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Resumen Textos Historia de América Latina l

Vitale (2009), pp. 28-41


La colonización no fue feudal. La colonización abrió un periodo de transición hacia un capitalismo
primario exportador con relaciones de producción precapitalista, donde no predominó ninguna
relación de producción generalizada en todas las colonias, aunque en algunas de ellas fueron
manifiestas las relaciones esclavistas y en otras las serviles.

El Imperio Español pudo hacer una rápida y fructífera colonización porque aprovechó el alto grado
de avance minero-metalúrgico de los pueblos originarios de nuestra América, base fundamental de
la mano de obra colonial.

1.Conquista y resistencia de los pueblos originarios (siglo XVl): El itinerario de los conquistadores
muestra claramente que su objetivo fue encontrar metales precios: oro y plata.

El desarrollo de las fuerzas productivas aborígenes permitió al Imperio Español organizar en pocos
años un eficiente sistema de explotación minera. De no haber contado con aborígenes expertos en
el trabajo minero, resultaría inexplicable el hecho de que los conquistadores, sin técnicos ni
personal especializado, hubieran podido descubrir y explotar los yacimientos mineros, obteniendo
en pocas décadas tan extraordinaria cantidad de metales preciosos.

La resistencia de los pueblos originarios en defensa de su etnia, tierra y cultura se prolongó más de
3 siglos. Ej: Atahualpa y Túpac Amaru l del Imperio Incaico. Mapuche Lautaro y Pelantaru en el sur
de Chile.

2.Aumento de la exportación de oro y plata (siglo XVll): México y la zona andina fueron los
principales centros de exportación de metales preciosos. No por azar, la monarquía española creó
en México uno de los primeros virreinatos: el Virreynato de Nueva España, cuyas principales minas
de plata del siglo XVl y XVll eran Compostela, Guanajuato, Zacatecas y Querétaro.
Otra de las colonias exportadoras de metales preciosos fue el Virreynato del Perú. La mina de Plata
de Potosí proporcionó tantos metales preciosos, que, junto con Guanajuato, representaron el 90%
de las exportaciones durante los siglos XVl y XVll.

3. Colonias agropecuarias y de economía de plantación (siglo XVll): Es cierto que la producción y


exportación más importante fue la minera, no deben subestimarse los aportes de la actividad
agropecuaria y de la economía de plantación. Ej: Cuba, exportadora de azúcar, café y tabaco,
producidos con mano de obra esclava. También hubo desarrollo agropecuario, tales como el cuero,
sebo y tabaco. Por otro lado, se encuentra Venezuela, donde la actividad agropecuario tuvo mayor
auge en el sur, en la zona de los llanos.
Un proceso combinado se produjo en el Virreynato de Nueva Granada, donde hubo primero
producción de azúcar, tabaco, cacao y más tarde, en el siglo XVlll, exportación de oro.

5.El periodo de mayor auge de la colonización portuguesa de Brasil (siglo XVlll): En 1573 comenzó
un proceso de colonización territorial, estimulado por la distribución de tierras en 14 capitanías
hereditarias creadas por la monarquía portuguesa. La colonización fue lenta, ya que no
encontraron metales preciosos ni mano de obra experimentada como la de los pueblos originarios
de México y Perú. Las autoridades coloniales entregaron el monopolio de la molienda y otros
privilegios, como liberación de tributos y visto bueno para importar esclavos de África.
El periodo de mayor auge de la colonización de Brasil se produjo en el siglo XVlll con el
descubrimiento de minas de oro. La explotación de oro se hizo con relaciones de producción
mayoritariamente esclavistas y en las empresas menores con trabajadores a trato.

El oro unificó a la Colonia. A diferencia del auge azucarero, la minería promovió una mayor unidad
económica entre el norte y el sur, generando un importante mercado interno.
Los reyes de Portugal aprovecharon la era del oro para consolidar las instituciones coloniales,
dando más poder a los gobernadores y capitanes mayores. En 1717, Brasil se convirtió en
Virreynato, cuya capital fue primero Bahía y luego Río de Janeiro.

Los impuestos decretados por la monarquía portuguesa incidieron en el aumento de los precios de
las mercancías importadas, lo que provocó conatos de rebelión de los criollos. A partir del siglo
XVlll la burguesía comercial comenzó a disputarle el poder local a los terratenientes. El
inconformismo de la burguesía criolla se manifestó en el primer movimiento por la Independencia,
llamado Tiradentes, encabezado en 1783 por José Joaquín Da Silva Xavier, precursor de la
Independencia de Brasil un siglo después.

6.Reformas Borbónicas (segunda mitad del siglo XVlll): Las reformas de los nuevos reyes de
España, descendientes de la casa real francesa de Borbón, constituyeron una tentativa para
superar la crisis del Imperio Español, con el fin de promover el desarrollo industrial, la marina
mercante nacional y la moderna tecnología, esto con el fin, de colocar a España a la altura de los
nuevos avances progresistas.

El “Despotismo Ilustrado” procuró en España resolver la crisis con medidas reformistas destinadas
a impulsar el desarrollo capitalista. En rigor, las Reformas Borbónicas no significaron cambios de
estructura en España ni en sus colonias. El latifundio siguió imperando en España como signo de
atraso y de la incapacidad para llevar adelante la tarea democrático-burguesa de reforma agraria y
crear un sólido mercado interno.

La nueva política económica de los Borbones procuraba impulsar el desarrollo de la industria


española y contrarrestar el comercio de contrabando; combatir la penetración inglesa y francesa
entregando artículos manufacturados españoles a las colonias.

Las Reformas Borbónicas se tradujeron en una nueva legislación comercial para las colonias. Si bien
no puede hablarse de “libre comercio”, las Reformas Borbónicas constituyeron una disminución de
los lazos monopólicos que España había impuesto desde el siglo XVl.

La nueva política comercial no tuvo la intención de promover la economía de las colonias, sino que
se implementó para favorecer la economía de la Metrópoli, especialmente la incipiente
industrialización, y disminuir las pérdidas que ocasionaba el contrabando anglo-francés en
América.
La instalación de los impuestos como la Alcabala y el Almojarifazgo aumentaron las
contradicciones con los intereses de la burguesía criolla.

De todos modos, se produjo un aumento de la producción y exportación de materias primas en las


colonias. Este aumento de la exportación despertó el apetito de la burguesía criolla y sus
aspiraciones por terminar definitivamente con el monopolio comercial de la monarquía española.
Al mismo tiempo, sectores de esta burguesía comenzaron a exigir nuevas rebajas a sus productos
de exportación y a protestar por el aumento de los impuestos de Alcabala y Almojarifazgo.

Si los reyes Borbones tuvieron la intención de mediatizar con sus reformas las protestas de los
criollos, la aplicación de sus medidas produjo un resultado opuesto. En vez de atenuar el
descontento de las colonias, sirvieron de acicate a las aspiraciones de terratenientes, mineros y de
la burguesía comercial criolla. Las reformas introducidas por los reyes Borbones demuestran que
las colonas americanas estaban perdidas para España mucho antes de 1810.

7.Las rebeliones anticoloniales (fines del siglo XVlll): Estas rebeliones tuvieron tanta trascendencia
que han sido caracterizadas como precursoras de la revolución por la Independencia de nuestra
América.

La insurrección de Túpac Amaru: José Gabriel Condorcanqui, llamado Túpac Amaru ll por su
pueblo, dirigió en 1780 la más importante insurrección de las colonias americanas; este proceso
tuvo un carácter regional al abarcar no solo a los indígenas y mestizos del Virreynato del Perú, sino
también a los de Ecuador, Bolivia, norte argentino y chileno, es decir, el antiguo imperio incaico (el
Tawantinsuyu), ejerciendo una influencia en el levantamiento general de los comuneros de
Colombia y Venezuela.
No fue una de las tantas rebeliones de la primera fase de la Conquista, sino una insurrección de
carácter anticolonial con la participación generalizada de pueblos originarios y mestizos de la
región andina.
La mayoría de los combatientes eran quechuas y aymaras, que derrotaron al ejército español el 7
de noviembre de 1780 en Sungarará, cerca de El Cusco. Pronto se unieron a Túpac mestizos y unos
pocos criollos disconformes con los impuestos y repartimientos de mercancías decretadas por la
monarquía.

Una de las tantas virtudes de Túpac Amaru fue su capacidad para lograr una alianza con los
mestizos y algunos criollos, al mismo tiempo que proclamaba su autonomía para reivindicar la
tradición de lucha de los incas. Lo fundamental de este ideal incaico es que constituyó el
basamento para un proyecto alternativo al poder colonial.

Williamson (1992), 84-108, 113-120, 121-151,168-169.

(84-108): España en América. Formas de colonización: Los dos factores determinantes de la


colonización eran la avidez de metales preciosos de los conquistadores y su necesidad de una
fuente de abasto de mano de obra, recursos ambos que hacían falta para satisfacer la ambición
principal de los aventureros europeos del siglo XVl: forjarse una posición en la nobleza adquiriendo
riquezas, tierras y dominio sobre otros hombres.

La autoridad real se transmitía en el acto mismo de colonizar. Se entendía que los principios que
regían el modo de compartir los frutos de la conquista estaban sujetos a la justicia del rey según la
administraba el adelantado, el jefe de la expedición (p.86).

El derecho a la mano de obra y el tributo de las comunidades indígenas eran cosas muy distintas a
la distribución de los títulos de tierras. Se trataba de privilegios especiales concedidos por el
instrumento de la encomienda, que fijaba el número de trabajadores indígenas y la cantidad de
tributo debidos a los conquistadores más dignos. Los españoles que recibían encomiendas
formaban la clase dominante de la sociedad de la Conquista. Sin embargo, no se convertían en
señores feudales, porque la encomienda no confería jurisdicción feudal sobre los naturales
tributarios, quienes por lo demás seguían siendo súbditos libres de la Corona.

Las aspiraciones sociales y económicas, así como el espíritu de aventura, fueron los incentivos de la
constante expansión española en el Nuevo Mundo.

La Conquista española de América se acompañaba de un esfuerzo por sentar las bases de la vida
civilizada en comunidad. La capitulación también obligaba al adelantado a fundar una población y
su término municipal. La propia ceremonia de fundación invocaba las dos fuentes esenciales de
autoridad del Estado español: la Corona y la Iglesia.

(p. 87) Una característica notable de la colonización hispánica era el modo en que las relaciones
políticas y sociales se reflejaban en la disposición de las poblaciones nuevas; éstas se ajustaban a
un plano prestablecido, la traza, que los adelantados llevaban consigo en sus expediciones. El
centro del poblado estaba constituido por una plaza rectangular en torno a la cual se construían la
casa del gobernador, el ayuntamiento, la iglesia, la cárcel y las casas de los encomenderos
principales. De los lados de la plaza partían ocho calles paralelas que formaban una cuadrícula
regular donde se situaban manzanas de casas. Cuanto más lejos de la plaza central vivían un
español, tanto más baja era su posición social. En los alrededores de la cuadrícula vivirían después
las familias mestizas y los negros libres.

La Conquista era una cuestión de empresa y aventuras personales en las que un hombre
participaba, no porque deseara cumplir una misión civilizadora, sino porque quería mejorar su
suerte. De ahí que la conquista de América atrajera a las clases sociales más bajas (p. 89). Después
de arriesgar la vida y la integridad física en la conquista del Nuevo Mundo, esos hombres estaban
resueltos a alcanzar la prosperidad material a todo trance y, dadas las inmensas distancias que
solían separarlos de las autoridades españolas, las posibilidades de transgresión, insubordinación
y, sobre todo, explotación de un pueblo subyugado de diferente raza eran a todas luces enormes.

Las Repercusiones de la Conquista en el mundo indígena: El mundo indígena se caracterizaba por


una extrema diversidad. Incluso en las regiones de influencia imperial azteca o incaica había un
inmenso número de señoríos y comunidades étnicos y tribales; algunos se habían incorporado a
las más amplias estructuras imperiales, pero muchos otros permanecieron fuera de ellas y la
mayoría eran abiertamente hostiles a los imperialistas prehispánicos o se enzarzaban en
constantes luchas de poder o conflictos territoriales con los reinos o tribus vecinos. En
consecuencia, sería equivocado suponer que en el mundo indígena había unidad política o cultural.

La Conquista española afectó a todas estas sociedades indígenas, aunque no de la misma manera:
algunas quedaron aniquiladas; otras decidieron aliarse con los conquistadores, y otras más
recibieron con gusto la Conquista como una liberación de la presión azteca o incaica (p. 91).

Las peores secuelas de la Conquista se sintieron a la larga. La más destructiva, con mucho, fue la
mortandad producida por la pandemias que azotaron el continente a los pocos años de llegados
los españoles: viruela, sarampión, tifo y otras enfermedades infecciosas aún no identificadas. La
contribución de las epidemias a la victoria de los españoles es incalculable, no sólo por el
sinnúmero de vidas que cobraron, sino porque socavaron las estructuras de poder locales y
desmoralizaron a los amerindios, que no se explicaban lo que les ocurría.

Desestructuración: desorganización de las estructuras económicas, sociales e ideológicas que antes


daba coherencia y sentido a las culturas indígenas (p. 94).

Desde luego, las autoridades españolas intervinieron activamente para transformar las costumbres
indígenas y hacer valer su autoridad. La intervención más inmediata y flagrante fue la campaña
ininterrumpida por convertir a los indios al cristianismo, una consecuencia del dominio imperial
entendida y aceptada tanto por conquistadores como por conquistados, pero que implicó cambios
considerables en la sociedad y el comportamiento de los naturales, como se verá. La
evangelización supuso la introducción de formas de organización hispánicas. Hay que reconocer,
sin embargo, que las tradiciones indígenas deben su supervivencia a la política expresa de la iglesia
y la corona española, durante el siglo XVl, de conservar todas las tradiciones que fueran
compatibles con la fe cristiana y los vitales intereses del Estado.

La transformación cultural del mundo indígena después de la Conquista fue un proceso lento,
irregular y fragmentario. La tremenda desolación infligida por epidemias hasta entonces
desconocidas, las secuelas de la guerra y la escalada de tributos que encomenderos a menudo
avariciosos exigían a una población diezmada obligo a los indígenas a abandonar sus comunidades
en un flujo incesante hacia los pueblos y ciudades hispánicos, donde se les aculturó con mayor
rapidez.

Las instituciones del Estado: El Estado que se fundó en el Nuevo Mundo era patrimonial, ya que
todo poder y autoridad emanaban del rey, y las instituciones de dicho Estado existían para cumplir
la voluntad real.

Con la excepción parcial de los cabildos (consejos municipales), no había órganos electivos a los
que se concedieran el derecho constitucional de representar los intereses de los súbditos del rey
en América; tampoco había mecanismo alguno para controlar o supervisar las finanzas del Estado.
La única manera en que los súbditos podían expresar sus opiniones era dirigir “súplicas” al
monarca o apelar una decisión judicial ante una instancia superior. La Corona, por tanto, ejercía el
monopolio de la vida política de sus reinos.

La evangelización de los indígenas: Una de las principales justificaciones de la Conquista española


de América fue la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. En suma, la cristianización de
los amerindios fue muy irregular. Aunque no es fácil ponderar la profundidad y calidad de la
experiencia religiosa, el resultado general obtenido por los heroicos esfuerzos de los reducidos
grupos de misioneros españoles fue el sincretismo de la fe católica y las creencias indígenas en un
grandísimo número de naturales: detrás de las exterioridades del culto católico solía persistir el
apego a los ritos y creencias paganos. Sin embargo, la proporción entre paganismo y cristianismo
variaban ampliamente de una región a otra e incluso de un individuo a otro.

No cabe duda que los ritos y oraciones católicas se observaban en la inmensa mayoría de los
pueblos de indios de los principales territorios de dominio español.
(113-120): Los fundamentos del Estado en las Indias: Los españoles se preguntaron desde el
principio con qué derecho reinaba en América el monarca católico. Había tres razones principales
por las que la Corona precisaba demostrar que tenia claros y justos títulos de dominio sobre las
Indias. En primer lugar, debía garantizar que conquistadores y colonos consideraran su autoridad
tan legítima en el Nuevo Mundo como en el Viejo. En segundo lugar, la conquista de México y la
del Perú habían dejado claro que los naturales de estas regiones no eran “salvajes” como los de las
Antillas, sino que vivían en entidades políticas bastante civilizadas, regidos por gobernantes
naturales legítimos. Era por tanto cuestión de la mayor trascendencia moral y jurídica demostrar
que el derrocamiento de estos gobernantes nativos no era un acto tiránico del rey español, sino
una medida justificada y necesaria. En tercer lugar, el derecho de dominio sobre todos los
territorios del Nuevo Mundo era un requisito para disuadir a otros príncipes europeos de fundar
colonias rivales en América o de intentar la conquista de tierras ya colonizadas por España.

Había dos argumentos a favor del gobierno de España en América. El primero se basaba en el
derecho tradicional de descubrimiento y conquista de nuevos territorios. El segundo era más
complejo y procedía del singular carácter histórico del Nuevo Mundo: un conjunto de territorios
poblados por naturales a quienes nunca se habían dado a conocer las verdades de la revelación
cristiana: por ende, el descubrimiento de razas tan inocentes se interpretó como obra de la
Providencia y señal de que Dios había elegido a las majestades católicas de España para que
cumplieran la misión sagrada de llevar la fe a los indígenas.

La Corona española habría querido que ambos argumentos se complementaran y reforzaran entre
sí, pero los desmanes de los colonos en las islas del Caribe no tardaron en revelar un posible
conflicto: la realidad de la Conquista amenazaba con desmentir la misión evangelizadora.

Los escandalosos abusos contra los naturales en los primeros días de la colonización del Caribe se
habían vuelto un motivo de grave preocupación para la Corona. Los conquistadores se repartían a
los indígenas y los hacia trabajar buscando oro en los ríos o cortando caña de azúcar en
condiciones que poco se diferenciaban de la esclavitud. El exceso de trabajo y las enfermedades
estaban exterminando a la población indígena.

La reina Isabel prohibió expresamente la esclavización de los naturales y los declaró súbditos libres
de la Corona, con los mismos derechos que los hispanos; aunque se les podía obligar a trabajar,
había que remunerarlos con un salario justo. La problemática que surge de lo anterior es la
condición del indígena. Si era un súbdito libre, ¿cómo se podía obligarle a trabajar para los
españoles en contra de sus inclinaciones? Por otra parte, era evidente que la empresa colonial no
podía sostenerse más que por el trabajo de la población nativa. El Estado español nunca resolvió
este dilema. Se buscó una solución en la separación jurídica de los derechos y obligaciones de
ambas razas, lo que haría de la América española una sociedad dual, dividida en dos “repúblicas”:
una de españoles y una de indios.

La Corona mediaría en las necesarias relaciones económicas entre ambas repúblicas mediante la
institución de la encomienda: los indígenas estaban obligados a dar tributo, ante todo, al rey en
cuanto su señor natural; el rey concedía entonces derechos subsidiarios limitados a recibir tributo
de los naturales a los españoles dignos, a quienes se exigía a cambio proteger a los indios que
tenían encomendados y costear su evangelización por el clero. PESE A ESTO, la Corona no pudo
hacer que la encomienda funcionara de manera justa en la práctica.
El consejo llegó a la conclusión de que la encomienda era de suyo injusta y se prestaba a grandes
abusos, por lo que debía abolirse. En consecuencia, las Leyes Nuevas de las Indias, promulgadas en
1542, contenían disposiciones concebidas para eliminar gradualmente el sistema; no se
concederían nuevas encomiendas, y lo que resultaba más drástico, se retiraron los derechos
hereditarios asociados a los privilegios de las encomiendas existentes: al morir un encomendero, el
tributo de los indios que tenía asignados ya no se podría transmitir a sus descendientes sino que se
pagaría directamente a la Corona. La encomienda como institución se extinguiría, pues con la
muerte del ultimo encomendero. En la década de 1570 la encomienda estaba “acabada”.

¿Cómo describir, entonces, la verdadera naturaleza del Estado imperial en las Indias? Era un Estado
legitimo con una autoridad imperfecta, pues estaba tomado por un grupo de presión cuyo poder
efectivo el propio Estado se negaba a reconocer. Al fin y al cabo, las oligarquías de la América
española no habían cristalizado en una aristocracia legitima: no habían podido avasallar a los
indígenas, no se les permitía tener instituciones políticas representativas; en general, les estaba
vedado el acceso a los altor cargos del gobierno en sus regiones de origen; ningún privilegio
especial, salvo unos cuantos títulos, los distinguían del común de los españoles en las Indias.

(121-151): La decadencia de la metrópoli propició la madurez de esta sociedad. Por su debilidad


económica y militar, España aflojó las riendas de sus dominios en el Nuevo Mundo, dejando que la
sociedad colonial se desarrollara según su propia dinámica interna. El factor más importante de
este desarrollo fue la expansión del sector mestizo a expensas del mundo indígena. El proceso de
despoblación de los naturales continuó de forma espasmódica hasta mediados del siglo xvI, pero
las comunidades nativas quedaron aún más debilitadas por el acelerado ritmo de hispanización de
sus miembros. Otro factor importante fue la llegada desde los últimos años del siglo anterior- de
un gran número de esclavos africanos. Este influjo contribuyó en inmensa medida a la mezcla
racial, uno de los rasgos distintivos más evidentes de la sociedad hispanoamericana.

La relativa impotencia de España permitió, sobre todo, la formación de poderosas oligarquías


locales que se volvieron las clases gobernantes efectivas de las muchas y diversas regiones que
constituían las Indias españolas. Fue la época del criollo: el hijo de españoles nacido en América.
Aunque el término era poco usual entonces, se ha generalizado entre los historiadores modernos
porque denota el creciente sentimiento de separación que los españoles americanos
experimentaban con respecto a sus primos peninsulares a medida que transcurría el siglo.

-Como observó John Lynch: "La crisis de la carrera de Indias no se produjo porque las economías
americanas se estuvieran derrumbando, sino porque estaban en proceso de desarrollo y
liberándose de su antigua dependencia con respecto a la metrópoli. Ésta fue la primera
emancipación de la América española". La relativa autonomía económica de las Indias se
acompañó de un aumento del poder de facto de numerosas oligarquías criollas. Las dificultades
financieras del Estado imperial ofrecían a las familias criollas dominantes incontables posibilidades
de infiltrarse en las instituciones del gobierno colonial y la Iglesia, o bien, de torcer la ley a su favor
colmando de obsequios a los funcionarios reales.

Así, el siglo xvII señaló el surgimiento de una clase dominante hispanoamericana que ejercía el
poder haciendo caso omiso de la ley y sin consideración hacia los demás sectores de la sociedad.
En cuanto a los indígenas, sobre todo los que vivían en comunidades tribales, se les consideraba
"gente sin razón", incivilizada y perezosa. Incluso el Estado español abandonó por entonces la
aspiración de elevar a los indios a un rango de igualdad civil con el sector hispánico; oficialmente
aún había que protegerlos, pero sólo porque su condición de desgracia se
consideraba irremediable.

Tierra y trabajo: El siglo XVll se asocia convencionalmente con el advenimiento de la hacienda, la


finca rural dotada de grandes extensiones de terreno, que constituyó la unidad económica más
poderosa del campo y la principal fuente de posición social. La hacienda fue un fenómeno típico de
la América española, no porque se diferenciara cualitativamente de la finca rústica ibérica, sino
porque representó el intento de materializar un ideal ibérico de tenencia de la tierra dentro de las
restricciones legales impuestas por la Corona en las Indias después de la Conquista. Este ideal,
según James Lockhart, "habría combinado el vasallaje con inmensas posesiones de
tierra y ganado".

El origen de la hacienda se remonta a las concesiones de tierra de la Con-quista. Estas fincas, a


menudo llamadas estancias, variaban en extensión, y en la época inmediatamente posterior a la
Conquista se dedicaban sobre todo a cultivos de autoabastecimiento, no a fines comerciales.
Cuanto más extensa era la propiedad, mayores resultaban sus necesidades de mano de obra, pero
como las principales fuentes de abasto de trabajadores eran los pueblos de indios, el propietario
debía ingeniárselas para conseguir cuadrillas de labradores temporales que cultivaran sus tierras.

La transformación de la estancia en hacienda fue un proceso continuo que obedecía a factores


tanto sociales como económicos. Las fincas grandes se asociaban con la nobleza, y alcanzar esta
categoría era una motivación fundamental de los conquistadores y los primeros colonos. Así, la
tendencia a acumular fincas cada vez mayores era inherente a la dinámica de la sociedad que
siguió a la Conquista. Desde el punto de vista económico, el crecimiento de la propiedad tenía
relación con el aumento de la población hispana en las Indias. A medida que crecía la demanda de
productos agrícolas, los propietarios fueron incrementando la producción de ciertos bienes para
satisfacer necesidades concretas del mercado, sin renunciar a sus aspiraciones de autosuficiencia y
diversificación de actividades.

Durante toda la época colonial las comunidades indígenas de regiones como Oaxaca, Yucatán,
Chiapas y Guatemala impidieron en la gran mayoría de los casos la usurpación de sus tierras.

La Sociedad: La división de las Indias en dos "repúblicas" jurídicamente distintas de españoles y de


indios siguió siendo un rasgo básico de la organización social durante toda la Colonia. Sin embargo,
este modelo social bimembre se fue haciendo más complejo a causa de dos factores. Para
empezar, había un flujo constante e incluso cada vez mayor de indígenas hacia las ciudades
españolas y, a la inversa, una creciente influencia hispánica en las comunidades autóctonas. En
segundo lugar, se produjo un mestizaje cada vez más intenso, al que contribuyó la llegada de un
gran número de esclavos africanos a muchas partes del imperio. Aun así, persistió la división
institucional entre la sociedad hispánica y un sector indígena claramente separado, compuesto por
muchas comunidades diversas, distinción que en la práctica perdura hasta el día de hoy.

-La república de españoles: La sociedad hispánica que surgió en las Indias adoptó una forma
acorde con las circunstancias de la Conquista. La distribución de recompensas al término de una
expedición de conquista creaba los rudimentos de una jerarquía social que se expresaba en la
disposición física de las poblaciones que los conquistadores debían fundar. La consecuencia era la
formación de una sociedad señorial encabezada por una aristocracia natural constituida por los
españoles que recibían las mayores concesiones de tierras y las encomiendas más numerosas.
Durante toda la época colonial la propiedad de tierras sería. el principal criterio de categoría social:
cuanto mayor fuese la finca, tanto más elevada era la posición de su dueño. El estímulo
fundamental de la evolución de la hacienda a partir del siglo xv era la aspiración, común a todos los
españoles de las Indias, de alcanzar la condición noble propia de la tenencia de tierras muy
extensas.
Sin embargo, el concepto de nobleza era de suyo inestable porque había muy pocos símbolos fijos
de categoría social, aparte de la riqueza, que diferenciaran al aristócrata del plebeyo. La Corona,
que era la auténtica fuente de nobleza, se negaba a conceder los privilegios tradicionales de la
aristocracia a la clase gobernante natural de las Indias. Esto explicaba las tendencias subyacentes
de resentimiento e inconformidad que había entre los criollos contra la madre patria y que
afloraron de vez en cuando durante toda la Colonia.

Por la naturaleza misma de su fundación, la sociedad hispanoamericana era señorial y estaba


obsesionada por la distinción, pero carecía de medios para institucionalizar las diferencias de
posición social.

Las oligarquías criollas tenían que recurrir a símbolos de clase menos evidentes: propiedades,
limpieza de sangre y reputación. Los comerciantes y dueños de minas, cuando amasaban suficiente
dinero, siempre compraban una hacienda para obtener prestigio social, lo que pone de manifiesto
que la tenencia de tierras confería clase. Esto se aplicaba también a los funcionarios de la Corona.
Sin embargo, como hemos visto, las haciendas no eran empresas seguras desde el punto de vista
financiero, así que toda nobleza adquirida por este medio se podía perder en caso de quiebra.
Tener la piel blanca era requisito indispensable para toda pretensión nobiliaria, pues la mínima
impureza de sangre indígena o africana rebajaba la condición de un criollo igual que la sospecha de
ascendencia judía comprometía la nobleza de linaje de un peninsular. Así, el concepto español
medieval de "limpieza de sangre" se trasladó a las Indias, pero se le dio otro significado en un
entorno racial muy diferente: la piel blanca distinguía a la raza de los conquistadores de las de
conquistados y esclavizados. De ahí el interés obsesivo de los hispanoamericanos por clasificar y
jerarquizar las diversas combinaciones de razas (véase más adelante). Sin embargo, ni siquiera la
pureza racial era un signo confiable de posición social, pues a fines del siglo XVII el mestizaje
estaba tan generalizado que muy pocas familias de hacendados se habían sustraído a él. Como la
piel blanca ya no era criterio suficiente de superioridad, se hizo necesario complementarla o suplir
su ausencia con otros símbolos de calidad social, de los cuales el más convincente era el linaje o la
reputación de una familia.

La fuente más segura de reputación era el mando, el poder para dar órdenes y conceder favores a
subordinados y protegidos; ésta era la más alta condición a la que podía aspirar un criollo
prominente en su afán de emular al aristócrata europeo que tenía vasallos a su servicio. El mando
era necesariamente más difuso que el vasallaje y se podía ejercer en distintas esferas.

1. La cúspide de la pirámide social de toda región Hispanoamérica estaba ocupada por


grupos de familias criollas relacionadas entre sí, que disfrutaban del rango indiscutido de
aristócratas. Inmediatamente debajo de ellas había una clase variada de familias que no
habían alcanzado la misma prominencia, en cuanto a, que les faltaba el linaje, la riqueza o
no se dedicaban a una actividad idónea (profesiones como la abogacía y la carrera
eclesiástica).
2. En las ciudades, las clases medias de la sociedad blanca estaban compuestas por
artesanos y otros trabajadores manuales autónomos, funcionarios de segunda
importancia, oficinistas y tenderos; a todos ellos les preocupaba tanto como a las clases
altas mantener su posición social: los artesanos, por ejemplo, procuraban excluir a los
competidores de clase inferior -que solían no ser de raza blanca- formando gremios y
corporaciones. En el campo, las clases medias estaban constituidas por los mayordomos
de las grandes haciendas y los propietarios de fincas y ranchos de regular extensión.
3. En la base de la pirámide social se encontraban la generalidad de los españoles que no
tenían profesión ni propiedades, blancos pobres que no se distinguían de las clases
inferiores mas que por el color de su piel, pues a su alrededor pululaban las masas de
indígenas urbanizados, negros libres y mestizos que vivían en la republica de españoles sin
pertenecer jurídicamente a ella.

Los africanos: Una tercera etnia que llegó a formar parte integral de la sociedad hispanoamericana
fueron los negros de África. Al principio eran un grupo constituido enteramente por esclavos. La
esclavitud era común en las sociedades mediterráneas -tanto cristianas como islámicas desde la
Edad Media, y en las primeras expediciones al Nuevo Mundo se llevaban esclavos negros. Sin
embargo, su número no fue importante durante la mayor parte del siglo xvi porque los indígenas
hacían el trabajo. Al sobrevenir la escasez de mano de obra a raíz de la despoblación indígena, la
demanda de esclavos aumento, hasta que a finales del siglo la Corona española se vio obligada a
permitir la importación sistemática de africanos.

España dependía de los portugueses para importar esclavos, pues el Tratado de Tordesillas había
concedido a Portugal la costa occidental de África y hacía mucho que los lusos traficaban con
esclavos de ese continente. Cuan-do- en 1595 la Corona española empezó a adjudicar contratos, o
asientos, a los traficantes portugueses, el número de esclavos llevados a las Indias españolas
aumentó drásticamente. Durante el resto de la Colonia el tráfico dio pocas señales de disminuir
porque la población de esclavos negros en América no crecía a un ritmo na-tural; como la tasa de
mortalidad era mayor que la de natalidad, se precisaba la importación constante de esclavos para
satisfacer la demanda de mano de obra.

-En las ciudades se solía emplear a los negros en los obrajes, pero también eran muy apreciados
por el prestigio social que conferían como sirvientes domésticos de los españoles ricos. Los criollos
algo más modestos podían darse el lujo de tener algunos esclavos; los artesanos y otras personas
dedicadas a oficios manuales, por ejemplo, empleaban con bastante frecuencia esclavos negros
como ayudantes en sus talleres. En las décadas de mediados del siglo xvir los negros ya eran una
presencia importante en las Indias; las ciudades principales tenían poblaciones negras numerosas,
y es posible incluso que casi la mitad de la población de Lima fuese negra o mulata. El volumen del
tráfico de esclavos era motivo de intranquilidad moral para la Iglesia y el gobierno real. Sin
embargo, la esclavitud en sí nunca se había considerado moralmente objetable en Europa.

La Iglesia toleraba la esclavitud considerándola el destino infortunado de algunas razas, aunque


profesaba la creencia de que los esclavos podían alcanzar la salvación y era un deber convertirlos;
de hecho, aprobaba la esclavización de los salvajes como medio para llevarlos al conocimiento de
la verdadera fe, con la única condición de que recibieran un trato humano.

Sin embargo, se evidenció que la trata de esclavos en las Indias estaba lejos de ser humana: los
traficantes los capturaban en incursiones que sembraban el terror en las costas del África
occidental; apiñaban a los desventurados cautivos en las inmundas bodegas de los barcos, y al final
de la travesía los desembarcaban como animales para venderlos en los enormes mercados de los
puertos americanos.

El orden patriarcal de la sociedad: El mundo social de las Indias españolas era patriarcal y
jerárquico. El ideal era vivir como un señor, ser dueño de extensas fincas y ejercer un gran poderío
sobre otros hombres. Este ideal seguía el modelo de la unidad familiar ibérica, donde el
paterfamilias ejercía una autoridad benévola, pero indiscutida, sobre su esposa, hijos,
dependientes, sirvientes, esclavos y un numeroso clan de parientes y protegidos. El mando del
patriarca se ejercía por patronato y no por la fuerza: se concedían favores a cambio de respeto; la
protección especial en un mundo cruel era la recompensa a la obediencia de aquellos a quienes se
consideraba socialmente inferiores y que a menudo estaban unidos a la familia por lazos de
padrinaje y compadrazgo.

Estos valores permeaban el comportamiento político y económico. En la política, llevaban


inevitablemente a la oligarquía, pues los clanes patriarcales se afanaban por mantener su
influencia infiltrándose en instituciones poderosas y atendiendo los asuntos públicos con el mismo
método que primaba en la vida familiar: el intercambio de favores entre patrones y protegidos. La
práctica económica también era oligárquica: tendía a excluir la competencia igualitaria, pues a
fuerza de favores se adquiría el dominio de los mercados, se organizaban carteles de productores
que mantenían altos los precios, se obtenían del Estado derechos de monopolio, etc.

En suma, los grandes clanes procuraban captar y controlar los mercados para hacer de los
consumidores ordinarios clientes pasivos que debían pagar precios altos por los bienes que
compraban, a modo de tributo y como reconocimiento del poder patriarcal del productor. Por otra
parte, las grandes familias gastaban sus cuantiosas ganancias y rentas de manera económicamente
"improductiva": en actos de generosidad pública mediante donaciones a la Iglesia, la Corona y la
comunidad, y llevando una vida de lujo y ostentación que aumentaba el prestigio y el poder del
patriarca y los suyos.

(168-169): El Estado imperial en América era una creación singular de la monarquía católica, y los
criollos, por frustrados que estuvieran, carecían de toda fuente de autoridad legítima que no fuera
el rey español. Actuar en su contra habría supuesto entrar en un vacío constitucional. Pocos
criollos estaban preparados para llevar tan lejos sus reivindicaciones, porque en último caso las
Indias adolecían de un doble colonialismo: la desigualdad del criollo en relación con el peninsular y
la subordinación de indígenas y otras razas de color a los criollos (la primera forma de colonialismo
no era nada comparada con la segunda). Todo ataque directo a la monarquía corría el riesgo de
demoler el complejo edificio ideológico que impedía el doble colonialismo de las Indias hundirse
en un desorden sangriento.

De Ramón (1991), 199-200, 232-238, 267-275.

(199-200): La conquista y colonización de América por los españoles debe ser analizada en dos
fases.
● La primera fase es conocida con el nombre de descubrimiento y conquista. Se caracterizó
por haber estado a cargo de particulares, quienes equipaban las tropas, reclutaban
soldados y llevaban a cabo las expediciones. Una vez realizados el descubrimiento y la
conquista, el caudillo y sus seguidores se apoderaban de los bienes y de los hombres
encontrados en las nuevas tierras, iniciando un proceso de explotación que se ha llamado
etapa del “despilfarro”, el cual generalmente se tradujo en una rápida disminución de la
población indígena y en un total agotamiento de las riquezas, especialmente de los
lavanderos de oro.
● La segunda fase corresponde al periodo en que aparece una reacción de la autoridad
central del Imperio Español. Durante esta segunda etapa los territorios americanos serán
“reconquistados” por la acción legal de la Corona y por los funcionarios del Rey quienes
impusieron un estilo de gobierno que va a durar hasta las reformas borbónicas. Es el
periodo en que los conquistadores y sus descendientes comenzaron a ser desplazados del
poder local hasta perder gran parte de su influencia. Dominados los caudillos locales y
terminada la anarquía, se impuso un tácito pacto colonial entre las nuevas autoridades y
los pobladores, ahora sometidos a la autoridad real a través de la legislación y de la nueva
burocracia encargada de hacerla cumplir.

(232-238): La conquista española y portuguesa en América tuvo la particularidad de que estuvo


dirigida no sólo a apoderarse del territorio y de sus riquezas, sino que intentó servirse de la
población. Los soberanos españoles se habían comprometido con la Santa sede a predicar el
cristianismo ya procurar la conversión de los pueblos conquistados, cosa que implicaba evangelizar
y colonizar la población aborigen.

El número total de esta población indígena comenzó a disminuir rápidamente junto con comenzar
la primera conquista. Las depredaciones causadas por los hombres recién llegados a las islas y
luego al continente, sumadas a la propagación de enfermedades, causaron estragos entre la
población aborigen.

(267-275): La Tesis sobre el origen de la sociedad hispanoamericana: La sociedad de América


española, al menos durante los siglos XVl y XVll, era una mezcla de sistemas, donde predominaba
el capitalismo mercantil representado por las ciudades de Sevilla en un extremo y México y Lima
en el otro. Todas ellas eran centros de poder mercantil, y en torno a las dos últimas, constituidas
en polos de crecimiento, graban las provincias americanas periféricas, como se verá en la parte Vl.
Siendo esto así, el rol del comercio tenía que pasar a ser preponderante en la sociedad colonial,
tiñéndola con su carácter y haciendo del mercader el eje que daría las pautas para definir la misma
sociedad. Luego del fracaso de los conquistadores y de sus inmediatos descendientes, una vez que
la Corona retomó el control del poder en las Indias a mediados del siglo XVl, y después de la
declinación de las encomiendas, fueron el comercio y el capital mercantil, dirigidos por hábiles
mercaderes, los que pasaron a ser determinantes en la formación de la sociedad en América.

ESTRATOS SOCIALES Y CASTAS: Durante los primeros tiempos de la conquista y colonización, no


hubo en América una organización compleja. Todo lo contrario. el grupo de los conquistadores,
establecido en la cumbre de la pirámide social, compartía un mismo territorio con una gran masa
indígena, recientemente conquistada y en trance de ser evangelizada por misioneros. evangelizada
por misioneros.
Sin embargo, muy pronto comenzaron a llegar comerciantes, artesanos y hombres del común que
se integraron en esta naciente sociedad y se establecieron de preferencia en las ciudades recién
fundadas. Esto determinó la aparición de grupos sociales entre los miembros españoles de esta
peculiar sociedad. los que darían origen, en breve, a las primeras divisiones entre ellos. Por último,
la traída de negros a América para servir de esclavos introdujo mayor complejidad, al poner a un
lado a las razas vencidas y sus mezclas y al otro la raza vencedora.

En la Hispanoamérica colonial se formaron estratos sociales y no clases sociales. Por lo tanto


debemos tomar en cuenta ciertos criterios como los de nupcialidad (matrimonio entre iguales),
comensalidad (relación de amistad entre iguales) y también el origen social o nacimiento. Sin
embargo en América el origen social, aunque muchos solían alardear de su nacimiento y
acompañaban sus palabras con informaciones y certificaciones de los méritos de sus antepasados
hechas antes de salir de la península, no tenía tanto peso como la situación adquirida por el
migrante español en las nuevas tierras, porque en América no se gozaba de aquel privilegio de
hidalguía que eximia a su titular permanentemente de pagar impuestos, como sucedía en España.
Por lo tanto, los criterios de nupcialidad, comensalidad y otros aspectos definitorios de una
relación de intimidad entre las personas terminaban por ser los de mayor importancia para
establecer el grado de pertenencia a un grupo social.

Normalmente, estuvieron a la cabeza de los grupos sociales los encomenderos, en la medida que
sus indios les servían para las actividades mineras, agropecuarias o industriales. Estos hombres
dominaban, también, los cabildos de las ciudades donde eran vecinos. No obstante, con el término
del servicio personal o con la disminución de los indios encomendados, surgió otro personaje que
pronto estaría en la cúspide de la nueva sociedad. Me refiero al mercader o comerciante,
aparecido junto con la conquista, pero que demoró mucho tiempo en llegar a dominar el espectro
social de los nuevos territorios. Completando lo anterior, puede agregarse que eran mercaderes
quienes administraban capital-mercancías de comercio. propio o ajeno, en comisión, en confianza,
en sociedad o compañía, o en cualquier otra forma permitida por la costumbre o el uso jurídico
vigente.

En esa época, asimismo, comenzaron a establecerse los primeros mayorazgos y a otorgarse títulos
nobiliarios a algunos criollos americanos, característica que no había sido corriente, pues durante
el siglo XVI la política fue de no otorgarlos, debido al temor que el gobierno metropolitano tenia a
las tendencias señoriales y autonomistas de los conquistadores.

Sin embargo, hubo españoles llegados a América en distintas ocasiones que no tuvieron acceso a
los grupos altos de poder. Desde ellos salieron en el siglo XVI los que se establecieron en estancias,
ranchos o haciendas, ya como propietarios, ya como arrendatarios y que engrosaron la población
rural, muy numerosa durante el siglo XVI!. En estos grupos fueron reclutados los soldados que eran
llevados a las fronteras de guerra en el Caribe. Chile o Nuevo México. De estos grupos, también,
salieron los funcionarios medios y bajos y algunas profesiones que entonces tuvieron poco
prestigio como los médicos, maestros de escuela, pequeños comerciantes y tenderos, todos
habitantes de las ciudades coloniales. La situación de estas personas no podía mejorar, debido a la
baja consideración en que se tenía a los oficios mecánicos y a las profesiones citadas. Por tal
motivo en este estrato social solía darse el mestizaje que conllevaba también una ubicación baja en
la pirámide social.

Mayor era la heterogeneidad en los grupos más modestos, los que se encontraban, ya en el siglo
XVIII. abundando en las ciudades. En estos grupos se reclutaban no sólo los artesanos de las
ciudades, sino los peones y jornaleros, aunque subsistía entre ellos un altísimo porcentaje de
desocupación y vagancia, debido en buena parte a la falta de trabajo, acentuada con la tendencia a
ocupar a los presos de la cárcel para realizar las obras públicas. En este nivel social se encontraban
los mestizos, los indios, los negros libres y sus complicadas mezclas, lo que impedía cualquier
sistema organizativo de este estrato social. La administración eclesiástica española llamó castas a
estos grupos situados todos en la parte más baja de la escala social debido, precisamente, a no ser
de raza pura española.

De Ramón (1993), 85-117.

Las Revoluciones Populares (1780-1826): Llamamos revoluciones populares a una serie de


levantamientos de protesta contra las autoridades y sus medidas protagonizados por grupos
indígenas o por mestizos, eventualmente dirigidos por blancos, las que pusieron en peligro la
estructura formal de las instituciones políticas de alguna o algunas secciones del Imperio Español
Americano. La mayor parte de ellas tuvo lugar durante el siglo XVIII aunque en las dos primeras
décadas del XIX también se registraron importantes levantamientos populares en la Nueva España
y en el Perú. Por este motivo hasta ahora han sido registrados como movimientos precursores de la
Independencia de América pese a que muchas de ellas no tuvieron intención de pasar más allá del
logro de algunas reformas.
Se ha pensado que estas rebeliones comprobaron que en Hispanoamérica existían graves
tensiones entre los grupos sociales y raciales que componían la sociedad de esa época. Por lo
tanto, se trataría de una inestabilidad social que se habría ido desenrollando lentamente durante
los siglos coloniales para constituir, a fines del siglo XVIII, una acumulación de conflictos latentes
que sólo necesitaban de un impulso exterior para estallar. La reaparición, en esa época, de un
Estado que pasó a ejercer controles no conocidos en las antiguas colonias, el aumento de los
tributos y un sinnúmero de reformas difíciles de asimilar, constituirían el gatillo que disparó las
rebeliones que estallaron con fuerza en el mundo andino y más apagadamente en varias de las
principales ciudades de América Española.
CONCEPTOS: Será preciso distinguir entre las rebeliones dirigidas por los criollos, que fueron las
más, y aquellas que movieron a una masa indígena cuya rebelión infundió temor en la población
blanca, española o criolla, determinándola a no apoyar tales revoluciones.
-Entre las rebeliones criollas se destacan las de los comuneros en el Nuevo Reino de Granada,
cuyas acciones veremos más adelante, y los de Venezuela, quienes se levantaron en la década de
1780 para detener la avalancha de nuevos tributos que se les venía encima. También puede
incluirse entre éstas la de Santiago de Chile en 1776 llamada Motín, de las Alcabalas, la que tuvo
lugar en protesta por reformas en los avalúos de frutos y en los derechos que pagaban las
pulperías. La actitud inflexible de algunos funcionarios llegados desde la Metrópoli tuvo mucha
culpa en ello. Pero también la tenía la guerra que, desde 1779, libraba España contra Gran Bretaña
y que exigía fuertes gastos que recaían, finalmente, sobre las colonias americanas.
También es efectivo que estos levantamientos, asonadas, motines y rebeliones criollas, pueden
compararse con las primeras actividades revolucionarias hispanoamericanas cuando se supo de la
abdicación de los reyes de España en 1808. No había claridad sobre si el fin último podía ser la
emancipación o si sólo se pretendía derribar un mal gobierno a nombre del rey, respecto de quien
se hacía toda clase de declaraciones de lealtad.
Por su parte, a los levantamientos indígenas les faltó el ingrediente nacionalista que podría haber
acompañado a sus acciones políticas. Aunque en las proclamas de Túpac Amara se habla de la
gente peruana incluyendo a todos los nacidos en Perú, estas ideas no eran propias de los indígenas
sino más bien influencia de la educación española del caudillo rebelde.
Sin duda que en el Perú había tensiones raciales fuertes, por lo cual los criollos blancos debían
tomar medidas de autodefensa que los inclinaban hacia los españoles. En la Nueva España debió
pasar algo semejante pues en el siglo XIX el historiador Lucas Alamán, reflexionando sobre estos
hechos, dijo que los indios comprendían “una nación enteramente separada", en clara referencia a
que las diferencias raciales impedían considerar a toda la población como estructuradora de una
nacionalidad.
Aunque ya en la década de 1780 podrá notarse en América Española una tendencia al surgimiento
de motines y revueltas, éstas, sin embargo, no estarán caracterizadas por un sentimiento
nacionalista sino por los particulares agravios y reivindicaciones de los grupos raciales que los
llevaron adelante.
Por la experiencia ocurrida con los primeros levantamientos, parecía que un requisito para la
supervivencia y para el éxito de estas acciones debía ser una política de alianzas de los indígenas
hacia los criollos pobres, blancos o mestizos, pequeños comerciantes y demás habitantes de las
zonas rurales y de las pequeñas poblaciones del interior de las provincias. Es lógico que los abusos
a que eran sometidos los indígenas al afectar también a los pequeños comerciantes y a los
propietarios de escasas parcelas de terreno, dejarían a estos más dispuestos a seguir aquella
política de alianzas.
Así ocurrió, en un principio, con la sublevación de Túpac Amara quien, pese a que aparecía
sostenido por una especie de mesianismo antiespañol, no excluyó nunca la esperanza de una
alianza con criollos blancos y demás grupos raciales que vivían en el Perú y en América Española.
Sin duda por ello las autoridades debieron salir al paso de esta política, para evitar tales alianzas o
para romperlas cuando se hubiera producido.
LAS AREAS DEL CONFLICTO. LOS ANDES Y MESOAMERICA: Se deduce de lo expresado en el
párrafo anterior, que las estructuras raciales y sociales de Hispanoamérica influyeron en las
características que tomarían las guerras de la emancipación en el Nuevo Continente. Los
historiadores destacan que en aquellas regiones donde existía una población indígena,
proporcionalmente mayoritaria, se produjeron desde el primer instante, violentos ataques que
derivaron en acciones muy radicales. Así ocurrió, por ejemplo, en el Perú y en el Alto Perú donde
tuvieron lugar las primeras rebeliones antiespañolas, en 1780 promovidas por grupos indígenas
que terminaron proclamando su antiespañolismo.
Los nacidos en España eran una pequeña minoría, no más de quince mil personas o el 0,25% del
total de la población del país. Sin embargo, su poder era muy grande ya que eran la elite
administrativa del país y controlaban los altos cargos del gobierno, de la Iglesia y del ejército, así
como una buena parte del comercio exterior y de las manufacturas textiles novo hispanas.
Constituían, por lo tanto, el estamento más alto de esta sociedad, y de ellos habrían de provenir,
con el correr del tiempo, las principales familias criollas del virreinato, pues estos españoles o
gachupines como se les llamaba en el virreinato, se casaban generalmente con las hijas de las
familias criollas más adineradas.
Esta estructura, constituía una sociedad de clases con estamentos jurídicamente reconocidos. Ciro
Cardoso cree que se trataría de un ordenamiento estamental constituido como una
superestructura, como “la visión que la sociedad tenía de sí misma, y no como su realidad
profunda”. Por lo tanto, se trataba de una sociedad con distinciones estamentales consagradas
jurídicamente pero que, al operar dentro de un mismo estrato racial, no constituían el fondo
mismo de este ordenamiento. Aquel autor cree que el verdadero ordenamiento social debía ser
buscado en la propiedad de los medios de producción por lo que no se trataba del nacimiento ni
de la sangre al estilo de Weber, sino de la distinta función que se cumplía dentro del sistema social
colonial.
Todos los elementos más bajos de la sociedad blanca frente a los que componían la elite, tenían
conciencia de la dificultad del ascenso social y la discriminación que pesaba sobre ellos 91 debido a
la estructura social vigente en el virreinato. Ello producía tensiones entre los blancos, que se
agravaban debido al rápido aumento que experimentaban estos grupos medios en tanto que la
sociedad novo hispana se expandía económicamente, como ocurrió a fines del siglo XVIII y
principios del XIX. Estas personas, que se sentían postergadas e imposibilitadas de promover su
ascenso económico y social, eran muy proclives a adoptar nuevas ideas respecto al viejo régimen
virreinal imperante y a asumir un incipiente nacionalismo mexicano.
Bajo la escala social se encontraban las llamadas castas y los indígenas, todos los cuales constituían
el 83,3% de la sociedad, una proporción muy similar a la que existía en el virreinato del Perú. Estos
grupos, inmensamente mayoritarios, estaban sin embargo segregados por la costumbre y por la ley
y componían, salvo excepciones, la totalidad de los pobres del país. Cada cierto número de años,
las pestes y las hambrunas, como dos grandes maldiciones, diezmaban grandes contingentes de
pobres. Generalmente el paso de una epidemia de viruelas u otra enfermedad, al matar a un
número importante de personas, provocaba una caída de la producción agrícola, en especial maíz,
con lo que el hambre se hacía presente.
LAS REBELIONES ANDINAS. EL CASO DEL PERU. EL ALZAMIENTO GENERAL EN EL PERU.
1780-1781: Durante la segunda mitad del siglo XVIII, se produjeron en la sierra andina
modificaciones estructurales de importancia, las cuales influyeron para cambiar el sello de la
historia peruana. Según algunos autores, entre ellos Jürgen Golte, el crecimiento del comercio
exterior y las importaciones fue muy elevado durante la segunda mitad del siglo XVIII, por lo que el
aumento del mercado consumidor se transformó en una necesidad imperiosa para los mercaderes
de Lima. Por otra parte, el aumento de la necesidad de producir para exportar estaba muy ligada a
la obtención de una mano de obra en cantidades que ya la antigua mita no estaba en condiciones
de asegurar. Pero el indígena serrano disponía de tierras suficientes para obtener sus alimentos y
producir su ropa, con lo cual tendía a refugiarse en la economía de subsistencia y a abstenerse de
comprar. En consecuencia y según el autor citado, se necesitó conjugar ambas circunstancias para
lo cual se creó un mecanismo que, como puede suponerse, pasó a ser una carga muy gravosa para
la población indígena.
Este mecanismo fue llamado repartimiento mercantil, el cual se institucionalizó en 1751, aunque
había nacido mucho antes. Consistió en la venta forzada de artículos a la población indígena la que
debía necesariamente vender más tarde su fuerza de trabajo a fin de poder pagar estas
adquisiciones. La manera práctica de operar que tenía esta institución consistía en que el
corregidor de indios, funcionario que tenía entre sus atribuciones el ejercicio del poder judicial y el
control del poder militar, debía comprar su cargo en un curioso sistema de nombramiento donde
los candidatos a éste debían hacer una oferta al real fisco de la cual dependía esta designación.
Este, además, le entregaba mercaderías para ser vendidas obligatoriamente a los indígenas del
distrito asignado al corregidor, por lo que la llegada del nuevo funcionario a la sede de su gobierno
transformaba a esta localidad en una especie de feria donde el indígena debía obligatoriamente
comprar las especies y artículos que su nuevo gobernante le traía. Como dice el autor citado, este
sistema produjo un empobrecimiento de la economía del campesino indígena, el cual se vio
obligado a vender su fuerza de trabajo para poder pagar lo que se le obligaba a adquirir. El
mercado interno se vio así notablemente aumentado y el sector exportador entró en un proceso
expansivo como no se conocía en Perú desde mucho antes.
Al parecer, este notable abuso fue una de las razones que justificaron los alzamientos indígenas
durante el periodo en estudio, hasta culminar en la famosa sublevación general de Túpac Amaru II
en 1780.
Estos levantamientos podían consistir desde una protesta ruidosa contra el corregidor y el
repartimiento, hasta un asalto contra la caravana de este funcionario y sus acompañantes. Pero el
levantamiento dirigido por Túpac Amaru II en 1780, y el protagonizado por Túpac Catari, en 1781,
por su importancia en cuanto al número de población involucrada y a la extensión geográfica de
los mismos, merecen ser explicados con mayor detalle.
La causa de estos movimientos no era exclusivamente el abuso de los repartimientos. Estos
vendrían a ser el equivalente de la gota de agua que rebalsa el vaso. Por eso hay que recordar que
los reiterados abusos que debían soportar los indígenas fueron una constante durante todos los
siglos coloniales. De manera que tanto la mita, como los tributos y las exacciones particulares que
habían pesado sobre esta población, explican suficientemente ésta y cualquier otra rebelión.
Igualmente el alza de la alcabala del cuatro al seis por ciento y la instalación de aduanas interiores
para controlar mejor el cobro de los impuestos, al afectar a los grupos medios de la sociedad
indígena, han sido señalados por algunos historiadores como un estímulo para el surgimiento de
caudillos.
Este caudillo se encontró en la persona de un cacique de origen noble incaico llamado José Gabriel
Condorcanqui (1738-1781). Educado en el colegio de San Francisco Javier del Cuzco para indios
nobles, conocedor del Perú y amigo de muchos comerciantes y viajeros a través de los cuales había
sido 95 informado de la realidad americana, terminó convirtiéndose en la persona que dirigió la
rebelión indígena más importante del periodo colonial. En la década de 1770, había viajado a Lima
a realizar algunas gestiones judiciales para obtener reformas que favorecieran a los indígenas de su
jurisdicción. Sin embargo, las autoridades españolas habían dispuesto que el cacique viajara de
regreso a su pueblo y allí esperara una sentencia que nunca se dictó.
La rebelión comenzó cuando este curaca, que tomó el nombre de Túpac Amaru II (serpiente que
resplandece), invitó a José Antonio de Arregui, corregidor de la provincia de Tinta, a un banquete
que se celebraría en su casa. Era el principio de noviembre de 1780 y allí lo hizo prisionero. Luego
de un proceso sumarísimo, el corregidor fue condenado a muerte y ejecutado de inmediato en la
plaza de Tuncasuca, hecho que simbolizaba el inicio de la formidable rebelión.
LA REBELION DE TUPAC CATARI: Ese mismo año de 1781, se registró en el Alto Perú (Bolivia) una
rebelión indígena también de vasto alcance. La dirigió un indio de la provincia de Sicasica llamado
Julián Apasa, que había sido sacristán y panadero, el cual tomó el nombre de Túpac Catan en
homenaje a Túpac Amaru II y a Tomás Catari, un precursor de las protestas de los indígenas de esa
región y que había sido asesinado por las autoridades españolas en enero de aquel año. Este
levantamiento indígena adquirió mucha gravedad al iniciarse en marzo de 1781, coincidiendo con
la rebelión de Túpac Amaru en las cercanías del Cuzco la que por entonces no había sido aún
derrotada. Túpac Catari, en una repentina acción, había tomado la población de Tiquina y puesto
cerco a la ciudad de La Paz, en 21 de marzo de aquel año.
LAS INSURRECCIONES CRIOLLAS Y LAS REPUBLIQUETAS EN EL ALTO PERU: Entre éstos, proclamaba
que ya era “tiempo pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra finalidad, como favorable al orgullo
español” y que había llegado el momento de “organizar un nuevo sistema fundado en los intereses
de nuestra patria”. Concluía haciendo un llamado para mejorar la situación de la masa indígena y
para pedir el apoyo de los indios y mestizos.
Los principales caudillos fueron enjuiciados y condenados a morir.
A partir de esa época se inició una lucha de guerrillas que los historiadores han llamado las
republiquetas, pues se trató de un enfrentamiento con grupos de guerrilleros que no tenían mayor
conexión entre ellos, sino que eran independientes entre sí. Eso aunque implicaba un factor de
debilidad por un lado le daba fuerzas por otro, pues esta lucha se adaptaba muy bien a la geografía
del altiplano y a las posibilidades de resistencia de una población formada en su mayoría por
indígenas y mestizos. Este tipo de guerrilla permitía, además, que los realistas no fueran dueños
sino del terreno que pisaban sus tropas y de las ciudades donde había fuerzas de ocupación
suficientes.
Según los historiadores que han abordado este tema, aunque las republiquetas fueron pequeñas
en número y no constituyeron nunca un peligro grave para las fuerzas de ocupación, permitieron
en cambio fijar las fuerzas realistas y alejar parte de los ejércitos de otros lugares donde podían ser
necesarias impidiendo, al mismo tiempo, que los realistas efectuaran una completa ocupación del
Alto Perú. Casi todas estaban dirigidas por mestizos o por criollos blancos de modesto origen
social, pero contaban con grupos de indígenas que se ocupaban de los servicios que precisaba la
guerrilla y, eventualmente, combatían usando armas muy rudimentarias. No tuvieron ideología
clara, pero todos combatían por un común ideal de independencia aunque no había unanimidad
para entender de la misma manera las consecuencias de ésta. Finalmente, su acción permitió dar
un sentido de nacionalidad propia al Alto Perú, territorio que ya no podría ser parte ni del Estado
que sucediera al antiguo virreinato del Plata, ni tampoco del que ocupara el lugar el viejo virreinato
del Perú.
La liberación del territorio por las fuerzas del mariscal Sucre, como se verá, y la creación del nuevo
Estado de Bolivia, deben mucho a esta larguísima guerra popular compuesta por las republiquetas
así 110 como éste debe reconocer también su origen en el simbolismo de la Junta Tuitiva de 1809 y
en las rebeliones urbanas de 1810 y 1811. Incluso las intervenciones de los ejércitos del Plata y del
Perú y sus acciones políticas, contribuyeron a alejar a las masas populares de estos interventores y
a desear una identidad diferente, para alcanzar una independencia no sólo de la Madre Patria, sino
de los centros americanos de poder de los cuales antes dependieron.
EL PRIMER LEVANTAMIENTO POPULAR: EL GRITO DE DOLORES: el 16 de septiembre de 1810
Miguel Hidalgo, cura párroco de la localidad de Dolores, situada en el Bajío, en el actual estado
mexicano de Guanajuato, lanzó una proclama exigiendo que se iniciara la rebelión contra el orden
existente. Este llamamiento, conocido con el nombre del Grito de Dolores fue la respuesta al
fracaso de la conspiración de Querétaro, donde algunos miembros de varias familias criollas de
situación acomodada, a los que el propio Hidalgo se había unido, conspiraban desde hacía meses
para derrocar a las autoridades y establecer una junta de gobierno dirigida por los criollos.
Se trataba de un movimiento auténticamente popular, ya que los criollos acomodados que se
unieron a este movimiento no pasaban de un pequeño número mientras que la inmensa mayoría
eran indígenas, mestizos y otras castas, todos premunidos de armas rudimentarias. . Para muchos,
esta lucha correspondía en la Nueva España a lo que en el Perú había significado el levantamiento
de Túpac Amaru II.

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