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Primera reflexión sobre la bioética: Este marco teórico que predominó en la bioética
desde un primer momento está integrado por las teorías éticas clásicas -la teoría ética
kantiana y el utilitarismo- y la teoría de los principios de Beauchamp y Childress.
Segunda reflexión sobre la bioética: teorías desde las que se han hecho valiosos aportes
a la bioética, constituyen visiones alternativas y componen el marco teórico.
Si bien estas teorías difieren entre sí, también tienen puntos en común y representan
un enfoque que desafía la propuesta teórica predominante en la bioética. Mientras que
en un primer momento la teoría de los principios parece acaparar completamente el
ámbito de reflexión de la bioética, estas otras teorías han generado nuevos puntos de
vista, capaces de promover análisis más sutiles, que complementan los anteriores.
Casuística
En oposición a los discursos éticos que toman a los principios generales como básicos
para la resolución de problemas morales, ha surgido un enfoque que se centra en los
aspectos particulares moralmente significativos presentes en cada caso. Esta
perspectiva filosófica recibe el nombre de particularismo ético.
Podría interpretarse que esta segunda posición, que rechaza las teorías basadas en
principios, constituye una crítica a la estrategia deductiva implícita en este tipo de
teorías y no un rechazo absoluto de cualquier tipo de principio general. No se trata de
un cuestionamiento de la utilidad de los principios en el marco del razonamiento
moral -dado que la misma casuística incluye máximas o reglas generales en sus
razonamientos- sino de la forma en la que se concibe la relación entre el caso y los
principios en el marco de las teorías constituidas por principios generales –esto es,
como una derivación lógica a partir de los principios, sin atender a las circunstancias
particulares del caso.
Feminismo
El feminismo es una de las propuestas teóricas que han tenido gran impacto en la
bioética. Si bien existen distintas vertientes filosóficas, uno de sus puntos básicos
consiste en la denuncia de la existencia de un sistema dominante de pensamiento que
resulta opresivo para las mujeres. Frances Olsen hace un interesante análisis de esta
concepción fundamental del feminismo y de las diversas estrategias que ha desarrollado
para enfrentarlo, que será presentado a continuación.
Existen distintas estrategias para atacar este sistema dual de pensamiento dominante.
Estas estrategias pueden dividirse en tres categorías. La primera comprende estrategias
que se oponen a la sexualización de los dualismos y aceptan la jerarquización. Niega que
las mujeres sean inherentemente irracionales, pasivas, emocionales y, por lo tanto -
dado que acepta la jerarquización-, que sean naturalmente inferiores a los hombres. El
hecho de que las mujeres tiendan a verse así, se explica a través de la educación y la
forma de vida que se ven obligadas a llevar. Esta actitud, que reclama la igualdad de las
mujeres, es ampliamente sostenida en nuestros días y se combina con la denuncia de la
exclusión social de la mujer de los espacios públicos.
Las estrategias de la segunda categoría aceptan la sexualización de los dualismos, pero
rechazan la jerarquía establecida entre los dos lados de los pares opuestos. Esta
categoría comprende estrategias que aceptan la identificación de la mujer con lo
irracional, lo pasivo, el sentimiento pero, a la vez, reconoce un valor especial en estos
rasgos. Los movimientos de reforma social liderados por feministas que sostienen este
tipo de estrategia consideran que las mujeres son moralmente superiores a los hombres
y que, por ese motivo, tienen una misión especial en la mejora de la sociedad. A través
de la ruptura e inversión de la jerarquía establecida por el pensamiento dominante, esta
concepción otorga un rol fundamental a la experiencia femenina y la cultura, la
psicología, la imaginación y el lenguaje de las mujeres.
Por último, las estrategias de la tercera categoría rechazan tanto la sexualización como
la jerarquización de los dualismos. Estas estrategias rompen con las diferencias que se
sostiene que existen entre hombres y mujeres, así como con la creencia de que lo
racional, lo activo, el pensamiento son superiores a lo irracional, lo pasivo, el
sentimiento. El rechazo de la sexualización y la jerarquización de los dualismos es
acompañado generalmente por el cuestionamiento de todo tipo de dualismos, así como
de la aceptación de los papeles sexuales convencionales. Algunas feministas consideran
que las mujeres son y deben ser racionales e irracionales, objetivas y subjetivas. Desde
hace no mucho tiempo, las mujeres influidas por el pensamiento posmoderno, y
especialmente por movimientos desconstructivistas, han comenzado a cuestionar las
dicotomías básicas. En el ámbito de la bioética y más allá de sus diferencias internas, el
feminismo ha criticado las principales tendencias de esta disciplina por considerarlas
representativas de un marco conceptual dominado por el punto de vista de los
miembros más aventajados de la sociedad -principalmente, los hombres. Las feministas
cuestionan el carácter abstracto del marco teórico predominante en la bioética y
enfatizan la importancia de ciertos componentes de la moralidad, descuidados por el
enfoque tradicional, como el contexto en el que se inscribe el cuidado de la salud y los
vínculos relacionales que afectan el proceso de toma de decisiones del paciente.
Una propuesta teórica que tuvo gran repercusión fue la de Carol Gilligan y sus
seguidores, conocida como ética del cuidado. Esta propuesta teórica tiene su principal
origen en los manifiestos feministas, que confrontaban lo que se identificaba como
patrones de razonamiento propios de las mujeres -centrados en ciertos rasgos valorados
en las relaciones íntimas como la piedad, la compasión, la fidelidad- con modelos de
razonamiento que privilegiaban la justicia, los derechos y las obligaciones, considerados
como característicos de los hombres. A diferencia de la teoría moral tradicional,
caracterizada por reglas universales, agentes morales libres e iguales y cálculos
imparciales, la ética del cuidado enfatiza la importancia de las responsabilidades
asumidas en las relaciones íntimas de cuidar, amar, atender a las necesidades y
proporcionar sustento. La perspectiva del cuidado resulta especialmente significativa en
determinados roles sociales, como ser padre, amigo, médico o enfermera, en los que la
respuesta ante la situación, estar atento a determinadas pistas sutiles y afianzar
relaciones especiales tiene mayor importancia moral que el hecho de que el trato sea
imparcial.
A pesar de que el feminismo ha abordado una gran variedad de temas, muchas veces se
lo asocia exclusivamente con de temas de salud reproductiva, como aborto, relación
materno-fetal y tecnología reproductivas. Cabe aclarar, de todos modos, que estos
temas se relacionan estrechamente con temas que trascienden la esfera de
preocupaciones de las mujeres, específicamente, y constituyen cuestiones
fundamentales para la bioética, como los límites de la autoridad del médico, el conflicto
entre intereses comerciales y el bienestar del paciente, entre otros. Susan Wolf publicó
una antología en 1996, Feminism and Bioethics: Beyond Reproduction, que incluye
perspectivas feministas sobre diversos temas largamente relegados en la bibliografía
sobre bioética, entre los que se destacan la exclusión de las mujeres como sujetos de
investigación, la concepción individualista abstracta de autonomía personal que
prevalece en la bioética y la estigmatización de las mujeres HIV positivo. También la
visión crítica del feminismo sobre la teoría bioética dominante en la disciplina encontró
su lugar en la bibliografía, aunque normalmente bajo el rótulo de teorías “alternativas”,
junto con el comunitarianismo, la casuística, la ética del cuidado. En 1992, Susan Sherwin
publicó No Longer Patient: Feminism Ethics and Health Care, el primer libro sobre teoría
bioética feminista.
Ética de la virtud
En contraste con las teorías éticas deontológicas y utilitaristas, que postulan un único
principio general y se centran respectivamente en el deber y las consecuencias de las
acciones, la ética de la virtud enfatiza las virtudes o el carácter moral del agente, los
motivos para realizar la acción, el rol de las emociones en la vida moral y la consideración
del tipo de persona que el agente moral debe llegar a ser. En este sentido, se encuentra
más próxima a la teoría que hemos visto recientemente, así como a la teoría que
veremos a continuación.
La virtud es un rasgo del carácter, una disposición a actuar de cierto modo, que se
relaciona a su vez con otras acciones, elecciones y sentimientos. Una persona virtuosa,
como podría ser una persona honesta, no es aquella que simplemente tiene tendencia
a decir la verdad. Poseer una virtud implica aceptar un cierto rango de consideraciones
como razones para la acción. Una persona honesta no es aquella que meramente actúa
de forma honesta en alguna o en varias ocasiones, sino que lo hace porque reconoce
como razón relevante que actuar de otro modo sería deshonesto. Esto implica, a la vez,
que la elección de actuar de ese modo debe estar acompañada de los sentimientos
adecuados.
Esta teoría resulta atractiva porque comúnmente consideramos el carácter y los motivos
de las personas al evaluar su carácter moral. En este sentido, la concordancia de la
acción con el deber o un cierto principio no parece ser suficiente para formar un juicio
moral sobre el agente.
Dado que decir la verdad en cierto contexto puede ser inapropiado, podría pensarse que
la honestidad, a pesar de ser una virtud, puede conducir a una persona a actuar
incorrectamente. Sin embargo, la noción de virtud de Aristóteles se diferencia del uso
común de este término y supone una elección racional por parte del agente. La virtud
es definida por Aristóteles como un término medio entre dos extremos, que es
establecido a través de la razón. La sabiduría práctica es el conocimiento que permite a
quien lo posee deliberar correctamente al hacer juicios morales y actuar de modo
correcto en una determinada situación. Por ello, en el marco de la teoría de la virtud de
Aristóteles, ser honesto no implica decir siempre la verdad, sino hacerlo sólo en aquellos
casos en que es oportuno.
La ética de la virtud aristotélica tiene carácter teleológico. Según Aristóteles, toda acción
tiende a un bien y el fin último de todas las acciones es el bien supremo, que es la
eudaimonía. El concepto de eudaimonía es un concepto central de esta teoría, que
comúnmente es traducido como “felicidad” o “florecimiento”, y ocasionalmente como
“bienestar”. Aristóteles concibe la eudaimonía en función de la finalidad del ser
humano, como una actividad del alma conforme a la virtud. El ser humano obtiene la
felicidad cuando vive su vida de acuerdo al uso de la razón.
La ética para las profesiones sanitarias basada en la virtud que propone Pellegrino
comprende una teoría de la medicina para definir el fin o bien de la medicina como
actividad; una definición de la virtud en términos de esa teoría; y un conjunto de virtudes
implicadas por la teoría, que caracterizan al “buen” profesional de la salud. De su teoría
de la medicina, se infiere el fin o bien de esta actividad, que consiste en primer lugar en
curar y, si esto no es posible, en cuidar y ayudar. Siguiendo a Aristóteles, la virtud es
definida por el autor como un rasgo de carácter que dispone a su poseedor
habitualmente a la excelencia en la realización del fin específico de la actividad humana.
Dado que curar es la actividad específica de la medicina y la enfermería, las disposiciones
que contribuyen a la capacidad de curar son las virtudes de la medicina.
Comunitarismo
Los comunitaristas se oponen a los postulados del liberalismo, bajo el cual podría
considerarse que se encuentran el utilitarismo, el kantismo y el individualismo liberal.
La relevancia otorgada por estas teorías a las nociones de individualidad, autonomía y
derechos de las personas en algunas ocasiones entran en contradicción con el interés
de las teorías comunitaristas de priorizar el bienestar general. Los comunitaristas suelen
atribuir la fragmentación social o la ausencia de programas comunitarios efectivos a la
aplicación de teorías liberales.
Las políticas de obtención de órganos para transplante han sido objeto de fuertes
debates entre comunitaristas y liberales, quienes se apoyaban en argumentos que
priorizaban respectivamente la promoción del bien común y del resguardo de la
autonomía de los individuos y la decisión individual. Las propuestas comunitaristas se
extienden desde la ley de donante presunto hasta considerar que los órganos de un
cadáver pertenecen a la comunidad.
Un tema de especial interés para los comunitaristas, dada su evidente relación con el
bien común, es la distribución de asistencia sanitaria. Daniel Callahan enfatiza que las
políticas públicas relativas a este tema deben basarse en el consenso social, y no en los
derechos individuales. El autor extiende su propuesta de sustentar las regulaciones
sociales en los valores comunitarios al ámbito del uso de nuevas tecnologías en la
medicina, la utilización de los conocimientos genéticos, la responsabilidad hacia las
generaciones futuras y los límites de la asistencia sanitaria a los ancianos.
Ahora bien, ¿qué es la bioética? ¿Qué relación tiene con cuestiones tan disímiles como
la relación médico-paciente, el aborto y la eutanasia, la genética y la reproducción
asistida, los transplantes de órganos, la investigación clínica, la justicia y los derechos
humanos? ¿Hay problemas de bioética que son particularmente relevantes para ciertos
países?
La bioética nace, básicamente, en el mundo anglosajón en los años 70. En una primera
etapa, son los problemas engendrados por las nuevas tecnologías médicas los que
plantean dilemas. Estas innovaciones incluyen desde los trasplantes de órganos -el
primer trasplante de corazón se realizó en 1967, disparando un fuerte cambio en la
conceptualización del criterio de muerte- hasta la reproducción asistida -en 1978 nace
Louise Brown, la primer bebé de probeta-, pasando por técnicas menos complejas pero
que igualmente generan perplejidad.
Situaciones más sutiles, como el profundo cambio que sufrieron algunas actitudes
sociales, influyeron en los inicios de la bioética. La caída de los absolutismos provocó la
horizontalización de las relaciones de poder y la instauración de regímenes
democráticos inauguró un nuevo tipo de relación entre los ciudadanos y sus
representantes políticos. En este contexto, la relación médico paciente atravesó grandes
transformaciones respecto de épocas pasadas. Cincuenta años atrás, el médico visitaba
la casa de la familia, conocía a todos sus miembros, sabía qué enfermedad había tenido
cada uno y, fundamentalmente, era una figura muy respetada. En las últimas décadas,
el proceso de cuidado y organización de la medicina se modificó sustancialmente: los
grandes hospitales comenzaron a tener un rol preponderante, se difundió la división del
trabajo médico por especialidades y la profesión médica se fue precarizando
gradualmente. Desapareció la figura del médico de familia. Muchos profesionales
comenzaron a trabajar en hospitales, a realizar continuas guardias o a atender a
innumerables pacientes en un tiempo muy limitado. Los médicos ya no inspiraron el
respeto y la admiración reverencial que despertaban en otros tiempos. Y los pacientes
comenzaron a dejar de ser tan pacientes. Mientras la autonomía de los médicos se
erosionaba, los pacientes reclamaban con más fuerza tener un lugar de peso en la toma
de decisiones que los afectaran.
Posteriormente, casos como el de Karen Ann Quinlan (1976), una joven en coma
profundo, cuyos padres solicitaron permiso para retirarla del respirador artificial,
terminaron de poner de manifiesto que estas cuestiones planteaban problemas que
excedían el ámbito médico y requerían de otras voces y reflexiones.
Sin embargo, en la última década este tipo de análisis resulta insuficiente. En esta
segunda etapa, la bioética se torna cada vez más internacional y comienzan a adquirir
mayor relevancia planteos y discursos que antes no habían recibido tanta atención.
Aparecen en escena problemas relacionados con la justicia, el contexto o la
vulnerabilidad de ciertas poblaciones. En consecuencia, la bioética comienza a virar
hacia una ampliación de su temática. Se toma conciencia del peso de las diferencias
entre las diferentes culturas y sociedades y el impacto que esto puede tener en la salud
o el acceso a la misma. Se hace evidente que las respuestas que pueden ser válidas para
una sociedad no son aceptables para otras.
Frente a esto, una estrategia parece ser la de "distribuir" problemas. Para ello se asignan
determinados interrogantes que plantea la bioética a determinados países. Por ejemplo,
con frecuencia se escucha que los países industrializados deberían trabajar sobre
clonación, células germinales o cuestiones de genética. Estos parecen ser los problemas
que dichas sociedades enfrentan y ellas parecen ser las más indicadas para tratarlas.
No sucede lo mismo con el segundo tipo de problemas, que incluyen cuestiones tales
como la relación médico-paciente, los comités y los códigos de ética, la noción y práctica
del consentimiento informado, el respeto a los derechos reproductivos o la distribución
de recursos. Son problemas aburridos. Se trata de planteos comunes, no rimbombantes,
situaciones que se presentan a diario, como la falta de camas para atender a una
persona o un médico o médica que oculta el diagnóstico a su paciente. Estas son
cuestiones alejadas de la ciencia. Representan la vulnerabilidad de las relaciones
humanas, las dificultades para mejorarlas, las fragilidades de las personas. Nos
enfrentan con nuestros límites, con las eternas dificultades que surgen para lograr la
justicia y la honestidad en los vínculos entre las personas. No concitan la atención de la
prensa que, por lo general, las ignora; justamente, por ser aburridas, cotidianas y quizás,
irresolubles. Estos problemas le interesan, en cambio, al equipo de salud, a quienes
están en las trincheras y los viven como lacerantes problemas cotidianos. Parecen ser
los problemas básicos de los que deben ocuparse nuestros países.
El caso de la genética
Pero, ¿acaso no es cierto que existen algunos temas que determinadas sociedades
deben abordar? Tomemos por ejemplo la genética, cuyo desarrollo e implementación
se da principalmente en muchos países industrializados.
También plantea una serie de problemas respecto del desequilibrio que genera tanta
información. En una primera etapa tendremos mucha más información que
posibilidades preventivas o terapéuticas con la impotencia que esto implica. Sabremos
que, en el futuro, padeceremos cierta enfermedad y no podremos hacer nada al
respecto. ¿Cómo debemos manejar este conocimiento? En muchos casos, puede ofrecer
datos sobre diferentes miembros de la familia con las divergencias y los conflictos que
ello puede implicar. Por otra parte, la genética, en la mayoría de las ocasiones, brinda
probabilidades y no certezas. El desarrollo de ciertas enfermedades dependerá de
múltiples factores como el medio ambiente, la alimentación o el estrés. La información
genética también conlleva el riesgo de discriminación y estigmatización. Para poder
comprender cabalmente la naturaleza y el impacto de la misma se necesita educación,
así como políticas específicas que impidan que este tipo de información caiga en manos
de empleadores abusivos o compañías de seguros de vida o de salud.
Estos son algunos de los problemas que plantea la genética. A primera vista, podría
parecer que estas cuestiones no son relevantes para países en desarrollo con
necesidades básicas insatisfechas y otras prioridades más urgentes. ¿Debemos entonces
dejar estas reflexiones en manos de los países del Norte –importar sus políticas y formas
de implementación– y preocuparnos por problemas más cercanos y acuciantes?
Pareciera que los problemas aburridos deberían resultarles lejanos a los países
industrializados. Son nuestros, nosotros deberíamos preocuparnos de la falta de
recursos, o la falta de insumos o respiradores en los hospitales. Sin embargo, esto no es
así. Los llamados países desarrollados siguen padeciendo problemas aburridos.
Considérese si no la situación de los Estados Unidos que, a pesar de la implementación
del Obamacare su población sin cobertura médica o con cobertura inadecuada sigue
siendo alta. Sobre todo porque el Presidente Trump está desmantelando lo hecho por
Obama. Tales idas y vueltas exhiben que no se trata de temas cerrados. Ellos no tienen
necesariamente resueltos sus temas aburridos. Tampoco es cierto que los desarrollos
tecnológicos no tengan impacto en los países en vías de desarrollo. La tecnología no
reconoce fronteras y sus desarrollos son rápidamente adoptados en todo el mundo.
Piénsese en algunos sofisticados diagnósticos genéticos que se practican en muchos
países de Latinoamérica o en las tecnologías de reproducción asistida como el ICSI (siglas
en inglés de “inyección intracitoplasmática de espermatozoides”), un método que fue
exportado a Latinoamérica a sólo tres años de su desarrollo. Pensar que nuestros países
están exentos de ciertas problemáticas tecnocientíficas es ilusorio.
En este ejemplo podemos observar la riqueza y los nuevos problemas que, de manera
constante, surgen en torno a la reproducción asistida y las nuevas tecnologías. Y cómo
las diferencias entre países no cuentan a la hora de proceder incorrectamente.
Pretender trasplantar respuestas dadas por otras sociedades implica desconocer estas
tragedias cotidianas y conlleva una gran hipocresía. Ignorar la falta de respeto de los
derechos reproductivos, la falta de legislación sobre el aborto de fetos con serios
problemas genéticos, la cantidad de infertilidad secundaria, las consecuencias de los
abortos ilegales, las condiciones de pobreza y dificultad de acceso a la salud, resulta
inaceptable.
Evitar un pensamiento crítico local lleva a desconocer los problemas reales que estas
técnicas enfrentan en nuestros países. Indudablemente, hay una fuerte interacción
entre estas aburridas cuestiones de salud pública y algunos problemas sexies.
Así, aun si se concediera tal división de problemas por países, y se aceptara que los
países que desarrollan la tecnología son aquellos que deben brindar pautas éticas, la
estrategia falla porque la salida que pueden brindar determinados países no es aplicable
a otros. Es imposible trasplantar las respuestas brindadas "asépticamente". La respuesta
e implementación que brindan los Estados Unidos o Europa al problema de la genética
y a los diagnósticos antenatales difieren de la de nuestras sociedades, en las cuales, por
ejemplo, no existe la posibilidad de realizar un aborto de manera legal y en condiciones
seguras cuando el feto presenta serias malformaciones genéticas.