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medioambiental es la incapacidad del gobierno de proteger los

WALTER BLOCK
derechos de propiedad (por omisión) y otra actividad estatal que, o
regula la propiedad privada, o la prohíbe directamente (por comisión).
Consideremos unos pocos ejemplos.

II. CONTAMINACIÓN DEL AIRE


Según el análisis económico ortodoxo, el libertarismo se equivoca. El
problema de los contaminantes en el aire no se debe a una incapacidad
del gobierno de proteger los derechos de propiedad privada. Por el
contrario, se produce debido a un “fallo del mercado”, un defecto
básico en la libre empresa. Pigou (1912, p. 159) expresa la postura
clásica de esta opinión:
El humo en grandes ciudades que inflige grandes pérdidas a la
comunidad (…) se produce porque no hay manera de obligar
a los contaminadores privados a asumir el coste social de sus
actividades.
Samuelson (1956, 1970) tiene la misma impresión en términos de
divergencia entre costes privados y sociales. Lange y Taylor (1938, p.
103) son otros socialistas adicionales que señalan una cosa más:
Una característica que distingue a una economía socialista de
una basada en la empresa privada es la integridad de las cosas
que entran en el sistema socialista de precios.
En otras palabras, por alguna razón extraña, misteriosa y oscura, los
capitalistas, bajo el laissez faire, están excusados de ni siquiera
considerar al daño físico que hagan a la propiedad de otros mediante
la emisión de sus partículas de humo. Bajo el socialismo, por el

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contrario, el planificador centralizado, por supuesto, tiene esto en
cuenta, arrancando de cuajo el problema de la contaminación.
Hay tantas cosas erróneas en este escenario que es difícil saber por
dónde empezar a refutarlo. Tal vez sea mejor que empecemos con
una observación empírica. Si esta crítica del mercado fuera cierta,
cabría esperar que, incluso si los soviéticos no consiguieron dirigir
con éxito una economía, pudieron al menos se dignos de confianza en
los que se refiere al medio ambiente. En realidad, nada puede estar
más lejos de la realidad.
La primera prueba tal vez sea la desaparición de los mares de Aral y
Caspio, debido a una contaminación masiva y descontrolada, el
exceso de tala de árboles y la consecuente desertificación. Después
está Chernóbil, que causó cientos, si no miles de muertes. 12 En los
ferris del río Volga está prohibido fumar cigarrillos. No es por razones
sanitarias paternalistas e intrusivas como en Occidente, sino porque
está tan contaminado con petróleo y otros materiales inflamables que
hay un gran temor a que si se tira por la borda un cigarrillo incendie
toda el agua. Además, bajo el comunismo, había poco o ningún
tratamiento residual del alcantarillado en Polonia, el tejado dorado de
la Capilla de Segismundo de Cracovia se disolvió debido a la lluvia
ácida, había una neblina de color marrón oscuro sobre buena parte
de Alemania Oriental y las concentraciones de dióxido de sulfuro en

12
Es verdad que existe el caso análogo de fusión nuclear en EEUU en Three
Mile Island. Per una pegatina popular pone esto bajo cierta perspectiva. Dice:
“Murió más gente en Chappaquidick que en Three Mile Island”
(“Chappaquidick” se refiere a la muerte una sola persona, Mary Jo Kopechne,
en un accidente en el que conducía el senador Ted Kennedy). Por supuesto
quiere decir que nadie, ni un solo individuo, perdió su vida en Three Mile
Island.
2
Checoslovaquia eran ocho veces las comunes en EEUU (DiLorenzo,
1990).
Tampoco se debía únicamente a la ausencia de democracia en la URSS.
El historial ecológico del gobierno de EEUU, donde la democracia está
a la orden del día, tampoco es muy alentador. El Departamento de
Defensa ha vertido 400.000 toneladas de materiales peligrosos, más
que las cinco mayores empresas químicas juntas. El Rocky Mountain
Arsenal se deshizo descuidadamente de gas nervioso, gas mostaza, gas
TX anticosechas y dispositivos incendiarios. Y esto por no hablar del
infame incendio forestal en el parque de Yellowstone, que las
autoridades rechazaron apagar, alegando consideraciones
ecológicas; 13 ni de las 59 centrales térmicas de carbón de la TVA; ni
de la infravaloración y el abuso de los terrenos administrados por el
Bureau of Land Management; ni del hecho de que el gobierno
subvencione el sobreaprovechamiento de los bosques construyendo
carreteras para leñadores.
No son ejemplos de un fallo del mercado. Más bien son ejemplos del
fracaso del gobierno: controles directos e incapacidad o falta de
voluntad de respetar los derechos de propiedad privada.
¿Pero qué pasa con la acusación de Pigou y Samuelson del efecto de
mala asignación de las externalidades negativas o las deseconomías
externas? También es erróneo.
Hasta las décadas de 1820 y 1830, la jurisprudencia legal en Gran
Bretaña y Estados Unidos seguía más o menos la opinión libertaria de
la no invasividad (Coase, 1960, Horwitz, 1977). Normalmente un
granjero se quejaba de que una locomotora había emitido chispas que

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Los incendios forestales resultan que son “naturales” y no hay que hacer
nada que interfiera con la naturaleza.
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incendiaron sus balas de paja y otras cosechas. O una mujer acusaba
a una fábrica de enviar contaminantes aéreos a su propiedad, que
ensuciaban su colada. Había quien protestaba por la materia extraña
que entraba en sus pulmones sin permiso. Casi invariablemente, los
tribunales reconocían esta violación de los derechos del
demandante. 14 El resultado habitual en esta época eran las medidas
cautelares, además de una indemnización por daños.
Al contrario de lo que dicen Pigou y Samuelson, fabricantes,
fundiciones, ferrocarriles, etc., no podrían actuar en un vacío, como
si los costes que impusieran a otros no tuvieron importancia. Había
una “manera de obligar a los contaminadores privados a asumir el
coste social de sus operaciones”: demandarlos, hacerlos pagar por sus
transgresiones pasadas y obtener una orden de un tribunal que les
prohíba esas invasiones en el futuro.
Respetar así los derechos de propiedad tenía varios efectos
saludables. Para empezar, había incentivos para usar combustibles
limpios como la ligeramente más cara antracita en lugar de las
variedades más baratas, pero más sucias, de mayor contenido en
sulfuro: menos riesgo de demandas. Segundo, hacía que mereciera la
pena instalar filtros y otras técnicas para reducir la salida de
contaminación. En tercer lugar, había un impulso para dedicarse a la
investigación y desarrollo de nuevos y mejores métodos para la
internalización de las externalidades: quedarse con los contaminantes.
Cuarto, había una tendencia al uso de mejores chimeneas y otros
dispositivos de prevención de humos. Quinto, estaba en proceso de
desarrollo un incipiente sector forense de la contaminación. 15 Sexto,

14
Llamadas en su momento “demandas de molestias”, podemos verlas a
posteriori como quejas medioambientales.

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las decisiones de ubicación de las fábricas se veían íntimamente
afectadas. La ley implicaba que sería más rentable construir una fábrica
en un área con pocas personas o ninguna en absoluto. Instalar un taller
en un área residencial, por ejemplo, expondría a las empresas a
demandas debilitantes. 16
Pero posteriormente, en las décadas de 1840 y 1850 se impuso una
nueva filosofía legal. Ya no se respetaban los derechos de propiedad
privada. Ahora había una consideración todavía más importante: el
bien público. ¿Y en qué consistía el bien público en esta nueva
disposición? El crecimiento y progreso de la economía de EEUU.
Hacia este fin se decidió que la jurisprudencia de las décadas de 1820
y 1830 era innecesariamente indulgente. Consecuentemente, cuando
llegaba a los tribunales una demanda medioambiental, bajo este
sistema, se le prestaba poca atención. Se decía que, en efecto, se
habían violado sus derechos de propiedad privada, pero que esto era
completamente adecuado, ya que hay algo todavía más importante
que los egoístas e individualistas derechos de propiedad. Y esto era el
“bien público” de estimular las fábricas. 17

15
Solo porque el asesinato y las violaciones eran ilegales se necesitaba un
sector forense capaz de determinar la culpabilidad basándose en el semen, la
sangre, los folículos pilosos, el ADN, etc. Si estas actividades fueran legales,
estas técnicas no se habrían desarrollado. Igualmente, cuando se puede
demandar por contaminación, es de la máxima importancia determinar la
culpabilidad o la inocencia, de ahí la creación de las técnicas forenses
medioambientales.
16
Por supuesto, “venir a la molestia” no se consideraba aceptable. Es decir,
no se puede construir una zona residencial en un área ocupada antes por
emisores de contaminación y luego demandarlos por ello. Sobre esto, ver
Rothbard (1982a, 1990).

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Bajo esta convención legal, todos los incentivos económicos del
régimen anterior dieron un giro de 180 grados. ¿Por qué usar
combustibles limpios, como la ligeramente más cara antracita en lugar
de las variedades más baratas de carbón, pero más sucias y con mayor
contenido de sulfuro? ¿Por qué instalar filtros y otras técnicas para
reducir la emisión de contaminación o dedicarse a la investigación y
desarrollo medioambientales o usar mejores chimeneas y otros
medios de prevención de humos o tomar decisiones de ubicación para
afectar a la menor cantidad posible de gente? No hace falta decir que
el incipiente sector forense de la contaminación no llegó a nacer.
¿Y qué pasa con el fabricante “verde” que no quiere estropear la
atmósfera del planeta, o el libertario que rechaza hacer esto debido a
que es una invasión injustificada de la propiedad de otros? Hay un
nombre para esa gente y es “bancarrota”. 18 Pues dedicarse a buenas
prácticas medioambientales en los negocios bajo un régimen legal en
el que ya no se requiere esto es imponerse una desventaja

17
Como concesión a los demandantes, la ley y la práctica judicial se alteraron
para requerir alturas mínimas muy elevadas para las chimeneas. De esta
manera, el perpetrador local de contaminación invasiva ya no impactaba
negativamente en el demandante local. Pero esto por supuesto no hacía más
que poner el problema debajo de la alfombra, o más bien por las nubes. Pues
si el contaminador A ya no afectaría al demandante A. afectaría a otros. Y
los contaminadores B, C, D… que previamente no dañaban a A, ahora
empiezan a hacerlo.
18
Es exactamente lo contrario de la “mano invisible” de Adam Smith (1776).
Normalmente, en el capitalismo de laissez faire, la búsqueda egoísta del
beneficio lleva al bien público. Por ejemplo, se invierte en un bien que tiene
poca oferta y por tanto es muy demandado por la gente y se obtiene el
mayor beneficio posible. Aquí, por el contrario, si una persona actúa de una
forma ecológicamente responsable, va a la quiebra.
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competitiva. En igualdad de condiciones, esto garantizaría la
bancarrota.
Desde aproximadamente 1850 a 1970 las empresas podían
contaminar sin sanciones. Por esto es por lo que “no hay manera de
obligar a los contaminadores privados a asumir el coste social de sus
actividades”, como decía Pigou, por esto es por lo que había una
“divergencia entre costes privados y sociales” samuelsoniana. No era
un fallo del mercado. Era un fallo del gobierno al no mantener a la
libre empresa dentro de un sistema legal protector de los derechos
de propiedad privada.
En la década de 1970 se hizo un “descubrimiento”: la calidad del aire
era peligrosa para los seres humanos y otras criaturas vivas. Tras
crear él mismo el problema, el gobierno se dispuso ahora a
remediarlo, con toda una serie de regulaciones que solo empeoraron
las cosas. Se reclamaban coches eléctricos, un recorrido mínimo por
galón de gasolina, subvenciones al sector eólico, hidráulico, solar y
nuclear, 19 impuestos al carbón, el petróleo, el gas y otros
combustibles, recortes arbitrarios en la cantidad de contaminantes en
el aire. El límite nacional de velocidad de 55 millas por hora no estuvo
motivado inicialmente por consideraciones de seguridad, sino
ecológicas. La “búsqueda de rentas” desempeñó un papel en este
barullo, ya que los intereses del carbón en el este (combustión sucia
de sulfuro) prevalecieron sobre los de sus equivalentes en el oeste
(combustión limpia de antracita). Los primeros querían filtros
obligatorios, los segundos la sustitución obligatoria del carbón de sus
competidores por el suyo.

19
La Ley Price-Anderson, que protegía a las empresas frente a
responsabilidad legal por accidentes, es el ejemplo más claro de esta última.
7
¿Y cuál fue la postura de la Escuela de Chicago, supuestamente
orientada hacia el libre mercado? En lugar de recuperar un sistema de
derechos de propiedad privada, reclamaron las “más eficientes”
regulaciones estatales. En lugar de un sistema de orden y control,
pidieron la adopción de derechos intercambiables de emisión (TER,
por sus siglas en inglés). En este sistema (Hahn, 1989, Hahn y Stavins,
1990, Hahn y Hester, 1989), en lugar de obligar a todos y cada uno
de los contaminadores a recortar, digamos, un tercio, reclamarían que
todos juntos alcanzaran este objetivo. ¿Por qué es esto beneficioso?
Podría ser difícil y caro reducir la contaminación de 150 a 100 para
algunas empresas y fácil y barato para otras. Bajo los TER, algunos
podrían reducir los niveles de contaminación en menos de 1/3 (o
incluso aumentarlos), pagando en la práctica a otros para reducir los
suyos en más de esta cantidad. El medio a través del que se lograría
esto sería un sistema de “derechos a contaminar” y un mercado
organizado a través del cual estos se compraran y vendieran.
Las consecuencias de este plan para la libertad están claras. Anderson
(1990) dice:
Por suerte, hay una aproximación sencilla y eficaz disponible,
apreciada desde hace tiempo, pero poco usada. Una
aproximación que se base firmemente en (…) los derechos
de propiedad privada.
Esencialmente toda contaminación es eliminación de basura
de una forma u otra. La esencia del problema es que nuestras
leyes y la administración de justicia no han asimilado el
rechazo producido por el crecimiento explosivo de industria,
tecnología y ciencia.
Si tomas una bolsa de basura y la tiras en el césped del vecino,
todos sabemos que va a ocurrir. Tu vecino llamará a la policía

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y descubrirías enseguida que la eliminación de tu basura en tu
responsabilidad y que debe hacerse de manera que no viole
los derechos de propiedad de nadie más.
Pero si tomas la misma bolsa de basura y la quemas en una
incineradora en el jardín, dejando que sus negras cenizas
planeen sobre el vecindario, el problema se vuelve más
complicado. La violación de los derechos de propiedad está
clara, pero protegerlos es más difícil. Y cuando la basura es
invisible a la vista, como pasa con mucha de la contaminación
del aire y agua, el problema parece a menudo casi irresoluble.
Hemos probado muchas soluciones en el pasado. Hemos
tratado de disuadir a los contaminadores con multas, con
programas públicos con los que todos pagan para limpiar la
basura producida por unos pocos, con multitud de
regulaciones detalladas para controlar el grado de
contaminación. Ahora hay quien propone seriamente que
deberíamos tener incentivos económicos para cobrar a los
contaminadores una tasa por contaminar (y cuanto más
contaminen, más paguen). Pero eso es como poner impuestos
a los ladrones como incentivo económico para impedir que la
gente robe tu propiedad, e igual de inaceptable.
La única manera eficaz de eliminar la contaminación grave es
tratarla exactamente como lo que es: basura. Igual que alguien
no tiene derecho a tirar una bolsa de basura en el césped de
su vecino, tampoco tiene el derecho a poner ninguna basura
en el aire o en el agua o en la tierra, si viola de alguna manera
los derechos de propiedad de otros.

9
Lo que necesitamos son leyes medioambientales más claras y
que se apliquen, no con incentivos económicos, sino con
sentencias de cárcel.
Lo que haría la aplicación estricta de la idea de los derechos
de propiedad es aumentar el coste de la eliminación de
basuras. Ese mayor coste se reflejaría en un coste mayor para
los productos y servicios resultantes del proceso que
produzca la basura. Y así debería ser. Mucho del coste de
eliminar los desperdicios ya está incorporado en el precio de
los bienes y servicios producidos. Todo debería ser así. Así
que solo los que se benefician de la basura creada pagarían
por su eliminación. 20
Así que la libertad económica implica una vuelta al estatus legal de la
contaminación de la época anterior. Tampoco tenemos que temer
una dureza y dislocación económicas indebidas debido a los
problemas de ajuste. Pues aparte de la contaminación evidente y
obvia, que ya se ha rebajado mediante órdenes y regulaciones de
control, llevaría al menos unos pocos años que los forenses
medioambientales se desarrollaran hasta el punto en el que la
industria tuviera que hacer más cambios básicos.
Hay por supuesto objeciones a “retrasar el reloj” hasta la década de
1820. Para empezar, está el temor a que, si permitimos que cualquiera
demande a cualquier otro por contaminación, esto signifique el final
completo de la industria. Y no solo de la industria y otros accesorios
de la vida civilizada moderna. Podría asimismo echar el telón a la
propia vida, ya que, hablando estrictamente, incluso expirar (dióxido
de carbono) podría verse como un contaminante y por tanto

20
Para otra crítica de los derechos transmisibles de emisión, ver McGee y
Block, 1994.
10
prohibirse. Por suerte, este escenario no es posible. En primer lugar,
aunque la industria hasta la década de 1830 no era gran cosa en
comparada con la época moderna, tampoco era tan inexistente como
implicaría esta objeción. En segundo lugar, hay una razón para esto: la
carga de la prueba la tiene el demandante, así que solo los casos más
evidentes de contaminación serían demandables en la práctica, y se
aplicaba el principio de minimis, así que se rechazaban las demandas
legales injustificadas o las que alegaban solo pequeñas cantidades de
contaminación. 21
Otra objeción, más razonable, es que, si permitimos de nuevo
demandas de contaminación, aunque no hagamos que la industria se
pare de repente, al menos se desorganizaría enormemente. Tal vez
sería mejor esperar diez años o un periodo prudente de forma que la
industria pueda ajustarse antes de imponer esas medidas tan
draconianas.
Esta opción parece realmente más pragmática, pero hay problemas
con ella. Hemos dicho que la contaminación equivale a una invasión.
Supongamos que alguien tuviera autoridad para acabar
inmediatamente con una invasión, por ejemplo, la esclavitud, y
rechazara hacerlo durante 10 años diciendo que sería demasiado
“perjudicial” o “poco práctica”. Decid que queráis acerca de una
decisión bajo esas bases pragmáticas, pero no puede sostenerse que
mejore la libertad.
Por suerte, podemos estar al plato y a las tajadas en este contexto. Es
decir, podemos admitir inmediatamente demandas medioambientales,
pero también tener un “periodo de espera” de quizá 10 años o algo
así, en cualquier caso. Esto puede hacerse debido a la pausa de cientos
50 años, desde aproximadamente 1845 a 1995 en la que podría

21 Sobre esto, ver Rothbard, 1982a (1990).


11
haberse desarrollado la técnica forense medioambiental, pero no lo
hizo, debido a un régimen legal que no la favorecía. 22 El caso es que si
la técnica forense medioambiental se habría desarrollado a lo largo de
estos últimos 150 años, pero no se hubiera implantado por alguna
razón y tuviéramos que permitir repentinamente demandas
medioambientales por primera vez en el presente, estoy llevaría
realmente a la industria a una paralización inmediata, porque la carga
de la prueba del demandante sería fácil de satisfacer bajo estos
supuestos. Además, habría bastante contaminación invasiva en torno
como para encontrar personas culpables de perpetrarla.
Porque con emisiones estrictamente controladas (en el primer
período) se habría producido desarrollo sin seguir líneas intensivas en
contaminación. Por el contrario, con carta blanca sobre las emisiones
(el periodo posterior) la industria se ha desarrollado de una manera
intensiva en contaminación. Pasar de un sistema en el que la
contaminación era completamente legal (1845-1970) a uno en el que
estuviera estrictamente controlada (como antes de 1845) reclamaría
una reestructuración radical de la industria.
Dejadme que lo explique en otra manera. Hay una dificultad con la
que debe bregar la teoría de los derechos de propiedad privada para
la protección medioambiental: si instituimos un sistema así
abruptamente, especialmente si lo hubiéramos hecho, supongamos,

22
Desde 1845 hasta 1970 aproximadamente los contaminadores mantenido
acceso gratis a la atmósfera, a la propiedad de otros y a sus pulmones. Desde
aproximadamente 1970 a 1995 y en la actualidad, hubo preocupación por los
contaminantes vertidos en el aire y el agua, pero solo regulaciones de orden
y control (y en los últimos años planes de derechos de emisión
comercializables). La aceptación de demandas medioambientales sigue
siendo, mientras escribo esto en 1995, prácticamente inexistente. Ver
Horwitz (1977), Block (1990, pp. 282-285).
12
en la década de 1960 antes de que estas preocupaciones llegaran a la
imaginación del público, correríamos el riesgo de paralizar la industria,
algo a lo que habría que resistirse al menos por razones pragmáticas.
Por otro lado, si ofreciéramos, por ejemplo, un periodo de espera
diez años antes de que pudieran aceptarse demandas
medioambientales, seríamos cómplices de violaciones del código
libertario durante esta década. Felizmente podemos evitar este
dilema. Primero, permitimos demandas tan pronto como tengamos el
poder de hacerlo, eludiendo así la segunda parte (paralización de la
industria) del dilema. Eludimos también la primera debido al hecho de
que para que el demandante tenga éxito en su demanda debe
demostrar más allá de cualquier duda razonable que un contaminador
particular concreto es responsable de invadir su persona propiedad.
Pero para hacerlo, dado el triste estado de la técnica forense
medioambiental, al menos en el momento en que escribo esto,
tomaría tiempo, probablemente tanto tiempo como tome a la
industria acabar con el error de sus actividades sin ninguna
perturbación grave. Es decir, supongamos que lleve diez años a la
industria ajustarse a la disposición legal de la década de 1830. No sería
tan dañino para la economía como podría suponerse, porque podría
suponer una cantidad similar de tiempo averiguar con precisión quién
está contaminando a quién. 23

23
Agradezco a un revisor anónimo que me obligue a aclarar mi presentación
de este punto.
13

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