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T. 27. Nacimiento y expansión del Islam.

El Islam es la segunda religión con más fieles en el mundo tras el cristianismo. Es


un término que significa “sumisión”, y el fiel es llamado musulmán, “el que se somete a
Dios”. Según la tradición bíblica, Abraham tuvo un hijo con una esclava egipcia, Agar,
al que llamó Ismael. Madre e hijo fueron despedidos por Abraham cuando su dios le
prometió que tendría un hijo con su mujer, Sara. Ismael y Agar vagaron por Arabia.
Tradiciones coránicas narran que, años después, Abraham visitó a su hijo Ismael y por
indicación de Dios levantaron un santuario en forma de cubo (Ka’ba), donde colocaron
una piedra blanca que un ángel había entregado a Abraham. Esta piedra se tornó negra
por los pecados de los seres humanos. Cuando terminaron de construir el santuario,
Dios ordenó a Abraham el rito de peregrinación a la Meca, como sería llamada. Este era
el origen mítico de los ismaelitas o de los árabes.

El Islam nació en Arabia, un territorio de casi 3 millones de km2. Las zonas más
prósperas eran la franja situada al noroeste en paralelo al mar Rojo (Hiyaz) y el sur,
sometida al régimen climático de los monzones (Arabia Felix). Esta tierra era rica en
hierro, oro, incienso, mirra... y contaba con importantes ciudades. Destacó el reino de
Saba, cuya mítica reina, Bilqis, llegó a la corte de Salomón con ricos productos. En la
zona occidental de la península arábiga, entre el Hiyaz y el desierto existieron oasis que
dieron vida a importantes ciudades como Yatrib (Medina) y La Meca, situada
estratégicamente entre rutas comerciales que unían Yemen con el Mediterráneo y el mar
Rojo con el golfo Pérsico. A la importancia mercantil se sumaban connotaciones
sagradas que recordaban a Abraham. En estas ciudades la presencia de comunidades
judías jugó un papel destacado. Al norte y noreste de Arabia destacaron los reinos de los
gassaníes y de los lajmíes, ambos de religión cristiana. En los bordes de los grandes
desiertos habitaban los beduinos, dedicados al pastoreo, al comercio caravanero y al
saqueo ocasional de poblaciones sedentarias. Los rasgos de su economía eran su
dependencia del camello, por su gran adaptación a la vida desértica, y la propiedad
colectiva. La base de la organización social de los árabes era la tribu, conformadas por
linajes clánicos. La tribu reconoce un sayyid elegido entre los jefes de los clanes, que no
tiene poder absoluto. Es un primus inter pares asesorado por un consejo de ancianos.
Era una sociedad fuertemente patriarcal, donde los conflictos entre las tribus eran
frecuentes. En general, las tribus eran animistas. Rendían culto a divinidades astrales y
estelares, así como a espíritus o yinns asociados a la naturaleza y conectados con los
humanos. Existía la idea de que solo la unidad de los árabes se lograría la paz y la
prosperidad, aunque había cierta tensión hacia la unidad. Por esa tensión que no podía
ser canalizada ni por el judaísmo ni por el cristianismo, surgió, con anterioridad al
islam, una tendencia monoteísta árabe: el hanifismo. El hanif era un crítico de la
sociedad en la que vivía, que practicaba el ascetismo y, no conforme con el politeísmo,
profesaba un difuso monoteísmo de tradición ismailí.

En este contexto nació Muhammad hacia el 570 en La Meca, dentro del clan de los
Banu Hashim, de la tribu de los Qurays, una rama colateral de los que dominaban la
ciudad. Se encargó del negocio comercial de la viuda rica Jadiya, con la que se casó

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posteriormente y tuvo a su hija Fátima. Cerca de La Meca, en el monte Hira, se retiraba
a menudo a meditar, y fue allí cuando en 610 tuvo la primera revelación de Allah a
través del ángel Gabriel. La revelación fue progresiva, con alguna larga interrupción que
turbó al profeta, y finalizó con la muerte de este. Al principio solamente la confió a sus
allegados, después habló ante los mequíes. Fue entonces cuando comenzaron los
primeros choques contra los mequíes, representantes de una sociedad materialista
basada en las ventajas económicas que reportaba el politeísmo. La presión social sobre
su comunidad, la muerte de algunos de sus grandes apoyos (Jadiya) y el llamamiento de
los ciudadanos de Yatrib para mediar entre los enfrentamientos tribales hizo que
Mahoma abandonase La Meca. Se produjo entonces la hégira en el verano de 622, que
marcó el inicio del calendario islámico. La ciudad de Yatrib cambió el nombre por
Medina (la ciudad por excelencia, capaz de reconocer al enviado de Dios). Allí
construyó su residencia y un santuario según el modelo de la sinagoga judía, que más
adelante sería la masyid o mezquita de la peregrinación. La comunidad islámica o umma
consiguió autonomía económica a través de razzias a las caravanas de La Meca, que
acabaron en el choque militar de Badr (624) con victoria musulmana. Otros
enfrentamientos contra los mequíes le permitieron entrar en La Meca en 630 sin casi
resistencia y hacerse con el control. Dos años después muere en Medina, siendo
reconocido como autoridad política y religiosa de buena parte de la península arábiga.

El núcleo básico de la revelación descansa sobre unas ideas fundamentales:

 Un solo dios frente al pluralismo pagano, que exige una relación individual.
 Mahoma es el profeta, no el mediador divino hecho hombre.
 Existen cielo e infierno, recompensa y castigo. La salvación por la fe y obras.
No existe el pecado original.
 La fe es el esfuerzo de caminar por la senda de Dios (yihad), siendo posible a
través de la comunidad.
 Ayuda y limosna a los pobres de la comunidad.

La revelación aparece recogida en el Corán (recitación), libro sagrado para


musulmanes. El tercer sucesor del profeta, el califa Utmán, ordenó elaborar un texto
único. El Corán está compuesto por 114 capítulos o azoras, integrados cada uno por
versículos o aleyas. El Corán es un libro para ser recitado, pues todo él es una alabanza
a Allah. Pero también incluye consejos para abordar cuestiones como el matrimonio, la
herencia, los pactos, etc. Junto al Corán, la mayor parte de musulmanes consideran
fuente segura de doctrina a la sunna, la tradición que recoge los hechos y dichos del
profeta. No es revelación, sino comentario e interpretación del Profeta. Cada una de
estas narraciones se llama hadit. Estos hadit llegaron a ser considerados fuente segura
de doctrina integrando, junto al Corán, la llamada sari’a o ley canónica del Islam. En la
última fase de la vida de Mahoma se codificaron obligaciones a las que estaba sujeto el
creyente musulmán. Las de más trascendencia fueron los llamados cinco pilares del
islam.

 La sahada o profesión de fe. No hay más dios que Dios y Muhammad es su


profeta. Cualquier persona que la suscriba puede ser considerado musulmán.

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 La oración. De dos tipos: la individual y la ritual, esta última acompañada
de movimientos y ritos prescritos (abluciones) y debe hacerse cinco veces al
día. Los viernes a mediodía se hacía en la mezquita.
 La limosna. Voluntaria y obligatoria (zakat, en torno al diezmo de los
bienes).
 El ayuno (sawn) practicado en el noveno mes musulmán, el de Ramadán.
Abstención de comer, beber y tener relaciones sexuales.
 La peregrinación a La Meca (hayy) al menos una vez en la vida en el
duodécimo mes. Consta de una serie de ritos y actos algunos preislámicos.

Tras la muerte del Profeta se produjo un debate sobre la sucesión, pues este no lo
había dejado establecido. El sucesor será Abu Bakr (632-634), su suegro y fiel
colaborador, lo que pone de relieve que la nueva clase dirigente de la umma apostó por
el poder urbano de mequíes y medinenses en detrimento de los beduinos. Además, se
relegaron factores de proximidad parental (Alí era primo hermano de Mahoma). Abu
Bakr adoptó el título de jalifat rasul Allah (representante del enviado de Dios) o califa.
Él debía velar por el cumplimiento de la doctrina islámica, gobernar y defender la umma
haciendo el llamamiento al esfuerzo colectivo de la comunidad en defensa del Islam o
yihad. Abu Bakr fue el primer representante de los cuatro califas rasidun, los
“ortodoxos”. En su gobierno hizo frente a la ridda o revuelta de los beduinos,
descontentos por la sucesión, la aparición de otros profetas considerados impostores por
la umma y los inicios de la expansión militar hacia el Imperio bizantino (Palestina) y el
Imperio sasánida (Irak). Estas conquistas se van a realizar bajo el segundo califa
ortodoxo Umar (634-644). Este califa consolidó el poder de la oligarquía urbana mequí,
interesada en el comercio caravanero. Es por ello por lo que los objetivos militares de
Umar pasaban por puntos clave del comercio: Mesopotamia, Siria-Palestina y Egipto.
Tradicionalmente se han considerado tres factores que explican esta rápida expansión.

 Religioso: fogosidad de la nueva religión, conscientes de su papel histórico y de


las recompensas divinas que conllevaba la guerra santa.
 Económico: ocupación de zonas comerciales importantes para asegurar la
supervivencia de una entidad superior que no podría darse solo en Arabia.
 Político: la guerra dará a las autoridades árabes un elemento de cohesión,
además del religioso, para mantener la disciplina de beduinos.

También se han aducido elementos estratégicos (como la técnica de “vuelta y


fuga”), la debilidad de las estructuras políticas y económicas de los imperios sasánida y
bizantino.

El califa Umar sentó las bases de la administración de los territorios conquistados


tratando de cubrir tres objetivos:

 Asegurar militarmente las zonas conquistadas creando emplazamientos militares


(ciudades-campamento).
 Regulación jurídica de la dependencia respecto a la umma de las zonas
ocupadas. Siguiendo la tradición del Profeta, se diferenciaba a paganos y a
gentes del Libro. Estos últimos se les otorgaba el título de protegidos (dimmíes).

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Sus propiedades y religión eran respetadas si no habían puesto resistencia, pero
debían pagar una serie de tributos (yizya –personal– y jaray –sobre la tierra–).
 Creación de organismos financieros. El principal fue el registro o diwan, como
un ministerio de finanzas.

Umar fue asesinado por un esclavo en Basora, siendo sucedido por Utmán (644-
656), de la familia de los omeyas. Durante su gobierno se elaboró la primera y definitiva
versión del Corán y se produjeron los primeros síntomas de descontento en el seno de la
umma entre los mediníes y los mequíes, debido a la escasa visión política del califa.
Utmán fue asesinado y seguidamente se proclamó califa a Alí (656-661) con apoyo de
los mediníes. El clan omeya, dirigido por el gobernador de Siria, Muawiya, se opuso a
la proclamación de Alí militarmente. Los primeros enfrentamientos favorecieron a Alí,
pero Muawiya pidió un juicio de Dios para solucionar la disputa sobre la muerte e
Utmán. Alí, piadoso al extremo, se lo concedió. El tribunal apoyó a Muawiya. Los
partidarios de Alí le reprocharon que no podía dejar los asuntos divinos en manos
humanas y la umma se fracturó, dando lugar a la primera fitna. Así, los partidarios de
Alí son denominados chiíes, quienes defendían que el califato debía recaer en la familia
del Profeta. Por otra parte, los secesionistas del bando de Alí son los jariyíes, que
defendían que todo musulmán tenía derecho a ser nombrado califa. Asesinaron a Alí en
661. En tanto que los omeyas fueron apoyados por los sunníes. En 660 Muawiya fue
proclamado califa en Jerusalén, dando lugar al Imperio omeya.

La implantación de la dinastía omeya se hizo en circunstancias poco favorables. La


autoridad del califa había quedado mermada como consecuencia del arbitraje, que
provocó la primera fitna y la guerra civil. Muawiya tenía que transformar el estado
teocrático en un estado secular, sin que el paso supusiera la ruptura de los principios
religiosos que inspiraron el primer Estado musulmán. Con el apoyo de los sunníes,
Muawiya fue proclamado califa y desplazó la nueva capital a Damasco. De esta manera
lograba absorber la burocracia bizantina de siria y crear un Estado centralizado, en el
que todos los resortes del poder estaban controlados por el califa. El Imperio bizantino
les sirvió de inspiración para su concepción absolutista del poder. El califa estaba
asesorado por una asamblea consultiva (sura, la que había nombrado a los califas
ortodoxos) y contaba con un primer ministro (hayib) y una serie de secretarios. El paso
a la monarquía hereditaria lo acometió tras la promesa de que su hijo Yazid solo
ostentaría nominalmente la jefatura del Estado, pasando el poder efectivo a manos de la
aristocracia árabe. Tras la muerte de Muawiya se produjo una segunda guerra civil, ya
que árabes no estaban acostumbrados al concepto de monarquía hereditaria, ni al de
Estado. Tras la proclamación de Yazid en 680, los chiíes apoyaron como califa a
Husayn, hijo de Alí. No obstante, la batalla de Kerbala acabó con esta revuelta. Más
grave fue la revuelta de Zubayr. Apoyándose en la corriente sunní que defiende que
cualquier miembro quraysí puede ejercer el califato, Zubayr se proclamó califa. Su
dominio se centró en primer lugar en Medina y La Meca, pero luego fue reconocido en
Egipto. El califa omeya Abd al-Malik acabó con los sediciosos e inició un proceso de
recuperación de la autoridad califal. Por primera vez se acuñó moneda propia imitando a
las bizantinas y a las sasánidas (el dinar de oro y el dírham de plata). La relativa paz que

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logró este califa fue aprovechada por sus sucesores para dar un nuevo impulso a la
expansión. El Imperio omeya se extendía a la caída de la dinastía (750) desde la
península Ibérica, por el norte de África, Egipto, Arabia, Mesopotamia hasta el Jurasán.
Al frente de las provincias se hallaba un gobernador (wali, emir), cuya designación
dependía del soberano. Los gobernadores en sus provincias actuaban como verdaderos
monarcas.

Fue en la región del Jurasán donde se comenzó a manifestar el movimiento abbasí,


descendientes del tío de Mahoma al-Abbas, que apoyaban a los seguidores de Alí. Los
abasíes aglutinaron en torno suyo a la oposición antiomeya y comenzaron la
sublevación armada en el 747. Las fuerzas omeyas fueron derrotadas y en 750 el último
omeya fue asesinado en Egipto. Se iniciaba así la dinastía abbasí (750-1258) con Abu
Abbas proclamado califa. Abbas ejecutó a toda la familia omeya, escapando solamente
el joven Abd al-Rahman, que fundó un emirato independiente en la península Ibérica. El
nuevo califa se presentó como un instrumento de Allah cuya misión era devolver al
Islam la igualdad de los creyentes. Su legitimidad se basaba en la pertenencia al linaje
de Abbas y en la recuperación de los valores que el título de califa comportaba,
especialmente los religiosos (jefe de los creyentes). El verdadero organizador de la
dinastía fue el segundo califa, al-Mansur (754-776). Al-Mansur avanzó en la
legitimación de su familia en base al parentesco con el profeta, pudiendo vincular
hereditariamente el título califal sin apenas resistencia. Organizó la administración del
Estado renovando los cargos de la burocracia central en manos de secretarios mawali,
que fueron puestos bajo la dirección del visir, puesto que se creaba ahora. Para ello el
califa contó con la ayuda de la familia de los Barmakíes. Al-Mansur llevó a cabo
grandes obras de construcción de canales, trazado de caminos y puestos militares a lo
largo de ellos. Pero ha pasado a la historia por construir la nueva capital del califato,
Bagdad. El máximo apogeo de la dinastía llegó con Harun al-Rasid (786-809), el
protagonista de los cuentos de las mil y una noches. A partir del siglo IX los
movimientos contra los abasíes se incrementaron en todos los puntos del Imperio. En el
siglo X el califato abbasí se hundía como entidad territorial y era sustituido por el fatimí
de Egipto y el de Córdoba, proclamado por Abd al-Rahman III en 929. La dinastía
abbasí todavía ostentaría la dignidad califal, sin poder alguno, hasta el 10 de febrero de
1258 en que los mongoles entraron en Bagdad y depusieron al último califa, que pereció
días después.

El último apogeo del mundo islámico lo encabezó el imperio otomano, que logró
acabar con los restos del Imperio bizantino tomando Constantinopla en 1453. Los
otomanos controlaron buena parte de los antiguos territorios de las dinastías omeya y
abasí, desde marruecos hasta Mesopotamia, incluyendo los Balcanes y Crimea.

La actividad económica del mundo musulmán se dividía según el medio. En el


campo destacaba la actividad agropecuaria. La agricultura era tanto de secano como de
regadío a través de norias, “minas” de agua (kanat), aljibes, etc. Las producciones
agrarias eran muy variadas. El trigo y la cebada constituían en muchas zonas la base de
la alimentación. El arroz, los productos de huerta o los frutales también alcanzaron altos

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niveles, así como aquellos relacionados con la industria (algodón, caña de azúcar). En
cuanto a la ganadería primaba la ovicaprina.

Respecto al mundo urbano, la ciudad era el centro de la vida musulmana en el


orden administrativo, judicial, religioso y cultural. Desde el punto de vista económico,
las ciudades eran centros de comercio y de la artesanía. La producción artesanal se
realizaba en pequeños talleres que estaban agrupados en corporaciones de oficios.
Destacaron industrias como la sedería, los perfumes o el trabajo del cuero y de los
metales. Los musulmanes dominaban las rutas comerciales que les permitía entrar en
contacto con Asia oriental. Igualmente ejercieron un dominio indiscutido del
Mediterráneo que comenzó a retroceder en el siglo XI.

El mundo islámico conoció en la Edad Media un florecimiento intelectual de


primera magnitud. Ello se debió a la fusión de numerosos elementos procedentes de las
culturas antiguas con las que los árabes entraron en contacto. Se incorporaron al mundo
musulmán las obras científicas y filosóficas de los griegos (Averroes comentó a
Aristóteles), de los persas y de la India realizando sus propios aportes. En matemáticas
desarrollaron el álgebra y la trigonometría y utilizaron un nuevo sistema de numeración
con cifras. En medicina destacó Avicena. Asimismo hubo importantes progresos en
astronomía, física y química. Se crearon bibliotecas en las más importantes ciudades del
Islam, como las de Bagdad y el Cairo. El árabe, vehículo de unión entre musulmanes,
era la lengua de la vida oficial y de la expresión literaria. La Historia, con un sentido
puramente narrativo, tuvo también un auge notable, destacando la figura de Ibn Jaldún.
En cuanto a la creación literaria propiamente dicha hay que destacar la poesía lírica y
los cuentos populares como las mil y una noches.

A modo de conclusión, la consecuencia del nacimiento y expansión del Islam para


Occidente, según Pirenne, fue la ruptura de la unidad mediterránea. Europa se volvió
hacia sí misma, volviéndose rural y militar. El enfrentamiento del Occidente cristiano y
del Oriente islámico será una constante desde el siglo VII hasta hoy mismo.
También hubo efectos positivos: desde Asia hasta Europa se abrió una vasta red co-
mercial y de intercambio cultural que favoreció a la larga la economía y la cultura.
En el mundo árabe, el Islam tuvo efectos contradictorios: por un lado aseguró
varios siglos de gran prosperidad económica y cultural, de predominio político sobre el
área mediterránea y el Próximo Oriente, pero por otro lado el continuismo esencial de la
ideología islámica provocó una resistencia al cambio social, económico o científico, que
finalmente aisló al mundo musulmán de los grandes avances de Occidente y favoreció
que en los siglos XIX y XX Europa impusiese su dominio sobre casi todo el territorio
del Islam.

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Como recomendación bibliográfica destaco las siguientes obras:

Tamayo, J.J., Islam. Cultura, religión y política. Madrid, Trotta, 2009. Este libro
aborda la figura de Mahoma, los fundamentos religiosos del Islam y hace un recorrido
por los principales hitos de la historia del islam, destacando su presencia en España y
sus diferentes tendencias (sunnitas, chiítas...).

Cahen, C., El Islam. 1, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio otomano.
Madrid, Siglo XXI, 1986. Es interesante esta obra porque el autor analiza la historia del
Islam prestando más atención a aspectos económicos, culturales y sociales más que a
los políticos.

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