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Tema IV: Orígenes y Expansión del Islam

La aparición y expansión del Islam a lo largo del Próximo Oriente y del Norte de
África es un hecho fundamental, no solo en la historia del Mediterráneo, sino en la
historia de la Humanidad, puesto que supuso la aparición de una nueva religión
universal y de una nueva civilización, la árabe-islámica, con unos caracteres propios y
muy definidos que desde entonces ha jugado un importantísimo papel en la historia del
mundo.

Durante los siglos VII y VIII, la Historia del Islam puede ser dividida en tres
grandes períodos:

- Primera etapa, años 610 y 632: se producen las predicaciones de Mahoma y la


fundación del estado islámico por él dirigido (hechos contemporáneos del
reinado de Heraclio en Bizancio).
- Segunda etapa, años 632 y 660: gobiernan el Islam los primeros cuatro califas,
conocidos como califas ortodoxos o rashidun, sucesores de Mahoma. En este
período se produce la unificación política de la Península Arábiga, la difusión
del Islam por todo el Mediterráneo sur y la primera fitna que supuso la división
del mundo árabe debido a conflictos dinásticos y religiosos.
- Del 660 al 750 la capital del mundo islámico se traslada de La Meca a Damasco,
en Siria, donde una nueva familia árabe, la Omeya, va a detentar el poder y va a
continuar la incorporación de territorios en el Mediterráneo Occidental y en
Medio Oriente y Asia Central.

La Arabia preislámica
La Arabia preislámica de principios del siglo VII estaba dividida en tres
regiones:

- En la parte sur de la península arábiga, bañada por el mar de Arabia, se


encuentra el Hadramaut, región conocida en época clásica como Arabia Felix.
Esto se debe a su clima, influido por los monzones, permitía el desarrollo de la
agricultura y en esta zona se desarrollaba un potente comercio basado en

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productos de lujo, tales como los perfumes, el incienso y la mirra. En esta región
surgieron distintos reinos sedentarios, el más famoso fue el conocido Reino de
Saba. Ya en el siglo VII la zona más pujante era el reino del Himyar, habitada
por los llamados árabes yemeníes o meridionales.
- La zona centro y norte de la península arábica, era conocida como la Arabia
Deserta. Se caracterizaba por la existencia de algunos asentamientos
permanentes, establecidos en los grandes oasis (como el de Al-Yamama). Pero la
norma general era que los habitantes de esta región fuesen tribus nómadas y
seminómadas que han sido tradicionalmente conocidos por el nombre de
Beduinos. Estas tribus nómadas vivían del pastoreo de rebaños de camellos y
ovejas; tenían una organización social tribal-clánica, basada en vínculos
familiares que daban lugar a los clanes, grupo de parientes descendientes de un
antepasado común del que la tribu tomaba su nombre (Banu Tamim: hijos de
Tamim; al-Tamimí: el tamimés, nisba usada como último elemento del nombre).
Aunque obedecían a la autoridad de un jeque o jefe de tribu, eran pueblos muy
inestables y belicosos, por lo que esta región destacaba por su inestabilidad
política.
- Por último, en la costa del mar Rojo, en la zona occidental destaca la región del
Hiyaz. El clima permitía el establecimiento de pueblos sedentarios y allí
surgieron los principales núcleos urbanos (Taif, Yatrib o Medina, La Meca)
como estaciones comerciales situadas en las rutas caravaneras comerciales.

Dentro de esta región hay que destacar la extraordinaria importancia adquirida


por La Meca desde mediados del siglo VI. En primer lugar, porque su emplazamiento
estratégico dentro de la región de Hiyaz, ya que controlaba la actividad caravanera
dedicada al transporte de mercancías. La gran mayoría de la riqueza de La Meca era
obtenida gracias a la actividad lo cual era la fuente principal de riqueza y poder de los
clanes más importantes. En segundo lugar, porque La Meca era, el Haram o centro
religioso de los pueblos árabes, donde se situaba la Kaaba, santuario politeísta de la
Arabia preislámica, cuyo Dios principal era precisamente Allah, posteriormente elevado
por Mahoma a la categoría de Dios único, pero que entonces era tan solo la divinidad
más importante del clan Quraysí (los “tiburones”), dominante en La Meca.

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Entre las zonas de la península Arábiga existían grandes diferencias económicas
y sociales. Mientras el norte y centro nómada (beduinos saqueadores), el sur era
agrícola y sedentario (agricultores y artesanos).

Las tradiciones y el recuerdo de rivalidad ancestrales oponían permanentemente


dos grupos de tribus: las del norte, maaditas o nizaritas, que descendían de Abraham a
través de Ismael, y las del sur, yemenitas, que lo hacían a través de Qahtan. Según la
tradición, estos últimos eran los descendientes verdaderos de Mahoma. Los conflictos se
agravaron cuando los yemesíes se trasladaron hacia el norte.

Diferencias religiosas acentuaron aún más el particularismo de las tribus: en el


norte eran animistas, pues tenían espíritus que representaban como árboles, pieles y
divinidades, siendo la más importante la estrella de la mañana. También rendían culto a
piedras sagradas, siendo la más conocida la piedra negra. En el sur, intentaban atraer las
tribus vecinas a las grandes peregrinaciones periódicas. Ellos fueron quienes
construyeron templos. Realizaban invocaciones colectivas a todas las divinidades del
mar y de la tierra, del este y del oeste, las peregrinaciones no establecían más que una
paz precaria y frágil alianza.

Estos intentos de sincretismo religioso (con peregrinaciones) reflejaban una


profunda aspiración de unidad, pero su alcance fue muy limitado y sin ninguna
transcendencia en el plano político. La Arabia preislámica se caracteriza también por la
total ausencia de una organización política centralizada (Estado), dirección en la que se
va a mostrar fundamental la labor desarrollada por Mahoma. Esa dispersión política
conllevaba una gran variedad lingüística y religiosa, aunque durante el siglo VI surgió
una lengua literaria común, el árabe clásico, entendida por las distintas tribus árabes.

Mahoma, fundador del islam: biografía y enseñanzas

La vida y los hechos de Mahoma (570-632) han sido estudiados repetidas veces
durante los últimos años, destacando las dos monografías del arabista británico
Montgomery Watt, resumidas en español en un único libro, Mahoma, Profeta y hombre
de Estado. Su vida aparece claramente dividida en dos partes: El periodo de La Meca, y
el periodo de Medina.

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Nacido hacia el año 570 en el seno del clan de Banu Hashim, importante familia
comercial de La Meca, durante los primeros años de su vida participó activamente en el
comercio caravanero. Hacia el año 600 contrajo matrimonio con Khadija, una rica viuda
propietaria de caravanas cuarenta años mayor que él, destinada a jugar un importante
papel en su vida como madre de Fátima (hija primogénita del Profeta).

En el año 610 se dio La Revelación, dando a conocer los primeros suras 1 del
Corán, que tienen un marcado carácter religioso, insistiendo en la idea de Allah como
único Dios. Esto le granjeó la enemistad del poderoso clan Omeya, gobernante de La
Meca, cuyos miembros veían en su doctrina un evidente peligro la ciudad pues una de
las ventajas era el politeísmo, encarnado en la figura del Haram, lo cual era muy
beneficioso para la ciudad y sus gobernantes.

Al principio solo habló de estas revelaciones a las personas más allegadas. Pero
más adelante comenzó a predicar en la ciudad la creencia en un único Dios, en la
resurrección de los muertos y en la paz eterna. Estas prácticas corrían el peligro de
arruinar las grandes peregrinaciones, por ello se opusieron a él los ricos mercaderes.
Estas nuevas ideas calan primero entre los más jóvenes y desfavorecidos, en lo que
algunos piensan que fue el inicio de un movimiento social. Así, Mahoma envía un
grupo de sus seguidores a Abisinia.

Ante la presión Omeya, Mahoma decidió emigrar y establecerse en Yatrib (la


futura Medina). Esta marcha a Medina, llevada a cabo en septiembre del 622, es
conocida como Hégira (Iyira, emigración) y marca el comienzo del calendario islámico,
el año 1 de la Hégira arranca del mes de junio del 622, cómputo que sigue estando
vigente en los países musulmanes. En Medina se estableció con un grupo de emigrados
de La Meca, al que pronto se unieron habitantes medinenses, y todos ellos quedaron
ligados a Mahoma mediante la llamada Constitución de Medina (622-623), acuerdo en
el que fueron fijadas las bases para la convivencia de la Umma o comunidad de
creyentes. La consolidación del poder de Mahoma en Medina estuvo basada en su lucha
por establecerse como gobernante único de Medina, en oposición a varios poderosos
grupos establecidos en el oasis, en especial los judíos Banu Qurayza; su larga lucha
contra el clan Omeya, hasta la definitiva conquista de La Meca en el año 630, que una
vez conquistado se integró en el nuevo Estado; y el apoyo prestado por los grupos

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Cada uno de los 144 capítulos en los que se divide el Corán.

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nómadas beduinos, unidos a la naciente comunidad islámica mediante alianzas. Cuando
Mahoma falleció, en el año 632, había conseguido conquistar Taif y La Meca, y unificar
políticamente el Hiyaz bajo dominio islámico.

Las bases doctrinales y políticas del islam

La transición hacia un estado islámico desde la Umma fue un proceso gradual,


pero es evidente que Mahoma, al final de su vida, controlaba un régimen político que
tenía ya las principales características de una organización estatal: un grado de
civilización relativamente elevado, el concepto de una ley superior y de una autoridad
suprema, la existencia de instituciones políticas independientes.

La nueva religión fundada por Mahoma se denominó Islam (la sumisión),


sustantivo derivado del verbo aslama, que significa someterse. Por lo que Islam viene a
querer decir “sometimiento” (a la voluntad de Dios); el participio muslim, “sometido”,
sirvió para designar a los seguidores. La base fundamental de la religión islámica es la
Sahada o profesión de Fe: no hay más Dios que Allah, y Mahoma es su profeta, que
resume las dos reglas básicas del Islam, el monoteísmo (para designar al Dios único el
árabe escogió el nombre de la principal divinidad preislámica de La Meca, Allah, de la
misma forma en que lo hizo el Cristianismo con la principal divinidad del panteón
griego (Zeus : Teos : Dios) y el carácter profético de la Revelación transmitida por
Mahoma.

Junto a la Sahada, otras cuatro obligaciones constituyen los llamados cinco


pilares del Islam: la oración, la limosna, el ayuno y la peregrinación a La Meca. Todas
las enseñanzas teológicas de Mahoma están recogidas en el Corán, libro que fue
recopilado por sus seguidores tras su muerte y alcanzó su versión definitiva durante el
Califato Omeya. Los suras más cortos, que aparecen al final del libro sagrado de los
musulmanes, son sin embargo las más antiguas, las reveladas por Mahoma al inicio de
La Revelación, cuando aún residía en La Meca.

Por el contrario, las más extensas, que suelen estar situadas al inicio del texto,
son más tardías, fueron dictadas por Mahoma durante la estancia en Medina y tienen un
carácter más sociopolítico, relativas a las normas de convivencia de los miembros de la
Umma y a la organización de la comunidad islámica. Las normas de convivencia

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supusieron, en la mayoría de los casos, elevar a la condición de dogma, de voluntad de
Allah, las costumbres practicadas por los árabes preislámicos.

El nuevo Estado islámico estuvo también basado en las enseñanzas de Mahoma


y en su actividad política.Sus bases ideológicas se centraron en torno a tres puntos: la
existencia de una sola comunidad islámica o Umma, sin grupos tribales ni divisiones
étnicas, ligada por lazos religiosos y sociales, sin embargo esto no lo pudo conseguir al
completo; la existencia de una sola y absoluta autoridad, basada en la Ley Divina
revelada por Allah al Profeta; y la idea de centralización de la autoridad dentro de la
Umma, no solo de Mahoma como Profeta de Dios, sino de sus sucesores (los califas, del
término árabe jalifa, sucesor) como representantes de la Umma.

Estas tres bases tuvieron una importancia capital al determinar la unidad futura
de la Península Arábiga (más adelante, de todo el mundo islámico medieval) y conferir
a la autoridad del Califa un carácter, no solo temporal, sino espiritual, de forma de que
el gobierno de los asuntos de carácter político permanecerá siempre vinculado al de los
asuntos de carácter religioso en el Islam medieval.

Mediante la articulación de este sistema doctrinal, el nuevo Estado creado por


Mahoma comenzó a superar los particularismos tribales de Arabia y, aunque los lazos
tribales y de clan siguieron existiendo, lo hicieron enmarcados dentro de un Estado
islámico que garantizaba la cohesión de sus miembros a través de la religión islámica
(Fe común), la práctica política (Hacienda, Administración Ejército) y el gobierno de
una nueva élite dominante. Esta élite estuvo al principio integrada por los compañeros
del Profeta que habían emigrado con él desde La Meca a Medina; pero más tarde, una
vez conquistada La Meca e integrado en el Islam el clan de los Omeyas, por los
miembros de dicho clan, de forma que el nuevo Estado islámico llegó a estar regido por
los mismos mercaderes y hombres de negocios del Hiyaz que tanto se habían opuesto a
la predicación de Mahoma.

El Califato Rashidum (632-660)

La muerte de Mahoma en el año 632 dio paso al período conocido como Califato
Ortodoxo o Rashidun (632-660), así llamado porque durante el mismo los califas que
gobernaron lo hicieron con el acuerdo de toda la comunidad islámica. En esos años se

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situaron al frente del gobierno los cuatro primeros califas o sucesores de Mahoma: Abu
Bakr, Omar, Utmán y Alí. Entre esa fecha (632) y el fin de la dinastía Omeya (750) la
evolución del estado islámica estuvo marcada por tres grandes temas:

- La expansión exterior: que llevó al Islam desde el Jurasán y el Sind, regiones


fronterizas con la India (actuales Pakistán y Afganistán), y la Transoxiana
(actual Uzbekistán), hasta el Magreb y la Península Ibérica.
- Las reformas políticas y administrativas: de carácter interno que definieron los
rasgos del Estado, del poder califal y de la organización administrativa.
- Las tensiones socio políticas internas: del mundo islámico que iban a conducir al
cambio del Califato Omeya por el Abbasí, tras la Revolución Abbasí.

Hasta el final de la dinastía Omeya los árabes siguieron constituyendo la élite


gobernante, excluyendo de la alta política a los maudi o clientes, nuevos musulmanes
que se habían ido incorporando al Islam en todas las zonas del imperio, lo cual iba a
estar en la base que dio origen a la revolución Abbasí y al cambio de dinastía en el año
750.

El primer califa, Abu Bakr, había sido amigo íntimo del Profeta, compañero desde los
primeros tiempos de La Meca y el primer árabe convertido al Islam fuera de la propia
familia de Mahoma. Su relación con el Profeta y sus cualidades morales (los califas
debían suceder a Mahoma en el ejercicio de su autoridad política, pero también en el del
liderazgo religioso y espiritual, de ahí la importancia de nombrar a personas con una Fe
y una moral reconocidas) le convirtieron en el sucesor del Profeta. En sus dos años de
gobierno (632-634) el Estado islámico dominó todo el territorio de la Península
Arábiga.

El segundo Califa, Omar (634-647), fijó la capital del estado islámico en Medina,
asumió el poder político religioso que en adelante va a caracterizar la actuación de los
califas y fue el gran protagonista de la primera gran expansión del Islam al conquistar
los territorios de Siria y Egipto y otras plazas fuertes al Imperio Bizantino, y de
Mesopotamia a la Persia sasánida.

Su sucesor, Utmán (647-656), fue el primer miembro de la familia Omeya que se


convirtió en califa. Durante su califato organizó los territorios conquistados en época de
Omar, creando la administración provincial islámica y nombrando para su control a una

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serie de gobernadores provinciales (emires) pertenecientes a la élite árabe afín al clan
Omeya. De ahí que su califato supusiera un reforzamiento para el ya extenso poder de
los Omeyas y pusiera las bases de su definitivo acceso al Califato.

A la par que el mundo islámico se extendía geográficamente y se consolidaba


desde el punto de vista político, surgieron también las primeras disensiones internas que
iban a provocar el nacimiento de distintas facciones o partidos político-religiosos, de
enorme importancia a todo lo largo de la historia islámica. Estas divergencias surgieron
cuando se planteó el problema de quién había de suceder a Omar, el segundo califa. Un
consejo reunido designó a un Omeya, Utmán, como tercer sucesor de Mahoma. Ello
provocó el enojo de Alí, yerno del Profeta, y de su mujer Fátima; de Aysa, su viuda y
última esposa; y de otros personajes que estimaban que sólo debían ser elegidos califas
los descendientes de la familia del Profeta (el marido de Fátima, Alí, y sus hijos Hasan y
Huseyn, todavía menores) y nunca un miembro del clan de los Omeyas que tanto se
había opuesto inicialmente a la labor de Mahoma. Y la progresiva formación de dos
partidos o facciones, la de quienes apoyaban a los Omeyas y la de quienes lo hacían a
los familiares directos del Profeta en sus aspiraciones a ocupar el título califal.

Cuando el año 656 un grupo de soldados asesinaron a Utmán, Alí fue


proclamado califa, pero con la oposición del gobernador de Siria, Muauía, nuevo líder
Omeya y futuro primer califa de la dinastía Omeya, que reclamaba un castigo para Alí
acusándole de haber dado muerte a Utmán. Ambos pretendientes al título de califa se
enfrentaron en la batalla de Siffin el año 657 y en ella se produjo un famoso episodio
consistente en que los partidarios del Omeya, antes de emprender el combate, colocaron
en las puntas de sus lanzas hojas del Corán, dando a entender con ello que la cuestión
debía decidirse mediante un arbitraje inspirado por Allah. Alí aceptó dicho arbitraje.
Pero los árbitros encargados de tomar la decisión dieron la razón a Muauía y le
proclamaron Califa.

Este fue el origen de la primera gran división interna en el mundo islámico y del
nacimiento de las dos principales corrientes político-religiosas del islam: los Chiies
(chiíes, corriente de la Shí'a), que reclamaban el derecho a la sucesión de Alí (asesinado
en el 661) y de sus descendientes (Hasan y Huseyn); y los sunníes u ortodoxos, que
aceptaron el arbitraje y su resultado y se convirtieron en los partidarios de los Omeyas y

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en el partido "oficial" en el poder. Ambos partidos existieron durante toda la Edad
Media y, aun en nuestros días, dividen práctica política y religiosa del mundo islámico.

Califato Omeya

Muauía se convirtió así en el primero de los califas Omeyas y comenzó a reinar


en el año 661. Trasladó la capitalidad del mundo islámico a Damasco, en Siria, región
de la que era gobernador antes de ocupar el trono y con la que los Omeyas mantenían
fuertes lazos desde época preislámica debidos al comercio caravanero. Se trataba de un
territorio fuertemente arabizado, sin tensiones sociales, que ocupaba una posición
geográfica central (próxima al Mediterráneo que era lo que interesaba en unos
momentos en que la expansión estaba realizándose sobre todo en ese sentido) y que
había sido desde muchos años atrás el punto fuerte de la familia Omeya. Se rodeó de
colaboradores capaces y fieles que supieron aumentar el prestigio de la institución
califal. El instituyó la sucesión hereditaria califal por línea directa, algo hasta entonces
desconocido en el mundo musulmán, pero que ayudó a consolidar el califato creando
una dinastía de gobierno.

Su nieto Abd al-Malik, que reinó entre los años 685 y 705, procedió a arabizar la
administración, imponiendo el uso de la lengua árabe en los documentos y escritos y
realizando las primeras acuñaciones de monedas árabes. Estableció también una nueva
división provincial, mediante la creación de cinco grandes regiones (Iraq con capital en
Kufa, Arabia en Medina, Siria en Mosul, Egipto en Fustat y Norte de África en Cairuán)
al frente de cada una de las cuales colocó un emir.

Hasta el final de la dinastía Omeya los árabes siguieron constituyendo la élite


gobernante, excluyendo de la alta política a los mauali o clientes (conversos al Islam de
origen no árabe), nuevos musulmanes que se habían ido incorporando al Islam en todas
las zonas del Imperio, lo cual iba a estar en la base del descontento que dio origen a la
revolución Abbasí y al cambio de dinastía en el año 750.

Cronología de la Expansión Islámica

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Entre los años 634 y 750, mientras los califas ortodoxos y Omeyas ocupaban el
poder, el estado islámico árabe se extendió por todo el Próximo Oriente y el Norte de
África en uno de los movimientos de conquista más rápidos y vigorosos de la Historia
de la Humanidad. Dicho movimiento tuvo tres fases principales:

- Primer periodo, 634 – 656: es decir, durante el mandato de los cuatro primeros
califas, los musulmanes conquistan Siria (634-637), Egipto (639-646) e Irán
occidental a Persia (634-642). Después el Norte de África bizantino Túnez (642-
650)

- Segundo periodo, 656-661: contempló el detenimiento temporal de la expansión


debido a los problemas internos (guerra civil entre los partidarios de Alí y de
Muauía) que ya hemos mencionado.

- Tercer periodo, 661 – 750: durante el Califato Omeya de Damasco, se expanden


en Oriente con la batalla de Talas (751), limitando con Chinos, se producen
campañas de Uqba en África (670-690) cuando funda Qairuán (675), después
conquistan el Magreb (690-705) y Musa ibn Nusayr es nombrado gobernador de
Qairuan en el 705. Entre el 711 y el 715 se da la conquista de la Península
Ibérica con las expediciones de Tariq ibn Ziyad en el 711, la de Musa ibn
Nusayr en el 712 y la de Abd Al-Aziz entre el 713 y el 714. Continúan con
expediciones en la Galia desde 720 al 735 pero paran de expandirse al perder la
batalla de Poitiers en el 732.

Causas de la Expansión

Es difícil establecer cuáles fueron las razones que impulsaron la expansión más
allá de la Península Arábiga, es decir, a emprender todas esas guerras de conquista.
Estaba, sin duda, el deseo de extender la nueva Fe (; también, quizá, el deseo de
asegurar las rutas de comercio mediante el control de los puertos sirios; y quizá también
el de consolidar el estado musulmán dominando la amenaza exterior que representaban
las tribus nómadas fronterizas de Siria e Iraq.

En todo caso, los autores que se han ocupado del tema se han preguntado con
frecuencia si esa expansión había estado o no en la mente de Mahoma, es decir, si fue

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algo previsto por el Profeta (lo que parece indicar el envío de una expedición a Siria en
el último año de su vida) o si la expansión fue emprendida por los primeros califas sin
seguir un plan preconcebido. Y si dicha expansión se habría producido con Islam o sin
él, es decir, hasta qué punto fue la nueva religión la que posibilitó las conquistas o éstas
fueron sólo el resultado de una necesidad de expansión por parte del pueblo árabe. La
respuesta a esta segunda cuestión parece clara: solo el Islam permitió la cohesión
necesaria a las tribus árabes para llevar a cabo las conquistas.

Tan difícil como establecer claramente cuáles fueron las motivaciones que
empujaron a los árabes fuera de su Península, resulta explicar el éxito y la rapidez con
que las conquistas se llevaron a cabo. Los argumentos tradicionalmente empleados
inciden en la aparición de un poder militar superior, determinado por la existencia de un
ejército dotado de brillantes generales, una buena organización interna, el uso del
caballo y del camello como principales medios técnicos de combate, el empuje que la
nueva Fe habría otorgado a los combatientes y el empleo de las energías y capacidad
bélica de las combativas y bien entrenadas tribus beduinas en un plan organizado.

De igual forma, suele destacarse el agotamiento de los Imperios bizantino y


Sasánida tras una época de duro enfrentamiento entre ambos. Ese debilitamiento fue
especialmente notable en Siria y Egipto, protagonistas de los enfrentamientos en los
años anteriores. Y la desafección de numerosos habitantes de las zonas invadidas que
habrían preferido el dominio musulmán a los nuevos gobernantes (cristianos
monofisitas de Siria y Egipto).

Pero sigue sin verse demasiado claro cómo pequeños ejércitos de árabes
lograron derrotar con tan aparente facilidad a tropas bizantinas y sasánidas muy
superiores en número y respaldadas por Estados de mayor tradición. Y esas victorias no
solamente se obtuvieron en escaramuzas o pequeños combates, sino sobre todo en las
grandes batallas para la conquista de Siria (Ajnadayn, Yarmuk) y Persia (Qadisiya,
Nehavend).

Consecuencias de la Expansión

A medio y largo plazo la más trascendente fue el nacimiento de una civilización


original en el Próximo Oriente, destinada a cambiar la faz del mundo antiguo. Regiones

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como Siria y Egipto, ligadas desde época de Alejandro al mundo helenístico y
depositarias de la tradición cultural de la Antigüedad (Antioquía, Alejandría, Jerusalén),
se integraron a partir de entonces al mundo islámico; la aparición de los musulmanes en
la orilla meridional del Mediterráneo cambió las condiciones económicas de la
Antigüedad, rompiendo la unidad cultural de ese Mar, dificultando los contactos
comerciales Asia Europa y dando paso en definitiva a una nueva época (tesis de
Pirenne); y, sobre todo, se creó una civilización original, de caracteres bien distintos a
los de Europa Occidental y el Mundo bizantino –ambos cristianos— que marcó el
desarrollo histórico de la Edad Media y del mundo actual.

A corto plazo, la principal consecuencia de tales conquistas fue la arabización e


islamización de los territorios conquistados, en un proceso que permitió la aparición del
mundo islámico medieval. Hubo una fuerte emigración árabe hacia los nuevos
territorios, protagonizada no solo por quienes constituyeron la élite de gobierno, sino
por numerosos campesinos y artesanos procedentes de Arabia. Además, se crearon
importantes centros de población árabe, como Kufa y Basora en Iraq, Fustat en Egipto y
Cairuán en Túnez, que actuaron como auténticos focos de arabización e irradiación
cultural. Se produjo a resultas de todo ello, y del ventajoso trato que en materia social y
de impuestos recibían los musulmanes en relación con quienes practicaban otras
religiones, una gradual conversión al Islam de las poblaciones sometidas (mauali,
cliente, llamados en al-Andalus muladíes).

Por último, es importante destacar que, precisamente como consecuencia de la


rapidez con que se llevó a cabo la conquista y de la enorme amplitud de los territorios
conquistados, el Imperio islámico contó, desde el principio, con numerosos factores de
diversidad y disgregación, hasta el punto de que el mundo islámico clásico, unido bajo
el mando de un solo Califa, duró poco más de dos siglos y medio, hasta el entorno del
año 900. Se produjo un enorme desfase entre la extensión del territorio conquistado y la
capacidad real del Estado musulmán para gobernarlo (problema común a muchas
civilizaciones antiguas y medievales, como la Persia Sasánida, la Francia Carolingia el
Imperio Mongol de Gengis Khan), no solo por la falta de medios de gobierno, sino por
la existencia de distintos clanes árabes contrapuestos, y de infinidad de etnias, lenguas y
religiones diferentes. El naciente Imperio islámico llevaba dentro de sí el germen de una
descomposición y fragmentación políticas que no tardaron muchas décadas en hacerse
patentes.

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