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UNIVERSIDAD CATÓLICA SANTA ROSA

DIRECCIÓN DE EXTENSIÓN

NÚCLEO MARACAY

LA FE ECLESIAL Y EL MISTERIO DE DIOS

PROF. EMILIO ACOSTA

INSTRUCCIÓN SOBRE LA VOCACIÓN ECLESIAL DEL


TEÓLOGO

ensayo

Hugo Medina Oropeza

CI 2152300

Maracay, 11 de marzo de 2019


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NOTA INTRODUCTORIA. Para la elaboración de este ensayo, al revisar la


disponibilidad de documentos que tratasen el tema, conseguimos en Internet, tres
escritos que nos llamaron la atención y que hemos incorporado, luego del análisis
propio de la instrucción sobre la Vocación Eclesial del Teólogo; ellos son “La Misión
del Teólogo en la Iglesia” de H. Lopera, E., “La Vocación Eclesial del Teólogo de J. L.
Illanes; e “Interpelaciones del papa Francisco al teólogo. Una mirada retrospectiva y
prospectiva” de O. Solano P. y D. Garavito V.

La instrucción sobre la Vocación Eclesial del Teólogo, a nuestro parecer, surge por la necesidad
que consideró la autoridad de la iglesia, de evitar confrontaciones entre los teólogos y el
Magisterio de la Iglesia en la búsqueda y presentación de la verdad cristiana ante la feligresía
y el mundo en general.
Así en la introducción se sostiene que la verdad que hace libres es un don de Jesucristo y que
la búsqueda de la misma es una exigencia de la naturaleza del hombre, mientras que la
ignorancia lo mantiene en una condición de esclavitud. Agregando que “en efecto, el hombre
no puede ser verdaderamente libre si no recibe una luz sobre las cuestiones centrales de su
existencia y en particular sobre aquella de saber de dónde viene y a dónde va. Él llega a ser
libre cuando Dios se le entrega como un Amigo”
La instrucción en comento establece que “el servicio a la doctrina, que implica la búsqueda
creyente de la comprensión de la fe, es decir, la teología, constituye por lo tanto una exigencia
a la cual la Iglesia no puede renunciar.” Y precisa que “la Congregación para la doctrina de la
fe, por consiguiente, considera oportuno dirigir a los obispos de la Iglesia católica, y a través
de ellos a los teólogos, la presente instrucción que se propone iluminar la misión de la teología
en la iglesia. Después de considerar la verdad como don de Dios a su pueblo (I), describe la
función de los teólogos (II), se ocupa de la misión particular de los pastores (III), y, finalmente
(IV), luego de discutir (a) Las relaciones de colaboración y, (b) El problema del disenso;
propone algunas indicaciones acerca de la justa relación entre unos y otros. De esta manera
quiere servir al progreso en el conocimiento de la verdad, que nos introduce en la libertad por
la cual Cristo murió y resucitó”
Leemos, entre otros argumentos los siguientes: que entre las vocaciones otorgadas por el
Espíritu Santo a la iglesia se distingue la del teólogo, que tiene la especial función de lograr,
“en comunión con el Magisterio”, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de
Dios contenida en las sagradas escrituras transmitida por la tradición viva de la iglesia.
“El teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre la investigación científica
y la oración”
El teólogo debe discernir en sí mismo el origen y las motivaciones de su actitud crítica y dejar
que su mirada se purifique por la fe. El quehacer teológico exige un esfuerzo espiritual de
rectitud y de santificación.
El teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios, debe respetarlo
y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe.
Por otra parte, Jesucristo le dio a los pastores de la Iglesia la asistencia del Espíritu Santo,
expresada especialmente con el carisma de la infalibilidad para todo lo que se refiere a las
materias de fe y costumbres; el cual se ejerce particularmente, en los concilios ecuménicos,
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cuando proclaman una doctrina, o cuando el papa, ejerciendo su función de Pastor y Doctor
supremo de todos los cristianos, proclama una doctrina “ex cathedra”
Por tanto, el magisterio tiene como oficio discernir, a través de juicios normativos para la
conciencia de los fieles, los actos que están conformes a las exigencias de la fe y promueven
su expresión en la vida, así como aquellos que, por el contrario, son incompatibles con esas
exigencias. La competencia acá se extiende a todo lo que se refiere a la ley natural.
En cuanto a las relaciones de colaboración y el problema del disenso entre el teólogo y el
Magisterio, la Instrucción establece que “la colaboración entre el teólogo y el Magisterio se
realiza especialmente cuando aquel recibe la misión canónica o el mandato de enseñar”. Es
decir, el teólogo pasa a ser parte de la labor del Magisterio al cual está ligada por un vínculo
jurídico. Las reglas deontológicas que de por sí y con evidencia derivan del servicio a la palabra
de Dios son corroboradas por el compromiso adquirido por el teólogo al aceptar su oficio y al
hacer la profesión de fe y el juramento de fidelidad. Y, por tanto, “a partir de ese momento
tiene oficialmente la responsabilidad de presentar y explicar con toda exactitud e integralmente,
la doctrina de la fe”
En caso de discrepancias, “el teólogo no debe presentar sus opiniones o sus hipótesis
divergentes como si se tratara de conclusiones indiscutibles. Esta discreción está exigida por el
respeto a la verdad, como también por el respeto al pueblo de Dios”, por lo cual ha de renunciar
a una intempestiva expresión pública de ellas.
“Si las dificultades persisten no obstante un esfuerzo leal, constituye un deber del teólogo hacer
conocer a las autoridades magisteriales los problemas que suscitan la enseñanza en sí misma
las justificaciones que se proponen sobre ella o también el modo como ha sido presentada. Lo
hará con espíritu evangélico, con el profundo deseo de resolver las dificultades”. Con lo cual
sus objeciones podrán entonces contribuir a un verdadero progreso, estimulando al Magisterio
a proponer la enseñanza de la Iglesia de modo más profundo y mejor argumentado. Todo esto
sin acudir a ejercer presión a través de los medios de comunicación. Ya que “los modelos
sociales difundidos por los medios de comunicación tienden a asumir un valor normativo, se
difunde en particular la convicción de que la iglesia no debería pronunciarse sino sobre los
problemas que la opinión pública considera importantes y en el sentido que conviene a ésta”
“El problema del disenso puede provenir de la tendencia a considerar que un juicio es mucho
más auténtico si procede del individuo que se apoya en sus propias fuerzas. Una doctrina
transmitida y generalmente acogida viene desde el primer momento marcada por la sospecha
y su valor de verdad puesto en discusión. En definitiva, la libertad de juicio así entendida
importa más que la verdad misma. En virtud de esta exigencia la iglesia ha sostenido siempre
que «nadie puede ser forzado a abrazar la fe en contra de su voluntad»”.
A esto se agrega la pluralidad de las culturas y de las lenguas, que puede indirectamente llevar
a malentendidos y ser motivo de sucesivos desacuerdos.
En este contexto se requiere un discernimiento crítico bien ponderado y un verdadero dominio
de los problemas por parte del teólogo, si quiere cumplir su misión eclesial y no perderse, al
conformarse con la opinión el mundo presente.
El documento continúa con argumentaciones que precisan las responsabilidades y funciones
tanto del teólogo como del magisterio en la presentación, predicación y defensa de la verdad
de Cristo, a saber:
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El Magisterio tiene como misión proponer la enseñanza del Evangelio, vigilar su integridad y
proteger así la fe del pueblo de Dios. Para llevar a cabo dicho mandato a veces se ve obligado
a tomar medidas onerosas; por ejemplo, cuando retira a un teólogo, que se separa de la doctrina
de la fe, la misión canónica o el mandato de enseñar que le habla confiado, o bien cuando
declara que algunos escritos no están de acuerdo con esa doctrina.
El recurso al argumento del deber de seguir la propia conciencia no puede legitimar el disenso.
Ante todo, porque ese deber se ejerce cuando la conciencia ilumina el juicio práctico en vista
de la toma de una decisión, mientras que aquí se trata de la verdad de un enunciado doctrinal.
Además, porque si el teólogo, como todo fiel debe seguir su propia conciencia, está obligado
también a formarla. “La conciencia no constituye una facultad independiente e infalible, es un
acto de juicio moral que se refiere a una opción responsable. La conciencia recta es una
conciencia debidamente iluminada por la fe y por la ley moral objetiva, y supone igualmente
la rectitud de la voluntad en el seguimiento del verdadero bien”.
La recta conciencia del teólogo católico supone consecuentemente la fe en la Palabra de Dios
cuyas riquezas debe penetrar, pero también el amor a la Iglesia de la que ha recibido su misión
y el respeto al Magisterio asistido por Dios. Oponer un magisterio supremo de la conciencia al
magisterio de la iglesia constituye la admisión del principio del libre examen, incompatible con
la economía de la Revelación y de su transmisión en la iglesia, como también con una
concepción correcta de la teología y de la misión del teólogo. Los enunciados de fe constituyen
una herencia eclesial, y no el resultado de una investigación puramente individual y de una
libre crítica de la Palabra de Dios.
Aunque la teología y el Magisterio son de naturaleza diversa y tienen diferentes misiones que
no pueden confundirse, se trata sin embargo de dos funciones vitales en la iglesia, que deben
compenetrarse y enriquecerse recíprocamente para el servicio del pueblo de Dios.
En virtud de la autoridad que han recibido de Cristo mismo, corresponde a los pastores
custodiar esta unidad e impedir que las tensiones que surgen de la vida degeneren en divisiones.
En cuanto a los teólogos, en virtud del propio carisma, también les corresponde participar en
la edificación del Cuerpo de Cristo en la unidad y en la verdad y su colaboración es más
necesaria que nunca para una evangelización a escala mundial, que requiere los esfuerzos de
todo el pueblo de Dios. Si ocurriera que encuentran dificultades por el carácter de su
investigación, deben buscar la solución a través de un diálogo franco con los pastores, en el
espíritu de verdad y de caridad propio de la comunión de la iglesia.

Se observa en consecuencia, que la instrucción busca establecer cual en la misión del teólogo
en la doctrina de la iglesia; al respecto hemos encontrado un documento cuya autoría es de H.
Lopera, E. (Licenciado en Filosofía y Doctor en Teología; Profesor en el Seminario Mayor de
Bogotá), denominado “La Misión del Teólogo en la Iglesia” que contiene los capítulos que se
transcriben a continuación y que pueden servir de guía para completar el análisis de la
Instrucción en comento:
El Carisma del Teólogo
Es un hombre que dedica al servicio de la comunidad el don de iluminación que ha recibido
del Espíritu Santo. Dios lo puso como "maestro" en la Iglesia. Este carisma de ser maestro,
llega a la mente y al corazón de quien ha recibido del Señor una vocación y un ministerio muy
concreto. Valdría la pena que el teólogo pensara siempre que debe ser un orante, un
contemplativo, para hacerse más digno del carisma. Se es "teólogo “por vocación divina y se
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"enseña" la PALABRA porque se ha recibido un ministerio reconocido dentro de la Iglesia. Su


''liderazgo'' de tipo espiritual en el Espíritu Santo comporta una doble responsabilidad con Dios
y con la Iglesia, con el mundo de la verdad y con la comunidad católica.
El Teólogo, Hombre centrado en Cristo
El teólogo es un hombre marcado por la experiencia del Señor. Como María Nuestra Señora
tiene una gran capacidad de Jesucristo para recibirlo en su vida y luego entregarlo a los
hermanos en el ministerio del "maestro". Ha logrado centrar todo su amor y toda su energía
mental en Jesucristo, el Maestro, la Sabiduría del Padre. No hay otro lugar de encuentro con la
verdad salvífica que el interior del Verbo Encarnado.
El Teólogo, Hombre de Dios
El Teólogo es un hombre de Dios: como su nombre lo indica, vive sumergido en el LOGOS de
Dios, en su pensamiento, en su amoroso conocimiento, en su medio divino. Dios le ha abierto
por el don de sabiduría y de inteligencia sus misterios, sus arcanos. Vive al tanto de lo que Dios
está haciendo por el mundo, comprende en lo posible lo que el Señor a través de mis caminos
está llevando al mundo. Escruta con amor y con ojos puros la voluntad de Dios y reinterpreta
en el momento actual los signos de la voluntad salvífica: le muestra al hombre, su hermano y
contemporáneo, el amor de Dios y la respuesta que Dios le exige en compromiso igualmente
de amor.
El Teólogo, Hombre del Espíritu Santo
El carisma del teólogo implica dependencia absoluta del Espíritu Santo que lo ha sellado, lo ha
marcado en un servicio eclesial. Su carisma, reconocido por la Iglesia, viene del Espíritu Santo
que obra poderosamente en su entendimiento, en su corazón, en toda su persona. La acción del
Espíritu Santo en el teólogo se da a través de la gracia (el teólogo debe ser un hombre-en-
gracia) y de los dones, especialmente, sabiduría, inteligencia, ciencia y consejo. El teólogo
recibe del Espíritu Santo la ILUMINACIÓN para el conocimiento y la comunicación de la
Verdad Divina. Esta acción maravillosa exige de parte del teólogo una profunda humildad y
una sanidad interior como la de María para recibir y "encarnar" la Palabra. Como hombre del
Espíritu, vive bajo su dependencia, su dirección; se deja " usar" como el autor sagrado, como
el " hombre inspirado".
El Teólogo, Hombre de la Iglesia
El teólogo es un hombre de Iglesia, es decir, un eclesiástico, un devoto, un dedicado a la Iglesia,
dentro de la cual es recibido, reconocido y alimentado su carisma. Es un hombre que tiene
conciencia de Iglesia. Sabe lo que es la Iglesia como Pueblo de Dios, como Esposa de
Jesucristo, como Comunidad en la fe, la esperanza, la caridad, el culto y la misión. Es un
servidor de la Iglesia porque tiene una clara visión de su misterio salvífico: sabe realmente que
la Iglesia no es un agregado posterior al plan divino, fruto del tiempo y de los
condicionamientos sociológicos, sino algo muy íntimo y centrado en el designio eterno de la
salvación. Por encima de todo, aun a costa de ser tratado como retrógrado, el teólogo debe
facilitar la experiencia y la actividad de la Iglesia en base a la fe católica y continuamente debe
preguntarse ante Dios y ante la comunidad si está "haciendo teología católica". El teólogo es
un constructor de la comunidad, es un creador de la unidad. Con los Pastores de la Iglesia en
quienes reconoce la asistencia del Espíritu Santo, crea la comunidad en el mismo Espíritu por
la fe, la esperanza, el amor, el culto y la misión.
El Teólogo, Servidor de la Palabra.
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El teólogo es un servidor especializado de la Palabra de Dios. Servidor no es el que sirve a la


Palabra, la maneja, la instrumentaliza para elaborar esquemas o concepciones de la realidad.
La Palabra es realidad viva que no admite manipulaciones. La palabra de Dios será el alimento
de todo su trabajo, el objetivo de todas sus fatigas, porque la Teología es fundamentalmente "
la ciencia sobre la Palabra y sobre la fe en la Palabra". Es decir, se funda en la Palabra de Dios
e investiga en el estudio y la adoración para comunicarla a los hombres. La tarea del teólogo
será profundizar la fe, iluminar la existencia concreta de los hombres con la luz poderosa que
fluye de la Palabra revelada. Palabra predicable en todo momento por el teólogo porque es
también ministro de la predicación y ha recibido con el carisma del maestro, el de la predicación
para ayudar al hombre dé su tiempo a comprender el Evangelio y darle una respuesta personal,
coherente.
El Teólogo, Servidor de la Verdad
El teólogo es un servidor apasionado (entusiasmo profètico) de la Verdad, la verdad de Dios y
del hombre, la verdad de la realidad y la verdad del mundo en camino de salvación. Debe
buscar esta verdad con sinceridad viviendo coherentemente la investigación y sintiéndose con
derecho a propagar la verdad. Su misión es contribuir a la unidad en el pensamiento en base a
la Verdad de Dios, que es fuente de amor como en el medio divino de la Trinidad. El servicio
a la verdad exige imparcialidad. El teólogo no puede dejarse sugestionar (-masificar-) por
ideologías, por sociologías, por un pensamiento deformado por resentimientos, por prejuicios
clasistas.
El Teólogo y su Misión Iluminante de la Realidad
El carisma del teólogo es un don de iluminación del hombre, de su realidad. El teólogo
profundiza con la luz del Evangelio, la Luz del Espíritu, con la palabra revelada, la
problemática del hombre actual, para que la verdad revelada sea mejor captada, sentida, vivida.
Por eso es un hombre al día del Dios y del hombre que sintoniza las necesidades del hombre y
la voluntad de Dios. Es el auténtico contemporáneo del hombre. Como hombre de fe, comparte
con los intelectuales las inquietudes del tiempo presente y responde con el Evangelio a las
nuevas situaciones y condicionamientos culturales.
No se trata de una simple iluminación: se trata de dar respuestas concretas, directas e inmediatas
a las necesidades espirituales del hombre; de contribuir a la realidad con su carisma de doctrina
y de profecía; de llevar su crítica hasta una reforma dentro del mundo en que vive: una acción
simplemente conservadora o justificadora puede anular su carisma. Es un hombre que da
soluciones y no se contenta con analizar simplemente los problemas. Para esto debe estar muy
cercano al mundo de los hombres, del fiel común y corriente.

La obra de J. I. Illanes “La Vocación Eclesial Del Teólogo” Facultad de Teología Universidad
de Navarra- Pamplona, nos brinda mayor información acerca de la Instrucción en comento,
sobre lo cual señala, entre otros, argumentos como:
“En 1966 se celebró en Roma un magno congreso internacional sobre la teología del Concilio
Ecuménico Vaticano II, en el que participó la totalidad de las grandes figuras del momento. En
la sesión de clausura, Pablo VI pronunció un importante discurso sobre las relaciones entre
Teología y Magisterio, donde se refleja la importancia que la Teología había tenido durante los
trabajos conciliares y se manifiesta a la vez el deseo de salir al paso de los desarrollos y
problemas que ya apuntaban”.
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“El Cardenal Ratzinger señalaba en su intervención, como Prefecto de la Congregación para la


Doctrina de la Fe, en el acto destinado a presentar públicamente la Instrucción. «La importancia
del teólogo y de la teología para la comunidad de los creyentes —comenzó diciendo— se hizo
visible de modo nuevo con ocasión de la celebración del Concilio Vaticano II». «Hasta aquel
entonces —explicaba a continuación—, la teología era considerada como tarea de un número
reducido de clérigos, como una actividad elitista y abstracta, que difícilmente podía merecer el
interés de la opinión pública eclesial. En el Concilio se afirmó un nuevo modo de considerar y
de explicar la fe que era fruto del desarrollo, anteriormente poco tomado en cuenta, de una
reflexión teológica que había empezado después de la primera guerra mundial, en conexión
con los nuevos movimientos espirituales y culturales». El hundimiento de la «confianza
ingenua en el progreso» y, con ella, de la teología liberal nacida a fines del siglo XIX, así como
el impacto producido por el movimiento litúrgico, bíblico y ecuménico y por el desarrollo de
la piedad mariana, «crearon un nuevo clima cultural, en el que creció y se desarrolló una nueva
teología que, con ocasión del Concilio Vaticano II, hizo partícipe de sus frutos a toda la
Iglesia». De ahí el prestigio que el teólogo adquirió durante las tareas conciliares, provocando
una dinámica que se ha mantenido en los años posteriores, aunque acompañada también por
momentos de tensión y de crisis”.
“De forma esquemática puede decirse que la relevancia histórico- cultural adquirida por la
teología contemporánea depende de dos factores fundamentales:
— en primer lugar, de la vitalidad de la teología moderna, que se concibe a sí misma como un
saber no repetitivo, sino creador, en íntima conexión no sólo con la anterior tradición teológica,
sino, además —e incluso muy especialmente— con el lenguaje bíblico y con la cultura del
propio tiempo;
— en segundo lugar, de la conciencia de cambio que caracteriza a nuestro momento histórico:
no nos encontramos en una época en la que se viva tranquila y pacíficamente del patrimonio
cultural recibido, sino en tiempos de mutaciones rápidas e incluso de convulsiones profundas,
lo que otorga al pensador —y, por tanto, al teólogo— una función de primer plano, puesto que
la capacidad de reflexión y de análisis de que se le supone dotado, permiten esperar que pueda
pronunciar palabras que ayuden a interpretar el presente y a anticipar el futuro”.
“A esos dos factores, que subrayan la positividad del momento teológico contemporáneo, debe
añadirse un tercero. Los cambios y las convulsiones históricas no son algo que acontezca
alrededor del cristiano, sino, también, dentro de él. Hombre de su tiempo, el cristiano
experimenta las conmociones que agitan a la cultura en que vive y de la que participa. Se ve
confrontado así con la necesidad de radicarse en la fe, en cuanto luz que ilumina el existir, pero
también con la de distinguir entre la verdad perenne de esa fe y lo que pueden ser, en cambio,
manifestaciones o expresiones circunstanciales, históricamente condicionadas. Todo ello
refuerza la importancia de la función teológica, llamada a desempeñar en ese proceso un papel
imprescindible. Pero evidencia, a la vez, la complejidad y delicadeza que adquiere esa tarea,
ya que las operaciones de discernimiento no son nunca sencillas, y el teólogo puede verse
arrastrado por los cambios a los que intenta hacer frente, incluso hasta convertirse en factor no
ya de superación de los problemas sino de agudización y de crisis.
Toda reflexión sobre la situación y vocación actual del teólogo debe enfrentarse con esa doble
vertiente —positiva y crítica— de su papel en la sociedad contemporánea”.
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Finalmente hacemos referencia al documento titulado “Interpelaciones del papa Francisco al


teólogo. Una mirada retrospectiva y prospectiva”; en el cual conseguimos los aportes
siguientes:
Para Francisco, quien suele afirmar en sus diferentes intervenciones, que se dirige desde su
experiencia de hombre y de Pastor de la Iglesia, «la teología es ciencia y sabiduría». Esta
afirmación remite a la relación intrínseca que en una elaboración teológica debe darse entre el
conocimiento y la vida, la verdad y la existencia.

Identidad del teólogo


Sobre este aspecto, Francisco señala tres características centrales:
a. El teólogo es en primera instancia un hijo de su pueblo. Por este motivo:
b. El teólogo es un creyente. Según Francisco:
Para Francisco, la primera consecuencia de la centralidad de la fe para el teólogo «es que la
teología no consiste solo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias
experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se
manifiesta en la relación de persona a persona».
c. El teólogo es un profeta. En este punto Francisco hace un acercamiento previo a los
desafíos del mundo contemporáneo, señalando la facilidad con la cual se prescinde de
Dios, el relativismo exacerbado y la incapacidad para transcender la materialidad, que
redunda en alienación debido a la ausencia de pasado y de futuro. Frente a esta realidad,
el teólogo:
Es el hombre capaz de denunciar toda forma alienante porque intuye, reflexiona en el rio de la
Tradición que ha recibido de la Iglesia, la esperanza a la que estamos llamados. Y desde esa
mirada invita a despertar la conciencia adormecida. No es el hombre que se conforma, que se
acostumbra. Por el contrario, es el hombre atento a todo aquello que puede dañar y destruir a
los suyos.
A partir de este talante profético que debe tener el teólogo, Francisco concluye que solo hay
una forma de hacer teología y esta es: de rodillas, en tanto implica santidad de pensamiento y
lucidez orante. Según Él, esta disposición:
No es solamente un acto piadoso de oración para luego pensar la teología.
Se trata de una realidad dinámica entre pensamiento y oración. Una teología de rodillas es
animarse a pensar rezando y rezar pensando. Entraña un juego, entre el pasado y el presente,
entre el presente y el futuro. Entre el ya y el todavía no. Es una reciprocidad entre la Pascua y
tantas vidas no realizadas que se preguntan: ¿dónde está Dios?

Diálogo
El diálogo en otras palabras implica una apertura de la fe a la riqueza de los demás saberes en
los cuales razonablemente se traduce la pluralidad cultural y social del mundo de la vida. En
otras palabras, como afirma Parra: «La identidad de la teología entonces deriva de su interés o
propia finalidad; de sus propios peculiares principios; del específico método; del específico
parámetro con que se instaura su analítica de la historia; del sesgo particular con el que indaga
la realidad humana».
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Discernimiento
Para el Papa, es necesario que el teólogo se ponga de frente a la realidad mirándola a la cara,
lo cual implica vivirla, sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos y evitar las lecturas
ideológicas o parciales porque la opacan en lugar de develarla.
Ahora bien, para Francisco:
El discernimiento no es ciego, ni improvisado: se realiza sobre la base de criterios éticos y
espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, la referencia a los valores propios de
una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre
todo en la espiritual, trascendente (...). Hacer discernimiento significa no huir, sino leer
seriamente, sin prejuicios, la realidad.

Avanzar en la inteligencia de la fe
Al respecto, Francisco afirma que: «el pensamiento de la Iglesia debe recuperar genialidad y
entender cada vez mejor la manera como el hombre se comprende hoy, para desarrollar y
profundizar sus propias enseñanzas».
En continuidad con el Vaticano II, Francisco avanza en la convicción de que la teología debe
nutrirse de la Tradición de la Iglesia y fundarse en el Evangelio. En este sentido, debe ser tanto
palabra que ilumina como acción que transforma la vida del creyente en sus relaciones. Por lo
tanto, ¿no es a esto lo que se refiere la Gaudium et Spes, en los numerales 33-39 cuando ilustra
la importancia de profundizar la acción humana en el mundo como lugar predilecto de
revelación de Dios?

Al servicio de la Iglesia
La Iglesia, empeñada en la evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su
esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas
y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión
salvífica de la Iglesia. Pero es necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad
evangelizadora de la Iglesia y también de la teología, y no se contenten con una teología de
escritorio.

Tradición/Realidad
En este sentido, todas las elaboraciones teológicas pueden sonar a mensaje trasnochado y
abstracto si no se resignifican a partir del diálogo con la realidad y las preguntas que orientan
las búsquedas de la mujer y el hombre de hoy. En consecuencia, «lo que se comunica en la
Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el
Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su
voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los
otros».
El horizonte de esta primavera teológica se centra en la actualización de la acción de la fe
cristiana como resultado de la puesta en tensión de lo nuevo del presente siempre enriquecido
con la Tradición de la Iglesia. La relectura de lo dado en la tradición a la luz de lo nuevo del
presente, trae una tensión creadora y de transformación para el teólogo de hoy, lo que se traduce
en la esperanza de avanzar hacia una realización del ser humano.
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Conclusión
A partir de todo lo expuesto, las interpelaciones del Papa a los teólogos son un llamado sincero,
consistente y cálido por parte de un pastor, quien, en su misión de confirmar a sus hermanos
en la fe, quiere que centren la atención sobre lo fundamental, sobre aquello que hace posible
que la fe sea fuente de vida, creadora de cultura y humanizadora de la realidad, para que sea
signo de la presencia del Reino entre nosotros.

Nuestras conclusiones sobre las lecturas realizadas:


La principal autoridad católica se ha preocupado y tomado medidas para evitar que los teólogos
caigan en divergencias con la tradición y el magisterio eclesial, de allí el hecho de haber
promulgado la instrucción en comento, de esta manera se garantiza que la verdad que enseñe
el teólogo no se constituya en un elemento divergente y además de molesto no solo para lo
interno de la iglesia sino sus consecuencias hacia la feligresía propia católica y otros universos
externos.
Nosotros estudiantes de teología debemos estar advertidos y muy atentos para evitar tomar
caminos errados, permaneciendo armónicos hacia la iglesia como una unidad encabezada por
el papa, con sus obispos y demás consagrados, estudiando la palabra inspirada por el Espíritu
Santo y, expresándonos y escribiendo con el debido respeto a la verdad que nos vienen
enseñando nuestros predecesores y, aunque estemos en presencia de signos nuevos ante los
tiempos que corren esforzarnos por realizar interpretaciones y conclusiones dentro de los
cánones en que se venere y ame nuestra fe católica.

Referencias:
Higinio Lopera, E. la misión del teólogo en la iglesia - Pontificia Universidad Javeriana.
https://www.javeriana.edu.co/theologica/descargas.php?archivo=Higinio.pdf...
Instrucción sobre la vocación eclesial teólogo, Donum veritatis.
www.vatican.va/roman.../rc_con_cfaith_doc_19900524_theologian-vocation_sp.html
JL ILLANES - 1990 – la vocación eclesial del teólogo – CORE.
https://core.ac.uk/download/pdf/83564192.pdf
Solano Pinzón, Orlando y Garavito Villarreal, Daniel de Jesús. «Interpelaciones del papa
Francisco al teólogo. Una mirada retrospectiva y prospectiva». Fraciscanum 168, Vol. LIX
(2016): 229-265.

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