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OÍDO: ¿A QUÉ SUENA BOGOTÁ?

A ritmo acelerado y un tono singular


El Espectador Bogotá 6 Ago 2017 - 9:00 PM
Mónica Rivera Rueda
En la capital del país se concentran muchos de los sonidos que identifican al país,
pero como ciudad tiene también un sonido propio dentro del que se encuentra
desde el cantar de un copetón, hasta una serenata de mariachis, tiple o acordeón.

Además de congregar cientos de sonidos, Bogotá tiene sonidos únicos que la identifican. Cristian
Garavito - El Espectador
Bogotá se mueve a un ritmo frenético. Si hay que simplificar a qué suena la
ciudad, fácilmente se puede decir que a caos vehicular. Pitos sonando,los
motores de las motos en medio de los carros, un Transmilenio arrancando de
una estación o el fuerte estruendo de un avión volando bajo. Son sonidos
normales en medio de un día tranquilo en la ciudad Pero más allá, hay sonidos
que destacan en medio del silencio. Una fuerte brisa, que señala el nivel del frío
de la noche, o pájaros de toda clase, que con su canto presagian la llegada de la
mañana. Y si vamos a hablar de acentos, a pesar de que los bogotanos creen que
no tienen uno en particular, al recorrer las calles se oye una gran mezcla de tonos,
proveniente de todos los rincones del país
Pero si hay que hablar de un sonido, seguro se puede apelar a la música. A la
Sinfónica o a la Filarmónica tal vez, si hay que hablar en el sentido más estricto
de la música clásica o, por qué no, a uno de quienes a diario se suben a los buses
a improvisar algo de rap o compartir alguna canción popular. O bueno,
quizás uno de los boleristas, vallenateros o mariachis que fácilmente se pueden
encontrar en la Caracas con 56, esperando a negociar un toque o una llamada que
les indique la dirección a la que deben llevar su música. Las principales razones
por la que piden una serenata son los cumpleaños, asegura el mariachi Alexander
Vargas, le siguen pedidas de matrimonio y las festividades a la madres y aunque
no se crea tan común, al menos una vez a la semana tocan en un funeral “Entre
celebraciones y fiestas de toda índole el mariachi es aún uno de las cartas para
alegrar la noche. Al contraste del estruendoso sonido de las trompetas y el dulce
y cálido sonido del violín se mesen las armonías de los guitarrones. Bogotá me
suena a rancheras y boleros, música que deleita el oído y de paso el bolsillo del
artista”, asegura Vargas.
Para Álvaro González, coordinador de Radiónica, “Bogotá es por naturaleza el
lugar que suena más híbrido en Colombia. Es multicultural, tiene muchos
colores, ritmos, armonías melodías y letras. No es una ciudad con una sola banda
sonora. Tiene miles de bandas sonoras”.
Y hay más. Más allá de las radios comerciales, los servicios digitales de música
por streaming o cualquier tipo de sonido que pueda reproducir un capitalino en
sus audífonos (mientras se dirige a su trabajo o trota en la mañana); a todo
volumen en su casa, mientras hace aseo, o va en su vehículo dotado de un
completo equipo de audio, la música también se vibra en vivo en la ciudad.
En los últimos años, la oferta de conciertos se ha expandido. Para Alejandro
Marín, director de La X, esta es una tendencia mundial y en Bogotá hay
opciones para todo público. Nicolai Fella, vocalista de los Petit Fellas, cree que
la música alternativa comienza a apoderarse de la ciudad “y es por eso que
empezamos a llegar a estos festivales masivos”.
Desde Rock al Parque, pasando por Estéreo Picnic, hasta el Jumbo Concierto o
los tradicionales eventos que organizan las emisoras de música popular o
vallenato, nutren la variada oferta de música en vivo en Bogotá, a la que según
González, le hace falta un espacio para la música no bailable. “No se le ha
dado la oportunidad a ese otro publico. No hay circuito de recitales establecido.
Si lo pudiéramos hacer, de pronto las bandas independiente tendrían una mayor
posibilidad de sostenimiento”.
La noche en Bogotá es más rumbera. Conserva el ruido del tráfico, pero
progresivamente lleva a la ciudad al silencio, al sonido de un carro de la basura,
al ladrar de un perro a medianoche o, por el contrario, a la más alta estridencia.
La vida nocturna en la ciudad no es homogénea. En el sur se destaca la Primero
de Mayo; en el norte, la 93 o la 85, así como Chapinero y unos cuantos lugares
más en La Candelaria, cada uno con un sonido particular y una forma de disfrutar
la música de una manera distinta.
“Como toda industria emergente, se beneficia de sus prohibiciones grandemente.
Como parte de nuestro ADN cultural, alimenta la idiosincrasia de la
violencia. La noche capitalina es hermosa. Y todo lo que es altamente hermoso
es altamente letal y peligroso”, cree Marín.
Nicolai lo refuta y cree que la noche capitalina está dividida por prejuicios y
limitaciones sociales, pero considera que la música es libre y no depende de
quien la escuche o la ponga para llevar un mensaje.
En fin, Bogotá nunca deja de sonar. A González le suena como a un gran rugido.
“Cada vez que salgo con la grabadora, me encuentro con paisajes sonoros muy
atractivos. A mí me suena a una canción de metal combinada con una canción
de rap, con una buena letra de rock y, de vez en cuando, con ritmos del Caribe o
del Pacífico. Es un híbrido muy interesante”.
“Es una ciudad demasiado diversa, que en una calle puede sonar a tango y en la
siguiente a hip hop. Podría adjetivarla: siento que Bogotá suena atrevida, suena a
fiesta, suena a libertad y a valentía”, asegura Nicolai. Mientras que a Marín
le suena a hip hop y a reguetón, pero más allá de los sonidos musicales, la
ciudad suena a un canto natural. “El de los gorriones urbanos, los que nos
acompañan por derecho a vivir en la ciudad. Dicen que por cada ser humano hay
uno que lo acompaña. El mío no me falla. Rugen los aviones al fondo de mi
ventana, pero siempre, siempre, me despierto con el canto de un gorrión urbano
en la mañana”.

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