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Temporalidad e Incertidumbre en las Dinámicas de Pareja.

Temporality and Uncertainty in Couple Dynamics

Maria Elisa Molina Pavez PhD.1 Dr. Luis Tapia-Villanueva.1,2,

1 Unidad de Terapia de Pareja Facultad de Psicología


Universidad del Desarrollo Chile

2 Instituto Chileno de Terapia Familiar

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Resumen: Las parejas actuales viven una búsqueda de identidad y sentido en un escenario donde la
certeza y la comprobación empírica alimentan ilusiones de control y estabilidad. El compromiso de
pareja supone seguridades ilusorias, evitando como posibilidad lo incierto de la vida y de la
muerte. Sin embargo, amor y deseo, núcleos de la emergencia de sentido en la pareja, se
escurren cuando se deambula en las certezas. La vivencia de temporalidad, el tiempo de ser y
estar en pareja se contradice con las temporalidades lineales y de programas, originándose
sufrimientos y temores frente a proyectos que se perciben constantemente amenazados. El
tiempo circular es el tiempo eterno, kairos para la cultura griega, la experiencia emergente. Ahí se
desarrolla la intimidad emocional, la legitimidad del otro y la fe en el amor construido. Estas
consideraciones sobre incertidumbre y temporalidad proponen intervenciones terapéuticas en
terapia de pareja, hacia la resignificación del tiempo y la certeza en las parejas consultantes.

Palabras clave: Temporalidad, incertidumbre, pareja, terapia, intervenciones terapéuticas.

Abstract: Couples live a quest for identity and sense in a scenario of certainty and empirical testing
that feeds illusions of control and stability. Partners’ commitment involves illusory assurances,
avoiding the possibility of the uncertainty of life and death. However, love and desire are nuclei of
sense emergence in the couple, but they run off when the wanders are built in certainties. The
experience of temporality, time of being in couples life, contradicts with the linear temporalities
and programs. When couples perceive that future projects are constantly threatened, they
experience suffering and fear. Circular time is the eternal time, kairos for Greek culture, and the
emerging experience. In this time of being, the emotional intimacy, the legitimacy of the other
and the faith in love are developed. These considerations about uncertainty and temporality
attempt to propose therapeutic interventions in couple’s therapy, towards the re-signification of
time and certainty by the couples’ consultants.

Key words: Temporality, uncertainty, couple, therapy, therapeutic interventions.

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La experiencia del tiempo es un fenómeno que evoluciona desde los primeros instantes de vida y
tiene consecuencias en la cualidad del desarrollo de vínculos significativos y de aquellos asociados
a la construcción del sí mismo a lo largo de toda la vida (Boscolo & Bertrando, 1996; Piaget,
1991; Valsiner, 2000; Zittoun, 2007). Las nociones de 'ser' y 'llegar a ser' son conceptualizaciones
en torno a vivencias del tiempo que surgen desde temprana edad. Los hallazgos de
investigaciones explican por una parte al niño ‘siendo' como un actor social que construye
activamente su infancia, y el niño del 'llegar a ser' como un ‘adulto en ciernes’ que carece de las
competencias del adulto que 'será'. De acuerdo a la investigadora Uprichard (2008), teorizar
acerca de la infancia como ser y devenir aborda la temporalidad de este período de la vida desde las
propias vivencias de los niños. La conciencia humana se va desarrollando, más que como una
propiedad del individuo, como una condición del ser en el mundo. La estructura intencional de la
conciencia se va formando a partir de momentos y transformaciones vitales que llevan a re-
interpretaciones de la experiencia de la temporalidad y de Intersubjetividad, que significan una
conciencia corporeizada inmersa en los otros y en el mundo (Flores-González, 2008). Las
experiencias subjetivas entonces y las vivencias que acompañan los encuentros con otros
significativos (por ejemplo, la madre) constituyen la cualidad de la intersubjetividad, del sí mismo
y de la conciencia de temporalidad. Stern (2004) propone que hacer conciencia de fenómenos que
ocupan el espacio mental – el propio desarrollo de la mente – requiere una experiencia particular
del presente, es decir de modos de elaborar la vivencia de temporalidad. Las vivencias del tiempo
son disposiciones, modos de ser y estar en el mundo, que participan en la construcción de los
vínculos con otros y aspectos propios del sí mismo de cada persona y caracterizan las acciones
orientadas a dar sentido a la experiencia (Cornejo, 2004; Heidegger, 1962). Como una disposición
fundamental del modo de ser, la noción o vivencia de tiempo va más allá de elementos físicos
objetivables y culturales consensuados (tiempos lineales), desplegándose como un fenómeno en
el ámbito subjetivo (Boscolo & Bertrando, 1996; Couzens Hoy, 2009). Según Stern (2004), ese
tiempo subjetivo es el que permite unir los sucesos que ocurren en el momento presente en una
experiencia coherente. Un vínculo relevante en la vida adulta es el de pareja, el cual se construye
y se afecta por los modos de ser que cada miembro trae a la relación como así mismo por el tipo
de nosotros co-construido (Gottman, 1999; Johnson, 2004; Schnarch, 1991; Tapia, 2007). Este
tiempo subjetivo y existencial, como modo de estar en el mundo de los miembros de la pareja y
sus repercusiones, constituye el foco de interés del presente artículo.

Perspectiva histórica:
Desde la antigüedad hasta nuestra época, el tiempo ha sido objeto de estudio y discusión teórica,
existiendo diferentes perspectivas para su comprensión. Una polémica que existe hasta hoy, es
entre dos interpretaciones contrapuestas y complementarias del tiempo. Una es la de un tiempo
lineal, como secuencia irreversible y absoluta de cambios y la otra de un tiempo cíclico, de
continuo retorno, un tiempo diverso que también puede ser inmutable. La primera está asociada a
la concepción del tiempo diacrónico, como un devenir en una secuencia ordenada de pasado,
presente y futuro. La otra se relaciona con un tiempo sincrónico, donde toma relevancia el

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presente y desde ahí el pasado y el futuro. En otras palabras la dialéctica puesta entre el devenir y
el ser de la existencia humana (Boscolo & Bertrando, 1996).

Otra dialéctica que se genera es entre la perspectiva del tiempo como fenómeno absoluto u
objetivo versus un tiempo relativo y subjetivo. Desde esta diferencia existiría una distinción entre
el término tiempo, como universal, objetivo, el tiempo del reloj, y temporalidad de acuerdo a como se
manifiesta el tiempo en la existencia humana (Couzens Hoy, 2009). Ambas distinciones –devenir/ser
y objetivo/subjetivo – en un nivel lógico aparecen como oposiciones, no obstante existe una recursión
lógica entre ellas donde el tiempo subjetivo contiene al tiempo del ser y devenir de la existencia
como vivencias cualitativamente distintas y por lo menos en parte al tiempo objetivo – del reloj –
como tiempos consensuados culturales.

Para los griegos existen tres concepciones de tiempo; Aion, chronos y kairos. Aión es el tiempo
eterno, el “siempre”, el tiempo de la cosmología, sin límites de pasado ni de futuro. En él están
comprendidos chronos y kairos, siendo chronos la perspectiva objetiva del tiempo, donde el
presente es un punto que se mueve irreversiblemente hacia el futuro como una flecha (Boscolo &
Bertrando, 1996). Desde esta perspectiva el presente es un brevísimo instante casi inexistente.
Kairos es el tiempo con significado, de la conciencia y de la experiencia interior (Stern, 2004).

Este chronos del tiempo lineal y pseudo-objetivo ha tenido preponderancia en los últimos siglos,
apoyado en principios de una cultura moderna caracterizada por la soberanía de la lógica, el
desarrollo científico y tecnológico (Gergen, 1991). Desde la metáfora de la física, principalmente
en los desarrollos de Newton, la perspectiva de un tiempo medible y preciso es tomada como una
realidad indiscutible, hasta que es cuestionada por la teoría de la relatividad de Einstein (1916).
Desde esta nueva aproximación surge el tiempo local que significa que está asociado al
observador, siendo el orden de los sucesos ya no absoluto. Estos planteamientos son
complementados por los estudios de Heisenberg (ver en Giribet, 2004) quien viene a cuestionar la
concepción determinista como imposibilidad de predecir los resultados de las mediciones en el
futuro, estableciendo así el principio de indeterminación (Boscolo & Bertrando, 1996). El
cuestionamiento del observador llevado a los contexto humanos por el biólogo Humberto
Maturana (1997) ha contribuido a nuevas formas de concebir el rol del terapeuta en el sistema
terapéutico donde pasa de ser un observador objetivo a un agente subjetivo del sistema
terapéutico (von Foester, 1998). Es así como este tiempo lineal, de los programas y la predicción
va siendo cuestionado por un tiempo de indeterminación e incertidumbre. La teoría del caos
(Prigogine, 1997), contribuye con nuevas visiones que apuntan hacia concepciones más complejas
del desarrollo del universo, en el cual procesos de degradación son seguidos por nuevos grados de
complejidad y autoorganización (Boscolo & Bertrando, 1996). Esta teoría ha tenido gran influencia
en el desarrollo de las concepciones teóricas de la terapia de familia y pareja a través de los
trabajos de Mony Elkaim (1997). La incertidumbre es llevada desde la física a los sistemas
humanos y específicamente a los sistemas de pareja, considerándolos como sistemas en ciclos de
estabilidad e inestabilidad (Gottman, 1999). Esta concepción de sistemas inciertos ha influido

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notoriamente en la investigación de proceso-resultado en la psicoterapia en general y en la
terapia de pareja en particular a propósito de los estudios sobre quiebre y reparación de la alianza
terapéutica (Safran, Muran & Samstag, 1994) de los cuales dependerían los resultados de la
psicoterapia. La alianza terapéutica es un constructo de fundamental importancia en la clínica
psicoterapéutica toda vez que explica un tercio de la varianza del cambio en el proceso
terapéutico (Doucette, 2002; Safran, Muran & Samstag, 1994)

El tiempo subjetivo
El tiempo como dimensión interior de la conciencia humana ha recibido a lo largo de la historia,
una atención particular desde el pensamiento fenomenológico, siendo algunos de sus principales
inspiradores, Kant, Heidegger y Husserl. A partir de sus planteamientos, la temporalidad es
inseparable de la experiencia humana. La pregunta que intentan responder los fenomenólogos, es
acerca de qué es ese tiempo que encontramos en la experiencia de nuestro mundo y nuestro sí
mismo. Desde aquí Kant se pregunta sobre si la temporalidad es un rasgo de nosotros o del
mundo, es decir si el tiempo es subjetivo u objetivo. Para él el tiempo adquiere sentido sólo
dentro del sujeto y una vez salido de él no significa nada. Desde su crítica al cogito de Descartes,
establece la primacía del yo como la unidad trascendental de la apercepción, lo que para él constituye el
origen de la temporalidad (Couzens Hoy, 2009). Heidegger desarrolla la noción de ser-ahí – Dasein
– como ser humano constituido por su temporalidad. Tiempo como algo que no se encuentra en
el mundo sino como parte de la existencia humana. Dasein, como sinónimo de entidad humana
enfatizando la importancia de ser en nuestra comprensión del mundo, sin embargo no reducido a
un ámbito sólo subjetivo. A diferencia de Kant y Husserl, Heidegger concibe la mente como
dependiente del tiempo y no viceversa, evitando la reificación de la mente y lo subjetivo por sobre
lo objetivo (Boscolo & Bertrando, 1996; Couzens Hoy, 2009). Husserl (1964) en cambio, se
focaliza en la conciencia y desde ahí enfatiza el aspecto subjetivo de la temporalidad. Él distingue
el concepto de duración como la experiencia del momento conectada con momentos previos y
momentos futuros. La duración implica para Husserl el aspecto cualitativo de la experiencia
temporal, siendo ésta un tipo particular de experiencia intencional. Husserl visualiza la
temporalidad como flujo o devenir y la duración como un rasgo de ese flujo. El foco está puesto
en la experiencia, el estar ahí, el presente. El filosofo francés Henri Bergson (1896/1959),
desarrolla el concepto de duración – dureé – para referirse a esta unidad de pasado, presente y
futuro donde prevalece una identidad indivisible entre ellas en la experiencia. El presente para ser
aprehendido necesita de esa indivisibilidad con su pasado y su futuro. De acuerdo a Valsiner
(2008) estas ideas de Bergson generarían una paradoja. En el presente, el pasado ya no existe y
el futuro aún no existe. Entonces queda un presente infinitamente pequeño que tampoco existiría
más allá de una abstracción. Este investigador postula que la paradoja surge desde una
perspectiva ontológica de la existencia, pero no desde una mirada de la existencia como devenir,
de llegar a ser, la cual incorpora la noción de irreversibilidad. Esta noción es acorde con lo
propuesto por Mead (1931/2002) respecto de la noción de pasaje en que el presente es una
transición donde se encuentran pasado y futuro, lo que se manifiesta con la emergencia de novedad.
Respecto a esta dialéctica entre estar y devenir, Sato y Valsiner sostienen: “El tiempo opera de
dos formas en la vida humana – como una duración inherente que es inevitablemente combinada

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con la experiencia de la irreversibilidad y tiene una cualidad abstracta en la cual diferentes
eventos marcadores crean la posibilidad que el tiempo sea una mercancía medible” (Sato &
Valsiner, 2010, p.79). Estos autores identifican un desarrollo dual de la experiencia de
temporalidad, como dos aspectos contrapuestos y complementarios donde la vivencia de ser y
transitar son dos dimensiones de un mismo fenómeno a los que se contrapone una dimensión que
se percibe y se construye como objetivable.
Stern (2004), hace distinciones acerca de las cualidades de la experiencia subjetiva del tiempo,
donde el presente para él es preponderante en el desarrollo de la conciencia, considerando que
cualquier momento vital no siempre constituye una experiencia propiamente subjetiva de
presente. Para él experienciar el presente implica hacer conciencia de percepciones, sensaciones,
sentimientos, sueños, fantasías que ocupan el espacio mental. De acuerdo a este autor en
aquellos momentos de experiencia real, como escuchar una música, ver una danza o interactuar con
alguien, ocurre algo inesperado, una emergencia que tiene lugar entre dos (con un otro real o
representado). Un pequeño momento que es vivido como un ahora en el cual se despliega un
micro-drama acerca de una relación y requiere un presente con una duración. Según Stern
(2004), algunos modelos psicoterapéuticos han otorgado escasa relevancia a la experiencia del
presente.

La incertidumbre y el devenir
La vivencia de la temporalidad y de la experiencia del presente implica una apertura a lo incierto y
novedoso de la vida. De acuerdo a Valsiner (2002), en nuestra vida cotidiana tenemos una
percepción ilusoria de estabilidad siendo ciegos frente a los procesos de transición e inestabilidad,
como estrategias para evitar vivencias de incertidumbre. Este comportamiento de nuestra mente
da cuenta de un aspecto de la experiencia de temporalidad, que es estar desde una concepción de
tiempo presente, inamovible que pierde de vista lo inestable. La incertidumbre es una vivencia
subjetiva, asociada al carácter indeterminado de la experiencia, característica del proceso vital
como fenómeno evolutivo y en transformación (Valsiner, 2008). Esta cualidad de la experiencia se
fundamenta en su naturaleza preponderantemente heterogénea dado que sus raíces son
temporales y está permanentemente referida al encuentro con el otro o lo otro (Flores-González,
2008). La conciencia de incertidumbre surge en circunstancias vitales particulares en que esta
indeterminación del futuro se hace evidente. Eso provoca sorpresa, inestabilidad, impulso
creativo, tensión, crisis o trauma según cómo es vivido y cuán amenazante es para el sí mismo.

Investigaciones con pacientes víctimas de accidente vascular encefálico (AVE), muestran que para
lidiar con una autobiografía interrumpida y ansiedades en torno a un futuro incierto, estos
pacientes desarrollan estrategias narrativas de regulación de la vivencia de la temporalidad,
construyendo nuevas nociones basadas en modelos de tiempo. Los hallazgos muestran que estas
construcciones se orientaban a la búsqueda de una coherencia del presente y de la percepción de
futuro (Hjelmblink & Holmstrom, 2006).

Una experiencia de alto impacto en el desarrollo del sí mismo, comprende una alteración de la

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experiencia de temporalidad (Abbey, 2004; Zittoun, 2007). Esta se produce al verse perturbado
el sentido de continuidad de la propia vida y de la integridad personal (Boesch, 2001; Molina,
2007). El futuro queda como algo temido e impredecible y el pasado es alterado detrás del
prisma generado por el nuevo acontecimiento. Para regular la vivencia del tiempo y desarrollar
este sentido de continuidad las personas construyen conexiones – relaciones dialógicas – de las
experiencias en el presente con otras del pasado y el futuro hipotético. Estas conexiones se
pierden o se alteran a través de nuevas experiencias, adquiriendo nuevos sentidos cuándo
éstas pueden ser incorporadas. Sin embargo, hay experiencias que no cuentan con otras
posiciones como puntos de comparación y diálogo, por ser demasiado ajenas y exceder al
marco de situaciones conocidas posibles como experiencias de vida (Zittoun, 2006). La
ausencia de estas conexiones provoca un quiebre en la experiencia psicológica y una pérdida de
las relaciones dialógicas entre representaciones de sí mismo, en el pasado, en el presente y en
el futuro. Por otra parte, una estrategia frente a la incertidumbre señalada por Zittoun (2006),
utiliza recursos simbólicos, como construcciones de significado que re-establecen el sentido de
continuidad amenazado por experiencias de cambio. Estos recursos comprenden la utilización
de acciones (ritos), textos, imágenes o artefactos culturales diversos, que permiten
redefiniciones de las experiencias. De este modo, la co-construcción de nuevos significados
requiere de reposicionarse en torno a lo ya vivido y al mismo tiempo de flexibilizar expectativas
rígidas de futuro, restituyendo el sentido de continuidad, al construir relaciones de
temporalidad basadas en la experiencia actual (Abbey, 2004).

En el contexto social actual existe una inclinación a la búsqueda de la certeza, la comprobación


empírica y científica, contribuyendo a la ilusión de que podemos controlar sistemas de alta
complejidad inalcanzables para un individuo en particular. Hemos señalado que la vivencia de
incertidumbre, especialmente en grados altos puede ser vivida como una amenaza al sentido
de continuidad de la vida. Una forma de autorregular la vivencia de temporalidad en la vida
cotidiana es por medio de construir un sentido de cuasi-estabilidad de la vida, es decir dejando
fuera de las significaciones los aspectos inestables. Esos aspectos, si bien son inestables,
también son flexibles, ambivalentes e inciertos. A través de desplazarlos, se busca evadir la
tensión del cambio permanente y se pretende evitar quedar sin control sobre el presente y el
futuro (Valsiner 2000, Sato & Valsiner, 2010). El concepto certidumbre como construcción
social, aparece asociado a nociones de seguridad, preservación de la integridad, bienestar y
éxito. Los discursos relativos a estabilidad y planificación como estrategias de evitación de lo
amenazante en la vida, disminuyen las distinciones en torno a lo novedoso de la experiencia
actual y la sorpresa. Abbey (2004), analiza el empeño de las personas por controlar la
incertidumbre creando expectativas que pueden conducir a respuestas de intolerancia cuando la
realidad no concuerda con ellas. La intolerancia, lleva a desarrollar una falsa simplicidad o
inteligibilidad de los significados, reduciendo la ambivalencia comprendida en ellos, quedando
así la persona con significados claros pero parciales.

De algún modo el encuentro con el presente como un devenir abierto a la novedad e

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incertidumbre o como una estabilidad caracterizada por certezas, es concordante con modos de
ser y estar en relación a vivencias de temporalidad. Formas de aprehender la temporalidad
como un estar y un devenir implicarían una apertura a lo novedoso, en un tiempo más parecido
al kairos de los griegos, mientras que el encuentro con realidades estructuradas, estables y
ciertas, se orientaría hacia una temporalidad más cercana a la construcción de un tiempo
objetivo, parecido al chronos de los griegos.

La pareja y el tiempo
En la clínica de parejas la percepción de un tiempo lineal, estructurado y cierto entra en
contradicción con el manejo de las vivencias de incertidumbre, lo que puede dar cuenta de
dificultades en el desarrollo de recursos y afrontamiento de los conflictos. En estos casos, el
compromiso de los vínculos matrimoniales de pareja supone certezas y seguridades ilusorias
basados en reglas que proporcionarían un sentido de estabilidad y paz. Las crisis sobrevienen
con la evidencia de que tras períodos de certezas como por ejemplo de ilusiones de
incondicionalidad, se descubre que la relación no estaba asegurada. En dichas ocasiones se
puede descubrir que la paz puede ser estabilidad y armonía cuando es posible desarrollar modos
de convivir con lo incierto de la vida y de la muerte. El amor y el deseo, núcleos importantes de
la emergencia de sentido en la pareja, se escurren cuando se deambula en las certezas. La
focalización en la certidumbre anula la novedad y la sorpresa de la experiencia presente. Así, se
despliegan soluciones rígidas y restrictivas de posibilidades para disminuir la ambigüedad, a
través de crear falsas certezas, tendiendo hacia la rigidización (reglas) y la monologización del
discurso, es decir la pérdida del diálogo (consigo mismo y con el otro) y de la escucha del otro
(Tapia & Molina, 2011). En el siguiente ejemplo clínico (con consentimiento informado), Juan y
Cristina entran en crisis ante la inhibición del deseo de la esposa, donde la queja del marido se
refiere a una pasividad general de ella ante la vida. En el motivo de consulta Cristina señala, “El
es intenso, exigente y detallista. El se proyecta, yo vivo el día y me cuesta llevarle el ritmo”,
mientras Juan declara, “Se me acabo la paciencia, yo la impulso y también la critico. Si yo no
enciendo el motor no hay sexualidad”. Estas declaraciones ponen de manifiesto una vivencia
disarmónica de la temporalidad donde la queja de él lleva implícita una sobrevaloración del
tiempo del hacer. Al preguntarles cómo es cuando está mal la relación, Juan señala, “el silencio
se transforma en un espacio incómodo, las miradas se transforman en miradas de
desaprobación y la crítica se transforma en un circulo vicioso. Me encierro en mis cosas y puedo
estar días sin mirarla o dirigirle la palabra sólo en lo mínimo”. Esta revelación muestra cómo el
tiempo del estar es vivido con incomodidad y es evitado, lo cual se confirma por los dichos de
Cristina: “cuando nuestra relación anda mal estamos desconectados, no nos miramos, ni nos
dirigimos la palabra, andamos amurrados y con cara larga, no nos tocamos, ni nos preocupamos
por el otro. Hay interferencia entre los dos y cada quien anda por su lado, evitando cruzarse con
el otro, evitamos hablar y dirigirnos la palabra y cada quien se preocupa de lo suyo”. Por otra
parte, el estar bien es referido por la pareja de la siguiente manera: Juan señala, “nuestra
Relación es super cercana cuando las cosas andan bien. Nos contenemos y protegemos.
Tendemos a estar mucho tiempo juntos y a extrañarnos lo suficiente para hablar por teléfono

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varias veces al día sólo para saludarnos y preguntarnos como estamos o pasar un tiempo juntos
haciendo cualquier cosa en silencio simplemente estando juntos”. En esos momentos parece
recuperarse el tiempo del estar. Cristina al referirse a esos momentos, cuenta, “cuando nuestra
relación anda bien estamos sintonizados, nos miramos a los ojos, conversamos relajadamente,
nos reímos, somos cariñosos y atentos. Estamos conectados y preocupados uno del otro, nos
llamamos por teléfono para saber en que estamos cada cual, nos piropeamos y buscamos para
estar juntos”. En estas secuencias de encuentro y desencuentro, los períodos armónicos del
estar se quiebran frente a las dificultades para lidiar con lo incierto del desencuentro, y la
legitimidad del otro como un ajeno, atrapándose desde temporalidades de la exigencia y
demandas del hacer.

Actualmente, la experiencia de incertidumbre es un aspecto relevante en la vida de las parejas


post industriales. En las sociedades post industriales las parejas han quedado situadas en un
contexto de cambios acelerados y en la tarea de búsqueda de nuevas identidades y sentido de
sí mismos y de un nosotros. En este contexto el devenir del amor está marcado por rutas de las
narrativas oficiales de nuestra cultura (Gergen, 2007, Molina, 2006). Las demandas de nuevas
intimidades y funciones de los miembros de la pareja genera un borde de tensión en los
procesos interaccionales en una sociedad que por un lado predica la relevancia de una nueva
emocionalidad y al mismo tiempo atenta contra la intimidad de individuos, parejas y familias.
Se produce una exigencia de cambio de roles. Los hombres quedan por una parte, en una
transición y ambivalencia entre las posturas tradicionales del patriarcado y una nueva
emocionalidad demandada para los roles de esposo y padre. Las mujeres por otra parte,
quedan en medio de los roles tradicionales de esposa y madre y la necesidad de desarrollar una
biografía propia. Estas parejas están insertas en un estilo de vida que se caracteriza
fundamentalmente por estar basado en la individualidad y la eficiencia, con pérdida de la vida
comunitaria. Dado lo anterior, la pareja se transforma en uno de los principales escenarios para
la co-construcción de la identidad y el sentido del sí mismo. Por otra parte, la separación entre
la procreación y el deseo sexual, debido a la emergencia masiva de la anticoncepción oral,
produce que las parejas contemporáneas anhelen una felicidad y sexualidad plena. Lo anterior
genera nuevas e importantes tensiones respecto de la pasión amorosa de las parejas. Se
produce entonces, un borde de tensión entre una nueva emocionalidad del tiempo del estar por
un lado y por el otro la demanda de una temporalidad del hacer basada en la individualidad y
eficiencia de la sociedad post industrial. Los emergentes conflictivos de esta tensión son la
pérdida de la intimidad emocional y sexual de las parejas. Desde nuestra opinión, en esta
primera década de este tercer milenio, el tiempo de la pareja no está en la agenda, los espacios
para la intimidad y el estar suelen ser superados por el hacer.

Cuando las parejas se rigidizan en el ámbito de la certeza y de relaciones predecibles, disminuye


el plano de la experiencia de la intimidad, la pasión amorosa y el deseo. La sexualidad de las
parejas es “el horizonte del suceso” donde se despliegan el aquí y el ahora de las incertidumbres y
el tiempo eterno del amor pasión. La experiencia sexual es un escenario particular en el cual la
vivencia de borde es un rasgo característico de su naturaleza. Ahí existe un fino borde en la
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regulación de la identidad, entre conservación de la identidad y pérdida de ella, entre generación
y pérdida de sentido. El orgasmo es al mismo tiempo una comunión y una pérdida de identidad
del sí mismo en la fusión con el otro. En esa experiencia de dejar de ser es cuando más se es.
Esta tensión entre lucidez y confusión es lo que permite que el encuentro evolucione (Tapia,
2007; Schnarch, 1991, 2011). Desde esta perspectiva, la vivencia de una temporalidad absoluta,
lineal y objetiva puede estar asociada a la construcción de nociones de certidumbre, mientras que
una temporalidad interior, circular y de sentido requiere de ciclos de estabilidad y cambio con una
disposición de apertura a lo incierto de la experiencia actual.

Es en este ser y tiempo de Heiddeger (1962), de la presencia y de la vivencia emergente de


Mead, (1931/2002) que se desarrolla el encuentro y la intimidad emocional, entendida esta última
como la revelación de sí mismo al otro en un proceso de co-construcción de la identidad y sentido
de sí mismo y de un nosotros (Schnarch, 1991, 2001; Tapia, 2007). Ahí se construye la
legitimidad del otro y la fe en el amor construido. Durante las últimas décadas de desarrollo en
psicoterapia, diferentes perspectivas psicoterapéuticas describen el cambio y la evolución de los
individuos, familias y parejas, como la redefinición y co-construcción de la identidad y el sentido
en el proceso aquí y ahora de la conversación terapéutica (Stern, 2004). En esta línea, estudios
acerca de la experiencia clínica en terapia de pareja (Molina, 2010; Tapia & Molina, 2011) y otros
en diversos ámbitos (Abbey, 2004; Molina, 2007; Zittoun, 2006) muestran que las personas
desarrollan estrategias como formas de regular la vivencia de temporalidad para convivir con lo
complejo, incierto e impredecible de la vida y de la muerte. En las parejas, las prácticas
implementadas en la búsqueda de protección del vínculo van en esta línea, llevando a generar
estrategias de regulación emocional, a través del fortalecimiento de valores y creencias comunes,
pero también de la legitimación de lo propio y del otro como distinto, el desarrollo de
disposiciones de confianza y lealtad en una apertura a lo nuevo, lo ajeno, lo asombroso (Tapia,
Poulsen, Armijo, Pereira & Sotomayor, 2009).

Temporalidad y terapia:
Muchas de las tensiones que se viven en la relación de pareja se manifiestan en la terapia a través
de pautas en las que los miembros actúan posiciones opuestas que son vividas como
incompatibles por los miembros de la pareja, no inclusivas, generando o escaladas simétricas o la
sensación de estancamiento de la relación, lo que implica una complementariedad rígida y la
imposibilidad de salir de esa situación (Bateson, 1979, Tapia, 2007, Tapia y col., 2009). Una de
las pautas más habituales es la regulación de la cercanía y la distancia, la que cuando se rigidiza,
puede llevar a luchas de poder, o relaciones complementarias de protección/dominación versus
dependencia/sumisión o desconexiones emocionales (Johnson, 2004; Gottman, 1999; Schnarch,
1991; Tapia, 2007). De acuerdo a resultados de estudios de parejas (Tapia y col., 2009), lo que
afecta negativamente a las relaciones no es la presencia de conflicto, sino de patrones
disfuncionales que llevan a malas soluciones y a entrampes de la relación. En tales casos, las
interacciones se vuelven rígidas y repetitivas, caracterizadas por sensación emocional negativa,
desconexión, ausencia de meta-comunicación e imposibilidad de escapar del entrampe. Un factor

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protector fundamental son los mecanismos que previenen la desconexión emocional. De este
mismo modo distintas formas de temporalidad pueden formar parte de pautas de relación, sin ser
explicitadas en los contenidos de los conflictos o negociaciones, por tratarse de vivencias dadas
por sentado, no concientes (Valsiner, 2000) y porque corresponden a una aproximación de meta
nivel hacia la experiencia, más que a contenidos de los problemas que enfrentan las parejas. El
terapeuta, como actor de una interacción en la cual toma una posición de mediador experto y
tiene una influencia en sus interlocutores, probablemente entre las estrategias de regulación de
las diferencias en el proceso terapéutico, también incluirá sus propias estrategias para lidiar con la
incertidumbre y se posicionará desde una vivencia propia de la temporalidad. El análisis de las
estrategias que utiliza el terapeuta para balancear esta relación y regular el proceso de generación
de significados adquiere relevancia, donde sus propias posiciones y experiencias de sentido tienen
un rol importante en este proceso (Molina, 2010).

El proceso terapéutico de pareja es visto como un trabajo hacia la regulación de la experiencia, la


relación consigo mismo, con otros y entre la pareja ( Gross & Thompson, 2006), siendo la relación
terapéutica en sí misma un proceso de regulación (Safran, Muran & Samstag, 2004; Symonds &
Horvath, 2004). Ahí, en la tríada dialógica, cada uno de los actores hará movimientos que
apunten a formas de regulación de las emociones, de las perspectivas de mundo y entre ellas, de
la temporalidad (Molina, 2010; Tapia & Molina, 2011). Los mecanismos utilizados en los procesos
de regulación surgen en el espacio de relación con el otro y estarán conformados por procesos
mentales – significados y modos de aproximarse a las experiencias – como fenómenos que son
autorregulados (Valsiner, 2007; Molina, 2007). En el sistema terapéutico de pareja (tríada) las
interacciones son vistas en el tiempo como procesos secuenciales de diálogo, de regulación de las
diferencias y co-construcción de significados, en los cuales la participación de un tercero es
mediacional (Fivaz-Depeursinge & Corboz-Warnery, 1999; Valsiner, 2004, 2007). Desde esta
perspectiva del tercero, no sólo el terapeuta media, sino cada participante de la tríada, a través
de dinámicas circulares de inclusión, exclusión y alianzas que fluyen al interior de la tríada. A
partir de lo señalado, considerar las vivencias del tiempo en el contexto de terapia de parejas
desde las subjetividades de sus actores, implica enfocar la temporalidad como una dimensión
relevante de las dinámicas de pareja, que forma parte de los procesos de regulación de los sí
mismos, como de las relaciones de pareja, especialmente de la generación y solución de conflictos
y del sistema terapéutico.

Discusión
Para la psicoterapia en general y especialmente de pareja, el estudio de la temporalidad es un
tema poco explorado respecto a sus implicancias en las relaciones humanas y desarrollo de
vínculos afectivos, tanto desde una perspectiva comprensiva de las dinámicas de pareja como
desde las posibilidades de intervención y reformulación en las dificultades que enfrentan.
Tradicionalmente, el modo de promover el cambio en terapia de pareja radica en la distinción de
pautas relacionales, los significados atribuidos y las vivencias emocionales asociadas, centrando la
intervención terapéutica en intervenir la pauta, re-significarla y/o modificar su vivencia emocional.

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Realizar intervenciones acerca de distinciones de la temporalidad de los miembros de la pareja
(hombre - mujer) y como pareja (nosotros), y explorar cómo éstas se relacionan con las pautas
interaccionales permite un campo de elaboración novedoso. Se aporta así un nuevo elemento, que
son los procesos de mediación de la temporalidad en terapia de pareja.
Por otra parte, la terapia de pareja es uno de los escenarios de mayor tensión respecto a los
conflictos, las acciones y escenificaciones de esos conflictos, que son explorados y re-activados en
ese encuentro y el sufrimiento que implica para la pareja (Szmulevicz, 2011). Estas situaciones
demandan de parte de los terapeutas, habilidad y entrenamiento para sostener altas tensiones
emocionales. La aproximación a la vivencia del tiempo lleva a abordar el fenómeno de la relación
de pareja desde una perspectiva de meta nivel lógico de los contenidos de los dilemas que los han
llevado a consultar, proporcionando estrategias de distanciamiento de dinámicas de entrampe en
la pareja y nuevas alternativas de modos de relación (Tapia y col, 2009).
Más allá del estricto plano terapéutico, explorar como se co-construyen tiempos de encuentro y
sentido en las actividades cotidianas, como significan las parejas esos tiempos, puede significar un
avance en temas de prevención en las relaciones de parejas, en torno al desarrollo de estrategias
de cuidado, reparación del vínculo e intimidad emocional. En la terapia de pareja con problemas
sexuales la emergencia de un encuentro está relacionada con la vivencia subjetiva de la
temporalidad y las dificultades relacionadas con una concepción lineal y estructurada del tiempo
que lleva a disfunciones basadas en el rendimiento. Las estrategias de prevención deben estar
orientadas a comprender el proceso de consensuar tiempos sociales (puntualidad y modos de usar
el tiempo) y poner en la agenda la temporalidad de la pareja (tiempo del ser, estar), como
prioridad entre las demás demandas de la vida personal y familiar.

La auto-develación de los modos de la temporalidad del sistema terapéutico contribuirá a nuevas


comprensiones respecto de la construcción de la alianza terapéutica, reparación de las rupturas de
ella y la consecuente evolución del sistema terapéutico, como un ámbito relevante y altamente
significativo en la generación de cambio. Como conclusión y propuesta, los modos o estrategias de
regulación de la temporalidad a nivel individual, de la relación de pareja y de la relación
terapéutica que se despliegan en el proceso terapéutico, es un campo de exploración teórico y
aplicado a ser considerado en los procesos de regulación de la relación terapéutica y de
generación y resolución de los conflictos de pareja.

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