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ELEMENTOS SOBRE LA IDENTIDAD

NACIONAL

Eduardo F. Ramírez García

RESUMEN: Eduardo Ramírez identifica las raíces de la relación histórica


entre Estado-nación y cultura(s) en los contextos europeo y mexicano, y explora
las fuentes psicológicas de la identidad nacional haciendo énfasis en que,
agotado aquel como vehículo y defensa de una fase dialéctica del capitalismo,
corresponde al multiculturalismo y la democracia procesar nuevos desafíos
yoico sociales, defender valores culturales constitucionalizados (para lo cual
usa como ejemplo el caso mexicano) y equilibrar a la globalización imperial en
favor de seres y sociedades emancipados.

ABSTRACTS: Eduardo Ramírez identifies the roots of the historic relation


between the State-Nation and the culture(s) within the European and Mexican

Derecho y Cultura, núm. 13,


enero-abril de 2004,
pp. 3-19

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EDUARDO F. RAMÍREZ GARCÍA

contexts and explores national identity psychological sources. He emphasizes


that once it has been deprived of its features as vehicle and defense of a dialectic
phase of the capitalism, the multiculturalism and the democracy have to process
the new “ioico” social challenges to defend the cultural values consecrated in the
constitution (using as example the Mexican case). Finally Mr. Ramírez states
the need to balance the imperial globalization in favor of the emancipated
societies and entities.

RÉSUMÉ: Eduardo Ramírez identifie les raciness de la relation historique


entre Etat-Nation et les cultures dans les contexts européens et mexicains et
explore les sources psychologiques de l’identité nationale, souligne que une fois
que celui-ci est épuisé omme le véhicule et la défense d’une phase dialectique du
capitalismo, les différents cultures et la démocratie doivent traiter les nouveau
défis ego culturels, defender les valeurs culturels consacrés dans la constitution
(utilisant comme exemple le cas mexicain) et trouver l’équilibre dans la
mondialisation impériale en faveur des citoyens et des sociétés émancipées.

I. INTRODUCCIÓN

L a identidad nacional en México ha venido desdibujando sus


contornos, especialmente en los últimos 20 años. Los factores han sido
diversos, se pueden destacar los siguientes: a) retraimiento del Estado
benefactor y la consiguiente recesión de los valores públicos o comunitarios
en favor de los privados o individualistas; b) incapacidad de la sociedad civil
para ocupar la esfera pública de diálogo, de deliberación y de opinión
cedida o descuidada por el estado, en virtud de que sus organizaciones
políticas (partidos, asociaciones, sindicatos, etcétera; c) se han dedicado a
atender, prioritariamente, el reparto del poder en sus cúpulas y las alianzas
electorales; c) dominación de poderosos medios masivos de comunicación
en la confección, deslavado o descomposición de la identidad nacional; d)
depresión colectiva fecundada en estos más de 20 años por el desplome del
crecimiento y del desarrollo económico, por la incapacidad de crear más
trabajo, lo que exilia a muchos de los mejores mexicanos, por el
hundimiento del campo, el estancamiento y retroceso de la educación, y la
alienación de la inversión; e) herida narcisista al orgullo nacional al sumirlo
en una deuda impagable y sentimiento de impotencia ante el despojo

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ELEMENTOS SOBRE LA IDENTIDAD NACIONAL

nacional que perpetra el FOBAPROA-IPAB; f) pérdida de la menguada


soberanía nacional, que los mexicanos constatan al observar cómo los
servicios estratégicos, los bancos y los recursos naturales son impulsados
hacia el extranjero; g) desamparo y caos en la nación por la evanescencia
del mitológico tlatoani y desconcierto en el gobierno nacional.
Naturalmente, la identidad nacional impulsada por el autoritarismo
posrevolucionario no es el modelo a rescatar. La brega en pos de la
transición democrática ha costado mucho a la nación, pero sólo si
logramos que llegue a instalarse la democracia real y a penetrar en todos
los ámbitos de la vida nacional podremos recobrar lo mejor de nuestra
historia y despuntar una identidad nacional de nuevo cuño. Esta ingente
tarea, de éxito no asegurado, requiere mucho esfuerzo y tiempo.
La pretensión de este ensayo es, primeramente, repasar el desarrollo de
la idea de nación; luego, precisar algunos conceptos sobre cómo se
construye la identidad del Yo individual; y, finalmente, adelantar algunas
ideas sobre la identidad nacional, habida cuenta que su desarrollo amplio
rebasaría la dimensión de este ensayo.

II. DESARROLLO DE LA IDEA DE NACIÓN

Platicaba hace tiempo con Andrés Serra Rojas, cuando dijo recordar de
García Morente, una sugerente idea de nación: un estilo de vida colectivo.
Me gustaría partir de esta noción porque evoca una entidad sociológica
que se conforma en la medida en que va adoptando un sistema propio de
formas de vida comunitaria a las que atribuyere razón práctica para
afrontar los problemas de la vida en común. Este concepto presenta
caracteres señaladamente étnicos (raza, lenguaje, religión, ética,
costumbres, cultura) y es reconocible durante el medioevo europeo1 hasta
quizá el siglo XVI, cuando comienza a ceder ante la presión de los
nacientes estado-nación.
El desarrollo económico gestado desde las cruzadas, siglos XI-XIII,
había dotado al poder político de la potencia suficiente para legitimar un
monopolio de la violencia y fijar un territorio y una población donde
ejercer su potestad soberana. A partir del siglo XVI, la tarea de los

1 Sólo aludo al caso de Europa por ser nuestro referente histórico a partir de
la Conquista.

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estados-nación sería conformar, impositivamente, una nación sobre grupos


no homogéneos, en el ámbito de su territorio, el cual defendería y
procuraría su expansión. Gran parte de la historia europea del los siglos
XVI-XVIII se dedicaría a esta faena, sustentada en el racionalismo
jurídico-político de Grocio, Pufendorf y Tomasio.
Al final del siglo XVIII, la Ilustración, principalmente con Rousseau y
Kant, sentó las bases ideológicas para sustentar, respectivamente, el
respeto a la igualdad universal entre los individuos y la dignidad de las
personas en tanto dotadas de razón suficiente para responsabilizarse de sus
actos respetando principios universales. Sobre esos cimientos, la
Revolución francesa arribó para impulsar un nuevo concepto de nación,2
emparentado con el de patria, y dio lugar al sufragio universal, superando
cualitativamente la democracia de los propietarios, instaurada en
Inglaterra en el siglo XVII; también inspiró la legislación napoleónica que
desmanteló la sociedad jerárquica del ancien regime e implantó de un
plumazo la libertad electoral, de empresa, contratación y propiedad. El
trastrocamiento social operado por la Revolución francesa, catalizado por
la Revolución industrial, produjo una nación inédita de individuos
declarados iguales por la ley, de la noche a la mañana. Para los capacitados
esta libertad del mundo se abrió en oportunidades, pero para la gran
mayoría significó el ser arrojada a la libre contratación del trabajo sin
protección alguna, pues los sindicatos fueron declarados ilegales por violar
la libertad individual.
La flamante nación representaba una nueva Francia. Hubo dos
versiones de esta nueva Francia, una la ofreció Víctor Hugo en Los
Miserables, otra, en contraste, fue sostenida por la ideología triunfante, en
cuya imagen privaba la libertad y la igualdad (omitida la fraternidad) entre
todos los hombres, lo cual era suficiente para la felicidad y prosperidad de
la nación. De esta suerte, se inauguró el doble mensaje de la identidad
nacional moderna para Europa y América. Marx expuso la exégesis: la
verdad era la lucha de clases protagonizada, dentro del estado-nación, por
dos naciones, por dos estilos de vida colectiva, dos culturas, bien distinguibles
y con intereses encontrados.
En forma paralela al fenómeno francés, el Romanticismo alemán
rescató a la sociedad real, orgánica, histórica, nacional, ocultada por el

2 Rossolillo, Francesco, Nación, Bobbio, Norberto, Diccionario de política,


México, Siglo XXI Editores, 1982, p. 1075.
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racionalismo especulativo. El historicismo jurídico de Herder, y Savigny


reaccionó contra el mencionado racionalismo jurídico, enfatizando la
fuerza constitutiva de la sociedad y la cultura, y buscando el significado de
las reglas jurídicas en la evolución de las sociedades. Era la recuperación
histórica y sociológica del hombre (Schleiermacher, Ranke, Marx,
Spencer, Comte, Dilthey) que encontrará claves fundamentales en el
lenguaje y en la praxis social. De esta manera, la escuela histórica se separó
de Hegel al rechazar la construcción apriorística de la historia del mundo y
mantuvo que no era la especulación filosófica sino la investigación histórica
la que podía conducir a una visión universal de la historia. Pensar
históricamente significó, desde entonces, reconocer que los estados y las
naciones de cada periodo tienen su propio derecho a existir y a su propia
perfección.3
Sobre esta ruta, Humbolt (1820) sostuvo que el lenguaje se imbricaba
con la conformación de la fuerza espiritual de las naciones,4 en el sentido
de que la lengua es una manera de concebir el conjunto del modo de
pensar y de sentir.5 O sea, una visión etnicista que retoma lo aseverado por
Vico casi un siglo antes: “…el mundo de las naciones constituye el dominio
que el hombre mejor puede conocer con la verdad probable… las
diferentes conformaciones psíquicas de los hombres, son las que han
engendrado las costumbres e instituciones sociales y estatales, en cada
estadio”.6
El florecimiento industrial del siglo XIX robusteció el poderío de los
estados-nación para imponer sus fronteras por sobre demarcaciones
étnicas. Dicho de otra manera, se aceleró el proceso de integración del
territorio y población de los estados-nación, de acuerdo con límites
establecidos por la guerra y haciendo caso omiso de naciones étnicas, es
decir, de comunidades formadoras con la tradición de un estilo de vida
colectivo.
Los estados-nación se apropiaron de la citada idea de la sociedad
histórica e intensificaron su esfuerzo para imponer con apremio un nuevo

3 Gadamer, Hans George, Truth and Method, Londres, Sheed and Ward,
1979, p. 176.
4 Humboldt, Wilhelm von, Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano y
su influencia sobre el desarrollo espiritual de la humanidad, España, Anthropos, 1990, p. 24.
5 Ibidem, p. 52.
6 Meinecke, Friedrich, El historicismo y sus génesis, México, Fondo de Cultura
Económica, 1982, p. 56.

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tipo de nación.7 El instrumento de rápida eficacia fue la ideología en su


sentido de catálogo de valores comunes por el hecho de pertenecer a un
estado; o, de otra manera, la ideología fue el reflejo del poder estatal en la
mente de la población considerada como unidad de individuos con
identidad nacional.
El México del siglo XIX es un buen ejemplo de urgencia y hasta
desesperación por la creación de un estado-nación que superara la desigualdad
social y la marcada diferencia de naciones étnicas que lo constituían desde
antes de su independencia. No obstante este apremio, el método no fue el
conducente. Salvo la fallida revolución de Independencia de 1810 en que
participaron, como fuerza viva, las naciones indígenas oprimidas, el resto
de la historia en ese siglo fue protagonizado por un precario estado-nación
disputado primero, por dos grupos urbanos, liberales y conservadores,
luego por un transitorio imperio, después por una democracia solamente
para dichos grupos urbanos, para finalizar el siglo con la dictadura cuya
ilusión fue replicar una identidad nacional moderna, la cual requería hacer
caso omiso de las naciones indígenas. Por otro lado, en ningún momento
de la centuria el intermitente federalismo intentó traslucir la pluralidad de
dichas naciones, pues se redujo a reflejar divisiones territoriales de
cacicazgos.
La Revolución mexicana significó la reaparición de las huestes
descendientes de quienes acompañaron a Hidalgo y Morelos, mismas que
obtuvieron el debido reconocimiento, así fuera formal, en las garantías
sociales de la Constitución de 1917. Pero sólo el periodo de Lázaro
Cárdenas vio un esfuerzo de reconocimiento de la pluralidad de naciones
que nos integran, si bien equidistante a la voluntad política por consolidar
una nación omnicomprensiva. A partir de entonces, la nación mexicana ha
devenido como un slogan gubernamental y una formalidad jurídica y las
naciones integrantes sólo han sido objeto de atención folclórica y turística.
En sentido reivindicatorio, a partir de 1994 han vuelto a aparecer las
mismas huestes, esta vez con las armas de la palabra y de la presencia.

7 Este fenómeno tuvo diferencias entre los diversos estados, dependiendo de


su necesidad de conservar el stato quo o de cimentar el nuevo Estado. Entre los
primeros estarían el Reino Unido, Austria, España, y entre los segundos Francia,
Italia y Alemania. Todos los estados de América estarían entre los segundos,
incluyendo los Estados Unidos de América. En todo caso, la intensa promoción de
la ideología nacional fue, naturalmente, general.
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Debo acentuar que, en el caso de México, la nación tiene una


significación muy especial. La nación no personifica sólo a todos los
mexicanos, sino que es el titular del dominio originario de la tierra y del
subsuelo nacional, que entraña la riqueza que sostiene la soberanía
nacional. Por este motivo, la nación mexicana ha recibido el asalto de la
avidez extranjera en tres dimensiones: como identidad nacional, titular de
los restos del patrimonio nacional y pluralidad no reconocida de naciones.
Lo peculiar, pero no extraño, es que, como antaño en tiempos del fallido
Imperio, los que hacen fuego no son sólo extranjeros.
Volvamos al desarrollo occidental de la nación. En el siglo XIX, la
identidad nacional de cada estado-nación occidental vivió escindida en
clases antagónicas según un criterio de intereses económicos (burgueses y
proletarios). Al devenir la sociedad más compleja en el siglo XX y, sobre
todo, en su segunda mitad, se fueron diluyendo los contornos de las clases
sociales y, en cambio, comenzaron a destacarse heterogéneos movimientos
que reivindicaban identidad propia con criterios de clasificación social
basados, principalmente, en definiciones culturales y no de contraposición
binaria. El esquema social resultante fue el de múltiples identidades
traslapadas que, por reflejar perspectivas culturales, se han expresado
como movimientos multiculturales que reemplazan el monopolio
ideológico del estado-nación con una diversidad de ideologías
correspondiente a diferentes niveles y criterios de agrupamiento ya no sólo
étnicos, sino de género, generacionales, de preferencias sexuales, de
ecología, etc. Este movimiento, conocido como multiculturalismo, se ha
emparejado y ha impreso fisonomía al renacimiento y remozamiento de la
lucha por los derechos humanos.
En las postrimerías del siglo pasado se inició un genuino embate contra
el estado-nación por parte de la globalización, entendida como la lucha
mundial por la dominación o la hegemonía en la economía, en la política,
en el derecho y en la cultura. La razón es que la globalización es opuesta a
la democracia real que coloca el área de decisiones políticas básicamente
en organizaciones locales y, en congruencia, es promotora de la llamada
democracia formalmente representativa, aunque únicamente lo es tan sólo
en su fase de la elección no en la de decisión, y que deviene en cúpulas de
elite política con decisión autónoma. Esta predilección deriva porque para
las potencias mundiales resulta más fácil negociar con elites con poder

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centralizado que con bases sociales institucionalizadas con capacidad


deliberante y participativa.
Frente a los vectores de diferenciación multicultural se han
fortalecido y expandido las ideologías globalizadoras impulsadas por
los medios masivos caracterizados por procurar la universalización de
patrones fundamentalmente de consumo de diversos bienes, sean ofertas
religiosas o electorales, de sistemas jurídicos, artículos de belleza, estilos de
vida fílmicos, distracción política, etcétera. Paralelamente a este programa,
vale la pena notar otro que más francamente muestra la faz de la
globalidad. Me refiero a las dos vertientes propuestas por Samuel
Huntington, una bien conocida que precursa la obsesión excluyente
(¿fascista?) del grupo binacional de Bush respecto al mundo árabe, y otra
anunciada en su nuevo libro en el que resalta el desafío para la identidad
nacional estadounidense, o nuevo choque de identidades, consistente en el flujo
migratorio latinoamericano, especialmente de mexicanos a quienes, por
cierto, considera lentos en aprender el inglés.8.
En medio del forcejeo entre la pujanza globalizadora y la rebelión
multicultural, la suerte del estado-nación se supedita a la capacidad
integradora de su democracia. Me explico. La diversidad de perspectivas
multiculturales dentro de toda sociedad, local o nacional, tiene un punto de
convergencia en el sistema político y en el sistema jurídico, en virtud de ser
éstos los privilegiadamente responsables de procesar las diferencias sociales
para armonizarlas en instituciones regulativas, basadas en el respeto a
todas las identidades y dirigidas hacia la igualdad y la equidad en las
oportunidades, y, también, hacia la racionalidad en la ordenación de los
fines sociales. Este procesamiento de diferencias se efectúa, necesariamente,
en un régimen ubicable en un continuo entre el autoritarismo y la
democracia. La historia atestigua ineficacia e inestabilidad en la medida en
que el régimen se sitúa en dirección del autoritarismo.
Lo expuesto facilita comprender el por qué este escenario revigorizó la
lucha ancestral por el reconocimiento de las minorías. Un solo ejemplo, en
1982 Canadá aprobó la Canadian Charter of Rights que, emulando el sistema
de los Estados Unidos de América, establece la posibilidad de que el Poder
Judicial nacional revise la legislación de todos los niveles de gobierno
locales. Esto ha sido impugnado por habitantes de Quebec, los
quebequenses consideran que ellos mantienen una legislación muy

8 The Washington Post, 24 de febrero de 2004.


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particular que juzgan necesaria para su supervivencia como minoría


francófona, por ejemplo, la que establece que sólo los inmigrantes y
no francófonos pueden tener sus hijos en escuelas anglófonas, que las
empresas con más de 50 empleados deben operarse en francés, que
los anuncios comerciales deben ser escritos en francés, etcétera. Estos
movimientos de una nación dentro de otra más amplia han sido
interpretados brillantemente por teóricos como Charles Taylor9 y Jürgen
Habermas.10
En lo que respecta a México, se puede aseverar que si con una noción
ilusoria de la globalidad, continuaré difumando sus fronteras nacionales y
desvaneciendo su complejo y precario estilo de vida colectivo, lograría colapsar
la agrietada presa que impide la inundación impetuosa del asimétrico
poder nacional de los Estados Unidos de América. No pregonizo un Estado
nacionalista cerrado ni mucho menos, sino un Estado conciente y
autoafirmado en su carácter multinacional en nivel local y con timbres de
estado-nación para la defensa, sobre todo, de su soberanía como país frente
al más poderoso y ambicioso del mundo.
Pareciera que en el siglo XXI sólo existiera frente a nosotros la
disolución del estado-nación en el mar de la globalidad. No es así. Creo que
la clave está en la tenaz voluntad de los estilos de vida de las pequeñas
colectividades que, por un lado, han resistido las presiones del estado-nación
para diluirlas y, por otro, le han servido al propio estado-nacional como
estructura aglutinante. El apoyo real al desarrollo de la pluralidad de
comunidades con rasgos culturales propios es lo que puede recomponer un
mosaico armónico y sistémico que reconstituya una nación no ya impuesta
de arriba abajo, como antaño, sino a la inversa, donde el reconocimiento, y
por ende el respeto, a la diversidad conduzca la sinergia requerida para
hacer funcional una unidad multinacional.
En nuestro país, el sistema político formalmente federal beneficia un
desarrollo multinacional, sin perjuicio de constituir, a la vez, un sistema de
unidad nacional. Empero, la larga historia no concluida de centralismo
autoritario y las persistentes presiones para mantener en rehén de cúpulas a
9 Cfr. Taylor, Charles, Sources of the Self, The Making of the Modern Identity, USA,
Harvard University Press, 1989, pp. 3-8. También, “The Politics of Recognition”,
Multiculturalism, USA, Princeton University Press, 1994, pp. 25-73.
10 Habermas, Jürgen, The Inclusion of the Other, USA, MIT Press, 1998, pp.
129-153. También “Struggles for Recognition in the Democratic Constitutional
State”, Multiculturalism, USA, Princeton University Press, 1994, pp. 117-128.

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la democracia están contribuyendo, junto con intereses ajenos al país, a la


difusión del poder político, a la enajenación del ámbito económico, a
la imprudente alteración del sistema jurídico y al abatimiento de la riqueza
multicultural, en suma, al desvanecimiento de las potencialidades capaces
de crear una nueva identidad nacional, a la vez comunitaria, diversa y
estatal.

III. LA IDENTIDAD INDIVIDUAL O YO

El individuo y la nación son dos aspectos del mismo fenómeno, como


bien aseveró Freud: “… En la vida anímica individual, aparece integrado
siempre, efectivamente, «el otro»,… y de este modo, la psicología
individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un
sentido amplio,…”.11 En otras palabras, no hay una tajante distinción
entre lo social y lo individual, sólo puede hablarse de una focalización en el
grupo o en el individuo, toda vez que el análisis de cualquier Yo estará en
función de su historia inmersa en la historia de sus grupos: familia, escuela,
amigos, clase, etnia, nación, estado, que son el tiempo y el espacio de su
historia pasada, presente y futura. Todo lo cual indica que para nuestro
análisis debemos abordar tanto el ángulo individual como el social.

1. El carácter

Así pues, también los individuos tienen un estilo para enfrentar la vida y
el mundo, al que suele llamársele personalidad, en la cual se acostumbra
distinguir el temperamento y el carácter. Corresponden al primero aquellas
peculiaridades mentales del individuo atribuibles a sus genes, y al segundo,
que sería el más vasto, los patrones propios y particulares de
funcionamiento mental formados mediante la interpretación lingüística de su
interacción con el mundo y, muy especialmente, con los otros.
Esto es, la nación, estilo de vida colectivo o sus presentaciones actuales
en forma de manifestaciones multiculturales serían a un pueblo lo que el
carácter sería para un individuo. En buena medida, las singularidades de

11 Freud, Sigmund, “Psicología de las masas y análisis del yo (PMAY)”, Obras


Completas,
México, Ediciones Nueva Hélade, 1995. Versión electrónica hipertextual
multimedia, Freud Total 1.0.
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una nación o de un carácter propician el destino del pueblo o del


individuo en cuestión. Naturalmente, ambos fenómenos son procesos
interdependientes, en marcha, nunca acabados y, por ende, susceptibles de
perfeccionamiento o corrupción. En consecuencia, vamos a hablar
primero del carácter individual para conectarlo, posteriormente, con su
dimensión social.
Debemos distinguir en el carácter salud y neurosis. La primera se
mostraría en tácticas mentales establecidas, en lo general, para zanjar
eficientemente los problemas planteados circunstancialmente. En
contraste, la neurosis consistiría en el empleo reiterado de patrones
inconducentes (por carecer de racionalidad profunda) y, por tanto,
ineficaces para realmente resolver problemas de la vida y que, de
permanecer por largo tiempo, se tornarían crónicos anquilosando el
carácter. De esta manera, la evolución saludable o neurótica del carácter
va determinando el destino de los individuos. Mutatis mutandis, los estilos
culturales son susceptibles de una formación propiciatoria o no para sus
miembros, dependiendo de sus propias potencialidades y de las influencias
y presiones favorables o deformantes que reciba del exterior y que procese
libre o compulsivamente.
Pero, recordemos, el carácter es sólo la forma de ser de un protagonista:
el Yo, entendido como centro de imputación de la identidad de la persona.
Procedamos, pues, a explicar cómo se forma el Yo.

2. El Yo como fruto del reconocimiento

Sócrates, Platón y Aristóteles comenzaron con el análisis del alma. La


filosofía helenística con estoicos y epicúreos, especialmente tematizó el Yo.
En el medioevo Agustín de Hipona abundó en este eje. Pero fue hasta
finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando el pensamiento
europeo emprendería este programa para nunca más abandonarlo.
Algunos de los pioneros en tocar el tema fueron Georg Chistoph
Lichtenberg, quien recomendó en ese tiempo el estudio de los sueños como
la avenida que conduciría a un autoconocimiento de otro modo
inaccesible;12 Goethe y Schiller, que buscaron en el inconsciente las raíces
de la creación poética; Schopenhauer, quien, en combate con el

12 Gay, Peter, Freud. Una vida de nuestro tiempo, p. 159.

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hegelianismo, trajo a la palestra de la epistemología la introspección


psicológica en diversas obras como El mundo como voluntad e idea.
Empero, fue Hegel quien primero irrumpió a fondo en el Yo profundo
iniciando un proceso fecundo en el siglo XIX, principalmente con
Nietzsche y con el joven Freud, pero que incluyó a Eduard von Hartmann,
quien publicó en 1870 La filosofía del inconciente. En otra ruta, Jean Martin
Charcot publicó en 1872 Lecciones sobre las enfermedades del sistema nervioso. En
su práctica clínica y académica en el Hospital Salpêtrière, en París, buscó a
través de la hipnosis el camino hacia el misterioso origen psicológico, no
fisiológico, de las histerias. Freud fue su alumno ahí en 1885.
Freud, finalmente, tomó una noción indefinida y le otorgó precisión,
convirtiéndola en el fundamento de una psicología mediante la
especificación de los orígenes y contenidos del inconsciente y sus
imperiosos modos de pugnar por la expresión y su vinculación con la
represión.
Antes de exponer las aportaciones freudianas a la identidad del Yo,
examinaré brevemente pero con cuidado su antecedente fundamental en
este punto: Hegel. Este pensador distingue entre Conciencia y Autoconciencia.
La primera percibe la naturaleza a través de la certeza sensible y el
entendimiento, la considera como algo distinto de ella, pero la reflexión le
muestra que el saber sólo le será posible por una unidad sintética: la
Auto-Conciencia, la cual al conocer al otro, de verdad, se conocerá a sí
misma.13 O, como diría Kojève, el hombre llega a ser conciente de él
mismo cuando dice Yo. Entender su origen es entender el origen del Yo
revelado por el lenguaje,14 que constituye el medium para la construcción de
la vida intersubjetiva de la cual el Yo obtiene su reconocimiento y, por
tanto, su real existencia.
Conforme a Hegel, el hombre acciona sobre el mundo movido por el
deseo. El deseo niega al mundo destruyéndolo o transformándolo y, así,
niega la realidad objetiva del mundo creando, a cambio, la realidad
subjetiva del hombre. El mundo es para el hombre un no-Yo natural, o sea,
un no humano. Por tanto, al destruirlo, al consumirlo directamente, de
manera natural, crea una realidad subjetiva animal, no humana, un Yo

13 Cfr. Hegel, G.W.F., Fenomenología del espíritu, introducción, México, Fondo de


Cultura Económica, 1998, p. 107.
14 Kojève, Alexandre, Introduction to the Reading o Hegel, USA, Cornell University
Press, 1980, p. 3.
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animal.15 En contraste, la Autoconciencia se ve en y a través de otra


Autoconciencia que no está dentro sino fuera de sí.
Dicho de otra suerte, los ojos de la Auto-Conciencia, o sea el Yo humano, no
pueden volverse sobre sí, sino que han menester un espejo humano para verse,
para conocerse, para tener conciencia de sí mismos. Tagore lo diría
poéticamente: “Búscate, hermosura, en el amor, y no en la adulación de tu
espejo”.16 El amor como todo reconocimiento es imposible de una persona
a sí misma, sino que tiene que pasar por la vida del otro.
Pero Hegel no concibió a la humanidad en idílica fraternidad.
Adyacente al reconocimiento de las Auto-Conciencias, miraba eclosionar la
contraparte del reconocimiento, esto es, el individualismo competitivo que
devendría un siglo después en la cultura del narcisismo, según Chistopher
Lash, el padecimiento más importante y destructor en el hombre
contemporáneo.
En efecto, Hegel dijo comprender que la Auto-Conciencia o Yo se duplica
para poder dar lugar a una unidad de reconocimiento mutuo. Pero el
resultado de esta duplicación no es la coexistencia de dos Auto-Conciencias (o
yos) iguales sino contrapuestas, en la medida en que son esencialmente
desiguales. Así lo dice expresamente: “[Las] dos figuras contrapuestas de la
conciencia: una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser
para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para
otro; la primera es el señor, la segunda el siervo”.17 ¿En qué sentido son
real mente contrapuestas? Hegel hace notar que la desigual dad inicial
de las Auto-Conciencias contrapuestas amo-siervo, se trastoca. Pues si bien,
dice, la Auto-Conciencia del amo supera la vida animal al afrontar
voluntariamente la muerte y la Auto-Conciencia del siervo prefiere, en el
primer momento, como el animal, la vida a la Auto-Conciencia, la vida a la
muerte en la libertad, finalmente el siervo encuentra el reconocimiento en
un nivel superior, a través del trabajo y del ahorro, de no consumir los
productos naturales ni todos los transformados. Al final de la espiral, el
siervo es amo del amo y el amo es siervo del siervo. La historia de las rebeliones
y revoluciones refrendan esta dialéctica.

15 Ibidem, p. 7.
16 Tagore, R., “Pájaros perdidos”, Obra escogida, España, Aguilar, 1986, p.
1159.
17 Hegel, G.W.F., “Introducción”, Fenomenología del espíritu, México, Fondo de
Cultura Económica, 1998, p. 117.

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3. El Yo como producto de la identificación

Según algunos autores,18 para Freud el mecanismo de identificación “no es


simplemente un mecanismo psíquico entre otros, sino la operación misma
mediante la cual el sujeto humano se constituye”. Por el contrario, creo que
Freud se refirió, además de la identificación, a otra fuente o función
constitutivas del Yo, a saber, el Yo como socializador del Ello. Creo que
examinando ambas se completa la aproximación freudiana al programa
del Yo.
Para Freud la identificación es la manifestación más temprana de un
enlace afectivo a otra persona. Así, el niño manifiesta un especial interés
por su padre, quisiera ser como él y reemplazarlo en todo. De esta manera,
el niño hace de su padre, su ideal. Simultáneamente o algo más tarde,
comienza el niño a tomar a su madre como objeto de sus instintos
libidinosos. De esta confluencia nace el complejo de Edipo normal. El niño
advierte que el padre le cierra el camino hacia la madre, y su identificación
con él adquiere, por este hecho, un matiz hostil terminando por fundirse en
el deseo de sustituirle también cerca de la madre. De lo cual se infiere que la
identificación es, desde un principio, ambivalente, y puede devenir tanto
en una exteriorización cariñosa como en el deseo de supresión.19
Explica Freud que una masa es una reunión de individuos que han
reemplazado su ideal del Yo por un mismo objeto, el caudillo, el jefe militar o
Cristo, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una general y
recíproca identificación del Yo.20 El ideal del Yo engloba la suma de todas las
restricciones a las que el Yo debe plegarse. Por esta razón, la coincidencia
del Yo con el ideal del Yo produce siempre una sensación de triunfo; contrario
sensu, el sentimiento de culpabilidad (o de inferioridad) puede ser
considerado como la expresión de un estado de tensión entre el Yo y el ideal
del Yo”.21
En el maníaco, calidad muy frecuente en los líderes, el Yo y el ideal
del Yo se hallan confundidos, de manera que el sujeto dominado por un
sentimiento de triunfo y de satisfacción, no perturbado por crítica
alguna, se siente libre de toda inhibición. Por el contrario, la miseria de

18 Laplanche, J., Pontalis, J.B., The Language of Psycho-Analysis, USA, W.W.


Norton & Company, 1973, p. 206.
19 PMAY, pp. 23 y 24.
20 PMAY, p. 31.
21 PMAY, p. 41.

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ELEMENTOS SOBRE LA IDENTIDAD NACIONAL

una persona deprimida constituye la expresión de un ideal del Yo que


implacablemente condena al Yo con la manía del empequeñecimiento y de
la autohumillación.22 No es de extrañarse que las personas o grupos
deprimidos tiendan a introyectar a un caudillo poderoso como sustituto de
su ideal del Yo (sobre todo en época de elecciones).

4. El Yo como socializador de los instintos

Freud se refiere al Yo como socializador del Ello de esta manera: “[El Yo


es]… una parte del Ello modificada por la influencia del mundo exterior… el
Yo se esfuerza en transmitir al Ello dicha influencia del mundo exterior y
aspira a sustituir el principio del placer que reina sin restricciones en el Ello,
por el principio de la realidad. La percepción es para el Yo lo que para el
Ello es el instinto. El Yo representa lo que pudiéramos llamar la razón o la
reflexión, opuestamente al Ello, que contiene las pasiones”.23 En otro lugar,
agregó: “El Yo se deriva en último término de las sensaciones corporales,
principalmente de aquellas producidas en la superficie del cuerpo, por lo
que puede considerarse al Yo como una proyección mental de dicha
superficie y que por lo demás corresponde a la superficie del aparato
mental”.24
En otras palabras, el Ello resulta ser la parte natural, o sea, animal, de la
mente humana que, en su evolución, desarrolló una relación que se podría
llamar reflexiva con respecto al mundo externo. Lo que Freud no indica es
que este mundo externo no es el mundo natural sino el mundo humano.
Esto es, no fue reflexionando sobre el mundo natural sino actuando en el
mundo intersubjetivo, como el Ello se humanizó mediante su transformación
parcial en Yo.25 Por lo tanto, el tipo de influencia y mensajes que la sociedad
le trasmite o enseña al Yo desde su infancia es fundamental y casi definitivo
para determinar la forma en que el individuo va a interpretar al otro, al
trabajo, al delito, a los valores, a los derechos humanos, etcétera. De esta
interpretación y concepción dependerá el manejo que dará cada individuo
22 PMAY, p. 41.
23 Freud, Segismund, “El <Yo> y el <Ello>”, Obras completas, Madrid,
Editorial Biblioteca Nueva, 1973, t. III, p. 2708.
24 Ibidem, nota 1634.
25 Para un mayor desarrollo sobre esta relación del Yo con el Ello, confrontar
mi artículo “El superyó en la cultura jurídica”, Derecho y Cultura, núm. 9-10, pp.
6-9.

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EDUARDO F. RAMÍREZ GARCÍA

a sus impulsos y pasiones en beneficio o desgracia del grupo social, cultural,


nacional y estatal.
La exposición sucinta de estas propuestas sobre la constitución del Yo
muestra con evidencia la complejidad de la materia y, por ende, la
necesidad de profundizar en él para comprender en qué condiciones,
propicias o no, se conforman los Yos en el México actual.

IV. APUNTES SOBRE LA IDENTIDAD NACIONAL

De los dos apartados precedentes, es factible colegir los siguientes


apuntes que pueden servir para un programa de investigación sobre la
identidad nacional en México.
La identidad nacional es un concepto adosado al desarrollo del
estado-nación a partir de la Revolución francesa. En consecuencia, este
concepto ha proveído aglutinante de una definición para la creación de
estilos generales de vida, correspondientes a los diferentes estados-nación
europeos y americanos, primordialmente. Asimismo, ha jugado el papel de
cortina de humo para cubrir los diferentes estilos de vida o culturas
coexistentes dentro de dichos estados-nación.
En otro aspecto, los estados-nación fungieron como el arreglo
institucional apropiado para el combate competitivo del capitalismo
industrial, tanto en su fase colonialista como, en la fase imperialista
principalmente. Con todo, las mudanzas tecnológicas y políticas de las
últimas décadas del siglo XX marcaron el límite del estado-nación como
baluarte del desarrollo capitalista y dieron paso al surgimiento de la
globalización, como flamante esquema para el imperialismo capitalista de
nuevo cuño, caracterizado en un monto importante por la hegemonía
militar y económica de los Estados Unidos de América.
Paradójicamente, el estado-nación ha dejado de ser la cobertura de
ocultamiento de la diversidad cultural, para convertirse en la posible
estructura para su salvaguardia contra los asaltos de la globalización
imperial. El multiculturalismo o diversidad de naciones locales en
convivencia dentro de los territorios estatales pretende encontrar y afianzar
su dignidad en dos dimensiones: mediante el respeto a su pluralidad que
obtenga del estado-nación y a través del fortalecimiento de dicho
estado-nación como bastión para precaverse de la amenaza imperial.

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ELEMENTOS SOBRE LA IDENTIDAD NACIONAL

En esta nueva asignación de roles y reacomodo de poderíos, el


tradicional concepto de identidad nacional reivindica, sobre todo en países
periféricos, una significación destacada al brindar al estado-nación una
participación trascendental en la determinación de su destino, a saber, el
de ser fortín para defender su soberanía en jaque. Las acciones en que la
identidad nacional movilizada puede ser crucial son el resguardo de:
a) la integridad territorial contra, por ejemplo, presiones para concesiones
de islas, b) la jurisdicción nacional contra intromisión de agencias policiales
extranjeras (FBI en aeropuertos), c) industrias estratégicas para el
desarrollo nacional (energía eléctrica), d) la disponibilidad de instrumentos
esenciales de políticas públicas (sistema bancario y financiero, deuda
pública), e) sus recursos naturales y de biodiversidad, y, sobre todos, f) su
población, entendida como el más caro y decisivo componente de un país,
sus nacionales, de cuya salud, educación y autoestima depende su destino.
¿Cómo se construye en México, por ejemplo, la identidad individual, es
dcir, el Yo de los mexicanos?, ¿cuánto reconocimiento a su dignidad
reciben de las autoridades judiciales, de las administrativas, de los policías,
de los maestros, de los padres?, ¿con qué modelos les promueve la
identificación por admiración y emulación, la familia, el estado y los
medios de comunicación?, ¿qué valores, deseos y creencias socializan las
pasiones de los mexicanos y quién los promueve? En fin, ¿qué mexicanos
han venido conformando la familia, el Estado, y los grupos culturales, y
qué mexicanos queremos conformar y para qué?
Ante este programa, debemos admitir que existen, legítimamente, en
todo país, grupos interesados en la custodia de la soberanía nacional y otros
que no lo están. Consecuentemente, grupos interesados en una identidad
nacional fuerte en su unidad y fuerte en el respeto a su variedad cultural, y
grupos que ven en dicha identidad nacional un atrancamiento en el pasado
y una necedad en mantener atrasos premodernos que dificultan la libertad
de movimiento y comercio de bienes y capitales. Ni siquiera en las
dictaduras más férreas ha sido posible eliminar discrepancias. La solución
la sabemos todos (aunque no todos la quieren): el procesamiento
democrático de las divergencias.
En conclusión, el porvenir del estado-nación, de la identidad nacional,
del multiculturalismo y de la soberanía nacional, está en manos del hado de
la democracia.

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