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e Pneumatologia Bernd Jochen Hilberath
e Pneumatologia Bernd Jochen Hilberath
PNEUMATOLOGÍA
INTRODUCCIÓN
En los años inmediatamente posteriores al concilio Vaticano IIse publicaron informes de situación
sobre el tema “experiencia y teología del Espíritu Sano”, marcados en su parte diagnóstica con una
expresión clave: olvido del Espíritu. El reproche ya se le había hecho repetidas veces a la misma
teología. En 1951 Emil Brunner (+1966) había afirmado que el Espíritu Santo “siembra había sido
en mayor o menor grado un hijastro de la Teología y la dinámica del Espíritu un fantasma
terrorífico para los teólogos” (E. Brunner, Buch, 55). Lo que hasta entonces representaba una
queja en boca de los particulares, en los años del despertar eclesiástico y teológico se convirtió en
un lema corriente.
1.1.1.1. Motivos
Los motivos de la postergación o del olvido del Espíritu santo se remontan muy arriba en la
historia d ela fe, la Iglesia y la Teología.
Los motivos y desarrollos montados han contribuido “a que el discurso del Espíritu Santo resulta
incomprensible de manera especial para el presente y que por ello se haya dejado de lado” (W.
Pannenberg, Glaunbensbekenntnis, 136). El dato tiene que provocar serias reflexiones, y no sólo
dentro del campo eclesial. Se sospecha incluso “una conexión….entre la irrupción del ateísmo en el
mundo moderno y…la falta de una teología práctica del Espíritu Santo” (J. Comblin, Geist, 82).
Ahora bien, en los debates de los últimos años se ha señalado con razón que ni en la vida de fe ni
en la reflexión creyente puede hablarse de un olvido total del Espíritu. Pentecostés, la fiesta del
Espíritu Santo, ha continuado siendo una fecha fija y habitual en la conciencia cristiana corriente.
La invocación del Espíritu creador ha sido un ejercicio espiritual frecuente entre los cristianos.
1.1.2.1. Experiencias
Desde mediados delos años sesenta, los movimientos carismáticos tienen una presencia evidente
en las Iglesias cristianas. El reforzado compromiso ecuménico de la Iglesia ortodoxa se djean sentir
en los textos mismos de la Comisión para la fe y la constitución eclesial del consejo Ecuménico de
las Iglesias. Según las expectativas de Juan XXIII., con el concilio Vaticano II tenía que irrumpir un
nuevo Pentecostés para la Iglesia romano-católica. Después del concilio se llegó a dos rondas de
diálogo entre el Secretariado para la unidad y los representantes de las Iglesias pentecostales y del
movimiento carismático; la tercera ronda de conversaciones se desarrolló entre la Iglesia romana
y católica y el consejo mundial de la sIglesia Metodistas con el tema “el estudio del Espíritu Santo”
(cf. H. Meyer y otros discursos, Dokumente, 476-486, 455-475). La asamblea plenaria del consejo
ecuménico de las Iglesias en Ippsala (1968) puso a la vez con la ampliación trinitaria de la fórmula
básica, originariamente cristocéntrica, un acento pneumatológico. Para la VII asamblea plenaria de
Canbera, en 1991, el tema se compendió en forma de oración: “Ven, Espíritu Santo, renueva la
creación entera!”.
1.1.2.2. Cometidos
Así, pues, el nuevo interés teológico en la experiencia y en la teología del Espíritu Santo tiene
causas internas y externas. Poco es ciertamente lo que se le ha despejado el terreno a la reflexión
teológica acerca de las nuevas corrientes.
Al mismo tiempo, las teólogas y los teólogos afrontan a su vez un reto personal, porque hablar
sobre el Espíritu sólo puede hacerse en forma lograda y creíble desde el Espíritu.
La teología oficial clásica no incluye un tratado específico y propio de Spiritu Sancto. Si pues, se
reclama al presente una renovación a fondo de toda la Teología no fue menos de agravarse la
cuestión si puede y debe darse una pneumatología como tratado dogmático especial. Sin
embargo, la pneumatología tiene la peculiaridad de ser una pieza doctrinal aparte y al mismo
tiempo, dimensión de toda la teología con otros temas capitales (por ej., la creación, la gracia, la
escatología), y muy especialmente con la cristología. La experiencia cristiana de que Dios Padre
crea a los hombres en el mundo, los libera y consuma por Jesucristo y en el Espíritu Santo, significa
para la teología cristiana el que no pueda hablar adecuadamente de Dios más que si lo hace desde
Cristo y desde el Espíritu; o, lo que es lo mismo, desde una dimensión cristológica y
pneumatológica. Una teología dogmática que siga la estructura trinitaria de la confesión de fe
tratará, ya en la exposición del artículo primero, del Espíritu de Dios, y especialmente de su obra
en la creación, y desarrollará de forma pneumatológica el segundo artículo cristológico.
Esta interdependencia trinitaria no debe malentenderse en el sentido del axioma clásico acerca de
la unidad indivisa de la obra de Dios hacia fuera (teología de la Trinidad 4.4.3). pretende más
bien conservar las propiedades de las persona en el desarrollo de la historia de la salvación. En
nuestro contexto no se trata, pues únicamente de la experiencia en el Espíritu, sino también de la
experiencia del Espíritu, y por supuesto en tanto que Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Como tal
hace presente y consuma la historia amorosa de Dios con los hombres, que culmina en Jesucristo;
por lo cual el artículo tercero ha de entenderse como confesión del Espíritu Santo y de su acción
santificadora escatológica.
Desde el punto de vista metodológico esto requier un doble movimiento contrario: lo que el
Espíritu Santo es hay que deducirlo, por una parte, de sus efectos; por otra, sin embargo, la
“reflexión esencial”, que se desarrolla en un tratado propio, contribuye a su vez al discernimiento
de los espíritus en las realidades de la vida eclesiástica y extraeclesial (4.3.1).
Así, pues, la pneumatología encuentra su lugar, primero, en el ensamblaje del artículo tercero de
la confesión de fe con los dos primeros y segundo, como un tratado en el sentido de un diseño
previo que avanza las conexiones de todos los tratados siguientes, los cuales desarrollan las
afirmaciones confesionales del mentado artículo tercero.
Una primera reflexión hermenéutica sobre los preconceptos implícitos en los modos de hablar
corrientes se centra fundamentalmente en 2 cosas: si el lenguaje teológico acerca del Espíritu
(santo) quiere ser inelegible, no puede operar con un concepto específico intrateológico; por otra
parte, y de cara al discernimiento y distinción de los espíritus tiene que defenderse contra todas
las mezclas inadecuadas.
“Espíritu” pasa por ser una “palabra originaria” o primitiva no definible- y desde luego no a priori-
(W. Kern, Geist, 62). Hay que empezar por hacer esta advertencia crítica frente a la asociación, y
hasta identificación, dominante todavía en nuestra cultura occidental, entre espíritu (individual) y
conciencia, que a menudo comporta una disociación de cuerpo (materia) y espíritu. Bajo el
Impulso de corrientes que más bien hay que catalogar como pseudorreligiosas, el lenguaje acerca
de los espíritus (buenos o malos( tiene también su coyuntura, el campo verbal tanto del lenguaje
familiar como del elevado es sin duda mucho más amplio y señala en parte las asociaciones
contradictorias (por ej.; Espíritu=ser de dios; espíritu= un fantasma).
En muchas palabras compuestas y maneras de hablar se expresa sobre todo la relación entre
espíritu y (manifestaciones de) vida; “despertar los espíritus vitales, rendir o entergar su espíritu;
fuerza espiritual, poder del espíritu, vida espiritual, historia del espíritu, espiritual, inspirado…” el
cuadro lo completan negativamente expresionas como “sin espíritu” o “enfermedad del espíritu”,
que marcan la separación entre espíritu y vida. Sin forzar muchos los datos, la “indisponibilklidad”
(dotes del espíritu, chispas del espíritu o salidas ingeniosas) y la “fuerza comunicacional que crea la
unión” (espíritu de grupo, espíritu de equipo) permiten reconocer como característica primera un
significado fundamental de Espíritu.
Mientras que la asociación dominante “espíritu- conciencia” tiene más bien su raíz histórica y
conceptual en el nous griego, el vocablo alemán muestra desde su raíz una disposición a
incorporar el contenido semántico anejo a los tperminos bíblicos ruaf y pneuma y que nos ha
llegado a través del spiritus latino, en estos tres vocablos subyace la significación originaria de
“aire móvil, viento, aliento, respiración”
De ahí que la transición entre el uso lingüístico profano y religioso, antropológico y teológico sea
fluida e imprecisa. La expresión teológica “Espíritu Santo” es evidente que sólo se consolidó en el
cristianismo primitivo: en efecto, pneuma hagion es ajeno al griego profano; tal conexión sólo la
emplea la versión de LXX en Sal 51, 13 y en Is 63, 10s como traducción de Ruaj hakkodesh
(“espíritu de Santidad”).
2. FUNDAMENTOS BÍBLICOS
Una mirada al AT descubre toda la riqueza de la pneumatología bíblica y pone de relieve las
tradiciones en las que se hunde sus raíces la confesión cristiana.
se discute la relación con el verbo formado por las mismas consonantes y que significa “ser ligero, ancho” y con el
sustantivo “anchura, espacio” (así como los metafóricos liberación, alivio). En el aspecto pneumatológico sería muy
interesante un significado básico de “crear espacio, poner en movimiento, scar de la angostura a lo ancho y así vivificar”
(H. Schüngel-Straumann, Ruah, 61).
Hasta qué punto para el hombre veterotestamentario todo procede de Dios lo confirma la observación de que a las
fuerzas demoníaco-negativas- también designadas con ruaj- les corresponde una cierta autonomía y su origen queda
frecuentemente oscuro, pero están sujetas a Yahveh, de modo que éste incluso aparece en ocasiones como su autor (cf
1Sam 16, 14-23; 18, 20; 19,9).
El empleo de ruaj puede entenderse en un sentido teológico estricto allí donde la palabra indica la
fuerza espiritual procedente de Dios (Yahveh, Elohim), la fuerza profética o directamente al
Espíritu de Dios. En esta acepción pueden aducirse de 60 a 70 textos. La riqueza significativa de
ruaj puede estructurarse de este modo:
Ruaj es siempre femenino. Dado que el género de un nombre, al que en las lenguas semíticas
corresponde una importancia que no debe subestimarse, se determina en hebreo por el contexto,
el vocablo puede utilizarse en algunos pasajes (según H. Schüngel-Straumann, Ruah, 70, se trata
s´´olo de “media docena de casos” aproximadamente) también como masculino. Aunque otros
autores (cf. J. Scharbert, Fleisch, espc, 19, nota 29) consigan más “excepciones masculinas” ys
obre todo casos ambiguos, el dato habría que registrarlo prestándole atención teológica todos
casos ambiguos, el dato habría que registrarlo prestándole atención teológica, sobre todo “a causa
de los cometidos, imágenes y propiedades, que acompañan a ese “espíritu”… Dios se revela como
ruaj de una manera especial en las funciones maternas de creación, conservación y protección de
la vida… El Dios “Ruaj” de la Biblia está en relación constante con la vida y la hace surgir como una
madre” (F. Raurell, Mythos, 58).
“Ruaj” se refiere en contexto steológicos importantes a la fuerza vital dinámica (creadora). De ahí
que un estudio teológico-sistemático de los datos veterotestamentarios tenga que orientarse por
el hilo conductor de “espíritu y vida”.
2.1.2. Primeras experiencias del espíritu: Dios actúa sobre su pueblo salvándole la vida.
Lo que unió a los grupos, clanes y tribus de Israel hasta formar un pueblo, Israel fue la confesión
de la experiencia fundamental de los padres (y de las madres) de que Dios mismo había sacado a
“Israel” de la casa de esclavitud de Egipto y lo había conducido a la tierra prometida (cf. El
denominado Credo histórico-salvífico en Dt 26). “Con mano fuerte y brazo poderoso, con gran
terror y con señales y protentos (Dt 26, 8) lo habíallevado a cabo Yahveh, fundamentando así la
esperanza de que también en adelante salvaría a su pueblo de toda tribulación y lo mantendría
vivo. Para ello se elige –como antes lo hiciera con Moisés- algunas figuras de caudillosM pero,
mientras que a Moisés sólo se le ve retrospectivamente como profeta inspirado por el Espíritu (cf.
Is 63, 11.14), Israel experimenta ahora de manera directa la acción del Espíritu.
En los primeros libros históricos (Jue, 1 Sam) se puede comprobar un primer empleo acumulado
de ruaj. Todavía hay mucho de primitivo en la palabra: la ruaj llega de repente, de forma
inesperada, “tempestuosa” (como un golpe de viento), incluso asustando y desconcertando a
quienes la perciben, dando fuerza al violento y hasta capacitando para acciones opresivas. El
Espíritu de Dios “empuja” a Sansón (Jue 13, 25), “se adueña” de Otoniel (Jue 3,10), de Jefté (11,
29), de los emisarios de Saúl (1 Sam 19, 20) y del propio Saúl (19, 23); se “apodera” de Gedeón
(Jue 6, 34); “Entra en” Sansón (Jue 14, 6.19;15,14) y de nuevo en Saúl (1 Sam 10, 6. 10; 11, 6). Las
acciones bélicas de liberación son en definitivas guerras de Yahveh, en las que su ruaj lleva la
iniciativa (cf. Jue 6, 34; 11, 29; 1 Sam 11, 6). En los relatos sobre Sansón puede percibirse lo fluido
de la transición del uso lingüístico antropológico al teológico: la ruaj que llega repentinamente
sobre Sansón potencia su fuerza física hasta lo gigantesco. En Principio es pura demostración de
poder (cf. Jue 14, 6. 19;15, 14); tampoco hay que atribuir exclusivamente la fuerza vital de Sansón
a la ruaj de Yahveh (cf. 13, 4s;16, 3. 28), pero en el contexto de las guerras de Yahveh no hay duda
de que Sansón se convierte en una figura de Salvador.
Israel vive, pues, de la experiencia de que Yahveh- al igual que antiguamente en Egito- se
compadece de la tribulación de su pueblo y escucha el clamor de los oprimidos, cuando se apartan
de los dioses ajenos y se convierten a él (cf. Jue 10, 6-.16). en caso de extremo peligro, su ruaj
cambia la tribulación, por cuanto se adueña de algunos y capacita al pueblo para oponer una
resistencia cerrada a los enemigos (cf 1 Sam 11, 7). Y aunque, simultáneamente, surgen unas
capacidades extraordinarias, es en definitiva el Espíritu divino el que otorga el carisma a los
personajes dirigentes.
Así, pues, la profecía extática del primer período tiene un carácter meramente episódico. También
en las figuras carismáticas de los caudillos el ser arrebatado por el Espíritu de Yahveh continúa
siendo manifestación singular, pero transitoria. Esto se aplica también en princiío a Saúl, de quien,
tras ser ungido por Samuel, se dice: “Y arrebatado por el espíritu del Señor se puso a profetizar en
medio de ellos (el grupo de profetas)” (1 Sam 10,10; cf 10, 6). Y aunque en ese contexto se dice
que Dios cambió el corazón de Saúl (cf. 10, 9), la ruaj de Yahveh volvió a separarse de él (cf. 16, 4).
Se había pasado a David, del cual se afirma ahora: “y desde aquél día el espíritu del Señor quedó
difundido en David” (16, 13). Ahora no se trata únicamente de la inmersión en el arrebato
profético; la colación del espíritu y la unición enlazan con una proclamación e instrucción
autorizada e inspirada por el espíritu: las “últimas palabras de David…, el ungido del Dios de
Jacob”, llegan precedidas de esta confesión: “El espíritu del Señor habló por mí; su palabra ha
estado sobre mi lengua” (2Sam 23, 1s).
Con David alcanza un nuevo estadio la experiencia espiritual de Israel: la ruaj ya no irrumpe casi
excepcionalmente en situaciones de extrema necesidad, sino que más bien se convierte en un don
permanente para el ungido, el elegido de Yahveh. Sin duda, el discurso del espíritu pierde así
concreción, por cuanto de la atribución del espíritu al rey solo se habla en general, mirando hacia
delante (en el contexto de la subida al trono) o echando una mirada retrospectiva, pero sin que
sus palabras y actos particulares se atribuyan a una acción directa del espíritu. Posiblemente aflora
aquí algo que será determinante en la historia posterior de la fe israelita: la coalición del espíritu
de Dios y de poder político es absolutamente quebradiza, cosa que en buena medida puso de
manifiesto la historia de David. En ese contexto se inserta el hecho de que en los textos legales y
jurídicos del AT la ruaj de Yahweh no desempeña papel alguno. En el curso de la escatologización
de la fe de Israel, la concepción de la realeza en el espíritu de Yahveh pasa al Mesías como el
anhelado rey sallvífico (cf. Is 11, 2 42, 1; 61, 1).
Tanto en la profecía preclásica como en la profecía de los profetas escritores, desde Amós a
Jeremías, falta casi por completo la apelación a la ruaj de Yahweh. El otivo habría que verlo tanto
en el distanciamiento frente a los fenómenos extáticos como, sobre todo, en el enfrentamiento
con los falsos profetas, cuyo espíritu se presenta relacionado con la mentira (cf. 1 Re 22= 2 Cró
18). En las interpolaciones a Num 11 puede percibirse el empeño por la autenticidad y legitimidad
de las experiencias espirituales: mientras que en 11, 28-28 se apela a la vieja concepción dinámica,
11, 25 aboga por una institucionalización: el Señor tomó algo del espíritu que descansaba sobre
Moisés y se lo difundió a los setenta ancianos, sobre los cuales reposó asimismo a los cuales
sumergió en un estado de profecía permanente. En 11, 29 se acaba dando curso al deseo de que
todos sin excepción posean el espíritu: “¿Quién me diera que todo el pueblo profetizase y que el
Señor concediese a todos su espíritu?”
En tanto que los profetas han de ejecutar la palabra de Dios, que a menudo parece impotente, no
pueden legitimarse precisamente mediante éxtasis y demostraciones de fuerza. Textos como Os 9,
7; Miq 3, 8, Is 30, 1; 31, 3 e incluso Is 11, 1-5, no pueden aducirse como pruebas originarias en pro
de la concepción de una inspiración profética. En Jeremías falta por completo la ruaj con el
significado de “espíritu”.
Con Ezequiel empieza a perfilarse una nueva actitud, que se empela en un ahondamiento
teológico del significado básico del vocablo ruaj=viento: el profeta se siente reanimado y sostenido
por la ruaj de Dios (Ez 11, 24: ruaj elohim, 37, 1: ruaj Yahweh) o arrebatado por ella (3, 14; 8,3).
Tales arrebatos o arrobos introducen a menudo una visión reveladora, de modo eque en (el pasaje
redaccional de) Ez 11, 5 la propia ruaj se convierte en medio de revelación: “Y vino sobre mí el
espíritu del Señor y me dijo: Habla: esto dice el Señor…” pero el anuncio profético en sí todavía no
se designa en Ezequiel como don o encargo del espíritu divino. Esto, sin embargo, cambia ya
durante el tiempo del destierro entre los círculos que se forman en torno al segundo y al tercer
Isaíaas. Yahveh pone su espíritu sobre su siervo (Is 42, 1), su ruaj descansa sobre su ungido (61, 1),
el “espíritu de su santidad” (63,10) confiere – a una con su unción- el carisma profético. En esa
perspectiva se contempla después a Moisés en forma retrospectiva como un profeta dotado del
espíritu (cf. 63, 11. 14); más aún, la efusión del espíritu sobre todo el pueblo (la casa) de Israel,
prometida en Ez 39, 29, se entiende en Is 59,21 como don permanente y en Je 3, 1 se interpreta
como un carisma profético que todos poseen. En esta línea universalista de la teoría del espíritu,
entendido como carisma profético de todos los creyentes, no se mantuvo ciertamente después;
pero profetismo y don del espíritu (inspiración) como un todo.
2.1.3. La Experiencia del Espíritu propia del destierro: Dios, el Señor de la vida, crea una vida
nueva
La experiencia del destierro babilónico representa un punto de inflexión, y no sólo por lo que hace
a la relación de espíritu y profeta o palabra profética. Contribuyó también el discernimiento de los
espíritus, pues ahora – mediante el esclarecimiento y superación de las concepciones y formas de
expresión tradicionales- la ruaj, en tanto que ruaj Yahweh, adquiere contornos más precisos, hasta
el punto de que puede convertirse en el órgano central de la acción salvífica divina. También en
este aspecto el libro de Exequiel confirma la innovación pneumatológica.
En el exilio de Israel no sólo dirige su mirada hacia delante, hacia las posibilidades futuras de salud,
sino que, con un sentido de reflexión autocrítica, tal vez por vez primera, mira también hacia atrás:
el pueblo y, respectivamente, sus profetas y teólogos leen la propia historia con ojos nuevos, los
que les ha abierto la experiencia del destierro y la cautividad. Así en el destierro no sólo está la
seilla de la esperanza en una creación nueva (2. 1.3.2), sino que, además, la experiencia salvífica
que alentaba en la historia precedente se completa y amplía con una teología creacionista
(2.1.3.1). así, pues, el enriquecimiento de la experiencia y de la teología del espíritu de Israel,
determinado por el exilio, ha de aclararse en dos direcciones (creación-creación nueva).
La clarificación y profundización de la experiencia divina de Israel durante los años amargos del
destierro se expresó también en el lenguaje concreto acerca de Yahweh, el creador del mundo. Lo
que antes se había experimentado en algunas situaciones particulares de la vida se amplía ahora a
la experiencia de la relación permanente con la ruaj vivificante de Yahweh.
a) El creador actúa a través de su ruaj. Según el libro del Éxodo, la ruaj Yahweh desempeñó
un papel decisivo en el paso del mar: con ella hizo retroceder el mar el Señor (Ex14, 21) o
amontonó las masas acuáticas (Ex 15, 8). Otros textos antiguos certifican asimismo que
Israel pudo rastrear en el viento el aliento de Yahweh. El salmo de la creación 104, escrito
después del destierro, canta de forma impresionante el poder creador de la ruaj: “Mas, si
escondes tu rostro, [todas las cosas creadas] desfallecen; si les retiras tu aliento,
desparecen y vuelven al polvo de la tierra” (Sal 104, 29s). Dado que el relato sacerdotal de
la creación hunde sus raíces en las mismas tradiciones, no se puede reducir
precipitadamente en Gén 1, 2 (“y la ruaj de Elohim aleteaba sobre las aguas”) el espectro
significativo de la palabra a la “tormenta sobre las aguas del caos”. Sobre la base de la
singular experiencia divina y espiritual de Israel bien puede admitirse, teniendo en cuenta
el contexto teológico redaccional y atendiendo a la historia de su influencia, que aquí se
alude también al poder creador de Yahweh sobre el casos primordial. En Sal 33, 6 la ruaj
está en paralelismo con la palabra creadora: “por la Palabra del Señor fueron creados los
cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca” en este mismo contexto, no debería
pasarse por alto el paralelismo contenido en la palabra profética de Isa 55, 10s entre la
acción imperturbable de la palabra divina y la de las fuerzas de la creación (lluvia, nieve).
Como la palabra profética y el espíritu divino que la inspira a partir del exilio también
aparecen conectadas entre sí la palabra creadora y la ruaj creadora de Yahweh.
Finalmente, en la literatura sapiencia pueden aparecer como intercambiables palabra,
espíritu y sabiduría en la función creativa (cf. Eclo 24; Sab 7, 22; 9,1).
b) El hombre vive de la ruaj de Yahweh. En los textos postexílicos la ruaj desarrolla toda una
gama de significados antropológicos, con lo que se aproxima a neshamah (aliento vital) o a
leb (corazón). Sin embargo, el vocablo conserva el elemento de indisponibilidad, latente
en sus significaciones fundamentales: no sólo se le atribuyen a la ruaj divina las facultades
humanas extraordinarias (cf. Gén 41, 38) y los talentos creativo sde cultura (Cf. Ex 28, 3;
31, 3; 35, 31), sino que la propia ruaj es un poder persistente, capaz de dominar al hombre
desde dentro y desde fuera y que, en tanto que fuerza vital divina, nunca es componente
natural del hombre. Según gén 2, 7M Sal 104, 29s; Job 34, 14s, la ruaj de los seres
vivientes (cf. Gén 6, 17; 7,15. 22; Núm 16, 22) está en permanente dependencia de la ruaj
creativa de Yahweh. La experiencia veterotestamentaria del espíritu se demuestra así
capaz de provocar la conversión del “espíritu natural” (cf. Por ejemplo, Is 40, 6-8). La ruaj
no es la dimensión profunda y divina de la vida, sino la capacidad vital que Dios otorga al
hombre en su bondadosa generosidad para con él.
La relación dinámica del a ruaj de Dios y la del hombre puede vislumbrarse en los citados
versículos de Sal 104, 29s, en los que no sólo se interrelacionan espíritu de Dios y espíritu
de los hombres, sino también “rostro” de Dios y “faz” de la tierra (la Biblia hebrea, a
diferencia de algunas traducciones modernas, emeplea en ambas ocasiones el mismo
vocablo, cuya forma verbal significa volverse”):
v. 29 tu rostro su espíritu
v. 30 tu espíritu la faz de la tierra
el mirar, el volverse Dios en su espíritu, hace vivir y renueva la vida, hace que los hombres
y hasta la creación entera “respiren” y “levanten los ojos”. Abrirse, volverse, entablar
relaciones, son elementos del concepto “teo-antropológico” de ruaj que, vistos desde una
teología de la creación y de la alianza, tienen ciertas consecuencias para la convivencia
humana: “El “espíritu del Señor” quiere decir esta apertura recíproca y se opone a toda
forma de pensamiento que represente a Dios y al mundo (hombre) como dos
“magnitudes”, una frente a la otra mutuamente cerrados e incomunicados. Esta “apertura
del espíritu” marca también la esencia del hombre en su relación con Dios, con el mundo y
con el prójimo, y también, sin duda, la relación del hombre con la mujer” (J. Blank,
Espíritu, 337).