ha dignado correr.- 4 de marzo de 1998.-
C. R. Sanz.

2º instancia.- Buenos Aires, 6 de abril de 1998.-

¿Es justa la sentencia apelada?

El doctor Belluci dijo: I. La sentencia que corre a fs. 3280/3293 vta., con silogística
construcción, por entender aplicable al mutuo celebrado entre Moka. S.A. y el entonces
vivo aún David Graiver, con fecha 19 de julio de 1976, y mediante el cual aquélla le
entregó una cierta suma de dinero estadounidense, documentándoselo en cinco pagarés
fechados ese día, técnicamente denominados "promissory note", con vencimientos
escalonados, el 19 de agosto el primero de ellos, el 17 de setiembre, el 2do., el 19 de
octubre el 3ro., el 19 de noviembre el 4to., y el 17 de diciembre el 5to., todos del año
1976 (ver originales reservados y a la vista foliados a fs. 8/10, y sus respectivas
traducciones de fs. 17/8, 15/6; 13/14; 19/20; y 21/22), la ley del Estado de Nueva York,
expresamente pactada en tales documentos, lugar asimismo de su cumplimiento,
desatendió la pretensión de cobro por encontrarse la acción entablada, según aquella
legislación, perjudicada por el decurso del lapso que prescribe el art. 2°, sección 2132;
arts. 3º y 4º, del "Civil Practice Law and Rules" (CPLR), y el "Uniform Commercial
Code" (UCC) (Seis años), con costas a la mutuante vencida. Procrastina la regulación de
los pertinentes honorarios correspondientes a los profesionales intervinientes.

II. Rezonga la actora, y en su extensa pieza de agravios que corre de fs. 3309 a fs. 3350,
se queja esencialmente porque la a quo no trató los hechos relativos a la desaparición de
los Graiver, y con ello, desatendió la existencia de causal de suspensión de la
prescripción, que asimismo, y según explicita, no habría corrido porque se aplica al caso
el plazo decenal que estatuye la ley civil argentina, toda vez que la remisión que
efectuaron las partes al derecho del estado neoyorkino, lo fue exclusivamente con
respecto a lo sustancial o de fondo, mas no a lo meramente procesal, marco este dentro
del cual la crítica encajona lo relativo a la prescripción. A lo dicho, como mohín, adenda
que el pronunciamiento en crisis prescinde no solamente de la aplicación del principio
"iura novit curia" a los hechos que comportaron la traba litigiosa, sino que además,
existió oquedad de tratamiento de la totalidad de las probanzas arrimadas al efecto, para
por fin, y como broche a su amurra, echar tintas a propósito de la que califica de
"incorrecta aplicación de la doctrina nacional" al caso de autos. Su comblueza, en no
menos profuso escrito, repulsa tales críticas y exora la confirmación del fallo
cuestionado (véase fs. 3355/3410).

El tribunal ha escuchado la necesaria opinión del fiscal, quien a fs. 3424/29 vta., con
dejación de toda circunlocución, concisamente se expide por la inaplicabilidad del art.
4023 del Cód. Civil argentino, y como pivote de reenvío, la vigencia del art. 1205 de
ese cuerpo legal, para por fin, explayarse con abundancia de citas, acerca de la
inexistencia de lesión al orden jurídico nacional, y por fin, con no menos contundencia,
a la que nos tiene acostumbrados, colegir la inadmisión de la causal de suspensión del
plazo de inactividad, conforme el parágrafo 207 de las Normas de Procedimiento Civil
de Nueva York (CPLR), como para purgar la prescripción operada.

III. Es cierto que en el escrito en el que se amplió la postulación de inicio (ver fs. 208
vta./209, apart. V, párr. 6to.) la actora refiere al hecho concreto de la detención de los
Graiver por el gobierno militar en abril de 1977, y la posterior incautación de todos sus
bienes (sic), y que ello… "interrumpió de cualquier manera las tratativas, y nada pudo
hacerse durante varios años…" (textual).

Tal hecho, que integró la litis, por el principio "iura curia novit", así como del de
congruencia que predica el art. 34, inc. 4º del rito, a contrario de lo sostenido en el
pronunciamiento criticado, debió ser tratado por la colega de grado, toda vez que
integró la litis, más allá por cierto de la relevancia y consiguiente efecto que al mismo
debió dársele. No obstante, y por lo que se dirá seguidamente, ello no perjudica la
validez de la sentencia de grado, aunque -fuerza adelantarlo- tampoco beneficia a la
quejosa, en el sentido y alcance que pretendió darle al ditribarla. En efecto, veamos: en
lo que concierne al instituto de la prescripción liberatoria -debo confesarlo- se han
presentado serias dificultades a partir de la ausencia de un concepto armónico sobre la
naturaleza de esta institución. Por ende, corresponde que en mérito a ellas (las
memoradas dificultades), nos adentremos en lo que se ha dado en llamar "la
problemática de la calificación".

Para muchos juristas, la prescripción es una institución de orden público, no sujeta a la


libertad de la convenciones particulares o privadas, mientras que para otros, y para otras
legislaciones, aquel instituto es de interés social, pero no integra el orden público, por lo
que, dentro de determinados y ciertos límites, el mismo se encuentra diferido a la
libertad de los individuos, en tanto no los sobrepase, porque si ello acaece, la
prescripción queda atrapada y sometida a la coerción de la ley.

Me planteo la siguiente pregunta que a mi juicio resume acabadamente las distintas


soluciones y dificultades que el tema tiene ¿debe regirse una institución que implica la
muerte -rectius: la decadencia de coercibilidad- de una obligación por una ley distinta
de aquella que rige la existencia misma y modalidades del negocio jurídico mismo del
cual aquel vínculo jurídico patrimonial bilateral nació, o, por el contrario, debe ser la
misma ley la que lo rija?

La respuesta a dicho interrogante -a mi juicio y en coincidencia con el proficuo


dictamen del fiscal ante esta alzada- la da la prescripción del art. 1205 de nuestro Cód.
Civil, el que adopta el régimen de la "lex loci contractus", al disponer que para los
contratos que como el de marras, han sido hechos fuera del territorio nacional, serán
juzgados en cuanto a su validez o nulidad, su naturaleza y obligaciones que produzcan,
por las leyes del lugar en que hubiesen sido celebrados. Y a ello converge sin
hesitación, la autonomía de la voluntad consagrada en el art. 1197 de la ley fondal -
como gusta en denominarla el sagaz representante del Ministerio Público Fiscal-.

Al existir lugar de celebración y de cumplimiento foráneos a nuestro territorio nacional


(ver las "promissory notes" aludidas), el mutuo en cuestión carece de punto de contacto
con la República Argentina, y por ende le es aplicable el derecho extranjero
correspondiente al "loci celebrationis" (Llambías, J. J. y Alterini, A. A., en "Código
Civil Anotado", t. III-A, p. 211, acápite 2, apart. a [I] y p. 213 § 2, acápite 6).

No es del caso entonces, aplicar al caso en estudio la "lex loci executionis" que prevé el
art. 1210 del Cód. Civil, ya que no ha existido celebración en nuestro país, y
cumplimiento en el extranjero, ni tampoco la "lex domicilii" que propugna la
prescripción del art. 1214, de tal códice, puesto que inexistió celebración entre ausentes,
así como tampoco mediante correspondencia epistolar, y los lugares de celebración y
cumplimiento, amén de ser los mismos -según se ha visto- están expresamente
establecidos por voluntad de los co-contratantes.

Este principio también plasmó en el art. 51 del Tratado de Derecho Civil de


Montevideo, al consagrar que la prescripción extintiva de las acciones personales se rige
por la ley a que las obligaciones correlativas están sujetas (JA, 1957-III-210).

Es así que, por el derecho que regula el crédito, se rige igualmente la prescripción
extintiva, su comienzo, suspensión, interrupción, plazo y efecto, tal como señeramente
lo explicitara Werner Goldschmidt, al comentar un ilustrado fallo de la Cámara 1ª en lo
Civil y Comercial de La Plata, sala II, del 14 de mayo de 1957, "in re" "Méndez
Campos, Carlos c. Telles Mario F. s/suc.", registrado en La Ley, en el tomo 88, ps. 4233
y sigtes., "ad peddem", bajo título "La Prescripción Liberatoria en el Derecho
Internacional Privado Argentino", y sus citas a las que me permito remitir.

Lo dicho amerita desoír la impetración de la quejosa en punto a la aplicación de nuestra


legislación en lo que a prescripción decenal importa (art. 4023 y conc., Cód. Civil). Al
propio tiempo, confirma el acierto de la primer sentencia en cuanto aplica la ley
extranjera mencionada, cuyo plazo en la materia es de seis años (v.gr. pericia del
experto no controvertida en el punto de referencia antes explicitado; art. 477 y conc. del
ritual).

Por lo demás, sea permitido adendar que el sub examen, dadas sus particularidades y
casuística, no resulta óbice para la correcta aplicación del derecho neoyorkino en la
especie, el postulado inserto en el inciso 2do. del art. 13 de nuestra ley de fondo, toda
vez que conforme ley 22.921, sancionada y promulgada el 21 de setiembre de 1983 y
publicada el día 27 de ese mismo mes y año, por la que nuestro país aprueba la
Convención Interamericana sobre Conflictos de Leyes en Materia de Sociedades
Mercantiles; la relativa -que es la que importa aquí- a "Normas Generales de Derecho
Internacional Privado", entre otras más, suscriptas el 8 de mayo de 1979, en la Segunda
Conferencia Especializada Interamericana sobre Derecho Internacional Privado, cuyos
textos forman parte de dicha ley, en su art. 2do adopta explícitamente la "teoría del uso
jurídico", en cuyo mérito, y tal como lo ha realizado la "iudex". Los jueces y
autoridades de los Estados Partes estarán obligados a aplicar el derecho extranjero como
lo harían los jueces del estado cuyo derecho resultara aplicable…", lo que desplaza el
"chauvinismo" impostado en la postura asumida medularmente por la recurrente.

Tampoco existe vallado en lo prescripto por el inc. 4º del memorado art. 14 de la ley
sustantiva, toda vez que en rigor, no se trata de la validez o nulidad del sinalagma de
mutuo concertado en los términos que ilustran aquellas "promissory notes", antes bien,
lo que se cuestiona es la aplicabilidad de la ley extranjera a los efectos de la obligación
de restituir las sumas dadas, por inacción del acreedor mutuante. A punto tal ello es así,
que si no, la pretensión ejercida en base a dicho contrato -lo que supone su entera
validez- ni siquiera correspondía plantearla si no fuera que la actora, precisamente
partió de la existencia y validez del acto negocial mentado. Esto despeja dos
inquietudes: la primera de ellas, la que deja traslucir el Ministerio Fiscal en su prolijo
dictamen, y la segunda que no es otra que la correcta diferenciación entre acto jurídico,
validez o nulidad del mismo, que es cosa bien distinta a la de la calificación de sus
efectos, uno de cuyos cuales, sin duda resulta ser la obligación de restituir las sumas
entregadas, motivo de la acción entablada por el mutuante. Y con ello estoy afirmando
que lo relativo a la prescripción de dicha obligación, efecto del acto reputado válido, no
colapsa con el orden jurídico nacional, porque se le aplique la ley del estado de Nueva
York, ya que no va en ello comprendida la invalidez del mutuo, antes bien, y tal como
lo prescribe el art. 515 inc. 2° del Cód. Civil, sólo la carencia de coercibilidad que
vuelve al vínculo jurídico patrimonial de marras, en imperfecto o natural, sin salpicar la
exigencia misma validada de su causa fuente. Sea que se adopte la tesitura de sostener
que toda obligación comienza siendo natural, y por determinadas razones el
ordenamiento jurídico la dota de coercibilidad, o que la obligación civilmente perfecta
preexiste con independencia de su "naturalidad" y se perjudica en la pérdida de ese
atributo que abre la puerta a su ejecutabilidad, es lo cierto que en ambos casos el
contrato del cual aquélla nació, sigue siendo válido y no existe por tanto colisión que
amerite desechar la ley extranjera al cobijo del recordado inciso del artículo ya
memorado, en el que -entre otros- asienta nuestro orden público interno e internacional.
Más allá entonces de la profusa jurisprudencia que citó el digno representante custodio
del orden público (véase fs. 3427, acápite VII), por lo expresado, entiendo que el
ingreso de la ley foránea en el caso, no transgrede los incisos que he mencionado.
Validez del acto no ha de confundírsela con la exigibilidad de uno de sus efectos,
caduco por el transcurso del lapso regimentado por la ley aplicable según punto de
conexión y voluntad explícita de las partes contratantes.

Por lo demás, abonan lo antes expresado, por un lado, la inexistencia del contrato
inmoral (arts. 1206, 14, inc. 1º y 2°, ley de fondo), y por otro, la ausencia de toda
comprobación fehaciente a propósito de que el mentado mutuo se haya así celebrado
para violar las leyes de nuestra República (conf. art. 1207 y su nota, también de la ley de
fondo).Y, por fin, celebrado en el extranjero, se ha visto, no debió cumplirse sino en
Nueva York, es decir, allende a nuestras fronteras, lo que hace inaplicable también la
prescripción del art. 1209 de la ley sustantiva argentina.

Tampoco resulta óbice a la prescripción neoyorkina, lo reglado por la ley 24.871, desde
que no es aquella una cuestión que restrinja o impida el libre ejercicio del comercio, o la
circulación de capitales, bienes o personas, o grupo de países, o que de algún modo
permitan el reclamo de pagos o indemnizaciones de cualquier naturaleza a favor de
particulares, con motivo de expropiaciones realizadas en un tercer país. Tampoco,
porque genere bloqueo económico (conf. arts. 1º, 2°, 5° y conc. de la misma).
Por esas reflexiones, y las que en consonancia traen tanto la primer sentencia, cuanto el
enjundioso fiscal, me inclino a receptar la aplicabilidad al "sub discussio" del lapso
prescriptivo sexanual que legisla la ley del Estado de Nueva York, con desechamiento
de la pregonada decenal que invocó la recurrente.

IV. Concita seguidamente atención la exorada causal de suspensión imbricada en el


parágrafo 207 de las Normas de Procedimiento Civil de Nueva York (CPLR), que como
anticipara, viene a cuento meritar, en orden al hecho expuesto en la ampliación de
demanda, referido a la prisión de los mutuarios, por transmisión "mortis causa" del
primitivo deudor.

Ha de partirse necesariamente del postulado que indica que las causales de suspensión,
sean cualesquiera que ellas puedan darse, han de sobrevenir a la constitución de la
obligación de que se trate. En otras palabras, no corresponde atribuirles tal carácter a
circunstancias coetáneas o concomitantes con el nacimiento mismo del derecho a
ejercitar la acción de que se trate. Ello, puesto que si así fuere, mal cabría hablar de
suspensión del plazo para actuar en mérito a una acción derivada de una obligación que
nació en concomitancia con el hecho configurativo de la causal suspensiva, porque se
estaría -en tal hipotético supuesto- ante la no vigencia del propio instituto de la
prescripción, fulminado "ab initio" por la conjunta virtualidad de la imposibilidad de
computar a aquél (Spota Alberto G., "Tratado de Derecho Civil", t. I, Parte General, vol.
3-8-10, Ed. Roque Depalma, 1959, p. 263; 317; 323; art. 3980, Cód. Civil t.o. ley
17.711.

Pues bien: tal como se acreditó a fs. 222 del primer cuerpo de este ya farragoso
expediente, punto 5º de la escritura pública nº 982 del 24 de marzo de 1966, y se reitera
a fs. 2998 (14to. cuerpo), la mutuante "Moka, S.A." al tiempo de entregar el dinero y
suscribirse los "pagarés" que instrumentaron el tantas veces recordado mutuo base de la
presente acción, se domiciliaba en Panamá; y David Graiver, a la sazón mutuario y
recipiendario del dinero entregado el 19 de julio de 1976, tenía domicilio en este país,
en la Avda. Alvear …, piso 5º B, habiendo fallecido el 7 de agosto de 1976, en un
accidente aéreo ocurrido en México (véase fs. 10/11; 17/30 del primer cuerpo de los
autos sucesorios nº 26.745/76 a la vista). Así, su proceso sucesorio se abrió ante la
jurisdicción de los Tribunales ordinarios de esta Ciudad Capital, hoy autónoma, el 19 de
octubre de 1976, y su inicio data del 24 de agosto de ese mismo año, según cargo de fs.
11 (art. 3284 y conc., Cód. Civil).

Va de suyo entonces que ninguna de ambas partes que se sinalagmaron sometiendo el


contrato a la ley neoyorkina, al tiempo de vincularse, vivían allí. Ergo, no ha existido
"sobreviniencia" en la situación a las que refiere la causal suspensiva compendiada en la
norma precitada del derecho americano, porque la misma apunta a un supuesto en el que
un habitante de ese estado de la unión, al tiempo de entablarse acciones contra él, se
ausentase del mismo, o permaneciere en él, pero con nombre o bajo identidad falsa, para
de tal guisa evitar las consecuencias de una demanda en su contra. Como bien lo apunta
el fiscal, no es el caso de autos. La misma causa prevista como contingencia
sobreviniente, en rigor fue concomitante al acto negocial, y por ende, mal que pese a la
quejosa, no resulta en su beneficio.
Aún, desde la óptica de nuestro derecho -valga esto como simple hipótesis de trabajo-
tampoco cabría auditar la tan ansiada causal de suspensión, porque lo cierto es que
apenas iniciada la sucesión del deudor (fecha y cargo según se dijo), ninguna actividad
judicial cumplió la mutuante en el referido catafalco jurídico procesal del mentado
sucesorio, sin que por entonces (me refiero al mes de agosto de 1976, o a octubre de ese
mismo año), pese a que al tiempo de abrirse el sucesorio en cuestión, ya tres de las
cinco "promissory notes" habían vencido, y era del caso entender que las dos restantes,
tampoco serían abonadas por quien ya había partido de este mundo (v.gr. pedido del
legítimo abono, etc.).

En suma, ni aún tratando los hechos expuestos al ampliar la demanda, cabe auditar las
amurras de la mutuante, en este puntual aspecto que el decisorio de marras omitió
considerar (art. 278 y conc. de la ley adjetiva).

V. No resulta difícil, ante bien harto claro que dado el sentido que insufla mi parecer en
las cuestiones tratadas, de suyo preeminentes y prioritarias a las demás que conjugaron
agravios de la recurrente, al admitirse como justa y acertada la prescripción operada, lo
que de suyo supone rechazamiento de grado, por resultar derivación inescindible de
aquellas en las que me he pronunciado, devienen abstractas.

Voto por la afirmativa, e invito a confirmar por estos y los bien ponderados
fundamentos del fiscal, la primera sentencia, con costas también en alzada, a la
amohinada, quien resulta vencida (arts. 68 y conc. de la ley del rito).

VI. El sereno y meditado estudio de las cuantiosas fojas componentes de este retazo de
verdad ya histórico, as¡ como de la no menos profusa actividad que concitó no sólo la
atención, antes bien el denodado esfuerzo de ambas combluezas y que se extrae de los
numerosos cuerpos de las también varias causas acólitas a esta, así como el elevado
nivel jurídico con que se expresaran las partes en el que califico correcto desempeño
profesional en aras de la defensa de los intereses contrapuestos confiados, obligan a
destacar la ímproba y difícil tarea emprendida por ambos contendientes, de la que el
excelso nivel académico que ellas reflejan, conforta sinceramente en esta delicada y
silenciosa tarea de dirimir, propia de la colega de la otra instancia, y de quien habla.
Dicho esto, además de cumplir con la honrosa función encomendada al asumir el cargo
y juramentar cumplirlo con dedicación y empeño, sujeto a la ley, satisface otra
inquietud no menos importante cual es la de valorar la actitud con que terciaron en la lid
ambas partes, y con ello, cumplir también con mi conciencia en tanto la misma me
exige así decirlo y destacarlo. No es común quizá que se exalte la corrección, valía y
dedicación de quienes confrontaron en el entuerto, pero sí lo es como constante, que el
difícil arte de advocar, como ética, conlleva al inclaudicable ejercicio de la virtud.

Los doctores Montes de Oca y Greco votaron en el mismo sentido por razones análogas
a las expresadas en su voto por el doctor Belluci.

Por lo que resulta de la votación de que instruye el acuerdo que antecede y de


conformidad con el prolijo y por demás conciso dictamen fiscal, se resuelve: I.
Desestimar la invocada causal de suspensión de la prescripción que pregonó la actora.
II. Confirmar la primera sentencia por estos y los bien ponderados fundamentos que
exhibe, así como por los no menos concisos que trae el dictamen fiscal, en todo cuanto
aquella fue materia de agravios, con costas de ambas instancias a la actora recurrente.
III. Declarar abstracto el tratamiento de las demás cuestiones imbricadas en el extenso
memorial de agravios, poniendo el tribunal de resalto el atildado y elevado trabajo
abogadil que mostraron ambos contendientes en la defensa encontrada de los derechos e
intereses que les fueran confiados. Los honorarios devengados por dicha actividad
cumplida en esta alzada, serán regulados una vez que lo propio ocurra en la otra
instancia.- C. A. Belluci. L. Montes de Oca. R. E. Greco

Fallo CSJN

CSJN, 07/03/00, Moka S.A. c. Graiver, David.

Contrato de mutuo internacional. Sociedad mutuante constituida en Panamá. Promissory


notes suscriptas en EUA. Lugar de pago en EUA. Avalistas. Plazo de prescripción.
Autonomía de la voluntad conflictual. Aplicación del derecho extranjero. CIDIP II
sobre Normas Generales. Teoría del uso jurídico. Cuestión federal. Inexistencia.

Publicado en Fallos 323:287, en LL 2000-F, 379, en ED 195, 523, en DJ 2000-3, 1022,


en A. Boggiano, Derecho Internacional. Derecho de las relaciones entre los
ordenamientos jurídicos y derechos humanos, La Ley, 2001, y en A. Boggiano, Derecho
Internacional Privado, Abeledo-Perrot, 2001, t. II.

Suprema Corte:

I - La Sala de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, confirmó la sentencia de


primera instancia, mediante la cual se desestimó, con fundamento en la prescripción
liberatoria de la acción, la presente demanda por cobro de pesos, incoada por Moka S.A.
c/ Juan Graiver y otros.

Para así decidir los integrantes del tribunal a quo, remitieron a los términos del referido
fallo de primera instancia y del dictamen del Fiscal General del fuero. Destacaron, que
más allá de que el juez no hubiera valorado como era menester la circunstancia de la
detención de la familia "Graiver" y de la confiscación de sus bienes, como un posible
hecho interruptivo de la prescripción, ello no perjudicaba la validez de la sentencia
apelada, ni beneficiaba a la quejosa. Observaron, en tal sentido, que el instituto de la
prescripción -conforme lo señaló el Representante del Ministerio Público- debe regirse
por las mismas normas que regulan la existencia y modalidades del negocio jurídico,
afirmación que encuentra apoyo, en el artículo 1205 del Código Civil, que adopta el
régimen de la "lex loci contractus".

Señalaron, respecto de la relación jurídica que vinculó a los contratantes, que al existir
lugar de celebración y cumplimiento en extraña jurisdicción, aquélla carece de punto de
contacto con la República Argentina, motivo por el que resulta aplicable el derecho
extranjero, conforme al "loci celebrationis" y no la "lex loci executionis" ya que, de un
lado, dicha relación no fue celebrada en el país; y de otro porque no existió celebración
del contrato entre ausentes.

Agregaron, además, que la prescripción se rige por las normas correlativas de las
obligaciones a que está sujeta, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 51 del Tratado de
Derecho Civil de Montevideo, razón por la que descartaron, en consecuencia, la
aplicabilidad del plazo decenal contemplado por el artículo 4023 del Código Civil
Argentino.

Pusieron de resalto el acierto del fallo recurrido, en tanto admite el plazo de seis años
previsto en la normativa extranjera, coincidente con el informe pericial, no
controvertido en dicho aspecto, -artículo 477 del Código Procesal Civil y Comercial de
la Nación- y puntualizaron que no modifica la solución que se propicia, lo dispuesto en
el artículo 14, inciso 2°, del Código Civil, atento a que la Convención Interamericana
sobre Conflictos de Leyes, aprobada por ley 22.921, en materia de Derecho
Internacional Privado, adopta la teoría del uso jurídico, por la cual, conforme lo hace el
fallo apelado, los jueces están obligados a interpretar el derecho extranjero tal como lo
harían los del país cuyo derecho resulta aplicable.

Pusieron también de relieve, que no es óbice para decidir como se hizo, lo dispuesto en
el artículo 14, inciso 4° de la ley sustantiva, desde que no se debate en el caso la validez
o nulidad del mutuo concertado -según sostiene- en los términos que surgen de las
"promisory notes", sino que lo que se cuestiona es que se aplique la ley extranjera en
punto a la extinción por prescripción de la obligación de pago. Al ser ello así, dedujeron
que la extinción, también efecto del acto, no choca con el orden jurídico nacional,
porque se aplique la ley extranjera, ya que no se halla cuestionada la validez del mutuo,
sino la carencia de coercibilidad o exigibilidad de uno de sus efectos, caduco por el
tiempo, que se halla reglado por la norma aplicable, según acuerdo de partes.

Expresaron, más adelante, que no existe contrato inmoral, ni intención probada de violar
las leyes de la Nación, por lo que, al celebrarse el mutuo en el extranjero y establecerse
su cumplimiento en Nueva York, se torna inaplicable la disposición del artículo 1209
del Código de Fondo.

Sostuvieron, asimismo, que la suspensión del curso de la prescripción alegada, con


fundamento en los términos del artículo 207 de las normas de la Ley de Procedimiento
Civil de Nueva York, que la admite cuando el deudor se ausentare de dicha jurisdicción,
presupone, como es obvio, el domicilio en ese lugar de las partes al tiempo de la
celebración de la relación jurídica y la sobreviniencia de dicha causal en la etapa de
ejecución de las prestaciones.

Afirmaron, luego, que en el caso se encuentra acreditado, que al tiempo del nacimiento
del mutuo, por la entrega de las sumas y la firma de las "promisory notes", la actora
tenía domicilio en Panamá y el demandado en Argentina, quien a su vez había fallecido
en México el 7 de agosto de 1976, abriéndose su sucesorio el 19 de octubre del mismo
año, cuyo inicio databa del mes de agosto. Queda así en evidencia, resaltaron, que
ninguno de los contratantes se domiciliaba en la Ciudad de Nueva York al tiempo de
celebrarse el mutuo y que por ende, no hay sobreviniencia en la situación que se
pretende como causal suspensiva, la que en rigor apunta a un supuesto en que el
habitante del Estado extranjero, al tiempo de entablarse acciones contra él, se ausentase
del mismo o permaneciese bajo identidad falsa, con el objeto de evitar las consecuencias
de la demanda en su contra.

Inclusive -agregaron- en el marco del derecho positivo argentino, la causal de


suspensión no sería tal, por cuanto no existe ninguna actividad judicial del actor en la
sucesión, no obstante que al tiempo del inicio del sucesorio de David Graiver, se
hallaban vencidos tres de los documentos y los restantes no podrían abonarse por razón
del fallecimiento.

Por lo expuesto, concluyeron que, sin perjuicio de que la cuestión antes relatada, que
recién surge de la ampliación de la demanda, no considerada por el tribunal de primera
instancia, tampoco puede incidir en apoyo del recurrente.

II - Contra dicho fallo la actora interpuso recurso extraordinario a fs. 3443/3468, el que
al ser denegado a fs. 3496, dio lugar a esta presentación directa.

El tribunal a quo no aceptó dicho recurso excepcional con fundamento en que no se


daba la arbitrariedad alegada por la actora, ya que la mera discrepancia con la
valoración de las constancias de la causa ni su apreciación de errónea, habilitaba la
procedencia del recurso. Señaló, además, que dicho fallo se sustentaba en razones de
naturaleza no federal, de hecho y de derecho común -aun en lo atinente a la aplicación
de derecho extranjero- que resultaban ajenos al recurso del art. 14 de la ley 48. Destacó,
asimismo, que no mediaba en el caso gravedad institucional, pues no excedía el mero
interés de las partes, ni afectaba al bien de la colectividad.

De su lado, la parte alega en su queja que si existe cuestión federal suficiente para
habilitar la admisión del recurso extraordinario tanto por la trascendencia de los
aspectos fácticos y jurídicos del caso, cuanto por la arbitrariedad incurrida por el
tribunal de alzada, circunstancia que tornaba a su vez propia la denegación del recurso
arbitraria e injustificada.

Señaló, que cuando interpuso el remedio extraordinario se expresó que la sentencia le


ocasionaba tres motivos de agravio: la omisión de considerar prueba esencial,
cuestiones planteadas oportunamente y que resultaban conducentes para la resolución de
la causa y errores serios en la construcción normativa que realiza.

Agregó que se da en el caso una típica cuestión federal simple, la cual nace de
interpretar las normas de derecho internacional vigentes, por medio de las cuales se
establece la posibilidad de que un caso como el presente, con multiplicidad de
elementos transnacionales, sea fallado por tribunales argentinos de conformidad con un
ordenamiento extranjero.

Manifestó que en el sub-lite es aplicable la Convención Interamericana sobre conflictos


de leyes en materia de Sociedades Mercantiles, criterio que -dice- es compartido por el
tribunal de primera instancia y por la alzada. La cuestión federal surge de la necesidad
de interpretar un tratado internacional independientemente de la categoría de las normas
que lo integran, ya sean éstas procesales o de fondo.

Indicó, asimismo, que es procedente la apertura del recurso extraordinario por la


trascendencia o gravedad institucional de la cuestión, que abarca tanto aspectos
jurídicos como fácticos, como los problemas vinculados, de un lado, a la ley aplicable a
una relación jurídica y su prescripción, y de otro, a la determinación de la teoría del uso
jurídico ínsita en un contrato, que adquiere una dimensión que se proyecta más allá de
las circunstancias particulares cuando, como el caso, se halla en juego la seguridad
jurídica de las transacciones comerciales y el acceso a la máxima autoridad judicial, con
argumentos surgidos de interpretaciones restrictivas de normas procesales, que, dice,
fueron diseñadas en épocas muy pretéritas.

Señaló, también, que la trascendencia institucional del sub lite, dimana, también, de sus
aspectos fácticos, en tanto constituyen hechos notorios que la familia Graiver fue
considerada como vinculada al grupo terrorista Montoneros; que como consecuencia de
dicha vinculación sufrió la persecución política del gobierno militar; de igual manera
que David Graiver, -luego fallecido- dirigía uno de los grupos económicos más
importantes de la Argentina y que luego del regreso al país de la citada familia, todos
sus miembros fueron detenidos y puestos a disposición del Poder Ejecutivo; que nada se
supo de ellos por muchos años y que, además sufrieron la desposesión e incautación de
sus bienes, recuperando recién su libertad con el advenimiento de la democracia. Tales
antecedentes omitidos por el a-quo determinaron que en esos años, demandar a la
sucesión de David Graiver no era lo mismo que demandar a otra persona, porque los
hechos mencionados han tenido directa influencia con los vinculados a estas
actuaciones.

Destacó que el fallo recurrido no dedica una sola palabra a la interpretación restrictiva
que a su criterio debe hacerse del instituto de la prescripción, lo que afecta la validez de
la sentencia y ubica el tema dentro de la cuestión federal, puesto que la interpretación
errónea de la ley extranjera lleva a una hermenéutica amplia del instituto de la
prescripción y produce la violación del derecho de propiedad al rechazar la subsistencia
del crédito.

Destacó que la inteligencia errónea que se formuló del artículo 207 del CPLR, implicó
otorgar al aludido instituto un alcance opuesto al que tiene en el derecho argentino así
como privar consecuentemente, a la actora de su propiedad.

Alegó que no se encuentra probado, ni invocado, que el derecho del Estado de Nueva
York establezca una interpretación amplia del instituto de la prescripción, y que, en todo
caso, ello haría primar una norma extranjera sobre las pautas de la normativa superior
local.

Puso de resalto la absoluta imposibilidad, en las condiciones expuestas, de llevar a cabo


una acción judicial, pues no se sabía cuál era el domicilio de los demandados,
antecedente que impedía la notificación de la eventual acción a entablarse. Igual
razonamiento debe aplicarse a los reclamos contra los avalistas, desde que, en aquellos
años, la mera vinculación o conexión con el grupo Graiver era altamente riesgosa.

Negó que los demandados, no se hallaran residiendo en Nueva York, como señala la
sentencia, al tiempo de la firma de las promissory notes, error que es el punto de partida
de la construcción de la sentencia y que la torna arbitraria, agregando que, por el
contrario, se encuentra probada su residencia en dicha ciudad, así como que dejaron de
residir con posterioridad a los primeros vencimientos.

Se remitió sobre el particular a los testimonios prestados en la causa por Lidia Elba
Papaleo, Isidoro Miguel Graiver, Silvia Cristina Fanjul, Lidia Catalina Gesualdi,
Francisco Fernández y muchos otros. Puntualizó que, al tornarse exigible la obligación,
los demandados ya no se hallaban en Nueva York. A dicho efecto, reseña pruebas
agregadas en la causa, tales como publicaciones periodísticas, sentencia de la Cámara
Federal Contencioso Administrativa que homologa el acuerdo de indemnización del
Estado Nacional a la familia Graiver decreto 2330/85 que aprueba convenios que
incluyen a todos los demandados, de los que además infirió, que éstos fueron
desposeídos de sus bienes y que no se hallaban en Nueva York al tiempo de la
exigibilidad de la deuda.

Destacó, por otra parte, que es también arbitrario sostener que la apertura de la sucesión
de David Graiver acredita su domicilio en la República Argentina, lo que sólo surge de
testimonial que entra en contradicción con la restante prueba incorporada a la causa, que
prueba que el causante no habría tenido otro domicilio que el de Nueva York al tiempo
de su fallecimiento. Concluyó que el domicilio de la sucesión es un domicilio ficto, sólo
hábil para decretar la apertura del trámite universal ante los tribunales locales.

Hizo hincapié en que la normativa extranjera, no se refiere a la modificación del


domicilio, sino que sólo menciona la ausencia del Estado de Nueva York como causal
de suspensión de la prescripción, con lo cual el fallo le agrega al articulado una
exigencia que no establece.

Expresó que la sentencia impugnada sostiene que la ausencia de los demandados debe
producirse con posterioridad al momento de la celebración del negocio y no en forma
concomitante, criterio que, asociado a la idea de que los demandados no se hallaban en
Nueva York al tiempo de la celebración, sino que tenían su domicilio en la Argentina,
se contradice con la ausencia sobreviniente a la concertación del mutuo demostrada en
la causa, por lo que concluyó que la sentencia resulta contradictoria con las pruebas y
constancias del expediente, de las cuales a la postre vino a prescindir sin dar motivos
razonables.

De ello se debe inferir -indica- que el plazo se hallaba suspendido mientras los
demandados no se encontraban en el lugar de ejecución, y se volvió a suspender cuando
se produjo su traslado a España, lo cual impidió la prescripción de la acción.

Afirmó, también, que el tribunal incurre en una afirmación dogmática cuando señala
que la causal de suspensión debe producirse con posterioridad al acto negocial que
genera la acción y no de manera concomitante, por cuanto no surge de la normativa
extranjera que quien invoca la causal deba probar tal circunstancia; por otra parte,
señaló la arbitrariedad en que incurre el sentenciador al aplicar normas del Código Civil,
no obstante haber expuesto que aplicaría la normativa extranjera.

Finalmente, sostuvo que se ha prescindido de la prueba pericial sobre derecho


extranjero producida en la causa, de la cual surge que la prescripción no se habría
producido, y se la ha ignorado sin dar razones plausibles para ello. Adujo que el fallo es
incompleto, porque omite expedirse sobre la acción entablada contra los demandados
(Juan e Isidoro Graiver) y cuando lo hace, confunde los fundamentos de la acción
expresando que ésta es la transmisión mortis causa, cuando, por el contrario, era la
responsabilidad solidaria del avalista.

III - En el recuso de queja deducido por la actora, ésta centra su fundamentación en la


crítica a las conclusiones arribadas por el a quo en torno a la eventual suspensión del
término de la prescripción y a la aplicación de la teoría del uso jurídico en el marco de
la vigencia del derecho neoyorquino y sólo se limita a señalar que ello no importa la
renuncia a su defensa subsidiaria en punto a sostener el plazo decenal del ordenamiento
argentino.

Si bien luego nada expone en redor de esta última defensa, esa Corte ha dicho reiteradas
veces que, en la medida en que se alude al mantenimiento de agravios que han sido
desarrollados en el recurso extraordinario que en copia se acompaña a la presentación
directa, no vale extremar rigorismos formales para rechazar por dicha razón la
procedencia del recurso (T. 306, p. 1785, etc.).

En consecuencia, si bien el buen orden impondría comenzar por analizar las quejas
vertidas en lo referente a cuál sería en definitiva el derecho aplicable en el sub lite con
arreglo a la letra y el espíritu de tratados internacionales, lo cual configuraría una
cuestión federal por remitir a la inteligencia de dichos tratados, lo cierto es que una
reiterada jurisprudencia de esta Corte sostiene que, mediando la invocación de
arbitrariedad, corresponde primero estudiar ese aspecto, desde que si se concluyera que
ese vicio se configura todo el contenido de la decisión caería en virtud de que no
existiría en rigor un acto jurisdiccional (Fallos: 312:1034; 318:189).

Por ende, debemos nomás comenzar por el análisis de la temática central que se eleva a
través de esta queja; esto es, que no obstante concordar con los jueces de la causa en que
el derecho aplicable es el de Nueva York, éstos habrían empero sido arbitrarios en lo
referente al rechazo de la postura de la recurrente acerca de las causales de suspensión
que habrían operado en la especie a raíz de la ausencia sobreviniente de los demandados
del Estado de Nueva York.

No creo para nada ocioso recordar, en esta oportunidad, el carácter excepcional que
reviste esta doctrina de V.E. Por su invocación, como siempre se ha dicho, no se puede
pretender convertir a esa Exma. Corte en un tribunal de tercera instancia o,
eventualmente, en otro de casación del derecho común, ya que ello es imposible con
arreglo a nuestro ordenamiento jurídico, que establece límites muy precisos en la
Constitución y en la ley en lo que hace a la jurisdicción de dicho Tribunal Elevado.

Si una cosa surge clara, a mi modo de ver, a este respecto, es que la decisión que se
apela en modo alguno incurre en alguno de los vicios extremos que permiten la
descalificación de la sentencia, ya que dista de estar huérfana de argumentos de derecho
común, irrevisables en esta suprema instancia federal, cuando no ofenden la
racionalidad o resultan meras divagaciones aparente. Por el contrario, los jueces de la
causa han vertido con sobrados fundamentos posibles sus conclusiones sobre los temas
en debate, en el marco de cuestiones que, como la propia apelante lo revela, son
francamente opinables y suscitan incluso en la doctrina opiniones divergentes.

En tal caso, por la vía del recurso extraordinario no puede pretenderse que V.E. exponga
eventualmente su opinión al respecto, toda vez que, como queda dicho, sólo su
actividad jurisdiccional debe limitarse a verificar la validez del acto, mas no su grado de
acierto o desacierto.

Cabe advertir, en este sentido, que la actora, una vez aceptada la aplicación del derecho
de Nueva York, resiste lo atinente a la prescripción y, en su caso, cómo se habría
considerado el tema de la suspensión de dicho plazo.
Los jueces de la causa vertieron sobre estos temas suficientes argumentos que ponen a
su sentencia al abrigo de la tacha que se le pretende endilgar, pues no sólo consideraron
aplicable el derecho neoyorkino por la norma del art. 1205 del Código Civil con arreglo
a las prescripciones de tratados internacionales, sino que puntualizaron que, además, el
derecho de ese país había sido pactado expresamente por las partes, quienes no hicieron
ninguna salvedad expresa acerca de que fueran otras normas las que regirían la
prescripción. Y en cuanto al alcance que pudiese tener en el sub examine la teoría del
uso jurídico, cabe señalar que el recurso peca de fundamentación indispensable, cual
sería la acreditación de que en aquel estado norteamericano los jueces sostendrían otra
interpretación diferente a las que aquí sostuvieron los nacionales en punto a la
inteligencia de los conceptos de sobreviniente o contingente, tema que, por lo demás, la
actora sólo pudo acreditar que, en todo caso, algún otro autor distinto a los que
invocaron los juzgadores tendría una opinión diferente a éstos, extremo que, a lo sumo,
lo que pone en evidencia nuevamente es el grado de opinabilidad que existe en estos
tópicos de derecho común. De igual modo, la disputa sobre el domicilio que los jueces
de la causa tuvieron por cierto con apoyo en las constancias del expediente sucesorio,
sólo configura otra mera discrepancia inhábil para que funcione la doctrina de la
arbitrariedad.

Una vez que descartamos el recurso en los temas desarrollados en la queja, cabe pasar
ahora a analizar la defensa subsidiaria de la aplicación del plazo decenal de nuestro
código.

IV - En torno a estas premisas, corresponde señalar que las cuestiones motivo de


agravio del recurrente pueden sintetizarse en que sostiene, que no resultan aplicables al
caso, las normas del Derecho Procesal de la Ciudad de Nueva York, como lo hiciera el
tribunal a quo, sino las disposiciones en materia de prescripción de nuestro Código
Civil; que resulta incorrecta la interpretación de la norma iusprivatista en juego, y
también el modo de aplicación de la ley extranjera, que tales errores adquieren gravedad
institucional, por hallarse en juego las transacciones internacionales y el alcance que da
nuestro Estado a decadencia de la coercibilidad de las obligaciones, poniendo en juego
la seguridad jurídica; y, por último, que se ha omitido considerar que corresponde una
interpretación restrictiva de la prescripción, en tanto afecta el derecho de propiedad de
la actora, y que ello sucede, porque no se atendió a hechos notorios y probados de la
causa, tales como el desapoderamiento de los deudores, su residencia en la ciudad de
Nueva York al tiempo de la celebración del contrato de mutuo, el carácter del domicilio
en nuestro Estado para el inicio de la sucesión, y el peritaje producido sobre el derecho
extranjero.

Corresponde entonces, en primer lugar, poner de relieve que el recurrente no


controvierte el fundamento normativo y principal del fallo, que hace pie en el artículo
51 del Tratado de Derecho Civil Internacional de Montevideo, que en materia de
prescripción adquisitiva de las acciones, como la presente, de naturaleza personal,
dispone la aplicabilidad de la ley a la que están sujetas.

Asimismo, sostiene el fallo la aplicación del artículo 1205 del Código Civil, que
establece que los contratos como el presente, celebrados fuera del territorio de la
República Argentina, serán juzgados en cuanto a su validez o nulidad, naturaleza y
obligaciones que produzcan por la ley del lugar en que hubiesen sido celebrados. En el
caso la del Estado de Nueva York, de los Estados Unidos de Norteamérica, régimen
legal al que también, señaló coincidentemente con el a quo, se sometieron
voluntariamente los contratantes.

Tal omisión en el recurso del accionante, en mi parecer, bastaría para desestimar los
agravios referidos a qué norma es la que finalmente se habrá de aplicar en el caso, por
carecer el recurso de fundamentación y critica suficiente del núcleo central del
decisorio, que gira en torno a cómo se debe determinar si la obligación que surge de la
documentación que acredita su existencia se encuentra o no prescripta.

V - Mas como se ha puesto en tela de juicio la supuesta interpretación incorrecta del


artículo 2° de la Convención Interamericana sobre Normas de Derecho Internacional
Privado, corresponde realizar un estudio de tal cuestionamiento, sin olvidar que el a quo
también aplicó otro Tratado Internacional de naturaleza federal, situación que tornaría
viable, en principio, desde esta perspectiva, la procedencia formal del recurso
extraordinario, de interpretarse que se configura un conflicto entre ambas normas
internacionales, tema éste que, cabe resaltar, no fue empero motivo de objeción alguna
por el recurrente.

En ese sentido es del caso señalar además, que la cámara puso de relieve que no
resultaba óbice para la aplicación de la ley extranjera, que sostuvo sobre la base de lo
expuesto en los párrafos que anteceden, el artículo 2° de la Convención citada, en tanto
dicha legislación vino a consagrar la teoría del uso jurídico, por la cual los jueces
nacionales se ven obligados a aplicar la normativa extranjera, como lo harían los jueces
del lugar cuyo derecho es aplicable, señalando que así sucedió en el sub judice.

Destacó además el tribunal, que dicha inteligencia de la norma, vino a desvirtuar la


posición asumida por el recurrente de que la normativa a aplicar no podía ser la del
Estado extranjero, y sí la del Estado Argentino, pues con ello se demuestra que nada
obsta a que resulten aplicables en nuestro Estado las normas del Estado extranjero.
Afirmó además que de dicha norma de la convención, no resulta que se deba aplicar el
derecho nacional. Coincido, en este punto, con la tesitura de la anterior instancia y,
valga señalarlo a mayor abundamiento, que concretamente, el citado artículo 2°, carece
de normas que regulen directamente cuál derecho resulta aplicable, limitándose a
disponer pautas interpretativas del derecho extranjero, al disponer que los jueces y
autoridades de los Estados partes, deben interpretar las normas como lo harían los
jueces del Estado cuyo derecho es aplicable.

Debo reiterar a su vez sobre el punto, que el recurrente tampoco demuestra cuál sería
esta aplicación como es exigible, dada la naturaleza excepcional del recurso, sobre la
base de jurisprudencia de los Estados Unidos de Norteamérica, de modo pormenorizado
y en qué medida los jueces argentinos de apartaron de esos criterios adoptados por la
magistratura de esa Nación, y, en que otra medida ello se ajusta a casos análogos al aquí
estudiado.

Por su lado, la interpretación que realiza el recurrente, para llegar a la conclusión de que
sería aplicable al caso en cuanto a la prescripción de la acción, el artículo 4023 del
Código Civil, sólo a la postre tiene apoyo en la exclusiva consideración que realiza,
acerca que de la mencionada norma dimana un problema trascendente a dilucidar en
autos, cual es que, en nuestro ordenamiento jurídico, la prescripción se encuentra
regulada en el código de fondo y en los Estados Unidos en el derecho procesal, de lo
cual extrae, que las cuestiones procesales como la de las "limitations" se rigen por la ley
del lugar donde tramita el conflicto, es decidir la del foro, solución que, según expresa,
se desprendería de lo aseverado por el consultor técnico de autos.

VI - Ahora bien, corresponde advertir que el propio recurrente ha reconocido que no


existe norma que regule la situación dada en autos, al extremo de que habla de un vacío
normativo por un doble reenvío y esto -dice- obliga a desentrañar por vía de
interpretación de la norma internacional, si es de aplicación al caso el derecho
extranjero, y de igual modo, si está comprendido el instituto de la prescripción dentro
del artículo 1205 del Código Civil Argentino.

En cuanto al punto, cabe destacar que el recurrente, por un lado, reduce la supuesta
crítica del fallo a la interpretación de la norma federal, a plantearse la pregunta señalada
precedentemente (si es de aplicación al caso el derecho extranjero), y por otro, si en el
marco del artículo 1205 del Código Civil, la prescripción es una cuestión que haga a la
validez o nulidad, y a la naturaleza u obligaciones que nacen de un contrato de mutuo
que vincula a las partes. Concluye de tales antecedentes, que el reenvió es el medio
adecuado para la solución del caso y que si la ley elegida por las partes, en torno a la
relación sustancial, no contiene normas relativas a la prescripción, parece natural
utilizar dicho reenvío para aplicar la ley del foro.

Tales argumentos, reitero, no pueden considerarse una crítica razonada o ponderada del
fallo, en tanto no se han atacado los razonamientos del a quo, a que me refiero en los
puntos IV y V, ni la relación normativa allí formulada, del régimen legal de nuestro
Código de Fondo y del Tratado de Montevideo, que permiten concluir que no existe
dificultad alguna para aplicar el derecho extranjero al que las partes sujetaron por propia
voluntad sus obligaciones. Tampoco efectúa cuestionamiento alguno a la aplicación que
hace el sentenciador de la norma federal supuestamente en juego, en tanto se desprende
que la aparente cuestión federal que suscita la interpretación del artículo 2° de la
Convención no lo es tal, porque cabe poner de resalto, no existe contradicción ni
controversia alguna entre el fallo y lo expuesto por el apelante, sobre que dicha norma
no vino a determinar cual es la norma aplicable (existe -dijo- un vacío normativo) sino a
consagrar "la teoría del uso jurídico" es decir, el modo de aplicación en el foro de la
norma extranjera, que se ha establecido como aplicable en el caso.

Así lo ha entendido también la doctrina, al señalar que la teoría del uso jurídico, sólo
determina que si se declara aplicable a una controversia un derecho extranjero, hay que
darle el mismo tratamiento de fondo que con el máximo grado asequible de
probabilidad le daría el juez del país cuyo derecho ha sido declarado aplicable.

Por otra parte, se ha destacado que si el punto de conexión es preciso y señala como
aplicable una reglamentación extranjera zonal, como es el caso (las partes se sometieron
a la reglamentación del Estado de Nueva York), se debe aplicar el derecho de este
Estado. Así también que en casos como el presente se estaría en presencia de la teoría
de la incorporación del derecho extranjero (legislación material y formal), basada en el
concepto de soberanía (previsión ésta que surge de la disposición del artículo 1205 del
Código Civil), que intenta evitar que se produzca un rechazo orgánico con el cuerpo
legal propio, cuestión que ha sido debidamente tratada por el juzgador, al analizar y
concluir, mediante una relación normativa de las restantes disposiciones del citado
código, que no existe controversia con los principios del derecho público nacional
(conf. Werner Goldsmith “Derecho Internacional Privado” -pags. 119/146-, Octava
Edición, Depalma, 1992).

De lo expuesto de desprende que el apelante tampoco ha desvirtuado las razones y


fundamentos jurídicos del a quo para llegar a la conclusión de que es aplicable la norma
extranjera, entre ellos y de sustancial importancia, el hecho de que en nuestro régimen
legal, la ley que rige la relación sustancial es la que regula la prescripción, lo cual,
sostuvo el tribunal, surge de la interpretación sistemática y concordante no sólo de
normas del Código Civil, que consagran principios como el de la autonomía de la
voluntad, explícita en el artículo 1197, la de la lex loci contractus y celebrationis
consagrada en el artículo 1205, sino también en el Tratado de Derecho Civil de
Montevideo en su artículo 51, en especial cuando consideró que no se dan los supuestos
contemplados por los artículos 1210, ni 1214, del mencionado cuerpo legal, ni tampoco
se halla cuestionada la validez de los instrumentos que sirven de base a la acción, ni la
afectación del orden público o la violencia a la moral y buenas costumbres,
motivaciones esta últimas de la sentencia, que tampoco han sido objetadas, ni tratadas
por el recurrente.

VII - En cuanto se refiere a la cuestión federal que surgiría de la alegada trascendencia


institucional del decisorio cabe desestimarla, en tanto en autos se está en presencia de
un litigio entre particulares, que más allá de la notoriedad y situación de la familia de
los demandados, no afecta otros intereses que aquéllos de carácter individual que atañen
a los involucrados en el proceso. Así lo ha entendido en reiterada doctrina V.E. cuando
señaló que "no cabe hacer lugar a la alegada gravedad institucional, cuando la cuestión
no excede el límite del interés individual de la parte" (conf. Fallos: 303:261, 303:962 y
muchos otros) y así también que no se configura tal circunstancia que habilite la
apertura del recurso, "si de la solución del caso, no se desprende algún principio general
que sirva para ser utilizado en problemas futuros de similar índole y el a quo para
decidir como lo hizo tomó en cuenta muy particulares extremos fácticos exclusivos de
la situación planteada" (conf. Fallos: 304:1048).

Por otra parte, es de destacar que tampoco se advierte que se halle en juego, como lo
señala la recurrente, el principio de la seguridad jurídica relacionado con el
cumplimiento de las transacciones internacionales, en tanto y en cuanto la materia de
discusión se limita a la determinación, acerca de si resulta aplicable o no una norma
extranjera, pactada entre las partes, de una negociación de naturaleza internacional, y la
decisión sostiene el cumplimiento de lo convenido por ellas, en materia de legislación
aplicable a la controversia.

VIII - En definitiva, ante el planteo de arbitrariedad del decisorio por la supuesta


omisión en el tratamiento de cuestiones oportunamente introducidas, algunas de ellas
señaladas como de carácter notorio y probadas en autos y por otro, de la prescindencia
en la consideración de la prueba producida en autos, corresponde tener en cuenta, que el
fallo del a quo, ha hecho suyos los fundamentos de la sentencia de primera instancia que
confirma y los argumentos del Representante del Ministerio Público. Además de ello,
ha señalado que sin perjuicio de la oportunidad en que fue introducido el tratamiento de
las circunstancias referidas a la situación que afectaba a los demandados y que le
habrían impedido al actor iniciar la acción cuya prescripción fue invocada por los
demandados (cuya omisión de tratamiento por el principio iura novit curia debió
efectuar el tribunal de primer grado) ello no afectaba a la sentencia, porque -explicitó-
ello no beneficiaba al apelante.

Mas no obstante tratarse de cuestiones de hecho que, como se dijo, no habilitan el


recurso extraordinario, no puedo dejar de resaltar que no se da la omisión invocada, ni
se ha prescindido de las pruebas producidas en autos. En tal sentido, cabe señalar, que
más allá de la discusión sobre el alcance de la norma extranjera, en cuanto a determinar
a quienes se refiere, si a los residentes permanentes o a los circunstanciales, tema éste
ajeno a la instancia extraordinaria y que el recurrente no demuestra haya sido
interpretado contrariando los criterios de los jueces norteamericanos, en lo que aquí
interesa y en orden a las supuestas pruebas ignoradas, señaló el a quo, que las causales
de suspensión debían sobrevenir a la constitución de la obligación de que se trate, y no
correspondía atribuir tales efectos a circunstancias coetáneas con el nacimiento mismo
del derecho a ejercitar la acción, pues si así fuera, no se podía hablar de suspensión del
plazo, sino de una situación donde no habría posible vigencia del instituto, por la
imposibilidad de computar el término. Estaríamos, en ese supuesto -destacó- en
presencia de una acción imprescriptible, pues la contingencia sobreviniente (ausencia
del lugar, del obligado cambiario), en rigor fue inmediatamente posterior -dado el
fallecimiento de David Graiver- al acto negocial y anterior al nacimiento al derecho de
exigir el pago. Por lo cual en este contexto, los agravios relativos a la residencia de las
partes a la fecha de la firma de los documentos cuyo pago se reclama, deviene
inconducente a los fines de la solución de la controversia.

Así también el decisorio, puso de relieve, con independencia de la discusión, sobre si el


domicilio que habilitó la apertura de la sucesión, era ficto o no, que iniciado dicho juicio
universal en nuestro Estado, con posterioridad al fallecimiento del deudor (que se
produce valga recordar días antes del vencimiento de dos de las obligaciones) el actor
no produjo actividad alguna en dicha actuación judicial, no obstante tal circunstancia y
que las obligaciones restantes, resultaban ya de imposible cumplimiento personal por el
deudor principal, dada su desaparición física previa, antecedente que no logran
desvirtuar las circunstancias políticas y demás hechos comprobados en la causa, cuya
reseña se reiteró en los dos párrafos precedentes, evidencian el tratamiento de otra
cuestión de evidente naturaleza común y procesal, lo cual permite descartar también la
descalificación del fallo en este aspecto.

Respecto a la arbitrariedad del fallo por la interpretación extensiva y no restrictiva de la


prescripción, no cabe duda que se está en presencia de la consideración de otra cuestión
ajena a esta instancia federal resuelta sin arbitrariedad por el tribunal a quo desde que no
estimo que cabía duda alguna sobre cuál norma jurídica resultaba aplicable y por tanto
no se suscitaba la posibilidad de encontrarse ante una aplicación más o menos restrictiva
propia de una zona dubitable.

Por otra parte, con relación a las posibles causales de suspensión de la prescripción para
demandar en el Estado Argentino, se puso de relieve en el dictamen del Ministerio
Público, al que remite el fallo, que la sucesión (que es demandada en este proceso), se
inició a pocos días del fallecimiento del obligado principal, y que la accionante, no
acreditó en modo alguno actividad judicial, como finalmente lo hiciera, ni se presentó,
como hubiera correspondido en dicho proceso universal para hacer valer sus derechos
en un lapso más que prolongado. A mi juicio, no constituye un argumento válido para
controvertir tal aserto, la alegada situación de dificultad para accionar, por ausencia del
país de los herederos y los avalistas, la persecución que sufrían y las posibles
consecuencias, que se derivarían para terceros al establecer una relación procesal, con
quienes estaban perseguidos y desposeídos de sus bienes, a poco que se tenga en cuenta
que no existió obstáculo en promover el sucesorio.

Finalmente, respecto a la alegada prescindencia de la prueba sobre el derecho


extranjero, producida en la causa, cabe señalar que tanto el Ministerio Público, cuanto el
fallo hacen alusión a la misma, en cuanto al plazo de seis años a computar para la
obligación. Y en lo que hace al eventual apartamiento de las conclusiones del dictamen
pericial referidos a las causales de hecho que motivarían la suspensión, el tribunal ha
analizado las mismas y dado razones suficientes y conducentes para llegar a una
conclusión diversa. Se sigue de ello, que el decisorio cuenta con la necesaria
fundamentación, frente a la opinión discordante que emerge de la peritación que, a todo
evento, no resulta vinculante para el tribunal, máxime cuando ella no fue la única
prueba tenida en miras para resolver sobre el punto.

Por todo lo cual, opino que V.E. debe desestimar la presente queja al no haber, en rigor,
desinteligencias sobre normas federales sino exclusivos aspectos de derecho común, y
de hecho y prueba.- Buenos Aires, 10 de Julio de 1999.- F. D. Obarrio.

Buenos Aires, 7 de marzo de 2000.

Considerando: 1. Que los agravios que el apelante invoca como de naturaleza federal no
suscitan la apertura del recurso extraordinario pues no existe relación directa e
inmediata entre la cuestión litigiosa y la Convención Interamericana sobre Conflictos de
Leyes en Materia de Sociedades Mercantiles citada por el recurrente (art. 15, ley 48). En
efecto, la controversia no concierne a la interpretación o aplicación de un tratado
internacional, sino a la elección de la ley aplicable a la prescripción y a la existencia de
circunstancias fácticas que, en ese ordenamiento, producirían ciertas consecuencias
jurídicas. En suma, se debaten cuestiones de hecho, prueba y derecho común, ajenas a la
competencia extraordinaria de este Tribunal (doctrina de Fallos: 303:1542; 312:396;
315:2599).

2. Que más allá del acierto o del error del razonamiento que lleva al tribunal a quo a
designar al derecho del Estado de Nueva York como aplicable a la prescripción de la
acción por cumplimiento de un contrato internacional, es evidente la razonabilidad de lo
resuelto, por cuanto implica dar efecto al derecho elegido por las partes, en un válido
ejercicio de la autonomía de la voluntad, dentro de los límites impuestos por el orden
público internacional, lo cual descarta el vicio de arbitrariedad.

3. Que los agravios atinentes a la configuración de las causales de suspensión del curso
de la prescripción, a la residencia de las partes al tiempo de la firma de los documentos
y a la prescindencia de prueba relevante, sólo reflejan discrepancias con fundamentos
desarrollados por los jueces de la causa sobre materia no federal. Tampoco se ha
configurado un supuesto de gravedad institucional, pues en la especie sólo se discuten
derechos patrimoniales que no exceden el mero interés de las partes (doctrina de Fallos:
303:261; 304:848; 312:2150).
Por ello, y en forma coincidente con lo dictaminado por el señor Procurador Fiscal se
desestima la queja. Declárase perdido el depósito.- J. S. Nazareno. E. Moliné O'Connor.
C. S. Fayt. A. C. Belluscio. E. S. Petracchi. A. Boggiano.

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