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HORA SANTA A SAN JOSÉ

Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2,1-14. Daniel Galván


Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se
empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de
Siria Quirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde
Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser
él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.
Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio
a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en el alojamiento.
Momento de silencio y canto.

“Amar con San José” Miguel Saavedra.


“Reténganse bien estas cuatro cosas: el amor adora, da gracias, llora sus pecados y se da
todo entero a la mayor gloria de Jesús.
Para dar a cada uno de estos sentimientos el desenvolvimiento y la eficacia que les conviene,
es bueno unirse a los actos de adoración, de acción de gracias y de amor de los santos,
particularmente de aquellos que fueron más devotos del santísimo Sacramento, y más aún a
los de la santísima Virgen, madre y reina de los hijos del cenáculo y de san José, el primero
de los adoradores. Estos cuatro actos corresponden al mismo tiempo a los cuatro fines del
sacrificio y a las necesidades de las almas. Son expresión natural del amor y cumplen el fin
de la oración.

ADORA CON SAN JOSÉ. Efraín Rodríguez.


“San José creyó con una fe tan viva, que solo la Virgen Santísima le ha podido aventajar en
ella. Duda al ver encinta a María; el ángel le aparece y le dice que lo que ha nacido en ella es
obra del Espíritu Santo, y cree san José sin vacilar. Ve al Mesías prometido, que los judíos
carnales esperaban como un gran rey y conquistador, le ve nacer en un mísero establo en
medio de dos animales, y lo adora como a Dios. Le ve circuncidado, fugitivo a Egipto, y le
cree Dios. Le contempla dormido, callado, sujeto a todas las miserias humanas, excepto al
pecado, y le adora como a Dios. Le admira sujeto a sus órdenes, trabajando de carpintero en
Nazaret, ganando el sustento con el sudor de su frente, y le cree Dios. La fe, mejor que a
Abraham, se le reputó a san José por justicia o santidad.” ¡Qué adoración tan ferviente en la
oscuridad de la fe- debió ofrecer a Jesucristo, vivo en el seno de María! Detente por un
instante y como Moisés ante la zarza ardiente contempla a Jesús presente en la eucaristía,
oculto tras las especies sacramentales y con san José, préstale tu adoración.
Momento de silencio y canto.
San José transmitió a Jesús la ternura de Dios. Adrián Leos.
Los Evangelios atestiguan que Jesús usó siempre la palabra “padre” para hablar de Dios y de
su amor. Muchas parábolas tienen como protagonista la figura de un padre. Entre las más
famosas está seguramente la del Padre misericordioso, contada por el evangelista Lucas (cf.
Lc 15,11-32). Precisamente en esta parábola se subraya, además de la experiencia del pecado
y del perdón, también la forma en la que el perdón alcanza a la persona que se ha equivocado.
El texto dice así: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a
su cuello y le besó efusivamente» (v. 20). El hijo se esperaba un castigo, una justicia que al
máximo le habría podido dar el lugar de uno de los siervos, pero se encuentra envuelto por
el abrazo del padre. La ternura es algo más grande que la lógica del mundo. Es una forma
inesperada de hacer justicia.
Por eso no debemos olvidar nunca que Dios no se asusta de nuestros pecados: metámonos
bien esto en la cabeza. Dios no se asusta de nuestros pecados, es más grande que nuestros
pecados: es padre, es amor, es tierno. No se asusta de nuestros pecados, de nuestros errores,
de nuestras caídas, sino que se asusta por el cierre de nuestro corazón —esto sí, le hace
sufrir—, se asusta de nuestra falta de fe en su amor. Hay una gran ternura en la experiencia
del amor de Dios. Y es bonito pensar que el primero que transmite a Jesús esta realidad haya
sido precisamente José.
De hecho, las cosas de Dios nos alcanzan siempre a través de la mediación de experiencias
humanas. Hace tiempo —no sé si ya lo he contado—un grupo de jóvenes que hacen teatro,
un grupo de jóvenes pop, “innovadores”, quedaron impresionados por esta parábola del padre
misericordioso y decidieron hacer una obra de teatro pop con este argumento, con esta
historia. Y lo hicieron bien. Y todo el argumento es, al final, que un amigo escucha al hijo
que se había alejado del padre, que quería volver a casa, pero tenía miedo de que el padre lo
echase y lo castigase. Y el amigo le dice, en esa obra pop: “Manda un mensajero y di que tú
quieres volver a casa, y si el padre te va a recibir que ponga un pañuelo en la ventana, la que
tú veas apenas tomes el camino final”. Así lo hizo. Y la obra, con cantos y bailes, sigue hasta
el momento en el que el hijo entra en la calle final y se ve la casa. Y cuando alza los ojos, ve
la casa llena de pañuelos blancos: llena. No uno, sino tres-cuatro en cada ventana. Así es la
misericordia de Dios. No se asusta de nuestro pasado, de nuestras cosas malas: se asusta
solamente del cierre. Todos nosotros tenemos cuentas que resolver; pero hacer las cuentas
con Dios es algo muy bonito, porque nosotros empezamos a hablar y Él nos abraza. ¡La
ternura!
Momento de silencio y canto.
CONFIESA TUS PECADOSY REPARA CON SAN JOSÉ. Gustavo Becerra.
El glorioso san José, siempre fue justo ante la presencia de Dios y no cometió pecado alguno.
Misterio inefable que sobrepasa nuestra inteligencia. Y a pesar, de no estar presente en el
Calvario vivió unido a su Redentor ofreciendo su vida, sus trabajos, dolores y penas por la
redención del mundo. La vida de San José fue un sacrificio total en oblación al Padre junto a
Aquel al que impuso el nombre de Jesús porque “había de salvar al pueblo de sus pecados”
por su muerte en la cruz. Pero nosotros, ¿Cuánto no hemos ofendido a Dios? ¿Cuántos han
sido nuestros pecados? ¿Cuántas veces nos hemos crucificado al autor de la vida? Ante Jesús
Eucaristía, humíllate, confúndete, pide perdón y misericordia… y desde hoy resuelve
firmemente no volver a ofender a tu Dios. Pide a san José tener inmenso dolor de los pecados,
que quebrante y desmenuce nuestro duro y culpable corazón. Pide la intercesión de san José
para llevar una vida justa, para ofrecer digna reparación de tus pecados. Ofrécete, conságrate,
únete a Jesucristo presente en la Sagrada Hostia ofreciendo reparación por los pecados.
Momento de silencio y canto.

SERVIR A DIOS COMO SAN JOSÉ. Gabriel de la Cruz.


Los servidores empleados en el servicio de la persona del mismo rey son los más honrados.
Servir a la persona adorable de Jesucristo es compartir la felicidad de la santísima Virgen,
madre suya; de san José su fidelísimo custodio, es estar asociado a la gloria de los ángeles.
“Quién me sirva será honrado de mi Padre”, tiene dicho el salvador. ¿Puede servirse a mejor
amo que a Jesucristo, ni a mayor rey que al rey de los cielos y de la tierra? Somos contados
entre los servidores del Rey de Reyes y él nos dice: “Ustedes son mis amigos, si hacen lo que
yo les mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes
los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No son
ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan
y den fruto, y su fruto dure. De modo que lo que le pidan al Padre en mi nombre se los de.
Esto les mando: que se amen unos a otros.”
Siervos de Dios, amigos suyos, compañeros de la Virgen y de San José, asociados a los
ángeles… estos son algunos de nuestros títulos. ¿Corresponde nuestra vida a ellos? Quizás
quieras hacer grandes cosas por Dios, grandes hazañas que puedan ser admiradas y produzcan
asombro en los otros… Pero, siendo san José el servidor más grande de Jesucristo después
de la Virgen María, no se le pide nada grandioso a los ojos humanos, sino el cumplimiento
fiel de sus obligaciones para con Dios, para con su Esposa María, para con Jesús Dios y
Hombre Verdadero-, para con el prójimo y su pueblo…
San José nos enseña la ley de la humildad y de una vida escondida como la que Jesús tiene
en la Eucaristía. Decídete a servir a Dios desde ahora, pero no buscando la gloria y la fama
de los hombres, sino en el silencio y en la vida oculta.
Momento de silencio y canto.

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