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Notas sobre envejecimiento, proceso de historización y elaboración de

la trascendencia

Petriz, G. (2006), documento de circulación interna

El cambio que la longevidad plantea al envejecimiento actual, tal como lo expresamos


en trabajos previos (Petriz, G. y otros, 2004-2005) está relacionado con que para los
mayores este “tiempo” es un plus impensado en su extensión y en sus posibilidades. Las
representaciones sociales del envejecimiento en su adolescencia- momento en el que se
formula el proyecto de vida- remiten a pasividad, retracción y en todo caso, a sabiduría
otorgada por la experiencia. Como figuras de la vejez se imponía la abuelidad, cariñosa,
sabia, tolerante o su contrario. Las transformaciones en lo social (Castoriadis 1975-
2002) en lo familiar (Roudinesco 2003) en su intertextualidad con los individuos
conlleva la transformación en la subjetividad. “El mundo de los humanos cambia…e
incluso se extiende. Esto tanto para la clase de los seres humanos como para cada ser en
particular. Es extensible y cualitativamente modificable hacia fuera como hacia adentro,
tanto en relación con el “mundo externo” como en relación a sí mismo” (Castoriadis,
1990). Ante estos cambios reaparece la pregunta acerca de lo que permanece y lo que
cambia, como movimientos constituyentes en el proceso identificatorio (Aulagnier,
P.1984) y la construcción de la identidad (Levi-Strauss-1977), en el flujo constante de
un ser siendo en su devenir, en el que el proceso de historización (metabolización-
creación) es el eje ordenador por donde transitan las posibilidades de cambio,
transformación, nuevas significaciones, nuevos ejes sobre los que construir nuevos
proyectos, nueva metas.

Aportes desde la Psicología y el Psicoanálisis:

La preocupación por comprender y para transformar el


envejecimiento es coextensiva al hombre. Hoy esa preocupación ha dado frutos
extendiéndose la expectativa de vida; ello modifica los interrogantes sobre el tema.
A mediados del S. XX comienzan los estudios sistemáticos sobre
envejecimiento, centrados en la histórica discusión-vinculación-desvinculación
(Havinghurs y colaboradores, 1968), (Cunnnigs y Henry W.E, 1961); que finalmente
resuelve Maddox (1973) contraponiendo la teoría de la actividad, le da comienzo a las
postulaciones del envejecimiento como proceso individual y social que atraviesa los
diferentes campos del sujeto; físico, psíquico y social. Sostiene que los viejos deben
permanecer activos tanto tiempo como les sea posible, cuando fallan se buscan
alternativas para su reemplazo. Los autores recalcan las condiciones previas al momento
de la vejez. De esta manera se abren los estudios actuales, interdisciplinarios, en
relación a la edad, la relación con el medio, la potencialidad y capacidad de adaptación
de los mayores a la par que los procesos biológicos y las condiciones sociales, que
rescatan la singularidad, lo positivo desde una mirada múltiple. De estos primeros
estudios se desprende el análisis de las representaciones sociales (Moscovisi, 1961) y su
defecto, el “viejismo” (Salvarezza, 1988) que responde a las concepciones biomédicas
donde envejecimiento = declinación = enfermedad. Están superadas hoy estas teorías,
aún cuando en el imaginario siguen circulando los prejuicios, actualmente con
connotación positiva, expresados por “sorpresa”, “maravillados” por las posibilidades
del Adulto Mayor; vejez idealizada, nueva expresión del “viejismo” en nuestros días.
En un segundo tiempo, las discusiones sobre el envejecimiento
se centraron en las instrumentaciones que favorecieron el desarrollo de la potencialidad
de los mayores, el sujeto mayor tiene “necesidades” que han de ser evaluadas y
objetivadas por un experto, respecto de las cuales se implementan recursos. En ese
marco, surgen todas las propuestas de utilización del tiempo libre y esparcimiento, en
programas educativos (Villar 1980) y la promoción e actividades grupales, proviene de
la gerontología como campo de práctica, discursos y saberes especializados acerca del
envejecimiento.
En un tercer momento se produce un movimiento de inflexión,
efecto del accionar de los mayores y del viraje de las disciplinas de la salud que se
orientan hacia su promoción y prevención. El adulto mayor deja de ser objeto de
estudio, siendo considerado “sujeto activo” de sus propios cambios, “Revolución Gris”,
es decir que las actividades o intereses, serán significativos para el sujeto mayor, es
decir, respondan a su deseo.
Actualmente parecería estar produciéndose un nuevo giro de
espiral en el que el modelo se relacionaría más con la participación y aportes que el
Adulto Mayor pueda producir a favor de los otros y la sociedad.
Queda aún por decidir y resolver como incorporar la
potencialidad de los mayores a la comunidad. En esta línea es que planteamos la
pregunta que dirigimos a los mayores ¿qué proyectos se plantean a partir del
reconocimiento de su deseo y de la posibilidades, capacidades y necesidades propias y
de los otros?
Para adentrarnos con una mirada psicológica consideramos al
envejecimiento: hecho singular, individual, social, antropológico, psicológico, político,
ético, económico, por lo que su abordaje siempre será desde la especificidad
contemplando la particularidad y la diversidad. Es preciso insistir en la
conceptualización de estructura psíquica en el marco de los paradigmas de la
complejidad (Morin, 1990) que permiten considerar al sujeto abierto a cambios
constantes en los que tienen lugar tanto el azar como ciertos determinantes previos.
Visto así, el sujeto puede transformar lo aleatorio en organización, engendrando nuevas
formas, desarrollar potencialidades, como expresión de su complejidad (Hornstein, L.-
1994).
La “vejez”, último “acto” del devenir, sorprende como
“acontecimiento” (Badieu 1988) introduciendo al sujeto en el trabajo de simbolizar,
significar los cambios que el paso del tiempo le impone.
Para entender esos procesos psíquicos empleamos el concepto
de temporalidad en “retroacción” (natraglischkeit) como entrecruzamiento entre un
tiempo pasado y otro futuro con posibilidades de transformación en la tarea de otorgar
nuevo sentido, tal vez nueva eficacia psíquica, resignificando a posteriori la experiencia,
otorgando un nuevo sentido a lo anterior para inscribirlos en la cadena de
significaciones. Así, el sujeto mayor, revisa y revee su historia, es sujeto de su propia
vida con capacidad para reorientarla si lo desea.
Saliendo del parámetro de la edad en la consideración del
envejecimiento, es el proceso de historización el que adquiere valor central en el
procesamiento de los cambios que este conlleva. Momento de metamorfosis, de balance,
viejos intereses, proyectos, tendencias caen para permitir la reformulación del proyecto
de vida, con el soporte de otros organizadores. La historia no está tomada en sentido
lineal de sucesión de hechos y experiencias, sino como proceso en el que el sujeto, a
través del yo, realiza la tarea de activo “historiador”, otorgando e inscribiendo el sentido
de todos y cada uno de los actos de su vida. Esto es que el envejecerte se enfrenta a la
tarea de resolver en torno a dos marcas distintas, una previa (el momento de la
adolescencia cuando construyó su proyecto de vida conjugando su deseo con los
ideales, mandatos y valores de su época) y una actual, la de hoy frente a deseos,
aspiraciones y presentaciones sociales nuevas acerca del envejecer. Por ello, momento
de revisión, elaboración en el que revisa, reconoce lo logrado de lo no logrado.
Procesamiento de la renuncia donde reconoce que algo de lo deseado, de lo proyectado
no podrá ser. Trabajo del duelo, simbolización de lo perdido, la reminiscencia permitirá
recordar los puntos de afirmación de un yo debilitado ante el reconocimiento de lo que
no será, un yo que, como “aprendiz en busca de pruebas” (P. Aulagnier, P.-1986) librará
la batalla para apropiarse de posiciones y defenderlas, encontrará en sus archivos relatos
breves, más o menos verídicos, contratos más o menos pretéritos, partes de victoria o de
derrota que sólo atañen a una parte de las batallas determinantes de su historia “(y
memoria)”, además privilegiadas por razones que hasta le resultan enigmáticas. La tarea
del yo consistirá en transformar esos documentos fragmentarios en una construcción
histórica que aporte al autor y a sus interlocutores la sensación de una continuidad
temporal. Sólo con esta condición podrá anudar lo que es a lo que ha sido y proyectar al
futuro un devenir que conjugue la posibilidad y el deseo de un cambio en la
preservación de esa parte de cosa <propia>, <singular>, <no transformable>, que le
evite encontrar en su futuro la imagen de un desconocido, que imposibilitaría al que la
mira investirla como la suya propia.
Proceso identificatorio, cara oculta, proceso inconsciente del
trabajo de historización que transforma lo inaprensible del tiempo físico en tiempo
subjetivo, que puede ser relatado a través del lenguaje como “narrativas” de una vida, de
una identidad.
Ahora dos palabras sobre estos dos conceptos, uno de la
psicología: identidad y el otro de las letras: “narrativa”, para remitirnos al sujeto y a la
metodología a emplear en esta investigación.

Identidad: esta palabra proviene del latín “idem” que alude a “lo mismo”, “el mismo”.
Identidad es tomada del latín tardío identitas formado por ens “ser” (principio
ontológico) y entitas “entidad” (principio lógico). Según Ferrater Mora “dos entes son
idénticos cuando no hay entre ellos ninguna diferencia”. Por lo tanto, identidad y
diferencia se hallan en función mutua y ambas participan de la noción de identidad. Este
concepto ha tenido múltiples interpretaciones desde Aristóteles pasando por Leibniz,
Kant, Mayerson (Ferrater Mora, 1983). A nuestros fines pensamos la identidad, como
proceso por ende dinámico, que se produce en contextos donde la multiplicidad de
intercambios exige el trabajo de elaboración respecto de lo igual y lo diferente.
Freud al referirse a los modos de constitución psíquica no hace
referencia a la identidad, sino a los procesos identificatorios; dejando el término
identidad para referirse a los mecanismos de inscripción propios del proceso primario y
secundario; en relación con el principio económico, pero cuando lo refiere al proceso
secundario aporta una diferencia ya que hace intervenir la singularidad del sujeto y su
deseo en tanto, la identidad de pensamiento se trata de equivalencias que se establecen
entre representaciones.
Al interior del psicoanálisis el concepto de identidad no tiene
cabida más que críticamente. Freud plantea un desplazamiento del sujeto cognocente en
tanto el yo se encuentra sometido a los “vasallajes del yo” y en lucha permanente con
amos que le impiden sostener de manera inequívoca y monolítica ningún tipo de
identidad. Para Lacan desde su definición “falta en ser” y “spaltung”, modo de
separación fundamental, también lo excluye, pensando al sujeto desde la imagen y
desde la relación consigo mismo, donde lo que surge es la no coincidencia y captura por
el deseo del otro. Así, entonces “el otro” aparece como la condición de afirmación de
una identidad así como su descentramiento. Por ello es que pensamos en el eje de las
identificaciones como mecanismos constitutivos, “yo es otro” y construcción dinámica
del sujeto a través del proceso de historización, proceso identificatorio en el que el yo,
no es más que el saber del yo por el yo” (Aulagnier, P.-1984), en su doble actividad
como identificado y como identificante, es decir autor de sus significaciones en tanto
buscador de respuestas para la satisfacción de sus demandas (provenientes de si como
del mundo). Diría Aulagnier P (1986) refiriéndose a la función de constructor dinámica
del Yo, “no esté en el poder de ningún yo abolir por completo ese trabajo de
transformación, de elaboración, de modificación, coextensivo a su vida, por el hecho
mismo de haberse conservado vivo”. He aquí el desafío del envejecente frente a las
novedades que le plantea su devenir, su “tiempo” y su “historia”, vida que se abre a
nuevos interrogantes.

Identidad narrativa: para Ricoeur, P., tal como lo desarrolla Presas, M. (2000), el
problema de la identidad como categoría es aquella en la que la cohesión de una vida
implica su mutabilidad, la de quien en tanto lector como escritor de su propia vida, la de
aquel que no cesa de ser re-inscripto, reformulado en todas y por todas las historias que
cuenta sobre si; es decir, por las múltiples interpretaciones que puede aportar. Por ello la
referencia a la narrativa; “es habilidad del hombre”; para orientarse en la realidad,
moviliza su fantasía, imaginando, inventa el mundo, (lo interpreta) del mismo modo que
el autor de ficción inventa los caracteres imaginarios de sus novelas. Con las ideas y las
creencias, el sujeto prosigue la construcción del mundo y la inevitable tarea de llegar a
ser el mismo en virtud de su construcción. La historia de cada uno cobra coherencia en
razón del trabajo de historización que reordena y reinterpreta los hechos insertándolos
en una trama.
Volvemos a tomar a Castoriadis (1994) cuando señala que “institución”
significa normas, valores, lenguaje, herramientas y modos de hacer frente a las cosas y
de hacer cosas y, desde luego, individuo mismo, tanto en general como en el tipo y la
forma particulares que le da una sociedad determinada”.
La unidad que existe en la institución total y primera de la sociedad, es la unidad
y cohesión del entramado de significaciones imaginarias colectivas que orientan,
dirigen y dan sentido a la vida de la sociedad y a la de los individuos que la constituyen.
Dios, ciudadano, estado, nación, dinero, pecado, virtud y también el lenguaje, la
religión, el poder. Las significaciones acerca de ser hombre, mujer, niño, padre-madre;
abuelo-abuela, viejo.
Estas significaciones marcan la constitución de lo humano, en el proceso de
socialización que consiste en los mecanismos que imprimen en la psique del niño las
significaciones, valores e ideales de su medio. Freud en Psicología de las masas (1921 )
nos dirá “cada individuo forma parte de varias masas; se halla ligado por identificación
en muy diversos sentidos y ha construido su ideal del yo conforme a los más diversos
modelos. Participa así de muchas almas colectivas: las de su raza, su clase social, su
comunidad confesional, su estado, etc. Y puede además elevarse hasta cierto grado de
originalidad e independencia”.
“Sin lograrlo nunca por completo, el sujeto podrá establecer entonces una
identidad entre la posibilidad de perennidad del conjunto y el deseo de perennidad del
individuo, medido en relación con el tiempo del hombre, ambos se presentan como
realizables en lo que es la aspiración a la trascendencia como elaboración de la finitud y
en la función de transmisión a través del ejercicio de la abuelidad”.- Petriz (2005)

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