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AUTISMO
CLASE 5
Por lo tanto, es importante conocer los procesos neurales ligados a la actividad de los circuitos
cerebrales para entender las consecuencias de su disfunción y, con ello, su papel en el desarrollo de
los síntomas característicos de las enfermedades del neurodesarrollo, como son los trastornos del
espectro autista (TEA) y el trastorno por déficit de atención/hiperactividad (TDAH). El TEA y el TDAH
comparten rasgos neurobiológicos, fundamentalmente relacionados con alteraciones en la estructura
y función de la corteza cerebral, que permiten tratarlos conjuntamente.
BASES NEUROPATOLÓGICAS
Nadie pone en duda que el estudio anatomopatológico del cuerpo humano ayuda al conocimiento de
la gran mayoría de las enfermedades. En el caso del autismo sólo se han estudiado los cerebros de
unos 50 sujetos autistas sin haberse empleado técnicas más actuales de laboratorio. Esto se debe
sobre todo a que hasta hace poco tiempo el autismo era conocido como una enfermedad funcional
exclusivamente psiquiátrica. Las anomalías anatómicas más halladas se localizan en las porciones
inferiores de los hemisferios cerebelosos y se acompañan de pérdida celular.
La actividad de los circuitos neuronales es la base neurobiológica de los procesos del sistema nervioso
central que se manifiestan en la conducta y los procesos mentales (emociones, memoria y
pensamiento). La función de los circuitos presenta una importante capacidad de adaptación, mediante
cambios en las propiedades espaciales y temporales de las conexiones entre neuronas del circuito.
Así, el cerebro construye una respuesta adecuada a los requerimientos de cada situación interna o
ambiental. La base estructural de la adaptación neural es la capacidad de modificar la cantidad y la
función de las sinapsis neuronales; por lo tanto, lo que definimos como plasticidad neural (neuro
plasticidad) se fundamenta en la plasticidad sináptica en los circuitos neuronales. La maleabilidad
funcional se logra durante el desarrollo modulando la expresión de un conjunto de genes que regulan
mecanismos moleculares y celulares que influyen en la dinámica de las conexiones sinápticas. La
neuro plasticidad durante el desarrollo del cerebro presenta patrones temporales heterogéneos: existe
un período crítico de mayor maleabilidad sináptica alrededor del nacimiento, que modula la regulación
génica para la formación y consolidación de conexiones neuronales adecuadas mediante la influencia
de los estímulos ambientales. Éstos actúan sobre un patrón de conexiones regulado por la información
genética (lo que hace que los humanos generemos un cerebro humano).
Los conocimientos acumulados en los últimos años muestran que las enfermedades mentales de inicio
en la infancia se deben a alteraciones de la formación o de la actividad de circuitos neuronales. Entre
estas enfermedades destacan el TEA y el TDAH, asociados o no a discapacidad intelectual, y otros
síndromes del neurodesarrollo. La aparición durante la vida temprana de las alteraciones conductuales
y funcionales del TEA y el TDAH induce a pensar que su origen reside en anomalías de la formación
de estos circuitos durante el desarrollo de la corteza cerebral. Por lo tanto, las alteraciones genéticas
subyacentes al TEA y al TDAH modifican los procesos del desarrollo neuronal y el establecimiento de
conexiones, sobrepasando la capacidad compensatoria de la neuro plasticidad del sistema nervioso
central durante el desarrollo y generando alteraciones en el patrón inicial de conexiones en los circuitos
neuronales.
Durante el desarrollo embrionario, los axones de las neuronas jóvenes llegan a su destino mediante
procesos bien regulados de guía axonal, estableciendo conexiones inmaduras y temporales con las
neuronas que están diferenciándose en las regiones diana. Durante el desarrollo de las conexiones
en la corteza cerebral aparece una estructura transitoria, la subplaca, que se forma entre los 3-4 meses
de desarrollo y constituye el principal compartimiento de conexión neuronal de la corteza hasta los
siete meses. La subplaca desaparece progresivamente, en la etapa posnatal temprana, hasta los seis
meses de vida. Las fibras nerviosas que van a establecer contactos en la corteza entran primero en la
subplaca y establecen circuitos sinápticos temporales, donde permanecen un ‘tiempo de espera’ antes
de entrar en la placa cortical para establecer sinapsis con las neuronas de las diferentes capas
corticales. Desde los siete meses de desarrollo hasta un año de vida posnatal, la subplaca es un lugar
de relevo sináptico. Estas sinapsis transitorias desarrollan circuitos neuronales transitorios, que
representan la base neurobiológica de la actividad eléctrica del comportamiento fetal y de los neonatos
prematuros. Durante la etapa perinatal se extienden las fibras corticales desde la subplaca hacia las
neuronas de la placa cortical (futura corteza cerebral), con lo que se inicia y progresa la formación de
circuitos de conexión maduros entre áreas de la corteza cerebral. Se origina entonces una
sobreproducción sináptica que permanece en la infancia, en la que los procesos de generación
predominan sobre los de retracción sináptica, hasta llegar a la adolescencia, donde se invierte el
patrón y se produce una poda selectiva de los contactos no funcionales (es decir, predomina la
eliminación de sinapsis poco eficaces sobre la generación de nuevas) (Figura).
Figura. Incremento de la complejidad de la estructura cortical en las etapas posnatales. Fotografías del hemisferio
izquierdo humano de 1 mes (a) y 6 años (b) de edad. Imágenes representativas de las neuronas piramidales de la corteza
frontal precentral (c) y orbitofrontal (d) en el cerebro humano de 1 mes. Imágenes representativas de las neuronas
piramidales de la corteza frontal precentral (e) y orbitofrontal (f) en el cerebro humano de 6 años. Mediante flechas se
representan las principales conexiones reciprocas de la corteza prefrontal (CPF) con las cortezas parietal (CP) y temporal
(CT), y con los núcleos amigdalinos (imágenes modificadas en. Esquema de la evolución temporal de los procesos del
desarrollo en un cerebro control y un cerebro con TEA-TDAH (g).
En pacientes con TEA y TDAH se han descrito alteraciones del desarrollo inicial de las sinapsis en los
circuitos de conexión entre áreas corticales de procesamiento complejo (que reciben y procesan de
forma combinada información multimodal), sobre todo de los lóbulos frontal, temporal y parietal. El
proceso de sinaptogénesis está regulado por múltiples factores genéticos y epigenéticos
(ambientales), por lo que corre un alto riesgo de ser alterado en el período perinatal, durante su etapa
de mayor maleabilidad, dando como consecuencia trastornos del neurodesarrollo. En relación con el
carácter poligénico del TEA se han descubierto genes cuyas mutaciones producen alteraciones
sinápticas que cursan con TEA y TDAH, así como discapacidad intelectual y trastornos
neuropsiquiátricos. Entre los genes descritos están los que codifican proteínas de organización
sináptica, que incluyen complejos de adhesión celular y factores secretados. Muchas proteínas
codificadas por genes de riesgo para padecer TEA, TDAH o discapacidad intelectual participan en
diferentes procesos de conectividad neuronal en la sinapsis, incluyendo sistemas proteicos
relacionados con receptores para neurotransmisores, como el glutamatérgico (p. ej., GRIN2B), el
gabérgico (p. ej., GABRA3 y GABRB3) y el glicinérgico (p. ej., GLRA2), pero también en los
mecanismos de neurogénesis (p. ej., CNTN), el establecimiento de las sinapsis (p. ej., cadherinas y
protocadherinas), la conducción neural (CNTNAP2) y la permeabilidad de las membranas neuronales
a iones (CACNA1, CACNA2D3 y SCN1A). Algunas de estas proteínas están directamente
involucradas en la actividad y la formación de las sinapsis, como las neurexinas (NRXN) y las
neuroliginas (NLGN). Otras proteínas forman parte de los andamios necesarios para el
posicionamiento de moléculas de adhesión celular y receptores de neurotransmisores en la sinapsis,
por ejemplo, los genes SHANK (SHANK1, SHANK2 y SHANK3) y los que codifican las proteínas de
la familia Rho-GTPasas. Estas proteínas se unen en grandes plataformas moleculares de interacción
con receptores de glutamato y actina asociada a proteínas, afectando de forma muy evidente el
desarrollo y morfología de las dendritas. Síndromes del neurodesarrollo asociados frecuentemente
con la aparición de TEA, como el síndrome X frágil, presentan anomalías importantes en la estatura
de las espinas sinápticas en las dendritas de las neuronas corticales. La distribución heterogénea en
intensidad y localización de estas alteraciones en las conexiones neuronales de la corteza explicaría
las diversas manifestaciones clínicas, tanto de la entidad diagnóstica (TEA, TDAH, discapacidad
intelectual, etc.) como de las diferencias entre individuos con el mismo diagnóstico.
BASES DE NEUROIMAGEN
Los estudios por imagen no invasivos del cerebro humano han sido muy útiles para correlacionar
fenotipos de conducta con alteraciones en estructuras cerebrales. En el autismo, los datos actuales
de resonancia magnética estructural y funcional sugieren la presencia de anomalías estructurales en
múltiples sistemas neuronales implicados en circuitos sociales, entre los que se incluyen la amígdala,
los ganglios basales (núcleo accumbens) y la corteza prefrontal. Creemos que son las alteraciones en
la corteza prefrontal, y en especial su conexión con la amígdala cerebral y las corteza parietal y
temporal, las que se presentan de manera más constante en los estudios realizados en muestras
cerebrales humanas y en modelos animales (Figura). Por otro lado, son las anomalías en esta región
las que probablemente subyacen al TDAH aislado o en combinación con el TEA.
NEUROIMAGEN ESTRUCTURAL
Las técnicas de neuroimagen estructural permiten observar la anatomía cerebral y encontrar distintas
anomalías que se pudieran relacionar con el autismo, comparado con cerebros de personas sanas.
Dentro de ellas se encuentran la tomografía axial computarizada (TAC) y la resonancia magnética
(RM), siendo esta última la que más se emplea en el tipo de trastornos que nos ocupa, ya que permite
entre otras cosas estudiar los volúmenes de determinadas estructuras cerebrales.
Los estudios de RM de los cerebros de las personas autistas han puesto de manifiesto múltiples
anomalías, aunque ninguna de ellas se considere especifica o patognómica de esta entidad. En la
mayoría de ellos se observan alteraciones cerebelosas que comprometen al cerebro en su conjunto,
incluido el vermis cerebeloso, e implican perdida neuronal (Saitoh, Courchense, 1998), aunque
inicialmente solo se habían ampliado los lóbulos VI y VII o al vermis de forma aislada (Tuchman, 2000).
Sin embargo, autores como Egaas, Courchesne y Saitoh (1995) observaron otras anomalías
estructurales que incluyen la pérdida de volumen parietal bilateral y adelgazamiento de la parte
posterior del cuerpo calloso en el contexto de una atrofia, en el lugar donde se concentran las fibras
parietocorticales. El adelgazamiento de la parte posterior del cuerpo calloso y la atrofia cerebelosa son
los dos hallazgos que con mayor frecuencia se encuentran en la RM craneal de los niños que
diagnosticamos de autismo (Morant, Mulas, Hernández, 2001).
NEUROIMAGEN FUNCIONAL
Las técnicas de neuroimagen funcional se emplean para examinar la actividad cerebral en su conjunto,
o la actividad especifica de vías bioquímicas o áreas del cerebro. Dentro de ellas se incluyen la
tomografía computarizada por emisión de fotón único (SPECT), la tomografía por emisión de
positrones (PET), la imagen de la resonancia magnética funcional (RMf) y la resonancia magnética
con pectroscopia (ERM). Estas técnicas tienen en la mayoría de las ocasiones un escaso papel
practico, aunque si pueden orientar acerca de las terapias a emplear.
BASES NEUROFISIOLÓGICAS
Los TEA se producen por una alteración funcional de la corteza cerebral, la cual origina anomalías
estructurales en la disposición de las neuronas, lo que afecta fundamentalmente la función sináptica
y el patrón de conexiones dentro y entre columnas corticales. Estas alteraciones dañan la corteza
prefrontal y sus conexiones, la principal región encefálica implicada en la regulación de la conducta
social.
Estudios realizados mostraron que el cerebro autista tiene un crecimiento acelerado en su volumen a
partir del primer año de edad, el cual es seguido en etapas tardías por una desaceleración que
comparativamente hace que el cerebro se vea con un volumen típico hasta la adolescencia; se estima
que la desaceleración inicia a partir de los 12 años. Este proceso de crecimiento acelerado y
desaceleración del volumen cerebral en el autismo es una pista significativa sobre los procesos que
se están llevando a cabo en este trastorno, a lo largo de la edad, el lóbulo frontal del cerebro es la
estructura que presenta el mayor cambio en su volumen tanto en la sustancia gris como blanca.
social y las conductas repetidas. Dentro de la corteza frontal, la región orbito frontal, relacionada con
procesos sociales, cognitivos y afectivos, es un área alterada que se propone incluso como un
marcador para identificar el riesgo de desarrollar autismo.
Eyler y otros mostraron un estudio enfocado en la percepción del lenguaje realizado a niños de uno a
cuatro años en el que se les leyó un texto a la hora de ir a la cama y al unísono se realizó una
resonancia magnética, se constató que los niños con autismo tenían la corteza temporal del hemisferio
izquierdo con una actividad reducida en comparación con los controles, y que esta falta de respuesta
se acentuaba con la edad, lo que puede explicar la falta de comprensión del lenguaje, por lo que
consideramos que en el autismo existe una reducción en la actividad de la corteza temporal izquierda,
acompañada de una actividad incrementada de la corteza temporal derecha.
La corteza parietal en el autismo está relacionada con los estímulos visuales, se encuentra disminución
del grosor de esta corteza, la extensión de la fisura de Silvio también es mayor en el cerebro de niños
con autismo. Se ha observado que la visualización de situaciones sociales incómodas en jóvenes con
autismo produce una actividad baja en la zona de confluencia de las cortezas parietal y temporal, lo
que pudiera ser la base de sus dificultades de socialización. También se sabe que la comunicación
occipito-parietal alterada evita la localización visual de objetos, así como la ubicación espacial y el
control visual de los movimientos, esto ayuda a explicar el bajo interés de niños autistas a involucrarse
en deportes virtuales con objetos en movimiento. En niños con autismo que tienen la tarea de detectar
la ubicación de objetos, se registra una activación incrementada de la corteza parietal inferior,
fundamentalmente en la zona del giro angular, la cual participa en la atención y en la reorientación o
cambio de atención.
Por último, los cambios a nivel de la corteza occipital, fundamentalmente en la corteza visual primaria,
corteza estriada o área de Brodmann, cuya función principal es el procesamiento de la información
visual, los niños con autismo muestran una habilidad adecuada para la percepción local (se refiere a
la detección de un objeto en la escena), pero una reducción en la percepción global (se refiere a
identificar toda la escena). Estas alteraciones parecen estar basadas en las modificaciones de los
complejos circuitos neurales en las que se organiza esta corteza, que parecen llevar a cambios en los
potenciales corticales evocados por estímulos visuales y somato-sensoriales.
Se ha podido avanzar en el diagnóstico del TEA a través de los estudios de neuroimagen del cerebro
humano, los cuales han sido muy útiles para correlacionar fenotipos de conducta con alteraciones en
estructuras cerebrales. En el TEA, los daños encontrados a través de resonancia magnética detectan
la presencia de anomalías estructurales en varios circuitos neuronales en regiones del cerebro social,
entre los que se incluyen: la amígdala, los ganglios basales (núcleo accumbens), corteza prefrontal.
Se piensa que son las alteraciones en la corteza prefrontal, y en especial su conexión con la amígdala
cerebral y la corteza parietal y temporal, las que se presentan de manera más constante en los
estudios realizados en muestras cerebrales humanas y en modelos animales de TEA.
BASES NEUROBIOQUIMICAS
dentro del apartado de las bases neuroquímicacas del autismo hablaremos de la
implicación de los neurotransmisores cerebrales y de la teoría opioide.
La mayor evidencia que indica que la sero tonina está implicada en el autismo es la res -
puesta de estos pacientes a medicamentos que inhiben el transporte de serotonina. Los
inhibidores del transporte de la serotonina inclu yen el antidepresivo tricíclico
clomipramina y los inhibidores de la recaptación de la serotonina como la fluoxetina, la
sertralina, la fluvoxamina y la paroxetina. Estos fármacos re ducen la agresión en más
del 50% de los niños con autismo en estudios abiertos y doblemente ciegos.
La teoría consiste en: 1. Debe existir una alteración en las barreras corporales, como la
mucosa intestinal y la barrera hematoencefálica, que provocaría el paso por ellas de
péptidos que normalmente no las atravesarían y que lle garían al SNC donde provocarían
efectos tóxicos, o 2. Un mal funcionamiento de las peptidasas intestinales que haría
que los péptidos opiáceos nocivos no se convirtieran en meta bolitos inocuos, pasando
en este estado al torrente sanguíneo y, posteriormente, al SNC donde ejercerían su
acción tóxica.
Los autores que abogan por un papel rele vante del gluten y la caseína en la dieta
dentro de la sintomatología del autismo preconizan una alteración en la permeabilidad
de la mucosa intestinal, así como un incremento de pép tidos opiáceos en la sangre, y,
por lo tanto, en el SNC, que al final serían filtrados por la orina. Estos autores realizan
una cromatografía de la orina de los niños autistas y en cuentran el incremento de una
serie de sustancias, las cuales relacionan con la degradación tanto del gluten como de
la caseína; este hecho es menos relevante en las orinas de los niños sin este tipo
de enfermedades.
Debido a que los padres de los niños que padecen un trastorno autista son
conocedores de esta teoría, la exclusión del gluten y de la caseína de la dieta es
una práctica relativa mente frecuente en los niños autistas; la ma yoría de las veces
se realiza de forma autodida cta po r lo s pad res sin un con trol méd ico riguroso. Los
estudios realizados al respecto –la mayoría observacionales– carecen de rigor
científico y los resulta dos son muy varia b le s, p o r lo q u e n o p u e d e co n c lu i r se s i
e l empleo de este tipo de dieta aporta beneficios o no en cuanto al comportamiento
y relación social del niño autista [38,39]; asimismo, no encuentra mejoría en los
niños sometidos a dieta e xent a de g lute n y sí q ue in fo rma de que e l segu imiento
de este t ipo d e d ieta p ro vo ca mayor número de problemas de relación so cial a los
niños y a sus familias. En Italia, Lucarelli et al proponen que sí puede existir una
relación entre distintos alimento s y problemas neurológicos como el autismo, pero
estos autores no llegan a ninguna con clusión relevante.
BASES NEUROGENÉTICAS
Un estudio realizado en 99 familias que cuentan entre sus miembros con algún afecta -
do de trastorno autista demuestra una relación de esta enfermedad con los cromosomas
7q y 16p, pero sin conclusiones demostradas al respecto todavía. La búsqueda de
genes implicados en el autismo es complicada y, aunque se han vincu lado numerosos
cromosomas, actualmente carecemos de respuestas claras y se precisan más
investigaciones.
Ante la sospecha de TGD, se debe realizar una historia clínica pormenorizada y una
exploración completa del Nilo con somatometría. Se solicitarán las pruebas
neurofisiológicas, de neuroimagen y genéticas oportunas y se realizará una valoración
psicopedagógica especifica (tabla 1).
Las visitas de seguimiento deben ser tan frecuentes como sea necesario para cada
paciente. A poder ser estos niños deben ser vistos siempre por el mismo especialista, que
debe conocer al niño y a la familia, pues ésta es el pilar fundamental en el tratamiento y
control de su hijo de la cual va a depender, junto con los factores intrínsecos de cada niño
y los tratamientos pautados, la evolución del niño. Debido a la envergadura del problema,
la adjudicación de un especialista en concreto para este tipo de patología hace que la
familia gane confianza y se evitan así opiniones diferentes de distintos profesionales que
pueden confundir a la familia.
En cuanto a las pruebas complementarias, se debe intentar tener los resultados cua nto
antes, sobre todo en niños pequeños, ya que la investigación precoz y temprana va a
mejorar el pronóstico.
Los EEG deben programarse con cuidado. Son preferibles los registros de sueño, ya que
no suelen colaborar, por lo que se precisa una privación de sueño que a veces empeora
el comportamiento justo antes de realizar el EE G. La sedación les provoca un efecto
paradójico y se suelen agitar más, por lo que es más recomendable el sueño espontáneo,
y una vez dormidos, los EEG deben ser de larga duración. La valoración psicológica se
debe considerar casi una urgencia.
Las revisiones, una vez realizado el diagnóstico, se deben realizar una vez al mes sobre
todo si se ha iniciado algún tipo de tratamiento ya sea farmacológico y/o biológico.
Posteriormente se puede espaciar según sea la evolución.
Otro tema importante es la espera y la duración de las visitas. Estos niños no deben
esperar porque suelen presentar problemas graves de comportamiento que se acentúan
en ambientes desconocidos y con mucha gente: no permanecen sentados, se ponen
agresivos, chillan… por ello se les debe citar de forma escalonada y a las horas adecuadas
para evitar que se presenten más problemas de los habituales mientras espera n.
Las visitas, sobre todo las primeras, se estiman en una hora de duración, aunque siempre
puede haber visitas un poco más cortas.
Una vez confirmado el diagnostico se debe orientar a la familia sobre los programas
psicopedagógicos más adecuados para estos niños. Es conveniente hablar con la escuela
o guarderías, así como con el resto de profesionales que tratan al niño: psicólogos,
pedagogos, maestras, logopedas, etc., es decir, una intervención multidisciplinar.
Exploración clínica
- Observación del niño
- Interacción con el niño (relajación, juego y lenguaje)
- Exploración física general con somatometría
- Exploración neurológica (focalidad neurológica)
Pruebas complementarias
Neurofisiológicas
- Estudio electroencefalográfico: vigilia, sueño, otros.
- Potenciales evocados auditivos de tronco: descartar hipoacusia
- Potenciales evocados somatosensoriales
Neuroimagen
- Estructural: resonancia magnética
- Funcional: RM con espectroscopia de tálamos y/o cerebelo, SPECT…
Estudios genéticos
- Cariotipo
- Estudio citogenético para descartar un sindroma del cromosoma X-frágil
- Otros estudios genéticos (según el caso)
Determinaciones sanguíneas y urinarias
El papel del neuropediatra comprende el control de la evolución del niño, así como la pauta jde
tratamiento farmacológico y/o bilógico si la sintomatología del niño no lo requiere
• Medicamentos. Ningún medicamento puede mejorar los signos centrales del trastorno
del espectro autista, pero algunos medicamentos específicos pueden ayudar a controlar
los síntomas. Por ejemplo, se pueden recetar ciertos medicamentos si el niño es
hiperactivo; a veces, se usan medicamentos antipsicóticos para tratar los problemas
graves de comportamiento; y se pueden recetar antidepresivos para tratar la ansiedad.
Cuando se instaura un tratamiento en estos niños jau que tener en cuenta una serie de
premisas: iniciar siempre el tratamiento en monoterapia para evitar las
posibles interacciones medicamentosas que pueden reducir e impedir la
mejoría pretendida e incrementar los efectos secundarios; co menzar con
dosis bajas para luego ir ajustándolas según edad, peso y respuesta; tener
en cuenta que no hay dosis establecida para este tipo de pacientes, sobre
todo si se trata de niños, conocer las características farmacocinéticas y
farmacodinámicas de cada medicamento. Este toda una serie de fármacos
que se pueden emplear y se emplean en las personas autistas.
NEUROLÉPTICOS
Cuando se precisa un tratamiento farmacológico para los problemas de conducta, en general los
fármacos mas empleados son los neurolépticos. Su clasificación se basa especialmente en sus
características estructurales, pero también podemos dividirlos en clásicos o típicos. Los neurolépticos
en general actúan bloqueando a los receptores dopaminérgicos D2 (mesocorticales y mesolímbicos)
proporcionando una acción preferentemente antipsicótica sobre el síndrome esquizofrénico, pero
cuando se administran a personas no psicóticas producen el llamado síndrome neuroléptico: aparece
una inquietud emocional, retraso psicomotor e indiferencia afectiva; la persona se muestra tranquila y
sosegada con una menor reactividad ante los estímulos. El bloqueo de os receptores D2 en la
sustancia nigroestriada produce los efectos adversos extrapiramidales consistentes en: distonías
agudas, temblor, sialorrea, acatisia y discinesias de retirada y/o tardías. Otros efectos adversos
derivan del bloqueo de otros receptores, y son: sedación, estreñimiento, aumento de peso,
alteraciones de la función hepática, discrasias sanguíneas e, incluso, el síndrome neuroléptico maligno
(Flórez, Armijo y Mediavilla, 1987). En el caso de los niños cobra mayor relevancia el retraso
psicomotor y la aparición de sintomatología extrapiramidal porque son pacientes que van a requerir
tratamiento durante largos periodos de tiempo (Toren, Laor y Weizman, 1998). Todos estos efectos
secundarios se presentan con mucha menor frecuencia en el caso de los neurolépticos atípicos.
TRIAPRIDA
RISPERIDONA
La riseiridona muestra un antagonismo preferente sobre los receptores serotoninérgicos 5HT2, junto
con un bloqueo de los receptores dopaminérgicos D2, así como con efectos moderados sobre los
receptores alfa1-adrenárgicos y leves sobre los alfa2-adrenérgicos y los HI de la histamina. Así su
mecanismo de acción viene condicionado sobre todo por su antagonismo por los receptores 5HT2 de
la corteza frontal y D2 localizada sobre todo en la vía mesolímbica más que en la vía nigroestriada, lo
que disminuye la agresividad, la impulsividad, la hostilidad con ansiedad, la agitación y las
estereotipias y provoca escasos efectos extrapiramidales (Janssen-Cilag, 1997).
Como efectos secundarios destacan la somnolencia, por acción sobre los receptores D2, alfa1 y HI,
galactorrea por acción antiD2, hipotensión ortostática y taquicardia por el bloqueo de receptores alfa1
e hipotensión e incremento del apetito por el bloqueo de los receptores HI.
Los efectos adversos más frecuentemente encontrados en los niños han sido el aumento de peso
(efecto antiHI) y la sedación (efecto antiD2, alfa1 y HI), ya que con dosis menores de 8 mg/día, que
son las que generalmente se emplean en los niños, no aparecen los efectos extrapiramidales, tan
frecuentes con los neurolépticos clásicos.
ANTIDEPRESIVOS
Antidepresivos tricíclicos
Los primeros fármacos que se emplearon fueron los antidepresivos tricíclicos (Imipramina,
clomipramina), que inhiben la recaptación de serotonina, pero no de forma selectiva, dado que también
inhiben la recaptación de otras monoaminas (noradrenalina, dopamina, tiamina, etc), además de ser
poderosos antagonistas de los receptores colinérgicos (muscarínicos), lo que proporciona la
presentación de efectos secundarios característicos (sequedad de boca, visión borrosa, retención de
orina, estreñimiento) y, en particular, la alteración cognitiva (Davies, Tucker, Harrow y Detre, 1971).
Sin embargo, hoy día no suelen emplearse estos fármacos porque ofrecen resultados muy variables,
por sus efectos secundarios y por la necesidad de realizar un control cardiológico, sobre todo en niños
más pequeños.
En la actualidad, los fármacos más empleados son los inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina. Los más conocidos y usados son la fluoxetina, la paroxetina y la sertalina, aunque ya se
comercializan otros pertenecientes a la misma familia. En las personas con un espectro autista se
emplean para el tratamiento de la ansiedad, la depresión, los comportamientos de ritual, los trastornos
obsesivo-compulsivos y las conductas autolesivas. Todavía existe poca experiencia en niños, y sólo
la sertralina se ha aprobado para su empleo en a edad pediátrica
Antiepilépticos
La relaicon de autismo y epilepsia es frecuente, sobre todo si existe un déficit intelectual,
un problema motor y una ausencia de lenguaje (Tuchman, Jayakar, Yaylali et al, 1997).
Las crisis más frecuentes son las parciales complejas , que pueden llegar a generalizarse
con mucha rapidez según los casos. Su reconocimiento puede llegar a ser muy difícil por
la variabilidad de su presentación y sobre todo porque estos niños realizan habitual mente
una serie de movimientos y presentan una serie de conductas indistinguibles de este tipo
de crisis.
En los estudios EEG los hallazgos más frecuentes son los paroxismos temporales uni o
bilaterales, hecho que implica a los lóbulos temporales en la patogenia del autismo (Díez,
2001).
Los antiepilépticos más empleados dentro de los clásicos son el valproato sodico y la
carbamacepina, y de los mas modernos, la lamotriginia y el topiramato. En el caso de
niños con esclerosis tuberosa la vigatrina continúa siendo el fármaco de primera elección.
Por supuesto que la elección del fármaco antiepiléptico va a depender sobre todo de la
edad del niño, del tipo de crisis que presente y de la existencia o no de patología
estructural en el sistema nervioso central. No hay estudios que informen sobre qué
fármacos antiepilépticos estarían mas indicados en el caso del autismo, por lo que nos
guiamos por las directrices de las crisis y no por el diagnostico de TGD.
Los nuevos estudios realizados por Muñoz-Yunta y Maldonado (2001) indican que
prácticamente todos los niños con autismo presentan a la larga una alteración de la
actividad bioeléctrica cerebral ya sea en vigilia o en sueño, por lo que los tratan de forma
precoz con fármacos antiepilépticos para evitar así la instauración de una epilepsia
posterior. Un hecho que avala estos hallazgos es que en la población de personas autistas
se produce una mayor incidencia de crisis de forma bimodal: alrededor de los seis años y
luego alrededor de los 17 años. La alteración en la actividad bioeléctrica cerebral, aun sin
provocar crisis convulsivas, sería la responsable de la producción de un daño cerebral
progresivo que a la larga provocarían las crisis convulsivas; seria como una epilepsia
subclínica. Por ello podría estar indicado el tratamiento con fármacos antiepilépticos en la
personas autistas con EEG alterados con el fin de poder prevenir una epilepsia en un
futuro. Estas teorías precisan estudios multicéntricos y doblemente ciegos para poder
llegar a conclusiones fehacientes.
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ACTIVIDAD:
Después de estudiar el PDF, elabora un cuestionario de 30 preguntas con sus respuestas
argumentadas y redacta una reflexión personal