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LA CULTURA ESTETICA Y LA CULTURA CIENTIFICA - IDEAS EN EL SIGLO XX - OSCAR TERAN

Existía un impulso modernizador en las últimas décadas del siglo XIX, generándose representaciones de
la modernidad. Dichas representaciones fueron colocadas en el interior de una problemática integrada
por cuatro cuestiones que atraviesan el periodo, las cuestiones sociales, nacionales, políticas e
inmigración. Estos eran los desafíos que planteaba la emergencia del mundo.

En la cultura de Buenos Aires finisecular existe una superposición de estéticas y teorías: el liberalismo y
el republicanismo heredado de los padres fundadores. En cuanto al tipo intelectual dominante eran los
miembros de la generación del 80 para quienes la escritura se establecía como una continuidad de su
posición sociopolítica.

Roca en una carta que le escribía a Cané decía “el país en todo sentido se abre a las corrientes del
progreso, con una gran confianza en la paz y la tranquilidad pública, y una fe profunda en el porvenir. Al
paso que vamos, si sabemos conservar el juicio en la prosperidad” pronto hemos de ser un gran pueblo
y hemos de llamar la atención. Estas evaluaciones se apoyaban sobre datos que revelaban la
consolidación del proceso de unificación de la nación, un sorprendente crecimiento económico,
acompañado de una movilidad social ascendente y una exitosa secularización cultural. Sin embargo, en
las mismas voces de la generación del 80 se encuentran impugnaciones hacia algunas caras de la
modernización como la disolución de las viejas costumbres en una sociedad y el recelo ante la difusión
del igualitarismo democrático.

Como decía Groussac “la civilización marcha a impulso de un grupo selecto que domina la
muchedumbre, una aristocracia intelectual”. Se adelantaba desde diversos ángulos una representación
que la crisis de 1890 convirtió en certeza: las pasiones del mercado habían avanzado sobre las virtudes
cívicas. Miguel Cané decía “estamos en un momento de angustioso peligro para el porvenir de nuestro
país, porque no se forman naciones dignas de ese nombre sin más base que el bienestar material o la
pasión del lucro satisfecha”.

A raíz de estas preocupaciones y en interna relación con el proceso inmigratorio se produce una
tematización de la cuestión nacional. Puede decirse que en ese lapso se produce una disputa por la
nación. Para así poder definir o redefinir un modelo de nacionalización para las masas y una nueva
identidad nacional.

El activismo estatal monto un dispositivo nacionalizador destinado a cumplir ciertos objetivos: dotar a
los inmigrantes de símbolos identitarios, definir una posición de supremacía de los criollos viejos
respecto de los extranjeros, tramitar una crisis de legitimidad dentro de la elite, construir un
fundamento simbólico estable. Además y por tratarse de una construcción simbólica, este
emprendimiento ofreció un espacio de intervención y de legitimación para los intelectuales.

En el terreno de las ideas hacia 1880 se observó el avance de la cultura científica y del positivismo. El
positivismo alcanzo en la Argentina una penetración imposible de subestimar ofreciéndose tanto como
una filosofía de la historia como un organizador fundamental de la problemática sociopolítico de la elite
entre el 80 y el centenario.

Ramos Mejía será uno de los activos introductores del positivismo en el medio intelectual porteño.
Partiendo del postulado positivista de que el mundo moral se halla regido por las mismas leyes que las
de la realidad física, apoyo sus razonamientos en una disciplina en ascenso: la psicología de las masas.

El objetivo de la psicología de las masas será definido como “el espíritu público”, esto es la resultante
moral de todas las tendencias individuales, la cualidad común que imprime su sello al conjunto.

En el texto de Ramos Mejía el papel de las multitudes argentinas está lejos de resultar necesariamente
negativa, debido a que son capaces de cargarse de espontaneidad y violencia pero también del
heroísmo de los sectores primitivos. El relato histórico implica una demanda de multitud. Y ello se debe
a que en ese fin del siglo XIX Ramos Mejía percibe una degradación social presente en ambos polos de la
sociedad. Las nuevas multitudes y las clases tradicionales carecen de la energía participativa necesaria
para la conformación de una nacionalidad robusta y republicana.

El predominio de los valores de mercado ha conducido a una ausencia de la multitud política, amenaza
quitarnos la fisionomía nacional.

Ramos Mejía considera que la ausencia de sentido republicano y nacional en la clase dirigente se hunde
en una historia que se confunde con sus mismos orígenes, ya que desde la época colonial, las llamadas
clases elevadas habrían aspirado solo a un liberalismo que se reducía a obtener progresos y mejoras
personales. En definitiva Ramos Mejía señala los males derivados de la inexistencia en Buenos Aires de
la culta y orgullosa aristocracia.

La revolución Argentina es la obra más popular de la historia y la menos personal de toda la América
Latina. El aporte específico de esas multitudes a la conformación de la nacionalidad consiste, en una
función literalmente material y energética. Ellos aportaron su contingente de sangre aséptica a los
ciudadanos exhaustos.

El medio argentino es vigoroso y la raza es conservadora, según Ramos Mejía corresponde ayudar con
una educación nacional atinada y estable que permita limpiar el molde donde se da forma a las
tendencias que deberían fijar el temperamento nacional.

Sistemáticamente y con obligada insistencia se les habla de la patria, de la bandera, de las glorias
nacionales, oyen el himno y lo cantan. Al final del proceso educativo emergerá una autentica multitud
política que sustituirá orgánicamente las agrupaciones artificiales. Ramos Mejía aposta a la escuela
pública como resorte de nacionalización de las masas. Era una apuesta sostenida por la confianza en que
las pasiones patrióticas podían ofrecer un dique a los males de la modernidad.

Discípulo de Ramos Mejía, fue José Ingenieros quien encarno la representación del intelectual
positivista. El encuentro de estas naciones evolucionistas con los del marxismo economista producida
una síntesis que Ingenieros denominara bioeconomismo. De Spencer adoptara que la experiencia
constituye la base del pensamiento, la realidad es única, toda la realidad evoluciona permanentemente.
Dado que los seres humanos producen sus propios medios de subsistencia, se puede concluir que las
sociedades humanas evolucionan dentro de leyes biológicas especiales, que son las leyes económicas.
Ingenieros considera que en la sociedad imperan esas leyes que realizan una justa selectividad mediante
un trabajo de eliminación de los más débiles por los más fuertes.

Ingenieros sostiene que las sociedades luchan por adaptarse al medio y como ese medio es
heterogéneo, ello determina variedades en la conformación de esos grupos, constituyéndose razas
distintas y desiguales.

La nación de Ingenieros no está en el pasado sino en el porvenir. Y si esto es así se debe a que, a partir
de la mezcla que se está produciendo con el aporte extranjero, en un futuro aún indeterminado surgirá
una nueva “raza” que definirá el tipo Argentino. La clase gobernante debe entender que ante los
conflictos que se producen en el mundo del trabajo, no tiene que instrumentarse una política coercitiva
sino consensual. Para ello debe atenderse a la educación de la clase obrera y el mejoramiento de sus
condiciones de vida. Piensa también que cuanto más civilizada es una sociedad, más se desarrolla la
solidaridad social.

El modelo de sociedad que Ingenieros imagina consta de tres sectores: en la cima, las minorías
poseedoras de ideales y del saber científico, encargadas de liderar los cambios sociales; luego las
multitudes honestas, productivas y mediocres, auténticos baluartes del orden y ambas separadas de los
márgenes donde pupulan los sujetos de la locura y el delito. De ese modo la nave de la argentinidad
puede lanzarse hacia un puerto de grandeza que la torna excepcional dentro del contexto
latinoamericano.

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