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Como a Pedro, la misión del Apóstol es una

respuesta de AMOR al AMOR que brota de Jesús.


Nuestra respuesta debe urgir de una experiencia
vital con Jesús, fruto de una relación íntima e
incondicional con Él. Es inevitable “dejarnos
interrogar” por Jesús que nos quiere “íntegros”, no
sólo por nuestras acciones o planes, si no desde
nuestra mente y corazón. Si Jesús compartió con
nosotros toda su “intimidad” fue por el hecho de
querer configurarnos a su imagen, siendo sus
servidores para apacentar a nuestro pueblo y
proclamar el Evangelio con nuestro testimonio.

Descentrarse uno mismo: ¿Qué rasgos de mi personalidad cuestiona Cristo de mi vocación?


“Poner en crisis” valores e criterios personales. Son los que forjan la personalidad. Es difícil vivir
siempre en búsqueda. Is 1,16-20; Jer 7,1-16.
Ruptura con concepciones y formas de vida pasadas. El modo de vivir de las personas es fruto de
unos valores y criterios. Lc 3, 3-14; Jn 1,19-28
Adhesión a los valores y criterios evangélicos. El "Señor" es Jesús y no yo mismo. Mc 1,15

Seguir a Jesús es “lanzarse a recorrer su misma suerte”. Pedro superó


la adolescencia de la propia fe, se internó en la persona de Jesús,
asimilo su mensaje liberador como proyecto de vida personal, sin
mezquindad ni de modo parcial. Pedro dejó atrás el entusiasmo
adolescente de los comienzos, su testarudez ingenua al estar centrado
en si mismo, fue ganando profundidad al “darse para la construcción
del Reino, a la manera de Jesús”. Su único apoyo fue Cristo mismo,
no ya sus cualidades o deseos particulares. Él se sintió enviado.

1- ¿Me siento llamado realmente por Jesús, a su Reino,


a la misión sacerdotal?
2- En mi experiencia de Dios: acepto que “Él me
conduzca” o “busco ir a donde yo quiero y
gusto”?
3- A la luz de Hch 3,1-16: Descubro el don de la
vocación como gratuito, reconozco su grandeza
que no merezco recibir, como PALABRA VIVA que
me transforma?

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