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BLOQUE V

“LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1.788-1.833): LIBERALISMO


FRENTE A ABSOLUTISMO”

1. La Guerra de la Independencia (1.808-1.814): antecedentes y causas. Bandos en


conflicto y fases de la guerra.
2. Las Cortes de Cádiz. La Constitución de 1.812.
3. El reinado de Fernando VII (1.814-1.833): liberalismo frente a absolutismo. El
proceso de independencia de las colonias americanas.

1. LA GUERRA DE LA INDEPENCIA (1.808-1.814): ANTECEDENTES Y


CAUSAS. BANDOS EN CONFLICTO Y FASES DE LA GUERRA.

A) LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1.808-1.814):


ANTECEDENTES Y CAUSAS:

“LA FAMILIA DE CARLOS IV” (GOYA; OBRA PINTADA ENTRE 1.800 Y


1.801)
En diciembre de 1.788 murió en Madrid Carlos III y le sucedió su hijo, Carlos IV, de
talante político bien distinto al de su padre. Si Carlos III se ajustaba en gran medida al
modelo ideal de monarca del despotismo ilustrado, con Carlos IV se estableció lo que
algunos autores denominan “despotismo ministerial”, ya que el verdadero poder lo
ejercía el primer ministro y no el rey. Al contrario que su padre, Carlos IV era un
hombre débil, políticamente inepto y dominado por su esposa, Mª Luisa de Parma. Se
desentendió del gobierno, que mantuvo inicialmente en manos del conde de
Floridablanca. La Revolución Francesa (1.789) provocó en España una reacción política
conservadora y, desde el momento en que ésta se inició, se intentó evitar cualquier
“contagio” revolucionario procedente del país vecino. Un férreo control en las aduanas
y una estricta censura fueron los medios utilizados para evitar que las ideas
revolucionarias se difundieran en España. La vida intelectual de la Corte se extinguió.
Conforme la revolución se radicalizaba, la tensión con Francia fue aumentando. A
Floridablanca le sucedió en 1.792 el conde de Aranda. Tras un corto período de
gobierno del conde de Aranda, Carlos IV tomó una decisión clave en su reinado:
nombró primer ministro a Manuel Godoy (antiguo guardia de corps) en 1.792. Este
favorito de los reyes se convirtió en la figura clave durante el resto del reinado de Carlos
IV. La ejecución de Luis XVI en enero de 1.793 provocó la ruptura de la tradicional
alianza con Francia. Tras fracasar Godoy en el intento desesperado de salvar la vida a
Luis XVI, España se unió a una coalición internacional contra la República francesa, lo
que hizo que Francia declarase la guerra a España en marzo de 1.793: Guerra de la
Convención o de los Pirineos (1.793-1.795). La derrota militar española fue rápida y
concluyente. El fracaso bélico precipitó la firma de la Paz de Basilea (1.795), por la que
España aceptó la pérdida de la parte española de la isla de Santo Domingo y la vuelta a
la tradicional alianza con Francia contra Inglaterra. Esta alianza se selló en el Tratado de
San Ildefonso, firmado en 1.796, que implicaba, por tanto, asumir el enfrentamiento con
Inglaterra y su aliado Portugal, que eran los enemigos principales de Francia. Se
iniciaba así una deriva diplomática en la que el ascenso al poder de Napoleón en 1.799 y
la debilidad del gobierno de Godoy llevaron a España a una creciente dependencia de la
política exterior francesa y, por tanto, al enfrentamiento con Inglaterra. En 1.800
Napoleón forzó la firma del segundo Tratado de San Ildefonso. Las consecuencias
pronto se hicieron notar: en 1.801 Francia y España entraron en guerra contra Portugal -
el viejo aliado inglés- (la Guerra de las Naranjas), que supuso la victoria sobre Portugal
y la consiguiente anexión de Olivenza a España; sin embargo, esta victoria no sirvió
para compensar la catástrofe naval de la armada franco-española frente al almirante
Nelson en la batalla de Trafalgar -1.805-, suponiendo tal desastre el fin de la potencia
naval española y la pérdida del ya precario control marítimo español sobre sus colonias
americanas. Los ruinosos resultados de la alianza con Francia no impidieron que Godoy
firmara con Napoleón el Tratado de Fontainebleau en 1.807, por el que se autorizaba la
entrada y el establecimiento de tropas francesas en España con el propósito de invadir
Portugal. A esas alturas la figura de Godoy era crecientemente criticada en los medios
influyentes del país. La derrota naval de Trafalgar, que había desbaratado el poder
marítimo español, y la crisis económica, concretada en el enorme déficit del Estado y en
la drástica disminución del comercio con América, avivaron la oposición de la nobleza,
desairada por el favor real a un “advenedizo” como Godoy, y del clero, asustado ante la
puesta en marcha de la primera desamortización de bienes de la Iglesia (1.798-1.808:
desamortización de Godoy), a la que se ligaba por primera vez la gravísima situación
financiera de la Corona, que estaba endeuda, debido a que el hundimiento del mercado
colonial y la depreciación de los vales reales habían dejado la Hacienda exhausta; se
trataba de expropiar y vender los bienes raíces de la Iglesia destinados a obras de
beneficencia (fincas de Cofradías, Hospitales, Hospicios y demás establecimientos
piadosos), dedicando el importe a la amortización de la deuda pública, esto es, el dinero
recaudado por la venta de estas fincas debía canjearse por vales reales, recibiendo la
Iglesia, a cambio, el 3% de los vales reales adquiridos; sin embargo, y aunque se obtuvo
una cantidad importante, la deuda no dejó de crecer, y las tierras fueron a parar a los
grandes propietarios, por lo que sirvió sólo para reforzar la estructura agraria existente;
y, por su parte, la Iglesia reaccionó con dureza contra el desprestigiado Godoy, a quien
acusaba por su política de apoyo a los ilustrados y a quien atribuía toda la
responsabilidad de la desamortización; en 1.798 los reyes optaron por despedir a Godoy,
que regresaría al poder con el apoyo de Napoleón en 1.800. Este descontento cristalizó
en la formación de un grupo de oposición en torno al Príncipe de Asturias, el futuro
Fernando VII, que rápidamente se puso a trabajar para acabar con el gobierno de Godoy
y, por qué no, del rey que le había nombrado (Carlos IV).

B) BANDOS EN CONFLICTO Y FASES DE LA GUERRA:

MAPA DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA ESPAÑOLA (1.808-1.814)


A finales de 1.807 la situación social y económica del país era muy grave: guerras
sucesivas desde hacía 15 años, hambre originada por la escasez de las cosechas,
epidemias causantes de una importante mortandad, precios disparados, comercio
colonial colapsado, bancarrota del Estado, etc. Muy pronto se hizo evidente que la
entrada consentida en España de las tropas napoleónicas, en base al Tratado de
Fontainebleau (1.807) se había convertido en una ocupación de nuestro país. Consciente
finalmente de este hecho, Godoy tramó la huida de la familia real hacia Andalucía y la
Corte se desplaza a Aranjuez. Las razones de Napoleón para invadir España podían
tener como base la imagen de un país atrasado y con un ejército incapaz de oponer
resistencia a la apisonadora militar francesa, o al hecho de que numerosos puertos
españoles violaban el bloqueo continental impuesto por Napoleón a Gran Bretaña (en
1.806), ya que las mercancías británicas entraban en la Península cada vez en mayor
cantidad. Los planes de Godoy se verán frustrados. En marzo de 1.808 estalló un motín
popular (protagonizado por soldados, campesinos, etc.) en Aranjuez organizado por la
facción de la Corte partidaria del Príncipe de Asturias: el Motín de Aranjuez (el palacio
fue asaltado por los partidarios de Fernando), que precipitó la caída de Godoy -acusado
de querer huir con los reyes a América- y, lo que fue más importante aún, obligó a
Carlos IV a abdicar en su hijo con el nombre de Fernando VII. El enfrentamiento entre
Fernando VII y Carlos IV tenía un único árbitro posible: Napoleón. Con las tropas del
general francés Murat en Madrid, Napoleón llamó a padre e hijo a Bayona, en Francia, y
les forzó a abdicar en su hermano José Bonaparte (José I): Fernando VII devolvía el
trono a su padre, Carlos IV, quien renunciaba a él a favor de Napoleón, quien, a su vez,
lo cedía a su hermano José Bonaparte. Fueron las abdicaciones de Bayona (mayo de
1.808), por las que los Borbones cedieron sus derechos a Napoleón. Tratando de
atraerse a la opinión ilustrada, el nuevo monarca José I (1.808-1.813) publicó el Estatuto
de Bayona (1.808), carta otorgada (documento concedido como una especie de
Constitución para el Estado, si bien en lugar de ser dictada por el pueblo, la carta
otorgada surgía del poder absolutista, del rey; no se reconoce el principio de soberanía
nacional) que concedía algunos derechos más allá del absolutismo. Ante la evidencia de
la invasión francesa, el descontento popular acabó por estallar: el 2 de mayo de 1.808 se
inicia una insurrección - levantamiento- en Madrid, cuando el resto de la familia real se
disponía a abandonar el Palacio de Oriente -en Madrid- para dirigirse a Francia; será
abortada por la represión de las tropas napoleónicas (el pueblo madrileño se amotinó y
fue reprimido por las tropas francesas con extrema dureza; el ejército español se
mantuvo al margen y sólo algunos oficiales desobedecieron y sublevaron el cuartel de
artillería de Monteleón). En los días siguientes los levantamientos antifranceses se
extienden por todo el país. Se inicia la Guerra de la Independencia (1.808-1.814). Las
abdicaciones de Bayona y la insurrección contra José I significaron una situación de
“vacío de poder” que desencadenó la quiebra de la monarquía del Antiguo Régimen en
España. Para hacer frente al invasor, se constituyen Juntas Locales, que se integraron en
Juntas Provinciales, las cuales asumen la soberanía en nombre del rey ausente. En
septiembre de 1.808 las Juntas Provinciales se coordinaron y se constituyó la Junta
Suprema Central. Pese a que gran parte de los miembros de estas juntas eran
conservadores y partidarios del Antiguo Régimen, la situación bélica provocó la
asunción de medidas revolucionarias como la convocatoria de Cortes. Tras el
levantamiento general contra los invasores, las tropas españolas consiguieron algún
triunfo como la victoria de Bailén (Jaén), en julio de 1.808. Para poner fin a la
insurrección, el propio Napoleón, al frente de 250.000 hombres, hizo acto de presencia
en la Península durante el otoño de 1.808 y ocupó la mayor parte del país (Madrid se
rindió en diciembre), excepto las zonas periféricas y montañosas, donde se inició la
“guerra de guerrillas” contra el ejército francés (las guerrillas aparecieron en 1.808
como unidades de paisanos armados con el objetivo de mantener en constante amenaza
a los franceses -mediante emboscadas o fuerzas reducidas del enemigo-; compuestas al
principio por unas docenas de hombres -antiguos militares españoles y campesinos-,
fueron creciendo rápidamente al sumarse a ellas no sólo civiles, sino también
numerosos delincuentes). Durante seis años (1.808-1.813) se enfrentaron el ejército
francés (con el apoyo de los “afrancesados”, grupo formado fundamentalmente por
viejos reformistas e ilustrados, que pretendían una modernización pacífica y gradual de
España, como la que parecía garantizar José I, sin sobresaltos revolucionarios) y la
guerrilla española, formada por antiguos militares españoles y campesinos, ayudados
por el ejército británico enviado a la Península Ibérica. Por lo tanto, se enfrentaban los
partidarios de José I Bonaparte (el ejército francés y el grupo de los “afrancesados”) y
los partidarios de Fernando VII (los rebeldes nacionalistas -guerrilla española-,
apoyados por el ejército británico); así, en este último grupo, se distinguían dos posturas
que sólo coincidían en su rechazo al invasor francés y en su aspiración al retorno de
Fernando VII como legítimo rey español: los liberales (su rechazo a los franceses no les
impedía compartir en lo fundamental sus nuevas ideas -surgidas con la Revolución
Francesa-, por lo que pretendían el establecimiento de un nuevo tipo de monarquía -no
absolutista-) y los absolutistas (partidarios del retorno de Fernando VII como monarca
absoluto, en la tradición del Antiguo Régimen). En 1.810 la Junta Suprema Central
traspasó sus poderes a un Consejo de Regencia (gobierno transitorio que actuaba en
nombre del rey hasta que éste pudiera ocupar de forma efectiva su cargo), que actuaba
en nombre del rey Fernando VII y que se estableció en Cádiz, la zona más segura de la
Península Ibérica por entonces. 1.812 fue el año decisivo. En ese año el ejército del
general británico Wellington, con el apoyo de españoles y portugueses, avanzó por el
sur y reconquistó Badajoz e infringió sucesivas derrotas a los franceses (Arapiles -en
Salamanca-, San Marcial -en Zamora-), reconquistando Salamanca. Así, quedó abierto
el camino hacia Madrid. Tras la catástrofe de la Grande Armée (las tropas francesas de
élite) en Rusia (1.812), un Napoleón completamente debilitado retiró de España a más
soldados del ejército para asegurar la defensa de Francia, dejando a las fuerzas
hispanobritánicas en superioridad. En junio de 1.813 la batalla de Vitoria consumó la
derrota francesa y obligó a José I a cruzar la frontera. Tras ser asediado y derrotado en
1.813 por las fuerzas de la Gran Coalición (tropas aliadas europeas: Prusia, Rusia,
Austria, Suecia, Gran Bretaña, España, Portugal) en la Batalla de las Naciones -o
Batalla de Leipzig-, Napoleón se replegó a Francia incapaz de resistir la embestida de la
Gran Coalición (el ejército francés apenas contaba con 100.000 hombres, mientras que
el de los aliados superaba el medio millón de soldados). De tal modo, en diciembre de
1.813 Napoleón, completamente debilitado, devolvió la Corona a Fernando VII por el
Tratado de Valençay. Las tropas francesas abandonaban el país. La guerra había
concluido de manera oficial, aunque cuando Fernando VII regresó a España (marzo de
1.814) todavía quedaban tropas francesas en determinadas zonas de Cataluña. La
cruenta Guerra de la Independencia tocaba a su fin.

2. LAS CORTES DE CÁDIZ. LA CONSTITUCIÓN DE 1.812.

Las abdicaciones de Bayona (1.808) habían creado un vacío de poder en la España


ocupada por los franceses. Pese a que los Borbones habían ordenado a las autoridades
que se aceptara al nuevo rey José I, muchos españoles se negaron a obedecer a una
autoridad que se veía como ilegítima. Para llenar ese vacío y organizar la espontánea
insurrección contra los franceses se organizaron las Juntas Provinciales, que asumieron
la soberanía. Es decir, que mientras que, en general, las instituciones y máximas
autoridades del Antiguo Régimen aceptaban las abdicaciones de Bayona, la mayoría del
país rechazó su legitimidad y formó sus propios órganos de gobierno. Se trataba de una
auténtica revolución política porque significaba asumir la soberanía nacional y romper
con el régimen absoluto (Antiguo Régimen). Primero surgieron Juntas Locales, luego
éstas se unieron dando lugar a las Juntas Provinciales, y en septiembre de 1.808,
finalmente, las Juntas Provinciales se coordinaron y se constituyó en Aranjuez la Junta
Suprema Central (con sede en Cádiz), que, en ausencia del rey legítimo -Fernando VII-,
asumió la totalidad de los poderes soberanos y se estableció como máximo órgano de
gobierno. A pesar de su carácter revolucionario, las distintas “juntas” estuvieron
formadas casi siempre por miembros de las clases dirigentes, como nobles, clérigos,
intendentes, generales o burgueses ilustrados, a los que el pueblo estaba acostumbrado a
obedecer. Además de dirigir la guerra, la Junta Suprema Central asumió la tarea de
reformar las instituciones del Antiguo Régimen. Tras largas discusiones, se llegó a la
conclusión de que sólo las Cortes del reino elegidas mediante sufragio universal
indirecto (-masculino-; los electores son varones mayores de 25 años y los candidatos a
diputados son varones mayores de 25 años que tributan a Hacienda una cierta cantidad -
elegibilidad censitaria-) podían aprobar, en nombre del país, las reformas necesarias.
Así, la Junta Suprema Central convocó reunión de Cortes extraordinarias en Cádiz, acto
que iniciaba claramente el proceso revolucionario. Mientras la Junta Suprema Central,
asediada en Cádiz, daba paso a un Consejo de Regencia, se celebraron las elecciones en
medio de muchas dificultades. En septiembre de 1.810 se inauguraron las sesiones y el
Consejo de Regencia entregaba toda la autoridad a las Cortes, consumando así el
proceso revolucionario. En las Cortes de Cádiz (1.810-1.813) la celebración de las
elecciones en situación de guerra propició que se reunieran unas Cortes con
preponderancia de elementos burgueses y cultos procedentes de las ciudades
comerciales del litoral. La elección de los diputados de cada provincia se realizó
mediante el voto de los varones mayores de 25 años (sufragio universal indirecto
masculino). Como ya se ha comentado, las sesiones de Cortes comenzaron en
septiembre de 1.810 y muy pronto se formaron dos grupos de diputados enfrentados:
liberales (partidarios de reformas revolucionarias, inspiradas en los principios de la
Revolución Francesa -soberanía nacional, separación de poderes, sociedad de clases...-,
que eran contrarios al absolutismo) y absolutistas o “serviles” (partidarios del
mantenimiento del Antiguo Régimen: monarquía absoluta, sociedad estamental,
economía mercantilista). La mayoría liberal, aprovechándose de la ausencia del rey,
inició la primera revolución liberal burguesa en la historia de España, con dos objetivos:
adoptar reformas que acabaran con las estructuras del Antiguo Régimen (libertad
económica -exigía la abolición del régimen señorial feudal y la liberalización de la
propiedad y del trabajo- e igualdad jurídica -requería la abolición de los privilegios
feudales de la nobleza y clero, y la consideración de toda la población como ciudadanos
iguales ante la ley-); aprobar una Constitución que cambiara el régimen político del país
(se trataba de establecer un sistema político parlamentario y constitucional, que
reclamaba la abolición del poder absoluto del rey y la elaboración de una Constitución
que definiera el nuevo modelo de Estado y el funcionamiento de las instituciones). Éstas
fueron las principales reformas políticas, económicas, sociales y jurídicas adoptadas por
las Cortes de Cádiz: libertad de imprenta; abolición del régimen señorial (supresión de
los señoríos jurisdiccionales, pues suponían una reminiscencia feudal; sin embargo, la
nobleza mantuvo la propiedad sobre casi todas sus tierras); extinción de la Mesta;
eliminación del mayorazgo y declaración de la libre propiedad; supresión de la
Inquisición (1.813); abolición de los gremios (se establecía la libertad económica,
comercial, de trabajo y de fabricación -principios acordes con el liberalismo
económico-); tímida desamortización de algunos bienes de la Iglesia y desamortización
de bienes de propios (bienes propiedad de un municipio que proporcionan una renta al
mismo por estar alquilados: fincas rústicas, prados, dehesas, montes, etc.) y baldíos
(terrenos que no se cultivan ni se aprovechan para pastos), con el fin de amortizar la
deuda pública y recompensar a los militares retirados. Pero la labor más importante de
las Cortes de Cádiz fue la promulgación de la primera Constitución auténticamente
española, ya que no se puede considerar como tal el Estatuto de Bayona (1.808), pues
más que una Constitución es una carta otorgada por José I Bonaparte. Así, la
Constitución de las Cortes de Cádiz fue aprobada el 19 de marzo de 1.812 y
popularmente conocida como “La Pepa”. Este texto legal fue la primera Constitución
liberal del país. La Constitución de 1.812 es uno de los grandes textos liberales de la
Historia, siendo muy célebre en su tiempo; en la historia del Derecho está considerada
como uno de los mejores modelos del primer constitucionalismo occidental, a la altura
de la Constitución francesa de 1.791 o de la norteamericana (1.787). Los diputados
liberales Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero y Pérez de Castro son las figuras
más destacadas en la elaboración de la Constitución de 1.812. En relación con su
contenido, se podrían destacar las siguientes características esenciales de la
Constitución de 1.812: a) Se establecía el principio de soberanía nacional, es decir, que
la autoridad suprema residía en el conjunto de la nación representada en las Cortes; b)
La estructura del nuevo Estado era una monarquía limitada -no absoluta-, con división
estricta de poderes: legislativo (reside en las Cortes -unicamerales- con el rey; las leyes
son elaboradas por las Cortes y el rey las promulga y sanciona, pero el monarca también
dispone de veto -puede suspender las leyes por dos veces como máximo en un período
de tres años-; además, las Cortes también decidían sobre la sucesión a la Corona,
aprobaban los tratados internacionales y los impuestos, etc.; se establece que las Cortes
sean unicamerales y elegidas por sufragio universal indirecto de los varones mayores de
25 años, pudiendo ser sólo candidatos a diputados quienes tributen a la Hacienda una
cierta cantidad -elegibilidad censitaria-; las Cortes tienen un mandato de dos años),
ejecutivo (es ejercido por el rey, que junto a los ministros -llamados aún Secretarios de
Despacho-, constituye el Gobierno; el rey nombra libremente a sus ministros, que
responden en teoría ante las Cortes, pero no pueden ser cesados por ellas -no hay, pues,
control parlamentario del Gobierno-; sin embargo, se establecen importantes
limitaciones a la autoridad real -del rey- /nombra a los ministros, pero éstos deben ser
refrendados por las Cortes <”doble confianza”>; sus órdenes deben ir validadas por la
firma del ministro correspondiente; no puede suspender o disolver las Cortes; puede
aplicar un veto suspensivo, pero de carácter transitorio <durante dos años>, y tras él la
decisión de las Cortes se convierte en ley; además, no puede abdicar o abandonar el país
sin permiso de las Cortes, llevar una política exterior no supervisada por la cámara,
contraer matrimonio sin su permiso o imponer tributos) y judicial (corresponde a los
tribunales de justicia; se reconocen dos fueros especiales -el militar y el eclesiástico-,
mientras que el fuero único se establecía para el resto de ciudadanos); c) Nuevo derecho
de representación (la nación ejerce su soberanía mediante sus representantes en Cortes);
d) Complicado procedimiento electoral por sufragio universal indirecto masculino
(derecho de voto: todos los hombres mayores de 25 años elegían a unos
compromisarios, que a su vez elegían a los diputados -para ser candidato a diputado era
preciso tributar una cierta cantidad a la Hacienda pública <elegibilidad censitaria>); e)
Igualdad de los ciudadanos ante la ley (esto supuso el fin de los privilegios
estamentales); f) Se omite toda referencia a los territorios con fueros, lo que equivalía a
su no reconocimiento (no obstante, los regímenes de las provincias vascas y de Navarra
no se derogaron explícitamente); g) Reconocimiento de derechos individuales (a la
educación elemental, libertad de imprenta, inviolabilidad del domicilio, a la libertad y a
la propiedad); h) El catolicismo es la única confesión religiosa permitida (la necesidad
de contar con la colaboración del clero en la lucha contra los franceses explica este
rasgo intolerante que choca con el espíritu avanzado de la Constitución); i) Respecto a
la administración del Estado, éste se divide en provincias; j) Se establecía también un
ejército permanente bajo la autoridad de las Cortes, y una milicia nacional, con los
objetivos de reforzar al Ejército en caso de guerra y de servir de cuerpo de defensa del
Estado liberal.

3. EL REINADO DE FERNANDO VII (1.814-1.833): LIBERALISMO


FRENTE A ABSOLUTISMO. EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE
LAS COLONIAS AMERICANAS.

A) EL REINADO DE FERNANDO VII (1.814-1.833): LIBERALISMO


FRENTE A ABSOLUTISMO:

FERNANDO VII PINTADO POR GOYA (HACIA 1.814)


Tras el Tratado de Valençay (1.813), Fernando VII se preparó para regresar a España,
país donde gobernaban unos principios políticos -liberales- completamente contrarios a
sus convicciones absolutistas. El monarca demoró su regreso a Madrid tanteando la
situación ante la cada vez más evidente debilidad de los liberales en el interior del país.
Fernando VII (1.814-1.833) regresó a España en marzo de 1.814 y fue recibido por
continuas aclamaciones populares. En abril de ese mismo año un grupo de diputados a
Cortes absolutistas le presentaron el conocido como “Manifiesto de los Persas”, en el
que reclamaban la vuelta al absolutismo: se trataba de un escrito, redactado por 69
diputados “serviles” -así denominaban en las Cortes de Cádiz los diputados liberales a
los diputados partidarios del absolutismo-, en el que se animaba al monarca a ignorar las
propuestas liberales y a restaurar la monarquía absoluta. Así, Fernando VII en mayo,
mediante un Real Decreto, disolvió las Cortes, declaro nula toda su actuación y, por
tanto, abolió la Constitución de 1.812; de tal forma, Fernando VII restauró la monarquía
absoluta y las viejas instituciones, incluida la Inquisición. Este episodio se interpreta
como un golpe de Estado que fue posible gracias al apoyo prestado por parte del
Ejército, de la nobleza y del clero reaccionarios: esto significaba la defensa a ultranza de
los privilegios estamentales. Además de la Constitución, fueron suprimidas las leyes
desamortizadoras, la libertad de imprenta y la reforma de los impuestos; se restituyeron
los privilegios de la nobleza y de la Iglesia (jurisdicciones, tierras, edificios, derechos,
etc.); se restablecieron el Tribunal de la Inquisición y la Mesta, y se permitió incluso el
retorno de la Compañía de Jesús; de toda la obra de Cádiz sólo permaneció la abolición
de la tortura en el procedimiento judicial, lo que no impidió que en la práctica se
siguiera utilizando. Consecuencia inmediata del golpe de Estado fue la represión a la
que fueron sometidos liberales y “afrancesados”. Se iniciaba así el período conocido
como el Sexenio Absolutista (1.814-1.820): restauración del absolutismo. En un
período crucial en la historia de Europa, cuando se estaba dirimiendo el equilibrio de
fuerzas tras Napoleón, Fernando VII se mostró sorprendentemente desinteresado por los
asuntos externos. Y es que, pese a haberse enfrentado con el emperador francés, España
quedó relegada a un papel secundario en el concierto internacional. Con una economía
depauperada por la guerra recién terminada y con unas colonias americanas que de
hecho no producían ningún beneficio a la metrópoli, Fernando VII, apegado al
mantenimiento de los privilegios estamentales, se negó a emprender cualquier reforma
fiscal que incrementara los ingresos de un Estado en quiebra (el problema más grave era
la quiebra financiera del Estado; sucesivos ministros fracasaron en su intento de resolver
el problema, aunque eran conscientes de que la causa estribaba en que los propietarios
de la mayor parte de las tierras del país no pagaban impuestos -pero ni los privilegiados
ni el rey estaban dispuestos a cambiar la situación-; el envío de tropas a América para
sofocar el movimiento independentista agravó el problema, e hizo imposible acometer
los gastos necesarios para reconstruir el país tras la guerra). Además de la devastación
del país, la producción industrial estaba hundida y el comercio paralizado por la pérdida
del mercado colonial. La labor del gobierno de Fernando VII se centró en la represión
de los enemigos de la restaurada monarquía absoluta. Por lo tanto, se detuvo y juzgó a
liberales y “afrancesados”, acusados respectivamente de conspiración contra el rey y de
traición; otros muchos habían conseguido huir antes de ser apresados y exiliarse a
Francia o a Inglaterra (país que se convirtió en el modelo -tanto político como
económico- que muchos liberales españoles adoptaron como referencia en sus proyectos
de transformación y modernización de España; en correspondencia, los gobiernos
ingleses concedieron con facilidad derecho de asilo a los españoles perseguidos por
Fernando VII; es más, Gibraltar fue la base principal de actuación para la propaganda y
las conspiraciones del liberalismo español). En consecuencia, las persecuciones de las
que fueron objeto los liberales les obligaron a pasar a la clandestinidad y a formar
“sociedades secretas” (asociaciones clandestinas e ilegales que, en este caso, agrupaban
a individuos de ideología liberal), siempre dispuestas a la conspiración. Muchos
militares, entre ellos antiguos héroes de la Guerra de la Independencia, optaron por las
posturas liberales y para hacer frente a la represión se integraron en sociedades secretas
de ideología liberal como la masonería. Estos militares protagonizaron diversas
intentonas de golpe militar o pronunciamiento: Espoz y Mina en 1.814, Díaz Porlier en
1.815, Lacy en 1.817… Todos los intentos de golpe fueron duramente reprimidos.
Finalmente, un pronunciamiento liberal terminó por triunfar. Poniéndose al frente de un
ejército que en Cabezas de San Juan (Sevilla) estaba acantonado para marchar hacia
América a luchar contra los rebeldes independentistas -del cual era jefe-, el teniente
coronel Riego, en enero de 1.820, se pronunció con éxito a favor de la Constitución de
1.812. Durante dos meses Riego recorrió buena parte de Andalucía sin obtener
demasiado respaldo, hasta que el apoyo de guarniciones de otras regiones y ciudades
(La Coruña, Zaragoza, etc.) y, sobre todo, los levantamientos campesinos, que
expresaban su descontento por la situación económica, obligaron a un atemorizado
Fernando VII a jurar la Constitución de 1.812 el 9 de marzo de 1.820. Semanas más
tarde se celebraban elecciones a Cortes, mientras los liberales retornaban del exilio. Así
dio comienzo el período del reinado de Fernando VII conocido como Trienio Liberal o
Constitucional (1.820-1.823). Por primera vez se aplicaba la Constitución de 1.812 en
una situación de paz y con el monarca en el país. Fernando VII, convencido absolutista,
trató de obstruir desde un principio la labor de los gobiernos liberales y el normal
funcionamiento constitucional: pronto se evidenció que el monarca utilizaba todos los
resortes que la Constitución de 1.812 le proporcionaba para obstaculizar las reformas
legislativas de las nuevas Cortes liberales (debe recordarse que la Constitución otorgaba
al rey la sanción de las leyes y le permitía el veto suspensivo de las mismas durante dos
años -si una ley propuesta por las Cortes no era de su agrado, podía paralizar durante
dos años su promulgación-, lo que hizo con cierta frecuencia). Esta actitud del rey va a
provocar una fractura política que se extenderá durante décadas: la escisión de los
liberales: a) Por un lado, los “doceañistas”, que pretenderán modificar la Constitución
buscando una transacción con el rey; por ello, defendieron la concesión de más poder al
monarca y la creación de una segunda cámara reservada a las clases más altas; tras
1.833 -final del reinado de Fernando VII-, los “doceañistas” se convertirán en los
moderados; los “doceañistas” eran partidarios de un gobierno fuerte, de una libertad de
prensa limitada, del sufragio restringido o censitario, de la defensa de la propiedad y del
orden social; representaban a la burguesía urbana de negocios y sus diputados procedían
del exilio, siendo ahora más conservadores; en las Cortes eran minoría; b) Por otro lado,
los “veinteañistas” pedían simplemente la aplicación estricta de la Constitución de
1.812; conocidos también como los exaltados, serán denominados progresistas tras
1.833; de tal modo, se puede afirmar que este grupo es más radical al ser partidario de
una aplicación avanzada de la Constitución (control parlamentario del Gobierno,
sufragio universal, libertad de opinión, menor énfasis en la defensa del orden y la
propiedad, anticlericalismo, etc.); se apoyaban en las capas populares urbanas e
intentaban forzar a las Cortes y al Gobierno a una política más revolucionaria; eran
abogados jóvenes, intelectuales y militares exaltados; mayoría en las Cortes, pasaron a
controlar el Gobierno tras el fracaso del golpe contrarrevolucionario de julio de 1.822.
Alentados por las conspiraciones del rey y espoleados por la grave crisis económica,
pronto surgieron movimientos de protesta contra el gobierno liberal en Madrid. Los
absolutistas habían manifestado su oposición al gobierno liberal desde el comienzo del
Trienio Constitucional, pero a partir del verano de 1.822 esta oposición fue fraguando
en un poderoso grupo, conocido como los realistas, cuya intervención, en complicidad
con el propio rey, fue apreciable en algunos acontecimientos encaminados a restablecer
el viejo absolutismo y, por lo tanto, a precipitar el fin de la experiencia liberal por la
acción contrarrevolucionaria: a) En 1.822 se produjo un intento de insurrección
contrarrevolucionaria cuando cuatro regimientos de la Guardia Real se sublevaron,
siendo éste sofocado por el ejército regular y por la Guardia Nacional; se formó
entonces un Gobierno -liberal- radical, que pasó a vigilar estrechamente al rey, de quien
desconfiaba; b) Desde 1.821 actuaron en el norte (Navarra y Cataluña) partidas
guerrilleras organizadas por la aristocracia y el clero absolutistas; c) La
contrarrevolución realista se concretará en la aparición de partidas de campesinos que
plantearán sus protestas, debidas a la grave crisis económica, estando fuertemente
influenciados por la Iglesia en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña; alentados por
estas protestas, la oposición absolutista se aventuró a constituir la denominada Regencia
de Urgel en 1.822, cerca de la frontera francesa -en Lérida-; trataban así de crear un
gobierno español absolutista, alternativo al liberal de Madrid; pretendió actuar como
gobierno legítimo mientras durará la “cautividad” del rey por parte de los liberales; sin
embargo, dicha Regencia sólo resistió varios meses y finalmente fue disuelta por la
intervención del ejército. El fracaso de la Regencia de Urgel hizo evidente para
Fernando VII y para los absolutistas (realistas) que la única salida para acabar con el
régimen liberal era la intervención de las potencias absolutistas europeas. Tras la derrota
de Napoleón en 1.815, las grandes potencias absolutistas (Prusia, Austria, Rusia y la
Francia de Luis XVIII), reunidas en 1.815 en el Congreso de Viena y coaligadas ese
mismo año en la Santa Alianza (acuerdo para preservar Europa de movimientos
liberales o revolucionarios), se habían comprometido a intervenir ante cualquier
amenaza liberal que surgiera en Europa contra los principios de la Restauración
(absolutismo, Antiguo Régimen). Así, reunidas en 1.822 en el Congreso de Verona, las
potencias absolutistas acordaron una intervención militar en España para acabar con el
experimento revolucionario -liberal-. Se encomendó a Francia la operación militar. En
abril de 1.823 un ejército francés, conocido como los “Cien Mil Hijos de San Luis” -con
el refuerzo de 35.000 voluntarios realistas españoles-, entró en España y, sin encontrar
resistencia popular, conquistó fácilmente el país. El Gobierno y las Cortes se dirigieron
hacia el sur con el rey. En octubre puso fin al último foco de resistencia del gobierno
liberal en Cádiz liberando al rey y reponiéndole como monarca absolutista. Una vez
libre y apoyándose en la fuerza militar francesa, Fernando VII restauró por segunda vez
el absolutismo, dando paso a la etapa conocida como la Década Ominosa (1.823-
1.833), período en el que tiene lugar el proceso de emancipación de América Latina. El
mismo día que Fernando VII fue liberado por los “Cien Mil Hijos de San Luis”
promulgó un decreto por el que anulaba todo lo legislado durante el Trienio Liberal o
Constitucional. La llamada por los liberales Década Ominosa se caracteriza por el
retorno al absolutismo, la represión y el terror contra los liberales (tras la caída de Cádiz
todos los oficiales que habían ocupado puertos importantes durante el Trienio fueron
juzgados, más de un centenar ejecutados -Riego entre ellos- y muchos más enviados a
prisión; se emprendió una auténtica caza de brujas que condenó a muerte y a la cárcel a
miles de personas, entre ellos muchos funcionarios y profesores de tendencia liberal;
muchos liberales pudieron escapar a tiempo rumbo al exilio, pero unos y otros -los
apresados y los que escaparon- vieron expropiados sus bienes; además se estableció una
rígida censura para evitar que pudieran difundirse o publicarse opiniones liberales), la
inoperancia económica. Sin embargo, esta segunda restauración del absolutismo,
aunque pretendía también restablecer el Antiguo Régimen y se iniciaba con una brutal
represión contra los liberales, se desarrolló con un carácter más moderado que la
primera, buscando una cierta modernización administrativa en la línea de la Ilustración
dieciochesca. Y, de tal manera, en esta última etapa de su reinado Fernando VII se
encontró con una doble oposición: la de los liberales (opositores naturales a un régimen
absolutista) y la de los apostólicos (nombre con que se designó al grupo más exaltado de
los realistas o absolutistas; consideraban sospechosas las tímidas medidas de reforma y
el moderantismo del monarca, por lo que conformaron un movimiento -
ultrarrevolucionario- a la derecha del propio Fernando VII que acabará cristalizando en
el carlismo). Esto es, la vuelta al absolutismo no fue idéntica a la de 1.814. Era ya
evidente que había que introducir cambios si se quería mantener el Antiguo Régimen:
ejemplos: se empezó por crear el Consejo de Ministros en noviembre de 1.823; se
recortaron los gastos y se introdujo un presupuesto formal para intentar controlar la
Hacienda; se mantuvo la definitiva abolición de la Inquisición; en conjunto, Fernando
VII intentó mantenerse alejado de los absolutistas más radicales, contando incluso con
algunos ministros reformistas. Esta tímida moderación provocó la intervención de los ya
mencionados apostólicos, que eran partidarios del absolutismo más cerril y criticaban el
talante del rey, a su juicio demasiado blando, y el hecho de que se mantuviera en altos
cargos a ministros sospechosos de moderantismo. Poco a poco fueron radicalizando sus
posturas y comenzaron a apoyar la candidatura al trono de don Carlos (el infante Carlos
Mª Isidro), el hermano del rey, que conspiraba abiertamente por la Corona. Pese a la
represión, las conspiraciones militares liberales continuaron. El peligro de nuevos
pronunciamientos llevó a Fernando VII a tomar una medida extrema: la disolución del
ejército. El monarca pidió a Francia que se mantuvieran los “Cien Mil Hijos de San
Luis” mientras se reorganizaban las fuerzas armadas españolas. En torno a 22.000
soldados franceses se mantuvieron en nuestro país hasta 1.828. Paralelamente, el
régimen absolutista abordó la depuración de la Administración de elementos liberales,
lo que llevó a la expulsión de miles de funcionarios, especialmente docentes. Uno de los
pocos factores positivos de esta última década absolutista fue la reforma de la Hacienda
emprendida por el ministro López Ballesteros. La reforma permitió un cierto equilibrio
presupuestario, al que no fue ajeno el aminoramiento de los gastos militares tras la
independencia de las colonias americanas.

B) EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS


AMERICANAS:
Los orígenes del independentismo americano se remontan al s. XVIII, y tienen que
ver con la política llevada a cabo por los Borbones en América y con la estructura social
del continente. Por consiguiente, diversos factores explican el desencadenamiento del
movimiento independentista: a) El creciente descontento de los criollos, descendientes
de españoles nacidos en América, quienes pese a su riqueza (controlaban las haciendas
y plantaciones) y cultura tenían vedado el acceso a los grandes cargos políticos en las
colonias, reservados para los peninsulares; b) Las limitaciones al libre comercio y al
desarrollo económico de las colonias impuestas por el régimen colonial -de la
metrópoli, España-; estas limitaciones perjudicaban económicamente a la burguesía
criolla; c) La influencia de las ideas ilustradas y el ejemplo de la independencia de los
Estados Unidos de América (1.776); d) Desde la derrota de Trafalgar (1.805) la flota
española había quedado aniquilada, lo que suponía dejar a América desprotegida; e) La
crisis política (vacío de poder) producida en España por la invasión napoleónica, que
privó de legitimidad a las autoridades que representaban a la monarquía de José I
Bonaparte en las colonias, pues en un principio América reaccionó ante la invasión
francesa de España proclamando su lealtad a Fernando VII y creando “juntas”, como en
la Península, pero, sin embargo, en el seno de esas juntas americanas se gestó el
movimiento insurreccional -independentista-. En el proceso de independencia se pueden
distinguir dos grandes etapas: a) 1.808-1.814: esta primera etapa coincide con la Guerra
de la Independencia; los territorios americanos se declararon independientes de la
España napoleónica, pero mantuvieron sus lazos con las autoridades de Cádiz enviando
representantes a las Cortes; cuando Fernando VII fue repuesto en el trono (1.814), todas
las colonias volvieron a unirse a la Corona española tras la intervención militar de la
metrópoli; b) 1.814-1.824: la vuelta al absolutismo propició pronunciamientos militares
que rápidamente derivaron hacia posturas independentistas entre los criollos; esta deriva
fue alentada por Inglaterra, que rápidamente se hizo con la influencia económica en la
zona (Inglaterra mantuvo un doble juego, ya que ayudaba a los españoles a luchar
contra el ejército napoleónico, pero al mismo tiempo observaba con agrado los
desórdenes de las colonias americanas, los cuales permitían abrir nuevos mercados al
comercio británico), y por Estados Unidos; entre los caudillos independentistas
sobresalen las figuras de José de San Martín y Simón Bolívar; el proceso de
independencia se agudizó al máximo tras la revolución de 1.820 en España
(pronunciamiento de Riego), que debilitó al ejército colonial -español- e hizo ya
imparable el proceso emancipador en América /San Martín desde el S y Bolívar desde el
N convergieron hacia el virreinato del Perú para acabar definitivamente con los ejércitos
peninsulares/; las guerras de independencia siguieron una trayectoria compleja y
culminaron con la derrota española en Ayacucho (Perú) en 1.824 -esta batalla puso fin a
la dominación española en América-; sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico
siguieron ligadas a la metrópoli; Simón Bolívar planteó la alternativa de la unidad
americana tras el fin del imperio hispánico, pero los localismos, las mezquindades de
los nuevos dirigentes -ayudados por las maniobras de Estados Unidos con la venta de
armas-, el atraso económico y las dificultades de comunicación, llevaron al fracaso del
ideal bolivariano y a la fragmentación política de la América hispánica. Para España las
repercusiones de la independencia de las colonias americanas fueron fundamentalmente
de tipo económico: a) Cuando acabó el reinado de Fernando VII (1.833), el inmenso
imperio colonial de antaño había quedado reducido a Cuba, Puerto Rico y Filipinas; b)
Inglaterra y Estados Unidos suplantaron a España en el control del mercado americano;
c) El comercio con América, una de las principales actividades de la economía
española, se redujo en gran medida y afectó especialmente a zonas como Cataluña, que
orientaba gran parte de su producción a la exportación a las colonias; d) Desapareció
también una fuente importante de ingresos para la Hacienda Real (los caudales de
Indias: oro y plata), que quedó al borde de la quiebra.

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